La Reina Perdida Los Guardianes Del Sello Nº 4 Sarah Mcallen
La Reina Perdida Los Guardianes Del Sello Nº 4 Sarah Mcallen
La Reina Perdida Los Guardianes Del Sello Nº 4 Sarah Mcallen
PERDIDA
Sarah McAllen
La reina perdida
Junio 2022
© de la obra de Sarah McAllen
Instagram: @sarahmcallen_
Facebook: Sarah McAllen
Sarah McAllen
PROFECÍA
Solo había pensado quedarse una noche con los Spiva, pero
estos insistieron en que no podían dejarla marchar en pleno invierno y
sin un lugar a donde ir.
Al final, Ella aceptó permanecer allí hasta que el tiempo
mejorase, aunque debía reconocer que Zlatan tuvo mucho que ver en
aquella decisión. Era tan agradable y atento con ella, además de ser
apuesto, que creía que le gustaba más de lo que debería.
Los días fueron transcurriendo en una relativa calma, que poco
a poco se fue transformando en rutina.
Zlatan y Boris se dedicaban a tallar cuencos, cucharas y demás
utensilios, para luego ir por los poblados cercanos a venderlos.
Mientras tanto, Zora y ella se ocupaban de las tareas del hogar y
del pequeño huerto que tenían frente a la casa.
Brunella se sentía feliz y estaba más tranquila al percibir que no
tenía aquella ansia de sangre que le asaltó con Mila. Quizá,
simplemente se hubiera debido al shock o al golpe en la cabeza que
recibió.
―¿Cómo va?
La joven se volvió sobresaltada al escuchar la voz de Zlatan a
sus espaldas, muy cerca de ella. Estaba tan concentrada en sus tareas
en el huerto, que ni siquiera le oyó aproximarse.
―Me has asustado ―le reprochó.
El joven sonrió de forma encantadora y a Ella se le aceleró el
corazón.
―Lo siento ―se disculpó, alargando una mano hacia ella―.
Ven conmigo, quiero mostrarte una cosa.
Se limpió en su falda y tomó la mano que le ofrecía, sintiendo
como un cosquilleo le recorría el cuerpo entero ante su contacto.
Zlatan la condujo hasta su taller y una vez allí, se volvió para
mirarla con los ojos chispeantes.
―Tengo una cosa para ti.
―¿Para mí? ―le preguntó ilusionada―. ¿Por qué?
―¿Acaso no lo recuerdas? ―Cruzó los brazos sobre su
pecho―. Hoy hace justo un mes que te vi por primera vez, vagando
sola por el bosque.
―Es cierto. ―Le hizo ilusión que lo recordara.
―Cierra los ojos ―le pidió.
―¿Para qué? ―Brunella frunció el ceño.
Zlatan soltó una carcajada.
―No seas cotilla y hazlo. ―Alzó una ceja―. ¿Acaso no confías
en mí?
Suspirando, obedeció, porque la verdad es que confiaba en él
plenamente.
Escuchó como trasteaba entre sus cosas, hasta que se acercó, le
tomó las manos y depositó algo sobre ellas.
―De acuerdo, abre los ojos ―solicitó con dulzura.
Ella parpadeó varias veces antes de enfocar su vista en el
cuenco y la cuchara con su nombre tallado de forma cuidadosa.
―Es un regalo precioso, muchas gracias ―le dijo, recorriendo
con sus dedos la suave madera.
―No solo son unos utensilios para comer, Ella.
La joven alzó su vista hacia él, sin comprender a qué se refería.
―Es una declaración ―repuso, mirándola a los ojos con
fijeza―. Desde el primer momento en que te vi, supe que mi corazón
quedó perdida e irremediablemente atado a ti. No quiero que te
marches cuando acabe el invierno, necesito que te quedes aquí, y no
solo porque no tengas donde ir, sino porque me elijas a mí por encima
de cualquier otra cosa.
Brunella se sentía emocionada y sus ojos se llenaron de
lágrimas.
¿Qué le eligiera a él? Hacía días que sabía que su corazón le
pertenecía por completo.
―Zlatan, no querría estar junto a otra persona que no fueras tú,
ni ahora ni nunca.
La sonrisa del joven se amplió aún más.
Quitándole el cuenco y la cuchara de las manos, y dejándolos
sobre una mesa cercana, la tomó por la cintura y la pegó a él.
―¿Sabes lo feliz que me acabas de hacer?
―Puede que casi tanto como lo soy yo ―respondió Ella,
sintiendo como un calor recorría todo su cuerpo a causa de su
cercanía.
―Voy a hacerte la mujer más feliz del mundo, te lo prometo.
―Con lentitud, fue descendiendo su cabeza sobre la de la muchacha.
La iba a besar y ella lo deseaba con todas sus fuerzas.
Cuando sus labios se tocaron, un mundo nuevo de sensaciones se
abrió frente a la joven. Necesitaba su cercanía, por lo que elevó sus
brazos para rodear su cuello, pegando su cuerpo por completo contra
el suyo.
Zlatan jadeó contra sus labios e introdujo su lengua dentro de la
boca femenina, que, pese a su inexperiencia, la acogió con pasión.
―No sabes cuántas noches he soñado con esto ―le susurró
contra sus labios, desplazando sus besos hacia el fino cuello femenino.
Brunella gimió, excitada y hambrienta de él.
Por desgracia, lo de hambrienta era en el sentido literal de la
palabra. Olía su sangre correr por su artería y sintió como sus
colmillos se alargaban.
De un empujón, lo apartó de ella.
―¡Basta! ―gritó, haciéndose un ovillo en una esquina del
taller, mientras trataba de regular los acelerados latidos de su
corazón.
―¿Qué te ocurre? ―La miró con preocupación―. ¿Te he
asustado? Te aseguró que jamás haría nada que tú no quisieras.
―Estoy bien, pero necesito estar sola. ―Y era esencial de
verdad.
―Ella, por favor, habla conmigo. ―Se acuclilló a su lado.
―Márchate, Zlatan ―le rogó de nuevo, sin poder dejar de oír
como el corazón del joven bombeaba con fuerza.
―No voy a dejarte sola en estas condiciones. ―Posó una de sus
manos sobre el hombro de Ella y fue entonces cuando se descontroló.
Con los colmillos expuestos, saltó sobre él, derribándolo, y,
abriendo ampliamente la boca, mordió su cuello.
Zlatan jadeó, envuelto en una mezcla de dolor y placer que le
hizo permanecer inmóvil mientras Ella se saciaba con su sangre.
Como le ocurrió con Mila, no era capaz de parar, ni siquiera
estaba siendo realmente consciente de lo que hacía.
Fue el desgarrador grito de Zora lo que la sacó de aquel trance
en el que se encontraba sumida.
Desclavó sus colmillos de forma precipitada de la garganta
masculina y se quedó mirando horrorizada el cuerpo lívido de Zlatan.
Sus cálidos ojos, que siempre la miraron con tibieza, ahora se veían
opacos y vacíos.
―¡Aléjate de él! ―le ordenó la mujer, empujándola y
acercándose a su hijo para zarandearle―. Despierta, por favor ―le
suplicó, entre sollozos.
Ella estaba temblando y sintiéndose la peor persona del mundo.
―¿A que vienen tantos gritos? ―preguntó Boris, asomándose al
taller y quedándose helado al ver la escena que se desarrollaba frente
a él.
―¡Lo ha matado! ―gemía Zora, con el corazón roto―. Esa
loca ha matado a mi niño.
―Lo siento, yo no quería hacerle daño ―se disculpó, pero no
existía ninguna disculpa que pudiera resarcir a aquellos padres y era
plenamente consciente de ello.
―¿Cómo has podido hacerlo? ―bramó Boris, tomando un
afilado cuchillo que se encontraba sobre la mesa y que usaban para
tallar.
―Lo lamento ―repitió de nuevo, retrocediendo al ver que se le
acercaba de forma amenazante.
―¿Lo lamentas? ―gritó, mientras una lágrima corría por su
mejilla―. Te hemos acogido en nuestra casa, entregándote todo lo que
teníamos, y tú nos lo pagas arrebatándole la vida a nuestro querido
hijo. Yo también lo siento, pero no puedo perdonarte ―y tras decir
aquello, clavó el cuchillo en el vientre de la joven.
Brunella se encogió de dolor y dándole un empujón para
apartarlo de ella, echó a correr.
La sangre manaba de su herida y creía que iba a morir, pero no
podía detenerse, necesitaba huir, y no solo de Boris, también de su
propia culpa, la cual sabía que, por mucho que corriera, la
perseguiría de por vida.
Sin embargo, el dolor, en lugar de ir a más, comenzó a remitir de
manera rápida. Se paró para mirar su vientre y se quedó de piedra
cuando se percató de que ya no había ni rastro de la puñalada que
acababa de recibir.
¿Se había curado? Aquello no tenía ningún sentido.
¿Qué le estaba pasando?
Tras aquel día, Ella decidió no establecerse en ningún lugar en
concreto y se negó a establecer relaciones personales con nadie, pues
sentía temor a poder hacerles daño.
Su sed de sangre acudía a ella de vez en cuando y trataba de
controlarla lo máximo que podía, pero cuando era consciente de que
no conseguía contenerse más, intentaba buscar a una mala persona,
para no sentirse tan culpable de sus crímenes.
Siempre que llegaba a algún lugar, empezaba a vigilar los
movimientos de todo el mundo, para tener presente a quien podía
atacar. Normalmente elegía hombres que maltrataban a sus mujeres o
hijos, proxenetas, camellos, violadores… Porque sí, había pasado
cerca de dos mil años vagando sola por el mundo, sin enfermar ni
envejecer un solo día.
Se difundió una leyenda sobre personas que se alimentaban de
sangre y se les llamaba vampiros, quizá ella fuera uno de ellos y
hubiera más gente con su misma enfermedad, pero por desgracia,
nunca conoció a ninguno con el que poder hablar de su problema.
Eran cerca de las tres de la madrugada y estaba en un callejón
oscuro de San Petersburgo, siguiendo a un contrabandista, dispuesta a
alimentarse de él. El hombre iba armado, pero eso no le preocupaba,
ya que cualquier herida que le hicieran se acababa curando de forma
casi inmediata.
Aceleró el paso y se aproximó más a él. El tipo pareció oírla,
pues se giró y la miró con cara de pocos amigos.
―¿Quién coño eres tú?
Brunella se encogió de hombros.
―Nadie importante.
―¡Largo! No estoy de humor para putas esta noche ―le soltó,
siguiendo su camino.
La mujer volvió a caminar tras él, de forma relajada, con las
manos en los bolsillos de su entallada chaqueta de cuero.
El contrabandista, furioso por su actitud, se giró de nuevo,
cerniéndose sobre ella con toda su corpulencia.
―¿Acaso estás sorda, zorra? ―La tomó con fuerza por un
brazo y la zarandeó―. Te he dicho que no voy a follarte, ¡pírate! ―Le
dio un abrupto empujón, pero Ella apenas se movió de donde se
encontraba.
Con descaro, ladeó la cabeza y le sonrió.
―Ya me tienes hasta los cojones. ―El tipo sacó su arma de la
parte trasera de su pantalón y la apuntó con ella directamente en el
corazón―. O te largas, o te meto un puto tiro, ¿he sido claro?
―Lo cierto es que me estás aburriendo. ―Fingió un bostezo.
―Tú lo has querido, puta. ―Apretando el gatillo le disparó
directamente al corazón.
Brunella cerró los ojos con fuerza y soltó el aire entre los
dientes. Aunque aquello no la matase, dolía, y mucho.
―Au, eso ha sido incómodo. ―Metiéndose los dedos en la
herida, se sacó la bala, arrojándola a sus pies.
―Pero ¿qué coño haces, tía? ―La miraba con los ojos
desorbitados―. Estás como una jodida cabra. Yo me largo. ―Quiso
alejarse, pero Ella le detuvo, agarrando su fornido brazo.
―Por desgracia, puede que tengas razón y esté loca, por ese
mismo motivo no puedo dejarte ir ―habló con voz tranquila, pues ya
había hecho aquello demasiadas veces como para alterarse―. Estoy
hambrienta.
―¿Y qué pretendes? ¿Qué te compre una hamburguesa?
―Es una lástima, pero las hamburguesas no sacian mi sed.
―Entonces, ¿qué mierda quieres? ―gritó, perdiendo los
nervios.
Brunella sonrió ampliamente.
