¿Hacia Qué Está Mutando La Derecha - Entrevista A Wendy Brown - Nueva Sociedad
¿Hacia Qué Está Mutando La Derecha - Entrevista A Wendy Brown - Nueva Sociedad
¿Hacia Qué Está Mutando La Derecha - Entrevista A Wendy Brown - Nueva Sociedad
MAYO 2022
Rafael Khachaturian
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La derecha contemporánea ha heredado de la era neoliberal dos
impulsos aparentemente contradictorios: la política
antidemocrática y una ética personal libertaria. Wendy Brown,
autora de En las ruinas del neoliberalismo, lo explica en esta
entrevista.
Sabemos que el neoliberalismo tiene que ver con el desmantelamiento del Estado social,
la desregulación, la privatización, los impuestos regresivos y la sospecha hacia los bienes
públicos, en favor de emprendimientos empresariales, privatizados y con fines de lucro.
Sin embargo, hay otras dos cosas que quiero mencionar.
Foucault, entre otros, nos enseñó a pensar en el neoliberalismo como algo que excede un
conjunto de políticas, más bien como una forma de razón gobernante. Con eso se refería
a una forma de razón que moldea nuestra conducta en todas las dimensiones de la vida,
desde la educación hasta la atención de la salud, cómo pensamos el ocio, el retiro o la
mera supervivencia. Por ejemplo, ¿entendemos la educación como un bien orientado a
construir democracia o como una inversión que hace un individuo para mejorar su capital
humano? Al concebir el neoliberalismo como una forma de razón gobernante, podemos
entender cómo orienta a los individuos como sujetos que invierten en ellos mismos.
Quiero impugnar esa idea. William Callison y Quinn Slobodian han afirmado con acierto
que es un terrible error ver estos regímenes de derecha como abiertamente
antineoliberales, como opuestos a una forma de lo que ellos llaman «neoliberalismo
mutante». En En las ruinas del neoliberalismo sostengo que es necesario comprender la
fuerza antidemocrática de estos regímenes de derecha. Como movilizaciones políticas,
nacen en gran medida de la racionalidad neoliberal. Lo que los distingue del fascismo
clásico es que son autoritarios en lo político y libertarios en lo cívico y lo personal.
Califico esto como una forma de liberalismo autoritario, que para muchas personas es
una contradicción en términos. Sin embargo, creo que debemos verlos como una forma
de liberalismo antidemocrático que valora las libertades y los derechos individuales casi
ilimitados, ya sea el derecho a rechazar obligaciones sanitarias, el derecho a comprar
cualquier tipo de objeto que se desee, independientemente de cómo deprede la Tierra, o
el derecho a decir lo que uno quiera sin importar cuán violento y dañino pueda ser. Esa
herencia libertaria nos viene del neoliberalismo. Estos regímenes de derecha tienen una
fe absoluta en el capitalismo y un antisocialismo feroz, y suscriben un estatismo
autoritario heredado del ataque neoliberal a la soberanía popular y al Estado democrático
representativo.
Obviamente, la pandemia desafió las premisas de lo que deben ser «el Estado» y «la
economía» en un orden neoliberal. Se apeló a los Estados de todas partes, ya fueran de
derecha o izquierda, para que respondieran a la pandemia, hicieran testeos sanitarios,
proveyeran vacunas, etc. Ni los antivacunas se oponen radicalmente al suministro por
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parte del Estado. La pandemia forjó una mezcla de torpes desafíos al neoliberalismo. Pero
no creo en absoluto que haya acabado con el neoliberalismo.
Por otro lado, tenemos el surgimiento de movimientos sociales de izquierda que se
oponen muy explícitamente a la privatización y despolitización neoliberal. Por ejemplo,
en las elecciones más recientes en Chile, Gabriel Boric presentó un programa
antineoliberal y un referéndum de 2020 estableció la necesidad de una nueva
Constitución consagrada a borrar el legado neoliberal de la era de Pinochet.
