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Unidad 3. Lectura 2.
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Entre corchetes [...] se indica el número de página del párrafo precedente, en el original.
Fuente: Hinkelammert, F., Las armas ideológicas de la muerte: las raíces económicas de la idolatría: DEI, San José de Costa
Rica 1977, pp.129-159.
A primera vista seguramente sorprende que se hable de una metafísica empresarial. Aunque esta metafísica existe y es divulga -
da en todas partes de nuestro mundo burgués, muy raras veces es percibida como tal. Aparece muchas veces como simple
descripción [129] de la realidad, o tiene toda la apariencia de un conjunto de alegorías. Sin embargo es omnipresente y abundan en
ella las imágenes religiosas, especialmente las de la tradición cristiana. El empresario capitalista es un devoto de esta metafísica y
la trata como el esqueleto de su religiosidad, y si él presume no tener religiosidad alguna, esta metafísica si la sigue teniendo.
La metafísica empresarial es una metafísica de la mercancía, del dinero, del mercado y del capital. Ya con los inicios del
mundo burgués el pensamiento burgués tiene una percepción metafísica de estos fenómenos y nunca la ha perdido hasta hoy. Ella
está presente en toda la ética y moral del empresario capitalista y representa el meollo de la legitimidad del poder del capital. Se
expresa en toda la publicidad de la sociedad burguesa, en los diarios, las revistas, los discursos de sus políticos y, sobre todo, en
todo lo que proclaman nuestros empresarios. Y paralelamente hay un esfuerzo publicitario gigantesco con el fin de transformar
constantemente esta metafísica empresarial en el sentir común de la población entera.
Pero esta metafísica empresarial no aparece solamente en la publicidad de la sociedad burguesa. Igualmente aparece en sus
grandes teóricos. Todos ellos presentan y viven el mundo de las mercancías, del dinero, del mercado y del capital como un gran
objeto de devoción, un mundo pseudodivino, que está por encima de los hombres y les dicta sus leyes.
El primer teórico en esta línea surge con los inicios de la sociedad burguesa. Se trata de Thomas Hobbes, que percibe este
sobremundo -la verdadera naturaleza- como a la vez prometedor y amenazante y lo llama Leviathan. El Leviathan es la sociedad
burguesa misma y Hobbes lo llama a la vez el Dios mortal que vive debajo del Dios eterno y que expresa su legitimidad y su
derecho absoluto a la represión de los hombres en la figura del soberano.
Ya Hobbes constata, que el dinero es la sangre de este Gran Leviathan. Desde Hobbes en adelante el engranaje de la sociedad
burguesa sigue siendo el gran objeto de devoción de la ciencia social burguesa. Locke todavía piensa en términos del Leviathan.
Hegel empieza a hablar de la Idea. Adam Smith introduce una transformación importante: el objeto de devoción surge como la
«mano invisible» del engranaje social. En el pensamiento actual, sin embargo, ocurre un nuevo cambio importante. Max Weber
complementa la «mano invisible» por su racionalidad formal, que es la «racionalidad del Occidente». Se trata de una eterna lucha,
que es «destino». La Comisión Trilateral lo llama la «interdependencia».
Trátese del Leviathan, de la Idea, de la «mano invisible», del «destino» o de la «interdependencia» siempre aparece en el
pensamiento burgués un objeto central de devoción, que se identifica con el engranaje: mercancía, dinero, mercado y capital.
Cambian las formas de expresión y las palabras, pero jamás cambia su contenido. [130]
De este objeto de devoción el pensamiento burgués deriva su ética y su moral. Los valores y pautas del mercado, por tanto, apa-
recen -legitimados por el objeto de devoción- como caminos de la virtud o, en caso de su ausencia, como caminos del pecado. Hay
pues virtudes del mercado, como hay pecados contra el mercado. También existe una virtud que es absolutamente central: la
humildad. Someterse a este gran objeto de devoción y no rebelarse jamás, es exigencia de esta humildad.
No existe por tanto teórico burgués de las ciencias sociales que no predique esta virtud central de la humildad. Hayek es
solamente una muestra cuando dice: «La orientación básica del individualismo verdadero consiste en una humildad frente a los
procedimientos...» (del mercado) (Individualismus und wirtschaftliche Ordnung, Zurich 1952, p. 115). Este pensamiento de
devoción es suficientemente burdo, para unir estas sus virtudes con la gran idea de la recompensa. Conoce arrepentimientos,
rectificaciones y por fin la gran recompensa. En el mundo pseudomístico en el cual se mueve, la máxima expresión de esta
recompensa es el «milagro económico». Este es considerado como resultado de esta humildad central que da acceso a la libertad.
La libertad del pensamiento burgués es la contrapartida de esta humildad que acepta el dominio de los mercados por encima de
todo y que, por eso, es considerado primariamente como una libertad de los precios. Los hombres actúan libremente -en la sombra
de su humildad- en la medida en que liberan a los precios, las empresas y los mercados y se someten a sus indicadores.
