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Revolución de 1820

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Por liberal, de Francisco de Goya, uno de los dibujos del álbum D (1803-1824),1
finalmente no pasado a plancha como otros dibujos preparatorios de esta misma
serie, que aparecieron en Los disparates (1815-1823). La interpretación de esta
serie de grabados enigmáticos no es algo evidente, pero en general presentan
distintos tipos de subversión contra la autoridad.2
Revolución de 1820 o ciclo revolucionario de 1820 son los nombres con los que la
historiografía ha designado al conjunto de procesos revolucionarios que tuvieron
lugar en Europa alrededor de 1820. Fue la primera de las llamadas oleadas o ciclos
revolucionarios que sacudieron Europa con posterioridad a las guerras napoleónicas
y que se repitieron sucesivamente en las revoluciones de 1830 y de 1848.

Sus ejes ideológicos fueron el liberalismo y el nacionalismo. Dado que los países
más afectados fueron los del sur de Europa (los episodios de otras zonas, como
Alemania o Francia, fueron de mucha menor importancia), con España como epicentro
de un movimiento que se extendió a Italia, Portugal3 y Grecia; se le ha llamado
ciclo mediterráneo por contraposición al ciclo atlántico que la había precedido en
la generación anterior (las primeras revoluciones liberales o revoluciones
burguesas, producidas a ambos lados del océano: la Independencia de Estados Unidos
-1776- y la Revolución francesa -1789-).4

Las revoluciones de 1820 surgieron como reacción a la Restauración, que se produjo


como consecuencia de la derrota de la Francia revolucionaria, y que suponía el
restablecimiento del Antiguo Régimen y la aplicación de los principios legitimistas
del Congreso de Viena de 1815, confiados a la fuerza y determinación
intervencionista de la Santa Alianza. Esta alianza de las monarquías absolutas
finalmente consiguió evitar la posibilidad de una generalización del contagio
revolucionario y sofocó los focos revolucionarios. Ante la desigualdad de fuerzas,
como forma de organización de los revolucionarios de 1820 predominó la
conspirativa, a través de sociedades secretas, como la masonería o los carbonarios.

Aunque pueden detectarse alteraciones anteriores, el movimiento revolucionario que


suscitó el contagio y en varios casos la imitación explícita (incluso del texto
constitucional), fue el pronunciamiento de los militares liberales españoles que
inició el llamado Trienio Liberal. Las revoluciones de Portugal e Italia
(especialmente en el Piamonte y en Nápoles) fueron las siguientes. Con mucha más
lejanía en tiempo y espacio, también hubo movimientos de muy distinta naturaleza en
el Imperio ruso (Revuelta Decembrista de 1825). El caso más peculiar fue Grecia,
donde en 1821 se pueden datar los inicios del movimiento por la independencia
griega, proclamada en 1822; y que fue la única de las revoluciones de este ciclo en
tener éxito, gracias al apoyo de las potencias europeas contra el Imperio otomano.

El historiador español Juan Luis Simal ha destacado que «aparentemente de forma


paradójica, la derrota del constitucionalismo meridional en 1821-1823 reforzó el
liberalismo europeo en las décadas siguientes. El exilio facilitó el contacto entre
liberales de varios países y la formación de redes internacionales que mantuvieron
vivo el compromiso político con los represaliados».5 Nació así un
«internacionalismo liberal» en el que los liberales españoles exiliados y su
experiencia del Trienio Liberal desempeñaron un papel muy destacado, junto con el
exilio napolitano, el piamontés y el portugués (aunque estos en menor medida).6

Índice
1 Antecedentes
1.1 Incidentes previos en otras zonas de Europa
2 El epicentro: España
3 La extensión a otros países de Europa meridional
3.1 Nápoles
3.2 Piamonte
3.3 Portugal
4 El triunfo de la contrarrevolución
4.1 Nápoles y Piamonte: la invasión austríaca
4.2 España: la invasión francesa
4.3 Portugal: el triunfo de la «Vila-Francada»
5 Movimientos revolucionarios posteriores en otros países europeos
5.1 Francia
5.2 Rusia
5.3 Grecia
6 Notas
7 Referencias
8 Bibliografía
9 Enlaces externos
Antecedentes
Artículo principal: Europa de la Restauración
Las cuatro grandes potencias vencedoras de las guerras napoleónicas ―Imperio
Austríaco, Reino de Prusia, Imperio ruso y Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda―
se consideraron legitimadas para establecer el nuevo orden europeo basado en el
equilibrio entre ellas. Ese objetivo es lo que determinó que decidieran no
desmembrar a la gran derrotada, Francia, haciendo retroceder sus fronteras pero no
hasta las que tenía en 1789, cuando estalló la revolución que iba a sacudir todo el
escenario europeo. Este acuerdo se plasmó en el Primer Tratado de París de 30 de
mayo de 1814 y, tras la derrota definitiva de Napoleón en la Batalla de Waterloo,
en el Segundo Tratado de París, firmado el 20 de noviembre de 1815.7

El Congreso de Viena, por Jean-Baptiste Isabey, 1819. De pie a la izquierda, el


anfitrión, el canciller austríaco Metternich. Sentado cerca de él el secretario del
Foreign Office Castlereagh.
El nuevo equilibrio europeo (y la rectificación de fronteras que incluía) quedó
establecido en el Congreso de Viena, celebrado bajo los auspicios del canciller
austríaco Metternich, entre el 23 de septiembre de 1814 y el 9 de junio de 1815
(tras el paréntesis de la vuelta de Napoleón). Para asegurarlo se estableció un
doble sistema de garantías. Por un lado la Santa Alianza, integrada por las tres
monarquías absolutas vencedoras de Napoleón (Rusia, Prusia y Austria) ―la
«monarquía limitada» de Gran Bretaña no se sumó, aunque el príncipe regente en una
carta personal mostró su simpatía hacia sus objetivos―,8 y por otro la Cuádruple
Alianza, cuyo Tratado fue firmado el 20 de noviembre de 1815 ―dos meses después de
la firma del Tratado de la Santa Alianza― y que estaba formada por las tres
monarquías absolutas y la monarquía británica. Mientras que la Santa Alianza había
sido una iniciativa del zar de Rusia Alejandro I, la Cuádruple Alianza fue una
propuesta del secretario del Foreign Office, el tory vizconde de Castlereagh. En el
Tratado de la Cuádruple Alianza se estableció el compromiso de las cuatro
monarquías firmantes de unirse de nuevo si Francia intentaba romper los acuerdos de
paz y además se acordó «un sistema de congresos» para el mantenimiento del
«Concierto Europeo».9

