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VÍCTOR GARCÍA TOMA

TEORÍA DEL ESTADO


Y
DERECHO CONSTITUCIONAL

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Teoría del Estado y Derecho Constitucional

“El Poder Ejecutivo será confiado a un Presidente de los Estados Uni-


dos de América”.

Finalmente, en el artículo tercero fijaron:


“El Poder Judicial de los Estados Unidos será atribuido a un Tribunal
Supremo y tribunales inferiores”.
Respecto a la concepción práctica de un Poder Judicial, cabe señalar
que ello se produjo a consecuencia de la fracasada experiencia confe-
deracional.
En efecto, tras la emancipación de las colonias del Norte de Amé-
rica del yugo británico, estas decidieron constituir una Confederación
de Estados (1776-1787). Los conflictos de competencia entre el órgano
confederal y el derecho de nulificación de los cuerpos políticos miem-
bros, obligó a los constituyentes americanos a establecer un Poder Ju-
dicial responsable no solo de administrar justicia, sino de resolver los
conflictos de determinación de competencias nacionales y locales.
Poco tiempo después, en la histórica Declaración de los Derechos
del Hombre y del Ciudadano (Francia, 1789), los revolucionarios bur-
gueses elevaron a dogma la idea del poder tripartito, al fijar en el artí-
culo dieciséis del referido texto lo siguiente:
“Toda sociedad en la cual la garantía de los derechos no está asegurada,
ni la separación de poderes bien determinada, no tiene Constitución”.
Finalmente, los elaboradores de la Constitución francesa de 1848 ex-
presamente consignaron que “la separación de poderes es la primera
condición de un gobierno libre”.

2.- LA TEORÍA DE LA DISTINCIÓN DE ÓRGANOS Y DISTRI-


BUCIÓN DE FUNCIONES
Esta teoría alude a un principio de carácter dogmático-institucio-
nal emanado del denominado Estado liberal –en oposición al Estado
absolutista– que se ha extendido y consolidado en el mundo actual.
Esta teoría es dogmática –punto fundamental y básico del Esta-
do liberal– porque afirma la identidad absoluta entre la distinción de
los órganos del Estado y el reconocimiento y garantía de la libertad
de sus miembros; e igualmente es una arquitectura institucional de
dicho tipo de Estado, porque sirve para distribuir las funciones del

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cuerpo político entre órganos distintos sin perjuicio de sus articula-


ciones y mutua colaboración.
En ese esquema la equivocada denominación de “división de po-
deres” deviene en un esquema de organización jurídica del Estado, la
misma que no puede ser entendida en la praxis por la mera referencia
de la terminología empleada por Locke y Montesquieu.
Así, en esencia, las atribuciones asignadas a cada órgano no son
exclusivas, sino meramente institucionales y prevalecientes.
La especificación y distribución de las funciones no significan, de
modo alguno, su separación mecánica, sino tan solo una premisa ne-
cesaria para el mejor desempeño del Estado.
La visión original de Locke y Montesquieu no se ajusta a la
realidad actual, ya que, no existe coincidencia total entre órgano y
función (es el caso del Ejecutivo, ente que legisla más que el pro-
pio Parlamento).
Las instancias de gobierno, como fruto de la experiencia histórica,
han provisto importantes correcciones al marco teórico, al plantear la
confusión de los órganos de poder (gobierno directorial) o la colabo-
ración de los mismos (gobierno parlamentario).
Asimismo, la existencia y rol de los partidos políticos –creación
posterior a la formulación teórica– establecen que una agrupación
política –por la vía del sufragio– puede acceder a la conducción si-
multánea del Ejecutivo y del Legislativo (gobierno presidencialista,
gobierno parlamentario).
Señálase además que es de la mayor importancia en los regíme-
nes modernos la existencia y armónica relación entre oficialismo y
oposición. Como bien señala Jorge Tristán Bosch [Citado por Gustavo
Garcés. Breviario constitucional. México: Editores Águila, 1996]:
“La terminología de Montesquieu es confusa porque sus ideas eran
confusas; este no distinguió bien entre los conceptos poder del Estado,
órganos y funciones. Por ello no se planteó la necesidad de usar tres
expresiones distintas para nombrarlos. Bajo el vocablo genérico poder
se confundió el poder del Estado propiamente dicho con las funciones;
y, en algunos casos también con los órganos del mismo [...] llevado por
la confusión conceptual a que se viene haciendo referencia, se empleó
las expresiones genéricas de Poder Legislativo, Poder Ejecutivo y Poder
Judicial para denominar con ellos sucesivamente, a cada una de las tres

