Auschwitz Challenge Sesión 5 AMSTERDAM 2
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Ana. Era exigente y a menudo celosa... Teníamos caracteres totalmente opuestos. Sin embargo,
éramos como almas gemelas, no había secretos entre nosotras y tratábamos de imitarnos la una a la
otra (…) Volvíamos juntas del colegio... Hacíamos los deberes juntas. Ana era más estudiosa, pero yo la
ayudaba con las matemáticas, asignatura que no se le daba muy bien". Juntas jugaban al pimpón. Y
leían los mismos libros, sobre todo las aventuras infantiles de la escritora holandesa Cissy van
Marxveldt. "Nos permitían identificarnos con aquellas chicas que vivían en un mundo de libertad y
despreocupación (…) Lo pasábamos bien. Teníamos conciencia de estar viviendo en una época
complicada, pero no imaginábamos lo que ocurriría".
Etty y Ana. Dos chicas que no eran perfectas pero que dejaron en sus diarios un testimonio valioso para
las siguientes generaciones: si la vida de todos y cada uno de los seres humanos no es valorada en su
dignidad profunda, Auschwitz se repetirá una y otra vez en cada momento de la historia.
Vivamos esta etapa con profundo agradecimiento por las amistades que hemos tenido y tenemos en la
actualidad, siendo conscientes de que algo de nuestra identidad de ahora es fruto de estas relaciones
tan especiales. Caminemos por las calles de Ámsterdam de la mano de Etty, de Ana y de nuestros
amigos.
¡EUNTES!
https://www.youtube.com/watch?v=jJXGG51xWZQ&list=PLkEy-qCdeN7hL9ozz6Dx1bKC-21k6-YXf&index=23
Dos jóvenes de la delegación de Pastoral Juvenil de la diócesis, Uxía y Unai, nos ayudan a comprender
un poco mejor el conflicto bélico que enmarca los escritos de Etty y de otros contemporáneos suyos: la
Segunda Guerra Mundial.
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https://www.youtube.com/watch?v=OIdE9mrojiM&list=PLkEy-qCdeN7hL9ozz6Dx1bKC-21k6-
YXf&index=24
https://www.youtube.com/watch?v=ESJfqYf0Hy0&list=PLkEy-qCdeN7hL9ozz6Dx1bKC-21k6-
YXf&index=25
Propuesta orante
Paso 2. Haz un listado de nombres de tus amigos más importantes de la actualidad o de otros
momentos de tu vida. El número de amigos depende del tiempo que puedas dedicar a la oración en el
día de hoy.
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Amén.
https://www.youtube.com/watch?v=MHyaViabFEs&list=PLkEy-qCdeN7hL9ozz6Dx1bKC-21k6-
YXf&index=26
«¡Qué maravilloso es que nadie tenga que esperar un instante antes de comenzar a mejorar el
mundo!».
«No se nos permite tener nuestra propia opinión. La gente quiere que mantengamos la boca
cerrada, pero eso no te impide tener tu propia opinión. Todo el mundo debe poder decir lo que
piensa».
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«Toda persona tiene dentro de él algo bueno. La noticia es que usted no sabe lo grande que
puede ser. Cuando se puede amar, ¡Cuánto se puede lograr!».
«Es difícil en tiempos como estos pensar en ideales, sueños y esperanzas, solo para ser
aplastados por la cruda realidad. Es un milagro que no abandone todos mis ideales. Sin
embargo, me aferro a ellos porque sigo creyendo, a pesar de todo, que la gente es buena de
verdad en el fondo de su corazón».
«Lo que se hace no se puede deshacer, pero se puede prevenir que vuelva a ocurrir».
«No pienso en la miseria sino en la belleza que aún permanece».
«Quien es feliz hará felices a los demás también».
En cada una de las etapas te ofreceremos algunas pistas para que al final del itinerario puedas resolver
quién es el personaje misterioso de este Auschwitz Challenge.