Friedrich von Gentz, el más cercano colaborador de Metternich, describió en 1818 el


sistema europeo establecido tras la derrota de Napoleón como «un fenómeno increíble
en la historia del mundo» ya que se basaba en «un principio de unión general,
reuniendo a la totalidad de los Estados con un lazo federativo, bajo la dirección
de las principales potencias… Los Estados de segundo, tercero y cuarto orden se
someten tácitamente, y sin que nada se haya estipulado nunca a este respecto, a las
decisiones tomadas en común por las potencias preponderantes. […] Si se le pudiera
hacer durable, sería después de todo la mejor de las combinaciones posibles para
asegurar la prosperidad de los pueblos y el mantenimiento de la paz que es una de
sus primeras condiciones».10

El primer congreso de los previstos por el Tratado de la Cuádruple Alianza se


celebró en Aquisgrán entre el 1 de octubre y el 15 de noviembre de 1818. Se convocó
a petición del jefe del gobierno francés, el Duque de Richelieu, que reclamaba en
nombre de su rey Luis XVIII la retirada de los ejércitos aliados de Francia porque
ya se habían cumplido los tres años de ocupación previstos en el Segundo Tratado de
París. La petición fue atendida y las cuatro potencias se comprometieron a retirar
sus ejércitos respectivos antes del 30 de noviembre. Y además se acordó incluir al
Reino de Francia en la Cuádruple Alianza que a partir de entonces se convirtió “de
facto” en la Quíntuple Alianza.11 «A partir de ese momento, Francia quedaba
asociada a todas las tomas de decisiones internacionales colectivas de las grandes
potencias, los aliados estarían obligados a tener en cuenta los intereses franceses
y Francia estará en posición de defender y promover sus intereses».12

Incidentes previos en otras zonas de Europa


Desde la derrota de Napoleón fueron frecuentes las revueltas o movimientos
revolucionarios de carácter liberal en todos los países europeos, incluso en Gran
Bretaña, que no puede calificarse de monarquías absoluta.

Manifestación de estudiantes durante el Festival de Wartburg de 1817.


Alemania fue la primera zona en experimentar movimientos de protesta contra la
nueva situación política europea, aunque no se desencadenasen entonces movimientos
revolucionarios de envergadura. El nacionalismo cultural alemán, herencia del
romanticismo, estaba en auge y se fue transformando en nacionalismo político. Los
nacionalistas alemanes pretendían unificar todas las regiones de habla germana,
superando el estatus de la Confederación Germánica creada en 1815 bajo la autoridad
del Imperio Austríaco. En 1817, el Festival de Wartburg conmemoraba el tercer
centenario de la publicación de Las 95 tesis por Lutero en la puerta de la catedral
de Wittenberg; y durante las celebraciones hubo manifestaciones nacionalistas que
presentaban a Lutero como un patriota alemán. A partir de 1818 hubo agitaciones
estudiantiles de carácter liberal y nacionalista protagonizadas por corporaciones
de estudiantes llamadas burschenschaften. En 1819, en Mannheim, Karl Ludwig Sand,
un estudiante perteneciente a una de dichas corporaciones, asesinó «por traidor a
la patria alemana» al dramaturgo August von Kotzebue. El estudiante fue detenido y
ejecutado. Mediante los Decretos de Karlsbad del 20 de septiembre de 1819 el
canciller austriaco Metternich prohibió estas corporaciones estudiantiles en los
territorios de la Confederación Germánica e impuso vigilantes en las universidades
y una férrea censura de prensa. Se desencadenó una fuerte represión de los
elementos nacionalistas y liberales alemanes, lo que impidió que la agitación se
transformara en una insurrección revolucionaria. La situación se controló hasta
1830.

Masacre de Peterloo, 16 de agosto de 1819


En el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, el movimiento radical que pretendía la
transformación democrática de la «monarquía limitada» británica tuvo su episodio
más violento en la Masacre de Peterloo del 16 de agosto de 1819.13

El epicentro: España
Artículos principales: Pronunciamiento de Riego y Trienio Liberal.
El 1 de enero de 1820 se produce la sublevación o pronunciamiento14 del teniente
coronel Rafael del Riego, puesto al frente de las tropas acantonadas en Las Cabezas
de San Juan (localidad de la provincia de Sevilla que dio nombre a la revolución) y
apoyado por otros oficiales (Antonio Quiroga),15 proclamó la Constitución de 1812 y
detuvo al general en jefe del cuerpo expedicionario (Conde de la Bisbal) que
pretendía embarcarse a América para sofocar los movimientos independentistas.16 A
la espera de recibir apoyos del resto del ejército y de las ciudades más
importantes, las tropas de Riego fueron avanzando por Andalucía sin decidirse a
emprender una marcha clara en dirección a Madrid, pues encontraron poco apoyo y la
intentona parecía que iba a terminar con el mismo fracaso que sus predecesoras.

Rafael del Riego, cuyo pronunciamiento dio inicio a la Revolución española.


A finales de febrero, mientras se iban dispersando las tropas de Riego, estalló una
insurrección liberal en Galicia que se expandió por todo el país en lo que se
convirtió en una verdadera revolución. Una muchedumbre rodeó el Palacio Real de
Madrid el día 7 de marzo, y Fernando VII, viéndose acorralado, esa misma noche
firmó un decreto por el que se sometía a «la voluntad general del pueblo», y dos
días más tarde juraba finalmente la Constitución de Cádiz. El 10 de marzo el rey
hizo público un Manifiesto que incluía la famosa frase: «Marchemos francamente, y
yo el primero, por la senda constitucional».17 Según Jaime Vicens Vives, «la
revolución de 1820 fue un triunfo, en primer lugar, de las apetencias personales de
algunos jefes militares; luego, de las sociedades secretas que les apoyaban;
también del oro americano, hecho circular oportunamente por emisarios argentinos
para disgregar la fuerza del cuerpo de ejército expedicionario (...); triunfo, en
último extremo, aunque quizá el más ponderado, de la libertad».18

Con el ejercicio del poder por parte de los liberales, divididos entre moderadoss y
exaltados, se desarrolló el período llamado Trienio Liberal (1820-1823), en que
unas nuevas Cortes retomaron la obra legislativa gaditana, con el claro propósito
de acabar con las bases económicas, sociales y políticas del Antiguo Régimen
(desamortización, supresión de señoríos y mayorazgos, de la Inquisición, etc.)19