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series de poderes, de órganos y de funciones respectivamente. Esta des-


graciada ocurrencia ha cegado a muchos comentaristas y ha sembrado
tal grado de confusión en esta materia, que resulta casi imposible tratar
de eliminarla”.
Como bien expone Luis López Guerra [El poder judicial en el Estado
constitucional. Lima: Palestra editores, 2001], “una de las razones para
la divergencia de opiniones sobre el significado del principio de divi-
sión de poderes consiste en que el mismo concepto, y las instituciones
y mecanismos en que se manifiesta, se acuñaron en los orígenes del
pensamiento constitucionalista (la fecha convencional es 1748, año de
la aparición del Espíritu de las Leyes) y pretendía aplicarse a situacio-
nes y problemas muy distintos de los actuales”.
En efecto, es históricamente demostrable que dicha teoría apa-
reció en un “tiempo histórico” en donde se buscaba la coexistencia
pragmática y equilibrada entre un órgano Ejecutivo adscrito a una
legitimidad tradicional y de un órgano Legislativo vinculado a una
legitimidad democrática.
Luis López Guerra [ob. cit.] estima que este “equilibrio” tuvo jus-
tificación en la medida que la legitimación democrática no devino
durante ese “tiempo histórico” en el principio monopolizador para la
justificación del ejercicio del poder.
La visión de la división de poderes como una técnica de equilibrio
supervivió hasta el siglo XX, en razón a que países tan influyentes
política o culturalmente como Alemania, Austria, España, Portugal
y Grecia tardaron en adherirse a la vigencia plena del principio de
legitimación democrática.
En ese orden de ideas, tras la consolidación del principio de legiti-
mación democrática para el ejercicio del poder, la teoría de la división
de poderes devino en una técnica de garantía.
Por ende, ya no cabe hablar hoy de poderes del Estado en cuanto
a instancias privativas y disímiles fuentes de legitimación. De allí que
concretamente se haga referencia a la división de órganos y funciones
en relación al poder del Estado; el cual deriva su legitimidad de la
voluntad ciudadana.
Es preciso reiterar que la pluralidad de funciones no afecta la
unidad del poder del Estado, por lo que aquí también cabe procla-
mar aquel principio cristiano de que “existe diversidad de ministe-

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rios, pero no hay más que un solo Señor”.


La separación de funciones no se concreta a evitar que uno de
los órganos del Estado ejerza solidaria e indivisiblemente todas
estas, sino que, adicionalmente, intenta auspiciar que cada una o
algunas de ellas sean ejercidas por distintos titulares (autoridades)
especializados.
Las funciones del poder estatal no se presentan como meros ac-
tos inconexos, sino que guardan entre sí relaciones necesarias que les
permiten limitarse y complementarse mutuamente. Toda actividad o
competencia funcional forma parte de una estructura modular supe-
rior que refleja la unidad del poder estatal.
La fórmula estatal se resume en un poder político unívoco, ac-
tuante por el cauce de plurales funciones, ejercido por diversos órganos
y titularizado en determinados sujetos denominados autoridades.
2.1.- Las funciones estatales
Hace referencia a un conjunto de factores interrelacionados que se
encuentran orientados al cumplimiento de un fin institucional.
Estos factores son entre otros los siguientes: objetivos, relación de
actividades, competencias, tareas, responsabilidades, etc.
Se trata de un conjunto de actividades precisas, necesarias, per-
manentes, afines y coordinadas que se desarrollan para alcanzar de-
terminados objetivos. Las funciones estatales representan las razones
principales para la existencia del Estado.
En puridad, se desprenden o derivan de los objetivos que dan ori-
gen y razón de “ser” al Estado. Su determinación tiene carácter técni-
co en la medida que se busca precisar la naturaleza de las actividades
estatales y sus relaciones mutuas.
Las funciones estatales expresan las diversas actividades del Es-
tado, en cuanto constituyen diferentes manifestaciones o modos de
ejercer la potestad estatal. Se trata de aquellas finalidades u objetivos
que delimitados de manera afirmativa o negativa, se encomiendan
constitucionalmente a los órganos con competencias perfectamente
prefijadas, y que se manifiestan externamente a través de actos de
relevancia jurídica.
Al respecto, José Roberto Dromi [Instituciones de derecho admi-
nistrativo. Buenos Aires: Civitas, 1978] señala que estas son las