En su ensayo «We Are All Democrats Now» [«Ahora somos todos demócratas»], señaló
que uno de los efectos del neoliberalismo ha sido la cooptación y disolución del
lenguaje de la democracia; ahora es un significante que puede ser usado para una
cantidad de proyectos políticos incompatibles. ¿Cómo han afectado las condiciones de
la emergencia pandémica y climática sus pensamientos sobre este tema? ¿Puede ser
recuperada la «democracia» –o, para el caso, términos relacionados como soberanía
popular, socialismo o comunismo– para un proyecto político emancipador, o estamos
en el punto en que el legado de estos términos se ha agotado y necesitamos un nuevo
vocabulario político?
Hay muchas preguntas difíciles: ¿qué nivel?, ¿qué lugar? ¿Cómo puede operar la
democracia en un mundo globalizado? El experimento de la Unión Europea muestra el
sinsentido de llamar democrático a ese foro transnacional: no lo es. Incluso a escala de
Estado-nación, las limitaciones son enormes.
Ninguno de estos dilemas –la diversidad e incluso quizás el antagonismo entre las
distintas luchas feministas, y la susceptibilidad a ser cooptado– es nuevo para el
feminismo. Los peligros de la cooptación y la dificultad para generar un movimiento
feminista «unificado» ya fueron discutidos interminablemente por las primeras
feministas de la segunda ola. Desde el derecho a la educación de las niñas y la liberación
de la violencia sexual hasta la renovada lucha en este país por el derecho a controlar
nuestra vida reproductiva, todas pueden existir en sus respectivas realidades locales sin
tener que estar integradas en un movimiento feminista unificado. Habrá antagonismos,
como los hay hoy, entre ciertas luchas feministas y cierto afán queer y trans por repensar
o renombrar lo que algunas de esas luchas feministas deberían estar haciendo o deberían
enfatizar. Eso es parte de la política de izquierda.
Espero que no tengamos que reinventar la rueda cada vez que nos enfrentemos a este
tipo de dificultades, pero también he terminado por aceptar que probablemente
terminemos haciéndolo. Ahora entiendo mejor que cuando tenía 20 años por qué la vieja
izquierda estaba tan irritada con la nueva izquierda. Pensábamos que estábamos
haciendo una forma de política emancipadora, igualitaria, socialista democrática,
feminista, ecológica. Los de la vieja izquierda pensaban que ya la habían hecho ellos, y
nosotros creíamos que eran un montón de viejos leninistas, estalinistas y patriarcas
blancos. Era un error; había más cosas allí, y nosotros estábamos reinventando la rueda.
Pero eso es parte de lo que hacen los movimientos sociales.
Creo que lo que está pasando ahora mismo con el género y la sexualidad en los
movimientos sociales es apasionante. La mayoría de los actuales movimientos feministas,
desde #MeToo hasta las luchas en Afganistán y Turquía y, en realidad, en todo el mundo,
pertenece a una generación más joven. Tenemos probablemente la mayor movilización
feminista en la historia del mundo en los países latinoamericanos con el movimiento Ni
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Una Menos y todos sus derivados, que obviamente están peleando consigo mismos y
pasando por luchas internas. Esas luchas pueden demoler esta ola, pero sigue siendo algo
que, en parte a través de las redes sociales, ha generado acciones y movilizaciones
similares en todo el mundo y ha logrado unir causas como los derechos reproductivos, la
liberación de la violencia sexual y los derechos LGBTI, con una agenda antineoliberal y
socialista. Probablemente no vaya a tener éxito mañana, pero es una movilización
feminista de izquierda no menor.
Esa pérdida tuvo pros y contras. La desventaja es que cuando usted tiene entre 20 y 30
años, por lo general no sabe tanto como debería sobre cómo funcionan el mundo y los
movimientos sociales. Noté eso en Occupy Wall Street. La gente no podía creer que se
evaporara después de haber sido considerada como una fuerza revolucionaria que iba a
transformar el mundo. Las personas experimentadas estaban menos sorprendidas porque
habían visto cómo funcionan los movimientos espontáneos no institucionalizados, y
tenían formas de explicar esa evaporación que no apelaban a la cooptación, el duro
invierno o el agotamiento producido por demasiadas reuniones deliberativas. Por otro
lado, hay una gran energía, creatividad e inventiva en las generaciones que están creando
movimientos sociales, desde el Movement for Black Lives hasta los movimientos
indígenas y feministas, Extinction Rebellion y, por supuesto, los Socialistas Democráticos
de Estados Unidos. Hay una explosión de energía y determinación política de la izquierda.
