Raul Courel 1996 LIBRO La Cuestion Psicosomatica
Raul Courel 1996 LIBRO La Cuestion Psicosomatica
Raul Courel 1996 LIBRO La Cuestion Psicosomatica
Raúl Courel
La cuestión psicosomática.
Estudio psicoanalítico sobre un tipo de perturbaciones orgánicas con
etiologías insuficientemente precisadas.
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El autor
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ÍNDICE
Prefacio 6
I.
FICCIONES PSICOGÉNICAS 8
1. El "dominio" de lo psicosomático. 8
2. La medicina de las ciencias modernas. 10
3. Algunos casos "psi". 11
4. Más allá de la fisiología: incidencia del símbolo. 13
5. La doble causalidad psicosomática en la antigua
medicina. 14
6. Nuevas palabras, viejos problemas. 16
7. La medicina positivista y las ficciones
explicativas. 18
8. ¿Enfermedades o protestas? 19
9. El malestar y la magia. 21
10. Una anatomía mítica y una fisiología de lenguaje. 22
11. No hay etiología del sujeto. 24
II.
LOS LÍMITES DEL DUALISMO 29
1. Preliminar. 29
2. Descartes: las cosas separadas. 31
3. Exclusión de goce y búsqueda de integración. 33
4. Lo inexplorado, la excepción y el deseo. 35
5. Los órganos: más allá de la neurosis. 37
6. Unidad imaginaria e Ideal del Yo. 39
7. El cuerpo es del significante, no del sujeto. 42
8. El dualismo estalla. 45
9. Necesidad de otra estética y topología. 48
III.
CUERPO, RED ORGÁNICA Y CAMPO DEL OTRO. 54
1. Acerca de la palabra "psicosomático”. 54
2. Funciones del cuerpo: el organismo como
desordenador de los órganos. 56
3. Órganos irreales y libido. 58
4. Sobre la unicidad imposible del organismo y la
diversidad de los órganos. 61
5. El organismo entre el sujeto, el goce y el deseo. 64
5
IV.
NUEVAS APERTURAS PARA LA PALABRA 79
1. ¿Es posible concebir a lo "psicosomático" como
síntoma en sentido psicoanalítico? 79
2. Fenómeno psicosomático, síntoma y goces. 82
3. Más sobre el deseo del Otro y el organismo. 84
4. Silencios e intervención psicoanalítica. 86
5. Intersecciones, vacíos y mitos entre disciplinas. 90
6. La inconsistencia subjetiva afecta al organismo. 92
7. De psicoanalistas y médicos. 95
8. Últimas puntuaciones. 98
PREFACIO
I
FICCIONES PSICOGÉNICAS
Hegel
1. El "dominio" de lo psicosomático.
Psíquico
Psiconeurosis │ Sexualidad │ Neurosis actuales
Somático
definiciones conceptuales de lo que se enuncia como sus extensiones, esto es, los universos que
refieren.
Anticipando dificultades creemos conveniente no partir del supuesto de que lo llamado
"psicosomático" alude a un dominio cuyo estatuto conceptual se encuentra ya afirmado.
Advertiremos que en el psicoanálisis, por ejemplo, es fundadamente cuestionable que bajo el
nombre de psicosomático pueda designarse un campo claramente delimitable.
Debido a las particularidades del terreno, avanzaremos de modo paulatino, comenzando
con observaciones y ejemplos concretos de la práctica médica en la actualidad. Será útil
considerar también algunas de las particularidades que asumió el tema en la medicina antigua,
todavía "libre" de los criterios de la ciencia actual, así como en los tiempos de las profundas
transformaciones que trajo aparejado el pensamiento moderno. Aludiremos, además, a algunas
investigaciones antropológicas que demostraron la incidencia de factores de orden simbólico
sobre la vida orgánica.
El paciente demanda del médico que atienda y alivie sus sufrimientos. Notemos que,
más allá de la variedad y heterogeneidad de los padecimientos que le son puestos delante, el
requerimiento de su intervención involucra siempre a un sujeto que le refiere sus quejas. Se
trata, por lo tanto, de dolencias que le llegan relatadas, de modo preciso o vago, seco o
sazonado, minucioso o desprolijo, en una versión siempre singular que alguien ofrece de su
padecer.
El médico asumió siempre la función de dar respuesta a estas quejas, aunque sus
características hayan variado según las culturas y las épocas. Desde el surgimiento de la ciencia
moderna, el desarrollo de las disciplinas biológicas fue transformando profundamente el
ejercicio de la práctica médica. Progresivamente, los recursos e instrumentos de ésta fueron
limitándose a los derivados de las ciencias biológicas, en las que se legitima, casi con
exclusividad, la medicina moderna.
Si bien es innegable que así se hicieron revolucionarios avances en la lucha contra las
enfermedades, las consecuencias en la medicina no involucran necesariamente progresos en
todas las dimensiones. Hay aspectos de la asistencia médica donde los beneficios no son obvios.
El médico actual ha disminuido, incluso dejado de lado, la atención a una serie de
padecimientos que no se presentan claramente definidos como orgánicos, sin ofrecer a cambio
indicaciones suficientemente estudiadas y fundamentadas para una atención alternativa.
En los cánones de la ciencia moderna, el médico se entrena en fragmentar y seleccionar
en aquello que se le presenta lo que se adecua a las lecturas clínicas consideradas legítimas.
Ellas privilegian cada vez más las evaluaciones que resultan de la yuxtaposición de los
exámenes posibilitados por los diferentes recursos de la tecnología médica actual. El médico
suele así abandonar, no siempre de buena gana, el anhelo de cubrir una franja más amplia del
espectro de realidades que el doliente ansía poner en sus manos.
Por otra parte, las rigurosas reglas de las ciencias y los procedimientos tecnológicos de
ellas derivados hacen necesario -por cierto con sólidas razones- que aceptemos el hecho de que,
finalmente, nuestro pensamiento no es capaz de abarcar sino parcialidades. En efecto, ningún
estudio o análisis exhaustivo podría avanzar sino de parcialidad en parcialidad.
Destaquemos que la vocación objetivante de las ciencias inclina a desconfiar de las poco
11
claras y fluctuantes impresiones o versiones que los pacientes brindan de sus malestares. Las
ideas, sensaciones, opiniones y sugerencias que tanto ellos cuanto sus familiares manifiestan,
resultan generalmente imprecisiones descartables para la claridad de los datos que el espíritu
científico exige.
Así, por ejemplo, por más exuberantes que sean los detalles con que un paciente que
padece cefaleas describe los malos ratos que pasa en la vida, dando especial énfasis a los
"dolores de cabeza" que le causan sus familiares, no es recomendable que el médico actúe a
partir de interpretaciones de tipo "psicologista" que atribuyen a estas circunstancias la causa del
referido dolor. La atención médica que se vuelque hacia estos resbaladizos terrenos correrá el
riesgo de descuidar la búsqueda de algún trastorno claramente objetivable en el plano orgánico-
biológico.
Parece de buena práctica que el médico proceda con el criterio enunciado. Al mismo
tiempo, sin embargo, es habitual entre los profesionales el reconocimiento de factores llamados
"psicológicos", aun cuando se carezca de definiciones precisas acerca de sus alcances ni de las
maneras en que deben ser encarados.
El panorama general que ofrece la moderna medicina es que cuanto más ágil ella se
torna en la explicación de las patologías del organismo a partir de los nuevos recursos
tecnológicos, más excluye de una atención sistemática lo que el paciente piensa o siente en
torno a su dolencia. Al mismo tiempo, se deja también de lado el interés por lo que piensan o
sienten las personas que rodean al paciente acerca de sus trastornos e incluso de su persona.
En resumen: cuanto más objetivada resulta la enfermedad en los cánones de las ciencias
conforme al proceder cotidiano de la tecnología médica, más ajenas parecen tornarse las
cuestiones subjetivas. Subrayemos, además, que las perspectivas y actitudes del mismo paciente
hacia los trastornos de su propio organismo, así como las que encontramos en su entorno social,
se tornan habitualmente consonantes con este modo de encarar las cosas. No por ello deja la
subjetividad, la propia y la de quienes le rodean, de estar comprometida en los pedidos que el
paciente dirige al médico. Tampoco deja éste de responderlos, en una amplia gama de
situaciones, con recursos que nada tienen que ver con los que las ciencias se hayan mostrado
capaces de enseñarle.
El médico sabe por experiencia que el buen trato, la actitud ora firme ora comprensiva,
las palabras justas, la mera presencia, la actitud accesible y el estilo personal, cumplen un papel,
a veces notable, en la evolución de un caso. El término "psicología" suele hoy referir entre los
médicos ese ingrediente, oscuro aunque ineludible, cuya entidad parece siempre escapar a una
determinación rigurosa.
Hace algunos años en un hospital, el jefe de la unidad de terapia intensiva, con gesto
preocupado, se dirigió a un joven psicólogo pidiéndole colaboración en la atención de una
paciente -a quien llamaremos Lucía- que padecía un estado de mal asmático que se prolongaba
ya por más de treinta y seis horas. El aumento del riesgo de un colapso cardíaco, correlativo a la
impotencia de los medicamentos, decidieron el ensayo de la instancia "psi". Era quizás el último
recurso antes de apelar al auxilio religioso.
El psicoterapeuta, con su mejor ánimo, puso manos a la obra. Lucía, en carpa de
oxígeno, era incapaz de diálogo, por lo que se optó en primer término por entrevistar a los
12
causas naturales... Las demás muertes tienen por origen una causa mágica o religiosa. En Nueva
Zelanda, los hechos de origen moral y religioso son los que sugieren al individuo la idea
dominante de que va a morir" (10).
Mauss hizo notar también que "el organismo de los australianos se distingue por sus
asombrosas facultades de recuperación. La parturienta vuelve inmediatamente a sus
ocupaciones, poniéndose en movimiento a las pocas horas; cortes de gran profundidad en la
carne cicatrizan con gran rapidez; en algunas tribus, es castigo corriente meter un cuchillo en el
muslo de la mujer o del hombre; las fracturas de brazo sanan rápidamente con unas simples
tablillas" (11).
Estas curas se producen siempre que la moral no esté afectada. Las investigaciones de
los etnólogos documentan profusamente casos de influencia de las acciones morales sobre lo
físico. "Gran parte de las muertes infligidas por magia
-observa Mauss en una de las sociedades que estudia- ... en el fondo son sanciones" (12).
Agreguemos que en estos procesos no están involucradas solamente las particularidades
del contexto cultural en que un trastorno orgánico sucede. Se comprueba que no hay maneras
completamente universales de sufrir daños orgánicos, considerando que cada sujeto padece sus
dolencias de modos originales y diferentes a los de otros. Por eso la atención a estas cuestiones
condujo a investigar más allá no sólo de la fisiología sino también de la antropología y de la
sociología. Las singularidades de cada padecer, las propias e intransferibles de cada sujeto, son
la materia escurridiza que considera el psicoanálisis. Ello, a la vez, no es ajeno a la cultura en la
que se impone la ciencia moderna.
Es claro que el organismo estudiado por la anatomía, la fisiología, la biología y la
semiología médica constituye un sistema en el cual el sujeto no es un dato que deba hacerse
presente. En efecto, como ya indicamos, el desarrollo del que han sido capaces estas disciplinas
requirió eliminar, en primer término, los errores o desviaciones en las observaciones e
interpretaciones de los hechos que podían causar las variadas impresiones, intuiciones o
emociones provenientes del paciente o del médico. Con esta perspectiva, era necesario excluir
todo pensamiento o argumentación que no fuera científicamente fundamentable.
La precisión tecnológica, incluso la contundencia terapéutica, con que la medicina actual
atiende las dolencias del organismo, hacen del sujeto una función vacía, preferentemente
reducida a la de mero informante, vehículo de datos sólo eventualmente útiles para esclarecer lo
que concierne a la enfermedad. Deberemos precisar más adelante en qué aspectos el cuerpo
humano no es reductible a un organismo biológico ni sus padecimientos subjetivos a tal o cual
enfermedad. El sujeto dejado de lado tendrá que ser resituado en esas consideraciones.
El particular alejamiento del actual sistema médico respecto de todo lo que escapa al
orden orgánico-biológico forma parte, según ya señalamos, de los efectos de la ciencia moderna
sobre la medicina. Notemos que no siempre lo orgánico fue encarado como un ámbito diferente
del anímico, como lo muestra la historia de la medicina. Si nos remontamos a Hipócrates (460-
377 a.de C.), descubrimos una permanente búsqueda de correlaciones entre lo "mental" y lo
"físico". Atento a las alternancias entre trastornos somáticos y psíquicos, describió, por ejemplo,
casos de locura que encontraban alivio en ocasión de la manifestación de una disentería (13).
Por otra parte, en la concepción médica de Aristóteles y de Galeno, que tuvo vigencia
15
hasta fines del siglo XVIII, primaba el concepto de una íntima unión del alma con el cuerpo. Es
lo que recuerda Jean Starobinski en su estudio sobre las pasiones (14). En esa época, las
perturbaciones del alma -llamadas "pasiones"- eran tenidas en cuenta en la higiene. Ésta, al
indicar las normas convenientes para una vida saludable, recomendaba que las pasiones fueran
bien administradas, así podrían ser beneficiosas para la salud. Se señalaba que si ello no sucedía
eran capaces de causar enfermedades.
Se pensaba que las pasiones intervenían como causas desencadenantes y que, junto a las
causas predisponentes tales como la constitución de los individuos, producían dolencias. Las
pasiones -enseña Starobinski- estaban íntimamente asociadas al calor y al frío. Se creía que la
cólera, por ejemplo, suponía un alto grado de calor, mientras que la alegría, un calor moderado.
El miedo y la tristeza eran consideradas "pasiones frías".
La idea era que las pasiones actúan sobre el corazón haciendo que se dilate o que se
comprima, no se tenía en cuenta sólo la relación con el alma, sino que se les concedía una
íntima solidaridad con el cuerpo, al punto incluso de situar en él sus orígenes. Aristóteles
pensaba que las bestias temerosas tenían el corazón grande y blando, mientras que las valerosas
lo tenían pequeño y duro (15).
Starobinski observa en la medicina aristotélico-galénica una concepción psicosomática
caracterizada por una suerte de doble causalidad. La Rochefoucauld le ofrece, en el siglo XVIII,
buenos ejemplos de esta duplicidad del modelo causal, en el que puede aparecer como causa sea
lo somático, sea lo anímico, según convenga a la lógica de la argumentación.
Este último autor afirma que "si examinamos la naturaleza de las enfermedades,
encontraremos que ellas tienen sus orígenes en las pasiones y en las penas del espíritu ... La
ambición produce fiebres agudas y frenéticas; la envidia produce ictericia e insomnio; de la
pereza vienen los letargos, las parálisis y la flojedad; la cólera produce sofocaciones, ebullición
de la sangre e inflamaciones del pecho; el miedo produce palpitaciones del corazón y síncopes;
la vanidad produce locuras; la avaricia, la tiña y la sarna; la tristeza, el escorbuto; la crueldad, la
piedra; la calumnia y las relaciones falsas han esparcido el sarampión, la viruela boba y el
púrpura; se deben a los celos la gangrena, la peste y la rabia. Las desgracias imprevistas han
producido apoplejías ... " (16).
Starobinski recuerda que La Rochefoucauld señalaba también lo inverso: las pasiones
tienen origen somático o humoral. "Todas las pasiones no son otra cosa que los diversos grados
del calor y de la frialdad de la sangre", afirma, para agregar que "los humores del cuerpo tienen
un curso ordenado y reglado, que mueve y que tuerce imperceptiblemente nuestra voluntad;
ellos ruedan juntos y ejercen sucesivamente un dominio secreto en nosotros, de tal modo que
tienen una participación considerable en todas nuestras acciones sin que nosotros lo podamos
saber" (17). Starobinski encuentra aquí, como él mismo señala, una medicina "psicosomática"
que responde a una concepción causal circular, donde el efecto se explica por una causa que
resulta ser, a su vez, efecto de lo mismo que causa.
Similares concepciones están implicadas en la célebre frase de Juvenal "mens sana in
corpore sano", que data de comienzos del siglo II. Es una máxima que todavía inspira a la
educación física, aunque hoy entra en conflicto con los nuevos ideales de alto rendimiento
deportivo, que han abandonado de hecho los principios de mesura y moderación como pautas
higiénicas convenientes.
Los objetivos de superarse a sí mismo y de lograr una producción física cada vez más
destacada conducen, como observa Marie Hélène Brousse-Delanoë en un artículo sobre los
deportes en la actualidad, a forzar los límites de posibilidades del organismo (18). Esta
tendencia coexiste con la proliferación de nuevas prácticas corporales como el jogging, la
16
expresión corporal, las técnicas de relajación, las artes marciales "suaves", etc. que, haciendo de
contrapeso, proponen una reconciliación con el equilibrio del cuerpo (19).
Retornando a las pasiones, el papel que se les concedía fue progresivamente reducido
bajo la imposición de los parámetros de las ciencias. Correlativamente, la vieja alma fue
paulatinamente relegada al solo campo de la religión, sin que por eso se abandonara la
consideración de lo propiamente anímico. El concepto que continuamos poseyendo de lo
humano, fuertemente arraigado en nuestra cultura, mantiene la solidaridad entre cuerpo y
espíritu. Por eso nuestra idea acerca de qué es una "persona" no parece haberse diferenciado
demasiado de la que tiene la religión. Al respecto, M. Mauss observaba que "nuestra noción de
persona humana es fundamentalmente una noción cristiana", haciendo notar, además, que es "a
partir de la noción de «uno» cuando se crea la noción de persona... en relación con las personas
divinas, pero también y al mismo tiempo, a propósito de la persona humana, sustancia y forma,
cuerpo y alma, conciencia y acto" (20).
No es extraño que estas categorías sean compatibles con el cálculo de la injerencia de lo
anímico en la "correcta" aprehensión objetiva de las cosas. En el espíritu de las nuevas
disciplinas y de sus criterios metodológicos estuvo desde el comienzo la preocupación por el
error que introduce el "factor humano". Ello cumplió y todavía cumple un papel en el estímulo
al trazado de nuevos dominios de investigación. La psicología nació y se desarrolló en este
contexto de pensamientos e inquietudes.
Señalemos, además, que el crecimiento de las diferentes disciplinas científicas se hizo
manteniendo al soma y a la psique en esferas separadas. De todos modos, la vieja unidad del
alma con el cuerpo se reeditará en los nuevos tiempos con otros términos, más acordes a las
nuevas concepciones. Ello parece formar parte de la esencia misma del tratamiento médico. Por
eso a menudo notamos que poseen plena actualidad las razones que situaron a Hipócrates como
padre de la medicina.
Desconfiando de las especulaciones e interesado en servir mejor a los enfermos, la idea
de Hipócrates era conducir a los médicos a prestar más atención a los hechos, dejando de lado
las interpretaciones y las prácticas mágico-religiosas. Fue bajo la influencia de su pensamiento,
por ejemplo, que la epilepsia comenzó a ser considerada una enfermedad "humana", en vez de
una dolencia sagrada producto de una posesión divina (21). A través de los tiempos, esa
perspectiva llegó finalmente a encontrarse con las de las ciencias modernas.
Desde Hipócrates en adelante, la medicina se inclinó hacia el examen cuidadoso y
exhaustivo del paciente, la conversación y el interrogatorio hábil, procurando relevar no sólo los
detalles concernientes a las quejas sino las circunstancias del comienzo del padecimiento y
también los hábitos particulares y condiciones de vida del enfermo (22). De este modo, el
criterio hipocrático apuntaba a establecer vinculaciones entre todos los factores que fuera
posible registrar. La parte debía así tomar su lugar dentro de una visión integral de la
enfermedad y del sufriente, con el propósito final de ayudar a los poderes regeneradores de la
propia naturaleza (23). Cabe observar que la medicina llamada homeopática no deja de basar
sus prácticas en estos principios.
Hipócrates recuerda al médico que su profesión debe valerse del rigor de las ciencias,
aunque sin abandonar el espíritu tanto naturalista cuanto humanista heredado de la época
clásica. La medicina continúa reconociendo sus principios en las concepciones hipocráticas.
¿Podrá eso ser modificado en el futuro?
17
Si bien un efecto del desarrollo de las ciencias sobre la práctica médica impulsa su
circunscripción al orden de lo científicamente fundamentable, en primera y última instancia se
requiere del médico que procure alivio o límite a los trastornos y malestares del cuerpo.
Subrayemos que la experiencia médica muestra que éstos son de una variedad y extensión tal
que no alcanzan a ser abarcados con exhaustividad por el saber de las ciencias. Allí asistimos a
la aparición de "ficciones explicativas" que intentan suplir lo que en rigor no se conoce.
Podremos comprobarlo fácilmente cuando el cuerpo es afectado por perturbaciones heteróclitas
cuyas causas no han sido determinadas con claridad.
Encontramos a menudo fenómenos somáticos que parecen "desordenar" tanto el campo
de los conocimientos científicamente aceptables como los criterios y conceptos fundamentales
que rigen en la medicina. En tales casos, debido justamente a que se trata de hechos que
perturban los parámetros médicos establecidos, se tiende a encararlos apelando a ideas que no se
corresponden con lo que está en juego. Suelen producirse así nuevas especies de conocimientos
que, en verdad, constituyen desconocimientos.
En una interesante y rica investigación realizada por Gerard Wajeman, nos informamos
que hacia mediados del siglo pasado, en una pequeña población de la Saboya llamada Morzine,
se extendió, principalmente entre sus mujeres, una curiosa "enfermedad" que llegó a trastornar
la paz de la región. Dolores epigástricos, luego convulsiones y alucinaciones de contenidos
místicos, conformaban algunos de los variados y a veces cambiantes ingredientes del frondoso
cuadro (30). Los pobladores pensaban que se trataba de posesiones demoníacas, aunque esa idea
no podía tener lugar en las concepciones de los médicos de la época, ya impregnadas del espíritu
positivista y, en consecuencia, nada proclives a conferir al diablo función efectiva alguna (31).
El positivismo se difundió en Europa en la segunda mitad del siglo XIX. El "Curso de
filosofía positiva" de Augusto Comte se conoció en 1830. Muchas ideas de esta obra mostraban
los criterios que se afirmaban entre los nuevos científicos. Se imponían el rechazo a la
metafísica y la confianza en las ciencias positivas como buenas bases para la fundación de un
nuevo orden.
La idea reformista de un reordenamiento estabilizador del mundo -según hace notar R.
Verdenal, historiador del tema- fue central en el edificio que Comte soñó. Con la revolución de
1789, las instituciones, leyes, costumbres, creencias e ideas en general, habían quedado
desquiciadas. Se hacía entonces necesario restablecer un primado espiritual, aunque ya no bajo
la égida de la religión sino de la ciencia. Por eso se trataba, en verdad, de convertir a ésta en un
19
8. ¿Enfermedades o protestas?
Detengámonos algo más en aquellos hechos. ¿De qué tipo de mal se trataba? Molestias
epigástricas, convulsiones y la apariencia de haber perdido la razón se acompañaban siempre de
reclamos, protestas y desafíos a la autoridad. La situación social se tornaba caótica. Los curas
eran acusados de negarse a realizar exorcismos y los médicos de prescribir medicinas inútiles.
¿Cabe catalogar a este conjunto de trastornos como "enfermedad"? Para los habitantes de
Morzine eran "posesiones" y, sin duda, deseaban ponerles fin, las "posesas" trastornaban el
orden familiar y comunitario. Wajeman subraya que con frecuencia las crisis se desencadenaban
con el coito, los maridos eran atacados y debían huir de sus casas (38).
La solución, en ese universo cultural, era esperada del exorcismo. Bajo el influjo del
positivismo, sin embargo, ese medio quedaba invalidado. Debido a que el médico positivista era
también un transmisor de las nuevas verdades, las creencias en el diablo -conforme muestra
20
9. El malestar y la magia.
10.
El dolor y el malestar son imperativos, no conceden al hombre la posibilidad de escapar
a la exigencia de atenderlos. Por eso el reclamo de alivio que el paciente dirige al médico no
puede cesar, aun cuando éste no disponga, entre todo aquello que le ofrece el desarrollo actual
de las ciencias, de los instrumentos para procurarlo. Hemos indicado que sobre el médico pesa
la exigencia de responder, ya sea con la ciencia o con otra cosa, mitigando el padecimiento.
Subrayemos que la radicalidad del requerimiento que le dirige el sufriente hace imposible su
abstención en este punto.
La expectativa de que el médico actúe llega al punto de que el reconocimiento mismo de
que él es efectivamente un médico se vería seriamente afectado si se excusara de hacerlo.
