La Reina Perdida Los Guardianes Del Sello Nº 4 Sarah Mcallen

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 246

LA REINA

PERDIDA

Sarah McAllen

La reina perdida
Junio 2022
© de la obra de Sarah McAllen
Instagram: @sarahmcallen_
Facebook: Sarah McAllen

Corrección: Sonia Martínez Gimeno


Portada: Sara González

No se permitirá la reproducción total o parcial de este libro, ni su


incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier
forma o por cualquier medio, sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por
grabación u otros medios, sin el permiso previo y por escrito de su autor.
La información de los derechos mencionados puede ser constitutiva de
delito contra la propiedad intelectual (art. 270 y siguientes del Código
Penal)

Los recuerdos son retazos de la vida


que nos hacen conectar con nuestro yo pasado,
y que nos descubren quienes somos.
Agradecimientos
Agradezco a todas las personas que en un momento u otro de mi
vida pasaron por ella, dejando pequeñas huellas en forma de recuerdos
en mi mente.
En este caso, voy a hacer una mención especial a mis abuelos,
por haber sido siempre una inspiración. Sin vuestra influencia, no sería
la misma persona. Aunque ya no pueda abrazaros, sigo sintiendo
vuestra presencia junto a mí, dándome fuerzas. Os quiero.
A mi madre, como siempre, mi lectora cero. Me enseñaste el
amor por las letras y siempre te estaré agradecida por ello.
A mi correctora, Sonia Martínez Gimeno, gracias por tu
profesionalidad y eficiencia.
A Lidia S. Balado (Mal de ojillo), por las bonitas ilustraciones que ha
hecho de los personajes de este libro.
Quiero hacer una mención especial a Romy Villarroel, que ganó
un sorteo que hice en el grupo de Facebook de Las guardianas
McAllen, y por el cual, uno de los personajes secundarios de este libro
lleva su nombre.
Y cómo no, a mis guardianas y guardianes, que siempre estáis
ahí apoyándome y animándome a continuar en esta sacrificada pero
gratificante profesión, que es la de escritora.

Sarah McAllen
PROFECÍA

Dice la profecía que habrá una bruja, renacida de un tiempo


lejano, que podrá reinar sobre todos los reinos, humanos o
sobrenaturales. Cuando el oráculo haga acto de presencia, la bruja
renacida se alzará, haciendo que el mundo que conocemos hasta
ahora desaparezca. El oráculo maligno será el conductor para
conseguir este objetivo, quedando destruido sin remedio y enviado a
los infiernos, donde arderá por toda la eternidad.
Sin embargo, la portadora del sello será la única que pueda
mantener las fuerzas del mal a raya, ayudando a la sanadora a
proteger a los seis guerreros que velan por el cumplimiento de la ley
de la sangre. Cuando la reina perdida aparezca, se abrirá el camino
para encontrar la llave del bien y del mal, que abrirá la puerta a la
elegida, decidiendo de qué lado caerá la balanza. El juego de la
sangre ha comenzado, ¿te atreves a participar?
GUARDIANES DEL SELLO

Seis guerreros mitológicos que velan porque la ley de la sangre


se cumpla.
Una ley suprema, donde todos los elementos, terrenales o
mágicos, deben estar en equilibrio. Los protectores del sello se
encargan de controlar que nadie trate de hacerse poderoso a cambio
de esclavizar al resto de especies.
Existen desde hace milenios, cuando una bruja llamada
Sherezade decidió que quería reinar sobre todos los seres que existían
en la tierra. Por ello, la Diosa Astrid dotó de poderes a seis de los
guerreros más fieros y los convirtió en los guardianes del sello. Un
sello que todos ellos llevan marcado en su pecho, sobre el corazón.
Pero de algún modo, un grupo de brujos han conseguido
despertar de nuevo a Sherezade y la profecía se ha puesto en marcha,
¿de qué lado caerá la balanza?
Capítulo 1

Brunella llegó a su casa tras una larga noche de vuelo. No le gustaban


demasiado los aviones, pero había tenido que utilizarlos muchas veces a lo
largo su vida.
En aquellos momentos, acababa de llegar de Noruega, donde su
buen amigo Abe volvió a aplicarle el tratamiento para su enfermedad.
Qué agradecida le estaba por todo lo que hacía por ella. Sin él
seguiría siendo un monstruo asesino, sediento de sangre.
―¿Destiny? ―preguntó Linda, su compañera de apartamento,
con voz soñolienta, utilizando el nombre por el que de unos años para
acá se hacía llamar.
―Sí, soy yo, no te asustes ―respondió, viendo cómo se asomaba
al pequeño salón.
―¿Ha ido todo bien? ―Se acercó a ella y la abrazó, a la vez que
bostezaba.
―Como siempre. ―Se encogió de hombros, encaminándose a su
habitación y dejando su bolsa de viaje sobre la cama.
Linda la siguió y se apoyó en el marco de la puerta, viendo como
guardaba la ropa limpia en el armario.
―Hace un par de días, una chica estuvo aquí preguntando por ti.
Brunella se volvió hacia su compañera de piso con el ceño
fruncido.
―¿Una chica?
―Sí, dijo que bailasteis juntas hace algunos años ―le explicó―.
Creo recordar que se llamaba… Kelly… ―caviló, haciendo
memoria―. No, Keisi. Su nombre era Keisi.
«¿Keisi?», pensó extrañada.
―No conozco a ninguna Keisi.
―Igual la conocías por Linda, dijo que en aquel entonces todas
usabais nombres artísticos ―continuó explicándole―. De hecho, ella
se refirió a ti como Anne.
―Anne ―balbució, pues aquel era el nombre al que Abe
siempre mandaba los billetes de avión y le hacía las reservas en las
casas de huéspedes.
¿Tendría algo que ver? ¿Sería alguien que trabajaba para él? Si
era así, no le comentó nada cuando se despidieron.
―Ahora mismo no caigo en quien puede ser.
―Le di tu teléfono para que te llamara, ya que me dijo que su
hermana sufría la misma enfermedad que tú, pero luego me arrepentí,
pues unos tíos con malas pintas aparecieron y la persiguieron.
―No he recibido ninguna llamada.
―Quizá sea lo mejor, era un poco rarita. ―Bostezó de nuevo―.
En fin, vuelvo a la cama que en nada me levanto, me toca turno de
mañana en la cafetería.
―De acuerdo, que descanses.
―Tú también, bonita.
Brunella se quedó mirando cómo se alejaba. Llevaba el cabello
un tanto revuelto y una camiseta de tirantes y unas braguitas como
únicas prendas de ropa.
Tenía treinta y cinco años, era camarera y madre de una niña de
seis añitos, pero esta vivía con los abuelos paternos, pues a ella le
quitaron la custodia cuando se la encontraron con una sobredosis,
tirada en los baños de una discoteca. Su marido murió aquella misma
noche, de un shock por la ingesta de drogas. Aquel momento fue
cuando le quitaron a Molly, a la que ambos dejaron sola en el
apartamento, con apenas dos años de edad, para salir de fiesta.
Desde entonces, Linda había conseguido rehabilitarse y estaba
luchando con todas sus fuerzas para poder recuperar a su hija, pero por
el momento, el juez aún no había accedido, así que tenía que
conformarse con verla fines de semana alternos, hasta que volviese a
celebrarse una nueva vista.
Así que ahora se dedicaba a trabajar como una loca, para poder
darle a Molly la mejor vida posible. Apenas tenía tiempo para comer,
por lo que cada vez estaba más delgada, aunque seguía siendo bastante
atractiva.
Tras guardar toda la ropa limpia, se fue al baño para meter dentro
del cesto la que estaba usada.
Suspiró.
Se sentía agotada mentalmente, siempre le pasaba cuando recibía
su tratamiento; y necesitaba una ducha, así que se desnudó, abrió el
grifo y se metió debajo, disfrutando del agradable calor del agua al
correr por su cuerpo.
Como le ocurría cada vez que bajaba la guardia y se relajaba, le
vinieron a la mente los recuerdos del momento en que despertó sin
memoria, hacía ya cerca de dos mil años.

»Año 180, en los alrededores de un antiguo poblado eslavo.

La joven se despertó con la cabeza dolorida y una tremenda


confusión mental.
¿Quién era? ¿Qué hacía allí? ¿Por qué su ropa estaba
manchada de sangre?
Miró en derredor y abrió desmesuradamente los ojos al ver a un
enorme hombre, de cabello rubio muy claro, desplomado en el suelo
con una daga ensartada en su frente.
Bajó la vista hacia sus temblorosas manos y estas tambien
estaban manchadas de sangre.
¿Fue ella quien le mató?
Se puso en pie de forma apresurada, tratando de limpiarse en
sus faldas, pero al estar seca, no conseguía deshacerse de ella.
Sollozó, sintiéndose asustada y aturdida.
Sin saber muy bien hacia donde se dirigía, caminó en dirección
al humo oscuro que se veía a lo lejos. Quizá alguien viviera allí y
pudiera ayudarla.
Conforme se fue acercando pudo ver un poblado, y una de sus
casas, la que se encontraba más cerca de la linde, estaba siendo
devorada por las llamas.
Se quedó embobada mirando el fuego y sintiendo una tremenda
congoja. ¿Por qué se sentía tan afectada por aquello? ¿Sería su casa?
―¡Dios mío, Ella!
Cuando escuchó aquella exclamación, se volvió, quedando frente
a una preciosa muchacha de cabello rojizo y ojos verdes.
―¿Me conoces? ―inquirió, acercándose más a ella,
esperanzada de que le pudiera dar alguna respuesta a todas las
preguntas que se amontonaban en su mente.
―Yo… lo siento ―le dijo, retrocediendo lentamente y mirándola
con un brillo de culpa en los ojos.
―¿Qué es lo que sientes? ―indagó con desesperación―. Si
sabes quién soy, dímelo. ―Se le saltaron las lágrimas―. No recuerdo
nada. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estoy cubierta de sangre?
La pelirroja ladeó la cabeza, mirándola con atención.
―¿Has perdido la memoria?
La joven asintió, incapaz de decir una palabra, pues el nudo de
su garganta se lo impedía.
―Te llamas Ella y vives en la casa que está en llamas
―comenzó a explicarle, con calma―. Yo soy Mila y somos vecinas.
―¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué mi casa está en llamas?
―¿En serio que no recuerdas nada?
―Nada en absoluto ―le aseguró―. Mi mente está
completamente en blanco.
Mila bajó los ojos al suelo, con una expresión apesadumbrada
en el rostro.
―Quizá sea lo mejor.
Aquellas palabras, unidas a la actitud de la mujer que tenía
frente a sí, hicieron que su corazón comenzara a latir de forma
acelerada.
―¿Qué quieres decir?
Mila alzó su mirada, clavándola en ella.
―Tú has provocado el incendio, Ella ―le dijo sin rodeos―.
Has matado a toda tu familia.
―No, no puede ser ―negó con la cabeza―. ¿Por qué iba a
hacer algo tan horrible?
―Porque estás enferma ―soltó con tono compasivo―. Debes
huir. Huye lejos antes de que el resto del poblado se entere de lo que
has hecho. Tienes la oportunidad de empezar una nueva vida en otro
lugar, muy lejos de aquí.
Mila estaba mintiendo, así no sucedieron las cosas. En realidad,
su padre, del que estuvieron huyendo durante años, se presentó allí,
dispuesto a llevársela. Y fue quien Mila les delató.
Sin embargo, Ella no lo recordaba, por lo que se sentía asustada
y abrumada por la culpa.
―De… de acuerdo, lo haré ―afirmó, temblando como una
hoja―. Me marcharé.
―Eso es lo mejor. ―Mila sonrió satisfecha, sintiendo que se
había salido con la suya.
Pasó por su lado para volver al poblado y, de repente, Ella pudo
oler su sangre. Podía oír el sonido de su corazón a cada latido que
este daba y sintió como los dientes se le alargaban.
¿Qué le estaba ocurriendo?
Quiso contenerse, trató de hacerlo con todas sus fuerzas, pero
fue inútil. De un salto se abalanzó sobre la pelirroja, arrojándola al
suelo.
―Ella, ¿qué estás haciendo? ―le preguntó preocupada,
creyendo que lo había recordado todo.
Pero no era así, simplemente, tenía demasiada hambre.
―Lo siento ―sollozó, antes de clavar sus colmillos en el cuello
de la joven, que soltó un grito de sorpresa.
Parecía no saciarse por mucho que bebiera. Comenzó a sentir
como el cuerpo de Mila se fue quedando laxo poco a poco entre sus
brazos, pero le era imposible detenerse. Se bebió hasta su última gota
de sangre y entonces fue cuando se detuvo.
Miró a la mujer que tenía entre sus brazos y, horrorizada con lo
que acababa de hacer, lo soltó.
―No, no, no… ―repetía una y otra vez, cargada de
remordimientos de conciencia―. ¿Qué he hecho?
Miró alrededor. Nadie parecía haberla visto, así que echó a
correr, sin detenerse durante cerca de una hora.
Finalmente, con la respiración entrecortada, se paró junto a un
río y se metió dentro de sus frías aguas, para desprenderse de la
sangre que manchaba su cuerpo.
Frotó entre sus manos la tela de su vestido, sin poder contener
las lágrimas que corrían por sus mejillas.
Mila tenía razón. Estaba enferma y era una mala persona.
¡Había matado a gente! ¿En qué la convertía eso? Sin duda, en un
monstruo.
Se cubrió el rostro con las manos, sin poder contener los
espasmos que el llanto provocaba en su cuerpo. Además, se sentía
arder, como si sus entrañas estuvieran en llamas, ansiando un
desahogo que no llegaba a entender.
«Soy una mala persona. Soy una mala persona», se repetía en su
mente una y otra vez.

Se tiró días caminando sin un rumbo fijo, y por extraño que


pareciera, el hambre o la sed no la afectaban. Tampoco el frío, ni
siquiera el cansancio.
―Muchacha, ¿te encuentras bien?
Un joven montado a caballo se aproximó a ella, mirándola con
preocupación.
―No te acerques ―le pidió, poniendo las manos en alto,
temiendo volverse loca de nuevo y atacarle, como le ocurrió con Mila.
El chico desmontó de un salto, mirándola con una sonrisa afable
en los labios.
―No temas, no voy a hacerte ningún daño.
―Vete, no quiero compañía. ―Rezó para sus adentros para que
le hiciera caso.
―No puedo irme dejándote aquí sola ―respondió, soltando una
risilla.
Aquella risa hizo que el corazón de Ella diera un vuelco.
Se fijó mejor en aquel joven de rostro atractivo y agradable. Su
cabello era rubio oscuro y sus ojos, de un castaño cálido, la miraban
con cierta ternura.
―Estoy bien sola ―consiguió decir al fin, pues parecía haberse
quedado embobada contemplándole.
―Mi nombre es Zlatan y vivo en un poblado muy cerca de aquí
―se presentó, tendiendo una mano hacia ella.
Con cierto temor, posó su mano sobre la del joven, sintiendo un
calor recorrerle todo el cuerpo cuando sus pieles se rozaron.
―¿Vas a decirme tu nombre o debo adivinarlo? ―bromeó, sin
soltar la mano de la muchacha.
―Soy Ella ―era lo único que sabía sobre sí misma, tristemente.
―Un nombre precioso ―la halagó, con una sonrisa
encantadora―. ¿De dónde vienes?
―De todas partes y de ninguna ―contestó, alzando el mentón.
―Eres una mujer misteriosa. Me gusta.
Brunella se sonrojó y retiró la mano de golpe, ya que su contacto
la turbaba.
―Ahora, si me perdonas… ―intentó alejarse, pero el joven la
detuvo, tomándola por el brazo.
―¿Tienes donde pasar la noche?
―¿A ti que más te da? ―se soltó de un tirón, mirándole con
desconfianza.
―No puedo permitir que pases la noche al raso, se acerca una
tormenta.
Ella alzó los ojos para observar el cielo. Era cierto que estaba
poniéndose bastante oscuro.
Zlatan percibió en su mirada las dudas que la asaltaban.
―Vivo con mis padres, así que no estaríamos solos.
La joven miró a su alrededor. La verdad es que le apetecía,
aunque fuera por una noche, no pasar terror pensando en que
cualquier animal podría devorarla mientras dormía.
Además, tampoco sentía ningunas ganas de atacarle, como le
ocurrió con Mila. Parecía que era capaz de controlarse, o eso
esperaba.
―Solo por esta noche ―concedió.
Zlatan sonrió ampliamente.
―Entonces, acompáñame. ―Tomó las riendas de su caballo
para poder caminar junto a ella.
Durante el trayecto, el joven le fue contando cosas de su vida,
como que era el pequeño de cuatro hermanos, que ya se casaron y
estaban establecidos con sus respectivas esposas e hijos en otros
poblados cercanos. Su padre era tallista y él aprendió el oficio,
ayudando a su progenitor, y el cual heredaría llegado el momento.
Cuando llegaron a la modesta casa de Zlatan, este la dejó pasar
primero. Se notaba un agradable calor procedente de la chimenea.
―Hijo, has tardado en llegar, creí que se nos enfriaría la cena
―comentó una mujer de mediana edad, meneando el contenido de una
olla que estaba sobre la lumbre.
Junto a ella, tallando madera sentado en un pequeño taburete, se
encontraba un hombre que rondaría su misma edad.
Ambos se volvieron hacia su hijo y se sorprendieron al ver a la
muchacha allí.
―Madre, padre, ella es Ella ―la presentó Zlatan―. Vagaba
sola por el bosque y la he invitado a compartir mesa con nosotros.
¿Os parece bien?
―Por supuesto ―se apresuró a decir la señora, acercándosele
con una sonrisa tan agradable como la que lucía su hijo desde que lo
conoció―. Debes estar helada, chiquilla, fuera hace un frío de mil
demonios.
―Estoy bien ―y no mentía, ya que desde que despertó con
aquel dolor de cabeza y sin memoria, parecía que las inclemencias del
tiempo no le afectaban.
―Yo soy Zora y él es mi esposo, Boris. ―Señaló al hombre que
continuaba mirándola desde lejos.
―Encantada ―respondió, sintiéndose tensa.
―Siéntate, muchacha, te serviré un plato bien caliente de caldo.
―Se dirigió de nuevo hacia la olla, tomando los cuencos de madera.
Boris también se sentó a la mesa y le entregó un oso tallado de
madera.
―Ten, puedes quedártelo ―le ofreció, tan cercano con ella
como el resto de su familia.
Brunella bajó la vista hacia la talla y la tomó entre las manos.
Sintió una calidez interior al contemplarla, como si ella hubiera
recibido más regalos como aquel a lo largo de su vida.

Solo había pensado quedarse una noche con los Spiva, pero
estos insistieron en que no podían dejarla marchar en pleno invierno y
sin un lugar a donde ir.
Al final, Ella aceptó permanecer allí hasta que el tiempo
mejorase, aunque debía reconocer que Zlatan tuvo mucho que ver en
aquella decisión. Era tan agradable y atento con ella, además de ser
apuesto, que creía que le gustaba más de lo que debería.
Los días fueron transcurriendo en una relativa calma, que poco
a poco se fue transformando en rutina.
Zlatan y Boris se dedicaban a tallar cuencos, cucharas y demás
utensilios, para luego ir por los poblados cercanos a venderlos.
Mientras tanto, Zora y ella se ocupaban de las tareas del hogar y
del pequeño huerto que tenían frente a la casa.
Brunella se sentía feliz y estaba más tranquila al percibir que no
tenía aquella ansia de sangre que le asaltó con Mila. Quizá,
simplemente se hubiera debido al shock o al golpe en la cabeza que
recibió.
―¿Cómo va?
La joven se volvió sobresaltada al escuchar la voz de Zlatan a
sus espaldas, muy cerca de ella. Estaba tan concentrada en sus tareas
en el huerto, que ni siquiera le oyó aproximarse.
―Me has asustado ―le reprochó.
El joven sonrió de forma encantadora y a Ella se le aceleró el
corazón.
―Lo siento ―se disculpó, alargando una mano hacia ella―.
Ven conmigo, quiero mostrarte una cosa.
Se limpió en su falda y tomó la mano que le ofrecía, sintiendo
como un cosquilleo le recorría el cuerpo entero ante su contacto.
Zlatan la condujo hasta su taller y una vez allí, se volvió para
mirarla con los ojos chispeantes.
―Tengo una cosa para ti.
―¿Para mí? ―le preguntó ilusionada―. ¿Por qué?
―¿Acaso no lo recuerdas? ―Cruzó los brazos sobre su
pecho―. Hoy hace justo un mes que te vi por primera vez, vagando
sola por el bosque.
―Es cierto. ―Le hizo ilusión que lo recordara.
―Cierra los ojos ―le pidió.
―¿Para qué? ―Brunella frunció el ceño.
Zlatan soltó una carcajada.
―No seas cotilla y hazlo. ―Alzó una ceja―. ¿Acaso no confías
en mí?
Suspirando, obedeció, porque la verdad es que confiaba en él
plenamente. 
Escuchó como trasteaba entre sus cosas, hasta que se acercó, le
tomó las manos y depositó algo sobre ellas.
―De acuerdo, abre los ojos ―solicitó con dulzura.
Ella parpadeó varias veces antes de enfocar su vista en el
cuenco y la cuchara con su nombre tallado de forma cuidadosa.
―Es un regalo precioso, muchas gracias ―le dijo, recorriendo
con sus dedos la suave madera.
―No solo son unos utensilios para comer, Ella.
La joven alzó su vista hacia él, sin comprender a qué se refería.
―Es una declaración ―repuso, mirándola a los ojos con
fijeza―. Desde el primer momento en que te vi, supe que mi corazón
quedó perdida e irremediablemente atado a ti. No quiero que te
marches cuando acabe el invierno, necesito que te quedes aquí, y no
solo porque no tengas donde ir, sino porque me elijas a mí por encima
de cualquier otra cosa.
Brunella se sentía emocionada y sus ojos se llenaron de
lágrimas.
¿Qué le eligiera a él? Hacía días que sabía que su corazón le
pertenecía por completo.
―Zlatan, no querría estar junto a otra persona que no fueras tú,
ni ahora ni nunca.
La sonrisa del joven se amplió aún más.
Quitándole el cuenco y la cuchara de las manos, y dejándolos
sobre una mesa cercana, la tomó por la cintura y la pegó a él.
―¿Sabes lo feliz que me acabas de hacer?
―Puede que casi tanto como lo soy yo ―respondió Ella,
sintiendo como un calor recorría todo su cuerpo a causa de su
cercanía.
―Voy a hacerte la mujer más feliz del mundo, te lo prometo.
―Con lentitud, fue descendiendo su cabeza sobre la de la muchacha.
La iba a besar y ella lo deseaba con todas sus fuerzas.
Cuando sus labios se tocaron, un mundo nuevo de sensaciones se
abrió frente a la joven. Necesitaba su cercanía, por lo que elevó sus
brazos para rodear su cuello, pegando su cuerpo por completo contra
el suyo.
Zlatan jadeó contra sus labios e introdujo su lengua dentro de la
boca femenina, que, pese a su inexperiencia, la acogió con pasión.
―No sabes cuántas noches he soñado con esto ―le susurró
contra sus labios, desplazando sus besos hacia el fino cuello femenino.
Brunella gimió, excitada y hambrienta de él.
Por desgracia, lo de hambrienta era en el sentido literal de la
palabra. Olía su sangre correr por su artería y sintió como sus
colmillos se alargaban.
De un empujón, lo apartó de ella.
―¡Basta! ―gritó, haciéndose un ovillo en una esquina del
taller, mientras trataba de regular los acelerados latidos de su
corazón.
―¿Qué te ocurre? ―La miró con preocupación―. ¿Te he
asustado? Te aseguró que jamás haría nada que tú no quisieras.
―Estoy bien, pero necesito estar sola. ―Y era esencial de
verdad.
―Ella, por favor, habla conmigo. ―Se acuclilló a su lado.
―Márchate, Zlatan ―le rogó de nuevo, sin poder dejar de oír
como el corazón del joven bombeaba con fuerza.
―No voy a dejarte sola en estas condiciones. ―Posó una de sus
manos sobre el hombro de Ella y fue entonces cuando se descontroló.
Con los colmillos expuestos, saltó sobre él, derribándolo, y,
abriendo ampliamente la boca, mordió su cuello.
Zlatan jadeó, envuelto en una mezcla de dolor y placer que le
hizo permanecer inmóvil mientras Ella se saciaba con su sangre.
Como le ocurrió con Mila, no era capaz de parar, ni siquiera
estaba siendo realmente consciente de lo que hacía.
Fue el desgarrador grito de Zora lo que la sacó de aquel trance
en el que se encontraba sumida.
Desclavó sus colmillos de forma precipitada de la garganta
masculina y se quedó mirando horrorizada el cuerpo lívido de Zlatan.
Sus cálidos ojos, que siempre la miraron con tibieza, ahora se veían
opacos y vacíos.
―¡Aléjate de él! ―le ordenó la mujer, empujándola y
acercándose a su hijo para zarandearle―. Despierta, por favor ―le
suplicó, entre sollozos.
Ella estaba temblando y sintiéndose la peor persona del mundo.
―¿A que vienen tantos gritos? ―preguntó Boris, asomándose al
taller y quedándose helado al ver la escena que se desarrollaba frente
a él.
―¡Lo ha matado! ―gemía Zora, con el corazón roto―. Esa
loca ha matado a mi niño.
―Lo siento, yo no quería hacerle daño ―se disculpó, pero no
existía ninguna disculpa que pudiera resarcir a aquellos padres y era
plenamente consciente de ello.
―¿Cómo has podido hacerlo? ―bramó Boris, tomando un
afilado cuchillo que se encontraba sobre la mesa y que usaban para
tallar.
―Lo lamento ―repitió de nuevo, retrocediendo al ver que se le
acercaba de forma amenazante.
―¿Lo lamentas? ―gritó, mientras una lágrima corría por su
mejilla―. Te hemos acogido en nuestra casa, entregándote todo lo que
teníamos, y tú nos lo pagas arrebatándole la vida a nuestro querido
hijo. Yo también lo siento, pero no puedo perdonarte ―y tras decir
aquello, clavó el cuchillo en el vientre de la joven.
Brunella se encogió de dolor y dándole un empujón para
apartarlo de ella, echó a correr.
La sangre manaba de su herida y creía que iba a morir, pero no
podía detenerse, necesitaba huir, y no solo de Boris, también de su
propia culpa, la cual sabía que, por mucho que corriera, la
perseguiría de por vida.
Sin embargo, el dolor, en lugar de ir a más, comenzó a remitir de
manera rápida. Se paró para mirar su vientre y se quedó de piedra
cuando se percató de que ya no había ni rastro de la puñalada que
acababa de recibir.
¿Se había curado? Aquello no tenía ningún sentido.
¿Qué le estaba pasando?
Tras aquel día, Ella decidió no establecerse en ningún lugar en
concreto y se negó a establecer relaciones personales con nadie, pues
sentía temor a poder hacerles daño.
Su sed de sangre acudía a ella de vez en cuando y trataba de
controlarla lo máximo que podía, pero cuando era consciente de que
no conseguía contenerse más, intentaba buscar a una mala persona,
para no sentirse tan culpable de sus crímenes.
Siempre que llegaba a algún lugar, empezaba a vigilar los
movimientos de todo el mundo, para tener presente a quien podía
atacar. Normalmente elegía hombres que maltrataban a sus mujeres o
hijos, proxenetas, camellos, violadores… Porque sí, había pasado
cerca de dos mil años vagando sola por el mundo, sin enfermar ni
envejecer un solo día.
Se difundió una leyenda sobre personas que se alimentaban de
sangre y se les llamaba vampiros, quizá ella fuera uno de ellos y
hubiera más gente con su misma enfermedad, pero por desgracia,
nunca conoció a ninguno con el que poder hablar de su problema.
Eran cerca de las tres de la madrugada y estaba en un callejón
oscuro de San Petersburgo, siguiendo a un contrabandista, dispuesta a
alimentarse de él. El hombre iba armado, pero eso no le preocupaba,
ya que cualquier herida que le hicieran se acababa curando de forma
casi inmediata.
Aceleró el paso y se aproximó más a él. El tipo pareció oírla,
pues se giró y la miró con cara de pocos amigos.
―¿Quién coño eres tú?
Brunella se encogió de hombros.
―Nadie importante.
―¡Largo! No estoy de humor para putas esta noche ―le soltó,
siguiendo su camino.
La mujer volvió a caminar tras él, de forma relajada, con las
manos en los bolsillos de su entallada chaqueta de cuero.
El contrabandista, furioso por su actitud, se giró de nuevo,
cerniéndose sobre ella con toda su corpulencia.
―¿Acaso estás sorda, zorra? ―La tomó con fuerza por un
brazo y la zarandeó―. Te he dicho que no voy a follarte, ¡pírate! ―Le
dio un abrupto empujón, pero Ella apenas se movió de donde se
encontraba.
Con descaro, ladeó la cabeza y le sonrió.
―Ya me tienes hasta los cojones. ―El tipo sacó su arma de la
parte trasera de su pantalón y la apuntó con ella directamente en el
corazón―. O te largas, o te meto un puto tiro, ¿he sido claro?
―Lo cierto es que me estás aburriendo. ―Fingió un bostezo.
―Tú lo has querido, puta. ―Apretando el gatillo le disparó
directamente al corazón.
Brunella cerró los ojos con fuerza y soltó el aire entre los
dientes. Aunque aquello no la matase, dolía, y mucho.
―Au, eso ha sido incómodo. ―Metiéndose los dedos en la
herida, se sacó la bala, arrojándola a sus pies.
―Pero ¿qué coño haces, tía? ―La miraba con los ojos
desorbitados―. Estás como una jodida cabra. Yo me largo. ―Quiso
alejarse, pero Ella le detuvo, agarrando su fornido brazo.
―Por desgracia, puede que tengas razón y esté loca, por ese
mismo motivo no puedo dejarte ir ―habló con voz tranquila, pues ya
había hecho aquello demasiadas veces como para alterarse―. Estoy
hambrienta.
―¿Y qué pretendes? ¿Qué te compre una hamburguesa?
―Es una lástima, pero las hamburguesas no sacian mi sed.
―Entonces, ¿qué mierda quieres? ―gritó, perdiendo los
nervios.
Brunella sonrió ampliamente.
―Solo tu sangre.
Se abalanzó sobre él, arrojándolo al suelo. Pesaba tres veces
más que ella, sin embargo, su fuerza era superior a la de los mortales.
Clavó sus dientes en el robusto cuello masculino y bebió de él con
avidez. Como le ocurría siempre, no pudo parar hasta que el hombre
se quedó sin una gota de sangre en el cuerpo. En todos aquellos años
había tratado de no matar, de todos los modos posibles, pero su sed
era superior a sus fuerzas.
Se levantó de encima de él, limpiándose la boca con el dorso de
la mano.
Comenzaba a sentirse excitada, como le ocurría cada vez que se
alimentaba, así que ahora necesitaba encontrar un hombre atractivo
con el que saciar su deseo. Conocía un club nocturno que estaba de
moda no muy lejos de allí, así que no le sería difícil.
―Por fin te encuentro.
Sobresaltada, se volvió hacia aquella voz que pertenecía a un
hombre de unos cincuenta años, con el cabello veteado de canas y
unos ojos gris pálido, casi tan claros como los suyos propios.
―¿Por qué me buscas? ―le preguntó tratando de mantener la
calma, pese a haber un tío desangrado tirado en el suelo a sus
espaldas.
―Llevo varios años siguiendo tu rastro, pero he de reconocer
que eres lista y muy escurridiza, preciosa mía.
―¿Eres poli? ―Sería lo más lógico.
―No, tranquila. ―Miró de reojo el cadáver que yacía
completamente pálido―. Me importa muy poco el fatídico destino de
este desgraciado.
―Entonces, ¿qué quieres de mí?
Estaba alerta, dispuesta a huir o defenderse en caso que
pretendiera atacarla.
―Quiero ayudarte, preciosa mía.
―Deja de llamarme de ese modo ―le soltó molesta.
―No conozco tu nombre, solo tu rastro de cuerpos desangrados.
―Metió las manos en los bolsillos de su elegante pantalón―.
¿Quieres mi ayuda o no?
―¿Qué tipo de ayuda?
El hombre sonrió con confianza en sí mismo.
―Puedo ayudarte con tu enfermedad ―respondió con
convicción―. Si vienes conmigo a Noruega, te prometo que jamás
deberás matar a nadie más para alimentarte.
El corazón de Ella dio un vuelco.
¿Era verdad? ¿Existía un modo para saciar su sed de sangre y
que no tuviera que matar a nadie?
El alegre rostro de Zlatan acudió a su mente. Su recuerdo la
había atormentado todos y cada uno de los días desde que le mató. Así
que, si había alguna posibilidad de curarse, por ínfima que fuera,
pensaba aprovecharla.
―¿Cuándo partimos?

De aquello habían pasado ya diez años y Ella estaba


profundamente agradecida con Abe Adams. Gracias a él y a su
tratamiento secreto —ya que nadie podía saber lo qué era ella en
realidad o la tratarían como a un conejillo de indias—, fue capaz de
hacer una vida medianamente normal.
Por eso mismo, no tenía palabras suficientes para agradecerle
todo lo que hizo por ella, pues debido a su intervención, dejó de ser
una asesina.
Capítulo 2

Elion y Thorne llegaron al club Tentaciones, donde se suponía que bailaba


la tal Anne, Destiny o como quiera que se llamara aquella mujer.
Acababan de ver morir a Abe Adams, cosa que les hacía estar de
buen humor. Aunque, en realidad, el vikingo continuaba con su
carácter hosco de siempre, pese a mostrarse un poco menos gruñón
que de costumbre.
Ambos se acercaron a la barra y pidieron dos copas de bourbon.
La camarera era una rubia preciosa de grandes pechos, que les miró de
forma apreciativa cuando se las sirvió.
―Es como si estuviéramos en el paraíso, bror ―comentó Elion,
mirando a todas las mujeres sexys que estaban esparcidas por el local.
―Déjate de pollas y hagamos lo que hemos venido a hacer
―gruñó el vikingo.
Su hermano enarcó una ceja.
―Tú nunca te diviertes, ¿verdad, grandullón? ―preguntó en
tono burlón.
―No cuando una puta bruja se ha empeñado en jodernos.
―Oteó a su alrededor―. Cuando esté muerta, ya tendré tiempo de
divertirme todo lo que quiera, con cuanta mujer se me antoje.
―Eso contando con que ellas decidan pasa el rato con un
aburrido como tú ―le picó, ganándose una mirada hosca, que le hizo
reír. 
Suspirando, se volvió de nuevo hacia la atractiva camarera.
―¿Puedo invitarte a una copa, guapa?
La chica apoyó un codo sobre la barra y le sonrió con coquetería.
―No puedo beber mientras trabajo.
―Pues es una verdadera pena. ―Le guiñó un ojo.
―Pero podemos quedar cuando acabe mi turno. ―Tomó el
bolígrafo que llevaba en la oreja y agarrándole el brazo, escribió su
teléfono en él―. Mi nombre es Brandy.
―Humm, estoy seguro de que no lo olvidaré.
La preciosa mujer se alejó contoneando las caderas
exageradamente, para que los ojos de Elion se dirigieran a su generoso
y redondo trasero, cosa que ocurrió.
―Creo que ya he decidido mi próximo aperitivo ―murmuró,
aún con los ojos clavados en el culo de la tal Brandy.
―Déjate de gilipolleces, chico, y céntrate.
Thorne estudiaba a todas las mujeres ligeras de ropa que había
por el club. Dos de ellas bailaban y hacían piruetas sensuales en las
barras verticales, otras tantas servían bebidas a los hombres que
babeaban por ellas, mientras que el resto permanecían tras la barra.
―¿Cómo cojones vamos a saber quién es la hembra a la que
estamos buscando? A mí todas me parecen iguales ―gruñó el vikingo
con el ceño fruncido.
―Eso es porque no prestas atención a los pequeños detalles
―bromeó Elion, que se ganó una mirada furiosa de su hermano―.
Dame un segundo ―le pidió, girándose de nuevo hacia la camarera―.
Brandy, bonita, ¿puedes venir un momento?
La chica se acercó a él, recostándose en la barra y regalándole un
primer plano de sus pechos.
―¿Qué necesitas, cariño?
Elion esbozó su sonrisa más encantadora.
―Verás, mi amigo, aquí el simpático ―ironizó, haciendo que su
hermano soltase otro gruñido―, está buscando a una bailarina y quizá
tú puedas ayudarnos a dar con ella. Su nombre es Destiny.
Brandy frunció el ceño, observando de reojo a Thorne, que
seguía mirando al frente.
―¿Se ha metido en algún problema? ―preguntó a la defensiva.
―No, no, para nada ―se apresuró a negar―. Es solo que es un
fanático de este tipo de clubes y le han dicho que esa chica actúa aquí
y es fantástica.
―Oh, sí, Destiny tiene muchos admiradores ―respondió,
volviendo a relajarse―. Pues está de suerte, porque le toca actuar en
cinco minutos. ―Le guiñó un ojo y se fue a atender a otro cliente, que
la llamaba con insistencia.
―¿De verdad tenías que dejarme como un jodido pervertido?
―le reprochó el vikingo, clavando en él sus ojos verde oscuro.
Elion sonrió divertido y se encogió de hombros.
―Necesitaba buscar una excusa creíble para preguntar por ella y
tú tienes cara de gustarte este tipo de espectáculos.
Thorne soltó un gruñido ronco, achicando más sus ojos.
―¿Y por qué no le has dicho que eras tú quien quería verla?
―Pues porque yo le gusto y he coqueteado con ella, por lo que
no pienso que le resultase muy cómodo que le preguntase por otra
mujer, ¿no crees? ―Alzó una ceja.
―¿Qué más te da a ti su incomodidad? ―refunfuñó, volviendo
la mirada de nuevo al frente.
Elion suspiró.
―Algún día tendrás que aprender a relacionarte con las mujeres
más allá de la cama.
―¿Para qué? No me interesa nada más de ellas que echar un
polvo de vez en cuando.
Elion prefirió dejarlo estar, sabía lo terco que era su hermano y
su opinión respecto a las mujeres no era demasiado buena, aunque no
le gustaba hablar del motivo por el cual era así.
Una canción comenzó a sonar por encima del hilo musical del
club y las luces se dirigieron hacia el escenario que se encontraba
frente a ellos.
Una mujer de cabello rubio muy claro salió a escena. Iba vestida
de colegiala sexi con una falda de cuadros escoceses y una ajustada
camisa blanca. También unos calcetines que le llegaban por debajo de
las rodillas y unos zapatos negros con unos taconazos de vértigo. Su
largo cabello estaba recogido en una coleta alta con una cinta negra, y
lamía una piruleta de forma muy sensual.
Elion estaba embobado con ella, estaba seguro de que incluso
tendría la boca abierta, pero es que no podía apartar los ojos de su
atrayente baile. Movía su cuerpo como si fuera una serpiente, a la vez
que se iba desprendiendo de las prendas de ropa.
Lo primero de lo que se deshizo fue de la camisa, dejando
expuestos unos generosos pechos, que tan solo estaban cubiertos con
unas tiras de cuero, que escondían sus pezones.
¿Cómo serían? ¿Pequeños y rosados o quizá algo más grandes y
oscuros? Le encantaría averiguarlo.
Con la misma sensualidad, se quitó uno a uno los calcetines,
dejando sus esbeltas y largas piernas al descubierto. ¿Qué se sentiría al
estar entre ellas? Seguro que como si estuvieras en el jodido paraíso.
Se agarró a la barra vertical y se impulsó con fuerza, despegando
sus pies del suelo y enroscando las piernas en torno a ella. Soltó las
manos dejándose caer hacia atrás, creando un arco casi imposible con
su espalda. ¿Haría aquel mismo gesto cuando la penetraran? Debía ser
una imagen de lo más erótica.
Tras varias poses más en la barra, bajó deslizándose por ella y,
mirando a los hombres que babeaban ante el escenario, se quitó la
falda, quedando solo cubierta con una especie de body, hecho solo de
finas tiras de cuero. Cogiendo uno de los bordes de la cinta de seda que
sostenía su cabello y moviendo la cabeza de un lado al otro, su
espectacular melena rubia se deslizó por su espalda, llegando a la
altura de su estrecha cintura. ¿Había visto alguna vez a una mujer más
preciosa que aquella? Elion estaba convencido de que no.
La actuación terminó y la extraordinaria visión comenzó a
alejarse, dándoles un perfecto plano de su magnífico y redondo trasero.
―Deja de follártela con los ojos y vamos a por ella, chico ―le
soltó Thorne, que había sido consciente del modo en que su hermano
se quedó observando cada movimiento de la mujer con mirada de
deseo.
Irguiendo su enorme envergadura, caminó con paso decidido
hacia el lugar por el que desapareció la chica. Entró con brusquedad en
el camerino donde se cambiaban las bailarinas y clavó sus ojos sobre
la rubia que acababa de actuar.
―¿Eres Destiny?
La aludida puso los brazos en jarras y alzó las cejas.
―¿Quién lo pregunta?
―¿Lo eres o no? ―insistió, avanzando un par de pasos hacia
ella.
―Te aconsejo que no te acerques más, a no ser que quieras salir
de aquí con un brazo roto ―le advirtió, sin mostrar el más mínimo
atisbo de miedo, pese a que el tipo que tenía enfrente era una mole de
más de dos metros de puro músculo.
―¿Se supone que serás tú quien me partirá el brazo? ―inquirió
con escepticismo, soltando una risotada.
―Y no me quedaré solo en eso si no te largas de aquí ahora
mismo ―respondió de forma calmada pero firme―. Estás asustando a
mis compañeras y eso me pone de muy mala leche, la verdad.
―Tienes razón, encanto, mi amigo tiene cara de tener malas
pulgas, pero es inofensivo ―repuso Elion, que acababa de irrumpir en
el camerino, palmeando el pecho de su hermano y llevándoselo con él
a regañadientes.
―¿Qué ha sido eso? ―preguntó Sindy, una de las bailarinas.
―Otro loco obsesionado con nuestra Des ―respondió Romina,
soltando una risita.
Brunella puso los ojos en blanco y comenzó a ponerse la ropa
que llevaría en el siguiente espectáculo.
―Hay demasiado demente suelto ―comentó, restándole
importancia a la situación que acababan de vivir.
―Y que lo digas. ―Sindy se puso en pie.
Era una preciosa mulata de cuerpo escultural, a la que le tocaba
actuar en aquel mismo momento.
―Deseadme suerte, chicas.
―Suerte ―le dijo Ella, quitándose el body de cuero.
―No la necesitas, van a babear como unos caracoles en cuanto
pises el escenario ―le aseguro Romina, consiguiendo hacerla reír.
Brunella se volvió hacia la preciosa morena. De todas sus
compañeras, Romy fue quien mejor acogida le dispensó cuando
comenzó a trabajar en el club y ya hacía tres años desde entonces.
Siempre se le dio bien bailar, y quitarse la ropa para ella no era
un problema, así que como necesitaba dinero para subsistir, aquel
trabajo era tan bueno como cualquier otro.
En cuanto le presentaron a sus compañeras, Romina se acercó a
ella con aquel carácter dicharachero que poseía y le enseñó en qué
consistía aquel trabajo y qué se esperaba de ella.
Físicamente, ambas eran completamente diferentes. Romy, de
origen argentino, tenía la tez bronceada, una preciosa y rizada melena
negra, y unos enormes y rasgados ojos oscuros. Mientras que Ella era
rubia, de un rubio tan pálido que en ocasiones parecía plateado. Su piel
era blanca y suave, y sus ojos, de un gris claro muy difícil de encontrar
en cualquier otra persona.
―¿Ya estás lista, Romy? ―le preguntó, viéndola aún en bata―.
Nos toca hacer nuestro número juntas en cuanto acabe Sindy,
¿recuerdas?
La morena parpadeó varias veces, con una divertida sonrisa de
superioridad en el rostro.
―La duda ofende, Des ―repuso, dejando caer la bata al suelo y
mostrándole su ajustado vestido de cuero, que se ceñía a su cuerpo
curvilíneo como si fuera una segunda piel.
Sinceramente, estaba tan buena que Ella pensó en replantearse
sus gustos sexuales.
Alzó las manos en el aire y rio por lo bajo.
―De acuerdo, perdón. Ya debería saber que a ti nunca se te
escapa nada.
―Pues no. ―Se dejó caer en una de las sillas y cruzó una pierna
encima de la otra―. Por lo que tampoco se me ha pasado por alto que
esos dos tíos que han irrumpido aquí estaban como dos trenes.
―Como dos trenes a punto de descarrilar, dirás. Porque no me
puedes negar que les faltaban un par de tornillos, por lo menos a uno
de ellos.
Se quedó pensando en el otro hombre, el que se llevó al gigante
acosador. Sus ojos azules se posaron en ella un solo segundo, pero fue
suficiente para que Ella se quedara impactada por el deseo que vio
arder en su mirada.
Ambos eran atractivos, como bien había apuntado Romina, pero
la corriente eléctrica que sintió por el de los ojos azules no la notó con
el otro.
―Pues yo me los tiraba estando como una cabra y todo
―respondió la argentina, devolviéndola a la realidad.
―Eso no es nada nuevo ―comentó Ella de forma guasona.
―Bueno, ahí no puedo contradecirte.
Se echaron a reír.
Eran mujeres solteras y libres, por lo que ambas disfrutaban
plenamente de su sexualidad sin ningún tipo de pudor.
Brunella terminó de enfundarse el ajustado mono negro que
usaba para aquella actuación y, tras calzarse las botas de caña alta,
miró a su amiga.
―Vamos a hacerles babear, nena.

―¿Pero qué mierda has hecho? ―bramó Thorne, moviendo el


hombro bruscamente para que le soltase.
―Acabo de salvar la situación ―respondió Elion colocando las
manos sobre las caderas―. ¿O pretendías que entráramos ahí y nos
lleváramos a esa mujer a la fuerza como un par de sucios
secuestradores?
―¿Acaso tienes una idea mejor? ―Le fulminó con la mirada.
―Pues… ―¿Tenía una idea mejor?―. Podemos pedirle por las
buenas que nos acompañe.
El vikingo gruñó y le dio una patada a un taburete que tenía
cerca.
―Una idea cojonuda, bror ―ironizó, cabreado, cosa bastante
normal en él―. Nos acercamos a ella y le pedimos que venga
amablemente con nosotros para que podamos analizar su puta sangre.
¿Qué puede salir mal?
―Bueno, dicho así… ―Si las miradas matasen, Thorne acabaría
de aniquilarlo―. Siempre podemos seducirla. ―Se encogió de
hombros.
―De puta madre ―gruñó, caminando a grandes zancadas de
nuevo hacia la barra, donde se pidió otro bourbon y se lo tomó de un
solo trago.
Una preciosa mulata bailaba sobre el escenario y estaba seguro
de que se convertiría en las fantasías calientes de muchos de los
presentes aquella noche, dada la forma en que la miraban.
Cuando su actuación acabó, al escenario subieron dos mujeres
con antifaz, pero Elion supo exactamente de quien se trataba, ya que
hubiera reconocido en cualquier parte aquellos ojos grises que se
clavaron en él.
Durante todo el tiempo que duró el número, la mirada de la rubia
se dirigió al guardián escocés en numerosas ocasiones. Era como si
aquel baile se lo estuviera dedicando, y Elion no pudo evitar que una
dolorosa erección se apretase contra sus pantalones.
―No me jodas ―rezongó Thorne por lo bajo, al percibir el claro
olor de la excitación proveniente de su hermano―. Deja de pensar con
la polla, chico. No sabemos si esa hembra está del lado de nuestros
enemigos.
―Ese no es motivo suficiente para que no disfrute de las vistas.
―Se dejó caer hacia atrás, apoyando los codos en la barra y sonriendo
de forma pícara―. Y ahora, si me disculpas, bror…
Se acercó con paso seguro al escenario y sacando un billete de su
cartera, se lo mostró a Ella mientras sonreía con chulería.
La joven alzó una ceja y, andando de forma seductora, se acercó
a él. Elion alargó la mano para meter el billete en la tira de su tanga,
pero antes de llegar a su destino, Ella le dio un manotazo.
―¿Te piensas que soy una puta? ―le murmuró, muy cerca de su
rostro.
―¿Acaso te he pedido algo a cambio de este dinero? ―le
preguntó, sonriendo de medio lado―. Solo quería darte una propina
por el baile.
―Pues puedes ahorrártela y metértela por donde te quepa ―y
tras decir aquello, se irguió, alejándose de él sin dejar de bailar al son
de la música.
Elion rio entre dientes y volvió junto a su hermano.
―Te han mandado a la mierda, así que tu infalible plan de
seducción va viento en popa ―se burló el vikingo, cruzando los brazos
sobre su ancho pecho.
―Se hace la dura, pero dame tiempo.
―Sí, por supuesto, como si nos sobrara ―repuso con un tono
cargado de sarcasmo.
El teléfono de Elion comenzó a sonar, así que lo sacó del bolsillo
y vio que se trataba de Abdiel.
―Dime, bror ―respondió de inmediato.
―¿Habéis dado con la chica? ―le preguntó sin rodeos.
―Sí, la tenemos justo enfrente ―dijo, mirando de nuevo a las
dos mujeres que se contoneaban con sensualidad sobre el escenario.
―Pues no la perdáis de vista, sabemos quién es.
―Lo sé, es la donante de sangre misteriosa.
―No me refería a eso ―se apresuró a aclarar Abdiel―.
Sabemos su verdadera identidad.
―¿En serio? ―Miró de reojo a Thorne, que también permanecía
atento de la conversación―. ¿Y quién es?
―Brunella Vòlkov.
―¿Vòlkov? ―Frunció el ceño―. ¿Cómo Nikolai?
―Exactamente igual ―le aseguró―. Es su hermana.
Capítulo 3

Thorne y Elion salieron del club en cuanto Abdiel les informó de las
novedades, pese a ello, vigilaron a la chica entre las sombras cuando
abandonó el local y se encaminó hacia su apartamento.
Estaba amaneciendo y lo cierto es que el sueño empezaba a hacer
estragos en los guardianes, que llevaban demasiados días sin dormir
correctamente.
Se habían tirado toda la noche apostados dentro de su
todoterreno, bajo la ventana del apartamento de la bailarina y Elion no
podía hacer otra cosa que pensar en ella.
¿Cómo dormiría? ¿Lo haría desnuda? Le encantaría echar un
vistazo para comprobarlo.
―Sabes que siendo la hermana de Nikolai está prohibida para ti,
¿no?
Elion dio un respingo cuando la voz Thorne rompió el silencio.
―¿A qué viene eso ahora?
El vikingo alzó una ceja, pues sabía el deseo que esa hembra
despertaba en su hermano.
―¿Me tomas por gilipollas?
―Solo quiero seducirla como parte del plan para llevárnosla con
nosotros sin hacer demasiado escándalo, eso es todo ―estaba
mintiendo como un jodido bellaco y ambos lo sabían―. Y si en el
proceso hecho un polvo, tampoco pasaría nada, ¿no?
―No me jodas. ―Le dio un puñetazo en el brazo.
―¡Au! ―se quejó―. ¿Qué mierda te pasa?
―Esto va a traernos problemas, así que mantén la polla dentro
de tus pantalones, chico.
―Sigues empeñado en llamarme chico, cuando tengo más de
setecientos años, ¿lo recuerdas?
Thorne no tuvo ocasión de contestar, ya que justo en aquel
momento la mujer a la que vigilaban salió por la puerta de su casa,
ataviada con unas ajustadas mallas blancas, un top deportivo azul
celeste y su largo cabello recogido en una cola de caballo.
―¿Ya está despierta? ―se extrañó Elion―. Apenas ha dormido
cuatro horas.
―Vamos a seguirla ―sugirió Thorne, comenzando a abrir la
puerta del coche.
―No, quédate aquí ―le pidió su hermano―. Déjame a mí
encargarme de esto.
―¡No! ―negó con énfasis.
―Ya hiciste tu aparición estelar ayer por la noche, si te vuelve a
ver ahora, creerá que eres un acosador y se pondrá a la defensiva, ¿eso
es lo que quieres?
El vikingo gruñó y volvió a cerrar la puerta de un portazo.
Elion sonrió.
―Eso creía yo. ―Salió del coche y cerciorándose de la dirección
que tomaba la joven, se metió por otra de las calles colindantes.
Su objetivo era aparecer de frente y chocarse con ella, como si se
hubieran cruzado de manera accidental.
Con su velocidad, llegó hasta la esquina de la calle mucho antes
de que Ella lo hubiera hecho.
Agudizó su oído, escuchando los pasos de la mujer. Justo cuando
estaba a punto de llegar donde él se escondía, salió de forma
precipitada y Ella se estrelló contra su duro pecho.
―¡Joder! ―exclamó sobresaltada y alzó la vista hacia el hombre
con el que acababa de chocar, aunque más bien parecía una pared de
cemento, de lo duro que estaba―. ¿¡Tú!?
―Vaya, eres la bailarina del club Tentaciones, ¿no? ―fingió
sorprenderse.
Brunella se cruzó de brazos y le miró enarcando las cejas.
―Parece que has tenido una noche entretenida ―apuntó,
fijándose en que llevaba la misma ropa que cuando lo vio hacía unas
horas.
―Bueno, hemos ido dando tumbos de un local a otro, eso es
todo. ―Se encogió de hombros.
―De acuerdo. ―Volvió a colocarse los cascos, que se le habían
caído tras el impacto―. Que descanses.
Iba a marcharse, pero Elion la tomó por el brazo, deteniéndola.
―¿Por qué no vamos a desayunar? ―le preguntó de repente―.
La verdad es que tengo más hambre que sueño.
Los ojos grises de la mujer se desviaron hacia la enorme mano
del guardián, que se apresuró a retirar en cuanto se percató del gesto,
para no incomodarla.
―Quizá otro día…
―¿Acaso ya has desayunado? ―la interrumpió, al ver que iba a
rechazarle―. Soy nuevo en la ciudad, no conozco la zona y no sé
donde puedan servir unos buenos gofres. No seas mala, anda. ―Sonrió
ampliamente y sus ojos azules brillaron de forma traviesa.
Brunella tuvo que contener una sonrisa.
Estaba claro que aquel hombre lo único que quería era ligar con
ella, lo sabía por el modo en que se la comía con la mirada y por como
su vista se dirigía de vez en cuando hacia sus carnosos labios.
Sin embargo, ella también se sentía atraída por él, no iba a
negarlo. Le parecía muy atractivo, con su altura de cerca de metro
noventa y sus anchas y musculosas espaldas. Poseía una barba bien
arreglada perfilando sus marcadas mandíbulas, e incluso su largo
cabello castaño dorado recogido en aquel moño desecho no le restaba
ni un ápice de masculinidad.
―¿Has dicho gofres? ―le preguntó, relamiéndose los labios y
haciendo que la atención del guardián se centrara en ellos.
―Sí, exacto, gofres ―respondió, sonriendo de medio lado y
tragando saliva de forma visible.
―De acuerdo, te llevaré a mi cafetería favorita, donde hacen
unos gofres de vicio, pero tienes que invitarme.
Elion soltó una carcajada.
A aquella mujer se le daba muy bien coquetear, porque era eso lo
que estaba haciendo, no le cabía duda.
―Date por invitada, a gofres o a lo que tú quieras.
Brunella también soltó una risita antes de hacerle un gesto con la
cabeza.
―Anda, sígueme.