La extensión a otros países de Europa meridional


Como ha destacado la historiadora italiana Silvia Sonetti, la Constitución de
Cádiz, se convirtió «en un modelo y en una referencia para todo el continente
europeo» ya que «abrió el camino a un recorrido constitucional y a una construcción
nacional que no solo no se realizaba gracias a Napoleón, sino contra él, y desde
una perspectiva no reaccionaria sino progresista». Así «se convirtió en el punto de
referencia más importante para los movimientos liberales del primer tercio del
siglo XIX en Europa» —«ponía en oposición la soberanía nacional con la legitimidad
de la monarquía»—. A pesar de la derrota que supuso la restauración absolutista de
1814 impuesta por Fernando VII, «la revuelta española y la Constitución de Cádiz se
convirtieron muy pronto en una de las referencias ideológicas más poderosas del
siglo XIX».20

En Italia la experiencia española de 1808-1814 se convirtió en un ejemplo a seguir


ya que no solo se había establecido un régimen liberal sino que se había puesto fin
a la ocupación extranjera, una situación similar a la que después de 1814 vivía
Italia bajo la hegemonía del absolutista Imperio Austríaco. Por eso en cuanto se
tuvo noticia del triunfo de la Revolución en España esta se convirtió «en el centro
del debate político italiano», especialmente en los dos principales Estados de la
península italiana, el Reino de Nápoles (desde 1816 Reino de las Dos Sicilias) y en
el Reino de Piamonte, oficialmente Reino de Cerdeña ―en Turín, capital del reino,
circularon 20 000 ejemplares de la Constitución de Cádiz―. Y los dos sectores más
receptivos fueron el Ejército y las Universidades. «Una vez más se ponía de
manifiesto la posibilidad de vincular a una revolución dos cuestiones diferentes:
el problema de la independencia ante la influencia austríaca y la lucha por las
libertades y contra el absolutismo».21

Nápoles

El general Guglielmo Pepe en el puente de la Magdalena que da entrada a la ciudad


de Nápoles.
A principios de abril de 1820 llegó la noticia a Nápoles, capital del Reino de las
Dos Sicilias, del triunfo de la Revolución en España ―y de que Fernando VII había
jurado la Constitución de 1812― y en algunas casas particulares se celebraron
fiestas y bailes para celebrar el acontecimiento ―en Salerno se produjeron algunos
desórdenes―. Por su parte, los carbonarios napolitanos, que ya antes de 1820
consideraban a la Constitución de Cádiz un modelo, celebraron reuniones
clandestinas para preparar la revuelta general. Esta estalló el 2 de julio. En
Nola, dos oficiales del regimiento de caballería Real Borbone desertaron junto con
un centenar de suboficiales y soldados al grito de «Dios, Rey y Constitución». De
Nola se dirigieron a Avellino, cuartel general del general Guglielmo Pepe, un
«muratiano» que había sido ganado para la causa liberal. El movimiento se extendió
rápidamente, mientras el ejército no se mostraba dispuesto a combatir a los
revolucionarios. El 6 de julio el rey Fernando I, de la Casa de Borbón-Dos
Sicilias, se veía obligado a conceder la Constitución, la española de 1812, tal
como demandaban los sublevados y el general Pepe asumía el mando del ejército hasta
que se convocaran elecciones y se constituyera el Parlamento.22

Se formó un gobierno con mayoría de «muratianos», junto con algunos carbonarios, y


el 13 de julio el rey y sus hijos juraron la Constitución de Cádiz. Se abrió
entonces un intenso debate sobre las modificaciones que habría que introducir en
ella y la cuestión de la descentralización se convirtió en el tema principal que
acabó provocando la fractura entre «muratianos» y carbonarios ―los primeros, que en
su mayoría residían en la capital, se oponían; mientras que los segundos, muy
arraigados en las provincias, la defendían, aunque los carbonarios del área de
Nápoles no la apoyaban―. Aunque se pusieron en marcha las diputaciones provinciales
establecidas en la Constitución de Cádiz, «las divisiones internas permanecieron y,
de hecho, provocaron el fracaso de la revolución política».23

El problema más grave lo planteó Sicilia, que había quedado al margen de la


revolución napolitana y que permanecía ligada a su experiencia constitucional de
1812, cuando el Reino de Sicilia estuvo bajo protección británica durante las
guerras napoleónicas. Los sicilianos rechazaron la Constitución de Cádiz, alegando
que no se adecuaba a sus instituciones seculares, pero lo que en realidad
pretendían era independizarse del continente poniendo fin al Reino de las Dos
Sicilias, constituido solo cuatro años antes, y recuperar la plena soberanía del
Reino de Sicilia. En Nápoles, sin embargo, querían mantener la unidad de las Dos
Sicilias, por lo que se envió una escuadra naval a la isla comandada por Florestano
Pepe, hermano de Guglielmo. Después de un intento de resistencia, Palermo, la
capital siciliana, acabó capitulando, pero las condiciones pactadas por Pepe y el
presidente de la Junta de Gobierno de Sicilia no fueron aceptadas por el parlamento
de Nápoles, que había sido elegido a finales de agosto y principios de septiembre,
por lo que fue enviado a la isla Pietro Colletta.24

Piamonte

El conde Santorre di Santa Rosa, líder de la revolución liberal del reino de


Piamonte.
En el reino de Piamonte (oficialmente Reino de Cerdeña) el líder de la revolución
fue el conde Santorre di Santa Rosa, que creyó equivocadamente haberse ganado para
la causa constitucional al príncipe heredero Carlos Alberto de Saboya. Llegó a
presentarle un plan que incluía no solo el establecimiento de la Constitución de
Cádiz sino también la realización de una campaña militar contra el Imperio
Austríaco para anexionarse el Reino lombardo-véneto y formar un Reino de la Alta
Italia bajo la corona de la Casa de Saboya. En esto último radicaba la principal
diferencia entre la revolución piamontesa y la napolitana: que aquella no solo
pretendía instaurar una monarquía constitucional sino también liberar al reino
vecino bajo dominio austríaco como primer paso para lograr la «Federación
Italiana».25