Notemos que la asunción de la función médica en una sociedad supone indispensablemente su
reconocimiento en el discurso colectivo. Las vías y requisitos por los que éste se produce varían
conforme a las épocas y a las culturas, aunque siempre el sello dado por la creencia en su
investidura es condición "sine qua non" de su ejercicio. En última instancia, la confianza en su
competencia consiste en un acto de fe que no se sostiene de otra cosa que de palabras.
Agreguemos que el crédito del médico no se apoya en forma absoluta ni necesaria en la
posibilidad de curar. David Spiegel, profesor en la Facultad de Medicina de la Universidad de
Stanford, recuerda lo siguiente: "El más antiguo principio de la medicina dice que «rara vez
curar, a menudo aliviar el sufrimiento y siempre consolar». En este siglo hemos tergiversado esa
tarea, muchos médicos creen que su labor consiste en curar en lugar de cuidar" (43).
Esta observación se inscribe en un alegato en pro del interés "humano" por los pacientes,
junto a la comprobación de que éste permite disminuir significativamente gastos en internación,
cirugía y otros, propios de la medicina tecnológica. No se trata, sin embargo, sólo de esto
último. Spiegel hace notar que "los norteamericanos, en su mayoría, mueren de enfermedades
crónicas y progresivas: trastornos cardíacos, infartos y cáncer. La cura es la excepción y no la
regla. Lo que esos pacientes necesitan es un cuidado de la salud" (44). Lo que allí se reclama no
es exclusivamente atendible en la perspectiva de la ciencia y de la tecnología, como perciben
cotidianamente los médicos a partir de que necesitan responder con eficacia a las situaciones
reales de los pacientes.
22
En el parto que describe Lévi-Strauss, una verdadera anatomía mítica sustituye a los
órganos que reconocen nuestras ciencias. El argumento de los cantos acompaña
progresivamente los pasos, dificultades y vicisitudes que enfrenta la parturienta. El shamán
proporciona el lenguaje en que todo se desarrolla. Nuestro autor escribe: "...es el pasaje a esta
expresión verbal (que permite, al mismo tiempo, vivir bajo una forma ordenada e inteligible una
experiencia actual que, sin ello, sería anárquica e inefable) lo que provoca el desbloqueo del
proceso fisiológico, es decir la reorganización, en un sentido favorable, de la secuencia cuyo
desenvolvimiento sufre la enferma" (51).
Notemos que el cántico procura anular las diferencias entre lo que hoy consideramos
orgánico y fisiológico y lo mítico. De esta manera, la enferma puede participar en la experiencia
del parto incluyéndose en las diversas dimensiones involucradas. Sin la intervención del sistema
de ideas que le ofrece sentido, todo lo que sucede en su organismo sería vivido por ella como
ajeno.
Es interesante señalar -conforme observa Lévi-Strauss- que los cánticos comienzan con
una descripción minuciosa de los acontecimientos que precedieron a la cura misma; por
ejemplo: detalles de las entradas y salidas de la partera en la casa de la enferma- y terminan no
con el parto en sí sino con el relato, también pormenorizado, de los hechos posteriores. De esta
manera se logra construir un conjunto sistemático, indica Lévi-Strauss, que incluyendo las
operaciones del cuerpo restablece finalmente un orden libre de trastornos (52).
En esta tarea, el ordenamiento simbólico -según mostramos- no vacila en aceptar
fabulaciones o ficciones, siempre que ellas aseguren la coherencia del sistema en que el enfermo
se representa a sí mismo y a su mundo. Las ficciones que el shamán introduce y desarrolla dan
por resultado que el organismo asuma un funcionamiento ordenado y sobrevenga la cura, en
nuestro caso: la feliz resolución del parto.
En relación a lo que nos interesa, la tesis general de Lévi-Strauss propone que los
procesos orgánicos están sujetos a ordenamientos y transformaciones cuyas estructuras son
concebidas en términos simbólicos. Por eso se considera a la cura chamanística como una
manipulación de ideas que conlleva una suerte de gobierno sobre la fisiología de los órganos
(53). Evidentemente, es la captura -representacional- del organismo humano en el campo del
símbolo lo que posibilita la eficacia de los cantos del shamán.
En los discursos de los psicoanalistas que se ocupan de las dolencias llamadas
psicosomáticas es frecuente encontrar el establecimiento de conexiones directas entre afecciones
orgánicas y "pensamientos inconscientes". Así se configuran, dentro del mismo psicoanálisis,
discursos donde -podría decirse- los órganos hablan. o bien "son hablados". Un ejemplo de esta
manera de articular lo somático en el terreno de lo psíquico lo ofrece Ángel Garma, al afirmar
que "en el inconsciente psíquico, descrito por Freud, se encontró el eslabón intermedio entre el
alma y el cuerpo" (54).
En los interesantes textos de Garma es difícil no hacer comparaciones entre su modo de
concebir el campo psicoanalítico y el que encontramos en el pensamiento chamánico. En ambos
casos, las ideas o teorías parecen operar como las propias de una anatomía mítica o de una
fisiología operando como lenguaje. Ello se corresponde con el concepto de Garma de que "todo
el proceso corporal tiene su lado psíquico y además de que el psiquismo constituye una
estructura, en la que se hallan incluidos todos los fenómenos corporales" (55).
Evidentemente, será necesario esclarecer los puntos donde las posiciones e
intervenciones de los analistas se parecen o diferencian de las chamanísticas. Por ahora
señalemos solamente que la medicina moderna conduce en dirección inversa a las recién
24
referidas. Respondiendo al espíritu del discurso científico, tiende a vaciar al organismo de toda
carga mítica o simbólica. La tecnología médica desconoce el papel simbólico que los órganos
tienen para el sujeto, actúa sobre un cuerpo "sin alma". Agreguemos que el sujeto, por su parte,
no es capaz de representar espontáneamente su organismo del modo en que lo hacen las ciencias
llamadas naturales. Sin embargo, aunque nada sepa de la anatomía "objetiva" de los órganos ni
de su funcionamiento, el sujeto no espera las conclusiones de las investigaciones anátomo-
fisiológicas para pensar su cuerpo; siempre imagina tanto su exterior como su interior, aunque
sus ideas disten de ser correctas.
Notemos que aun cuando las informaciones del sujeto sobre su organismo sean
objetivamente adecuadas, no se reconoce a sí mismo formando plena parte del cuerpo, el
organismo biológico le es esencialmente extraño. El sujeto, en relación a sus trastornos
orgánicos, suele reaccionar con tolerancias o intolerancias en algunos aspectos similares a las
que le provocan las ineludibles realidades ambientales que le rodean.
Se infiere de los conceptos de Lévi-Strauss que el sujeto percibe las perturbaciones de su
organismo como malestares indisociables de los pensamientos que les dedica. Sus
requerimientos al médico son coherentes con las ideas que tiene sobre ellos, con sus propias
opiniones, con sus criterios y supuestos, incluso con su sentido común y con sus prejuicios, no
sólo con los saberes válidos para las ciencias. El psicoanalista añade que la percepción que el
sujeto tiene de su cuerpo se asienta fundamentalmente sobre sus fantasmas inconscientes. Si
esto es así, es difícil para el enfermo estar de inicio en la mejor posición para evaluar
idóneamente las intervenciones médicas sobre su propio organismo. Aun cuando éstas sean
técnicamente erradas, es posible que el paciente se considere bien atendido y, a menudo,
temporariamente aliviado.
Destaquemos que los chamanes, tanto antiguos como "modernos", cuentan en general
con la disposición favorable de los enfermos a la curación. Éste parece ser uno de los
componentes del éxito de los tratamientos basados en la eficacia simbólica. La salud orgánica,
sin embargo, no constituye siempre una "preferencia" del sujeto. Es el caso, por ejemplo, de la
anorexia mental, tal como podemos observarla en la clínica diaria. No puede decirse que el
malestar subjetivo sea aquí coincidente con la disminución del funcionamiento orgánico
nutricio. Por el contrario, es la adecuada ingesta de alimentos lo que se presenta al sujeto como
intolerable.
El "hambre de nada" del anoréxico permite pensar a un sujeto que, además de no
identificarse con tendencia alguna al buen mantenimiento de su existencia biológica, se opone a
ella. Lacan, en el año 1938, en una intervención sobre el instinto de muerte, señalaba que "en el
dominio biológico, el hombre se distingue, en tanto que es un ser que se suicida" (56). Hacemos
notar, consecuentemente, que el malestar subjetivo puede a veces provenir de la salud misma.
La consideración de estos conceptos forma parte esencial de la aproximación psicoanalítica a
los malestares orgánicos y corporales.
Sigmund Freud había observado en su práctica la desaparición de sufrimientos
neuróticos como consecuencia de la manifestación de una grave enfermedad orgánica. "Un
padecimiento -escribía- queda entonces sustituido por otro y vemos que de lo que se trataba era
tan sólo de poder conservar cierta medida de dolor" (57). Freud estudió estos fenómenos bajo el
25
rótulo de "ventajas de la enfermedad", que señala un aspecto clave de la perspectiva con la que
el analista se aproxima a la enfermedad orgánica.
No hubo que esperar a que Freud notara en los neuróticos la sustitución de dolores
anímicos por dolores físicos para que se reconocieran relaciones entre ellos. David Kunzle, en
un estudio sobre el arte de sacar muelas entre los siglos XVII y XIX, observa que
"antiguamente, el dolor de muelas era considerado como el merecido castigo de un pecado de
lujuria, y hoy día, la ciencia médica nos advierte que la carie es consecuencia de nuestra
desenfrenada afición a lo dulce" (58).
La vinculación entre la sexualidad, la culpa y el dolor físico ofrece en los dolores de
dientes ilustraciones paradigmáticas. Siempre se vinculó la posesión de dientes y muelas al
poder y su falta a su pérdida. Desde que Adán mordió la manzana el dolor de muelas es el
castigo por excelencia. En correspondencia, fue clásico en la historia que se considerara a una
dentadura sin problemas signo de pureza o inocencia. "Dios recompensó a Moises dejándole
vivir ciento veinte años con la dentadura intacta", recuerda Kunzle (59).
Subrayemos que la verdadera novedad introducida por Freud no fue descubrir
vinculaciones entre las corrupciones del cuerpo y las morales sino, precisamente, el compromiso
del propio sujeto en el malestar, esto es, según señalamos: su propia complicidad con el dolor.
Desde Hipócrates en adelante, una firme inclinación a curar enfermedades es una
honrosa característica de la vocación médica, y no falta en quienes se ocupan de "lo
psicosomático". Tal como enfatizamos, difícilmente ello podría no ser parte de lo más propio de
la práctica médica, más allá de las influencias del positivismo. Diferentemente, en el ámbito del
psicoanálisis nos mantenemos alertas ante los riesgos del "furor curandi", poco recomendable
entre analistas. El propósito de sanar enfermedades, si bien no tiene por qué estar excluido de
las inclinaciones del psicoanalista, no es plenamente coincidente con el de escuchar al sujeto,
más cercano a la disciplina freudiana. La diferencia se vincula a otras, que existen entre la
medicina y el psicoanálisis, en las que nos detendremos más adelante.
Puntualicemos sólo que la cuestión psicosomática se presenta predominantemente en el
contexto de la medicina, no en el del psicoanálisis. En la línea de lo desarrollado, aun cuando
existan analistas que se ocupan de las dolencias así caracterizadas, se comprueba que el interés
por lo psicosomático es en verdad más próximo al espíritu del médico, preocupado por no dejar
nada de lado a la hora de vérselas con las complejas etiologías que afectan a sus pacientes. No
en vano se habla habitualmente de "medicina psicosomática", no de "psicoanálisis
psicosomático". En efecto, es propio del médico preguntar e interesarse por las enfermedades y,
en consecuencia, por sus etiologías, no por el sujeto.
En forma correlativa, podemos ahora decir que, en rigor, solamente puede pensarse en
términos de "patología" en el campo médico, no en el psicoanalítico. Esto es así debido a que no
hay -propiamente hablando- patologías ni enfermedades del sujeto. Tal es la conclusión que se
deriva necesariamente del concepto lacaniano de sujeto. En efecto, en sentido psicoanalítico -
conforme a las precisiones efectuadas por Lacan- no es correcto decir que el sujeto padece
enfermedades.
Observemos que, en rigor, el término "enfermedad" no pertenece al vocabulario de
conceptos específicamente psicoanalíticos, si aceptamos que al sujeto no pueden adjudicársele
enfermedades cabrá también afirmar que sólo hay etiologías de las enfermedades, no del sujeto.
Será coherente con los descubrimientos del psicoanálisis considerar al sujeto mismo como una
posible enfermedad, esto es, como una fuente ocasional o habitual de trastornos y
perturbaciones del equilibrio biológico. Lacan comparte con Hegel la idea de que el espíritu es
la enfermedad del animal. Este sujeto, que no aparece contrayendo enfermedades sino
26
Referencias bibliográficas.*
1. DSM-IV Draft Criteria, (Washington D.C., American Psychiatric Association, 1993), p. L:1.
2. Cf. J. Laplanche y J-B. Pontalis, Diccionario de Psicoanálisis, (Barcelona, Ed. Labor S.A.,
1971), p. 246.
3. Cf. S. Freud, "Las neuropsicosis de defensa", Obras completas, Vol 3, (Buenos Aires, Ed.
Amorrortu, 1992), pp. 50 y 51.
4. "Un nuevo milagro en Lourdes", La Nación, (Buenos Aires, 7/7/1989), p.3.
5. Cf. Claude Lévi-Strauss, Antropología Estructural, (Buenos Aires, Eudeba, 1972), p.151 y
ss..
6. Idem., p. 152.
7. Idem..
8. Idem., p. 151.
9. M. Mauss, Sociología y antropología, (Ed. Tecnos), p. 297.
10. Idem..
11. Idem., p. 295.
12. Idem., p. 298.
13. Cf. Julio De Mello Filho, Concepçâo psicossomática: visâo atual, (Rio de Janeiro, Ed.
Tempo Brasileiro, 1979), p. 13.
14. Cf. Jean Starobinski, "Le passé de la passion", Nouvelle Revue de Psychanalyse, Nº 21,
(Paris, Ed. Gallimard, printemps 1980), p. 52 y passim.
27
55. Idem..
56. Jacques Lacan, "El instinto de muerte", Intervenciones y textos, (Buenos Aires, Ed.
Manantial, 1985), p. 11.
57. Sigmund Freud, "El problema económico del masoquismo", Obras Completas, Vol. I,
(Madrid, Ed. Biblioteca Nueva, 1948), p. 1020.
58. David Kunzle, "El arte de sacar muelas en los siglos XVII y XIX: ¿de martirio público a
pesadilla privada y lucha política?, en Feher, Michel; Naddaff, Ramona y Tazia, Nadia
(editores); Fragmentos para una Historia del cuerpo humano, (Madrid, Taurus Ediciones, 1992),
parte tercera, p. 29.
59. Idem., p. 31.
*. Observación: todas las citas de textos no editados en castellano fueron traducidas a este
idioma por el autor.
29
II
LOS LÍMITES DEL DUALISMO
1. Preliminar.
siempre un psicólogo. Insistir en que la moderna medicina se afirma en las ciencias no implica
que ella misma lo sea. Esta diferencia, hoy obvia para todos, será, sin embargo, de las mayores
consecuencias para indicar qué le cabe al psicoanálisis en lo que a lo psicosomático se refiere.
La expresión "enfermedad psicosomática" requiere nuevas precisiones. No se trata sólo
de si su uso es legítimo en el psicoanálisis sino, además, de qué fundamentos científicos puede
tener su utilización en la nosología y en la práctica médica actual. La cuestión de fondo es si el
concepto es sostenible en el contexto de la ciencia moderna.
Lacan insistió en señalar que tanto el psicoanálisis como práctica cuanto el inconsciente
como descubrimiento son impensables antes del nacimiento de la ciencia moderna en el siglo
XVII. Descartes brindó la formulación filosófica de los principios en que esta ciencia se
constituyó y desarrolló (2).
Para comprender el importante cambio acaecido en aquella época es necesario tener en
cuenta que, hasta entonces, la validación del conocimiento era de hecho resorte de
argumentaciones silogísticas concordantes con los criterios que imponía la autoridad de la
Iglesia. Era el modo del medio-evo. Descartes promovió la idea de que estas vías no sólo no
resistían las pruebas de la razón, sino que resultaban insuficientes para generar certidumbres
sólidas en el sujeto. Encontraba necesario, en consecuencia, fundar el conocimiento y el saber
sobre nuevas bases. Esta fue la tarea a la que se dedicó, conforme enseña habitualmente la
historia de la filosofía.
Para concretar su propósito, Descartes encontró conveniente deshacerse de todas las
opiniones, creencias e impresiones que no fueran capaces de fundar conocimientos
satisfactoriamente certeros. Su interpelación al modo de conocimiento imperante lo llevó a la
única certidumbre que encontró inconmovible: la de que, en tanto era indudable que él pensaba,
él mismo debía, necesariamente, "ser". Es el cartesiano "cogito, ergo sum" (3) que indica el
lugar en el que el hombre moderno busca y espera encontrar la consistencia de su propio ser.
En cierto modo, se puede decir que Descartes fue no sólo el fundador de la filosofía de
la modernidad sino que permitió identificar aquello que en nuestro concepto de la neurosis
obsesiva hay de propiamente moderno. La impugnación esencial que barría desde la razón no
sólo los saberes acumulados sino sus propios fundamentos, situó a Descartes, de un solo golpe,
en el lugar del saber mismo, posición que el psicoanalista reconoce en el neurótico obsesivo.
El paso cartesiano cambiaba la perspectiva sobre las cosas invitando al hombre a buscar
su guía en un pensamiento cuyo método de construcción pasó a ser la clave. Si Descartes
afirmaba la consistencia de su propio ser en el pensamiento, es lógico que fuera fundamental
para él la producción de pensamientos indiscutibles. Así, sólo un pensamiento bien construido,
inspirado en el rigor de la matemática, podría ofrecer consistencia a un sujeto que apoyaba su
ser en el pensar.
Las consecuencias en la civilización fueron colosales. La importancia de las "reglas para
la dirección de la mente" cartesianas reside en que fueron una reflexión primordial, inédita,
sobre el conocer que sentó las bases de la ciencia tal como la concebimos hoy. En Descartes, la
corrección de los pensamientos depende de la claridad y distinción de las ideas, que sólo
posibilita el rigor de la matemática. Para eso ellos deben independizarse del cuerpo, vaciándose
de sus sensaciones, vivencias, inclinaciones, dolores, satisfacciones e insatisfacciones. Para
Descartes, según Lacan, "el pensamiento sólo puede errar en la medida en que en él se admiten
las ideas confusas determinadas por las pasiones del cuerpo" (4).
Lacan utilizó la expresión "falla epistemo-somática" para denominar "el efecto que
tendrá el progreso de la ciencia sobre la relación de la medicina con el cuerpo" (5). Hizo notar
también que esto no se resuelve "a nivel de la psicología del médico, con una pregunta que
32
refrescaría el término de psicosomático" (6). Lacan percibió ahí una "falla" introducida por la
ciencia en la consistencia subjetiva vinculada al cuerpo: las dolencias llamadas psicosomáticas a
menudo se corresponden con un fracaso del sujeto en afirmarse en el cuerpo.
Para avanzar conviene recordar otras facetas del pensamiento de Descartes.
Consideremos la premisa que concibe al sujeto del Cogito como resultado de un vaciamiento de
saber producido por el rigor de la duda cartesiana. Al destacar que el "Cogito" funda al "sujeto
de la ciencia" (7), Lacan extrae consecuencias de magnitud para situar correctamente al
psicoanálisis. Por esta vía se subrayó una íntima relación entre el sujeto en sentido
psicoanalítico y el concepto cartesiano que exige separar y diferenciar del cogito a todos los
saberes, incluyendo los referidos a sí mismo. El sujeto, se enfatiza, se reduce al mero acto de
pensar, distinguiéndose en su esencia de cualquier pensamiento o cosa, incluso del cuerpo. Del
sujeto de la ciencia sólo se puede decir, finalmente, que es "una cosa que piensa" (8), es la "res
cogitans".
En forma correlativa a que el "ser" del hombre es ubicado en el pensamiento, fuera del
cuerpo, este último, según Descartes, es "res extensa", sustancia extensa. Se origina así un
nuevo modo de concebir la corporeidad: su materia es puramente espacial. Lo propio del cuerpo
será entonces ocupar un lugar en el espacio. En cambio, su concepto acerca de la "cosa que
piensa" es que carece de propiedades espacializables o localizables en lugar alguno.
La idea de un sujeto sin cuerpo forma parte de las bases mismas de la ciencia moderna.
Es difícil no considerar que el sujeto del psicoanálisis, el mismo que Freud reconoció dividido,
es -según subrayamos- inherente a esta separación del sujeto pensante respecto de su cuerpo. A
esta "spaltung" o "rajadura" -destaca Lacan- "el psicoanálisis la detecta en su praxis" (9).
El pensamiento de Descartes condujo también a una nueva manera de encarar la relación
entre el saber y la verdad, necesaria para el desarrollo de una ciencia capaz de progresar. Se
requería dar a la verdad el carácter formal de una función lógica. La verdad debía constituir un
"valor", determinable exclusivamente en virtud de los procedimientos formales de la lógica
(función veritativa).
Como coronación de esta línea de pensamiento, en el psicoanálisis y con Lacan, el
sujeto fue pensado de un modo en que las cuestiones serían de lógica y no de "humores". La
circunscripción de la cuestión de la verdad al ámbito de la lógica es correlativa a la tajante
separación del pensamiento respecto del cuerpo y sus vivencias. En su texto "La ciencia y la
verdad", Lacan reafirma este criterio expresando lo siguiente: "Es por el lado de la lógica por
donde aparecen los índices de refracción diversos de la teoría con relación al sujeto de la
ciencia" (10).
Descartes afirmaba que "como no concebimos que el cuerpo piense de ninguna manera,
debemos creer que toda suerte de pensamientos que existen en nosotros pertenecen al alma"
(11). Planteaba, además, que así como los pensamientos pertenecen al alma y no dependen del
cuerpo, tampoco las cuestiones del cuerpo dependen del alma. Consideraba un error, por
ejemplo, atribuir el calor o el movimiento del cuerpo a alguna vinculación con el alma. Así, la
ausencia de calor y movimiento de un cuerpo muerto no se debe a la ausencia de aquélla, sino a
la corrupción de alguna de sus partes principales. El cuerpo, en realidad, es concebido por
Descartes como un "autómata", al modo de una máquina (12). Tenemos aquí en toda su pureza
al organismo tal como lo toman actualmente las ciencias que atraviesan el campo médico.
Cabe estudiar la perspectiva cartesiana y su radical diferencia con la propia de la
medicina aristotélico-galénica. Agreguemos que Descartes evidenció una posición teórica y
epistemológica más avanzada que las de muchos neurofisiólogos y psiquiatras actuales, que
piensan con modelos análogos al que permitió proponer que el cerebro genera el pensamiento
33
como el hígado la bilis. En el DSM IV, por ejemplo, cuyo borrador fue difundido por la
American Psychiatric Association en enero de 1993, se manifiesta que "el término «desorden
mental» infortunadamente implica la distinción entre desórdenes «mentales» y desórdenes
«físicos», que es un anacronismo reduccionista del dualismo mente/cuerpo" (13). Como se
comprueba, los autores revelan poseer, aunque ello no se exprese de manera consecuente en la
terminología, una concepción "psicosomatista" que podemos caracterizar como precartesiana.
El amalgama entre lo físico y lo mental, que desde la perspectiva de las ciencias hemos
calificado de precartesiano, no pierde arraigo en la psiquiatría de la actualidad. Sin embargo, ¿a
qué se debe que ello no se traduzca abiertamente en la nosografía mencionada?, ¿por qué el
"psicosomatismo" no adquiere vigencia explícita en la nomenclatura que integra la clasificación
misma? Surge otra pregunta: ¿por qué los autores del DSM IV utilizan un término que ellos
mismos consideran "infortunado" y "anacrónico"?.
Si estudiamos el problema con detenimiento, constataremos que si bien es difícil que un
médico, y especialmente un psiquiatra, niegue la conveniencia de una perspectiva
psicosomatista, ella muestra -en el plano que consideramos- un contrasentido científico.
Creemos reconocer aquí una de las más importantes consecuencias que la perspectiva cartesiana
tuvo en la medicina, lo sepan o no médicos, neurólogos y psiquiatras. El médico, cartesiano en
la medida en que fundamenta su accionar en las ciencias y sin poder serlo completamente en la
realidad de su práctica, enseña el brete en que se encuentra en la actualidad: él mismo dividido
por el discurso de la ciencia.