La cafetería a la que le llevó Ella era un lugar acogedor y bonito.


La mujer se quitó la pequeña y cuadrada riñonera que llevaba a
la cintura y la depositó sobre la mesa. Apoyando uno de sus codos
sobre ella, dejó descansar el mentón encima de su mano y se quedó
mirando a Elion.
―Ahora hablando en serio, ¿qué es lo que quieres? ―le
preguntó de sopetón.
Al highlander se le ocurrieron millones de cosas que quería de
ella y en todas ambos estaban sin ropa, pero tuvo que morderse la
lengua para no decirlas en voz alta, pues su objetivo no era
escandalizarla.
―Un gofre, ya te lo he dicho antes ―respondió al fin, con una
traviesa sonrisa dibujada en el rostro.
―De acuerdo, si no vas a ser sincero, me marcho. ―Comenzó a
incorporarse.
―¡Espera! ―la detuvo, tomándola por la muñeca―. Está bien,
te contaré la verdad.
La joven sonrió triunfante y tomó asiento de nuevo.
La camarera se acercó a ellos y ambos pidieron dos gofres con
nata, sirope de fresa y agua.
―Soy toda oídos ―dijo, en cuanto se quedaron a solas.
Elion se recostó contra el respaldo de la silla y cruzó los brazos
sobre su amplio pecho.
―Te gusta tenerlo todo bajo control, ¿no es cierto?
―Digamos que no me gusta andarme por las ramas.
El guardián soltó una carcajada.
―Está bien, no solo quería invitarte a un gofre, en realidad me
hubiera gustado que vinieras conmigo a la habitación del hotel donde
me alojo.
―Así que te sientes atraído por mí. ―No fue una pregunta, sino
una afirmación.
Elion alzó una ceja.
―¿Acaso hay algún hombre en la tierra, que no sea ciego, que
pueda no sentirse atraído por ti, encanto?
―En primer lugar, hay gustos para todo, yo no soy irresistible; y,
en segundo lugar, y más importante, no me llames encanto, me causa
urticaria ―le pidió, enarcando las cejas―. Mi nombre es Destiny.
«Ya, ¿y qué más?», pensó el guardián para sus adentros, pues
conocía su verdadera identidad.
―Yo soy Elion ―se presentó también, tendiendo una mano
hacia ella.
Ella la tomó con una sonrisa, y su contacto hizo que una
corriente eléctrica los recorriera a ambos. Sus ojos se quedaron
atrapados, diciéndose con esa mirada todas las cosas que les gustaría
hacerse.
La camarera llegó con sus gofres, cosa que les obligó a soltarse,
pese a sentir todavía esa atracción que los recorrió de arriba abajo.
―Ahora es tu turno ―repuso Elion, cuando volvieron a
quedarse a solas―. ¿Por qué has aceptado mi invitación a desayunar?
―Soy muy golosa y nunca pierdo la oportunidad de comer unos
buenos gofres. ―Metió el dedo en la nata y se lo llevó a la boca,
deleitándose con su dulce sabor. 
El guardián sintió como la boca se le hacía agua, pues ese
sencillo gesto provocó en él una erección instantánea.
―Sabes que estás haciendo trampa, ¿verdad?
Brunella sonrió y se mordió el labio inferior con coquetería.
―¿Eres consciente de que no hubiera aceptado venir hasta aquí
contigo si no me hubieras parecido atractivo?
―Entonces, estarás de acuerdo conmigo en que cuando
terminemos de comer este gofre, debemos poner solución a esta
tensión sexual que existe entre nosotros, ¿no?
―Primero, desayunemos; después, ya decidiremos qué hacer.

Estuvieron cerca de una hora hablando sobre ellos. Elion se


enteró que Ella llevaba tres años actuando en el club Tentaciones y su
mejor amiga era la preciosa morena con la que bailó la noche anterior.
Decía tener veintidós años, pese a que el guardián era
plenamente consciente de que se debían añadir más de mil ochocientos
años a dicha cifra.
Él le contó que era informático y que se había mudado a Los
Ángeles por trabajo y en su primera noche de fiesta, su amigo sugirió
ir al club exótico de moda de la ciudad, donde la vio a ella y le resultó
preciosa.
Le dijo que Thorne oyó hablar de una tal Destiny. Una bailarina
increíblemente sexi y con el cabello rubio más claro que hubieran
visto, por eso, en un arrebato, entró a su camerino a preguntar si era
ella dicha mujer.
Le pidió disculpas si, por su brusquedad, a ella o a sus
compañeras les hubiera podido asustar. Necesitaba que confiara en él
para que no tuviera ni un atisbo de duda en acompañarle al hotel y, una
vez allí, interrogarla como necesitaban. Tras sacarle la información
necesaria, le borraría la memoria y la dejarían volver a su vida, como
si nada de aquello hubiera pasado y nunca se hubieran conocido.
―Estoy a punto de reventar ―comentó Ella, llevándose una de
sus manos a su liso vientre―, pero con lo delicioso que estaba,
volvería a comerme otro.
El guardián rió, divertido.
La verdad es que aquella mujer era ingeniosa y divertida, y a
Elion cada vez le costaba más contener sus ganas de abalanzarse sobre
ella y devorar sus carnosos y sensuales labios.
―Voy un momento al aseo antes de irnos ―dijo Ella.
Cogió su pequeña riñonera, pero esta se le resbaló de las manos,
haciendo que sus cosas se esparcieran por el suelo.
―¡Joder! ―murmuró, agachándose a recogerlo todo.
―Déjame que te ayude. ―Elion también se arrodilló a su lado.
―No hace falta…
Sin embargo, el guardián reparo en una jeringuilla que fue a
parar a escasos centímetros de su bota. Cuando fue a cogerla, Ella se le
adelantó y la guardó con rapidez dentro de su riñonera.
―¿Para qué era eso? ―le preguntó, mirándola a los ojos―.
¿Estás enferma?
La joven se puso de pie de un salto, visiblemente tensa.
―Mira, la verdad es que estoy cansada, he dormido poco esta
noche, así que mejor lo dejamos para otro día.
―Espera… ―pero no pudo decirle nada más, pues la joven ya
estaba saliendo por la puerta.
―Mierda ―maldijo Elion entre dientes.
Estuvo a punto de conseguirlo, pero tuvo que hacerse el caballero
y agacharse a ayudarla a recoger sus cosas.
Fue a la barra a pagar y salió de la cafetería sintiéndose frustrado
y furioso consigo mismo.
―Parece que tú también la espantas, chico ―le dijo Thorne con
socarronería, con la cadera apoyada en el capó del todoterreno.
―Casi lo consigo ―respondió Elion, acercándose al coche.
―Casi no es nada ―le recordó su hermano, que sonrió con
suficiencia.
―Vaya, una sonrisa ―apuntó el highlander―. Me sorprendes,
bror, creí que ya no sabías cómo se hacía.

Brunella llegó a su apartamento algo alterada.


Fue descuidada y Elion vio su medicación, cosa que le llevaría a
hacerle preguntas, y ella no estaba dispuesta a contestar a ninguna, así
que por mucho que le gustase aquel hombre, no volvería a quedar con
él.
―¿Cuántos kilómetros has corrido hoy? ―le preguntó Linda―.
Creí que me tendría que ir al trabajo sin que llegaras a casa.
Brunella se acercó a ella y depositó un beso sobre su mejilla.
―Se me ha ido el santo al cielo. Cuando me he dado cuenta, ya
estaba bastante lejos ―mintió.
―Está bien ―respondió Linda, colgándose su bolso al
hombro―. Acuérdate que tiene que venir el casero para arreglar la
gotera del cuarto de baño. No salgas de casa, que debe de estar al caer.
―A sus órdenes, jefa ―bromeó.
Su compañera de piso puso los ojos en blanco y se marchó,
despidiéndose con la mano.
En cuanto se quedó sola, se sentó en un sillón y comenzó a
temblar. Sentía sed de sangre de nuevo y necesitaba inyectarse su
medicina. Por eso la llevaba en el bolso aquella mañana, por si sus
ganas de alimentarse se volvían irresistibles.
Aguantaba todo lo que podía su hambre, para que los viales de
medicación le durasen más tiempo, pero era como una adicta y cuando
comenzaban los temblores, sabía que ya no podía demorarlo más o
acabaría haciendo daño a alguien.
Sacó la jeringa de la pequeña riñonera y se inyectó la medicina
que Abe fabricaba para ella. Era la última dosis que le quedaba, por lo
que, cogiendo su móvil, marcó su número.
―¿Sí? ¿Quién es?
Brunella se extrañó de que no fuera el propio Abe quien
contestara.
―Perdón, no sé si me he equivocado, estaba llamando a Abe
Adams.
―Sí, este es su teléfono.
―¿Podría hablar con él?
―Lo lamento, pero lo cierto es que no, cielo. Abe ha sido
asesinado.
Aquellas palabras hicieron que a Ella se le cortase la respiración.
¿Abe muerto? No era posible. Era la única persona que la
conocía de verdad y ahora ya no estaba.
―Dios mío, pero ¿cómo ha sido? ―consiguió preguntar, pese al
nudo que se había formado en su garganta.
―Unos hombres se colaron en su casa y le dispararon. Ha sido
horrible.
Brunella no podía acabar de creerlo. ¿Quién podría querer
hacerle daño a Abe? Él era un hombre bueno, que siempre estaba
dispuesto a ayudar a los demás sin pedir nada a cambio.
―Lo… lo siento mucho.
Se disponía a colgar cuando la mujer al otro lado del teléfono la
detuvo:
―Un momento, no cuelgues, cielo ―le dijo, con cierta ternura
en la voz―. ¿Eres Ella?
¿La conocía?
―Sí, soy yo.
―Abe me habló mucho de ti y del tratamiento que te estaba
administrando. Yo soy Sherezade, su ayudante.
―¿Conoces el tratamiento que usaba conmigo? ―Creía que Abe
mantenía todo aquello en secreto.
―Sí y puedo seguir administrándotelo si es lo que quieres.
Además, por el tiempo que hace que no vienes por aquí, creo que ya lo
necesitarás de nuevo, ¿no es cierto?
―Sí, acabo de ponerme la última dosis ―le corroboró.
―De acuerdo, en unas horas te mandaré los billetes y la nueva
ubicación de mi clínica, ¿te parece bien?
―Sí ―no sabía qué más contestar.
―Está bien, pues vamos hablando. Adiós, Ella.
―Adiós. ―Y colgó, sintiéndose devastada.
Fue entonces cuando las lágrimas comenzaron a brotar de sus
ojos. No podía contenerse, pues en aquel momento se sintió
completamente sola en el mundo.
Capítulo 4

Ella llegó al club sintiendo los ojos pesados, después de tantas lágrimas
que derramó al enterarse de la muerte de Abe.
Nada más cruzar la puerta, Joe, su jefe, se acercó a ella con una
radiante sonrisa. No solía estar allí de forma habitual, pero de vez en
cuando se pasaba para supervisar que todo fuera bien, y todas y cada
una de las veces, trataba de ligar con ella, pese a no tener éxito.
―Destiny, ¿cómo va?
―Hola, Joe ―respondió, sin detener su avance hacia los
camerinos.
―Me han dicho que Romina y tú estáis haciendo un nuevo
número juntas.
―Sí, llevamos varias semanas con él.
―Podríais hacer un pase privado para mí ―dijo como si
estuviera bromeando, pero Ella sabía que lo decía en serio.
―Sabes que no hago números privados para nadie, ni siquiera
para ti.
―Es una lástima ―contestó, mientras la seguía―. Podría hacer
que fueras la bailarina más famosa de todas.
Se volvió hacia él para poder mirarle a los ojos.
―No necesito ser famosa, solo que me dejes trabajar como
siempre he hecho ―repuso con seriedad―. Además, sabes que no
mezclo los negocios con el placer.
―Eres muy estricta en tus normas, Destiny ―protestó, poniendo
cara de fastidio―. Aunque siempre podemos ponerle solución.
―¿Insinúas que vas a despedirme? ―Enarcó una ceja.
―Si no fueras mi mejor bailarina y supiera que con eso
aceptarías que te invitara a una cena, lo haría sin pensarlo ―le
aseguró, sonriendo con resignación―. Pero como te conozco y sé que
no aceptarás, prefiero seguir teniéndote en mi plantilla.
―Pues bien, siendo así, voy a cambiarme y a prepararme para la
actuación. ―Le dio la espalda y se metió dentro de los camerinos,
dejando a su jefe al otro lado de la puerta.
―Hombre, Des, imagino que Joe te habrá interceptado nada más
verte aparecer, ¿no? ―le preguntó Romina, acercándose a ella, con
una sonrisa traviesa en su precioso rostro―. Ese hombre está loco por
ti.
―Quizá simplemente esté loco, a secas, ya que le he rechazado
tantas veces que he perdido la cuenta y ni aun así desiste.
Romina soltó una risita y se asomó para ver a las personas que ya
comenzaban a llenar el local. Se fijó en dos hombres enormes, de
cabello largo y rostros masculinos, reconociéndolos al instante.
―Des, han vuelto los macizorros de anoche ―le informó, sin
dejar de observarles.
―¿Y qué más da? ―le preguntó, a pesar de que unos incómodos
nervios se instalaron en su estómago―. Son unos clientes como
cualquiera de los otros.
―Pero mucho más buenorros, tienes que reconocerlo ―aseguró,
acercándose al espejo para empezar a maquillarse.
―A ti cualquier hombre al que le siente bien una buena chupa de
cuero ya te parece impresionante ―bromeó, quitándose la ropa para
ponerse el body dorado con transparencias que ambas iban a lucir en la
actuación.
―Es verdad, me pierden los moteros ―concedió entre risas.
Su móvil comenzó a sonar, pero Ella no lo cogió, pues ya iban
con el tiempo justo para terminar de prepararse para la actuación. Ya se
pondría en contacto después con quien fuera que la estuviera llamando.

Elion y Thorne se situaron lo más cerca del escenario que


pudieron, con sus dos copas de bourbon en la mano.
―Te doy esta noche de margen para que la convenzas por las
buenas de irse contigo al hotel, si no, te juro que la cargaré sobre mi
hombro y me la llevaré a la fuerza, por mucho que grite y patalee.
―Paciencia, grandullón, sé a ciencia cierta que le gusto a esa
mujer.
―Claro, por eso salió huyendo de ti la última vez ―ironizó.
―Ya te dije que fue porque vi una jeringuilla que se le cayó de la
riñonera.
―Ajá ―dijo sin más, pese a sonar bastante escéptico.
Una canción comenzó a sonar y dos mujeres vestidas
completamente de dorado salieron al escenario. Eran Ella y su
compañera morena.
La hermana de Nikolai posó sus ojos sobre él mientras se
contoneaba al ritmo de la música. Era tan sumamente sensual que
Elion era incapaz de apartar sus ojos de ella.
La contempló durante toda su actuación y en cuanto esta terminó,
fue tras ella.
―Espera un momento ―le pidió, pero la mujer no se detuvo―.
Destiny, déjame decirte una cosa ―insistió, alzando un poco más la
voz.
―Oh, por Dios, Des, no seas tan estirada ―exclamó Romina,
tomando a su amiga del brazo―. Habla con el pobre.
―¡Romy! ―protestó, fulminándola con la mirada.
―Muchas gracias ―le dijo Elion, a lo que la morena respondió
con un guiño de ojos y una sonrisa descarada.
―Está bien, ¿qué quieres? Tengo que prepararme para la
próxima actuación.
―Sé que la otra mañana te sentiste incómoda, pero prometo no
volver a mencionar nada del tema ―comenzó a decir, acercándose más
a ella―. Es tu vida privada y lo respeto.
―Me alegro. ―Trató de darse la vuelta, pero Elion tomó su
muñeca.
―No vuelvas a huir ―le pidió, sonriendo de medio lado―.
Déjame invitarte a una copa cuando acabes de trabajar.
―Elion, yo…
―Puedes traerte a tu amiga ―insistió, interrumpiéndola.
―¿Vendrá tu amigo también? ―oyó decir a Romina, desde
dentro del camerino.
Brunella puso los ojos en blanco y el guardián rio.
―Thorne estará encantado de acompañarnos.
Lo dudaba, pero no le quedaría más remedio que hacerlo por el
bien de su plan, aunque estaba seguro de que hubiera preferido su idea
de llevársela a la fuerza.
―Madre mía ―escucharon canturrear a Romy―. Si no aceptas,
te mato.
Esta vez Ella tuvo que unirse a las risas que ya profería Elion.
―Al parecer no tengo elección ―repuso divertida.
―Por lo visto no ―asintió el guardián, sonriendo ampliamente.
―Sí, sí, sí ―se alegró Romina, desde el otro lado de la puerta.
―Ahora tengo que ir a cambiarme ―dijo Ella, echando una
última mirada a Elion antes de entrar en el camerino.
El guardián volvió junto a su hermano, que, desde donde estaba
sentado, lo había oído todo.
―Ni de coña voy a representar el papel de un quinceañero
teniendo una puta cita.
―Pues lo harás, porque, inexplicablemente, le gustas a su amiga,
y ese ha sido el único motivo para que me haya dado una segunda
oportunidad.
―¿Así que no ha servido tu irresistible encanto? Eso sí que no
me lo esperaba ―ironizó, haciendo que Elion gruñera por lo bajo.

Cuando ambas mujeres terminaron su jornada laboral, se


ducharon para quitarse toda la purpurina que tenían pegada a la piel.
Después, Romina se arregló con esmero, enfundándose en un
ajustado vestido negro de tirantes, unas botas de tacón de caña alta del
mismo color y una chaqueta tejana con tachuelas por los hombros. Se
dejó su larga melena negra suelta y se pintó sus carnosos labios de
rojo.
Por su parte, Ella se puso los vaqueros ajustados, la camiseta de
tirantes y las deportivas blancas que llevaba antes de actuar. Completó
su atuendo con una chaqueta de cuero negra y se recogió su largo
cabello rubio en una coleta alta. Ni siquiera se molestó en maquillarse.
―¿Vas a ir así? ―le preguntó su amiga, con una ceja alzada.
―¿Por qué no? ―Se encogió de hombros.
―Tengo un vestido en mi taquilla…
―No quiero ponerme otra cosa, así voy cómoda ―la cortó,
colgándose su bolso al hombro―. Y vámonos ya, antes de que me
arrepienta.
―Por Dios, cada día eres más cascarrabias ―se quejó Romina,
mirándose por última vez al espejo para asegurarse de que su
maquillaje seguía perfecto. Entonces se volvió hacia su amiga―.
Vamos a pasárnoslo en grande con esos dos cañonazos.
Brunella puso los ojos en blanco mientras salía del camerino.
Los dos hombres las esperaban fuera del club y al verlas
aparecer, Elion sonrió, a la vez que Thorne frunció el ceño. Las
reacciones de ambos hombres no podían ser más dispares.
―Buenas noches, caballeros, mi nombre es Romina ―les saludó
la joven con su simpatía habitual.
―Buenas noches, señoritas, estáis preciosas ―las halagó el
highlander, con galantería―. Yo soy Elion y este es mi amigo Thorne.
―¿A dónde vamos? ―les preguntó Ella, sin rodeos.
―Eso, ¿a dónde piensas llevarnos, guapetón? ―le preguntó
Romina al vikingo, acercándose a él con sensualidad.
El ceño de Thorne se frunció aún más mientras clavaba sus ojos
verde oscuro en el bonito rostro de la morena.
―Habíamos pensado en que fuerais vosotras las que decidierais
donde ir ―se apresuró a decir Elion, al percatarse de que su hermano
no pensaba responder―. Ni mi amigo ni yo conocemos demasiado
bien esta ciudad.
―¿Qué os parece ir a un bar de copas que hay no muy lejos de
aquí? ―sugirió Romina―. Suelen cerrar bastante tarde. ¿Qué te
parece, Des?
―Por mí bien ―respondió, encogiéndose de hombros.
En realidad, no le importaba a donde fueran, pues su mente solo
podía pensar en una cosa, y era en arrancarle la ropa del cuerpo a aquel
hombre que tenía enfrente.
Aquella mañana se inyectó su medicación y pese a que no le
causaba los mismos efectos afrodisíacos que beber sangre, sí
permanecía la excitación en su cuerpo durante varias horas.
―Entonces, vayamos allí ―repuso Elion, señalando con la
mano―. Indicadnos la dirección.
Ella fue la primera en iniciar la marcha y el guardián escocés la
siguió. Romina se agarró al brazo de Thorne, que volvió los ojos hacia
su hermano como si se sintiera horrorizado ante aquella actitud tan
cercana.
Elion, en respuesta, sonrió, haciendo que el vikingo gruñera entre
dientes.
Romy no pareció darse cuenta de aquel intercambio silencioso de
miradas, pues hablaba sin parar, contándole a Thorne mil cosas sobre
su vida.
El bar de copas que sugirieron las chicas era un lugar bastante
tranquilo. No habían demasiadas personas y parecía limpio.
Eligieron una mesa de cuatro y pidieron las bebidas, tras lo cual,
Romina continuó con su dicharachera charla.
Brunella se acercó a Elion y le susurró en el oído:
―Tu amigo parece bastante abrumado.
El guardián se giró hacia ella y estaban tan cerca que podía notar
el aliento de la joven acariciándole el rostro.
―Es un hombre de pocas palabras, pero parece ser que Romina
tiene palabras suficientes para los dos.
La joven rubia soltó una risita.
―No le van los silencios incómodos, así que trata de rellenarlos
con su charla. ―Tomó su copa y se la llevó a los labios.
Elion fijó su mirada en aquella carnosa boca, sintiéndose casi
desesperado por besarla.
―No he podido dejar de pensar en ti en todo el día ―le confesó
con voz ronca―. Deseo llevarte a mi habitación de hotel, arrancarte
ese pantalón vaquero, que se ciñe a tus piernas como una segunda piel,
y follarte de todas las formas posibles.
La joven soltó un suave jadeo, que consiguió que el miembro del
guardián se endureciera.
El móvil de Ella vibró y esta lo sacó del bolso sin poder apartar
sus ojos de Elion.
―En cuanto acabe mi copa, quiero que nos marchemos de aquí
para poner en práctica todo eso que acabas de decirme ―murmuró con
sensualidad.
«¡Joder, sí! Lo estaba deseando», pensó Elion y su pene cobró
vida propia.
Aunque sabía que aquel no era su plan, que en cuanto Ella
entrara por la puerta de la habitación tenía que interrogarla, pero ojalá
pudiera ser como ambos deseaban.
―Pues ya puedes beber rápido o te follaré sobre esta misma
mesa ―la apremió.
La mujer sonrió de forma coqueta, dando un pequeño sorbo a su
bebida de forma provocadora. Los ojos de Elion se oscurecieron de
deseo y la sonrisa de Ella se amplió aún más, como si hubiera
conseguido lo que pretendía.
El móvil vibró nuevamente y esta vez sí que abrió el WhatsApp
que le acababa de llegar. Provenía de un móvil desconocido, por lo que
leyó todo con curiosidad.

Desconocido: Hola, Ella, soy Sherezade.


Te he llamado antes, pero no me has cogido el teléfono.
Solo quería que supieras que ya puedes recoger tu billete de avión
en el locutorio de siempre.
Ya tengo todo lo referente a tu tratamiento preparado, no te
preocupes por nada.

Lo cierto es que le tranquilizaba saber que aquella mujer parecía


tenerlo todo bajo control, pero no pudo evitar entristecerse pesando en
Abe.

Desconocido: Por cierto, la policía ha descubierto quienes fueron


los que asesinaron a Abe.
Como se llevaron algunos de sus archivos y documentos, quería
enviarte sus fotos para que, en caso de que se les ocurra tratar de
encontrarte, estés preparada.
Cuando las fotos de aquellos hombres se cargaron en su teléfono,
su corazón comenzó a bombear con fuerza. Entre las seis fotos pudo
reconocer a Elion y a Thorne en dos de ellas, y un calor interno
recorrió todo su cuerpo.
―¿Qué te ocurre? ―le preguntó de sopetón aquel gigante que
apenas habló en toda la noche.
―No me ocurre nada, ¿por qué lo preguntas? ―respondió,
tratando de mantener la calma.
―Pareces preocupada ―comentó Elion, intentando apartar un
mechón de cabello que se había soltado de su coleta.
Brunella, sin poder contenerse, se echó hacia atrás antes de que
pudiera tocarla.
―Es solo que ha habido un pequeño incendio en mi apartamento
―mintió, para justificar su cambio de actitud.
―¡Dios mío! ―exclamó Romina, preocupada―. ¿Linda está
bien?
―Sí, sí, por suerte está bien, aunque bastante alterada, así que
será mejor que vuelva a casa y, si es posible, me gustaría que vinieras
conmigo para ayudarme a calmarla.
―Por supuesto ―se apresuró a asentir su amiga.
Ambas se pusieron en pie y los guardianes hicieron lo mismo que
ellas.
―Nosotros os llevaremos ―se ofreció Elion.
―Muchas gracias ―repuso Romy sonriendo.
―La verdad es que no hace falta, no queremos molestaros más
―negó Ella, deseando deshacerse de ellos.
―No es molestia, tenemos el coche aquí al lado ―insistió el
guardián escocés.
―Será lo mejor, Des, así tardaremos menos en llegar a tu
apartamento ―repuso su amiga, poniéndole las cosas aún más
difíciles.
―De acuerdo, está bien ―asintió, sonriendo de forma tensa―.
Pero antes tengo que ir al baño, ¿puedes acompañarme, Romy?
―Por supuesto ―respondió, tomando el bolso―. Disculpadnos
un momento ―les dijo a ambos hombres, que las miraban con fijeza.
Brunella la tomó de la mano, para que acelerase el paso, y
entraron al cuarto de baño.
Se volvió hacia Romina y le tapó la boca con la mano. Esta la
miró con los ojos muy abiertos.
―Shhh, no digas nada, pero me acabo de enterar que el doctor
con el que trataba mi enfermedad ha sido asesinado, y resulta que los
responsables son esos dos hombres que están ahí fuera. ¿Me has
entendido? ―La morena asintió―. Te voy a soltar, pero no grites.
Le quitó la mano de encima de la boca y Romina no pudo hacer
otra cosa que parpadear. Parecía como si estuviera en shock.
―Vamos a salir de aquí sin que esos asesinos nos vean, ¿de
acuerdo?
―Pe… pero ¿cómo?
―Por allí. ―Señaló una pequeña ventana que estaba sobre el
lavamanos.
―¿Qué? ¿Te has vuelto loca? ―exclamó entre susurros.
―Es eso o subirnos en el coche con dos psicópatas, que
seguramente quieran matarnos ―ironizó.
―Oh, está bien ―protestó, a la vez que se quitaba sus botas de
tacón―. Me sería imposible correr con esto.
―Venga, vamos, antes de que se extrañen por nuestra tardanza.
La ayudó a encaramarse a la ventana y a pasar a través de ella
con bastante dificultad. A Ella, sin embargo, no le costó tanto, pues de
un salto se cogió del marco, pasando por el estrecho hueco sin ninguna
dificultad.

―Esa hembra nos acaba de mentir en la puta cara, he podido


notarlo ―gruñó Thorne.
―Lo sé ―asintió Elion―. Pero es posible que tenga una buena
razón para ello.
―¿Una buena razón? ―le preguntó enfadado―. ¿Qué jodida
buena razón hay para mentirnos, aparte de que pretenda darnos
esquinazo?
―¿Por qué iba a querer darnos esquinazo?
―Y yo que coño sé. ¿Acaso piensas que puedo descifrar el
extraño cerebro femenino?
Elion puso los ojos en blanco y se levantó de la silla.
―Espera un momento, voy a ver qué está pasando. ―Sin esperar
a que su hermano le contestara, se dirigió hacia los aseos.
Llamó con los nudillos a la puerta del baño femenino.
―Chicas, ¿estáis bien? ―preguntó a través de la puerta cerrada.
Al no obtener respuesta, trató de girar el pomo, pero estaba
echado el pestillo. Maldiciendo para sus adentros, dio un golpe seco
con el hombro a la puerta y esta se abrió de forma abrupta.
Las botas de Romina estaban tiradas en el suelo y la ventana que
daba a la parte de atrás del local completamente abierta.
―¡Joder! ―masculló, volviendo junto a su hermano―. Tenías
razón, nos han dado esquinazo ―le dijo al pasar por su lado, sin
detenerse.
―¡Hostia puta! ―bramó Thorne, saliendo del local tras él―.
Sabía que teníamos que haber hecho las cosas a mi manera.
Los dos guardianes corrieron hacia la parte de atrás del local,
pero no había rastro de las mujeres.
―Han debido ir en dirección a casa de Ella ―dedujo Elion,
tomando aquel camino a toda velocidad.
―Lo han hecho, puedo oler aún el perfume de la hembra morena
dejando su rastro por esa callejuela ―aseguró Thorne, corriendo detrás
de su hermano.
Brunella corría al paso que Romina podía llevar, teniendo en
cuenta que la pobre estaba descalza. Entonces, gracias a su
desarrollado oído, escuchó los pasos de los dos asesinos corriendo tras
de ellas.
―Mierda.
―¿Qué pasa? ―le preguntó su amiga, aterrorizada.
La tomó por los hombros para poder mirarla a los ojos.
―Quiero que corras y te encierres en tu apartamento, ¿de
acuerdo?
―¿Y qué harás tú?
―No te preocupes por mí, voy a distraerlos mientras tú escapas.
―No, Des, no puedes hacerlo, te matarán ―gritó, al borde de las
lágrimas.
―No me va a pasar nada ―le aseguró―. Además, vienen
buscándome a mí.
―Des, por favor, ven conmigo ―le rogó.
―Entonces nos cogerán a las dos.
―Pero…
―¡Márchate! ―le gritó, oyendo los pasos de Thorne y Elion
cada vez más cerca―. Vete o te juro que te daré una patada en el culo
tan fuerte que llegarás a tu apartamento volando. ¡Vete! ―chilló aún
más fuerte, asustándola.
Romina echó a correr como le ordenó, trastabillando y sin poder
dejar de llorar.
Brunella vio a los hombres a lo lejos, así que a toda prisa, se
dirigió hacia el lado contrario al que lo hizo Romy, con la esperanza de
que ninguno de los dos decidiera seguir a su amiga.
Y tuvo suerte, pues los oyó correr tras ella.
―Brunella, detente ―escuchó decir a Elion.
«¿Brunella? ¿Quién coño es esa?», pensó Ella.
―Vete a la mierda, hijo de puta ―respondió, sin dejar de correr
todo lo que le permitían sus piernas.
De un salto, Thorne llegó hasta ella y la tomó por el brazo.
―¡Deja de correr de una maldita vez! ―le ordenó secamente.
―Que te jodan.
Agarrando al enorme vikingo por la muñeca se la retorció con
fuerza para que la soltara, y acto seguido, le empujó con tanto ímpetu
que el hombre acabó incrustado en la pared de un edificio cercano.
Tras ello, corrió aún más rápido, dándoles esquinazo.
―¿Qué cojones ha sido eso? ―preguntó Thorne, enderezándose
y haciendo que su espalada crujiera en el proceso.
Estaba más que seguro de que le había partido algún hueso,
aunque, por suerte, sanaba rápido.
―Diría que ser inmortal no es en lo único que nos parecemos
―comentó Elion―. Esa velocidad y fuerza no son propias de una
humana normal y corriente.
―¿No me jodas? ―ironizó el vikingo, furioso―. No me había
dado cuenta.
Pues sí, le jodía y bastante, porque sonsacarle información a una
mujer como aquella iba a ser una tarea bastante difícil.
Capítulo 5

Brunella llegó a su apartamento asustada y apenas sin aliento. Había


corrido más que nunca en toda su larga vida.
Entró en su cuarto y se apoyó contra la puerta, cerrando los ojos
y respirando hondo.
Sacó el móvil de su bolso y marcó el teléfono de Romina.
―¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? ―fue lo primero que su amiga
le dijo nada más descolgar.
―Estoy bien, Romy, ya he llegado a casa, conseguí despistarles
―le aseguró, para tranquilizarla―. ¿Qué hay de ti?
―También estoy en casa, aunque no puedo parar de temblar.
Estoy cagada de miedo, Des.
―Tranquilízate, ¿vale? ―le pidió, acercándose a su armario y
cogiendo una bolsa de deporteo, comenzó a llenarla de ropa―. Estoy
segura de que no saben dónde vives, esos tíos venían a por mí y tiene
algo que ver con mi tratamiento.
―¿Tu tratamiento? ¿Por qué? ―le preguntó confundida.
―Han matado al doctor que llevaba mi caso y robaron algunos
informes de su despacho, entre ellos, mi historial médico.
―Joder ―murmuró Romina―. Tienes que ir a la policía.
―Lo que voy a hacer es volar de nuevo a Noruega para ver de
qué va todo lo que ha ocurrido con Abe ―le dijo con convicción.
―¿Crees que eso sea lo mejor? Estoy preocupada por ti, Des
―la oyó sollozar al otro lado de la línea.
―Eh, Romy, cálmate ―le rogó―. Yo voy a estar bien, te lo
prometo.
―No puedes prometer algo así con dos asesinos persiguiéndote
―se lamentó.
―Sí puedo ―respondió con terquedad―, pero necesito que, por
unos días, no vayas al club. Dile a Joe que estás enferma o lo que sea,
pero no quiero que te arriesgues a que te atrapen.
―¿Y qué le digo si me pregunta por ti?
―Puedes decirle que no sabes nada de mí.
En aquel momento escuchó pasos subiendo las escaleras. Tenía
un oído muy desarrollado y era capaz de oír lo que ocurría a varios
metros de distancia.
―Tengo que dejarte, Romy, pero en cuanto pueda, volveré a
llamarte. ―Se apresuró a colgar, sin darle tiempo a su amiga de
contestar, y se guardó el móvil dentro de la bolsa de deporte.
Se asomó a la habitación de Linda. Por suerte, no estaba en su
cama, así que suponía que se habría quedado en casa de una de sus
compañeras de trabajo. Lo hacía en ocasiones, cuando doblaba turno y
se quedaba a trabajar hasta la hora del cierre, ya que su apartamento
estaba bastante alejado de la cafetería y el bus nocturno no pasaba por
allí.
Se alegró de no tener que preocuparse por ella, así que echó la
llave desde dentro y volvió a su cuarto para coger la bolsa de deporte y
escabullirse por la ventana.
Aquel fue su hogar durante tres años, pero ya no estaba segura
allí, y toda su vida se acababa de desmoronar.

Thorne y Elion se plantaron ante la puerta del apartamento de


Ella. De una patada, el guardián escocés la tiró abajo.
―Vaya, bror, por fin empiezas a hablar mi idioma ―repuso el
vikingo, entrando dentro del apartamento.
Dado el silencio que reinaba en el ambiente tras su allanamiento,
estaba claro que no debía haber nadie allí.
Elion entró en una de las habitaciones y vio que el armario estaba
revuelto y algunos cajones se encontraban vacíos.
―Se ha marchado ―comentó para sí mismo.
―Tenía que haberla llevado a rastras con nosotros el primer día
que la encontramos, joder ―maldijo Thorne, frustrado―. A saber
cuándo volveremos a dar con ella.
―Eso será fácil, ya que le instalé un localizador cuando
estuvimos en el bar ―declaró Elion, sacando el rastreador.
―Menos mal que siempre llevas tus aparatejos encima.
―Sí, menos mal. ―Subió y bajó las cejas con guasa―. Y ahora,
vamos a hacer lo que se te da bien a ti, y llevémonos a la hermana de
Nikolai, esté de acuerdo ella o no.
―Ya empieza a gustarme como piensas, chico.

Brunella alquiló una habitación en un motel cercano al locutorio


donde siempre descargaba los billetes de avión que Abe le enviaba.
Dejó la bolsa de deporte sobre la única silla que había en el
cuarto y se dejó caer sobre la cama, cubriéndose el rostro con el
antebrazo.
¿Qué iba a hacer con su vida a partir de ahora? ¿Dónde quería
volver a empezar? Quizá se mudase a España, siempre le gustó la
cultura y el clima de aquel país. O a Australia, ya que aún no conocía
una de las islas más grandes del mundo.
Lo que estaba claro es que debía empezar desde cero y dejar
atrás a las personas a las que había cogido cariño, como Linda o Romy.
No supo cuando fue con exactitud, pero se quedó dormida. Por
desgracia, despertó cuando una enorme mano le cubrió la boca para
que no gritase.
―Hola, encanto, ¿nos echabas de menos? ―le preguntó Elion,
inmovilizándola sobre la cama.
La joven forcejeó, consiguiendo liberar uno de sus brazos.
Estampó su puño con fuerza contra el pómulo del guardián, girándole
la cara.
―¡Mierda! ―exclamó al sentir el dolor de aquel golpe.
Estaba claro que aquella mujer era la más fuerte que hubiera
conocido nunca.
Como pudo, la tomó por la muñeca, dejándose caer sobre ella
para que no pudiera volver a liberarse y la miró a los ojos.
―Escúchame, encanto, vas a olvidar todo esto que ha pasado.
Solo vas a recordar que nos viste en el club y que te gusté, es todo.
Usó sus poderes para borrarle la memoria y fue retirando la mano
poco a poco de encima de su boca.
―Eso es lo que tú quisieras, cabrón asqueroso ―espetó furiosa,
escupiéndole en la cara―. ¡Quítate de encima de mí!
Elion se limpió el escupitajo con el hombro y se quedó mirando a
Ella sorprendido.
―¿Por qué no ha funcionado? ―preguntó confundido―. Sigues
recordándolo todo.
―Claro que lo recuerdo, loco hijo de puta ―luchó con más
fuerza, tratando de apartarlo de ella.
―Se acabó, voy a atarla ―sentenció Thorne, acercándose a ella
con unas cuerdas.
―¡Ni se te ocurra, a no ser que quieras que te arranque las
pelotas a mordiscos, cerdo! ―le gritó, furiosa.
―Lo siento, encanto, pero dado que no funcionan mis poderes
contigo y que no estás dispuesta a colaborar, no queda más remedio
que hacer lo que dice mi hermano ―se lamentó Elion, que, haciéndola
ponerse de espaldas, le sujetó las manos para que Thorne pudiera
atárselas.
―Os juro que voy a mataros, mamones de mierda ―les
prometió, sin dejar de patalear.
―Te aseguro que nunca en toda mi vida oí a nadie soltar más
tacos que a ti, bror, pero esta preciosidad te hace la competencia
―bromeó Elion, viendo como el vikingo terminaba de ajustar también
el nudo en sus tobillos, para que no pudiera escaparse.                          
        
―Deja de llamarme por esos putos apelativos, joder ―chilló la
mujer, tratando de desligarse.
El guardián escocés se apartó de ella y Thorne la alzó en el aire,
colocándosela al hombro boca abajo.
―Ocúpate de que nadie recuerde a un vikingo marchándose de
aquí con una mujer atada al hombro ―le pidió a su hermano, antes de
salir por la puerta, sin inmutarse por los gritos y forcejeos que la mujer
hacía.
Capítulo 6

Llamaron a Mauronte para que les proporcionara un lugar seguro a donde


llevar a la hermana de Nikolai.
Elion estaba casi convencido de que tenía algún localizador
incrustado en su cuerpo y no quería arriesgarse a que pudieran
encontrarles, pero sabía que el demonio era un tipo listo y tendría
algún sitio donde cualquier dispositivo quedase invalidado. Y así era.
Les envió la ubicación al móvil y se dirigieron al monovolumen,
donde Thorne dejó a Ella en la parte trasera y poniéndose tras el
volante, esperó a que su hermano se metiera en el coche y arrancó,
dirigiéndose hacia el lugar indicado.
La joven no dejó de insultarles y gritar en todo momento.
―Soltadme de una maldita vez, cabrones ―vociferaba roja de
furia, tumbada sobre el asiento―. ¡Socorro! ¡Que alguien me ayude!
―Tranquilízate un poco y te soltaremos para que estés más
cómoda ―le pidió Elion, volviéndose a mirarla.
―¡Que te jodan! ―soltó con rabia.
El guardián escocés suspiró y se giró hacia su hermano.
―Debemos darle la poción que preparó Roxie, no podemos
tenerla siempre atada.
―Y una mierda, no pienso tomarme nada que venga de vuestra
parte, psicópatas.
―Encárgate tú o puede que acabe estrangulándola para que se
calle de una puta vez ―gruñó Thorne, sin apartar la vista de la
carretera.
Elion sacó de la guantera el frasquito con la poción y, con
cuidado, pasó al asiento trasero.
―No te preocupes, esto no va a afectarte en nada, solo nos
mantendrá unidos para que no puedas alejarte de mí y, de ese modo, no
escapes antes de que podamos hablar contigo, ¿de acuerdo?
―No te acerques a mí. ―Trató de alejarse de él lo más posible.
―No lo hagas más difícil, por favor ―le pidió, destapando el
frasquito.
―¡Y una mierda!
Cerró con fuerza la boca cuando el guardián la tomó por las
mejillas, echándole la cabeza hacia atrás.
―Por favor, abre la boca, no quiero hacerte daño ―le pidió con
suavidad.
Ella apretó los labios aún más fuerte.
―De acuerdo, pues si no quieres abrir la boca para mí, puedo
pensar en otro modo de divertirme contigo ―le dijo con voz ronca,
posando su mano sobre el muslo de la joven.
―¡No me toques! ―exclamó.
Elion aprovechó para hacerle tragar la porción en ese momento
de descuido. Ella casi se atragantó, por lo que empezó a toser, pero el
líquido ya había pasado por su garganta.
El guardián se tomó la otra mitad de la poción que les uniría
hasta que pudieran volver a romper el hechizo, pero así se asegurarían
de que Brunella no pudiera marcharse a ningún lado sin él.
―¿Qué me has dado? ¿Qué clase de veneno es este? ―preguntó
la confusa mujer entre dientes.
―No es un veneno, ya te he explicado que es una poción que nos
mantendrá unidos para que no puedas escaparte y, de ese modo, no
tengas que permanecer atada todo el tiempo.
―Vosotros dos sois unos putos locos ―repuso, con los ojos muy
abiertos.
Elion se agachó y le desató la cuerda que mantenía unidos sus
tobillos. No quería que pudiera lastimarle la piel. Aún no se fiaba de
quitarle la de las manos, porque la veía capaz de abalanzarse sobre
Thorne y estrellar el coche, y lo último que quería es que su hermano
acabase rompiéndole el cuello.
La tomó por los hombros y la ayudó a sentarse. Ella se arrinconó
contra la puerta, alejándose de su contacto como si este la hubiera
quemado.
―Bien, ahora que pareces un poco más tranquila, podemos
hablar.
―No tengo nada que hablar contigo ―negó con tozudez.
Un ronco gruñido proveniente de Thorne hizo que Elion sonriera
y Ella diera un leve respingo.
―Quiero que veas una cosa ―prosiguió el guardián escocés,
metiéndose la mano en el bolsillo de su vaquero y sacando su teléfono
móvil―. Mira, observa esta foto ―le pidió, tendiendo el teléfono
hacia ella.
Brunella bajó los ojos con desconfianza hacía la pantalla y
cuando vio la foto de la espalda de un hombre con una mujer idéntica a
ella tatuada allí, se sorprendió.
―¿Por qué ese tío tiene mi cara tatuada en su espalda?
―preguntó confusa.
―Porque es tu hermano, Brunella.
Los ojos de la joven se dirigieron con rapidez hacia los azules de
Elion.
―¿Qué estás diciendo? ¿Y por qué me llamas de esa extraña
forma?
―Sé que tu nombre verdadero es Brunella Vòlkov, vivías en una
pequeña aldea eslava y el hombre de la foto es tu hermano mayor,
Nikolai. No hace falta que sigas fingiendo.
¿Fingiendo? Ojalá estuviera fingiendo y recordase algo de su
pasado. Pero de ahí a creerse que tuviera un hermano, y que este
siguiera vivo, era otra cosa.
Entonces cayó en la cuenta de algo.
―¿Puedes soltarme las manos?
―Ni de puta coña ―gruñó Thorne.
―Solo si prometes que no vas a intentar ninguna estupidez
―dijo Elion, a la misma vez que él.
―¿Qué? ―bramó al escuchar a su hermano―. No, no y no. Si te
atreves a liberarla, juro que te patearé tan fuerte el culo que notarás el
sabor de la suela de mi bota durante al menos un mes entero.
―Prometo que no intentaré mataros durante al menos una hora.
Elion no pudo evitar reír, mientras se acercaba a ella, inhalando
su olor, que lo atraía como el polen a las abejas, la liberó de las
cuerdas.
Ella se frotó las muñecas, que sentía un poco doloridas.
―Gracias ―susurró, mirándole de reojo.
Nunca lo admitiría en voz alta, pero su cercanía la afectaba
demasiado.
―Sí, bror, gracias por ser tan gilipollas ―apuntó el vikingo con
ironía.
La joven metió las manos en su bolsillo del pantalón para sacar
su teléfono, y miró las fotos que Sherezade le envió. Uno de aquellos
hombres que se suponían que eran los asesinos de Abe, tenía aquel
moñito rubio tan característico, que había visro en el hombre del
tatuaje en la espalda.
―¿Se supone que este es mi hermano? ―le preguntó a Elion,
mostrándole la foto.
―El mismo ―afirmó, antes de quitarle el móvil y lanzarlo por la
ventana.
―Eh, ¿qué haces? ―protestó Ella.
―No puedo arriesgarme a que te localicen ―se encogió de
hombros―. Y sí lo que querías era mirar una foto de tu hermano, solo
tenías que pedírmelo. Aquí tienes ―le pasó su teléfono.
Ella se quedó mirando el rostro atractivo y de mirada clara que le
devolvía la pantalla.
Le vino a la mente la imagen de esos ojos, iguales a los suyos, en
la cara de un niño de cabello claro que dejaba piedras en el alfeizar de
su ventana.
Sacudió la cabeza y le lanzó el teléfono al pecho.
¿Qué le acababan de dar para que ahora tuviera alucinaciones?
―Lo siento, pero tengo que romper mi promesa ―le dijo a Elion
sin más, antes de rodear con su brazo el cuello de Thorne para intentar
ahogarle.
El vikingo soltó un bufido, perdiendo el control del coche, pero
logró frenar a tiempo, antes de estamparse contra un árbol.
La tomó por la muñeca y, con fuerza, retiró el brazo de la joven
de alrededor de su garganta.
―¡Me cago en la puta! ―bramó, saliendo del coche y abriendo
la puerta trasera de un tirón―. Sabía que esto pasaría ―le echó en
cara a su hermano, que, sin poder contenerse, reía divertido.
Brunella le dio un empujón tratando de huir de él, atemorizada
por la expresión feroz que lucía en su rostro el vikingo, pero fue
incapaz de alejarse, ya que una fuerza invisible le impedía avanzar.
―¿Pero qué…? ―Miró a Elion de forma interrogativa.
―La poción de unión ―respondió sin más, encogiéndose de
hombros, sin dejar de sonreír.
Thorne la agarró por el brazo, con fuerza, pero sin clavarle los
dedos en él.
―A partir de ahora, vas a estar quietecita y… ―fue incapaz de
continuar la frase, pues el puño de Ella se estrelló contra su pómulo,
girándole la cara.
El vikingo contuvo la respiración, volviéndose con lentitud de
nuevo hacia ella, con los ojos en llamas.
―Eh, bror, tranquilo ―le pidió Elion, saliendo del coche con las
manos en alto―. Ha actuado a causa de los nervios, no pretendía
golpearte.
―¡Y una mierda! ―exclamó furiosa―. Claro que quería darle
un puñetazo y ojalá hubiera podido dárselo con más fuerza, para
dejarle sin conocimiento.
―Verás, encanto, así no ayudas ―ironizó el guardián escocés.
Sin decir una palabra, Thorne la metió en el coche, poniéndola
boca abajo sobre el asiento trasero.
―Las cuerdas ―le exigió a su hermano.
―Bror…
―¡Las cuerdas! ―gritó, fulminándole con la mirada.
Elion puso los ojos en blanco mientras abría el maletero y sacaba
un par de ellas, entregándoselas a Thorne.
―¡Suéltame, cabronazo! ―forcejeaba Ella.
―Ni lo sueñes ―decía, mientras le ataba las muñecas a la
espalda―. El imbécil de mi hermano ya te ha dado la oportunidad y
has hecho lo que le advertí que harías. Ahora, haremos las cosas a mi
manera.
―¡Que te jodan, maldito pedazo de…!  ―El vikingo se rompió
el bajo de su camiseta y lo ató alrededor de la boca de Ella, a modo de
mordaza.
Se incorporó y vio que Elion le miraba con una ceja alzada.
―Es el único modo de que permanezca callada.

―Nuestro banco de sangre particular no ha recogido los billetes


―le decía Myra a Sherezade por teléfono―. Ha desaparecido, parece
habérsela tragado la tierra.
La bruja persa maldijo para sus adentros.
―Claro que no ha desaparecido, los guardianes han dado con
ella ―dedujo acertadamente.
―Podemos rastrear su móvil ―sugirió Myra.
―No son tan estúpidos, se habrán desecho de él, pero tengo otro
método para encontrarla.
―De acuerdo, en cuanto des con ella, dime su ubicación.
Mandaré a unos cuantos Groms en su busca.
―Así lo haré, estad preparados, no pueden andar demasiado
lejos. Aunque eso no es lo que más me preocupa ahora mismo.
―Entonces ¿qué es, señora?
―Hemos perdido a Abe y muchos de los brujos nos seguían por
lealtad a él ―le explicó, con voz tensa―. Esos malditos guardianes
parecen ir siempre un paso por delante de nosotros, necesitamos llamar
a un aliado más poderosos. Más incluso que Abe.
El corazón de Myra comenzó a latir con fuerza, ya que un
nombre acudió a su mente y no le apetecía nada hacer tratos con un
tipo tan inestable como aquel.
―¿Qué aliado? ―preguntó, con cierto temor en la voz.
―Justo el que estás imaginando.
La bruja rubia cerró los ojos con fuerza.
«Mierda», fue el primer pensamiento que acudió a su mente.
―¿Estás segura de que podemos confiar en él? ―Ella ni siquiera
le daría la espalda si estuvieran a solas.
―No, pero es el único capaz de ayudarnos.
Capítulo 7

Brunella comenzó a removerse sin parar en el asiento de atrás.


