Fedón 2a Travesia

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FEDÓN …..

Sócrates— Escúchame, pues. Cuando yo era joven, sentía un vivo de- Qué es la física.
seo de aprender esa ciencia que se llama la física; porque me parecía Investiga las causas de todos los fenómenos
una cosa sublime saber las causas de todos los fenómenos, de todas
las cosas; lo que las hace nacer, lo que las hace morir, lo que las hace
existir; y no hubo sacrificio que omitiera para examinar, en primer lu-
gar, si es de lo caliente o de lo frío, después que han sufrido una espe -
cie de corrupción, como algunos pretenden, de donde proceden los
animales; si es la sangre la que crea el pensamiento, o el aire, o el fue-
go, o ninguna de estas cosas; o si sólo el cerebro es la causa de nues -
tras sensaciones de la vista, del oído, del olfato; si de estos sentidos re-
sultan la memoria y la imaginación; y si de la memoria y de la imagina-
ción sosegadas nace, en fin, la ciencia. Quería conocer después las cau-
sas de la corrupción de todas estas cosas. Mi curiosidad buscaba los
cielos y hasta los abismos de la tierra, para saber qué es lo que produ-
ce todos los fenómenos; y al fin me encontré todo lo incapaz que se
puede ser para hacer estas indagaciones. Voy a darte una prueba pa-
tente de ello. Y es que este precioso estudio me ha dejado tan a oscu-
ras en las mismas cosas que yo sabía antes con la mayor evidencia, se-
gún a mí y a otros nos parecía, que he olvidado todo lo que sabía sobre
muchas materias; por ejemplo, en la siguiente: ¿cuál es la causa de que
el hombre crezca? Pensaba yo que era muy claro para todo el mundo
que el hombre no crece sino porque come y bebe; puesto que por me- ¿Por qué crecen los animales?
dio del alimento, uniéndose la carne a la carne, los huesos a los hue-
sos, y todos los demás elementos a sus elementos semejantes, lo que
al principio no es más que un pequeño volumen se aumenta y crece, y
de esta manera un hombre de pequeño se hace muy grande. He aquí
lo que yo pensaba. ¿No te parece que tenía razón? —Seguramente,
dijo Cebes.
Sócrates—Escucha lo que sigue. Creía yo saber por qué un hombre era
más grande que otro hombre, llevándose de diferencia toda la cabeza;
y por qué un caballo era más grande que otro caballo; y otras cosas
más claras, como, por ejemplo, que diez eran más que ocho por haber-
se añadido dos, y que dos codos eran más grandes que un codo por ex-
cederle en una mitad. Dentro de la propia Física incluye cuestiones
¿Y qué piensas ahora?, dijo Cebes. lógico- matemáticas: ¿Por qué 10 es mayor
Sócrates—Por Júpiter! Estoy tan distante de creer que conozco las cau- que 8?
sas de ninguna de estas cosas, que ni aun presumo saber si cuando a
uno se le añade otro uno, es este uno, al que se añadió el otro, el que
se hace dos; o si es el añadido y el que se añade juntos los que consti- El Balance de estos primeros estudios es ne-
tuyen dos en virtud de esta adición del uno al otro. Porque lo que me gativo, ni las cuestiones más claras, como
sorprende es que, mientras estaban separados, cada uno de ellos era las referidas a cantidades mayores y meno-
uno y no eran dos, y que después que se han juntado, se han hecho res, quedan a salvo de un cierto escepticis-
dos, porque se ha puesto el uno al par del otro. Yo no veo tampoco mo: el que se genera al comprobar que las
como es que cuando se divide una cosa, esta división hace que esta explicaciones ofrecidas por los físicos no son
cosa, que era una antes de dividirse, se haga dos desde el momento de completas, pues no se interesan por el bien.