Lacan ofreció nuevas posibilidades de pensar la relación psique-soma, percibiendo la
necesidad de subvertir la representación habitual que tenemos del espacio. En esta tarea tuvo
utilidad la topología, que haciendo lugar a nuevos modos de pensar el cuerpo permitió
concebirlo de una manera diferente de la que corresponde a la "res extensa" cartesiana. La
consideración de la función del goce, por otra parte, fue central en la perspectiva lacaniana, al
punto que la sustancia del cuerpo fue concebida, según referiremos, en términos de sustancia
gozante.
Podemos ver cómo lo hace el mismo Descartes. Lo excluido parece retornar en sus
propios razonamientos exigiéndole una conexión entre el pensamiento y el cuerpo extenso.
Debido a que las exigencias del método hacen difícil aceptar la unión del alma con el cerebro o
el corazón, propondrá una forma de relación que enuncia así: "... el alma está verdaderamente
unida a todo el cuerpo ... porque el alma es de una naturaleza que no tiene relación alguna con la
extensión ni con las dimensiones o con las propiedades de la materia de que el cuerpo se
compone, sino solamente con todo el conjunto de sus órganos" (17).
Descartes no evita el concepto de que las cosas en su diversidad forman finalmente parte
de un mismo universo en el que todo se interrelaciona y complementa. De allí que tampoco
escape a la exigencia de un "eslabón perdido", que encontrará, curiosamente, en la glándula
pineal. Sus argumentos, no carentes de lógica, podrían ser caracterizados -parafraseando a
Hegel- como "astucias de la razón". El punto de unión -señala- debería ser "uno", puesto que las
imágenes dobles que provienen de los sentidos -dos ojos, dos oídos- deben juntarse en una antes
de llegar al alma (18).
Si la proposición de un campo llamado psicosomático quiere recuperar lo perdido en la
separación, moderna y cartesiana, de las sustancias, ¿sería razonable considerar también que el
mismo Descartes fue "el primer psicosomático" de nuestra época?. Es conocido que su salud fue
siempre precaria. Fue un niño débil y enfermizo desde la muerte de su madre, debida a una
pulmonía y acaecida cuando él tenía alrededor de un año de vida. Finalmente, Descartes mismo
muere de igual enfermedad. No faltarán quienes sostengan la hipótesis de que se trató de un
"psicosomático".
Tengamos presente que la aparición súbita de enfermedades en los hijos a las mismas
edades que ellas habían sido contraídas por sus padres, entre otros ejemplos, son materia de
frecuente atención en la clínica.
La marcada inclinación a salvar la brecha entre lo "psíquico" y lo "somático" generó
desarrollos teóricos de peso. Lacan se ocupó de la concepción órgano-dinámica de Henry Ey,
por ejemplo, que ofreció un modo de sortear los efectos del corte cartesiano incluyendo la
psicogénesis en una organogénesis más vasta, quedando las afecciones psíquicas reducidas a lo
que denominó "disolución funcional". Este último concepto postula la existencia de un desorden
orgánico como proceso generador de los trastornos psíquicos (19). El tema es de importancia
crucial debido a que el enfoque no sólo no pierde vigencia sino que parece consolidarse.
A propósito de la locura, Lacan hizo notar que el órgano-dinamismo desconoce que ella
"es vivida íntegra en el registro del sentido" (20). Si el campo del sentido es impensable sin la
dimensión del lenguaje, resulta clave el concepto que de éste se posea. Él piensa que el lenguaje
de ningún modo podría ser pensado como "un sistema de signos que duplique el de las
realidades, definidas por el común acuerdo de las mentes sanas en cuerpos sanos" (21). Su idea
es que el propósito de integrar lo psicogenético en lo organogenético implica el
desconocimiento de la naturaleza del lenguaje, a la vez que exige una forma de dualismo
psíquico-somático teñido por la aspiración a la reducción a una escala común.
Para el psicoanalista, la importancia que adquieren algunas ideas en las teorías proviene
de la posición subjetiva del pensador, no del desarrollo científico en sí mismo. Aquí le toca un
papel a la cosmovisión del teórico, a su filosofía, si se quiere: a su propia concepción del ser.
Lacan manifiesta: "Henry Ey asevera, con Goldstein, que «la integración es el ser»" (22).
La aspiración a la integración de aquello que en realidad no lo está es habitualmente
pensada por nosotros a la luz de las primeras conceptualizaciones de Lacan acerca del cuerpo,
en las que se producen avances de significación acerca de la función de la imagen en el infante.
Se ubicará allí la fuente de la representación del cuerpo como forma unitaria. Trataremos más
35
adelante este punto, que en la perspectiva lacaniana resulta un paso esencial para el estudio de lo
llamado psicosomático.
Merece subrayarse que la fórmula "la integración es el ser" expresa el ideal de la
medicina misma que, más allá de lo que pudiera parecer, no es coincidente con el propio de las
ciencias, proclive al análisis y fragmentación de sus objetos. El médico que, según ya
observamos, se inclina hacia la provisión de ficciones capaces de aliviar padecimientos, si es
necesario se vale de las producciones de los científicos que le son útiles a ese fin. No será él
quien muestre más interés en someterlas a una crítica conceptual rigurosa.
Antes de avanzar más, notemos que el término "psicosomático" suele ser aplicado por
los médicos a una variedad de dolencias cuyo conjunto, para ser abarcado, exige un gran
número de categorías. Del asma a la psoriasis, de la tos a la hipertensión, de la úlcera
gastroduodenal al vitiligo, de la tuberculosis a las alergias, etc. El componente lesional resulta
un indicador insuficiente, y debido a que es de definición no siempre precisa puede o no estar
presente.
En general, la "lesión" se diferencia de la "disfunción", y ésta de la "inhibición". La
primera tiene pertinencia anatómica y puede ser materia de estudio, por ejemplo, de la anatomía
patológica. La segunda tiene -evidentemente- pertinencia fisiológica, mientras que la tercera
puede ser situada, en sentido amplio, en los terrenos de la psicología. Agreguemos que el
término "inhibición" refiere un concepto del campo teórico freudiano.
Hechas estas salvedades, se constata que no falta el establecimiento de correlaciones y
cooperaciones. Freud observaba que los fenómenos histéricos conversivos, una vez instalados,
pueden dejar alteraciones somáticas transitorias, por ejemplo, un edema o una anemia (23). En
las alergias -se comprueba- generalmente no se encuentran lesiones anatómicas. Hay
"psicosomáticas" transitorias, las hay casi permanentes, las hay momentáneas y las hay
mortales; hay las que son tratables farmacológicamente o por otros medios y las que no lo son;
hay las que ceden a métodos sugestivos, las hay que no. Están las que se hacen presentes
periódica o esporádicamente, así como las que irrumpen en una sola oportunidad. Están las que
vinculamos con acontecimientos de la existencia y las que no parecen relacionarse con dato
histórico alguno.
Corresponde recordar que en la clínica psicoanalítica no es a nivel nosológico donde se
sitúa en primer término si un trastorno orgánico constituye propiamente un síntoma. El paciente
comunica malestares y trastornos que tienen diversos grados de alojamiento en la demanda o
requerimiento del que se hace objeto al analista. Ello es índice de cómo y hasta qué punto está
allí involucrado el sujeto, de manera que el trastorno resultará o no analizable -añadamos, "bajo
transferencia"- según si está instalado o es instalable en la demanda. Como se ve, la cuestión
diagnóstica en el psicoanálisis no es, en primer término, materia clínico-clasificatoria.
De todos modos, las cuestiones de denominación y clasificación son importantes en un
terreno donde se ha destacado lo ambiguo, confuso y poco delimitado. Es claro que la
calificación de "psicosomático" propone un nombre que refiere algo carente de casillero firme o
bien perfilado en el universo del saber. Precisamente por eso, puede decirse que responde, antes
que al conocimiento de su entidad singular, a la exigencia de que nada quede fuera de tal
universo. En esa tesitura, el primer paso es contar con un nombre, como sucedió en el siglo XIX
36
con la histeria. Sin embargo, ¿puede decirse que aquí la historia se repite?.
Cabe observar, a la hora de estudiar analogías, que el empleo de la denominación
"desorden mental" en el DSM IV, tanto como en sus predecesores, carece de respaldo en una
definición precisa. Leemos allí lo siguiente: "a pesar de que este manual provee una
clasificación de los desórdenes mentales, debe ser admitido que ninguna definición especifica
adecuadamente fronteras precisas para el concepto «desorden mental». El concepto de desorden
mental, como muchos otros conceptos en la medicina y en la ciencia, carece de una definición
operacional consistente que cubra todas las situaciones" (24).
En ese mismo texto, se agrega lo siguiente: "Todas las enfermedades médicas son
definidas en varios niveles de abstracción; por ejemplo: patología estructural (e.g., colitis
ulcerosa), presentación sintomática (e.g., migraña), desviación de una norma fisiológica (e.g.,
hipertensión), y etiología (e.g., neumonía neumocócica)" (25). Destaquemos que en la medida
en que es posible hacer lo mismo con el conjunto de lo denominable como psicosomático, nos
encontramos, como en otras oportunidades, con que las expresiones "enfermedad
psicosomática" y "enfermedad" a secas carecen de referentes diferenciados.
Insistimos en que todo aquello que cae bajo el apelativo de psicosomático parece tener
como característica común el hacer excepción a los saberes sobre el organismo considerados
científicamente válidos. Esta circunstancia confirma la idea de que el término psicosomático se
presenta en el lugar de una insuficiencia o fracaso del saber de las ciencias.
Es notable que estas dolencias, en un sentido "de excepción", lleven un nombre que
denota una característica que puede fácilmente ser atribuida universalmente a toda enfermedad
humana. Debido a que la paradoja no deja de ser enigmática, no nos extraña que los
psicoanalistas seamos convocados a ocuparnos del misterio. En efecto, es probable que sin esta
cualidad de "enigma", sea para el paciente, para el médico o para el familiar, no existiría para
nosotros "la cuestión psicosomática".
Conviene recordar que las palabras no están nunca aisladas sino que forman parte de
discursos. Ello incluye, obviamente, al nombre que damos a una disfunción o lesión orgánica
cualquiera. Destaquemos que es en ese nivel -en el discursivo- donde un trastorno del
organismo asume el carácter de una enigmática falla de nuestro saber.
Los psicoanalistas hemos desarrollado un sentido de cautela respecto a nuestros propios
saberes. Estamos advertidos de que la posición del analista no es la del sabio. Por eso, bien
podemos considerar que lo "inexplorado" del terreno psicosomático -teniendo en cuenta la
caracterización de Lacan- se vincula a lo inexplorado de nuestra propia posición en la
experiencia clínica. Ello se relaciona a que el psicoanálisis requiere indispensablemente de un
sostén en el nivel del deseo del analista.
Subrayemos que un analista, en cualquier materia sobre la que se consulte su parecer, no
dejará de indagar por el lugar que en el asunto ocupa el deseo. En efecto, la presencia de un
analista es habitualmente ocasión de preguntas por el deseo. No se trata sólo de qué se desea,
sino de quién y de qué modo el deseo entra en función. La idea de Lacan será que, desde el
instante en que el comportamiento de un órgano es objeto "de lectura", esto es, de
representaciones, interpretaciones y reflexiones -campo del significante- la dimensión subjetiva
del deseo está involucrada.
Desde las clásicas referencias de Lacan, en el seminario sobre los cuatro conceptos
fundamentales del psicoanálisis, respecto del deseo de Pavlov afectando las conductas de sus
perros, será difícil pensar una clínica de las dolencias que llamamos psicosomáticas sin tener en
cuenta el papel del "deseo del Otro". Veremos corporizarse a ese "Otro" en los más diversos
personajes: la madre del paciente, la esposa, el padre, la abuela, la hermana, el hijo, el médico,
37
el curandero, etc. No podrá el analista dejar de preguntarse por el papel del deseo del Otro y sus
características en cualquier evento que involucre al cuerpo o al organismo de un ser hablante.
Resaltemos ahora únicamente ese rasgo que parece habitual en un médico que se quiere
"psicosomatista": su anhelo de afectar, modificar o quebrantar una inercia orgánica mortífera,
yendo más allá de lo que los recursos tecnológicos derivados de las ciencias permiten.
Mencionemos también que los mismos médicos confirman que el "deseo" suele tener un papel
importante en las mejoras observables en los pacientes.
¿De qué modo incide el médico en la evolución de una enfermedad orgánica? Hay
acuerdo en que la sugestión puede tener valor instrumental. Asimismo, no se duda en conceder
al buen "amor" del médico hacia el paciente un papel positivo. En la conferencia dada en
Ginebra sobre el síntoma, Lacan observa que lo psicosomático "está en su fundamento
profundamente arraigado en lo imaginario" (26). Evidentemente, se plantean aquí cuestiones a
dilucidar.
A la hora de enfrentar el sufrimiento -hicimos notar- el espíritu psicosomatista de la
medicina no se priva de recurrir a aquello que promete alivio, sea la sugestión u otros recursos.
Comprobamos aquí una vez más que no es plenamente cierto que el cuerpo del que se ocupa el
médico sea estrictamente el organismo diseccionado por las ciencias, pura sustancia extensa.
Señalemos nuevamente que si bien la potencia curativa actual de la medicina, recibida de la
ciencia, está en deuda con Descartes, la medicina en su esencia misma no logra ser cartesiana.
Aunque el reconocimiento que el médico efectúa del organismo debe mantenerse en los
cánones de la observación científica, en su perspectiva general sobre el paciente, así como en las
decisiones que lo afectan, no opera desembarazándose de su "res cogitans". La simple
consideración de las cuestiones del cuerpo en términos de salud y enfermedad es ya un ejemplo.
Es conveniente no olvidar que en el acto médico opera el pensamiento de un cuerpo idealmente
sano. La salud posee, en primera instancia, el estatuto de un pensamiento.
Retomaremos este importante tema más adelante; ocupémonos previamente del cuerpo
conforme es tratado por Lacan en los comienzos de su obra. En sus primeros desarrollos le
concede una función central en la estructuración del mundo del sujeto, concibiéndolo en
términos de imagen. Ésta le ofreció el modo de precisar que el carril del ser humano, en los
rumbos que Freud enseñó, se aleja de la biología. En su texto titulado "La familia" (1938), por
ejemplo, se refiere a la pérdida de las regulaciones biológicas instintivas frente a la función de
un "complejo" que hace de la imago materna el factor dominante en el destete.
Lacan enseña allí que, a diferencia de lo que sucede en el animal, el funcionamiento
orgánico del hombre no se regula conforme a una sencilla fisiología natural; lo afectan de modo
no natural factores que desde temprano él sitúa en el campo de la cultura. Ello será ocasión -
según observa- de "traumas psíquicos" en los que podrían encontrarse, por ejemplo, las causas
de neurosis gástricas, anorexias mentales y toxicomanías orales (27).
La función del estadio del espejo merece ser recordada en su clásica definición: "... una
identificación en el sentido pleno que el análisis da a este término: a saber, la transformación
producida en el sujeto cuando asume una imagen" (28). Una relectura del clásico texto nos
recuerda la observación de Roger Caillois de que los fenómenos del mimetismo muestran al
organismo animal afectado por el espacio antes que por leyes de adaptación.
38
enseñanza, se había dedicado a mostrar la sujeción del registro imaginario al orden simbólico.
Tengamos presente también que los conflictos narcisísticos y objetales, de orden imaginario,
son característicos de las neurosis. Lacan consideraba, por lo tanto, que los trastornos
psicosomáticos no son construcciones neuróticas.
Añadamos, en la perspectiva de esta tesis, que mientras en las neurosis encontramos con
relativa facilidad la articulación entre los registros imaginario y simbólico, ello no sucede en los
trastornos que llamamos psicosomáticos. "Se trata -decía Lacan en aquel seminario- de una
relación que se encuentra siempre en el límite de nuestras elaboraciones conceptuales... Las
relaciones psicosomáticas se sitúan a nivel de lo real" (34). En resumen, su perspectiva en ese
momento era que se trata de procesos "auto-eróticos", que no juegan ningún papel en la relación
con el semejante, "exceptuados" -puede decirse- de vinculación con él.
Lacan puntualizó que no podemos saber cómo operan estos procesos autoeróticos a
nivel de los órganos (35). En su tercer seminario retomó el concepto de que se trata de
estructuraciones completamente diferentes a las neuróticas: "sin dialéctica alguna -manifestaba-
sin que ninguna interpretación pueda marcar su correspondencia con algo que pertenezca al
pasado del sujeto" (36). Al mismo tiempo, admitía la posibilidad de que, aun sin la mediación
que implicaría el pasaje por la dialéctica del Otro, en estos casos se produjeran "inscripciones"
directas sobre el mismo cuerpo.
Destaquemos, sin embargo, que en la medida en que en tales inscripciones puede
tratarse de un "conflicto", ellas están adscriptas a lo simbólico (37). La ausencia de dialéctica no
implica necesariamente la inexistencia de las complejidades y conflictos propios del mundo del
símbolo. Se encuentra ya allí la idea de Lacan de que lo psicosomático no es una estructura
simple o elemental, asemejándose, por el contrario, a un complejo jeroglífico.
Agreguemos que el concepto de una exclusión del autoerotismo de los órganos hacia
afuera del narcisismo no tiene por qué implicar una completa ausencia de conexiones entre
ellos. Apuntemos que Leclaire, comentando el texto de Freud "Introducción al narcisismo" en el
seminario de Lacan de 1953, manifiesta que los cambios en la erogeneidad de un órgano pueden
ser paralelos a cambios de las cargas libidinales en el Yo (38). En esa misma perspectiva,
recordemos que Freud vinculaba la excitación de una zona cualquiera del cuerpo con la
excitación sexual. Como se puede apreciar, los conceptos freudianos de libido de objeto y de
libido del Yo, así como el de narcisismo primario, deben ser considerados con detenimiento en
el estudio de estos temas. No avanzaremos ahora en esa dirección, centrándonos en otros
aspectos de la construcción del cuerpo en el campo imaginario.
Hemos señalado que el cuerpo es una unidad para el sujeto a partir de la función de la
imagen; agreguemos otras consideraciones. En su primer seminario, Lacan observó que, en
óptica, una imagen es definida por la correspondencia que guarda cada uno de los puntos que la
integran con otros tantos puntos del objeto representado (39). El establecimiento de estas
correspondencias -notemos- supone un campo de coordenadas en el que se verifica un punto de
perspectiva único y común a todo el conjunto. Según Lacan, estas ideas elementales son
aplicables a la constitución de la representación del cuerpo propio así como de la realidad del
"umwelt", y se verifican tanto en el hombre como en el animal.
Para establecer la diferencia entre ellos, es preciso tener en cuenta que en el animal
40
desde el comienzo todo apunta a la coincidencia entre el objeto real y la imagen (40). En el
hombre, por el contrario, nada se adapta de inicio. El símbolo acaba con la posibilidad de que el
campo imaginario se constituya en coincidencia con el de los objetos reales. Lacan se vale del
esquema de los dos espejos -que presenta también en su primer seminario- para mostrar el modo
en que la función simbólica interfiere y determina las adecuaciones e inadecuaciones entre lo
imaginario y lo real (41).
Allí se puede entender por qué, a diferencia de lo que sucede en el animal, las imágenes
que condicionan al hombre se construyen en la perspectiva de un punto que se ubica más allá
del terreno propiamente imaginario. Destaquemos que el punto de la perspectiva desde el cual
se constituye la realidad imaginaria del hombre es denominado por Lacan "Ideal del Yo", en
correspondencia -según él mismo señala- con el uso del término "Ich-ideal" por Freud.
En el tercer apartado de "El Yo y el Ello", el fundador del psicoanálisis había ubicado en
el Ideal del Yo a "la primera y más importante identificación del individuo" (42). Se trata allí de
una identificación con la instancia parental, caracterizada por no confundirse con la carga
libidinal del objeto. En efecto, Freud la refiere diciendo que "no parece el resultado ni el
desenlace de una investidura de objeto: es una identificación directa e inmediata (no mediada), y
más temprana que cualquier investidura de objeto" (43). Este concepto coincide con el de
Lacan: el Ideal del Yo está por fuera del espacio imaginario en el que se desarrolla la dialéctica
entre «innenwelt» y «umwelt».
El esquema de los dos espejos permite mostrar, además, que desde el Ideal del Yo el
sujeto -según indica Lacan- "dirigirá su mirada al espejo A para obtener entre otros efectos tal
espejismo del Yo Ideal" (44). Sin detenernos aquí, indiquemos que el Yo ideal es la imagen
inherente a las investiduras narcisísticas, función de las relaciones especulares con el semejante.
Allí podemos situar al Yo en tanto cuerpo, correspondiéndole como primera cualidad la
integridad, en la que habrá finalmente de asentarse la noción de salud. Efectivamente, a nivel
del Yo ideal el cuerpo es el cuerpo sano, representado como íntegro, afirmándose en él el ideal
mismo de salud.
En el sentido expresado, que un cuerpo sea sano supone que sólo puede ser uno, "no
dos", puesto que tal integridad se caracteriza por la continuidad espacial que la imagen ofrece.
Agreguemos que tanto el concepto de cuerpo como el de organismo son impensables sin partir
de la función unificante del "Uno". Es evidente que sin esta función la idea de homeostasis
orgánica carecería de sentido. El cuerpo sano, por lo tanto, es "uno", esto es: un "entero"; no es
lo fraccionario sino lo entero lo que cuadra al cuerpo en tanto sano. Se deberá recordar, al
mismo tiempo, que el cuerpo sano, concebido sobre el modelo de la referida continuidad
espacial, no se confunde con el organismo vivo que funciona homeostática y satisfactoriamente
o no.
Subrayemos que la función de la imagen conduce al concepto de una clara separación
entre cuerpo y organismo. Es en esta perspectiva que Lacan menciona el "poco acceso que tiene
el sujeto a la realidad de ese cuerpo, que pierde en su interior" (45). El narcisismo de la imagen
se ocupa de vaciar al cuerpo del autoerotismo de los órganos. En "El Atolondradicho", Lacan
escribirá que "el cuerpo de los hablantes está sujeto a dividirse de sus órganos" (46).
Inversamente, en la medida en que los trastornos orgánicos hacen presentes a los órganos, los
psicoanalistas nos encontramos con un retorno del autoerotismo excluido, único modo en que lo
orgánico es registrable en la especificidad de nuestra experiencia.
Destaquemos también, en correspondencia con el concepto de Lacan de que lo
psicosomático mantiene un profundo arraigo en lo imaginario, que la función especular no es
desdeñable en lo que concierne al "equilibrio" orgánico. La fase del espejo -ya lo indicamos-
41
marcada frecuencia estados gripales, resfríos y anginas, sin que la medicina pudiera sanarla. De
modo notable, estos episodios desaparecieron completamente luego de su divorcio y comienzo
de una nueva relación amorosa.
La misma analizante relataba que durante sus males de amor desarrollaba una obsesiva
búsqueda de la mirada del prójimo. Refería, por otra parte, que al quedarse sola encontraba
alivio para sus malestares corporales mirándose al espejo. El caso ofrece una buena ilustración
para considerar no sólo la intervención de la función de la imagen sino también de la del
significante y de la del goce.
Si bien se constata que el amor cura, no se trata de cualquier amor. Es clave en estas
circunstancias el lugar que el sujeto se ve ocupando en la perspectiva de su Ideal, en virtud de lo
cual a veces se hace necesario contar, para lograr la cura, nada menos que con el amor de Dios,
como en el caso de muchos "milagros".
Los ejemplos que enseñan la incidencia del Ideal pueden ser muchos y variados.
Consideremos el caso, que no carece de parecidos con los mencionados, de la muerte de una
joven deportista acaecida después de un accidente que la había dejado paralítica de los
miembros inferiores. Dedicada al perfeccionamiento de su cuerpo y al pulimiento de su belleza,
tanto su vida de relación cuanto el reconocimiento social del que gozaba giraban plenamente -
según ella misma afirmaba- en torno a sus atractivos físicos. Sumida en una profunda depresión,
contrajo una neumonía que empeoró irremediablemente hasta llevarla a la muerte.
Comentemos, a propósito de estos casos, que no hay razones para suponer que al
ocuparse de lo psicosomático Lacan prescindía de su concepto de que la experiencia analítica
requiere la consideración de tres registros: imaginario, simbólico y real. En el psicoanálisis se
comprueba que la integridad del cuerpo se desmonta o se restituye en virtud de un particular
anudamiento de estos registros, tema que será necesario retomar.
Hemos recorrido aquí algunos aspectos de la función de la imagen regulada por el
símbolo conforme a lo enseñado por Lacan mediante el esquema óptico de los espejos.