Consiguieron estar una hora en completo silencio, pero hacía unos cinco
minutos que no dejaba de patalear.
Elion se giró en su asiento, mirándola con una sonrisa.
―¿Quieres algo, encanto?
La joven comenzó a balbucear, pero con la mordaza no pudo
entenderla.
―Espera. ―Alargó las manos y retiró el trozo de tela de su boca.
―Eres un jodido desgraciado ―le soltó a Thorne, mirándole
llena de ira.
―Y se acabó la tranquilidad ―suspiró el vikingo, con la vista
fija en la carretera.
―¿Qué querías decirme? ―le preguntó Elion, captando de
nuevo su atención.
―Necesito ir al servicio.
―Cuando lleguemos a nuestro destino ―intervino Thorne de
forma cortante.
―No puedo aguarme, ¿vale? ―Sus mejillas se tiñeron de rojo―.
Bastante me cuesta tener que contaros mis intimidades.
―He visto que a cien metros hay una gasolinera, detente allí
―sugirió Elion.
Thorne gruñó, pero tomó el desvío. Detuvo el todoterreno frente
a la gasolinera y bajó del coche.
―Aprovecharé para repostar ―dijo el vikingo, tomando en su
mano el surtidor.
Elion se giró hacia Ella, que le miraba con inquina.
―Voy a soltarte las manos, ¿de acuerdo?
La joven se limitó a asentir, dándole la espalda, para que pudiera
acceder a sus muñecas.
El guardián soltó con cuidado las cuerdas, acariciando con
suavidad su piel al hacerlo.
―Ven, vayamos al servicio ―le dijo, abriendo la puerta del
coche.
―¿Vayamos? ―se ofendió―. ¿Y qué más? Al baño voy sola.
―Me gustaría poder proporcionarte esa intimidad, pero no es
posible ―salió del coche y una fuerza invisible tiró de Ella,
arrastrándola tras él.
―¡Joder! ―exclamó, tratando de no caer al suelo―. ¿Cuánto
tiempos vamos a estar unidos por este… hechizo? ―Se sentía ridícula
diciendo aquello.
―Uff, dado que ni mi hermano ni yo podemos romperlo,
imagino que pasará bastante tiempo ―sonrió divertido.
Brunella apretó los puños, deseando estampar uno en su rostro
para borrarle la sonrisa de cuajo.
―¿Necesitas ir al aseo o no? ―le preguntó de nuevo.
―Me gustaría decir que no, pero me estoy haciendo pis
―reconoció, poniéndose roja de nuevo.
―Pues adelante, encanto. ―Señaló el camino hacia los baños
con ambas manos.
De mala gana, la mujer pasó por delante de él, pero se tuvo que
detener, como si se hubiera estrellado contra una pared invisible.
Se volvió hacia Elion, que reía, cruzándose de brazos.
―¿Te resulta graciosa esta situación?
El highlander se encogió de hombros.
―Digamos que me gusta ver el lado bueno de la vida.
Por el rabillo del ojo, Ella vio como el dueño de la gasolinera se
asomaba para observarles.
―A mí también me gusta verles el lado bueno a las cosas. ―Se
volvió hacia el desconocido y empezó a hacer aspavientos con las
manos―. ¡Socorro! Necesito ayuda, me tienen secuestrada.
Thorne gruñó a la vez que ponía los ojos en blanco.
El hombre de mediana edad abrió los ojos, horrorizado, mirando
a ambos gigantes con miedo.
―Llame a la policía, por favor ―insistió la joven, a gritos.
―Creo que no ―comentó Elion, acercándose al asustado
hombre y arrastrando a Ella tras él―. Vas a olvidar que has visto a esta
preciosa mujer y todo lo que te ha dicho.
El dependiente parpadeó varias veces y volvió dentro, como si
nada hubiera pasado.
Brunella bufó, mirando con fastidio al guardián.
―¿Otro hechizo? ―le preguntó.
―No, esto ha sido gracias a mis poderes. ―Sonrió de medio
lado.
―¿Tienes más poderes que desconozca? ―indagó con
desconfianza.
Elion dio un paso más, parándose muy cerca de ella.
―¿Por qué? ¿Quieres que te muestre todos mis atributos? ―dijo,
alzando una ceja.
―Ni por todo el oro del mundo. ―Le dio la espalda, para no
sentirse tentada por su atractivo rostro.
Sí, ese hombre la atraía mucho, pero era un asesino y la acababa
de secuestrar, así que no quería sentir ningún tipo de simpatía hacia él.
―¿Vais a ir al baño o no? ―bramó Thorne, perdiendo la
paciencia.
―Sí, ya vamos ―respondió Elion, comenzando a caminar hacia
los aseos.
Abrió la puerta, dejando a Ella pasar delante de él.
―Esta situación es súper incómoda ―protestó, metiéndose
dentro de unos de los dos cubículos donde estaban los retretes.
El guardián apoyó la cadera contra el lavamanos más cercano y
se cruzó de brazos, a la espera de escuchar el inconfundible sonido del
pipí contra el agua del inodoro.
Un par de minutos después y tras no escuchar nada, alzó una
ceja.
―¿Qué ocurre?
―No puedo hacerlo sabiendo que estás al otro lado de la puerta.
Elion soltó una carcajada.
―Espera un momento. ―Alargó una de sus manos y abrió el
grifo del agua―. ¿Mejor así?
Ella murmuró un escueto gracias antes de que el guardián oyera
que por fin pudo desahogarse.
Cuando acabó, abrió la puerta del cubículo de repente y fulminó
al guerrero escocés con la mirada.
―¿Qué? No he dicho nada, me he mantenido en silencio. ―Alzó
las palmas de las manos hacia arriba y se encogió de hombros.
―¿Hasta cuándo pensáis retenerme? ―le preguntó, a la vez que
se lavaba las manos.
―Hasta que podamos interrogarte.
―Pues vais a perder el tiempo, porque no tengo nada que
deciros.
―¿En serio? ―se movió bruscamente hacia atrás arrastrándola
junto a él, haciendo que Ella se salpicase de agua en la camiseta.
―¿A ti que te pasa? ―espetó furiosa.
Elion se echó a reír, divertido con su enfado.
―Solo quería que te destensaras un poco.
―Oh, ¿en serio? ¿Acaso estoy tensa de más? ―ironizó―.
Porque déjame recordarte que la situación no es para menos. Sois dos
putos locos y estoy a vuestra merced.
―Bueno, puede que Thorne esté loco, yo simplemente soy algo
excéntrico ―bromeó, sonriendo.
Brunella puso los ojos en blanco y se quitó la camiseta mojada.
La mirada del guardián se dirigió hacia sus generosos pechos,
cubiertos con aquel sexi sujetador de encaje negro.
―¿Qué pasa? ¿Nunca has visto unas tetas? ―le soltó sin
cubrirse. Estaba acostumbrada a los babosos que iban al club como
para avergonzarse―. Quiero secar la camiseta. ―Señaló el secador de
manos que estaba un poco más allá.
―Eh, claro ―consiguió balbucir, pese a que su mente se hubiera
quedado cortocircuitada ante tan tentadora visión.
Caminaron hasta el secador y Ella lo encendió, poniendo la
camiseta debajo del chorro del aire caliente.
Elion, carraspeando, desvió la mirada del suculento cuerpo de la
mujer y se pasó las manos por el pelo, quitándose el moño para
rehacérselo al instante. No le gustaba llevar el pelo suelto, le traía
demasiados recuerdos de su pasado.
La joven siguió el movimiento de sus manos y ese sencillo gesto
de peinarse le hizo sentirse tremendamente acalorada. ¿Qué le estaba
pasando con aquel tipo?
En cuanto la prenda estuvo más o menos seca, se la puso.
―¿Estás lista? ―le preguntó, evitando mirarla.
Deseaba demasiado a aquella mujer y estar a solas no le ayudaba
a controlar sus ansias de besarla.
―Lista ―corroboró.
Se volvió hacia ella y no pudo evitar fijarse en que la camiseta
aún se transparentaba un poco.
―Volvamos al coche. ―Necesitaba huir de allí.
Ambos salieron del aseo y fueron en dirección al todoterreno,
donde Thorne les esperaba con un brazo apoyado sobre el techo.
―Joder, ¿no puedes mantener la polla tranquila? Huelo tu deseo
por la hembra desde aquí ―gruñó, sin una pizca de tacto, como era
característico en él.
―Muy sutil,
bror. ―Puso los ojos en blanco.
Ella no pudo evitar soltar una risita al percibir su incomodidad.
Se lo tenía merecido, por haber intentado seducirla para después
secuestrarla y atarla a él con aquel estúpido hechizo.
―¿Te divierte, hembra? ―le preguntó entonces el vikingo―.
Porque también puedo olfatear tu excitación, no es que te encuentres
en una situación muy diferente a la de mi hermano.
Los colores subieron a las mejillas femeninas.
¿Cuánto hacia que no se sonrojaba? Ni siquiera lo recordaba,
quizá desde su vida como mortal, pero desde que estaba con aquellos
dos, no podía dejar de hacerlo, y que ese hombre hiciera mención a la
pasión que despertaba en ella uno de sus secuestradores, la hacía sentir
sumamente avergonzada.
Sin embargo, no le dio tiempo a pararse a recapacitar, pues una
horda de seres pálidos y sin pelo se bajaron de dos coches y se
abalanzaron sobre ellos.
―Métete en el todoterreno ―le pidió Elion, metiendo la mano
en el pecho de uno de esos seres y llevándose consigo su corazón.
―¡Mierda!
Hizo lo que le pedía, encerrándose en el coche, mientras el
guardián escocés peleaba con aquellos engendros sin separarse de allí,
a causa de su vínculo.
Thorne también peleaba con esos vampiros zombies con furia,
arrancando cabezas y corazones. Brunella se sentía paralizada al ver
aquella masacre.
No obstante, uno de aquellos seres abrió la puerta contraria a la
que cubría Elion y la tomó por el tobillo, tirando de ella.
―¡No! ―gritó la joven, que se vio arrastrada fuera del
vehículo―. Suéltame, joder.
Le asestó una patada en el estómago, obligándole a soltarla. Se
puso en pie de un salto y le asestó un enérgico puñetazo.
―Eso no servirá para vencerle, solo se les puede matar si
pierden la cabeza o el corazón ―le dijo el highlander a voz en grito.
―¿¡Qué!? ―exclamó aterrada.
Una cosa era matar porque no pudiera contenerse cuando
necesitaba alimentarse, y otra muy diferente, hacerlo a conciencia, de
una forma tan espantosa.
―Hazlo, hembra, porque te aseguro que yo habré sido un oso
amoroso al lado de estos engendros, si consiguen llevarte con ellos
―le ordenó Thorne, con otro corazón entre sus grandes manos
ensangrentadas.
Aquel tipo calvo con el que Ella luchaba la tomó por el brazo con
tanta fuerza que le clavó las uñas en él. Le dio repelús tan solo por
aquel simple contacto, así que no iba a arriesgarse a que se la llevasen.
Cerrando los ojos, metió la mano en la cavidad torácica de ese
ser y cuando palpó su corazón, tiró de él con fuerza y el cuerpo del
zombie se desplomó a sus pies.
Casi en estado de shock, miró el corazón que sostenía en la mano
y lo arrojó al suelo asqueada.
Unas manos la tomaron por los hombros, sobresaltándola. Por
suerte, se trataba de Elion.
―Marchémonos antes de que vengan más ―le dijo, ayudándola
a entrar de nuevo en el coche.
Thorne se puso tras el volante y arrancó a toda prisa.
―¿Qué eran esas cosas? ―preguntó Ella.
―Son unos zombies chupasangre, creados por Abe para acabar
con nosotros.
―¿Por Abe? ―Aquello no le cuadraba―. Él no haría nada
semejante. Fuisteis vosotros los que acabasteis con su vida.
―Ese brujo era un jodido desgraciado que se merecía morir
―bramó Thorne.
―¿Brujo? ¿Acaso esos seres te han dado un golpe en la cabeza?
―le soltó de manera irónica―. Abe era doctor y una buena persona.
―Al parecer el golpe en la cabeza te lo has llevado tú ―refutó el
vikingo.
―Brunella, Abe era una persona horrible, cuyo único objetivo
consistía en acabar con la raza humana o, por lo menos, dominarla
―le explicó Elion con calma―. Esos zombies han sido creados a
través de tu sangre, por eso fuimos a buscarte. Necesitamos respuestas.
¿De qué estaba hablando?
―Nada de eso es cierto ―negó con vehemencia―. Abe tan solo
me ayudaba a sobrellevar mi enfermedad.
Ambos guardianes pudieron percibir que no mentía.
―Puede que tú creas eso, pero estás confundida ―insistió el
guardián escocés, mirándola directamente a los ojos para que viera que
no mentía―. No vamos a hacerte daño, solo queremos saber la verdad
y, por lo que veo, tú también lo necesitas.
Capítulo 8

Elion aprovechó que Ella estaba durmiendo para llamar a Nikolai por
teléfono.
―Dime, bror. ¿Todo bien? ―le preguntó el rubio al otro lado de
la línea.
―Digamos que tu hermana es más peleona de lo que recordabas
―respondió, mirando de reojo a la hermosa mujer que dormía a
escasos centímetros de él.
―¿Cómo está? ―quiso saber, con el corazón latiendo de forma
acelerada.
Preciosa, sexi, con unas curvas de infarto…
―Bien, aunque un tanto confundida ―fue lo que contestó al
fin―. Thorne y yo pensamos que no es consciente de que la han
estado utilizando. Le tiene aprecio a Abe y piensa que es un buen
hombre, que lo único que ha hecho es ayudarla.
―La han manipulado ―dedujo Nikolai.
―Eso nos tememos.
―En cuanto pueda, saldré para allí.
―Tranquilo, está en buenas manos ―le aseguró Elion.
―Unas manos muy largas ―apuntó Thorne.
―¿Qué quiere decir?
―Vaya, no te oigo bien, bror, parece que se corta… ―Y colgó.
―Sabes que va a matarte cuando sepa que quieres meterte entre
las piernas de su hermanita, ¿verdad? ―apuntó el vikingo, mirándolo
por el espejo retrovisor.
―¿Quién ha dicho que eso es lo que pretendo?
Thorne subió ambas cejas, dándole a entender que eran más que
evidentes sus intenciones.
―Está bien, me siento atraído por ella, pero como podría estarlo
por un millar de mujeres más. Eso no implica que no pueda
contenerme.
―Más te vale, chico ―gruñó por lo bajo, antes de anunciar―:
Hemos llegado.
―Ya era hora ―les saludó Mauronte, levantándose del capó de
su coche deportivo, donde estaba sentado, y abriendo los brazos.
Al percibir que el motor se detenía, Ella se desperezó y
entreabrió los ojos.
―Y ahora, ¿quién es ese? ―preguntó, con voz somnolienta,
fijando sus ojos en el atractivo demonio.
―Un buen amigo que va a prestarnos un lugar seguro para que
esos vampiros zombies no nos encuentren ―respondió Elion, saliendo
del coche despacio, para que ella pudiera seguirle.
El italiano le indicó a Thorne donde debía ocultar el coche y se
acercó a la pareja que permanecía vinculada.
―Bienvenidos a mi búnker ―fijó sus ojos negros sobre la joven
con curiosidad―. ¿Quién es nuestra invitada?
―Es la hermana de Nikolai ―respondió Elion.
―Eso está aún por ver ―rebatió la joven, cruzándose de
brazos―. Y no soy una invitada, estos dos cafres me han secuestrado.
El demonio soltó una carcajada, divertido.
Alargó una mano y tomando la de la mujer, depositó un suave
beso sobre su dorso, de forma galante.
―Un placer conocerte, mi nombre es Mauro.
―Yo soy Ella.
―Un nombre precioso. ―Sonrió de modo seductor.
―No te dejes llevar por su aspecto angelical, amigo, es una
auténtica arpía ―soltó Thorne, reuniéndose con ellos.
La aludida alzó la mano, mostrándole el dedo de en medio.
―Imagina por donde puedes metértelo.
Elion y Mauronte rieron al ver como el vikingo fruncía el ceño a
la vez que soltaba un feroz gruñido.
―Veo que vais a estar muy entretenidos ―comentó el demonio,
acercándose a un árbol y agachándose para abrir una escotilla oculta
entre la maleza―. Adelante. ―Señaló la abertura.
―Ni de coña voy a meterme ahí ―se negó en redondo la
bailarina.
―No tienes opción, encanto ―le dijo Elion, caminando hacia la
cavidad y arrastrando a Ella tras él, que trataba de resistirse a la fuerza
que les mantenía unidos.
―Sois unos mierdas ―gritaba la joven, furiosa―. ¿No tenéis
otro modo de conseguir la compañía de una mujer que llevándoosla a
la fuerza?
―Es nuestro pasatiempo favorito, traer a inocentes jóvenes a
nuestra guarida de depravación ―bromeó Elion.
―Y una mierda, inocente ―apostilló Thorne, ganándose que
Ella le fulminara con la mirada.
El guardián escocés se detuvo frente a la entrada que estaba en el
suelo y sonrió ampliamente.
―¿Preparada para la caída? ―Y sin más, saltó dentro, haciendo
que la joven se precipitara con él.
Brunella soltó un alarido al sentirse caer varios metros sin ningún
control. Cerró los ojos fuertemente, a la espera de sentir el doloroso
impacto, sin embargo, cayó en los brazos del highlander, que la miraba
con diversión.
―Menudo estilo de caída libre que tienes ―ironizó.
―¡Que te den! ―exclamó, apartándose de él.
Thorne y Mauronte también bajaron, este último había cerrado la
escotilla antes de hacerlo.
―Acompañadme ―les pidió el demonio, adentrándose en un
pasadizo oscuro que conducía a una puerta, que solo se abrió cuando
acercó su retina al lector―. Lo programaré para que también
reconozca las vuestras ―les dijo a los guardianes.
―¿Se puede saber para qué me habéis traído a este agujero?
Porque cada vez tengo más claro que vuestro objetivo es matarme
―refunfuñó Ella.
―Pues a cada momento estoy más jodidamente tentado a hacerlo
―le aseguró el vikingo, dándole un leve empujón en el hombro para
que caminara.
La joven se volvió hacia él, devolviéndole el empellón en el
pecho con rabia, pese a que el guardián no se movió ni un ápice de
donde estaba.
―¡No me toques!
Thorne parecía echar fuego por los ojos.
―Eh, tranquila, encanto. ―Elion posó su mano sobre el hombro
femenino.
Pero Ella no se tranquilizó, por el contrario, le soltó una bofetada
al highlander.
―No confío en ti ―reconoció, mirándole a los ojos―. No
confío en ninguno de vosotros. Me habéis secuestrado y traído a este
lugar que parece diseñado para asesinar sin ser descubiertos, así que no
me digáis cómo comportarme. Tengo derecho a sentirme mal si me da
la gana.
Mauronte aplaudió.
―Un discurso muy sentido, bella ―pronunció esta última
palabra con marcado acento italiano. Alargó una mano hacia ella―.
Me permites acompañarte dentro.
Brunella miró la mano y, como por inercia, posó la suya sobre
ella.
―Claro, mejor confiar en el demonio, mucho más coherente
―repuso Elion, sardónico.
―¡Demonio! ―exclamó la joven, retirando su mano de
inmediato.
Mauro sonrió.
―Lo que pasa es que tenemos mala fama, pero en realidad
somos un trozo de pan. ―Se adentró en una sala completamente
iluminada―. Venid, todo está automatizado, os mostraré cómo
funciona.
Thorne le siguió, pero Ella permaneció en medio de la sala,
abrazándose a sí misma. Elion entendía que todo lo que estaba
aconteciendo en las últimas horas comenzaba a sobrepasarle.
―Sé que te sientes confundida, pero hay un mundo más allá del
que todos conocen, donde hay cabida para seres especiales, como
brujas, demonios e incluso guardianes, como mi hermano y como yo.
Y por lo visto, tú también formas parte de él.
Se giró para mirarle a los ojos.
―Soy una persona como cualquier otra, no tengo nada especial.
El highlander alzó una ceja.
―¿Vivir más de mil ochocientos años te parece algo normal?
―Es… es por culpa de mi enfermedad.
―¿Enfermedad? ―repitió.
La joven bajó la vista al suelo y tragó saliva, como si lo que fuera
a decir la avergonzara.
―Hasta que Abe me encontró, hacía daño a la gente
―reconoció―. De vez en cuando, sentía una sed que no podía
controlar y acababa atacando a la primera persona que se cruzara en mi
camino, para beberme su sangre. ―Alzó de nuevo los ojos hacia él―.
Los mataba y me sentía fatal por ello, así que empecé a elegir mis
víctimas para asegurarme de que no hacía daño a ningún inocente. De
todos modos, no creo que eso me convierta en alguien especial, más
bien en una persona horrible.
―Brunella…
―¡Deja de llamarme de ese modo! ―gritó, interrumpiéndole―.
Mi nombre es Ella.
―Está bien, Ella ―concedió, acercándose más a ella―. No eres
una persona horrible, tan solo necesitas alimentarte con sangre, al igual
que Thorne y que yo.
La joven frunció el ceño.
―¿También matáis a gente?
Elion negó con la cabeza.
―No perdemos el control, sabemos cuándo debemos parar, pero
hemos contado con ayuda. Tú has estado sola, pero a partir de ahora,
puedes permitirnos enseñarte a hacerlo bien.
Los claros ojos de Ella reflejaban todo lo confusa que se sentía.
―Tengo que asimilar todo esto.
―Lo entiendo. ―El guardián fue a posar una de sus manos
sobre su brazo, pero Ella se retiró hacia atrás, impidiendo que la
tocase.
―¿Cuánto tiempo me retendréis? ―quiso saber.
―Aún no tengo respuesta para esa pregunta ―dijo sin más―.
Por lo pronto, tu hermano está en camino. Quiere verte.
―No quiero ver a ese hombre, no lo recuerdo ―reconoció,
sintiendo como su nerviosismo aumentaba―. De hecho, no recuerdo
nada de mi infancia o adolescencia.
Elion parpadeó varias veces, sorprendido.
―¿Cómo es posible?
―No lo sé, pero así es ―contestó, mirándole con fijeza―. Así
que puede que ese hombre sea mi hermano, como dices, o tal vez me
estés engañando y pretendas manipularme.
―Fueron otros los que hicieron eso, confundiéndote ―le
aseguró el guardián―. Fue Abe quien te engañó y utilizó durante años.
Brunella apretó los puños.
―Abe me ayudó y se portó siempre bien conmigo.
―No es cierto.
―¡Claro que lo es! ―Sintiéndose frustrada, se abalanzó sobre él,
arrojándolo al suelo.
Permaneció a horcajadas sobre la cintura del hombre, a la vez
que le golpeaba, mientras sus lágrimas corrían por sus mejillas.
Elion no trató de devolverle ninguno de aquellos golpes,
consciente de que necesitaba desahogarse. Simplemente se limitaba a
cubrirse el rostro con sus antebrazos, permaneciendo quieto y en
silencio.
―Pero ¡qué cojones…! ―Thorne se acercó a Ella y, cogiéndola
por detrás, la levantó de encima de su hermano.
La joven pataleaba y forcejeaba con él, pero el poder del vikingo
era la fuerza extrema y por mucho que lo intentara, no era capaz de
liberarse de aquel abrazo de oso.
―¡Suéltame, cabrón! ―espetó, llena de rabia.
―No, hasta que te calmes ―bramó Thorne.
―Se siente confusa, es normal, bror ―la justificó Elion,
poniéndose en pie de un salto.
―¿Y por eso pretendías dejarte dar una paliza? ―le echó en cara
a su hermano.
―Vamos, yo no lo llamaría paliza ―le restó importancia el
highlander.
―Paliza es lo que me gustaría darte a ti, si te atrevieras a
soltarme, pedazo de cerdo ―apostilló Ella, que ya había desistido de
liberarse y se encontraba laxa entre los brazos del vikingo.
Este se limitó a gruñir, mientras que Elion y Mauronte sonrieron.
―Ojalá pudiera quedarme con vosotros, ya que vais a estar la
mar de entretenidos ―soltó el demonio guiñándole un ojo a la preciosa
mujer, que le fulminó con la mirada.
Capítulo 9

Brunella estaba sentada con las piernas encogidas en uno de los sofás del
elegante y acogedor salón de aquel búnker. Pese a que cuando estuvo frente
a la escotilla de entrada pensó que aquello sería un oscuro agujero creado
para la tortura, nada más lejos de la realidad. Debía reconocer que el
demonio dueño de aquel refugio tenía muy buen gusto. Ese lugar era como
un piso completamente amueblado de manera exquisita. Contaba con tres
habitaciones con aseo incluido, un salón con cocina americana, otro baño
más amplio, con jacuzzi incorporado, y un gimnasio.
Sin embargo, Ella seguía dándole vueltas a todo lo que Elion le
contó. No podía creerle. Era imposible que Abe fuera una mala
persona y la hubiera utilizado.
¿Tan estúpida era? ¿Con los años que tenía era incapaz de
diferenciar cuando alguien pretendía engañarla?
Hacía tan solo unas horas que vio por sí misma como unos seres
con los ojos inyectados en sangre les atacaron. Y si esos engendros
existían, ¿por qué no iban a existir las brujas y el resto de seres
especiales de los que le habló?
¿Ella misma era también uno de ellos? Así se lo aseguró Elion.
―Ten, come ―dijo de repente Thorne, que se acercó a ella con
un plato donde descansaba un sándwich.
La joven, que no le había escuchado acercarse, se sobresaltó y le
dio un manotazo a lo que le estaba ofreciendo.
―No quiero nada ―repuso, aguantando la irascible mirada del
vikingo.
―Mira, hembra… ―Se acercó un par de pasos a ella de forma
amenazante.
―Mejor me ocupo yo, bror ―le cortó Elion, interponiéndose en
su camino.
Hasta entonces, había permanecido sentado en silencio en un
sillón próximo al que ocupaba la bailarina.
Su hermano clavó sus ojos verdes oscuros en él. Sabía que estaba
tratando de contenerse y por la respiración profunda que tomó, supo
que lo estaba consiguiendo.
―Entonces, voy a ir un rato a entrenar para desfogarme o
acabaré ahogándola ―sentenció, antes de fulminar a Ella con la
mirada y marcharse hacia el gimnasio a grandes zancadas.
―Eres consciente de que estás estirando demasiado la cuerda
con mi hermano, ¿verdad? ―le preguntó el highlander, cogiendo una
escoba que estaba a su lado y comenzando a barrer los trozos de plato
y el sándwich que se encontraban esparcidos por el suelo.
―¿Eres consciente tú de que me tenéis retenida en contra de mi
voluntad? ―espetó de forma irónica―. No tengo por qué mostrarme
amable y complaciente con vosotros.
Elion soltó una risa por lo bajo.
―De acuerdo, tienes razón. Y sé que tienes muchas preguntas
respecto a todo lo que estás descubriendo en las últimas horas y yo
también necesito información que solo tú puedes proporcionarme.
―Se sentó a su lado, apoyando uno de sus brazos sobre el respaldo del
sofá―. Así que hagamos un trato, encanto, yo responderé a todas tus
dudas, si haces lo mismo por mí. Un quid pro quo.
Ella le miró con desconfianza.
―¿Contestarás a todo lo que te pregunte?
―Así es ―le aseguró, sonriendo―. Siempre que tú me
correspondas de igual forma.
―Está bien. ―Se irguió más, poniendo las piernas cruzadas en
forma de flor de loto―. En ese caso, lo primero que quiero saber es
quién eres.
―Mi nombre es Elion McQuaid, un guardián del sello creado
para que la ley de la sangre, que es la que evita que ningún ser de este
planeta esclavice a otro, no se rompa jamás.
―No, no me refería a eso ―negó, haciendo que su desecha cola
de caballo se balanceara de un lado a otro―. Ese rollo sobrenatural de
que eres un guardián y bebes sangre ya me lo dijiste antes, pero yo
quiero saber quién eres en realidad. El verdadero Elion, el que fuiste
en el pasado.
El hombre entrecerró sus ojos azules y ladeó la cabeza.
―¿Quieres saber quién fui antes de convertirme en guardián?
¿Antes de ser inmortal?
Brunella respiró hondo y asintió.
―De acuerdo, te lo contaré…
»Estábamos en plena guerra por la independencia de Escocia,
yo luchaba codo con codo con el rebelde más conocido de aquellos
tiempos, William Wallace.
Pese a tener un ejército mucho más pequeño que el de nuestros
enemigos, los hombres de Wallace conseguimos grandes victorias,
gracias a las impresionantes dotes estratégicas de este.
Sin embargo, y tras la batalla de Falkirk, el ejército inglés nos
atacó con su entrenada caballería por los flancos y nos fueron
acribillando con flechas de arcos largos, hasta que los pocos
guerreros que quedamos en pie, incluyendo a Wallace y a mí, optamos
por huir.
Fue entonces cuando algunos nobles escoceses comenzaron a
pactar con el rey Eduardo de Inglaterra, dejando a Wallace solo,
encabezando una guerrilla, mientras viajábamos de un país al otro, en
busca de apoyos. Sin embargo, aquellos esfuerzos fueron en vano, por
lo que volvimos a nuestra patria, dispuestos a batallar hasta el final,
pese a tener que poner en riesgo la propia vida.
Y fue justo lo que ocurrió, porque los guerreros fueron cayendo
poco a poco, hasta quedarnos prácticamente solos.
Ese fue el motivo por el cual Wallace decidió reunirse con el
Guardián de Escocia, Robert Bruce.
―¿De verdad crees que es buena idea, William? ―le pregunté,
preocupado por él.
―No sé si es buena idea, pero es la única opción que nos queda
―respondió, preparando su caballo para partir―. Mi vida no es
importante, lo que de verdad importa es la libertad de nuestra patria.
―De todos modos…
―Tranquilo, McQuaid ―me interrumpió, poniéndome una
mano sobre el hombro y dibujando una sonrisa tranquila en su
normalmente serio rostro―. Será lo que el destino tenga escrito para
mí. Eres un hombre justo y sabrás lo que debes hacer en el caso de que
yo perezca.
―Si estás decidido a acudir al encuentro, iré contigo ―declaré
con determinación.
―No lo harás ―me contradijo―. Porque debes continuar con
nuestra lucha si yo no puedo hacerlo. Todas las personas mueren, pero
no todas viven realmente. Yo he vivido, Elion, y he luchado por lo que
creía. Te debes lo mismo. Tu corazón es libre, ten el valor de hacerle
caso.
Tras aquellas palabras que me emocionaron como nunca nada lo
había conseguido hacer, se marchó y, como temí, uno de los caballeros
escoceses delató a Wallace, que trató de huir, escondiéndose en una
guarida cercana a Glasgow. De todos modos, le capturaron y le
ejecutaron de forma cruel.
―Me sentí tan culpable por haberle dejado marchar, que eso
sigue pesando sobre mi conciencia ―le dijo a Ella, con el cuerpo en
tensión―. Fue un gran hombre.
―Era su decisión, no podías hacer nada al respecto ―repuso
Brunella, sintiendo su dolor.
―Yo morí pocos días después, luchando por la causa. Éramos
pocos hombres los que aún permanecíamos al frente de la rebelión y
los ingleses estaban muy bien entrenados. Cuando la espada de uno de
ellos se clavó en mis entrañas, caí al suelo, entre los demás cuerpos
agonizantes de mis compañeros de armas. Mientras me desangraba, no
sentía dolor, no había miedo por abandonar este mundo, pero la
sensación de que le dejé solo sí me atormentaba. ―Miró a Ella a los
ojos―. Nunca tuve familia, fui huérfano, y William decidió
entrenarme y hacer de mí un hombre. Cuando la Diosa me llevó a su
templo para convertirme en guardián del sello, supe que debía hacerlo,
pues era lo que él hubiera hecho. Jamás se rendía y yo no podía ser
menos.
»De todos modos, no podía mirarme al espejo, pues me seguía
viendo como el joven que dejó morir al mejor hombre que había
conocido jamás, por ese motivo comencé a recogerme el cabello. Ya
no sería nunca más el joven Elion McQuaid, el rebelde escocés. Sería
Elion El Justo, como a William le gustaba apodarme, un guardián del
sello que haría justicia, como no pude hacerlo en su momento.
»Me encargué de que las palabras que me dijo aquel día,
consciente de que era más que probable que se dirigiera a una muerte
segura, perduraran por los siglos, y han seguido siendo mi estandarte,
pues siempre trato de hacer lo que mi corazón me dicta, por mucho
que, en ocasiones, ser libre de seguir sus dictámenes signifique hacer
sacrificios.
Brunella estuvo escuchando su historia muy atenta, teniendo que
contener las lágrimas en más de una ocasión. Había oído hablar de
aquel rebelde escocés, al cual su pueblo respetaba, y eso hacía que la
imagen que tenía de Elion se volviera más real.
―Ahora, lo justo es que seas tú quien responda a mis preguntas
―le dijo el guardián con calma, como si contar aquella parte su vida
no le hubiera afectado.
Sin embargo, en realidad, removió muchos sentimientos. Se
sinceró con la mujer que tenía enfrente como no hizo con nadie jamás,
y ni siquiera sabía el porqué.
―De acuerdo, ¿qué quieres saber? ―preguntó Ella.
―¿Qué tipo de tratamiento es el que Abe te suministraba?
Aquella pregunta era fácil.
―Hace una limpieza de mi sangre.
El guardián frunció el ceño.
―¿Una limpieza de tu sangre? ―preguntó, instándola a
concretar más.
―En resumen, me tumbaba en una camilla durante horas,
mientras me drenaban la sangre para ayudarme con mi enfermedad
―le explicó, convencida de lo que decía―. Tras eso, estaba unos días
algo débil, pero tras inyectarme los viales que Abe me proporcionaba,
todo iba bien. Incluso era capaz de controlar mi sed y mis ansias de
matar.
―En primer lugar, no drenaban tu sangre porque tuvieras
ninguna enfermedad, te la robaban para crear a esos vampiros zombies
que nos atacaron en la gasolinera donde nos detuvimos ―le hizo
saber―. No sabemos cómo, pero de algún modo, eres igual a nosotros
y tengo mis sospechas de que la supuesta medicina que Abe te hacia
inyectarte no era más que sangre, para controlar tu ansía de ella.
―Eso no es cierto.
―¿Ah, no? ―Alzó una ceja, burlón―. ¿Y cuantas enfermedades
conoces que conviertan al enfermo en inmortal, encanto?
Brunella se cruzó de brazos, negándose a contestar a aquella
pregunta, puesto que la respuesta solo la llevaba a tener que creer su
versión de los hechos y no sabía si estaba preparada para ello.
―Si me dejas, prometo ayudarte. ―Posó una de sus grandes
manos sobre la de Ella.
Se quedó mirando aquellos ojos azules, que parecían ser
sinceros.
¿Era verdad? ¿Sabía cómo ayudarla? ¿Podía fiarse de él? Le
gustaría poder confiar en que sí, pero no era capaz de olvidar que esos
hombres mataron a Abe.
Retiró la mano y se puso en pie de golpe. Aquello provocó que
sintiera un mareo que la hizo tambalearse.
Elion, incorporándose de un salto, la tomó por los hombros,
mirándola con preocupación.
―¿Estás bien?
―Sí, solo ha sido un mareo ―reconoció, a la vez que respiraba
hondo para calmarse.
―Es posible que necesites alimentarte ―advirtió el guardián.
―Lo que necesito es mi tratamiento, me niego a hacer daño a
nadie más ―declaró, sintiendo un profundo desasosiego.
Elion tomó su precioso rostro entre las manos para poder mirarla
fijamente.
―Te enseñaré a hacerlo sin que nadie salga herido ―le
prometió―. En cuanto me asegure de que no tienes ningún transmisor
en tu cuerpo, saldremos de caza.
Capítulo 10

Draven iba siguiendo a Sasha, haciendo uso de su poder de invisibilidad.


Desde que estaba desempeñando la función de protector, estaba teniendo
que alimentarse casi cada día, ya que gastaba demasiada energía al utilizar
su don tan a menudo.
Al parecer, esa noche la joven había quedado con un par de
amigas para ver una nueva exposición de arte de la ciudad, cosa que
solía hacer bastante, pues cualquier tipo de expresión artística le
fascinaba.
Se había puesto un sencillo tejano desgastado, una camisa de
flores bastante ancha, que cada vez que se movía dejaba uno de sus
hombros al descubierto, y unas sandalias de tiras marrones a juego con
su enorme bolso.
Llevaba un moño desecho en lo alto de la cabeza y algunos
mechones castaños reposaban sobre su bonito rostro. Tan solo se
aplicó un poco de rímel, resaltando aún más sus enormes y rasgados
ojos verdes, casi tan claros como los suyos propios, pero de un tono
más oliváceo.
―¡Hey, Sasha! ―oyó gritar a una rubia que movía la mano en el
aire para llamar la atención de la artista.
La aludida sonrió y se acercó a ella y a otra morena de ojos
oscuros.
―Qué rápido habéis llegado ―les dijo, mientras depositaba
besos en sus mejillas con afecto.
―El poder mágico de los taxis, ¿sabes lo que son? ―repuso
Daisy, burlona.
―Prefiero andar ―respondió Sasha―. Además, es menos
contaminante, así que deberías plantearte hacerlo alguna vez, Dai.
―Estoy de acuerdo contigo ―corroboró Kara―. Y encima
adelgaza.
La morena siempre estaba de peleas con los kilos que, según ella,
decía que le sobraban. Para sus amigas, Kara era una mujer con un
cuerpo voluminoso y lleno de curvas, que no la hacía menos preciosa
de lo que era y a la cual, a sus ojos, no le hacía falta cambiar
absolutamente nada.
―¿Pensáis que con estos zapatos puedo caminar mucho? ―les
dijo, mostrándoles sus elegantes stilettos con diez centímetros de
tacón.
Daisy iba enfundada en un sexi y ajustado vestido negro con
escote palabra de honor y su lisa melena rubia suelta hasta casi rozar
sus hombros. Poseía unos bonitos ojos azules, que enfatizó con sombra
ahumada, a la vez que resaltó sus carnosos labios pintándolos de rojo.
Por su parte, Kara vestía unos pantalones negros, con unas
sandalias del mismo color con un tacón medio, una camiseta con
cuello barco azul con rayas blancas y su larga y ondulada melena
oscura suelta hasta la mitad de su espalda.
Formaban un trío muy diferente y pintoresco.
Las tres entraron en la galería entre risas y conversaciones
divertidas. Draven las seguía de cerca, sonriendo con algunas de sus
ocurrencias, pese a que su atención se centraba en gran parte en
aquella joven artista que miraba los cuadros expuestos a su alrededor
con ojos soñadores y brillantes.
―Por cierto, ¿habéis tenido noticias de Max? ―preguntó Daisy,
que parecía la menos interesada en observar los cuadros expuestos―.
Echo de menos nuestras juergas locas, vosotras dos sois un par de
muermos ―se quejó.
Sasha soltó una risita al oírla y Kara puso los ojos en blanco.
―Me envió un WhatsApp hace unos días y parecía estar bien
―contestó la artista.
―Estoy feliz por ella, le hacía falta un poco de tranquilidad y
estabilidad ―repuso la morena―. Desde que Roxie se marchó, estuvo
demasiado descontrolada.
―Oh, vamos ―protestó Daisy―. Lo que ocurre es que te da
miedo vivir la vida a tope, Kara, por eso te escondes tras los fogones
del restaurante donde trabajas y en el que tu jefe te putea cada día, sin
que tú te atrevas a plantarle cara.
―Eso no tiene nada que ver con lo que estábamos hablando ―le
reprochó la aludida.
―Claro que sí tiene que ver ―enfatizó―. ¿Cuánto hace que no
hechas un polvo?
Kara alzó el mentón, pero se negó a responder.
Era cierto que desde que rompió con su exnovio no había estado
íntimamente con nadie, pero es que él la hizo sentir tan mal e inferior,
que el simple hecho de pensar en desnudarse delante de otro hombre
hacía que se pusiera a hiperventilar.
―Vamos, Dai, no es momento para hablar de esto ―Sasha trató
de mediar entre ellas.
―No me extraña que la defiendas, pues tú eres peor todavía ―le
soltó, poniéndose en jarras―. Al menos Kara ha tenido alguna que
otra cita, aunque no haya culminado, pero en tu caso, ni si quiera has
sido capaz de tomarte ni un café con ningún hombre a solas. Ya es hora
de que te olvides del idiota que te dejó plantada en el altar, pues te hizo
un gran favor con ello.
Sus palabras le dolieron, sobre todo, al hacer mención a su
prometido, en el cual no se permitía pensar.
―No todas necesitamos restregarnos con el primer hombre que
se cruza en nuestro camino para sentirnos validadas ―repuso en un
impulso―. Estás furiosa porque el italiano dueño de ese pub, el tal
Mauro, no te tomó en serio, pero eso no es culpa nuestra. Quizá
deberías plantearte qué estás haciendo tú mal para no haber tenido una
relación seria en tu vida.
Daisy dio un par de pasos atrás, como si la hubieran abofeteado.
Fue en ese momento cuando Sasha se dio cuenta de lo que acababa de
decir.
―Dios, Dai, lo siento ―se apresuró a disculparse―. No quería
decir eso.
―Claro que querías ―aseguró la rubia, con el semblante
serio―. Creo que la noche ha acabado para mí ―sentenció, antes de
darse media vuelta e irse.
―No, Dai. ¡Espera! ―Trató de seguirla, pero Kara se interpuso.
―Déjala, ya sabes como es. Ahora mismo no entrará en razón,
pero mañana ya se habrá olvidado de todo.
―No quería hacerle daño.
La morena la abrazó con afecto.
―Ella ha dicho lo que pensaba de nosotras, así que debe aceptar
que hagamos lo mismo ―terció Kara―. ¿Te molesta si te dejo sola y
voy a asegurarme de que llegue bien a casa? No me fio de que se meta
en el primer local que encuentre y se pille una buena borrachera. Ya la
conoces ―sonrió con resignación.
―Por supuesto que no, ve con ella.
Su amiga la besó en la mejilla.
―Mañana te llamo.
Sasha se quedó sola y suspiró. ¿Cómo podía haberse torcido
tanto la noche?
Alzó sus ojos por última vez hacia el cuadro que tenía frente a sí
antes de abandonar la exposición.
Draven, que presenció toda la discusión en silencio, se quedó con
eso de que el prometido de Sasha la plantó en el altar.
¿Cómo debió sentirse en aquellos momentos?
Había notado como las palabras de su amiga reabrieron esa vieja
herida, así que era fácil suponer que quizá no lo hubiera superado del
todo.
Iban caminando por una oscura y estrecha callejuela. Sasha, que
creía estar sola, miraba a un lado y al otro cada vez que escuchaba
algún sonido, dando muestras de que estaba alerta. Y no era de
extrañar, pues aquel barrio no era muy recomendable para caminar de
noche, y mucho menos, una joven bonita como ella.
―Eh, chica ―oyeron llamarla a un joven, que parecía estar
pasando el mono por el modo en que sudaba y temblaba―. Espera un
momento.
Sasha, aceleró el paso, sin girarse si quiera a mirarle.
―¿Acaso no me escuchas? ―le gritó furioso, acercándose a ella
y agarrándola del brazo.
―¿Qué quieres? ―preguntó Sasha, mirándole asustada.
―¿Tienes dinero? ―quiso saber, a la vez que le quitaba el bolso
y comenzaba a rebuscar en él.
―¡No! ¿Qué haces?
Forcejeó con él para recuperar sus cosas, pero el muchacho sacó
una jeringuilla usada del bolsillo de su sudadera, amenazándola con
ella.
―Estoy enfermo y si no me das dinero, juro que te la clavaré y te
contagiaré ―le aseguró, con los ojos desorbitados.
El corazón de Sasha comenzó a latir acelerado, preso del pánico.
―No… no tengo di… dinero ―tartamudeó.
―¡Que me des dinero, joder! ―gritó, con la clara intención de
clavar la aguja en el cuello de la joven.
Sin embargo, de la nada, un hombre apareció, interponiéndose en
la trayectoria de la jeringuilla, que quedó clavada en su brazo.
―¡Dios mío! ―exclamó Sasha, horrorizada.
―¡Márchate de aquí antes de que te mate, chaval! ―le exigió al
desesperado muchacho.
―No puedo irme sin antes clavarle a ella esta jeringuilla en el
cuello ―declaró, fuera de sí.
―Pero, ¿de qué estás hablando? ―se extrañó Draven, que le
tomó por los hombros para contenerle.
―Tengo que pincharla. ¡Tengo que hacerlo! ―chilló, fuera de
sus cabales.
Un movimiento a lo lejos hizo que Draven fijara la vista en una
despampanante rubia, que, sonriendo con coquetería, le lanzó un beso
antes de desaparecer.
Así que Myra estaba detrás de ese ataque. Sin duda, aquel
vulnerable chico estaba hechizado.
Posando dos dedos en el cuello del muchacho, ejerció la presión
necesaria para que su cuerpo se desplomara.
Sasha gritó.
―¡Madre mía! ―repetía una y otra vez―. ¡Madre mía!
―Tranquila ―le pidió, pero ella parecía no poder escucharle.
Tomó su rostro entre las manos para que centrara su vista en él y no en
el cuerpo que yacía en el suelo―. No está muerto, solo inconsciente.
Aquellas palabras sí que captaron su atención.
―¿No está muerto? ―repitió, parpadeando varias veces con
rapidez.
―No, no lo está.
Sasha asintió y respiró hondo, pero entonces se fijó en la
jeringuilla que aún permanecía clavada en el brazo masculino.
―Dios santo.
Alargó su mano para desclavársela, pero el guardián retiró el
brazo de inmediato, haciéndolo él mismo. No quería arriesgarse a que
pudiera contagiarse de lo que fuera que padeciera el dueño de dicha
aguja.
―Estoy bien, no te preocupes.
―¿Cómo no voy a preocuparme? Puede haberte infectado.
―Iré a hacerme una analítica, pero estoy convencido que eso de
que estaba enfermo solo era un farol ―mintió, pues estaba seguro al
cien por cien de que seguramente el muchacho tenía alguna
enfermedad grave y por eso mismo lo eligió Myra, aunque por suerte,
a él no le afectaba.
Los ojos de Sasha se alzaron hacia el rostro del cazador, que,
pese a ser de noche, llevaba gafas de sol y gorra, para que no pudiera
relacionarle con el hombre de sus retratos.
―Eres el guardaespaldas de Roxie ―se sorprendió al
reconocerle.
―Y tú eres su amiga, la que parece que siempre necesita que la
salven ―respondió, alzando una ceja.
―¿Estabas siguiéndome? ―Se cruzó de brazos.
―Lo cierto es que estaba en la exposición y cuando te vi tomar
esta dirección, fui tras de ti, y menos mal que lo hice. ¿No sabes que
esta zona no es segura para que vayas sola?
―Necesito atravesarla si quiero llegar a mi casa ―respondió
Sasha, encogiéndose de hombros.
―¿No podías coger un taxi?
―Poder podría, si es que me sobrara el dinero, pero, por
desgracia, mis pinturas me proporcionan el dinero justo para vivir al
día ―dijo, pese a que no tenía la obligación de darle explicaciones―.
De todos modos, muchas gracias por la ayuda.
Draven se limitó a asentir.
―¿Quieres que te acompañe al hospital?
―No hace falta. ―Se la quedó mirando a través de los cristales
oscuros de sus gafas―. ¿Te acompaño a casa?
―Tampoco hace falta.
―Entonces, supongo que será mejor que me marche. ―Se metió
las manos en los bolsillos de sus tejanos.
―Yo también ―contestó la joven artista―. Buenas noches.
―Buenas noches ―repitió, dándole la espalda y comenzando a
alejarse.
Sasha se lo quedó mirando. La forma ágil y masculina que tenía
de andar y como se movía aquella ancha espalda con cada uno de sus
movimientos la atraía como la luz a las mariposas.
Sus ojos, como si tuvieran vida propia, descendieron hacia su
duro y redondo trasero, que se veía increíblemente sexi enfundado en
aquellos vaqueros oscuros.
―Márchate ya, conejita, antes de que el lobo vuelva a despertar.
Sasha dio un respingo y, saliendo de su ensoñación, se apresuró a
acelerar el paso hasta llegar a su apartamento.

No recordaba cuando se volvió a dormir, pero en aquel momento


notó que se movía, a la vez que los vigorosos latidos de un corazón
resonaban bajo su oreja.
Poco a poco, fue abriendo los ojos, fijándolos en el rostro de
Elion que se encontraba a escasos centímetros del suyo, ya que la
llevaba en brazos.
―¿Qué haces? ―Se tensó al instante.
―Te llevo a la cama, estabas babeándonos el sofá ―bromeó,
sonriendo de forma traviesa.
―No es verdad. ―Le empujó en el pecho y se liberó de su
agarre.
El guardián rio.
―Está bien, no es verdad, solo quería que estuvieras más
cómoda.
Brunella le miró de reojo.
―Dime cual es mi cuarto y yo misma iré, no hace falta que me
lleves en brazos como si fuera una niña pequeña.
―Nuestra habitación, dirás ―apuntó él, enarcando una ceja―.
El vínculo, recuerdas.
Era cierto, no le quedaba más remedio que compartir cama con
ese hombre.
―No será la primera vez que me meto en la cama con un tío
despreciable ―repuso, para molestarle―. Aunque bien es cierto que
siempre me pasó estando borracha.
Elion soltó una carcajada.
―Debería sentirme insultado, pero ya soy demasiado viejo para
eso.
―Te recuerdo que te saco más de setecientos años ―se cruzó de
brazos, alzando una ceja.
―Es verdad, voy a tener que compartir cama con una anciana.
―Hizo una mueca de fastidio―. Una anciana rubia y buenorra
―finalizó con guasa, abriendo la puerta que tenían junto a ellos―. Tú
primero.
Brunella le miró con desconfianza antes de alzar el mentón y
entrar en la habitación. Estaba decorada con tanto estilo como el resto
del búnker y la estancia desprendía un aura de intimidad que la
incomodó.
Elion cerró la puerta tras él y el espacio pareció empequeñecerse.
Se acercó al armario de la habitación, que estaba lleno de
elegantes trajes de diseño.
Sonrió.
El demonio dueño de aquel búnker se caracterizaba por su gusto
por los trajes hechos a medida.
―Típico de Mauronte ―comentó para sí mismo―. No parece
que aquí haya nada de ropa para ti.
―No necesito demasiada ropa para estar aquí encerrada, ¿no
crees?
Elion se volvió hacia ella, pero se quedó paralizado cuando la vio
deshacerse de las deportivas y los calcetines, a la vez que se quitaba
los vaqueros. Sus largas y esbeltas piernas quedaron al descubierto,
haciendo que el guardián casi no pudiera contener su impulso de
acariciarlas.
―¡Eh! ―Chasqueó los dedos para llamar su atención―. No
estamos en el club, así que no puedes quedarte embobado mirándome
como solías hacer cuando ibas a verme bailar.
―¿Te dabas cuenta? ―preguntó divertido, alzando ambas cejas.
―¿Y tú te das cuenta de esto? ―Abrió la boca y puso gesto de
atolondrada.
El guardián soltó una carcajada.
―Está bien, ha sido una pregunta estúpida ―tras decir aquello,
se quitó la camiseta.
―¿Qué… qué haces?
―Ponerme cómodo para dormir, igual que tú ―respondió,
llevando sus manos a la cinturilla de los tejanos y comenzando a
desabrochárselos.
Los ojos de Ella siguieron aquellos movimientos, sintiendo como
comenzaba a acalorarse. Debía tener un serio problema mental cuando
deseaba de aquella forma al hombre que la tenía retenida en contra de
su voluntad y podía ser un cruel asesino. Estaba convencida de que era
porque no se desahogó después de inyectarse el vial con su
medicación.
Le dio la espalda y se metió en la cama, respirando hondo para
tratar de reducir los acelerados latidos de su corazón.
―¿Te encuentras bien? ―le preguntó Elion, solo vestido con su
bóxer negro, tumbándose junto a ella.
―¿Por qué no iba a estarlo? ―evadió contestar directamente,
mirando el techo con fijeza para no volver su mirada hacia ese hombre
que poseía el torso más espectacular que hubiera visto nunca.
―Puedo sentir tu respiración agitada.
―Y yo noto el deseo que tu cuerpo desprende hacia mí. ―Le
echó un vistazo de soslayo.
―¿Y supone algún problema para ti?
―Claro que lo supone, porque no confío en ninguno de vosotros
―repitió una vez más, tratando de convencerse a sí misma.
Si era cierto que Abe la estuvo engañando todos aquellos años,
cosa que aún no tenía del todo clara, no cometería el mismo error con
esos hombres. Necesitaba tener evidencias de que su versión era la
verdadera antes de lanzarse a la piscina y confiar ciegamente.
―En ese caso, será mejor que nos olvidemos de follar como
ambos deseamos y tratemos de dormir, ¿no? ―repuso Elion con la voz
ronca.
Podría haber negado su deseo hacia él, pero sabía que no tenía
sentido hacerlo, pues ambos poseían la capacidad de percibir cuando
alguien mentía.
¿Quería follarse a ese guardián? Lo cierto es que sí. Cada fibra
de su ser clamaba por subirse sobre él y montarlo hasta que se
quedaran exhaustos.
Por el contrario, cerró los ojos y se obligó a sí misma a quedarse
dormida.
Capítulo 11

Nikolai iba en el jet privado y se sentía nervioso al pensar en volver a ver a


su querida hermana pequeña.
Necesitaba abrazarla. De hecho, lo necesitó cada día desde que
se convirtió en guardián. La había echado mucho de menos y saber que
estaba a pocos minutos de tenerla enfrente hacía que le costara
respirar.
Keyla, percibiendo su nerviosismo, le tomó de la mano
apretándola levemente.
―Todo va a ir bien ―le susurró con voz dulce.
Se volvió hacia ella con una sonrisa en los labios. La verdad es
que no podía dejar de hacerlo cuando tenía a su pareja de vida cerca.
―Si tú estás conmigo, nada puede salir mal ―respondió, justo
antes de inclinarse sobre su mujer para besarla.
Keyla subió los brazos para ponerlos alrededor de su cuello, a la
vez que se sentaba sobre su regazo.
Besar a su esposa hizo que Nikolai se relajara, pues cuando la
tenía entre sus brazos, solo podía pensar en tocarla y amarla como ella
se merecía.
―Te amo ―susurró el guardián contra sus labios.
―Yo también te amo, Nik.
―Y yo os quiero muchísimo a los dos, aunque no llego al punto
de amaros, la verdad ―ironizó Varcan, que sonreía de modo guasón―.
Sin embargo, reconozco que me ha gustado poder observar vuestro
toqueteo. Me estabais poniendo cachondo ―dijo, arrugando la nariz y
guiñándoles un ojo.
Keyla, sonrojándose, se bajó de encima de las piernas de su
esposo.
―No sé cómo se me ha ocurrido dejarte acompañarnos ―se
lamentó Nikolai, fulminándole con la mirada―. Ya me estoy
arrepintiendo y apenas llevamos unas horas juntos.
―Vamos, bror, ¿y quién os protegería si no?
El guardián puso los ojos en blanco.
―Además, Max necesitaba un descanso de mí ―repuso de
nuevo, encogiéndose de hombros, sin perder la sonrisa―. Y no puedo
culparla, yo también me tomaría un descanso de mí mismo si pudiera.
―No es cierto ―negó la doctora―. Max está tan loca por ti
como tú por ella.
―Lo sé, solo quería oírtelo decir. ―Subió y bajó ambas cejas―.
Sabía que no podrías resistirte a tratar de consolarme.
Keyla no pudo evitar soltar una risita.
―Eres idiota.
―Pero mis dotes como amante lo compensan de sobra ―le
aseguró―. ¿Quieres comprobarlo?
―Deja de hacer el capullo ―le pidió su hermano.
Varcan se acercó más a él, bajando el tono de voz.
―Lo comprendo, no quieres que se percate de tus carencias.
―Le guiñó un ojo de forma exagerada a la vez que le palmeaba la
espalda con camaradería―. Captado, nada de satisfacer a tu doctorcita
bombón.
Nikolai soltó un gruñido por lo bajo y su hermano alzó las manos
en el aire, recostándose de nuevo en su asiento.
―Está bien, me he pasado. Ya paro ―dijo, mirando por la
ventana―. He de reconocer que tengo ganas de conocer a esa hermana
tuya, bror. Siempre he sentido debilidad por las mujeres que saben
agarrarse bien a una buena barra… de baile, claro ―finalizó, de forma
sardónica, haciendo alusión a su trabajo como stripper y ganándose
que Nikolai le fulminase con sus claros ojos grises.