La revolución comenzó en la noche del 9 al 10 de marzo de 1821, coincidiendo con el


avance de las tropas austríacas para acabar con la revolución napolitana. Como
allí, la inició una rebelión militar. Dos regimientos de Alessandria se sublevaron
autoproclamándose «Esercito Federato» y ocuparon la ciudad junto a un grupo de
civiles armados al grito de «Viva el Rey, Viva la Constitución española y guerra a
los austríacos». Tras formarse una junta provisional se hizo público un manifiesto
que decía: «En nombre de la Federación Italiana, es proclamada la Constitución
aprobada en las Cortes extraordinarias de España el 18 de marzo de 1812. […] El
estandarte del despotismo ha sido derribado entre nosotros para siempre». La
sublevación pronto alcanzó a la capital, Turín, y el rey Víctor Manuel I,
desconcertado por los acontecimientos, el 12 de marzo decidió abdicar en su
hermano, Carlo Felice. Este en calidad de Regente juró, no sin oponer cierta
resistencia, la Constitución de Cádiz, pero no aceptó la petición de anexionarse el
reino lombardo-véneto pues hubiera supuesto la guerra con el Imperio austríaco. En
el edicto que hizo público el 13 de marzo precisó que su juramento estaba vinculado
a las «modificaciones que acuerde la representación nacional de consuno con su
majestad el rey».26

Portugal
Véase también: Revolución de Oporto

Manuel Fernandes Tomás, líder de ó Sinédrio, el grupo impulsor de la Revolución de


Oporto.
Como ha señalado José Hermano Saraiva, «la situación portuguesa, en 1820, era de
crisis en todos los niveles de la vida nacional: crisis política causada por la
ausencia del rey y de los órganos de gobierno que se encontraban en Brasil; crisis
ideológica, nacida de la progresiva difusión, en las ciudades, de las ideas
políticas que consideraban a la monarquía absoluta como un régimen opresivo y
obsoleto; crisis económica, resultante de la emancipación económica de Brasil;
crisis militar, originada por la presencia de los oficiales ingleses en los altos
puestos del ejército y por la animadversión de los oficiales portugueses, que se
veían relegados en las promociones». Así se reconocía en un informe fechado el 2 de
junio enviado desde Lisboa al rey João VI, que desde 1808 tenía su corte en Río de
Janeiro: «Portugal ha llegado a una crisis en la que, o ha de sufrir la revolución
de las fortunas, del orden, la anarquía, y otros males que trae consigo la
aniquilación del crédito público, o, sin la menor pérdida de tiempo ha de cuidarse
de aumentar la renta sin nuevos impuestos que las presentes circunstancias no
admiten, y en disminuir los gastos, cortando no sólo los superfluos, sino incluso
los necesarios».27nota 1

Este es el contexto en que se produjo la revolución portuguesa de 1820, espoleada


además por la revolución española. La iniciativa la tomó un pequeño grupo de
burgueses de Oporto que desde 1818 se reunían en una tertulia que era conocida como
ó Sinédrio (el Sanedrín) y cuyo líder era Manuel Fernandes Tomás. Este en cuanto
conoció la noticia del triunfo de la Revolución en la vecina España, con cuyos
liberales ó Sinédrio mantenía contactos, hizo un llamamiento para seguir su
ejemplo. Uno de los miembros del Sinédrio describió así el discurso que pronunció
Fernandes Tomás:28

Presidía él, y con su voz fuertemente acentuada pintó el estado del país, sin rey
que lo gobernase, un general extranjero señor del ejército, extranjeros gobernando
también las provincias, nuestra dependencia de Brasil, en fin, la revolución de
España, que acaba de terminar felizmente con el juramento de Fernando VII a la
Constitución de Cádiz. ¿Nos quedaremos así? ¿Debemos continuar en esta ignomia?,
repitió muchas veces con fuerza.

Sesión de las Cortes de Lisboa de 1822.


Los miembros del Sinédrio consiguieron con bastante facilidad la adhesión de
numerosos militares de las guarniciones del norte y el 24 de agosto un regimiento
de artillería se sublevó. Uno de sus coroneles leyó la siguiente proclamación:
«Vamos con nuestros hermanos de armas a organizar un gobierno provisional que
convoque a las Cortes para hacer una Constitución, cuya falta es el origen de todos
nuestros males».29 Tres semanas después, el 15 de septiembre, la guarnición de
Lisboa se sumaba al movimiento, lo que selló el triunfo de la revolución, que no
encontró resistencia alguna y despertó un gran entusiasmo. En un folleto impreso
aquellos días se decía que se estaban viviendo «días llenos de sucesos tan
gloriosos para la nación portuguesa que su narración será difícil de creer en
épocas futuras… Días que nos abren la vida de un porvenir radiante, cual viene a
ser el que nos prometen las sabias leyes».30 La revolución también se extendió a
Brasil donde estallaron revueltas liberales en Pará, en Bahía y en la capital Río
de Janeiro (donde se sublevó la guarnición portuguesa).31

En Lisboa se formó una Junta Provisional que se hizo cargo del poder y convocó
Cortes constituyentes. Las elecciones se realizaron por sufragio indirecto en tres
grados, que era la fórmula establecida por la Constitución española de 1812. Todos
los diputados elegidos eran liberales, con predominio de su sector más radical.
Recibieron el nombre de vintistas, un neologismo inspirado en el español
«doceañista». La Constitución que finalmente aprobaron en septiembre de 1822 estaba
directamente inspirada en la española Constitución de Cádiz. Como esta, se basaba
en la idea de la soberanía nacional y la limitación del poder del rey; las Cortes
estaban constituidas por una sola Cámara de mandato bianual (aunque eran elegidas
por sufragio universal directo, excluidos analfabetos, mujeres y frailes, y no por
sufragio indirecto en tres grados como en la Constitución de Cádiz).32

Las Cortes constituyentes reclamaron la vuelta del rey a Portugal y este acató la
orden, tras prometer el 24 de febrero de 1821 que aceptaría la Constitución que las
Cortes aprobasen, fuese cual fuese. Dejó como regente de Brasil al príncipe
heredero don Pedro pero cuando llegó a Lisboa las Cortes no le reconocieron la
autoridad para designar regentes y ordenaron el regreso de don Pedro a Portugal. La
respuesta de este fue proclamar la independencia de Brasil (Grito de Ipiranga del 7
de septiembre de 1822) y constituir el Imperio de Brasil del que él sería su primer
emperador.33 Entonces el gobierno de Lisboa contando con la aprobación de las
Cortes organizó una expedición militar a Brasil. En realidad, durante la que sería
conocida como Guerra de Independencia de Brasil (1822-1824) solo hubo combates de
entidad en Bahía, que temporalmente había quedado bajo dominio de tropas
portuguesas.34 Portugal acabará reconociendo al Imperio del Brasil el 29 de agosto
de 1825.