La virtud del mercado en el pensamiento burgués de hecho no es otra cosa que el sometimiento a los indicadores del mercado,
y por eso puede estar tan estrechamente vinculado con la humildad. El pensamiento burgués percibe esta forma de actuación como
lo «natural» o, desde Max Weber, como lo «racional». El hombre es libre en cuanto el dólar sea libre. Esta es la «naturaleza»
burguesa.
El enemigo del burgués es tan metafísico como el burgués mismo. En el pensamiento burgués se construye la imagen de este
enemigo por simple inversión de lo que él percibe como lo natural. Primero, el enemigo del burgués aparece como el gran rebelde
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frente a Dios, siendo Dios nada más que otra palabra para el objeto central de devoción que la ideología burguesa se crea. Por eso,
el que se levanta en contra de la sociedad burguesa, se levanta -según-ellos en contra de Dios. Al mismo tiempo se levanta también
en contra de la «naturaleza», que es creación de Dios.
Si bien estos términos directamente religiosos no se emplean siempre, sí se usa siempre una derivación de ellos. Se trata de la
negación de la humildad, como el pensamiento burgués la entiende. Negarse al sometimiento al mercado y sus indicadores es, por
tanto, el pecado central en contra del mercado y la negación abierta de [131] la humildad. Surge así una imagen del enemigo de la
sociedad burguesa, que lo identifica en cualquier intento de oposición al valor central humano tal como el burgués lo conoce. Por
tanto su característica central será la hibris, la soberbia y el orgullo.
Mientras el burgués sigue humildemente las virtudes del mercado, dando gracias a su gran objeto de devoción, el enemigo de la
sociedad burguesa sigue soberbiamente el camino de los pecados contra el mercado. No conoce ni arrepentimientos ni
rectificaciones. Lógicamente, al burgués le llega la recompensa en forma de «milagro económico», mientras su enemigo no
produce más que el caos. El enemigo de la sociedad burguesa actúa a la sombra del Señor del caos. Y ya que el Señor del caos se
llama Lucifer, el enemigo de la sociedad burguesa se llama utopista. Lleva al «camino de la esclavitud», porque niega la libertad
de los precios. Es una perversión de la naturaleza según la entiende el burgués.
Esta doble metafísica -la del orden burgués y la del caos de cualquier alternativa al orden burgués- está a la raíz del carácter
sumamente violento del pensamiento burgués. Abierta o solapadamente, el pensamiento burgués conlleva una justificación
ilimitada de la violencia y de la violación de los derechos humanos frente a cualquier grupo capaz de sustituir la sociedad
burguesa. No hay barbaridad que no se pueda cometer en nombre de esta metafísica empresarial. Basta fijarse en los tipos de
tratamiento que Locke recomienda para los opositores a la sociedad burguesa. En especial son tres: la tortura, la esclavitud y la
muerte. Esto explica por qué en la historia humana no existió una legitimación tan descarada de la esclavitud como la del
pensamiento liberal de John Locke, ni una afirmación tan grosera de la violación de los derechos humanos en todos sus ámbitos
como precisamente en este autor. Considera a los opositores como «fieras», «bestias», «animales salvajes», y recomienda
constantemente tratarlos como tales.
A partir de la imagen metafísica de la propia sociedad burguesa, y por ende de los opositores a ella, lo constante en la acción y
la ideología burguesas es ante todo la afirmación de la violación de los derechos humanos para estos opositores; lo constante jamás
fue la defensa de estos derechos humanos. La proclamación de los derechos humanos es más bien la excepción. Por esto, el
tratamiento que hoy en muchas partes se da a los opositores de la sociedad burguesa no es ninguna novedad. Es el tratamiento que
desde Locke en adelante se practicó y recomendó y del cual existen muy contadas excepciones.
En las páginas que siguen trataremos de demostrar en qué forma esta metafísica empresarial está presente en la publicidad
corriente de hoy. Es evidentemente imposible que este análisis sea completo. Ni pretende reivindicar representatividad en su
sentido estrictamente metodológico. Tampoco creemos que esta representatividad [132] sea necesaria en la medida en que los
conceptos que vamos a referir, son prácticamente omnipresentes. Nos vamos a basar en especial en comentarios de diarios y
revistas, y en discursos sea de políticos sea, en especial, de empresarios.
dólar se le defiende, y el Banco Central tiene la munición para defenderlo. Los políticos del Banco Central preocupados por la
inflación se llaman «luchadores contra la inflación»: «Los luchadores [138] de la Casa Blanca en contra de la inflación se
presentan en el ring». «Jimmy Carter declaró la inflación el enemigo número uno» (Newsweek, 29.5.78, p.68). Como en la
sociedad precapitalista el mismo dinero fue percibido como la fuerza corrosiva de toda sociedad, ahora la inflación es percibida
como tal:
... la inflación cobra su parte de la moralidad de la nación; como la tortura de agua china barre con el contrato social...
