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3.5 - Dare Me

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Esta traducción fue realizada sin fines de lucro por la cual no tiene costo alguno.

Es una traducción hecha por fans y para fans.

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Dicen que ella está loca.

No lo está.

Ellos no saben la verdad.

Ella sí. El problema es, ella no siempre la recuerda.

Pero yo sí recuerdo.

Mi nombre es Dare DuBray.

Estoy enamorado de una chica que es errática, hermosa y un poco loca.

Pero está bien.

Todos estamos un poco locos, ¿verdad?


Capítulo 1
La realidad simplemente se trata de una noción, en serio.

Es fluida. Cambia, se tuerce y no siempre es lo que parece.

Ciertamente, eso es algo que he llegado a aprender.

Por ejemplo, tomemos en cuenta mi realidad ahora mismo.

Miro más allá del cuarto abarrotado hacia ella, hacia Calla. Mi Calla.

Está sentada en medio de gente trastornada, los verdaderos locos. Sin


embargo, se ve completamente elegante, cautivadora en su belleza, al tiempo que
usa un fino vestido de hospital. Es esbelta y femenina, exquisita, sin embargo
fuerte. Grácil y etéreo, su cabello rojizo oscuro cae suavemente alrededor de sus
hombros, sus ojos enormes, azules y brillantes. Tiene la curiosidad de un niño, y
posee ese extraño “algo” que las mujeres pagarían fortunas por adquirir.

Alza sus ojos, y me ve observándola. Sonríe con timidez y aparta la


mirada, ocultando el rostro detrás de la cortina de su cabello.

En este momento, ella no sabe que es mía.

Lo hará, por supuesto. Recordará, porque siempre recuerda, una vez que
tenga todas las piezas y las una. Pero ahora, es ajena. Y aunque debiera ser algo
difícil para mí, casi imposible, no lo es. Porque tengo fe que siempre llegará a
pasar de la manera en que debería.

Sin embargo, ahora, debo enamorarla. Debo conquistarla. Debo permitirle


llegar a conocerme.

Otra vez.

Todo comienza con un hola.

Camino hasta ella con determinación. No camino sin prisas o me acerco


casualmente. Ella alza su mirada y sus ojos se agrandan.

—¿Está ocupado este asiento? —le pregunto, siempre lo hago. Mi acento


es inconfundiblemente británico. Está sorprendida, un ciervo cautivado por las
farolas. Pero sonríe y me señala la silla. Su brazalete del hospital rodea su delgada
muñeca. Calla Elizabeth Price, mujer, dice.

Pero ella es mucho más que eso.

—Adelante —me dice, y sus ojos brillan. Se está mordiendo las uñas
nuevamente, noto, cuando miro su mano. Quiero recordarle que se detenga pero
no puedo. Todavía no. No se supone que la conozca detalladamente.

Le sonrío. Se ruboriza. La línea de sus pómulos se tiñe de un bonito rojo.


Me encanta cuando sucede eso.

—Soy Adair DuBray —le digo—. Pero puedes llamarme Dare.

—Soy Calla —me dice—. Como el lirio de funeral. Un gusto conocerte. —


Me mira de arriba abajo, midiéndome abiertamente—. ¿Por qué estás aquí en el
hospital? De seguro no es por el café. —Mira la taza de café en mi mano.

—¿Sabes que me gusta jugar?—le pregunto casualmente, bebiendo de la


taza de poliestireno. No se permite el vidrio aquí. Por supuesto, no quiero
mentirle, pero tampoco puedo contarle la verdad. Por lo que la clave es la
evasión.

—No, ¿qué? —Frunce el ceño.

—Veinte preguntas. De esa forma, sé que al final del juego, no habrá más.
Preguntas quiero decir.

Calla se sorprende por tan solo un instante, para después curvar su boca
en una sonrisa.

—¿Odias las preguntas también? —pregunta—. Estoy tan cansada de


hablar de mí en este lugar que podría morir.

—No lo harás —le aseguro con suavidad. Ella arquea una ceja.

—¿No moriré? —Su boca se crispa—. ¿Cómo puedes estar tan seguro?

—He visto cosas —le digo, meneando mis cejas—. Cosas oscuras.

Hablo en serio, pero se ríe, porque lo dije como si se tratara de una broma.
No estoy bromeando, pero ella no tiene manera de saberlo.

—Bueno, bien —decide—. No estoy lista para morir, me temo.


—No temas —le digo, y la miro directamente a los ojos—. Nunca tengas
miedo.

Ahora está incómoda, y he ido demasiado lejos. Retrocedo, sonriendo


casualmente.

—¿A qué hora es el almuerzo en este lugar? —pregunto, intentando


cambiar de tema. Calla mira hacia el estéril reloj en la estéril pared. No pertenece
a este lugar, pero no está enojada al respecto.

—A las once —contesta—. Hagas lo que hagas, no comas el pollo.

—¿Tenemos elección? —Estoy sorprendido por eso. Asumí que seríamos


alimentados con una asquerosidad en una bandeja de plástico con múltiples
divisiones. Ella asiente.

—Sí, si quieres llamarlo así. Tienes que elegir entre Malo o Peor. —Su
diente tira de su labio, y sus ojos se mueven hacia mí—. ¿Por qué estás aquí?

Le regreso la mirada sin parpadear.

—¿Es una pregunta oficial?

Vuelve a poner sus ojos en blanco, pero asiente.

—Estoy aquí de visita. Sin embargo, les hice pensar que soy un paciente.

Ahora sonríe, divertida.

—Entonces, ¿estás encubierto?

Asiento, muy seriamente.

—Sí. Supongo que podrías decirlo así.

—Bueno —me sigue la corriente—. ¿Cuál es el diagnóstico de tu cubierta?

Vuelvo a arquear una ceja.

—¿Pregunta número dos ya? ¿No preferirías descubrir esta por tu cuenta?
Eso sería más entretenido.

Ahora se carcajea.

—Tal vez tienes paranoia. Indudablemente eres reservado.


Sonrío.

—Secretos. Todo el mundo los tiene, Calla. Incluso tú.

Se sobresalta y parece retirarse hacia atrás físicamente.

—Pareciera como si he vivido eso antes —dice y sus ojos están


preocupados.

—¿No detestas el déja vù? —pregunto fácilmente.

—Sí —responde únicamente—. Lo detesto.

—Bueno, no le prestes atención —le digo y no puedo evitarlo, alargo mi


mano y sujeto su mano en la mía. Sus delgados dedos estás fríos, y necesita un
suéter—. Deberías ir a buscar un chal y saldremos a dar un paseo afuera.

Me mira con fijeza, su mirada brillante y clara.

—No tengo el privilegio de que se me permita salir todavía —me dice, y


aparta su mano, apretándola contra su pecho.

—Comprobar si llueve entonces —digo a la ligera. Asiente.

—Siento como si te hubiera conocido antes —dice—. ¿Es algo tonto?

No. Me conoces por dentro y fuera, completamente.

—Supongo que tengo ese tipo de rostro. —Me encojo de hombros.

—Eres británico, pero tu apellido es francés —señala, pero es cuidadosa


de no usar una pregunta.

—Soy un enigma —le digo, y me reclino en mi asiento. Ella se pone de pie.

—Sobre eso, no tengo duda.

Se aleja, pero se detiene en la puerta, y cuando lo hace, regresa su mirada.

Hacia mí.

Sin embargo, se marcha, fuera de la vista. Cuando se ha ido, siento el vacío


de su ausencia de inmediato. Me siento como la luna debe sentirse cada mañana
cuando el sol sale.

Frío.
Capítulo 2
Los hospitales mentales no son tranquilos de noche.

