Por Qué Esta Investigacion Ahora

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¿POR QUÉ ESTA INVESTIGACION AHORA?

A pesar de la abundancia de malas noticias, durante la última década hemos asistido a una eclosión
sin precedentes de investigaciones científicas sobre la emoción, uno de cuyos ejemplos más elocuentes
ha
sido el poder llegar a vislumbrar el funcionamiento del cerebro gracias a la innovadora tecnología del
escáner cerebral. Estos nuevos medios tecnológicos han desvelado por vez primera en la historia
humana
uno de los misterios más profundos: el funcionamiento exacto de esa intrincada masa de células
mientras
estamos pensando, sintiendo, imaginando o soñando.
Este aporte de datos neurobiológicos nos permite comprender con mayor claridad que nunca la
manera en que los centros emocionales del cerebro nos incitan a la rabia o al llanto, el modo en que sus
regiones más arcaicas nos arrastran a la guerra o al amor y la forma en que podemos canalizarlas hacia
el
bien o hacia el mal.
Esta comprensión —desconocida hasta hace muy poco— de la actividad emocional y de sus
deficiencias pone a nuestro alcance nuevas soluciones para remediar la crisis emocional colectiva.
Para escribir este libro he tenido que aguardar a que la cosecha de la ciencia fuera lo suficientemente
fructífera. Este conocimiento ha tardado tanto en llegar porque, durante muchos años, la investigación
ha
soslayado el papel desempeñado por los sentimientos en la vida mental, dejando que las emociones
fueran
convirtiéndose en el gran continente inexplorado de la psicología científica. Y todo este vacío ha
propiciado
la aparición de un torrente de libros de autoayuda llenos de consejos bien intencionados, aunque
basados,
en el mejor de los casos, en opiniones clínicas con muy poco fundamento científico, si es que poseen
alguno. Pero hoy en día la ciencia se halla, por fin, en condiciones de hablar con autoridad de las
cuestiones más apremiantes y contradictorias relativas a los aspectos más irracionales del psiquismo y
de
cartografiar, con cierta precisión, el corazón del ser humano.
Esta tarea constituye un auténtico desafío para quienes suscriben una visión estrecha de la
inteligencia y aseguran que el CI (CI: coeficiente o cociente intelectual) es un dato genético que no
puede
ser modificado por la experiencia vital y que el destino de nuestras vidas se halla, en buena medida,
Daniel Goleman Inteligencia Emocional
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determinado por esta aptitud. Pero este argumento pasa por alto una cuestión decisiva: ¿qué cambios
podemos llevar a cabo para que a nuestros hijos les vaya bien en la vida? ¿Qué factores entran en
juego,
por ejemplo, cuando personas con un elevado CI no saben qué hacer mientras que otras, con un
modesto,
o incluso con un bajo CI, lo hacen sorprendentemente bien? Mi tesis es que esta diferencia radica con
mucha frecuencia en el conjunto de habilidades que hemos dado en llamar inteligencia emocional,
habilidades entre las que destacan el autocontrol, el entusiasmo, la perseverancia y la capacidad para
motivarse a uno mismo. Y todas estas capacidades, como podremos comprobar, pueden enseñarse a
los
niños, brindándoles así la oportunidad de sacar el mejor rendimiento posible al potencial intelectual que
les
haya correspondido en la lotería genética.
Más allá de esta posibilidad puede entreverse un ineludible imperativo moral. Vivimos en una época
en la que el entramado de nuestra sociedad parece descomponerse aceleradamente, una época en la
que
el egoísmo, la violencia y la mezquindad espiritual parecen socavar la bondad de nuestra vida colectiva.
De
ahí la importancia de la inteligencia emocional, porque constituye el vínculo entre los sentimientos, el
carácter y los impulsos morales. Además, existe la creciente evidencia de que las actitudes éticas
fundamentales que adoptamos en la vida se asientan en las capacidades emocionales subyacentes.
Hay
que tener en cuenta que el impulso es el vehículo de la emoción y que la semilla de todo impulso es un
sentimiento expansivo que busca expresarse en la acción. Podríamos decir que quienes se hallan a
merced
de sus impulsos —quienes carecen de autocontrol— adolecen de una deficiencia moral porque la
capacidad de controlar los impulsos constituye el fundamento mismo de la voluntad y del carácter.
Por el mismo motivo, la raíz del altruismo radica en la empatía, en la habilidad para comprender las
emociones de los demás y es por ello por lo que la falta de sensibilidad hacia las necesidades o la
desesperación ajenas es una muestra patente de falta de consideración. Y si existen dos actitudes