La factibilidad de planificar el futuro erode. Lo que es perturbado en la base en la cual el pueblo vive su existen cia
diaria... una especie defraude cometido por todos en contra de todos. Es un mundo en el cual nadie cumple con su
palabra (Newsweek, 29.5.78, p.68, subrayado nuestro).
Apareciendo por tanto la corrosión de la moneda -clave del propio contrato social y límite entre el orden y la guerra de todos
contra todos- vuelve a surgir el oro sagrado en el cual efectivamente se puede confiar. «A diferencia del petróleo, un recurso no
renovable, casi todo el oro jamás producido sigue existiendo todavía en una u otra forma» (BW, 5.12.77, p. 19) «...oro, el tradi-
cional refugio del dinero en tiempos de intensificación de disturbios políticos» (BW, 5.12.77, p.19). El oro brilla hasta en la basura:
«Cuando Anglo perfeccionó un proceso para sacar el último pequeño residuo de oro y uranio de los desperdicios, un nuevo mundo
se abrió para la industria de extracción de oro... finalmente, el proceso de trabajo no es intensivo en mano de obra. No será
necesario encontrar los miles de hombres necesarios para una nueva mina de oro convencional» (BW. 21.11.77 p.44).
Para otros el nuevo mundo no se abrió tanto. Pero les queda un remedio seguro: rezar: «Pero Lawrence Hércules va un poco
más lejos, dados los nuevos cambios del dólar. 'Rezamos mucho', dice» (BW, 29.8.77, p. 68).
El encontrará.
Esto comienza con la confianza de las empresas: «Los luchadores de la Casa Blanca contra la inflación se convencen más y
más de que la confianza comercial (business confidence) es la llave para sostener el crecimiento económico...» (US News & World
Report,11.4.77). Pero esta confianza tiene sus condiciones:
Como tal vez es predecible, los economistas conservadores tienden a ver el remedio más bien en términos calvinistas.
«Nadie quiere la recesión» dice FeIlner. «El Gobierno debe mostrar que está dispuesto a restaurar la estabilidad y a dejar
de burlarse de la gente». «Eso puede significar una tasa del 7% de desempleo para hasta 3 años», pero dice, «no hay otra
salida». (Newsweek, 29.5.78 p.69).
En seguida aparecen los principales culpables de la situación: los gastos sociales del gobierno y las exigencias sindicales. El
empresario es inocente ex professo:
... el proceso de creación de dinero es el corazón de la inflación... Por tanto la economía puede ser conservada sana
simplemente por la restricción del suministro del dinero... El Gobierno encuentra cada vez más dificultades en controlar
sus gastos, ya que más y más de ellos consisten en transferencias de ingresos a ciudadanos que no pueden ser eliminados:
los viejos, los pobres y los enfermos... Pero el mayor reto al llamado de Carter a la restricción... lo ponen los sindicatos
que tienen que ser persuadidos a aceptar aumentos de salarios inferiores al promedio, por lo menos en términos relativos.
«Nos tendremos que tragar el anzuelo» (Newsweek, 29.5.78, p.72, subrayado nuestro).
Es importante subrayar que la información contenida en este comentario es falsa. La parte más fija de los gastos del gobierno
de EEUU no son transferencias sociales, que tienden a disminuir, sino los gastos militares, que tienden a subir. Sin embargo, a los
luchadores contra la inflación les interesa otra cosa:
En suma, la estagflación (inflación con estagnación) no es ningún reflejo de nuestra incapacidad sino más bien de nuestro
compromiso con valores [141] sociales, de la fuerza política relativa de estos valores en comparación con nuestro interés
por el «dólar sano y sonante» (sound dollar), y de nuestra disposición de confiar más en el gobierno que en el mercado
(BW, 27.2.78, p. 18).
En toda esta metafísica empresarial el enfrentamiento entre «crecimiento sano», e inflación es de hecho otra cosa: se trata de
hecho del enfrentamiento entre el «dólar sano y sonante» y lo que se llama «valores sociales». En el fondo, para la metafísica
empresarial, la inflación no es más que otra palabra para el compromiso con tales valores sociales. Este compromiso se ve en los
dos niveles: (1) gastos del gobierno para «los viejos, los pobres y los enfermos»; (2) las reivindicaciones de las organizaciones
sindicales. Y el compromiso con el dólar sano es lo contrario de estos valores sociales: crecimiento «sano», ley y orden.
Por eso, cuando los empresarios dicen que la inflación subvierte «la moralidad de la nación», «barre con el contrato social»,
constituye un« fraude cometido por todos contra todos», crea un mundo en el cual «nadie cumple con su palabra», afirman al
mismo tiempo todo eso -aunque no se atrevan a hacerlo expresamente- de cualquier compromiso con estos «valores sociales».