―Solo tu sangre.
Se abalanzó sobre él, arrojándolo al suelo. Pesaba tres veces
más que ella, sin embargo, su fuerza era superior a la de los mortales.
Clavó sus dientes en el robusto cuello masculino y bebió de él con
avidez. Como le ocurría siempre, no pudo parar hasta que el hombre
se quedó sin una gota de sangre en el cuerpo. En todos aquellos años
había tratado de no matar, de todos los modos posibles, pero su sed
era superior a sus fuerzas.
Se levantó de encima de él, limpiándose la boca con el dorso de
la mano.
Comenzaba a sentirse excitada, como le ocurría cada vez que se
alimentaba, así que ahora necesitaba encontrar un hombre atractivo
con el que saciar su deseo. Conocía un club nocturno que estaba de
moda no muy lejos de allí, así que no le sería difícil.
―Por fin te encuentro.
Sobresaltada, se volvió hacia aquella voz que pertenecía a un
hombre de unos cincuenta años, con el cabello veteado de canas y
unos ojos gris pálido, casi tan claros como los suyos propios.
―¿Por qué me buscas? ―le preguntó tratando de mantener la
calma, pese a haber un tío desangrado tirado en el suelo a sus
espaldas.
―Llevo varios años siguiendo tu rastro, pero he de reconocer
que eres lista y muy escurridiza, preciosa mía.
―¿Eres poli? ―Sería lo más lógico.
―No, tranquila. ―Miró de reojo el cadáver que yacía
completamente pálido―. Me importa muy poco el fatídico destino de
este desgraciado.
―Entonces, ¿qué quieres de mí?
Estaba alerta, dispuesta a huir o defenderse en caso que
pretendiera atacarla.
―Quiero ayudarte, preciosa mía.
―Deja de llamarme de ese modo ―le soltó molesta.
―No conozco tu nombre, solo tu rastro de cuerpos desangrados.
―Metió las manos en los bolsillos de su elegante pantalón―.
¿Quieres mi ayuda o no?
―¿Qué tipo de ayuda?
El hombre sonrió con confianza en sí mismo.
―Puedo ayudarte con tu enfermedad ―respondió con
convicción―. Si vienes conmigo a Noruega, te prometo que jamás
deberás matar a nadie más para alimentarte.
El corazón de Ella dio un vuelco.
¿Era verdad? ¿Existía un modo para saciar su sed de sangre y
que no tuviera que matar a nadie?
El alegre rostro de Zlatan acudió a su mente. Su recuerdo la
había atormentado todos y cada uno de los días desde que le mató. Así
que, si había alguna posibilidad de curarse, por ínfima que fuera,
pensaba aprovecharla.
―¿Cuándo partimos?
Thorne y Elion salieron del club en cuanto Abdiel les informó de las
novedades, pese a ello, vigilaron a la chica entre las sombras cuando
abandonó el local y se encaminó hacia su apartamento.
Estaba amaneciendo y lo cierto es que el sueño empezaba a hacer
estragos en los guardianes, que llevaban demasiados días sin dormir
correctamente.
Se habían tirado toda la noche apostados dentro de su
todoterreno, bajo la ventana del apartamento de la bailarina y Elion no
podía hacer otra cosa que pensar en ella.
¿Cómo dormiría? ¿Lo haría desnuda? Le encantaría echar un
vistazo para comprobarlo.
―Sabes que siendo la hermana de Nikolai está prohibida para ti,
¿no?
Elion dio un respingo cuando la voz Thorne rompió el silencio.
―¿A qué viene eso ahora?
El vikingo alzó una ceja, pues sabía el deseo que esa hembra
despertaba en su hermano.
―¿Me tomas por gilipollas?
―Solo quiero seducirla como parte del plan para llevárnosla con
nosotros sin hacer demasiado escándalo, eso es todo ―estaba
mintiendo como un jodido bellaco y ambos lo sabían―. Y si en el
proceso hecho un polvo, tampoco pasaría nada, ¿no?
―No me jodas. ―Le dio un puñetazo en el brazo.
―¡Au! ―se quejó―. ¿Qué mierda te pasa?
―Esto va a traernos problemas, así que mantén la polla dentro
de tus pantalones, chico.
―Sigues empeñado en llamarme chico, cuando tengo más de
setecientos años, ¿lo recuerdas?
Thorne no tuvo ocasión de contestar, ya que justo en aquel
momento la mujer a la que vigilaban salió por la puerta de su casa,
ataviada con unas ajustadas mallas blancas, un top deportivo azul
celeste y su largo cabello recogido en una cola de caballo.
―¿Ya está despierta? ―se extrañó Elion―. Apenas ha dormido
cuatro horas.
―Vamos a seguirla ―sugirió Thorne, comenzando a abrir la
puerta del coche.
―No, quédate aquí ―le pidió su hermano―. Déjame a mí
encargarme de esto.
―¡No! ―negó con énfasis.
―Ya hiciste tu aparición estelar ayer por la noche, si te vuelve a
ver ahora, creerá que eres un acosador y se pondrá a la defensiva, ¿eso
es lo que quieres?
El vikingo gruñó y volvió a cerrar la puerta de un portazo.
Elion sonrió.
―Eso creía yo. ―Salió del coche y cerciorándose de la dirección
que tomaba la joven, se metió por otra de las calles colindantes.
Su objetivo era aparecer de frente y chocarse con ella, como si se
hubieran cruzado de manera accidental.
Con su velocidad, llegó hasta la esquina de la calle mucho antes
de que Ella lo hubiera hecho.
Agudizó su oído, escuchando los pasos de la mujer. Justo cuando
estaba a punto de llegar donde él se escondía, salió de forma
precipitada y Ella se estrelló contra su duro pecho.
―¡Joder! ―exclamó sobresaltada y alzó la vista hacia el hombre
con el que acababa de chocar, aunque más bien parecía una pared de
cemento, de lo duro que estaba―. ¿¡Tú!?
―Vaya, eres la bailarina del club Tentaciones, ¿no? ―fingió
sorprenderse.
Brunella se cruzó de brazos y le miró enarcando las cejas.
―Parece que has tenido una noche entretenida ―apuntó,
fijándose en que llevaba la misma ropa que cuando lo vio hacía unas
horas.
―Bueno, hemos ido dando tumbos de un local a otro, eso es
todo. ―Se encogió de hombros.
―De acuerdo. ―Volvió a colocarse los cascos, que se le habían
caído tras el impacto―. Que descanses.
Iba a marcharse, pero Elion la tomó por el brazo, deteniéndola.
―¿Por qué no vamos a desayunar? ―le preguntó de repente―.
La verdad es que tengo más hambre que sueño.
Los ojos grises de la mujer se desviaron hacia la enorme mano
del guardián, que se apresuró a retirar en cuanto se percató del gesto,
para no incomodarla.
―Quizá otro día…
―¿Acaso ya has desayunado? ―la interrumpió, al ver que iba a
rechazarle―. Soy nuevo en la ciudad, no conozco la zona y no sé
donde puedan servir unos buenos gofres. No seas mala, anda. ―Sonrió
ampliamente y sus ojos azules brillaron de forma traviesa.
Brunella tuvo que contener una sonrisa.
Estaba claro que aquel hombre lo único que quería era ligar con
ella, lo sabía por el modo en que se la comía con la mirada y por como
su vista se dirigía de vez en cuando hacia sus carnosos labios.
Sin embargo, ella también se sentía atraída por él, no iba a
negarlo. Le parecía muy atractivo, con su altura de cerca de metro
noventa y sus anchas y musculosas espaldas. Poseía una barba bien
arreglada perfilando sus marcadas mandíbulas, e incluso su largo
cabello castaño dorado recogido en aquel moño desecho no le restaba
ni un ápice de masculinidad.
―¿Has dicho gofres? ―le preguntó, relamiéndose los labios y
haciendo que la atención del guardián se centrara en ellos.
―Sí, exacto, gofres ―respondió, sonriendo de medio lado y
tragando saliva de forma visible.
―De acuerdo, te llevaré a mi cafetería favorita, donde hacen
unos gofres de vicio, pero tienes que invitarme.
Elion soltó una carcajada.
A aquella mujer se le daba muy bien coquetear, porque era eso lo
que estaba haciendo, no le cabía duda.
―Date por invitada, a gofres o a lo que tú quieras.
Brunella también soltó una risita antes de hacerle un gesto con la
cabeza.
―Anda, sígueme.
Ella llegó al club sintiendo los ojos pesados, después de tantas lágrimas
que derramó al enterarse de la muerte de Abe.
Nada más cruzar la puerta, Joe, su jefe, se acercó a ella con una
radiante sonrisa. No solía estar allí de forma habitual, pero de vez en
cuando se pasaba para supervisar que todo fuera bien, y todas y cada
una de las veces, trataba de ligar con ella, pese a no tener éxito.
―Destiny, ¿cómo va?
―Hola, Joe ―respondió, sin detener su avance hacia los
camerinos.
―Me han dicho que Romina y tú estáis haciendo un nuevo
número juntas.
―Sí, llevamos varias semanas con él.
―Podríais hacer un pase privado para mí ―dijo como si
estuviera bromeando, pero Ella sabía que lo decía en serio.
―Sabes que no hago números privados para nadie, ni siquiera
para ti.
―Es una lástima ―contestó, mientras la seguía―. Podría hacer
que fueras la bailarina más famosa de todas.
Se volvió hacia él para poder mirarle a los ojos.
―No necesito ser famosa, solo que me dejes trabajar como
siempre he hecho ―repuso con seriedad―. Además, sabes que no
mezclo los negocios con el placer.
―Eres muy estricta en tus normas, Destiny ―protestó, poniendo
cara de fastidio―. Aunque siempre podemos ponerle solución.
―¿Insinúas que vas a despedirme? ―Enarcó una ceja.
―Si no fueras mi mejor bailarina y supiera que con eso
aceptarías que te invitara a una cena, lo haría sin pensarlo ―le
aseguró, sonriendo con resignación―. Pero como te conozco y sé que
no aceptarás, prefiero seguir teniéndote en mi plantilla.
―Pues bien, siendo así, voy a cambiarme y a prepararme para la
actuación. ―Le dio la espalda y se metió dentro de los camerinos,
dejando a su jefe al otro lado de la puerta.
―Hombre, Des, imagino que Joe te habrá interceptado nada más
verte aparecer, ¿no? ―le preguntó Romina, acercándose a ella, con
una sonrisa traviesa en su precioso rostro―. Ese hombre está loco por
ti.
―Quizá simplemente esté loco, a secas, ya que le he rechazado
tantas veces que he perdido la cuenta y ni aun así desiste.
Romina soltó una risita y se asomó para ver a las personas que ya
comenzaban a llenar el local. Se fijó en dos hombres enormes, de
cabello largo y rostros masculinos, reconociéndolos al instante.
―Des, han vuelto los macizorros de anoche ―le informó, sin
dejar de observarles.
―¿Y qué más da? ―le preguntó, a pesar de que unos incómodos
nervios se instalaron en su estómago―. Son unos clientes como
cualquiera de los otros.
―Pero mucho más buenorros, tienes que reconocerlo ―aseguró,
acercándose al espejo para empezar a maquillarse.
―A ti cualquier hombre al que le siente bien una buena chupa de
cuero ya te parece impresionante ―bromeó, quitándose la ropa para
ponerse el body dorado con transparencias que ambas iban a lucir en la
actuación.
―Es verdad, me pierden los moteros ―concedió entre risas.
Su móvil comenzó a sonar, pero Ella no lo cogió, pues ya iban
con el tiempo justo para terminar de prepararse para la actuación. Ya se
pondría en contacto después con quien fuera que la estuviera llamando.
Elion aprovechó que Ella estaba durmiendo para llamar a Nikolai por
teléfono.
―Dime, bror. ¿Todo bien? ―le preguntó el rubio al otro lado de
la línea.
―Digamos que tu hermana es más peleona de lo que recordabas
―respondió, mirando de reojo a la hermosa mujer que dormía a
escasos centímetros de él.
―¿Cómo está? ―quiso saber, con el corazón latiendo de forma
acelerada.
Preciosa, sexi, con unas curvas de infarto…
―Bien, aunque un tanto confundida ―fue lo que contestó al
fin―. Thorne y yo pensamos que no es consciente de que la han
estado utilizando. Le tiene aprecio a Abe y piensa que es un buen
hombre, que lo único que ha hecho es ayudarla.