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formas diversas bajo las cuales se manifiesta la actividad domi-


nante del Estado.
Estas funciones son las diversas “formas” bajo las cuales se expo-
nen las actividades dominantes del Estado y determinan el conjunto
de actos por los cuales el Estado realiza las diversas atribuciones que
él mismo se asignó. El análisis jurídico de esos actos permite el esta-
blecimiento y su clasificación en grupos separados, cada uno de los
cuales forma una rama de actividad que deviene en una parte de la
potestad estatal.
2.2.- Los órganos estatales
Hacen referencia a las unidades impersonales que tienen a su car-
go el desarrollo y expresión de una o varias funciones del Estado, a
través de las cuales este revela su actividad volitiva. Hacen operativo
y visible el poder estatal manifestando su actividad y voluntad.
Cabe señalar que las funciones siempre se asignan a un órgano
estatal, a efectos de que las actividades que las componen sean objeto
de verificación en la realidad.
Los órganos poseen, por mandato de la ley fundamental, com-
petencias específicas para actuar. Estas son el conjunto de facultades
que un órgano puede legítimamente realizar, condicionando la vali-
dez del acto estatal de modo tal que el emitido al margen de ella está
afectado jurídicamente de nulidad.
Las competencias orgánicas conceden a las autoridades, el deber-
derecho de hacer uso de las facultades implicadas en ella, más no les
concede atribuciones sobre las competencias en sí mismas.
Debe advertirse que los órganos estatales no son personas jurídi-
cas, ya que solo al Estado en sí mismo se le reconoce personalidad.
2.3.- Las autoridades estatales
Hacen referencia a aquellas personas que están premunidas
de un título jurídico para disponer, ordenar, mandar, etc. Están
concebidas como las portadoras u operadoras de un determinado
órgano del Estado.
Como bien afirma Jorge Xifra Heras [Curso de derecho constitucio-
nal. Barcelona: Bosch, 1962], el poder del Estado se ejerce mediante
hombres: solo ellos pueden accionar fácticamente los resortes que

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movilizan el poder de la organización política.


Eduardo Graña y César Álvarez [Principios de teoría del estado y de
la constitución. Buenos Aires: Ad Hoc, 2003] exponen que “los actores
jurídicos […] en el derecho público son –pues– a quienes podemos
llamar los gobernantes, es decir, quienes están encargados de decidir
y actuar en nombre del Estado”.
Las autoridades como portadoras del poder quedan enmarcadas
en el contorno de los órganos: la energía de estos últimos se mueve y
despliega accionada por dichos titulares.
Los actos de poder generados por las autoridades fuera de las
competencias de un órgano provocan un exceso o abuso del poder; así
como la existencia de un acto de poder dentro de la competencia pero
con un fin distinto, significa una desviación del poder.
El título jurídico de las autoridades políticas se obtiene a través
de una pluralidad de opciones previstas en el derecho constitucional
comparado, a saber: la fórmula democrática, la fórmula de la tradi-
ción, la fórmula de la cooptación o la fórmula mixta.
Al respecto, veamos lo siguiente:
La fórmula democrática es aquella que establece la elección popular
de un jefe de Estado-jefe de Gobierno bajo la denominación de presi-
dente de la República (régimen presidencial) y de la totalidad de los
congresistas (régimen presidencial y buena parte de estados con régi-
men parlamentario). Asimismo, situación homóloga se plantea para
el Jefe de Gobierno bajo la denominación Presidente del Consejo de
Ministros, canciller, etc. (régimen parlamentario).
La fórmula de la tradición es aquella que establece la entronización
de un jefe de Estado bajo la denominación de rey, a consecuencia de
la aplicación de las reglas de herencia dinástica (régimen parlamenta-
rio-monárquico).
La fórmula de la cooptación es aquella que establece la designación
de un jefe de Estado por propia decisión de su titular. Tal el caso de la
cooptación española del rey Juan Carlos I de Borbón por el generalísi-
mo Francisco Franco Bahamonde. Igualmente, en Noruega en caso de
no haber un príncipe apto para suceder al rey, este puede postular a
su sucesor ante el Parlamento, el cual, sin embargo, puede elegir a un
tercero en caso considere que el sugerido por el monarca gobernante
tampoco resulta políticamente aceptable.