Los «valores sociales» aparecen como la gran fuerza corrosiva de la sociedad capitalista moderna, y el compromiso con ellos es
visto como ruptura del «contrato social» y su transformación en «fraude cometido por todos en contra de todos», es decir, una
especie de compromiso con la guerra de todos contra todos que, en la tradición liberal en la cual este texto está escrito, significa la
perversión más absoluta.
Toda la tradición liberal coincide en que, frente a aquel que vuelve al estado de guerra de todos contra todos, rompiendo el
contrato social, cualquier tratamiento es lícito. Para este caso, dice Locke, que hay que tratarlos como «fieras», «bestias»,
«animales salvajes». Por esta razón, reproches como «romper el contrato social», en el lenguaje liberal, son una amenaza terrible.
Con tales palabras todo se declara lícito frente a los opositores.
Evidentemente, no se atreven a llevar a cabo estas amenazas dentro de EEUU. La organización sindical es demasiado fuerte
para ser tratada en esa forma. La misma existencia de esta organización sindical hace tan difícil -aunque de ninguna manera
imposible- el bajar los gastos de transferencia para «los viejos, los pobres y los enfermos».
Es distinto, cuando los luchadores contra la inflación se convierten en especialistas del Fondo Monetario Internacional (FMI) e
integran las misiones del FMI a los países del Tercer Mundo. Allí entonces imponen lo que en EEUU todavía no pueden imponer.
Las misiones del FMI son una de las fuerzas mayores en el sometimiento actual de los países del Tercer Mundo. Estando todos
estos [142] países endeudados sin posibilidad de pagar, no tienen otra alternativa que la de romper con el sistema capitalista o
seguir endeudándose. Mientras tengan regimenes burgueses, la ruptura queda excluida. Por eso tienen que seguir endeudándose y
sometiéndose al chantaje de los países desarrollados. Las misiones del FMI son los portavoces de estos chantajes.
Las misiones del FMI vienen en nombre de la lucha contra la inflación. Jamás estudian la situación concreta de algún país. Su
dictamen ya lo tienen listo antes de llegar, y es monótonamente el mismo, no importa donde lleguen. Rige el dogmatismo más
absoluto que se conoce. Sus exigencias siempre son dos: (1) bajar los gastos del gobierno para «los viejos, los pobres y los enfer -
mos»; (2) destruir a la organización sindical.
Acatado el dictamen de la misión del FMI, bajan sensiblemente los gastos «sociales» del país respectivo y las organizaciones
sindicales quedan destruidas. La miseria, la mortalidad, el hambre atestiguan que se ha perdido una guerra.
Sin embargo, jamás bajan los gastos del gobierno, y tampoco las tasas de inflación, a no ser muy excepcionalmente. Los gastos
«sociales» son sustituidos por gastos militares y policiales todavía mayores. Los que rompieron el «contrato social» son tratados
como Locke lo recomendaba. Con la guerra perdida aparece la fuerza de ocupación.
Pero hay un punto, en el cual la misión del FMI, se interesa por el país concreto. Mira muy bien, lo que se puede extraer. El
dictamen entonces contiene exigencias sobre la entrega de materias primas y concesiones para la «maquila». Los bosques son
condenados a morir y las otras materias primas a ser saqueadas.
Son misiones de destrucción del hombre y de la naturaleza, siendo la naturaleza la vida futura de los hombres. Por eso arrastran
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detrás de sí una huella de sangre. Sangre del pobre, que la convierten en dinero, que es la sangre de su economía, sangre del
Leviathan. El sonar del dólar se convierte en grito del terror.
Perdida la guerra, la inflación sigue igual. Pero al FMI o a los luchadores contra la inflación eso ya no les preocupa. «Un índice
alto de precios no es un índice malo, siempre y cuando refleje la recuperación de la salubridad de la economía» (Die Zeit, 5.5.78).
Eliminados los gastos para «los viejos, los pobres y los enfermos», y destruidos los sindicatos, la inflación sigue igual. Pero ahora
refleja la «recuperación de la salubridad de la economía». Ya no es amenaza. En Brasil, ya desde 15 años, refleja tal «salubridad».
Los luchadores contra la inflación evidentemente prefieren una economía sin inflación a una con inflación. Pero la inflación de
hecho no les preocupa. Su preocupación es ganar otra guerra: la guerra en contra de los pueblos. [143]
Por tanto, lo que los luchadores contra la inflación logran e intencionan, es algo diferente de lo que dicen. Se trata del cambio
de las condiciones de la acumulación del capital a escala mundial. Se trata de la acumulación de capital de las corporaciones
transnacionales.
Hay un peligroso estancamiento económico y no se vislumbran los elementos dinámicos que impulsen un reactivamiento.
