Paty J - Mi Ex Marido, Mi Jefe

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 235

Todos los derechos reservados @2014

Aurora: Paty J.

Sinopsis

Amanda llegó a la oficina como cualquier


otro día... pero se encontró con una
increíble sorpresa. Su jefe no era otro que su
ex marido. Gabriel Kreos.
El millonario se había quedado destrozado
después de su separación con Amanda. Al
verla de nuevo se dio cuenta de que la
atracción seguía existiendo... y la pasión
podía volver a encenderse con sólo un
beso...
1
—¿Escuchaste las noticias?

Amanda, que entraba a la oficina, se


detuvo a mirar a su compañera Brenda.

—¿Cuáles?

— El jefe llega mañana y no sólo para


asegurarse que todo esté en orden. Los
rumores dicen que se quedara un par de
meses.

Ahora entendía el caos que yacía en el


primer piso. El jefe de la compañía
tenía fama de hacer visitas fantasma y
por lo que había escuchado, su jefe era
letal. Llevaba un año trabajando para él
y jamás lo había visto. Se comentaba
por toda la empresa que iba a vender.
Amanda, esperaba que su llegada fuera
sólo para verificar que su empresa
estuviera en orden y no para despedirlos
a todos. Le había costado tres años
conseguir una carrera que le daría
mejores ganancias.

—Esperemos que los rumores no sean


ciertos.

Su amiga asintió y sonrió con ánimo.

—Debí de estar más atenta a las visitas.

Amanda la miró sin comprender.

Brenda suspiró. —Cada vez que viene,


hay visitas que alertan a los demás de su
llegada.
—No deberías estar preocupada. Si el
jefe hace cambios, no me imagino que
despida a los que llevan años trabajando
en su compañía.

—Ni lo digas, Amanda. Llevo meses


intentando quedar embarazada. Te
recuerdo que mi pareja lleva casi el
mismo tiempo que tú en la compañía, si
lo despide…— Brenda se estremeció.—
No puedo permitirme siquiera pensarlo.

—¿Y a qué hora llega el jefe?

— A las nueve— comentó como si nada


Brenda. Sin notar que amiga y
compañera de trabajo palidecía.
Le había costado encontrar un trabajo
que le permitía entrar a las diez, que era
la hora que su pequeña Sophie entraba a
la guardería. Antes, debía trabajar en
lugares de mala muerte, poniéndose en
riesgo a altas horas de la noche.
A las cinco de la tarde, empaco sus
cosas y se dirigió hacía la guardería.

Había mantenido en secreto que era


madre, no por egoísta y negar la
existencia de su pequeña. Sino por
miedo a que la vieran con lastima y por
las leyes que regían en la compañía. Ser
madre soltera, podría ocasionar su
despido inmediato y si llegaban a saber
de su pequeño secreto, corría la
desgracia de volver a su pasado.
Su pasado. Si fracasa en ese trabajo,
tendría que buscar al padre que había
abandonado a su niña antes de nacer. La
idea de buscarlo le hacía querer
vomitar, odiaba tener que rebajarse ante
él, para poder darle una vida mejor a su
pequeña.

Después de mudarse, lejos de él. Por


años, luchó con uñas y dientes por el
bienestar de su niña. Se había comprado
una pequeña casa, en un pueblo lejos de
la gran ciudad para mantenerse alejada
de los lujos que la rodearon hacía tanto
tiempo.

No quería pensar negativamente, pero el


miedo al despido estaba ahí.

Cuando Amanda, se estaciono en la


guardería. Se percató como siempre de
la escasez de autos. Había elegido vivir
allí para que su niña creciera dentro de
una comunidad. Pero cada día tenía que
recorrer media ciudad para llegar a su
trabajo, y su pequeña esperaba siempre
largo tiempo hasta que ella llegaba a
recogerla.

Se dirigió hasta las oficinas, un camino


que ya se conocía de memoria. Al llegar
tarde, enviaban a su pequeña con la
directora. Amanda, Observó con alegría
el rostro de Sophie que se iluminaba al
verla llegar, corrió hacia ella. Por ella,
valía la pena todo los sacrificios que
había hecho.

— Sophie estaba empezando a pensar


que no llegarías.

Amanda suspiró al escuchar la


reprimenda de la directora de su niña.

Graciela, era una mujer que no aceptaba


la situación en que ella se encontraba.
La mujer sabía que su propia familia le
había cerrado las puertas de su casa. No
veía con buenos ojos que cuidará a la
niña sola.

Y si supiera lo de él. Sintió una punzada


de dolor. Extrañaba despertar con sus
besos y las sonrisas torcidas que le daba
cada mañana… Amanda se maldijo y se
reprendió a sí misma. Sólo una mujer sin
autoestima seguía pensando en el
hombre que la engaño y abandono hacia
tanto tiempo. Pero no era todo culpa de
ella, por supuesto.

— Siento llegar tarde— dijo Amanda al


darse cuenta de que la mirada de
reproche seguía en su directora,— pero
es que había un accidente de camino
aquí.

Y la mujer sonrió, sin creerle una sola


palabra.

Once minutos después, estaban por fin


en casa. La casa era pequeña y se
encontraba alejada de los curiosos, tenía
una piscina oculta por grandes árboles y
un jardín con porche.

Sophie, era una copia de él, lo que le


hacía imposible olvidarse de Gabriel.
La niña tenía el cabello cobrizo y una
mancha a un costado de su cadera,
ambas cosas heredadas de él. Al
principio, fue fácil cuidar de ella, pero
cuando las preguntas aparecieron, casi
siempre en momentos inesperados
preguntando por el padre que nunca
había visto.
Gabriel contempló el edificio que estaba
frente a él. el traje que llevaba
especialmente ese día, le daba un aire
de elegancia, hecho a medida que
marcaba sus músculos, resultado de los
años que había trabajado en el campo
antes de llegar a ser quiera era hoy.
Desde muy niño había aprendido a
valerse por sí mismo, en toda su
memoria había sido criado por madres
sustitutas.

Cuando cumplío la mayoría de edad,


estuvo fuera y pudo empezar a trabajar
para sí mismo y no para otros. Haciendo
cualquier trabajo que le ofrecieran,
estudiando por las noches, pudo
conseguir un título en administración de
empresas. A la edad de veintisiete años,
había ya vendido la empresa que creó
desde cero en más de veinte millones de
dólares. Adicto a los retos, compraba
empresas que estaban por quebrar y las
convertía en ganancias de millones de
dólares. Era por eso que se encontraba
frente a ese edificio.

Una empresa que estaba por descubrir si


había sido una buena inversión para
vender o necesitaba hacer otro recorte
de personal.

Sonrió torcidamente al contemplar a más


de una mujer que pasaba y le miraba
coquetamente.
A sus treinta años, era un hombre
increíblemente guapo, era consciente de
su atractivo, a la hora de estar con
mujeres, se aprovechaba de ello. Incluso
en sus inicios, cuando no tenía dinero,
las mujeres se le acercaban y
aumentaron, cuando empezó a ganar
dinero, tanto que con un chasquido de
sus dedos podría tener a cualquier mujer
que deseaba.

Había recorrido un largo camino para


llegar hasta donde había llegado,
dejando atrás sus pensamientos, se
adentró al edificio esperando encontrar
a sus empleados trabajando.
Llegaba tarde. Primero llega tarde a
recoger a su hijo y ahora, llega tarde a
su trabajo.

Amanda suspiró, tratando de relajarse.

Le costó encontrar a alguien que cuidara


y llevará a su pequeña a la guardería,
pero la encontró. Había tenido que
llamar a la mamá de una de las
compañeras de su hija. Quien para su
suerte, le había dicho que no era ninguna
molestia y fue por la niña. Antes sólo
habían cruzado dos o tres palabras a
modo de saludo. Se prometió así misma
que encontraría tiempo para invitarle un
café, para agradecerle después.
Suplicó en su interior, que su jefe no
hubiera llegado aún a la empresa y que
de ser que si, no fuera tan feroz con la
puntualidad.

Cuando por fin llegó, miró su reloj y


tragó saliva.

Era tarde, más de media hora tarde.

“Van a despedirme” apretó los dientes


queriendo retrasar el tiempo. Fue a toda
prisa, corriendo hacia el ascensor y
suplicó en su interior que se diera prisa.
Segundos después, entraba a la oficina
que compartía con Brenda y se topó que
estaba sola.
— Todos están en el salón de juntas.

Volteo y le dirigió una mirada de


agradecimiento a James, quien limpiaba
en las mañanas. Justo cuando estaba por
abrir las puertas, se abrieron y
empezaron a salir sus compañeros de
trabajo.

—¡Amanda! — Brenda fue directo a ella


cuando la vio — ¿dónde estabas?

—Se me hizo…

Amanda se interrumpió al ver al hombre


que la miraba a unos pasos atrás de su
amiga. ¿Qué demonios hacía su ex
marido viéndola como si la odiara?
—Debería de explicarme a mí, señorita,
el porqué de su retraso.

Esa voz, ni todos los años que estuvo


alejada de él, le hicieron olvidar ese
tono de superioridad con la que se
dirigía a los que estaban por debajo de
su nivel.

Al darse cuenta que habían traído las


miradas de sus compañeros, compuso su
postura y le dedicó una mirada sin
ninguna expresión.

—Amanda, él es…

—Todo mundo a trabajar. Excepto usted


— dijo Gabriel dándole una mirada
dirigiéndose hacia la puerta del salón.

— Ve —le susurro Brenda.

Observó a su ex marido entrar y no


teniendo opción, le siguió.

¡Su jefe resultó ser su ex marido! De


haber sabido desde el principio, no
hubiera pisado jamás esa empresa.

Aquel día que él, la abandonó, se había


dicho a sí misma que nunca volvería a
verlo. No lo había dado todo en esa
relación para que él la desechará cuando
se cansara de ella, justo cuando el éxito
le abrió tantas puertas, decidió que ya
no la necesitaba.

—¿Amanda? — la miró con gesto


burlón —, ¿desde cuanto no te llamas
“Jane”?

Jane… El nombre que tantas alegrías le


trajo en aquel pasado tan lejano. Un
nombre que le recordaba tanto a su
escritora favorito sino también aquellos
momentos de dolor, cuando vio al
hombre que tanto amaba en brazos de…

Ladeo su cabeza hacía los lados tratando


de alejar aquellos pensamientos, no
tenía caso recordar un pasado que no
tuvo ningún futuro.
Miró con rabia al hombre que estaba a
sólo unos metros de ella.

—No creo que te importe.

—¿También conservas tu apellido? —


inquirió él, ignorando la ira que recorría
las venas de su ex mujer.

—Brooks.

—¿Brooks?

—¿Creíste que iba a seguir usando el


tuyo?

—Así que volviste a estar con otro


hombre sólo para poder...— se
interrumpió a sí mismo, —No, olvidalo,
no tiene importancia.

Amanda escucho el desprecio en su voz


y quiso huir de ahí.

—¿Por qué llegas tarde? — exigió él


—, ¿No te dejaba salir de la cama?

Para alguien que le había dicho con


tanto desprecio que no tenía
importancia, dejaba en duda al hacer esa
pregunta.

Pero ella no respondió, recordaba


momentos con él en una cama con largas
cortinas para que los curiosos no puedan
ver, recordaba los besos al amanecer,
las palabras que se decían en aquellos
momentos llenos de pasión.

Se reprendió a sí misma, al sentir ese


cosquilleo de excitación recorriendo su
cuerpo. Por una parte estaba contenta de
que él creyera que había encontrado a
otro hombre, bien, que no piense en
ningún momento que durante aquellos
largos años sin él, había deseado su
regreso con cada fibra de su ser.

Un móvil sonó en la estancia, no el de


ella. Gabriel le hizo un gesto para que
saliera del salón y ella, totalmente
humillada salió rápidamente. Antes de
que pudiera cerrar por completo la
puerta, escuchó la voz de él.
—Querida…

No podía permitirse seguir ahí, después


de verlo y escuchar aquella última
palabra. Camino con prisa hacia su
oficina y empezó a recoger sus cosas.

—¿Amanda? — Brenda llegó hasta ella


—, ¿qué ha pasado?
—¿Qué crees tú?

—¿Por qué estás recogiendo tus cosas?

Amanda dejó de recoger y miró a su


amiga, quería decirle el motivo por el
que se iba, pero no tenía fuerzas para
contar la verdad.
—¿Te despide por llegar tarde?

—No. No me despidio por llegar tarde.

—Pero,...

—No me ha despedido.

—¿Entonces, por qué te marchas?

Amanda, suspiró. Tenía que dar una


explicación más creíble.

—¡El jefe es todo un bombón! — Irina,


llegó a ellas—, es tan guapo y tiene un
cuerpo de infarto.
¿Bombón? ¡Loca! Amanda pensó que
estaba llegando a su límite al escuchar
como sus compañeras hablaban de él.
Tenía que salir de ahí, demasiadas
emociones la embargaba. Gabriel
Kreos, era un hombre arrogante y sin
piedad.

—¿Por qué estás aguardando tus cosas?


— preguntó Irina.
—Se va— explicó Brenda.

—¿No crees que te estás volviendo


loca? — Irina la miró sin darle crédito
— ¿Que te dijo que te espantó?

Amanda no respondió, tomó sus cosas y


su abrigo y ante la mirada perpleja de
sus compañeras se dirigió hacia la
puerta. Dejando atrás el trabajo que
tantas alegrías le trajo por la culpa de su
arrogante ex marido.

¡Su ex mujer trabaja allí!

Gabriel, se preguntaba desde cuándo


había comenzado a trabajar ahí. Hacía
tan sólo unos minutos había terminado
de hablar con la esposa de uno de sus
mejores amigos, había rechazado la
invitación. No le gustaba mucho las
reuniones sociales y siempre que podía
las evitaba. Al verla de pie, con algunos
mechones fuera de su peinado y la
mirada de terror al verlo, se veía
incluso más bella que aquellos años
donde su matrimonio había sido uno de
sus éxitos.

Se preguntó, mientras miraba hacia la


ventana, sin ver nada en realidad, el que
habría sido de su ex esposa durante esos
años después del divorcio.
2
Al llegar a casa, Amanda bajó
temblando de su coche. Sin saber cómo
pudo manejar hasta el pequeño pueblo,
durante todo el recorrido su mente no
dejo de recordar los momentos vividos
con su ex marido y aquellos dolorosos
recuerdos que tanto se obligó a olvidar.

