Una Iglesia Anticuada

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Una iglesia anticuada

2 Timoteo 3:1-9

No sé si se han dado cuenta que cualquier catedral, tiene ubicado el pulpito a un lado mientras que
el altar para la celebración de la misa está en el medio. Y esto es porque el elemento más importante
del culto católico es la misa y no así la predicación de la Palabra.
No fue sino hasta el 31 de octubre 1517 donde los reformadores dieron tan importancia a la
predicación en el culto congregacional que colocaron el pulpito donde estaba el altar. Como una
analogía de que la predicación de la Palabra es el enfoque central en los cultos.

Esa perspectiva se ha ido desvaneciendo, porque cada vez es mayor el número de personas que
cree que la predicación jugó un papel importante cuando no había radio ni internet. Y ahora los
medios de comunicación han avanzado tanto que han forzado a muchos a adaptarnos.

Vivimos en una sociedad profundamente relativista e individualista y radicalmente mundana. Una


sociedad que tiende a rechazar todo aquello que pretende tener validez universal. Vivimos en una
época donde las imágenes visuales parecen tener preeminencia sobre las palabras y a la luz de esa
realidad muchos se cuestionan si la iglesia no debería buscar otras formas más creativas para
comunicar el evangelio.
El debate yace en la reducción del tiempo de predicación, sustitución de la predica por dramas,
videos, teatros, grupos de discusión, etc.
Más aun ahora, viviendo en una era post pandemia y paro cívico donde muchos se cuestionan
como haremos vida de iglesia, en donde encontramos a personas recibiendo y reuniéndose de
manera virtual.
A la luz de esta problemática es que 2 Timoteo 3 es tal vez la defensa más poderosa de la
predicación que encontramos en el Nuevo Testamento.

1. Encarando tiempos difíciles (vv.1-2ª)


V.1. También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos.
Al parecer era evidente la existencia de una fuerte oposición al evangelio. Pablo mismo había sido
arrestado, encadenado y encarcelado precisamente por su lealtad al evangelio (1:11, 12; 2:9).
Todos en Asia lo habían repudiado, como Timoteo bien lo sabía (1:15). En un párrafo anterior el
apóstol le había dicho a su joven amigo que no se avergonzara del evangelio, sino que asumiera
su parte de sufrimiento como buen soldado de Cristo, recordándole que debía sufrir por Cristo si
es que deseaba un día reinar con Él, y además le había advertido que detrás de las «contiendas de
palabras», las «profanas y vanas palabrerías» y las controversias difundidas por falsos maestros,
acecha la figura del mismo diablo
¿Por qué entonces le encarece el apóstol a Timoteo que «debe saber» lo que ya sabe? Sin duda,
porque desea enfatizar que la oposición a la verdad no es una circunstancia pasajera, sino una
característica permanente del siglo. Quizás tema que Timoteo esté algo confiado en que si sufre y
se humilla por un tiempo la tormenta pasará. Pero Pablo no le da esta esperanza. Nosotros también
debemos «saber esto», y estar bien seguros de que nos afectarán peligros y problemas si nos
mantenemos firmes en la verdad del evangelio.
A continuación Pablo se refiere a los «postreros días». Puede parecer natural aplicar estos términos
a una época futura, a los días que precederán en forma inmediata al fin, cuando Cristo regresará.
Pero el sentido bíblico no nos permite hacerlo. La convicción de los autores del Nuevo Testamento
fue que la nueva dispensación (prometida en el Antiguo Testamento) arribó con Jesucristo, y que
con su venida la antigua era había pasado y los últimos días habían amanecido. En el día de
Pentecostés fue citada la profecía de Joel diciendo que «en los postreros días» Dios derramaría su
Espíritu sobre toda carne, declarando que esta profecía se había cumplido: «Esto es lo dicho por
el profeta Joel». En otras palabras, «los postreros días» a los cuales se refería el profeta ya habían
llegado (Hch. 2:14–17).

Por tanto, lo que sigue en el tercer capítulo de 2 Timoteo es una descripción del presente y no del
futuro. Pablo describe todo el período que transcurre entre la primera y la segunda venida de Cristo.