―La han manipulado ―dedujo Nikolai.
―Eso nos tememos.
―En cuanto pueda, saldré para allí.
―Tranquilo, está en buenas manos ―le aseguró Elion.
―Unas manos muy largas ―apuntó Thorne.
―¿Qué quiere decir?
―Vaya, no te oigo bien, bror, parece que se corta… ―Y colgó.
―Sabes que va a matarte cuando sepa que quieres meterte entre
las piernas de su hermanita, ¿verdad? ―apuntó el vikingo, mirándolo
por el espejo retrovisor.
―¿Quién ha dicho que eso es lo que pretendo?
Thorne subió ambas cejas, dándole a entender que eran más que
evidentes sus intenciones.
―Está bien, me siento atraído por ella, pero como podría estarlo
por un millar de mujeres más. Eso no implica que no pueda
contenerme.
―Más te vale, chico ―gruñó por lo bajo, antes de anunciar―:
Hemos llegado.
―Ya era hora ―les saludó Mauronte, levantándose del capó de
su coche deportivo, donde estaba sentado, y abriendo los brazos.
Al percibir que el motor se detenía, Ella se desperezó y
entreabrió los ojos.
―Y ahora, ¿quién es ese? ―preguntó, con voz somnolienta,
fijando sus ojos en el atractivo demonio.
―Un buen amigo que va a prestarnos un lugar seguro para que
esos vampiros zombies no nos encuentren ―respondió Elion, saliendo
del coche despacio, para que ella pudiera seguirle.
El italiano le indicó a Thorne donde debía ocultar el coche y se
acercó a la pareja que permanecía vinculada.
―Bienvenidos a mi búnker ―fijó sus ojos negros sobre la joven
con curiosidad―. ¿Quién es nuestra invitada?
―Es la hermana de Nikolai ―respondió Elion.
―Eso está aún por ver ―rebatió la joven, cruzándose de
brazos―. Y no soy una invitada, estos dos cafres me han secuestrado.
El demonio soltó una carcajada, divertido.
Alargó una mano y tomando la de la mujer, depositó un suave
beso sobre su dorso, de forma galante.
―Un placer conocerte, mi nombre es Mauro.
―Yo soy Ella.
―Un nombre precioso. ―Sonrió de modo seductor.
―No te dejes llevar por su aspecto angelical, amigo, es una
auténtica arpía ―soltó Thorne, reuniéndose con ellos.
La aludida alzó la mano, mostrándole el dedo de en medio.
―Imagina por donde puedes metértelo.
Elion y Mauronte rieron al ver como el vikingo fruncía el ceño a
la vez que soltaba un feroz gruñido.
―Veo que vais a estar muy entretenidos ―comentó el demonio,
acercándose a un árbol y agachándose para abrir una escotilla oculta
entre la maleza―. Adelante. ―Señaló la abertura.
―Ni de coña voy a meterme ahí ―se negó en redondo la
bailarina.
―No tienes opción, encanto ―le dijo Elion, caminando hacia la
cavidad y arrastrando a Ella tras él, que trataba de resistirse a la fuerza
que les mantenía unidos.
―Sois unos mierdas ―gritaba la joven, furiosa―. ¿No tenéis
otro modo de conseguir la compañía de una mujer que llevándoosla a
la fuerza?
―Es nuestro pasatiempo favorito, traer a inocentes jóvenes a
nuestra guarida de depravación ―bromeó Elion.
―Y una mierda, inocente ―apostilló Thorne, ganándose que
Ella le fulminara con la mirada.
El guardián escocés se detuvo frente a la entrada que estaba en el
suelo y sonrió ampliamente.
―¿Preparada para la caída? ―Y sin más, saltó dentro, haciendo
que la joven se precipitara con él.
Brunella soltó un alarido al sentirse caer varios metros sin ningún
control. Cerró los ojos fuertemente, a la espera de sentir el doloroso
impacto, sin embargo, cayó en los brazos del highlander, que la miraba
con diversión.
―Menudo estilo de caída libre que tienes ―ironizó.
―¡Que te den! ―exclamó, apartándose de él.
Thorne y Mauronte también bajaron, este último había cerrado la
escotilla antes de hacerlo.
―Acompañadme ―les pidió el demonio, adentrándose en un
pasadizo oscuro que conducía a una puerta, que solo se abrió cuando
acercó su retina al lector―. Lo programaré para que también
reconozca las vuestras ―les dijo a los guardianes.
―¿Se puede saber para qué me habéis traído a este agujero?
Porque cada vez tengo más claro que vuestro objetivo es matarme
―refunfuñó Ella.
―Pues a cada momento estoy más jodidamente tentado a hacerlo
―le aseguró el vikingo, dándole un leve empujón en el hombro para
que caminara.
La joven se volvió hacia él, devolviéndole el empellón en el
pecho con rabia, pese a que el guardián no se movió ni un ápice de
donde estaba.
―¡No me toques!
Thorne parecía echar fuego por los ojos.
―Eh, tranquila, encanto. ―Elion posó su mano sobre el hombro
femenino.
Pero Ella no se tranquilizó, por el contrario, le soltó una bofetada
al highlander.
―No confío en ti ―reconoció, mirándole a los ojos―. No
confío en ninguno de vosotros. Me habéis secuestrado y traído a este
lugar que parece diseñado para asesinar sin ser descubiertos, así que no
me digáis cómo comportarme. Tengo derecho a sentirme mal si me da
la gana.
Mauronte aplaudió.
―Un discurso muy sentido, bella ―pronunció esta última
palabra con marcado acento italiano. Alargó una mano hacia ella―.
Me permites acompañarte dentro.
Brunella miró la mano y, como por inercia, posó la suya sobre
ella.
―Claro, mejor confiar en el demonio, mucho más coherente
―repuso Elion, sardónico.
―¡Demonio! ―exclamó la joven, retirando su mano de
inmediato.
Mauro sonrió.
―Lo que pasa es que tenemos mala fama, pero en realidad
somos un trozo de pan. ―Se adentró en una sala completamente
iluminada―. Venid, todo está automatizado, os mostraré cómo
funciona.
Thorne le siguió, pero Ella permaneció en medio de la sala,
abrazándose a sí misma. Elion entendía que todo lo que estaba
aconteciendo en las últimas horas comenzaba a sobrepasarle.
―Sé que te sientes confundida, pero hay un mundo más allá del
que todos conocen, donde hay cabida para seres especiales, como
brujas, demonios e incluso guardianes, como mi hermano y como yo.
Y por lo visto, tú también formas parte de él.
Se giró para mirarle a los ojos.
―Soy una persona como cualquier otra, no tengo nada especial.
El highlander alzó una ceja.
―¿Vivir más de mil ochocientos años te parece algo normal?
―Es… es por culpa de mi enfermedad.
―¿Enfermedad? ―repitió.
La joven bajó la vista al suelo y tragó saliva, como si lo que fuera
a decir la avergonzara.
―Hasta que Abe me encontró, hacía daño a la gente
―reconoció―. De vez en cuando, sentía una sed que no podía
controlar y acababa atacando a la primera persona que se cruzara en mi
camino, para beberme su sangre. ―Alzó de nuevo los ojos hacia él―.
Los mataba y me sentía fatal por ello, así que empecé a elegir mis
víctimas para asegurarme de que no hacía daño a ningún inocente. De
todos modos, no creo que eso me convierta en alguien especial, más
bien en una persona horrible.
―Brunella…
―¡Deja de llamarme de ese modo! ―gritó, interrumpiéndole―.
Mi nombre es Ella.
―Está bien, Ella ―concedió, acercándose más a ella―. No eres
una persona horrible, tan solo necesitas alimentarte con sangre, al igual
que Thorne y que yo.
La joven frunció el ceño.
―¿También matáis a gente?
Elion negó con la cabeza.
―No perdemos el control, sabemos cuándo debemos parar, pero
hemos contado con ayuda. Tú has estado sola, pero a partir de ahora,
puedes permitirnos enseñarte a hacerlo bien.
Los claros ojos de Ella reflejaban todo lo confusa que se sentía.
―Tengo que asimilar todo esto.
―Lo entiendo. ―El guardián fue a posar una de sus manos
sobre su brazo, pero Ella se retiró hacia atrás, impidiendo que la
tocase.
―¿Cuánto tiempo me retendréis? ―quiso saber.
―Aún no tengo respuesta para esa pregunta ―dijo sin más―.
Por lo pronto, tu hermano está en camino. Quiere verte.
―No quiero ver a ese hombre, no lo recuerdo ―reconoció,
sintiendo como su nerviosismo aumentaba―. De hecho, no recuerdo
nada de mi infancia o adolescencia.
Elion parpadeó varias veces, sorprendido.
―¿Cómo es posible?
―No lo sé, pero así es ―contestó, mirándole con fijeza―. Así
que puede que ese hombre sea mi hermano, como dices, o tal vez me
estés engañando y pretendas manipularme.
―Fueron otros los que hicieron eso, confundiéndote ―le
aseguró el guardián―. Fue Abe quien te engañó y utilizó durante años.
Brunella apretó los puños.
―Abe me ayudó y se portó siempre bien conmigo.
―No es cierto.
―¡Claro que lo es! ―Sintiéndose frustrada, se abalanzó sobre él,
arrojándolo al suelo.
Permaneció a horcajadas sobre la cintura del hombre, a la vez
que le golpeaba, mientras sus lágrimas corrían por sus mejillas.
Elion no trató de devolverle ninguno de aquellos golpes,
consciente de que necesitaba desahogarse. Simplemente se limitaba a
cubrirse el rostro con sus antebrazos, permaneciendo quieto y en
silencio.
―Pero ¡qué cojones…! ―Thorne se acercó a Ella y, cogiéndola
por detrás, la levantó de encima de su hermano.
La joven pataleaba y forcejeaba con él, pero el poder del vikingo
era la fuerza extrema y por mucho que lo intentara, no era capaz de
liberarse de aquel abrazo de oso.
―¡Suéltame, cabrón! ―espetó, llena de rabia.
―No, hasta que te calmes ―bramó Thorne.
―Se siente confusa, es normal, bror ―la justificó Elion,
poniéndose en pie de un salto.
―¿Y por eso pretendías dejarte dar una paliza? ―le echó en cara
a su hermano.
―Vamos, yo no lo llamaría paliza ―le restó importancia el
highlander.
―Paliza es lo que me gustaría darte a ti, si te atrevieras a
soltarme, pedazo de cerdo ―apostilló Ella, que ya había desistido de
liberarse y se encontraba laxa entre los brazos del vikingo.
Este se limitó a gruñir, mientras que Elion y Mauronte sonrieron.
―Ojalá pudiera quedarme con vosotros, ya que vais a estar la
mar de entretenidos ―soltó el demonio guiñándole un ojo a la preciosa
mujer, que le fulminó con la mirada.
Capítulo 9
Brunella estaba sentada con las piernas encogidas en uno de los sofás del
elegante y acogedor salón de aquel búnker. Pese a que cuando estuvo frente
a la escotilla de entrada pensó que aquello sería un oscuro agujero creado
para la tortura, nada más lejos de la realidad. Debía reconocer que el
demonio dueño de aquel refugio tenía muy buen gusto. Ese lugar era como
un piso completamente amueblado de manera exquisita. Contaba con tres
habitaciones con aseo incluido, un salón con cocina americana, otro baño
más amplio, con jacuzzi incorporado, y un gimnasio.
Sin embargo, Ella seguía dándole vueltas a todo lo que Elion le
contó. No podía creerle. Era imposible que Abe fuera una mala
persona y la hubiera utilizado.
¿Tan estúpida era? ¿Con los años que tenía era incapaz de
diferenciar cuando alguien pretendía engañarla?
Hacía tan solo unas horas que vio por sí misma como unos seres
con los ojos inyectados en sangre les atacaron. Y si esos engendros
existían, ¿por qué no iban a existir las brujas y el resto de seres
especiales de los que le habló?
¿Ella misma era también uno de ellos? Así se lo aseguró Elion.
―Ten, come ―dijo de repente Thorne, que se acercó a ella con
un plato donde descansaba un sándwich.
La joven, que no le había escuchado acercarse, se sobresaltó y le
dio un manotazo a lo que le estaba ofreciendo.
―No quiero nada ―repuso, aguantando la irascible mirada del
vikingo.
―Mira, hembra… ―Se acercó un par de pasos a ella de forma
amenazante.