El triunfo de la contrarrevolución
Fue el zar ruso Alejandro I el que tomó la iniciativa tras conocerse el triunfo de
la revolución liberal en España, pero el gobierno británico, aunque se mostró
contrario a la forma en que se había puesto fin al absolutismo, se opuso a
cualquier intervención, tal como pretendía el zar. Castlereagh hizo pública una
dura nota en este sentido y el canciller austríaco Metternich le apoyó, ya que como
aquél temía que el zar cruzara toda Europa al frente de sus ejércitos o que Francia
impusiera su dominio sobre España (y sus colonias americanas, en pleno proceso de
independencia). Pero el panorama cambió cuando en julio de 1820 estalló la
revolución en Nápoles (el Reino de las Dos Sicilias era el más grande de los
estados italianos y estaba ligado al Imperio Austríaco por un tratado que le
impedía cambiar sus instituciones sin autorización de Viena). Y además adoptó la
Constitución de Cádiz.35

Nápoles y Piamonte: la invasión austríaca


En cuanto se conoció el triunfo de la revolución en Nápoles, el zar Alejandro I
insistió en que se convocara un Congreso de los previstos en el Tratado de la
Cuádruple Alianza, ahora Quíntuple Alianza tras la incorporación del Reino de
Francia en 1818. Las cinco potencias se reunieron en el Congreso de Troppau que se
inició el 20 de octubre y, aunque la decisión de intervenir en Nápoles se pospuso
hasta consultar con su rey Fernando I, las tres monarquías de la Santa Alianza
―Austria, Prusia y Rusia― firmaron el 19 de noviembre el que sería conocido como
«Protocolo de Troppau», que tendría una gran importancia pues los tres signatarios
afirmaron su derecho a intervenir si la revolución en un Estado suponía un peligro
para otros Estados (ni Francia, ni Gran Bretaña lo respaldaron, especialmente esta
última porque lo consideraba contrario al derecho de gentes y además advirtió que
solo debía aplicarse en situaciones realmente excepcionales que amenazaran las paz
de Europa):3637

Los Estados que hayan experimentado un cambio de Gobierno a causa de una revolución
y como resultado de ello amenacen a otros Estados, cesarán ipso facto de ser
miembros de la Alianza Europea y permanecerán excluidos hasta que su situación
ofrezca garantías para el orden legal y la estabilidad. Si, por causa de tales
alteraciones, un inmediato peligro amenazase a otros Estados, las Potencias se
obligan a ellas mismas, por medios pacíficos, o por las armas si fuera necesario, a
retornar al Estado culpable al seno de la Gran Alianza.

Entrada de Fernando I de las Dos Sicilias en Nápoles rodeado de sus aliados


austríacos en marzo de 1821.
Tal como se había acordado en Troppau se celebró un segundo congreso al que se
invitó a asistir al rey de Nápoles Fernando I. Fue el Congreso de Laibach, que
comenzó sus reuniones el 26 de enero de 1821. Tras solicitar formalmente Fernando I
la intervención austríaca ―a pesar de haber prometido al Parlamento napolitano
defender la Constitución―, Metternich logró su propósito de que se le dejaran las
manos libres al Imperio Austríaco para intervenir en Nápoles, en su calidad de
potencia hegemónica de la península italiana. Así que, «Metternich pudo ordenar a
su Ejército que cruzase el Po con las espaldas seguras y sin temor a las reacciones
de Rusia y Francia».38 El ejército revolucionario del general Pepe fue derrotado
por el austríaco en la batalla de Rieti-Antrodoco39 y el 24 de marzo las tropas
austríacas encabezadas por el propio rey Fernando I entraban en Nápoles «con ramas
de olivo en sus fusiles».40 La Constitución fue revocada y Fernando I recuperó sus
poderes absolutos.39

En cuanto Metternich supo que el 12 de marzo había triunfado otra revolución en el


reino de Piamonte ordenó a las tropas austríacas dirigirse hacia Turín, con el
respaldo de tropas rusas en su retaguardia.40 Como en el caso de Fernando I en
Nápoles, el rey Carlo Felice pidió la intervención de la Santa Alianza para acabar
con el movimiento constitucional. 41 El canciller austríaco les propuso a los
revolucionarios piamonteses un acuerdo político pero estos lo rechazaron y
finalmente el ejército austríaco, al que se unieron piamonteses realistas, derrotó
a principios de abril en Novara al ejército constitucional que le salió al
encuentro.40 «La nueva restauración llevó al trono al hermano de Vittorio Emanuele
I, Carlo Felice, que había mantenido una nítida posición anticonstitucional y
filoaustríaca».41

España: la invasión francesa


Artículo principal: Cien Mil Hijos de San Luis
La «cuestión española» se abordó en el Congreso de Verona celebrado entre el 20 de
octubre y el 14 de diciembre de 1822 («la situación de Portugal preocupaba menos,
tanto porque se entendía que su suerte estaba muy ligada al régimen español y, una
vez cayera éste, su futuro se tornaría incierto; como porque su estrecha
vinculación con Gran Bretaña limitaba las opciones de un ataque abierto al
liberalismo luso», ha señalado Gonzalo Butrón Prida).42 La representación británica
la ostentó el duque de Wellington ―porque Castlereagh se había suicidado a mediados
de agosto― y acudió con el encargo de su gobierno de oponerse a cualquier tipo
intervención en España. Los que se mostraron como los más firmes partidarios de
esta fueron el zar de Rusia Alejandro I, que había recibido numerosas peticiones de
auxilio por parte de Fernando VII, y el rey francés Luis XVIII, que también había
recibido las cartas desesperadas del rey español y las peticiones de ayuda de los
realistas, pero que sobre todo estaba muy interesado en rehacer el prestigio
internacional de la Francia borbónica. El canciller Metternich propuso que se
enviaran «Notas formales» al Gobierno de Madrid para que este moderara sus
posiciones y pero el secretario del Despacho de Estado Evaristo San Miguel cuando
las recibió las rechazó rotundamente por considerarlas una injerencia en los
asuntos internos españoles ―los británicos se habían negado a enviar ninguna «nota»
y se habían retirado formalmente del Congreso de Verona―. Finalmente el 19 de
noviembre Austria, Prusia y Rusia se comprometieron a ayudar a Francia si esta
decidía atacar a España pero «exclusivamente en tres situaciones concretas: 1) si
España atacaba directamente a Francia, o lo intentaba con propaganda
revolucionaria; 2) si el rey de España fuera desposeído del trono, o si corriera
peligro su vida o la de los otros miembros de su familia; y 3) si se produjera
cualquier cambio que pudiera afectar al derecho de sucesión en la familia real
española». A pesar de que ninguna de estas tres situaciones se materializó, Francia
invadió España en abril de 1823 con los Cien Mil Hijos de San Luis. «Ningún
compromiso de ayuda ligaba, por lo tanto, a la Santa Alianza con la intervención
francesa en España», ha comentado Rosario de la Torre.43 «En realidad el Congreso
de Verona no fue la ocasión para un nuevo desarrollo de la Santa Alianza, fue su
tumba. Lo que prevaleció, a pesar de las grandes diferencias evidenciadas, fue el
espíritu de concertación entre las cinco potencias que seguirían dirigiendo la
política internacional…».44