Esto no sólo surge de la forma en que la expresión «días postreros» se utiliza en el Nuevo
Testamento, sino que es también evidente por el hecho de que Pablo aquí no hace predicciones
acerca de una época futura que Timoteo no ha de ver, sino que da instrucciones relacionadas con
su ministerio presente, incluyendo (por ejemplo), el mandamiento de «evitar» ciertas personas (5).
Timoteo ya estaba viviendo en los «postreros días» a los cuales Pablo se refiere, al igual que
nosotros. Puede ser que empeoren en el futuro (13), pero aun ahora los tiempos son malos y
peligrosos. En estos días postreros, agrega Pablo, «vendrán días difíciles». Lo que Timoteo debe
entender o saber sobre estos últimos días es que no serán días uniformes o continuamente malos,
sino que incluirán períodos peligrosos. La historia de la iglesia lo confirma.

La Biblia enseña que a medida que nos acerquemos al Señor habrá un incremento del mal.

Pablo procede de inmediato a explicarnos porqué serán así: «Porque los hombres serán...» Es
importante reconocer que serán hombres los responsables de los períodos de amenaza que la iglesia
debe sobrellevar, hombres caídos, hombres malos cuya naturaleza está pervertida, cuyo
comportamiento es egocéntrico e impío, cuyas mentes son hostiles hacia Dios y su ley (comp. Ro.
8:7), y quienes diseminan en la iglesia el mal, las herejías y una religión muerta.

Antes de estudiar en detalle la caracterización que Pablo hace de estos hombres debemos absorber
sus palabras introductorias.
- Primero, estamos viviendo en los postreros días; Cristo los introdujo cuando vino al mundo.
- En segundo lugar, estos días incluirán períodos peligrosos y difíciles.
- En tercer lugar, serán el resultado de la actividad de hombres malos.
- En cuarto lugar, debemos conocer bien todo esto, comprenderlo con claridad, y de esta
manera estar preparados.

2. La descripción de los hombres malos (vv.2-9)


2 Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos,
desobedientes a los padres, ingratos, impíos, 3 sin afecto natural, implacables, calumniadores,
intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, 4 traidores, impetuosos, infatuados, amadores
de los deleites más que de Dios, 5 que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de
ella; a estos evita. 6 Porque de estos son los que se meten en las casas y llevan cautivas a las
mujercillas cargadas de pecados, arrastradas por diversas concupiscencias. 7 Estas siempre están
aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad. 8 Y de la manera que Janes y
Jambres resistieron a Moisés, así también estos resisten a la verdad; hombres corruptos de
entendimiento, réprobos en cuanto a la fe. 9 Mas no irán más adelante; porque su insensatez será
manifiesta a todos, como también lo fue la de aquellos.

Este primer párrafo del capítulo 3 está dedicado a presentar un cuadro meticuloso de estos
hombres. Pablo descubre en particular su conducta moral (2–4), sus conductas religiosas (5)
y su celo proselitista (6–9).
En primer lugar, Pablo escribe: “habrá hombres” (no pandemia, covid, virus, enfermedades,
muerte, paro, persecución, cáncer, corrupción). El peligro de estos días son los hombres.

Caracterizados por:
1. Amadores de si mismos (narcisistas)
2. Amadores del dinero (materialistas)
3. Vanagloriosos,
4. soberbios (perspectiva inflada)
5. Blasfemos (hablan mal de Dios)
6. Desobedientes a los padres (rebeldía)
7. Ingratos (se creen merecedores)
8. Impíos (no muestran reverencia alguna a lo santo)
9. Sin afecto natural (incapaces de empatizar con el que sufre)
10. Implacables (incapaces de perdonar)
11. Calumniadores (destruyen la reputación ajena)
12. Intemperantes (no tienen dominio propio)
13. Crueles (personas agresivas y malvadas)
14. Aborrecedores de lo bueno (aman la mentira)
15. Traidores (no podes confiar en ellos)
16. Impetuosos (actúan precipitadamente para hacer lo malo)
17. Infatuados (no podes corregirlos porque creen saberlo todo)
18. Amadores de los deleites más que de Dios (más satisfacción en los placeres temporales que
en Dios)

a. Su conducta moral (vv.2-4)