Los gritos rebotan a través de los corredores, no porque los pacientes estén
siendo heridos, sino porque algunos creen que lo están, y otros simplemente
tienen miedo. Miedo de la oscuridad, miedo a lo desconocido, miedo de estar
solos. El miedo es el arma más poderosa, y tendemos a blandirlo sobre nosotros
mismos.

Espero en mi angosta cama, mis sábanas perfectamente dobladas a la


altura de la cintura. Miro fijamente el techo y cuento los cuadrados mientras
escucho a las enfermeras. Están haciendo sus rondas en este momento, una
puerta tras otra, asomándose dentro y comprobando. Espero hasta que me ven,
y entonces me incorporo y meto los pies en mis pantuflas.

Sé dónde está ella.

Es lo primero que hice cuando llegué… escurrirme por el pasillo y


encontrarla.

Está ahí ahora, en su habitación, con la puerta levemente entreabierta. A


ella nunca le gusta la puerta cerrada. La hace sentir encerrada. Siempre ha sido
de esa manera.

Comprobando el corredor vacío en busca de enfermeras, y sin encontrar


ninguna, me asomo en la habitación de Calla.

Está sentada en el borde de la cama, etérea y encantadora, incluso en una


bata de hospital. Hay una ventana, con cristales resistentes a roturas, por
supuesto; y la luna brilla dentro. La luz de la luna hace que la piel de Calla se vea
todavía más pálida, y sus ojos incluso más luminosos.

Empujo la puerta, y mira sobre su hombros y cuando nuestras miradas se


encuentran, ella se sobresalta para relajarse.

—Dare, ¿cierto? —pregunta, aunque sé que no lo ha olvidado.

Asiento.
—Síp. Todo el día y toda la noche.

Sonríe, y sus dedos juegan con la pulsera del hospital.

—¿Qué te trae a mi habitación, Dare? —Su pregunta es suave, pero no es


tímida. Sus ojos encuentran los míos y casi es desafiantemente segura. Supongo
que tiene que serlo en este lugar. Sabe que no pertenece, y sin embargo
permanece aquí.

—Estoy inquieto —le cuento—. ¿Te importa si entro?

Se encoge de hombros, y vuelve a sonreír.

—Siéntete como en casa —ofrece—. Pero si la enfermera Helga pasa, tienes


que esconderte debajo de la cama.

Se ríe.

—Eso es lo que pienso cuando la veo también —le digo—. ¿La enorme
enfermera con puño de hierro y moño rubio?

Calla asiente.

—Claro. Las otras son agradables.

—La enfermera Helga me dio un pinchazo en el trasero cuando llegué —


digo, y me froto el lugar ante el simple recuerdo—. Todavía duele.

Ahora ríe, escandalosamente divertida por mi dolor.

—La idea de que te hayas inclinado sobre una mesa para recibir un
pinchazo… —Todavía está riendo, y eso me hace sonreír.

—Gracias por reír de mi dolor —le digo irónicamente; y sigue riendo.


Cuando finalmente se detiene, me examina.

—No perteneces aquí —dice abruptamente, y se pone repentinamente


seria. Sus dedos han dejado de moverse inquietos y su mirada es directa.

Mira fijamente en mis pensamientos, en mi alma.

Me hace querer estremecerme.

¿Qué es lo que ve?

Me encojo de hombros.
—¿Alguno de nosotros cree que pertenece aquí?

Ahora es ella quien se está encogiendo de hombros.

—Probablemente no. —Hace un gesto hacia el espacio vacío en la cama


junto a ella—. Ya estás aquí. Podrías sentarte.

Está intentando ser indiferente, pero la conozco.

La conozco tan bien que duele.

Y se está muriendo por llegar a conocerme.

Nuevamente.

Sin embargo tomo asiento, como si nunca la hubiese besado o abrazado.


Como si no conociera su cuerpo como la palma de mi mano. Tengo cuidado ahora
de permanecer a una distancia respetable, asegurándome de que mi pierna no
toque la de ella, aunque han estado entrelazadas antes.

Por un momento, pienso en Whitley, la finca donde nos conocimos por


primera vez hace tanto tiempo. Recuerdo los jardines ocultos, y puedo oler los
aromas de las flores floreciendo de noche, la lluvia sobre el césped, las cosas
oscuras en la noche.

Ahí es donde la tuve por primera vez.

Ahí es donde supimos por primera vez que estábamos enamorados, y


ligados de alguna manera inexplicable.

Ahí es donde preferiría estar ahora, sin importar qué otras pesadillas
contenía Whitley, siempre contenía a Calla.

Y eso es todo lo que importa.

—Cuéntame de ti —dice con suavidad.

—No —respondo de inmediato. Porque no es así como hacemos esto—.


Tienes veinte preguntas. ¿Recuerdas?

Me estudia por un minuto, luego aparta los ojos.

—No me gustan los juegos.

Eso hace que alce la cabeza de pronto.


—¿Desde cuándo? —pregunto antes de poder detenerme y me mira con
curiosidad.

—Desde siempre —contesta.

Pero eso no es cierto.

Esto es diferente. ¿Por qué?

Por supuesto, no puedo preguntar. No puedo decir nada.

Así que en vez de eso, me acomodo en la cama, apoyándome sobre un


codo.

—No pareciera que perteneces aquí, tampoco.

Lo piensa.

—Bueno, si no perteneciera, ¿cómo lo sabría? Dudo que la gente loca sepa


si estás locos.

—No estás loca. —Mis palabras son firmes.

—Eso no es lo que ellos dicen.

Sus ojos son tan luminosos, como dos lunas azules. Me inclino hacia ella.

—Sé que no lo estás.

—No me conoces —señala.

—Lo sé todo sobre ti.

Me mira fijamente y ni siquiera se inmuta.

—Oh, ¿en serio? Dime.

—Tu nombre es Calla Elizabeth Price. Eres hermosa. Eres fuerte. Te


muerdes las uñas. No duermes bien. Confías en los extraños, a pesar de que no
deberías. Odias que la puerta esté cerrada. No te gustan los calcetines.

Anuncio todos estos hechos triunfadoramente, pero pone sus ojos en


blanco.

—Aprendiste todo eso al sentarte aquí conmigo.


Arqueo una ceja.

—¿Y? todavía sé que todo es cierto.

Niega con la cabeza ahora, y el gesto es apesadumbrado.

—Las cosas no siempre son lo que parecen, Dare.

—Oh, sé que es cierto —me muestro de acuerdo—. Mucho más de lo que


sabes.

—¿Por qué hablas en acertijos? —exige—. Tienes sentido sin tenerlo. ¿Es
tu diagnóstico aquí? ¿Desorientación de la realidad?

Me desternillo de risa.

—La realidad es fluida —le digo—. Sabes eso.

Suspira.

—Sabía que eras demasiado bueno para ser verdad. Desorientación de la


realidad. Eres delirante.

—¿Lo soy? —pregunto suavemente, y sus labios son tan regordetes, y pasa
la lengua a lo largo de estos—. ¿Demasiado bueno para ser verdad?

Vacila.

—Soy bueno —le aseguro—. Y estoy aquí.

Decido ir hacia adelante, tomar su mano, y pasar mi pulgar sobre el de


ella, mientras equilibro nuestras manos sobre mi pierna.

—¿Lo sientes? —pregunto—. Tenemos una conexión, tú y yo. ¿Puedes


sentirla?

Inhala temblorosamente, y sus ojos se van cerrando.

—Se llama química —dice con suavidad—. Decir otra cosa sería algo de
locos.

—Pero, ¿no es eso lo que dijiste que somos? —pregunto, y me inclino, y


mis labios se unen a los de ella porque no puedo esperar un segundo más para
saborearla nuevamente.
Sus labios se derriten contra los míos, y sabe a zarzamoras, tal y como
recuerdo.