Brunella se desperezó, aún con los ojos cerrados, y fue entonces


cuando percibió el calor de otro cuerpo junto al suyo.
Como jamás dormía con nadie y sin saber dónde estaba en aquel
momento, se abalanzó, colocándose a horcajadas encima de él y
apretando su antebrazo contra el cuello masculino, con fuerza.
―Esta es tu forma de darme los buenos días ―repuso Elion con
la voz entrecortada a causa de la presión que el brazo de Ella ejercía
sobre su garganta.
Cuando fijó su vista en el atractivo y sonriente rostro del
guardián, recordó donde se encontraba y cuál era su situación.
―Por un momento me olvidé de tu existencia ―ironizó,
poniendo los ojos en blanco e incorporándose, dejando que la
respiración de Elion volviera a la normalidad.
El hombre se la quedó mirando. Todavía tenía los ojos algo
hinchados por el sueño y su larga melena rubia caía un tanto
alborotada sobre uno de sus hombros, y, aun así, estaba
arrebatadoramente hermosa. Casi parecía salida de un anuncio de
televisión.
―No suelo decir que no a cumplir ninguna fantasía femenina, así
que si lo tuyo es el sexo duro… ―Posó sus manos en las caderas
femeninas, con guasa.
―Ni lo sueñes ―espetó, apartando las manos de un manotazo y
quitándose de encima de él.
Se sentó dándole la espalda y suspiró.
―¿Qué te ha pasado para que estés siempre a la defensiva? ―le
preguntó Elion, incorporándose y recogiéndose el pelo en su perpetuo
moño.
Brunella le miró por encima del hombro.
―Por lo pronto, que un par de idiotas me han secuestrado.
El highlander se echó a reír y se puso en pie.
Los ojos de Ella recorrieron aquel torso perfectamente esculpido
y observó cómo se enfundaba unos pantalones grises claros de
chándal, que reposaban en sus caderas, peligrosamente bajos, dejando
sus oblicuos al descubierto.
¿Cómo era posible que unos simples oblicuos la pusieran tanto?
Podía percibir que el guardián también la deseaba, del mismo
modo en que ella sentía deseos de tirárselo, y no hubiera tenido
problema en hacerlo, si no fuera porque aún no confiaba en él ni en lo
que le explicó acerca de Abe.
La puerta del cuarto se abrió de sopetón y un desconocido rubio
irrumpió en la habitación, clavando sus ojos grises claros, tan
parecidos a los suyos, sobre ella.
Brunella se puso en pie de golpe, manteniéndose en guardia,
pues le reconoció como a su supuesto hermano perdido, al cual no
recordaba.
El hombre, que aún permanecía parado bajo el marco de la
puerta, respiró hondo y dio un paso al frente. Entonces olisqueó el
ambiente y su mirada se dirigió hacia Elion, que permanecía sonriente.
Soltando un gruñido, se aproximó a él y le asestó un puñetazo
que le arrojó al suelo, ya que no esperaba aquel repentino ataque que le
pilló con la guardia baja.
―¿Qué mierda has hecho con mi hermana? ―inquirió,
agarrándolo por la pechera y poniéndolo en pie de golpe,
estampándolo contra la pared.
―Secuestrarla, como habíamos quedado ―repuso irónico―.
¿Acaso te has golpeado la cabeza y has perdido la memoria, bror? ¿Es
algo de familia? ―aludió a la falta de recuerdos de la bailarina.
―No me refiero a eso ―dijo entre dientes―. Podría oler tu
excitación a leguas y te juro que si le has tocado un solo pelo…
―¿De qué coño vas? ―le interrumpió Ella, empujándole y
haciendo que soltara a Elion―. ¿Quién te has creído que eres para
decirle a alguien si puede tocarme o no? Llevo muchos años
cuidándome sola, no necesito ningún protector.
―Brunie ―repuso Nikolai tratando de acercársele, pero Ella dio
un par de pasos atrás, manteniendo la distancia que existía entre
ellos―. No quería meterme en tu vida, pero debes entender que para
mí sigues siendo mi hermana pequeña, aquella a la que siempre protegí
y cuidé.
Brunella estudió su rostro, percibiendo las similitudes que tenía
con el suyo, pero sin poder recordarle de todos modos. Para ella no era
más que un desconocido que afirmaba haber sido su hermano en un
tiempo muy lejano.
―Pues lo siento, pero para mí sigues siendo una persona a la que
no conozco y a la que no le permito interferir en mi vida privada.
Pudo ver como en los ojos de Nikolai se reflejó la decepción,
pese a que asintió, respetando su decisión.
―Así que esta es tu sexi hermanita, bror ―soltó otro hombre,
con una cicatriz que marcaba su rostro. Se le acercó con una sonrisa
sarcástica y alargó una de sus manos hacia ella―. Mi nombre es
Varcan, y aunque sé que estás fantaseando con arrancarme la ropa,
siento decirte que estoy casado, y mi mujer es una auténtica bestia, en
el sentido más literal de la palabra, así que no te aconsejo cabrearla
―tras decir aquello, le guiñó un ojo, haciendo que tanto Elion como
Nikolai gruñeran por lo bajo.
Capítulo 12

Brunella salió de aquella habitación que parecía asfixiarla y a Elion no le


quedó más remedio que seguirla.
Vio con total claridad en los ojos del hombre que decía ser su
hermano, que le dolieron sus palabras, y sin saber exactamente por
qué, aquello la hizo sentirse increíblemente mal.
No debería importarle cómo se sintiera, porque para ella no era
nadie, sin embargo, fue inevitable.
―Espera un momento. ―Elion la tomó del brazo y la detuvo―.
¿Estás bien?
―De maravilla ―respondió de forma seca, soltándose de su
agarre de un tirón.
―Entonces, ¿por qué huyes? ―le preguntó, cruzándose de
brazos.
―Yo no huyo de nada ―negó, poniéndose a la defensiva.
El guardián enarcó una ceja, haciéndole saber que no se creía ni
una sola palabra.
―He dicho que no huyo, ¡¿vale?! ―exclamó vehemente.
Elion alzó las manos en el aire y puso los ojos en blanco.
―Está bien, haré como que te creo.
Brunella bufó.
―¿Por qué no dejas de ser tan plasta?
―Digamos que es uno de mis encantos ―bromeó―. Por cierto,
¿lo has reconocido? ―La joven le miró interrogante―. A tu hermano.
Aquella simple mención la hacía sentir incómoda.
―Para mí sigue siendo un completo desconocido.
―Es una pena, hubiera sido más sencillo si tu memoria hubiera
vuelto al verle de nuevo. ―Se encogió de hombros―. En fin. Necesito
comprobar si tienes algún transmisor o no podremos salir de este
búnker.
―Ya te lo digo yo ―le respondió con seguridad―. No llevo
nada.
―Si no me dejas examinarte, permaneceremos aquí para
siempre. Tú decides.
Ambos se mantuvieron la mirada, a la espera de que el otro se
rindiera. Al final, fue Ella la que suspiró, harta de aquel encierro.
―De acuerdo, comprueba lo que te dé la gana, pero ya te digo de
antemano que no encontrarás nada.
―Entonces, volvamos al cuarto, allí es donde tengo todo el
material necesario para ello.
Brunella cambió el peso de un pie al otro, insegura.
―Si te preocupa volver a encontrarte con Nikolai, no te
inquietes, acabo de oírle salir fuera del búnker.
―Entonces haz lo que tengas que hacer de una maldita vez
―repuso, dirigiéndose de nuevo a la habitación.
Elion la siguió, sin poder evitar fijarse en cómo se le iba
levantando la parte trasera de su camiseta a cada paso que daba,
mostrando un atisbo de su espectacular y redondo trasero.
Podía asegurar que ninguna otra mujer en toda su vida le había
excitado tanto como aquella rubia de piernas kilométricas.
Una vez dentro de la estancia, Ella se volvió hacia él con los
brazos en jarras, y clavó los claros ojos sobre los azules del guardián.
―Vamos, no me hagas perder el tiempo.
―Está bien, doña impaciente ―respondió, rebuscando en la
bolsa donde tenía todo lo necesario para examinarla.
Se le aproximó con el detector en la mano y, sin dejar de mirarla
a los ojos de modo provocador, se fue acuclillando.
―¿Qué estás haciendo? ―indagó, dando un par de pasos atrás.
―Voy a mirar si tienes algún trasmisor, ya lo sabes ―contestó
con voz ronca.
―¿Y dónde crees que me lo han podido poner? ―repuso con
desconfianza.
―En cualquier parte de tu cuerpo ―se encogió de hombros.
―Cómo te pases un solo pelo…
―Tranquila, que no tengo ni que tocarte ―la interrumpió,
alzando la mano para mostrarle el detector.
Brunella asintió.
―Está bien.
Elion comenzó a pasar aquel aparato por uno de los pies de la
joven, subiéndolo lentamente por su pantorrilla. Tener sus piernas tan
cerca le hacía sentir unas ganas casi incontrolables de acariciarlas y
comprobar si su piel era tan suave como imaginaba.
Al llegar a su muslo tragó saliva, pues notó como el corazón de
Ella se aceleró, del mismo modo que el suyo propio.
―Abre las piernas.
―¿De qué vas? ―Se ofendió Ella.
Elion sonrió de medio lado.
―No seas mal pensada, encanto, solo es para… pasar mi aparato
entre ellas ―repuso de forma guasona―. Vaya, la verdad es que ha
sonado fatal.
La joven puso los ojos en blanco y, alzando una ceja, hizo lo que
le pedía.
―¿Contento?
«Por desgracia, más de lo que debería», pensó para sus adentros,
notando como una dolorosa erección se apretaba contra su bóxer.
Sin responder, procedió a pasar el detector por la parte interna de
su muslo izquierdo y al hacer lo mismo por el derecho, comenzó a
sonar.
―¿Por qué pita? ―preguntó Ella, frunciendo el ceño.
―Porque hemos dado con el transmisor.
―Imposible ―negó, sin querer creérselo―. No puede ser, ese
cacharro debe estar estropeado.
―Comprobémoslo ―señaló la zona que marcó el detector―.
¿Me permites?
Brunella alzó el mentón y asintió con todo el cuerpo en tensión.
Elion alargó su mano y con sus largos dedos toco la zona del
interior del muslo de aquella mujer que tenía la piel más suave que
hubiera acariciado jamás, justo como él pensaba que sería.
Ejerciendo un poco de presión, trató de hallar el transmisor, a la
vez que oyó como Ella respiraba hondo. Sabía que aquel contacto le
estaba afectando tanto como a él, podía percibirlo en su piel erizada y
en cómo se aceleró su respiración.
Entonces, notó un objeto pequeño y cuadrado, insertado en esa
zona.
―¡Bingo! ―exclamó.
―¿Qué ocurre?
―Dame tu mano ―le pidió, y ella accedió al instante.
Elion hizo que llevara sus dedos a la zona donde él notó el
transmisor, para que ella lo sintiera también. Sin embargo, aquella
posición era tan íntima que ambos contuvieron la respiración y se
miraron a los ojos.
―¿Te das cuenta…? ―el guardián carraspeó, pues notaba la
garganta seca―. ¿Te das cuenta de que te han estado mintiendo todo
este tiempo?
Brunella se limitó a mirarlo en silencio, pues aún no estaba
preparada para reconocer que la única persona que en los últimos años
se mostró amigable con ella, aun sabiendo su verdadero ser, no hubiera
sido más que un farsante que la estuvo utilizando.
Unos leves golpes en la puerta hicieron que ambos se volvieran
para contemplar a Keyla, que sonrió levemente.
―¿Interrumpo algo? ―les preguntó, al verles en aquella
comprometida situación.
―No, no, claro que no ―se apresuró a responder Elion,
poniéndose en pie de golpe y tratando de cubrir su miembro erguido
con el detector―. No es lo que parece, Key, tan solo he encontrado un
localizador en la parte interna del muslo, que le debieron implantar en
alguno de sus viajes. Hay que quitárselo cuanto antes.
Brunella frunció el ceño al percibir que el guardián trataba de
dejar claro que entre ellos no existía nada, además de notar que se puso
un tanto nervioso. ¿Acaso aquella bonita mujer le gustaba?
No supo exactamente por qué, pero esa idea la molestó.
―¿Puedo ayudar? ―se ofreció Keyla.
Elion asintió.
―Adelante ―la invitó a pasar, haciéndose a un lado.
La joven avanzó hacia ella, con calma. Brunella alzó el mentón,
poniéndose a la defensiva.
―Mi nombre es Keyla, y soy la mujer de tu… ―se
interrumpió―. De Nikolai ―finalizó, alargando su mano hacia Ella a
modo de saludo.
Esta se la quedó mirando unos segundos, antes de estrechársela.
―Soy Ella ―respondió de forma escueta.
―¿Me dejarías que te quitara el transmisor? Prometo no hacerte
daño. ―Notó como Brunella desviaba la mirada hacia Elion y volvía a
posarla en ella con desconfianza―. Soy doctora, así que sé lo que
hago.
¿Así que aquella bonita joven era doctora? Jamás lo hubiera
dicho.
―Está bien. ―Le soltó la mano―. Acabemos con esto cuanto
antes.
―Túmbate en la cama, por favor ―le pidió Keyla― Elion, trae
un par de toallas.
―Enseguida ―repuso solícito, rebuscándolas en el armario que
tenía a sus espaldas, pues tampoco podía alejarse más a consecuencia
del hechizo de unión.
―Lo tienes comiendo en tu mano ―repuso Ella por lo bajo.
La doctora se acercó a la cama y sonrió con dulzura.
―Somos buenos amigos ―respondió, mirando de reojo hacia el
aludido.
«Sí, claro, ahora se le llama así», pensó la bailarina.
―Imagino que estarás confundida, todo esto es nuevo para ti y te
han mentido demasiado. Créeme, sé lo que es eso.
Brunella entrecerró los ojos.
―¿A qué te refieres?
La mirada azul grisácea de Keyla pareció ensombrecerse.
―Abe era mi padre.
Los ojos de Ella se abrieron de par en par.
―¿Era tu padre y de todos modos estás aquí con ellos? ―No
podía creérselo―. ¿Con sus asesinos?
Oyó suspirar a Elion y vio a la doctora negar con la cabeza.
―Ellos no son sus asesinos. ―Desvió la mirada, como si le
avergonzara las palabras que estaba a punto de pronunciar―. Yo le
maté.
Brunella se incorporó de golpe, sin acabar de creerse lo que
acababa de oír.
―¿Tú lo mataste?
¿Aquella mujer con cara de ángel y actitud dulce era la asesina
de Abe? No podía ser cierto.
―No hubo otra forma, mi padre quería acabar con mi vida. Con
la vida de todos ―contestó con la voz temblorosa.
―Madre mía, estás tan loca como ellos ―pretendió alejarse,
pero Keyla la tomó por el brazo con suavidad, deteniéndola.
―No es cierto, mi padre era el que perdió la razón ―le aseguró,
con una lágrima corriendo por su mejilla―. Le vi matar a mi hermana
en un altar de sacrificio sin el menor remordimiento. Le hubiera dado
igual a quien matar si con ello conseguía su objetivo, que era situar a
los brujos por encima de los humanos. Porque sí, era un brujo y yo
también lo soy.
Brunella parpadeó varias veces, asimilando la información que la
doctora acababa de proporcionarle. Le costaba creerla, sin embargo, en
sus ojos veía que estaba siendo sincera. ¿Debía fiarse de ella?
―¿Todo bien? ―preguntó Elion, acercándose más a las mujeres,
con las toallas en la mano.
Keyla espero a que fuera Ella la que contestara.
―Todo bien ―afirmó al fin, volviendo a tumbarse.
La joven doctora sonrió y, rebuscando en su bolso, sacó un
neceser del que extrajo un bisturí.
―Lo siento, pero no he traído anestesia ―se lamentó.
―Pues qué bien ―murmuró Ella, mirando al techo.
Keyla colocó las toallas bajo su pierna, para no manchar las
sábanas de sangre, y se puso unos guantes antes de posar una de sus
manos sobre la zona donde le acababa de indicar Elion que encontró el
transmisor.
Hizo un pequeño corte en la carne de la joven y Ella siseó,
apretando los dientes a causa del dolor que sintió.
―¿Estás bien? ―le preguntó el guardián escocés, colocándose
junto a ella y mirándola con preocupación.
―De maravilla ―ironizó entre dientes, notando como la doctora
hurgaba con unas pinzas en su interior, extrayendo el pequeño
transmisor.
Su herida comenzó a curarse con rapidez, del mismo modo en
que les ocurría a los guardianes.
―Su cuerpo reacciona igual que el vuestro, es impresionante
―observó Keyla, fascinada.
―Y también posee una fuerza similar a la nuestra ―corroboró
Elion.
―Genial, ¿eso significa que formo parte de vuestra chupi pandi?
―repuso Ella de forma sarcástica, levantándose de la cama.
La joven doctora soltó una risita, divertida con su comentario.
―Por lo que puedes comprobar, Key, también posee nuestro
encanto y desparpajo ―se mofó el guardián, ganándose que la
bailarina alzara su dedo corazón hacia él, haciéndole una peineta.
―Os dejaré a solas, por si queréis cambiaros de ropa ―apunto
Keyla, pues ambos aún vestían con lo poco que usaron para dormir.
―Es buena idea ―afirmó Elion. Cogió el transmisor que
sostenía la doctora y, arrojándolo al suelo, lo pisó con fuerza para
destrozarlo.
Antes de salir del cuarto, la doctora tomó una de las manos de
Ella.
―Me alegra que te hayamos encontrado. No sé cómo o por qué
estás aquí, pero Nikolai te ha echado mucho de menos todos estos
años. Él te quiere muchísimo. ―Se puso de puntillas y depositó un
beso sobre la mejilla de su cuñada―. Eres parte de nuestra familia, así
que no estás sola ―le susurró en el oído antes de marcharse, cerrando
la puerta tras ella.
Brunella se quedó petrificada. Las palabras de aquella joven
acababan de dejarla fuera de juego, puesto que sonaron sinceras e
impregnadas de un cariño verdadero hacia ella.
―Ya veo por qué te gusta tanto.
Elion la miró con una ceja alzada y se cruzó de brazos.
―Es la mujer de mi hermano ―repuso―. Mejor dicho, de
nuestro hermano.
―Eso no significa nada.
―Para mí lo significa todo ―le aseguró el guardián, plantándose
delante de ella―. Yo soy leal, encanto, y aunque no puedo negar que
en el pasado me sentí atraído por Key, ahora no es más que una buena
amiga. Mi mejor amiga.
Brunella sonrió con condescendencia.
―¿Me quieres hacer creer que existe la amistad entre hombres y
mujeres? Porque los hombres que he conocido durante toda mi vida
solo piensan en una cosa cuando ven a una mujer atractiva, y es en
follársela.
Elion se acercó más a ella, haciendo que sintiese el calor de su
torso desnudo. Al percibir que Ella no se retiraba, rozó con su nariz el
cuello femenino, notando la sangre correr por su arteria, haciendo que
sintiera ganas de alimentarse de ella.
Se aproximó más al lóbulo de su oreja, haciendo que su piel se
erizase al sentir la caricia de su cálido aliento, y le susurró al oído:
―Eso es porque no has conocido a hombres de verdad, encanto.
Capítulo 13

Se cambió de ropa, poniéndose unos shorts tejanos y una camiseta roja que
Keyla le prestó.
Aunque a Ella le hubiera gustado darse una ducha, pero se negó a
compartirla con Elion, y dado que no tenían otra opción puesto que
estaban unidos por el hechizo, prefirió asearse como pudo y vestirse de
nuevo.
Entraron en el salón, donde Thorne, Varcan y Nikolai les
esperaban.
―Ya era hora, joder ―refunfuñó el vikingo, plantándose delante
de Ella con su enorme envergadura y aquel profundo ceño fruncido―.
¿Por qué coño habéis tardado tanto?
―Que te jodan ―le soltó la joven, mirándolo a los ojos sin una
pizca de temor―. No tengo que darte explicaciones. ―Se volvió hacia
Elion para preguntarle―: ¿Este tío es siempre tan tocapelotas?
La sonora carcajada de Varcan hizo que todos se volvieran hacia
él.
―He visto cagarse en los pantalones a hombres hechos y
derechos cuando aquí, el grandullón de mi hermano, les mira de este
modo. ―Se puso en pie para acercarse a la preciosa joven―. Pero tú,
piernas, te plantas ante él y le sueltas una fresca. Qué interesante.
―Sonrió de medio lado y alzó una ceja, admirado.
Brunella, sin impresionarse lo más mínimo, puso los ojos en
blanco, tomando asiento en el sillón donde antes estuvo el guardián de
la cicatriz.
―Guarda tus trucos de ligón barato para otra que los aprecie más
que yo ―repuso, cruzando una pierna por encima de la otra.
Varcan volvió a reír y Elion tampoco pudo contenerse.
―Desde luego, tu hermana es mucho más divertida que tú, bror
―le dijo a Nikolai, que le fulminó con la mirada.
―Brunie, hermana… ―trató de aproximársele, pero Ella alzó
una mano, deteniendo su avance.
―No te acerques más ―le pidió―. Aún no recuerdo nada de ti y
me incomoda que me mires de ese modo.
―¿De qué modo? ―le preguntó, quedándose donde estaba como
le pidió.
―Esperando algo de mí que no puedo darte.
―Lo único que espero de ti es que algún día quieras abrazarme
del mismo modo que cuando éramos mortales ―murmuró con tristeza.
Brunella respiró hondo, sin apartar sus ojos de los de su
hermano.
―Como acabo de decirte, algo que no puedo darte.
Nikolai asintió lentamente y Elion colocó una mano sobre su
hombro.
―Dale tiempo, bror, aún está tratando de asimilar todo lo que
acaba de descubrir. Es difícil para ella.
―Vaya, el caballero andante Elion ha llegado en tu rescate, lady
pole dance ―apuntó Varcan divertido―. ¿Qué hay entre vosotros?
Anda, desembucha, casanova.
―No hay nada ―respondió, encogiéndose de hombros y
desviando su mirada hacia Ella.
―A excepción de que soy vuestra prisionera y estoy encadenada
a él por un maldito hechizo que no me permite tener ninguna
intimidad, no hay nada más entre nosotros.
―Habéis sonado muy convincentes, sí señor ―ironizó
Varcan―. ¿Qué opinas tú, Nikolai?
El aludido se limitó a lanzarle una mirada asesina, que hizo reír
de nuevo al guardián de la cicatriz.
A Nikolai no le gustaba imaginarse a la que él todavía recordaba
como su virginal hermanita, intimando de cualquier manera con Elion,
ni con ningún otro hombre.
¿Era una estupidez? Seguramente sí, pues no era tan ingenuo
como para creerse que Brunella no hubiera estado con nadie de manera
íntima en todos aquellos años que permanecieron separados, sin
embargo, era incapaz de controlar su malestar.
―¿Por qué no vamos a lo que nos importa? ―sugirió Elion,
sentándose en el brazo del sillón donde estaba Ella.
Varcan y Nikolai también tomaron asiento en el sofá que estaba
frente a ellos, mientras que Thorne se mantuvo de pie, con los brazos
cruzados sobre su amplio pecho y sus oscuros ojos verdes clavados en
Brunella.
Keyla entró en aquellos momentos en el salón, y se acomodó
sobre las piernas de su esposo, a la vez que sonreía a su cuñada con
complicidad, para que entendiera que tenía una aliada en ella.
―Imagino que Elion y Thorne te han explicado para que están
utilizando tu sangre, ¿cierto? ―su hermano fue el primero en romper
el hielo.
―Me han dicho algo, pero no acabo de creerme todo lo que me
cuentan ―dijo con sinceridad.
―Tiene la idea de que Abe era su jodido salvador ―refunfuñó el
vikingo, alejándose malhumorado, para servirse un vaso de whisky.
―Es comprensible, pues es lo que ella ha vivido ―la justificó
Keyla―. Pero te aseguro, Brunella, que todo lo que te hemos dicho es
cierto.
―¿Por qué os empeñáis en llamarme Brunella? ―se quejó Ella,
que ya estaba harta de que la llamaran de ese modo.
Todos se miraron entre sí, sin embargo, fue  Nikolai el que
respondió:
―Es tu nombre.
Sí, aquello ya se lo habían dicho, pero ella no se sentía
representada con él.
―Cuando desperté sin memoria en medio de un bosque, y con
un charco de sangre bajo mi cabeza, una joven pelirroja me llamó Ella,
y así es como he creído que me llamaba durante todos estos años ―le
explicó.
―Mila ―murmuró su hermano, y su cara se demudó por la ira
contenida.
―¿La conocías? ―inquirió Ella, interesada en saber su
respuesta.
El guardián ruso asintió.
―Era… ―le costaba hablar de ella, pues aún le dolía su
traición―. Fue mi prometida y la que nos entregó a nuestro padre, el
cual mató a nuestras madres, al hombre que nos cuidó como si fuera
nuestro abuelo y a nosotros mismos ―dijo al fin.
Brunella asimiló toda la información que le acababa de
proporcionar, y que, por supuesto, para ella era nueva.
―Suponiendo que sea verdad lo que dices ―repuso con
cautela―. ¿Debo creer que nuestro padre fue la persona que nos mató?
―Ese hombre era un monstruo despiadado, no se le podía
considerar una persona ―afirmó Nikolai entre dientes, demostrando
que hablar de él aún le afectaba, pues le traía recuerdos muy dolorosos
a la mente. Esos mismos que su hermana había olvidado y quizá, en
ese sentido, fuera lo mejor.
―Dado que no recuerdo nada de mi pasado, confiaré en tu
palabra. ―Se encogió de hombros, no sabiendo qué más decir, ya que
percibía el dolor en el fondo de aquellos ojos grises.
―Ella ―intervino Keyla, captando su atención―. Si me lo
permitieras, me gustaría que me dejaras analizar tu sangre.
―¿Mi sangre?
―Sí, tu sangre, piernas ―terció Varcan, sonriendo de medio
lado―. La misma que nos ha traído de cabeza durante los últimos
meses.
―Cómo te dije, esos seres que nos atacaron en la gasolinera
fueron creados con ella ―apuntó Elion.
―Si me dejaras que te extrajera un poco, podría investigar y
tratar de encontrar algún antídoto para la mordedura de los Groms, que
son como se llaman esos seres, dado que sus dientes tienen un veneno
que afecta a los guardianes y no permite que sus mordeduras se curen.
Brunella se removió incómoda en el asiento.
―No sé, yo no…
―¡Joder! Atémosla y hagamos lo que debamos de una puta vez
―bramó Thorne, perdiendo la paciencia―. Estoy hasta los cojones de
tener que lidiar con esta desquiciante mujer.
―¡Que te jodan! ―contraatacó Ella, poniéndose en pie de un
salto.
―Bror, te recuerdo que estás hablando de mi hermana ―señaló
Nikolai, con el semblante serio.
―Pues tu hermanita es más terca que una mula.
―¡Ja! ―exclamó sarcástica―. Mira quién fue a hablar.
En ese momento, Ella sintió otro mareo que la hizo tambalearse.
Elion, apresurándose a tomarla por los hombros, la sujetó contra su
pecho.
El resto de los presentes también se pusieron en pie.
―¿Estás bien? ―le preguntó el highlander.
―Sí, solo me noto algo débil ―respondió, mirándole a los
ojos―. Imagino que tantas emociones han acelerado mi metabolismo,
haciendo que necesite alimentarme antes de tiempo.
El guardián escocés asintió.
―Debemos llevarla a alimentarse ―les dijo a sus hermanos, aún
sin soltarla.
―Es peligroso ―expuso Nikolai, fijándose en el modo en que su
hermana se apoyaba sobre Elion, con más confianza de la que debiera.
Keyla, percibiendo que se tensaba, le tomó de la mano.
―De todos modos, no vamos a dejarla morir de hambre,
¿verdad? ―le preguntó a su esposo, sonriéndole con ternura.
―No, por supuesto que no ―respondió este, acariciando su
pálida mejilla con los nudillos de forma cariñosa.
―Está bien, decidido ―afirmó Varcan, con aquella sonrisa
descarada que tan bien sabía esbozar―. Vayámonos de caza, piernas.
Capítulo 14

Varcan, Thorne y Elion fueron los elegidos para acompañar a Ella a


alimentarse.
Keyla, percibiendo lo mucho que afectaba a su marido pensar en
su hermana como una mujer adulta, con una vida sexual activa, le
aconsejó que ambos se quedaran en casa, pues sabiendo que al beber
sangre los guardianes se sentían muy excitados, era más que probable
que a Brunella le pasara lo mismo, y no veía a Nikolai capacitado para
ser espectador de aquello.
―¿Así que bailabas en un club de striptease? ―preguntó el
guardián de la cicatriz, cuando entraron a la discoteca donde pensaban
encontrar a sus alimentadores.
―Si estás pensando en pedirme un pase privado, ve olvidándote
—repuso, mirando alrededor.
Varcan soltó una carcajada.
―Sin duda vas a encajar de maravilla con Roxie y con Max.
Brunella le miró con una ceja alzada.
―¿Quiénes son esos dos?
―«Esas» dos ―la corrigió―. Roxie es la mujer de nuestro líder,
el primer guardián creado por la Diosa Astrid, mientras que Max es mi
esposa ―le guiñó un ojo.
―¿Estás casado? ―le preguntó asombrada.
―¿Por qué te asombra tanto, piernas?
―No tienes pinta de comprometerte. ―Se encogió de hombros.
―Dejaos de tanta charla y elije a alguien de quién alimentarte de
una puta vez ―gruñó Thorne, bebiéndose de un trago la copa que
acababa de pedirse.
―Eres el tío más gilipollas con el que he tenido la desgracia de
cruzarme.
El vikingo gruñó.
―Ocupaos de ella, yo no la aguanto más ―soltó, antes de
alejarse a grandes zancadas.
―¿Puedes tratar de no insultarle a cada momento? ―inquirió
Elion, con los ojos en blanco.
―¿Es culpa mía? ―Se volvió hacia él, indignada, colocándose
en jarras―. Te recuerdo que es tu hermano el que se empeña en
hablarme mal y atosigarme a cada instante.
―Es su forma de ser, no es nada personal ―se encogió de
hombros.
―Eso no es una excusa. ―Respiró hondo―. Además, no estoy
convencida de que sea buena idea alimentarme de nadie. No sé si voy
a poder contenerme.
―Lo harás, yo te ayudaré ―le aseguró.
Brunella lo miró a los ojos y quiso estar tan convencida como él
de que aquello saldría bien.
―También quiero recordaros que estáis unidos por el hechizo de
culo sexi, así que la persona que elijáis deberá estar de acuerdo en
marcharse con vosotros dos ―puntualizó Varcan.
Elion y Ella se miraron entre sí. Por un momento se olvidaron de
dicha unión.
―Será mejor volver al búnker ―propuso la joven.
―No, estas débil y necesitas sangre ―aseveró el guardián
escocés―. Diremos que somos una pareja abierta en busca de una
tercera persona para divertirnos.
―Mmmm, suena bien ―se relamió Varcan.
―Así me aseguraré de que todo salga bien ―continuó
diciéndole a Brunella, mientras ignoraba a su hermano―. Te enseñaré
a alimentarte y a saber parar, confía en mí.
Quizá no debería hacerlo, pero la verdad es que confiaba en
aquel hombre que la miraba con una sonrisa tan atrayente que tuvo que
contener las ganas de besarlo.
―De acuerdo.
―Bien hecho, bror, pareces un encantador de serpientes
―bromeó el guardián de la cicatriz.
―¡Cállate! ―exclamaron los dos al unísono.
Varcan alzó las manos en el aire.
―Está bien, tortolitos. ―Cogió su copa y les guiñó un ojo―. Ya
os dejo solos.
Elion puso los ojos en blanco, mientras que Ella bufaba.
―Vayamos a la pista de baile para buscar a nuestra elegida ―la
tomó de la mano, arrastrándola tras él.
―¿Elegida? ―preguntó la joven, con una ceja alzada―. ¿Y por
qué no un hombre?
―No son mi tipo, encanto, lo siento. ―La miró por encima del
hombro, sonriendo de medio lado.
―En fin, me da igual, solo quiero alimentarme y largarme de
aquí cuanto antes.
―Bailemos ―le ofreció Elion, tomándola por la cintura y
moviéndose al son de la música.
Brunella apoyó las manos en sus hombros y le miró a los ojos
con una ceja enarcada.
―¿Esto es una especie de juego de seducción?
―No, encanto, aunque me gustaría tener tiempo para seducirte
―le respondió, sonriendo ampliamente―. Esto solo es una forma de
comprobar qué mujer en esta discoteca se siente atraída por nosotros
dos.
―Ya veo. ―Miró más allá del guardián y observó a una preciosa
joven que le dedicó una sonrisa―. Creo que podemos tener candidata.
Elion giró con ella aún entre los brazos para poder ver a quién se
refería Ella. La mujer en cuestión era morena y atractiva, y poseía un
bonito y curvilíneo cuerpo.
―Mmmm, tienes buen gusto ―la alabó―. Acerquémonos a ella.
Se aproximaron a la barra donde la desconocida se encontraba y
pidieron un par de copas. El guardián apoyó uno de sus codos sobre la
maciza madera y miró a la morena con una sonrisa seductora.
―¿Te apetece tomar algo con nosotros?
La mujer desvió sus ojos hacia Brunella, queriendo saber cuál era
su reacción a aquella invitación.
―Soy Ella, encantada ―la saludó, alargando su mano hacia ella.
―Ashley ―respondió, tomando la mano que le ofrecía y
dedicándole una caída de ojos coqueta.
Estaba claro que aquella mujer se sentía atraída por Brunella,
cosa que les venía muy bien para que esta pudiera alimentarse de ella.
―Y yo soy Elion ―intervino el guardián, al percibir que la
morena solo tenía ojos para la preciosa bailarina.
―Encantada ―respondió Ashley.
―¿Vienes mucho por aquí? ―el hombre comenzó a entablar
conversación, para que se relajara.
―De vez en cuando ―respondió la morena, desviando de nuevo
sus ojos hacia Ella de nuevo.
―Nosotros estamos en San Francisco haciendo turismo, así que
no conocemos demasiado la ciudad ―intervino Brunella.
―Si queréis, puedo haceros de guía ―se ofreció Ashley.
Elion sonrió para sus adentros, pues parecía haber mordido el
anzuelo.
―La verdad es que mi novia y yo ―Pudo percibir como Ella
enarcaba levemente una ceja al escuchar cómo se refería a ella―
estamos un tanto aburridos de lo mismo de siempre, y justamente
estábamos buscando a alguien… para divertirnos juntos.
Ashley parpadeó varias veces, asimilando lo que significaba
aquello, y por la mirada que le echó a Ella, supieron que la idea le
gustaba.
―Quizá podríamos ir al hotel que hay justo al cruzar la calle
―propuso Elion.
―Me parece una idea excelente ―enfatizó Brunella,
mordiéndose el labio inferior de forma sensual, sin apartar sus ojos de
la morena.
Lo cierto es que aquella actitud seductora no solo afectó a
Ashley, sino que excitó de manera instantánea al guardián, que notó
como su miembro comenzaba a despertar.
―¿Quieres acompañarnos al hotel, Ashley? ―insistió Ella de
nuevo.
―Sí, me gustaría acompañaros ―respondió la morena,
acercándosele más.
―Pues vamos, chicas ―repuso Elion, poniendo cada una de sus
manos sobre la espalda de las mujeres y guiándolas hacia el exterior de
la discoteca.
Thorne, que ya se estaba dando el lote con una pelirroja de
generosos senos, les miró de reojo cuando pasaron por su lado. Varcan,
que tomaba una copa un poco más allá, levantó la vista hacia su
hermano y le guiñó un ojo, como si le estuviera deseando que lo pasara
bien.
Los tres llegaron al hotel y Ella se sentía muerta de miedo, pues
no quería hacer daño a aquella joven, que solo estaba allí con ellos
para pasar un buen rato, sin saber que, en realidad, solo era el alimento
de un par de chupasangres. ¿No era eso algo terrible? Por lo menos,
Brunella se sentía como una persona horrible en ese momento.
Entraron en la habitación que Elion acababa de pagar y Ella
sintió como su estómago se encogía.
No podía hacer aquello de nuevo, de verdad que creyó que su
problema con la sangre había quedado atrás.
El guardián, percibiendo su desasosiego, colocó la mano en la
parte trasera de su cuello, dándole un leve masaje.
―Sois preciosas ―comentó, acercándose a Ashley, sin soltar a
Ella―. ¿Por qué no os besáis? Me encantaría ver como lo hacéis.
Ambas mujeres se acercaron la una a la otra, uniendo sus labios
en un cálido beso. Las lenguas femeninas jugueteaban entre ellas, a la
vez que Elion las miraba con sumo interés, sintiéndose excitado.
Brunella deslizó su boca por la mandíbula de la morena,
descendiendo lentamente hacia su cuello. Cuando sintió la sangre
correr por su arteria, notó como se le alargaban los colmillos. ¡Cómo
echaba de menos beber sangre fresca!
Abriendo la boca, clavó sus dientes con fuerza en el cuello de
Ashley, que soltó un gritito ante su ataque.
―Shhh, tranquila, encanto ―le susurró Elion al oído―. No hace
falta que seas tan brusca. Relájate.
Brunella trató de hacer lo que le pedía, y relajó un poco el agarre
con el que sostenía a la joven, además de succionar su sangre con más
calma.
―Así, muy bien ―murmuró Elion contra su oído, deleitándose
con los gemidos que ambas mujeres emitían―. Siente como la sangre
pasa por tu garganta. Saborea su dulce sabor, a la vez que disfrutas del
placer que tu mordisco provoca en la persona de la que te alimentas.
La voz profunda del guardián diciéndole todo aquello hizo que se
humedeciera.
―¿Notas como su cuerpo empieza a aflojarse? ―le preguntó,
acercándose más a ella―. Pues este es el momento de parar.
Brunella no quería dejar de beber, así que continuó succionando
la sangre de Ashley.
―Encanto, para ya ―le exigió, tomándola por el hombro para
tratar de apartarla de la morena―. Si no te detienes, vas a matarla.
Aquellas palabras parecieron penetrar en la mente de Ella, pues
desclavó sus colmillos abruptamente, con la respiración agitada y las
pupilas dilatadas.
―Lo has hecho bien, encanto ―la felicitó, acercándose a Ashley
y pasando la lengua por el hilito de sangre que corría por su garganta y
por las incisiones de los colmillos, cerrándolas con su saliva―.
Cuando terminas de alimentarte, solo tienes que hacer esto, y tus
marcas desaparecerán.
―¿Qué… qué acaba de ocurrir? ―preguntó la joven que le
sirvió de alimento, desorientada.
―Nada, tranquila ―le aseguró Elion, acompañándola a la
puerta.
Brunella se sentó en la cama, pues su vínculo le permitía hacerlo
ya que no estaba lejos, y apoyó las manos sobre sus rodillas. Había
vuelto a beber sangre y por primera vez en su vida, no mató a su
alimentadora.
Sintió como aquel temor que anidaba en su pecho se aflojaba
poco a poco.
El guardián comenzó a decirle a Ashley que iba a olvidar todo lo
ocurrido, que borrara de su mente que los conoció y volviera a la
discoteca.
―¿Te encuentras bien? ―le preguntó, cuando se quedaron a
solas.
Brunella alzó sus ojos hacia él.
―No me habría detenido. Ashley estaría muerta si no fuera por
ti.
Elion se acercó a ella y tomándola por los hombros, la hizo
ponerse en pie.
―¿Te has detenido a tiempo o no?
―Sí, pero…
―No hay peros, lo que importa es que lo has hecho.
Ambos se miraban con intensidad.
La boca de Ella aún estaba manchada de sangre. Sin poder
contenerse, el hombre pasó la lengua lentamente por sus carnosos
labios, saboreando la roja sustancia, que comenzó a afectarle, pues la
sangre era afrodisíaca para ellos, pero también para sus alimentadores,
por lo que estaba seguro que esta noche Ashley no la pasaría sola.
―Hemos elegido bien, estaba deliciosa ―comentó, sonriendo de
medio lado.
Brunella, tan excitada como estaba, necesitaba desfogarse y qué
mejor que con aquel hombre, que le parecía el más atractivo que
hubiera conocido nunca.
Se apoderó de sus labios y Elion, gruñendo, la tomó por la
cintura, apretándola contra su cuerpo.
El corazón de los dos comenzó a bombear al unísono de forma
acelerada, mientras se apresuraban a desnudarse mutuamente.
Elion le mordió el labio inferior, tirando suavemente de él y
haciendo que Ella gimiera. La tomó en brazos y ella enredó las piernas
en torno a su cintura, entonces la tumbó en la cama, colocándose
encima, sin dejar de besarse.
―¿Tienes preservativo? ―le preguntó la joven, pasando las
manos por la amplia espalda del guardián.
―¿Preservativo? ―inquirió, con una ceja alzada―. Nosotros no
podemos tener hijos, ni contagiarnos de ninguna de las enfermedades
que afectan a los humanos.
Brunella sonrió de forma sensual.
―Pues me acabas de dar una alegría, porque nunca he tenido
instinto maternal. ―Y sin darle tiempo a responder, se apoderó de
nuevo de los labios masculinos.
La joven rodó sobre la cama, colocándose sobre él, sin desclavar
sus claros ojos de los azules de Elion. Tomó su miembro en la mano y
comenzó a introducírselo con lentitud en su interior, echando la cabeza
hacia atrás cuando estuvieron unidos por completo.
Él alzó las manos hacia los redondos senos de Ella,
acariciándolos con veneración, a la vez que las caderas de la joven se
movían de forma circular.
―Eres la mujer más hermosa que he conocido jamás, y ya he
vivido demasiados años ―comentó Elion, alzando la cabeza para
lamer uno de aquellos rosados y erguidos pezones.
Brunella enredó las manos entre las suaves hebras de pelo
masculino, apretándolo más contra ella, para que siguiera succionado
su pezón, mientras comenzaba a mover las caderas con más intensidad.
Fue ascendiendo con su húmeda lengua por el cuello de la
preciosa mujer, hasta apoderarse de su dulce boca. Sus lenguas
jugueteaban y Elion, sin poder contenerse más, la tumbó sobre la
cama, dispuesto a llevar él el ritmo. La inmovilizó por las caderas
contra el colchón y la embistió con fuerza, consiguiendo que Ella
gritara y cerrara los ojos embebida por el placer.
El guardián la penetraba una y otra vez, sintiendo la piel
ardiendo, parecía que a ambos les costara respirar, pues el goce que
crecía dentro de ellos era el mayor que ambos hubieran experimentado.
En lo único que podían pensar era en fundirse el uno con el otro,
moviéndose con pasión.
Un brutal orgasmo les arrasó a ambos, haciendo que sus cuerpos
temblaran de manera incontrolable.
―Joder, esto ha sido la puta hostia ―murmuró Elion,
escondiendo la cabeza en el cuello femenino, aspirando su adictivo
aroma.
De todos modos, aquel revolcón parecía no haberles satisfecho
del todo, pues la sangre de Ashley aún corría por sus venas,
demandando más sesiones de sexo salvaje como aquella.
Brunella, apartándolo de encima, comenzó a recoger su ropa y a
vestirse de forma apresurada. Se sentía un poco avergonzada consigo
misma, y no por acostarse con un hombre, ya que ella era una mujer
libre, pero sí por hacerlo con aquel en concreto, que la tenía retenida
en contra de su voluntad.
―¿Por qué tienes tanta prisa? ―le preguntó Elion, colocándose
frente a ella, con su impresionante anatomía al desnudo.
¿Cómo podía ese hombre estar tan bueno? Desvió la mirada para
no verse tentada de nuevo a abalanzarse sobre él.
―Borra esa sonrisa satisfecha de la cara ―le exigió, atándose
sus zapatillas de deporte―. Esto no ha sido más que un polvo sin
importancia, causado por la ingesta de sangre.
El guardián, divertido por su comentario, se cruzó de brazos y
sonrió.
―Tengo claro lo que ha sido esto, no te preocupes por mí, no soy
un adolescente enamoradizo.
Justo tras pronunciar aquellas palabras, la puerta de la habitación
se abrió de golpe, pues Varcan acababa de derribarla de una patada.
―Vaya, vaya ―repuso, enarcando una ceja―. Como vimos a
vuestra amiguita y tardabais tanto en bajar, creímos que podríais estar
en problemas. ―Se encogió de hombros.
―¿En serio? ¿Por eso has tirado la puerta antes de llamar y
preguntar cómo estábamos? ―preguntó Elion irónicamente, sabiendo
que su hermano sabía perfectamente lo que acababa de pasar en aquel
cuarto antes de que tirara la puerta abajo.
―¡No me jodas! ―bramó Thorne, al ver a Elion desnudo y el
claro olor a apareamiento que desprendían los dos.
―Por Dios ―murmuró el guardián escocés, poniendo los ojos
en blanco, antes de coger sus pantalones del suelo.
―¿Pero en qué mierda estabas pensando para tirarte a la
hermana de Nikolai? ―le echó en cara―. ¿Es que no piensas, chico?
Desde que posaste tus ojos en ella te repetí una y otra vez que
mantuvieras la polla dentro de los pantalones.
―¿Acaso eres su padre? ―soltó Ella, poniendo los brazos en
jarras―. Ambos somos adultos y hemos decidido follar de mutuo
acuerdo. ¿Qué problema hay?
El vikingo abrió los ojos como platos.
―¿Qué? ¿Nunca has oído a una mujer decir follar? ―le provocó
la joven―. Follar, follar, follar. Soy capaz de decirlo y de hacerlo sin
que un hombre tenga que controlarme. Ni tú, ni mi supuesto hermano,
así que metete en tus cosas.
Varcan rió entre dientes, divertido con la actitud peleona de
aquella mujer, que desarmaba por completo a Thorne, el cual se limitó
a gruñir y abandonó la estancia.
―Y tú ―repuso Ella, volviéndose hacia Elion, que se estaba
poniendo la camiseta―. Termina de vestirte y vámonos, he decidido
ayudaros.
Tras esa declaración de intenciones, se alejó, siguiendo los pasos
del vikingo.
―Qué interesante ―comentó el guardián de la cicatriz―. Parece
que tus nuevos métodos de persuasión para ponerla de nuestro lado
han funcionado.
Elion le empujó.
―Anda, cállate y larguémonos de aquí.
Pudo escuchar la carcajada de su hermano a sus espaldas e
incluso él mismo estuvo tentado a reír.
Capítulo 15

Nada más traspasaron las puertas del búnker, Nikolai gruñó y se abalanzó
sobre Elion, derribándolo y golpeándole con los puños sin parar.
―¡Nik, no! ―exclamó Keyla, llevándose una mano la boca.
―¿Has mancillado a mi hermana? ―le reprochó, tomándole por
el cuello e inmovilizándole contra el suelo.
―A ver, bror, mancillar es una palabra muy fea, ¿no crees? ―le
preguntó, manteniendo la calma―. Más bien diría que hemos
disfrutado el uno del otro.
El guardián ruso rugió, mostrándole los dientes.
―¿¡Qué coño te pasa!? ―preguntó Ella, furiosa, empujándole
hasta que se lo quitó de encima a Elion―. ¿Otra vez con lo mismo?
No te preocupes por mi honra, ya que hace una infinidad de años que
perdí, te lo aseguro.
Los dos guardianes se pusieron en pie.
―Yo… lo sé, soy consciente de ello ―repuso Nikolai,
sintiéndose un tanto estúpido―. Pero no puedo evitar seguir viéndote
como esa jovencita a la que hubiera protegido con mi propia vida. Esa
muchacha que soñaba con casarse y formar una familia, la que siempre
estaba sonriente y era la persona más alegre y optimista que jamás
hubiera conocido.
―Me alegro de que me recuerdes de esa forma, pero yo ya no
soy esa persona ―apuntó, sintiendo remordimientos al ver la tristeza
en su mirada―. Y lamento mucho que mi nuevo yo te decepcione.
Su hermano se acercó un par de pasos más a ella, posando una de
sus manos suavemente sobre la mejilla de la joven.
―Jamás podrías decepcionarme, Brunie.
Brunella se alejó de él, sintiéndose abrumada por las emociones
que la caricia de Nikolai provocó en ella. Era como si, en cierto modo,
le resultara familiar.
Elion se cruzó de brazos, notando como aquella situación
comenzaba a ser bastante tensa.
―Ya que ha quedado claro que lo que ha pasado entre nosotros
ha sido de mutuo acuerdo y que ambos lo hemos disfrutado ―repuso,
mirando a Ella de modo elocuente―, espero que no vuelvas a
golpearme más, bror, porque la próxima vez no me quedaré quieto.
El guardián rubio lo fulminó con la mirada, pero no dijo una
palabra.
―Tampoco te pases, que nuestro revolcón ha estado bien, pero
no ha sido algo memorable ―mintió Brunella, haciendo que Elion
alzase una ceja, suspicaz.
Varcan soltó una carcajada.
―Qué desastre, bror ―se jactó, palmeando la espalda del
aludido―. Que una mujer piense que ha echado un polvo pasable
contigo no puede ser. Déjame que ejerza de buen hermano mayor y te
dé unos cuantos truquitos. ―Le guiñó un ojo, guasón.
―No me jodas y cállate ―espetó Elion.
―No, el que la ha jodido pero bien eres tú, chico ―refunfuñó
Thorne―. Las hermanas de los amigos no se tocan. ¿Nunca te han
enseñado eso?
―¿Por qué te afecta tanto todo esto? ―inquirió el guardián
escocés, entrecerrando los ojos―. Ni siquiera te afectó de este modo
cuando Nikolai fue el que consiguió el corazón de Key, pese a que
ambos estábamos medio encaprichados con ella.
―No seas imbécil ―bramó el vikingo―. A mí no me afecta en
absoluto, solo señalo lo evidente.
―Pues os aseguro que si vosotros tuvierais hermanas tan
jodidamente buenas como esta ―Varcan señaló con un movimiento de
cabeza a Ella―, y yo no estuviera completamente enamorado de mi
preciosa pelirroja, habría tratado de meterlas en mi cama con ahínco.
―¿Puedes no hablar así de ella? ―le pidió Nikolai,
acercándosele de forma amenazante―. Si vuelves a hacerlo, juro que
te daré una paliza.
El guardián de la cicatriz soltó una carcajada.
―Sería divertido ver como lo intentas ―repuso guasón, a la vez
que sonreía de medio lado.
―Como me sigáis tocando los cojones, seré yo el que os patee el
culo a todos ―les aseguró Thorne, poniendo las manos en las caderas
y cuadrando los hombros.
―Vale, genial, todos hemos demostrado lo machotes que somos
―ironizó Elion―. ¿Podemos dejar el tema ya?
Brunella, harta de tantas gilipolleces, puso los ojos en blanco.
―Mira, idos todos a la mierda, no os aguanto más ―sentenció,
alejándose de ellos y arrastrando a Elion tras ella, gracias a su vínculo.
―Creo que te has pasado, Nik ―le reprochó su esposa cuando
Ella ya no pudo oírla―. Es mayorcita para decidir con quién quiere
acostarse. Además, conoces a Elion más que de sobra como para saber
que es un buen hombre.
―Esa no es la cuestión ―repuso, mirando alrededor, confuso.
―Entonces, ¿qué ocurre? ―Posó una de sus manos suavemente
sobre el pecho de su esposo.
Nokolai miró a sus hermanos, un tanto incómodo.
―Vaya ―repuso Varcan, poniendo los ojos en blanco―. Parece
que aquí sobramos, bror ―le dijo a Thorne, que se limitó a seguirle
lejos del salón en silencio.
El guardián ruso tomó asiento en el sofá y Keyla se acomodó
sobre sus piernas, como le gustaba hacer, dispuesta a escucharle.
―Creí que estaba muerta y esa pérdida pesó en mi alma durante
demasiados años ―comenzó a explicarle―. Y ahora la tengo de nuevo
frente a mí. Es ella, es su rostro, son sus ojos, pero su mirada ya no
brilla cuando se posa en mí. Quiero abrazarla, pero me aleja de ella;
sin embargo, se acerca a Elion, y no puedo soportarlo. Tendría que ser
en mí en quien se apoyase, quiero ser yo el que la ayude a pasar por
este trance. ―Alzó sus ojos hacia los de su esposa―. ¿Estoy siendo
muy irracional?
Keyla negó con la cabeza y le besó en los labios con ternura.
―Solo la echas de menos.
―Muchísimo ―le aseguró.
―Te recordará, estoy segura, pero ya es adulta y debes dejarla
tomar sus propias decisiones.
―¿Aunque ello implique que se equivoque y pueda acabar
herida?
―Aun así.
Tomo la cara de su esposa entre las manos.
―¿Cómo puedes ser tan joven y tan sabia a la vez, mi amor?
Keyla sonrió.
―Porque aprendo del mejor ―repuso, antes de que Nikolai
posara los labios sobre los suyos, besándola con amor y pasión a partes
iguales.