2 Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos,

desobedientes a los padres, ingratos, impíos, 3 sin afecto natural, implacables, calumniadores,
intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, 4 traidores, impetuosos, infatuados, amadores
de los deleites más que de Dios,
En estos tres versos el apóstol utiliza nada menos que diecinueve expresiones para describir a los
hombres malos que son los responsables de los «días peligrosos».
Notemos de inmediato la primera y última frase utilizadas. La primera de ellas nos dice que son
«amadores de sí mismos» y la última (4) que no son, como debieran ser, amadores de Dios.

Cabe destacar que cuatro de las diecinueve expresiones están compuestas por amor, sugiriendo
que lo que está fundamentalmente mal con estos hombres es que son «amadores de sí mismos»,
«amadores del dinero» y «amadores de los deleites» (2, 4).

Entre estas cuatro, aparecen otras quince expresiones que son casi en su totalidad descriptivas de
las relaciones de los hombres entre sí.

Las primeras tres amplían el significado de «amor a sí mismos» o amor propio. Aquellos que se
aman a sí mismos en exceso se tornan «vanagloriosos, soberbios, blasfemos».
- La primera expresión significa alzado o creído,
- La segunda arrogancia, lo que conduce naturalmente a
- la tercera: blasfemo, porque inevitablemente aquellos que tienen un concepto exagerado de sí
mismos, son narcisistas y con una perspectiva inflada desprecian a los demás, hablan mal de
ellos y de Dios también.
Las cinco palabras siguientes se pueden agrupar convenientemente, pues parecen referirse a la vida
de familia, en particular a la actitud que algunos jóvenes adoptan hacia sus padres.

- La primera es «desobedientes a los padres», a quienes los hijos deben honrar y, por lo menos
durante la minoridad, obedecer.
- La segunda es «ingratos», o sea, carentes de la apreciación más elemental.
- La siguiente palabra se traduce «impíos». Pero al igual que el adjetivo (reverente) se utilizaba
a veces con el sentido de respeto filial. En este caso el contexto sugiere que ésta puede ser la
alusión. A la familia.
- «Sin afecto natural» sugiere que es parte del orden natural que los padres e hijos se amen unos
a otros.
- La última palabra de estas cinco es «implacables». Describe una situación en la cual las
personas (posiblemente la referencia primaria sea a los jóvenes) se hallan en una actitud de
rebelión tal, que ni siquiera están dispuestas a acercarse a la mesa para negociar.
En una sociedad ideal la relación de los hijos hacia sus padres debería caracterizarse por
obediencia, gratitud, respeto, afecto y razonamiento. En «tiempos peligrosos» estas cinco
características están ausentes.

Las restantes siete palabras de este catálogo van más allá del círculo familiar.
- La primera es «calumniadores». Son culpables del pecado de hablar mal contra otros,
especialmente a sus espaldas.
- También son «intemperantes», «no pueden dominar sus pasiones» o carecen de autocontrol,
- «crueles» o «fieros» con el posible sentido de «indómitos» y
- «aborrecedores de lo bueno» o «no amadores del bien».
- Finalmente son «traidores» (palabra utilizada en Lucas 6:16 acerca del traidor Judas),
- «impetuosos» (completamente carentes de consideración en palabras y hechos), e
- «infatuados», inflados de vanidad (con la connotación de autoimportancia).

Así llegamos al mal principal con que comenzó la lista: el orgullo.

Todo este comportamiento antisocial, esta condición de desobedientes, ingratos, irrespetuosos, de


actitudes inhumanas hacia los padres, junto con la ausencia de control, lealtad, prudencia y
humildad, es la consecuencia inevitable de un egocentrismo impío.
Si un hombre es «vanaglorioso», «arrogante» e «inflado con vanidad», está claro que nunca
se ha de sacrificar por otros. El orden de Dios, declarado explícitamente en su ley moral, es que
lo amemos a Él primero (con todo nuestro corazón, mente y fuerzas), luego a nuestro prójimo, y a
nosotros en último lugar. Si invertimos el orden del primero y del tercero, poniendo al ego primero
y a Dios al final, es inevitable que nuestro prójimo que está en el medio sufra.