―Mejor me ocupo yo, bror ―le cortó Elion, interponiéndose en
su camino.
Hasta entonces, había permanecido sentado en silencio en un
sillón próximo al que ocupaba la bailarina.
Su hermano clavó sus ojos verdes oscuros en él. Sabía que estaba
tratando de contenerse y por la respiración profunda que tomó, supo
que lo estaba consiguiendo.
―Entonces, voy a ir un rato a entrenar para desfogarme o
acabaré ahogándola ―sentenció, antes de fulminar a Ella con la
mirada y marcharse hacia el gimnasio a grandes zancadas.
―Eres consciente de que estás estirando demasiado la cuerda
con mi hermano, ¿verdad? ―le preguntó el highlander, cogiendo una
escoba que estaba a su lado y comenzando a barrer los trozos de plato
y el sándwich que se encontraban esparcidos por el suelo.
―¿Eres consciente tú de que me tenéis retenida en contra de mi
voluntad? ―espetó de forma irónica―. No tengo por qué mostrarme
amable y complaciente con vosotros.
Elion soltó una risa por lo bajo.
―De acuerdo, tienes razón. Y sé que tienes muchas preguntas
respecto a todo lo que estás descubriendo en las últimas horas y yo
también necesito información que solo tú puedes proporcionarme.
―Se sentó a su lado, apoyando uno de sus brazos sobre el respaldo del
sofá―. Así que hagamos un trato, encanto, yo responderé a todas tus
dudas, si haces lo mismo por mí. Un quid pro quo.
Ella le miró con desconfianza.
―¿Contestarás a todo lo que te pregunte?
―Así es ―le aseguró, sonriendo―. Siempre que tú me
correspondas de igual forma.
―Está bien. ―Se irguió más, poniendo las piernas cruzadas en
forma de flor de loto―. En ese caso, lo primero que quiero saber es
quién eres.
―Mi nombre es Elion McQuaid, un guardián del sello creado
para que la ley de la sangre, que es la que evita que ningún ser de este
planeta esclavice a otro, no se rompa jamás.
―No, no me refería a eso ―negó, haciendo que su desecha cola
de caballo se balanceara de un lado a otro―. Ese rollo sobrenatural de
que eres un guardián y bebes sangre ya me lo dijiste antes, pero yo
quiero saber quién eres en realidad. El verdadero Elion, el que fuiste
en el pasado.
El hombre entrecerró sus ojos azules y ladeó la cabeza.
―¿Quieres saber quién fui antes de convertirme en guardián?
¿Antes de ser inmortal?
Brunella respiró hondo y asintió.
―De acuerdo, te lo contaré…
»Estábamos en plena guerra por la independencia de Escocia,
yo luchaba codo con codo con el rebelde más conocido de aquellos
tiempos, William Wallace.
Pese a tener un ejército mucho más pequeño que el de nuestros
enemigos, los hombres de Wallace conseguimos grandes victorias,
gracias a las impresionantes dotes estratégicas de este.
Sin embargo, y tras la batalla de Falkirk, el ejército inglés nos
atacó con su entrenada caballería por los flancos y nos fueron
acribillando con flechas de arcos largos, hasta que los pocos
guerreros que quedamos en pie, incluyendo a Wallace y a mí, optamos
por huir.
Fue entonces cuando algunos nobles escoceses comenzaron a
pactar con el rey Eduardo de Inglaterra, dejando a Wallace solo,
encabezando una guerrilla, mientras viajábamos de un país al otro, en
busca de apoyos. Sin embargo, aquellos esfuerzos fueron en vano, por
lo que volvimos a nuestra patria, dispuestos a batallar hasta el final,
pese a tener que poner en riesgo la propia vida.
Y fue justo lo que ocurrió, porque los guerreros fueron cayendo
poco a poco, hasta quedarnos prácticamente solos.
Ese fue el motivo por el cual Wallace decidió reunirse con el
Guardián de Escocia, Robert Bruce.
―¿De verdad crees que es buena idea, William? ―le pregunté,
preocupado por él.
―No sé si es buena idea, pero es la única opción que nos queda
―respondió, preparando su caballo para partir―. Mi vida no es
importante, lo que de verdad importa es la libertad de nuestra patria.
―De todos modos…
―Tranquilo, McQuaid ―me interrumpió, poniéndome una
mano sobre el hombro y dibujando una sonrisa tranquila en su
normalmente serio rostro―. Será lo que el destino tenga escrito para
mí. Eres un hombre justo y sabrás lo que debes hacer en el caso de que
yo perezca.
―Si estás decidido a acudir al encuentro, iré contigo ―declaré
con determinación.
―No lo harás ―me contradijo―. Porque debes continuar con
nuestra lucha si yo no puedo hacerlo. Todas las personas mueren, pero
no todas viven realmente. Yo he vivido, Elion, y he luchado por lo que
creía. Te debes lo mismo. Tu corazón es libre, ten el valor de hacerle
caso.
Tras aquellas palabras que me emocionaron como nunca nada lo
había conseguido hacer, se marchó y, como temí, uno de los caballeros
escoceses delató a Wallace, que trató de huir, escondiéndose en una
guarida cercana a Glasgow. De todos modos, le capturaron y le
ejecutaron de forma cruel.
―Me sentí tan culpable por haberle dejado marchar, que eso
sigue pesando sobre mi conciencia ―le dijo a Ella, con el cuerpo en
tensión―. Fue un gran hombre.
―Era su decisión, no podías hacer nada al respecto ―repuso
Brunella, sintiendo su dolor.
―Yo morí pocos días después, luchando por la causa. Éramos
pocos hombres los que aún permanecíamos al frente de la rebelión y
los ingleses estaban muy bien entrenados. Cuando la espada de uno de
ellos se clavó en mis entrañas, caí al suelo, entre los demás cuerpos
agonizantes de mis compañeros de armas. Mientras me desangraba, no
sentía dolor, no había miedo por abandonar este mundo, pero la
sensación de que le dejé solo sí me atormentaba. ―Miró a Ella a los
ojos―. Nunca tuve familia, fui huérfano, y William decidió
entrenarme y hacer de mí un hombre. Cuando la Diosa me llevó a su
templo para convertirme en guardián del sello, supe que debía hacerlo,
pues era lo que él hubiera hecho. Jamás se rendía y yo no podía ser
menos.
»De todos modos, no podía mirarme al espejo, pues me seguía
viendo como el joven que dejó morir al mejor hombre que había
conocido jamás, por ese motivo comencé a recogerme el cabello. Ya
no sería nunca más el joven Elion McQuaid, el rebelde escocés. Sería
Elion El Justo, como a William le gustaba apodarme, un guardián del
sello que haría justicia, como no pude hacerlo en su momento.
»Me encargué de que las palabras que me dijo aquel día,
consciente de que era más que probable que se dirigiera a una muerte
segura, perduraran por los siglos, y han seguido siendo mi estandarte,
pues siempre trato de hacer lo que mi corazón me dicta, por mucho
que, en ocasiones, ser libre de seguir sus dictámenes signifique hacer
sacrificios.
Brunella estuvo escuchando su historia muy atenta, teniendo que
contener las lágrimas en más de una ocasión. Había oído hablar de
aquel rebelde escocés, al cual su pueblo respetaba, y eso hacía que la
imagen que tenía de Elion se volviera más real.
―Ahora, lo justo es que seas tú quien responda a mis preguntas
―le dijo el guardián con calma, como si contar aquella parte su vida
no le hubiera afectado.
Sin embargo, en realidad, removió muchos sentimientos. Se
sinceró con la mujer que tenía enfrente como no hizo con nadie jamás,
y ni siquiera sabía el porqué.
―De acuerdo, ¿qué quieres saber? ―preguntó Ella.
―¿Qué tipo de tratamiento es el que Abe te suministraba?
Aquella pregunta era fácil.
―Hace una limpieza de mi sangre.
El guardián frunció el ceño.
―¿Una limpieza de tu sangre? ―preguntó, instándola a
concretar más.
―En resumen, me tumbaba en una camilla durante horas,
mientras me drenaban la sangre para ayudarme con mi enfermedad
―le explicó, convencida de lo que decía―. Tras eso, estaba unos días
algo débil, pero tras inyectarme los viales que Abe me proporcionaba,
todo iba bien. Incluso era capaz de controlar mi sed y mis ansias de
matar.
―En primer lugar, no drenaban tu sangre porque tuvieras
ninguna enfermedad, te la robaban para crear a esos vampiros zombies
que nos atacaron en la gasolinera donde nos detuvimos ―le hizo
saber―. No sabemos cómo, pero de algún modo, eres igual a nosotros
y tengo mis sospechas de que la supuesta medicina que Abe te hacia
inyectarte no era más que sangre, para controlar tu ansía de ella.
―Eso no es cierto.
―¿Ah, no? ―Alzó una ceja, burlón―. ¿Y cuantas enfermedades
conoces que conviertan al enfermo en inmortal, encanto?
Brunella se cruzó de brazos, negándose a contestar a aquella
pregunta, puesto que la respuesta solo la llevaba a tener que creer su
versión de los hechos y no sabía si estaba preparada para ello.
―Si me dejas, prometo ayudarte. ―Posó una de sus grandes
manos sobre la de Ella.
Se quedó mirando aquellos ojos azules, que parecían ser
sinceros.
¿Era verdad? ¿Sabía cómo ayudarla? ¿Podía fiarse de él? Le
gustaría poder confiar en que sí, pero no era capaz de olvidar que esos
hombres mataron a Abe.
Retiró la mano y se puso en pie de golpe. Aquello provocó que
sintiera un mareo que la hizo tambalearse.
Elion, incorporándose de un salto, la tomó por los hombros,
mirándola con preocupación.
―¿Estás bien?
―Sí, solo ha sido un mareo ―reconoció, a la vez que respiraba
hondo para calmarse.
―Es posible que necesites alimentarte ―advirtió el guardián.
―Lo que necesito es mi tratamiento, me niego a hacer daño a
nadie más ―declaró, sintiendo un profundo desasosiego.
Elion tomó su precioso rostro entre las manos para poder mirarla
fijamente.
―Te enseñaré a hacerlo sin que nadie salga herido ―le
prometió―. En cuanto me asegure de que no tienes ningún transmisor
en tu cuerpo, saldremos de caza.
Capítulo 10
Se cambió de ropa, poniéndose unos shorts tejanos y una camiseta roja que
Keyla le prestó.
Aunque a Ella le hubiera gustado darse una ducha, pero se negó a
compartirla con Elion, y dado que no tenían otra opción puesto que
estaban unidos por el hechizo, prefirió asearse como pudo y vestirse de
nuevo.
Entraron en el salón, donde Thorne, Varcan y Nikolai les
esperaban.
―Ya era hora, joder ―refunfuñó el vikingo, plantándose delante
de Ella con su enorme envergadura y aquel profundo ceño fruncido―.
¿Por qué coño habéis tardado tanto?
―Que te jodan ―le soltó la joven, mirándolo a los ojos sin una
pizca de temor―. No tengo que darte explicaciones. ―Se volvió hacia
Elion para preguntarle―: ¿Este tío es siempre tan tocapelotas?
La sonora carcajada de Varcan hizo que todos se volvieran hacia
él.
―He visto cagarse en los pantalones a hombres hechos y
derechos cuando aquí, el grandullón de mi hermano, les mira de este
modo. ―Se puso en pie para acercarse a la preciosa joven―. Pero tú,
piernas, te plantas ante él y le sueltas una fresca. Qué interesante.
―Sonrió de medio lado y alzó una ceja, admirado.
Brunella, sin impresionarse lo más mínimo, puso los ojos en
blanco, tomando asiento en el sillón donde antes estuvo el guardián de
la cicatriz.
―Guarda tus trucos de ligón barato para otra que los aprecie más
que yo ―repuso, cruzando una pierna por encima de la otra.
Varcan volvió a reír y Elion tampoco pudo contenerse.
―Desde luego, tu hermana es mucho más divertida que tú, bror
―le dijo a Nikolai, que le fulminó con la mirada.
―Brunie, hermana… ―trató de aproximársele, pero Ella alzó
una mano, deteniendo su avance.
―No te acerques más ―le pidió―. Aún no recuerdo nada de ti y
me incomoda que me mires de ese modo.
―¿De qué modo? ―le preguntó, quedándose donde estaba como
le pidió.
―Esperando algo de mí que no puedo darte.