la separación; porque aquí aparece una causa enteramente contraria a
la que hizo que uno y uno fuesen dos. Antes este uno y el otro uno se
hacen dos, porque se juntan el uno con el otro; y ahora esta cosa, que
es una, se hace dos, porque se la divide y se la separa. Más aún; no
creo saber, por qué el uno es uno; y, en fin, tampoco sé, al menos por
razones físicas, cómo una cosa, por pequeña que sea, nace, perece o
existe; así que resolví adoptar otro método, ya que este de ninguna
Platón mezcla problemas de orden biológico
manera me satisfacía. Habiendo oído leer en un libro, que según se de-
, ¿cómo nace y crece un ser vivo?, con otros
cía, era de Anaxágoras, que la inteligencia es la norma y la causa de
causa de todos los seres, me vi arrastrado por esta idea; y me pareció de tipo lógico o matemático, ¿cómo se for-
una cosa admirable que la inteligencia fuese la causa de todo; porque ma el dos, por adición o por división?
creía que, habiendo dispuesto la inteligencia todas las cosas, precisa-
mente estarían arregladas lo mejor posible. Si alguno, pues, quiere sa-
ber la causa de cada cosa, el por qué nace y por qué perece, no tiene Anaxágoras propuso una teoría atractiva: la
más que indagar la mejor manera en que puede ella existir; y me pa- Inteligencia gobierna el Cosmos
reció que era una consecuencia de este principio que lo único que el
hombre debe averiguar es cuál es lo mejor y lo más perfecto; porque
desde el momento en que lo haya averiguado, conocerá necesaria-
mente cuál es lo más malo, puesto que no hay más que una ciencia
Si la Inteligencia rige los acontecimientos, lo
para lo uno y para lo otro. Pensando de esta suerte tenía el gran pla-
que nos debe interesar es averiguar qué es
cer de encontrarme con un maestro como Anaxágoras, que me expli-
lo mejor y lo más perfecto en cada caso
caría, según mis deseos, la causa de todas las cosas; y que, después de
haberme dicho, por ejemplo, si la tierra es plana o redonda, me expli-
caría la causa y la necesidad de lo que ella es; y me diría cuál es lo me-
jor en el caso, y por qué esto es lo mejor. Asimismo si creía que la tie-
rra está en el centro del mundo, esperaba que me enseñaría por qué
es lo mejor que la tierra ocupe el centro: y después de haber oído de él La argumentación es la siguiente:
todas estas explicaciones, estaba resuelto por mi parte a no ir nunca Si la Inteligencia gobierna todas las cosas,
en busca de ninguna otra clase de causas. también me proponía inte- no basta con saber que algo es, debemos
rrogarle en igual forma acerca del Sol, de la Luna y de los demás astros, también atender a si es lo mejor. ¿Es lo me-
para conocer la razón de sus revoluciones, de sus movimientos y de jor para la Tierra ocupar el centro?
todo lo que les sucede; y para saber cómo es lo mejor posible lo que
cada uno de ellos hace, porque no podía imaginarme que, después de
haber dicho que la inteligencia los había ordenado y arreglado, pudiese No basta saber que la Tierra ocupa el cen-
decirme que fuera otra la causa de su orden y disposición que la de no tro, o que lo astros se mueven de determi-
ser posible cosa mejor; y me lisonjeaba de que, después de designar- nada manera; hay que saber por qué eso es
me esta causa en general y en particular, me haría conocer en qué con- así.
siste el bien de cada cosa en particular y el bien de todas en general.
Por nada hubiera cambiado en aquel momento mis esperanzas. Tomé, Postular la Inteligencia como causa implica
pues, con el más vivo interés estos libros, y me puse a leerlos lo más que ha de haber una razón para todo lo que
pronto posible, para saber luego lo bueno y lo malo de todas las cosas; sucede. [A esto último se opondrá firmemente Aris-
pero muy luego perdí toda esperanza, porque tan pronto como hube tóteles: no podemos dar razón de todas las cosas; no
adelantado un poco en mi lectura, me encontré con que mi hombre no podemos saber lo que es un ente individual, sólo hay
ciencia de lo universal]
hacia intervenir para nada la inteligencia, que no daba ninguna razón
del orden de las cosas, y que en lugar de la inteligencia ponía el aire,
el éter, el agua y otras cosas igualmente absurdas. Me pareció como
si dijera: Sócrates hace mediante la inteligencia todo lo que hace; y
que en seguida, queriendo dar razón de cada cosa que yo hago, dijera
que hoy, por ejemplo, estoy sentado en mi cama, porque mi cuerpo se Suponer que la Inteligencia es el arché del
compone de huesos y de nervios; que siendo los huesos duros y sóli- cosmos equivale a admitir que las cosas son
dos, están separados por junturas, y que los nervios, pudiendo retirar- como son porque así alcanzan su plenitud
se o encogerse, unen los huesos con la carne y con la piel, que encierra ontológica. Sería absurdo predicar que la In-
y abraza a los unos y a los otros; que estando los huesos libres en sus teligencia es la causa principal del orden
articulaciones, los nervios, que pueden extenderse y encogerse, hacen que observamos en la Naturaleza y sólo tu-
que me sea posible recoger las piernas como veis, y que esta es la cau- viéramos en cuenta los componentes mate-
sa de estar yo sentado aquí y de esta manera. O también es lo mismo riales de las cosas.