Es un beso dulce, cálido y eléctrico, y no se aparta hasta que yo lo hago.

Cuando nos separamos, se ve tan temblorosa como me siento.

—No puedo esperar a conocerte —le digo suavemente a la vez que me


deslizo de la cama y camino hacia la puerta.

Dejo la puerta entreabierta para ella.

Tal y como le gusta.


Capítulo 3
Encuentro a Calla en el jardín a la mañana, o el intento del establecimiento
de parecerse a un jardín. En realidad se trata de una gran terraza con algunas
plantas en macetas.

Ella está en el banco, mirando fijamente en la distancia.

Al principio, me pregunto si está medicada, pero entonces parpadea, y


nota mi presencia.

—Oh, hola —murmura, y mete su larga cabello rojo hacia atrás con los
dedos. Sus mejillas se tiñen de rosa y recuerda nuestro beso.

—Bueno días —saludo cortésmente—. Veo que ahora tienes privilegios de


salir afuera. ¿Dormiste bien?

—No suelo dormir bien —admite—. Sueños malos, ya sabes.

Me siento a su lado.

—¿Sobre qué sueñas?

Se encoge de hombros.

—Mi hermano, mayormente.

—¿Tienes un hermano? —pregunto, como si no lo supiera. Ella asiente.

—Sí. Lo tuve. Somos gemelos. Quiero decir, lo éramos. Se ha ido.

—Lo siento —digo, mi voz es baja—. ¿Te encuentras bien?

—Qué manera tan británica de preguntarlo —señala.

—Esa es la cosa más malvada que me has dicho.

Se ríe, pero no sabe por qué.

—Voy a conseguirnos algo de desayuno —le digo—. Comamos acá fuera.

Asiente mostrando su aceptación.


—Está bien.

Voy a la cafetería y lleno dos platos con desayuno… huevos revueltos,


tostadas secas y trozos de fruta que parecen caramelos de maíz.

Cuando vuelvo a llegar hasta Calla, está sentada en el césped, sus piernas
dobladas debajo de ella.

—Te va a dar comezón —indico, poniendo la bandeja en su regazo.

—No importa —responde. Es tímida ahora, tomando su tostada, y agarro


la mía y le doy un buen mordisco.

—Cuéntame de ti —sugiero.

Traga.

—¿Qué quieres saber?

Sonrío.

—Todo.

Pone los ojos en blanco y el azul brilla en el sol, un azul cerúleo, como si
perteneciera al océano al lado de Atenea.

—Crecí en una casa funeraria —me dice—. ¿Qué más hay que contar?

—Si piensas que eso me espantará, te equivocas.

Me mira fijamente.

—¿Qué pasa contigo? De verdad. ¿Cuál es tu diagnóstico?

Me río.

—El mismo que el tuyo, probablemente. Delirante. Pero no lo estoy. ¡Soy


inocente, oficial!

Sus labios se curvan y mastica delicadamente.

—Mi hermano Finn murió. Mi madre también murió. Tengo un padre,


pero no somos cercanos. Ya no.

—¿Por qué?
—Porque no puede soportar verme aquí —dice, y su rostro está tan dolido.

—Entonces cámbialo —sugiero.

Fija su mirada en mí.

—Si pudiera descubrir cómo, lo haría.

No puedo decirle cómo, o pensaría que estoy loco de verdad, así que me
muerdo la lengua y permanezco en silencio.

—Cuéntame sobre ti —dice y es firme.

—Soy de Inglaterra —le digo. Pone sus ojos en blanco.

—Eso es obvio. Cuéntame algo que no sepa.

Pienso en eso. Ella lo sabe todo de mí. Simplemente no lo recuerda. Intento


pensar en algo que le guste… entonces se me viene a la mente.

—Tengo un tatuaje —le digo, y se sorprende por eso.

—¿De qué?

—Palabras. Dice VIVE LIBRE. Está en mi espalda.

—Muéstramelo.

Sin detenerme, bajo mi bata de hospital y giro mi espalda hacia ella. Siento
sus dedos trazando las grandes letras.

Su piel es cálida contra la mía, sus dedos curiosos. Toca mis omóplatos, mi
columna, mi cuello. Siento la electricidad en su tacto, es una corriente que fluye
debajo de mi piel, conectándonos.

—Vive libre —susurra, sus palabras muy suaves—. Me encanta.

Sus dedos dejan de moverse y me doy la vuelta, volviendo a subir mi bata.

—¿Lo haces? —me pregunta—. ¿Vives libre?

Me encojo de hombros.

—Lo intento.

Ahora está inmóvil y sus ojos vidriosos.


—Siento… siento que hemos estado aquí antes de alguna manera —
murmura. Y está confundida.

—¿Déjà vu? —sugiero.

Reflexiona sobre eso.

—No lo sé.

—¿Te sientes de esta manera a menudo?

No responde. En cambio dice:

—Odio esta sensación.

Deseo tanto poder quitarle esa confusión y disgusto que hago lo único en
lo que puedo pensar.

La beso.

Sus labios son suaves y se amoldan a los míos, y sus manos… suben y
sujetan mi espalda, sus dedos clavándose en mis costillas. Se aferra a mí como si
yo fuera un salvavidas y tal vez lo sea. Suspira en mi boca y para esto es que vivo.

Se amolda contra mí, estoy sosteniéndola, y nos besamos y besamos en el


sol de la mañana.

Y entonces somos separados por los enfermeros y las enfermeras, porque


besarse va en contra de las reglas.

Es llevada por las enfermeras, y mira por encima de su hombro en mi


dirección y sus ojos son tan grandes y tan familiares.

Su mirada encuentra la mía y estamos conectados.

Ellos no pueden mantenernos separados.

Espero que lo sepa.


Capítulo 4
—Cuando me sonríes, siento como si me estuvieras a desafiando a hacer
algo —dice Calla, y sus palabras son rítmicas, muy suaves.

Estamos sentados en su habitación otra vez, los dos en el suelo. Nuestras


piernas están en V, nuestros pies tocándose. Estamos atentos a las enfermeras
mientras hablamos en voz baja.

—Tal vez lo estoy.

Ella hace una pausa.

—¿A qué me estás desafiando?

Me inclino hacia ella, mi mano en su rodilla.

—A todo.

Retrocede, a la vez que inhala a través de sus labios.

—Hay algo sobre ti… —susurra—. Te conozco. Pero no lo hago. Siento


como si debería confiar en ti, pero también siento que no debería. Es… eres un
enigma.

Me río entre dientes.

—Sí, ese soy yo.

—Lo eres —insiste.

Su mano se aferra a la mía ahora, y me encanta todo sobre ello. Amo la


calidez, la forma, la fuerza de sus dedos. Conozco esos dedos como conozco los
míos. Llevo su mano a mi boca.

Ella parpadea, y su piel es de alabastro.

Mantiene su mano allí, sus dedos tiemblan mientras contornea mis labios.
Cierro los ojos, y su tacto es eléctrico.

—¿Puedo? —susurra, y antes de poder decir algo, sus cálidos labios


cubren los míos.
Es tímida al principio, suave y dulce. El beso es una miríada de cosas. Es
cálido, familiar, salvaje y eléctrico. Es pararse en la lluvia con rayos impactando
alrededor de nosotros y es acurrucarse junto a un fuego crepitante. Es todo.

Los brazos de Calla rodean mi cuello y me acerca, y la química, Dios


todopoderoso, la química. Puedo sentirla. Sisea en mis venas, y es abrumadora.

Respira rápidamente en mi boca, con pequeños jadeos, y sus ojos se


agrandan, mirando en los míos.

Se aparta.

—No quiero dejarte ir —admite—. No quiero perderte.

