No Jactancia Sino Confianza
No Jactancia Sino Confianza
No Jactancia Sino Confianza
Sus Epístolas a los Romanos, a los Gálatas, a los Efesios, y, en verdad, todos
sus escritos, son como cañones que transportados al frente de batalla, arrojan
proyectiles hirvientes contra la propia idea de salvación por las obras de la ley.
“Por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él”,
afirma, “porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado”. En el
transcurso de la historia de la Iglesia cristiana, este viejo conflicto fue renovado
con vehemencia por Martín Lutero y sus hermanos reformadores, contra la
iglesia de Roma. No deben pensar que el punto clave de la diferencia entre
protestantes y católicos radica en el deber de obediencia al respetable anciano
caballero de Roma, o en que si debemos pedirles a nuestros ministros que se
vistan de azul, púrpura y lino fino, o con ropas comunes, como nosotros. Esas
bagatelas pueden cobrar importancia como signos ostensibles de profesión, pero
no son el principal tema en disputa. Constituyen simplemente la parte superficial
de la controversia.
El mundo exterior está convencido que será salvo por sus propias obras. La
huestes de los elegidos de Dios, desnudados de su propia justicia y vestidos con
la justicia de Cristo, están, cada uno de ellos, con su espada al cinto y su escudo
en la mano, defendiendo esta importante verdad, esta vital verdad, una verdad
del Evangelio de suma importancia. Por esta verdad, hermanos, debemos estar
preparados, cada uno de nosotros, a derramar nuestra sangre. Borrar esta verdad
o disfrazarla, equivaldría a apagar la lámpara que ilumina este mundo tenebroso,
a eliminar el único ungüento que puede sanar las heridas de esta tierra, a destruir
la única medicina que curará las enfermedades de la humanidad. “Justificados
por fe, por gracia sois salvos, no por obras, para que nadie se gloríe”.
En este momento, brevemente, consideremos una gran negación: “no por
obras”; un gran motivo: “para que nadie se gloríe”; y luego vamos a agregar, uno
tras otro y sin seguir un estricto orden, unos cuantos pensamientos relativos a
este grandioso tema.
Pierdan toda esperanza, ustedes hijos de Adán, allí donde su padre falló.
Además, hasta ese punto él había sido sin mancha. Ustedes, con una voluntad
pervertida, con una imaginación inclinada a suponer placer en el pecado, con un
juicio torcido y forzado por la depravación innata, por la infección del ejemplo,
y por la fuerza de las circunstancias, no crean que pueden permanecer rectos
donde el perfecto Adán cayó. No esperen encontrar el camino de regreso a través
de las puertas del paraíso, pues allí está todavía el querube con una espada
encendida, y ninguna carne viviente a partir de ese momento será salvada por
obras. El camino de la salvación por obras es un camino completamente
equivocado para nosotros. No sólo es infructífero, ya demostró serlo, sino que
también es inconsistente. Es vano proponerse cualquier cosa que implique una
imposibilidad. Propónganle a un hombre sin pies que camine, o a un hombre sin
ojos que distinga los colores: ustedes pueden ver la insensatez de esa propuesta;
pero ¿acaso no es igualmente absurdo recomendar a un convicto que busque la
dignidad de volverse miembro de la Cámara de los lores? Es imposible que
cualquiera de nosotros obtenga méritos ante Dios. Todos ya hemos pecado
manifiestamente. Nuestra condición presente nos excluye de entrar en la lista de
honores futuros.
¿Por qué medios podemos quitar este viejo pecado? Allí permanece.
Supongamos que obedecemos a Dios, de ahora en adelante y hasta nuestra
muerte, sin una sola falla; entonces sólo habremos hecho lo que es nuestra
obligación hacer, y lo que Dios tenía el derecho de esperar de nosotros. No habrá
ningún saldo disponible, nada que poner per contra (a cambio) de nuestros
pecados, nada a nuestro crédito que reduzca nuestro pasivo; sólo habríamos
pagado la cuenta corriente, suponiendo que eso fuera posible. La deuda anterior
todavía estaría registrada como pendiente. El viejo saldo ¿quién lo pagará?
“¡Oh!” dirá alguno, “acudimos a Cristo para eso”. No, no, señor; si debe ser por
obras, debes atenerte a las obras, pues el apóstol enseña en el capítulo 11 de
Romanos que, “Y si por gracia, ya no es por obras; y si por obras, ya no es
gracia”. Estos dos principios no aceptan mezclarse; toma el que quieras. Son
como el agua y el aceite, o, más bien, como el fuego y el agua: son opuestos. Si
Cristo va a salvarte, debe hacerlo de principio a fin. Él nunca será tu suplente,
puedes estar seguro de ello. Él no vino a este mundo para compensar unas pocas
deficiencias; no es así. Él no aceptará que te jactes, no aceptará que compartas
con Él el honor de tu salvación.