morales
que nuestro tiempo necesita con urgencia son el autocontrol y el altruismo.
NUESTRO VIAJE
El presente libro constituye una guía para conocer todas esas visiones científicas sobre la emoción,
un viaje cuyo objetivo es proporcionarnos una mejor comprensión de una de las facetas más
desconcertantes de nuestra vida y del mundo que nos rodea.
La meta de nuestro viaje consiste en llegar a comprender el significado —y el modo— de dotar de
inteligencia a la emoción, una comprensión que, en sí misma, puede servirnos de gran ayuda, porque el
hecho de tomar conciencia del dominio de los sentimientos puede tener un efecto similar al que provoca
un
observador en el mundo de la física cuántica, es decir, transformar el objeto de observación.
Nuestro viaje se inicia en la primera parte con una revisión de los descubrimientos más recientes
sobre la arquitectura emocional del cerebro que nos explica una de las coyunturas más desconcertantes
de
nuestra vida, aquélla en que nuestra razón se ve desbordada por el sentimiento. Llegar a comprender la
interacción de las diferentes estructuras cerebrales que gobiernan nuestras iras y nuestros temores —o
nuestras pasiones y nuestras alegrías— puede enseñarnos mucho sobre la forma en que aprendemos
los
hábitos emocionales que socavan nuestras mejores intenciones, así como también puede mostrarnos el
mejor camino para llegar a dominar los impulsos emocionales más destructivos y frustrantes. Y, lo que
es
aún más importante, todos estos datos neurológicos dejan una puerta abierta a la posibilidad de modelar
los
hábitos emocionales de nuestros hijos.
En la segunda parte, la siguiente parada importante de nuestro recorrido, examinaremos el papel que
desempeñan los datos neurológicos en esa aptitud vital básica que denominamos inteligencia
emocional,
esa disposición que nos permite, por ejemplo, tomar las riendas de nuestros impulsos emocionales,
comprender los sentimientos más profundos de nuestros semejantes, manejar amablemente nuestras
relaciones o desarrollar lo que Aristóteles denominara la infrecuente capacidad de «enfadarse con la
persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo
correcto». (Aquellos lectores que no se sientan atraídos por los detalles neurológicos tal vez quieran
comenzar el libro directamente por este capítulo).
Este modelo ampliado de lo que significa «ser inteligente» otorga a las emociones un papel central en
el conjunto de aptitudes necesarias para vivir. En la tercera parte examinamos algunas de las
diferencias
fundamentales originadas por este tipo de aptitudes: cómo pueden ayudarnos, por ejemplo, a cuidar
nuestras relaciones más preciadas o cómo, por el contrario, su ausencia puede llegar a destruirlas;
cómo
las fuerzas económicas que modelan nuestra vida laboral están poniendo un énfasis sin precedentes en
estimular la inteligencia emocional para alcanzar el éxito laboral; cómo las emociones tóxicas pueden
llegar
a ser tan peligrosas para nuestra salud física como fumar varios paquetes de tabaco al día y cómo, por
último, el equilibrio emocional contribuye, por el contrario, a proteger nuestra salud y nuestro bienestar.
Daniel Goleman Inteligencia Emocional
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La herencia genética nos ha dotado de un bagaje emocional que determina nuestro temperamento,
pero los circuitos cerebrales implicados en la actividad emocional son tan extraordinariamente
maleables
que no podemos afirmar que el carácter determine nuestro destino. Como muestra la cuarta parte de
nuestro libro, las lecciones emocionales que aprendimos en casa y en la escuela durante la niñez
modelan
estos circuitos emocionales tornándonos más aptos —o más ineptos— en el manejo de los principios
que
rigen la inteligencia emocional. En este sentido, la infancia y la adolescencia constituyen una auténtica
oportunidad para asimilar los hábitos emocionales fundamentales que gobernarán el resto de nuestras
vidas.
La quinta parte explora cuál es la suerte que aguarda a aquellas personas que, en su camino hacia la
madurez, no logran controlar su mundo emocional y de qué modo las deficiencias de la inteligencia
emocional aumentan el abanico de posibles riesgos, riesgos que van desde la depresión hasta una vida
llena de violencia, pasando por los trastornos alimentarios y el abuso de las drogas.
Esta parte también documenta extensamente los esfuerzos realizados en este sentido por ciertas
escuelas pioneras que se dedican a enseñar a los niños las habilidades emocionales y sociales
necesarias

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