Sé por qué se siente de esa manera, y me siento igual, la agarro y la abrazo


enfrente de la ventana.

Ella es tan menuda, tan femenina, y su largo cabello rojo se derrama sobre
mi brazo.

Mi mano se desvía por su brazo, a lo largo de sus dedos, a lo largo de su


muslo. Se empuja contra mí, los huesos de sus caderas pegándose contra mí, y
empuja y gime, y me mira.

—Quiero hacer más —me dice—. Pero tengo miedo. Nunca he…

Miro en sus ojos azules. Son tan oscuros en este momento que parecen
negros. Oscuros con la noche, oscuros con necesidad de mí.

—¿Nunca has hecho el amor? —pregunto, mi voz es ronca.

Niega con la cabeza.

—No, no lo he hecho.

Está avergonzada, pero no debería estarlo.

Ella ha hecho el amor. A mí. Pero como todo lo demás, no lo recuerda.


Como todo lo demás, lo estaremos haciendo de nuevo por “primera vez”.

—Está bien —le digo—. No nos apresuraremos.

Asiente y su cabeza baja a mi pecho. Escucha mi corazón por un momento,


luego inclina su cabeza hacia arriba.
—No obstante, estoy impaciente.

Me río entre dientes, porque lo está. Meto un mechón de cabello detrás de


su oreja. Incluso su lóbulo es delicado.

—Lo sé.

Su mano se encuentra de pronto sobre mí, sobre mi virilidad, y contengo


el aire, porque es tan descarada, tan sorprendente y sonríe intencionadamente.

—¿Te gusta eso? —susurra. Mueve los dedos, presionándolos contra mí—
. ¿Te gusta cuando te toco?

No está provocando. Está haciendo una pregunta sincera.

Apenas puedo responder.

—Sí —logro decir—. Mucho.

Suspira de alivio, y no puedo respirar en absoluto, mientras desliza sus


dedos a lo largo de mi longitud en la parte exterior de mis pantalones de hospital.
El material es delgado, y su mano es cálida y Dios Santo.

Gimo y aparto su mano. Toma toda mi voluntad, pero lo hago.

Porque a pesar de que esta no es nuestra primera vez, ella cree que lo es.
Y no va a suceder en el suelo encerado de una habitación de hospital.

—¿Hice algo mal? —Frunce el ceño, y se muerde el labio.

—No —me apresuro a calmarla—. Para nada. Es sólo que… mejor


esperemos. Quiero que sea más especial que… esto.

Hago un gesto hacia el suelo y ella sonríe, una sonrisa suave.

Se detiene y asiente.

—Eso es de verdad dulce —decide—. Gracias.

Se apoya contra mí de nuevo, y su cadera está contra mi entrepierna y


tengo que apretar los dientes para no girarla sobre su espalda y tomarla aquí y
ahora.

Podría ser un caballero, pero sigo siendo un hombre.


Capítulo 5
Encuentro a Calla en la sala común, sentada en un asiento junto a la
ventana, su frente presionada contra el cristal, una pierna metida debajo de ella,
la otra colgando.

Está esperando a alguien.

¿Su hermano? ¿O a mí?

Hay una manera de descubrirlo.

Cruzo la habitación rápidamente y me siento a su lado.

—¿Me extrañabas? —pregunto casualmente. Se sorprende, luego se relaja,


su mirada barriéndome de la cabeza a los pies.

—Sí —admite.

Alarga la mano, como si yo fuese el aire y ella necesitara respirar.

Sin embargo dudo, cuando un terapeuta nos ve.

—Vayamos a dar un paseo —sugiero en cambio—. ¿Tienes tiempo?

Asiente, se desliza del asiento y toma mi mano en su camino hacia el


exterior. No quiero levantar las sospechas del personal porque no quiero que nos
estén revisando más de lo normal. Pero no puedo apartar mi mano tampoco.

Nuestras manos entrelazadas se sienten como un vínculo inquebrantable.

Aprieto mi asidero.

—Las flores están brotando —señala a medida que caminamos hacia el


estanque. Es más como un charco, pero tiene patos y a Calla le gusta mirarlos—.
No lo estaban ayer.

—La primavera se acerca —concuerdo.

—Detesto cuando las cosas cambian —me dice Calla con seriedad, a la vez
que saca corteza de pan de su bolsillo. Se la arroja a las aves, observándolas
descender sobre ésta.
—Los cambios pueden ser buenos —le digo.

—A veces.

—Tómame como ejemplo —digo—. Podría cambiar todo para ti.

Su labio se alza.

—¿Todo? Eso es un poco arrogante, ¿no crees?

—Sí —concuerdo—. Lo es.

Se ríe y le gusta mi respuesta. Le gusto. Todavía. Siempre.

—Soñé contigo anoche —me dice en voz baja, como si me estuviera


confesando algo secreto. La estudio. Está seria, pensativa.

—¿Sí? —respondo—. ¿Qué estaba haciendo yo?

Sonríe.

—Cosas malas. Pero muy buenas. —Su voz es sugestiva, y mi entrepierna


se aprieta en respuesta. No puedo evitar preguntarme si estuvo soñando
recuerdos, o si estuvo soñando deseos.

—Soy bueno en hacer de los sueños una realidad —ofrezco, y se ríe.

—Lo apuesto.

—De verdad que sí.

Pone los ojos en blanco y recoge una piedra, lanzándola a través de la


diminuta piscina de agua.

Le enseñé a hacer eso

—Me estabas lamiendo. En mi sueño —dice, y me echa un vistazo, y sus


mejillas enrojecen.

Dulce Jesús. Trago saliva.

—¿Lamerte?

Asiente, sus mejillas de un rojo brillante.

—Sí. Allí… abajo.


—Ese es el único lugar en el que estar —ofrezco. Se ruboriza todavía más—
. Como dije. Soy bueno en hacer realidad los sueños.

Se detiene.

—¿La gente de verdad hace eso?

—Claro que sí —le aseguro—. Es muy normal.

—He escuchado de eso, obviamente —dice con delicadeza—. Solo que


nunca lo he hecho.

Sí, lo has hecho. Pero no lo digo.

—Bueno, soy un muy buen maestro. —Eso es lo que verdaderamente digo.

—Hay una excursión el viernes —dice, cambiando de tema—. Nos van a


llevar a un pequeño festival de artesanía. ¿Vas a ir?

—Ahora iré —le digo.

Ella sonríe.
Capítulo 6
Soy el que está soñando esta noche.

Me retuerzo, doy vueltas, y sueño con mis recuerdos.

Calla y yo estamos en el bote, meciéndonos en el oleaje del océano. Está usando un


vestido de verano y un sombrero de ala ancha, y mi cabeza está en su regazo.

—¿Me amas? —pregunta, y sonríe porque sabe la respuesta.

—Más de lo que hay estrellas —le digo, como siempre.

Está satisfecha con eso, y porque el sol se está ocultando, se quita el sombrero y lo
arroja.

—¿Has escuchado la historia de Perseo y Andrómeda?

Claro que sí. Soy el que se la contó por primera vez. Pero le sigo la corriente, y
dejo que me la cuente.

—Eran amantes —dice en una voz susurrada—. Pero la madre de Andrómeda


insultó a Poseidón, y fue condenada a morir por un monstruo marino.

—Eso apenas parece justo —digo, mordisqueando los dedos de Calla.

—Lo sé. —Asiente—. Pero no te preocupes. Perseo la salva y luego se casa con
ella. Ahora viven en las constelaciones del cielo, su amor es inmortal.

—¿No crees que el amor acaba? —pregunto con curiosidad.

Niega con la cabeza.

—Claro que no. Es para siempre, Dare.

Sonrío un poco, porque eso me hace feliz, y entonces su mano está bajando por mi
brazo, y sé lo que desea.