La familia real francesa. De izquierda a derecha: Carlos, el conde de Artois,


hermano del rey y heredero al trono; el rey Luis XVIII; Maria Carolina, duquesa de
Berry; María Teresa, duquesa de Angulema; Luis Antonio, Duque de Angulema; y Carlos
Fernando, Duque de Berry. El duque de Berry, segundo hijo varón del conde de Artois
y tercero en la sucesión al trono, fue asesinado en París el 13 de febrero de 1820
(cuando Riego estaba recorriendo Andalucía intentando que triunfara su
pronunciamiento). El duque de Angulema, segundo en el orden de la sucesión como
primogénito del conde de Artois, será el escogido por Luis XVIII para comandar la
««expedición de España»
Después de la invasión se hizo público un supuesto tratado secreto firmado en
Verona el 22 de noviembre por los representantes de Austria, Prusia, Rusia y
Francia en el que se encomendaba a esta última invadir España. La historiografía
española dio por bueno el tratado secreto, incluso después de que el archivista
estadounidense T. R. Schellenberg demostrara en 1935 que se trataba de una
falsificación realizada después de la invasión para justificarla.45 De esta forma
quedó desmontado el mito de que la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis se
había decidido en el Congreso de Verona y que había sido obra de la Santa Alianza.
Como ha señalado la historiadora española Rosario de la Torre, que en 2011 volvió a
insistir en la falsedad del «Tratado Secreto de Verona», la invasión de España fue
decidida por el rey francés Luis XVIII y por su gobierno (sobre todo después de que
el 28 de diciembre de 1822 François-René de Chateaubriand pasara a dirigir la
política exterior con el objetivo de restaurar la grandeza de Francia), contando
eso sí con la aprobación más o menos explícita o la neutralidad de las otras cuatro
potencias de la Quíntuple Alianza.46 Así lo explicó el propio Chateaubriand:
«figúrese a nuestro gabinete volviendo a ser poderoso, hasta el punto de exigir una
modificación de los tratados de Viena, nuestra antigua frontera recobrada, ampliada
hasta los Países Bajos con nuestros antiguos departamentos germánicos, y dígase si
la guerra de España no merecía ser emprendida en pro de semejantes resultados».47
Años después de la invasión Chateaubriand escribió en sus ‘’Memorias de
ultratumba’’: «Mi guerra de España, el gran acontecimiento político de mi vida, era
una empresa descomunal. La legitimidad iba por primera vez a quemar pólvora bajo la
bandera blanca [de los Borbones]… Cruzar de un salto las Españas, triunfar en el
mismo suelo donde hacía poco los ejércitos de un hombre fástico [Napoleón] habían
sufrido reveses, hacer en seis meses lo que él no había podido lograr en siete
años, ¿quién hubiera podido aspirar a lograr tal prodigio? Sin embargo, es lo que
yo hice…».48

El gobierno británico hizo un último intento para evitar la invasión y envió a


Madrid a Lord FitzRoy Somerset para que consiguiera que el Gobierno español
abordara una serie de reformas que aumentaran los poderes del rey Fernando VII.
Llegó a la capital española el 21 de enero de 1823 pero no logró sus objetivos. Dos
meses después, el 21 de marzo, el secretario del Foreign Office George Canning
comunicaba al Gobierno de París que el Reino Unido no se opondría a la invasión con
tres condiciones que le hizo llegar el 31 de marzo: que el ejército francés
abandonara España en cuanto hubiera completado su misión; que no intervendría en
Portugal y que no ayudaría a España a recuperar sus colonias americanas. Una semana
después Francia invadía España.49 «A la hora de justificar su intervención, ni el
rey Luis XVIII de Francia ni su Gobierno invocaron el peligro de la revolución
española o el derecho de intervención establecido por la Santa Alianza y precisado
en el Congreso de Troppau; los franceses ni siquiera invocaron el interés nacional
de Francia; se limitaron a proclamar la solidaridad de la casa de Borbón».50

Portugal: el triunfo de la «Vila-Francada»

En príncipe Miguel entra a caballo en el Palacio de Bemposta, durante la


Vilafrancada.
Luis XVIII cumplió su compromiso y no invadió Portugal, pero la «expedición
francesa de España» tuvo un enorme impacto sobre la política portuguesa hasta el
punto que propició el fin de la revolución. Como ha destacado el historiador José
Hermano Saraiva, «la evolución de la política española decidió la suerte de la
primera experiencia constitucional portuguesa. La hizo nacer y la hizo morir».34

En Portugal el centro de la conspiración antiliberal estaba en la propia corte ya


que la encabezada la esposa del rey Carlota Joaquina de Borbón, hermana del rey
español Fernando VII, y contaba como «brazo ejecutor» con el infante don Miguel,
segundo hijo varón de los soberanos.51 Así, el 27 de mayo de 1823, una semana
después de que las tropas francesas hubieran entrado en Madrid, don Miguel inició
la revuelta absolutista conocida como la Vila-Francada. En la proclama de la misma
don Miguel dijo: «Es hora de romper el férreo yugo en que ignominiosamente
vivimos». El yugo era el liberalismo. La suerte de la revolución portuguesa la
decidió la guarnición de Lisboa cuando se unió a la sublevación. Al no contar con
ninguna fuerza militar que las defendieran las Cortes se disolvieron y el rey tuvo
que aceptar los hechos consumados y abolir la Constitución de 1822. Prometió que
promulgaría una nueva ley fundamental, siguiendo el modelo de la Carta Otorgada de
la monarquía borbónica francesa, que garantizaría «la seguridad personal, la
propiedad y los empleos».52 El rey nombró entonces un gobierno integrado por
absolutistas moderados y liberales conservadores, lo que no agradó a su esposa,
líder del absolutismo más radical, ni al infante don Miguel. Así que un año después
organizaron una nueva revuelta que sería conocida como la «Abrilada», cuyo fracaso
obligó a don Miguel a abandonar el país, mientras que la corriente absolutista
moderada respaldada por el rey se mantenía en el poder.53

Movimientos revolucionarios posteriores en otros países europeos


Francia

Asesinato del duque de Berry, 13 de febrero de 1820.