Señalemos ahora que este esquema, también conocido como "de los ideales de la persona",
resulta limitado si nuestra atención deja de focalizarse en la constitución del Yo y el narcisismo
para ocuparse de la determinación significante del sujeto en tanto deseante. Por eso Lacan dirá
textualmente de este esquema que "corresponde a un tiempo preliminar de nuestra enseñanza en
que necesitábamos desbrozar lo imaginario como demasiado apreciado en la técnica", para
luego indicar: "ya no estamos en eso" (48).
En la medida en que Lacan avanzó en la idea de que lo real pone un límite al alcance de
la palabra, el esquema óptico deja de ser apto para reflejar estos conceptos. Dirá más tarde que
ese esquema "no deja más esclarecida la posición del objeto a. Pues imaginando un juego de
imágenes, no podría describir la función que ese objeto recibe de lo simbólico" (49). Se trata
ahora, para lo que nos interesa, de que el despliegue de la teorización de Lacan acerca de la
índole del registro simbólico, pivoteada sobre el concepto de objeto a, resitúa y redimensiona
sus primeras concepciones sobre el cuerpo. Veremos así al cuerpo del estadio del espejo, que
había sido unificado bajo la operación del Ideal, fragmentarse bajo las "mortificaciones" que le
inflige el significante.
espacial. Esta continuidad presta soporte imaginario a su carácter unitario, dando la fisonomía
de su definición como "no-dos". Es sobre esta unicidad propia del cuerpo imaginario que el
lenguaje impone un sistema bivalente y divisorio, a la vez que de singularidades.
La incidencia del significante sobre la integridad corporal es, en esencia, introducción de
escisión, fragmentación y particularidad. Esta idea general debe ser situada en la base de lo que
el psicoanálisis lacaniano puede decir sobre lo llamado "psicosomático". Recordemos que la
calificación de psicosomático suele acompañar a la detección de singularidades que apartan al
cuadro somático del tipo de universalidad que caracteriza, por ejemplo, a una enfermedad
virósica.
Si bien en un comienzo los trastornos psicosomáticos fueron considerados por Lacan
fuera del marco narcisista de las neurosis, será de interés situarlos ahora en el ámbito de la
estructura significante. Éste es un paso obligado para precisar de qué manera lo concerniente al
sujeto puede ser allí tenido en cuenta. A medida que Lacan avanza en sus formalizaciones del
dominio del registro simbólico sobre el imaginario se vale, a propósito de las funciones que
operan más allá de las relaciones narcisístas u objetales, de conceptos como los de escritura,
número y rasgo unario. Esos desarrollos resultarán de valor para lo que nos interesa.
En el camino indicado, tienen una importancia central las elaboraciones del seminario
sobre los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. En su clase del 8 de abril de 1963,
expresa que "el sujeto, desde el momento en que habla, está ya implicado en su cuerpo por la
palabra. La raíz del conocimiento es este compromiso de su cuerpo" (50). Se percibe aquí la
importancia de revisar la índole de la brecha abierta por el dualismo cartesiano. Esta idea, sin
embargo, no implica que Lacan piense que los significantes y el cuerpo son las dos caras de una
misma moneda.
Nuestro autor hace la salvedad, por ejemplo, de que no se trata de que la totalidad de la
presencia corporal esté comprometida. Quiere allí distinguirse de Goldstein y de Merleau-Ponty,
considerando que ellos resuelven el dualismo mente-cuerpo haciendo de este último un alma
corporizada. Simultáneamente, no deja de reconocerles que conciben al cuerpo como algo
definitivamente irreductible a mecanismos puramente físicos; destaca, de todos modos, que la
fenomenología contemporánea no logra no hacer del cuerpo un revés de todas las funciones de
la mente (51).
Resumamos algunas de las referencias de Lacan sobre estas cuestiones. Pudimos
advertir que la función imaginaria introduce una diferencia entre el organismo y el cuerpo.
Vimos también a esta imagen corporal unificada prestándose a la identificación del Yo con un
cuerpo íntegro y sano. Hemos indicado, además, que esta posibilidad se constituye a partir de la
función del significante Ideal del Yo.
Tengamos presente que el orden del lenguaje y del símbolo es reconocido por Lacan
desde la primera época de sus enseñanzas. De modo somero, recordemos su utilización del
concepto hegeliano de la palabra como muerte de la cosa (52), así como su atención a
estructuras simbólicas trans-individuales como reguladoras de las alianzas, estudiadas por
Lévi-Strauss. Asimismo, hace a su consideración de la función del símbolo la concepción del
papel de la ley y el pacto en la estructura edípica. Agreguemos que las elaboraciones de Lacan
sobre el complejo de Edipo lo condujeron a privilegiar la función del falo como significante y la
polaridad falo-castración en la estructura del inconsciente.
Hemos referido aquí que el significante introduce una estructura divisoria y bipolar en la
unicidad del cuerpo imaginario. La experiencia analítica constata que en el registro subjetivo del
cuerpo como efecto de lenguaje, toma relevancia la polaridad falo-castración. En este nivel,
cada cuerpo se inscribe como provisto de pene o como carente de él, esto es: como fálico o
44
psicosomática, considerar que el significante opera en dos sentidos. Por un lado, concede o no,
en todo o en parte, tanto la propiedad como la posesión del cuerpo a alguien. Por otro lado,
regula las significaciones que éste o sus partes tendrán para nosotros. Es evidente que las
conversiones histéricas implican operaciones del significante en el segundo sentido, mientras
que trastornos orgánicos que suelen ser caracterizados rápidamente como psicosomáticos
pueden involucrar al significante interviniendo en el primer sentido.
Jean Guir ha llamado la atención sobre fenómenos de mimetismo en la clínica de los
trastornos psicosomáticos. El mimetismo -recordemos- fue reconocido por Lacan, teniendo en
cuenta las investigaciones de Roger Caillois, como un resultado de la incidencia sobre el
organismo del espacio mismo, no de una finalidad adaptativa propia del ser vivo. Lacan destacó
que, en el ser hablante, el espacio es representado y concebido conforme a condiciones propias
del discurso, tema que volveremos a tratar.
En los casos a los que se refiere J. Guir, se advierte la posibilidad de vinculación, a
través de conexiones simbólicas -más propiamente: discursivas- de un cuerpo con otros. En su
libro "Psicosomática y cáncer", expresa lo siguiente: "La inscripción psico-somática en el
cuerpo del paciente traza en definitiva la historia del cuerpo de otro, se trata con frecuencia de
un «polimimetismo», particularmente en el caso de fenómenos psico-somáticos cutáneos". Allí
mismo agrega: "El sujeto se constituye en el representante orgánico de una historia de los
cuerpos de su linaje, haciéndose eco de la «aberrante inscripción que consignan los significantes
de su filiación». El órgano afectado funciona como un órgano robado a otro ..." (58).
Guir observó casos de leucemia infantil que se manifestaron en ocasión del nacimiento
de un hermano. Consideró, a propósito de uno de ellos, que "las coordenadas significantes de
este nacimiento revelan la ausencia de un anclaje simbólico del sujeto en su linaje" (59).
Señalemos, a partir de esta referencia, que las perturbaciones que llamamos psicosomáticas
conducen con frecuencia a tener en cuenta la función del nombre propio.
Puntualicemos que para Lacan el nombre propio no es exactamente el nombre del
cuerpo ni el del organismo. En un campo diferente, él ocupa en primer término el lugar donde lo
que atañe al cuerpo resulta ausente. El nombre propio tiene la función, según leemos en Scilicet
2/3, "de designar al individuo, no como individuo, sino como alguien que puede faltar o
desaparecer: hecho para obturar los agujeros y dar la falsa apariencia de sutura, el nombre
propio sugiere al mismo tiempo el nivel radical de la falta" (60). El papel que puede tener el
nombre propio en los casos que nos ocupan no debe confundirse con el del Ideal del Yo, aun
cuando existan relaciones entre ambos. Sin duda estamos ante cuestiones que requieren dar
pasos cuidadosos.
LLamemos ahora la atención sobre el hecho de que Lacan puso énfasis, desde sus
primeras comunicaciones psicoanalíticas, en que la captura del ser viviente en el campo del
lenguaje implica pérdidas. No es posible captar lo fundamental en la incidencia del significante
sobre el cuerpo sin tener en cuenta este concepto, que da especificidad a la perspectiva del
psicoanálisis sobre la función del lenguaje y marca su diferencia con otras disciplinas que
también atienden a efectos del símbolo: la antropología, por ejemplo.
8. El dualismo estalla.
Demos precisión al estatuto de la vinculación del sujeto del psicoanálisis con el cuerpo.
Manifiesta Lacan: "El compromiso del hombre que habla en la cadena significante, con ... ese
46
cimiento del deseo..., no está en que el cuerpo en su funcionamiento ... nos permitiría explicarlo
todo por una reducción del dualismo del Umwelt y del Innenwelt, sino en que siempre hay en el
cuerpo... a causa de ese compromiso de la dialéctica significante, algo separado, inerte ... la libra
de carne" (61).
Hace a la captura del ser vivo en la estructura del significante que algo de la carne sea
separado y excluido. Destaquemos, respecto de cualquier trastorno somático, que es percibido
en primera instancia por el sujeto como algo separado de sí mismo, de manera que es posible
que una dolencia física sea sentida no sólo como pérdida de placer sino como aquella "libra de
carne" cuya entrega Shylock -en "El Mercader de Venecia"- reclamaba como pago de una
deuda. Una enfermedad, tengámoslo presente, bien puede considerarse un castigo.
El hombre está inexorablemente sujeto al sufrimiento de su cuerpo, no menos que el
animal, aunque sólo el primero es capaz de concebir sus dolores como castigos de los dioses. La
diferencia entre la enfermedad del humano y la del animal se esclarece notando que el primero
la representa en el campo del lenguaje, el animal, no. Por eso, el ser hablante la enfrenta en dos -
y sólo en dos- formas posibles: como padecimiento identificado o como padecimiento no
identificado. En el primer caso la enfermedad tiene nombre y constituye un elemento
significante del discurso, en el segundo, si bien no puede afirmarse que no sea ubicable en el
campo del discurso, su función no es estrictamente definible como significante.
Conviene aclarar que el concepto lacaniano de cuerpo no se reduce al de la imagen
especular que libera al sujeto de las vivencias anárquicas del cuerpo fragmentado. Afirmar que
el cuerpo ha sido capturado por el significante no implica, según ya señalamos, que se haya
convertido en un "doble" físico de la esfera mental o de los pensamientos conscientes,
preconscientes o inconscientes. En primer lugar, sólo indica que la integridad imaginaria del Yo
(moi) ha sido cortada y fragmentada. Este corte, fundamental en el concepto lacaniano de
cuerpo afectado por el significante, separa al sujeto de algo que será referido ya como objeto, ya
como goce.
Añadamos que la importancia que da Lacan al concepto freudiano de pulsión de muerte,
y a la metáfora del retorno a lo inanimado, indica que el "ser" propio del sujeto se instala en un
terreno diferente al de la vida biológica. La idea de Lacan, además, es que, para poder "ser", el
sujeto no sólo tendrá que entregar partes de su cuerpo, sino que deberá también desprenderse del
cuerpo todo (62). Cabe, eso sí, la salvedad de que el verbo "ser" sólo por un forzamiento puede
aplicarse al sujeto del psicoanálisis en tanto tal, resistente a identificarse con esencia alguna.
Notaremos que la conceptualización lacaniana, partiendo de la noción de una separación
esencial del sujeto respecto del cuerpo, se diferencia desde los fundamentos de pensamientos
psicosomatistas como el de M. Sami-Ali, por ejemplo, quien propone abordar estas cuestiones
desde una "epistemología analítica". Sami-Ali, en una posición diferente de la de Lacan, afirma
que "el sujeto es ante todo una totalidad psicosomática" (63). Recordemos que en el
pensamiento de Lacan la estructura de escisión que caracteriza al sujeto conduce a desestimar la
idea de que el psicoanalista pueda acceder a alguna forma de "totalidad". Si ello fuera posible,
no habrían inconvenientes para suponer que tal totalidad es "psicosomática".
Nos parece aquí necesario insistir en que la imagen tiene una función central en el
establecimiento de las relaciones entre el organismo y el medio. En lo que atañe a la imagen
corporal, ella se acompaña de la idea de un interior (innenwelt) y un exterior (umwelt) que se
encuentran e interactúan afectándose mutuamente. Podemos esbozar en estos términos un
primer modo de la representación biológica de tales relaciones, coincidente con la perspectiva
característica del psicoanálisis llamado del Yo. En esta corriente teórica, en efecto, se concibe al
Yo como un instrumento primario del viviente, útil a la adaptación y capaz, en consecuencia, de
47
mismo Yo: el Superyó o ideal del Yo (68). Todo en la experiencia analítica conduce al
encuentro de trastornos e interferencias que impiden dar cuenta de lo que atañe al humano en
términos de relaciones biunívocas o especulares.
Hemos podido entender por qué el término "psicosomático" sugiere una lectura dualista,
es decir, la perspectiva de una correspondencia entre dos planos, o incluso entre dos esferas.
Señalemos que, en términos topológicos, una esfera funciona de manera equivalente a una
superficie bilátera, en la que a cada punto de una cara corresponde un punto en la otra cara. Tal
correspondencia opera en nuestra cotidiana intuición del ser humano, en la que lo imaginamos
cuerpo y psique, distintos pero inseparables, paralelos a la vez que indivisos.
Hemos destacado también que la índole de la experiencia psicoanalítica nos sitúa en un
terreno de escisiones, asimetrías y separaciones que no se corresponden puntualmente con la
separación entre res cogitans y res extensa propia del dualismo cartesiano. En su seminario
llamado "Problemas cruciales para el psicoanálisis", Lacan relativiza la separación cartesiana de
las dos sustancias, manifestando no estar seguro de la ausencia de trama común entre ambas
(69). Un tiempo después, en su seminario "R.S.I.", este concepto adquirirá madurez en el
anudamiento de los registros imaginario, simbólico y real. Lacan afirma allí no sólo que "el
pensamiento no es sino la extensión" (70), también que "la cogitación permanece pegoteada por
un imaginario que está enraizado en el cuerpo" (71).
Es momento de tener en cuenta que son muchos los psicoanalistas que han puesto
énfasis en la existencia de una íntima solidaridad entre el pensamiento y el cuerpo. Recordemos
que alguien de la talla de Winnicott afirmó "que puede estudiarse la mente de un individuo en la
medida en que ella se especializa a partir de la parte psíquica del psique-soma" (72). Destacaba
así que no se debía distinguir entre la psique y el soma, aunque también puntualizaba que el
individuo "no siente que la psique esté localizada en el cerebro o en cualquier otro lugar" (73).
¿Cómo concebir esta particular conexión entre pensamiento y cuerpo? Será preciso extraer
todas las consecuencias de estas referencias, que imponen relativizar la oposición que habiamos
señalado, por ejemplo, entre las perspectivas de Lacan y de Sami-Ali.
Cuando Lacan afirma que el pensamiento es extensión, admitiendo la existencia de
trama común entre pensamiento y cuerpo, concibe a ambos como continuidades espaciales. Lo
pensado, tanto como lo pensable, es entonces representable como un espacio continuo.
Recordemos, además, que Freud, al separar al inconsciente, en el sentido radical del término, de
lo pensado y de lo pensable, lo concibió como un factor fundamental de discontinuidad en el
sentido. Podemos ahora, en consecuencia, subrayar que mientras la trama común que
constituyen pensamiento y cuerpo es representable como continuidad espacial, lo inconsciente
interviene allí como disrupción o interrupción de tal continuidad.
A partir de lo enunciado, comprobamos que Lacan conduce a revisar la idea de que la
ciencia moderna se apoya en la separación cartesiana entre pensamiento y extensión, para
proponer que allí encontramos una diferencia y división más fundamental: entre el inconsciente
y la representación como extensión. Este concepto aclara aspectos de la relación del sujeto del
inconsciente con el sujeto de la ciencia.
En lo que atañe a la cuestión psicosomática, percibimos la necesidad de avanzar en la
dilucidación de los diferentes modos posibles de incidencias inconscientes en las dolencias
referidas. Expresado de otra manera: se trata de esclarecer el alcance de las interferencias del
Otro (Otro como conjunto de significantes) en las funciones del organismo. Comprobaremos
aquí que las categorías cartesianas resultan insuficientes. "Ese campo del Otro", manifiesta
Lacan, "se inscribe en coordenadas cartesianas, en un espacio de tres dimensiones", pero
precisa: "no ya de espacio sino de tiempo" (74). Por el camino del corte introducido por el
49
las funciones sociales del discurso una analogía clínica con los fenómenos elementales en la
psicosis.
Será preciso avanzar también hacia un mayor esclarecimiento de la diferencia entre el
organismo, entendido como conjunto de órganos, y el cuerpo. Hemos considerado que en el
contexto del pensamiento de Lacan el término cuerpo no tiene un único sentido. Vimos que el
cuerpo especular es diferente del que experimentamos en nuestro interior; mientras este último
sólo es percibido fragmentariamente, el especular lo es en forma global y unitaria. Es evidente
que estas nociones, diferenciadas de la de organismo, no ocupan con frecuencia a los biólogos.
Lacan mostró que la pregnancia de la representación globalizante del cuerpo sostiene
una "nostalgia de la esfera", condición de posibilidad de la manera usual de imaginar la
homeostasis orgánica. De este modo, la función imaginaria inclina a médicos, biólogos y
muchos psicólogos a compartir la metáfora del "welt innen et um", que encontramos en las
ideas habituales que se refieren al organismo (80).
El recurso a las estructuras topológicas se impone también cuando es preciso tener en
cuenta realidades que se resisten a ser ceñidas por nuestro sentido común. Lacan destacó que la
superficie topológica con la que cabe concebir al organismo biológico es el toro, puesto que está
agujereada y atravesada por un espacio central que comunica y continúa al espacio exterior. Es
propio de una superficie tórica que no pueda ser abarcada de manera completa excluyendo al
exterior, como resultado de que el exterior -el "afuera"- se continúa en el "adentro" del agujero
central interior (81). Una consecuencia necesaria de esta observación es la imposibilidad de
tener el todo del organismo en la mano, esto es: de dominarlo.
Habíamos mencionado que Lacan piensa a la estética de modo diferente a Kant, que la
entendía como ciencia de los principios a priori de la sensibilidad (82). Esta concepción, según
referimos, fue objetada por Lacan, quien pensó que las formas de la intuición se constituyen en
el campo del discurso, siendo, en consecuencia, no "a priori" sino “a posteriori”, es decir:
contingentes. Por lo tanto, si los parámetros de nuestra conciencia no son universales, no es
conveniente postergar la tarea, propuesta por Lacan y siempre inconclusa, de "reconstituir para
nosotros la estética que nos conviene y que conviene a nuestra experiencia" (83).
Los fenómenos llamados psicosomáticos no parecen prestarse a una intelección
adecuada a partir de la representación de un organismo concebido esférico y homeostático.
Muchas remisiones de dolencias somáticas calificadas de espontáneas y las consideradas efectos
de sugestión, enseñan que el Psicoanálisis se encuentra en este campo con los límites de sus
propias categorías. Por eso se trata, en la línea de nuestra propuesta, de indagar en los principios
mismos de los que se parte.
Hemos querido dar énfasis a la idea de que todo en el modo espontáneo de intuir
predispone a desconocer, esconder o descaracterizar la incidencia del significante, quedando
nuestras representaciones conscientes capturadas sin crítica en el campo imaginario. Vimos que
allí se enraíza la estética que sostiene el dualismo mente-cuerpo, el cual fue entendido por Lacan
como una estructura de desconocimiento.
En el caso de los llamados fenómenos psicosomáticos, es claro que la consideración del
papel del significante requiere de las formalizaciones de Lacan más avanzadas. Pero no se trata
sólo de la utilidad de la topología, será también necesario considerar las operaciones del
lenguaje atendiendo a los desarrollos últimos de la lógica, que aporta conceptos claves para una
crítica de las nociones empíricas con que se orienta a menudo la clínica.
Lacan se valió del concepto de un objeto vacío de todo carácter representacional o
empírico (objeto "a") en el estudio del movimiento interno de la lógica, como se constata en sus
análisis del concepto de número y de nombre propio. Se apoyó, por ejemplo, en la idea
51
demostrada por G. Frege de que "no hay deducción empírica posible de la función del número"
(84). De este modo, la intelección del número debía desligarse de la intuición. Lacan refirió la
utilidad del concepto de número para encarar los fenómenos psicosomáticos. Reconocemos en
ello un aspecto de la búsqueda de una nueva estética capaz de dilucidar las especificidades del
campo que nos ocupa.
Referencias bibliográficas.
1. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro XI - Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis,
(Buenos Aires, Ed. Paidos, 1987), pp. 18 y 239.
2. Cf. J. Lacan, "La ciencia y la verdad", Lectura estructuralista de Freud, (México, Siglo XXI
Ed., 1971), pp. 341 y 342.
3. Cf. René Descartes, Discurso del método, (Madrid, Ed. Sarpe, 1985), p. 92.
4. J. Lacan, "Acerca de la causalidad psíquica", Suplemento de Escritos, (Barcelona, Ed. Argot,
1984), p. 67.
5. J. Lacan, "Psicoanálisis y Medicina", Intervenciones y Textos, (Buenos Aires, Ed. Manantial,
1985), p. 92.
6. Cf. idem..
7. Cf. Lacan, "La ciencia y la verdad", op. cit., p. 341.
8. R. Descartes, Meditaciones metafísicas - Las pasiones del alma, (Madrid, Hyspamérica,
1981), p. 37.
9. Lacan, "La ciencia y la verdad", op. cit., p. 340.
10. Idem., p. 345.
11. Descartes, Meditaciones..., op. cit., p. 102.
12. Idem., p. 103.
13. DSM-IV Draft Criteria, (Washington D.C., American Psychiatric Association, 1993), p.
A:7.
14. Lacan, "Psicoanálisis y medicina", op. cit., p. 92.
15. Idem.
16. Idem.
17. Descartes, Meditaciones..., op. cit., pp. 113-114.
18. Idem..
19. Cf. Henry Ey, P. Bernard, y Ch. Brisset, Tratado de psiquiatría, (Barcelona, Ed. Toray -
Masson, 1969), p. 74.
20. J. Lacan, "Acerca de la causalidad psíquica", op.cit., p.77.
21. Idem..
22. Idem, p. 68.
23. Cf. S. Freud, "Algunas consideraciones con miras a un estudio comparativo de las parálisis
motrices, orgánicas e histéricas", Obras Completas, Vol. I, (Buenos Aires, Amorrortu Ed.,
1986), p. 206.
24. DSM-IV Draft Criteria, op. cit., p. A:7.
25. Idem..
26. J. Lacan, "Conferencia en Ginebra sobre el síntoma", Intervenciones y textos, Nº 2, (Buenos
Aires, Ed. Manantial, 1988), p. 140.
27. Cf. J. Lacan, La familia, (Buenos Aires, Ed. Argonauta, 1987), pp. 31 y 32.
52
28. J. Lacan, "El estadio del espejo como formador de la función del yo tal como se nos revela
en la experiencia psicoanalítica", Lectura estructuralista de Freud, op. cit., p. 12.
29. Idem., p. 14.
30. Idem., p. 15.
31. J. Lacan, El Seminario - Libro VII - La ética del psicoanálisis, (Buenos Aires, Ediciones
Paidós, 1988), p. 171.
32. J. Lacan, El Seminario - Libro II - El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica,
(Buenos Aires, Ediciones Paidós, 1984), p. 148.
33. J. Lacan, El Seminario - Libro XI - Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis,
(Buenos Aires, Ediciones Paidós, 1987), p.p. 108-109.
34. J. Lacan, El Seminario - Libro II, op. cit., p. 150.
35. Cf. idem., p. 149.
36. J. Lacan, El Seminario - Libro III - Las psicosis, (Buenos Aires, Ediciones Paidós, 1985), p.
446.
37. Cf. idem..
38. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro I - Los escritos técnicos de Freud, (Buenos Aires,
Ediciones Paidós, 1981), p. 199.
39. Cf. idem., p. 190.
40. Cf. idem., p. 210.
41. Cf. idem., pp. 211-212.
42. S. Freud, "El Yo y el ello", Obras completas, Vol. I, (Madrid, Ed. Biblioteca Nueva, 1948),
p. 1199.
43. S. Freud, "El yo y el ello", Obras Completas, Vol XIX, (Buenos Aires, Ed. Amorrortu,
1992), p. 33.
44. J. Lacan, "Observación sobre el informe de Daniel Lagache: Psicoanálisis y estructura de la
personalidad", Escritos II, (México, Siglo XXI Editores, 1978), p. 301.