La doy vuelta, y mi peso la presiona en los cojines, y me mordisquea el cuello, sus


labios suaves y cálidos.

—Te quiero, Dare —susurra—. Te quiero. Eres mío. Para siempre.


—Sí —concuerdo—. Lo soy.

Me estoy deslizando dentro de ella, su calidez envolviéndome, cuando alzo la vista


y una ola gigante impacta sobre nosotros. No tenemos tiempo para reaccionar.

Somos golpeados, nos separamos, y Calla es llevada lejos de mí.

—Dare —llama, y su mano está extendida, y no puedo alcanzarla—. ¡Dare!

Me despierto con un sobresalto, cubierto de sudor, mi respiración rápida


y rasposa.

Eso no sucedió.

Ella no se ahogó.

No volcamos. El resto fue real.

El final no.

No fue real, me aseguro. No fue real.

Pero esta espantosa sensación de vacío se queda conmigo y no puedo


quitármela. La fría sensación de vacío que tengo cuando Calla no está conmigo.

Intento razonar conmigo mismo, intento usar la lógica, pero finalmente


me doy por vencido. Tengo que ir a comprobar. La historia me ha enseñado eso.

Me muevo lentamente por el pasillo, escondiéndome de las enfermeras en


el camino, y finalmente, finalmente, llego a su puerta.

Miro por la grieta, y me asusto.

Su cama está vacía.

Está arrugada y vacía.

Mi respiración se acelera y mi corazón late rápido.

Se ha ido.
Capítulo 7
Abro la puerta, entro y el cuarto está vacío.

La luz de la luna brilla sobre las colchas, iluminándolas de plata, y ella no


está allí.

Me siento en el borde, mis rodillas débiles.

Esto no puede estar pasando otra vez.

No tan pronto.

Miro fijamente a la almohada, a la marca que su cabeza ha hecho, y alargo


la mano y la toco. Estuvo aquí hace poco.

—¿Dare?

Su voz es suave y mi cabeza se alza de pronto.

Calla permanece en la puerta del baño, una mirada curiosa en su cara.

—Calla.

Alivio fluye a través de cada poro, cada célula.

Ella no se ha ido.

—Estás aquí —susurro.

Ladea la cabeza.

—Sí. ¿Dónde más estaría? La verdadera pregunta es… ¿por qué estás
aquí?

En su habitación.

No puedo responder sin sonar demente.

—Te extrañaba —le digo de verdad.

Ella sonríe.

—¿De verdad?
—Siempre.

—No puedes extrañarme siempre —razona—. No me conoces lo


suficientemente bien.

—Lo hago también —discuto y se sienta a mi lado.

—¿Vamos a hacer esto de nuevo? —pregunta, poniendo sus ojos en


blanco.

—No. Sé que te conozco. Es suficiente.

Niega con la cabeza, pero toma mi mano, y apoya su cabeza en mi hombro.

—Tal vez nos conocimos en otra vida —sugiere.

—Tal vez.

—No importa —decide—. Te conozco ahora. Eso es suficiente.

—Cierto.

Su mano está en mi muslo. Sus dedos se retuercen y quiere moverlos,


quiere tocarme, pero tiene miedo.

—Hazlo —sugiero.

Me mira.

—¿Hacer qué?

—Tocarme. Lo que sea que quieras.

—No quiero que perdamos el control —susurra—. Todavía no.

Sonrío.

—Confía en mí. Seré una estatua. Puedes hacer lo que desees. No me


moveré.

—¿Ni un músculo?

—Ni un parpadeo.

Se detiene un momento, pero luego decide confiar en mí. Su mano se


desliza a lo largo de mi muslo, sus dedos ligeros y vacilantes.
Se desliza sobre la curva de mi músculo. Su otra mano rozando mi pecho.
Se forma piel de gallina donde toca, y sus dedos se detienen en mi entrepierna.

Su otra mano se detiene en mi endurecido pezón.

Su boca es un perfecto capullo rosa, fruncido con la concentración. Es


tímida, pero lo desea.

Así que lo hace.

Mi valiente chica mueve su mano y me toca.

Traza mi falo a través de mis pijamas, y contiene el aliento cuando me


endurezco debajo de sus dedos.

—Te sacudiste —susurra.

Sonrío.

—Él tiene mente propia. Me disculpo.

—No —dice—. Me gusta.

—También a mí.

Sus labios se curvan, y Dios, cómo desearía que usara esa boca sobre mí.

Sin embargo, fiel a mi palabra, permanezco inmóvil. No hago sugerencias.


No hablo.

Sus manos trazan mi cuerpo, cada músculo, cada protuberancia.

—Eres fuerte —señala.

—Sí.

—Me siento a salvo contigo.

—Bien.

Te protegería con mi vida.

Su respiración sale en pequeños jadeos ahora. Me desea.

La deseo.

Se estira sobre la punta de sus pies y me besa en la boca. Quiero acercarla,


pero soy fiel a mi palabra. Mis manos permanecen a mis lados, y sumerge su
lengua en mi boca, explorando, sintiendo, buscando.

Gime.

Mi entrepierna se aprieta.

Quiero rodar sobre ella y hundirme en ella.

Pero no lo hago.

Practico autocontrol.

—Tócame —ruega, liberándome de mi promesa.

No dudo.

Suavemente la empujo sobre la cama, cerniéndome junto a ella, deslizo mi


mano dentro de sus bragas, buscando su cálido centro. Sus ojos parpadean
cuando lo alcanzo, cuando deslizo uno y luego dos dedos dentro de ella.

Gimotea.

Muero de la necesidad.

Trazo círculos con mis dedos, luego los empujo dentro de ella
nuevamente.

Grita.

Continúo.

Arque su espalda.

Sus dedos se sujetan de las sábanas.

La conozco.

Conozco su cuerpo.

Conozco lo que necesita.

Tras un minuto más, grita mi nombre, y luego se desploma en contra de


mí, aferrándose a mi pecho, respirando con fuerza.

—Oh, Dios mío —susurra.


Sus mejillas están sonrojadas; sus ojos brillantes.

—Gracias —agrega, y me río.

—De nada.
Capítulo 8
Seguimos de esta manera por tres noches.

Me escabullo en su cuarto, o ella se escabulle en el mío.

Nos tocamos, exploramos, nos sentimos.

No vamos más allá de eso.

En esta tercera noche, me acuesto en su cama, y sus caderas están


presionadas contra las mías.

—Escapemos —sugiere—. Lejos de aquí.

—¿A dónde deberíamos ir? —le sigo la corriente—. ¿Al océano?

Niega con la cabeza.

—Hablo en serio, Dare. No pertenecemos aquí.

—No pertenecemos —concuerdo—. Pero no estaremos aquí mucho más


tiempo.

—¿Cómo lo sabes? —pregunta, y su mano está extendida sobre mi pecho.

—Solo lo sé. Confía en mí.

—De acuerdo —susurra y no me sigue cuestionando. En cambio, alza la


cabeza y su cabello cuelga sobre mi vientre—. Si pudieras ir a cualquier parte, ¿a
dónde irías? —pregunta.

—A cualquier parte contigo —respondo, y es la verdad.

Ella duda.

—¿Estás seguro? Dicen que estoy loca.

—Pero no lo estás.

—Estoy de acuerdo —dice—. A veces. Pero otras, siento que podría


estarlo.
—Solo extrañas a tu hermano —le digo—. Extrañas a Finn.

Traga saliva ante la mención de su nombre, y lamento traerlo a colación.

—Estará bien —agrego—. Todo estará bien.

Me escabullo de regreso a mi habitación antes del desayuno, y cuando el


sol está brillando, la encuentro en la cafetería. Está empujando su comida
alrededor de su plato, su muñeca delgada. Me siento a su lado, hombro contra
hombro.