―Lo único que espero de ti es que algún día quieras abrazarme
del mismo modo que cuando éramos mortales ―murmuró con tristeza.
Brunella respiró hondo, sin apartar sus ojos de los de su
hermano.
―Como acabo de decirte, algo que no puedo darte.
Nikolai asintió lentamente y Elion colocó una mano sobre su
hombro.
―Dale tiempo, bror, aún está tratando de asimilar todo lo que
acaba de descubrir. Es difícil para ella.
―Vaya, el caballero andante Elion ha llegado en tu rescate, lady
pole dance ―apuntó Varcan divertido―. ¿Qué hay entre vosotros?
Anda, desembucha, casanova.
―No hay nada ―respondió, encogiéndose de hombros y
desviando su mirada hacia Ella.
―A excepción de que soy vuestra prisionera y estoy encadenada
a él por un maldito hechizo que no me permite tener ninguna
intimidad, no hay nada más entre nosotros.
―Habéis sonado muy convincentes, sí señor ―ironizó
Varcan―. ¿Qué opinas tú, Nikolai?
El aludido se limitó a lanzarle una mirada asesina, que hizo reír
de nuevo al guardián de la cicatriz.
A Nikolai no le gustaba imaginarse a la que él todavía recordaba
como su virginal hermanita, intimando de cualquier manera con Elion,
ni con ningún otro hombre.
¿Era una estupidez? Seguramente sí, pues no era tan ingenuo
como para creerse que Brunella no hubiera estado con nadie de manera
íntima en todos aquellos años que permanecieron separados, sin
embargo, era incapaz de controlar su malestar.
―¿Por qué no vamos a lo que nos importa? ―sugirió Elion,
sentándose en el brazo del sillón donde estaba Ella.
Varcan y Nikolai también tomaron asiento en el sofá que estaba
frente a ellos, mientras que Thorne se mantuvo de pie, con los brazos
cruzados sobre su amplio pecho y sus oscuros ojos verdes clavados en
Brunella.
Keyla entró en aquellos momentos en el salón, y se acomodó
sobre las piernas de su esposo, a la vez que sonreía a su cuñada con
complicidad, para que entendiera que tenía una aliada en ella.
―Imagino que Elion y Thorne te han explicado para que están
utilizando tu sangre, ¿cierto? ―su hermano fue el primero en romper
el hielo.
―Me han dicho algo, pero no acabo de creerme todo lo que me
cuentan ―dijo con sinceridad.
―Tiene la idea de que Abe era su jodido salvador ―refunfuñó el
vikingo, alejándose malhumorado, para servirse un vaso de whisky.
―Es comprensible, pues es lo que ella ha vivido ―la justificó
Keyla―. Pero te aseguro, Brunella, que todo lo que te hemos dicho es
cierto.
―¿Por qué os empeñáis en llamarme Brunella? ―se quejó Ella,
que ya estaba harta de que la llamaran de ese modo.
Todos se miraron entre sí, sin embargo, fue Nikolai el que
respondió:
―Es tu nombre.
Sí, aquello ya se lo habían dicho, pero ella no se sentía
representada con él.
―Cuando desperté sin memoria en medio de un bosque, y con
un charco de sangre bajo mi cabeza, una joven pelirroja me llamó Ella,
y así es como he creído que me llamaba durante todos estos años ―le
explicó.
―Mila ―murmuró su hermano, y su cara se demudó por la ira
contenida.
―¿La conocías? ―inquirió Ella, interesada en saber su
respuesta.
El guardián ruso asintió.
―Era… ―le costaba hablar de ella, pues aún le dolía su
traición―. Fue mi prometida y la que nos entregó a nuestro padre, el
cual mató a nuestras madres, al hombre que nos cuidó como si fuera
nuestro abuelo y a nosotros mismos ―dijo al fin.
Brunella asimiló toda la información que le acababa de
proporcionar, y que, por supuesto, para ella era nueva.
―Suponiendo que sea verdad lo que dices ―repuso con
cautela―. ¿Debo creer que nuestro padre fue la persona que nos mató?
―Ese hombre era un monstruo despiadado, no se le podía
considerar una persona ―afirmó Nikolai entre dientes, demostrando
que hablar de él aún le afectaba, pues le traía recuerdos muy dolorosos
a la mente. Esos mismos que su hermana había olvidado y quizá, en
ese sentido, fuera lo mejor.
―Dado que no recuerdo nada de mi pasado, confiaré en tu
palabra. ―Se encogió de hombros, no sabiendo qué más decir, ya que
percibía el dolor en el fondo de aquellos ojos grises.
―Ella ―intervino Keyla, captando su atención―. Si me lo
permitieras, me gustaría que me dejaras analizar tu sangre.
―¿Mi sangre?
―Sí, tu sangre, piernas ―terció Varcan, sonriendo de medio
lado―. La misma que nos ha traído de cabeza durante los últimos
meses.
―Cómo te dije, esos seres que nos atacaron en la gasolinera
fueron creados con ella ―apuntó Elion.
―Si me dejaras que te extrajera un poco, podría investigar y
tratar de encontrar algún antídoto para la mordedura de los Groms, que
son como se llaman esos seres, dado que sus dientes tienen un veneno
que afecta a los guardianes y no permite que sus mordeduras se curen.
Brunella se removió incómoda en el asiento.
―No sé, yo no…
―¡Joder! Atémosla y hagamos lo que debamos de una puta vez
―bramó Thorne, perdiendo la paciencia―. Estoy hasta los cojones de
tener que lidiar con esta desquiciante mujer.
―¡Que te jodan! ―contraatacó Ella, poniéndose en pie de un
salto.
―Bror, te recuerdo que estás hablando de mi hermana ―señaló
Nikolai, con el semblante serio.
―Pues tu hermanita es más terca que una mula.
―¡Ja! ―exclamó sarcástica―. Mira quién fue a hablar.
En ese momento, Ella sintió otro mareo que la hizo tambalearse.
Elion, apresurándose a tomarla por los hombros, la sujetó contra su
pecho.
El resto de los presentes también se pusieron en pie.
―¿Estás bien? ―le preguntó el highlander.
―Sí, solo me noto algo débil ―respondió, mirándole a los
ojos―. Imagino que tantas emociones han acelerado mi metabolismo,
haciendo que necesite alimentarme antes de tiempo.
El guardián escocés asintió.
―Debemos llevarla a alimentarse ―les dijo a sus hermanos, aún
sin soltarla.
―Es peligroso ―expuso Nikolai, fijándose en el modo en que su
hermana se apoyaba sobre Elion, con más confianza de la que debiera.
Keyla, percibiendo que se tensaba, le tomó de la mano.
―De todos modos, no vamos a dejarla morir de hambre,
¿verdad? ―le preguntó a su esposo, sonriéndole con ternura.
―No, por supuesto que no ―respondió este, acariciando su
pálida mejilla con los nudillos de forma cariñosa.
―Está bien, decidido ―afirmó Varcan, con aquella sonrisa
descarada que tan bien sabía esbozar―. Vayámonos de caza, piernas.
Capítulo 14
Nada más traspasaron las puertas del búnker, Nikolai gruñó y se abalanzó
sobre Elion, derribándolo y golpeándole con los puños sin parar.
―¡Nik, no! ―exclamó Keyla, llevándose una mano la boca.
―¿Has mancillado a mi hermana? ―le reprochó, tomándole por
el cuello e inmovilizándole contra el suelo.
―A ver, bror, mancillar es una palabra muy fea, ¿no crees? ―le
preguntó, manteniendo la calma―. Más bien diría que hemos
disfrutado el uno del otro.
El guardián ruso rugió, mostrándole los dientes.
―¿¡Qué coño te pasa!? ―preguntó Ella, furiosa, empujándole
hasta que se lo quitó de encima a Elion―. ¿Otra vez con lo mismo?
No te preocupes por mi honra, ya que hace una infinidad de años que
perdí, te lo aseguro.
Los dos guardianes se pusieron en pie.
―Yo… lo sé, soy consciente de ello ―repuso Nikolai,
sintiéndose un tanto estúpido―. Pero no puedo evitar seguir viéndote
como esa jovencita a la que hubiera protegido con mi propia vida. Esa
muchacha que soñaba con casarse y formar una familia, la que siempre
estaba sonriente y era la persona más alegre y optimista que jamás
hubiera conocido.
―Me alegro de que me recuerdes de esa forma, pero yo ya no
soy esa persona ―apuntó, sintiendo remordimientos al ver la tristeza
en su mirada―. Y lamento mucho que mi nuevo yo te decepcione.
Su hermano se acercó un par de pasos más a ella, posando una de
sus manos suavemente sobre la mejilla de la joven.
―Jamás podrías decepcionarme, Brunie.
Brunella se alejó de él, sintiéndose abrumada por las emociones
que la caricia de Nikolai provocó en ella. Era como si, en cierto modo,
le resultara familiar.
Elion se cruzó de brazos, notando como aquella situación
comenzaba a ser bastante tensa.
―Ya que ha quedado claro que lo que ha pasado entre nosotros
ha sido de mutuo acuerdo y que ambos lo hemos disfrutado ―repuso,
mirando a Ella de modo elocuente―, espero que no vuelvas a
golpearme más, bror, porque la próxima vez no me quedaré quieto.
El guardián rubio lo fulminó con la mirada, pero no dijo una
palabra.
―Tampoco te pases, que nuestro revolcón ha estado bien, pero
no ha sido algo memorable ―mintió Brunella, haciendo que Elion
alzase una ceja, suspicaz.
Varcan soltó una carcajada.
―Qué desastre, bror ―se jactó, palmeando la espalda del
aludido―. Que una mujer piense que ha echado un polvo pasable
contigo no puede ser. Déjame que ejerza de buen hermano mayor y te
dé unos cuantos truquitos. ―Le guiñó un ojo, guasón.
―No me jodas y cállate ―espetó Elion.
―No, el que la ha jodido pero bien eres tú, chico ―refunfuñó
Thorne―. Las hermanas de los amigos no se tocan. ¿Nunca te han
enseñado eso?
―¿Por qué te afecta tanto todo esto? ―inquirió el guardián
escocés, entrecerrando los ojos―. Ni siquiera te afectó de este modo
cuando Nikolai fue el que consiguió el corazón de Key, pese a que
ambos estábamos medio encaprichados con ella.
―No seas imbécil ―bramó el vikingo―. A mí no me afecta en
absoluto, solo señalo lo evidente.
―Pues os aseguro que si vosotros tuvierais hermanas tan
jodidamente buenas como esta ―Varcan señaló con un movimiento de
cabeza a Ella―, y yo no estuviera completamente enamorado de mi
preciosa pelirroja, habría tratado de meterlas en mi cama con ahínco.
―¿Puedes no hablar así de ella? ―le pidió Nikolai,
acercándosele de forma amenazante―. Si vuelves a hacerlo, juro que
te daré una paliza.
El guardián de la cicatriz soltó una carcajada.
―Sería divertido ver como lo intentas ―repuso guasón, a la vez
que sonreía de medio lado.
―Como me sigáis tocando los cojones, seré yo el que os patee el
culo a todos ―les aseguró Thorne, poniendo las manos en las caderas
y cuadrando los hombros.
―Vale, genial, todos hemos demostrado lo machotes que somos
―ironizó Elion―. ¿Podemos dejar el tema ya?
Brunella, harta de tantas gilipolleces, puso los ojos en blanco.
―Mira, idos todos a la mierda, no os aguanto más ―sentenció,
alejándose de ellos y arrastrando a Elion tras ella, gracias a su vínculo.
―Creo que te has pasado, Nik ―le reprochó su esposa cuando
Ella ya no pudo oírla―. Es mayorcita para decidir con quién quiere
acostarse. Además, conoces a Elion más que de sobra como para saber
que es un buen hombre.
―Esa no es la cuestión ―repuso, mirando alrededor, confuso.
―Entonces, ¿qué ocurre? ―Posó una de sus manos suavemente
sobre el pecho de su esposo.
Nokolai miró a sus hermanos, un tanto incómodo.
―Vaya ―repuso Varcan, poniendo los ojos en blanco―. Parece
que aquí sobramos, bror ―le dijo a Thorne, que se limitó a seguirle
lejos del salón en silencio.
El guardián ruso tomó asiento en el sofá y Keyla se acomodó
sobre sus piernas, como le gustaba hacer, dispuesta a escucharle.