Así pues, la raíz del problema en «tiempos peligrosos» es que los hombres son totalmente
egocéntricos, «amadores de sí mismos»

Lo que Pablo le está diciendo a Timoteo, no es que solo estas cosas se van a ver en personas que
no conocen a Dios, sino también en la iglesia:
b. Su conducta religiosa (5)
5 que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a estos evita.

Y en el versículo 8, Pablo les llama “réprobos en cuanto a la fe.”


Puede ser una sorpresa descubrir que seres como éstos, carentes de las actitudes decentes de una
sociedad civilizada y más aún de la ley de Dios, puedan ser religiosos, pero es verdad. Aunque sea
vergonzoso confesarlo, en la historia de la humanidad la religión y la moral han estado más
divorciadas que unidas. Ciertamente las Escrituras dan testimonio de este hecho.

El Señor Jesús tuvo que hacer el mismo reclamo ante los fariseos, los ultrarreligiosos de su tiempo:
«limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia»
(Mt. 23:25). Vale decir, procedían meticulosamente para asegurarse de la pureza ceremonial de
sus vasos, mientras que lo que comían y bebían de sus vasos y platos limpios había sido adquirido
con apetito impuro y deshonestidad.

El mismo mal estaba presente en la gente a la cual Pablo está describiendo. Preservaban una forma
o «apariencia de piedad», pero «negaban la eficacia de ella» (5). Evidentemente atendían las
reuniones de culto de la iglesia; cantaban los himnos; decían el «amén» a las oraciones, y ponían
su dinero en la caja de las ofrendas. Parecían ser notablemente piadosos. Sin embargo, era forma
sin poder, apariencia exterior sin realidad interior, religión sin moral, fe sin obras.

No sorprende en absoluto que Pablo agregue las palabras «a estos evita». Esto no significa que
debía evitar todo contacto con pecadores, pues Jesús mismo había sido «amigo de publicanos y
pecadores», y si Timoteo iba a cortar todo contacto con ellos, debería salir del mundo (comp. 1
Co. 5:9–12). Pablo se refiere más bien a lo que ocurre dentro de la iglesia, pues ha estado
dando una descripción de «una especie de cristianismo pagano» (Ellicot), y Timoteo no debía
estar implicado con los que podríamos llamar «pecadores religiosos». Podemos ir un paso más
adelante y señalar que según las Escrituras cualquiera que lleve un notorio mal comportamiento
debe ser disciplinado, y si persiste en su actitud sin arrepentirse, debe ser excomulgado (comp. 1
Co. 5:5, 13).

c. Su celo proselitista (vv.6-9)


6 Porque de estos son los que se meten en las casas y llevan cautivas a las mujercillas cargadas de

pecados, arrastradas por diversas concupiscencias. 7 Estas siempre están aprendiendo, y nunca
pueden llegar al conocimiento de la verdad. 8 Y de la manera que Janes y Jambres resistieron a
Moisés, así también estos resisten a la verdad; hombres corruptos de entendimiento, réprobos en
cuanto a la fe. 9 Mas no irán más adelante; porque su insensatez será manifiesta a todos, como
también lo fue la de aquellos.

Esa es una de las razones por las que el ministerio nunca fue fácil ni lo será:
Porque el tipo de personas que el apóstol está describiendo, llenos de amor propio, impiedad y
malicia, no sólo profesan religión sino que también la propagan activamente.

Es posible que su celo por ganar seguidores sea presentado como una operación militar o política.
El verbo traducido «cautivar» significa «tomar prisionero en la guerra», «llevarse o descarriar,
engañar». De cualquier manera, su método no era abierto y directo, sino a escondidas, secreto y
astuto. Estos mercaderes de la herejía procedían con bajeza, introduciéndose en las casas por la
puerta de atrás en lugar de la del frente; elegían las horas del día en que los hombres estaban
ausentes (posiblemente trabajando) y concentraban su atención sobre mujeres débiles.