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La fórmula mixta es aquella en donde dentro de un mismo régimen


político al interior de un órgano de poder se combinan algunas de las
fórmulas anteriores. Así, tenemos en el caso de los parlamentos mo-
nárquicos existe la elección del jefe de Gobierno por elección popular
y la designación del jefe de Estado (rey) por herencia dinástica. Igual-
mente, existen órganos parlamentarios con una Cámara compuesta
por representantes elegidos y otra por designados por la tradición
(Inglaterra).
En la praxis, se advierte también la existencia curiosa de monar-
quías electivas. En efecto, en el Estado Vaticano la figura del Papa es
homóloga a la de un rey; el cual es elegido por los cardenales menores
de ochenta años que se reúnen en cónclave en la Capilla Sixtina.
Los cardenales participantes tienen la obligación de mantener
reserva sobre los asuntos a discutir en torno a la sucesión. El voto
(una balota) es depositado en un cáliz de plata y el conteo se reali-
za en voz alta.
Producida la elección se queman en un acto protocolar las balotas
(fumata blanca). Luego de lo cual el cardenal decano anuncia públi-
camente la elección (“Habemus Papa”).
Dicha práctica data del histórico decreto del Papa Nicolás en 1059.
Igualmente, en el caso del Estado de Malasia el rey es seleccio-
nado cada cinco años por un Consejo de gobernantes de los esta-
dos malayos.
Así, conforme a la Constitución de 1957 reformada, sus nueve
miembros hereditarios (sultanes, rajas o yangs) eligen luego de ven-
cido el período anteriormente mencionado al nuevo soberano de la
federación estadual.
El título jurídico de las autoridades judiciales se obtiene también
a través de una pluralidad de opciones previstas en el derecho cons-
titucional comparado, a saber: la fórmula de designación política, la
fórmula de designación por cooptación, la fórmula de designación
democrática, la fórmula de designación por organismos técnico inde-
pendientes o la fórmula mixta.
La fórmula de designación política es aquella que establece que corresponde
al Poder Ejecutivo y/o Poder Legislativo la selección y designación de las
autoridades judiciales.

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La fórmula de cooptación es aquella que establece que corresponde


al propio Poder Judicial la selección y designación de sus cuadros.
La fórmula de designación democrática es aquella que establece que
corresponde a la ciudadanía la elección de las autoridades judiciales.
La fórmula de designación por organismo técnico independiente es
aquella que establece que corresponde a un órgano ajeno a los po-
deres estatales (Consejo Nacional de la Magistratura) la selección y
designación de las autoridades judiciales.
La fórmula mixta es aquella que combina dos o más modalidades
de selección y designación. Tal el caso del Perú, en donde el Consejo
Nacional de la Magistratura nombra a los vocales de la Corte Supre-
ma, Cortes Superiores y jueces de Primera Instancia. En tanto que la
ciudadanía elige a los jueces de paz.
2.4.- La relación entre funciones, órganos y autoridades estatales
Las funciones vistas como tareas o actividades estatales siempre se
asignan a los órganos, a efectos de que sus actividades sean ejecutadas
por las autoridades estatales.
Los órganos deben ser visualizados en el campo normativo, en
tanto que las autoridades deben ser comprendidas en el orden de
la realidad. Así, mientras se denomina Parlamento a aquel órgano
que la Constitución configura y describe, en la práctica aquel de-
viene en la pluralidad de individuos (representantes del pueblo)
que lo conforman.
Los órganos son permanentes, las autoridades son en cambio con-
tingentes. Al respecto, no debe olvidarse aquel viejo aforismo políti-
co: ¡Ha muerto el rey!... ¡Viva el rey!
Los órganos aseguran la continuidad de la función estatal ya que
los actos que ejercitan las autoridades en el orden de la realidad no
pierden validez, aunque las personas acreditadas con dicho título ju-
rídico sean distintas en el tiempo; es decir, inevitablemente dichos
actos siempre se asignan al órgano. El Estado asume responsabilidad
por los actos emanados de sus órganos, a pesar del cambio de sujetos
que los encarnan. En la sucesión físico-jurídica de las autoridades no
se interrumpe el conjunto de obligaciones y derechos surgidos de la
actividad de los mismos órganos.
En resumen: las funciones asignadas a los órganos del Estado se

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manifiestan en la práctica a través de las autoridades. En ese contexto,


se procura que no sea la voluntad exclusiva de uno de ellos, sino el
arbitrio de todas las autoridades lo que genere las determinaciones
estatales. Ello en razón de aquel aforismo de Montesquieu:
“Todo hombre que tiene poder tiende al abuso de ese poder”.