―Creí que estaba muerta y esa pérdida pesó en mi alma durante
demasiados años ―comenzó a explicarle―. Y ahora la tengo de nuevo
frente a mí. Es ella, es su rostro, son sus ojos, pero su mirada ya no
brilla cuando se posa en mí. Quiero abrazarla, pero me aleja de ella;
sin embargo, se acerca a Elion, y no puedo soportarlo. Tendría que ser
en mí en quien se apoyase, quiero ser yo el que la ayude a pasar por
este trance. ―Alzó sus ojos hacia los de su esposa―. ¿Estoy siendo
muy irracional?
Keyla negó con la cabeza y le besó en los labios con ternura.
―Solo la echas de menos.
―Muchísimo ―le aseguró.
―Te recordará, estoy segura, pero ya es adulta y debes dejarla
tomar sus propias decisiones.
―¿Aunque ello implique que se equivoque y pueda acabar
herida?
―Aun así.
Tomo la cara de su esposa entre las manos.
―¿Cómo puedes ser tan joven y tan sabia a la vez, mi amor?
Keyla sonrió.
―Porque aprendo del mejor ―repuso, antes de que Nikolai
posara los labios sobre los suyos, besándola con amor y pasión a partes
iguales.
Elion soltó a Ella en uno de los sofás de piel que estaban en el sótano y se
la quedó mirando, con los brazos cruzados y las piernas separadas.
―¿Qué narices te crees que estás haciendo? ―inquirió la joven,
poniéndose en pie furiosa―. Tú no eres mi dueño para decirme lo que
debo hacer.
―¿Acaso he dicho que lo sea?
―Entonces, ¿por qué te comportas como tal?
El guardián se pasó las manos por el pelo, rehaciéndose el moño,
pues realmente no sabía qué debía contestar a esa pregunta.
¿Qué le estaba ocurriendo con aquella mujer? ¿Por qué se sentía
de ese modo? ¿Qué le importaba a él que los otros hombres se la
comieran con la mirada?
Frustrado por no tener respuestas a todas aquellas preguntas,
gruñó entre dientes.
―¿Qué? ¿Te has quedado mudo de repente? ―Brunella se
molestó cuando no obtuvo contestación.
―Lo único que ocurre es que estoy unido a ti y no pienso ser
espectador de primera fila de tus revolcones ―mintió, para tratar de
salir de la incómoda situación en la que él mismo se había metido por
estúpido―. Cuando el hechizo se disuelva, podrás ser libre de hacer lo
que te dé la gana, con el tío que quieras.
―Pues espero que tu amigo el demonio pueda desunirnos cuanto
antes, porque no te soporto cerca de mí ni un minuto más ―repuso,
fulminándolo con la mirada.
―¿Así que no me soportas? ―Se acercó a ella un par de pasos.
―Ni si quiera un poquito.
Posó sus grandes manos en la cintura de la joven.
―Y entonces, ¿por qué me miras como si quisieras devorarme?
―Creo que te confundes ―le dijo en un susurro, con sus labios a
punto de tocarse―. Realmente estoy tentada a matarte.
―Espero que tengas en mente una muerte lenta y placentera
―murmuró, con voz ronca, antes de apoderarse de su boca, a la vez
que la tomaba en brazos.
Brunella enroscó sus piernas en torno a la cintura del guardián,
deseándolo tanto como él a ella. Ese hombre la exasperaba, no lo
soportaba cuando se pasaba de listo o trataba de controlarla, pero de
todos modos, una fuerza invisible la arrastraba hasta sus brazos. Era
irresistible, tentador, atractivo y, para colmo, follaba de vicio. ¿Quién
no se volvería adicta a dichas cualidades?
Elion la tomó del pelo, tirando de él e introduciendo más la
lengua dentro de su boca. Les sobraba la ropa, ambos lo sentían, y con
total seguridad se habrían deshecho de ella si una explosión en la
planta superior no les hubiera sorprendido.
―¿Qué ha ocurrido? ―preguntó Ella, sobresaltaba, bajándose de
los brazos del guardián.
Elion notó como el característico olor de los hechizos de Myra
inundaban el ambiente.
―Creo que te están buscando ―dedujo.
Oyeron abrirse la puerta que conducía al sótano, por lo que el
guardián colocó a la joven tras él, dispuesto a defenderla con su vida si
fuera necesario. Era consciente de lo fuerte y capaz que era Ella de
hacerlo por sí misma, pero protegerla era un instinto primario del que
no podía desprenderse.
Sin embargo, el que apareció ante ellos no fue ningún enemigo,
sino Mauro.
―Nos están atacando ―les informó, bajando las escaleras de
dos en dos―. Tenemos que salir de aquí cuanto antes, dejadme que os
conduzca por una salida secreta.
―¿Dónde está Varcan? No puedo irme sin él ―preguntó Elion,
preocupado por su hermano.
―Ha ido tras Myra ―dijo, acercándose a una pared de espejos
que había al fondo de la sala y abriéndola―. Están buscando a Ella, así
que debemos ponerla a salvo.
―De acuerdo ―asintió el guardián, tomándola de la mano―.
Vayámonos de aquí.
―¿Qué quieren de mí? ―preguntó Brunella, avanzando por el
oscuro pasadizo tras los dos hombres.
―Supongo que seguir drenando tu sangre ―contestó Elion,
furioso porque la trataran como a una banco de sangre andante.
Salieron al exterior, que les llevó a un oscuro y apartado callejón.
―Tienes todo esto muy bien montado ―reconoció el
highlander.
San Francisco parecía ser el patio de recreo de Mauronte.
―No está mal ―aceptó el demonio sin demasiados aspavientos,
como si estuviera desganado.
El guardián notó su actitud un tanto extraña, por lo que se
detuvo, haciendo que Ella chocara contra su espalda.
―¿Qué ocurre?
―Mauronte, ¿va todo bien? ―inquirió Elion, ignorando la
pregunta de Brunella.
El demonio, aún de espaldas a ellos, se echó a reír.
―¿Quién te ha dicho que yo sea Mauronte? ―Se volvió
lentamente hacia ellos, con una sonrisa que destilaba maldad, haciendo
que la piel de Ella se erizase.
―Joder ―maldijo el guardián entre dientes―. Amaronte.
«¿Amaronte?», pensó la joven. «¿Qué está pasando aquí?»
―El mismo que viste y calza ―repuso, quitándose la chaqueta
del elegante traje a medida y lanzándola al suelo―. No entiendo cómo
mi hermano se empeña en seguir llevando esta incómoda y aburrida
ropa.
―¿Qué coño está ocurriendo? ¿Alguno de vosotros me lo puede
explicar? Porque no me entero de nada ―indagó Ella, confundida.
El demonio, alzando su mirada hacia ella, a la vez que se
desabotonaba las mangas de la camisa y se las remangaba, sonrió de
medio lado.
―Es un placer conocer por fin a la mujer que todos desean tener
en su bando.
―Este no es Mauronte, es su hermano ―le explicó Elion, sin
perderse ni uno solo de los movimientos del peligroso e impulsivo
demonio que tenía enfrente.
―Y por lo que puedo percibir, no sois amigos ―repuso Ella con
cierta ironía.
―¿Amigos? ―se rio Amaronte―. No puedo ser amigo de los
lacayos de una Diosa caprichosa. Yo no soy como mi estúpido
hermano.
―No somos lacayos de nadie ―le contradijo Elion―.
Simplemente luchamos por mantener la ley de la sangre en orden.
―Ya, por supuesto ―repuso sarcástico―. Y nosotros tenemos
que absorber pecados en las buenas personas y dejar que esos mismos
pecados consuman a las que no tienen buen corazón, ¿cierto?
El guardián asintió.
―Para eso fuisteis creados.
―Pues lo siento, perrito faldero, pero yo estoy más que harto de
esto, así que he decidido revelarme ―dijo, alzando una ceja con
superioridad.
―¿Uniéndote a Sherezade? ―inquirió Elion, con desprecio―.
¿Eso te parece menos rastrero que lo que hacemos nosotros? ¿Hablas
en serio, Amaronte?
―Yo no me caso con nadie, guardián, sigo mis propias normas
―le aseguró, con sus ojos negros fijos en él―. Y deja de llamarme
Amaronte, odio ese nombre tan pomposo, prefiero Amaro. ―Se volvió
hacia Ella―. Tú puedes llamarme como te dé la gana, preciosa.
―Lo único que se me viene a la cabeza es capullo, ¿te gusta?
―le dijo con un fingido tono meloso e inocente.
El demonio rio, divertido.
―Siempre me han gustado las rubias con carácter ―declaró
antes de darles la espalda―. Venid conmigo.
―¡Y una mierda! ―exclamó Ella―. Ya estoy harta de que me
tratéis como si fuera un saco de patatas al que trasladar de un lado al
otro.
―No iremos contigo a ninguna parte ―sentenció Elion.
Amaronte suspiró.
―Tenía la esperanza de que fuerais inteligentes y colaborarais
conmigo, pero veo que era mucho esperar de un guardián y una rubia
guapa.
―¿De qué coño vas, tío? ―se ofendió Ella.
Tras aquella pregunta, apareció Myra, que se había mantenido
oculta en la oscuridad del callejón, y sonriendo, les lanzó un hechizo
que les arrojó al suelo, aturdidos.
―El guardián no nos sirve para nada, puedes deshacerte de él
―terció la bruja.
―Es… estamos unidos ―consiguió decir Elion, pese a lo mucho
que le costaba pensar con claridad―. Si me matáis a mí, ella sufrirá el
mismo destino.
―Quizá estuvieran aquí para que la putita de mi hermano
absorbiera su hechizo ―dedujo Amaro acertadamente.
Myra se agachó junto a él, tomando su rostro con una mano y
clavándole las uñas en el proceso.
―Parece que es tu día de suerte, guapo.
Aquello fue lo último que el guardián oyó antes de caer en un
profundo sueño.
Estaban aún dentro de aquella furgoneta con los cristales tintados cuando
ambos despertaron.
―Ya era hora, bellos durmientes ―les saludó Amaro, con una
sonrisa displicente.
Ambos estaban atados de pies y manos, así que Elion volvió su
rostro hacia Ella, pudiendo apreciar miedo en el fondo de sus claros
ojos grises, pese a parecer estar en calma.
―¿Estás bien? ―le preguntó en un susurro.
Brunella asintió, tratando de sonreír, pero pareció más bien una
mueca.
―Qué tierno ―ironizó Myra, inclinándose hacia ellos―. El
fuerte y gran guardián preocupado por su bonita y frágil mujercita.
―Y una mierda, frágil ―espetó la bailarina, tratando de
contener la rabia que recorría su cuerpo.
La bruja dirigió sus crueles ojos hacia ella.
―Lo cierto es que eres realmente hermosa ―apreció, alzando un
puñal que tenía en la mano y pasando la hoja suavemente por su
mejilla.
―Ni se te ocurra hacerle daño, puta ―la amenazó Elion entre
dientes.
La bruja se encogió de hombros y apartando el cuchillo del rostro
de la joven, lo clavó con rabia en el muslo del highlander.
―¡No! ―gritó Ella, retorciéndose en el asiento y sintiendo en su
pierna el mismo dolor que experimentaba él.
―Tienes razón, guapetón, es más divertido torturarte a ti.
―Cálmate, preciosa, le estás haciendo daño a ella ―Amaro,
señaló a Brunella con la cabeza―. Y sé que tienes órdenes de que
llegue sana y salva, así que contrólate.
―Lo cierto es que, para ser un demonio, eres bastante aburrido
―se quejó la bruja, desclavando el cuchillo de la pierna del guardián y
recostándose de nuevo contra el respaldo del asiento.
La herida de la pierna de Ella se curó con la rapidez habitual,
pero la de Elion continuó sangrando.
―¿Por qué no te estás curando? ―le preguntó, con el ceño
fruncido.
―Por el suero con el que impregnan sus armas ―le aclaró,
apretando los dientes.
―Pero le pueden curar, preciosa, si a cambio respondes a
algunas preguntas ―le dijo Amaro―. ¿Te apetece jugar?
Brunella lo fulminó con la mirada y el demonio sonrió más
ampliamente al percibirlo.
―¿Qué quieres saber? ―repuso con brusquedad, con el corazón
acelerado al ver como el pantalón de Elion se iba tiñendo de rojo con
bastante rapidez.
―Así me gusta, buena chica ―apuntó, tamborileando con los
dedos de su mano derecha sobre su muslo y mirándola con interés―.