La confianza se ha venido perdiendo y ésta no se restablece sino a base de actos positivos y de rectificaciones. La
inversión privada se ha paralizado y el dinero que tanto necesitamos para nuestro desarrollo está huyendo en cantidades
considerables. (La Prensa, Managua, 30.4.78, subrayado nuestro). [147]
Los malos pasos que se dieron destruyeron la confianza, y perdida la confianza, el dinero huye. Como dice ya el banquero Abs:
«El dinero es tímido como un venado». Pero se necesita el dinero, y no se lo puede tener de vuelta sino por «actos positivos y
rectificaciones». El mero arrepentimiento no basta.
Sin embargo, el presidente del Banco de Nicaragua bajo Somoza, esta vez tiene en mente un cambio político: «Parecería que la
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razón básica de esta situación de incertidumbre y descontento, es la continuidad de un mismo régimen personalista por un periodo
prolongado» (La Prensa. Managua, 30.4.78).
Pero la lógica empresarial sigue siendo la misma: No se vislumbra una mercancía dinámica que pudiese ejercer el reto necesa -
rio por el cual el empresario se sienta interpelado. El dinero huye, la confianza se viene abajo. Esta vez la razón por la que las
mercancías no pueden ejercer su reto dinámico se encuentra en la situación política: el régimen personalista de Somoza. El
presidente del Banco por tanto, se vuelve antisomocista. La burguesía nicaragüense esta vez se siente amarrada por las
arbitrariedades de Somoza. La economía deja de ser calculable y por eso Somoza aparece como tirano. La burguesía necesita un
régimen burgués, lo que hoy en día implica cada vez menos un régimen parlamentario. Pero sí tiene que ser un régimen impersonal
que acate las leyes del mercado.
Nótese con todo, que, en el contexto general, está confrontación de la burguesía con regímenes personalistas no es típica. Lo
era hasta cierto punto en los inicios de la sociedad burguesa, lo que explica la apariencia de una identificación de la burguesía con
los derechos humanos. Lo que hoy normalmente se pide como rectificación en función de las leyes del mercado, es precisamente la
destrucción de los sindicatos y la eliminación de los gastos sociales del presupuesto, que en los inicios de la sociedad burguesa ni
existían.
Este juego de choques con la realidad, y la consiguiente humildad, con el arrepentimiento y las rectificaciones necesarias que
superen los malos pasos para encontrar el «buen camino», lleva a la constitución de una compleja ética empresarial. Es una ética de
la «verdad de los precios», de las virtudes del mercado y de los pecados contra el mercado. El buen camino pasa por la verdad de
los precios y las virtudes del mercado.
Sobre el presidente de los viticultores de la región de Bordeaux se dice: «se defiende en contra del reproche de haber dado al
traste con las ‘virtudes de la economía del mercado’ y menos aún de haber creado una especie de segu ro social para la viticultura»
(Die Zeit, 16.12.77 p. 23). Al contrario, él afirma haberse defendido del «fantasma especulación»: «Creemos, que hemos
exorcizado algunos demonios» (Die Zeit, 16.12.77 p. 23). [148]
Pero también existen pecados contra el mercado. En nombre de las «virtudes de la economía de mercado» se llama a la cruzada
en contra de los pecados contra tal economía. De un congreso internacional de bancos se dice: «Allí se inserta la idea de una
cruzada de lucha contra la inflación en el corazón de hombres, causa en la que el Estado juega el papel decisivo en la economía»
(Die Zeit, 5.5.78).
Pero a diferencia de tantos otros pecados no se piensa que los pecados contra la economía de mercado no se traguen en esta
vida. Al contrario. Ya en nuestro mundo reciben su castigo. Por lo menos, así lo creen los institutos de análisis de coyuntura de la
República Federal de Alemania:
Suena como un juicio con el cual el gran registro de pecados en el campo de la política de salarios y económica es
sancionado: los cinco institutos independientes de análisis de coyuntura de Alemania anuncian en su informe común de
primavera, que el crecimiento económico total de este año solo alcanzará un 2.5%..., y eso con el supuesto de que todos
los responsables de la economía se comporten racionalmente... Las razones habría que buscarlas en una profunda falta de
confianza de parte de las empresas, de la cual los sindicatos tendrían la culpa principal... El castigo para este
comportamiento fallido -un punto menos de lo que habría tal vez sido posible- es elevado... (Die Zeit. 5.5.78 subrayado
nuestro).