Dios exige de cada hombre una vida perfecta; habiendo pecado todos, no
podemos presentarle una vida perfecta. Ustedes han resquebrajado ese jarrón;
bien, aunque no lo sigan quebrando, ya tiene sus resquebrajaduras. “¡Oh!” me
dirán, “es sólo en un lugarcito”. Sí, pero si hay un único eslabón roto en la
cadena que saca al minero del vientre de la tierra, basta para su destrucción que
ese eslabón esté roto. No se requiere que haya una docena de eslabones
corroídos por la herrumbre; el que está roto es suficiente. Si vas a ser salvado por
obras, debes ser absolutamente perfecto, pues sería inconsistente con la justicia
de Dios que aceptara otra cosa que no fuera una obediencia perfecta de las
criaturas que están bajo Su imperio. ¿Puedes tú alcanzar esto?
¿No hay ninguna salvación, o hay salvación de alguna otra manera? ¿Debe
descender Dios y encarnarse, y en esa forma debe el Cristo de Dios sufrir hasta
la muerte, y todo para nada, pues en eso se resume todo? Si el hombre se puede
salvar a sí mismo, ¿para qué necesitan todo ese bullicio, ustedes ángeles? ¡No
canten sus villancicos! ¿Para qué necesitan esos ojos contemplativos y esa
admiración absorbente, al ver la manifestación del Señor de gloria encarnado
entre los hombres? ¿Qué necesidad hay que los profetas hablen del Cordero de
Dios, y nos señalen el sacrificio infinito? ¿Qué necesidad hay que Jesucristo
haya llevado la corona de espinas, y haya inclinado Su cabeza para morir por
nosotros? Hay hombres que dicen que nosotros podemos abrirnos camino a las
estrellas, y por nuestros méritos ubicarnos entre los benditos.
Señores, ¿qué voy a creer: que Dios llevó a cabo una obra que no se
necesitaba, o que ustedes están bajo el hechizo de un fatal engaño? “Antes bien
sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso”. No pueden encontrar ningún camino
al cielo salvo por la cruz.
Esas personas que más parlotean de la salvación por obras, ya sea que lo
reconozcan o no, realmente bajan el estándar de la santidad, y abaten la dignidad
de la ley de Dios. Cuando te pones a analizarlos detenidamente concluyes que, la
vieja historia de la obediencia sajona que Whitefield y John Vaudois
combatieron tan valientemente, es la petición del credo del hombre con justicia
propia. “Bien”, dirá, “no puedo guardar toda la ley; reconozco eso. En lo relativo
a pensamientos, y palabras, y obras, no puedo estar muy limpio, pero haré lo
mejor que pueda”. Ahora, ¿qué es esto sino rebajar por completo la ley de Dios,
porque no puedes elevarte a la altura de la ley de Dios? ¿Debe rebajarse el Dios
Todopoderoso a tus propios términos? ¿Piensas complementarte con Él?
¿Pueden tus miserables centavos satisfacer una ley divina? Eso no sucederá
nunca. “El cielo y la tierra pasarán”, dice Cristo, “pero ni una jota ni una tilde
pasará de la ley”. Esta es la Palabra de Dios pronunciada en el Sinaí: “Maldito
todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley,
para hacerlas”. Dios no aceptará un pago parcial. Permítanme decirles, señores,
que la santidad es algo muy diferente a la moralidad de la que se jactan algunos.
Vamos, casi me quedo sin aliento cuando me encuentro con la moralidad de
algunos hombres, de la que tanto hablan.
Me parece que oigo que alguien dice: “nosotros no afirmamos que los
hombres han de ser salvos enteramente por obras, sino en parte por la gracia de
Dios, y en parte por sus propias obras”. Bien, voy a suponer por un momento
que este extraño monstruo pueda ser fabricado: un santo compuesto de gracia en
parte, y en parte de obras. Entonces, ¿en qué proporción se van a juntar estas dos
cualidades opuestas? ¿Cuánto de gracia, y cuánto de obras? ¿La mitad de obras?
Sí. Entonces, ¿qué pasaría con esos pobres individuos que no logran alcanzar la
mitad? Bien, ¿la cuarta parte de obras? Sí. Y luego ¿tres cuartas partes de gracia?