Una vez estuvieron en la habitación, Ella dio un portazo, furiosa.


Estaba harta de que todos aquellos hombres pretendiesen controlar su
vida.
¡No tenía por qué dar explicaciones a nadie!
Encima, apestaba a sangre y sudor después de la sesión que
tuvieron de sexo. Necesitaba darse una ducha y ni siquiera contaba con
intimidad para ello.
―Tengo que darme un baño, joder ―protestó, asestándole una
patada al armario que le quedaba más próximo.
―No te pongas así, encanto, solo intenta cuidar de ti ―le dijo el
guardián, con calma, justificando la actitud de su hermano.
―¿En serio? ―Se volvió hacia él con los brazos en jarras―.
Después de que te haya dado una paliza, ¿te pones de su lado?
―Eh, para el carro, encanto, que a mí nadie me ha dado ninguna
paliza ―le aseguró, apuntándola con el dedo―. Y no es que me ponga
de su lado, simplemente intento que entiendas que la situación es
difícil para Nikolai.
―¡Oh, claro, es cierto! ―ironizó―. Pobre Nikolai, que lo pasa
fatal. Yo, por el contrario, estoy viviendo en unas putas vacaciones
pagadas.
―Me planteo seriamente lavarte la boca con jabón, señorita
―bromeó, cruzándose de brazos y enarcando las cejas.
―Inténtalo y juro que te arrancaré las pelotas y te haré
tragártelas, sin agua ni nada.
Elion soltó una carcajada.
―El sentido del humor no es tu fuerte, encanto.
―No es cierto, lo que pasa es que te crees más gracioso de lo
que eres ―espetó, caminado hacia el baño y arrastrando a Elion tras
ella―. Necesito una ducha con urgencia.
―Adelante, nadie te lo impide ―apuntó el guardián, cruzando
un tobillo sobre el otro y apoyando el hombro contra el marco de la
puerta, relajadamente.
Brunella apretó los puños, mirándole directamente a los ojos.
―Así que pretendes que me desnude contigo delante, ¿verdad?
Se encogió de hombros.
―No es algo que haya decidido yo.
―¿Tengo que recordarte que me obligaste a tragar esa pócima
asquerosa que nos unió?
―Era necesario.
Puso los ojos en blanco.
―También es necesario que me dé una ducha.
―Pues me sacrificaré y nos ducharemos juntos, qué le vamos a
hacer ―repuso con fingido malestar, encogiéndose de hombros―.
Además, no es la primera vez que te veo apenas sin ropa.
Brunella se sentía molesta por el modo en que se burlaba de ella,
y por ese mismo motivo, alzó el mentón y clavó sus claros ojos en los
azules del guardián.
Con lentitud, y sin dejar de mirarle, se deshizo de sus zapatillas
deportivas y los calcetines. Pudo comprobar como la nuez de Elion
subió y bajó con brusquedad, dando evidencias de que estaba teniendo
cierta dificultad para tragar.
Llevando las manos a la cinturilla de sus cortos pantalones,
comenzó a desabotonárselos, para, a continuación, bajarlos por sus
largas piernas. Acto seguido se quitó la camiseta, quedando tan solo
vestida con una tanga de encaje blanco y el sujetador a juego.
El guardián recorrió aquel cuerpo escultural de arriba abajo sin
poder decir una sola palabra, ya que lo único que deseaba era tomarla
en sus brazos y lamer todas sus curvas, sin dejar una zona sin recorrer.
―¿Vas a quitarte la ropa para que podamos entrar en la ducha o
piensas continuar mirándome embobado? ―le soltó Ella, enarcando
una de sus perfectas cejas rubias.
―Creo que me quedaré embobado unos minutos más
―murmuró, sin dejar de mirarla con deseo.
―Déjate de gilipolleces, que ya me has visto ligera de ropa
antes, como bien has dicho ―repuso, dándole un manotazo en el
brazo.
Elion sonrió.
―Eso no hace que lo disfrute menos. ―Tras decir aquello, cogió
el bajo de su camiseta y se la sacó por la cabeza, dejando su musculoso
torso expuesto.
Brunella aparentó indiferencia, a pesar de que, por dentro, sus
manos le cosquillearan a causa de las ganas que sintió de tocarlo.
Anhelaba volver a notar aquel duro cuerpo contra el suyo, pero
necesitaba contenerse y mantener la mente fría, no podía vivir aquella
situación, ya difícil de por sí, cachonda como una perra.
Le dio la espalda para no terminar de ver cómo se quitaba el
resto de la ropa y abrió el agua, poniéndola más bien fría, a ver si se le
bajaba el calentón.
Cuando se volvió de nuevo hacia él, estaba completamente
desnudo y apuntándola con su enorme erección.
«Madre mía, el tamaño de ese miembro no puede ser normal»,
pensó, a la vez que desviaba la mirada para no sentirse tentada a
tocarlo.
―¿No podías dejarte el bóxer puesto? ―le preguntó,
malhumorada porque su desnudez la afectara tanto.
―No suelo ducharme con él ―se encogió de hombros.
―¿Te crees que yo lo hago con la ropa interior? ―se puso bajo
el chorro del agua tibia.
―Pues quítatela ―sugirió, metiéndose en la pequeña ducha
junto a ella.
Le empujó suavemente.
―Más quisieras.
Elion soltó una carcajada antes de clavar sus ojos en los labios de
la joven.
―Joder, no sabes las ganas que tengo de besarte.
Esa declaración consiguió que a Ella se le erizara la piel.
―Pues contrólate, machote ―le pidió, a pesar de desear todo lo
contrario.
Comenzó a enjabonarse, dándole la espalda y gimiendo de gusto
al sentir el olor a limpio que desprendía su cuerpo.
―No hagas eso ―exigió Elion, emitiendo un gruñido.
―No exageres, ¿quieres?
El guardián la tomó por los hombros y la giró hacia él.
―¿De veras crees que exagero? ―le preguntó, a escasos
centímetros de su rostro―. Eres la mujer más hermosa que he visto
nunca y te deseo con cada fibra de mi ser, así que te aseguro que me
está costando la vida no tomarte en brazos y follarte contra esta misma
pared.
Un jadeo ahogado escapó de entre los labios de Ella.
«Oh, sí, hazlo, por favor», clamó su mente, la muy traidora.
Por suerte, la puerta del baño se abrió y Varcan apareció ante
ellos con una sonrisa traviesa.
―¿Interrumpo algo? ―les preguntó.
Elion colocó su cuerpo delante del de la joven, a la vez que
fruncía el ceño.
―¿Qué mierda haces, bror?
―Tengo a Abdiel al teléfono y quería hablar con nuestra
invitada. ―Se encogió de hombros con indiferencia.
―¿Y no pudiste decirle que se esperara unos segundos?
―Podría haberlo hecho, pero me pareció más divertido irrumpir
en el baño por sorpresa. ―Estiró el cuello para tratar de echar un
vistazo a Ella.
―Deja de mirarme de ese modo, ya tengo bastante con un
espectador.
―¿En serio? ―inquirió el guardián de la cicatriz―. Puedo ser
tan divertido o más que mi hermano.
―¿Quieres quedarte sin eso que te cuelga entre las piernas y a lo
que tan apegado estás, chulito? ―se oyó la voz de Max a través del
manos libres.
―Mi esposa siempre tan cariñosa ―ironizó, pasándole una
toalla a cada uno.
―¿Qué ocurre, Abdiel? ―preguntó Elion, tras enrollársela en las
caderas.
―Varcan nos ha informado de que la joven está dispuesta a
colaborar con nosotros.
Brunella salió del baño, envuelta en la mullida toalla blanca.
―Pero estoy empezando a arrepentirme, te lo aseguro.
―Mi mujer acaba de tener una visión y necesito que vayáis a ver
a un amigo, pero he de estar seguro de que estás de nuestro lado.
―Oh, está bien. ―Puso los ojos en blanco―. Voy a ayudaros en
la medida que pueda.
―¿Podemos confiar en ella? ―les preguntó a sus hermanos.
―Sí ―respondió Elion sin pensarlo dos veces, cosa que hizo que
Ella lo mirase con atención.
―Parece sincera ―añadió Varcan, haciendo una mueca
afirmativa con la cara.
―Está bien, entonces os explicaré que Draven me ha llamado
diciendo que Myra ha hechizado a un joven para que atacara a Sasha,
así que mandaré a Thorne para que le sirva de apoyo por lo que pueda
ocurrir. Vosotros id a ver a Mauro y que su amiga demonio elimine el
hechizo de unión ―les ordenó Abdiel―. Y, Brunella, bienvenida a la
familia.
Capítulo 16

Brunella estaba sentada en un sillón, mientras Keyla le tomaba unas


muestras de sangre para poder hacer los análisis pertinentes.
Elion, sentando en una silla no muy lejos de ellas, permanecía en
silencio para que ambas pudieran estrechar su relación.
―¿Siempre has querido ser doctora? ―le preguntó Ella, que se
sentía muy cómoda con aquella joven tan dulce, cuando desclavó la
aguja de su brazo.
―Mi madre era doctora y desde bien pequeña supe que quería
seguir sus pasos ―respondió, regalándole una sonrisa―. Además,
poseo un don que me era más fácil usar de ese modo.
―¿Un don? ―inquirió, sumamente interesada en la respuesta.
―Puedo sanar a las personas.
Brunella parpadeó varias veces, asimilando lo que le estaba
contando.
―¿Mágicamente? ―insistió, incapaz de acabar de creérselo.
Keyla asintió, mirándola directamente a los ojos.
―Me parece increíble ―repuso Ella, negando con la cabeza.
La joven doctora soltó una risita.
―¿Y no te parece increíble haber vivido alrededor de mil
ochocientos años y ser prácticamente inmortal?
Lo cierto es que visto desde ese punto de vista, ¿por qué no iba a
existir gente con esos dones especiales, cuando ella misma también era
un ser único?
―¿Cómo conociste a…? ―no sabía cómo llamarlo―. ¿A tu
marido?
―Mi hermana, guiada por mi padre, lo secuestró.
―¿Abe?
Keyla asintió.
―Le ordenó a mi hermana torturarle y me engañó a mí
diciéndome que era un soldado ruso, modificado genéticamente para
ser más fuerte y rápido ―siguió explicando―. Yo creía que
trabajábamos para el gobierno y me dedicaba a curarle sus heridas
cada vez que mi hermana terminaba de torturarle, supuestamente para
sacarle información confidencial que ponía en peligro a nuestro país.
―¿Por qué necesitaba que tú le curaras? ¿Acaso no posee la
misma capacidad de sanación que nosotros? ―indagó, señalando con
el pulgar a Elion, que las escuchaba atentamente.
―Estaba metido en una sala donde un suero, creado por mi
hermana, inhibía sus poderes ―respondió Keyla―. Un suero,
fabricado de algún modo, a través de tu sangre, del mismo modo que
los Groms.
―¿Y cómo pasasteis de esa situación que me acabas de contar a
acabar enamorados?
―Tras enterarme de toda la verdad y que mi padre… ―tragó
saliva, pues aún se le formaba un nudo en la garganta al recordar
aquello― matara a mi hermana ―consiguió decir―, huí y me alejé de
todo lo que tuviera que ver con él y esa vida. Sin embargo, acabaron
encontrándome, pues querían utilizarme para sus planes, así que
busqué refugio junto a los guardianes. Ellos me acogieron como una
más de su familia. Nik y yo acabamos enamorándonos. Bueno,
realmente, creo que me enamoré de él cuando aún estaba atado en
aquella habitación acolchada.
―A mí me ocurrió lo mismo ―apuntó Nikolai, que había
llegado al salón sin que le hubieran escuchado, y los miraba con un
hombro apoyado en el marco de la puerta―, me enamoré de ti en
cuanto me miraste con esos preciosos ojos entre azul y gris que posees.
Keyla le dedicó una sonrisa a su esposo y Ella se tensó.
Cuando su supuesto hermano volvió su atención hacia ella,
sonrió con ternura y aquel gesto pareció remover algo en su interior.
¿Era anhelo? ¿Amor? No supo identificarlo.
―Quizá, con un poco más de tiempo, pueda llegar a recordar
―repuso, pues sintió que debía decirle algo que le diera esperanzas.
¿El porqué? Ni ella misma lo sabía.
Nikolai asintió, emocionado por aquel avance que parecía haber
hecho con su hermana. Le hubiera gustado abrazarla, pero no quería
ser demasiado invasivo con ella y que volviera a cerrarse.
―Dejaos de tanto sentimentalismo y pongamos algo de música
antes de ir a ver al demonio ―dijo Varcan, encendiendo el equipo de
música que estaba en un rincón del salón y comenzando a bailar, con
una copa de whisky en la mano.
Keyla y Elion se echaron a reír al verle. La bonita doctora se
acercó a su esposo y, tomándole de la mano, se unió al guardián de la
cicatriz en la improvisada pista de baile.
Brunella se quedó mirándoles, sintiendo una extraña opresión en
el pecho, pues por primera vez desde que le alcanzara la memoria, se
sintió aceptada y en familia.
―¿Qué, encanto, les enseñamos cómo se hace? ―le preguntó
Elion, con una sonrisa ladeada.
La joven alzó una ceja y apoyó su mano sobre la que el guardián
escocés tendía hacia ella.
―Veamos lo que sabes hacer, engreído.
Elion soltó una carcajada, a la vez que empezaba a moverse junto
a ella al son de la animada música.

Thorne llegó a la cafetería donde había quedado con Draven.


Este se encontraba apoyado en la pared del local, ataviado con una
gorra y gafas de sol, como era costumbre últimamente.
―¿Cómo vas, bror? ―le preguntó el vikingo, estrechándole la
mano.
―Deseando poder terminar con esta vigilancia ―suspiró, algo
cansado.
―¿Dónde está la hembra en cuestión? ―quiso saber Thorne, que
alargó el cuello para mirar dentro de la cafetería a través del cristal.
―Es la que lleva la enorme camiseta blanca, con algunas
manchas de pintura, y el moño desecho ―le indicó el cazador.
―¿La que comparte mesa con otras dos mujeres?
Draven asintió.
―Ajá, son sus amigas.
El vikingo adoptó la misma postura que su hermano, dejándose
caer contra el muro de piedra.
―La verdad es que no te envidio.
―¿Cómo os ha ido a vosotros con la donante misteriosa?
Thorne gruñó.
―No me hables de ella, es una auténtica tocapelotas
―refunfuñó, cruzándose de brazos.
―Veo que no os habéis aburrido ―repuso, riendo por lo bajo.
―Hubiera agradecido algo de aburrimiento, ya que eso habría
significado que estaba un rato en silencio y no retándonos sin parar.
―Parece una mujer interesante.
―Exasperante más bien ―rectificó―. Y para colmo, el imbécil
de Elion se la ha tirado.
―¿¡Qué!? ―exclamó Draven, sorprendido―. ¿Y cómo se lo ha
tomado Nikolai?
―Como nos lo tomaríamos todos si alguien toca a nuestra
hermana pequeña.
―Lástima que me lo haya perdido todo, ha debido ser divertido
―apuntó guasón.
En ese momento sintió un escalofrió en la espalda, por lo que se
volvió de repente estudiando su entorno, pues era como si percibiera la
presencia de Myra cerca.
―¿Te ocurre algo, bror?
―Tengo la sensación de que alguien nos observa ―le respondió.
―Puede ser la jodida bruja ―rezongó el vikingo, poniéndose
alerta―. Creo que aún sigue obsesionada contigo.
―Nada más lejos de la realidad, simplemente es una puta sádica
y disfruta sabiendo que un día la amé, por lo que se regocija en el
hecho de que me partió el corazón.
Capítulo 17

Elion y Ella entraron en su habitación entre risas, después de compartir


unos cuantos bailes y divertirse con las irónicas bromas de Varcan.
La joven se sentó en la cama mientras el guardián cogía su móvil
de encima de la mesita y, volviéndose hacia ella, se lo tendió.
―Ten. ¿Quieres llamar a alguien?
Brunella tomó el teléfono, sorprendida ante aquel ofrecimiento, y
asintió.
―Sí, gracias ―respondió, apresurándose a marcar el número de
teléfono que se sabía de memoria.
Elion se limitó a hacer una leve inclinación de cabeza mientras se
volvía de espaldas, fingiendo rebuscar en el armario, para darle un
poco de intimidad.
―¿Sí? ¿Quién es?
Oír de nuevo la voz de Romina hizo que sus ojos se
humedecieran. Había sido una buena amiga durante los últimos años y
la verdad es que la quería de manera sincera.
―Romy, soy yo.
―¡Madre mía, Des! ¿Cómo estás? ¿Dónde te has metido? Me
tenías muy preocupada ―decía de forma apresurada.
―Tranquila, estoy bien ―le aseguró, con tono cariñoso.
―¿Desde dónde me llamas?
―Desde… ―Miró de reojo a Elion, que aún le daba la
espalda―. Desde el móvil de uno de los moteros con los que
quedamos la otra noche.
―¿¡Te has vuelto loca!? ―exclamó―. Si huimos de ellos por la
ventana del baño del pub. Casi me parto el cuello saltando por aquella
ventana diminuta.
―Me equivoqué con ellos, al final son… son buenos tíos.
El guardián la miró por encima del hombro, sonriendo
sardónicamente.
Brunella, ignorándole, siguió hablando con su amiga.
―¿Y qué haces con esos tipos? ―indagó Romina, que no podía
acabar de creerse lo que le contaba, pues no era típico de la Destiny
que ella conocía, comportarse así.
―Yo… emm… ―¿Qué podía decirle?―. Me he encaprichado
de uno de ellos.
Aquella afirmación consiguió que Elion se olvidase de su
propósito de tratar de darles algo de intimidad y se giró hacia Ella,
apoyando la espalda contra la puerta del armario, con los brazos
cruzados sobre su amplio pecho, y la miró con atención.
―¿Te estás tirando a uno de esos tíos buenos? ―indagó Romina
en un tono más jovial, dejando atrás su preocupación.
En las mejillas de Ella surgió un leve rubor. ¿Qué le ocurría?
Jamás fue una mujer tímida, pero la mirada fija de aquel hombre la
turbaba.
―Sí, eso es lo que estoy haciendo ―afirmó, esforzándose para
no desviar sus ojos hacía el guardián, pues suponía que tendría
dibujada en su rostro una sonrisa de suficiencia.
Escuchó la cantarina risa de su amiga al otro lado de la línea
telefónica.
―Y yo muerta de angustia pensado en lo que podría haberte
pasado, y resulta que tú estabas disfrutando entre los brazos de ese
motero de ojos azules ―comentó, divertida―. ¡Serás asquerosa!
Brunella rio al escuchar su afirmación.
―Siento habértelo hecho pasar mal ―se disculpó con franqueza.
―Bah, no tiene importancia ―repuso, con su buen humor
habitual―. Sé lo que es estar tan encoñada con un tío hasta el punto de
fundírsete el cerebro y no poder pensar en otra cosa que en follártelo
una y otra vez.
―Entonces no tengo que explicarte nada.
Apretó el móvil entre sus dedos, pues sabía que Elion podía
escuchar todo lo que Romina decía.
¡Maldito fuera ese hechizo que no le otorgaba ningún tipo de
intimidad!
―Joe ha preguntado por ti, le dije que no te encontrabas bien,
pero querrá saber cuándo vas a regresar.
―No creo que vuelva más al club, Romy.
Un silencio tenso siguió a aquellas palabras.
―¿Vas a dejar el trabajo?
Brunella suspiró, pues sabía que con esa decisión iba a dejar
atrás una parte importante de la vida que llevó en los últimos años.
―Sí, Romy, voy a dejarlo.
―¿Por qué? Creía que eras feliz aquí, con nosotras ―su voz se 
oía triste.
―Y es cierto, era feliz ―le aseguró―, pero creo que ha llegado
el momento de buscar otro trabajo, uno con el que me sienta realmente
realizada. ¿Lo entiendes?
―¿Cómo no voy a entenderte? Simplemente me da pena que no
nos vayamos a ver todos los días. Te voy a echar mucho de menos,
pendona.
―No tiene por qué ser así ―terció Ella―. Podemos mudarnos
de ciudad y empezar de cero. Las dos juntas. ¿Qué te parece?
―¿Me estás proponiendo que nos fuguemos juntas, nena?
―preguntó con guasa.
―No imagino otra persona mejor con la que fugarme, preciosa.
―Sonrió ampliamente, siguiéndole el juego.
―¡Pues que se prepare el mundo, que allá vamos! ―exclamó
feliz―. Por supuesto que me fugaré contigo, Des.
―¡Qué bien! ―le apetecía empezar de nuevo sin perder a
Romina en el proceso―. Dame un par de días para arreglar unos
asuntos y nos pondremos en marcha, ¿de acuerdo?
―Sin problemas, Des, arregla lo que necesites.
―Eres la mejor, ¿lo sabes?
―Claro que lo sé ―bromeó―. ¿Y tú sabes que te quiero?
―Yo también te quiero, Romy ―le aseguró―. En unos días
hablamos.
―Disfruta mucho junto a tu motero buenorro.
―Lo haré a tu salud.
Romina se carcajeó.
―Le diré a Linda que he hablado contigo. Ella también estaba
preocupada.
―Muchas gracias, te lo agradezco, y discúlpate con Linda de mi
parte.
―Lo haré ―le aseguró―. Hasta pronto.
―Hablamos en unos días.
Cuando colgó, se volvió a mirar a Elion, que la observaba con
atención.
―Le tienes mucho cariño a esa amiga tuya, ¿no es cierto?
Brunella asintió.
―Ha sido una de las mejores personas que he conocido en todos
mis años de vida y eso es mucho decir, teniendo en cuenta que soy una
anciana decrépita ―bromeó de buen humor, tras haber podido hablar
con Romina.
―¿Es cierto lo que acabas de decirle? ―quiso saber.
―¿A qué te refieres? ―Frunció el ceño.
―¿Vas a mudarte a otra ciudad junto a ella?
―Esa es la idea.
―¿Eres consciente de que tarde o temprano tendrás que dejarla
atrás?
―¿Te piensas que soy idiota? ―espetó, con los brazos en
jarras―. Sé que llegará un momento en que no pueda seguir
manteniendo mi farsa, pero lo alargaré lo máximo posible. ¿Te das
cuenta de lo solo que te sientes cuando no tienes a nadie con quien
poder sincerarte y ser tú mismo? No, claro que no, porque siempre has
tenido al resto de los guardianes en los que apoyarte.
Dando un par de pasos al frente, Elion posó una de sus grandes
manos sobre la suave mejilla de la joven.
―Ha debido de ser duro, pero ya nunca más estarás sola, nos
tienes a todos nosotros ―afirmó, con convicción―. Puedes contar con
tu hermano, y también conmigo.
―¿Durante cuánto tiempo?
―Para siempre.
Sin más, el guardián se apoderó de los labios de la joven.
Brunella se apretó contra él, pues había deseado besarle con
desesperación desde la última vez que se acostaron.
Tironeó de la camiseta del guardián, que levantó los brazos,
facilitándole que pudiera quitársela. Se quedó mirando su esculpido
torso e, inclinándose, pasó su lengua por aquellos duros abdominales y
fue subiendo lentamente, haciéndole gruñir de forma ronca. Cuando de
nuevo estuvo frente a él, le miró a los ojos, pudiendo ver como ardían
de forma apasionada.
Con lentitud, dirigió una de sus manos a la cinturilla de sus
vaqueros, desabrochándole los botones y metiendo la mano dentro de
su bóxer para abarcar su duro y enorme miembro.
―Eres preciosa ―murmuró Elion, recorriendo el rostro
femenino con sus increíbles ojos azules, como si estuviera fascinado al
mirarla.
―No quiero hablar, solo necesito sentirte dentro de mí ―le dijo,
empujándolo con urgencia sobre la cama.
El highlander soltó una carcajada, halagado en cierto modo al
sentir su urgencia por que la poseyera.
Brunella se quitó los shorts y las braguitas y se sentó a horcajas
sobre él.
Agarró su dura polla y Elion cerró los ojos, echando la cabeza
hacia atrás, disfrutando del suave contacto.
―Encanto, ¿por qué no me dejas prepararte para acogerme antes
de…?
No pudo continuar hablando, pues Ella le cubrió la boca con su
mano, inclinándose hacia delante y diciéndole a escasos centímetros de
su rostro:
―Estoy preparada, no te preocupes por eso ―le aseguró,
deslizando la punta de su pene por su sexo, haciendo que de ese modo
se impregnara de sus fluidos, demostrándole lo excitada que se
encontraba.
Con cuidado, fue dejando que el miembro del escocés la llenara,
hasta tenerlo por completo en su interior. Elion posó sus grandes
manos sobre las caderas femeninas, manteniéndola inmovilizada por
unos segundos, para poder deleitarse de su unión.
Brunella aprovechó para quitarse la camiseta y el sujetador, a la
vez que se mordía el labio inferior y se masajeaba sus senos,
estimulándolos.
Comenzó a moverse arriba y abajo, ante la hambrienta mirada
del guardián, que estaba a punto de entrar en combustión al verla
acariciarse. La sensual mujer dejó vagar una de aquellas finas manos
por su estómago, hasta colarla entre sus piernas, frotando su clítoris,
sin dejar de mover su pelvis.
Elion quiso tocarla, pero ella le tomó por las muñecas y las
inmovilizó contra la cama.
―No puedes tocarme, solo mirar, ¿de acuerdo? ―le pidió, con
un tono tremendamente sexi y ronco.
―¿Y si no estoy de acuerdo? ―preguntó, enarcando una de sus
castañas cejas.
Brunella pasó la lengua de forma lenta y abrasadora sobre sus
labios, a la vez que se dejó caer con más fuerza sobre él.
―Sé que aceptarás mis términos. ―Le mordisqueó el labio
inferior.
―Eres cruel, encanto.
―Nunca presumí de lo contrario.
Volvió a erguirse y le cabalgó de forma salvaje, acariciando de
nuevo su clítoris. En un momento dado le miró traviesa y, mordiendo
su labio inferior con erotismo, dirigió los dedos con los que se había
estado dando placer a la boca del hombre, que gimió gustoso al
saborear su jugo.
Sin poder resistirse por más tiempo, agarró sus caderas,
ayudándola a moverse con más rapidez.
Los jadeos de ambos se hicieron más fuertes, hasta que estallaron
en un abrasador orgasmo, haciendo que el mundo a su alrededor
desapareciera por unos instantes.
Habían follado de nuevo, y fue algo inevitable, pues ambos se
deseaban con cierto grado de desesperación, cosa que les dejaba claro
a los dos que sería muy complicado no repetir de nuevo.

Varcan, Elion y Ella llegaron al club de Mauro unas horas


después.
Keyla se quedó en el búnker analizando la sangre de Brunella, y
Nikolai decidió hacerle compañía. No quería que su hermana sintiera
que le estaba imponiendo su presencia. Si, como decía su esposa,
necesitaba tiempo, él se lo daría gustoso.
―¿Aquí venimos a reunimos con vuestro amigo el demonio?
―preguntó la joven con sarcasmo, viendo que el club se llamaba
Pecado.
―El cuernos siempre ha tenido mucho sentido del humor
―repuso Varcan, sonriendo de forma descarada.
Los tres entraron dentro del local, que estaba abarrotado de
gente, ya que era uno de los lugares de moda en San Francisco.
―Hola, preciosa, estamos buscando a tu jefe, ¿sabes dónde está?
―le dijo Elion a una exuberante camarera que se encontraba tras la
barra.
La mujer se lo quedó mirando embobada, y a Ella no le
extrañaba, pues la verdad es que aquel guardián era un auténtico
espectáculo para la vista.
Desvió los ojos y sonrió, pues le pareció que a la camarera le
acababa de dar una apoplejía, ya que no era capaz de responder a la
pregunta que Elion acababa de hacerle.
―Lo encontrará al fondo de la sala, en la zona de los reservados
―contestó otra de las jóvenes que servía tras la barra.
―Muchas gracias ―le respondió el highlander, dedicándole un
guiño y tomando de la mano a Ella para que le siguiera.
―Parece que tienes una admiradora nueva ―comentó por lo
bajo, divertida.
―No sé si admiradora o acosadora ―apuntó Varcan, pues la
camarera aún le seguía con la mirada.
―¿Celoso, hermano?
El guardián de la cicatriz recorrió con los ojos el precioso cuerpo
de Ella.
―Puede ser ―respondió, dándole a entender que si tuviera
celos, no tendrían nada que ver con la camarera.
Elion no pudo evitar soltar un gruñido.
¿Qué le estaba pasando? ¿Desde cuándo le molestaban aquel tipo
de bromas que Varcan siempre soltaba? Se sentía posesivo con
respecto a Brunella, y eso era algo que no le había ocurrido nunca con
ninguna otra mujer en su vida, tanto humana como inmortal.
―¿Qué ven mis ojos? ―El demonio, vestido con uno de sus
elegantes trajes hechos a medida, se acercó a ellos con una amplia
sonrisa―. Dos guardianes en mi club y acompañados de la bella
Brunella. ―Tomó la mano de la bailarina y la besó.
―Déjate de gilipolleces, Mauronte ―espetó Elion, con el ceño
fruncido―. Hemos venido hasta aquí porque Roxie ha soñado contigo.
El demonio pareció muy interesado en aquella información.
―¿Así que la dulce Roxie ha soñado conmigo? ―terció, con una
ceja alzada―. Quizá Abdiel no sabe darle lo que necesita.
Brunella puso los ojos en blanco y Varcan rio. Elion,
extrañamente, permaneció en silencio, aún molesto por el descarado
coqueteo del demonio con Ella.
―Es lo más probable ―apuntó el guardián de la cicatriz―. Lo
que me extraña es que, teniéndome a mí cerca, tenga que fantasear con
un demonio que huele a azufre, como tú.
Mauronte soltó una carcajada.
―Sois un par de idiotas ―exclamó Ella, dándoles las espalda―.
Si yo fuera esa tal Roxie, os patearía las pelotas, por capullos.
―¿En qué puedo ayudaros, amigos? ―les preguntó el demonio,
sin ser capaz de evitar que sus ojos se posaran en el redondo trasero de
la joven, que, enfundado en aquellos vaqueros, era irresistible.
―En principio, en llamar a tu amiga para que absorba un
hechizo de vinculación ―le pidió Elion, observando de reojo como
Ella se subía a una de las tarimas y se contoneaba al son de la música.
Los movimientos de la mujer eran lentos y sensuales, y pareció
atrapar a los tres hombres como si de un ritual de apareamiento se
tratase. Y no solo les afectó a ellos aquel baile, pues el resto de los
miembros masculinos que estaban en el local permanecían tan
embobados como ellos mismos.
Avanzando un par de pasos se puso al borde de la tarima,
tomándola de la mano.
―¡Bájate de ahí! ―le ordenó, apretando las mandíbulas por el
sentimiento de posesividad que nacía en él.
―¿Qué? ―Le miró como si se hubiera vuelto loco―. ¡No!
―He dicho que te bajes ―aseveró entre dientes.
―¡Y una mierda! Yo no tengo por qué aceptar tus órdenes.
―¿Crees que va a mear en torno a ella? ―ironizó Varcan, con
una sonrisa sardónica dibujada en el rostro.
―No lo descarto ―apuntó el demonio, divertido.
Con un gruñido, Elion la tomó por la cintura colocándosela sobre
el hombro, mientras Ella pataleaba y maldecía.
―¿Puedo usar tu sótano? ―le preguntó a Mauro, como si no
sintiera los golpes de los puños de la joven sobre su espalda.
―Todo tuyo ―respondió el italiano, a la vez que le guiñaba un
ojo a Brunella.
―Creo que mi hermano está bien jodido ―apuntó Varcan, sin
dejar de sonreír, mientras observaba como se alejaban―. Parece haber
caído en las garras de esa fiera.
―Yo no me quejaría si esas garras dejaran marcas en mi espalda
―terció Mauronte, observando como atravesaban la puerta que
conducía a su sótano privado.
El guardián de la cicatriz le palmeó la espalda.
―Es cierto, cuernos, esa mujer es puro fuego; por suerte, yo
tengo a otra fiera esperándome en casa y lista para clavarme sus garras,
dientes y lo que haga falta.
Capítulo 18

Elion soltó a Ella en uno de los sofás de piel que estaban en el sótano y se
la quedó mirando, con los brazos cruzados y las piernas separadas.
―¿Qué narices te crees que estás haciendo? ―inquirió la joven,
poniéndose en pie furiosa―. Tú no eres mi dueño para decirme lo que
debo hacer.
―¿Acaso he dicho que lo sea?
―Entonces, ¿por qué te comportas como tal?
El guardián se pasó las manos por el pelo, rehaciéndose el moño,
pues realmente no sabía qué debía contestar a esa pregunta.
¿Qué le estaba ocurriendo con aquella mujer? ¿Por qué se sentía
de ese modo? ¿Qué le importaba a él que los otros hombres se la
comieran con la mirada?
Frustrado por no tener respuestas a todas aquellas preguntas,
gruñó entre dientes.
―¿Qué? ¿Te has quedado mudo de repente? ―Brunella se
molestó cuando no obtuvo contestación.
―Lo único que ocurre es que estoy unido a ti y no pienso ser
espectador de primera fila de tus revolcones ―mintió, para tratar de
salir de la incómoda situación en la que él mismo se había metido por
estúpido―. Cuando el hechizo se disuelva, podrás ser libre de hacer lo
que te dé la gana, con el tío que quieras.
―Pues espero que tu amigo el demonio pueda desunirnos cuanto
antes, porque no te soporto cerca de mí ni un minuto más ―repuso,
fulminándolo con la mirada.
―¿Así que no me soportas? ―Se acercó a ella un par de pasos.
―Ni si quiera un poquito.
Posó sus grandes manos en la cintura de la joven.
―Y entonces, ¿por qué me miras como si quisieras devorarme?
―Creo que te confundes ―le dijo en un susurro, con sus labios a
punto de tocarse―. Realmente estoy tentada a matarte.
―Espero que tengas en mente una muerte lenta y placentera
―murmuró, con voz ronca, antes de apoderarse de su boca, a la vez
que la tomaba en brazos.
Brunella enroscó sus piernas en torno a la cintura del guardián,
deseándolo tanto como él a ella. Ese hombre la exasperaba, no lo
soportaba cuando se pasaba de listo o trataba de controlarla, pero de
todos modos, una fuerza invisible la arrastraba hasta sus brazos. Era
irresistible, tentador, atractivo y, para colmo, follaba de vicio. ¿Quién
no se volvería adicta a dichas cualidades?
Elion la tomó del pelo, tirando de él e introduciendo más la
lengua dentro de su boca. Les sobraba la ropa, ambos lo sentían, y con
total seguridad se habrían deshecho de ella si una explosión en la
planta superior no les hubiera sorprendido.
―¿Qué ha ocurrido? ―preguntó Ella, sobresaltaba, bajándose de
los brazos del guardián.
Elion notó como el característico olor de los hechizos de Myra
inundaban el ambiente.
―Creo que te están buscando ―dedujo.
Oyeron abrirse la puerta que conducía al sótano, por lo que el
guardián colocó a la joven tras él, dispuesto a defenderla con su vida si
fuera necesario. Era consciente de lo fuerte y capaz que era Ella de
hacerlo por sí misma, pero protegerla era un instinto primario del que
no podía desprenderse.
Sin embargo, el que apareció ante ellos no fue ningún enemigo,
sino Mauro.
―Nos están atacando ―les informó, bajando las escaleras de
dos en dos―. Tenemos que salir de aquí cuanto antes, dejadme que os
conduzca por una salida secreta.
―¿Dónde está Varcan? No puedo irme sin él ―preguntó Elion,
preocupado por su hermano.
―Ha ido tras Myra ―dijo, acercándose a una pared de espejos
que había al fondo de la sala y abriéndola―. Están buscando a Ella, así
que debemos ponerla a salvo.
―De acuerdo ―asintió el guardián, tomándola de la mano―.
Vayámonos de aquí.
―¿Qué quieren de mí? ―preguntó Brunella, avanzando por el
oscuro pasadizo tras los dos hombres.
―Supongo que seguir drenando tu sangre ―contestó Elion,
furioso porque la trataran como a una banco de sangre andante.
Salieron al exterior, que les llevó a un oscuro y apartado callejón.
―Tienes todo esto muy bien montado ―reconoció el
highlander.
San Francisco parecía ser el patio de recreo de Mauronte.
―No está mal ―aceptó el demonio sin demasiados aspavientos,
como si estuviera desganado.
El guardián notó su actitud un tanto extraña, por lo que se
detuvo, haciendo que Ella chocara contra su espalda.
―¿Qué ocurre?
―Mauronte, ¿va todo bien? ―inquirió Elion, ignorando la
pregunta de Brunella.
El demonio, aún de espaldas a ellos, se echó a reír.
―¿Quién te ha dicho que yo sea Mauronte? ―Se volvió
lentamente hacia ellos, con una sonrisa que destilaba maldad, haciendo
que la piel de Ella se erizase.
―Joder ―maldijo el guardián entre dientes―. Amaronte.
«¿Amaronte?», pensó la joven. «¿Qué está pasando aquí?»
―El mismo que viste y calza ―repuso, quitándose la chaqueta
del elegante traje a medida y lanzándola al suelo―. No entiendo cómo
mi hermano se empeña en seguir llevando esta incómoda y aburrida
ropa.
―¿Qué coño está ocurriendo? ¿Alguno de vosotros me lo puede
explicar? Porque no me entero de nada ―indagó Ella, confundida.
El demonio, alzando su mirada hacia ella, a la vez que se
desabotonaba las mangas de la camisa y se las remangaba, sonrió de
medio lado.
―Es un placer conocer por fin a la mujer que todos desean tener
en su bando.
―Este no es Mauronte, es su hermano ―le explicó Elion, sin
perderse ni uno solo de los movimientos del peligroso e impulsivo
demonio que tenía enfrente.
―Y por lo que puedo percibir, no sois amigos ―repuso Ella con
cierta ironía.
―¿Amigos? ―se rio Amaronte―. No puedo ser amigo de los
lacayos de una Diosa caprichosa. Yo no soy como mi estúpido
hermano.
―No somos lacayos de nadie ―le contradijo Elion―.
Simplemente luchamos por mantener la ley de la sangre  en orden.
―Ya, por supuesto ―repuso sarcástico―. Y nosotros tenemos
que absorber pecados en las buenas personas y dejar que esos mismos
pecados consuman a las que no tienen buen corazón, ¿cierto?
El guardián asintió.
―Para eso fuisteis creados.
―Pues lo siento, perrito faldero, pero yo estoy más que harto de
esto, así que he decidido revelarme ―dijo, alzando una ceja con
superioridad.
―¿Uniéndote a Sherezade? ―inquirió Elion, con desprecio―.
¿Eso te parece menos rastrero que lo que hacemos nosotros? ¿Hablas
en serio, Amaronte?
―Yo no me caso con nadie, guardián, sigo mis propias normas
―le aseguró, con sus ojos negros fijos en él―. Y deja de llamarme
Amaronte, odio ese nombre tan pomposo, prefiero Amaro. ―Se volvió
hacia Ella―. Tú puedes llamarme como te dé la gana, preciosa.
―Lo único que se me viene a la cabeza es capullo, ¿te gusta?
―le dijo con un fingido tono meloso e inocente.
El demonio rio, divertido.
―Siempre me han gustado las rubias con carácter ―declaró
antes de darles la espalda―. Venid conmigo.
―¡Y una mierda! ―exclamó Ella―. Ya estoy harta de que me
tratéis como si fuera un saco de patatas al que trasladar de un lado al
otro.
―No iremos contigo a ninguna parte ―sentenció Elion.
Amaronte suspiró.
―Tenía la esperanza de que fuerais inteligentes y colaborarais
conmigo, pero veo que era mucho esperar de un guardián y una rubia
guapa.
―¿De qué coño vas, tío? ―se ofendió Ella.
Tras aquella pregunta, apareció Myra, que se había mantenido
oculta en la oscuridad del callejón, y sonriendo, les lanzó un hechizo
que les arrojó al suelo, aturdidos.
―El guardián no nos sirve para nada, puedes deshacerte de él
―terció la bruja.
―Es… estamos unidos ―consiguió decir Elion, pese a lo mucho
que le costaba pensar con claridad―. Si me matáis  a mí, ella sufrirá el
mismo destino.
―Quizá estuvieran aquí para que la putita de mi hermano
absorbiera su hechizo ―dedujo Amaro acertadamente.
Myra se agachó junto a él, tomando su rostro con una mano y
clavándole las uñas en el proceso.
―Parece que es tu día de suerte, guapo.
Aquello fue lo último que el guardián oyó antes de caer en un
profundo sueño.

―No hay ni rastro de ellos ―decía Mauronte, examinando el


sótano junto a Varcan―. Deben de haber huido por la salida de
emergencia.
―¿Se han marchado sin más? ―inquirió el guardián―. No es
propio de mi hermano. Además, no coge el teléfono.
―¿Crees que Myra se los pueda haber llevado?
―Pienso que ha debido ocurrir algo para que hayan desaparecido
sin rastro de pelea y sin un solo aviso por parte de Elion ―apuntó
Varcan, sacando su móvil del bolsillo y marcando el número de
teléfono de Abdiel.
―Dime, bror ―respondió este al descolgar.
―Elion y Brunella han desaparecido ―le dijo sin rodeos―.
Sospecho que nos estaban esperando, así que la hemos cagado, les
servimos a la chica en bandeja.
Capítulo 19

Estaban aún dentro de aquella furgoneta con los cristales tintados cuando
ambos despertaron.
―Ya era hora, bellos durmientes ―les saludó Amaro, con una
sonrisa displicente.
Ambos estaban atados de pies y manos, así que Elion volvió su
rostro hacia Ella, pudiendo apreciar miedo en el fondo de sus claros
ojos grises, pese a parecer estar en calma.
―¿Estás bien? ―le preguntó en un susurro.
Brunella asintió, tratando de sonreír, pero pareció más bien una
mueca.
―Qué tierno ―ironizó Myra, inclinándose hacia ellos―. El
fuerte y gran guardián preocupado por su bonita y frágil mujercita.
―Y una mierda, frágil ―espetó la bailarina, tratando de
contener la rabia que recorría su cuerpo.
La bruja dirigió sus crueles ojos hacia ella.
―Lo cierto es que eres realmente hermosa ―apreció, alzando un
puñal que tenía en la mano y pasando la hoja suavemente por su
mejilla.
―Ni se te ocurra hacerle daño, puta ―la amenazó Elion entre
dientes.
La bruja se encogió de hombros y apartando el cuchillo del rostro
de la joven, lo clavó con rabia en el muslo del highlander.
―¡No! ―gritó Ella, retorciéndose en el asiento y sintiendo en su
pierna el mismo dolor que experimentaba él.
―Tienes razón, guapetón, es más divertido torturarte a ti.
―Cálmate, preciosa, le estás haciendo daño a ella ―Amaro,
señaló a Brunella con la cabeza―. Y sé que tienes órdenes de que
llegue sana y salva, así que contrólate.
―Lo cierto es que, para ser un demonio, eres bastante aburrido
―se quejó la bruja, desclavando el cuchillo de la pierna del guardián y
recostándose de nuevo contra el respaldo del asiento.
La herida de la pierna de Ella se curó con la rapidez habitual,
pero la de Elion continuó sangrando.
―¿Por qué no te estás curando? ―le preguntó, con el ceño
fruncido.
―Por el suero con el que impregnan sus armas ―le aclaró,
apretando los dientes.
―Pero le pueden curar, preciosa, si a cambio respondes a
algunas preguntas ―le dijo Amaro―. ¿Te apetece jugar?
Brunella lo fulminó con la mirada y el demonio sonrió más
ampliamente al percibirlo.
―¿Qué quieres saber? ―repuso con brusquedad, con el corazón
acelerado al ver como el pantalón de Elion se iba tiñendo de rojo con
bastante rapidez.
―Así me gusta, buena chica ―apuntó, tamborileando con los
dedos de su mano derecha sobre su muslo y mirándola con interés―.
Antes quiero que sepas que puedo saber cuándo alguien me miente y a
cada mentira que me digas, dejaré aquí a mi amiguita ―Señaló a Myra
con la cabeza―, use su juguetito con el guardián, ¿de acuerdo?
―¡Oh, me está empezando a gustar este juego! ―exclamó la
bruja con una sonrisa radiante.
Brunella apretó los puños y asintió a regañadientes.
El demonio pareció la mar de satisfecho.
―Empecemos por una sencilla, ¿te has acostado con este
guardián? ―Alzó una de sus manos para señalar a Elion.
―¿A ti que te importa?
―¿Has olvidado las reglas del juego, preciosa?
―No he mentido ―le refutó.
―Eres una chica lista, pese a ser rubia ―repitió aquel falso mito
para molestarla de nuevo―. Pues añado a las bases de nuestro
jueguecito que si te niegas a responder, Myra hará de las suyas
también. Te repito la pregunta, ¿te has acostado con el guardián?
―No respondas si no quieres ―le dijo Elion, deseando poder
desatarse y arrancarle la cabeza a aquel italiano engreído.
―Sí, me he acostado con él ―respondió Ella, ignorándole,
porque no iba a permitir que le hicieran daño por negarse a responder a
una pregunta tan absurda.
―¿Ves como no ha sido tan difícil? Además, puedo sentir su olor
en ti, así que hubiera sido una tontería negarlo ―le aseguró―. Vamos
a por la siguiente, ¿Qué te une a los guardianes?
―Se supone que uno de ellos es mi hermano ―confesó de
nuevo, alzando el mentón.
―¿Se supone? ―indagó el demonio, intrigado por aquella
contestación.
―No consigo acordarme de nada sobre mi niñez ni adolescencia.
Mi primer recuerdo es haberme despertado sobre un charco de sangre
en medio del bosque, hace ya demasiados años, pero no sé cuáles eran
mis raíces.
Amaronte asintió y entrecerró los ojos, estudiando el rostro de la
joven.
―¿Por qué te quiere Sherezade?
―Amaro, creo que ella misma te lo dijo… ―El demonio alzó la
mano para hacer callar a Myra y esta obedeció de inmediato, como si
en realidad le temiera.
―No conozco a esa mujer de nada más que un par de llamadas
telefónicas, después de que Abe fuera asesinado ―respondió, sin dejar
de mirarle a los ojos.
―De todos modos, sabes para lo que quiere dar contigo,
¿verdad?
―Intuyo que es para extraer mi sangre.
Aquella respuesta hizo que el demonio frunciera el ceño y mirara
de reojo a Myra, que se removió en el asiento, incómoda.
―¿Extraer tu sangre? ―repitió―. ¿Para qué?
Brunella alzó una ceja, con cierto aire de superioridad.
―¿Estás seguro de que conoces a la persona a la que le haces de
recadero?
Amaro se inclinó hacia delante, apoyando los codos sobre sus
rodillas y quedándose a escasos centímetros del rostro de Ella.
―No te equivoques, preciosa, yo no soy el recadero de nadie,
siempre voy por mi cuenta y solo me uno a alguien si me interesa a mí
―le aseguró―. Mis propios intereses son lo único que me mueve.
―Pues qué triste tiene que ser dirigir tu vida en cuanto a
beneficios que nada tienen que ver con los sentimientos ―le echó en
cara.
Elion, a su lado, se tensó, temiendo que el demonio no se tomase
a bien las palabras de la joven.
Sin embargo, Amaronte sonrió de medio lado.
―¿Y tú estás segura de encontrarte ahora mismo en el bando
correcto? ¿No hay posibilidad de que estés siendo engañada por ellos?
―Señaló con un movimiento de cabeza al guardián.
Brunella sentía en su corazón que Elion no la estaba mintiendo
pero, ¿podía fiarse de su instinto? Estaba claro que con Abe no le
funcionó, si resultaba que lo que le contaron los guardianes de él fuera
cierto.
Amaro notó sus dudas y aquello le satisfizo.
―Percibo tus pecados, preciosa, tú tampoco eres lo que se dice
una santa ―apuntó, aproximándose más a ella y rozando con su nariz
el cuello de la joven―. Has matado a muchas personas a lo largo de tu
extensa vida y, aun así, percibo que tu corazón no tiene maldad, ¿cómo
es eso posible?
Brunella contuvo la respiración al percibir el aliento del demonio
acariciándole la piel. Era muy atractivo y su voz ronca podía incitar a
besarle, sin embargo, su cuerpo no reaccionó de la misma forma en
que siempre lo hacía cuando estaba cerca de Elion.
―No sé cómo alimentarme sin hacer daño a mi alimentador, es
por eso que he matado a tanta gente, pese a que he intentado por todos
los medios contenerme o que, por lo menos, no fueran buenas personas
a las que les arrebataba la vida.
Amaro volvió el rostro para mirarla a los ojos, sin apartarse un
solo centímetro de ella.
―Así que te alimentas de sangre, como los guardianes, y has
impartido tu propia justica ―caviló con satisfacción―. Entonces,
debes comprenderme, preciosa, porque yo pretendo hacer lo mismo.
―Tomándola por la nuca, se apoderó de sus labios.
―¡Suéltala ahora mismo, hijo de puta! ―bramó Elion, tratando
de desatar las cuerdas que le mantenían sujeto, pero estas debían estar
impregnadas con el suero, pues le resultó imposible.
Brunella trató de separarse de él, pero aquel demonio era muy
fuerte. De repente, notó como un placentero tirón ascendía por su
pecho, pasaba por la garganta y salía por su boca, como absorbido por
la de Amaronte, que la soltó justo después.
―Ella, ¿estás bien? ―le preguntó Elion, con cierto tono de
ansiedad en la voz.
Brunella asintió para tranquilizarle y tragó saliva, tratando de
recomponerse.
―¿Qué acabas de hacerme? ―le preguntó al demonio, un tanto
aturdida, pero sintiéndose mucho más ligera y desprovista de cargas en
su interior.
―He absorbido los pecados que te atormentaban, preciosa. De
nada ―repuso con satisfacción, recostándose en su asiento―. Ahora
responde a mi pregunta, ¿para qué quiere extraer tu sangre Sherezade?
―Según los guardianes, me han estado extrayendo sangre
durante los últimos diez años, contándome la mentira de que me
estaban administrando un tratamiento para calmar mi apetito, cuando
en realidad solo me usaban para crear una especie de zombies
horrendos.
―Los Groms ―apuntó Amaro.
―Esos mismos.
―La última pregunta, preciosa.
―Dispara.
Amaro no pudo evitar volver a sonreír ante su frescura.
―¿Dónde está la guarida de los guardianes?
―¿Por qué quieres saberlo? ―indagó Ella.
―¿Tú que crees? ―Alzó una de sus oscuras cejas.
―Eres un jodido cabrón, Amaronte ―soltó Elion entre
dientes―. Ella no sabe dónde está nuestra guarida.
Amaro estudió el rostro del guardián.
―Por desgracia, te creo ―repuso, a la vez que soltaba un
suspiro.
―¿A dónde nos lleváis? ―preguntó la joven, captando de nuevo
su atención.
―A un lugar donde todo el mundo te espera con los brazos
abiertos, bonita ―le respondió Myra en su lugar con socarronería.