2.5.- El sistema de frenos y contrapesos


La doctrina estima que la noción más perdurable de Montesquieu
se manifiesta cuando declara que “es necesario que, por la disposi-
ción de las cosas, el poder detenga al poder”.
En esa preocupación la distinción que se formula entre órganos,
funciones y autoridades persigue un valioso objeto político: el recí-
proco y cuasi paritario control entre quienes ejercen la titularidad de
los órganos estaduales. Ello a efectos de evitar que se abuse del poder
y se vulnere la libertad de los miembros del cuerpo político.
Para tal efecto, se exige la existencia de una distribución equitativa
de las funciones y una plural fiscalización intra y extra órganos.
El Estado contribuye a asegurar la libertad de sus miembros cuan-
do cuenta con un sistema de frenos y contrapesos. Así, mediante la
técnica que los anglo-sajones bautizaron como cheks and balances cada
órgano puede influir y hasta corregir los excesos y faltas de los otros.
Karl Loewenstein [Teoría de la Constitución. Barcelona: Ariel, 1984]
señala que estructuralmente las técnicas de formas y contrapesos son
de dos tipos: intraórganos e interórganos.
Las técnicas intraórganos son aquellas que se utilizan dentro de la
estructura de un órgano de poder.
Se trata de instrumentos de autocontrol; vale decir, están a cargo
de agentes o instituciones adscritas al propio órgano.
A guisa de ejemplo se pueden mencionar las siguientes:
a) En el órgano Ejecutivo se aplica mediante la obligatoriedad de
la refrendación ministerial, el voto aprobatorio del Consejo de
Ministros, etc.
b) En el Órgano Legislativo se aplica el sistema bicameral, la apro-
bación previa de un proyecto de ley por una Comisión, antes de
su discusión por el pleno, etc.
c) En el Órgano Judicial se aplica la doble instancia, la casación, la

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consulta de oficio, etc.


Las técnicas interorgánicas son aquellas que se utilizan para ase-
gurar que un órgano de poder pueda controlar la actuación de otro y
viceversa; o para completar una acción que la Constitución demanda
que se realice asociadamente. Ello implica una interacción funcional.
A guisa de ejemplo pueden mencionarse las siguientes:
a) Desde el Órgano Ejecutivo se utilizan la observación presiden-
cial de una ley, la disolución del Parlamento, etc.
b) Desde el Órgano legislativo se utilizan la interpelación, la cen-
sura, el voto de investidura, la estación de preguntas. En el ám-
bito de las acciones en donde se requieren la manifestación de
dos voluntades políticas aparecen la propuesta de nombramien-
to por parte del Ejecutivo y la aprobación del nombramiento por
parte del Legislativo (el Contralor General de la República); el
nombramiento por parte del Ejecutivo y la ratificación por parte
del Legislativo (el Superintendente de banca y Seguros). Asimis-
mo, se requiere de la concordancia de ambas voluntades políti-
cas en los casos de los tratados internacionales, la prórroga del
estado de sitio, la declaración de guerra y suscripción de la paz.
c) Desde el Órgano Judicial se utiliza el proceso contencioso-admi-
nistrativo para revisar la actuación de la justicia administrativa
o la excepción de inconstitucionalidad para inaplicar una ley por
haber sido elaborada o contener disposiciones contrarias al texto
constitucional.

3.- EL DESARROLLO CONSTITUCIONAL DE LAS FUNCIONES


ESTATALES
La práctica constitucional demuestra, de una manera inexorable,
que ningún órgano estatal se encuentra dedicado única y exclusiva-
mente al ejercicio de una función, así como tampoco a su verificación
plena o total. Se reconoce la existencia de cuatro funciones estatales,
en atención a su naturaleza jurídica, a la esencia material del acto, a
su dirección finalista y al mecanismo funcional de la realización del
derecho. Al respecto, estas son las siguientes: función normativa, fun-
ción administrativa, función jurisdiccional y función contralora.