Pablo se refiere a las víctimas por ellos elegidas con el término, ‘mujercillas’, un término
despectivo usado para mujeres ociosas, tontas y débiles. Su debilidad tenía doble sentido:
- En primer lugar eran débiles moralmente, «cargadas de pecados, arrastradas por diversas
concupiscencias». Sus pecados eran una carga y a la misma vez un tirano, y los falsos
maestros, entrando astutamente en sus casas, especulaban con sus sentidos de culpa y de
pecado.
- En segundo lugar, eran débiles intelectualmente, inestables, crédulas, fáciles de engañar.
Eran del tipo de mujer que «escucha a cualquiera», mientras que al mismo tiempo «nunca
pueden llegar al conocimiento de la verdad». Eran como pequeñas naves, llevadas de acá para
allá en la tormenta (comp. Ef. 4:14), incapaces de llegar a una convicción firme.
En tal estado de confusión mental, la gente escucha a cualquier maestro, no importa de qué especie
sea. No era el amor a la verdad lo que las impulsaba a aprender, sino el mero antojo de oír
una novedad. Tales mujeres, débiles en carácter y en intelecto, eran fácil presa para mercaderes
religiosos que van de puerta en puerta buscando a quien atrapar.

Como ejemplo de maestros espurios Pablo menciona a «Janes y Jambres», los nombres (siguiendo
la tradición judaica) de los dos magos principales de la corte de Faraón. No se mencionan en el
texto del Antiguo Testamento, si bien uno de los Targums (paráfrasis en arameo o caldeo de las
Escrituras hebreas) inserta sus nombres en Éxodo 7:11 donde leemos: «Entonces llamó también
Faraón sabios y hechiceros, e hicieron también lo mismo (milagros) los sabios y hechiceros de
Egipto con sus encantamientos».

La implicancia de lo que Pablo escribe aquí es de extrema importancia, si bien no aparece en la


superficie. Él traza un paralelo histórico entre Janes y Jambres, que habían resistido a Moisés siglos
atrás, con «estos» hombres (los falsos maestros de su tiempo), quienes también se oponen a la
verdad. Janes y Jambres eran hechiceros, mientras que los falsos maestros eran impostores y
engañadores (v. 13). Quizá ellos también practicaban alguna clase de magia, pues cuando los
efesios que «practicaban la magia» se convirtieron «trajeron los libros y los quemaron delante de
todos» (Hch. 19:18, 19).

Sin embargo, lo que resalta de esta analogía no es simplemente la semejanza que existía entre los
hechiceros de Asia menor y los egipcios, sino que por medio de ella ¡Pablo se compara a sí
mismo con Moisés! Moisés fue el personaje más importante del Antiguo Testamento. Se nos dice
que no hubo profeta como él en Israel, ya sea en su conocimiento de Dios («a quien haya conocido
Jehová cara a cara»), o en las señales y prodigios que hizo para autenticar la revelación de Dios
(Dt. 34:10, 11). «Mira», le había dicho el Señor, «yo te he constituido dios para Faraón... tú dirás
todas las cosas que yo te mande» (Ex. 7:1, 2). Así, por cuarenta años Moisés habló la palabra de
Dios y entregó la ley de Dios al pueblo.

Ahora Pablo asume la osadía de igualarse a Moisés, porque de la manera en que Janes y Jambres
resistieron a Moisés, así también los falsos maestros de Asia se oponían a la verdad. ¿Qué verdad?
La verdad enseñada por Pablo y confiada por él mismo a Timoteo (1:14); la fe apostólica el
depósito sagrado que Timoteo debía guardar y transmitir. De esta manera, el apóstol Pablo se
coloca en un mismo nivel con Moisés, como uno que también enseñó la verdad de Dios. Moisés
enseñó la ley; Pablo predicó el evangelio. Pero ya sea la ley o el evangelio, la enseñanza de
Moisés el profeta o de Pablo el apóstol, era la verdad de Dios que los hombres resistían y
rechazaban.