Bien, tal vez un poco más o un poco menos. Algún setenta y cinco por ciento de
obras, algún cincuenta por ciento de obras, o algún quince por ciento de obras, y
así sucesivamente. Tendrían que arreglar los porcentajes muy precisamente,
ustedes saben; y tengan por seguro que tan pronto encontraran la exacta
proporción de su salvación que fuera por obras, en esa misma proporción
comenzarían a jactarse. Deberían saberlo, y no pienso que serían de culpar si así
lo hicieran. El hombre diría: “ahora, heme aquí salvo a medias por mis obras.
Aquí hay muchos de esos pobres creyentes en Cristo que fueron salvos
completamente por gracia, pero yo he contribuido a mi salvación, por mis
propios medios, un justo cincuenta por ciento. No me importa alzar mi corona si
es un poco nada más, en un simple reconocimiento que recibí cierta ayuda para
ponerla en mi cabeza, pero no voy a arrojarla a Sus pies, pues cada hombre tiene
el derecho que merece”.
Señores, si me fuera posible patear alrededor del mundo esta idea del mérito
humano, como una pelota de fútbol; si fuera posible exponerla al escarnio
público y recubrirla con todo tipo de inmundicia, pienso que tendría todo el
apoyo del apóstol Pablo, que estaría de pie a mi lado, diciendo: “Pero cuantas
cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo.
Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del
conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor”; y yo lo oiría decir de su justicia propia:
“la tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él”. No pudo haber
usado una figura más cruda, ni una que expresara más plenamente su profundo
desprecio por toda cosa semejante a la justicia propia. “La tengo por basura, para
ganar a Cristo, y ser hallado en él”. “Para que nadie se gloríe”. Esta es una buena
razón suficiente del por qué la salvación no debe ser por obras. Ahora:
La gran pregunta es, “¿qué dicen las Escrituras? ¿Qué dice el antiguo
Libro?” Si no enseña que la salvación de un pecador es enteramente por gracia, y
no por obras, no enseña nada en absoluto, y no hay palabras en ningún idioma
que tengan significado alguno. Primero debo ser conducido a creer que lo negro
es blanco, y que Dios ha escrito un libro para engañarnos a propósito e
intencionalmente, antes de que pueda creer que la salvación es por obras; pues
las expresiones acerca de este asunto no son pocas, no son casuales, no son
oscuras ni misteriosas, no son metafóricas. Son claras, simples, y obvias.
Cada uno de nosotros debe recordar que una buena parte de ese producto
conocido en este mundo con el nombre de buenas obras, no es buenas obras para
nada. ¿Qué es una buena obra? Me aventuro a decir que cualquier cosa que tenga
en sí el elemento del egoísmo no es buena. Ustedes podrán cuestionar eso, pero
yo pienso que la virtud más elevada es ser abnegado. Si un hombre es virtuoso,
como decimos, con el propósito de beneficiarse a sí mismo, ¿no ha estropeado su
virtud? El simple propósito de buscar méritos en lo que hace, echa a perder la
posibilidad de mérito. Un hombre no es un siervo de Dios cuando se está
sirviendo únicamente a sí mismo. Es solamente cuando se desprende del yo que
se vuelve verdaderamente bueno.
Orar puede ser bueno o no, y todo depende de que sea una oración real.
Asistir a la Casa de Dios, dar limosna a los pobres, puede ser bueno o no, según
el corazón. Pero los deberes externos no son buenas obras. Es más, aunque un
hombre fuera intachable en su vida externa, pero el motivo fuera avieso y los
deseos inmundos, todas sus obras tendrían el sabor de la fuente de donde
provinieron, y no serían buenas a los ojos de Dios. ¿Nunca se les ha ocurrido que
en nuestras obras el corazón debe ser siempre el tema de importancia?
Lo mismo sucede con la virtud; la mejor y más elevada de las buenas obras
es esa que brota del amor, del amor real a Dios. Ahora, ¿dónde encuentran esto?
¿Acaso lo encuentran en el hombre que rechaza a Cristo? No; sus obras son
producto de un miedo esclavizado: no sirve a Dios por amor, sino porque tiembla
al pensar en el infierno. Pero cuando un alma es conducida a confiar en Jesús,
entonces el corazón ama a Dios y el servicio de Dios se convierte en un gran
deleite; y el hombre que dice: “yo no soy salvo por obras”, trabaja diez veces
más duro de lo que lo habría hecho jamás, si hubiera esperado ser salvado por
sus propias acciones, y sus obras son mejores obras, porque las ha llevado a cabo
con un amor ferviente que infunde en ellas una excelencia sagrada que de otra
forma no habría estado allí.