Varcan y Mauro estaban interrogando a las personas que andaban


por los alrededores cuando Elion y Ella desaparecieron, y nadie
parecía haber visto demasiado, pero en lo que todos coincidían era en
que vieron al demonio rondando cerca del callejón, cosa que resultaba
imposible, pues no se movió en ningún momento del lado del
guardián.
―¡Mierda! ―maldijo Mauronte, dándole un puñetazo a la pared
de su local con todas sus fuerzas.
―Eh, calma, cuernos ―le pidió Varcan, con las manos en los
bolsillos de sus tejanos negros.
―¿Es que no te das cuenta de lo que ha pasado? ―le preguntó
con la cara roja de ira―. Sin duda se trata de mi hermano, que ha
decidido volver a aparecer para intentar jodernos la vida de nuevo.
―Por lo que veo, Amaronte y tú seguís teniendo vuestras
tiranteces ―ironizó el guardián de la cicatriz.
De todos era sabido que aquellos dos hacía décadas que no se
soportaban.
―Llevo años sin saber nada de él ―le aseguró, pasándose las
manos por el pelo, revolviéndoselo.
―Creo recordar a la preciosa morena causante de vuestra
enemistad.
Los ojos de Mauronte comenzaron a ponerse rojos como dos
brasas ardiendo.
―Cuidado, amigo, porque no permito ni un solo cometario
jocoso sobre ella.
Varcan alzó las manos en el aire, sin dejar de sonreír.
―Vaya, parece ser que sigue afectándote ―comentó―. Pero
tranquilo, que por mí será como si jamás hubiera existido.
Los ojos de Mauro volvieron a su estado natural, tornándose de
nuevo completamente negros.
―¿Dónde puede habérselos llevado? ―preguntó el guardián,
volviendo al tema que le importaba.
―Conociendo a mi hermano, lo más probable es que esté
conspirando con Sherezade solo para llevarme la contraria.
―Llamaré a Abdiel para que Roxie haga un hechizo de
seguimiento, y esperemos que consiga averiguar algo.
Capítulo 20

La furgoneta negra se detuvo en medio de una zona industrial, que a


aquella hora de la noche estaba desierta. El chófer se bajó de ella y
acercándose a la nave que tenían más próxima, tecleó una contraseña, que
Elion, pese al dolor que sentía en su muslo, memorizó. La persiana se abrió
al instante y el conductor, colocándose tras el volante, metió el vehículo
dentro.
La puerta corredera de la furgoneta se abrió de repente y ante
ellos apareció un hombre con un aspecto aterrador. Era muy alto, con
el cabello y los ojos negros. Poseía un cuerpo musculoso, aunque no
en exceso, sus pómulos eran altos y marcados, y lo más impactante de
él era que lucía unos pequeños cuernos a cada lado de su frente.
Brunella respiró hondo, sintiendo como los latidos de su corazón
se aceleraban cuando clavó su vacía mirada sobre ella. Aquellos ojos
parecían carentes de vida.
―Tranquila, todo va a ir bien ―le susurró el guardián,
percibiendo su ansiedad―. Es un demonio del mismo clan que
Mauronte.
―Lo éramos ―le corrigió Amaro, saliendo del vehículo junto a
Myra―. Trae a la chica, Cyran ―le ordenó al demonio de los cuernos.
Este se le acercó y Ella reculó, pegándose completamente a
Elion.
―No voy a dañarte ―le aseguró aquel hombre, que poseía la
voz más ronca y gutural que había oído en toda su vida.
La joven comenzó a temblar como una hoja sin saber por qué,
pero intuía que fue a causa de escucharle.
―¿Qué estás haciendo involucrado en todo esto? ―le susurró
Elion―. Siempre creí que eras un demonio de honor.
Cyran desvió sus ojos hacia él y ladeó la cabeza levemente.
―¿Me estás viendo, guardián?
Elion asintió, observando aquellos cuernos que la última vez que
lo vio, hacía ya bastantes décadas, no estaban allí, del mismo modo
que aquel tono de voz tan profundo, que parecía salido del fondo de
una caverna.
―Este es el resultado de ser honorable y absorber pecados de
personas que decidieron cometerlos con total libertad ―explicó con
seriedad―. ¿Qué debería hacer, según tú? ¿Continuar absorbiendo más
hasta que estos acaben conmigo, arrastrándome completamente a la
oscuridad? He visto el borde del acantilado y no estoy dispuesto a
saltar sin más. He sido testigo del modo en que muchos de los de mi
especie han perecido por esta causa y no pienso seguirles sin luchar
―tras aquellas palabras, tomó a Ella del brazo con una delicadeza
sorprendente para alguien con su aspecto.
Elion se arrastró como pudo hasta fuera de la furgoneta, dadas
sus ataduras impregnadas en suero y la profunda puñalada que tenía en
el muslo.
Brunella volvió su mirada hacia él y se asustó al ver el charco de
sangre que comenzaba a formarse bajo sus pies.
―¿Puedes ayudarle? ―le pidió al espeluznante demonio con
cierta desesperación―. Se está desangrando.
Amaro soltó una suave risa.
―¿En serio? No me había percatado ―ironizó, contestando por
su amigo, y demostrando su falta total de sentimientos.
―Sabía que no me defraudarías ―pronunció una voz femenina,
haciendo que todos se volvieran hacia ella.
Una atractiva mujer con el cabello negro y la tez bronceada se
acercaba a ellos con una preciosa sonrisa dibujada en el rostro.
―No lo he hecho por ti, Sherezade, pero tenemos un trato.
La bruja clavó sus rasgados ojos en el demonio.
―Soy consciente de ello ―concedió, antes de situarse frente a
Brunella y tomarla de las manos―. Mi queridísima Ella, cuantas ganas
tenía de conocerte en persona.
―No sé si puedo decir lo mismo ―respondió la joven―.
Sherezade, ¿cierto?
―La misma ―asintió la bruja milenaria―. Y estoy dispuesta a
seguir ayudándote con tu enfermedad, como bien te dije por teléfono.
―¿De veras? ―La retó con la mirada―. ¿Y por ese motivo has
decidido secuestrarme?
―Esto no es un secuestro, querida, es un rescate ―la contradijo
Sherezade―. Por lo que tengo entendido, fueron los guardianes los
que te arrancaron de tu tranquila vida y te arrastraron con ellos,
exponiéndote a los peligros de su mundo.
―Unos peligros creados por vosotros mismos ―apuntó Ella.
―¿A qué te refieres? ―repuso la bruja, frunciendo levemente el
ceño.
―A esa especie de vampiros zombies que nos atacaron en la
gasolinera.
Sherezade se volvió hacia Elion y parecía indignada.
―¿De verdad le habéis hecho creer a esta inocente criatura que
el resultado de vuestras relaciones carnales con los humanos es culpa
nuestra? ¿Hasta qué punto pensáis llegar para destruir el mundo?
El guardián apretó los puños y se recostó contra la furgoneta.
―Eres una puta mentirosa. ―Trató de abalanzare contra ella,
pero la bruja parecía estar protegida por un campo de fuerza invisible
contra el que se estrelló, tras lo cual, cayó al suelo, apenas sin fuerza
por la pérdida de sangre.
―Sabía que intentarías de hacer algo así, dada vuestra
traicionera naturaleza ―terció Sherezade, girándose de nuevo hacía
Ella, que trataba de asimilar todo lo que estaba escuchando.
Otra furgoneta llegó y estacionó junto a ellos.
―Vaya, acaba de llegar mi regalito ―dijo Amaro, sonriendo y
acercándose a abrir la puerta trasera.
Brunella se quedó de piedra al ver dentro a una decena de
personas, que les miraban con ojos asustados.
―¿Qué significa esto? ―preguntó Elion, poniéndose en pie con
dificultad―. ¿Qué vais a hacer con esta gente?
―Se los estoy entregando a Sherezade para que haga con ellos lo
que le plazca ―le dijo el demonio, tomando por el brazo a una de las
asustadas mujeres y tirando de ella―. Solo son pecadores, que no se
merecen más que sufrimiento ―aseguró, clavandole sus oscuros ojos,
anted de que comenzara a llorar y a temblar de forma descontrolada.
―¡Son personas! ―exclamó Ella, horrorizada.
Amaronte se volvió hacia ella.
―Tan solo en apariencia, créeme ―afirmó, avanzando hacia
Brunella―. Estos pecadores han hecho cosas horribles, cosas que te
harían vomitar. ¿Están asustados? Sí, es cierto, pero también lo
estuvieron sus víctimas.
La joven, que tenía que alzar la cabeza para mirarlo a los ojos
pues era muy alto, tragó saliva.
―¿Son todos asesinos? ―le preguntó, con un hilo de voz. No
podía evitarlo, aquellos dos demonios la asustaban como ningún otro
ser que hubiera conocido.
―No todos ―dijo, sonriendo levemente al notar su temor.
―Es mejor que os vayáis ya, Amaro ―le pidió Sherezade.
―Es cierto, deberíamos irnos. ―Se inclinó junto al oído de la
joven y susurró―: No te dejes manipular, preciosa, tú sabes lo que es
verdad y lo que no. Tu mente discierne perfectamente en que bando
estás segura. ―Y tras aquello, notó como metía la mano en el bolsillo
de su tejano y le guiñaba un ojo―. Vámonos, Cyran ―le ordenó al
otro demonio.
Cuando este la soltó, Ella se tambaleó hacia atrás, sintiéndose
débil.
―Cuidado ―dijo Cyran, mirándola con el ceño fruncido.
―Querida, ¿estás bien? ―le preguntó la bruja persa,
acercándose a ella preocupada.
―Me siento débil ―reconoció, un tanto mareada.
―Es por mí ―intervino Elion, pues él estaba en el mismo
estado―, estamos unidos por un hechizo de vinculación.
Sherezade apretó los dientes y lanzó una mirada acusatoria a
Myra.
―¿Lo sabías antes de hacerle eso? ―señaló su herida sangrante.
―Bueno… ―dudó la aludida.
―¡Maldita sea! ―repuso furiosa, usando un hechizo para desatar
las ligaduras de Ella, para que estuviera más cómoda―. Entremos
dentro y curemos al guardián. ¿Puedes traer a alguna demonio que
absorba este hechizo? ―le preguntó a Amaro.
―Solo conozco a Maera y, teniendo en cuenta que es la putita de
mi hermano, dudo que se preste a ayudarme a mí ―repuso, poniendo
los ojos en blanco.
―Está bien, encontraremos otro modo de desvincularlos ―terció
Sherezade, suspirando.
―Adiós, preciosa ―se despidió Amaronte de Ella por última
vez antes de marcharse junto a Cyran, que le dedicó una última, y
hubiera jurado que, preocupada mirada.

Los llevaron adentro, donde parecía haber una especie de


laboratorios.
―Vamos a tratar de ayudar a todas estas personas que Amaro ha
dejado aquí ―iba diciendo Sherezade, con tono amable―. Estamos
probando un nuevo tratamiento que eliminará su vena criminal.
Brunella la escuchaba, pero solo podía pensar en las palabras que
Amaronte le susurró en el oído. ¿Aquello quería decir que no se dejase
manipular por los engaños de la bruja? Sin embargo, no tenía sentido,
pues trabajaba con ella. ¿Y qué le metió en el bolsillo? Con disimulo
introdujo su mano en él y palpó una llave. ¿Por qué le dio esa llave?
―¿Ella? ―la pregunta de Sherezade la hizo sobresaltarse―.
¿Me estabas escuchando?
―Eh… Sí, claro ―mintió―. Es que me siento un tanto
abrumada por todo lo que llevo vivido los últimos días.
La bruja posó una de sus manos sobre su hombro.
―Es normal, pero con nosotros estás a salvo.
―Lo sé ―respondió, obligándose a sonreír.
―¿Lo sabes? ―repitió Elion, frunciendo el ceño.
Brunella, volviendo sus claros ojos hacia él, alzó el mentón.
―Está claro que nunca debí confiar en vosotros.
El guardián dio un par de pasos hacia ella, pero uno de los
escoltas que iban con Sherezade se interpuso entre ellos.
―Ella…
―No quiero escuchar más mentiras, así que ahórratelas ―le
soltó, pues temía que pudieran hacerle daño si decía algo que no les
conviniera.
Las aletas de la nariz de Elion se abrieron y cerraron, mientras
sus mandíbulas comenzaron a palpitar. Estaba claro que trataba de
contenerse, pero que Ella le dijera que era un mentiroso le enfureció.
Con el mismo hechizo que usó para desatar las cuerdas de Ella,
hizo lo propio con las del highlander.
―Por favor, guardián, quítate los pantalones y túmbate en la
camilla para que podamos curarte ―demandó Sherezade, con falsa
amabilidad.
―¡Que te jodan! ―espetó con rabia.
―¿Pretendes que ella muera? ―le preguntó, señalando a
Brunella con su mano―. Porque es lo que os ocurrirá a ambos si
sigues perdiendo tanta sangre.
Echando un último vistazo a Ella, maldijo entre dientes y
procedió a deshacerse de los tejanos y acomodarse en la camilla, como
la bruja pidió.
―Myra, trae el bálsamo, por favor ―le solicitó a su lacaya, pues
eso era lo que parecía.
La aludida se apresuró a hacer lo que le demandaba y volvió con
un frasco de cristal con una pasta blanca dentro.
―Esto te va a escocer ―le advirtió Sherezade, antes de extender
el ungüento sobre la puñalada.
Elion gruñó entre dientes, mientras todo su cuerpo se ponía en
tensión y las venas de su cuello se marcaban de forma exagerada.
Brunella, por su parte, soltó un grito y se arrojó al suelo con sus
manos presionándose la zona donde el guardián tenía la herida,
sintiendo su dolor como si fuera propio.
―¡Ella! ―gritó Elion, sin poder dejar de mirarla mientras se
retorcía en el suelo.
―Lo siento, querida, ojalá pudiera hacer algo por ti, pero pasará
pronto, te lo prometo ―le aseguró Sherezade, arrodillándose junto a
ella.
―¿Esto… esto le curará? ―preguntó la joven apenas sin voz,
notando como el dolor iba remitiendo poco a poco.
―No, pero eliminará el suero, permitiendo que la rapidez con la
que siempre cicatriza haga su función ―le explicó.
Brunella se limitó a asentir.
―Déjame ayudarte a tumbarte en la otra camilla ―se ofreció
Sherezade, tomándola del brazo y sosteniéndola mientras se ponía en
pie y se sentaba sobre el fino colchón.
―Gracias, ya estoy algo mejor, aunque aún me siento cansada
―reconoció, pasándose la mano por los ojos, que sentía pesados.
―Es normal, debéis descansar para recuperaros de la pérdida de
sangre.
―Quizá me fuera bien dormir un poco.
―De acuerdo, os dejaremos solos ―Sherezade miró de reojo al
guardián.
―Tranquila, no me hará daño, continuo unida a él ―dijo Ella,
intuyendo lo que pensaba.
―Está bien ―concedió―. De todos modos, Myra permanecerá
al otro lado de la puerta, por si necesitas algo.
―Muchísimas gracias ―repuso con una sonrisa―. Es agradable
sentirse por fin a salvo.
Capítulo 21

Draven se despertó sobresaltado a causa de las pesadillas que le asaltaban


de vez en cuando. Sentía un sudor frío recorrerle el cuerpo y los latidos
acelerados de su corazón.
Se pasó las manos por el pelo y respiró hondo varias veces,
tratando de calmarse. Se puso en pie, asomándose por la ventana, y fue
entonces cuando se percató de que el coche de Thorne no se
encontraba bajo la ventana del piso de Sasha.
«¿Dónde se ha metido?», pensó, frunciendo el ceño, extrañado.
Hacía semanas que alquiló un apartamento justo frente al piso
que Sasha ocupaba, para poder mantenerla vigilada en todo momento,
a la vez que iba dando alguna que otra cabezada. Sin embargo, ahora
que Thorne llegó como refuerzo, pensó que por fin podría dormir más
de dos horas seguidas, pero, al parecer, cantó victoria demasiado
pronto.
Se acercó a la mesita de noche y tomó su móvil, marcando el
número del vikingo, pero este no daba señal.
―¡Joder! ―maldijo entre dientes, llamando a Abdiel.
―Dime, bror ―respondió el líder de los guardianes casi de
inmediato.
―Thorne ha desaparecido, no está haciendo guardia frente al
edificio de Sasha, como se suponía que debía estar.
Unos segundos de silencio precedieron a aquella afirmación.
―¿Has probado a llamarle al móvil?
―Justo antes que a ti, pero no da señal ―afirmó, poniéndose la
camiseta.
―Está bien, seguiré intentándolo, relévalo en la vigilancia a
Sasha.
Draven no pudo evitar suspirar.
Ya podía irse despidiendo del sueño reparador que tanto
necesitaba.
―A tus órdenes, bror ―repuso, apretándose el puente de la
nariz.
Tenía por delante otra larga noche de vigilancia. ¡Pues qué bien!

En cuanto se quedaron a solas, Elion se levantó y acercándose a


sus pantalones, comenzó a colocárselos de espaldas a Ella.
―Elion ―le llamó la joven, en susurros.
El guardián ni se volvió, mientras se abrocha los vaqueros.
―Elion ―trató de nuevo de llamar su atención, aproximándose a
él, pero continuó ignorándola, por lo que se plantó delante se él―.
¿Estás sordo?
La fulminó con azul mirada.
―¿Qué coño quieres ahora?
Brunella agrandó los ojos ante su cortante respuesta.
―¿Qué mosca te ha picado?
―Han faltado solo unos pocos embustes para que te creas todo
lo que dice Sherezade a pies juntillas ―le echó en cara y parecía
dolido.
―¿Eres tonto o te lo haces? ―Se puso en jarras, indignada―.
Solo estaba fingiendo para asegurarme de que confiaban en mí lo
suficiente como para no mantenerme vigilada de manera constante.
Elion frunció el ceño.
―Pude percibir que tus dudas eran reales.
―Es cierto, hubo un momento en que dudé, pero no puedes
culparme, ¿no crees? ―murmuró, acercándose más a él―. He vivido
demasiadas cosas en muy poco tiempo, tengo derecho a vacilar, joder.
Era verdad, había descubierto un nuevo mundo, nuevos seres y
todo lo que creyó cierto se desmoronó. ¿Cómo no iba a tener dudas?
Elion se apretó el puente de la nariz.
―Es verdad, lo siento ―se disculpó.
―Más te vale sentirlo, porque estoy poniendo toda mi confianza
en ti… ―titubeó un poco―. En vosotros, quería decir, en todos
vosotros.
―Ya, claro. ―Asintió, aunque sabía que Ella confiaba en él por
encima de cualquiera de los demás guardianes, incluyendo a su propio
hermano.
La joven se acercó más a él y le mostró la llave que el demonio
le entregó.
―Mira.
―¿Qué es esa llave? ―le preguntó el guardián.
―Amaro la guardó en mi bolsillo, a la vez que me dijo que no
me dejara manipular.
Elion la miró extrañado.
―¿A qué mierda está jugando Amaronte?
Brunella negó con la cabeza.
―No lo sé, pero sospecho que esta llave puede ayudarnos a huir.
―Pero no tiene sentido ―apuntó el guardián, acertadamente―.
¿Primero nos entrega a Sherezade para luego ayudarnos a huir?
―Yo que sé, no pretendo entender la retorcida mente de los
hombres, y menos aún la de un demonio ―espetó, volviendo a guardar
la llave en su bolsillo.
―El problema es que Myra está al otro lado de la puerta, puedo
olerla ―le aseguró.
―Por eso, vamos a fingir que me estás atacando.
―¿Quieres que te ataque? ―Enarcó una ceja.
―Que finjas atacarme, hay una gran diferencia ―le corrigió.
Elion se encogió de hombros.
―Está bien, veamos qué tienes en mente, encanto ―y tras decir
aquello, se colocó a sus espaldas, fingiendo inmovilizarla, pasando su
brazo alrededor del fino cuello femenino.
Tenerla tan cerca y aspirar su atrayente aroma hizo que se
excitara de manera casi instantánea.
―¿En serio? ―inquirió Ella, al notar la erección masculina
clavarse en su trasero.
Elion rio entre diente.
―¿Qué quieres que haga? Es tenerte cerca y mi sangre parece
arder en mis venas.
Aquella afirmación hizo que ella también sintiera como el calor
se instalaba entre sus piernas.
Carraspeó.
―Céntrate, anda ―le pidió, tratando de hacerlo ella también.
―Lo intentaré, encanto ―le susurró contra su oído, haciendo
que la piel de Ella se erizara.
―¡Myra! ―gritó entonces la joven, siguiendo su plan de fingir
que estaba siendo atacada por Elion.
La puerta se abrió de sopetón y la bruja se quedó parada al ver al
guardián tomándola por el cuello.
―¿Qué está ocurriendo aquí? ―preguntó, alzando una ceja―.
¿Una peleíta de enamorados? ―rio entre dientes.
―¡Suéltame, joder! ―exclamó Ella, empujando a Elion y
aproximándose a Myra―. Eres un animal ―le recriminó.
―Y tú eres una maldita puta desagradecida ―espetó este,
interpretando su papel―. Solo hemos tratado de hacerte ver que te
estaban utilizando, pero eres tan estúpida que no eres capaz de darte
cuenta cuando te manipulan.
Brunella frunció el ceño, un tanto molesta por sus palabras, a
pesar de saber que estaban representando una farsa.
―Claro que me doy cuenta, por eso sé que nada de lo que sale
por tu boca es cierto.
―Querida, esa es la premisa general de estos guardianes ―le
aseguró Myra, acercándose más a ella, con aquel sensual modo de
moverse que poseía―. Y te lo digo por propia experiencia, ya que
conozco a uno de ellos bastante bien.
Brunella ladeó la cabeza para poder mirarla a los ojos.
―¿A cuál de ellos?
―Draven. ¿Has llegado a conocerle? ―Ella negó―. Es una
lástima, porque tengo que reconocer que es un hombre guapísimo,
pero por desgracia, demasiado rencoroso. ―Suspiró la bruja.
―No tanto como debiera, yo te habría matado con mis propias
manos ―espetó Elion, con los puños apretados.
―Tienes suerte de estar vinculado a ella, o el único cadáver que
aquí habría serías tú ―le soltó Myra.
―¿Dónde está Sherezade? ―preguntó Ella, captando la atención
de la otra mujer.
―Se ha retirado a descansar, pero yo puedo ayudarte en lo que
necesites.
―Te lo agradezco ―repuso Brunella sonriendo, a la vez que le
soltaba un codazo tan fuerte en la sien, que la hizo perder el
conocimiento.
―Woaw, buen golpe ―concedió Elion, asintiendo impresionado.
―No perdamos el tiempo ―espetó Ella, agachándose a coger la
tarjeta identificativa que colgaba del cuello de la bruja.
Se asomó por la puerta y al ver el pasillo despejado, le hizo señas
con la cabeza al guardián para que la siguiera.
Anduvieron en silencio, tratando de no hacer ruido para no
llamar la atención.
―¿Hacia dónde nos dirigimos? ―preguntó Ella en un susurro.
Elion señaló hacia la puerta que tenían a su derecha.
―Nos trajeron por allí.
De repente, unos sollozos llegaron hasta ellos.
―Deben de ser las personas que Amaro le ha entregado a
Sherezade ―dedujo la joven.
―Eso me temo ―se lamentó el guardián.
―No podemos dejarlos aquí a su suerte.
―Lo sé ―dijo entre dientes, desviándose hacia el lugar de donde
provenían los sollozos.
Encerrados en una oscura celda estaban aquellas personas, que
los miraron con temor.
―Tranquilos, venimos a ayudaros ―les aseguró Ella, pasando la
tarjeta identificativa de Myra por el lector, haciendo que la reja se
abriera―. Rápido, salid.
Los humanos obedecieron y les siguieron hasta el aparcamiento
por donde entraron.
―Sabía que eras una zorra mentirosa ―la voz de Sherezade hizo
que todos se volvieran hacia ella.
―¿De verdad la zorra mentirosa aquí soy yo? ―ironizó Ella, al
verla junto a su sequito de Groms, que los observaban con los ojos
inyectados en sangre.
―Bueno, digamos que he adornado un poco la realidad para que
te sintieras más cómoda ―repuso con indiferencia―. Pero ya no
tendré que fingir. Voy a mantenerte atada y te convertiré en mi banco
de sangre personal.
―Jamás te dejaré hacerle eso ―sentenció Elion con fiereza,
situándose ante Ella para protegerla con su propia vida si fuera
necesario.
Sherezade soltó una carcajada.
―Tu arrogancia es muy divertida, guardián.
Brunella, viendo que aquello podía complicarse, se acercó al
lector de la puerta y pasó la tarjera, pero saltó una luz roja,
denegándole el acceso.
―¿Qué coño pasa? ―murmuró para sí misma.
―¿Te creías que iba a ser tan fácil salir de aquí? ¿Acaso me
tomas por estúpida? ―inquirió la bruja milenaria―. Los necesito
vivos a los dos hasta que pueda desvincularlos, pero dadles su
merecido, para que aprendan quien manda ―les ordenó a los Groms.
Esos engendros repugnantes se abalanzaron sobre Elion, que se
defendía de ellos con destreza.
―¡Maldita sea! ―gimió Ella, pasando de nuevo la tarjeta por el
lector, obteniendo el mismo resultado que la vez anterior.
Fue entonces cuando se percató de que había una pequeña
ranura, que parecía hecha para introducir una llave. ¡La llave!
Metió la mano en el bolsillo y sacó la llave que le escondió
Amaro allí. La introdujo en la ranura y esta giró. Tras ello, pasó de
nuevo la tarjeta y la luz se tornó verde, haciendo que la puerta
mecánica comenzara a abrirse.
―¿Qué? ―se sorprendió la bruja―. Pero ¿cómo…?
―Creo que sí eres estúpida al fin y al cabo ―la cortó Ella,
satisfecha―. Rápido, salid ―les ordenó a los humanos, que echaron a
correr fuera de aquel laboratorio de los horrores.
Sherezade apretó los dientes, llena de ira.
―Quiero que le arranquéis los brazos al guardián, no le hacen
falta, y ya me ocuparé después de que no se desangre hasta que los
desvincule ―les dijo a los Groms, que atacaron a Elion con más
virulencia.
―¡No! ―exclamó Ella, corriendo hacia ellos y arrancando el
corazón de uno de aquellos vampiros zombies.
―Son demasiados, no podremos contenerlos ―soltó Elion, a la
vez que arrancaba la calva cabeza de otro.
Dos más se abalanzaron sobre él y uno le clavó sus afilados
dientes en su hombro. El guardián gritó, sintiendo como trataba de
arrancarle el brazo a mordiscos, como ordenó Sherezade.
―¡Basta! ―chilló Ella, alterada―. ¡Deteneos!
De repente, los Groms hicieron justamente lo que Brunella
acababa de pedirles.
―¿Qué estáis haciendo? ―espetó Sherezade―. No os detengáis.
Los engendros parecían confundidos, casi tanto como se
encontraba Ella en aquel momento.
―Ordénales que se alejen ―le pidió Elion.
―Pero…
―¡Hazlo! ―la interrumpió, con impaciencia.
―A… alejaos y dejadnos salir.
Como si no pudieran resistirse a ello, todos los Groms se
alejaron, permitiéndoles salir por la puerta.
―Ahora, quiero que no permitáis que Sherezade nos siga.
―¡No! ―gritó la bruja, enfurecida.
Una vez en el exterior, Ella cerró la puerta, para que no les
persiguieran, a la vez que Elion pateó el lector, para tratar de ponérselo
aún más difícil.
―¿Qué acaba de ocurrir? ―preguntó la joven.
―Después pensaremos en ello, ahora vayámonos.
Unos aplausos les hicieron girarse hacia Amaro, que los
observaba con una sonrisa de medio lado, apoyado sobre el capó de un
descapotable negro.
―Sabía que eras lista.
―¿Qué quieres, Amaronte? ―inquirió Elion, harto de sus
gilipolleces.
El demonio se encogió de hombros.
―Solo quería ver si podíais escapar de Sherezade.
―¿Esto es una especie de juego para ti? ―le recriminó Ella.
―Digamos que llevo demasiados años en este mundo y necesito
buscarme diferentes entretenimientos.
―¡Que te den! ―le soltó, furiosa, dándole la espalda―
Vámonos.
―Lo siento, pero no puedo dejar que os llevéis a los humanos.
―Señaló con su mano para que vieran que estaban retenidos por
Cyran.
―No puedes dañarlos, Amaronte ―le recordó Elion.
―Por eso trabajo con Sherezade.
―Son personas ―se indignó Ella.
―Son pecadores ―la contradijo el demonio―. Una lacra para la
sociedad.
―Estás loco ―le miró con asco.
―Es muy posible ―reconoció, sin inmutarse.
―Si he de pelear para que se vengan con nosotros, lo haré,
Amaronte, y no creo que te convenga tener a los guardianes como
enemigos ―le dijo Elion, avanzando hacia él de manera amenazante.
―¿De verdad vas a arriesgarte a que tu preciosa chica pueda
salir herida? ―le preguntó, enarcando una de sus negras cejas.
El guardián miró de reojo a Ella, dudando sobre qué debía hacer,
porque si por su culpa le ocurría algo, no podría perdonárselo.
―A mí nadie tiene que protegerme, yo puedo hacerlo solita.
Antes de que Amaronte pudiera replicar, rugidos provenientes de
Cyran hicieron que todos se volvieran hacia él, que estaba siendo
atacado por los humanos, que parecían haberse vuelto locos.
―¿Qué está ocurriendo? ―soltó Elion, apresurándose a ayudar
al demonio de los cuernos a deshacerse de ellos, con Brunella
pisándole los talones.
―Creo que la bruja ha estado experimentando con estos
humanos ―dedujo Cyran, quitándoselos de encima, pero sin matarlos,
pues los demonios no podían sesgar una vida humana, o perderían la
suya en el proceso.
Los humanos parecían como poseídos y les atacaban con todas
sus fuerzas, que eran superiores a las de una persona con la que no
hubieran experimentado. Uno de ellos rompió la ventanilla de uno de
los coches que estaban aparcados por allí y trató de cortarle el cuello al
demonio.
Elion, viendo que no existía otro modo de reducirlo, lo tomó por
el cuello, inmovilizándolo contra el suelo.
Entonces, el resto se abalanzaron  sobre la ancha espalda de
Elion, clavándole sus dientes en ella, que parecían haberse alargado.
―¡Dios mío! ―exclamó Ella, tratando de quitárselos de encima
y sintiendo el dolor del guardián en su propio cuerpo.
―Sherezade ha encontrado el modo de transformar a humanos
en sus vampiros sanguinarios ―caviló Amaro, sonriendo―. Y por lo
que parece, sus mordeduras también contienen el suero.
―¡Joder! ―maldijo Elion, que pese a no pretender hacerles daño
a aquellos humanos, no le quedó más remedio que golpearles.
―O los matas o serán ellos los que acaben con vosotros
―apremió Amaro a la joven, situándose a su lado, simplemente
observando la escena que se desencadenaba frente a él.
―¡Cállate! ―le ordenó Ella, que acababa de recibir un fuerte
mordisco en uno de sus brazos, a la vez que otro trataba de morderla
en el cuello.
―Es él o vosotros ―dijo el demonio, apartando de un manotazo
a otro humano que trató de abalanzarse contra él―. ¿Qué decides,
preciosa?
Apretando los dientes, finalmente le partió el cuello al humano
que trataba de desgarrarle la yugular.
―Una sabia decisión ―la alabó satisfecho.
De repente, Ella oyó un crujido y el demonio se desplomó.
Sorprendida, se quedó mirando a Thorne, que acababa de partirle el
cuello. ¿De dónde había salido?
―Eres un bocazas y nunca me has caído bien ―soltó el vikingo,
clavando sus ojos en ella.
―¿Qué haces aquí? ―le preguntó Brunella, viendo como
Thorne le quitaba a otro humano loco de encima y le partía la espalda
en dos.
―Sabía que la cagaríais ―sentenció, lanzándose a ayudar a
Elion con el resto de los enloquecidos individuos y dejando a la
bailarina absolutamente sorprendida.
Capítulo 22

A Elion y Thorne no les quedó más remedio que matar a los enajenados
humanos, ante la mirada horrorizada de Ella, que se sentía en shock.
¿Qué les hizo la bruja a esas pobres personas?
Cuando el vikingo se acercó a una muchacha de poco más de
veinte años, Ella se interpuso entre ellos.
―¡Basta!
―Está fuera de sí, no podemos hacer nada por ella ―bramó
Thorne.
Brunella, volviéndose hacía la desquiciada joven, presionó un
punto exacto en su cuello, dejándola inconsciente, tras lo cual miró al
enorme guardián con los brazos en jarras y una mirada triunfante.
―Podemos intentar ayudarla. ―Pasó sus ojos por los cadáveres
que estaban esparcidos por el suelo―. Al menos a ella.
Thorne se limitó a gruñir a modo de respuesta.
―¿Vas a darnos problemas? ―le preguntó entonces el guardián
escocés a Cyran, que posaba su penetrante mirada sobre ellos.
El demonio de los cuernos negó con la cabeza.
―Podéis marcharos ―les dijo con aquella gutural voz que
poseía―. De hecho, ese siempre fue el plan, traeros aquí para
averiguar los planes de Sherezade y ayudaros a escapar, así que no
creo que hiciera falta romperle el cuello ―apuntó, señalando con la
cabeza a Amaro, que seguía en el suelo, inconsciente.
El vikingo se cruzó de brazos y se encogió de hombros.
―Habla demasiado ―repuso con indiferencia.
De repente, Elion se dobló sobre sí mismo apoyando las manos
sobre sus rodillas con la respiración entrecortada.
―¿Qué te pasa? ―le preguntó la joven, pues ella no sentía
ningún tipo de dolor o malestar que pudiera indicarle el motivo de su
comportamiento.
―Me ocurre algo ―respondió entre dientes―. Siento… siento
como si me quemaran las entrañas.
―¿Qué coño le pasa? ―rugió Thorne, dirigiéndose a Cyran.
―No lo sé ―respondió el aludido con calma, pese a la postura
amenazante del guardián.
Sin previo aviso, Elion soltó un alarido de guerra y derribó al
vikingo.
―¡Elion! ―gritó Ella, sobresaltada.
―¿Qué cojones estás haciendo? ―inquirió Thorne, forcejeando
con él.
―No lo sé ―reconoció, a la vez que trataba de arrancarle el
corazón a su hermano―. Pero tengo unas irrefrenables ganas de
matarte.
―¡Haz algo! ―le exigió Brunella al demonio.
―No me meto en disputas familiares ―se limitó a contestar.
Poniendo los ojos en blanco, se acercó a ambos hombres y,
armándose de valor, rompió con decisión el cuello de Elion como vio
hacer minutos antes al vikingo con el de Amaronte.
―Qué mierda le habrá hecho esa puta bruja ―gruñó Thorne,
poniéndose en pie y sacudiéndose la ropa.
El sonido de la puerta metálica del laboratorio comenzando a
abrirse hizo que todos se pusieran alerta.
―Marchaos en nuestro coche, yo los retendré ―les aseguró
Cyran, alargando las manos e incendiando la salida para que no
pudieran traspasarla.
Brunella se acercó a aquel aterrador demonio y posó una de sus
manos sobre su brazo.
―Muchas gracias ―le dijo con sinceridad.
Él se limitó a clavar sus fríos ojos negros en ella y asintió.
―Vámonos ―la apremió Thorne, colocándose a su hermano
sobre el hombro, para dejarlo caer en la parte trasera del descapotable.
―Nos la llevamos también. ―Señaló a la humana inconsciente.
―¡Ni hablar!
―No pienso dejarla para que sigan experimentando con ella
―sentenció, dispuesta a pelear si fuera necesario.
Thorne, consciente de ello, soltó un gruñido, se agachó a coger a
la mujer y la metió dentro del maletero.
―¿Qué haces? ―inquirió Ella, corriendo hacia él.
―He aceptado llevármela, pero no voy a arriesgarme a subirla al
coche con nosotros para que pueda atacarnos ―le dijo, tomándola del
brazo y obligándola a sentarse en el asiento del copiloto, antes de
cerrar la puerta de un portazo y colocarse tras el volante.
Arrancó y salió de aquel polígono industrial derrapando, viendo
por el espejo retrovisor como Cyran cogía en brazos a Amaro,
marchándose con él antes de que se extinguieran las llamas con las que
encerró a Sherezade y a los Groms.
Brunella apoyó la cabeza en el reposacabezas del cómodo asiento
y cerró los ojos, agotada. Ojalá pudiera despertar y darse cuenta de que
todo aquello solo era un mal sueño.
―¿Qué haces aquí? ¿Cómo diste con nosotros? ―le preguntó a
Thorne, volviéndose hacia él.
―Coloqué uno de los localizadores de Elion bajo la plantilla de
tus deportivas ―respondió, sin desviar la vista de la carretera―.
Cuando entrasteis dentro de la nave, la señal se perdió, pero pude
seguirla hasta aquí.
―¿Por qué lo hiciste?
La miró de reojo solo un segundo.
―Sabía que te meterías en problemas.
―¿Y que más te da? Me detestas, te has empeñado en
demostrármelo.
Su expresión no varió un ápice y Ella pensó que no le
contestaría, por lo que volvió la vista hacia el paisaje que se extendía
ante ella.
―No te detesto y, además, estás unida a mi hermano
―respondió al fin, captando la atención de la joven.
―Al final voy a tener que agradecer el estar unida a él ―ironizó.
―No solo lo hice por él.
Brunella asimiló aquellas palabras y sonrió, parecía que debajo
de tanta bravuconería y tosquedad existía un corazoncito. ¡Vaya
sorpresa!

Llegaron al búnker de Mauronte, donde Varcan, Nikolai y Keyla


les esperaban tras recibir su llamada.
―Gracias a Dios que estáis bien ―jadeó la joven doctora, con
los ojos brillantes.
―Cuando desaparecisteis, nos temimos lo peor ―añadió
Nikolai, acercándose a Ella y mirándola de arriba abajo, para
asegurarse de que estuviera bien―. No podría perderte otra vez.
―murmuró, abrazándola contra su pecho, sin poder contenerse.
Brunella se dejó caer contra él, como si reconociera aquellos
brazos. De sopetón, le vinieron a la mente imágenes de un Nikolai
mucho más joven, vestido con ropajes antiguos y riendo. Dicha
imagen hizo que su corazón se entibiase, como si una parte de ella
hubiera estado dormida y comenzara a despertar.
Se apartó de él abruptamente, mirándole desconcertada y con la
respiración acelerada a causa de las emociones que la asaltaban.
―Lo siento, no pretendía incomodarte ―se disculpó, dando un
par de pasos atrás.
―No… no me has incomodado ―le aseguró, sin atreverse aún a
decirle lo que recordó, ya que tan solo fue un leve instante. No era tan
importante, ¿verdad?
―Será mejor que llames a Draven, bror ―le sugirió Varcan a
Thorne―. Tu escapadita le tiene bastante contento ―ironizó.
El vikingo, sin decir una palabra, se introdujo en el búnker para
hacer justo lo que Varcan terminaba de decirle.
Elion, que acababa de despertar, abrió la puerta del coche
mientras se frotaba el cuello.
―¡Joder! ―iba murmurando, con gesto dolorido.
―Lo siento mucho, pero no sabía de qué otro modo pararte más
que partiéndote el cuello ―se excusó Ella, encogiéndose de hombros.
―Hiciste bien ―le aseguró, sin un ápice de rencor en la voz.
―¿Le has partido el cuello? ―soltó Varcan, divertido.
Elion alzó la mirada hacia él y, de nuevo, aquella ansia de
asesinar a sus hermanos reverberó en sus entrañas.
―Sí, porque traté de matar a Thorne ―les dijo―. No sé qué
coño me ha hecho esa bruja, pero en este momento también siento
deseos de hacer lo mismo con vosotros dos.
Se abalanzó sobre Nikolai, que era el que estaba más próximo a
él y le mordió. Varcan, usando su poder para desdoblarse, consiguió
reducirle, aunque con mucho esfuerzo.
―¿Qué mierda te han hecho, bror? ¿Convertirte en un súper
cazador de guardianes? ―se quejó, mientras forcejeaban.
―Mi herida no se cura ―les informó Nikolai.
―Me han transformado en un jodido Grom ―se lamentó Elion.
―Ha debido ser por el ungüento que te untó en la herida
―dedujo Ella.
―Pues esperemos que sus efectos sean pasajeros o estaremos
bien jodidos ―terció el guardián de la cicatriz, diciendo en voz alta lo
que todos pensaban.
Capítulo 23

Elion estaba encadenado a una pared que Mauronte ya tenía preparada en


el gimnasio, por si alguna vez necesitaba retener a alguien. El demonio en
cuestión acababa de llegar al búnker junto a Maera y a otro congénere,
quienes estaban tan preocupados por ellos como todos los demás.
Thorne encerró a la humana dentro de la habitación que él
ocupaba, ya que todas poseían cerradura.
Brunella terminaba de explicarles todo lo ocurrido con Amaro,
Cyran, Sherezade y los Groms durante el tiempo que estuvieron con
ellos.
Elion tiró fuertemente de las cadenas, que, por suerte, estaban
reforzadas. No parecía él mismo, más bien estaba enajenado y Ella
temió que pudiera hacerse daño.
―Necesitamos una solución para él ―repuso Keyla, mirando al
guardián escocés con pesar.
―¿Tú crees? ―ironizó Varcan, acercándosele un poco más―.
Yo pienso que así es mucho más interesante.
Elion soltó una dentellada, como un animal rabioso, haciendo
que su hermano diera un salto atrás.
―Aléjate, Varcan, no quiero hacerte daño, pero no puedo
contenerme ―le pidió entre dientes.
―Es normal, nadie puede contenerse de tratar de darme un buen
mordisco ―bromeó sarcástico.
―Déjalo en paz ―le ordenó Ella, colocándose entre los dos, con
los brazos en jarras.
Varcan alzó las manos, a modo de rendición.
―A tus órdenes, piernas. ―Le guiñó un ojo y se sentó en una de
las máquinas de pesas, sin dejar de sonreír.
¿A aquel tío no le afectaba nada?
«Parece ser que no», pensó Ella.
―¿Y qué hace Amaronte colaborando con Sherezade?
―preguntó Mauro, que estaba más serio de lo habitual.
―Por lo que pude ver, le entrega a personas que han cometido
pecados, según él, para que la bruja experimente con ellos ―respondió
la bailarina―. Se cree una especie de juez vengador, decidiendo quien
se merece vivir o morir.
―¿Podría ver a la humana? ―les preguntó el demonio.
―No veo por qué no ―contestó Nikolai.
―Pero será mejor que ninguno de los guardianes os acerquéis a
ella ―sugirió Ella―. Solo pierden el control cuando están en vuestra
presencia.
―Keyla tampoco ―añadió Elion―. Su marca me hace querer
atacarla también.
La doctora seguía sanando sus heridas y no respondió nada ante
aquella afirmación.
―Pero antes de ir a ver a la humana, deshaz nuestro hechizo de
unión ―le pidió Elion a Maera, que permanecía sentada en una de las
máquinas de ejercicios, con sus largas piernas cruzadas de forma
sensual―. No quisiera que, por mi culpa, Ella pudiera salir dañada de
algún modo.
La demonio se puso en pie con gracia y se acercó al guardián que
acababa de hablarle, acariciándole el rostro.
―¿Tú también quieres que os desvincule? ―aquella pregunta
iba dirigida a Brunella, pese a que sus rasgados ojos negros siguieran
clavados en Elion.
―Sí, claro ―se apresuró a responder.
Con una sonrisa ladeada, giró su cabeza hacia la joven bailarina.
―Una pena desligarse de semejante ejemplar de hombre, ¿no
crees?
Una punzada de celos se instaló en el pecho de Ella, que se
limitó a sostenerle la mirada sin decir una palabra.
―Hazlo ―le exigió el guardián escocés, con impaciencia.
Maera se encogió de hombros y posó una de sus manos sobre el
musculoso pecho de Elion. Después, alargó la que le quedaba libre
hacia Brunella.
Dudando, la tomó, sintiendo un leve calor que subió desde su
palma, hasta recorrerle todo el cuerpo. La demonio cerró los ojos y
susurró unas palabras que Ella no supo reconocer, seguramente porque
estarían pronunciadas en otro idioma.
Tras un par de minutos, abrió los ojos y puso fin a su contacto
con ellos.
―Listo.
―¿Ya está? ―inquirió la joven rubia, sin acabar de creérselo,
pues aún seguía sintiéndose unida a Elion y eso no debía pasar si su
vínculo finalmente se había roto, ¿no?―. ¿Estás segura?
Maera enarcó una de sus oscuras y perfectas cejas.
―¿Dudas de mí? ―Brunella se encogió de hombros, lo que
provocó que la demonio se cruzara de brazos―. Aléjate de él y
compruébalo tú misma.
Echó una mirada al guardián, que tenía sus azules ojos posados
en ella y, con paso vacilante, se fue retirando.
Era cierto, estaban libres del hechizo de unión, y aquello le causó
un profundo desasosiego. ¿Qué le estaba ocurriendo?
―¿Contenta? ―añadió Maera, como si conociera la respuesta.
―Sí, mucho ―mintió, cosa que Elion percibió claramente, pues
frunció el ceño, pero no dijo nada―. Os acompañaré a ver a la humana
―se ofreció, para mantenerse ocupada y poder dejar de sentirse tan
sola como se sentía en aquellos momentos.
Brunella y los tres demonios, siguiendo sus indicaciones, fueron
hacia la alcoba y al abrir la puerta, se encontraron a la mujer
acurrucada en un rincón.
―¿Qué queréis de mí? ―les preguntó, con voz temblorosa.
―Nada, pequeña, tan solo me voy a acercar a ti ―le aseguró el
demonio más alto, sonriendo de medio lado―. Soy Az ―se presentó,
para darle confianza.
Era un hombre muy atractivo, con el cabello negro, como el resto
de los demás demonios, que le caía un tanto despeinado sobre su
frente. Sus facciones eran muy masculinas y su sonrisa parecía la de un
encantador de serpientes.
Acuclillándose frente a ella, sin hacer ningún movimiento brusco
para no asustarla, ladeó la cabeza y la miró directamente a los ojos.
Brunella pudo apreciar como su rostro sonriente comenzó a mutar a
una máscara dura y peligrosa.
―¿Qué ocurre? ―le preguntó, percibiendo como sus mandíbulas
palpitaban.
Azazel, como le dijo que se llamaba el demonio cuando le
conocieron, se puso en pie dándole la espalda a la humana.
―Maltrata a sus hijos y disfruta con ello ―dijo sin más―. Les
ha roto huesos, causado heridas bastante graves y, de todos modos,
jamás se ha arrepentido de ello.
―Me arrepiento ―chilló la humana con desesperación―. Ahora
me arrepiento.
El demonio volvió la cabeza para mirarla por encima del
hombro.
―No es cierto ―aseguró, con tono despectivo.
―Por eso la habrá elegido Amaronte ―dedujo Mauro,
pasándose las manos por el pelo y despeinándoselo, cosa extraña en él,
que siempre lucía impecable.
Los cuatros salieron de nuevo de la alcoba, dejando a la asustada
humana sola otra vez.
―Se puede decir que es una mala persona, ¿entontes? ―quiso
saber Ella.
―Es una mala persona, sin duda ―le aseguró Azazel.
―Entonces, tu hermano no está enviándole a Sherezade a
personas inocentes ―concluyó la joven.
―Nosotros no podemos decidir quién paga y quien no por sus
pecados, para eso está la justicia o los Dioses ―terció Mauronte, que
seguía con el semblante serio.
―Es decir, que si te hubieras cruzado con ella antes que Amaro,
habrías leído sus pecados, sabrías lo que les hace a sus hijos y de todos
modos, ¿la dejarías marchar? ―preguntó, para acabar de comprender
en qué consistía su cometido.
―Así es ―afirmó Mauro―. Es una mala persona, así que debe
quedarse con esos pecados dentro de ella para que la consuman.
―Y mientras eso sucede, continuará dañando a sus hijos
―repuso Ella, no muy conforme con aquella forma de proceder.
―No podemos intervenir en eso ―aseveró, cruzándose de
brazos, a la defensiva.
―Yo no soy demonio y es posible que, por ello, no pueda
concebir ese proceder ―confesó―. Es más, pienso que sería capaz de
hacer lo mismo que hacen tu hermano y Cyran, y me tomase la justicia
por mi mano.
―Ni se te ocurra justificarlos ―le advirtió, dando media vuelta y
alejándose de allí con paso furioso.
Brunella se quedó mirando hacia el lugar por donde desapareció.
―No se lo tengas en cuenta, cualquier cosa relacionada con
Amaronte le afecta más de la cuenta ―la consoló Az.
―¿Qué haréis con la humana? ―preguntó Maera, cambiando de
tema―. No podéis dejarla suelta, parece infectada con lo que sea que
le haya hecho la bruja.
―Supongo que Keyla le hará algunas pruebas para saber qué le
ocurre exactamente ―conjeturó la joven rubia―. Lo que no entiendo
es, ¿por qué experimentar con humanos cuando ya tenían creados a
aquellos vampiros zombies?
―Quizá pretenda que no sea tan evidente lo que son o haya
encontrado algún tipo de defecto en su ejército de muertos vivientes
―supuso Azazel.
«Es una posibilidad, sí», reconoció Ella para sus adentros.
Oyó gritar de nuevo a Elion y su estómago se encogió de manera
dolorosa.
¿Cómo podía ayudarlo? Esa situación era culpa suya, y lo peor
de todo es que echaba de menos su vinculación y parecía estar vacía
sin él al lado.
¿Qué le estaba sucediendo?

Sherezade, furiosa, miraba los cuerpos de su ejército de Groms


esparcidos por el suelo. Los tuvo que matar, pues tras las órdenes de
Ella, no hubo manera de controlarlos.
Aquello era lo que se temía, como eran muertos sin voluntad, la
sangre de la joven que corría por sus venas les hacía que mantuvieran
un lazo invisible con ellos, que no podía romper.
Maldijo para sus adentros, consciente de que debía abandonar
aquellas instalaciones, como le ocurrió en las otras ocasiones cuando
descubrieron su paradero.
Cuando salió de los laboratorios junto a Myra, se cruzaron con
Amaro y Cyran, que se volvieron para observarlas.
―¿Estabas aún aquí? ―inquirió furiosa―. ¿Por qué no los
detuviste?
―¿Acaso mi trabajo es arreglar tus cagadas, Sherezade?
―repuso Amaronte, colocando las manos en sus caderas.
La bruja milenaria apretó los puños, tentada a lanzarle una
descarga y borrarle la sonrisa socarrona de un plumazo.
―Tenía una llave con la que salir, ¿sabes algo de eso?
―¿Yo? ―preguntó señalándose a sí mismo―. ¿Por qué no se lo
preguntas a tu perrita faldera? Por lo que pude comprobar, también
tenía su pase, ¿no es cierto?
―La muy zorra me engañó y me dejó inconsciente ―se
defendió Myra.
―Sabía que era una chica lista ―la alabó el demonio.
Sherezade se sentía frustrada y rabiosa, sospechaba que
Amaronte tuvo algo que ver con la fuga del guardián y su donante de
sangre, pero de todos modos, no quería ofenderle, pues sabía del poder
que tenían aquellos dos demonios que se encontraban frente a sí.
Además, los necesitaba, pese a que ellos aún no fueran conscientes.
―En fin, supongo que tuvo un golpe de suerte ―comentó al fin,
tratando de sonar calmada.
―Eso parece ―terció Amaro, que se fiaba tan poco de aquella
bruja como ella de él.
Capítulo 24

Tras la ruptura del vínculo, decidieron que lo mejor sería volver a casa. Así
que todos, a excepción de Thorne, que se quedó con Draven, volaron hacia
Irlanda, con Elion y la humana bien atados, pues no podían evitar querer
arrancarles la cabeza a Varcan y a Nikolai.
Brunella se quedó impresionada cuando un castillo, que no fue
capaz de ver hasta que lo tuvo a escasos metros, se materializó ante
ellos. El interior era igualmente extraordinario y contaba con todas las
comodidades.
Una pelirroja con el cabello rizado apareció de repente corriendo
hacia ellos, lo que provocó que Ella se pusiera en tensión. Sin
embargo, su atención se centraba en Varcan, sobre el cual saltó,
apoderándose de su boca con desesperación. El guardián posó sus
manos con descaro en el trasero de la pequeña joven, apretándola más
contra él.
―Yo también te he echado de menos, pecas ―susurró el hombre
contras sus labios y una sonrisa traviesa dibujada en su masculino
rostro.
―Pues tengo preparado un conjunto de ropa interior para
celebrar tu vuelta que va a hacer que no quieras marcharte nunca más,
chulito ―repuso la pelirroja, con una mirada sexi.
Varcan soltó un gruñido ronco y mordisqueó su cuello.
―No puedo esperar para arrancártelo.
―¿Por qué no dejáis eso para otro momento? ―les sugirió un
atractivo hombre con el cabello largo y negro, y los ojos de un extraño
tono aguamarina, que iba acompañado de una preciosa morena, que
sonreía de forma agradable.
La pareja se detuvo ante Ella, que los observaba con curiosidad y
un poco de desconfianza.
―Me alegra saber que estás en nuestro bando ―dijo la morena,
alargando una mano hacia ella―. Soy Roxie y este es mi esposo,
Abdiel.
Brunella estrechó su mano.
―Soy Ella, aunque veo que ya estáis enterados de ello.
―Así es ―terció la pelirroja, que de forma efusiva se bajó de los
brazos de su pareja y le dio un abrazo―. Soy Max y siento mucho si el
capullo de mi marido te ha molestado con alguna de sus absurdas
bromitas.
―¡Oye! ―protestó Varcan, sin perder la sonrisa―. Que no eran
bromas, solo proposiciones indecentes, en las que, por supuesto, te
incluiríamos.
Max puso los ojos en blanco y Ella no pudo evitar que se le
escapara la risa.
En aquel preciso instante, un ruido de cadenas cayendo al suelo
les hizo volverse a todos, justo a tiempo para ver como Elion se
liberaba y cargaba contra Nikolai, que era quien estaba de nuevo más
próximo a él.
Los dientes del guardián escocés se hundieron en su cuello,
haciéndole gritar.
―¡Nik! ―chilló Keyla, asustada.
Abdiel se apresuró a tomarle del cuello para intentar que soltara a
Nikolai.
―¡Basta, bror! ―le exigió―. Vas a arrancarle la cabeza.
―No puede evitarlo ―dijo Ella, presenciando la escena con
horror.
El líder de los guardianes alzó la cabeza.
―Si lo aparto sin que desclave sus dientes, le mataremos
―señaló al guardián ruso con la cabeza.
―Abdiel, ¿qué vas a hacer? ―preguntó Roxie con la voz
entrecortada al ver las dudas de su esposo y como colocaba su mano en
la espalda de Elion, a la altura de su corazón.
―Bror… ―murmuró Varcan, que por primera vez desde que
Ella lo conociera, parecía haber perdido la sonrisa.
El líder de los guardianes rechinó los dientes y comenzó a
introducir la mano en la cavidad torácica de su hermano.
¡Iba a matarlo!
―¡No! ―gritó Ella, arrojándose al suelo para posar su mano en
la mejilla de Elion―. Por favor, suéltale, vas a matarlo ―le pidió, con
lágrimas en los ojos―. Vas a matar a mi hermano y Abdiel te matará a
ti. ―sollozó sin poder contenerse―. No puedo perderos a ambos.
Detente ―suplicó con un hilo de voz.
Sus palabras parecieron surtir efecto, pues lentamente, Elion
desclavó sus colmillos de la garganta de Nikolai y dirigió sus ojos
hacia ella.
―Ella ―fue lo único que dijo.
Abdiel, respirando aliviado, se retiró de encima de él, que se
acercó a Brunella, a la cual le corrían lágrimas por sus mejillas.
―Gracias ―susurró Elion, tomando su rostro entre las manos y
secando dichas lágrimas con sus pulgares―. Has evitado que mate a
mi hermano… Nuestro hermano ―se corrigió.
Sin importarle que todos los presentes les miraran, Ella le abrazó,
enterrando su cara en el hueco del cuello del hombre, que la apretó
contra su pecho, sintiéndose reconfortado por su cercanía.
―Joder, eres la puta ama de estos zombies ―intervino Max,
sonriendo.
Abdiel se puso en pie y ayudó a Nikolai a hacer lo mismo.
―¿Estás bien, bror?
Este asintió sin poder hablar, ya que la herida de su cuello no
sanaba, como ocurría con las mordeduras de los Groms.
Keyla se acercó a él, para posar las manos en su garganta y
curarle con su don, tras lo cual se dejó caer contra él, sollozando sin
parar.
―Estoy bien, tranquila ―le aseguró, acariciándole la espalda.
―Creí que te mataría.
―Y lo hubiera hecho ―dijo Elion, incorporándose con Ella aún
entre sus brazos―. De hecho, lo mejor será que me aleje, antes de que
lo intente de nuevo.
Trató de separar a Ella de él, pero esta le tomó de la mano.
―Te acompaño.
El guardián sonrió y se la llevó a la torre que él habitaba.
―¿Habéis visto lo mismo que yo? ―preguntó Max cuando se
marcharon.
―Oh, sí, pelirroja, todos lo hemos visto ―respondió su esposo,
abrazándola por detrás.
―¿Te parece bien, Nikolai? ―quiso saber Abdiel, que siempre
intentaba que todo el mundo estuviera cómodo.
―Ambos son mayorcitos para saber lo que se hacen
―respondió, aún mirando al hueco de las escaleras por donde habían
desaparecido―. Solo espero que ninguno de los dos sufra.
―El amor es eso, mi guardián ruso ―dijo Talisa, que llegó sin
que ninguno se percatase―. Amar, arriesgarse y quizá sufrir, pero
merece la pena.
―Así es ―estuvo de acuerdo Roxie, que se acercó a tomarla por
los hombros con cariño.
―Intuyo que el poder de Ella sobre los seres creados por
Sherezade tenga que ver con que fueron diseñados gracias a su sangre
―apuntó Keyla―. Así que necesitaré hacerle pruebas a la mujer que
hemos traído, para tratar de descifrar cómo conseguir un antídoto.
―¿Qué tipo de pruebas? ―preguntó Roxie, mirando a la
asustada y maniatada mujer.
―Aún no lo sé ―reconoció la doctora.
―¿Qué más da? ―inquirió Max―. Son malas personas, así os
lo dijo el demonio amigo de Mauro, ¿no?
Varcan asintió a modo de respuesta.
―De todos modos, trataremos de no hacerle daño, si podemos
evitarlo ―les pidió Abdiel y todos asintieron, de acuerdo con él.