Mientras que en España el teniente coronel Rafael del Riego estaba recorriendo
Andalucía intentado que triunfara su pronunciamiento, era asesinado en París el 13
de febrero de 1820 por un artesano bonapartista el duque de Berry, segundo hijo
varón del conde de Artois y, por tanto, tercero en la sucesión al trono de Luis
XVIII. El magnicidio provocó un endurecimiento de la represión interna. El primer
ministro, el moderado duque de Decazes, dimitió y los siguientes gobiernos
ultramonárquicos dirigidos por el duque de Richelieu y Jean-Baptiste de Villèle
limitaron aún más las libertades civiles.

Frente a estos gobiernos reaccionarios, los liberales franceses se encontraban


amordazados y toda acción política se veía abocada a la clandestinidad. Solo la
Charbonnerie, sociedad secreta inspirada en los carbonarios italianos, preparó
insurrecciones abortadas entre los oficiales liberales del ejército, que tuvieron
lugar en Saumur (diciembre de 1821), Belfort (enero de 1822), Thouars (febrero de
1822) y Colmar (julio de 1822). Pero su mala organización y su falta de apoyo
popular hizo que todas ellas fueran descubiertas y reprimidas, sin llegar a
producirse el pretendido levantamiento general.

Rusia

Concentración de los decembristas en la plaza del Senado de San Petersburgo, 14 de


diciembre de 1825.
Artículo principal: Revuelta Decembrista
El Imperio ruso, uno de los integrantes de la Santa Alianza junto a Prusia y
Austria, fue el último Estado en ser alcanzado por la oleada revolucionaria de
1820. El zar Alejandro I, el promotor de la Santa Alianza, falleció el 1 de
diciembre de 1825, y tras su muerte un grupo de oficiales pertenecientes a
sociedades secretas liberales y liderados por Muraviov y Pestel, conspiraron para
evitar la coronación del heredero, su hermano mayor Nicolás, de conocidas opiniones
reaccionarias, en beneficio de otro hermano, Constantino, del que se esperaba un
gobierno más liberal. Constantino, en todo caso, no deseaba la sucesión; se había
casado en secreto con una plebeya polaca y había pactado su apoyo a su hermano
Nicolás, renunciando a sus derechos en 1822. Los rebeldes no aceptaron a Nicolás I
y se rebelaron el 14 de diciembre (26 en el calendario gregoriano). La
improvisación y mala organización facilitó que fueran reprimidos brutalmente. Desde
el fracaso de los decembristas se intensificó la autocracia zarista.

Grecia

La matanza de Quíos, cuadro de Delacroix sobre un hecho sucedido el 11 de abril de


1822.
Artículo principal: Guerra de independencia de Grecia
Fue un caso aparte dentro de la oleada revolucionaria de 1820 ya que Grecia estaba
bajo el dominio del Imperio otomano desde la caída de Constantinopla (1453). En
1821, los griegos se levantaron contra los turcos. Hubo varios factores para
explicar el levantamiento: resistencia de bandoleros patriotas llamados kleftes que
vivían en las montañas del Peloponeso, llamado entonces Morea; el desarrollo de una
burguesía comercial y culta con su propia flota; la presencia de una sociedad
secreta nacionalista, la Filiki Eteria; y el papel jugado por el patriarca griego
de Constantinopla.

En Europa el levantamiento griego fue visto con mucha simpatía: nostalgia por la
Antigüedad clásica entre la gente culta, simpatía por la religión cristiana frente
a los otomanos musulmanes entre los conservadores y simpatía por la lucha por la
libertad contra la opresión otomana entre los liberales y románticos, y por el auge
de la idea del nacionalismo de aspiración de los pueblos con marcados rasgos
identitarios a obtener un Estado propio. Esto se hizo patente, además, en la
Declaración de Independencia que proclamaron los griegos revolucionarios entre el
15 y el 27 de enero de 1822.54

Esta guerra es una guerra nacional y sagrada; no tiene otro objetivo que la
restauración de la nación y su reintegración en los derechos de propiedad, de honor
y de vida que son la divisa de los pueblos civilizados. Los griegos únicos de todos
los europeos, ¿deben ser excluidos como indignos de los derechos que Dios ha
establecido para los hombres?
.

En 1822 parecía que los griegos iban a triunfar pero divisiones internas y la
intervención del bajá de Egipto, Mehmet Alí, en apoyo del sultán otomano, dieron un
giro a la situación. Los otomanos con la ayuda de los egipcios fueron derrotando a
los rebeldes griegos poco a poco hasta 1827. Pero ese año las potencias europeas
decidieron intervenir. El primer ministro del Reino Unido, Canning, el zar Nicolás
I y el rey de Francia Carlos X, mediante el Tratado de Londres de 1827, enviaron
escuadras a Navarino, donde estaba la flota egipcia de Mehmet Ali. El 20 de octubre
comenzó la batalla y la flota egipcia fue derrotada. Al mismo tiempo, los ejércitos
del zar invadieron los principados rumanos de Valaquia y Moldavia, y un ejército
francés desembarcó en el Peloponeso. Entonces, los británicos decidieron establecer
negociaciones de paz con el Imperio Otomano para evitar la caída de Constantinopla
en manos de los rusos.

Se firmó el Tratado de Adrianópolis en 1829, por el que el Imperio Otomano


reconocía la autonomía de Grecia, Serbia y los principados rumanos de Valaquia y
Moldavia. Grecia obtuvo la independencia al año siguiente, mientras que Francia,
Gran Bretaña y Rusia firmaron el Protocolo de Londres, donde reconocían la
soberanía griega del territorio además de ofrecer protección contra cualquier
invasión turca. Aun más importante, en la Conferencia de Londres de 1832 las mismas
potencias europeas nombradas con anterioridad designaron al joven príncipe de
Baviera, Otón, como el primer rey de Grecia.