45. Idem., p. 297.
46. J. Lacan, "El Atolondradicho", Escansión 1, (Buenos Aires- Barcelona, Ed. Paidos, 1984), p.
26.
47. Cf. J. Lacan, "Conferencia en Ginebra sobre el síntoma", op. cit., p. 139.
48. J. Lacan, "Observación sobre el informe de Daniel Lagache: ...", op. cit., p. 303.
49. Idem., 304.
50. J. Lacan, El Seminario - Libro X - La angustia, (inédito), clase del 8 de abril de 1963.
51. Cf. idem..
52. Cf. A. Kojeve, La idea de la muerte en Hegel, (Buenos Aires, Ed. Leviatan, 1982), passim.
53. Lacan, "Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis", Lectura
estructuralista de Freud, op. cit., p. 118.
54. Cf. S. Freud, "Análisis fragmentario de una histeria", Obras completas, Vol. II, (Madrid,
Biblioteca Nueva, 1948), p. 527.
55. J. Lacan, "Radiofonía", Psicoanálisis - Radiofonía y Televisión, (Barcelona, Ed. Anagrama,
1977), p. 19.
56. J. Lacan, "La significación del falo", Lectura estructuralista de Freud, op. cit., p. 282.
57. J. Lacan, Radiofonía, Psicoanálisis - Radiofonía y Televisión, (Barcelona, Ed. Anagrama,
1977), p. 18.
58. Jean Guir, Psicosomática y cáncer, (Barcelona, Ed. Paradiso, 1984), p. 22-23.
59. Idem., p. 19.
60. "Le clivage du sujet et son identification", Scilicet 2/3, (Paris, Ed. du Seuil, 1970), p. 113.
53
61. J. Lacan, El Seminario - Libro X - La angustia, (inédito), clase del 8 de abril de 1963.
62. Cf. J. Lacan, "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano",
Lectura estructuralista de Freud, op. cit., p. 314.
63. M. Sami-Ali, Cuerpo real, cuerpo imaginario. Para una epistemología psicoanalítica,
(Buenos Aires, Ed. Paidos, 1992), p. 13.
64. J. Lacan, El Seminario - Libro IX - La identificación, (inédito), clase del 2 de mayo de 1962.
65. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro XXII - R.S.I., (inédito), clase del 14 de enero de 1975.
66. J. Lacan, El Seminario - Libro IX - La identificación, (inédito), clase del 2 de mayo de 1962.
67. S. Freud, "El Yo y el ello", Obras completas, Vol. 19, (Buenos Aires, Amorrortu Ed., 1984),
p. 27.
68. Cf. idem, p. 30.
69. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro XII - Problemas cruciales para el psicoanálisis, (inédito),
clase del 13 de enero de 1965.
70. J. Lacan, El Seminario - Libro XXII - R.S.I., (inédito), clase del 18 de febrero de 1975.
71. Idem., clase del 8 de abril de 1975.
72. D. W. Winnicott, "A mente e sua relaçâo com o psique-soma", Textos selecionados: da
pediatria à psicanálise, (Rio de Janeiro, Livraria Francisco Alves Ed., 1978), p. 410.
73. Idem., p. 411.
74. J. Lacan, El Seminario - Libro XII - Problemas cruciales para el psicoanálisis, loc. cit..
75. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro IX - La identificación, (inédito), clase del 9 de mayo de
1962.
76. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro XXII - R.S.I., (inédito), clase del 18 de marzo de 1975.
77. Jacques-Alain Miller, "La topología en la enseñanza de Lacan", Matemas - I, (Buenos Aires,
Ed. Manantial, 1987), p. 85.
78. Idem..
79. J. Lacan, "Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la `verneinung' de Freud",
Escritos - II, (México, Siglo XXI Ed., 1978), p. 150.
80. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro IX - La identificación, op. cit., clase del 7 de marzo de
1962.
81. Cf. idem..
82. Cf. I. Kant, Crítica de la razón pura, Vol. I, (Buenos Aires, Ed. Losada, 1979), p. 173.
83. Lacan, J., El Seminario - Libro X - La angustia, (inédito) clase del 9 de enero de 1963.
84. J. Lacan, El Seminario - Libro IX - La identificación, op. cit., clase del 28 de febrero de
1962.
54
III
CUERPO, RED ORGÁNICA Y CAMPO DEL OTRO
posibilidad de que lo sea en toda su extensión exige que no lo sea en cuanto a sus
significaciones potenciales. El DSM IV, si bien aspira a ser exhaustivo, omite la palabra
"neurosis" en la clasificación; tampoco acepta la entidad psicoanalítica "conversión histérica",
que cabría incluir en la categoría "desórdenes conversivos", que sí está presente. Evidentemente,
la ausencia de tales términos, de uso corriente en el psicoanálisis, supone la eliminación de las
significaciones teóricas correspondientes. Resaltemos que al conservarse la palabra
"conversivo", la exclusión referida, aunque deja de ser completa, logra suprimir la acepción
cabalmente psicoanalítica.
Las categorías psicoanalíticas cumplen la función, en última instancia, de indicar los
modos en que el sujeto del inconsciente está involucrado en los padecimientos o desórdenes de
los que se trata. Cabe la pregunta: ¿qué ventajas ofrece, en lo que al sujeto atañe, una
clasificación que no tiene en cuenta el modo en que interviene lo propiamente subjetivo? El
tema tiene sus bemoles, será conveniente considerarlo desde al menos dos ángulos.
Por una parte, es evidente que la exhaustividad del DSM IV deja afuera todo aquello que
aproxime a la dimensión subjetiva tal como la descubrió el psicoanálisis, aun cuando mencione
lo psíquico. Un simple análisis lexicográfico permite destacar que el término "desorden" ocupa
en más de un caso lugares donde "malestar", "sufrimiento" o la antigua expresión freudiana
"dolor psíquico" hubieran ofrecido precisiones no desestimables. Respecto de la categoría
"desorden somatoforme", nada en ella misma enuncia que se conceda valor psíquico al
trastorno, alejándose del propósito psicosomatista de ubicar lo "psíquico" a la par de lo
"somático".
Es cierto, por otra parte, que la referencia a lo psíquico nada asegura acerca de que el
sujeto en sentido psicoanalítico sea tenido en cuenta. Hemos señalado que la misma palabra
"psicosomático" hace existir una entidad allí donde sólo hay, en verdad, una separación o
brecha, es decir, una "nada". Sostenemos en este trabajo la tesis de que las terminologías
explícitamente psicosomatistas son utilizadas para ofrecer consistencia subjetiva en lugares
donde el sujeto no logra encontrarla. Por esa razón, los textos en que se afirma la integración
psique-soma suelen caracterizarse por la índole asertórica de sus enunciaciones, defendiendo
proposiciones generales o postulando la vigencia de criterios que suenan convincentes. Henry
Ey constituye, al respecto, un caso paradigmático.
"La integración es el ser", había manifestado Ey, según recordaba Lacan en su texto de
1946 "Acerca de la causalidad psíquica" (2). Ya referimos que Lacan discute allí los
presupuestos del órgano-dinamismo de Henry Ey, quien presentaba la llamada "medicina
psicosomática" como una concepción médica antes que como una rama de la medicina. El
concepto del reconocido psiquiatra era que el médico se ocupa de seres humanos antes que de
enfermedades y que, por lo tanto, la enfermedad no puede entenderse sino en la unidad del
organismo. Se trataba, en consecuencia, de hacer un todo con el organismo y la psique. La idea
es que "nada" se olvide, de manera que el sujeto encuentre palabras que le den consistencia de
"ser humano" ahí donde no puede reconocer nada de sí mismo.
En cambio, el psicoanálisis muestra un sujeto -el neurótico- que, cuestionado en su
propio ser, procura afirmar su entidad de sujeto de la manera que esté a su alcance. La cura
analítica misma sólo podrá llevarse a cabo si el sujeto se dedica a buscar su ser a través de la
palabra. ¿Qué "ser" puede encontrar por este camino?
Descartes esperaría conseguir algo a partir de pensamientos claros y bien articulados,
esto es, de palabras precisas o exactas. Lacan, por su parte, no se inclina a considerar que el
"parlêtre", el ser hablante, pueda obtener un "ser" cabalmente consistente de esa manera (3). En
esa vía, el sujeto queda en un atolladero, ya que es difícil que encuentre un pensamiento
56
suficientemente bien hecho y permanente capaz de sostener de manera estable su ser de sujeto.
El psicoanálisis condujo a la idea de que la clave no está en el hallazgo, o aun en el abandono,
de algún pensamiento fundamental, sino, dicho brevemente, en lo que sucede con el régimen de
satisfacciones del sujeto, incluyendo las que atañen al hablar mismo.
Algunos psicólogos se valieron del concepto de alexitimia para indicar dificultades en la
expresión verbal de emociones, considerándolas frecuentes en pacientes psicosomáticos (4). Si
se constatan en estas enfermedades detenciones o dificultades en el hablar o el decir, los
progresos en el conocimiento de estas dolencias requieren estudios rigurosos de la particular
función que cumplen en ellas la palabra y su ejercicio. Según Lacan, el sujeto en última
instancia no afirma su consistencia en un dicho particular sino en el acto que implica algún
decir. Queda por dilucidar el alcance que ello tiene tanto en la intelección cuanto en la atención
de las enfermedades psicosomáticas.
situar valores significantes en los que puede representarse y donde sostiene sus goces.
Evidentemente, el cuerpo que acabamos de definir no es el organismo que estudian las
ciencias, aunque resulta innegable que es el que cuenta para el ser humano, el hablante. Las
ciencias biológicas tendrán sin duda otras preocupaciones, a las que atienden ocupándose del
organismo, del que excluyen, según destacamos, lo atinente a la subjetividad y al goce.
Señalemos ahora que si las ciencias excluyen en la consideración del soma lo que atañe
al sujeto y al goce, dejan de lado los elementos que en la conceptualización lacaniana integran el
fantasma, cuya fórmula se escribe: $ a . En su propio terreno, Lacan entiende a la dimensión
del cuerpo como propiamente fantasmática, de modo que el psicoanálisis permite observar que
el organismo, tal como es abordado por las ciencias biológicas, está despoblado de las
"irrealidades" de lo fantasmático.
A los fines de una definición general de organismo, suficiente para lo que nos interesa
referir, entenderemos por tal, de modo coherente con las ideas de Lacan en su Seminario XI
("Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis"), a un conjunto de órganos
relacionados entre sí. Nada obsta para imaginarlos acoplados en cadenas y redes.
Lacan destaca en el texto mencionado que el organismo mantiene con los órganos una
relación conflictiva. Discute también el concepto de que la función hace al órgano, percibiendo
que el organismo vivo tiene siempre problemas para lograr que los órganos funcionen
ordenadamente. Hace notar que "en la escala animal existen numerosos ejemplos de casos en
que el organismo sucumbe ante el crecimiento excesivo, el hiperdesarrollo, de un órgano" (8).
Por su parte, los biólogos han comprobado que el ordenamiento armónico de las funciones, en
el sentido de una tranquila homeostasis vital y de un "buen equilibrio de la vida", no sólo no es
un estado primario del organismo viviente sino que tampoco es un estado obtenible como
absoluto.
Atender a la definición de un órgano por su función exige dar especificidad a la
acepción del término "función". En biología, la función no es otra cosa que las actividades
reales que el órgano efectivamente cumple. Es necesario quitar al término cualquier sentido
finalista; la actividad orgánica carece de objetivos propiamente dichos, sean éstos adaptativos,
vitales u otros cualesquiera. Consecuentemente, es preciso no identificar la repetición de
procesos orgánicos -los concernientes a la reproducción, entre otros- con "misiones" que los
organismos deberían supuestamente cumplir.
La inclinación a reconocer objetivos y finalidades en los comportamientos orgánicos
predecibles parece tener fundamentos en la subjetividad de los pensadores antes que en las
constataciones de la biología. El psicoanálisis ha reconocido en ello la marcada tendencia de los
seres hablantes a encontrar un fin ideal a todo movimiento. El concepto de que la función
biológica debe ser entendida como una actividad desprovista de finalidad se ve apoyado en la
comprobación de que, si relacionamos el conjunto de actividades de un organismo con un
supuesto fin -por ejemplo, de supervivencia- notamos que aquéllas desbordan en cantidad y
características lo requerido. Se ha demostrado que el funcionamiento orgánico no es económico.
En igual sentido, constituye un error suponer que las diversas actividades del organismo
tienden necesariamente a la integración del conjunto de órganos. No se trata sólo de que nada
sabe el hígado del riñón, ni el músculo del hueso. Los biólogos han comprobado que la
posibilidad de sobrevivencia y desarrollo de organismos más complejos, con funcionamientos
idealmente perfeccionados y más adecuados a las conveniencias del conjunto, depende de una
concatenación de factores entre los que cuenta la muerte o expulsión de partes orgánicas u
organismos más elementales.
La existencia de organismos complejos es el resultado de numerosas coincidencias
58
complementarias entre las particulares maneras de morir de otros organismos del mismo medio.
En biología, no es incorrecto afirmar que un organismo complejo es una bien orquestada
organización de las muertes de organismos más elementales que constituyen las partes de que
aquél se compone. Si así no fuera, el organismo complejo moriría. El cáncer ofrece el ejemplo
paradigmático: organismos complejos que no logran sobrevivir porque las células más
elementales que lo integran se resisten a morir. El caso es en este punto similar al de cualquier
enfermedad en la que microorganismos atacan al organismo. Es preciso que la bacteria o el
virus muera o se elimine para que el organismo recupere la salud.
Se percibe que el modo de acoplamiento de los órganos en un organismo exige ajustes
en la propia naturaleza de aquéllos, esto es: demanda forzamientos de las actividades de los
órganos individuales. Puede notarse que el orden del organismo mayor en alguna medida
desordena el funcionamiento de los órganos que lo componen. Lacan atribuye el ejercicio de
esta tarea al llamado instinto, del que señala: "es el modo que tiene un organismo de
arreglárselas de la mejor manera con un órgano" (9). Caracteriza, además, a la función del
instinto como una "moral" mediante la cual el organismo se torna amo o rector, en el sentido
biológico, de los órganos que lo forman, "desordenando" en algún grado, según señalamos, su
funcionamiento.
Destaquemos que la imposición de limitaciones a un órgano implica trabajo y supone
siempre un costo de energía. Si aplicamos a la formulación de este proceso las leyes de la
termodinámica, resaltamos que el establecimiento de un orden en el funcionamiento de un
conjunto de órganos implica necesariamente producción de desórdenes sectoriales y pérdidas de
energía. Enfatizamos que el sostén del orden biológico del organismo como todo genera
desórdenes parciales, concomitantes al mantenimiento de la homeostasis del conjunto.
Tenemos habitualmente resistencia a aceptar la idea de que la producción de desorden
sea inherente a la existencia de orden. Sin embargo, la consideración de desórdenes más allá del
orden, o junto al orden, constituye para nosotros una petición de principios para encarar los
trastornos llamados psicosomáticos. Conviene enfatizar, justamente, que las concepciones
llamadas psicosomáticas de la enfermedad hacen posible una visión ordenada de hechos
orgánicos que se presentan "desordenados".
Es preciso revisar incluso el concepto de que el desorden es opuesto al orden,
reconociendo una real continuidad entre ambos. Así, el desorden resulta una parte del orden,
idea coherente con la índole misma de la experiencia médica con estos trastornos: la naturaleza
frecuentemente imprevisible o incontrolable, más allá de su gravedad relativa, que los
caracteriza.
Contar con un concepto preciso y bien fundado de "órgano", como puede deducirse, es
crucial. Hemos atribuido, recordemos, el carácter de órgano a objetos -vivos o inanimados- que
no están ubicados en el campo circunscripto por la imagen corporal. Corresponde a esta idea el
concepto de Lacan de que el pecho materno forma parte del organismo del niño aunque no de su
cuerpo, ya que está adosado al cuerpo de su madre.
Subrayemos también que el dominio imaginario del cuerpo no perfila de manera estricta
un conjunto de partes primitivamente conectadas entre sí o que configuran lo que habitualmente
consideramos un mismo organismo. El acompañamiento del canto "que linda manita que tengo
59
yo...", que realiza el bebé con movimientos de su propia mano, tiene como antecedente la visión
del movimiento de la mano del prójimo. El control del movimiento es así efectuado en el plano
de la imagen, recayendo primeramente sobre la mano que es vista moverse, con independencia
de su dueño.
Situemos ahora en la perspectiva de estas observaciones la fórmula lacaniana de que la
libido es un órgano. En el Seminario XI, nuestro autor manifiesta que "la libido debe concebirse
como un órgano, en los dos sentidos del término, órgano como parte del organismo y órgano-
instrumento" (10). En ese mismo lugar, Lacan indica también que "este órgano es irreal".
¿Qué es un órgano irreal? Nuestro autor aclara que "lo irreal no es lo imaginario. Se
define por articularse con lo real de un modo que no podemos aprehender, y por ello,
justamente, requiere de una presentación mítica, tal como la nuestra. Pero ser irreal no impide a
un órgano encarnarse" (11). Sobre la base de este concepto es posible ampliar el alcance de la
noción de órgano más allá de la extensión habitual que solemos atribuirle. Así, adjudicamos el
papel de órgano a entidades muy variadas. Veamos, como ejemplo, el caso de una nena de tres
años que padecía una úlcera gástrica.
Sabemos que la secreción gástrica puede ser activada por estimulaciones producidas
desde el sistema nervioso central que, si son constantes, pueden provocar actividad gástrica
continuada capaz de producir lesiones. Respecto del ejemplo, el dato fundamental a tener en
cuenta es que la madre sufría un síndrome de ansiedad cuya nota central era una continua
verborragia. Como se puede anticipar -y así sucedió efectivamente- la úlcera remitió cuando
aquella mujer, tranquilizada, pudo detener el literal bombardeo de palabras a que sometía a su
hija, de quien se ocupaba permanentemente.
¿De qué índole es la incidencia de la verborragia materna sobre el estómago de la nena?
El caso se presta a considerar que no son las significaciones de aquello que la madre dice lo que
tiene el peso principal. En su lugar, la materialidad propia de la repetida estimulación sonora
parece ofrecer la razón clave. Es innegable, sin embargo, que tal estimulación no existiría sin
que hayan existido previamente operaciones de lenguaje.
Notemos que la voz, si bien ella misma no es propiamente significante, no es separable
de éste en el aspecto en que no es identificable como tal sin lenguaje. En este nivel, y en un
sentido muy especial y restringido, el lenguaje mismo puede ser pensado como un órgano, irreal
aunque acoplable a órganos reales. La irrealidad del lenguaje puede considerarse así como un
vacío que se introduce disruptivamente en las cadenas de relaciones entre los órganos reales.
Destaquemos, en el caso mencionado, que la concomitancia del hecho de la voz con la
actividad de la mucosa gástrica se produce dentro del conjunto de relaciones entre la madre y su
hija. Se constata, en efecto, que la úlcera es aquí simultánea a la singular verborragia que la niña
enfrenta en el seno del sostén imaginario global que encuentra en una madre muy próxima y de
presencia constante.
Se percibe la diferencia con un síntoma conversivo. En este último caso, la remisión
hubiera requerido el desmontaje de las significaciones involucradas, o mejor: del goce fijado en
ellas. Si supusiéramos algún goce en la úlcera, ¿de qué se trataría? No es correcto identificar las
sensaciones del trastorno orgánico con el goce del síntoma en sentido psicoanalítico, que
implica adhesión libidinal a una fantasía eventualmente formulable o sustituible en el discurso.
Una interpretación significante opera en este segundo plano, no en el del trastorno ulceroso en
tanto tal.
En los casos de conversión, además, la cura del síntoma sobreviene tras un recorrido
siempre limitado en el campo de la palabra. Así, decimos que un síntoma es traducible en
palabras cuya extensión no es necesariamente grande. Esta situación concuerda con el hecho de
60
sino, llegado el caso, algo concerniente al vínculo. Al mismo tiempo, es un hecho que la
producción de sentido puede incidir sobre los órganos no sólo para trastornar sus equilibrios
sino para provocarlos.
Hemos mostrado que la representación del cuerpo implicada por la noción de una
globalidad unitaria requiere valerse del concepto de una polaridad "interior-exterior". En efecto,
si el cuerpo se presenta como una imagen que goza de unicidad, es aislable y se diferencia de
aquello que lo rodea. También destacamos la necesidad de superar la concepción que concibe al
organismo como un cuerpo, apoyándonos en la perspectiva biológica que piensa al organismo
como un conjunto de órganos no aislable ni ubicable en una polaridad taxativa de adentro y
afuera.
Topológicamente, señalamos, representar al organismo como un interior aislable y
opuesto al exterior es homeomórfico a la esfera. Llamamos la atención sobre el hecho de que el
organismo tiene la estructura topológica del "toro": un tubo que muestra no una separación sino
una continuidad entre el interior y el exterior. Eliminando la separación tajante entre interior y
exterior vimos disolverse la posibilidad de englobar a un conjunto de órganos en la unicidad de
un organismo solo.
Insistamos una vez más en que la idea de unicidad del organismo no proviene de la
realidad misma de las cosas -donde no se verifica- sino de las categorías de nuestro
pensamiento. De modo que somos nosotros quienes definimos a un conjunto determinado de
órganos como "un" organismo. La noción de integridad orgánica resulta, por lo tanto, un efecto
del discurso.
La idea de "unidad" antecede lógicamente a la definición de organismo, el que sólo a
partir de ella puede ser "uno". Contrariamente, la idea de un conjunto abierto de órganos, que no
conforma unidad aislable alguna, supone que sean al menos "dos", nunca "uno".
En el Seminario XX ("Aun"), Lacan se refiere a una supuesta "unidad ratera" (15). Se
trata de una ironía, porque no existe unidad ratera, ni perruna, ni gatuna, salvo para los seres
hablantes en el campo del lenguaje. Basta comprobar, por ejemplo, que los perros funcionan
como parte de una jauría, sin que nada impida considerar que ésta es tan un organismo cuanto el
perro mismo. Por esa razón son fácilmente domesticables, funcionando como parte de la familia
como organismo mayor que los incluye.
En verdad, un perro puede integrarse a una familia mucho más armoniosamente que sus
componentes humanos. La clínica ofrece testimonios de que el sentimiento de pertenencia
familiar choca con la imposibilidad de identificarse plenamente con ella. Los seres hablantes,
marcados por el "uno", a diferencia del animal, poseen un grado de singularidad que los hace
inevitablemente díscolos e inadaptables a las regulaciones generales del conjunto.
Consideremos ahora que un órgano bien puede ser una máquina. ¿Qué es una máquina?
En sentido amplio, el concepto permite incluir objetos que no tendemos a considerar máquinas.
Evidentemente, será fácil coincidir en que un riñón artificial es una máquina, sin embargo, no
estamos preparados para conceder que "una carta" lo sea, tampoco que una frase cumpla tal
función, o incluso que la presencia de alguien lo haga.
En el Seminario XVII, Lacan muestra que un pequeño dibujo puede ser una máquina
(16), observando que no se debe confundir una máquina con una herramienta. No hay
63
genealogía de la pala a la turbina, afirma allí (17). Su concepto es que una máquina es, en última
instancia, una articulación de significantes. De esta manera, y en principio, nada impide que un
escrito pueda también ser considerado una máquina.
¿Puede un "escrito" ser un órgano, sin confundirlo con la tinta? La verborragia de una
madre posee, entre otras cosas, la materialidad del sonido. ¿Es legítimo concebir la ulceración
como la escritura de esa verborragia en el estómago?. Debemos reconocer que expresiones de
esta naturaleza dan por soldadas sin demasiadas consideraciones sustancias diversas. Ya dijimos
que el psicoanálisis puede tratar al lenguaje mismo como si fuera un órgano irreal. La
constitución de lo irreal es, incluso, una propiedad esencial del lenguaje. Es fácil que allí no
quede excluido un aspecto de la función del mito que retomaremos enseguida.
El concepto de pulsión, tal como fue formalizado por Lacan, nos aproxima a esta idea.
Por el momento agreguemos una breve mención a que lo escrito llegará a ser pensado por Lacan
como un nudo borromeo. En su Seminario "R.S.I.", observa que este nudo es, precisamente, una
escritura (18). Su propósito allí es entender el carácter de "atadura" que la subjetividad implica.
Resumiendo: en esta perspectiva, un escrito es otra cosa que una carta o un mensaje. En el
registro de lo orgánico un escrito no podría ser exactamente texto. Como veremos en breve, la
concepción del escrito como "número" permite discurrir sobre acontecimientos orgánicos en
forma más apropiada que mediante una semántica.