—¡Amanda! — Gaby, mamá del mejor


amigo de su hija, se acercó a ella
sonriendo—, ¿te han dado el día libre?
Amanda negó tristemente, eso sería un
alivio para ella y su pequeña.

—Me he despedido.

—¡¿Cómo?!

—Mi ex marido resultó ser mi jefe— no


supo porque le contó y se quedo de
piedra cuando escuchó sus propias
palabras.

Odio la mirada de compasión y antes de


que pudiera decir algo, se sorprendió al
ver la mirada de aceptación que contrajo
el rostro de su vecina.

—Vamos adentro y así podrás contarme


todo.

Once minutos después, ambas se


encontraban con cada una taza de té y
sentadas en el pequeño porche que daba
al jardín.

—Lo conocí cuando tenía quince años—


comenzó Amanda, suprimiendo las
lágrimas que quería dejar salir, suspiró
bruscamente y siguió—, estaba
lloviendo y él, estaba trabajando en la
casa de al lado de donde vivía con mis
abuelos. Cada vez que pasaba, lo veía,
usualmente sin playera, sin importar que
el clima estuviera terrible…

— Debió de estar muy sexy para que lo


recuerdes tan exactamente.

—Lo era— sonrió Amanda sin ánimos


—Lo sigue estando. No es que no fuera
la única que se fijó en él en aquellos
tiempos, todas las mujeres de ese
vecindario sabía quién era Gabriel…
Fue una noche, también llovía como la
primera vez que lo vi, llegue al bar que
estaba cerca de casa con unas amigas y
lo encontré ahí, solo, bebiendo en la
barra sin enterarse de que pasaba a su
alrededor. Mis amigas se dirigieron
hacia donde se encontraba él y nos
sentamos.

Amanda guardó silencio recordando esa


noche. Su vecina, dejó que ella volviera
a romper el silencio, como
comprendiendo que necesitaba recordar
el momento.

— Yo era ingenua, sin experiencia y muy


tímida. Podía fantasear con él, viendo
cómo sus músculos se contraen al cargar
los pedazos de madera, era una cosa
totalmente distinta a querer levantarme
del pequeño banco y comenzar hablarle.
Gabriel, parecía tan seguro de sí mismo
cuando esa misma noche me invitó a
bailar, que aterrada le dije que no. Me
volví un reto para él.

—¿Un reto? — preguntó con interés


Gaby.
Amanda asintió con la nostalgia
reflejada en su rostro. — En los días
siguientes, me insistió a salir con él y
termine aceptando ir a una cita. Gabriel,
cosechó el éxito cuando nos casamos y
después de un tiempo, se canso de mi…

El dolor era tan fuerte, que sintió una


opresión en el pecho.

—Lo amabas.

Su vecina hablaba en pasado y eso


dolía. Porque sabía que aún sentía amor
por él. Las lágrimas rodaron por su
rostro y agradeció el apretón de manos
que Gaby, le daba.
—Mis abuelos nunca aceptaron que me
hubiera casado con él, rechazaron tener
todo contacto conmigo.

Siguieron charlando, viendo como el sol


se metía, en un instante Gaby, se percató
del rostro cansado de su amiga y
comprendiendo el día que había tenido,
sonrió ante ella.

—Descansa un poco, estoy segura que


Sophie y Mike querrán jugar por un
tiempo más.

—Pero…

—Ni lo pienses, ve a descansar.


Amanda sonrió con agradecimiento y
dejando su taza té intacta, se dirigió
hacia su recamara, mientras escuchaba
como la puerta principal se cerraba.

Cuando su cabeza tocó la almohada, un


torbellino de emociones y recuerdos la
inundaron.

Recordaba con total exactitud el último


momento que yació con él, en sus brazos
después de hacer el amor una y otra vez.
Había pasado el día recorriendo la
ciudad como dos enamorados,
caminando y viendo las casas donde les
gustaría vivir, después habían regresado
y pasaron horas haciendo el amor. Ella
se dijo aquella noche que no podría
haber otra mujer más feliz, pero después
de ese día, él no volvió a tocarla.
Durante dos semanas, ella lo busco tanto
fuera como dentro de la cama y siempre
obtuvo rechazo por parte de él. Amanda
pensó que sólo era una época y que de
seguro tenía bastante trabajo, hasta aquel
día, en que todo llegó a su fín.

Suspiró dejando que el dolor la


consumiera y cerró los ojos para vivir
aquel último recuerdo con él, como si
fuera ayer.

Estaban en la pequeña sala del lugar


donde vivían y que con tanto esfuerzo
ambos habían comprado. Escuchó la
puerta abrirse y fue a su encuentro.
Lo miró quitarse su abrigo, y dándole la
espalda la miró por sobre su hombro sin
ninguna expresión.

—Quiero el divorcio.

Perpleja, fue ella quien lo miró esta vez


sin ninguna expresión.

—¿Me pides el divorcio? — dijo ella


—¿Por qué...Gabriel? —preguntó
angustiada.

—Creí que te habías dado cuenta en las


últimas semanas— dijo él—, pensé que
al rechazarte comprenderías que…
—¡No! ¡Mientes! Tú me quieres…

—Eso pensé— él la observó con


frialdad—, pero últimamente me he
dado cuenta de que todo ha cambiado,
eso incluye mis sentimientos por ti. La
realidad es que no te amo.

Amanda negó y trató de acercarse a él,


pero sus piernas no se movían. —Me
decías que me amabas.

—Me equivoque.

—Dijiste que querías una familia, me


repetías que…

—Eras tú quien estaba deseosa de tener


una familia, yo sólo te seguía la
corriente. Yo sólo lo decía para poder
tenerte en mi cama.

Eso le dolió, aquel desprecio en su voz


la congelo en su lugar.

Cuando salió de su recuerdo, empezó a


sollozar durante horas, queriendo dejar
los recuerdo atrás, queriendo olvidar
que él la había abandonado.

Gabriel contempló con frustración la


casa donde vivía su ex mujer, él después
de aquella llamada había ido en su
busca y encontró un escritorio vacío.
Después de encontrar la dirección, cruzó
toda la ciudad hasta llegar a ese
pequeño pueblo a las fueras donde su ex
mujer vivía. Estaba ahí para saber
porque decidió irse de su empresa y se
dijo a sí mismo, que esto no tenía que
ver con el hecho de que era su ex mujer.
Sabía que podía reemplazarla sin
ninguna dificultad, pero su gerente le
había dicho que era eficiente y ésa era la
clase de personal que él buscaba para su
empresa. Quería convencerse a sí mismo
que no había cruzado toda la ciudad por
el hecho de ver en su expediente que no
estaba casada.

Volvió a contemplar la casa y sonrío al


recordar que a ella siempre le había
gustado vivir en un lugar así.

Estaba por tocar, cuando decidió que lo


mejor era ir hasta la puerta principal,
abrió la reja con total confianza y cruzó
hasta la pequeña reja, tocó un par de
veces y al no tener respuesta, abrió la
puerta.

Un sollozo fue lo primero que escucho


cuando cerró la puerta tras él, el llanto
venía de arriba.

La encontró en su cama, abrazando sus


rodillas, llorando histéricamente.

—Amanda…
Ella alzó su rostro y lo miró, perpleja.

—¡Gabriel! ¿Qué haces aquí?

—Te escuché llorar.

Amanda sintió sus mejillas arder.

—Pensé que estabas casada.

Había leído su curriculum, pensó


Amanda mirando al que fue su ex
marido.

— Por si no lo sabes, no he estado


casada después de nuestro terrible
matrimonio—Amanda sonrió con nostalgia
— He aprendido la lección contigo
como para querer volver a casarme.

Tenía un hijo por quien pensar, no


podría casarse existiendo el riesgo de
que su futuro esposo no aceptará nunca
un hijo de otro hombre.

—¿Y porque te cambiaste el apellido?

Amanda se abrazó a sí misma dándose


consuelo, estaban en la misma
habitación con él a los pies de su cama y
en su casa. Era demasiado en un mismo
día.

—¿Porque no podría hacerlo? No quería


llevar tu apellido y mi anterior apellido
era… —calló al darse cuenta que no
debía darle explicaciones y lo
contempló con ira —¿Qué haces aquí?

Gabriel, sacó unos papeles doblados de


su chaqueta y se los tiró a la cama.

—Es tu contrato, esta tu firma en el.


Rompiste las reglas.

—¿Reglas?— preguntó ella sin saber a


qué se refería, tomo el contrato entre sus
manos y quiso encontrar rápidamente a
lo que se refería.

—El contrato exige un aviso a la


empresa si vas a despedirte, no puedes
irte así como así, Amanda. Corres el
riesgo a que te demande y...—él miró a su
alrededor—. No creo que puedas
permitirtelo.

“Maldito, mil veces maldito”, maldijo


Amanda para sus adentros. Dejó el contrato
en su cama y se levantó.

—No puedes hacerme esto.

—Trabajas para mi, claro que puedo


hacerlo — replicó él—, me ha costado
mucho llegar hasta donde estoy, para
permitirme que una empleada mía se
tome libertades y tome decisiones que
afecten la empresa. Si no me querías
ver, no entiendo el porque estás
trabajando para mi.
—¡No sabía que era tu empresa! No he
pensado en ti en todos estos años.

—¿No has pensado en mi? —él caminó


hasta ella, le dio una ligera caricia que
la hizo estremecer y tomo su barbilla
entre sus dedos—. ¿Esto no te recuerda
a mí?

Sin tiempo a que Amanda pudiera


negarse, los labios de él cayeron sobre
los de ella, y sin poder detenerse, se
encontró respondiendo a su beso.
Gabriel, deslizó su mano por su espalda,
subiendo y bajando aumentando el deseo
que la recorría. Amanda suspiro entre
sus labios, el beso era tal y como
recordaba, sensual, hambriento y
apasionado como todos los besos que él
le daba.

Sus propias manos habían subido hasta


el cabello de él, masajeando y sintiendo
las manos de él dando caricias en su
espalda, caricias que bajaban lentamente
y le daban escalofríos. Quería abrir los
ojos y ver si él la miraba o estaba
entregándose tanto como ella lo estaba a
ese beso.

Gabriel detuvo el beso y sus caricias,


sintió su respiración en su rostro y se
atrevió a mirarle, sus miradas se
encontraron y Amanda, mordió su labio
no sabiendo qué decir.
La besó de nuevo, y ella se entregó a él
por completo, abriendo más su boca
para que su lengua penetrara en ella.
Amanda sintió el deseo consumiendola,
necesitaba tanto que él…

—¡Mamá, mami, mamita!

La voz de su pequeña Sophie, detuvo las


caricias de él y lo apartó. A los pocos
segundos, entraba su hija, seguida por su
vecina.

—Tu pequeña quería venir a…. — se


detuvo al ver a Gabriel. —Vuelvo más
tarde— dijo despidiéndose al notar el
ambiente tenso.
—¿Quién eres tú? — Sophie se
encontraba frente a Gabriel.

—Sophie, será mejor irse a la cama.

Antes de que pudiera acercarse a su


hija, observo con perplejidad como su
pequeña tiraba del pantalón de Gabriel,
él se agacho y la tomó en sus brazos. Su
hija en vez de huir como solía hacer
cuando un extraño se le acercaba y
apartarse cuando alguien la abrazaba, se
dejó abrazar dócilmente y dirigió su
boquita hasta su oído.

—Un cuento.

—¿Un cuento?— repitió él.


Sophie asintió y sonrió dirigiéndose a su
mamá.

—El libro, mami.

—Mi amor, Gabriel tiene que…

—Pero quiero que me lea un cuento.

—No me importa, Amanda— dijo él,


antes de que ella volviera a negarle a su
hija—. ¿Dónde está el libro?
Dándose cuenta de lo temprano que era
para acostarlo, quiso que aquel día
desapareciera de su calendario.

—Es muy pronto para acostarlo.


—¿Y por eso no puedo leerle un cuento?
—preguntó él.

Sin querer humillarse más y sintiéndose


ridícula, camino hacia el pequeño
librero que tenía en su habitación y
volvió a ellos, quienes ya estaban
sentados sobre su cama.

Cuando terminó de leer, sin percatarse


del tiempo, bajaron los tres a cenar algo
y después, de mala gana, observó como
Gabriel subía con su hija en sus brazos
para contarle otro cuento. Subió tras él y
observó queriendo llorar como él la
recostaba, sin enterarse de que era su
hija.
Cuando él empezó el tercer cuento, sin
negarse a las peticiones de su hija, ella
bajó a lavar los platos y esperar a que él
bajara para que se marchara de una vez
por todas de su casa.

Estaba limpiando la mesa, cuando


escucho los pasos de él.

Al alzar la mirada, Amanda lo


contempló con el ceño fruncido, él la
miró de la misma forma.

—¿Cuidas de ella tu sola?

Asintió con la cabeza y se armó de valor


para correrlo de su casa.
—¿Trabajas jornada completa para
poder mantenerlo?

¿Qué carajos le interesaba a él, si


trabaja la jornada completa?

—Si no lo hiciera— respondió ella,—


no podría mantenerla.

—¿Y su padre no te puede ayudar?

Amanda se estaba cansando de sus


preguntas—. Mi hija no tiene un padre.

—¿Las abandono? — preguntó él, sin


creerlo.
Rabia, ira y sintió ganas de golpearlo.

—Sí, nos abandonó—, Amanda suspiró


y trató de ocultar el temblor que hacía
temblar su cuerpo. —Y si no te importa,
quiero que te marches.

—De acuerdo— notando que ella se


estaba impacientando, se dirigió hacia la
puerta—. Y no lo olvides, te quiero
mañana en tu puesto— le recordó.

—No lo creo.

—Te lo advierto, Amanda, sí mañana no


estás, te demandare por…

—Gabriel— ella sonrió sin humor —.


No trabajo los domingos.

Gabriel, la miró con irritación, mientras


ella se preguntaba si la mujer con la que
compartía su vida, no le recordaba que
debía llegar temprano a casa.

—Bien, nos vemos el lunes, entonces. Si


no estás, prepárate para las
consecuencias— le dijo y sin darle
tiempo a replicar, salió de la casa,
dejando tras de sí, cicatrices abiertas
que se habían cerrado hacía tanto
tiempo.
3
Amanda despertó por cuarta vez aquella
noche, las anteriores veces se dijo a sí
misma que estaba siendo ridícula y
volvió a dormirse, pero esa vez al ver el
reloj que estaba sobre su muro, se dijo
que ya no podría seguir intentando
dormir.