Sea por siempre conocido y entendido, que cuando predicamos salvación por
gracia, no menospreciamos la moralidad. No, hermanos, más bien la exaltamos.
Les daré una prueba. Hay un hospital que es gratuito para todos los enfermos.
Pero hay un convencimiento en toda la ciudad que nadie puede entrar allí, salvo
aquéllos que hacen algo para sanarse a sí mismos. Ahora, voy a suponer que soy
enviado como misionero para ir a los enfermos y decirles que su propia salud no
cuesta nada, que tienen que venir a las puertas del hospital tal como están, que
en el hospital consideran a la enfermedad como una cualidad, mas no así a la
salud. Alguien diría: “aquí tenemos a este hombre menospreciando la salud”.
Querido hermano mío, no estoy haciendo tal cosa. ¿Piensas que estoy tratando
de meter a estos enfermos al hospital, si no valorara la salud? No es la salud lo
que menosprecio; es la charlatanería que remeda la salud; es este empiricismo
que oculta las enfermedades de los hombres, el que debe ser tratado de otra
manera. Vamos, si miles de personas en Londres se estuvieran muriendo porque
tuvieran la creencia que no podrían ser recibidos en el hospital a menos que ellos
se se sanaran a sí mismos, ciertamente sería la obra más generosa y grandiosa
que un hombre pudiera hacer y el medio más rápido de promover la salud
popular, ir y desengañar a los hombres acerca de esa noción absurda.
Hermano, si cuando te invitamos a venir a Cristo te dijéramos que, después
de venir a Él, puedes seguir viviendo en pecado como lo hacías antes, seríamos
dignos de la horca. Pero cuando te decimos que Cristo es un Médico, y Su
Iglesia es un hospital, y que Él te puede sanar aunque vivas en el pecado, de
ninguna manera estamos desacreditando tu moralidad, sino únicamente te
estamos diciendo que la moralidad es una solemne charlatanería, hasta tanto no
vengas a Cristo.
Si hay alguien aquí presente que piense que puede ser salvado por sus
propias obras, no tengo ningún Evangelio que predicarle; no voy a interferir con
él. Mi Señor ha dicho que los que no están enfermos no tienen necesidad de un
médico. La gente buena, la gente virtuosa, la gente excelente, todos ustedes que
están yendo al cielo por su propia cuenta, no contiendan con nosotros, pobres
pecadores, porque elijamos tener lo que ustedes desprecian. Si no quieren la
medicina, dejen que nosotros la tomemos, y no guarden amargura si elegimos
otro camino diferente al de ustedes. Si su camino es lo suficientemente espacioso
y hay suficientes acompañantes en él, no nos molesten si elegimos el camino
angosto.
Ahora, ya sea que hayan sido rectos o impíos, que puedan clamar al cielo o
que se lamenten porque están hundidos profundamente en el cieno del pecado,
vayan, estiren la mano y tomen a Cristo; vuelvan sus ojos a Jesús muriendo en la
cruz del Calvario, y mírenlo:
Hay vida en este instante para ti. Yo quisiera que cada uno en esta inmensa
congregación mirara a mi Señor. Hay suficiente gracia en Cristo para cada uno
de ustedes. Ningún pecador se ha perdido jamás porque haya habido alguna
restricción en Cristo; no, sino porque no han querido venir pensando que eran
demasiados buenos para Él. Vengan como están (tal como están), y confíen en
Cristo; y entonces, fíjense bien, serán salvos. Serán salvados del amor al pecado;
serán salvados de su poder; empezarán una vida nueva y santa; a partir de ahora
estarán llenos de buenas obras que abundarán para la gloria de Dios; y con estas
buenas obras sobre ustedes, serán como un árbol que está cargado de ricos
frutos, aceptable a Dios. Sin embargo, su raíz no será su fruto, sino que será su fe
simple en un precioso Cristo, acerca de Quien les he hablado esta noche. Que
Dios los bendiga. Amén.
(1) Upas tree: Es un árbol nativo del sudeste asiático que produce un látex
extremadamente venenoso. [volver]
(2) Maypole: Término que unos traducen como “Danza de cintas”, en la que los
bailarines danzan girando alrededor de un palo mientras sujetan unas cintas que
van trenzando con su pasos. Una traducción más literal puede ser Palo de Mayo
ya que la danza alrededor del palo se realizaba en el mes de Mayo. [volver]