Enfaticemos una vez más que el mentado organismo no es sino una red no cerrada de
órganos, cuyo papel no se confunde con la función imaginaria que desempeña el cuerpo en la
constitución de la subjetividad. Si bien la imagen corporal ofrece el componente imaginario
sobre el que la identificación puede recaer, el conjunto orgánico no es la fuente de la imagen
identificatoria. Por otra parte, nada obsta, en virtud del uso extendido que hacemos aquí del
término "órgano", para conceder a aquella imagen una función orgánica.
Notemos que el concepto de que una imagen puede operar como un órgano es pensable
a partir de definiciones netamente operacionales, expresando la estricta concomitancia de las
observaciones. En estas condiciones, una red de órganos puede referir el trazado de las
conexiones entre puntos de diversa índole, manteniendo cada uno su entidad peculiar.
Conforme sugerimos, es posible admitir que un escrito sea un órgano, permitiendo concebir que
su operación no sea únicamente la simbólica de un texto. El tratamiento que daremos más
adelante al concepto de holofrase aportará nuevos elementos a lo que aquí tratamos.
Recapitulemos brevemente, para agregar algunas nuevas reflexiones, el papel de la
imagen en su eventual incidencia sobre la dimensión orgánica. Hemos indicado que al momento
de nacer no cabe pensar que haya representación alguna de sí mismo. En ese momento de la
vida de la cría humana, Lacan reconoce una fase de prematuración en la que las sensaciones
íntero y propioceptivas carecen, según ya mostramos, de una referencia unificada. Así, en la fase
"del cuerpo fragmentado" no existe sentimiento de sí mismo. Este último, para presentarse,
requería de la imagen del propio cuerpo ofreciendo el marco donde el sujeto puede perfilar sus
identificaciones.
Hicimos notar oportunamente que a partir de que se constituye la identificación con la
imagen del cuerpo, las sensaciones propio e ínteroceptivas son separadas del cuerpo mismo,
originándose una especie de exterioridad en el interior del propio sentimiento de sí. Es lo que en
su Seminario sobre la ética Lacan refirió con el neologismo "Éxtimo", según ya mencionamos.
Esta particularidad debe tenerse en cuenta cuando decimos que la imagen del cuerpo "enajena"
al sujeto respecto de los órganos.
No se debe perder de vista que la imagen, anudada a la función unificante que proviene
del Uno, forma parte de los procesos de subjetivación. Allí reconocemos que, ganando un
64
cuerpo, el sujeto logra consistencia e integridad narcisística, perdiendo a cambio el goce de los
órganos. Refiramos que, sin embargo, no pierde el goce de todos; algunos órganos permanecen
involucrados en el narcisismo del Yo, pasando a partir de entonces al terreno de las relaciones
con el prójimo. De este modo pueden ser abordados en transferencia, para lo cual es preciso que
adquieran entidad significante en el nivel de la polaridad libido narcisista-libido objetal, descrito
por Freud (19). No es otro el campo de las clásicas neurosis de conversión.
También hemos mencionado que en su segundo seminario Lacan entiende lo
psicosomático a partir del concepto de autoerotismo de los órganos, diferente al narcisismo y
del cual hace notar que nada sabemos (20). Así presentados, los fenómenos psicosomáticos
resultan ser investiduras libidinales propiamente internas al organismo, autoeróticas, no
narcisísticas, que no son padecidas del mismo modo que los síntomas neuróticos (21). Si bien el
sujeto los percibe en la intimidad de su cuerpo, los sitúa como ajenos a su ser mismo, que
adquiere su consistencia en el nivel de la imagen narcisística del cuerpo.
que nuestra representación del soma nos lo presenta marcado por rasgos diferenciales que no
proceden de la realidad orgánica. Recordemos también nuestra observación acerca de la captura
de la división entre salud y enfermedad en la polaridad fálico-castrado.
Las divisiones o cortes que el significante produce en el cuerpo son una realidad que
atañe a los humanos. Se trata para nosotros, por lo tanto, de dilucidar en lo psicosomático el
nivel de intervención del significante y de la subjetividad. Para ello interesa tener en cuenta que
el concepto lacaniano de sujeto no se limita a supeditarlo a operaciones de significantes. La
entidad del sujeto, aunque supone el lenguaje, no es puramente simbólica. Siendo concebido por
Lacan como un producto del encuentro del lenguaje con el cuerpo, el sujeto es inabordable en su
particularidad sin entender su relación con un objeto que, si bien se recorta desde el campo del
significante, es ajeno a él.
El encuentro del lenguaje con el cuerpo produce dos efectos: el sujeto del inconsciente
(sujeto del deseo) y el objeto "a" (objeto del deseo). Ambos integran la formula lacaniana del
fantasma, hacia el cual conduce necesariamente la lógica propia de la experiencia psicoanalítica.
Conviene no perder de vista, cuando se trata de esclarecer el alcance del psicoanálisis respecto
de lo llamado psicosomático, que aquel no nos llevará, finalmente, a otra cosa que a un
fantasma. Por lo tanto, en el encuentro entre lenguaje y cuerpo el psicoanálisis sólo podrá
revelar fantasmas e incidir sobre ellos.
Cabe, sin embargo, la pregunta: ¿es posible afirmar que lo psicosomático esconde
fantasmas?, o mejor, ¿qué función podría encontrar un fantasma en estas particulares
dolencias?. Lacan comparó estos fenómenos, según trataremos más adelante, con jeroglíficos.
Deberemos aclarar, entonces, si es posible acceder a algún fantasma escondido en un jeroglífico:
¿cómo reconocer fantasmas a través de un jeroglífico encontrado en el desierto? Se perfila aquí
un imposible relacionado al hecho de que un jeroglífico no habla.
Hemos ya indicado que es resorte del Otro -campo del significante- que a alguien le sea
atribuido un cuerpo, y que el sujeto del inconsciente se produce en el encuentro del lenguaje con
el cuerpo. Recordemos, además, que el psicoanálisis descubre que la realidad del inconsciente
posee un carácter sexual (27), agregando que los seres vivientes sexuados mueren como
individuos y que la subsistencia de la especie les exige recurrir al acoplamiento sexual para su
reproducción.
Observemos que la sexualidad descubierta por Freud, sin embargo, no está centrada ni
unificada en torno a la reproducción. Él percibió que la realidad sexual del inconsciente está
constituida por pulsiones parciales. Concordantemente, el cuerpo, más allá o más acá de la
imagen del espejo, está fragmentado en "aparatos" que constituyen -según Lacan- partes a través
de las cuales el ser hablante llega a aparearse (28).
Lacan destacó que el concepto psicoanalítico de pulsión refiere en su esencia la
incidencia del significante sobre el cuerpo. Forma parte del ABC del psicoanálisis lacaniano que
para satisfacer sus requerimientos orgánicos, la cría humana recurre a un Otro que los interpreta
según sus códigos simbólicos y estructura fantasmática. Tal Otro es de este modo una particular
fuente de regulaciones a las que el funcionamiento orgánico se ve sometido.
Añadamos que mediante el concepto de pulsión el psicoanálisis enseña que en algunas
actividades del soma se evidencia la relación del sujeto del inconsciente con aquello que en la
terminología lacaniana denominamos "Demanda del Otro". Ésta -expresado de modo general y
simple- debe entenderse como palabras provinientes del Otro; por eso Lacan se refiere a la
pulsión utilizando la fórmula "$ D".
Subrayemos que aquí no está en juego presión de necesidad biológica alguna. El "trieb"
(pulsión) no enseña la influencia de actividades fisiológicas o movimientos interiores de los
66
órganos sobre la subjetividad. Según destaca Lacan, Freud había concebido las fuentes de las
pulsiones (zonas erógenas) como bordes que se definen en los lugares donde el cuerpo del ser
vivo sexuado debió perder partes orgánicas por el hecho mismo de ser sexuado. Algunas de
ellas son el pecho materno y las heces.
El concepto de pulsión pone también de relieve que el cuerpo involucrado por las
satisfacciones humanas no está cerrado sobre sí mismo sino abierto al exterior. En efecto, los
aparatos de la pulsión son lugares de goce que involucran un exterior habitado por significantes,
siendo precisamente al Otro a quien la pulsión hace participar introduciéndolo en el cuerpo. Así,
la incidencia del significante sobre el cuerpo estableciéndole goces, según Lacan, lo aliena en el
campo del Otro.
La alienación, pensada por Lacan como la primera operación de constitución del sujeto,
enseña la supeditación de este último a los significantes, que lo representan y que obligan a su
"ser", de consistencia finalmente gozante, a oscilar entre un significante y otro. Debido a que
aquí las opciones subjetivas provienen enteramente de los significantes del Otro, el peso propio
del sujeto se aliviana, disuelve y desaparece al no lograr afirmarse como tal. Para constituirse
cabalmente, es necesario que el sujeto surja de esa desaparición, "fading" o "afánisis" (término
tomado por Lacan de E. Jones) (29), separándose de las opciones alienantes del Otro.
Mencionemos que, en última instancia, éstas serán concebidas como opciones entre goces.
Lacan observará que la salida es imposible, como la metáfora de la elección entre la bolsa y la
vida enseña, sin entregar y perder algo, a saber: un goce.
Lo enunciado nos remite a la segunda operación de causación del sujeto, llamada
"separación", correlativa de lo que Freud denominó "Ichspaltung" o rajadura del Yo. Esta
brecha, que consideramos inherente al nacimiento del sujeto del psicoanálisis, está fundada
-como nos lo muestra en su texto "El fetichismo"- en el encuentro de una falta en el Otro. El
descubrimiento de los fantasmas de castración condujo a estudiar la función de esta falta en el
Otro.
Lacan entendió que la castración del sujeto es un efecto de la función del falo como
significante, en torno a la cual se instala la separación entre el sujeto y el cuerpo como lugar
posible de satisfacción o goce. Agreguemos que la pérdida de órganos adosados al otro ofrece la
dimensión de realidad que hace imposible al sujeto afirmarse plenamente en el significante para
garantizar su goce.
Destaquemos que Lacan, refiriéndose a lo psicosomático, señala que "aunque no es un
significante, es algo que, al fin y al cabo, sólo es concebible en la medida en que la inducción
significante a nivel del sujeto ocurrió de una manera que no pone en juego la «afánisis» del
sujeto" (30). Será necesario volver a explicar este concepto luego de otras precisiones.
Es claro que el apelativo de psicosomático se aplica con frecuencia a trastornos que
eclosionan sin que ello convenga a una actividad considerada espontánea o natural de la zona,
en los que notamos la injerencia de un factor "otro", extraño a los que la biología releva
habitualmente. El psicoanálisis ha procurado encontrar en este terreno la función del deseo. Son
de valor en esta tarea las observaciones de Lacan sobre las experiencias de Pavlov.
Es la incidencia del orden simbólico en la salivación "natural" de sus perros lo que
introduce Pavlov en sus experimentos. Dice Lacan: "Lo reconozca o no Pavlov, la característica
de toda condición experimental, en tanto que se instituye con el corte que puede hacerse en la
organización orgánica de una necesidad, es, propiamente, asociar un significante. Este corte se
designa mediante una manifestación dentro de un ciclo de necesidades interrumpidas, y en la
experiencia pavloviana resulta ser el corte del deseo" (31).
Como se ve, Lacan destaca la función del deseo del experimentador, en este caso de
67
Pavlov, en el poder del símbolo sobre el organismo animal. Es claro que el perro nada sabe de
eso, razón por la cual también la aserción de que goza debe reconocerse como perteneciente al
campo del Otro. En virtud de ello, no se puede afirmar que el perro goza, no al menos en el
sentido humano del término.
Citemos a nuestro autor: "la función biológica... de la necesidad, se puede desarmar. Se
puede desarmar porque en ella interviene más de un órgano" (32). La noción freudiana de
facilitación somática no deja de enriquecerse con estos conceptos. Los órganos se juntan o se
separan y no está escrito en la naturaleza el orden de lo útil o provechoso. La vida misma se
presenta como un inconveniente en el orden más estable y absoluto que es el de la materia
inerte.
Habíamos señalado que nada impide a un organismo extenderse más allá del cuerpo,
habiendo incluso órganos que, una vez perdidos, condicionan su funcionamiento. El concepto
del objeto "a" como caído del cuerpo se desarrolla de modo coherente con esta perspectiva. El
concepto lacaniano de la libido, tal como es formulado a la altura del Seminario IX y de
"Posición del inconsciente", es el de un órgano, referido mediante ese mito que Lacan llama
"laminilla" y que representa "esa parte viviente que se pierde al producirse éste por las vías del
sexo" (33). Señalemos que este órgano o instrumento es, antes que algo extensible hacia el Otro,
la incidencia del afuera del cuerpo sobre él, esencialmente vinculada a la pérdida de goce.
Recordemos que el psicoanálisis enseñó que la función fálica se constituye como
significante del goce perdido. Así, el pene, antes de operar como un órgano destinado a la
reproducción, cumple un papel identificatorio sometido a las condiciones del lenguaje. El ser
hablante no está ocupado de su reproducción sino de su propia existencia, o bien de la
naturaleza de su mismo ser.
Agreguemos que la condición subjetiva de hombre o mujer no hace a la sobrevivencia
de la especie sino a la propia del ser humano en el terreno del sentido. Por esa razón Lacan
afirma que para el ser hablante no hay relación sexual, supliendo el falo esta inexistencia. En su
texto "El atolondradicho", Lacan escribe: "El cuerpo de los hablantes está sujeto a dividirse de
sus órganos, lo bastante para tener que encontrarles una función" (34). Observaremos también,
aunque sin detenernos ahora en el tema, que la función fálica no abarca todo lo que atañe al
goce del cuerpo.
La perspectiva lacaniana sobre la cuestión psicosomática es congruente, en resumidas
cuentas, con el concepto general de que el significante no logra imponerse plenamente como
"amo" del goce y que es, en consecuencia, un regulador insuficiente. Lacan ha subrayado,
además, que la ciencia se olvidó del cuerpo del goce; más precisamente: que no se ocupó del
hecho de que el significante, como índice de subjetivación, fracasa en limitar el goce conforme
al canon del principio de placer-displacer. El goce así perfilado retorna, más allá del placer,
como resto de las operaciones del significante.
Hemos reconocido en el humano las operaciones de una fisiología hecha de lenguaje; en
ella tiene un papel clave el deseo, que cumple una función disruptiva productora de
inestabilidad y desacomodamientos. La función del deseo impide ajustarlo todo a la óptica de
una fisiología homeostática que concebiría el cuerpo como una esfera cerrada. El deseo de
Pavlov, precisamente, trastornaba a sus perros al incorporarlos en el lenguaje, campo donde lo
irreal interviene.
Con respecto a lo psicosomático, recorrimos referencias que abonan la concepción de
una constitución orgánica no sólo esencialmente no homeostática sino directamente afectada por
el lenguaje, que incluye algunos aspectos que hemos caracterizado como irreales. El deseo toma
de tales irrealidades su carácter real, para cumplir el papel que señalan estas palabras de Lacan:
68
"Sólo en la medida en que una necesidad llegue a estar involucrada en la función del deseo
podrá concebirse lo psicosomático como algo distinto a la monserga que consiste en decir que
todo lo que sucede en lo somático tiene una réplica psíquica" (35).
gramática, puesto que los parámetros gramaticales son solidarios de la forma en que se presenta
el fantasma. Lacan posibilitó de esta manera el desarrollo de una renovada visión no
fantasmática de la intersección entre lenguaje y organismo.
En la perspectiva referida, es evidente que la lógica y la matemática adquieren una
función esencial a la hora de identificar en qué consiste el poder del mundo simbólico sobre
todo aquello que clásicamente denominamos naturaleza. En esta línea, tienen importancia los
conceptos lacanianos de rasgo unario y de nombre propio, que al permitir pensar los rastros que
el significante deja en el cuerpo de modos diferentes de mensajes destinados al Otro, resultan
hoy indispensables en las reflexiones psicoanalíticas sobre lo psicosomático (37).
Retornemos al concepto de que el Ideal del Yo es en lo simbólico el significante desde
el cual se ordena la constitución imaginaria del cuerpo. Se muestra aquí con precisión la
solidaridad entre la continuidad unitaria que constituye la imagen y la función lógica del "Uno",
teniendo como condición de posibilidad el "todo uno" del cuerpo la función del número "uno",
que se impone sobre la dimensión óptica en el ser hablante.
En su escrito "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano",
Lacan vincula el Ideal del Yo a la función del rasgo unario, presentándolo como insignia de la
omnipotencia del Otro. El "I(A)" (Ideal del Yo) resume en los grafos lacanianos del deseo un
aspecto de la marca que el sujeto recibe del significante (38). En el Seminario XI, se refiere al
rasgo unario como núcleo del Ideal del Yo, mostrando que no se trata de un objeto situable en el
campo del narcisismo. En esa misma dirección, en el Seminario "R.S.I", a propósito de las
diferentes formas de identificación consideradas por Freud, se señala que el rasgo unario remite
a la identificación de lo simbólico del Otro real (39). Se reafirma así el concepto de que lo
simbólico forma parte de lo real del Otro.
Para dar mayor precisión a nuestra idea acerca de la función del rasgo unario, conviene
diferenciar dos sentidos del término "uno". En uno de ellos aludimos a la función unificante en
tanto hace totalidades; este "uno" es, por lo tanto, correlativo del concepto de totalidad.
Notemos que tal unificación reúne un conjunto de unidades, de manera que implica el otro
sentido del término "uno": la índole estrictamente singular de un elemento cualquiera. En
efecto, la idea de totalidad supone el agrupamiento del conjunto de unidades individuales, a la
vez que el concepto de la unidad hace posible que la totalidad sea una.
Señalemos que a nivel del "uno" de la totalidad se encuentran los impasses de la lógica
de clases. Según Lacan, el problema consiste en creer que una clase debe definirse por
inclusión, esto es: por la extensión que abarca a todos los elementos que cumplen su condición.
Nuestro autor plantea otro punto de partida: la definición de una clase no por lo que incluye sino
por lo que excluye. Así lo enseña en su seminario sobre "La identificación", analizando la
definición de "mamífero" que se efectúa teniendo en cuenta el rasgo "mama". Solemos afirmar
que un mamífero se diferencia de otros vertebrados por la presencia de este rasgo; sin embargo,
ello implica necesariamente que el rasgo "mama" puede faltar. En consecuencia, debido a que el
rasgo puede faltar se constituye la clase de los mamíferos (40). Este rasgo, que funciona como
excluido (-1) y al que Lacan llama unario, hace posible la determinación de la clase.
Destaquemos que esta reflexión supone la imposibilidad lógica de que haya un
mamífero sin mamas, de modo que la función del rasgo unario -"Uno"- es inconcebible sin la
idea de ausencia o falta. Por eso Lacan definió al "Uno" como significante de la inexistencia
(41). Para lo que aquí nos interesa, la función del rasgo unario, reconocida en la esencia del
Ideal del Yo, constituye el núcleo de la presencia de lo simbólico en lo real.
Agreguemos que la atención a las paradojas de la lógica llevó a nuestro autor a concebir,
en el terreno de la lógica modal, un cuantificador singular que denominó "no todo", según
70
muestran sus formulaciones sobre la sexuación desarrolladas a partir del Seminario "Ou pire...".
Respecto de los llamados fenómenos psicosomáticos, tengamos presente la observación
de Lacan acerca de que si bien ellos no son significantes no podrían entenderse sino como
efectos de la inducción significante, mostrando que allí opera el Otro (42). Si consideramos, por
otra parte, que caen fuera de las operaciones narcisísticas coordinadas desde el ideal del Yo,
concluiremos que involucran sectores del soma que escapan a su globalización imaginaria. De
este modo, teniendo en cuenta que la función idealizante impone siempre lo unitario, estamos
ante actividades orgánicas sin duda ajenas al marco de un sujeto supeditado a los efectos
idealizantes, y unificantes, del Ideal del Yo.
Lo real del cuerpo, para la subjetividad, es su goce. Si vinculamos los fenómenos que
nos ocupan con ese real, notaremos que ellos -a diferencia de los síntomas histéricos- no son
desplazables. En este sentido, pueden ser un indicio de algo que está allí, en lo real, siempre en
el mismo lugar. En el síntoma histérico, en cambio, advertimos el desplazamiento de la posición
del sujeto a través de identificaciones imaginarias. Las curas por sugestión, sin embargo,
muestran fenómenos orgánicos que resultan afectados desde el lugar del Otro y que parecen
supeditarse de ese modo a la función unificante del significante unario. Así, las apariciones y
remisiones aparentemente espontáneas, comunes en numerosos fenómenos llamados
psicosomáticos, pueden a veces ser correlacionadas con cambios en la posición del sujeto en
relación a la función del Ideal.
consideraba que la música, debido a que los acordes responden a proporciones numéricas, tenía
una función pacificadora. Con estos fundamentos, los pitagóricos vinculaban íntimamente la
medicina con la música, la religión y la política, encargada esta última de armonizar la sociedad
(60).
Para Lacan, que el número afecte al organismo no tiene en absoluto este carácter. La
matemática, sostiene, es "un saber completamente autónomo del saber mítico" (61). Su idea es
que lo psicosomático no es analizable mediante una fisiología que entienda al organismo como
un conjunto de yuxtaposiciones de procesos físicos y químicos. Sin manifestarse opuesto a ello,
tampoco se ocupa de abordarlo desde una mitología que conciba la incidencia del símbolo sobre
el cuerpo fusionando funciones orgánicas con significaciones. Observemos en las amalgamas
entre lo orgánico y lo simbólico como las que efectúa Garma la vigencia de marcos teóricos que,
a pesar de las aparentes distancias, presentan analogías estructurales con el pensamiento mítico
de los chamanes.
Aclaremos que no se debe confundir a los números con los signos numéricos que
perciben nuestros sentidos. Las propiedades de los números son matemáticas, no sensibles.
Lacan coincide en este punto con Gottlob Frege, quien hace notar, por ejemplo, que si bien 7 y
2+5 son matemáticamente el mismo número, son diferentes las expresiones que éste adquiere
(62). Concordantemente, lo único que podría decirse de cualquier número es, más allá de su
definición matemática, que es "uno". El hecho de que la función que cabe al número no se
confunde con los modos en que imaginamos su significación, merece recordarse a propósito de
que, tal como Lacan subrayó, el psicoanálisis nos enseñó que el sentido del deseo no coincide
con significación alguna; por el contrario, aquél señala el límite de ésta.
Hemos resaltado que el cuerpo es marcado por el "Uno", o "rasgo unario", función clave
en las consideraciones lacanianas sobre el concepto freudiano de fijación. Se percibe que una
reflexión rigurosa sobre el número parte de estudiar la naturaleza del "Uno". Para tener en
cuenta en nuestro tema, notemos que el "Uno" es, elementalmente, condición de posibilidad
para pensar una localización cualquiera. Efectivamente, no es posible "localizar" algo sin
suponer que ese "algo" es "uno", diferenciado de cualquier otro "algo".
La fijación, concepto no soslayable en nuestras consideraciones, es formulable
sumariamente como localización de goce. Lacan no descarta la posibilidad de descubrir
fijaciones en las dolencias psicosomáticas, en el sentido de encontrar en ellas goces que les sean
específicos (63). Durante la mencionada conferencia sobre el síntoma, manifiesta su acuerdo
con la afirmación de que "cuando uno tiene la impresión de que la palabra goce recobra un
sentido con un psicosomático, éste ya no es un psicosomático" (64).
Será preciso dilucidar en qué sentido es pertinente hablar de goce en estas dolencias. En
ese camino, será importante diferenciar el concepto psicoanalítico de fijación de
imaginarizaciones diversas que se prestan a interpretaciones mitificantes. El concepto lacaniano
de rasgo unario, según hemos mostrado, da la posibilidad de concebir la fijación en una
perspectiva no imaginarizante.
Subrayemos que si los conceptos de Lacan resisten a la producción de mitos, eso se
corresponde con su criterio de que "sólo la matematización alcanza un real", según enuncia en el
Seminario "Aun", para agregar que "ello es compatible con nuestro discurso, el discurso
analítico" (65). Este enfoque, conviene aclarar, no confunde el psicoanálisis con la matemática.
En ese mismo seminario, Lacan observa que "el truco analítico no será matemático", para
recordar que "por eso mismo, el discurso del análisis se distingue del discurso científico" (66).
Añadamos que esta distinción es exigida, entre otras cosas, por el papel que cumple la función
imaginaria en la experiencia psicoanalítica.