Había pasado las últimas horas


despertando al estar soñando con él y
aquel beso que se dieron antes de fingir
que no había pasado nada y pasar la
noche como si fueran una pareja más.

Recordaba los días en que él deseaba


una familia, o más bien había fingido
querer una familia, sólo para llevarse a
la cama.

—Me gusta sentirte, piel contra piel,


sin ningún pedazo de goma para
nosotros y además, sería la
oportunidad perfecta para tener una
familia.

Aquellas palabras la habían ruborizado


de pies a cabeza, él siempre hablaba tan
directo que casi siempre hacían que sus
mejillas se pusieran rojas.
Y le creyó, él jamás conoció a su padre
y ella, se imaginó que deseaba una
familia para tener aquello que tanto
anhelo desde pequeño, al igual que ella.

—Mamá…

Miró a su pequeña, no la había


escuchado entrar.

—¿Qué pasa, amor?

—¿Cuándo va a volver tu amigo?

¿Amigo?, pensó ella mientras la miraba


como corría a ella, se subió a su cama y
recordó a Gabriel.

—No lo sé, cariño.


No sentía fuerzas para decirle que
probablemente jamás lo vería, no quería
tener que decirle a su pequeña que él era
su padre y menos, cuando observó cómo
lo miraba al contarle cuentos.

El lunes por la mañana, llegó al edificio


con los ánimos por el suelo, le esperaba
un largo día y no tenía idea de cómo
podría estar cerca de él, sin recordar el
beso que se dieron. Se seguía
preguntando el porqué él tenía que llegar
a su vida, de nuevo y odiaba el hecho de
que no podía permitirse dimitir sin tener
el riesgo a que la demanden por no
cumplir un maldito contrato y sabía que
si no se presentaba ese día, él lo haría,
lo creía capaz de eso y mucho más.

Tenía que hacerlo por Sophie, así que se


armó de valor y entró, dirigiéndose a su
oficina, estaba por sentarse en su
cubículo cuando Brenda entró
sonriendo.

—¡Amanda! ¡Volviste!

—Sí, volví.

—¿Tuviste problemas con el jefe?

Amanda quiso asentir, pero no tenía


caso involucrar a su amiga en esto—.
No, para nada.

—Acabo de verlo llegar, creo que Irina


no es la única que lo encuentra atractivo.

—Pues a mi no me lo parece.

Brenda enarcó una ceja y farfulló sin


creerle.

— Raro, a la mayoría de las chicas les


parece atractivo… Es guapo, inteligente
y conviene al no tener una esposa.
Lástima que yo…

—¿Quién te ha dicho que está soltero?


—Irina escuchó a la esposa del gerente.
Gabriel masajeo sus sienes, empezaba a
dolerle la cabeza. Por más que se
repetía que Amanda no significaba nada
para él, volver a verla después de tantos
años, trajo recuerdos que había
suprimido en el pasado. Al divorciarse,
se prometió olvidar y dejar atrás todo lo
relacionado a ella.

Pero, ahora, la había vuelto a ver y en


vez, de dejarla marchar había ido tras
ella con la excusa de un contrato
incumplido.

Aquella misma mañana, mientras


esperaba que el semáforo se pusiera en
verde, se percató de la juguetería que
estaba justo en la esquina y sin poder
tener el impulso que lo embargo, se
dirigió ahí y entro a ver los juguetes, se
había pasado una hora recorriendo sus
estanterías. Sabía que se engañaba a sí
mismo, cuando al volver al coche,
sostenía una muñeca en vez de trenes
para los hijos de sus amigos. Era
consciente que sus sentimientos hacía
Amanda no habían cambiado, y tendría
que aceptarlo tarde o temprano.

— ¿No vendrás a la cafeteŕia? —


preguntó Brenda sabiendo ya la
respuesta.
Amanda negó y suspiró para sus
adentros.
—No puedo, tengo que acabar esto.

Miró marchar a su compañera y quiso en


verdad, levantarse e ir tras ella. Pero
durante años se había negado a gastar
dinero que podría ahorrarse, por ello
siempre en las comidas en la oficina
había traído comida desde casa.
Ahorrarse esos dólares, podría ayudarle
en alguna emergencia que tuviera su
pequeña Sophie.

Una parte de ella, quería ir hacia oficina


y confesarle, pero recordaba aquellas
palabras tan crueles que le dijo y volvió
a repetirse que su pequeña estaba mejor
sin él.

Además, aquel beso hizo que sus


sentimientos aumentaran, los que tanto
se negó a sentir por años.

Al terminar de comer, tiró todo en el


pequeño bote de basura. Se sentó frente
a su computador y al poner las manos
sobre el teclado, negó hacia los lados.

No podía fingir que no había pasado


nada.

¡Que la demandará, ella se iba en ese


momento!, pensó levantándose de su
cubículo. Con valentía, camino hasta el
despacho de su jefe, como era la hora de
comida, no había nadie fuera de la
oficina, esperaba que él sí estuviera por
lo que cruzó el pequeño recibidor y
entró sin llamar, cerrando la puerta tras
de sí. Nada la hubiera preparado para lo
que vería después.
Gabriel estaba de espaldas, sin camisa.
Recuerdos de ella enterrando sus uñas
en su espalda, mientras se enterraba
dentro de si, la inundaron. Antes de que
pudiera darse la vuelta e irse, él se dio
la vuelta y la miró con sorpresa.

—Me he tirado el café encima—


explicó él con su voz ronca.

A Gabriel le preocupo lo frágil que se


veía. Cada vez que pensaba en el
hombre en que la abandonó, se
preguntaba cómo pudo dejar a la madre
de su hijo pasar penurias y no estar a su
lado para protegerla como él quería
ocupar su lugar.

Observó como ella seguía mirando su


desnudez, y contempló cómo el miedo
aparecía en su rostro. La vio trompezar
al querer darse la vuelta y al conocer
sus intenciones, la tomó de la mano para
evitar su huída. Sin pensarlo, la atrajo
contra él y la abrazo, ignorando su
resistencia, pasó los dedos sobre la
espalda como aquella vez que la beso.

—Sigues igual de...— murmuró Gabriel


sin terminar la frase.

Ella, lo miró a los ojos y se quedó


quieta al ver el deseo en los suyos. El
calor de él parecía fundirse con el de
ella. Gimió audiblemente y antes de que
pudiera odiarse por su debilidad, él la
beso y ella aceptó gustosa aquella
ferocidad con la que asaltaba sus labios.

Guió sus manos hacía su torso desnudo y


lo acaricio. Hacía tanto tiempo que no lo
tocaba, tantos años en donde se
despertaba sudorosa por soñar con un
pasado que había esperado no
regresaría.

Enterró las uñas sobre sus pechos y se


estremeció cuando Gabriel dejó escapar
un gemido, sus besos siguieron por su
cuello donde se entretuvo ocasionando
que se pusiera de puntillas, incapaz de
decirle que no, dejó que la tomara de la
cintura y la arrastrara junto con él, la
subió arriba de su escritorio e
interrumpió los besos para quitarle su
blusa. Cuando quedó libre de ella,
Amanda suspiró al sentir sus manos en
sus senos, Gabriel no espero mucho
tiempo para liberar de la prisión del
sostén que llevaba aquel día. La boca de
él bajó hacia uno de sus senos, extasiada
llevó sus manos a su cabello y tiró de él
al sentir como succionaba aquella parte
de sí misma, Gabriel sonrió mientras se
retiraba y la beso en la boca. Sabiendo
las consecuencias, se apretó contra él y
con una valentía que no había sentido en
mucho tiempo. Tocó su entrepierna y
notó la enorme erección. Llevaba años
sin tocar un hombre y eso, sumado con
el intenso deseo que recorría sus venas,
hizo que comenzara a acariciar aquella
parte de Gabriel, mientras él entre besos
le susurraba su nombre pidiendo mas.

Aquello hizo que se excitara aún más y


empezó a acariciarlo con frenesí.
Cuando estaba apunto de hacerlo llegar
al orgasmo, la realidad la golpeó, lo
apartó de él sintiendo las mejillas arder,
se vistió rápidamente y salió de ahí sin
darle tiempo a detenerla.
4

Estaba segura de que no tenía amor


propio, Amanda se reprimía, mientras
ordenaba la pequeña sala que tenía. Al
estar tan cerca de Gabriel le hacía
olvidar el porque no podía permitirse
siquiera que la besara, pero era incapaz
de resistirse a él. Era adicta a sus besos
desde siempre.

—Mamá.
Amanda volteó a ver a su pequeña, la
niña se recargaba contra un sillón.

—¿Por qué yo no tengo un papá? — la


pregunta la dejo sin habla.

No había vuelto a preguntar por Gabriel,


pero ahora pregunta eso. Una pregunta
que si bien ya había resuelto
anteriormente, su pequeña parecía
querer volver a saber una y otra vez, el
por qué.

—Algunos papás no viven juntos,


cariño.

—¿Y por qué papá no viene a verme?


Esa, era una pregunta que no había
preguntado antes y sin saber qué
responder, le dirigió una sonrisa e hizo
como otras veces, cambiar de tema
donde podía asegurarse que no volviera
a mencionar la palabra con “P”.

Gabriel se repitió por quinta vez que una


cosa era comprarle una muñeca a la hija
de Amanda, otra cosa muy distinta era
pensar que podría ser su hija.

Tocó por tercera vez la puerta de la casa


de su ex mujer y esperó que abriera.
Habían pasado minutos desde que estaba
de pie ante la casa, escuchaba sonidos
pero nadie abría..

—¿Qué haces aquí? — soltó Amanda en


cuanto la puerta fue abierta.

—Quiero…— se detuvo y la miro,


algunos mechones de su peinado estaba
suelto y la camisa larga dejaba ver las
piernas.

Gabriel inspiró profundamente y


esperaba que su mirada no demostrara el
temor a la verdad que buscaba.

—¿Soy el padre de Sophie?


Un tenso silencio le siguió a su pregunta,
el corazón de Amanda dio un vuelco y
tuvo que apoyarse sobre la puerta. Se
dijo a sí misma que nada la hubiera
podido preparar para que él
precisamente le preguntará.

Sólo había una manera de contestarle, y


era decirle la verda.

—Sí, Gabriel.

—¿Por qué no me buscaste? Te fuiste,


desapareciste sin decir que estabas…

—No lo sabía, me enteré meses


después.

—¡Debiste regresar!
—¿Regresar? ¿A qué? Tú me pediste el
divorcio, tú no querías una familia. ¿Qué
clase de padre le daría a mi hija?

—Ya— murmuró él—, en cambio te


fuiste con otro hombre.

¿Otro hombre? ¿No había dejado en


claro que no estaba con alguien más?
Ocultó el dolor que aquella idea le
ocasionó ya que después de todo, era su
ex marido quien siempre tendría que ver
lo malo y lo peor de ella.

—¿Qué buscas en realidad, Gabriel?


¿Descubriste que quieres ser parte de
nuestra pequeña o sólo es un plan
malévolo para llevarme a la cama?
Amanda notó el cambio que sus palabras
ocasionaron en él, su rostro se contrajo
y la determinación que suplanto el enojo
en el hombre, la hizo estremecer.

—¿Todo este juego de que soy el padre


es sólo porque me quieres en tu cama?

—¡No puedes estar hablando en serio!

Gabriel parecía más irritado que


arrepentido. —¡¿Cuánto dinero quieres
para…

—¡¿Cómo te atreves!?—Amanda soltó un


golpe en su dirección, él al darse cuenta que
aún no entraba en su casa, la empujó hacia
dentro y cerró la puerta tras de sí—.
¡Suéltame, idiota!

—No—rugió—. Primero me dices que


es mi hija, luego me haces pensar que no
es así. Si de algo me he dado cuenta, es
que sigues siendo la misma mujer
manipuladora.

—¿Manipuladora? — dijo ella


temblando de ira y de dolor—. Te odio,
nunca debí de fijarme en ti, nunca debí
sentir…

—¿Sentir qué?—la interrumpió él, la atrajo


contra su cuerpo y enterró sus dedos
bruscamente en su pelo—. ¿Pasión?
—preguntó dejando caer sus labios a sólo
unos centímetros de ella—, ¿deseo?
—mordió sus labios y la miró fijamente a
los ojos —, el único que puede odiar a
alguien soy yo.

Sin permitirle a decir algo, la besó con


violencia.

Amanda se estremeció cuando sus


manos la apretaban contra él, las
caricias lejos estaban de ser tiernas,
luchaban entre ellos, con dolor e ira por
todo el daño que se habían hecho a sí
mismos. Se arqueó contra él, al sentir
sus manos en sus nalgas, quería más.

—Mamá.

Aquella voz volvió a detenerles, ambos


se miraron y se apartaron a mirar a la
pequeña niña que arrastraba un oso de
felpa y caminaba hacia ellos.
5
Amanda se apresuró a ir hacia ella,
mientras se aseguraba que toda su ropa
estuviera en su lugar. La niña le sonrió y
corrió a ella, sabiendo lo que quería,
abrió los brazos y esperó a que se
lanzara sobre ella. Pero, Sophie paso de
ella y corrió al sujeto que se sorprendió
cuando la niña se agarró a una de sus
piernas. Atónita, Amanda observó a
Gabriel mientras abrazaba a su pequeña
y la miraba con el rostro contraído.

No hacía falta decirlo con palabras, la


verdad está ahí por más que él dudara
de ella. Sophie lo miraba maravillada y
él, no apartó la mirada de su hija. La
niña le sonrió y apoyó la cabecita en su
cuello, Gabriel dejó un beso en su
cabecita y cómo si esa fuera la señal,
caminó hacia ella y le entregó a Sophie.
Amanda la abrazo contra su cuerpo,
notando como su pequeña volvía al
mundo de morfeo.

—Es mi hija.
— Sí.

Aquella respuesta endureció su rostro.


Gabriel asintió y sin decirle nada, salió
de la casa dejándolas solas. Por el
rabillo del ojo, miró a ambas antes de
cerrar por completo la puerta.

Subió a su coche y traspasó el límite de


seguridad, mientras los recuerdos lo
acechaban.

Quería creer que Sophie era su hija. Una


amarga sonrisa apareció en su rostro al
recordar a la niña sonriéndole, era
preciosa y se veía que era hija de
Amanda, se parecían y sí, también a él.
Pero era imposible que fuera su hija.