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a) Función normativa
Consiste en la elaboración de reglas jurídicas, ya sean de carácter
general, abstractas e impersonales; o individuales, concretas y perso-
nales. Implica la regulación de las conductas existenciales y coexis-
tenciales.
Juan Francisco Linares [Derecho administrativo. Buenos Aires: As-
trea, 1986] expone que dicha función “alude al comportamiento del
Estado consistente en dictar unilateralmente, mediante el uso de la
palabra escrita, normas jurídicas generales, así como las normas jurí-
dicas de alcance individual […]”.
Nicolás Pérez Serrano [Tratado de derecho político. Madrid: Civitas,
1984] expone que la función normativa “consiste en la creación de re-
glas jurídicas, de imperativos que implanten una organización social
y ordenen la conducta humana.
Javier Pérez Royo [ob. cit.] sostiene que es “la única función a tra-
vés de la cual se constituye la voluntad ordinaria del Estado”.
b) Función ejecutivo-administrativa
Consiste en la formulación global de la acción gubernamental y en
la adopción de las medidas fundamentales destinadas a su verifica-
ción en la realidad. Por ende, se dirige a la realización concreta de las
normas y a la conducción y dirección del Estado, fundamentalmente
en lo relativo a los servicios estatales en sus ámbitos interno y externo.
En suma, implica la formulación y la ejecución de medidas conducen-
tes a satisfacer las necesidades de la colectividad.
Dicha función exige acción para asumir la dirección general de
la actividad estatal; así como para ejecutar las decisiones dispuestas
por los órganos Legislativo y Judicial. En ese sentido, Juan Francisco
Linares [ob. cit.] expone que dicha función alude al acto de ejecutar
normas jurídicas de toda especie, fuera de situaciones contenciosas,
mediante decisiones normativas que se particularizan en casos con-
cretos. A lo cual habría que añadir el aspecto técnico-social o político
que involucra la satisfacción de las necesidades colectivas, el cumpli-
miento por vía directa o indirecta de los servicios públicos y la conse-
cución de ciertos fines convivenciales.
Félix Vicente Lonigro [“El Estado y sus elementos”. En: Institucio-
nes de derecho público. Buenos Aires: Mocchi, 1997] expone que dicha

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función consiste en la facultad que posee el órgano ejecutivo de poner


en “ejecución a las leyes, de hacerlas cumplir mediante la utilización
del poder de policía […] así como también […] de llevar adelante la
actividad administrativa del Estado […]”.
Los elementos fundamentales de la función administrativa son la
dirección político-económica, la administración civil y la administra-
ción militar.
c) Función jurisdiccional
Consiste en la resolución de reclamaciones, quejas, demandas y
denuncias de carácter jurídico. Implica la dirimencia en los conflictos
interindividuales.
Juan Francisco Linares [ob. cit.] expone que dicha función alude
a “la actividad estatal de ejecutar el ordenamiento jurídico, mediante
actos unilaterales de alcance individual que deciden situaciones con-
tenciosas en casos concretos, por los que se particularizan, para esos
casos, cualesquiera de los contenidos de normas jurídicas”.
El propio Linares refiere que se entiende por situación conten-
ciosa “la contienda judicial trabada por la pretensión de un sujeto,
dirigida hacia otro, y la contradicción-resistencia o resistencia y
contraprestación de este, tramitada ante un órgano del Estado, in-
cluso un tribunal arbitral”.
La doctrina señala, que cuando se produce una disputa jurídica
o se lesiona o amenaza un derecho surge la necesidad de conocer la
verdad del Estado; vale decir, la certeza judicial de la legalidad o no
de pretensiones en pugna.
En ese sentido, la sentencia es el instrumento por el cual el Estado
a través del órgano judicial, declara solemnemente la solución de di-
cha controversia; y por consiguiente, la afirmación o desestimamien-
to de las pretensiones en litis.
d) Función contralora
Consiste en el aseguramiento de la limitación del poder en favor
de los valores y principios condicionantes de la acción estatal. Por
ende, deviene en la ejecución de acciones de comprobación, compara-
ción, supervisión, evaluación y hasta de anulación de actos adminis-
trativos o legislativos contrarios a la Constitución o las leyes. Implica