74
Ya hemos referido que en su conferencia sobre el síntoma Lacan señala que "lo
psicosomático es algo que... está en su fundamento profundamente arraigado en lo imaginario"
(67), ¿cómo operar allí? Nuestra inquietud toma la forma de dos preguntas: ¿en qué podría
consistir el "truco analítico" en el tratamiento de estas perturbaciones? y ¿qué función cabe a lo
imaginario en la cura?
humanistas que subyacen a las concepciones psicosomatistas. Agreguemos que estas últimas
tienen pleno arraigo no sólo en el campo médico, según hemos mostrado, sino en el llamado
sentido común e, incluso, en el pensamiento de muchos analistas. La diáfana idea de que la
condición humana requiere una concepción psicosomática de la enfermedad orgánica se
extiende ampliamente.
Habíamos tomado al órgano-dinamismo de Henry Ey, discutido por Lacan, como una
concepción en la que muchas de las teorías psicosomatistas de hoy podrían reconocer sus bases
generales. Recordemos que Ey no presentaba la psicosomática como una parte de la medicina
sino como una concepción médica en sí misma; se trata, según manifestaba, de una "tendencia a
comprender todos los hechos de una situación en la unidad del organismo" (74).
Hemos considerado que la noción misma de "psicosomaticidad" constituye una tentativa
de resolver los atolladeros que el dualismo mente-cuerpo produce cuando se trata de dar cuenta
del padecimiento orgánico en el ser hablante. Agreguemos que Danièle Silvestre intentó zanjar
la cuestión terminológica proponiendo la denominación "enfermedades del cuerpo",
diferenciándolas de las "enfermedades de los órganos" (75). Evidentemente, esta diferencia
quiere atender al concepto lacaniano de una "falla epistemo-somática" (76), que deslinda al
organismo, como objeto de la ciencia, del cuerpo como entidad abordable en el terreno
psicoanalítico. Estas categorías, sin embargo, no parecen solucionar la cuestión de la incidencia
del significante, ya no sólo sobre las enunciadas "enfermedades del cuerpo" sino también sobre
las propiamente llamadas "enfermedades de los órganos".
Profundizar el análisis de las diferencias entre organismo y cuerpo es clave para
discernir lo involucrado en la propuesta terminológica de Silvestre. Partimos del concepto
general de que el significante posee una incidencia mortificante sobre el ser viviente, agregando
ahora que no es indispensable que actúe sobre el organismo del mismo modo en que lo hace
sobre el cuerpo. Una marca significante sobre el cuerpo -en sí misma nada dañina- puede estar,
o no, acompañada por un daño efectivo en el organismo. Como se percibe, es preciso el
pulimiento de los conceptos lacanianos de cuerpo, organismo y significante para encarar con
herramientas conceptuales adecuadas los particulares padecimientos que denominamos
psicosomáticos.
Lacan encontró, además, que las operaciones del significante no hacen universo. La
posibilidad de que las llamadas enfermedades psicosomáticas adquieran un estatuto específico y
legítimo en el campo del psicoanálisis requiere del concepto lacaniano de que "no hay universo
del discurso". En última instancia, una indagación radical sobre los fundamentos conceptuales
de lo que está en juego conduce a las reflexiones lógicas de Lacan que introdujeron la función
por él denominada "no todo", que le permitió concebir diversos campos de singularidades, sin
definirlos como excepciones al universal en el sentido aristotélico (77).
Referencias bibliográficas.
1. Cf. DSM-IV Draft Criteria, (Washington D.C., American Psychiatric Association, 1993),
p.L1.
2. Cf. J. Lacan, "Acerca de la causalidad psíquica", Suplemento de Escritos, (Barcelona, Ed.
Argot, 1984), p. 68.
3. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro XXII - R.S.I., (inédito), p.92.
4. Cf. Pierre Marty, La psicosomática del adulto, (Buenos Aires, Amorrortu Ed., 1992), p. 36.
77
IV
NUEVAS APERTURAS PARA LA PALABRA
"sentido" no es enunciable.
En correspondencia con el descubrimiento freudiano de que el síntoma esconde un
deseo inconsciente, Lacan agregó que si bien este deseo es impensable fuera de la articulación
significante, no es en sí mismo articulable (4). Por eso no es difícil que el real sentido del
síntoma se extravíe cuando el análisis se deja llevar, sin límites, a través de las idas y vueltas de
los significantes, por la esfera de las significaciones. El sentido del síntoma será, finalmente, el
deseo en tanto tal, con la precisión de que éste no requerirá traducción a significado alguno.
Diferentemente, tal sentido se caracteriza por limitar el alcance de cualquier significación.
A partir de lo referido, reformulemos nuestra pregunta: ¿qué lugar y funciones
corresponde atribuir a los llamados fenómenos "psicosomáticos" en el campo del sentido, y en
qué medida pueden ser considerados "síntomas" por el psicoanálisis? Observemos que el
extenso y heterogéneo conjunto de fenómenos y dolencias englobado parece tener en común
solamente la alusión a trastornos del organismo que, habiendo excedido los alcances
terapéuticos del médico, son considerados el resultado de procesos "psíquicos". Según ya
señalamos, este conjunto se divide entre aquello que se considera conversivo y lo llamado
específicamente "psicosomático".
Notemos que cuando se afirma que los casos "psicosomáticos" no se dejan reconocer
como efectos de lenguaje, se pretende sostener que no son subjetivables, esto es, que no
involucran al sujeto. Por este camino se llega rápidamente a la común conclusión de que, a
diferencia de lo que sucede en las conversiones histéricas, estas perturbaciones no son pasibles
de ser analizadas de igual manera que los sueños, los actos fallidos o los olvidos. De esta
posición participa también Sami-Ali.
Estas ideas se corresponden con la constatación de que las conversiones revelan, bajo
formas metonímicas y metafóricas, una estructura de sentido capaz de ser asumida como tal por
el sujeto. Para referir el ejemplo clásico: no es imposible que una paciente histérica llegue a
reconocerse en la interpretación de que las dificultades motoras en sus miembros inferiores
revelan metafóricamente sus trabas para andar en la vida, sobre todo si no hay lesiones
verificables. Sin embargo, una multitud de trastornos orgánicos sobre los que se atribuye
intervención de lo simbólico, aun cuando no se descarte la posibilidad de que posean sentido, no
resultan fácilmente interpretables.
Como se ve, es prudente estudiar con detenimiento todas las posibilidades de que un
trastorno orgánico, no interpretable al modo de una metáfora, no carezca de sentido. Hemos
mostrado que el rótulo de "psicosomático" es puesto habitualmente en el lugar de faltas de
sentido, sentidos insuficientes o ausencias de subjetivación de algunos fenómenos que atañen al
organismo, a fin de ofrecer por la vía del sentido un lugar en un orden a un hecho orgánico que
se manifiesta como desorden. Recordemos que el psicoanálisis entiende finalmente al desorden
como indisoluble parte del orden. En lo concerniente a lo psicosomático, el punto exige un
tratamiento especialmente cuidadoso.
En su conferencia en Ginebra sobre el síntoma, Lacan no descarta que "la invención del
inconsciente" sea capaz de hacer que algo deje de ser propiamente "psicosomático" (5). Que eso
sea posible implica, evidentemente, que los fenómenos involucrados no estén aislados del
campo del significante. Como nuevamente advertimos, la frontera entre lo conversivo y lo
"psicosomático" no está definida en forma tajante. El problema mismo de si se trata o no de
síntomas en sentido psicoanalítico está justificado.
Notemos que un analista no divide las informaciones que brinda un paciente entre
objetivas y subjetivas; tampoco está centralmente preocupado por deslindar lo orgánico de lo
mental o lo sano de lo enfermo. La "noticia" de que el analizante consulta a un cardiólogo no es
82
motivo "per se" para imponer sobre esa conducta una significación cualquiera. Procuramos no
sólo no taponar el desarrollo del análisis con nuestros propios pensamientos sino que, además,
evitamos obstaculizar la atención médica. Comprobamos con cierta frecuencia que la creencia
del analista en que algunos trastornos del analizante son "psicosomáticos", o aun conversiones,
suele operar en este sentido. Los mismos analizantes acostumbran sostener estas creencias, que
no se diferencian, en su estructura, de cualquier otra, pudiendo incluirse en la esfera de
prejuicios que alimentan la consolidación de los síntomas.
Es posible concluir que, si estas situaciones son frecuentes, es porque se apoyan en que
la frontera entre la llamada "psicosomaticidad" y lo propiamente conversivo no está
completamente cerrada. Al mismo tiempo, destaquemos que la posición analítica exige
mantener tal abertura.
Hemos procurado atender a la posición subjetiva del analista antes que al terreno de las
creencias, ideas, teorías o saberes que habitan los pensamientos de los diferentes actores. En
efecto, no parece ser en el nivel de los pensamientos manifiestos donde el accionar del analista
logra su peso propio. Es conveniente notar también que la posición subjetiva del analista no se
confunde con abstenerse de proponer significados para los trastornos. Esta observación es
central, puesto que se ha constatado que tales abstenciones en muchos casos resultan
contraproducentes para la evolución favorable de una sintomatología orgánica.
Un buen analista no carece de sentido común, y sabe utilizarlo cuando es preciso. Por lo
tanto, no es necesariamente impertinente que cargue de sentido a determinados significantes que
aparecen en el discurso de un paciente. Si bien un psicoanalista no es un shamán, es cierto que,
a veces y en buena ley, puede parecerlo. En lo que concierne al organismo humano, su
experiencia puede resumirse diciendo que éste se muestra ávido de atención y de
reconocimiento simbólico por el Otro.
Cuando Ángel Garma interpreta que "el colítico tiende a huir antes de luchar" (6),
considerando además que la diarrea indica un "deseo de sometimiento" (7), es evidente que
dirige el tratamiento en la dirección de imprimir sentidos al trastorno orgánico. Jean Guir, por su
parte, refiriéndose a la interrogación de Lacan acerca del goce específico de los fenómenos
psicosomáticos, declara que "en la cura se trata de dar un sentido a ese goce" (8). Ambos
autores, aunque pertenecientes a momentos y orientaciones diferentes del psicoanálisis,
muestran en este punto una perspectiva similar. Salvadas las distancias, coinciden en que el
problema de la cura consiste en anudar al sujeto, enfrentado a ciertos trastornos orgánicos, en un
orden de sentido.
En similar tesitura, Jacques-Alain Miller, apuntando a "situar una dialéctica del FPS con
el síntoma, o sea encontrarle una analogía con el fantasma", considera la posibilidad de "forzar
su interpretación" (9). Guir, por su parte, recurre a metáforas: refiriéndose a un paciente
asmático dice, por ejemplo, que "había en él una equivalencia fantasmática entre el útero de su
madre y sus bronquios" (10).
Es de interés recordar la siguiente observación de Garma: "la dificultad del enfermo para
darse cuenta de la dependencia entre su estado emocional y los fenómenos corporales, suele
obstaculizar el tratamiento psicoanalítico" (11). Tanto Garma cuanto los analistas que hoy
abordan estas perturbaciones manifiestan que se encuentran con lo que aquél llamaba "la
resistencia del enfermo a buscar correlaciones psicosomáticas" (12). Como se puede percibir, se
trata para nosotros de estudiar con detenimiento las vías por las que un trastorno orgánico, que
no es directamente concebible al modo de una metáfora, no carece de sentido.
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enseñanzas Lacan se ocupó de la función de la falta, en primer término de la del órgano pecho,
adosado a la madre.
Es sobre aquellos órganos, primeramente perdidos, que viene a operar ortopédicamente
la imagen, constituyendo la escena que el significante dominará. Para nuestro tema, cabrá
resaltar que lo perdido en los prolegómenos de la constitución subjetiva son precisamente
órganos.
Observemos ahora que el organismo vivo y prematuro queda supeditado a un Otro, para
quien -siendo ello primordial- él es significante. Añadamos que el hecho de que el organismo
vivo posea un papel significante para el Otro conduce al psicoanalista a indagar qué significa
para el deseo del Otro. Hemos mostrado que la incidencia de la función simbólica sobre el
organismo ya fue enseñada por la etnología y que lo propio del psicoanálisis será presentar en
este contexto la función del deseo. Así entendemos que en lo proveniente del Otro que afecta al
organismo está involucrada la singular estructuración de su deseo.
El campo del significante, donde opera el deseo, produce de este modo, indirecta pero
efectivamente, "cortocircuitos" en los funcionamientos biológicos, que resultan transfigurados
por tal supeditación al Otro. Estas determinaciones, según descubrió el psicoanálisis, dificultan
la acomodación orgánica en un orden homeostático. Así, la real interferencia del significante
sobre el funcionamiento orgánico biológico del humano impide concebir a éste como una esfera
separada del campo de los símbolos.
La psique y el cuerpo resultan aquí situados en el registro imaginario. El concepto de
una dualidad mente-cuerpo posee la limitación, según entiende Lacan, de que no permite
considerar la incidencia del significante en la gestión del goce, de manera que no sólo el cuerpo
es separado de la mente, sino que el goce lo es de ambos:
mente cuerpo
goce
"FPS".
Es probable que el uso entre los analistas lacanianos de la expresión "fenómeno
psicosomático" no esté desconectado del anhelo de eludir confusiones con la esfera médica.
Notemos que en tal uso no se habla de "enfermedades psicosomáticas" ni de "síntomas
psicosomáticos", eludiéndose de hecho la nunca suficientemente aclarada diferencia o relación
con los síntomas conversivos. La existencia de esa precaria frontera se percibe en párrafos como
el siguiente de Vera Gorali: "consideramos FPS únicamente a aquellas lesiones probadamente
inducidas por la acción de lo simbólico y en consecuencia reversibles por la incidencia que, en
el dispositivo analítico, lo simbólico ejerce sobre la inercia de la libido" (24). El texto supone
claramente que ciertos síntomas que registra la clínica médica son susceptibles de ser afectados
por una intervención psicoanalítica.
Hemos referido la extensa variedad de trastornos que permite englobar la expresión
"fenómeno psicosomático". Se entiende que aquellos considerados síntomas en la clínica
médica no pueden también serlo de manera inmediata en el psicoanálisis, que mantiene su
concepción específica y diferente de la médica acerca de qué es un síntoma. Asimismo, si
conviniéramos en que la denominación "fenómeno psicosomático" define un subconjunto
dentro del conjunto de síntomas propiamente psicoanalíticos, no habría razón para considerar
ipso facto que se trata de síntomas en la esfera de la clínica médica.
Cuando el médico indica que se está en presencia de un trastorno psicosomático, el
analista suele agregar que probablemente eso tiene sentido. Ello no implica, conforme
mostramos, que sea posible adjudicarle un significado capaz, por el hecho de su adquisición, de
acabar con él. La aseveración del psicoanalista de que un fenómeno tiene sentido sólo señala
que su producción está regulada en el terreno del significante, dimensión del Otro que al incluir
al deseo no nos conduce a significación alguna sino que, por el contrario, nos desembaraza de
ellas.
El concepto de esta reducción de la significación operada por el deseo está presente en la
definición del objeto "a" como cierre del inconsciente, efectuada por Lacan en su Seminario XI,
el mismo donde se producen -según fue enseñado- algunas de sus elaboraciones claves acerca
de lo psicosomático. Lo esencial de una aproximación específicamente psicoanalítica a lo
psicosomático, hemos recalcado, es solidario de la dimensión del deseo, que no revela una
significación oculta sino la caída de la significación misma.
completamente voluntarios, que no despiertan aquí nuestro interés. Están también los silencios
por represión, que generalmente creemos eliminables y están los silencios cabalmente
imposibles de quebrar.
Prestemos atención a los últimos, que revisten sin duda interés para los asuntos que
tratamos. Podemos clasificarlos en dos grupos. El primero es el de aquellos que no pueden ser
quebrados debido a que faltan los significantes que la palabra requiere para articularse; tal falta
puede originarse no en alguna contingencia sino en imposibilidades lógicas. Este tipo de
silencios puede ser considerado "real", en correspondencia con la definición de lo real como
imposible lógico, dada por Lacan. Esta definición refiere específicamente lo real del sexo, que
implica la inexistencia de un significante que haga posible la relación sexual. Los silencios de
este grupo no están excluidos del terreno de las conversiones, aunque en ellas se involucran
también silencios que caracterizamos como eliminables.
En el otro grupo de los silencios imposibles de quebrar, en cambio, los significantes
pueden existir; pueden incluso estar disponibles, como en los jeroglíficos. Es obvio que la
articulación -o desarticulación, según se mire- de los significantes que integran un jeroglífico no
constituye un imposible lógico sino algo inabordable: el sujeto está definitivamente callado y es
inaccesible. Se incluye aquí lo inmodificable y lo no sustituible, como el caso referido por J.
Guir, ya mencionado por nosotros, del pequeño leucémico acerca de quien se observaba la
carencia de un lugar simbólico en su linaje.
No hay razones para suponer que no sean posibles otras subclasificaciones de silencios,
útiles para avanzar hacia nuevas reflexiones nosológicas sobre los trastornos orgánicos que nos
ocupan. Evidentemente, se trata aquí de una perspectiva radicalmente diferente a la del DSM
IV, que responde al propósito de categorizar perfiles deficitarios antes que los rasgos específicos
de los diferentes trastornos.
El modo de enfocar los padecimientos humanos que domina en la nosografía
psiquiátrica actual merece algunas consideraciones. Al respecto, Eric Laurent hizo notar, en un
trabajo sobre la psicosis, que la perspectiva del psicoanalista no se dirige a fenómenos
deficitarios sino a "fenómenos de enunciación" (25).
Hemos ya señalado que el médico encara el padecimiento desde una óptica ideal, de
modo que no tiene más remedio que leerlo como un déficit de la salud. Esta última es,
finalmente, un estado ideal del organismo, inexistente salvo por obra y gracia de un discurso en
el que se busca la perfección. Por otra parte, las nosografías médicas aspiran a ser universales y
exhaustivas, de modo que difícilmente algún ser humano quede libre de poseer al menos uno de
los "desórdenes" que en ellas se definen. Los psicoanalistas prestamos atención a las posiciones
subjetivas que se esconden detrás de las clasificaciones ideales en que los hombres nos vemos a
nosotros mismos. Tal vez la inclinación al establecimientos de estas nosografías sea en sí misma
un recordatorio de las limitaciones de nuestra real naturaleza.
El reconocimiento de nuestras deficiencias es siempre un padecimiento. Freud había
descubierto que el narcisismo del ideal alimenta el dolor neurótico. Lacan constató que el
hombre salvaguarda sus más firmes vanidades alejándose del reconocimiento de las verdaderas
imposibilidades, mientras prefiere padecer deficiencias que cree subsanables.
Para avanzar en nuestro tema, recalquemos que un psicoanalista actúa sobre lo real del
síntoma "desde lo simbólico". En referencia a "lo real del síntoma", en "La tercera", Lacan
expresa lo siguiente : "llamo síntoma a lo que viene de lo real ... lo real en tanto se pone en cruz
para impedir que las cosas anden ... de manera satisfactoria ... para el amo" (26). Es en el mismo
texto que señala que la intervención del analista no está en la vía de atribuir significados al
síntoma. "Nutrir al síntoma, a lo real, de sentido -afirmaba allí- es tan sólo darle continuidad de
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subsistencia." (27)
En este contexto conceptual, ¿cómo concebir la intervención del analista en lo llamado
psicosomático? Encontramos un dilema. Por un lado, esperamos una "invención" del
inconsciente de la que vimos que nada impide que cumpla la función de un mito: prótesis de
sentido. Por otro lado, se previene el analista de alimentar a los síntomas con sentido. Se podría
pensar también que atribuir sentido a estos trastornos los hace síntomas de algo de lo cual no lo
son.
Hemos percibido que por este camino las dificultades no son pocas. Ellas provienen
básicamente de que en estas dolencias el analista está en posición de hacer metalenguaje,
pudiendo ocupar en la transferencia el lugar mítico de generador o agente de la dolencia que
habría quedado perdido en la historia, o aun "prehistoria", del sujeto.
No es extraño que en muchos casos las dificultades para producir teorizaciones que
justifiquen suficientemente la índole de una intervención queden veladas tras una opción no
resuelta entre la posición médica y la posición psicoanalítica, o de la pregunta acerca de si el
analista se ha convertido o no en shamán. De hecho, por estas vías no logramos resolver las
ambigüedades ni definir con claridad un curso de acción. Comprobamos, además, que con
frecuencia no es útil reenviar simplemente los casos al médico abandonando el terreno.
Reconsideremos nuevamente el problema. Advertimos que, en parte, sus polos se
asientan en la suposición de que sólo mediante el silencio es posible no alimentar de sentido al
síntoma. Ello, sin embargo, no es exacto. Tengamos presente que es posible hablar sin decir
cosas significativas, es el caso, por ejemplo, del mero "bla-bla" o palabra vacía. La palabra
también puede ser dicha no para enunciar una idea sino para hacer operar un deseo. En
"Subversión del sujeto ...", Lacan hace notar que el hecho de que "el deseo esté articulado, es
precisamente la razón de que no sea articulable" (28). El sentido del deseo, en consecuencia,
¿está articulado o no lo está?.
En el nivel de lo que más importa en la experiencia analítica, la pregunta acerca del
sentido del deseo no tiene solución si es formulada en términos de si está o no articulado. La
opción entre su articulación y su no articulación significante, en la forma de un dilema, según
observamos, constituye una opción alienante, a la que ya nos hemos referido. Siendo que el
sujeto sólo puede salir de ella separándose del goce que encuentra oscilando en el conflicto, es
precisamente bajo la forma del deseo como ello puede ocurrir. Estas consideraciones sitúan el
problema en el terreno propiamente analítico, puesto que las posiciones del analista, del médico
y del shamán, del científico y del técnico, se diferencian psicoanalíticamente en el campo del
deseo, no en otro.
Recordemos que Lacan había reconocido en el deseo de Pavlov la posibilidad de
trastornar el funcionamiento de las necesidades orgánicas de sus perros (29). ¿En qué consistían
sus "intervenciones"? El tema es de interés para los psicoanalistas que quieren investigar en qué
puede consistir el "truco analítico" con un paciente psicosomático. No se trata, aclaremos, de la
teoría de los reflejos condicionados de Pavlov sino de sus acciones efectivas, cuya enseñanza
podría obtenerse sin duda de un buen entrenador de perros, probablemente el mejor maestro a
los fines prácticos. Pavlov, en efecto, en sus intereses científicos, no tenía como objetivo el
dominio más eficaz del funcionamiento de los órganos salivales de sus perros. Por otra parte,
nadie le reclamaba que lo hiciera, observación útil a la hora de diferenciar las posiciones
subjetivas del médico de las del científico.
Por nuestra parte, interesados en la función del deseo, queremos discernir el deseo del
analista del propio del médico, el cual, a su vez, no es idéntico al de Pavlov. ¿De qué modos
específicos pueden afectar el funcionamiento del organismo de un paciente? Una pregunta
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diferenciarse de Descartes, según ya referimos, Lacan mostró que el sujeto del cogito es un
punto de evanescencia y no debe ser confundido con el pensamiento "yo soy".
Advirtamos que la enunciación, dimensión íntimamente vinculada al campo del goce,
no precisará ser homogénea. La afirmación de que la enunciación carece de extensión puede
apoyarse en el mismo Descartes. La identificación del sujeto con un mero punto carente de
segunda o tercera dimensión, de características no espaciales, no parece exceder la perspectiva
cartesiana. Su reducción a un mero punto puede ubicarse también en Galileo, contemporáneo de
Descartes, que en el mismo año en que aparece el "Discurso del método" publica un trabajo
donde brinda indicaciones acerca de cómo debe realizarse una observación astronómica
correcta. Allí Galileo señala que el sujeto, para no errar, debe reducirse a un punto geométrico.
No es ése exactamente el sujeto en sentido psicoanalítico. Lacan enseñó que en el
psicoanálisis no se trata del sujeto de la representación, la conciencia, el conocimiento o la
percepción (30). La experiencia psicoanalítica no puede realizarse si concebimos las cuestiones
en términos de la polaridad "sujeto cognoscente-objeto de conocimiento". Tampoco se trata para
nosotros del sujeto gramatical, puesto que es necesario diferenciar el sujeto en la oración,
predicando o siendo predicado, del sujeto de la enunciación.
En resumen, no es completamente correcto representar al sujeto de la enunciación como
un punto, o apelar a la polarización propia de la tradicional teoría del conocimiento: sujeto
geométrico por un lado y extensión espacial que se organiza a partir de allí por el otro. Debemos
aclarar, de todos modos, que afirmar acerca del sujeto de la enunciación que carece de extensión
no implica suponer que carece de estructura, ni que ésta no sea analizable en su complejidad
interna.
Al afirmar que el sujeto de la enunciación o del deseo, así como su objeto, no son
concebidos en el psicoanálisis lacaniano en un campo geométrico, destacamos también que
ambos carecen de medida, no siendo caracterizables como grandes o pequeños. Sin desarrollar
aquí este tema, indiquemos que el sujeto del psicoanálisis, así como el objeto del deseo,
comparten la característica de inconmensurabilidad propia del goce llamado por Lacan "no
fálico", pensado en sus seminarios XIX y XX como femenino. Este campo, subrayemos, no es
abordable en términos de una lógica bivalente.