Y se debe, en parte, a que muchas personas de entre 20 y 30 años no ven un futuro
económico o ecológico. Para ellas solo queda luchar por un mundo diferente. La única
forma de terminar con esa desesperación es a través de la actividad política.
Sin embargo, como usted dice, hubo un periodo en las décadas de 1980 y 1990 que se
perdió, lo que hace que parezca que la era de la digitalización ha estado aquí desde
siempre, como si fuera el suelo que pisamos y el aire que respiramos. Sabemos que no va
a desaparecer, pero esta forma de ser humanos juntos es muy novedosa y no nos permite
ver otras formas en que los humanos podríamos vivir, trabajar y cuidarnos. Haber perdido
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esas décadas anteriores le ha hecho algo perverso al pensamiento político
contemporáneo.
La educación superior ha sido una de las instituciones más afectadas por la
neoliberalización de la vida social. Si hace una evaluación en retrospectiva, ¿cuánto de
su punto de vista en Undoing the Demos se basó en su experiencia en la educación
superior? ¿Cree que la actual movilización de estudiantes de posgrado y docentes no
titulares para ser reconocidos como trabajadores académicos esté acaso haciendo de la
universidad un lugar de lucha social contra la racionalidad neoliberal?
Aun así, la universidad es un lugar de lucha social. Es realmente importante que luchemos
por salarios y condiciones para aquellos que están en la parte inferior de la jerarquía y
para proteger lo que queda de las universidades públicas, incluso en un momento en el
que están, en su mayoría, totalmente privatizadas. Pero también creo que es muy
importante pensar en lo que podría ser la universidad en términos de educación para la
democracia, y eso no siempre significa remitirse a enseñar lo que uno quiere o le
interesa, o lo innovador. Es hora de que la izquierda se una al centro para pensar cuál es
el lugar de las universidades en el trabajo de educar para el futuro, y no solo a través de la
especialización y en los campos CTIM, ni solo a través de la protección de campos bajo
coerción, como los lenguajes especiales y la poesía. Todo eso es importante, pero
tenemos que tomar en cuenta lo que realmente creemos que los estudiantes
universitarios necesitan saber, y cómo podemos tomar un lugar en la mesa para dar
forma a los umbrales curriculares y de especialización para ese proyecto, más que
limitarnos a estar a la defensiva sobre nuestra libertad académica, nuestra libertad de
expresión y nuestro derecho a impartir las clases que queramos impartir. Tenemos que
ver la degradación de la educación superior como un problema nuestro.
Dados los desafíos que enfrentamos, como ciudadanos, sociedades y especies, ¿cuál
debería ser la misión y el propósito de la teoría crítica? ¿Cómo podría dar forma a las
luchas sociales actuales y cómo esas mismas luchas pueden permanecer abiertas a
aprender de sus ideas?
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La teoría crítica, tal como la entiendo, es cualquier trabajo teórico que no considera las
relaciones de poder existentes –social, económico, político, psicológico– como dadas,
sino que las entiende como contingentes, históricas y maleables. Tiene como tarea
diagnosticar los peligros y los daños de esos poderes, y describir las posibilidades
inmanentes a estos poderes que podrían llevarnos a otro lugar.
Es muy tentador en los círculos de teoría crítica, y yo misma me incluyo, hablar entre
nosotros. Hemos leído más o menos los mismos libros, tenemos los mismos fundamentos
y nos guiamos por las mismas estrellas. Es tentador, como lo es en todos los nichos
académicos, permanecer dentro de ese orden lingüístico y disciplinario, pero es muy
importante para nosotros salir de él. Necesitamos hacer esto para poder pensar mejor en
lo que los estudiantes, aquellos para quienes escribiríamos y enseñaríamos, podrían
necesitar aprender o saber para tener un efecto en este mundo.
Fuente: Dissent
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