INGREDIENTES
1. 300 grs. de carne vacuna cocida
2. 60 grs. de mantequilla
3. 60 grs. de harina
4. Caldo de carne
5. Sal
6. Pimienta
7. Perejil
8. Polvo de curry
9. Pan rallado
10. Huevo
11. Aceite de oliva
PREPARACIÓN
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Partiendo de la base de que ya tenemos la carne cocida, la añadimos a un bol junto con un huevo
batido y removemos hasta que se forme una masa. A continuación, vamos añadiendo poco a poco la
harina, espolvoreándola mientras seguimos removiendo toda la masa.
Cuando tengamos los tres ingredientes mezclados, calentamos en un cazo toda la mantequilla y
añadimos el polvo de curry, el perejil, la sal, la pimienta y el caldo de carne. En cuanto a cantidades, de
las especias se puede añadir una cucharada de café y, de caldo, dos tercios de un vaso de agua.
Dejamos que llegue a hervir todo el contenido y cocinamos durante un par de minutos. Durante la
cocción notaréis el olor que desprende, todo ese olor conseguirá dar un sabor muy especial y
condimentado a nuestras bitterballen.
Pasados los dos minutos, retiramos del fuego, esperamos a que se enfríe un poco y añadimos a la
masa, removiendo y mezclando todo lo mejor que podamos.
Una vez que todos los ingredientes se encuentran perfectamente compactados, tapamos el bol con
papel film y lo reservamos en la nevera al menos durante 8-12 horas, para que los ingredientes vayan
uniéndose.
Transcurridas las horas, sacamos de la nevera el bol y retiramos el film. Con la mano vamos cogiendo
porciones de la masa y haciendo bolas redondas de unos 4 o 5 centímetros, las pasamos por harina,
huevo y pan rallado y reservamos. Cuando terminemos con todas ponemos a calentar una sartén con
abundante aceite y vamos friéndolas de pocas en pocas, claro que esto dependerá de la sartén que
usemos, pero intentar no echar muchas a la vez.
Para presentar las bitterballen se suelen colocar en un plato junto con un cuenco con mostaza.
https://www.youtube.com/watch?v=nKw4iywMNkc&t=1s
3. Propuesta de lectura (Las páginas que el padre de Ana Frank retiró de su diario)
La primera censura al diario de Ana Frank la hizo ella misma, en el momento en el que supo que las
páginas que llevaba escribiendo durante cerca de dos años, contando la cotidianidad de su
ocultamiento de los nazis en el cuarto secreto de un edificio de Ámsterdam, Holanda, podían ser un
documento histórico.
La revelación llegó por una transmisión clandestina de radio. El ministro de Educación holandés, Gerrit
Bolkestein, exiliado en el Reino Unido, pidió a los ciudadanos que guardaran cartas, memorias y
cualquier evidencia escrita de la ocupación alemana en Holanda, que había empezado en 1940.
Al día siguiente, el 29 de marzo de 1944, Ana escribió en su diario: “¡Figúrate una novela titulada ‘El
anexo secreto’ cuya autora fuera yo! ¿Verdad que sería interesante? El mero título ya haría pensar en
una novela policial”. Un par de líneas más adelante llegó a una conclusión: “Diez años después de la
guerra, seguramente causaría un extraño efecto mi historia de ocho judíos en su escondite, su
manera de vivir, de comer y de hablar”.
Se comprometió con la tarea. Durante los siguientes seis meses reescribió 215 páginas, retomó desde
el principio el relato de cómo el grupo –compuesto por ella, sus padres y su hermana mayor, Otto,
Edith y Margot; los tres miembros de otra familia, los Van Pels; y un odontólogo conocido– terminó
viviendo en una casa oculta tras las paredes para evadir los campos de concentración.
Escribir para la historia y no para sí misma le impuso rigores que sus notas anteriores no tenían. Agregó
detalles literarios a la narración, omitió pasajes sobre las peleas con su madre, algunos comentarios
crueles, y gran parte del enamoramiento con el hijo de los Van Pels, Peter.
Se había percatado, escribió, como justificando esa edición de su propia historia, de que tenía
idealizado a Peter por su juventud. “Porque, en el fondo”, anotó también, “la juventud es más solitaria
que la vejez”.