Elion entró en su habitación y mantuvo la puerta abierta para que


Ella pasara. Sin embargo, se detuvo y no avanzó.
―¿Ocurre algo? ―le preguntó el guardián, con el ceño fruncido.
―Ya no estamos vinculados, no tenemos por qué compartir
cuarto.
―Es cierto, no tenemos porqué ―repitió, con sus azules ojos
clavados en ella―. De todos modos, me gustaría que te quedaras
conmigo. ¿Es posible?
Brunella levantó de sopetón la mirada para cruzarla con la suya.
¿Quería estar con Elion pese a que ya nada la obligase a ello? Por
supuesto que quería, pero ¿podía confiar en él? Hasta el momento,
todos los que parecían querer ayudarla la traicionaron y utilizaron.
Estaba harta de ser manipulada.
No obstante, también era la culpable de que Elion se encontrase
en aquella situación, ya que su sangre era el desencadénate de todo.
Apoyando sus manos sobre el duro pecho masculino, se puso de
puntillas y le besó levemente en los labios.
―Quiero quedarme contigo ―murmuró contra su boca.
Elion la tomó por la cintura, apretándola más contra él, a la vez
que entraba a la habitación sin soltarla y cerraba la puerta de una
patada.
―Estoy harta de que se aprovechen de mí y me utilicen ―le
confesó.
―Yo nunca te usaría, Ella, para mí lo único que importa eres tú,
sin dobles intenciones ―le aseguró, acunando su precioso rostro entre
las manos.
―Siento que pretendas matar a tus hermanos por mi culpa ―se
disculpó con sinceridad.
―No eres responsable de nada de esto. Sherezade es la única
culpable.
―Hazme olvidar todo lo que está ocurriendo ―le pidió,
lamiendo su cuello y notando como su sangre corría con fuerza por su
arteria.
Elion la tomó en brazos y Ella enredó sus largas piernas en torno
a su cintura. Un ronroneo placentero escapó de los labios femeninos al
notar el ya más que dispuesto miembro del guardián contra su húmedo
sexo.        
El cuerpo de Brunella temblaba de anticipación ante lo que
estaba por llegar, pues parecía que este tenía vida propia cuando se
encontraba cerca de aquel hombre, que la hacía vibrar de placer.
La sentó sobre la cómoda y tirando suavemente de su pelo, le
hizo echar la cabeza hacia atrás, para lamer el fino cuello femenino. La
joven gimió, sintiéndose muerta de hambre. Hambre de él.
Agachó la cabeza y succionó el pezón de Ella, provocando que
su sexo palpitara con cada lametón y suave mordisco que dejaba en él.
Se arrodilló entre sus piernas y acarició con sus dedos la cavidad
de la joven, introduciendo uno en su interior. Pasó la lengua sobre su
hinchado clítoris y Ella arqueó la espalda entre jadeos, para darle
mejor acceso a él.
Elion sintió ganas de correrse tan solo de saborearla, ya que
aquella sensual mujer le resultaba exquisita.
¿Cómo sería beber de ella? Se quitó aquella pregunta de su
mente en cuanto surgió, pues no quería caer en la tentación. Porque sí,
Ella era la tentación personificada.
Continuó torturando con su lengua a Brunella, que enterró las
manos en su pelo para que no se detuviera. Y no lo hizo, siguió
dándole placer hasta que notó como sus paredes vaginales comenzaban
a palpitar, a la vez que sus largas piernas temblaban.
―¡Elion! ―gritó perdiendo el control de su cuerpo, que
simplemente sentía y se dejaba llevar por el goce.
Se puso en pie de forma apresurada, y con urgencia, la tomó por
la cintura volviéndola de cara a la pared, haciendo que apoyara los
codos sobre la cómoda, con su trasero completamente expuesto a él.
Le asestó una suave cachetada, enredando el largo cabello rubio
en una de sus grandes manos.
―Hoy me toca a mí llevar las riendas, encanto. ―Y sin esperar a
que respondiera, la penetró de una sola y fuerte embestida.
Ambos jadearon, satisfechos. Elion, como un pistón, movía sus
caderas adelante y atrás con decisión, viendo como los llenos pechos
de Ella se bamboleaban a cada embestida. Alargó una de sus manos
hacia uno de ellos, pellizcando con suavidad su erecto y rosado pezón.
―Follarte es como estar en el paraíso, encanto ―declaró con
voz ronca.
―Pues fóllame, guardián ―le pidió, mordiéndose el carnoso
labio inferior―. No dejes de follarme.
El highlander soltó un gruñido de placer. Sus peticiones le
ponían aún más cachondo, si eso era posible.
Saliendo de dentro de ella, la tomó en brazos y la dejó sobre la
cama. Quería poder mirarla a los ojos cuando se corriera de nuevo. Por
qué sí, la haría gritar su nombre de placer otra vez.
Se colocó sobre ella, enterrándose nuevamente en su interior,
pues no podía esperar más, necesitaba encontrar su propia liberación.
Bajó su mano de forma acariciante por uno de los muslos de la
joven, hasta alzarle la pierna, para que sintiera mejor la fricción de sus
cuerpos contra aquella zona tan sensible que se encontraba entre sus
pliegues.
El orgasmo era inminente para ambos y cuando llegó, fue como
una ola que los arrasó, privándoles de la capacidad de razonar con
claridad. Aquella falta de raciocinio llevó a Ella a abrir la boca
ampliamente, con los colmillos expuestos, para enterrarlos en el cuello
de Elion, que vio incrementado su propio placer cuando la bailarina
bebió su sangre, sedienta de él.
El éxtasis que sintieron fue el más arrollador de todas sus vidas y
supieron que estaban perdidos.

―Ella, acabas de marcarme ―le dijo Elion, levantándose de la


cama, cuando la niebla del placer se disipó, cubriendo con su mano las
incisiones que los colmillos de la mujer dejaron en su cuello.
―¿Y eso qué quiere decir? ―le preguntó, mirándole extrañada,
aún tumbada sobre la cama, con su exquisito cuerpo sudoroso y
sensible.
―Que nos has unido para siempre. ―Se pasó las manos por el
pelo, rehaciéndose el moño.
―¿He vuelto a vincularnos? ―inquirió, con el ceño fruncido.
―No, ojalá fuera eso.
―Suéltalo de una vez, Elion, me estás asustado ―repuso,
poniéndose en pie nerviosa.
El guardián iba a hablar, cuando la boca se le secó al contemplar
el sensual cuerpo desnudo de Ella. ¿Cómo podía ser tan jodidamente
perfecta?
―Eh. ―Chasqueó los dedos frente a su cara―. ¿Te ha dado una
apoplejía?
Elion parpadeó y se frotó los ojos, debía concentrarse en lo que
acababa de ocurrir y dejar de pensar con la polla, que parecía estar
preparada para una nueva sesión de sexo con aquella Diosa.
―Que me hayas marcado implica que entre ambos existen
sentimientos reales, más profundos que una simple atracción sexual.
―Yo no… ―iba a negarlo, pero ¿estaría siendo sincera consigo
misma si lo hacía?―. ¿Tú sientes algo por mí?
Elion abrió la boca, pero las palabras no salieron de ella.
―Déjalo, ha sido una pregunta absurda ―terció, agachándose a
coger la camiseta del guardián y poniéndosela.
―Creo que estoy enamorado de ti.
Brunella se quedó paralizada, aún de espaldas a él.
―Estás enamorado de mí ―repitió en shock.
Una cosa era sentir algo más allá de una atracción física, pero
¿amor? No sabía si estaba preparada para eso.
―Y a ti te sucede lo mismo, o no hubieras podido marcarme
―le aseguró―. A partir de ahora, solo podremos alimentarnos el uno
del otro, ya que esta marca nos une de por vida.
¡De por vida!
Capítulo 25

―¿Has… has dicho de por vida? ―repitió, perturbada por sus palabras y
girándose con lentitud hacia él.
Elion se limitó a asentir y mirarla fijamente.
―No, no, no ―negó, comenzando a dar vueltas por la
habitación, alterada―. No puede ser que me esté pasando esto.
―Tampoco es algo que yo hubiera planeado.
Brunella le fulminó con los ojos y se fijó en que su cuello seguía
sangrando.
―¿Por qué no te curas? ―le preguntó, señalando su herida con
un movimiento de cabeza.
―La marca solo cierra si tu pareja pasa la lengua sobre ella, es
como una especie de ritual ―le explicó―. Un simbolismo de que por
mucho que pueda herirte, tu pareja de vida siempre estará ahí para
salvarte.
La joven parpadeó varias veces, asimilando esa información. Se
le acercó de forma lenta, aspiró su olor, que parecía embriagarla, y
sacando la punta de su lengua, la pasó sobre la sangre que corría por su
garganta, hasta lamer las incisiones de sus colmillos, haciendo que
Elion jadeara de manera ronca.
―Ya está ―murmuró, aún pegada a él―. Ya no sangras.
El guardián pasó su pulgar sobre los carnosos labios de Ella,
limpiando un rastro del líquido rojo que quedaba sobre ellos y se lo
llevó a la boca, saboreando su propio sabor.
―Te lo agradezco.
Se quedaron mirándo a los ojos. ¿Tan grave era estar unidos para
siempre?
―Ella, yo…
La puerta se abrió de repente dando un portazo y tras ella
apareció Nikolai, que los observó con ojos asesinos.
―¿La has marcado? ―le preguntó a Elion de forma acusatoria.
Este negó con la cabeza y el guardián ruso frunció el ceño.
―Entonces ¿cómo…?
―He sido yo ―respondió Ella, avanzando hacia él―. Pero ni
siquiera sé cómo lo he hecho ―reconoció.
―Será mejor que salgas de aquí, bror, porque estoy al borde de
no ser capaz de controlarme ―le aconsejó Elion apretando los puños,
hasta que sus nudillos se pusieron blancos.
―Vámonos ―se apresuró a decir Ella, tomando de la mano a su
hermano y sacándolo de la habitación.
―Sabía que ocurría algo así ―iba diciendo Nikolai tras ella.
Brunella se volvió de sopetón hacia él cuando llegaron al final de
las escaleras.
―¿Y tan malo es que haya ocurrido esto? ―inquirió,
emocionada por todos los acontecimientos que acababan de suceder―.
He estado sola demasiados años, no me parece tan mala idea estar
unida a un hombre como Elion.
Nikolai estudió la expresión de su hermana y pudo ver que estaba
angustiada. Veía cuán sola se sintió durante tanto tiempo, que no pudo
evitar que la culpabilidad le golpeara en el pecho, como un puñetazo.
Por otro lado, si la marca se completó, quería decir que Brunella
estaba enamorada de Elion, igual que él de ella. Conocía a su hermano
de sobra para saber que era un buen hombre, de honor y leal, por eso
mismo le pusieron el apodo de El Justo. ¿Quién mejor que él para estar
unido a su querida Brunie?
Pese a todo, no dejaba de ser extraño, pues tanto Elion como
Brunella eran para él como dos hermanos, y pensar en ellos dos
emparejados le resultaba chocante.
―Es una de las mejores personas que conozco ―reconoció
Nikolai―. Aunque me preocupa que haya sido todo tan precipitado.
―¿Crees que yo no estoy asustada? ―le preguntó, pasándose las
manos por su largo cabello rubio, tan claro como el del hombre que la
miraba en silencio―. Todo esto me ha pillado de improviso. Hace una
semana no esperaba enamorarme de nadie y no entiendo cómo ha
podido suceder tan rápido.
―Es algo que tiene que ver con nuestra naturaleza, cuando
damos con la persona adecuada, estamos irremediablemente abocados
a enamorarnos.
―¿Eso te ocurrió con Keyla?
Nikolai asintió.
―La amé desde el primer momento en que la tuve delante de mí,
por mucho que en ese instante creyera que era mi enemiga.
―Necesito pensar en todo lo sucedido ―reconoció Ella,
removiéndose nerviosa―. No recuerdo realmente quien soy, me
encuentro en medio de una guerra, y ahora, por si fuera poco, estoy
unida de por vida a un hombre del que me he enamorado de forma
demasiado súbita como para poder asimilarlo.
―Cuando yo me siento confuso, suelo meditar ―dijo Nikolai,
conteniéndose para no acariciar su mejilla a modo de consuelo, como
le gustaría hacer―. Quizá te ayude a saber quién eres y hacia dónde
pretendes ir.

Nikolai la condujo hacia el gimnasio y la dejó en la zona de


meditación que tenían diseñada.
Brunella no había meditado en su vida, pero como le aconsejó su
hermano, se sentó en el acolchado suelo en la postura de la flor de loto
y cerró los ojos, tratando de dejar la mente en blanco, pero era incapaz
de concentrarse. Su cerebro repasaba una y otra vez todos los
acontecimientos vividos en los últimos días.
―Esto es una pérdida de tiempo ―murmuró, dejándose caer
hacia atrás.
―¿De verdad crees que estás perdiendo el tiempo?
La joven dio un respingo al escuchar aquella voz, que procedía
de una anciana que caminaba un tanto encorvada, apoyada en un
bastón, y que tenía las pupilas blancas, denotando que era ciega. A la
mujer la acompañaba un gato negro, que iba restregándose entre sus
delgadas piernas.
―Lo siento, creí que estaba sola ―se puso en pie y se aceró a
ella―. ¿Quiere que la ayude?
―No soy una inútil total, por mucho que pueda parecerlo,
jovencita ―refunfuñó la mujer, sentándose en un banco de madera que
se encontraba pegado a la pared.
―No pretendía ofenderla…
―Debes de ser la joven que trae a todo el mundo de cabeza en
los últimos días ―la interrumpió.
El gato se subió al regazo de la anciana y esta comenzó a
acariciarlo con calma.
―Por desgracia, lo soy ―respondió con resignación.
―Mi nombre es Talisa, no sé si has oído hablar de mí.
―Lo cierto es que no.
―No me extraña, están todos muy estresados ―suspiró―. Soy
amiga de los guardianes desde hace décadas y acudieron a mí cuando
la profecía se activó.
―¿La profecía? ―inquirió Ella, frunciendo el ceño.
―¿Tampoco te han comentado nada acerca de ella?
―No ―contestó sin más.
―Pues hace alrededor de un año apareció Roxie en la vida de los
guardianes, guiada por unas visiones que la asaltaban ―comenzó a
revelarle la mujer―. Entonces descubrieron que existía una profecía
que tenía que ver con ella y, por lo que he podido comprobar, también
con todas las siguientes parejas de mis queridos guardianes.
―¿De qué modo? ―preguntó, sumamente interesada.
―Todas salís reflejadas en dicha profecía ―le aseguró la
anciana, comenzando a recitarla―: Dice la profecía que habrá una
bruja, renacida de un tiempo lejano, que podrá reinar sobre todos los
reinos, humanos o sobrenaturales. Cuando el oráculo haga acto de
presencia, la bruja renacida se alzará, haciendo que el mundo que
conocemos hasta ahora desaparezca. El oráculo maligno será el
conductor para conseguir este objetivo, quedando destruido sin
remedio y enviado a los infiernos, donde arderá por toda la eternidad.
Aquí es donde habla de Roxie y de la hermana de Keyla, la cual fue
sacrificada por Abe.
»Sin embargo ―prosiguió―, la portadora del sello será la única
que pueda mantener las fuerzas del mal a raya. En este párrafo aparece
Max.
»Ayudando a la sanadora a proteger a los seis guerreros que
velan por el cumplimiento de la ley de la sangre. Aquí se menciona a
mi querida doctora.
»Cuando la reina perdida aparezca ―Alzó el rostro hacia la
joven―. Creo que esta eres tú ―puntualizó, antes de proseguir― se
abrirá el camino para encontrar la llave del bien y del mal, que abrirá
la puerta a la elegida, decidiendo de qué lado caerá la balanza. El juego
de la sangre ha comenzado, ¿te atreves a participar? ―finalizó―. Y en
este último párrafo, deben aparecer las otras dos parejas de los
guardianes que aún siguen solos.
―¿Yo soy la reina perdida? ―inquirió, sin acabar de
comprender.
―Así es, jovenzuela, ya que tu padre y el de Nikolai era
considerado un rey para su pueblo, y durante años, te estuvo buscando,
por lo que, sin ningún tipo de duda, eres la reina perdida ―le
aseguró―. Y parece ser que abrirás el camino para encontrar la llave
del bien y del mal, sea lo que sea eso.
Brunella caviló sobre la nueva información que acababa de
soltarle la vidente.
―¿Los guardianes saben de sus elucubraciones, Talisa? ―le
preguntó.
―Le he contado mis sospechas a Abdiel y está de acuerdo
conmigo.
La joven asintió.
―Según lo que acaba de explicarme, puedo deducir que estaba
destinada a acabar emparejada con Elion.
―Eres tan inteligente como tu hermano, polluela ―asintió
Talisa, sonriendo con satisfacción―. ¿Me dejas que te ayude a
meditar?
―¿Puede hacerlo?
―Por supuesto ―se puso en pie, haciendo que el gato saltara al
suelo y se acercó a ella con un brazo extendido.
Brunella tomó su mano y la anciana caminó hasta estar a escasos
centímetros de ella.
―Cierra los ojos ―le ordenó―. Y trata de relajarte, puedo notar
que no sueles hacerlo muy a menudo, ¿cierto?
―Digamos que mi vida no ha sido sencilla.
―Lo imagino ―dijo, mientras una de sus delgadas manos se
apoyaba sobre la frente de Ella―. Y por lo que veo, te has sentido
muy sola durante mucho tiempo.
Brunella, sorprendida por lo que le acababa de decir, abrió los
ojos, y por ello, se llevó un cocorotazo en la frente.
―He dicho: ojos cerrados ―aseveró la vidente, a lo que Ella
obedeció de forma inmediata.
Pese a lo pequeña que era, inspiraba bastante respeto, debía
reconocerlo.
―Lo siento ―se disculpó―. Pero ¿cómo sabe cómo me he
sentido?
―Cuando toco a una persona, soy capaz de ver retazos de su
pasado ―le explicó―. Respira hondo, jovencita.
Brunella así lo hizo y el contacto de Talisa la hizo sentirse
reconfortada, como si la anciana, no sabía de qué forma, absorbiera su
nerviosismo.
―¿Qué me estás haciendo?
―Solo te ayudo a que te relajes ―repuso, quitando al fin la
mano de su frente―. Creo que ya estás preparada para meditar,
polluela.
―Se lo agradezco, señora.
―¡Y deja de hablarme de usted! ―exclamó molesta―. Me
haces sentir vieja.
Brunella contuvo la risa.
―Lo siento.
―Está bien, te dejo a solas para que hagas lo que habías venido a
hacer. ―Comenzó a caminar hacia la salida del gimnasio, con el gato
de nuevo tras ella―. Ha sido un placer conocerte, jovenzuela.
―Igualmente ―respondió, pero la mujer ya había salido por la
puerta.
Suspiró y volvió a sentarse en el suelo en la postura del loto, sin
muchas esperanzas de ser capaz de meditar.
Cerró los ojos y comenzó a respirar de forma acompasada,
inspirando por la nariz y expirando por la boca de manera rítmica.
Cuando se cansó de estar un tiempo más así, bufó frustrada.
―Esto es inútil ―se lamentó.
―¿Qué es inútil, mi reina?
La sensual voz femenina la sobresaltó, por lo que abrió los ojos
de sopetón. Ante ella tenía a una preciosa mujer de cabello rubio y
sumamente largo, vestida con una túnica casi transparente y que la
miraba fijamente con sus ojos grises oscuros.
Brunella se puso en pie con lentitud y fue entonces cuando cayó
en la cuenta de que ya no se encontraba en el gimnasio de los
guardianes, sino en un templo de mármol y oro.
―¿Dónde estoy?
―Has ascendido a mi hogar ―le respondió.
―¿Y quién eres tú?
―Soy la Diosa Astrid, la creadora de los guardianes y, por
consiguiente, la tuya.
―¡No me jodas! ―exclamó Ella entre dientes―. ¡Una Diosa!
―Así es ―contestó, caminando en torno a ella―. A pesar de no
haber planeado tu existencia, tengo que reconocer que eres perfecta.
―Ya que mencionas ese tema, ¿qué ocurrió conmigo? ―le
preguntó―. ¿Por qué estoy aquí y tengo las mismas características que
los guardianes?
La Diosa se detuvo frente a Ella y sonrió con clama.
―Cuando transformé a mi querido Nikolai, no era consciente de
que ambos hicisteis un juramento de sangre que unió vuestras almas.
Por ese motivo, cuando transformé a tu hermano y le hice inmortal, tú
adquiriste todas sus habilidades, pero también su sed de sangre.
―Entonces, ¿soy una guardiana más?
―Podría decirse así ―asintió la Diosa.
―Sin embargo, me dejaste sola y abandonada durante
demasiados años ―terció, molesta.
―No puedo intervenir en el curso de vuestras vidas ―se encogió
de hombros―. Además, necesitaba que llegáramos a este punto del
juego.
―¿Juego? ―frunció el ceño―. ¿Qué juego?
―El juego de la sangre se activó en cuanto Roxie se cruzó con
Abdiel, a partir de ahí, como si fueran las piezas de un dominó, todos
los acontecimientos comenzaron a precipitarse.
―No estoy entendiendo nada.
La preciosa mujer rio roncamente.
―Lo sé, pero llegando el momento, todas las piezas encajarán,
haciendo que comprendáis todo, créeme.
―¿Qué se supone que tengo que hacer entonces? ―repuso
frustrada―. ¿Esperar a que todo se ponga en su lugar por sí solo?
Acabo de marcar a Elion sin proponérmelo y él siente deseos de matar
a sus hermanos por mi culpa. ¿Cómo puedo lidiar con eso?
―Lo único que puedo decirte, mi reina, es que todo está saliendo
como debe, no te preocupes. ―Se acercó a acariciarle el cabello, tan
parecido al suyo propio―. El amor es algo que nos hace fuertes, no
tengas miedo de amar.
―¿Por qué te refieres a mí como reina? ―quiso saber.
―Porque eres la reina perdida, como bien te ha indicado mi
queridísima Talisa.
―Así que tiene razón. ―Aquella anciana era una mujer muy
avispada.
―Por mucho que me cueste decirlo, pues no muestra mucho
respeto hacia nosotros, los Dioses, casi siempre está acertada en sus
deducciones ―reconoció, poniendo los ojos en blanco―. Ahora,
Brunella, vuelve junto a tu pareja y, como te he dicho, no temas al
amor. ―Tomó su rostro entre las manos y depositó un suave beso en
sus labios que la hizo desvanecerse.

Elion, que llevaba varias horas encerrado en su habitación,


aprovechó que ya era de madrugada y esperaba que sus hermanos
estuvieran durmiendo, para ir en busca de Ella.
Gracias a la marca podía apreciar su presencia y sus sentimientos
con mayor intensidad y, en ese momento, notaba que se encontraba
relajada y en paz.
Cuando entró en el gimnasio, la halló tirada en el suelo y parecía
inconsciente.
―Dios mío, Ella. ―Se apresuró a arrodillarse a su lado y la
tomó en brazos―. ¿Qué te ocurre? ―La zarandeó suavemente.
Brunella, poco a poco, comenzó a abrir los ojos.
―¿Elion? ―preguntó con voz somnolienta.
―Sí, estoy aquí. ¿Cómo…? ―no pudo terminar de hablar, pues
la bailarina le tomó por el cuello y le besó de forma apasionada.
Se querían, así lo demostró la marca, y no tenía por qué
avergonzarse, ni arrepentirse. Además, a partir de hoy ya no volvería a
estar sola nunca más.
Se separó de él y se lo quedó mirando.
―Me encantan este tipo de recibimientos ―repuso Elion,
sonriendo de medio lado.
―Te quiero ―le dijo sin más―. Te quiero y me parece bien.
Elion le acarició suavemente la mejilla y rozó los labios
femeninos con los suyos.
―Yo también te quiero, encanto, aunque no esperé emparejarme
de por vida. Por lo menos, no tan pronto.
Brunella comenzó a incorporarse y el guardián hizo lo mismo.
―Vaya, no es la declaración de amor más elaborada ―ironizó,
poniendo los ojos en blanco.
Elion rio entre dientes y tomándola por la cintura, la apretó
contra él.
―¿Así que quieres una declaración de amor en toda regla? ―le
susurró contra su oreja.
―Claro que no, no digas estupideces ―trató de alejarse, pero él
no se lo permitió.
―Me enamoré de ti desde el primer momento en que te vi ―le
dijo contra su oreja, haciendo que su piel se erizara―. Y no tiene nada
que ver con tu precioso aspecto, fue como si mi cuerpo te reconociera
como mi pareja al instante. William me dijo una vez que mi corazón
era libre, que tuviera el valor de hacerle caso, y eso hago. Mi corazón
te eligió a ti, Brunella Vòlkov, y estoy encantado con ello.
Se sentía emocionada, así que, para no echarse a llorar, decidió
agarrarse al sentido del humor.
―Pues lamento decirte que yo pensé que eras un loco acosador
―bromeó.
El guardián soltó una carcajada.
―Nos diste esquinazo ―le recordó―. Creí que a Thorne le
saldría humo por las orejas.
Brunella sonrió, divertida.
―Me hubiera gustado verlo.
―A mí me encantaría verte desnuda en este momento.
―¿Ah, sí? ―repuso de modo sensual.
―Y estoy deseando probar tu sangre ―declaró, pasando la
lengua por su fino cuello.
―¿Y a qué estás esperando? ―le dijo, a la vez que se mordía el
labio inferior.
Elion soltó un gruñido ronco, notando como sus colmillos se
alargaban y, abriendo su boca, los clavó en la garganta de la joven,
succionando la sangre que pasaba por su carótida.
Era tan dulce que el guardián jadeó contra su cuello.
Brunella, por su parte, comenzó a gemir, pues a cada succión,
una corriente placentera recorría todo su cuerpo, concentrándose sobre
todo en su sexo, que comenzó a palpitar.
Cuando al fin desclavó sus colmillos de la tierna carne de la
joven, pasó su lengua por las marcas de estos y se quitó la camiseta de
forma apresurada. La sangre de Ella que corría por sus venas le hacía
querer poseerla con desesperación.
Brunella recorrió con su mirada el musculoso cuerpo del
guardián. Con el torso al descubierto y sus vaqueros cayéndole a la
altura de las caderas, le pareció tremendamente sexi.
―Quiero devorarte ―murmuró Ella, poniéndose en pie sobre el
acolchado suelo y deshaciéndose de su ropa de modo sensual, sin
apartar un solo segundo sus ojos grises de los azules de Elion.
El highlander abrió los brazos en cruz.
―Soy enteramente tuyo para que hagas conmigo lo que te
plazca, encanto.
Ambos estaban muy excitados.
―Ven ―le ordenó a la mujer―, quítame los pantalones.
Brunella, poniéndose de rodillas, caminó a gatas hasta llegar
frente al guardián, procediendo a hacer lo que su pareja le acababa de
pedir.
Cuando el hombre se quedó solo con su bóxer negro, este se
encontraba abultado a causa de la enorme erección que pugnaba contra
él.
La mano de la joven se posó sobre su enorme miembro y lo
acarició a través de la tela, depositando a su vez un caliente beso sobre
la hinchada zona.
Elion gimió roncamente y echó la cabeza hacia atrás cuando Ella
bajó el bóxer, liberando su polla e introduciéndosela con lentitud en la
boca.
La mano del guardián descansó sobre la cabeza de Brunella,
acompañándola en sus movimientos. La lengua cálida de la mujer
recorría con sensualidad su miembro, mientras con una de sus manos
comenzó a juguetear con sus testículos.
Cuando Elion sintió que le faltaba poco para correrse, la apartó
un poco de él y se quitó la última prenda de ropa que le quedaba en un
solo movimiento.
Se arrodilló junto a su pareja de vida y la besó con ardor, a lo que
la bailarina respondió del mismo modo. Ambos ardían y deseaban
fundirse el uno en el otro.
Sin romper aquel beso, Elion la sentó sobre él y la penetró
profundamente. Los dos se movían como poseídos, queriendo
encontrar la liberación. Fue entonces cuando Ella mordió el hombro
del guardián, sedienta de aquel hombre del que se había enamorado.
Los dos gimieron y el highlander, sin pensarlo por más tiempo,
también enterró sus colmillos de nuevo en el cuello de Brunella. Fue
entonces cuando estallaron de manera brutal, pues alimentarse
mutuamente, mientras hacían el amor, estaba siendo la experiencia más
sensual y placentera de toda su vida.

Elion se encontraba tumbado sobre el acolchado suelo del


gimnasio, con Ella recostada sobre su pecho, y, extrañamente, tras
alimentarse de ella, sentía menos deseos de buscar a sus hermanos para
acabar con ellos.
―Parece que estoy algo mejor.
―¿Algo mejor? ―le preguntó la joven, apoyándose en un codo
para mirarle a los ojos.
―No siento deseos de subir las escaleras y arrancarle la cabeza a
ninguno de mis hermanos ―puntualizó, con las cejas arqueadas.
―¿De verdad? ―se sorprendió.
Elion asintió y le retiró un mechón de cabello que le caía sobre el
rostro, colocándolo tras su oreja.
―Creo que es gracias a tu sangre ―le dijo, contemplando lo
preciosa que era―. Es como un bálsamo para mí.
―Humm. ―Se colocó sobre él―. Entonces tendré que
esforzarme para mantenerte bien alimentado.
―Qué contento tienes que estar, bror ―soltó Varcan
sorprendiéndoles, con un hombro apoyado en el marco de la puerta del
gimnasio.
―¡Joder! ―exclamó Ella, tomando la camiseta de Elion y
cubriéndose con ella.
―Mierda, Varcan. ¿Cuánto tiempo llevas ahí? ―gritó el
guardián escocés, furioso.
―Por desgracia, acabo de llegar ―respondió, encogiéndose de
hombros de forma despreocupada.
Elion miró a Ella y suspiró.
―¿Ves cómo estoy mejor? Si no quiero matarle a él, es que me
estoy recuperando.
Capítulo 26

Draven y Thorne siguieron a Sasha hasta una exposición de arte donde


quedó con sus amigas, Daisy y Kara. Parecía ser que aquellas tres se
conocían todas las galerías de la ciudad y Draven sospechaba que era
gracias a la artista.
El vikingo soltó un gruñido, pues aquel tipo de trabajo que no
implicaba acción, le aburría sobremanera.
―¿Cuánto tiempo más tendremos que hacer de niñeras de esta
hembra? ―rezongó, cruzándose de brazos y observando a las tres
mujeres desde lejos.
―¿Ya te has cansado, bror? ―Alzó una ceja, mordaz―. Porque
te recuerdo que acabas de llegar y yo llevo haciendo esto bastante
tiempo.
―No sé cómo lo aguantas ―repuso, poniendo los ojos en
blanco.
―Porque es necesario, no tengo otra opción ―respondió,
observando como Sasha reía con ganas y él no pudo evitar que se le
escapara una sonrisa. Aquel ronquidito de cerdito que hacía le
resultaba muy divertido―. Tengo la corazonada de que está en grave
peligro. Myra no va a dejarla tranquila así como así.
―No sé cómo pudiste estar enamorado de esa zorra.
―Debí ser ciego ―confirmó, de acuerdo con su hermano,
sintiendo como una rabia interna le recorría de arriba abajo solo al
pensar en ella.
Draven se había dejado barba y continuaba con sus gafas de sol y
la gorra, para que Sasha no lo relacionara con el hombre que dibujaba
en sus cuadros.
―Qué honor, tener a dos guardianes en mi exposición.
Al escuchar aquella voz conocida, ambos hombres se volvieron
hacia Mauronte, que les miraba con una sonrisa de medio lado.
―¿Tu exposición? ―le preguntó Draven, sorprendido.
―¿Es que todo en esta ciudad es de los putos demonios? ―soltó
Thorne con su brusquedad habitual.
Mauro rio.
―No de todos los demonios, solo mío ―respondió, a la vez que
le guiñaba un ojo, burlón.
―¡Tú! ―oyeron exclamar desde la otra punta de la sala.
Los tres hombres se volvieron y acertaron a ver como Daisy, una
de las amigas de Sasha, se acercaba a ellos con sus ojos azules
clavados en el demonio italiano.
―¿Qué hace un tipejo como tú en un lugar con tanta clase como
este? ―espetó, plantándose ante él y mirándolo con inquina.
―Vámonos, Dai, no formes un escándalo ―murmuró Kara, con
el rostro colorado como un tomate.
―Qué placer volver a verte, Daisy ―contestó el demonio, con
una sonrisa seductora, como si no percibiera la animadversión que la
mujer destilaba hacia él.
―¡Placer! ―Pareció enfurecerse aún más―. ¿Debo recordarte
que la última vez que nos vimos dijiste que era una desesperada que
me había abalanzado sobre ti?
Draven no pudo evitar reírse entre dientes, cosa que hizo que la
joven rubia descargara su enfado contra él.
―¿Y tú de que te ríes, gilipollas?
―¡Daisy! ―se horrorizó Kara, cubriéndose la boca con la mano.
―Pero si eres el guardaespaldas de Roxie. ―se fijó entonces
Sasha, que había permanecido en silencio, detrás de sus dos amigas.
―¿Cómo? ―preguntaron las otras dos jóvenes al unísono.
―Y tú eres la señorita que me derribó confundiéndome con un
acosador y a la que salvé hace un par de noches ―contestó el guardián
celta, enarcando una ceja.
―¿Desde cuándo Roxie tiene guardaespaldas? ―quiso saber
Daisy.
―Al parecer, su marido es un hombre importante ―respondió la
artista, encogiéndose de hombros.
―Entonces, ¿conoces a Roxie y Max? ―preguntó Kara con
cierta timidez.
Draven asintió, pero no dijo nada más.
―¿Y qué haces junto a este impresentable? ―inquirió la rubia
de piernas largas, mirando de reojo a Mauronte.
―Daisy, si me permites que me disculpe…
―No te lo permito ―cortó al demonio con contundencia.
―Ya basta de tanto drama, hembra ―bramó Thorne avanzando
hacia las tres mujeres, que no se habían percatado de su presencia
hasta aquel instante―. Un hombre te ha rechazado, pues pasa a otro,
pero no te muestres tan resentida, joder, ten un poco de dignidad y
amor propio.
Daisy abrió los ojos de forma desorbitada, mientras Kara jadeaba
y se mordía el labio inferior, sabiendo que su amiga se pondría hecha
una furia.
―Será mejor que nos marchemos, chicas, ya hemos visto toda la
exposición ―medió Sasha, interponiéndose entre aquel enorme
hombre, que le daba un poco de miedo, y su indignada amiga―. ¿Por
qué no vamos a casa y nos pedimos unas pizzas? ¿Os apetece con
pepperoni?
―¿¡Quién coño te crees que eres, tío!? ―explotó la rubia, roja
de crispación―. ¿Es que alguien te ha dado vela en este entierro?
El ceño del vikingo se frunció severamente, a la vez que soltaba
un gruñido.
―¿Qué les sucede a las hembras de esta época, que todas son
unas deslenguadas? ―les preguntó a los otros dos hombres, que
contenían la risa a duras penas.
―¿De esta época? ―repitió Daisy―. ¿Pero tú de donde mierda
has salido?
Cuando Draven vio que su hermano estaba a punto de perder la
paciencia, decidió colocarse junto a Sasha, actuando de mediador.
―Siento si mis amigos han podido ofenderte, son un par de
idiotas sin tacto…
―¿Qué pollas dices? ―le cortó el vikingo, mosqueado,
soltándole un manotazo en el brazo.
―Gracias por tus piropos ―ironizó el demonio, sonriendo de
medio lado.
―Y tan idiotas ―rezongó Daisy, mirando de reojo a los
aludidos.
―Ya nos íbamos, así que no hace falta que lo hagáis vosotras
―continuó diciendo el cazador.
―Muchas gracias ―le dijo la morena de cuerpo voluptuoso,
sonriéndole y sin atreverse a mirarle de frente, demostrando que le
daba vergüenza. 
Draven le dedicó un asentimiento de cabeza y poniendo cada una
de sus manos en la espalda de los otros dos hombres, los condujo hacia
la salida.
―¿Me estás haciendo marcharme de mi propia galería?
―murmuró Mauronte, sarcástico.
―Era eso o que Thorne acabara amordazando a esa rubia con
malas pulgas ―repuso el guardián celta.
―¿Qué coño le hiciste para que esa hembra esté tan furiosa
contigo? ―quiso saber el vikingo.
―La chica me gustaba ―reconoció el demonio―. Es sexi y
divertida, pero apareció por aquí una pelirroja a la que conocéis bien,
oliendo a Varcan, y decidí investigar qué pasaba. Metí la pata y dije
unas cosas bastante ofensivas sobre Daisy, para sonsacarle información
a Max, a pesar de que no pensaba ninguna de ellas, pero no sabía que
ambas eran amigas.
―Así que la jodiste bien. ―Thorne rio entre dientes.
―Bastante ―suspiró Mauro con resignación.
La verdad es que le fastidió perder su oportunidad con aquella
joven que, en su momento, le gustó bastante. Sin lugar a dudas, era la
primera que le interesó de verdad desde… Detuvo sus pensamientos
justo antes de que su mente recordara de nuevo el nombre de aquella
mujer que le rompió el corazón y que aún no había logrado sacarse del
todo de su corazón.
Los tres se detuvieron una vez estuvieron en el exterior de la
galería. Desde ahí, los guardianes podían asegurarse de que ni Myra ni
ninguno de sus esbirros entraran a la exposición para perpetrar lo que
tuvieran planeado contra Sasha.
―Perdón, puedo hablar contigo un momento.
Todos se volvieron hacia la voz de la artista, que les había
seguido, y observaba fijamente a Draven.
―Eh… ―Miró de reojo a su hermano, que negó con la
cabeza―. Por supuesto ―dijo al fin, consiguiendo que Thorne se
pusiera su enorme manaza sobre la frente, apretándose las sienes con
los dedos.
Sasha se alejó unos metros de la salida y el guardián fue tras ella
con paso relajado y las manos en los bolsillos de su pantalón.
―¿Me estás siguiendo? ―le preguntó la joven de sopetón,
volviéndose hacia él.
―¿Qué? ―inquirió, inclinando un tanto la cabeza hacia ella,
como si no la hubiera oído bien, para ganar tiempo.
«¿Se había dado cuenta de que la seguía?», pensó. «¿Si casi en
todo momento he tratado de hacerlo usando mi poder de
invisibilidad?».
―He dicho: ¿ME ESTÁS SIGUIENDO? ―repitió, haciendo
hincapié en cada palabra, como si fuera duro de oído.
―Claro que no, ¿qué pregunta es esa?
―Pues no sé. ―Se cruzó de brazos, a la defensiva―. Es como si
aparecieras de repente en cada lugar al que voy.
―No es cierto ―le rebatió―. Solo nos hemos cruzado un par de
veces y todas por casualidad.
―¿Estás seguro? ―insistió.
―Completamente.
―Entonces, ¿no te gusto?
―¿Disculpa? ―¿De verdad acababa de preguntarle aquello?
Sasha se removió incómoda.
―Bueno, verás… ―Se retorció los dedos, con nerviosismo―.
Pensé que quizá lo que ocurría es que te sentías atraído hacia mí. Que
no digo que yo sea una belleza, a la vista está que soy de lo más
normal, aunque eso no quiere decir que ningún hombre pueda sentirse
atraído por mí, ¿no?
Draven abrió la boca para responder, pero no tuvo oportunidad,
pues la joven continuó soltando toda su verborrea.
―Lo sé, lo sé. ―Gesticuló con las manos e hizo muecas
graciosas―. Tú eres un hombre atractivo, muy atractivo, diría yo, y
podrías tener a la mujer que quisieras, ¿por qué conformarte conmigo?
―Le miró con los ojos muy abiertos.
―Verás…
―Pero es que yo llevo tanto tiempo sin estar con nadie… ya me
entiendes, de forma íntima, que me estaba haciendo ilusiones. Lo
cierto es que sería como si hicieras una obra de caridad. ―Rio
alterada, emitiendo sus característicos ronquiditos, similares a los de
un cerdo―. ¡Ay, por Dios! ¿Acabo de decirte eso? ―Se cubrió el
rostro con ambas manos, avergonzada―. No me hagas caso, no sé ni
lo que digo. Si mi lema siempre ha sido: «sin corazón, no hay
revolcón». ―Clavó sus ojos en él―. No entiendo por qué en este
momento estoy imaginándome saltando sobre ti y empotrándote contra
aquella pared. ―Señaló hacia un callejón que tenían frente a ellos.
Esa imagen penetró en la mente de Draven y, por un instante,
estuvo tentado a hacerla realidad.
―¿Estás seguro de que no nos conocemos de antes? ―preguntó
entonces Sasha, acercándose más a él para poder ver sus ojos a través
de las gafas de sol, pues seguía resultándole familiar.
―Sasha…
―Ya, ya, está bien ―le interrumpió de nuevo, moviendo la
cabeza de un lado al otro―. Acabo de hacer el ridículo más absoluto,
pero no hace falta que seas tan directo. ―Bufó, estirándose de la falda
de su vestido floreado para alisársela―. Será mejor que me marche.
Adiós.
―Pero…
Se quedó mirando como la joven y sonrojada artista entraba en la
galería de nuevo, sin dirigir sus ojos hacia Mauro y Thorne, que habían
escuchado toda la conversación gracias a sus desarrollados oídos.
―¿Qué coño acaba de ocurrir? ―inquirió el vikingo,
confundido.
―No tengo ni idea ―reconoció Draven, consiguiendo por fin
pronunciar una frase desde que aquella loca hubiera comenzando a
divagar sin control.

Elion observaba como Ella dormía.


¿Cómo era posible que aquella mujer fuera tan sexi en cualquiera
de sus facetas?
Se inclinó para besar con suavidad su cabello, antes de levantarse
y ponerse los pantalones de chándal para ir a por un poco de agua a la
cocina. Se sentía acalorado y no podía conciliar el sueño, intuía que a
causa de las vueltas que le estaba dando a la cabeza sobre su nueva
situación.
Una vez salió del cuarto, cerró la puerta con cuidado de no
despertar a su pareja de vida, y bajó las escaleras de la torre, que se
encontraba a oscuras, hasta llegar al salón, el cual debía atravesar para
llegar a la cocina.
―Si le haces daño, te mataré.
Aquella afirmación hizo que se pusiera en guardia, pero se relajó
al ver a Nikolai observándole sentado en un sillón, en medio de la
penumbra.
―Sabes lo que implica la marca, bror ―apuntó Elion,
acercándose más a él―. La amo y lo último que haría sería dañarla de
algún modo.
Su hermano suspiró y se frotó los ojos.
―Sé que os amáis, pero no puedo evitar sentir una imperiosa
necesidad de protegerla ―reconoció con voz cansada.
El guardián escocés se sentó en el sillón que estaba frente al
suyo. Continuaban a oscuras, pero se miraban a los ojos de todos
modos.
―Lo comprendo.
―No, no lo comprendes ―le rebatió―. Prometí protegerla y, sin
embargo, ha estado sola y asustada durante cientos de años. No debí
haberme rendido. Tuve que haber vuelto al lugar donde se suponía que
murió para cerciorarme de que así hubiera sido.
―Bror, ella murió, lo sabías a ciencia cierta ―le dijo Elion,
posando una de sus manos en la rodilla de su hermano, para
reconfortarlo―. No podías prever que ella iba a resucitar del mismo
modo en que lo hiciste tú.
―Comprendo que no pueda perdonarme.
―¿Qué dices? ―se sorprendió―. Ella no te guarda rencor.
―Debería.
―Nikolai, conoces a tu hermana, sabes cómo es…
―La conocía ―objetó.
―Sigue siendo la misma persona, pese a que las circunstancias
hayan podido causar ciertos cambios en su forma de ser.
―¿Crees que podré recuperar su amor? ―pidió su opinión, con
los ojos brillantes.
―No ―murmuró, con el semblante serio―, porque estoy
convencido de que jamás lo has perdido. Sigue ahí, aunque no lo
recuerde.
Nikolai asintió y sonrió levemente.
―Creo que estoy celoso de ti.
―¿De mí? ―se sorprendió.
Su hermano asintió.
―Sentía celos porque podía ver como ella buscaba tu protección
y en sus ojos podía leer su amor hacia ti, antes incluso de que te
marcara ―admitió―. Sin embargo, sé que eres el mejor hombre con el
que hubiera podido emparejarse mi Brunie. Ambos sois mis hermanos,
de sangre y de sentimiento, y os quiero; por eso, a partir de este mismo
instante, quiero daros mi bendición y desearos la mayor de las
felicidades.
Elion se sintió emocionado.
―Significa mucho para mí ―le aseguró―. Y te juro que haré lo
que esté en mi mano para que así sea.
Capítulo 27

Brunella despertó sintiéndose descansada por primera vez en muchos días.