Las pruebas médicas no se equivocaban


y hace años, cuando aún estaban juntos,
se había enterado que no podría tener
hijos. Por mucho que quisiera a esa niña
en su vida, no tenía sentido engañarse.

Fuese quien fuese el verdadero padre de


Sophie, era un completo idiota en
abandonar a la niña y a su ex mujer.
—¿Estás bien? — Brenda le preguntó
desde su lugar a su amiga. —¿Te ves
cansada?

Amanda asintió. Eso era cierto. Apenas


había dormido.

—No he dormido muy bien.

El sinvergüenza de su ex marido había


evitado que sus noches volvieran a ser
tranquilas. ¿Cómo podía pensar ese
idiota que su hija era de otro hombre?
Acaso… ¿no la conocía? ¿Aquellos
años juntos no sirvieron para
demostrarle lo ingenua y loca que era
cuando se trataba de él?
—Amanda— alzó la cabeza para mirar
a su gerente—. Tienes que ir al
despacho del jefe.

Asintió y se preparó mentalmente para


discutir otra vez con él.

Ignoro las miradas curiosas de sus


compañeros y caminó a paso firme hacia
su despacho. La secretaría que
custodiaba la puerta de Gabriel, le hizo
una señal para que entrara, era evidente
que la mujer se preguntaba porque el
jefe hacía llamar a una empleada que
apenas tenía un año trabajando ahí.
Amanda suspiró para sus adentros y
abrió la puerta, encontrando algo muy
diferente que la última vez que pisó
aquel lugar.

Gabriel la miraba inexpresivo desde su


escritorio, con aquel traje a medida
cubriendo cada parte de su cuerpo.

—Cierra la puerta.

Asintió y empujo la puerta, quedándose


recargada en ella. Temía que se repitiera
lo que siempre pasaba cuando estaban a
solas, si durante sus años en pareja no
podían estar lejos de otros, aquello no
había cambiado con el pasar de los
años.

—He visto tu currículum.


Ah, aquello no se lo esperaba.

—¿Estudiabas por las noches para


poder cuidar a Sophie?

Asintió sin saber a donde quería llegar.

—Debiste exigirle a su padre que te


diera una manutención.

Un dolor se incrusto en su pecho, él


seguía creyendo barbaridades antes de
querer responsabilizarse.

—Ya te dije que tú eres el padre.

— No lo soy—replicó él—. Es imposible


que lo fuese y ni se te ocurra difamarme
con semejante tontería.

“¡Maldito idiota!”,pensó Amanda


apretando sus manos contra su propio
cuerpo, quería ir hasta él y golpearlo
hasta que sus manos dolieran.

—Mira, no quiero discutir contigo…

El sonido del móvil de Amanda lo


interrumpió y esperó a que ella
contestara.

—¿Hola? — contestó ella—. ¿Está


enferma? — preguntó con angustia. Lo
que sea que le estuvieran diciendo,
pensó Gabriel aquello la estaba
comenzando a preocupar, varias líneas
estaban formándose en su frente y sus
manos se movían con inquietud—. Si,
pero no estaba enferma, sólo me dijo
que le dolía y después de un rato, ya no
se quejaba. Yo...— Amanda lo miró y
suspiró—. Intentaré llegar ahí lo más
pronto posible.

Colgó la llamada y abrió la boca para


pedirle e incluso humillarse para poder
llegar hasta su bebé.

— Ve por tu bolso— ella lo miró


sorprendida. Gabriel no era un tonto y
sabía perfectamente que la llamada vino
de la guardería. —Te veré en el
estacionamiento.
Ella asintió y musitando un “gracias”
salió de ahí.

Gabriel esperaba recargado en su


propio coche cuando la vio salir a toda
prisa dirigiéndose al coche de ella.

—Nos vamos en el mío—sin darle


tiempo a replicar, la tomó del brazo y la
arrastró a su coche, le abrió la puerta
para que subiera y cerró la puerta. Ya en
su propio asiento, volteo a ella mientras
encendía el coche—. ¿Qué te dijeron?

Amanda suspiró mientras veía como


salían del estacionamiento—. Al
parecer le duele el estomago, ya me
habían comentado que varios niños se
habían estado enfermado, pero no pensé
que mi bebé tuviera ese virus. Pensé
que..

—¿Sabías que se sentía mal y aun así la


enviaste a la guardería?

Amanda suspiró, se sentía una mala


madre pero no le daba a él, total
derecho para hacerla sentirse más mal
de lo que ya se encontraba ella.

—Pensé que sería mejor que se quedara


en casa descansando…

—Debiste…
—¡Me dijiste que no faltara al trabajo o
me demandarias! No podría encontrar un
buen trabajo después de eso.

—Pudiste llevar a tu hija al trabajo.

Ella rió sin humor.— ¿Al trabajo? No


permiten niños. Nadie sabe que tengo
una hija.

—¿Tanto te averguenzas de ser madre


soltera?

—¡Por supuesto que no!— dijo furiosa


—, ¿No sabes las propias reglas de tu
empresa?
Gabriel le dirigió una mirada sin
comprender.

Amanda suspiró.

—Bueno aquí tienes otra cosa para


despedirme, si eres madre soltera… se
corre el riesgo a que te despidan.

—Tonterías, correría el riesgo que me


demanden si mi empresa tiene esa clase
de reglas.

Demandas, demandas… Amanda no


entendía porque siempre tendría que ver
a Gabriel como un hombre tan
autoritario.
—Pues vuelve a leer tus propias
cláusulas, jefe.

—Primero cría bien a tu propia hija y


luego hablamos de negocios Amanda.

—¡No te atrevas a decirme cómo criar a


mi niña!

Gabriel se mantuvo en silencio, era


cierto. No tenía hijos para opinar como
criar a otros hijos ajenos. Llegaron a la
guardería en silencio y la observó bajar
rápidamente, ni siquiera se dio cuenta
que la siguió por detrás.

Al llegar al salón, la encontró aún lado


de la niña que yacía dormida, ajena al
caos que hacía su madre.

—Tranquilizate, Amanda y deja que la


pobre mujer te explique.

Amanda lo miró con furia y giró hacia la


directora quien miraba embelesada a su
ex marido.

—La niña no tiene nada grave, sólo un


ligero problema estomacal.

Después de que la directora elogiara a


su ex marido y se interesara por saber
que hacia acompañándola, Gabriel
abrazo a su hija y salió sin esperarla.

—Dámela— Amanda estiró los brazos


hacia él y agradeció que le diera a su
hija sin decir ninguna palabra. Al llegar
al estacionamiento, se quedó mirando
como él abría la puerta. —Creo que será
mejor…

— Sólo sube, Amanda.

Se tensó y sin querer despertar a su niña,


subió y guardó silencio hasta que
llegaron a su casa.

Gabriel miró como acostaba a la niña en


su cama y bajó antes de que ella
volteara a verlo. Detestaba la idea de
que ella había estado con otro hombre a
semanas de dejarlo a él.

¿Porque tanto interés en ellas? no se


explicaba porque no podía irse de sus
vidas y simplemente darles los papeles
para que trabajara en otra empresa.

Amanda se detuvo al verlo pasearse por


su pequeña sala, muy en el fondo
deseaba que todo fuera como en el
pasado, deseaba llegar hasta él y
lanzarse entre sus brazos, sabiendo que
sería bien recibida, donde la besaría y
le diría palabras llenas de aquel amor
que tanto le prometió.

— Me miras cómo si quieras que te


hiciera mía.
Aquellas palabras la paralizaron y lo
miró escandalizada.

— Ni se te ocurra.

— Tranquila— espetó él—. No creo


que tocaría a la mujer que me fue infiel.
¿Por qué lo hiciste? ¿No te hice mía lo
suficiente?

— ¡No te fui infiel!

Gabriel sonrió con frialdad. — Ve a


trabajar cuando tu hija mejore, no quiero
que me demandes por...— el florero que
lanzó Amanda se estrelló a milímetros
de donde estaba él—. Mujer, estúpida.
Despertarás a tu hija.
— ¡Deja de decir que…!

— Te traerán tu coche, mañana.

Antes de que Amanda pudiera replicar,


volvió a salir de su casa dejándola sola
con sus pensamientos. Lo odiaba y por
más que se repetía que era una locura,
también lo amaba. Pensando en él y en
su niña, camino a ver como se
encontraba su pequeña.
6
— Lo de Sophie sólo fue un susto—
Amanda miró a su vecina y agradeció su
visita— Pase una noche mala, nada más.

Ambas observaron cómo sus hijos


jugaban entre sí.

Lo que sea que se estuvieran diciendo


los tenían enfrascados en una seria
conversación. Amanda sintió un mareo y
se sostuvo sobre la mesa, tambaleando
el juego de té de su vecina.

— Te ves pálida.

—Sólo es un mareo.

— Tal vez te contagió Sophie…


Deberías estar en la cama. Escucha,
¿por qué no te vas a casa y descansas?
Yo llevaré a Sophie a la guardería y la
recogeré a la salida.

—No puedo... tengo que ir a trabajar —


farfulló Isabella—

—Pero, ¿cómo vas a ir a trabajar en este


estado?—protestó Gaby—. ¡Mírate,
estás temblando y puede que estés
incubando ese virus.

—Te agradezco la preocupación, Gaby,


de verdad, pero estoy bien.

Por la cara que puso su vecina, era


obvio que no le creía y la verdad era
que tenía razón, no se sentía nada bien y
sin querer discutir, cedió y fue a casa a
descansar.

Antes de subir a su habitación, llamó a


la empresa y dijo que no asistirá ese día
y subió a dormir.

Gabriel llegó a la casa de Amanda unas


horas después de la tarde, esperando a
encontrar a la niña todavía enferma.

— ¡Gabriel!

Detrás de él, Sophie corría hacia él. sin


ningún rastro de virus en su cuerpo.

— ¡Mami está enferma y él la va cuidar!

— Amanda se sentía mal en la mañana y


hace un rato, note que empeoro y llame a
mi médico— explico Gaby y señaló al
hombre.

Gabriel escuchó atentamente con Sophie


en sus brazos, las atenciones que el
médico le daba para cuidar a Amanda.
Cuando el médico se hubo marchado, la
pequeña alzó el rostro hacia él y le
preguntó preocupada: — ¿Cuándo se
pondrá bien mamá?

—Muy pronto, ya lo verás —le aseguró


Gabriel en un tono calmado, a pesar de
que él no se sentía calmado en absoluto.

Nunca había cuidado de una persona


enferma, y no estaba seguro de poder
hacerlo. Unos quince minutos después,
Gaby regresaba con las medicinas, y
después de darle las gracias y acostar a
Sophie, Gabriel fue al dormitorio de su
madre.
La encontró muy pálida y tenía la frente
perlada de sudor. Cuando entró, farfulló
algo, estremeciéndose violentamente, y
abrió los ojos, mirándolo confusa y
asustada, como si fuera una aparición.

—Tranquila, soy yo, Gabriel —le dijo


en el mismo tono que había empleado
con Sophie tratando de tranquilizarla.

—No me siento bien —dijo


quejumbrosa.

—Con esto te sentirás mejor. — la


ayudo a incorporarse y
obedientemente, Amanda intentó pero
estaba tan debilitada, que incluso aquel
pequeño esfuerzo era demasiado para
ella. Sin darle tiempo a protestar,
Gabriel se sentó junto a ella y le pasó un
brazo por detrás de la espalda para
levantarla un poco. El camisón de
algodón que tenía puesto estaba
empapado en sudor, y estaba temblando
de tal modo, que le castañeteaban los
dientes.

—Me duele mucho la garganta... —


murmuró ella. Apartando el vaso—. Me
duele todo.

—Lo que necesitas es cuidarte y


descansar.
—No quiero que dejes de trabajar por
mí, Gabriel. Sé lo importante que es
para ti. Tienes que conseguir la firma
con los italianos.

Gabriel la miró sin comprender y


recordó las palabras del médico «Es
normal que delire» pero, aun sabiendo
que sólo estaba delirando, aquellas
palabras habían hecho que se le
encogiera el corazón y lo asaltaran los
recuerdos. Le tocó la frente estaba
ardiendo y temblando al mismo tiempo.
Tenía que quitarle aquel camisón, pero
por algún ridículo motivo le daba reparo
quitárselo. Por amor de Dios... habían
estado casados, se dijo. No era como si
nunca la hubiera visto desnuda. Sin
embargo, aquel pensamiento no evitó
que se pusiera tenso cuando apartó el
edredón y la sábana, ni que le temblaran
las manos cuando empezó a
desabrocharle los botones del camisón.
Y luego, cuando abrió la prenda,
dejando al descubierto las níveas curvas
de sus senos, le costó un horror ignorar
la ráfaga de calor que recorrió su cuerpo
para concentrarse en lo que es taba
haciendo.

Seguro de que Amanda se enfadaría si


tocaba en los cajones de su cómoda,
aunque sólo fuese para buscar otro
camisón, después de haberla lavado con
una manopla, la envolvió en una toalla y
la tapó de nuevo.

—Gabriel... —lo llamó justo cuando iba


a salir del dormitorio con el camisón
mojado.

— ¿Si? —inquirió girándose hacia ella.

—Te quiero tanto... —murmuró


sonriéndole con dulzura antes de volver
a cerrar los ojos y quedarse dormida
otra vez.

El corazón de Gabriel se encogió de


nuevo, y sintió que los ojos le escocían.
Eran las dos de la madrugada y Edward
estaba exhausto, pero para su alivio la
fiebre parecía haber remitido un poco y
Sophie dormía plácidamente en su cama.

La silla en la que estaba sentado no


podía ser más incómoda. Ahogando un
bostezo, se pasó una mano por el
cabello y miró el lado vacío de la cama.
No le haría mal a nadie echándose un
rato y durmiendo un poco, se dijo.
Verdaderamente lo necesitaba.

Amanda se removió entre sueños.


Estaba teniendo una pesadilla en la que
iba corriendo, Gabriel la había dejado,
y no podía soportar la idea de seguir
viviendo sin él. Se sentía desorientada,
desolada, y completamente sola. Los
gemidos angustiados de ella despertaron
a Gabriel, que se incorporó en la cama y
se giró hacia ella con los ojos aún
medio pegados. La observo moviéndose
inquieta de un lado a otro y llamándolo
como si estuviera aterrada por algo.
—Tranquila, tranquila... —le dijo
acariciándole la frente—. No pasa nada;
estoy aquí contigo.