—¿Señorita Price? —Una enfermera se detiene a nuestro lado—. Es hora


de su medicación.

Calla mira la bandeja.

—Hay nuevas —señala, mirando a las coloridas pastillas.

—Órdenes del doctor.

Calla asiente y se las pone obedientemente en la boca. Traga, luego abre la


boca para que la enfermera compruebe. La enfermera asiente y se marcha.

Calla las escupe en la servilleta.

Sonrío.

—Genial.

Se encoge de hombros.

—No voy a tomarme esas.

—Buena chica.

Somos co-conspiradores ahora, gozando de nuestro ingenio. La enfermera


no se detiene a mi lado, porque yo no recibo medicación.

Comemos, caminamos afuera, atendemos a nuestras sesiones grupales.

Detesto este lugar, y cuento los días. Estoy seguro, cuando le dije a Calla,
que no estaremos mucho más aquí. No pertenecemos aquí, porque no estamos
locos. El karma no retiene prisioneros en contra de su voluntad.

No si no se lo merecen.
—¿Crees en el karma? —le pregunto a Calla mientras caminamos. Ella se
agacha para oler una flor.

—Supongo. Ella me trajo aquí.

—¿Ella?

—El karma obviamente es una mujer.

Me río entre dientes y Calla se para en seco. Me mira fijamente, y sus


grandes ojos azules serios.

—Tengo que decirte algo.

—¿Qué es?

Tira de mis dedos, inquieta.

—Te amo.

Lo dice como si estuviera admitiendo algo.

Me río.

—Lo sé. También te amo.

—¿No estamos locos?

—No.
Capítulo 9
Es jueves por la noche cuando Calla no viene a mi habitación.

Por unos minutos, no me preocupo. Creo que se quedó dormida, o se


olvidó. Pero eso no está bien. Ella nunca se olvidaría. Lo sé.

Me paseo por un rato, y luego asomo mi cabeza por la puerta. Las


enfermeras en el puesto de enfermería están charlando entre sí y no prestan
atención, por lo que es fácil para mí deslizarme por el pasillo y entrar en la
siguiente ala.

Calla está en su cama, por lo que mis miedos son apaciguados, pero no por
mucho.

Se está revolviendo y dando vueltas, una capa de sudor en su frente.

Me siento en la silla junto a ella, y tomo su mano, pero no se calma. No


estoy seguro si despertarla. Por lo que por un tiempo, simplemente me siento con
ella, observando. Esperando.

Calla gime un poco, y su frente está arrugada, sus dedos aferrados a los
míos, con fuerza y luego con más fuerza todavía.

Se retuerce y revuelve, y finalmente, no puedo soportarlo más.

—Calla, despierta —susurro—. Estás bien. Despierta. Estás a salvo.

Sus ojos se abren y están llenos con miedo y confusión, y se sienta, todavía
sosteniendo con fuerza mi mano.

—¿Dare?

Asiento.

—Estoy aquí. Estás a salvo.

—Entonces, ¿por qué siento que no lo estoy?

No respondo.

—Estoy aquí. Tú estás aquí.


Se acurruca de lado, busca mi mano y la deslizo junto a ella. Se aferra a mí,
como si fuera una balsa y se estuviera ahogando.

—Sigo teniendo pesadillas —me dice, su aliento contra mi mejilla—.


Sueño con cosas oscuras. Sueño con bebés, y mi padre, y alguien sigue
susurrando, debes pagar por los pecados de tus padres. Mi padre nunca ha hecho nada
malo en su vida. Estoy loca, Dare.

—No lo estás —le aseguro—. Te lo juro.

—Tú también estás en mis sueños —me dice, indecisa—. Estás usando una
chaqueta oscura y un anillo, y tus ojos son tan negros. Déjame ver tus ojos, Dare.

Echo mi cabeza hacia atrás para que pueda echar un vistazo de cerca y los
mira.

—Marrón oscuro —decide—. Casi negros, pero no lo suficiente.

—No, no son negros —concuerdo.

—¿Sabes latín? —me pregunta, cambiando abruptamente de tema.

Niego con la cabeza.

—Solamente un poco.

—Mi hermano solía estudiarlo. Solía decir Serva me, serva bo te.

—Sálvame y te salvaré —interpreto.

Ella asiente, sorprendida.

—Sí.

—¿Qué significa? —le pregunto.

—No lo sé.

Suspira y mira por la ventana, su pálida mano jugando con mis dedos.

—Me haces sentir igual que él —dice finalmente—. A salvo. Segura.


Comprendida. Nadie más me ha entendido jamás. Pero él sí. Y tú también.

No puedo decirle que lo sé.

No puedo decirle que conocí a Finn.


Se siente como que estoy guardando un secreto, pero a veces, eso es
necesario.

—Me alegra hacerte sentir bien —le digo en cambio.

Se acerca a mí, como si quisiera intentar arrastrarse dentro de mi piel


conmigo.

—Abrázame —dice con suavidad—. Toda la noche.

—Me quedaré todo el rato —le digo—. Luego tendré que irme antes de
que las enfermeras nos descubran.

—¿Cuándo abandonaremos este lugar?

—Pronto.

Ella asiente y cierra los ojos, y confía en mi palabra por completo.

Amo eso sobre ella.


Capítulo 10
Al día siguiente, la luz brilla en el autobús, y me siento dos filas detrás de
Calla. Se supone que nos sentemos con miembros de nuestro propio sexo, pero
observo a Calla todo el viaje. Ella mira hacia atrás a veces, pero la mayor parte
del camino, su cabeza está presionada a la ventaba de vidrio.

Parece triste, y eso me preocupa.

Cuando llegamos a la feria artesanal, bajamos del autobús y Calla me


espera, a un lado.

Sus dedos se doblan dentro de los míos, y caminamos a lo largo de los


corredores de las ofertas callejeras, navegando a través de los vendedores.

Miramos el arte, a las pinturas y abstractos tristes. Calla parece ser atraída
por las oscuras, las que parecen como si estuvieran llorando. Se detiene frente a
un abstracto de un ángel de cementerio, su cabeza ladeada.

—Creo que podría tratarse de San Miguel —dice.

San Miguel, protégeme.

Su hermano siempre usó un medallón de San Miguel.

—Podría ser —concuerdo.

Nos movemos al siguiente puesto y al siguiente, hasta que llegamos a un


puesto de joyas. Le echo un vistazo casualmente a la mercancía del vendedor,
pero no estoy excesivamente impresionado. Tengo dinero, a pesar de que detesto
a mi familia. Estoy acostumbrado a las cosas bellas, y las cosas de este vendedor,
aunque no son falsas, no son muy bellas.

Pero entonces Calla jadea y señala, agarrando algo de plata.

—Este —me dice, abriendo su palma. Una banda de plata tallada yace allí,
brillando en la luz—. Estabas usando esto en mis sueños.

Lo recojo.

—Estaba usando uno como este —la corrijo—. Los sueños son raros, Calla-
Lily.

Pero ella niega con la cabeza.

—No, era este. Lo siento, Dare.

Lo deslizo en mi dedo medio, y sus ojos se agrandan.

—Ese es. Está hecho para ti.

Sonrío un poco, pero no puedo resistirme. Le pago al vendedor y conservo


el anillo.

Calla está satisfecha, y juega con este en mi dedo mientras caminamos. Le


da vueltas una y otra vez.

—¿No lo sientes? —me pregunta—. Porque yo sí. Algo… algo…

Deja de hablar, y cualquier otro pensaría que está loca. Pero yo no.

Lo sé mejor.