Antes quiero que sepas que puedo saber cuándo alguien me miente y a
cada mentira que me digas, dejaré aquí a mi amiguita ―Señaló a Myra
con la cabeza―, use su juguetito con el guardián, ¿de acuerdo?
―¡Oh, me está empezando a gustar este juego! ―exclamó la
bruja con una sonrisa radiante.
Brunella apretó los puños y asintió a regañadientes.
El demonio pareció la mar de satisfecho.
―Empecemos por una sencilla, ¿te has acostado con este
guardián? ―Alzó una de sus manos para señalar a Elion.
―¿A ti que te importa?
―¿Has olvidado las reglas del juego, preciosa?
―No he mentido ―le refutó.
―Eres una chica lista, pese a ser rubia ―repitió aquel falso mito
para molestarla de nuevo―. Pues añado a las bases de nuestro
jueguecito que si te niegas a responder, Myra hará de las suyas
también. Te repito la pregunta, ¿te has acostado con el guardián?
―No respondas si no quieres ―le dijo Elion, deseando poder
desatarse y arrancarle la cabeza a aquel italiano engreído.
―Sí, me he acostado con él ―respondió Ella, ignorándole,
porque no iba a permitir que le hicieran daño por negarse a responder a
una pregunta tan absurda.
―¿Ves como no ha sido tan difícil? Además, puedo sentir su olor
en ti, así que hubiera sido una tontería negarlo ―le aseguró―. Vamos
a por la siguiente, ¿Qué te une a los guardianes?
―Se supone que uno de ellos es mi hermano ―confesó de
nuevo, alzando el mentón.
―¿Se supone? ―indagó el demonio, intrigado por aquella
contestación.
―No consigo acordarme de nada sobre mi niñez ni adolescencia.
Mi primer recuerdo es haberme despertado sobre un charco de sangre
en medio del bosque, hace ya demasiados años, pero no sé cuáles eran
mis raíces.
Amaronte asintió y entrecerró los ojos, estudiando el rostro de la
joven.
―¿Por qué te quiere Sherezade?
―Amaro, creo que ella misma te lo dijo… ―El demonio alzó la
mano para hacer callar a Myra y esta obedeció de inmediato, como si
en realidad le temiera.
―No conozco a esa mujer de nada más que un par de llamadas
telefónicas, después de que Abe fuera asesinado ―respondió, sin dejar
de mirarle a los ojos.
―De todos modos, sabes para lo que quiere dar contigo,
¿verdad?
―Intuyo que es para extraer mi sangre.
Aquella respuesta hizo que el demonio frunciera el ceño y mirara
de reojo a Myra, que se removió en el asiento, incómoda.
―¿Extraer tu sangre? ―repitió―. ¿Para qué?
Brunella alzó una ceja, con cierto aire de superioridad.
―¿Estás seguro de que conoces a la persona a la que le haces de
recadero?
Amaro se inclinó hacia delante, apoyando los codos sobre sus
rodillas y quedándose a escasos centímetros del rostro de Ella.
―No te equivoques, preciosa, yo no soy el recadero de nadie,
siempre voy por mi cuenta y solo me uno a alguien si me interesa a mí
―le aseguró―. Mis propios intereses son lo único que me mueve.
―Pues qué triste tiene que ser dirigir tu vida en cuanto a
beneficios que nada tienen que ver con los sentimientos ―le echó en
cara.
Elion, a su lado, se tensó, temiendo que el demonio no se tomase
a bien las palabras de la joven.
Sin embargo, Amaronte sonrió de medio lado.
―¿Y tú estás segura de encontrarte ahora mismo en el bando
correcto? ¿No hay posibilidad de que estés siendo engañada por ellos?
―Señaló con un movimiento de cabeza al guardián.
Brunella sentía en su corazón que Elion no la estaba mintiendo
pero, ¿podía fiarse de su instinto? Estaba claro que con Abe no le
funcionó, si resultaba que lo que le contaron los guardianes de él fuera
cierto.
Amaro notó sus dudas y aquello le satisfizo.
―Percibo tus pecados, preciosa, tú tampoco eres lo que se dice
una santa ―apuntó, aproximándose más a ella y rozando con su nariz
el cuello de la joven―. Has matado a muchas personas a lo largo de tu
extensa vida y, aun así, percibo que tu corazón no tiene maldad, ¿cómo
es eso posible?
Brunella contuvo la respiración al percibir el aliento del demonio
acariciándole la piel. Era muy atractivo y su voz ronca podía incitar a
besarle, sin embargo, su cuerpo no reaccionó de la misma forma en
que siempre lo hacía cuando estaba cerca de Elion.
―No sé cómo alimentarme sin hacer daño a mi alimentador, es
por eso que he matado a tanta gente, pese a que he intentado por todos
los medios contenerme o que, por lo menos, no fueran buenas personas
a las que les arrebataba la vida.
Amaro volvió el rostro para mirarla a los ojos, sin apartarse un
solo centímetro de ella.
―Así que te alimentas de sangre, como los guardianes, y has
impartido tu propia justica ―caviló con satisfacción―. Entonces,
debes comprenderme, preciosa, porque yo pretendo hacer lo mismo.
―Tomándola por la nuca, se apoderó de sus labios.
―¡Suéltala ahora mismo, hijo de puta! ―bramó Elion, tratando
de desatar las cuerdas que le mantenían sujeto, pero estas debían estar
impregnadas con el suero, pues le resultó imposible.
Brunella trató de separarse de él, pero aquel demonio era muy
fuerte. De repente, notó como un placentero tirón ascendía por su
pecho, pasaba por la garganta y salía por su boca, como absorbido por
la de Amaronte, que la soltó justo después.
―Ella, ¿estás bien? ―le preguntó Elion, con cierto tono de
ansiedad en la voz.
Brunella asintió para tranquilizarle y tragó saliva, tratando de
recomponerse.
―¿Qué acabas de hacerme? ―le preguntó al demonio, un tanto
aturdida, pero sintiéndose mucho más ligera y desprovista de cargas en
su interior.
―He absorbido los pecados que te atormentaban, preciosa. De
nada ―repuso con satisfacción, recostándose en su asiento―. Ahora
responde a mi pregunta, ¿para qué quiere extraer tu sangre Sherezade?
―Según los guardianes, me han estado extrayendo sangre
durante los últimos diez años, contándome la mentira de que me
estaban administrando un tratamiento para calmar mi apetito, cuando
en realidad solo me usaban para crear una especie de zombies
horrendos.
―Los Groms ―apuntó Amaro.
―Esos mismos.
―La última pregunta, preciosa.
―Dispara.
Amaro no pudo evitar volver a sonreír ante su frescura.
―¿Dónde está la guarida de los guardianes?
―¿Por qué quieres saberlo? ―indagó Ella.
―¿Tú que crees? ―Alzó una de sus oscuras cejas.
―Eres un jodido cabrón, Amaronte ―soltó Elion entre
dientes―. Ella no sabe dónde está nuestra guarida.
Amaro estudió el rostro del guardián.
―Por desgracia, te creo ―repuso, a la vez que soltaba un
suspiro.
―¿A dónde nos lleváis? ―preguntó la joven, captando de nuevo
su atención.
―A un lugar donde todo el mundo te espera con los brazos
abiertos, bonita ―le respondió Myra en su lugar con socarronería.
A Elion y Thorne no les quedó más remedio que matar a los enajenados
humanos, ante la mirada horrorizada de Ella, que se sentía en shock.
¿Qué les hizo la bruja a esas pobres personas?
Cuando el vikingo se acercó a una muchacha de poco más de
veinte años, Ella se interpuso entre ellos.
―¡Basta!
―Está fuera de sí, no podemos hacer nada por ella ―bramó
Thorne.
Brunella, volviéndose hacía la desquiciada joven, presionó un
punto exacto en su cuello, dejándola inconsciente, tras lo cual miró al
enorme guardián con los brazos en jarras y una mirada triunfante.
―Podemos intentar ayudarla. ―Pasó sus ojos por los cadáveres
que estaban esparcidos por el suelo―. Al menos a ella.
Thorne se limitó a gruñir a modo de respuesta.
―¿Vas a darnos problemas? ―le preguntó entonces el guardián
escocés a Cyran, que posaba su penetrante mirada sobre ellos.
El demonio de los cuernos negó con la cabeza.
―Podéis marcharos ―les dijo con aquella gutural voz que
poseía―. De hecho, ese siempre fue el plan, traeros aquí para
averiguar los planes de Sherezade y ayudaros a escapar, así que no
creo que hiciera falta romperle el cuello ―apuntó, señalando con la
cabeza a Amaro, que seguía en el suelo, inconsciente.
El vikingo se cruzó de brazos y se encogió de hombros.
―Habla demasiado ―repuso con indiferencia.
De repente, Elion se dobló sobre sí mismo apoyando las manos
sobre sus rodillas con la respiración entrecortada.
―¿Qué te pasa? ―le preguntó la joven, pues ella no sentía
ningún tipo de dolor o malestar que pudiera indicarle el motivo de su
comportamiento.
―Me ocurre algo ―respondió entre dientes―. Siento… siento
como si me quemaran las entrañas.
―¿Qué coño le pasa? ―rugió Thorne, dirigiéndose a Cyran.
―No lo sé ―respondió el aludido con calma, pese a la postura
amenazante del guardián.
Sin previo aviso, Elion soltó un alarido de guerra y derribó al
vikingo.
―¡Elion! ―gritó Ella, sobresaltada.
―¿Qué cojones estás haciendo? ―inquirió Thorne, forcejeando
con él.
―No lo sé ―reconoció, a la vez que trataba de arrancarle el
corazón a su hermano―. Pero tengo unas irrefrenables ganas de
matarte.
―¡Haz algo! ―le exigió Brunella al demonio.
―No me meto en disputas familiares ―se limitó a contestar.
Poniendo los ojos en blanco, se acercó a ambos hombres y,
armándose de valor, rompió con decisión el cuello de Elion como vio
hacer minutos antes al vikingo con el de Amaronte.
―Qué mierda le habrá hecho esa puta bruja ―gruñó Thorne,
poniéndose en pie y sacudiéndose la ropa.
El sonido de la puerta metálica del laboratorio comenzando a
abrirse hizo que todos se pusieran alerta.
―Marchaos en nuestro coche, yo los retendré ―les aseguró
Cyran, alargando las manos e incendiando la salida para que no
pudieran traspasarla.
Brunella se acercó a aquel aterrador demonio y posó una de sus
manos sobre su brazo.
―Muchas gracias ―le dijo con sinceridad.
Él se limitó a clavar sus fríos ojos negros en ella y asintió.
―Vámonos ―la apremió Thorne, colocándose a su hermano
sobre el hombro, para dejarlo caer en la parte trasera del descapotable.
―Nos la llevamos también. ―Señaló a la humana inconsciente.
―¡Ni hablar!
―No pienso dejarla para que sigan experimentando con ella
―sentenció, dispuesta a pelear si fuera necesario.
Thorne, consciente de ello, soltó un gruñido, se agachó a coger a
la mujer y la metió dentro del maletero.
―¿Qué haces? ―inquirió Ella, corriendo hacia él.
―He aceptado llevármela, pero no voy a arriesgarme a subirla al
coche con nosotros para que pueda atacarnos ―le dijo, tomándola del
brazo y obligándola a sentarse en el asiento del copiloto, antes de
cerrar la puerta de un portazo y colocarse tras el volante.
Arrancó y salió de aquel polígono industrial derrapando, viendo
por el espejo retrovisor como Cyran cogía en brazos a Amaro,
marchándose con él antes de que se extinguieran las llamas con las que
encerró a Sherezade y a los Groms.
Brunella apoyó la cabeza en el reposacabezas del cómodo asiento
y cerró los ojos, agotada. Ojalá pudiera despertar y darse cuenta de que
todo aquello solo era un mal sueño.
―¿Qué haces aquí? ¿Cómo diste con nosotros? ―le preguntó a
Thorne, volviéndose hacia él.
―Coloqué uno de los localizadores de Elion bajo la plantilla de
tus deportivas ―respondió, sin desviar la vista de la carretera―.
Cuando entrasteis dentro de la nave, la señal se perdió, pero pude
seguirla hasta aquí.
―¿Por qué lo hiciste?
La miró de reojo solo un segundo.
―Sabía que te meterías en problemas.
―¿Y que más te da? Me detestas, te has empeñado en
demostrármelo.