que si, para explicar la causa de la conversación que tengo con voso- La conducta de Sócrates no se explica por-
tros, os dijese que lo era la voz, el aire, el oído y otras cosas semejan- que tenga huesos, nervios y tendones. Él no
tes; y no os dijese ni una sola palabra de la verdadera causa, que es la se escapa de la cárcel porque su razón le
de haber creído los atenienses que lo mejor para ellos era condenarme dicta que obedezca y cumpla una sentencia
a muerte, y que, por la misma razón, he creído yo que era igualmente injusta.
lo mejor para mí estar sentado en esta cama y esperar tranquilamente
la pena que me han impuesto. Porque os juro por el cielo, que estos
nervios y estos huesos míos ha largo tiempo que estarían en Megara o
en Beocia, si hubiera creído que era lo mejor para ellos, y no hubiera
estado persuadido de que era mucho mejor y más justo permanecer
aquí para sufrir el suplicio a que mi patria me ha condenado, que no
escapar y huir. Dar, por lo tanto, razones semejantes me parecía muy Los huesos y los nervios son de Sócrates ,
ridículo. Dígase en buen hora que si yo no tuviera huesos ni nervios, ni estos nervios y estos huesos míos, dice, no
otras cosas semejantes, no podría hacer lo que juzgase conveniente; actúan por sí mismos, es Sócrates quien los
pero decir que estos huesos y estos nervios son la causa de lo que yo hace ir en una dirección u otra –ellos, dice
hago, y no la elección de lo que es mejor, para la que me sirvo de la in- irónicamente, hace rato que se habrían es-
teligencia, es el mayor absurdo, porque equivale a no conocer esta di- capado.
ferencia: que una es la causa y otra la cosa, sin la que la causa no sería
nunca causa; y por lo tanto la cosa y no la causa es la que el pueblo,
que camina siempre a tientas y como en tinieblas, toma por verdadera
causa, y a la que sin razón da este nombre. He aquí por qué unos consi-
deran rodeada la Tierra por un torbellino, y la suponen fija en el centro
del mundo; otros la conciben como una ancha artesa, que tiene por
base el aire; pero no se cuidan de investigar el poder que la ha coloca-
do del modo necesario para que fuera lo mejor posible; no creen en la
existencia de ningún poder divino, sino que se imaginan haber en-
contrado un Atlas más fuerte, más inmortal y más capaz de sostener
todas las cosas; y a este bien, que es el único capaz de ligar y abrazarlo
todo, lo tienen por una vana idea. Yo con el mayor gusto me habría
hecho discípulo de cualquiera que me hubiera enseñado esta causa;
pero al ver que no podía alcanzar a conocerla, ni por mí mismo, ni por La acción inteligente elige lo mejor, eso
medio de los demás, ¿quieres, Cebes, que te diga la segunda tentativa hace la inteligencia: “la elección de lo que
que hice para encontrarla? es mejor, para lo que me sirvo de la inteli-
—Lo quiero con todo mi corazón, dijo Cebes. gencia” dice Platón.