Amanda despertó y lo encontró a su


lado, acariciándola como lo hacía en el
pasado cuando había tenido malos
sueño. Necesitando que la abrazara, se
acurruco contra él y por instinto la
abrazo.

—Sólo fue una pesadilla—murmuró él


tratando de tranquiliciarla.

Amanda asintió y se frotó contra él.


Gabriel se tensó y la miró, consciente de
que ella no estaba en sus cinco sentidos.
Sabía que debía detenerla, pero ella
empezó a repartir besos en su pecho…
Estaba seguro que ella pensaba que
estaban en aquella época cuando estaban
casados y no en el presente, con ella
furiosa con él, mintiéndole sobre su hija
y…

Todo pensamiento quedo congelado, sus


caricias estaban excitandolo y no debía
permitirse aquello, se dijo a sí mismo.
Debía de controlarse, y detenerla, no
quedarse disfrutando de sus caricias en
su estado convaleciente. La apartó de su
cuerpo, suave pero firmemente, pero
ella al comprender sus intenciones
volvió a él.

—Amanda — tragó saliva y bajo la


cabeza a ella.

Lo último que pudo ver antes de que sus


propios ojos se cerraran, fue a su ex
mujer, sonriéndole seductoramente y
besándolo en los labios.
Sin poder evitarlo, le respondió
gustosamente, y cuando la realidad lo
golpeo, tuvo que hacer acopio de toda su
fuerza de voluntad para despegar los
labios de los de ella.

La luz de la luna que entraba por la


ventana arrojaba sobre sus senos una luz
plateada y resaltaba su cuerpo desnudo.
Amanda miró con deseo cómo los ojos
de Gabriel bajaban hasta sus senos, pero
quería algo más que eso, quería que los
besara, que los tocara... Gabriel intuyó
lo que estaba sintiendo, y sin darse
cuenta de lo que estaba haciendo,
agachó la cabeza hacia los labios de
Amanda que, ansiosa, se arqueo hacia
él, rodeándole la espalda con los brazos
y atrayéndolo hacia ella. Sus besos se
fueron volviendo más apasionados y
pronto sus lenguas estaban danzando con
sintonía. Gabriel quiso detenerse, sabía
que no debía haberla acariciado,
deleitándose con ellos y no dejando que
su otra mano acariciara su muslo, pero
no podría detenerse y no quería si aun
así pudiera hacerlo. Sabiendo que ya
nada lo detenía, aprovechándose de su
estado febril, fue dejando un camino de
besos que bajaban por su vientre y
volvían a subir a sus senos, haciéndola
estremecer, lamio aquellos montículos y
con satisfacción escucho el gemido que
arranco de sus labios al succionar una
aureola.
Amanda ansiosa tomó una mano de él y
la guío entre sus piernas, necesitaba que
él atendiera esa zona de su cuerpo con
urgencia. Gabriel sonrió torcidamente y
le dio lo que quería mientras seguía
besando y lamiendo.

—Gabriel —murmuró y gritó


ahogadamente al llegar al orgasmo.

Cuando él despejo sus labios de sus


senos, la miró y se apartó de ella cuando
se dio cuenta de que se había quedado
dormida. No queriendo despertarla, se
levantó de la cama y caminó hacia el
baño. Sin importarle de que pareciera un
adolescente, se desnudó y entró en la
ducha, recargo su frente sobre la fría
loseta y pensó en ella, mientras buscaba
su propia liberación.

Estaba furioso consigo mismo por el


poco autocontrol que tenía cuando se
trataba de esa mujer. Una hora después,
fue hacia ella, para asegurarse de que la
fiebre no le hubiera subido nuevamente.
Al comprobar que había bajado un poco,
pensó que cuando despertara lo más
seguro es que no recordaba su pequeño
encuentro nocturno.

El primer pensamiento con el que


despertó Amanda, al notar que ya la
mañana había pasado, era saber dónde
se encontraba Sophie. Temblorosa,
apartó la sábana y el edredón, frunció el
ceño extrañada al bajar la vista y ver
que tenía puesto un camisón de algodón.
Se sentía demasiado débil para caminar,
pero aun así lo intento. No había dado el
primer paso fuera de su habitación,
cuando miró a su ex marido salir de la
habitación de su hija, aquello la
confundió y tuvo que cerrar los ojos al
ver imágenes de ella y él, besándose.

—Antes de que te alteres— él llegó


hasta ella y la guío hacia la recamara—.
Sophie está en la guardería y yo te he
estado cuidando. Tuviste fiebre.
Fiebre y él había estado cuidando de
ella. Aquello debía ser una broma de
mal gusto.

—Tuviste un virus bastante fuerte —le


explicó Edward pacientemente —. En
veinte días más o menos podrás volver a
trabajar.

— ¡Tanto! —exclamó consternada— No


puedo estar encerrada. Tengo que
trabajar. Por si lo has olvidado, tengo
una hija que alimentar y una hipoteca
que pagar.

—Ya lo discutiremos más tarde. Iré por


tu hija a la guardería.

Amanda quiso protestar, pero observó


como él salía de su recamara sin decirle
ninguna sola palabra.

Quería levantarse y sin embargo, no


tenía las fuerzas para hacerlo. Se quedó
ahí acostando recordando aquellas
imágenes que la asaltaron al ver a su ex
marido y se dijo que no podrían ser
recuerdos, las sentía tan vívidas que con
horror se dio cuenta que habían pasado
la noche anterior. Ella frotándose contra
él como si fuera un gato y él, en vez de
detenerla aprovechándose de su estado
inconsciente.
¡Maldito fuera ese hombre que no podía
mantenerse fuera de sus vidas y maldita
fuera ella por quererle!
Gabriel la había engañado en el pasado,
no debía volver a repetirse. No debía
olvidarlo. Quería llorar de la
impotencia, de todos las personas que
podrían cuidarla debía ser su ex marido
quien se aprovechara de su debilidad.

Unos minutos después, escucho los


pasitos de su pequeña, la miró entrar y
corrió a ella.

— ¡Ya estás mejor, mamá! —exclamó


Sophie, besándola y abrazándola—.
¡Mira mami! —le dijo enseñándole un
dibujo—. Somos yo, tú, y Gabriel en la
casa en la que vamos a vivir.

— ¿Qué…? —comenzó a preguntarle


irritada, pero antes de que pudiera
terminar la frase, Gabriel bajó a Sophie
de la cama.

—Ven —le dijo a la niña tendiéndole la


mano—. Vamos a prepararle algo de
comer a mamá —volvió el rostro hacia
ella, y añadió en un tono suave—: Luego
hablaremos.

Observo como su pequeña salí con


Gabriel, aquella situación era tan
contradictoria...¿Cómo él podría tratar
tan bien a su pequeña y negando que
fuera su hija al mismo tiempo? Por más
que intento mantenerse despierta, su
cuerpo estaba empezando a caer en la
inconsciencia. Cuando Gabriel regresó a
la habitación, la encontró totalmente
dormida. Esperó unos minutos y la
despertó para que comiera algo.

Amanda lo miró somñolienta, sabia que


aquel hombre se estaba aprovechando
de su situación y sin decir ninguna
palabra , se incorporó para aceptar el
plato de comida que él le llevaba.
—Cuando me recupere, quiero que me
digas cuánto te has gastado—le dijo con
aspereza.

—Tenemos que hablar —le dijo él —,


pero antes tienes que comer. Y espero
que a partir de ahora empieces a ser más
razonable, y que descanses de verdad.
Por cierto, el doctor se pasará mañana
otra vez, para asegurarse de que estás lo
suficientemente bien como para hacer el
viaje en coche hasta... —hizo una pausa,
y finalmente añadió —hasta mi casa.

El corazón le dio un vuelco a Amanda.


— ¿Qué? —Dijo con incredulidad
—.No...no, no...— Balbuceó sacudiendo
la cabeza—. ¡Ni hablar! Jamás volveré
a vivir bajo el mismo techo que tú.

—Pues tu hija está entusiasmada con la


idea —replicó él.

—No tienes ningún derecho —masculló


furiosa—. Debiste consultármelo a mí
antes.

—Mira, tú necesitas que alguien se


ocupe de ti... de los dos, y tu situación
económica no es precisamente buena—
añadió sin ninguna amabilidad—, así
que no puedes permitirte contratar a una
persona y no te queda otro remedio más
que dejar que te ayude.
— ¡Tú… tú no sabes nada de mi
situación económica! —protestó ella
acaloradamente.

—Sé que con el salario que cobras y


con los gastos que tienes debes andar
todo el día echando cuentas para llegar a
fin de mes —respondió él, encogiéndose
de hombros para disimular su
preocupación—. Y dudo que los ahorros
que tengas puedan sacarte de un apuro
como éste.

—No todos podemos ser millonarios.

—Soy la única persona que puede


ayudarte—insistió —. A menos, claro
está, que quieras ponerte en contacto con
el padre de Sophie—añadió con
aspereza.

LQuería gritarle que no lo necesitaba,


que no necesitaba a nadie, pero por
desgracia, como él había dicho, no
estaba en posición de elegir. — ¿Y
cómo te ocuparas de nosotros si tienes
que trabajar? —le pregunto apretando
los puños sobre la colcha para contener
su orgullo.

—Puedo dirigir mis negocios desde


casa—contestó —. Además, aunque no
te guste la idea, me será mucho más fácil
ocuparme de ambos en una casa que
tenga más de dos dormitorios —añadió
—. Así al menos podré dormir en mi
propia cama.

Amanda notó que las mejillas se le


encendían, y apartó la vista con el
corazón latiéndole apresuradamente. No
quería que la conversación siguiese por
ese camino.
—Además, tu hija se ha acostumbrado a
mí —dijo Gabriel, yendo junto a la
ventana y mirando fuera, con sus manos
en los bolsillos del pantalón—.
Naturalmente está triste porque tú estés
enferma, pero está encantada con la idea
de que vayamos a estar los tres juntos
hasta que te pongas bien.
¡Los tres juntos!, pensó Amanda que
sintió una punzada de culpabilidad en el
pecho. Su pequeña no tenía por qué
pagar por lo que había ocurrido entre
ellos. ¿Cómo podría negarle la
oportunidad de pasar un tiempo con su
padre?
7
Sin consultárselo, Gabriel le compró
todo un guardarropa a ella y a su
pequeña. ¿Qué se creía ese idiota? ¿Qué
eran un caso de caridad? ¡No eran tan
pobres!

Llevaban ya cerca de dos horas en la


carretera, y lo único que Amanda quería
era poder acostarse y dormir, pero
cuando él le preguntó si iba bien asintió
mudamente con la cabeza, negándose a
admitir lo incómoda y cansada que
estaba. — ¿Seguro? —le preguntó él.

—Estoy bien —insistió ella sin mirarlo,


a pesar de que sabía que tenía la cabeza
girada hacia ella. —Si quieres, podemos
parar un rato para que estires un poco
las piernas.

—Te digo que no hace falta —replicó


ella de mal humor.

No había imaginado que la casa


estuviera tan lejos, pero su orgullo le
había impedido preguntarle dónde
estaba exactamente o cuánto tiempo
tardarían en llegar allí.
— ¿Estamos llegando ya?

—Casi.

El cansancio empezó a hacer presa de


ella, y se recostó en el asiento, ignorante
de la preocupación con que estaba
mirándola.

—Ya no queda mucho —le oyó decir


quedamente—. Tenemos que pasar un
par de cruces más en la autopista, y
luego tomar un desvío, pero cuando
lleguemos allí, pararemos para que tu
mamá descanse y...

—Ya te he dicho que no quiero parar —


lo interrumpió.

Mientras se removía en el asiento,


intentando encontrar una postura en la
que estuviese medianamente cómoda,
interceptó un intercambio de
significativas miradas entre padre e hija.
Era como si se hubieran unido contra
ella, pensó sintiendo deseos de gritar. Su
irritación, sin embargo, se tomó pronto
en temor, al pensar que quizá no fuera
capaz de evitar que su hija acabase
siendo herida por su padre cuando
aquellos días tocasen a su fin y saliese
de sus vidas como había salido de la
suya cinco años atrás.
Miró por la ventanilla, parpadeando
para enfocar la vista, y el corazón le dio
un vuelco al reconocer el lugar en el que
estaban. Se volvió hacia su ex marido
para lanzarle una mirada furibunda, pero
tenía la vista fija en el frente mientras
avanzaban por la calle principal del
pueblecito que tanto le había gustado la
primera vez que habían ido allí. No
había cambiado nada, pensó para sus
adentros, todo estaba tal y como lo
recordaba, desde el riachuelo que
atravesaba la villa hasta las casas de
piedra con sus ventanas emplomadas.
Llegaron al final de la calle y él torció a
la derecha, como ella sabía que haría,
pasando un par de casas antiguas, y
siguió de frente por un estrecho camino
de tierra. Atravesaron las rejas de la
entrada, y el coche avanzó hacia la casa
por el camino de grava, que crujía al
paso de los neumáticos.

No entendía porque él la llevo a esa


casa precisamente. Aquélla era la casa
que él le había prometido que le
compraría, la casa de la que se había
enamorado años atrás, la casa que ella
le había dicho que sería el lugar
perfecto para criar a sus hijos... la casa
en la que nunca habían llegado a vivir
porque él había puesto fin a su
matrimonio.
—No puedo creer que hayas hecho esto.

—Le pedí a la señora Clearwater que


preparara una habitación para ti y otra
para…—le dijo mientras se agachaba
para ayudarla a salir.

—No me toques —farfulló casi


escupiendo las palabras y mirándolo.
¿Cómo podía estar haciéndole aquello?,
¿cómo podía haberla llevado allí, al
lugar que había soñado con que fuera su
hogar? Tuvo que tragar saliva para
contener las náuseas que le
sobrevinieron.

— ¿No crees que a un perrito le gustaría


mucho este sitio?
—Sí, ya lo creo —respondió Gabriel
con una sonrisa. Amanda sintió que una
ola de furia la invadía, haciéndola
temblar de la cabeza a los pies.

—no te atrevas a... —comenzó, pero no


acabó la frase porque en ese momento se
abrió la puerta de la casa y por la puerta
salió una mujer mayor que se acercó
hasta donde se encontraban ellos.

—He hecho todo lo que me pidió, señor


—le dijo a él lanzando una mirada
discreta a ambas mujeres que lo
acompañaban.
—Gracias, Sue -contestó—. Termine lo
que estuviese haciendo y váyase a casa.
Seguro que Billy está esperando ansioso
su cena.