Aparece, pues el castigo del mercado, que sanciona a los pecados contra el mercado. Aunque, con humildad, arrepentimiento y
rectificaciones, no se puede anular este castigo, surge, con todo, la posibilidad de una recompensa adecuada en el futuro. Cuando el
gobierno de Begin, en Israel, se despidió definitivamente de las ideas de la liberación del hombre y se dedicó a la liberación de los
precios, Milton Friedman comentaba:
Las medidas de economía política de Israel... muestran la misma combinación de audacia, agudez y coraje como la guerra
de seis días o la liberación de los rehenes en Entebbe. Y deberían ser no menos importantes para el futuro de Israel. 29
años de dominación socialista... Todo esto ha cambiado. Por primera vez, desde la fundación del Estado israelita, los
ciudadanos ahora pueden comprar y vender libremente dólares sin un timbre de permiso de algún burócrata... En esencia,
ahora ya no son tratados como pupilos del Estado, sino como un pueblo libre, que puede controlar él mismo su propia
vida... fuera con el socialismo, hacia el mercado libre, hacia el capitalismo. Prometen más libertad personal... prometen
una sociedad mejor, más sana y más fuerte.
Si este arranque de Israel hacia la libertad tiene éxito, entonces -predigo yo- acontecerá el mismo milagro económico que
un avance comparable de Alemania en 1948 ha producido... Como están las cosas en Israel, este milagro favorecerá en
especial a aquellos grupos de la población menos favorecidos... y además: el sistema económico y político más libre
atraerá más dinero e inmigrantes de los países occidentales desarrollados. (Newsweek, según Die Zeit, 6.1.78, subrayado
nuestro).
Esta voz de profeta anuncia el milagro, que aparece ahora como la recompensa de los arrepentimientos y rectificaciones. Del
mismo [149] modo que a los pecados contra la economía del mercado corresponde el castigo, a las virtudes del mercado
corresponde la recompensa: el milagro económico. El acto máximo de la virtud del mercado, en este caso, es la liberación del
dólar.
No es casual, que Friedman compare esta medida económica por un lado con una guerra, por otro con una «liberación de
rehenes». Como en Entebbe estaba secuestrado un grupo de hombres, así en el Israel «socialista» estaba secuestrado el dólar.
Había perdido su libertad, un rehén en manos del régimen «socialista» secuestrador. Las medidas del nuevo gobierno, en cambio,
lo liberaron. Liberando al dólar, todo el pueblo se liberó, por la sencilla razón, que la libertad del dólar es la libertad, su verdadera
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esencia. Por eso, según la metafísica empresarial, la exigencia moral de «liberar a los presos» corresponde a la máxima virtud de
«liberar al dólar y a los precios».
Parece humor negro, cuando el profeta Friedman dice que su «milagro favorecerá en especial a aquellos grupos de la población
menos favorecidos». Sin embargo, aparte de ser humor negro, es una alusión a aquel reino de la justicia, con el cual se compromete
toda metafísica empresarial. Este reino de la justicia brota directamente de la liberación de los precios y de la búsqueda de las
utilidades:
Invertir significa no sólo contribuir a la creación de riqueza y ocupación, y con ello colaborar en el reinado de la justicia
social y en la solidez de la economía, sino también tener oportunidad de obtener utilidades. (La Nación. San José, 24.5.78
subrayado nuestro).
El metafísico de la empresa ve a la empresa como creador de ocupación, y se olvida fácilmente, que la ocupación es la
condición de la creación de la riqueza por parte de la empresa. Pero se afirma, al revés, que la inversión crea riquezas y ocupación.
Por tanto, se la presenta como camino a la justicia social, aquella única justicia social que la metafísica empresarial entiende: la que
no viole la ley de la rentabilidad.
En pos de este «reinado de la justicia social», el metafísico de la empresa puede aceptar cualquier reivindicación social y
constantemente afirma a todas. Sin embargo, las afirma no en términos utópicos, sino en términos «realistas», conforme a las leyes
de la «naturaleza». Mejor nivel de vida, mayores salarios, mejor educación y salud, superación de la extrema miseria en el mundo,
pleno empleo... el empresario está siempre de acuerdo. Pero, realista como es, él sabe muy bien, que todo eso no se puede tener de
un día para otro.
Respetando las leyes de la naturaleza -su naturaleza empresarial metafísica-, él sabe también, que para llegar al «reinado de la
justicia social» hay que incentivar a las empresas, cuyos sostenes y servidores son los empresarios. Pero las empresas viven de la
ganancia, como el animal de trabajo vive de la comida. Cuanto más esfuerzo, [150] más ganancia necesitan. El acercamiento al
reinado de la justicia social, sin embargo, es un esfuerzo colosal, que la empresa no puede realizar sin ganancia colosal. Esta es la
ley de gravedad de la naturaleza empresarial.
Por tanto, si a todo: mayor nivel de salarios, de educación y salud, pleno empleo y superación de la extrema miseria, sí; pero
también sí a los únicos medios «sanos» para lograrlo: mayores ganancias. Porque las ganancias de hoy son la inversión de mañana
y ocupación y crecimiento de pasado mañana. Sin embargo: mayores ganancias significan menos salarios, menos educación y
salud, y más miseria y muchas veces también más desocupación. Así se llega a la «dialéctica maldita» de la metafísica empresarial:
para acercarse al «reinado de la justicia social» hay que aumentar precisamente el «reinado de la injusticia social». Cuanto más
fomentamos la injusticia, más rápido llegamos a la justicia. La misma injusticia es el «buen camino» a la justicia, en la óptica
empresarial.
