Educacion Presencial y Usos de La Tecnologia, Una Triada para El Progreso
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Disponible en http://www.uib.es/depart/gte/edutec-e/revelec15/albert_sangra.htm
Con el objetivo de hacer llegar la educación a todo aquel que la necesita, aparecieron las
prácticas de educación a distancia. Estas prácticas han exigido siempre la existencia de un
elemento mediador entre el docente y el discente. Generalmente, este mediador ha sido una
tecnología, que ha ido variando en cada momento. Si históricamente nos referíamos al correo
convencional, que establecía una relación epistolar entre el profesor y el estudiante, con el
tiempo hemos ido introduciendo nuevas tecnologías que, por su coste y su accesibilidad, nos
permiten evolucionar en esta relación a distancia (Bates, 1995).
Si bien Wedemeyer (1981) expresa sus dudas respecto al hecho de que exista una verdadera
teoría de la educación a distancia, también es cierto que ha habido quien ha intentado
demostrar lo contrario: que ésta, o éstas, existen.
Basándonos en este concepto, observaremos que existe un cierto acuerdo para establecer tres
grandes bloques de teorías o, por lo menos, de intentos de teorizar la base de la educación a
distancia (Keegan, 1996):
Hace relativamente poco, Simonson, Schlosser y Hanson (1999) nos han permitido analizar la
comparación entre algunas de éstas, a la vez que nos ofrecen su visión particular.
Sin embargo, nos acojamos a la teoría que nos acojamos, siempre aparecerán unos elementos
en juego comunes en todos los casos. El primero de éstos es el objeto de cualquier sistema
educativo: el estudiante. El análisis de sus necesidades y de sus características específicas
(edad, nivel educativo previo, estatus social, disponibilidad de tiempo para el estudio, etc.) se
convierten en elementos absolutamente condicionantes que, en caso de no tenerlos en cuenta,
impiden definir cualquier modelo de educación a distancia mediado por alguna tecnología. De
hecho, hay quien objetaría que esto podría aplicarse a la educación en general, y así es. Sin
embargo, así como en la formación presencial o convencional (Tait y Mills, 1999), por regla
general, nos dirigimos a un grupo, sea éste homogéneo o no, cuando entramos en contextos
de educación a distancia el individuo ha sido analizado de forma segregada con respecto a su
grupo de origen, si lo hay.
El tercer elemento son los recursos que se ponen a disposición de los estudiantes para el
aprendizaje. Y ahí es donde aparece otro de los conceptos básicos: la interacción. Hablemos
de modelos basados en la autonomía o de modelos basados en la comunicación, en ambos
casos observamos que la interacción es considerada un efecto positivo. Se han analizado las
diferentes tipologías de interacción más habituales en las relaciones que se establecen en los
modelos de educación a distancia, llegándose a plantear modelos transaccionales (Moore,
1989), pero siempre se ha realizado este análisis en un contexto donde la comunicación entre
estudiantes y profesores era posible, pero no lo era entre los propios estudiantes si no
"rompían" con la distancia desde una perspectiva física.
Si hasta hace relativamente poco la educación a distancia era observada como una educación
de carácter compensatorio, a la cual estaban "condenadas" aquellas personas que no tenían la
posibilidad de asistir a situaciones de educación presencial, la emergencia del uso social de las
tecnologías de la información y la comunicación (Castells, 1997), conjuntamente a la
conceptualización de la educación como un proceso que se extiende a lo largo de la vida
(Delors, 1997), han hecho que la educación a distancia pueda considerarse en estos
momentos, y en algunos casos, como una alternativa real a la educación presencial, aunque
ésta no va a ser la tesis de este artículo.
Por otro lado, el uso intensivo de las tecnologías en las experiencias de educación a distancia
ha permitido una percepción más moderna de este tipo de educación. Y lo que si es cierto es
que la educación a distancia ha conseguido, gracias a la impagable ayuda de las TIC actuales,
superar uno de los obstáculos que, históricamente, habían impedido que se manifestara con
fuerza como un sistema educativo válido y eficiente. Estamos hablando de la posibilidad de
interacción entre los propios estudiantes.
Desde una concepción de educación basada en la idea de que el contacto entre el educador y
el estudiante es la única actividad fundamental que posibilita la educación, de base oral, con un
uso escaso de la lengua escrita; y pasando por la invención de la imprenta, que incluía un
tercer elemento, los libros, en la relación educacional, estamos llegando a un nuevo concepto
en el que el equipo y el trabajo colaborativo se valoran mucho, lo que refleja los cambios
sociales y la nueva fuerza de trabajo (Harasim et al., 1995): el aprendizaje en red.