La mujer se rió. —Sí, señor, el


estómago de mi marido es como un pozo
sin fondo —dijo-. Hasta mañana.

Cuando la mujer se hubo marchado,


Gabriel se volvió hacia ella y le
explicó: —Esa era Sue Clearwater. Su
marido Billy y ella son los únicos que
trabajan aquí. Los contraté al poco de
comprar la casa. Ella se encarga de
mantener la casa limpia, y él, del
cuidado del jardín y de las reparaciones.
Bueno, si te parece, te acompañaré a tu
habitación—dejó que Edward pasara un
brazo por debajo del suyo, y la
condujera a la casa.

Se sentía tan mal que quería echarse a


llorar, pero no iba a hacerlo delante de
él. La puerta de doble hoja de la entrada
daba paso al hermoso vestíbulo que
recordaba como si lo tuviese impreso en
la mente, Amanda empezó a temblar por
dentro al comprobar que cada detalle
del vestíbulo había sido decorado como
ella lo había querido, pero en lugar de
darle placer, hizo que una creciente
angustia se apoderara de ella. Mientras
él observaba preocupado el pálido
rostro de su ex mujer y la mirada vacía
de sus ojos, la vio tambalearse, y
maldiciendo entre dientes, corrió a
sostenerla y la alzó en sus brazos.
Siempre había sido delicada y esbelta,
pero había perdido peso, y la
enfermedad la había dejado tan
debilitada, que daba la impresión de que
fuese a quebrarse, como una muñeca de
porcelana. Ignorando sus protestas, la
llevó al piso de arriba. Las habitaciones
que le había pedido a Sue que preparase
para Sophie y para ella estaban
conectadas la una con la otra. Isabella le
había dicho cuando habían ido a ver la
casa que la mayor de esas dos
habitaciones podrían convertirla en el
dormitorio principal, y que la contigua,
más pequeña, sería perfecta para poner
allí el cuarto del bebé.

— ¡Bájame, puedo andar! —protestó.

—Quizá, pero por lo que acaba de pasar


abajo, en el vestíbulo, dudo que
hubieras podido subir las escaleras sin
ayuda —contestó Gabriel.

La vocecilla de su conciencia le advirtió


en un susurro que el resentimiento no era
más que una forma de autodefensa, que
estaba encerrándose en sí misma por
miedo a dejarse llevar por sus
sentimientos, y que él volviera a herirla,
pero la ignoró. Después de todo, pensó
obstinadamente, ¿qué motivos tenía para
temer nada? Sólo los tontos tropezaban
dos veces con la misma piedra. Además,
el motivo por el que se había puesto tan
sensible, por el que se estaba sintiendo
tan vulnerable, no era otro que el que la
hubiese llevado a aquella casa, la casa
de la que se había quedado prendada, en
la que había soñado que criarían a sus
hijos.

—Bueno, ya estamos aquí —anunció y


empujó con el pie la pesada puerta del
dormitorio, y entró, depositándola sobre
la cama a Amanda, que tuvo que hacer
un esfuerzo para ocultar las emociones
que la estaban embargando. También
aquella habitación estaba decorada
exactamente como le había dicho a él
que le gustaría decorarla.

—Le pedí a Sue que pusiera una cama


supletoria en el cuarto de la niña para
que Sophie pueda tenerte cerca por la
noche —le estaba diciendo él,
obviamente ajeno al impacto emocional
que estaba teniendo la habitación en
ella.

— ¡Mami! Sue me ha dicho que si me


das permiso podré ir a ver a su perra—
dijo casi sin aliento. — ¿Podemos ir
ahora? —preguntó Sophie impaciente,
tirando a Gabriel del pantalón.

—No, ahora no, —respondió suave pero


firmemente—. Iremos mañana por la
mañana, ¿de acuerdo?

Amanda esperó el berrinche que hacía


su pequeña cuando no obtenía algo.
Contuvo el aliento , pero no hubo nada.
Ningún berrinche.
—Ven, vamos a ver tu habitación —le
dijo Sophie tendiéndole la mano— Está
aquí al lado, justo junto a la de tu mamá.

Con el corazón en un puño, Amanda vio


a padre e hija salir de la habitación y
pasar a la contigua, desde donde oyó a
Sophie preguntarle: — ¿Y tú dónde vas
a dormir?

—En otra habitación que hay al final del


pasillo—contestó él.

— ¿Y por qué no duermes con mi


madre? —Insistió—. Su cama es muy
grande.

Hubo una pausa, y aunque si le


preguntaran no sabría decir el motivo,
Amanda intuyó que él había tomado a su
hija en brazos.

—Verás, -comenzó a explicarle—, en tu


casa dormí en la cama de tu mamá
porque no había otra habitación y tenía
que estar con ella por si me necesitaba
de noche, pero ahora ya está un poquito
mejor, y aquí tengo mi propia
habitación.

—Pues yo creo que podrías dormir con


mi madre. El padre y la madre de Mike
duermen en la misma cama —apuntó,
con esa lógica suya de una niña de cinco
años.

Cierto que aquella noche días atrás,


cuando la fiebre le había impedido
distinguir el pasado del presente, se
había entregado a él, volviendo a ser su
mujer de nuevo, pero si hubiera estado
plenamente consciente, aquello no
habría pasado. Estaba ya anocheciendo,
y la niña cansada sin duda del viaje en
coche y de las emociones de día, había
apoyado la cabeza en su pecho. Apretó
el cuerpecillo de Sophie contra sí,
preguntándose si el vínculo emocional
que estaba surgiendo entre la niña y él
tendría algo que ver con el hecho de que
fuera hija de Amanda, o si simplemente
estaba empezado a encariñarse con ella,
a sentir un amor paternal hacia él.

— ¿Sabes qué se me está ocurriendo?


— Le propuso—. Que si quieres, puedo
ponerte esa película de dibujos
animados que te regalaron Gaby y Mike
antes de venimos, y mientras la ves yo le
subo una bandeja con algo de comer a tu
madre y luego cuando baje cenamos tú y
yo. ¿Te parece?

—Bueno —asintió la niña—. ¿Y


después le leeremos un cuento a mamá?

Gabriel le sonrió y le revolvió el


cabello.

Un gemido dolorido lo hizo volverse y


apretó los labios para ocultar su
preocupación al ver a su ex mujer en el
umbral de la puerta, agarrándose al
marco para mantener el equilibrio. —
Amanda, por amor de Dios... —
masculló—. Deberías estar
descansando.

—Estoy bien, no necesito descansar


ahora —contesté Isabella irritada sin
mirarlo—. Eh, amor—le dijo a la niña-,
¿qué te parece si esta noche te leo un
cuento yo a ti ahora que estoy mejor?
Estoy segura de que Gabriel tiene un
montón de cosas que hacer.
—No, quiero leerlo con él.

Amanda observo a su hija jugar con la


mascota de los Clearwater. Su pequeña
corría tras el animal en el gran jardín de
la casa de su ex marido.
—¿No crees que Sophie deba tener un
perro!

—Mi hija no tendrá ningún perro. — le


respondió furiosa.

—No seas egoísta, tu hija quiere…

—¿Egoísta? Sé perfectamente que desde


los tres años quiere una mascota.

—¿Y entonces porque no se la compras?


Si es por el dinero hay sitios donde
puedes adoptar…

—Contigo todo tiene que ser tan fácil.


Sé que mi niña ha querido un perro y se
lo merece, pero… No puedo permitirlo.

—¿Por qué?

—¡No todos vívimos en una casa tan


grade, Gabriel!

Se levantó de la silla donde se


encontraba y caminó hacia dentro de la
casa. Era consciente de que venía tras
ella. No dio un paso dentro de la casa
cuando él la giro hacia él y cómo las
anteriores veces, la beso antes de que
pudiera negarse a él.
Las manos de él, empezaron a recorren
su espalda y ella dejándose querer, se
arqueo contra él. Tocaban todo excepto
aquello donde necesitaba más.

—Amanda…

Aquel roncó suspiró la devolvió a la


realidad, se separó de él tambaleándose
y lo contemplo desde lejos.

—Esto no debe de pasar de nuevo.

—¿Qué es lo que ha pasado, Amanda?


No tengo que esforzarme mucho para
que estés entre mis brazos…

¡Maldito imbécil, ególatra!, pensó ella.

—No quiero seguir aquí…


—¿Por qué niegas lo que sientes en
verdad, Amanda?

—¡No niego nada!

—¿No? — preguntó él acercándose a


ella y arrinconándola contra la pared—.
¿No sientes un escalofrío cuando te
tocó? — la acaricio suavemente y apretó
su cuerpo contra el de ella—. No sientes
esa necesidad de frotarte contra mi, al
sentirme tan cerca…

Aquel murmuro la hizo estremecer y


cumplió sus palabras cuando empezó a
arquearse contra él.
—¿No deseas que te bese, Amanda?

Un suspiro entrecortado obtuvo como


respuesta y ella alzó sus labios hacia él,
esperando cerrando sus ojos dándose
por vencida y él sonrió triunfante cuando
sus labios descendieron sobre los de
ella.

Se separaron jadeantes y con una


mirada, ambos admitieron lo que tanto
querían.

Lo siguió por detrás hasta llegar a la


recamara donde descanso el primer día,
la depositó en la cama y fue quitándole
prenda tras prenda haciendo caso omiso
a la vocecilla de su cabeza diciéndoles
que pararan.

Se entregó a él, dejando salir las


lágrimas cuando su orgasmo la inundó,
recordándole que se había entregado una
vez más al hombre que pensaba que lo
había engañado semanas después de su
divorcio.
8
Amanda despertó con una sonrisa de
satisfacción. Estaba todavía un poco
dormida y estiró sus brazos hacia
Gabriel.

Estaba sola.
No es que le sorprendiera, lo había
intuido. Se vistió con lo primero que
encontró que resultó ser la camisa de
Gabriel y bajo al primer piso donde
escuchaba el ruido.

Pudo observar a su hija ayudándole a su


ex marido en la cocina. Se detuvo y
estaba a punto de entrar cuando su hija
volteo hacia él.

—Papá, crees que mamá….

No pudo escuchar más, observo como la


tensión llenaba la pequeña cocina.
Gabriel se percató de su presencia y su
hija sin darse cuenta de la tensión, la
miró con adoración.

—¡Mamá! — corrió hacia ella. —Te


preparamos el desayuno.
Comieron en silencio, sin atreverse a
hablar de lo que la niña había dicho.
Cuando termino, se disculpó y subió a
cambiarse.

Se sentó sobre la cama y cerró los ojos


al darse cuenta de que tanto su pequeña
estaba involucrada.

—Tenemos que hablar.

Abrió los ojos encontrándose a Gabriel


frente a ella.

—No hay nada de qué hablar.

—Quiero proponerte algo.

—¿Proponerme algo?

—Sé que no le dijiste a Sophie que me


dijera papá….

¡Eso era el colmo! Que pensara que ella


involucraría a su pequeña en algo tan
vil…

—Por ello quiero que vuelvas a ser mi


esposa y porque entiendo que Sophie
necesita un padre.

¡Tú eres su padre! Amanda quería


gritarle, pero se contuvo. Su pequeña
estaba abajo y lo que menos deseaba era
que se percatara de las discusiones que
él y ella tenían.

—¿Quiéres ser su padre? Niegas que es


tu hija y…

—No comiences Amanda. Aun no tolero


esa mentira que has dicho y no entiendo
porque estás empeñada a recordarme
que has estado con otro hombre. ¿No te
das cuenta de la atracción que sentimos?
¿De la intensidad que nos une?
—Se trata de sexo… ¿Y qué pasara
cuando te canses? ¿Cuándo dejes de
querer jugar al papá y decidas
engañarme nuevamente?

—Súpera el pasado, Amanda. Ella


nunca…

—¿Significó algo más para ti? — lo


interrumpió ella.

Gabriel se contuvo de llegar hasta ella y


zarandearla. Había estado cerca de
contarle la verdad, ella seguía creyendo
en un engaño que nunca paso y no se
daba cuenta que el verdadero motivo
por el que le pidió el divorcio fue
porque él no podría darle los hijos que
tanto quería.

—Me fuiste infiel, Gabriel.

—Sophie necesita un padre y….—

—Ya, te sacrificaras por nosotras…

—No. Lo que no quiero es que Sophie


crezca sin un padre.

Aquello la desubico, sabía que él se


estaba reflejando en su pequeña y no
pudo refutar ante eso. Recordaba las
noches cuando estaban casados y él, la
dejaba abrazarlo mientras le resumía
una infancia llena de dolor y una vida en
solitario.

Sabiendo que ella sola se estaba


poniendo la soga al cuello, suspiro
dándose por vencida.

—De acuerdo.

Gabriel acortó la distancia y la agarró


por los brazos, tomando con posesión
sus labios. Pronto, Amanda se encontró
queriendo fundirse más en él, se arqueo
y abrió la boca permitiéndole que sus
lenguas se fundieran.
—¡Se están besando!

Aquella vocecita los hizo separarse.

Sophie los miraba con las manitas en su


boquita.

—Le he pedido a tu mamá que se case


conmigo, Sophie.

—¡Vas a vivir con nosotras!

—No, ustedes vivirán conmigo.

Aquello era demasiado, pensó Amanda


observando como el rostro de su
pequeña se iluminaba de alegría, quien
corrió hacia Gabriel y lo abrazo con
fuerzas. Pero se dijo así misma, que por
esa cara de felicidad, valía la pena eso y
más y nada tenía que ver la pasión que
seguía existiendo entre ellos.

9
El día de la boda llegó más rápido de lo
que ella hubiera deseado, Gabriel la
había sorprendido queriendo una boda
religiosa y ella había esperado desde el
principio que solo irían al juzgado y
firmarían. Pero, no fue así, la boda fue
pequeña en la vieja iglesia que estaba
cerca de la mansión de Gabriel, ella
había optado por lucir un traje de dos
piezas en vez del vestido largo.

Cuando finalizo, fueron almorzar con los


pocos invitados que habían invitado y
después, su vecina se ofreció a cuidar a
Sophie para que ambos pudieran gozar
una noche lejos de la pequeña.

—Quiero adoptar a Sophie.

Aquellas palabras reventaron la


pequeña burbuja que había formado con
esmero, Amanda. Ambos estaban
entrelazados con sus cuerpos desnudos,
abrasados después de hacer el amor
hasta quedar exhaustos.