Elion no estaba allí, así que se metió en el baño y, tras hacer sus
necesidades, se dio una ducha rápida.
Se vistió con un short negro y una camiseta blanca, préstamo de
Roxie, ya que era la que más se asemejaba a su figura. Con el pelo
húmedo, se dirigió al salón, donde Max y la dueña de la ropa que lucía,
estaban sentadas a la mesa, hablando.
―Buenos días, Brunie, ¿quieres tomar algo? ―le ofreció la
morena, apartando una silla para que tomara asiento a su lado.
―No, gracias, estoy llena ―reconoció, sentándose―. Y
llamadme Ella, por favor.
―No me extraña, anoche tuvisteis fuegos artificiales ―apuntó la
pelirroja, dejando claro que les había escuchado.
La bailarina alzó una ceja.
―Tampoco es que tú no celebraras la vuelta a casa de tu esposo,
puedo sentir su olor en tu piel ―contraatacó.
Max parpadeó varias veces antes de sonreír ampliamente.
―No te andas con rodeos ―asintió levemente―. Me gusta.
―A mí también ―añadió Roxie.
―Igualmente os digo ―reconoció, sintiendo una conexión
inmediata con aquellas dos mujeres.
La morena puso su mano sobre la de Ella.
―Ahora somos familia.
«Familia», pensó emocionada.
Había soñado demasiadas veces con tener una y ahora no sabía
muy bien cómo debía comportarse.
―¿Dónde…? ―carraspeó para aclararse la voz―. ¿Dónde está
Elion?
―Está en el laboratorio junto a Keyla, Abdiel y Varcan
―respondió Max―. Andan haciéndole pruebas, del mismo modo que
a esa zombie maltratadora ―añadió con inquina.
―Parece ser que tras beber mi sangre se le quitaron las ganas de
matar a sus hermanos ―apuntó Ella.
―Esperemos que sea algo permanente ―rogó Roxie, con cierto
tono de preocupación.
―¿Podéis indicarme donde está el laboratorio de… mi cuñada?
―Aún le resultaba raro pensar en ella en aquellos términos.
―Yo te acompaño ―se ofreció Max, poniéndose en pie.
―Gracias ―contestó la rubia, siguiéndola hasta el sótano―. Has
dicho que Abdiel, Varcan y Elion estaban con Keyla en el laboratorio.
―Ajá.
―Y… ¿dónde están los demás?
La pelirroja dirigió sus ojos color miel hacia ella.
―¿Preguntas por Nikolai? ―Brunella asintió―. Ha salido con
Talisa para que se compre algo de comer. Nosotros no lo necesitamos,
pero ella aún sigue siendo humana.
―Comprendo.
―Me costó mucho aceptar que estaba marcada y que mi destino
permanecería ligado al de Varcan para siempre ―comenzó a decirle―.
Sin embargo, me di cuenta de que aquellos miedos solo estaban en mi
mente, pues el que la marca se hubiera completado quería decir que
nuestros sentimientos eran reales, aunque para llegar a ese punto tuve
una encarnizada lucha interna, te lo aseguro. En cambio, tú pareces
llevarlo muy bien.
―Digamos que una Diosa me hizo ver que por fin no volvería a
estar sola nunca más ―le confesó.
Max la estudió extrañada.
―¿Has hablado con la Diosa Astrid?
―Estaba meditando y de repente me vi en una especie de templo
junto a ella ―le explicó―. Me pareció una mujer muy inteligente.
―Uff, no me hagas hablar de esa zorra.
Un trueno se oyó en el exterior del castillo, cosa que extrañó a
Ella, pues el día estaba completamente despejado.
―¿Ha sido un trueno?
―Ha sido una advertencia.
Brunella abrió más los ojos.
―De la… ―señaló al cielo, dejando la frase en el aire.
―Así es ―asintió Max―. La muy… divina ―se corrigió―,
está siempre atenta a todos nuestros movimientos.
―Increíble.
―No es para tanto, créeme.
Ambas entraron al laboratorio, donde Elion estaba sentado en
una silla, lleno de cables conectados a su brazo, mientras la humana
zombie se retorcía atada a una camilla.
―Veo que os lo estáis pasando en grande ―bromeó Max,
acercándose a besar a su esposo con pasión.
―No te puedo negar que esto de las ataduras me pone muy
cachondo ―ironizó, haciendo una mueca y señalando con la cabeza a
la enajenada zombie―. Sin embargo, preferiría que fueras tú la que
estuviera en esa camilla, retorciéndote debajo de mí.
―¿En serio? ―preguntó la pelirroja de forma sensual,
mordiéndose su carnoso labio inferior.
―Absolutamente, pecas.
Abdiel carraspeó, llamando la atención de la descarada y fogosa
pareja.
―Me alegro que hayas bajado, Brunella. Necesitamos hacer
unas cuantas pruebas más a la humana y, para ello, necesitamos un
poco de tu sangre ―le pidió el líder de los guardianes, acercándose a
ella.
―Parece ser que mi sangre es lo único que os interesa a todos de
mí ―repuso, cruzándose de brazos, a la defensiva.
―No pienses eso ni por un momento, Brunella ―le dijo,
mirándola a los ojos para que viera que era sincero―. Eres muy
importante para todos nosotros. Ya formas parte de esta familia.
La joven suspiró, pues en su mirada solo veía verdad.
―Está bien, decidme qué necesitáis de mí ―aceptó―. Y
llámame Ella.
―Ni lo intentes ―comentó Elion en tono de guasa―. Abdiel
jamás te llamará de otro modo que no sea por tu nombre completo.
―Doy fe de ello ―ratificó Max.
―Solo necesitaré extraerte una muestra de sangre para poder
probarla en nuestra sujeto de prueba ―le dijo Keyla, señalando la
camilla que estaba vacía para que se acomodase en ella.
La bailarina dirigió su atención hacia su pareja de vida, que
asintió levemente, haciéndole saber que estaba de acuerdo con aquello.
Sin pensarlo más, fue hacia donde la esperaba la doctora y,
sentándose en el lugar que le indicó segundos antes, estiró el brazo
dejando expuesta su vena.
―Adelante.
Keyla se apresuró a extraer la cantidad de sangre que necesitaba.
Fue muy delicada al clavar la aguja en su carne, cosa que Ella
agradeció.
―Hemos supuesto que, si con Elion ha funcionado que beba tu
sangre, es muy posible que inyectándosela a la humana, también
consigamos que los efectos del suero remitan.
―Es decir, ¿que mi sangre puede ser el antídoto?
―Tu sangre es como el petróleo, piernas, todos desean ser sus
dueños ―repuso Varcan, con su habitual tono sardónico.
―Ya está ―le dijo Keyla, desclavando la aguja y cubriendo el
pinchazo con un trozo de algodón―. Presiónalo unos segundos.
―No creo que haga falta ―terció Ella, apartando el algodón de
su piel y mostrándole como ya no quedaba ni rastro de la diminuta
herida.
―Es cierto, que te curas tan rápido como ellos. ―Sonrió su
cuñada―. Por un momento lo olvidé.
―Tengo la ligera sospecha de que, a través de tu sangre,
Sherezade pretende crear una especie de cazadores de guardianes, con
unas características similares a las nuestras ―decía Abdiel, estudiando
el comportamiento y la fuerza inusual de aquella humana―. He
podido apreciar que en sus rodillas tiene restos de sangre, como si
hubiese tenido rozaduras, pero no hay una sola marca de ellas en su
piel, por lo que es probable que posean el mismo poder de curación
que nosotros.
―¿Eso significa que también pueden llegar a ser inmortales?
―inquirió Elion, con una ceja alzada.
―No estoy seguro.
―Vamos a comprobarlo ―dijo Varcan, acercándose a la
irascible mujer y partiéndole el cuello.
―¡Joder! ―exclamó Ella, levantándose de la camilla de un
salto―. ¿Te has vuelto loco?
―¿Qué es lo que acabas de hacer, bror? ―le echó en cara
Abdiel.
―Esta criatura es nuestro objeto de experimentos, así que he
querido probar si tus sospechas son ciertas. ―Se encogió de hombros
con indiferencia.
―Prometisteis no hacerle daño ―repuso Keyla, molesta.
―Prometimos tratar de no hacérselo, doctorcita bombón, no te
confundas ―hizo hincapié en la palabra tratar.
La aludida se puso en jarras, enfadada, pues su rol de sanadora
no le permitía estar de acuerdo con aquel tipo de actitudes.
―Pues lo único que nos queda es esperar para ver si despierta
―sentenció Elion, cerrando los ojos, como si necesitara dormir.

Todos estaban expectantes, esperando a ver si la humana


despertaba.
Cuando esta comenzó a removerse, denotando signos de vida, se
miraron los unos a los otros.
―Tu sangre es el veneno y la cura, encanto ―apuntó Elion, con
una sonrisa ladeada.
―Qué ilusión ―ironizó, poniendo los ojos en blanco.
―¿Dónde… dónde estoy? ―preguntó la nerviosa mujer que
acababa de resucitar, sin ser consciente de ello―. ¿Por qué me tenéis
atada? ―Comenzó a forcejear con sus ligaduras.
―Eh, eh, cálmate ―le ordenó Abdiel, adquiriendo aquel tono de
voz que hacía que las personas le obedecieran sin poder evitarlo―.
Tranquila, no vamos a hacerte daño…
―A partir de ahora, querrás decir ―le interrumpió Varcan
guasón, ganándose una mirada furibunda de su líder.
―Respira hondo ―continuó diciéndole a la humana, que
obedeció de inmediato―. Dime tu nombre.
―Callie ―respondió como hipnotizada por la voz del guardián.
―Muy bien, Callie, mi hermano va a hablar un momento contigo
y todo volverá a la normalidad, podrás irte a casa, ¿de acuerdo?
―continuó diciéndole.
―De acuerdo.
―Pero primero voy a liberarte y no vas a tratar de escapar
―comenzó a desatarla―. Lo estás haciendo muy bien.
―¿De verdad vas a devolverla a su casa, junto a los hijos que
maltrata? ―le preguntó Ella, indignada.
―Nosotros no podemos intervenir en las vidas de los humanos
―le respondió, a la vez que llevaba a la asustada mujer del brazo,
conduciéndola escaleras arriba―. Solo estamos aquí para asegurarnos
de que la ley de la sangre se cumpla.
―¡Me importa una mierda esa puta ley! ―exclamó, siguiéndole
de cerca―. Esos pobres niños seguirán sufriendo a manos de esta
mujer y nosotros vamos a ser los culpables.
―Eso no es cierto ―negó, sin mirarla si quiera.
―¿Me estás ignorando? ―Le tomó por el brazo y lo volvió
hacia ella.
A Abdiel, pese a ser paciente, no le gustaba que le trataran de
aquel modo tan imperativo.
―Brunella, te ruego que te calmes.
―¡No quiero calmarme! ―gritó fuera de sí.
Fueron demasiadas emociones vividas en los últimos días y, al
final, saber que esa mujer se iría a su casa y continuaría dando mala
vida a sus hijos hizo que estallara.
―Abdiel tiene razón ―le dijo Elion, aproximándose a ella.
―¿Vas a ponerte de su parte? ―No podía creerlo.
―No me pongo de parte de nadie, pero nosotros no somos nadie
para intervenir en estas cuestiones.
―Pues me parece una gilipollez ―soltó Max, por completo de
acuerdo con Ella―. Sabemos que esta mujer es una mala persona.
La aludida se limitaba a mirar a cada persona que hablaba, y de
todos modos, no perdía la calma, pues así se lo ordenó Abdiel.
―¿Qué está ocurriendo? ―preguntó Roxie, que en aquel
momento entraba al salón con Talisa del brazo y Nikolai cargado con
bolsas con comida.
―La sangre de Ella ha curado a nuestra… invitada ―le
respondió Keyla, de la manera más diplomática posible, teniendo en
cuenta que la mujer la observaba con atención.
―Eso es una buena noticia. ―Se alegró su marido, soltando las
compras en el suelo.
―Y van a llevarla a su casa junto a sus pobres hijos ―apuntó
Brunella, con claro tono de desaprobación.
―¿La dejareis marchar sin más? ―le preguntó Roxie a su
esposo.
Este asintió.
―Sus propios pecados la consumirán. Sabes que tenemos
prohibido intervenir en las vidas de los humanos.
―Con nosotras bien que intervinisteis ―indicó Max, cruzándose
de brazos.
―Solo tratábamos de protegeros ―respondió el líder de los
guardianes.
―¿Acaso esos niños no necesitan protección? ―inquirió Ella.
Al ver que se limitaban a observarla sin contestar, negó con la
cabeza.
―Está bien, haced lo que os dé la gana, pero me parecéis todos
una panda de cobardes e hipócritas. ―Se dio media vuelta, alejándose
con paso airado.
―Ella, para ―le pidió Elion, yendo tras ella.
―Déjame en paz.
―Detente. ―La tomó por el brazo, reteniéndola―. ¿Qué
pretendes que hagamos?
―Pues no lo sé, pero sí que esperaba que fuera algo más que
quedaros de brazos cruzados sabiendo que esa mujer es una
maltratadora.
―Tarde o temprano, pagará por sus pecados.
―¿Y que habrá ocurrido con sus hijos entonces? ―El guardián
permaneció en silencio―. Creo que, en cierto modo, comprendo a
Amaro. Si él ve este tipo de maldad en las personas, es normal que
necesite intervenir de algún modo.
Elion tomó el rostro de su pareja entre sus grandes manos.
―Encanto, comprendo que te sientas frustrada, pero nosotros no
somos nadie para juzgar y decretar un castigo para ella.
―Lo siento, pero no puedo quedarme pasiva, mientras veo
claramente que va a ocurrir una injustica ―repuso con rabia.
De repente, un grito captó su atención, haciendo que ambos
volvieran al salón a la carrera.
La humana, que parecía haber vuelto a enajenarse, trataba de
morder a Nikolai, que la mantenía inmovilizada.
―Parece ser que el efecto de tu sangre no es permanente, piernas
―comentó Varcan, que permanecía con las manos en los bolsillos y
una actitud impasible.
Brunella, sin pensarlo dos veces, se detuvo justo enfrente de la
desquiciada mujer y como si de una reina de verdad se tratara, le
ordenó:
―Detente ―su voz sonaba serena y firme―. Vas a quedarte
quieta de inmediato.
La tal Callie así lo hizo.
―¿Cómo puede ser? ―preguntó Roxie―. Tus órdenes no
funcionaron ―le dijo a Abdiel.
―Cuando está fuera de sí, no tiene control sobre sus actos y en
ellos son sobre los que yo influyo ―le explicó―. Creo que Brunella
usa otro tipo de coacción, por así decirlo. Algo más místico.
―Mírame a los ojos ―continuaba ordenando Ella, ajena a lo que
el resto hablaba a su alrededor―. ¿Recuerdas lo que les has hecho a
tus hijos? ―La humana asintió―. ¿Y qué sientes?
―No siento nada ―respondió con sinceridad.
―No, te equivocas, estás muy arrepentida ―la contradijo―.
Sientes que eres una persona horrible, que merece el peor de los
castigos.
Callie comenzó a sollozar con desesperación.
―Soy una persona horrible.
―Siente como te laceran por dentro todos los pecados que has
cometido.
A la humana comenzó a costarle respirar.
―No… no puedo soportarlo… ―consiguió balbucear―. He
hecho daño a unos seres inocentes.
―¿Y qué quieres hacer al respecto? ―formuló aquella pregunta,
pese a saber cuál sería la respuesta.
―Necesito entregarme a la policía y confesar. Debo expiar mis
pecados.
Brunella asintió, notando como la presión que sentía en el pecho
comenzaba a aflojarse.
Elevó sus claros ojos hacia su hermano, que la contemplaba con
admiración.
―Llévala a comisaría.
―¿Y si le ataca por el camino? ―preguntó Keyla, un tanto
preocupada― Parece ser que últimamente, todos los ataques de este
tipo, van dirigidos a él.
―Siempre estás en el lugar inapropiado, bror ―bromeó Varcan.
―Me parece que para que la pócima con la que Sherezade ha
infectado a esta pobre alma atormentada funcione, debe ser una
pecadora no redimida ―supuso Talisa, que, pese a que sus ojos no
vieran, el resto de sus sentidos se mantenían bien desarrollados―. Y
tras lo que sea que haya hecho esta jovenzuela con ella, ha dejado de
actuar.
―Opino igual ―afirmó el guardián ruso.
―Al final va a resultar que también posees un don especial, lady
pole dance ―añadió Varcan, y por extraño que pareciera, todos
estuvieron de acuerdo con él.
Capítulo 28

Draven estaba haciendo guardia dentro del apartamento de Sasha, gracias a


su poder de invisibilidad.
La artista estaba sentada en el sofá, mientras cenaba comida
tailandesa y veía un reality
show, ataviada con unas ajustadas mallas
negras y una de esas camisetas enormes que solía usar. Ambas prendas
lucían varias manchas de pintura, como era costumbre en ella.
Su cabello se veía un tanto alborotado, pese a tenerlo recogido en
un improvisado moño hecho con uno de sus pinceles, y lucía un
churrete de pintura azul en su mejilla, que hizo que el guardián sintiera
deseos de acercárse para limpiarlo con su pulgar.
Daisy aquella noche tenía una cita, y se había arreglado con
esmero para ello. Draven reconocía que era una mujer realmente
hermosa. Sin embargo, él no podía apartar los ojos de su amiga de
mirada inocente y suaves pequitas doradas que salpicaban su nariz,
haciéndola verse tan natural y encantadora que le asustaba un poco.
―Espero que Johnny sea puntual ―comentó la rubia, repasando
de nuevo su carmín de labios en el espejo de la entrada.
―Lo será ―le aseguró Sasha, llevándose unos pocos fideos a la
boca―. Ese chico está loco por ti.
―¿A que sí? ―Daisy se volvió hacia ella con una sonrisa
radiante.
―¿Crees que pueda ser el definitivo?
―No vayas tan rápido, amiguita, por ahora solo pretendo
divertirme ―repuso, sentándose en una silla y cruzando sus largas
piernas, que lucía gracias al vestido minifaldero que llevaba puesto―.
Lo que ocurra después, ya se verá.
―Ojalá yo pudiera vivir el sexo de la misma forma que Max y tú
―se lamentó, dejando el envase vacío de los fideos sobre la mesa―.
Por desgracia, necesito sentir algo más que una mera atracción física
por un hombre para llegar a ese punto tan íntimo con él.
―Sin embargo, con el guardaespaldas guaperas de Roxie
estuviste a punto de olvidarte de eso, ¿eh, pillina? ―le recordó su
amiga.
Draven enarcó una ceja, bastante interesado en aquel giro que
había tomado la conversación.
―¡Ni me lo recuerdes! ―le pidió, tapándose el rostro con las
manos, avergonzada―. Hice el ridículo más absoluto. Ni siquiera
recuerdo bien todo lo que solté por mi boca.
―Eso es a causa de tantos años de abstinencia, Sash ―apuntó
Daisy―. Hay más peces en el mar, no te quedes con la mala
experiencia que sufriste a causa del desgraciado de Kyle.
―Ni se te ocurra nombrarlo ―le advirtió.
Aún le dolía pensar en su traición, mucho más sabiendo que con
la persona con la que la perpetró no era otra que su hermana mayor.
En ese momento llamaron al timbre y Daisy se puso en pie de un
salto.
―Debe de ser Johnny ―dedujo, antes de tomar el telefonillo y
decirle que ya bajaba―. Me voy, Sash, no me esperes despierta.
―Pásalo genial ―le deseó.
―Lo haré. ―Le guiñó un ojo y se marchó.
Sasha se quedó observando la puerta y suspiró, sintiendo cierta
nostalgia de cuando ella y Kyle tuvieron sus primeras citas. Aquella
fue una época feliz.
Draven pudo percibir como sus enormes ojos verdes se
entristecían y le hubiera gustado saber más acerca de ese gilipollas que
le partió el corazón.
En aquel momento, el programa que estaba viendo la joven se
detuvo y en la pantalla apareció el rostro de Sherezade.
―¿Qué es esto? ―se preguntó Sasha, que cambió de canal, pero
en todos aparecía la misma mujer.
―Pero ¿qué coño…? ―Draven fue incapaz de contenerse.
―¡Mierda! ―exclamó la artista, poniéndose en pie dando un
respingo, asustada, y mirando a su alrededor, pues estaba segura de
haber escuchado una voz masculina junto a ella.
El guardián maldijo para sus adentros y, alejándose, se metió en
la habitación de Daisy, que era la que estaba más retirada del salón.
Sacó el móvil del bolsillo trasero de su vaquero y llamó a Abdiel.
―¿Ocurre algo, bror? ―le preguntó este.
―Pon la televisión y lo sabrás.

Abdiel, aún al teléfono con su hermano, tomó el mando del


televisor y lo encendió. Cuando en la pantalla pudo ver aquel rostro tan
conocido para él, apretó los dientes.
―Eh, rápido ―llamó a gritos―. Venid todos.
Los habitantes del castillo comenzaron a aparecer y se fueron
quedando asombrados al ver como la bruja milenaria les sonreía desde
la enorme pantalla que colgaba de la pared del salón.
―¿Qué significa esto? ―preguntó Roxie, acercándose a su
esposo.
―No lo sé, pero me temo que nada bueno ―le respondió este.
―¿Alguien me puede explicar qué está pasando? ―quiso saber
Talisa, que era la única que no pudo ver lo que ocurría a causa de su
ceguera.
―Sherezade está transmitiendo desde algún lugar y sale en
televisión ―le explicó Elion con calma.
―¿Qué se traerá ahora entre manos esa maldita bruja? ―inquirió
Max, aún furiosa por el modo en que mató a Florian.
―Hola a todos, mi nombre es Sherezade…
La voz de la mujer se escuchaba alta y clara.
―Elion, trata de localizar el punto exacto desde donde se está
emitiendo este mensaje ―le ordenó Abdiel.
―Por supuesto ―respondió el guardián escocés, apresurándose
a tomar su portátil, a la vez que comenzó a teclear en él.
―Este llamamiento es para todos los brujos y seres
sobrenaturales que vagamos por el mundo, teniendo que esconder
nuestra verdadera naturaleza, porque una ley, que nadie ha votado,
así nos obliga a hacerlo…
―Se ha vuelto loca ―murmuró Roxie, sintiendo una tremenda
pena.
―Así que, si estáis tan cansados como yo de ocultaros, es el
momento de unirnos para abolir la ley de la sangre. Es el momento de
acabar con los guardianes del sello…
―Acaba de ponernos una enorme diana en el culo ―apuntó
Varcan, alzando la ceja marcada por la cicatriz.
―Ahora, haré una mención especial ―Una sonrisa cruel se
dibujó en su atractivo rostro―. Una mención para la reina perdida…
El corazón de Ella comenzó a bombear con fuerza.
―Te equivocaste al elegir bando, majestad, y por ello, pagarás
las consecuencias.
Dos Groms aparecieron en plano, arrastrando con ellos a unas
asustadas Linda, su antigua compañera de piso, y Romy, su querida
amiga. Las dos mujeres lloraban y varios moretones en sus rostros le
hacían saber que las habían golpeado.
―¡No! ―gritó Ella con rabia.
―Si quieres volver a verlas, deberás venir al último lugar donde
nos vimos en persona. Te doy veinticuatro horas. Y recuerda que si no
lo haces o llegas acompañada, sus muertes serán única y
exclusivamente culpa tuya. ―Tras aquella orden, la emisión se cortó y
los canales volvieron a retransmitir sus programaciones habituales.
Brunella, sin pensarlo ni por un solo segundo, se dirigió con paso
apresurado a la salida.
―Espera, ¿adónde vas? ―dijo Elion, tomándola del brazo y
deteniéndola.
―¿Es que no la has oído? ―gritó, cargada de ira―. Va a
matarlas si no me presento en el polígono al que nos llevó Amaro.
―Es una trampa…
―¡Me importa una mierda! ―le interrumpió, empujándole―. Si
están en esta situación es por mi culpa.
―No eres responsable de nada ―negó el guardián escocés,
empatizando con su sufrimiento―. Y no te dejaré ir a una muerte
segura.
―¡Que te jodan! Soy libre de hacer lo que me dé la gana ―dijo
entre dientes―. ¿O tienes miedo de perder a tu banco de sangre
particular? Porque eso es lo que soy para todos, una puta donante de
sangre.
Elion se cuadró de hombros, dolido por aquella afirmación.
―No es cierto y lo sabes ―le aseguró, sin dejar de mirarla a los
ojos.
Brunella bufó y se pasó las manos por el pelo, frustrada.
―Lo sé ―reconoció, al borde del llanto―. Lo siento.
―No te disculpes, entiendo por lo que estás pasando
―afirmó―. Hace poco perdí a una buena amiga a manos de estos
desgraciados. Yo, mejor que nadie, sé lo que sientes.
Una lágrima furtiva descendió por su mejilla y Elion la limpió
con su pulgar, jurando que les haría pagar por cada lágrima que su
pareja derramase.
―Es peligroso que vayas al encuentro de Sherezade ―intervino
entonces Abdiel.
―¿Y qué sugieres? ―Ella le miró con una ceja alzada―. ¿Que
las deje morir?
―Por supuesto que no, pero debemos estudiar bien nuestras
opciones ―respondió el líder de los guardianes.
―No hay tiempo para eso ―rebatió la joven bailarina.
―Sea como sea, iré contigo ―declaró entonces su hermano, con
determinación.
―Ha dicho que debo ir sola…
―¡Bajo ningún concepto te dejaré en manos de esa bruja!
―bramó Nikolai, con sus ojos en llamas.
―No vas a decidir por mí ―le enfrentó, alzando el mentón.
―¿No te das cuenta de que lo único que conseguirías es que os
mate a las tres?
Era posible que aquel fuera el objetivo de Sherezade, pero de
todos modos, debía intentar salvar la vida de Linda y de Romy, o
jamás podría volver a mirarse al espejo.
―Aunque así sea, acudiré a la cita ―le aseguró con valentía.
―¡Maldita sea! ―exclamó Nikolai entre dientes.
―Yo te acompañaré ―añadió Elion.
―Ha dicho que debo ir sola ―les recordó, por enésima vez.
―Pero ella no sabe que hemos desecho nuestro vínculo ―le hizo
ver el highlander.
Brunella se quedó pensando en aquello y puede que tuviera
razón.
―De todos modos…
Elion tomó su rostro entre las manos para que le mirara a los
ojos.
―Estamos unidos en esto, encanto. Te prometí que no volverías
a estar sola y yo siempre cumplo mis promesas.
Se sintió emocionada ante aquella declaración de intenciones,
por lo que se puso de puntillas y le besó en los labios.
―De acuerdo, iremos juntos ―accedió al fin.
Elion sonrió, triunfante.
―No podía ser de otra manera.
―Pero te aseguró que mataré a esa puta en cuanto le ponga las
manos encima. 
Capítulo 29

Tan solo Varcan, Max y Talisa permanecieron en el castillo, el resto


llegaron a San Francisco unas horas después.
Brunella trató por todos los medios de que no la acompañaran,
pero le fue imposible conseguirlo; pese a que le aseguraron que
Sherezade no lo sabría, insistieron en permanecer cerca por si la cosa
se ponía fea.
―Llevas un GPS implantado en el tobillo, por si en algún
momento te pierdo de vista ―le explicaba Elion, mientras tecleaba en
su portátil.
―Por si te matan, quieres decir, ¿no?
El guardián alzó su mirada hacia ella y se encogió de hombros.
―Es una posibilidad. ―Volvió de nuevo su atención al
ordenador―. Ya está configurado el micrófono para que los demás
puedan oír todo lo que ocurra.
―Y si te tocan un solo pelo, volveré el tiempo atrás y los mataré
a todos ―dijo Nikolai con el cuerpo en tensión, mirando por la
ventana como si nada, pese a la afirmación que acababa de hacer.
Brunella puso los ojos en blanco.
―Se cree que es mi padre ―murmuró.
Su hermano, como si acabara de soltarle un bofetón, volvió la
mirada hacia ella.
―Eso no lo digas ni en broma ―repuso con voz tensa―. Jamás
me pareceré a él. ―Se levantó del asiento, encerrándose en el cuarto
de baño.
―¿Qué acaba de ocurrir? Solo era una frase hecha ―preguntó
Ella, desconcertada.
―Es una larga historia ―respondió Abdiel, mirando la puerta
cerrada del baño―. Vuestro padre no fue un hombre al que le gustaría
parecerse.
¿Su padre fue una mala persona? Así lo había asegurado Nikolai
días atrás, pero ni siquiera tenía respuestas a esa pregunta.
Keyla tomó su mano con afecto.
―Es un tema delicado para él, pero tú no lo recuerdas, así que no
te martirices. ―Sonrió con dulzura.
Lo cierto es que aquella mujer le gustaba mucho, su hermano
tuvo suerte uniéndose a ella.
―Muchas gracias. ―Le devolvió la sonrisa y le apretó la mano
levemente, haciéndole saber que apreciaba mucho su gesto.
―Estamos formando una preciosa familia ―observó Roxie,
sonriendo con cierta tristeza.
«¿Qué le ocurre? ¿Por qué parece sentirse apenada?», pensó Ella.
―De acuerdo, todo está conectado. ―Elion la alejó de sus
cavilaciones.
Le entregó a su líder el transmisor desde donde los podrían
localizar y oír todo lo que ocurriera a su alrededor.
―Pues pongámonos en marcha ―declaró Ella, poniéndose en
pie, decidida a enfrentarse a lo que hiciera falta.

―Estamos llegando, este es el emplazamiento ―decía Elion,


para que sus hermanos y las parejas de estos les escucharan.
El corazón de Ella latía a mil por hora, sobre todo cuando la
puerta de la nave industrial se abrió y pudo ver a Sherezade a unos
metros de ella, rodeada de varios hombres y mujeres, que no parecían
ser Groms.
―Te dije que vinieras sola ―habló la bruja, sonriendo con
suficiencia.
―¿Acaso no recuerdas que estamos vinculados? ―respondió
Elion, enarcando una ceja.
Brunella, por su parte, era incapaz de hablar, ya que todos sus
esfuerzos se centraban en controlarse para no abalanzarse sobre
aquella mujer a la que odiaba con todo su ser en ese momento.
―Es cierto, eres tan insignificante para mí que te borré por
completo de mi memoria ―le soltó Sherezade.
―Déjate de palabrerías y dime qué quieres de mí de una maldita
vez ―le exigió Ella entre dientes, sintiéndose impaciente por ver a sus
amigas.
La bruja milenaria sonrió.
―Ya sabes lo que quiero.
Por supuesto, quería su sangre.
―Te la daré, pero primero, suelta a mis amigas.
Elion la miró de reojo, pero se mantuvo en silencio.
―De acuerdo, entonces entrad para que pueda conduciros hasta
ellas.
Ambos sabían que se estaban metiendo en la boca del lobo, pero
no les quedaba más remedio si pretendían salvar a las dos jóvenes.
Avanzaron juntos para no levantar sospechas sobre su falso
vínculo.
―¿Quién son todos estos espectadores? ―le preguntó Elion a
Sherezade de forma sarcástica, refiriéndose a los brujos que la
acompañaban, ya que había podido oler sus poderes.
―Oh, ellos ―repuso la aludida, usando el mismo tono irónico
que el guardián―. ¿No oísteis mi llamamiento? Pues ellos son los
primeros seres especiales que han decidido unirse a mi causa.
El hombre apretó los dientes, maldiciendo para sus adentros.
La persa, acompañada de su nuevo sequito de brujos, los guio
hacia una sala donde simplemente había una camilla y varios armarios
metálicos.
―¿Estás tomándome el pelo? ―se indignó Ella―. ¿Dónde has
metido a Romy y a Linda?
―Lo sabrás enseguida, pero primero, como prueba de confianza,
déjame que extraiga un par de litros de tu sangre.
―Ni hablar ―respondió Elion de forma apresurada.
―¡Que te jodan, zorra! ―espetó Brunella, cogiéndola del
cuello―. Dime dónde están.
―Si no me das sangre, no volverás a verlas, te lo aseguro
―afirmó con la voz entrecortada a causa de la presión que las manos
de la bailarina ejercían en su garganta.
―¡Joder! ―La soltó y se sentó en la camilla de mala gana―.
Haz lo que debas.
―Una sabia decisión ―la alabó.
Haciendo un movimiento con la cabeza a uno de los brujos, le
indicó que procediera a extraer la sangre de Brunella.
―¿Me gustaría saber para qué quieres su sangre? ―preguntó
Elion, consciente de que sus hermanos les estaban escuchando―. Ya
no veo a tus vampiros zombies por aquí, así que imagino que te has
dado cuenta de que no te sirven para nada estando Ella delante, ¿o me
equivoco?
El semblante de Sherezade se tornó más sombrío, demostrando
que sus palabras le molestaban.
―No está todo perdido con mis preciosos Groms, solo debo
encontrar el modo de eliminar la influencia que la «reina», ejerce sobre
ellos ―hizo hincapié en la palabra reina, que, en sus labios, sonó como
un insulto.
―¿Preciosos? ―Brunella soltó una carcajada―. ¿No tienes ojos
en la cara o qué? Esos seres son repulsivos.
―Cierra la boca. ―Se notaba que estaba al borde de perder la
paciencia.
―¿No me digas que te sientes ofendida? ―se burló de ella―.
Estás tan sola que necesitas resucitar a unos cuantos muertos para
volverlos zombies sedientos de sangre. Es patético, la verdad.
―¡Que te calles! ―gritó, con la cara roja de rabia―. Ojalá
hubiera matado a tus amigas delante de ti, para que sus gritos te
persiguieran para siempre.
En cuanto aquellas palabras se colaron en su mente, Ella se
desclavó la aguja con la que le extraían sangre y trató de abalanzarse
sobre Sherezade.
Esta, sacándose un cuchillo que escondía en a la espalda,
consiguió hacer un corte en el cuello a la joven, que cayó de rodillas al
suelo con las manos sobre su garganta, tratando de detener la
hemorragia.
Elion se inclinó, soltándose con disimulo el pelo, para que le
cubriera el cuello y fingir que él también se encontraba herido.
―Estabas muerta desde que decidiste entrar aquí, ¿lo sabías?
―comentó la bruja milenaria―. Y si vuestro plan era volver el tiempo
atrás gracias al poder del guardián ruso, olvidadlo, porque aquí dentro
no sirven ninguno de vuestros dones.
Caminando con paso lento, abrió uno de los armarios y de él sacó
las cabezas seccionadas de sus dos amigas, que estaban dentro de un
cubo ensangrentado, mostrándoselas.
―¡No! ―gritó Ella, llevándose las manos al estómago, donde
sentía como si acabaran de golpearla. No era capaz de dejar de
sollozar, sentía que le faltaba el aire.
Elion se le aceró aún más, preocupado por su pérdida de sangre.
Era evidente que el cuchillo iba impregnado de suero, pues el corte no
se cerraba.
―¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ―repetía Brunella una y otra
vez.
―No es tu culpa, ha sido su decisión ―le dijo contra su oído―.
Es una maldita asesina.
―Han muerto por estar unidas a mí ―repuso, rota de dolor, sin
prestar atención a su herida―. ¡Claro que es por mi culpa!
―Vamos a acabar con ella, te lo prometo ―le juró Elion,
queriendo poder absorber su dolor.
Nadie dañaría a su pareja sin sufrir las consecuencias.
Sherezade se carcajeó.
―Qué tierno ―se mofó de ellos―. La parejita de amantes
morirá unida. Seréis como Romeo y Julieta, pero en plan chabacano.
―Y tú volverás al infierno del que resurgiste.
Impulsándose hacia delante, la derribó, haciendo que se golpease
la cabeza contra el suelo.
―No estáis vinculados. ―Se percató, mirando al guardián con
los ojos muy abiertos.
―Muy observadora ―ironizó, abriendo la boca y mostrándole
sus colmillos, dispuesto a desgarrarle la yugular.
Una flecha disparada con una ballesta impactó en su espalda,
haciéndole soltar un rugido.
―Suéltala, o la mato ―le ordenó uno de los brujos rebeldes,
apuntando a Ella directamente a la frente.
Elion, dejando ir el aire por la nariz de repente, a causa de la ira
que recorría su cuerpo, se levantó con lentitud de encima de la bruja,
liberándola.
―Eres un estúpido ―dijo Sherezade, levantándose un tanto
dolorida por la caída―. ¿Creías que podrías matarme?
―Tenía esa esperanza, sí ―respondió, sonriendo de medio lado,
pese a lo tenso que estaba.
―Pues lo siento, pero eres tú el que morirás hoy.
Brunella, que comenzaba a sentirse mareada, cerró los ojos y
trató de invocar a los Groms. Sabía que aún estaban vivos, pues podía
sentirlos, así que les ordenó mentalmente que, fuera como fuera,
ayudaran a su hermano, Abdiel, Roxie y Keyla a llegar hasta ellos
antes de que mataran a Elion, que era lo único que le preocupaba en
aquel momento.
―Si le matas ahora, yo moriré también ―trató de ganar tiempo.
―Realmente crees que soy idiota, ¿no? ―Alzó una de sus
perfectas cejas negras―. He podido comprobar que no estáis unidos ya
por el hechizo.
―Pero estamos marcados ―le informó―. ¿Te dice eso algo?
―Lo cierto es que, al cabrearme, me has hecho desperdiciar tu
sangre ―se lamentó―. Así que ya no me importa mantenerte con
vida. Con la sangre que tenemos deberá servirnos y si estás muerta, no
podrás influenciar a mis Groms, así que gano de todas formas.
―¿Y cómo estás tan segura de que no morirán conmigo? ―le
planteó.
Brunella pudo ver como las dudas aparecían en el atractivo rostro
de la bruja.
―Del mismo modo en que mi sangre les hace seguir unidos en
cierto modo a mí, además puede ser que esa unión haga que si yo
muero, ellos también.
Sherezade miró a la joven, pensando en qué hacer.
―Creo que voy a arriesgarme ―respondió entonces, clavando el
cuchillo en el estómago de Elion, que jadeó ante la puñalada.
―¡No! ―chilló Ella, impulsándose con las pocas fuerzas que le
quedaban, para empujar a la bruja y que no pudiera herirle de nuevo.
Pudo oír ruidos cerca de la entrada que le hicieron saber que los
guardianes habían conseguido acceder a la nave, pero no creía que
llegaran a tiempo para salvarles a los dos, pues Sherezade, a
horcajadas sobre ella, alzó el cuchillo con ambas manos, dispuesta a
clavarlo en su corazón.
―No podrán salvarte, reina ―le dijo con desprecio, decidida a
matarla.
Brunella volvió el rostro hacia Elion, que trató de llegar hasta
ella, pero fue recibiendo impactos de flecha por el camino. Ambos
morirían en aquel frío laboratorio.
Sin embargo, justo antes de que la afilada hoja de la daga se
clavara en su corazón, un rayo impactó contra Sherezade, haciendo
que perdiera el equilibrio y cayera hacia un lado.
Abrió los ojos con asombro y llevó su mano a la parte de su
rostro que había quedado quemada. Roxie, con una mano extendida, la
miraba con lágrimas en los ojos.
―Lo siento ―sollozó, con la cara demudada por la tristeza―,
pero no puedo permitirte dañar a nadie más.
―Madre ―murmuró Sherezade, sin poder creerse lo que
acababa de suceder.
―Perdóname, hija ―le pidió Roxie, acongojada.
«Madre», pensó Ella, «¡hija!».
Dos brujos agarraron a la herida bruja persa y, lanzando un
hechizo, desaparecieron.
―¡Dios mío! ―exclamó Keyla, horrorizada al verles
gravemente heridos.
Fue a sanar a Elion, que parecía quien más lo necesitaba ya que
le habían cosido a flechazos, pero este le pidió que curase primero a
Ella.
La doctora se apresuró a hacer lo que le pedía y tras cerrar la
herida del cuello de la bailarina, procedió a hacer lo mismo con las del
guardián escocés.
Nikolai se arrodilló junto a su hermana, ayudándola a sentarse.
―Las ha matado ―susurró, como para sí misma.
―Lo lamento mucho.
Brunella alzó sus claros ojos, iguales a los de él, para poder
observarle directamente. Asintió con la cabeza, pues sabía que estaba
siendo sincero, lo sentía por ella de todo corazón, podía verlo en su
afligida mirada.
El guardián ruso se sentó en el suelo junto a su hermana,
flexionando una de sus musculosas piernas y apoyando el brazo sobre
la rodilla.
―¿Estás mejor? ―le preguntó, refiriéndose a sus heridas.
―No, no lo estoy ―se sinceró, pues anímicamente se sentía
devastada.
Nikolai volvió su rostro para poder estudiar su expresión
angustiada. Tomó una de las manos de su hermana y la apretó
ligeramente.
―Prometo protegerte.
Escuchar aquellas palabras, unido a sentir el familiar tacto de la
mano de su hermano sobre la suya, hizo que su memoria se activase de
repente. Miles de imágenes de ellos dos aparecieron como un
vendaval. Siendo niños, adolescentes, huyendo de su poblado por
temor a su padre. Fue capaz de visualizar, por primera vez en
muchísimos años, el rostro de su madre, cosa que la hizo jadear.
Rememoró como Milosz los encontró y la manera generosa en que los
acogió en su casa. Por desgracia, también volvió a su memoria el
momento doloroso en que su padre mató al buen anciano, también
había matado a su madre, aquello le rompió el corazón. Evocó el
instante exacto en que se golpeó la cabeza, cuando Vlad la tomó por el
pelo y la arrojó al suelo.
Finalmente pudo visualizar sus últimos recuerdos, mirando a su
hermano y declarándose cuanto se querían.
―Ey, Brunie, ¿qué te ocurre? ―Nikolai se asustó al ver como su
rostro empalidecía por momentos―. ¿Estás bien?
―Si tú estás conmigo, no temo nada, hermano ―repitió una de
las últimas frases que le dijo antes de fallecer.
El guardián pestañeó varias veces, asimilando sus palabras, y
respiró hondo, sintiendo los acelerados latidos de su corazón.
―¿Qué acabas de decir?
―Que te quiero ―confesó, con el mentón temblando―. Te
quiero, Kol.
Nikolai la tomó entre sus brazos, abrazándola con todo el amor
que sentía por su hermana pequeña.
―Cuánto te he echado de menos, Brunie ―reconoció, con los
ojos brillantes, al borde de las lágrimas.
―Acabo de recordarlo todo ―le explicó, llorando contra el
pecho de su hermano―. Sé quién soy, ya no volveré a ser una sombra.
―Separándose un poco de él, alzó su mano para posarla sobre su
rostro, que se veía exactamente igual que en el momento en que ambos
murieron―. ¿Cómo pude olvidarte?
―Por suerte, yo no te olvidé a ti ―le dijo, sonriendo con
ternura―. Ningún día de mi vida he dejado de ver tu rostro en sueños.
Esas palabras le hicieron acordarse de una cosa.
―Déjame ver tu tatuaje.
Nikolai sonrió y dándole la espalda, se quitó la camiseta.
Los ojos de Ella se llenaron de lágrimas al ver a su madre
plasmada allí, tan fiel a la realidad. Alzó su mano y con la punta de los
dedos, recorrió el semblante de la mujer que le dio la vida.
―Es precioso.
―Necesitaba asegurarme de que no os olvidaría a ninguna
―comentó, girándose de nuevo hacia ella.
―Yo prometo no volver a hacerlo ―repuso, con una sonrisa
triste.
Nikolai vio como Elion se aproximaba a ellos, así que se puso en
pie y tendiendo una mano hacia su hermana, la ayudó a hacer lo
mismo.
―Entiendo que estés mal por lo que les ha pasado a tus amigas,
pero daremos con Sherezade y pagará por todo el daño que está
haciendo.
―Lo sé, hermano, se lo haremos pagar ―afirmó, poniéndose de
puntillas y besándole en la mejilla.
―Así será. ―Sonrió y dirigió sus ojos hacia Elion, que se
detuvo tras Ella―. La dejo en tus manos, sé que la apoyarás tanto
como lo haría yo mismo. ―Hizo un leve asentimiento de cabeza y se
alejó, henchido de felicidad por haber recuperado a su hermana.
―Lo he recordado todo ―reveló, mirándole ilusionada―. Por
fin tengo un pasado.
―Me alegro mucho por ti ―le aseguró, besándola con suavidad.
―Te quiero, Elion ―aseveró la joven―. Necesito que lo sepas.
―Lo sé, encanto, yo también te quiero ―le retiró un mechón de
cabello que caía sobre su rostro―. Y siento pedirte esto, sabiendo el
duro momento por el que estás pasando, pero creo que necesito volver
a alimentarme.
―¿Vuelves a sentir ganas de matar a tus hermanos? ―preguntó,
un tanto preocupada por ello.
―Aún puedo controlarlo, pero temo que en breve no lo consiga.
―Pues volvamos a casa para que pueda alimentarte, mi
guardián.
Capítulo 30

Elion y Ella se alimentaron mutuamente, a la vez que hicieron el amor de


forma pausada y tierna, como en aquel momento la joven necesitaba.
Lloró durante todo el viaje de vuelta a casa, tremendamente triste
por la muerte sus amigas, y ahora dormía con los ojos hinchados,
mientras él, sentado en la cama, la contemplaba con devoción.
Alargó una de sus manos y le acarició el cabello con ternura. La
amaba con todo su corazón.
Se levantó del lecho vestido solo con el pantalón gris claro del
chándal y salió al pequeño mirador de piedra que le permitía tener una
visión íntegra de toda la ladera.
Era feliz por haber encontrado a su pareja de vida, pero también
sentía rabia por no poder disfrutar de ella lo que le gustaría, ya que
seguían necesitando encontrar a Sherezade y acabar con esa mujer
antes de que montara su propio ejército de brujos.
―Lo cierto es que las vistas desde aquí son preciosas.
Elion se puso en guardia al escuchar aquella voz femenina tan
cerca, sin embargo, cuando vio la imagen de la Diosa Astrid frente a
él, hincó una rodilla en el suelo y agachó la cabeza.
―Mi Diosa ―dijo en tono respetuoso.
―Puedes levantarte, mi guardián ―le pidió, con una sonrisa
relajada.
―Es un honor teneros frente a mí, mi señora.
―El honor es mío, mi querido Elion, por tener entre mis
guardianes del sello a alguien como tú ―comentó con sinceridad―.
Lo has hecho muy bien. Has sabido darle confianza a Brunella y
ambos habéis aceptado vuestro destino y la marca de la manera más
natural posible. Facilitasteis mucho mi tarea, os lo aseguro.
―Simplemente nos dejamos llevar por lo que sentíamos.
Dejamos que nuestros corazones fueran libres ―rememoró las
palabras que, un día muy lejano, su buen amigo William le dijo.
―No luchasteis contra el amor y eso os hace sabios ―asintió,
tocando suavemente con su mano el cabello suelto del highlander―.
Eres un hombre justo, como bien dice tu sobrenombre. Lo has
demostrado desde que eres mi guardián y lo demostraste en tu vida
como mortal. Nunca fallaste a Wallace, y él lo sabía tan bien como yo.
Elion se sintió emocionado ante sus palabras, pues la culpa por la
muerte de William le había perseguido durante demasiados años.
―Os agradezco vuestras palabras, mi señora.
―No tienes nada que agradecerme, simplemente me limito a
decir la verdad ―le aseguró―. Ya no tienes por qué permanecer con el
cabello recogido, eres un guardián excepcional y fuiste un guerrero del
mismo calibre. Repítelo ―le ordenó.
―Soy un guardián excepcional.
―¿Y? ―insistió cuando se quedó callado.
―Un… un guerrero del mismo calibre ―consiguió decir, pese al
nudo que se formó en su garganta.
―Quiero que lo repitas cada mañana mientras te miras al espejo,
¿de acuerdo?
Elion asintió.
―Así me gusta, te estaré observando. ―Sonrió más
ampliamente―. Y cuida de mi reina.
―La cuidaré, mi Diosa ―repuso con seguridad―. Brunella es lo
más importante en este mundo para mí.
La preciosa mujer asintió satisfecha con su declaración.
―Las piezas están colocándose en sus lugares, pero aún puede
salir todo mal, así que no os relajéis ―le aconsejó―. Pronto el juego
llegará a su fin. ―Y sin más, le besó en los labios y desapareció del
mismo modo en que llegó.
Sasha llevaba dos días pensando en la voz que escuchó junto a
ella la noche en que aquel extraño mensaje apareció en los televisores
de todo el mundo.
En ocasiones, se decía a sí misma que solo fueron imaginaciones
suyas, no obstante, aquella voz aún resonaba en su cabeza.
―Creo que me estoy volviendo loca ―se dijo a sí misma,
suspirando.
Draven la observaba en silencio, sabiendo que la fastidió en el
momento en que habló, inducido por el shock que le provocó ver a
Sherezade en antena.
Llamaron a la puerta y la joven artista fue a abrir, pues Daisy
estaba trabajando.
Miró por la mirilla y se quedó pálida al instante.
―Sash, sé que estás ahí, mamá me ha dicho que esta es tu
dirección actual y he oído tus pasos.
―Mierda ―murmuró Sasha, cerrando los ojos con fuerza―. No
tengo nada que hablar contigo ―dijo contra la puerta, aún cerrada.
Aquella actitud hizo que Draven sintiera curiosidad hacia la
misteriosa mujer.
―Por favor, ábreme.
La artista bufó, demostrando lo poco que le apetecía encontrarse
cara a cara con aquella persona, pese a que al final hizo lo que le pedía.
Tras la puerta estaba una hermosa mujer de cabello oscuro y ojos
claros en tono verde grisáceo.
Sonrió con nostalgia.
―Estás preciosa ―la halagó―. ¿Puedo pasar?
―Preferiría que no lo hicieras ―reconoció, mordiéndose el labio
con nerviosismo―. ¿Qué quieres, Jess?
Jessica se removió incómoda.
―Te echo de menos, Sash ―respondió, con los ojos
brillantes―. Hace demasiado tiempo que estás enfadada conmigo.
¿Puedo hacer algo para que me perdones?
―No creo que haya nada…
―Por favor ―la cortó, suplicante―. Estoy pasando una mala
racha. Me han suspendido en mi trabajo, he estado en terapia porque
he sufrido ataques de ira y no tengo a nadie con quien hablar. Siempre
estuvimos muy unidas y te quiero.
―¿Me quieres? ―le preguntó con sorna―. ¿También me
querías cuando te acostaste con Kyle a las puertas de nuestra boda?
«Así que aquella mujer era su hermana», cayó en la cuenta el
guardián.
―Nunca me has dejado que te lo explique ―trató de defenderse
de sus acusaciones―. En cuanto supe que Kyle era tu prometido,
terminé mi relación con él. Nunca hubiera podido traicionarte de ese
modo.
―¿Y qué crees que hiciste al permitirme ir hasta el final? ¿Al
dejarme exponerme delante de todas las personas a las que conozco,
para soltar la bomba justo antes de que diera el sí quiero? ―Tragó
saliva de forma audible―. ¿No pudiste habérmelo dicho antes? ¿Era
necesario que hiciera el ridículo más absoluto, demostrando de ese
modo por qué siempre fuiste tú la hija perfecta, mientras que yo solo
era el mismo desastre de siempre?
―Nada más lejos de mi intención ―repuso con tristeza―.
Intenté protegerte, pero me di cuenta de que no lo hacía si te permitía
casarte con ese individuo. ¿Eso me hace tan malvada como para que
no me perdones?
―Te perdono, Jess, pero no puedo volver a confiar en ti.
―Sash, por favor…
―Lo siento, no puedo volver a pasar por esto, necesito que te
vayas ―le pidió, comenzando a cerrar la puerta.
―Hermana, no lo hagas.
Sasha la miró por última vez.
―Adiós, Jessica. ―Y cerró la puerta, rompiéndose en el mismo
instante que se quedó sola.
Draven sentía deseos de abrazarla para poder consolarla, sin
embargo, sabía que no podía hacerlo, así que se limitó a ver como,
entre sollozos, se sentó frente a un lienzo vacío y comenzó a pintar en
él.
Parecía ser un paisaje. Un paisaje que a Draven le resultaba
bastante familiar.
Ibi me ducere.
Esas palabras resonaban en la mente de la joven una y otra vez.
―Ibi me ducere ―repitió lentamente.
«Condúceme allí», tradujo mentalmente Draven del latín.
De repente, una luz cegadora los envolvió a ambos,
engulléndolos por completo.
Epílogo

Brunella despertó y notó que estaba sola en el lecho, así que,


incorporándose, pudo ver a su pareja apoyando los codos en la piedra que
servía como barandal de aquel pequeño mirador. Estaba amaneciendo y
parecía disfrutar de ello, pues una relajada sonrisa se dibujaba en su
atractivo y masculino rostro.
Levantándose, se enrolló la sábana en torno a su cuerpo desnudo
y caminó descalza hasta colocarse tras él y abrazarle, depositando un
suave beso en su espalda.
―¿Te he despertado? ―preguntó Elion, volviéndose para
abrazarla.
―No, pero me sentía muy sola sin ti en la cama ―respondió,
ronroneando como una gatita.
―Por suerte, vas a compartirla conmigo el resto de nuestras
vidas ―dijo, dándole un suave beso en la nariz.
Se dejó caer contra el torso del guardián, que la rodeó con sus
brazos.
―El dolor remitirá, te lo aseguro ―le dijo, acariciándole su
sedoso cabello.
―Eran unas mujeres extraordinarias ―sollozó, sintiendo como
las lágrimas se agolpaban de nuevo en sus ojos.
―Como tú. ―Besó su coronilla―. Brunella Vòlkov, querida
hija de Vesela, hermana de Nikolai y, ahora, mi pareja de vida.
Brunella alzó la cabeza para mirarle con el ceño fruncido.
―¿Qué estás haciendo?
―Frente a ti y los Dioses como testigos ―continuó Elion, sin
responder aún a su pregunta―, juro que te protegeré con mi vida si es
necesario. Seré tu aliento en los momentos que sientas que te falta el
aire, tu apoyo cuando creas que no puedes mantenerte en pie. Seré el
calor en tus noches frías y la brisa en las calurosas. Y tú serás mi paz
en tiempos de guerra, mi dulzura en los momentos amargos, mi
sustento cuando muera de hambre. Desde hoy y para siempre, no solo
serás mi pareja eterna, también el amor de mi vida.
―¿Me estás jurando amor eterno? ―le preguntó, emocionada y
divertida a la vez.
―Me estoy casando contigo a los ojos de los Dioses, si tú me
aceptas ―respondió el guardián, sonriéndole con ternura.
―¿Te estás casando conmigo sin pedírmelo siquiera? ―alzó una
de sus perfectas cejas y se cruzó de brazos.
Elion puso los ojos en blanco.
―¿Quieres que me arrodille también? ―ironizó.
―Por supuesto.
El highlander suspiró y comenzó a doblar su rodilla, cuando ella
lo tomó por el brazo, deteniéndole y riendo.
―Claro que me casaré contigo ―aceptó, radiante de felicidad―.
A los ojos de los Dioses y  los ojos de quien sea. Te amo y estoy
segura de que te amaré para siempre, así que, qué mejor que unirme al
amor de mi vida.
Elion la tomó por la cintura y la alzó, besándola, completamente
enamorado.

Mientras tanto, en el salón, el resto de los habitantes del aquel


castillo comentaban el llamamiento de Sherezade para unirse contra
ellos.
―La verdad es que estamos jodidos ―ironizó Varcan,
bebiéndose de un trago la copa de whisky que llevaba en la mano―.
Ya se ha destapado la liebre y los humanos saben que existen las
personas con poderes especiales. Sherezade nos ha descubierto, ahora
estamos expuestos.
―¿En serio pensáis que la hayan creído? ―preguntó la vidente,
a la vez que acariciaba a Oráculo, que permanecía dormido en su
regazo―. Si yo no supiera que todo es real, habría deducido que era
una loca o una broma pesada.
―En este punto, estoy de acuerdo con Talisa ―afirmó Abdiel,
caminando de un lado al otro, con las manos entrelazadas a la
espalda―. El problema es que hay más seres descontentos con la ley
de la sangre, y temo que esto se convierta en una revolución.
―Por suerte, los Groms ya no son efectivos gracias a Ella
―terció Max―. Es capaz de controlarlos como si fuera su reina, y eso
me fascina.
―La cosa se está descontrolando ―indicó Roxie, sintiendo
angustia al pronunciar sus siguientes palabras―: Debemos detener a
Sherezade como sea.
Abdiel la miró con intensidad, sabiendo de su dolor, pues en el
fondo, su yo pasado seguía reconociendo a Sherezade como a su hija.
―Trataré de buscar un antídoto para el suero a través de las
muestras de sangre que le extraje a Ella ―repuso Keyla, viendo como
su esposo entraba en el salón con el rostro un tanto pálido―. ¿Estás
bien? ―le preguntó.
―Acaba de llamar Thorne ―contestó el guardián ruso.
―¿Qué ha ocurrido? ―quiso saber Abdiel.
―No consigue encontrarles ―respondió, pasándose las manos
por el pelo.
―¿A quién? ―se impacientó Max.
Nikolai clavó sus ojos en ella.
―A Draven y Sasha ―puntualizó―. Han desaparecido sin dejar
rastro.
―Si no teníamos suficiente, estos dos deciden jugar al escondite
―comentó Varcan, en tono burlón.
―Espero que estén bien ―repuso Roxie, dándole la mano a
Max, pues ambas estaban preocupadas por su buena amiga.
―Sea como sea, daremos con ellos ―afirmó Abdiel, con la
mirada segura―. No pararemos hasta encontrarles.            

           
                      FIN

También podría gustarte