La metafísica empresarial comete aquí un simple quid pro quo. El hecho concreto de un vínculo objetivo entre nivel de vida y
nivel de las fuerzas productivas lo transfigura en un hecho abstracto de su naturaleza metafísica. Transforma las grandes metas de
la justicia social en finalidades fantasmagóricas del crecimiento económico y del proceso de acumulación de capital. En esta
transfiguración la posibilidad de la justicia aparece, por eso, limitada por la «escasez de capital» y por la capitalización sobre la
base de maximización de las ganancias como el camino para lograrlas. El «reinado de la justicia social» se transforma en tarea de
Sísifo, y el brillo del capital se presenta como el brillo de la justicia.
En verdad, las tareas de la justicia dependen muy poco del nivel de las fuerzas productivas. El pleno empleo sencillamente no
tiene nada que ver ni con la escasez de capital ni con el nivel de las fuerzas productivas. Las fuerzas productivas indican el nivel de
la productividad y no del empleo. El pleno empleo es exclusivamente un problema de la organización de la economía y el
desempleo, un resultado de la sacralización de la lógica de los mercados en forma de una ley natural.
La vida digna, por otro lado, es un problema de distribución de un producto existente y no de un producto por haber en el
futuro. El aumento del nivel de vida se conecta con el desarrollo de las fuerzas productivas, mientras la dignidad de la vida se
conecta con la distribución de lo existente de una manera tal, que todos puedan vivir. Educación y salud dependen de las fuerzas
productivas solamente en el grado en el cual se refieren a la utilización de técnicas determinadas, pero de ninguna manera como
servicio social.
Por esto, para un pensamiento concreto y responsable frente a los hechos, el capital es un simple obstáculo de la justicia social.
En la óptica empresarial sin embargo, es la luz en las tinieblas y la estrella de la mañana. [151]
Al transformarse el empresario en abogado de la justicia social, el anhelo de justicia es transformado en vehículo de la
acumulación de capital. Cuando la injusticia se hace aparecer como justicia, el anhelo de la justicia se transforma en motor de la
injusticia misma. Arrasando con poblaciones enteras y con la naturaleza misma, la acumulación de capital se entiende como un
aporte al «reinado de la justicia social».
Milton Friedman resume las metas de esta lucha por la justicia, mencionando los programas sociales, que tienen que
desaparecer, para que haya justicia: «Los programas agrícolas, beneficios generales a la vejez, leyes de salario mínimo, legislación
en favor de sindicatos, aranceles, reglamentos para concesión de licencias en los oficios y en las profesiones, y así sucesivamente,
en lo que no parece tener fin» (Capitalismo y Libertad, Madrid, 1966, p.41).
De esta manera, la justicia es sustituida por un vehículo fantasmagórico, del cual se sostiene, que lleva a ella: el crecimiento
económico «sano». No se trata de otra cosa que de la propia acumulación del capital. Toda su agresividad tiene ahora su
legitimidad en la referencia a la justicia social. Del nuevo presidente del Banco Central de EEUU se dice: «De una manera dura
chairman Miller está aprendiendo de que es bien fácil hablar en contra de la inflación; en cambio, balancear las necesidades de un
real crecimiento económico a corto plazo contra el intento de luchar contra la inflación, es una tarea que él recién empieza a
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fábrica como consecuencia del progreso técnico, el número del desempleo podría aumentar como una avalancha. (Die
Zeit, 5.5.78).
Desvinculado así el problema de la ocupación de las relaciones sociales de producción y vinculado con la rapidez y agresividad
de la acumulación de capital, resulta posible el siguiente tipo de propaganda:
Después del congreso del Partido Socialdemócrata (alemán) el canciller enfatizó que los ciudadanos no deben permitir
que se destruyan sus puestos de trabajo bajo el pretexto de la protección del medio ambiente, y menos todavía por la
acción de «individualistas bien intencionados» o «ciertos círculos intelectuales». Un gran aplauso de los sindicatos le
respondió ellos que se han proclamado, no sin éxito, «la iniciativa ciudadana más grande del pais» (Diet Zeit, 13.1.78).
Este tipo de argumentos es fácilmente aplicable a las relaciones con los países del Tercer Mundo. Para que haya trabajo, se
necesitan [154] materias primas baratas. Se requiere petróleo. Por eso es necesario tener mercados en países donde el capital goza
de «confianza». Los movimientos de liberación de estos países pueden negar a presentarse como un peligro para los logros sociales
en los países del centro. En América Latina la AFL/CIO se ha transformado, a través de la ORIT, en un brazo del capital
multinacional de EEUU. La misma explotación del Tercer Mundo y el saqueo de sus riquezas de materias primas puede así
transformarse en la condición para garantizar los logros sociales de los movimientos obreros de los países céntricos.