Notas
El informe seguía diciendo: “Dígnese Vuestra Majestad tomar en consideración que
Portugal es un reino de pequeña extensión y escasamente poblado; que su agricultura
está poco adelantada por los inmensos gravámenes que pesan sobre los labradores;
que el ramo más últil de la misma agricultura, que es el vino, se halla en
decadencia por la apertura de los puertos de Brasil a los vinos de todas las
naciones; que nuestra industria se paralizó considerablemente con la libre entrada
en Portugal y en Brasil de la mano de obra inglesa, con cuyos precios no puede
competir; que el comercio decayó extraordinariamente no sólo por la mencionada
apertura de los puertos de Brasil, que privó a Portugal del comercio exclusivo con
aquel reino, sino por la competencia de todas las naciones marítimas, siendo muy de
temer que, si las cosas siguen así, desaparezca de los mares la bandera portuguesa
en breve plazo; que a Brasil se va anualmente una porción muy considerable de las
rentas de este reino, bastando la importancia de las rentas de los bienes
patrimoniales y de la corona y órdenes para formar una abultada suma, que aquí en
la circulación interior hace falta y nos va empobreciendo continuamente” (Citado
por Saraiva, 1989, págs. 326-327)
Referencias
Kalipedia. zeno.org
Véase, por ejemplo Disparate del miedo, grabado nº 2, donde se representa en los
personajes uniformados que caen y escapan ante una gigantesca figura fantasmal.
Nigel Glendinning, Francisco de Goya, Madrid, Cuadernos de Historia 16 (col. «El
arte y sus creadores», n.º 30), 1993. D.L. 34276-1993.
José María Jover Zamora Política, diplomacia y humanismo popular: estudios sobre
la vida española en el s.XIX], Turner, 1976, ISBN 8485137299, pg. 212
Eric Hobsbawm Las revoluciones burguesas, Barcelona: Labor, ISBN 84-335-2978-1
(1987, edición original de 1964). Pg. 202.
2020, Simal, p. 572.
2020, Simal, p. 590-591.
Torre del Río, 2020, p. 515-516.
Torre del Río, 2020, p. 520.
Torre del Río, 2020, p. 516-517.
Torre del Río, 2020, p. 518-519.
Torre del Río, 2020, p. 521-523. ”El tratado fue un triunfo diplomático para los
aliados, pero fue también enormemente ventajoso para Francia; aunque la alianza
constreñía sus ambiciones, garantizaba a la vez su propia seguridad”
Torre del Río, 2020, p. 523.
La Europa de los Congresos en Artehistoria.
El término "pronunciamiento" es original de la lengua española, que como otros del
léxico político de la época, "guerrilla" y "liberal", se extendieron a otros
idiomas. Para el caso de la de Cabezas de San Juan o de Riego se aplica más
frecuentemente que "sublevación" e incluso que "revolución" (excepto para el
proceso general, denominado habitualmente "revolución de 1820", "Trienio Liberal" o
"El Trienio" por antonomasia). Véanse ejemplos de uso bibliográfico de "revolución
de Cabezas de San Juan", "sublevación de Cabezas de San Juan", "pronunciamiento de
Cabezas de San Juan", "revolución de Riego", "sublevación de Riego",
"pronunciamiento de Riego", "revolución de 1820", "Trienio Liberal" (enlace roto
disponible en Internet Archive; véase el historial, la primera versión y la
última). y "El Trienio".
A menudo se usa la expresión "pronunciamiento de Riego y Quiroga".
Vicente Mira Gutiérrez, 1820, la conquista de la libertad
Wikisource
citado en Miguel Artola y otros Las Cortes de Cádiz, Marcial Pons Historia, 1991,
ISBN 8495379511, p. 207.
Eloy Terrón Abad, La Revolución de 1820 (enlace roto disponible en Internet
Archive; véase el historial, la primera versión y la última)., en Nuestras Ideas,
nº 2, septiembre de 1957.
Sonetti, 2020, p. 539-540.
Sonetti, 2020, p. 541-543.
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Saraiva, 1989, p. 326.
Saraiva, 1989, p. 327-328. ”El discurso [de Fernandes Tomás] condensa las causas
directas de la revolución: ausencia del rey, situación económica, intromisión
inglesa, ejemplo español”
Saraiva, 1989.
Saraiva, 1989, p. 328-329.
Saraiva, 1989, p. 329.
Saraiva, 1989, p. 332-334.
Saraiva, 1989, p. 329; 334-336.
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Torre del Río, 2020, p. 523-525.
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Butrón Prida, 2020, p. 556-557.
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Torre del Río, 2020, p. 534.
Torre del Río, 2020, p. 534-536. ”Con el zar Alejandro neutralizado por el rechazo
generalizado a que sus ejércitos cruzaran el continente; con Metternich que, sin el
apoyo británico, había optado por permitir la intervención de Francia; y con
Canning dispuesto a permanecer neutral si Francia no cruzaba determinadas ‘líneas
rojas’, el Gobierno de París, bajo el poderoso impulso de Chateaubriand, contaba
con la seguridad de que su intervención militar en España no provocaría ningún
conflicto internacional"
Torre del Río, 2020, p. 535.
Torre del Río, 2020.
Torre del Río, 2020, p. 535-536.
Torre del Río, 2020, p. 536.
Saraiva, 1989, p. 337. ”Mientras tanto se iba enfriando el entusiasmo por los
milagros que se esperaban de la Constitución; el clero y la nobleza hostilizaron
abiertamente a la revolución y al gobierno parlamentario, cuyas leyes no dejaban
dudas de que sus privilegios iban a terminar. La burguesía relacionada con el
comercio se sintió contrariada por el rumbo que había tomado la cuestión brasileña”
Saraiva, 1989, p. 337.
Saraiva, 1989, p. 337-338.
Sánchez Albornoz, Sonsoles Cabeza (1998). Los movimientos revolucionarios de 1820,
1830 y 1848 en sus documentos. Barcelona: Ariel. p. 44.
Bibliografía
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Ivana Frasquet, ed. El Trienio Liberal (1820-1823). Una mirada política. Granada:
Comares. pp. 555-570. ISBN 978-84-9045-976-8.
Saraiva, José Hermano (1989) [1978]. Historia de Portugal [Historia concisa de
Portugal]. Col. El Libro de Bolsillo, nº 1413. Madrid: Alianza Editorial. ISBN 84-
206-0413-5.
Sonetti, Silvia (2020). «La constitución gaditana en Italia». En Pedro Rújula e
Ivana Frasquet, ed. El Trienio Liberal (1820-1823). Una mirada política. Granada:
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Torre del Río, Rosario de la (2020). «El escenario internacional». En Pedro Rújula
e Ivana Frasquet, ed. El Trienio Liberal (1820-1823). Una mirada política. Granada:
Comares. pp. 515-516. ISBN 978-84-9045-976-8.
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