—Vayámonos de aquí por un rato —sugiero. Sus ojos se mueven


rápidamente a los míos y mira alrededor por señales del personal.

—Nos meteremos en problemas —dice.

—Lo valdría —contesto.

Sonríe.

—De acuerdo.

La jalo a través de la escasa multitud y desaparecemos en la siguiente calle,


la cual lleva al océano. Tomamos el sendero que lleva a la playa, y una vez que
llegamos allí, nos quitamos los zapatos y caminamos descalzos por la arena.

—Amo esto —admite Calla—. Me recuerda a casa. Vivo cerca de la playa.


Encima de ella, de hecho. En los acantilados.

Lo sé.

Las olas chocan contra la costa, y una tormenta está acercándose.

Pero Calla y yo paseamos como si no tuviésemos una preocupación en el


mundo, a pesar de que las gotas de lluvia salpican sobre nuestros hombros.
Cuando el viento arrecia, nos detenemos y Calla se vuelve hacia mí.

Me mira fijamente, sus ojos grandes y pensativos.

Antes de que pueda decir algo, enreda sus brazos delgados alrededor de
mi cuello y me besa.

Sus labios son ferozmente calientes y apasionados, presionándose con


fuerza con los míos. Sus caderas se pegan de inmediato a las mías, y su
respiración se vuelve entrecortada de inmediato. Sus dedos se hunden en mi piel
y ella es urgente.

—Te deseo —me dice—. Estoy cansada de esperar, Dare. Te quiero aquí
mismo, ahora… donde no pueden vernos.

Se refiere a las enfermeras, supongo.

Exploro la playa. Hay una ensenada… a poca distancia.

Recojo a Calla, dejando nuestros zapatos en la arena.

Me besa en el cuello mientras camino y apresuro mis pasos, porque Dios,


la espera.

La espera me ha estado matando.

¿Han pasado semanas o años?

Ni siquiera lo sé en este momento.

Bajo a Calla con cuidado y extiendo mi chaqueta en el suelo. Ella de


inmediato me jala hacia abajo sobre ésta, y sus manos están por todas partes.

Mis labios, mi cabello, mi pecho, mi entrepierna.

Me toca como si me estuviera memorizando a través de sus dedos y tal


vez lo está haciendo.

—Eres mío —susurra en mi boca antes de besarme. La beso de vuelta, con


fuerza, antes de estar de acuerdo.

—Soy tuyo.

La atraigo hacia mí y es tan suave. Sus manos son fuertes cuando se aferra
a mi espalda.
—Te necesito, Dare —susurra—. Por favor.

Cree que esta es nuestra primera vez, y por eso la trato como tal. La excito
para estar conmigo… mis dedos deslizándose dentro de ella, humedeciéndola,
haciéndola maleable. Arquea su espalda, y sus suaves senos chocan contra mí, y
puedo sentir su pulso allí, rápido y ligero.

—Calla, déjate ir —le digo en el oído—. Relájate y solo siente.

Sus músculos se relajan y su cabeza baja, y puedo ver sus ojos moviéndose
detrás de sus párpados mientras gime.

Se retuerce sobre mi chaqueta, se empuja en mi mano, y no es hasta que


está arqueándose, arqueándose, estremeciéndose… y entonces me deslizo dentro
de ella.

Sus ojos se abren cuando la lleno, y entonces sus piernas se sujetan


alrededor de mis caderas.

—Oh, Dios míos, Dare —murmura, y su aliento es caliente en mi oído—.


Oh, Dios mío. No pares. Por favor. Por favor.

Su ruego es casi mi perdición.

Me mezo con ella, tocándola, besándola, consumiéndola.

Su cabello vuela alrededor de nosotros por el viento y estamos subiendo


juntos, subiendo, subiendo, subiendo hacia el clímax.

Sus dedos se clavan en mí, y los míos en ella, y la fricción es deliciosa, la


atracción innegable. Juntos, Calla y yo, somos magia.

El aire alrededor de nosotros cruje y chasquea, y ella respira, jadea y gime.

—Calla —pronuncio, y el viento toma mis palabras y las lleva—. Calla.

Me estoy deshaciendo y no puedo esperar más tiempo.

Me vacío dentro de ella y no puedo postergarlo más tiempo. Lato, lato y


ella lo absorbe, apretándose alrededor de mí, y grita mi nombre.

—Dare —dice, y hay una lágrima en su mejilla y la limpio mientras sigo


enterrado profundamente en ella.

—¿Por qué estás llorando? —pregunto rápidamente, pero está sonriendo.


—Estoy feliz —explica—. Me haces feliz. Lo eres todo, Dare. No me
sueltes, ¿bien? No me sueltes.

La abrazo, asintiendo, y permanecemos de esta manera por un rato largo,


tan largo como podemos, hasta que escucho voces diciendo nuestros nombres,
buscándonos.

Nos volvemos a poner nuestras ropas, y reacios regresamos a la playa,


para encontrar a las enfermeras viniendo en nuestra dirección. Están serias y
estamos en problemas, pero a ninguno de nosotros nos importa.

Nos separan en el autobús, y vamos a ser castigados, pero no importa.

Nada importa salvo Calla.


Capítulo 11
No veo a Calla por unas largas cuarenta y ocho largas horas.

Esa es la cantidad de tiempo que los dos somos confinados a nuestras


habitaciones como castigo. Comemos en nuestras habitaciones sin compañía.

Nos observan tan cuidadosamente que no podemos escaparnos de noche,


y no puedo ver por mí mismo que Calla está bien. Tengo que creer que lo está, y
que está esperándome al otro lado del pasillo.

En la hora cuarenta y nueve, tengo permitido ir a desayunar, y busco la


habitación de Calla.

Ella no está allí.

Miro todas las caras, y simplemente no está allí.

Mi corazón late rápido cuando agarro una bandeja y me dirijo afuera, muy
seguro de que estará allí.

Los jardines se encuentran vacíos.

Los senderos están vacíos.

Tampoco se encuentra en el estanque.

Pregunto por ahí, pero nadie la ha visto y de verdad empiezo a


preocuparme mientras corro por los pasillos hacia su cuarto.

—¿Sr. DuBray? —Una enfermera me detiene—. ¿A dónde va? —Puedo


notar por su cara que ella lo sabe.

—Sólo estoy dando un paseo —miento.

Parece solidaria, pero no puede capitular.

—No creo que necesite caminar por este pasillo. Vaya afuera y tome algo
de aire fresco.

Calla es mi aire.
La miro fijamente a los ojos.

—¿Calla Price está bien?

Se detiene.

—No puedo darle información de otro paciente, Sr. DuBray.

Pero ella quiere hacerlo. Puedo verlo en sus ojos.

—¿Puede decirme si está bien? ¿Por favor?

Los ojos marrones de la enfermera vacilan.

—Ya no es más una paciente aquí, Sr. DuBray.

Mi corazón salta hasta mi garganta.

—¿Qué?

Lucho por permanecer en calma, por mantener la compostura, por


respirar.

La enfermera baja la voz.

—Luego del incidente en la playa, su padre sintió prudente sacarla de


aquí.

—¿Se ha ido? —Mi voz es floja.

La enfermera asiente.

—Eso me temo. —Se da la vuelta y aleja y yo estoy sin fuerzas, parado


inmóvil en un mar de gente demente.

Estaba aquí solamente por ella. Si se ha ido…

Estoy entumecido mientras camino a su cuarto, entumecido cuando miro


dentro para encontrarlo vacío.

¿Ayer estuvo aquí?

¿El día anterior?

¿Cuándo se la llevaron exactamente?

Me siento en la cama. Está desnuda ahora, hasta el colchón cubierto de


caucho. No queda nada de Calla en este cuarto.

Miro por la ventana, al paisaje que ella miraba. El árbol, el cielo, los rosales.