Así Pablo los denuncia como «hombres corruptos de entendimiento» (en sus mentes) a pesar de
sus atribuciones de conocimiento, y «réprobos» en cuanto a la fe. Además manifiesta su confianza
de que tales hombres «no irán más adelante» (no irán muy lejos), sino más bien de «mal en peor»
(v. 13). Sus falsas enseñanzas también podrán difundirse por un tiempo y «carcomer como
gangrena» (2:17), pero su éxito será limitado y transitorio.
¿Cómo podía Pablo estar seguro de esto? Precisamente porque su insensatez será manifiesta a
todos como también lo fue (o ‘vino a ser’, verbo aoristo) la de aquellos dos hombres Janes y
Jambres.

A veces en nuestros días nos turbamos por los falsos maestros que resisten la verdad y acosan a la
iglesia, especialmente con los métodos astutos y engañosos de los mercaderes religiosos. Pero no
debemos temer aun cuando algunos débiles sean atrapados o la falsedad se ponga de moda.
Hay algo en la herejía que se hace patente y falsa, así como se percibe claramente lo verdadero en
la verdad. El error se puede difundir y llegar a ser popular por un tiempo, pero «no irá más
adelante» (no irá muy lejos). Con el tiempo quedará claramente expuesto y la verdad será
reivindicada, como lo demuestra la historia de la iglesia. A lo largo de la historia han surgido
numerosas herejías y parecía que algunas de ellas iban a triunfar, pero hoy son apenas antigüedades
de poco interés. Dios ha preservado su verdad en la iglesia.

Conclusión

Habiendo llegado al final del primer párrafo del capítulo 3, deberá quedar claro ante nuestros ojos
en qué consisten y cómo se manifiestan estos períodos peligrosos que aparecen periódicamente en
«los postreros días» en que vivimos. Ocurren porque donde Dios ha sembrado trigo el diablo
también ha sembrado cizaña (comp. la parábola de Jesús relatada en Mt. 13:24–30, 36–43).
Cambiando de imagen podemos decir que el diablo tiene sus agentes secretos dentro de la misma
iglesia. En efecto, en medio de la sociedad visible de los creyentes profesantes existen hombres
de carácter y conducta inmoral, de una religión meramente exterior, de mente corrupta y fe
falsa. Son amadores de sí mismos, del dinero y el placer más que de Dios y sus semejantes.
Retienen una forma de religión, pero niegan su poder. Se oponen a la verdad y procuran ganar a
los débiles para que sigan en sus perniciosos errores. Son perversos moral, religiosa e
intelectualmente, y constituyen una descripción muy precisa de lo que hoy se denomina la
«sociedad permisiva», que generalmente tolera toda desviación de las normas cristianas de
justicia y verdad que se puedan concebir, y cuya naturaleza se ha infiltrado en la iglesia.

Timoteo no debe contagiarse de esta infección ni ser arrastrado por la corriente, sino por el
contrario, debe oponerse osadamente a la «moda» imperante.

El problema de estos individuos es que aman lo que no deben amar y aborrecen lo que no deben
aborrecer, no pueden cambiar poque no quieren cambiar, porque aman su pecado. Y nosotros como
pastores y lideres NO PODEMOS HACER NADA para cambiar el curso de sus afectos para que
ahora amen a Dios y odien su pecado.

Pues se necesita una obra sobrenatural de Dios para que esto ocurra.

Sólo el evangelio ofrece una solución radical a este problema, pues únicamente él promete un
nuevo nacimiento y una nueva creación que involucran un cambio total de adentro hacia afuera,
del egoísmo a la negación; una verdadera reorientación de la mente y la conducta, y que
fundamentalmente nos hace teocéntricos en lugar de egocéntricos. Cuando Dios es primero y el
ego último, amamos al mundo al cual Dios ama y buscamos dar y servir como Él lo hace.

Anticuado es todo aquello no está de moda, y ahora terminamos de ver como son los tiempos en
los que vivimos. Así que, estamos llamados a ser anticuados si eso implica ser fieles a Jesucristo
y a su Palabra, a no seguir la corriente, a predicar una verdad y realidad en contra de la mentira
que predomina en nuestra cultura.

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