La Física, los físicos estudiados, sólo descri-


Sócrates—Cansado de examinar todas los cosas, creí que debía estar be el orden de los elementos, pero no va
prevenido para que no me sucediese lo que a los que miran un eclip- más allá. La Tierra está rodeada por un tor-
se de sol; que pierden la vista si no toman la precaución de observar bellino –como Sócrates, que está sentado
en el agua o en cualquiera otro medio la imagen de este astro. Algo en un banco de una celda; Sócrates ha deci-
de esto pasó en mi espíritu; y temí perder los ojos del altura, si miraba dido que es lo mejor ¿es lo mejor para la
los objetos con los ojos del cuerpo, y si me servía de mis sentidos para Tierra, es lo que necesariamente le corres-
tocarlos y conocerlos. Me convencí de que debía recurrir a la razón, y ponde: estar rodeada por un torbellino?
buscar en ella la verdad de todas las cosas. Quizá la imagen de que me
sirvo para explicarme, no es enteramente exacta; porque yo mismo no Segunda navegación. Insatisfecho de las ex-
estoy conforme en que el que mira las cosas en la razón, las mire más plicaciones materialistas, Sócrates decide
aún por medio de otra cosa, que el que las ve en sus fenómenos; pero emprende una segunda travesía, discurrir,
sea de esto lo que quiera, este es el camino que adopté; y desde en - navegar, sólo con la ayuda de la razón
tonces, tomando por fundamento lo que me parece lo mejor, tengo –“buscar en ella la verdad de todas las co-
por verdadero todo lo que está en este caso, trátese de las cosas o de sas”
las causas: y lo que no está conforme con esto, lo desecho como falso.
Pero voy a explicarme con más claridad, porque me parece que no me
entiendes aún.
—No, ¡por Júpiter!, Sócrates, dijo Cebes; no te comprendo lo bastante.
—Sin embargo, replicó Sócrates, nada digo de nuevo; digo lo que he
manifestado en mil ocasiones, y lo que acabo de repetir en la discusión
precedente. Para explicarte el método de que me he servido en la in-
dagación de las causas, vuelvo desde luego a lo que tantas veces he ex-
puesto; por ello voy a comenzar tomándolo por fundamento. Digo,
pues, que hay algo que es bueno, que es bello, que es grande por sí
mismo. Si me concedes este principio, espero demostrarte por este
medio que el alma es inmortal.
—Te lo concedo, dijo Cebes, y trabajo te costará llevar a cabo tan pron-
to tu demostración.
Para aclarar en qué consiste esta segunda
—Ten en cuenta lo que voy a decirte, y mira si estás de acuerdo conmi-
tentativa, recuerda que se trata de suponer
go. Me parece que si hay alguna cosa bella, además de lo bello en sí,
que existe lo en sí; la belleza en sí, lo bueno
no puede ser bella sino porque participa de lo que es bello en sí; y lo
mismo digo de todas las demás cosas. ¿Concedes esta causa? en sí…
—Sí, la concedo.
—Entonces ya no entiendo ni puedo comprender esas otras causas tan
pomposas de que se nos habla. Y así, si alguno llega a decirme que lo
que constituye la belleza de una cosa es la vivacidad de los colores, o la
proporción de sus partes u otras cosas semejantes, abandono todas
estas razones que sólo sirven para turbarme, y respondo, como por
instinto y sin artificio, y quizá con demasiada sencillez, que nada hace
bella a la cosa más que la presencia o la comunicación con la belleza
primitiva, cualquiera que sea la manera como esta comunicación se ve-
rifique; porque no pasan de aquí mis convicciones. Yo sólo aseguro que
todas las cosas bellas lo son a causa de la presencia en ellas de lo bello
en sí. Mientras me atenga a este principio no creo engañarme; y estoy
persuadido de que puedo responder con toda seguridad que las cosas
bellas son bellas a causa de la presencia de lo bello. ¿No te parece a ti Platón admite que no está resulta la cues-
lo mismo? tión de cómo se relacionan las cosas bellas y
—Perfectamente lo bello en sí (porque las ideas están presen-
tes en las cosas o porque se comunican en-
tre sí de alguna manera no determinada to-
davía). De lo que está convencido es de que
no son los colores, ni el brillo, ni la propor-
ción de las partes lo que constituye la causa
de que algo sea bello; al contrario, “las co-
sas bellas son bellas a causa de la presencia
de lo bello”.

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