¿cómo iba a fingir que todo estaba bien?


Cuando él seguía negando que era su
hija.

Cerró los ojos queriendo ocultar el


dolor que reflejaba su rostro y por
suerte se quedó dormida.

A la mañana siguiente, partieron los tres


a unas pequeñas vacaciones en familia,
se hospedaron en un hotel de la costa sur
francesa. El hotel había sido
antiguamente un pequeño palacio, y
Gabriel había pedido que su habitación
estuviera en la primera planta para que
Sophie pudiera corretear por el patio.
Desde allí se veía la impresionante
piscina del hotel, y el ruido de un
chapoteo llamó su atención. Al salir y
mirar en la dirección de donde provenía,
se quedó de piedra. Su niña estaba en la
parte poco profunda de la piscina, con
Gabriel posible... Ella misma había
intentado enseñarle desde muy pequeña,
pero cada vez que lo intentaba se
aferraba a ella con uñas y dientes, en
cambio, él lo había conseguido, sintió
que los celos hacían presa de ella. De
repente se sentía excluida, inútil. Era
absurdo que estuviese celosa de
Gabriel, se reprendió enfadada. Al fin y
al cabo era su padre: Su padre... le
había dicho que quería volver a casarse
con ella por Sophie, pero de pronto tuvo
la sensación de que su interés por la
niña no había sido tan altruista como
ella había pensado. Gabriel siempre
había querido un hijo, y en ese punto de
su vida, habiendo triunfado en el mundo
de los negocios, sin duda quería aún
más. Probablemente quería un heredero
para su fortuna y para tomar el relevo al
frente de las empresas que poseía, y
aquello nada tenía que ver con el amor
paternal.
¿Había hecho lo correcto al casarse con
él? Quizá había sido una ilusa al pensar
que, tal vez, con el tiempo aceptaría que
era hija suya, y que... En ese momento,
sin embargo, interrumpió sus
pensamientos y dejó a un lado su
ansiedad al ver que salían de la piscina.

— ¡Mami!, ¡mami! ¡He nadado! —


exclamó corriendo hacia ella, lo tomó en
brazos, sin importarle que su cuerpecillo
mojado.


No puedo creer que no le hayas enseñado

—Lo intenté —se defendió de la crítica


implícita en las palabras de él—, pero
desde que era un bebé le ha tenido
miedo al agua.

—Bueno, pues ahora ya no lo tiene —


replicó él—.
Nos daremos una ducha para quitarnos el
esté lista, bajaremos los tres a desayunar.

Cuando Sophie hubo desaparecido tras


la puerta del baño,él la miró. —
Quizá el chico intuía que tú tenías miedo p
—le dijo con los brazos en jarras—.
Los niños necesitan
saber que los adultos confían en ellos y qu


Por si lo has olvidado, he sido yo quien ha
criado a Anthony desde el momento de su

—Y ahora yo soy su padre —respondió


él con fiereza.

Durante los días siguientes el vínculo


entre su hija y Gabriel se hizo más
profundo, lo que estaba empezando a
que comenzara a sentirse excluida.
Habían estado durmiendo los tres en la
misma habitación por lo que él no había
intentado nada, pero ahora… Gabriel le
había dicho que dormirían en otra
habitación.

Resopló enfadada consigo misma. Quizá


la carne fuera débil, pero si se
recordaba que había accedido a volver a
casarse con él por el bien de Sophie no
volvería a dejarse humillar,
entregándose a él cuando lo único que
quería de ella era sexo.


¡No podemos dormir en la misma cama!


No te ha importado estos días que hemos e

— ¡Eso era diferente!

—¡Por amor de Dios,estamos casados,


Amanda! — le recordó él— ¿Qué
impresión crees que le daríamos a
Sophie ahora que estamos casados?

A eso ella no pudo decir nada.

—Le he dicho a Sue que a partir de


mañana tomaremos la merienda con
Sophie a las seis, antes de la cena. —le
dijo él— No crees que es una buena
idea.

Eran las nueve de la noche, Sophie ya


hacía rato que estaba acostada, y ellos
estaban acabando la cena que les había
dejado preparada Sue. Estaba todo
delicioso, pero de pronto Amanda había
perdido el apetito.
¿Por qué la señora Clearwater y tu toman
Sophie sin decirme nada? — exigió
saber, profundamente irritada.


Bueno, estoy diciéndotelo ahora mismo
—replicó él muy calmado.

—No me refiero a eso y lo sabes, —


contestó ella en un tono de advertencia
—. ¿Qué te dije sobre lo del perro?

Vamos, sabes que


se muere por tener uno...

— ¡Sí, y también sé que te dije que no que


—exclamó ella fuera de sí, levantándose
y arrojando la servilleta sobre la mesa

Pero eso era porque él estaría en el colegi

—No pienso seguir escuchándote —lo


interrumpió ella, saliendo del comedor e
ignorando sus ruegos de que volviese.

— ¡Amanda, por favor, te estás comportan

Se dirigió enfurruñada a su habitación y


se enfureció cuando se dio cuenta que
era donde dormirían los dos. Gabriel la
siguió cerrando la puerta tras de él.

— ¿Se puede saber qué es lo que te pasa?


—inquirió.

¿Que qué me pasa? Que me las he arregla


sin tu ayuda.
Soy su madre y tú ni siquiera... tú ni siquie

— ¿Qué?, ¿qué ibas a decir? Sigue —la


desafió furioso—
¿Que tampoco me necesitaste?
¿qué te lanzaste a los brazos de otro homb
— La rabia que destilaban sus palabras
hizo estremecer a Amanda.

Nunca lo había visto tan fuera de sí, y


fue precisamente aquel estallido lo que
la dejó sin habla
—. ¿Acaso crees que no pienso en ello ca
—le espetó, aprovechando su silencio
—.
Maldita sea, Isabella, ¿crees que porque n

Al darse cuenta de lo que había dicho


Edward se quedó callado, ante la
mirada entre atónita y confundida de
ella.

— ¿Qué… qué quieres decir con que no p


—inquirió, soltando el aliento
temblorosa. Se le había puesto la boca
seca, y el corazón le martilleaba
salvajemente contra las costillas. — Eso
que dices no… tú eres el padre de
Sophie.
— No, no lo soy, no puedo serlo —
replicó él— , porque no puedo tener
hijos, es médicamente imposible.

— No… no lo entiendo.

Gabriel suspiró y fue a sentarse en la


cama, decidido a parar con toda aquella
mentira de una vez por todas.

— Cuando nos casamos, al poco tiempo


me hice una revisión, sólo algo
cotidiano… El médico me dijo que…—
hizo una pausa y la contempló con
frustación y enojo por hacerle recordar
aquellos días— Según parecía, me dijo
que mis espermatozoides eran bajos que
prácticamente me iba a ser imposible
tener hijos. Me negué a creerlo y te lo
oculte, pero mientras pasaban los meses,
me di cuenta que era verdad, tú no
quedabas embarazada.

— ¿Por qué no me dijiste nada?

— No podía— contestó él— No quería


ver la desilusión al darte cuenta que no
podría darte la familia que tanto
deseábamos. Te habrías sacrificado y no
hubieras tenido la oportunidad de ser
madre, tenía que dejarte libre para que
pudieras encontrar otro hombre…
— ¿Dejarme libre?
¡Me fuiste infiel, Gabriel!

—No, no lo fui.

— ¿Qué?

—Nunca hubo ninguna otra mujer. Lo


invente. Sabía que de lo contrario
hubieras permanecido a mi lado. Sin
embargo, no te costó mucho tiempo
reemplazarme.

Amanda sacudió la cabeza hacia los


lados, negando por completo. Estaba
angustiada, por años creyó que él la
había engañado y sólo resulto ser una
mentira.

— ¡No me importa lo que digan los


médicos! — replicó ella— Sophie es
tu hija.

— ¡Basta de mentiras, Amanda!

— No es…

— Acaso no lo comprendes, ¿no te das


cuenta de lo que tanto ansió de que tus
palabras fueran verdad?

— Sophie es…

— ¡Calla, mujer! No me hagas esto, te lo


ruego.

Antes de que ella pudiera rebatirle,


Gabriel la tomo de las caderas y la
arrastro junto con él. La besó para callar
cualquier mentira que saliera de sus
labios y suspiró de satisfacción al ver
que le correspondía.

Pero no duró mucho. Amanda lo detuvo


y lo miró con lágrimas en los ojos.
— Fuiste tu quien me pidió el divorcio.

— Pero no tardaste en irte con otro.


¿Era bueno en la cama?
Dime, ¿era mejor que yo? —le
preguntó, apretando los dientes—.
Quizá deberíamos comprobarlo. Le
estaba hincando los dedos en los brazos
con tal fuerza, que estaba haciéndole
daño.

— ¡No! ¡Déjame! —protestó


debatiéndose entre el desconcierto y el
dolor.

Desconcierto, porque creyese que se


había echado en brazos de otro hombre
cuando sabía lo mucho que lo había
amado, y dolor por ella, por él, por el
daño que el orgullo y la desconfianza les
había hecho y les estaba haciendo a los
tres.
— ¿No? ¿Acaso le dijiste a él que no?
—le espetó él —.
Voy a hacer que lo olvides, haré que me
desees de tal modo que olvidarás que
ese hombre te hizo suya.

Gabriel estaba ya besándole el cuello,


justo en el lugar donde, tímidamente, le
había confesado una vez que la hacía
derretirse.

— ¿Te hacía esto?— Aquellas palabras,


murmuradas contra su piel, arrancaron
sollozos de la garganta de Amanda, y
únicamente pudo responderle negando
con la cabeza
—. ¿No le dijiste nunca lo mucho que te
excitaba?

Había una nota desagradable en la voz


de Gabriel. Sin embargo, a pesar de ese
dolor, extrañamente sentía deseos de
tranquilizarlo, de convencerlo de que
ningún otro hombre lo había
reemplazado, ni en su cama, ni en su
corazón, pero las palabras no le salían.

— ¿Y esto,?, ¿te hacía esto?

Un vacío gélido empezó a extenderse


por dentro de ella, asfixiando la
compasión que había sentido momentos
antes, y que la crueldad de él estaba
transformando en temor. Al notarla
tensarse y empezar a temblar, pareció
volver en sí. La soltó, y se apartó de
ella, sintiendo náuseas de sí mismo. Se
sentó en la cama, los codos en las
rodillas, y hundió el rostro entre las
manos.

— ¿Qué diablos estoy haciendo?,—


farfulló espantado. —Yo
Yo...no sé por qué he hecho esto. Siempre

Amanda sintió que el corazón se le


encogía de dolor al verlo así, y, yendo
hacia él, le puso una mano en la cabeza.
Al contacto, el cuerpo de Gabriel se
puso rígido.
Por amor de Dios,no me toques. ¿Cómo pu
tratarte? —dijo atormentado, levantando
la cabeza.

Trató de abrazarlo, pero él la aparto de


inmediato.

—Dormiré en una de las otras


habitaciones.

Amanda tenía dos opciones, dejar que se


marchara y que volvieran a como
estaban antes o ir tras él.

Fue hasta la puerta interponiéndose en


su camino.
—Basta, Amanda. No quiero..

—¿Qué… mis labios en los tuyos?

Lo notó tensarse y aprovechando de la


vulnerabilidad, paso sus manos por
sobre su cuello y se arqueo contra él con
sus labios rozando los suyos.

Lo besó entregándose a él sin importarle


que él se negara a creer que su hija era
de él, y mientras llegaba al climax una
lágrima volvió a caer de su mejilla.
Porque el hombre que amaba se había
sacrificado por ella sin saber que había
concebido.
10
Hacia unos días habían llegado de sus
pequeñas vacaciones, Amanda le había
dicho que iría sola a la revisión del
médico para asegurarse que ya no
tuviera ningún rastro de aquel virus que
le cambio tanto la vida. Pero él se negó.


Ayer hablé con mi abogado del tema de la
Por mucho que quieras convencerme de
que es mi hija, la realidad es que no lo
es, Amanda.

Ella asintió sabiendo que de nada


serviría decirle la verdad.

Después de la visita del médico y de


asegurarse de que no tuviera nada. Los
tres bajaron con Sophie corriendo hacia
donde estaba el hijo de su vecina. Sin
darle tiempo a reaccionar cruzo sin ver
que un coche se avanzaba hacia ella,
gritó y corrió hacia ella sabiendo que no
llegaría a tiempo. Gabriel, había salido
también tras ella y siendo más ágil, tomo
a la niña entre sus brazos antes de que el
coche impactara contra él. Llegó hasta
ellos dándose cuenta que su hija solo
tenía unos cuantos raspones, en cuestión
de minutos miró como transportaban a
Gabriel en una camilla hacia un hospital
de urgencias.

Su vecina se ofreció a llevarla, nada


mas entrar. Una enfermera se le acercó
para asegurarse que Sophie estuviera
bien y efectivamente la niña sólo tenía
unos cuantos rasguños. Cuando
terminaron de checarlo fue a sentarse en
una de las sillas en espera de que saliera
el doctor.

Cuando lo vio salir, se puso de pie.

— ¿Cómo está mi marido?


Tiene una pierna rota, algunos cortes y mo
Lágrimas de alivio rodaron por las
mejillas de Amanda.

Aún tenemos que tomar algunas muestras p


Lucy las acompañará —le dijo el
médico a Amanda haciendo un ademán
hacia la enfermera que estaba a su lado.

Pero ella no se movió. Una idea, una


esperanza, rondaba por su cabeza.


Doctor... esas muestras que tienen que tom
—comenzó vacilante—.
¿Podría... sería posible que...? Gabriel
se niega a
creer que Sophie es su hija, pero lo es. Si
ADN...

El médico frunció el ceño. —


Eso sería un tanto irregular.

—Pero es que él quiere muchísimo a su


hija. Ya ha visto como arriesgó su vida
para salvarla., si tan sólo pudiera
demostrarle que es su padre.

Lo siento, pero no puedo hacer lo que me


empresas que se dedican a hacer
esa clase de pruebas.

—Pero, ¿cómo...?
Sólo tendría que mandar una muestra del p
ejemplo.

—Gracias, doctor —dijo Amanda.

La enfermera los llevo a donde se


encontraba Gabriel y el corazón se le
encogió al ver la fragilidad en él.
¿Cómo un hombre tan fuerte parecía tan
débil?