—¿Eres Dare?

Una voz viene de la puerta, pequeña y tímida. Una chica.

—Sí, lo soy.

Se acerca a mí y mete su mano en su bolsillo.

—Calla me pidió que te diera esto.

Me entrega un pequeño paquete, envuelto en Kleenex.

—Gracias —murmuro y se marcha apresurada.

Rasgo el papel, y encuentro el medallón de San Miguel de su hermano, y


una nota.

Guarda esto por mí. Te veré pronto.

Ella nunca está sin el medallón de su hermano. Jamás.

Es su posesión más preciada, y me la ha dado.

Es su manera de prometer que estaremos juntos de nuevo pronto.

Deslizo la cadena de plata sobre mi cabeza y la meto en mi camiseta.

Los días pasan.

Sin Calla, son vacíos.

Pero cada vez que estoy preocupado, paso mis dedos a lo largo del
medallón.

Regresará.

Lo ha prometido.
Capítulo 12
Las noches pasan lentamente sin saber cuándo veré a Calla.

Cuando me duermo, tengo sueños con ella. Los sueños son tan vívidos que
puedo olerla y saborearla. Puedo escuchar su voz. Cuando despierto, solo, es
devastador.

Una enfermera intenta quitarme el medallón de San Miguel.

—Es contra las reglas —me dice severamente.

—No juego según las reglas —respondo, y me niego a entregarlo—. Ni


siquiera pienses en sedarme. Sabes lo que pasaría si mi abuela lo descubriera.

La enfermera me fulmina con la mirada, pero sabe que tengo razón.

Eleanor Savage no lo toleraría. Eleanor puede odiarme, pero nunca


permitiría que un miembro de la familia Savage sea tratado de tal manera. Es
malo para la percepción pública.

La enfermera me deja solo, sabiendo que no hay nada que pueda hacer.

Mantengo el medallón aferrado en mi mano.

Por ahora, es todo lo que tengo de Calla.

Cuando duermo de noche, recuerdo nuestra primera vez.

Nuestra verdadera primera vez.

Estábamos en la playa esa vez, también.

—¿Dolerá? —Calla me mira, sus ojos tan inocentes y claros—. No me importa si


lo hace, solo quiero saberlo de antemano. —Se ríe y está nerviosa, pero su mano sigue en
mis pantalones, acariciándome, ahuecándome. Calla no puede ser controlada. Eso es algo
que adoro de ella.

—Tal vez —le digo sinceramente—. Pero intentaré que no.

Asiente y me atrae a ella, y sus manos están por todas partes. El fuego de las
maderas flotantes arde púrpura azulado en la oscuridad, y estamos rodeados por la luz de
la noche. Ésta brilla en el cabello de Calla, haciéndola parecer etérea.

—Te necesito dentro de mí —me dice urgentemente—. Quiero sentir como si


fuéramos uno, Dare.

Le saco su camiseta, su piel es pálida y luminosa, y es una criatura de la oscuridad


esta noche, tan hermosa que es casi irreal. Toca suavemente mis pezones, luego desliza
uno en su boca, lamiéndolo inocentemente con su lengua. No sabe lo que eso me provoca.

Me estiro contra mis pantalones, y mi masculinidad amenaza con explotar.

No sabe lo que esto me hace.

Pero sonríe y desliza su cabeza hacia abajo, y tal vez… tal vez… ella lo sepa.

La detengo, mis manos en su cabello.

—No, no esta noche. Haremos eso otro día.

—Pero quiero probarte —discute. Sonrío.

—Quiero que me pruebes. Pero esta noche, tengo que sentirte, Calla. Tengo que
sentirte desde el interior.

Traga saliva, asiente y me agarra, y me deslizo dentro de ella.

Hay una ligera resistencia dentro de ella, una ligera barrera que atravieso. Hace
una mueca, luego su cara se relaja, y me deslizo dentro y fuera de ella, suavemente
suavemente suavemente.

—Dare —susurra con admiración—. Te sientes tan bien.

Trago con fuerza, porque Dios, ella también. Quiero que esto dure para siempre.

La noche es perfecta.

Con Andrómeda sobre nuestras cabezas, brillando sobre nosotros, tomo la


virginidad de Calla y se vuelve mía en todos los sentidos.

Estamos en la ensenada por horas. Estoy dentro de ella, estoy fuera de ella, estoy
alrededor de ella. Estamos entrelazados, ni siquiera sé qué extremidades son de quién en
este punto.

—Te amo, Dare —me dice Calla y la medianoche está en sus labios.

—Te amo —le digo—. Más de lo que hay estrellas.


Permanecemos de esa manera hasta la mañana, cuando el sol se alza sobre el
océano.

Me despierto, inseguro de lo que me despertó.

La noche es negra. Hay gritos provenientes de los pasillos, pero eso no es


algo extraño.

Las enfermeras se mueven afanosamente más allá de mi habitación, pero


no se detienen en mi puerta. No hay necesidad.

Miro fijamente al techo y cuento los azulejos.

Un golpe en mi ventana.

Me lanzo de mi cama, presiono mi cara contra el vidrio, y Calla está afuera.


Está vestida con vaqueros, un jersey de cuello alto negro y su cabello brilla rojo
en la luz de la luna.

No puedo abrir la ventana y ella lo sabe.

—Ven —me insta, señalando para que me una a ella—. Dejemos este lugar.

Asiento. Me pongo algo de ropa, ropa verdadera de mi maleta, y dejo los


pantalones del hospital en la cama. Dejo mi maleta en el armario. Puedo comprar
lo que sea que necesite luego de irme.

Calla espera y asomo mi cabeza por mi puerta.

No hay enfermeras a la vista.

Me deslizo por los pasillos, furtivamente entro y salgo por las puertas, en
silencio, rápidamente. En cuestión de minutos, me dirijo a la Puerta Sur. Sé que
en el segundo en que la abra, las alarmas sonarán. Y lo hacen.

La atravieso rápido y empiezo a correr.

Corro hacia Calla y cuando la alcanzo, toma mi mano.

Junto, corremos hacia su auto.

Subiéndonos, ella lo arranca antes de que nos hayamos puesto los


cinturones incluso, y corre por el camino.
—¿A dónde vamos? —le pregunto.

—¿Importa? —pregunta, alzando las cejas.

—Supongo que no. —Y no importa. Estoy con ella, y ella está conmigo.
Eso es todo lo que importa.

Los árboles son un borrón cuando los pasamos y el océano, y nadie está
detrás de nosotros.

Nos relajamos.

Deslizo el collar de Finn de regreso sobre la cabeza de Calla, donde


pertenece. Este se apoya contra su pecho y ella suspira profundamente.

Extiendo mi mano y la sujeta, sus dedos se entrelazan con los míos,


mientras conduce con su mano izquierda.

—Nada importa salvo que estamos juntos —dice firmemente.

—Sí —concuerdo.

—Te amo.

—Más que estrellas hay en el cielo —le digo.

Conducimos hasta que el sol sale sobre el océano.

Fin
Sobre la autora

Courtney Cole es una novelista que comería mitología de desayuno si


pudiera.

Tiene un título en Administración pero eso era hasta que descubrió que la
América empresarial no está ni cerca de ser tan divertida como vivir en mundos
ficticios.

Courtney vive en un silencioso suburbio, cerca del Lago Michigan, con su


Príncipe Encantado de la vida real, sus malhumorados niños (hay una pequeña
posibilidad de que hayan obtenido el malhumor de su madre) y un pequeño
zoológico doméstico.

Descubre más acerca de Courtney y sus libros en:


www.courtneycolewrites.com
Agradecimientos
Traducción, recopilación y revisión
Flochi

Diseño
Mae

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