Su caso era, sin duda, particularmente solitario. En el anexo secreto había consignado durante esos
años, a la par que el recuento de los sucesos de la guerra, su propia transición abrupta de la niñez a la
adolescencia, lo que se había roto y lo que había surgido de allí.
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Para abril de 1944, su diario era por momentos un manifiesto: “Por joven que sea, enfrento la vida con
mayor valor, soy más justa, más íntegra que mamá (...). Si Dios me deja vivir, iré mucho más lejos que
mamá. No me mantendré en la insignificancia, tendré un lugar en el mundo y trabajaré para mis
semejantes”.
En una entrada de un par de días después, sin embargo, Ana sucumbía a la autocrítica, y dudaba “muy
seriamente que, más tarde, alguien pueda alguna vez interesarse por las tonterías que vuelco en estas
páginas”.
Su relato era un péndulo entre el anhelo y el miedo, en ese terreno de incertidumbre sobre el que se
escribía la historia del Holocausto mientras sucedía.
Por eso, pese a las pretensiones de llegar a ser leída, al final el diario seguía siendo un dominio íntimo.
Uno del que, concluía a veces, nadie sería partícipe, ni siquiera su padre. “Todo cuanto me conmovía se
lo he ocultado a papá; nunca compartí con él mis ideales, y me aparté voluntariamente de él”, escribió
el 15 de julio de 1944.
Veinte días después, el 4 de agosto, agentes del servicio de inteligencia de la SS nazi entraron por la
trampilla del anexo secreto. Ocho meses después, el 12 de marzo de 1945, Ana Frank murió en medio
de los escalofríos de la fiebre tifoidea en el campo de concentración de Bergen-Belsen, en el norte de
Alemania.
Leer el diario fue la primera traición. En julio de 1945, Otto Frank, el único de los ocho habitantes del
anexo secreto que sobrevivió a los campos de concentración, recibió los papeles escritos por Ana con
el dilema de estar frente a las últimas palabras de su hija y, a la vez, ante una frontera de privacidad
que un padre no debería cruzar.
“Este es su legado”, le dijo Miep Gies, una de las colaboradoras que los ocultó, al entregarle las notas
que había encontrado tiradas en el suelo del anexo secreto tras la captura.
El Holocausto invirtió para Otto el curso natural, según el cual son los hijos los que reciben –y cargan–
la herencia de los padres. Fue él quien obtuvo de su hija esa memoria y ese peso.
Al principio lo rechazó. “No tengo fuerza para leerlos”, dijo en una carta a su madre, Alice Stern, del
22 de agosto de 1945. Pero, tal como leería tras un par de días de dudas en una de las reflexiones de
Ana, “el papel es más paciente que los humanos”.
Otto Frank decidió finalmente abordar los diarios y, en otra carta, escribió: “La Ana que apareció ante
mí era muy diferente de la hija que había perdido. No tenía idea de la profundidad de sus
pensamientos y sentimientos”.
Otto transcribió algunos apartes y los envió a familiares y amigos. Ansiaba una respuesta, alguien que
le dijera qué hacer.
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“Me preguntó qué opinaba, pero yo no opinaba nada, tenía 16 años”, dijo en una entrevista con el
diario El País de España Nanette Blitz Konig, una de las dos compañeras de clase de Ana que la vieron
en Bergen-Belsen.
“Tenía que decidir entre proteger la intimidad de Ana o su sueño de ser escritora”, dice a EL TIEMPO
Héctor Shalom, director del Centro Ana Frank en Argentina. La conclusión de Otto, de alguna forma,
fue transgredir ambos: la primera edición de El diario de Ana Frank, de 3.000 ejemplares y publicado
en 1947, fue una versión de la reescritura hecha por Ana tras escuchar la transmisión del ministro
holandés, pero incluyendo varios de los textos del diario original que ella había querido retirar, como
los que hablaban de sus sentimientos por Peter.
Otto Frank se reservó, además, sin mencionarlo, cinco páginas en las que Ana escribió sobre el
matrimonio de sus padres, con anotaciones como: “Para una mujer enamorada no puede ser fácil
saber que nunca ocupará el primer lugar en el corazón de su esposo, y mi madre lo sabía”.