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adicionalmente, la ejecución de medidas en pro de la eficacia, eficien-


cia, legalidad y moralidad del quehacer estatal.
En puridad, consiste en la vigilancia y verificación de la legalidad,
oportunidad o conveniencia de las conductas manifestadas o no ma-
nifestadas por los gobernantes y gobernados.
Dicha función puede encontrarse implícitamente contenida en la
doctrina de Montesquieu cuando al hacer referencia a las facultades
de estatuir e impedir, invocaba la posibilidad de corregir o anular lo
decidido por otro órgano.
Estas funciones son ejercidas por los órganos estatales, bien con
un carácter de actividad principal o con uno de actividad subsidia-
ria. En el primer caso la función se convierte en la tarea sustantiva y
básica de un órgano, es decir, en la razón de ser de la existencia del
órgano; en el segundo deviene en una actividad accesoria o colateral
a la esencial.
4.- EL DESARROLLO CONSTITUCIONAL DE LOS ÓRGANOS
ESTATALES
La doctrina constitucional consigna la existencia de tres órganos
constitucionales clásicos, a saber: Legislativo, Ejecutivo y Judicial.
Al respecto, veamos lo siguiente:
a) El Órgano Legislativo
Dicho órgano tiene como funciones principales las referidas a la
normación y control.
Dicho órgano necesariamente debe tener una estructura cole-
giada y una composición numérica amplia a efectos que en él se
pueda expresar políticamente las plurales necesidades de la socie-
dad. Ello en razón a que la voluntad del Estado debe ser la volun-
tad política de la sociedad.
Javier Pérez Royo [ob. cit.] sostiene que “como en la sociedad co-
existen intereses y opiniones distintas, el órgano del Estado que lo
expresa debe estar constituido de tal manera que puedan tener cabida
en él dichos intereses y opiniones”.
b) El órgano Ejecutivo
Dicho órgano tiene como función principal la dirección política y

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la acción inmediata del Estado. A través suyo se expresa y exterioriza


de manera tangible la presencia del cuerpo político.
Dicho órgano necesariamente debe tener una estructura uniper-
sonal o bipersonal, a efectos de garantizar coherencia en la decisión y
ejecución de las funciones asignadas.
c) El órgano Judicial
Dicho órgano tiene como función principal la dirimencia de los
conflictos interindividuales de naturaleza jurídica.
Dicho órgano necesariamente tiene una estructura uniperso-
nal en la primera instancia y deviene en colegiada en las instan-
cias restantes.
4.1.- El Estado y la función jurisdiccional: el Órgano judicial
El concepto jurisdicción alude strictu sensu a la actividad de impar-
tición de justicia; la cual corresponde, en principio de manera unitaria
y exclusiva al poder judicial.
Orlando J. Gallo [“La justicia constitucional”. En: Curso de derecho
constitucional IV. Buenos Aires: Abeledo Perrot, 1996] señala que: “En
un sentido amplio, ejercen jurisdicción los órganos de los tres poderes
del Estado, conforme a la distinción que se tornará clásica luego de su
formulación por Montesquieu […]. Sin embargo, en un sentido estric-
to, se reserva la palabra jurisdicción para designar la atribución que
ejercen los órganos encargados de administrar justicia, a la que han
llamado actividad jurisdiccional, y especificado como aquella que se
ejerce por un órgano independiente cuando resuelve conforme a de-
recho un conflicto entre partes o aplica las sanciones previstas en la
ley para quien inflinge sus mandatos”.
En esa misma orientación, Daniel Oswaldo Ruiz [“El Poder Ju-
dicial”. En: Instituciones de derecho público. Buenos Aires: Ediciones
Mocchi, s.f.] plantea que “La función jurisdiccional consiste en la
aplicación de la ley a los efectos de resolver controversia, litigios o
causas […]”.
En ese orden de ideas, Américo Lozano Ponciano [“Considera-
ciones acerca de la jurisdicción”. En: Ius et Praxis. Lima: Universidad
de Lima, s.f.] señala que representa a aquel fin primario del Estado,
consistente en dirimir los conflictos interindividuales. En efecto, ante

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