De esa forma se completa el círculo. La acumulación de capital crea islas dentro de un mundo explotado y con una naturaleza
crecientemente destruida, islas donde la acumulación más desenfrenada se vincula con salarios altos y altos gastos sociales de los
gobiernos. La presión del desempleo, sin embargo, sirve constantemente para obligar a la población a seguir adelante, y aumentar
el ritmo de acumulación, ya combatir los obstáculos de esta acumulación que, en su manera de ver es la garantía de la ocupación.
Por eso, la acumulación del capital se lanza con toda su furia agresiva sobre las grandes regiones empobrecidas, en las cuales la
población y la naturaleza son destruidas y quedan al criterio del capital, mientras las islas modernas en este gran mundo
empobrecido sirven al propio capital para presentarse como portador del «reinado de la justicia social».
Solamente así logra constituir en estas islas desarrolladas su legimitidad sobre bases amplias, lo que permite mantener allí
regímenes parlamentarios. En el resto del mundo recurre a regímenes de fuerza, cuya existencia no es explicable sino por el apoyo
que estos países del centro -democráticamente legitimados- les prestan. No teniendo estos regímenes ninguna base suficiente de
legitimidad propia, son los regímenes más dependientes que pueden imaginarse. Por eso, no tienen otra salida que entregar sus
poblaciones y su naturaleza a la explotación y al saqueo por parte del capital de los países del centro.
Únicamente el conjunto de este cuadro analítico explica por qué, en los países céntricos, el capital se presenta con la cara de la
justicia social y de la democracia.
Estas leyes humanas, a las cuales dan «interpretaciones teológicas», que constituyen en la óptica de la metafísica empresarial
verdaderas blasfemias, son aquellas leyes, que en la tradición aristotélico-tomista precisamente se llaman derecho natural. Se
refieren a la satisfacción de las necesidades básicas como derecho del hombre.
La metafísica empresarial tiene otra naturaleza, la de las mercancías, del dinero, y del capital. Evidentemente la interpreta en
términos teológicos como verdadera naturaleza divina. Pero la metafísica empresarial no considera esta «naturaleza» como produc-
to humano, ni sus leyes como leyes humanas. Por eso, se siente absolutamente legítimo al divinizarlas. Constituyen su gran objeto
de devoción.
En cambio aquella naturaleza concreta y material, de la cual vive el hombre concreto y a la cual tiene que proteger para poder
vivir de ella, es vista por el metafísico empresarial como un ámbito de leyes humanas, cuya interpretación teológica es percibida
como escándalo y blasfemia.
La crítica que citamos se dirige contra la teología de la liberación. El escándalo, que percibe la metafísica empresarial, lo ve en
el hecho de que la liberación de los precios y de las empresas haya sido sustituida por la liberación de los hombres. Por eso,
aparece de nuevo en el propio campo religioso el reproche del orgullo, del levantamiento no solamente en contra de la «autoridad
terrenal», sino en contra del mismo Dios.
Quien se levanta contra las relaciones mercantiles del dinero y del capital, y por tanto, quien afirma al hombre concreto con sus
derechos de trabajo, pan y techo, desde la óptica de la metafísica empresarial se levanta contra el propio Dios. Dios y el capital por
un lado, el hombre concreto y necesitado y el diablo por el otro. Esta es la visión máxima de la metafísica de la empresa.
En esta polaridad metafísica aparece la reacción del empresario como algo inevitable. Surge frente a los «Caínes
contemporáneos», que son «vivo ejemplo de la insensatez y de la falta de sentimientos humanos de quienes luego pretenden
escudarse en derechos que ellos mismos pisotean y destruyen» (ibid, subrayado nuestro).
Ninguna libertad para los enemigos de la libertad, ningún derecho humano frente a los enemigos de los derechos humanos.
Quien no quiere la liberación de los precios y de la empresa, no quiere ni la li bertad ni los derechos humanos. Por tanto, obtiene
exactamente lo que quiere, cuando se le niega la libertad y el reconocimiento de sus derechos humanos. Y teniendo lo que quiere,
de hecho es libre.
Como no quiere la libertad -que se deriva de la liberación de los precios- obtiene lo que quiere cuando se le quita la libertad.
Por esto, en la sociedad burguesa todos siempre son libres, tanto los ciudadanos reconocidos como los perseguidos, los ricos y los
pobres. Esta [157] invocación de la libertad -un verdadero «llamado de la selva»- incita al metafísico empresarial a salir «del
campo lírico de la conversación para llegar al campo de la acción... demostremos con hechos que el régimen de libre empresa sabe
responder al reto de las inquietudes de la época en que vivimos». (ibid).