Por varias décadas, el diario de Ana Frank fue eso, la memoria de una niña editada por su padre. El
testimonio del Holocausto reproducido en películas, obras de teatro, monumentos; protegido como
patrimonio de la memoria del mundo por la Unesco, pero también cuestionado por los revisionistas
históricos que, alentados por el paso del tiempo, volvieron sus preguntas sobre la autenticidad de los
textos.
Otto Frank se convirtió entonces no solo en portador de las palabras de su hija, sino en su guardián.
Emprendió causas legales contra aquellos que tildaron de falsos los diarios, y contra versiones que,
en su criterio, no respetaban el recuerdo de Ana, lo que lo llevó a enfrentarse con el escritor
estadounidense Meyer Levin y su interpretación teatral de la historia en 1952.
Las cinco páginas siguieron ocultas todo ese tiempo, hasta 1980. Pocos meses antes de morir, Otto
Frank le entregó su secreto a Cornelis Suijk, por entonces director del Centro Ana Frank en Estados
Unidos. Otto buscaba, según dijo Suijk al diario The New York Times para un artículo en 1998, “poder
decir honestamente que no tenía ningún material del diario en su poder”, en medio de una
investigación sobre la veracidad de este que se realizaba en Alemania.
Había un segundo motivo, agregó Suijk, una duda que había perseguido a Otto Frank desde el primer
día que llegaron a él los textos de su hija y que en el ocaso de su vida lo llevó a deshacer su omisión
silenciosa de cuatro décadas atrás: “Quería evitar el debate sobre si había hecho lo correcto al publicar
el diario de Ana en 1947”. Finalmente, en 2001, El diario de Ana Frank se publicó en su versión íntegra.
El papel, es cierto, es más paciente que los seres humanos.
El Holocausto se recordó más de lo que se contó. “El diario es uno de los pocos documentos escritos
en medio de la guerra”, cuenta Héctor Shalom. “Los sobrevivientes tardaron hasta 45 años en hablar.
No querían que sus hijos supieran tanto del horror que habían vivido”.
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Durante esos años de silencio, el diario de Ana Frank fue una ventana a ese pasado que no llegaba a
mostrar su cara más escabrosa. “El libro de Ana no se refería al Holocausto en absoluto. Se trataba de
esconderse”, lo describió Eva Schloss, sobreviviente de los campos de concentración e hija de la
segunda esposa de Otto, en una entrevista al diario The Guardian en 2013. “Eso no era nada nuevo
para mí. También me había escondido en la guerra antes de que fuéramos capturados. Pero nadie
quería escuchar mi historia”.
La empatía sigue cauces arbitrarios. Una de las razones por las que, 75 años después de su muerte, la
figura de Ana Frank sigue en el centro del imaginario del Holocausto es por la vocación a la fotografía
de su padre. Este hecho, señala Shalom, inusual para la época, convirtió a la muchacha en una de las
pocas personas de 1929 de las que se tiene un retrato de recién nacida.
Ana Frank ha trascendido, en parte, porque podemos verla, y porque lo que escribió, lejos de ser solo
un relato del Holocausto, terminó siendo la historia de las aspiraciones, los miedos y las tensiones
familiares de una niña. Tal vez, al final, aquello que la humanidad necesita para reconocerse no sea
solo el relato de una tragedia, sino la vida privada y cotidiana que sucede a la par de la gran historia.
Ambas partes constituyen el nodo del recuerdo; ese lugar de inmortalidad al que accedió Ana, y que ha
llevado a que algunos consideren que, pese a su muerte, llegó a cumplir su sueño.
Su aspiración, sin embargo, no era tanto que el mundo le reservara un lugar como estar allí para
ocuparlo. Con eso en mente, volvió a sus páginas cada tarde en el anexo secreto, sobreponiéndose a
su autocrítica mordaz, poniendo una palabra detrás de otra hasta las últimas que pudo escribir, el 4
de agosto de 1944, tres días antes de ser atrapada: “Y sigo buscando la manera de llegar a ser la que
tanto querría ser, la que yo sería capaz de ser, si… no hubiera otras personas en el mundo”.