No hace falta que sigas viniendo a visitarm


—le dijo él en un tono poco amable
cuando la vio aparecer por la puerta de
su habitación en el hospital.
Aunque herida por sus palabras, ella
sonrió.
—El doctor
me ha dicho que mañana te darán el alta.

—¿Llevaste a Sophie al
neurólogo para asegurarte de que
no tuviera daños internos?

Cada vez que había ido a visitarlo, le


preguntaba si la niña estaba bien, y por
mucho que ella le dijera que no tenía
que preocuparse, estaba segura de que
hasta que no volviese a casa y la viese
con sus propios ojos no lo creería.
—Sí, y estaba bien.

—Bueno, no estaba de más asegurarse


—farfulló él —. Esta
mañana he hablado con mi abogado por.
Me ha dicho que te has
negado a firmar los papeles de la adopció

—No me he negado, Gabriel; yo... —


replicó poniendo una mano detrás de la
espalda y cruzando los dedos —
Me parece un paso muy importante y.. esp
firmar únicamente unos papeles así que
pensé que podemos esperar a que
vuelvas a casa y hacer una pequeña
celebración.

Entonces, ¿no es porque hayas cambiado d
—inquirió él.

Ella se apresuró a negar con la cabeza.

Cómo le había dicho el médico había


encontrado varías empresas en Internet
que podría ayudarle a solucionar el
pequeño problema que tenía con
Gabriel. Había cortado un mechón de
pelo mientras él dormía y junto con uno
de su pequeña, había enviado las
muestras. Sabía que no era el modo
correcto, pero él jamás hubiera
accedido.
La vío marchar de la habitación y pensó
que no le importaba si ella había
pertenecido a otro hombre, eso formaba
parte de su pasado y él era ahora su
presente. Debía concentrarse en eso,
porque sin importar lo mucho que lo
negara, sabía que esa mujer a la que
había amado en el pasado, aun la amaba
en el presente y la seguiría amando hasta
el futuro.

Al día siguiente, observo como Sophie


entraba sonriendo de la mano de su
mujer, quien al verlo corrió hacia él.

—No quería esperarte en casa —le


explicó ella mientras él tomaba las
muletas que iba a necesitar para andar.
Amanda fue inmediatamente a su lado,
por si la necesitaba, pero Gabriel
rechazó su ayuda dándole la espalda.
Palideciendo, ella observó cómo la
enfermera iba en ayuda de él, ocupando
el lugar que debería haberle
correspondido a ella. Aunque había
vuelto a casarse con ella, era obvio que
no la quería como esposa, se dijo
Amanda desolada.

—Le he pedido a Sue que ponga mis


cosas en otra habitación.

Ella se alegró de estar de espaldas a


Edward para que no pudiera ver el
dolor que le habían causado aquellas
palabras.

Sin embargo, no pudo evitar replicar:



Tú mismo dijiste que se extrañaría si...

Le he dicho que es por la pierna, que nece


—contestó con brusquedad.

A través de la ventana de la sala de estar


Gabriel vio a Sophie en el jardín
intentando atrapar a su cachorro para
poder enseñárselo.
—Veo que cambiaste de opinión —le
dijo a Amanda en un tono sarcástico.

—Soy mujer —contestó ella


encogiéndose de hombros
—. Las mujeres cambiamos a menudo de
opinión.

Sin embargo, había una razón por la que


había decidido que ése era el mejor
momento que su hija tuviera su cachorro.
—Te ayudaré a subir —se ofreció,
yendo junto a él cuando él se dirigió a
las escaleras. Pero él se apartó en un
gesto tan obvio de rechazo, que ella se
quedó inmóvil, y le dio la espalda para
que no pudiera ver las lágrimas de
humillación que le quemaban los ojos.

11
Quizá fuera mejor que Gabriel no
estuviera compartiendo el dormitorio
con ella. Se tomó su tiempo antes de
levantarse, esperando que las náuseas
remitieran antes de ir al cuarto de su
hija. Cuando llegó allí, ella ya estaba
despierta.

Era el cumpleaños de Gabriel, pero


Sophie estaba tan entusiasmada, que
parecía que fuera el suyo. Cuando la
niña se hubo lavado y vestido, tomó el
regalo que cuidadosamente habían
envuelto el día anterior, y bajaron las
escaleras. Gabriel estaba sentado ya en
el comedor cuando entraron, y su hija
corrió a subirse a las rodillas de su
padre exclamando:
— ¡Feliz cumpleaños, papá!

Agachando la cabeza para ocultar la


emoción que la embargó, recogió del
suelo la tarjeta que Sophie en su
entusiasmo, había dejado caer.

—Feliz cumpleaños,—le deseó ella


también, añadiendo—:
Además, la celebración es doble, ahora
que te han quitado la escayola.

— ¡Te he comprado una tarjeta y un regalo


—exclamó Sophie con aire importante,
aún sentada en las rodillas de su padre,
volviéndose hacia su madre para que se
los diera. Ella se los entregó. —
Lee primero la tarjeta —le dijo a
Gabriel —.
Mamá también te ha escrito una tarjeta, y R
firmado en la mía. ¿Ves? —Dijo
señalándole la marca de la pata de su
perrito.

¿Había sido su imaginación, o había


visto un brillo cálido en sus ojos cuando
Gabriel había alzado la cabeza y le
había sonreído?, se preguntó ella,
sintiendo que el corazón le daba un
vuelco.

— ¿Te gusta, papá? —inquirió el niño


impaciente, tirándole de la manga.
—Me gusta muchísimo, Anthony —le
aseguró

—Y ahora abre mi regalo —le dijo el


niño sin darle tregua.

Observó a Gabriel mientras desenvolvía


la fotografía que ella misma había
tomado de los dos y que había llevado a
enmarcar con Sophie. Mientras él la
estudiaba, ella contuvo el aliento,
preguntándose si, como ella, advertiría
el parecido entre la pequeña y él,
convencida sin embargo de que, aunque
lo advirtiera jamás lo admitiría.


Mamá, ¿tú no tienes ningún regalo para pa
—preguntó de repente, volviéndose
hacia ella.
—Ya me lo ha dado—intervino Gabriel
antes de que ella pudiera decir nada —.
Tu mamá me ha dado un regalo muy,
muy especial... el mejor regalo del mundo
.

— ¿Y dónde está? —preguntó la niña


mirando a todos lados.

—Eres tú, Sophie —le contestó


quedamente—.
El regalo que me ha dado tu madre eres tú

Sabía que debería sentirse muy feliz de


oír ha Gabriel expresando su cariño
hacia Sophie tan abiertamente, y lo
estaba, estaba feliz, pero su corazón se
hallaba lacerado de dolor porque
aquello únicamente confirmaba lo que
ya sospechaba que Gabriel sólo había
querido casarse con ella para poder
tener a su hija. Aquélla no era la clase
de relación que quería tener con el
hombre al que amaba, el hombre que….
Sintiendo que de un momento a otro iba
a salir llorando, se levantó. Había
dejado su regalo para Gabriel en el
cuarto que él utilizaba como despacho.
Cuando lo encontrase, se daría cuenta de
que para tener a Sophie no la necesitaba
a ella.

Amanda ¿dónde vas? ¿No vas a desayunar

Ella no se volvió.

—No tengo hambre —respondió, y salió


del comedor.

Mientras la veía atravesar la puerta, él


se preguntó con amargura si no sería
más bien que no podría soportar estar en
la misma habitación que él.

Cuando hubieron terminado de


desayunar, Gabriel salió al jardín con
Sophie y su perrito. Mientras caminaba
por el césped con la niña de su mano
parloteando alegremente, se dijo que no
había sido del todo exacto cuando le
había dicho que él era el regalo más
preciado que le había hecho su madre.
Quería a la pequeña, la quería
muchísimo, pero el amor de Amanda era
igual de importante para él. No había
pasado una noche, desde el día en que
habían hecho el amor, en que no se
hubiese pasado horas dando vueltas en
la cama antes de dormirse
recriminándose por cómo la había
tratado. No le extrañaba que no pudiese
soportar estar en la misma habitación
que él. Hasta un rato antes de la hora del
almuerzo Gabriel no entró en su
despacho y vio el sobre grande y blanco
sobre el escritorio. Frunciendo el ceño
extrañado, lo tomó y reconoció la letra
de Amanda: «Por ti... y por Sophie»,
había escrito. Lo abrió, extrajo los
papeles que contenía, y los volvió a leer
de nuevo, y luego otra vez, intentando
digerir lo que decían en medio de las
emociones que lo estaban azotando por
dentro. Él era el padre de Sophie...
Aquellos papeles, los resultados de una
prueba de ADN de cabello, lo
demostraban. Los volvió a leer una y
otra vez, hasta que finalmente se
convenció de que no estaba soñando,
que aquello era verdad. «Los milagros
existen», le había dicho el médico, y era
cierto. Y sin embargo, cuando pensaba
en el modo en que había tratado a
Amanda, en cómo se había negado a
creerle, en cómo la había acusado de
haberle sido infiel. Sentía náuseas de sí
mismo. En ese momento oyó abrirse la
puerta del despacho. Se giró, y vio a su
mujer, que entró y cerró detrás de ella.
Lanzó una mirada al escritorio, al sobre
vacío, y luego lo miró a él.

—Así que lo has abierto —dijo.

—Sí, ¡pero desearía no haberlo hecho!

El corazón le dio un vuelco a Amanda.



Pero... ¡pero ese papel demuestra que Sop
—replicó.

— ¡Ya era mi hija! —dijo Edward


agriamente.​. —Aquí en mi corazón—
añadió llevándose una mano al pecho—,
estaba toda la prueba que necesitaba
aunque casi tuviera que
ocurrir una tragedia para que me diera
cuenta. Esto—mascullo señalando la
prueba de ADN—¡No significa nada!
Quiero que mi hija crezca sabiendo que
el amor que siento por ella viene de aquí
¡no de lo que digan unos papeles! —
Añadió enfadado, arrojándo los papeles
sobre la mesa—. He tenido
mucho tiempo para pensar mientras estaba
y te amare siempre —murmuró con la
voz quebrada por la emoción—.
Eres la única para mí,
y nada podrá cambiar eso jamás. Nada, ni
quiero con toda mi alma. Pero esto... ​-
dijo señalando los papeles—
esto únicamente pone en evidencia que
he sido un idiota por poner una barrera
más entre nosotros por culpa de mi
estúpido orgullo.

Amanda lo miró sin poder dar crédito a


lo que estaba oyendo.
— ¿Has dicho... has dicho que me amas?

Gabriel frunció el ceño, sorprendido no


sólo por la pregunta, sino también por la
emoción que había en la voz de ella y
asintió con la cabeza

—Ohh, Gabriel... —murmuró ella,


sintiendo que las lágrimas le nublaban
los ojos mientras daba un paso hacia él,
y luego otro, y otro más, hasta que llegó
a su lado y lo rodeó con sus brazos—.
Yo también... yo también te amo —hipó
sacudiendo la cabeza—. ¿Por qué
por qué has estado
rechazándome si tú también me amabas?
Levantó la cabeza para mirarlo, y vio
que las mejillas de él se teñían de rubor.

—Yo pensé que… aquella noche perdí


el control y…

—Los dos perdimos el control —lo


corrigió Amanda—. Y como resultado
de eso….—se quedó callada un
momento, como dudando—. ¿De verdad
me amas?

—Amanda, ¿cómo puedes dudar eso? —


contestó mientras la atraía hacia él y la
besaba.


Bueno, no es sólo por mí por lo que quiero
—respondió ella lentamente, escogiendo
las palabras.
— ¿Es por nuestra hija, entonces? —
inquirió él confundido—.
Sabes que la quiero muchísimo...

—No, no es por nuestra hija —dijo ella


—, pero te has acercado bastante —
añadió esbozando una sonrisa traviesa.

De pronto Gabriel abrió mucho los ojos


al comprender, y de su garganta escapó
un gemido ahogado antes de que
inclinara otra vez la cabeza para tomar
sus labios de nuevo. Aquel fue un beso
largo, un beso con el que él quiso
transmitirle la promesa de que las cosas
iban a ser distintas a partir de entonces,
y también la tristeza que inundaba su
corazón por el tiempo precioso que
habían perdido por su culpa, por
aquellos cinco años de separación.


Pero es imposible... no puedes estar emba

Amanda sonrió de nuevo.

—Lo estoy.

Gabriel sonrió enternecido y le acarició


la mejilla con el índice.


Bueno, desde luego éste es un cumpleaños
—dijo.
—Y todavía no ha acabado... —le
recordó ella,—¿Sabes eso que dicen de
que las embarazadas tienen antojos?
Pues yo sólo tengo uno... y eres tú, Gabrie
de hoy, ya sabes lo que quiero —
murmuró besándolo—.
Además, no querrás que tu hijo piense que
quieres a su madre, ¿verdad? —dijo
volviendo a besarlo. Sin embargo, él
interrumpió el beso y la miró
desconcertado.

— ¿Has dicho «hija»?


¿Cómo sabes que va a ser niña?

Ella se encogió de hombros divertida.


—No sé, llámalo intuición. Por eso
accedí a dejar a nuestra hija tuviera su
cachorro ahora.

— ¿Por qué pensabas que iba a ser una niñ


—No — replicó ella riéndose—,


¡Porque es mejor no tener dos bebés a la
vez!
36
Creía que habías dicho que era mejor no t
— Amanda levantó la vista de sus
preciosos gemelos, antes de mirar
divertida a su marido. Sus hijos habían
nacido con sólo diez minutos de
diferencia aquella misma mañana, y
después de haber llevado a Sophie al
hospital a ver a sus hermanitos y de
llevarla de nuevo a casa, dejándola con
la señora Clearwate. Gabriel había
regresado con ella.

—Y yo que creía que habías dicho que


era imposible que estuviera embarazada
—respondió, sintiendo que sus ojos se
llenaban de lágrimas emocionadas al ver
el orgullo en el rostro resplandeciente
de su marido.

Gabriel tomó su mano y le besó


suavemente los nudillos.


Sin ti este milagro no habría sido posible.

Amanda sonrió, cansada pero feliz, y su


mirada se poso en la tarjeta de
felicitación que Edward había puesto en
la mesilla, junto a la cama. Los niños
estaban despertándose y pronto
empezarían a exigir su alimento, pensó
ella mirándolos con amor de madre,
pero aún tuvo tiempo de inclinarse hacia
delante y demostrarles cuánto quería a
su padre con un beso.

FIN

También podría gustarte