Las redes tecnológicas permiten la interacción no sólo entre estudiantes, sino también entre
estos, expertos y fuentes de información para acumular conocimiento de manera progresiva y,
así, desarrollar habilidades. Los atributos del trabajo en red hacen hincapié en las
oportunidades y recursos disponibles para los estudiantes y los profesores. Éstos no están
limitados a causa de su situación geográfica: es fácil llegar a los expertos, ya que tenemos
acceso a las mejores bibliotecas y bases de datos en el mundo.
Un excelente ejemplo en este sentido son las redes de aprendizaje (Harasim et al., 1995 y
Salinas, 1999). Muchos de los aspectos tratados en el trabajo de estas redes son nuevos y no
se pueden alcanzar en sistemas educativos basados en la clase tradicional. A menudo, la
oportunidad que tienen varios miembros de un colectivo de participar activamente y con
frecuencia no es posible en un sistema cara a cara, que depende en gran medida de la
coincidencia de espacio y tiempo. Las nuevas oportunidades que caracterizan estas redes nos
permiten pensar en mejoras para asumir un nivel más elevado de conocimiento y en las
posibilidades de la interacción social.
Por otro lado, hay otras instituciones universitarias que, conscientes de la importancia
que el uso de las TIC puede tener para no quedar rezagados respecto otras
universidades, "impulsan" su uso entre su profesorado. Es lo que Bates (2000) ha
denominado el "imperativo tecnológico". A través de programas de promoción i/o
innovación, ponen a su disposición recursos para su experimentación y posterior
evaluación.
Finalmente, existen aquellas universidades que han optado por crear sus propias
versiones virtuales, mediante el establecimiento de fundaciones o empresas que van a
gestionar esos contenidos virtuales de forma independiente de la institución matriz.
Estos distintos modelos, que aquí son planteados como ejemplo, sin ánimo de
exhaustividad, identificar unas estrategias distintas respecto a su relación con las
educación a distancia y/o con la virtualidad.
Finalmente, algunas universidades observan esta situación como una gran oportunidad
para situar el uso de las TIC y el uso de la virtualidad como un elemento diferencial de
valor añadido, factor clave para la innovación y la mejora de la calidad educativa en sus
instituciones.
De ahí se deriva que, tanto los sistemas convencionales como los virtuales están
condenados a entenderse: la educación convencional no va a desaparecer, pero sí a
transformarse.
En este sentido cabe la reflexión sobre el hecho que los modelos virtuales no tendrán
éxito si se basan en intentar replicar los modelos presenciales. La clase magistral es
una clase presencial, y suponiendo que sea un buen recurso, que a veces lo será, no
puede "copiarse" en otro medio. Será necesaria una adaptación, que aproveche lo
mejor que ese medio ofrece y que, de esta forma, alcance los mismo objetivos
formativos que se plantearía una acción presencial. Es ahí donde la educación a
distancia y sus diferentes enfoques didácticos pueden realizar un importante aporte.
4.-Sujetos de investigación
En los últimos tiempos, un buen número de investigaciones han intentado hacerse eco
de las utilidades que la educación a distancia tiene para la mejora de la educación
presencial. Buena prueba de ello es observar como en la mayoría de revistas
especializadas, un importante porcentaje de autores son profesores de universidades
convencionales que están experimentando con sistemas de educación a distancia, ya
sea a través de modelos duales, mixtos o puros.
Por otro lado, en los últimos tiempos se están realizando recopilaciones de estudios de
casos que pretenden explicar el fenómeno de la virtualización de instituciones, tanto
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presenciales (Silvio, 2000) como a distancia . En este mismo sentido, en breve
aparecerá publica un estudio del International Institute of Educational Policy (IIEP) de la
OCDE, así como también se espera la publicación de una obra sobre la virtualización
realizada con la aportación de un número muy importante de personalidades del ámbito
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de la educación a distancia donde se analizan distintos casos reales .
"Sólo aquellos que se arriesgan a ir muy lejos,
T.S. Elliot
Sin embargo, y dado que se me ha solicitado específicamente que me refiera a los retos que
tiene planteados la educación a distancia, yo me atrevería a afirmar que son, con diferencia, los
siguientes:
a) Promover la accesibilidad
Una institución tan reconocida como el MIT aún se está planteando, varios
meses después de anunciarlo, cómo puede ofrecer sus materiales a la
comunidad académica internacional sin que se trate simplemente de poder
consultar una biblioteca más.
Todo eso debe ser compatible con un desarrollo personalizado del proceso.
Sin embargo, el reto es muy considerable. En algunas ocasiones, nos vamos a
encontrar ante vectores de signo muy opuesto.
f) La búsqueda de la calidad
6. Referencias bibliográficas
Harasim, L., Hiltz, S.R.; Teles, L.; Turoff, M. (1995) Learning Networks.
Cambridge, MA: The MIT Press.
Tait, A.; Mills, R. (Ed) (1999) The convergence of distance and conventional
education. London: Routdlege