Su expresión no varió un ápice y Ella pensó que no le
contestaría, por lo que volvió la vista hacia el paisaje que se extendía
ante ella.
―No te detesto y, además, estás unida a mi hermano
―respondió al fin, captando la atención de la joven.
―Al final voy a tener que agradecer el estar unida a él ―ironizó.
―No solo lo hice por él.
Brunella asimiló aquellas palabras y sonrió, parecía que debajo
de tanta bravuconería y tosquedad existía un corazoncito. ¡Vaya
sorpresa!
Tras la ruptura del vínculo, decidieron que lo mejor sería volver a casa. Así
que todos, a excepción de Thorne, que se quedó con Draven, volaron hacia
Irlanda, con Elion y la humana bien atados, pues no podían evitar querer
arrancarles la cabeza a Varcan y a Nikolai.
Brunella se quedó impresionada cuando un castillo, que no fue
capaz de ver hasta que lo tuvo a escasos metros, se materializó ante
ellos. El interior era igualmente extraordinario y contaba con todas las
comodidades.
Una pelirroja con el cabello rizado apareció de repente corriendo
hacia ellos, lo que provocó que Ella se pusiera en tensión. Sin
embargo, su atención se centraba en Varcan, sobre el cual saltó,
apoderándose de su boca con desesperación. El guardián posó sus
manos con descaro en el trasero de la pequeña joven, apretándola más
contra él.
―Yo también te he echado de menos, pecas ―susurró el hombre
contras sus labios y una sonrisa traviesa dibujada en su masculino
rostro.
―Pues tengo preparado un conjunto de ropa interior para
celebrar tu vuelta que va a hacer que no quieras marcharte nunca más,
chulito ―repuso la pelirroja, con una mirada sexi.
Varcan soltó un gruñido ronco y mordisqueó su cuello.
―No puedo esperar para arrancártelo.
―¿Por qué no dejáis eso para otro momento? ―les sugirió un
atractivo hombre con el cabello largo y negro, y los ojos de un extraño
tono aguamarina, que iba acompañado de una preciosa morena, que
sonreía de forma agradable.
La pareja se detuvo ante Ella, que los observaba con curiosidad y
un poco de desconfianza.
―Me alegra saber que estás en nuestro bando ―dijo la morena,
alargando una mano hacia ella―. Soy Roxie y este es mi esposo,
Abdiel.
Brunella estrechó su mano.
―Soy Ella, aunque veo que ya estáis enterados de ello.
―Así es ―terció la pelirroja, que de forma efusiva se bajó de los
brazos de su pareja y le dio un abrazo―. Soy Max y siento mucho si el
capullo de mi marido te ha molestado con alguna de sus absurdas
bromitas.
―¡Oye! ―protestó Varcan, sin perder la sonrisa―. Que no eran
bromas, solo proposiciones indecentes, en las que, por supuesto, te
incluiríamos.
Max puso los ojos en blanco y Ella no pudo evitar que se le
escapara la risa.
En aquel preciso instante, un ruido de cadenas cayendo al suelo
les hizo volverse a todos, justo a tiempo para ver como Elion se
liberaba y cargaba contra Nikolai, que era quien estaba de nuevo más
próximo a él.
Los dientes del guardián escocés se hundieron en su cuello,
haciéndole gritar.
―¡Nik! ―chilló Keyla, asustada.
Abdiel se apresuró a tomarle del cuello para intentar que soltara a
Nikolai.
―¡Basta, bror! ―le exigió―. Vas a arrancarle la cabeza.
―No puede evitarlo ―dijo Ella, presenciando la escena con
horror.
El líder de los guardianes alzó la cabeza.
―Si lo aparto sin que desclave sus dientes, le mataremos
―señaló al guardián ruso con la cabeza.
―Abdiel, ¿qué vas a hacer? ―preguntó Roxie con la voz
entrecortada al ver las dudas de su esposo y como colocaba su mano en
la espalda de Elion, a la altura de su corazón.
―Bror… ―murmuró Varcan, que por primera vez desde que
Ella lo conociera, parecía haber perdido la sonrisa.
El líder de los guardianes rechinó los dientes y comenzó a
introducir la mano en la cavidad torácica de su hermano.
¡Iba a matarlo!
―¡No! ―gritó Ella, arrojándose al suelo para posar su mano en
la mejilla de Elion―. Por favor, suéltale, vas a matarlo ―le pidió, con
lágrimas en los ojos―. Vas a matar a mi hermano y Abdiel te matará a
ti. ―sollozó sin poder contenerse―. No puedo perderos a ambos.
Detente ―suplicó con un hilo de voz.
Sus palabras parecieron surtir efecto, pues lentamente, Elion
desclavó sus colmillos de la garganta de Nikolai y dirigió sus ojos
hacia ella.
―Ella ―fue lo único que dijo.
Abdiel, respirando aliviado, se retiró de encima de él, que se
acercó a Brunella, a la cual le corrían lágrimas por sus mejillas.
―Gracias ―susurró Elion, tomando su rostro entre las manos y
secando dichas lágrimas con sus pulgares―. Has evitado que mate a
mi hermano… Nuestro hermano ―se corrigió.
Sin importarle que todos los presentes les miraran, Ella le abrazó,
enterrando su cara en el hueco del cuello del hombre, que la apretó
contra su pecho, sintiéndose reconfortado por su cercanía.
―Joder, eres la puta ama de estos zombies ―intervino Max,
sonriendo.
Abdiel se puso en pie y ayudó a Nikolai a hacer lo mismo.
―¿Estás bien, bror?
Este asintió sin poder hablar, ya que la herida de su cuello no
sanaba, como ocurría con las mordeduras de los Groms.
Keyla se acercó a él, para posar las manos en su garganta y
curarle con su don, tras lo cual se dejó caer contra él, sollozando sin
parar.
―Estoy bien, tranquila ―le aseguró, acariciándole la espalda.
―Creí que te mataría.
―Y lo hubiera hecho ―dijo Elion, incorporándose con Ella aún
entre sus brazos―. De hecho, lo mejor será que me aleje, antes de que
lo intente de nuevo.
Trató de separar a Ella de él, pero esta le tomó de la mano.
―Te acompaño.
El guardián sonrió y se la llevó a la torre que él habitaba.
―¿Habéis visto lo mismo que yo? ―preguntó Max cuando se
marcharon.
―Oh, sí, pelirroja, todos lo hemos visto ―respondió su esposo,
abrazándola por detrás.
―¿Te parece bien, Nikolai? ―quiso saber Abdiel, que siempre
intentaba que todo el mundo estuviera cómodo.
―Ambos son mayorcitos para saber lo que se hacen
―respondió, aún mirando al hueco de las escaleras por donde habían
desaparecido―. Solo espero que ninguno de los dos sufra.
―El amor es eso, mi guardián ruso ―dijo Talisa, que llegó sin
que ninguno se percatase―. Amar, arriesgarse y quizá sufrir, pero
merece la pena.
―Así es ―estuvo de acuerdo Roxie, que se acercó a tomarla por
los hombros con cariño.
―Intuyo que el poder de Ella sobre los seres creados por
Sherezade tenga que ver con que fueron diseñados gracias a su sangre
―apuntó Keyla―. Así que necesitaré hacerle pruebas a la mujer que
hemos traído, para tratar de descifrar cómo conseguir un antídoto.
―¿Qué tipo de pruebas? ―preguntó Roxie, mirando a la
asustada y maniatada mujer.
―Aún no lo sé ―reconoció la doctora.
―¿Qué más da? ―inquirió Max―. Son malas personas, así os
lo dijo el demonio amigo de Mauro, ¿no?
Varcan asintió a modo de respuesta.
―De todos modos, trataremos de no hacerle daño, si podemos
evitarlo ―les pidió Abdiel y todos asintieron, de acuerdo con él.
―¿Has… has dicho de por vida? ―repitió, perturbada por sus palabras y
girándose con lentitud hacia él.
Elion se limitó a asentir y mirarla fijamente.
―No, no, no ―negó, comenzando a dar vueltas por la
habitación, alterada―. No puede ser que me esté pasando esto.
―Tampoco es algo que yo hubiera planeado.
Brunella le fulminó con los ojos y se fijó en que su cuello seguía
sangrando.
―¿Por qué no te curas? ―le preguntó, señalando su herida con
un movimiento de cabeza.
―La marca solo cierra si tu pareja pasa la lengua sobre ella, es
como una especie de ritual ―le explicó―. Un simbolismo de que por
mucho que pueda herirte, tu pareja de vida siempre estará ahí para
salvarte.
La joven parpadeó varias veces, asimilando esa información. Se
le acercó de forma lenta, aspiró su olor, que parecía embriagarla, y
sacando la punta de su lengua, la pasó sobre la sangre que corría por su
garganta, hasta lamer las incisiones de sus colmillos, haciendo que
Elion jadeara de manera ronca.
―Ya está ―murmuró, aún pegada a él―. Ya no sangras.
El guardián pasó su pulgar sobre los carnosos labios de Ella,
limpiando un rastro del líquido rojo que quedaba sobre ellos y se lo
llevó a la boca, saboreando su propio sabor.
―Te lo agradezco.
Se quedaron mirándo a los ojos. ¿Tan grave era estar unidos para
siempre?
―Ella, yo…
La puerta se abrió de repente dando un portazo y tras ella
apareció Nikolai, que los observó con ojos asesinos.
―¿La has marcado? ―le preguntó a Elion de forma acusatoria.
Este negó con la cabeza y el guardián ruso frunció el ceño.
―Entonces ¿cómo…?
―He sido yo ―respondió Ella, avanzando hacia él―. Pero ni
siquiera sé cómo lo he hecho ―reconoció.
―Será mejor que salgas de aquí, bror, porque estoy al borde de
no ser capaz de controlarme ―le aconsejó Elion apretando los puños,
hasta que sus nudillos se pusieron blancos.
―Vámonos ―se apresuró a decir Ella, tomando de la mano a su
hermano y sacándolo de la habitación.
―Sabía que ocurría algo así ―iba diciendo Nikolai tras ella.
Brunella se volvió de sopetón hacia él cuando llegaron al final de
las escaleras.
―¿Y tan malo es que haya ocurrido esto? ―inquirió,
emocionada por todos los acontecimientos que acababan de suceder―.
He estado sola demasiados años, no me parece tan mala idea estar
unida a un hombre como Elion.
Nikolai estudió la expresión de su hermana y pudo ver que estaba
angustiada. Veía cuán sola se sintió durante tanto tiempo, que no pudo
evitar que la culpabilidad le golpeara en el pecho, como un puñetazo.
Por otro lado, si la marca se completó, quería decir que Brunella
estaba enamorada de Elion, igual que él de ella. Conocía a su hermano
de sobra para saber que era un buen hombre, de honor y leal, por eso
mismo le pusieron el apodo de El Justo. ¿Quién mejor que él para estar
unido a su querida Brunie?
Pese a todo, no dejaba de ser extraño, pues tanto Elion como
Brunella eran para él como dos hermanos, y pensar en ellos dos
emparejados le resultaba chocante.
―Es una de las mejores personas que conozco ―reconoció
Nikolai―. Aunque me preocupa que haya sido todo tan precipitado.
―¿Crees que yo no estoy asustada? ―le preguntó, pasándose las
manos por su largo cabello rubio, tan claro como el del hombre que la
miraba en silencio―. Todo esto me ha pillado de improviso. Hace una
semana no esperaba enamorarme de nadie y no entiendo cómo ha
podido suceder tan rápido.
―Es algo que tiene que ver con nuestra naturaleza, cuando
damos con la persona adecuada, estamos irremediablemente abocados
a enamorarnos.
―¿Eso te ocurrió con Keyla?
Nikolai asintió.
―La amé desde el primer momento en que la tuve delante de mí,
por mucho que en ese instante creyera que era mi enemiga.
―Necesito pensar en todo lo sucedido ―reconoció Ella,
removiéndose nerviosa―. No recuerdo realmente quien soy, me
encuentro en medio de una guerra, y ahora, por si fuera poco, estoy
unida de por vida a un hombre del que me he enamorado de forma
demasiado súbita como para poder asimilarlo.
―Cuando yo me siento confuso, suelo meditar ―dijo Nikolai,
conteniéndose para no acariciar su mejilla a modo de consuelo, como
le gustaría hacer―. Quizá te ayude a saber quién eres y hacia dónde
pretendes ir.
FIN