Recordemos que frente a la diferencia cartesiana entre las sustancias extensa y pensante,
en forma correlativa al pasaje de un paradigma de dos registros a uno de tres, Lacan se refiere a
una tercera sustancia que denominó gozante, precisamente como "sustancia del cuerpo" (31).
Concordantemente, ni la posición ni las intervenciones del analista podrán inscribirse en un
sistema polar de anverso y reverso entre lo psíquico y lo somático; de manera que es posible
reafirmar que la opción "mitificar-no mitificar" no es pertinente para plantear adecuadamente el
problema en el ámbito psicoanalítico.
inconcebible sin los pasos dados en el pensamiento por Descartes. No es cartesiano en el sentido
de que no es una ciencia, sin por eso definirse en oposición a ella. De este modo, su
especificidad no reside en empeñarse como la ciencia en dejar completamente de lado las
ficciones, aunque tampoco en promoverlas. En esta perspectiva Lacan desarrolló su seminario
"Les nom du pere", que en la homofonía "les non dupes errent", asevera que los no incautos, los
no engañados, yerran.
Respecto de la intersección vacía entre psicoanálisis y medicina, se verifica al constatar
que se trata de dos discursos diferentes. Someramente, el discurso médico se inscribe en el
esquema lacaniano de los cuatro discursos como discurso del amo, cuya estructura difiere de la
del discurso del analista. Entre ellos, además, no hay intersección sino cambio de discurso.
Añadamos que al mostrar que la estructura misma de los vínculos es discursiva, Lacan
indrodujo la posibilidad de estudiar mediante su esquema de los discursos las diferencias en la
naturaleza de los vínculos entre las curas chamanísticas, médicas y analíticas (35).
La función del deseo -sea de Pavlov, del analista o del médico- incidiendo sobre el
organismo, señalemos, se sitúa en la base de este esquema. En su lógica interna, no es posible
pasar del discurso médico al analítico sin circular por el universitario, ni del analítico al médico
sin hacerlo por el de la histérica. Las restricciones que impone el esquema dejan ver, sin
necesidad de pensar en términos de intersecciones, que el psicoanálisis como campo conceptual
es más próximo al de las ciencias que al médico. Es debido precisamente a que la medicina no
es una ciencia que no hay pasaje directo del discurso analítico al médico, ni viceversa.
En consecuencia, ¿en qué consistiría que un analista "medicalice" su posición en la
cura?, ¿sería acaso necesario tomar al paciente como objeto de observación y evaluación
objetiva excluyendo la dimensión subjetiva? El médico, notemos, oscila entre el discurso del
amo y el discurso de la ciencia. En tanto representa a la ciencia operando bajo los cánones de la
medicina tecnológica, que es la medicina dominante, sus vínculos son caracterizables con el
esquema del discurso universitario. En tanto está de cara a la demanda del paciente, que lo
interpela en un plano donde la ciencia irremediablemente no basta para dominar el padecer, se
sitúa en el contexto del discurso del amo.
Observemos también que la psicología y la medicina tienen inscripciones similares en el
esquema de los discursos, aunque la primera enfrenta una dificultad complementaria para
situarse en el terreno científico. En efecto, la psicología no logra librarse completamente de la
maldición positivista que cierra las puertas a su posibilidad de ser considerada una ciencia.
Recapitulando, el problema de dilucidar si lo psicosomático es o no síntoma nos
condujo a la función del deseo, la cual, a su vez, nos exige -según palabras del mismo Lacan- no
elidirnos del campo en que operamos. Desde allí se ve la necesidad de considerar la naturaleza
discursiva de los vínculos que se proponen al paciente, teniendo en cuenta que sus
intersecciones son vacías. El problema nosológico que involucra la pregunta acerca de si lo
psicosomático es o no síntoma en sentido psicoanalítico resulta, en consecuencia, indisociable
de la problemática subjetiva en el campo discursivo, lugar donde contextuamos la función del
deseo.
José llega a sesión con gesto abatido. "Estoy hundido -dice- apenas puedo sostener el
cuerpo para caminar; es una depresión corporal. Para mí la depresión es eso: mi cuerpo se
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transforma en una bolsa de papas." En otro momento informa: "Muy a menudo tengo resfríos y
anginas. Sé cuando voy a enfermarme, sucede cuando no me cuido lo suficiente. Es seguro que
si estoy ansioso, si duermo y como poco y si, además, fumo dos o tres cigarrillos, se
desencadena un estado gripal. Es fatal que pase. Seguramente me bajan las defensas".
Otras circunstancias en las que se desencadenan estas dolencias son las de "reencuentro
con el fracaso", según sus propias palabras. José contrae habitualmente alguna enfermedad cada
vez que lo invaden sensaciones masivas de valer poco o nada o de ser abandonado. A menudo
es claro que sus enfermedades se ponen al servicio de "ataques del superyó", aunque también se
presentan con independencia de circunstancias identificables, pudiendo coincidir tanto con
momentos de dificultades y problemas cuanto de éxitos o de tranquilidad. Desalentado, él
mismo dirá: "la verdad es que no entiendo por qué es todo esto". Si bien merece aquí
consideración la afectación del organismo desde la esfera simbólica, no parece sencillo
determinar mayores especificidades.
Examinemos aquello con lo que contamos. "Cuando me enfermo -manifiesta José- no
puedo hacer lo que debo porque el cuerpo no me da. No puedo ser yo mismo." Agregará, con
actitud de resignación, que tal vez su verdadera naturaleza sea estar enfermo. Así, sus dolencias
resultan vinculadas a su propio "ser" del sujeto, al punto que su único sentido parece ser el de
constituir una inconsistencia del sujeto, ser signo de ella. De este modo, la enfermedad puede
ser identificada con una vacilación de la afirmación o consistencia subjetiva.
Recordemos que en la medicina de la Antigüedad se consideraba que el amor formaba
parte de la armonía implicada por la salud del cuerpo. En "El banquete", por ejemplo, Platón
hacía mención de ello por boca de Erixímaco (36). Hemos destacado que, según Lacan, la
representación del cuerpo ofrece al sujeto un lugar privilegiado en la procura de consistencia.
Reconocimos que el significante del Ideal tiene habitualmente el papel central en la consistencia
que adquiere el sujeto en su supeditación al Otro simbólico.
Los analistas, desde Freud en adelante, han observado la influencia de las conmociones
del narcisismo sobre la salud orgánica. En forma coherente con estas apreciaciones, junto al
señalamiento de que los llamados "fenómenos psicosomáticos" son correlativos de un déficit de
sentido, la experiencia de los psicosomatistas ha enseñado que las posiciones terapéuticas que
propician la regresión a partir de la frustración de las demandas son a menudo
contraproducentes, alimentando incluso la producción de tales trastornos.
Advirtamos, sin embargo, que si bien con frecuencia vinculamos el fenómeno
psicosomático con un fracaso de la función ideal de integración de la imagen corporal como
fuente de consistencia para el sujeto, no corresponde concluir -como a veces se sugiere- que el
FPS ofrece al sujeto un modo de consistencia en ausencia de otras (37). Son necesarios cautela y
rigor conceptual para no apresurar la inferencia de que en estos casos la enfermedad constituye
un modo de lograr consistencia subjetiva. Asimismo, es preciso explorar con mayor
detenimiento las relaciones entre diferentes fenómenos psicosomáticos y el masoquismo. No es
estrictamente correcto aseverar de manera general que por medio de los fenómenos
psicosomáticos el sujeto se procura un sufrimiento corporal en sustitución de un sufrimiento
neurótico.
Debemos tener presente que el analista no considera el papel de lo orgánico en tanto tal,
salvo, según indicamos, como signo de inconsistencias subjetivas. Corresponderá, en
consecuencia, atender a los impactos que las inconsistencias subjetivas pudieran tener sobre el
organismo, que es sin duda campo propio de la medicina.
Añadamos que el psicoanálisis constata efectos de la subjetividad no sólo sobre el
campo orgánico. Podemos, por ejemplo, comprobar secuelas de la constitución fantasmática, no
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sobre la vida orgánico-biológica de un individuo, sino sobre su vida laboral económica. Una
ilustración sencilla es ofrecida por el caso de un importante empresario que sufría
neuróticamente debido a la desatención que recibía su evidente vocación musical. Su talento y
sus condiciones sublimatorias hacían innegable que la música era el ámbito privilegiado de sus
satisfacciones pulsionales. Este sujeto, a consecuencia del progreso de su análisis, reorganizó su
economía no sólo libidinal sino también laboral, jerarquizando de otra manera en sus
actividades la dedicación a la música. Añadamos que su decisión de dedicarse a la música como
actividad principal no lo condujo al empobrecimiento ni tuvo consecuencias económicas
negativas para sus empresas. Por el contrario, los cambios habidos permitieron que sus
administradores y gerentes dieran un vigoroso desarrollo a sus propias posibilidades,
beneficiando la economía del músico.
Es evidente que la índole de los lugares o de las posiciones por medio de las cuales un
sujeto busca la consistencia de su ser tiene consecuencias sobre campos diversos. En nuestro
último ejemplo, es claro que ello afectaba decididamente al "organismo empresarial" del que el
sujeto formaba parte. Notemos que los economistas suelen conceder al factor subjetivo un lugar
en la configuración de los hechos económicos. Análogamente, el médico se inclina a atribuir al
factor subjetivo una legítima función etiológica entre las que tiene en cuenta.
Si lo recién expresado es válido, es claro que tanto el psicoanalista como el médico
operan con el concepto de que el organismo no es una entidad cerrada sino abierta. Resaltemos
aquí tanto la diferencia cuanto el paralelo entre las nociones de cuerpo abierto al significante -
inherente al concepto psicoanalítico de pulsión- y la de organismo abierto en tanto entidad
biológica. Hemos manifestado que no hay patología del sujeto; correspondientemente, la
expresión "patología psicosomática" sólo puede ser coherente con el concepto de que el
organismo, en sentido biológico, se encuentra abierto al campo del sujeto en su articulación en
el campo del lenguaje.
En las aperturas referidas, marcamos la diferencia entre el significante capturando al
cuerpo en la pulsión y su intervención sobre el organismo biológico. Recordemos la posibilidad
de que la holofrase opere sobre el terreno orgánico a modo de un órgano más, sin olvidar que
aquí se sitúa un punto propicio a deslizamientos conceptuales y errores epistemológicos
notorios. Subrayemos que "holofrase" es un concepto inscripto por Lacan en el psicoanálisis, no
en la etiopatogenia médica.
De todos modos, es aceptable que algo que en el terreno médico puede ser considerado
parte de la etiología de los fenómenos psicosomáticos sea referible en el psicoanálisis con el
término holofrase. Este concepto indica con justeza la incidencia de lo simbólico sobre el
organismo en el caso de estas dolencias, sin por eso confundir la holofrase con un intempestivo
incremento en la producción de adrenalina, por ejemplo, aunque éste sea ocasionado por
aquélla. Es evidente que si alguien corre se agita; es igualmente claro que la idea que
corresponde a la decisión de correr, por el motivo que fuera, puede operar como holofrase y
afectar la actividad cardíaca. Sin embargo, no es lo mismo la unicidad de una descarga de
adrenalina que la propia de la holofrase.
Si bien es claro que los procesos neurofisiológicos, endocrinológicos y otros son materia
de investigaciones científicas, nada de ello modifica el hecho de que el funcionamiento orgánico
se encuentra abierto a un campo del que se distingue radicalmente: el del lenguaje y la
subjetividad. No podrá interpretarse tampoco que tal apertura implica la posibilidad de realizar
operaciones quirúrgicas mediante el ejercicio de la palabra, observación de Perogrullo que se
hace necesaria toda vez que en las variantes modernas del antiguo shamanismo suelen
disolverse de modo incorrecto las diferenciaciones que hemos logrado establecer. Los resultados
95
pueden ser lamentables. Un ejemplo simple lo ofrece el caso del psicoanalista que desestima la
gravedad de una úlcera a propósito de la cual es consultado y cuya entidad nosográfica requiere
decidida asistencia médica, en favor de su convicción de que ella representa para el sujeto un
voraz superyó comiendo sus entrañas. Los riesgos que se corren cuando se dificulta la
intervención de la medicina son evidentes.
Reconocemos también este tipo de confusiones conceptuales incluso en el médico
imbuido de espíritu "psicosomatista" que evalúa insuficientemente, por ejemplo, los factores
neurobiológicos que intervienen en un cuadro de aislamiento senil, extraviándose en la
utilización de nociones que extrapola desde el campo del psicoanálisis (por ejemplo, regresión
narcisista). Indiquemos que, salvo la apariencia de un marcado aislamiento, nada tienen de
común el narcisismo yoico de un neurótico obsesivo anciano con un síndrome de autismo
propio de una demenciación senil tomográficamente comprobada.
Reparemos una vez más en que, en rigor, ni las ciencias ni el psicoanálisis se inclinan a
encontrar, como Descartes, una nueva glándula pineal que haría las veces de eslabón de
intermediación entre el alma y el cuerpo, como Garma tal vez habría querido (38). Pusimos
énfasis en subrayar que el desarrollo mismo de la ciencia moderna toma vigor del abandono de
la búsqueda de los nexos, siempre faltantes, que permitirían unificar el cosmos.
7. De psicoanalistas y médicos.
el psicoanalista está mejor situado para atender a esas funciones, puesto que nació de la
imposibilidad de resolver con la ciencia la demanda del dolor humano. Ello, sin embargo, no se
ha traducido en una modificación de los perfiles de atención del sufrimiento que se imponen en
la vida social.
Tal vez la principal enseñanza del psicoanálisis a la medicina sea un particular llamado
de atención sobre la polaridad indisociable entre la vida y la muerte, en el concepto de que la
inercia orgánica vital es indisociable de la mortal. La muerte, en este sentido, no se presenta
como un horizonte lejano sino como realidad cotidiana. Destaquemos que el psicoanálisis
descubrió la fuente de los diversos malestares subjetivos en una muerte originada en el campo
del símbolo. En esta perspectiva, el concepto psicosomatista de un amalgama entre psique y
soma esconde el hallazgo de Freud de que la vida y la muerte se combinan inseparablemente.
Ello se corresponde con la comprobación del inevitable costo de desorden que posee la
imposición de orden orgánico. En efecto, mientras la medicina afirma en su accionar el
principio homeostático, dejando suponer que ese costo de desorden es eliminable, el
psicoanalista se enfrenta con lo que en él hay de irreductible.
Por lo referido, se requiere la intervención del analista cuando los medicamentos u otros
tratamientos médicos, llamados a recuperar el orden orgánico, fracasan. El sujeto, a la luz del
análisis, no se sitúa en el terreno del orden sino excluido de él, regulándose por una entropía que
lleva a destacar el papel subjetivante de la muerte así como la inexorabilidad introducida por la
dimensión temporal. El psicoanálisis opera "a partir" de la muerte, entendida en sentido amplio,
en lo que aquí nos concierne, como la pérdida de goce producida por el ordenamiento orgánico
mismo. Notemos que el ideal médico de la cura orgánica va en dirección contraria al transcurrir
irreversible del tiempo, en tanto al trabajar contra la muerte se opone a la inercia apuntada por el
principio de entropía. El psicoanálisis, aunque no trabaja a favor de la muerte, tampoco lo hace
en contra.
Encontrándose el sujeto más cercano al trastorno o desorden orgánico que a su
homeostasis, nada impide considerar grados variables en tal proximidad, hasta el extremo en
que se lo identifica con el trastorno mismo. En este caso, el sujeto se muestra en las antípodas
del Yo. Agreguemos que esta posición es difícilmente reconocible, puesto que el
reconocimiento sólo puede efectuarse en el campo del Yo, o bien de la representación del
cuerpo, recordando que éste posee, idealmente, las cualidades de homeostático e incorruptible.
Señalemos, por otra parte, que el bienestar corporal, evidentemente identificable con el
yoico, tampoco se confunde con la homeostasis orgánica. Precisamente, la ausencia de
discriminación entre estos planos permite el deslizamiento por el cual el drogadicto, por
ejemplo, procura bienestar subjetivo mediante procesos bioquímicos orgánicos. Curiosamente,
tal idea es del mismo orden que el concepto psicosomatista de que el organismo y la
subjetividad pertenecen a una misma esfera.
En correspondencia, no es extraño que algunas ideologías presentes en muchos médicos
contribuyan a las droga-dependencias. Los progresos de la psicofarmacología ponen a
disposición de los médicos, a la par que del público en general, multitud de recursos químicos
que se ofrecen para procurar alivio a las depresiones, las fobias, la ansiedad y la angustia. Los
avances actuales de las neurociencias han favorecido las redefiniciones de estos padecimientos
afirmando su naturaleza orgánica y su des-subjetivación. Al mismo tiempo, se ha reforzado el
desconocimiento de la incidencia mortífera del símbolo en estos malestares, que los viejos
chamanes no ignoraban, facilitándose que el nuevo médico opere en muchos casos de modo
iatrogénico.
Los éxitos puramente sintomáticos que acaban acompañados por adicciones
98
8. Últimas puntuaciones.
Si bien los psicoanalistas con frecuencia comprobaron, tanto como los médicos
psicosomatistas, que la desorganización orgánica puede acompañar a la psíquica, Lacan
cuestionó que lo llamado psicosomático sea discernible en términos de "doble psíquico",
separándose de toda forma de paralelismo psicofísico. Con este criterio, indicó que el rumbo
recomendable en las cuestiones que nos ocupan no es ofrecido por una visión psicosomática
sino por el concepto de "falla epístemo-somática" (40). Indicó que en el campo de la
subjetividad lo corporal y lo psíquico se ubican en el mismo nivel -registro imaginario-
mostrando su sujeción al inconsciente, del que observó que está estructurado como un lenguaje.
La atención a la dimensión del goce condujo a Lacan a tener en cuenta, además de las
cartesianas sustancias extensa y pensante, otra que llamó "gozante" y que había sido excluida
desde la perspectiva del cogito racionalista.
La separación conceptual entre cuerpo y organismo es esencial. J. A. Miller la ha
destacado en Lacan, enfatizando que "el organismo va más allá de los límites del cuerpo" (41).
Por su parte, propuso agrupar los fenómenos psicosomáticos según afecten a los órganos
internos o a la superficie del cuerpo (42).
Hemos mostrado que el psicoanálisis subvierte la problemática del dualismo
psicosomático, indicando que los referidos trastornos se encuentran mejor situados entre el
cuerpo y los órganos que entre la psique y el cuerpo. Siendo psique y soma del mismo orden, la
ruptura que la idea de falla epístemo-somática refiere se ubica justamente entre el soma y los
órganos.
Dejando por un momento de lado que el médico no logra del todo ser un tecnólogo
inspirado solamente en la ciencia, es claro que la medicina moderna procura enfocar al
organismo como conjunto de órganos. La medicina de Aristóteles y de Galeno, en cambio, no se
ocupaba del organismo tal como hoy lo concebimos sino del cuerpo, solidario, por supuesto, del
alma. Es comprensible el anhelo de nuestro médico psicosomatista, quien no se satisface con la
separación entre órganos y cuerpo.
Lacan permitió destacar también que no puede haber concepto de integridad orgánica
sin la función del lenguaje. La idea misma de organismo unificado es impensable sin la función
del significante "Uno". En esta perspectiva, hemos precisado también que el concepto de
"cuerpo sano" debe concebirse como efecto de lenguaje, definiéndolo como "cuerpo entero o
íntegro" que, en tanto es "uno", "no dos", se representa en una continuidad espacial única. Así
pudimos indicar que es el significante el que induce la representación del cuerpo conforme a la
estructura bipolar fálico-castrado.
Que haya "Uno" implicó en primer término que haya sujeto, atendiendo a que un
significante es definido psicoanalíticamente como representante de un sujeto para otro
significante. Pudo también enseñarse que el sujeto, tal como el psicoanálisis lo perfila, no es un
organismo ni posee naturaleza orgánica alguna. Enfaticemos que, puesto que no hay organismo
sin "Uno", no hay integridad orgánica pensable sin implicar la subjetividad.
A nivel de la representación, sea o no científica, el significante no sólo es condición para
concebir al cuerpo como único sino que, además, cumple el papel de fragmentar al cuerpo
imaginariamente integrado, poniendo en la cuenta la operación de "órganos irreales" que tienen
una función habitualmente perturbadora de la homeostasis del conjunto orgánico. En esta
tesitura, llegamos a considerar que el lenguaje mismo puede operar como un órgano que se
acopla a los otros. Fue central recordar que, según Lacan, la libido opera como un "órgano
irreal". Si, en efecto, la libido es un órgano, el organismo puede resultar afectado sin él. La falta
de este órgano, una vez integrado al funcionamiento orgánico, interviene como causa de
trastornos.
100
En consecuencia, cabe la pregunta: ¿dónde está la libido? Si no está donde se espera las
cosas del organismo no marchan como se espera. Las cosas en general tampoco marchan
normalmente si el idealista se encuentra sin el ideal, el masoquista sin el verdugo o el neurótico
sin poder satisfacerse conforme a su fantasma. Añadamos que aquí no identificamos
necesariamente la marcha normal con una buena marcha.
Hemos subrayado que la integridad insuficientemente lograda del organismo puede en
parte ser compensada por las imágenes, especialmente la corporal, que asume funciones que
caracterizamos como orgánicas. Si la imagen corporal semeja un órgano en el sentido amplio
del término, interviene como elemento organizador de actividades que inciden en el orden y
funcionamiento orgánico general. Hemos observado, además, que esta función no es suficiente
para garantizar la homeostasis ni la sobrevivencia del organismo, en razón de que no cumple
una función adaptativa sino que muestra, conforme Lacan aprendió de Caillois, la incidencia del
espacio en tanto tal.
Se verifica en todos los seres vivos que el dominio del conjunto orgánico sobre sus
partes sólo puede ser imperfecto. En los humanos, el funcionamiento ordenadamente unitario
del conjunto de órganos tampoco se logra completamente a partir de la función del símbolo,
incapaz de un "dominio" sobre los órganos que garantice la integridad de conjunto.
Hemos intentado también ubicar el terreno de lo llamado psicosomático, de manera
general, entre el lenguaje y el organismo. Convinimos en situar a la enfermedad psicosomática
en sentido estricto refiriendo trastornos o desórdenes en el funcionamiento de órganos en el
marco de un organismo que atribuimos a un ser hablante.
Subrayamos que corrientemente denominamos "orden del organismo" al estado
homeostático llamado salud, y "desorden" al estado de alteración de la homeostasis, también
llamado enfermedad, de un órgano o conjunto de ellos. Como lo testimonia la historia de la
medicina, buena parte de los desórdenes orgánicos fueron estudiados y eficazmente atendidos a
la luz de las ciencias biológicas. Las investigaciones antropológicas y psicoanalíticas han
demostrado en los últimos tiempos que muchos de estos trastornos responden a regulaciones de
orden simbólico, diferentes a las habitualmente estudiadas por la biología.
El psicoanálisis lacaniano nos condujo también a la hipótesis de que la constitución del
orden orgánico en el humano requiere del Otro real. Destacamos que la función del "Uno",
"rasgo unario", fue definida por Lacan como "lo simbólico del Otro real". En la medida en que
el orden orgánico requiere del Otro real, refiriendo el rasgo unario lo simbólico del Otro real, se
afirma el concepto de que este orden en el ser hablante no es pensable sin la función del rasgo
unario en el Otro real.
El tema lleva a tener en cuenta la multitud de significantes que operan en el terreno del
Otro real, destacando en él la función del rasgo unario. Fue fundamental recordar que los
conceptos de rasgo unario y de holofrase permitieron abordar una dimensión de efectos de
lenguaje que no consiste en significaciones articuladas. Con esa perspectiva hemos resaltado
que no nos inclinamos a preguntar, ante un trastorno que suponemos psicosomático, qué
significa sino quién lo provoca.
Destaquemos que la afirmación de que una dolencia psicosomática es significante,
entendiendo por significante algo que representa a un sujeto para otro significante, es una
consecuencia obligada del hecho de que los tratamientos "por el espíritu" pueden ser eficaces.
Al mismo tiempo, siendo el significante representante del sujeto, el silencio de la llamada
alexitimia, por ejemplo, si es considerado significante, exige que no se confunda a tal sujeto con
el que aparentemente se identifica con el nombre adjudicado a un "Yo". En la dirección
enunciada, hemos indicado que la propiedad del organismo es del Otro, de modo que el Yo bien
101
puede no hacerse cargo de él. Así entendimos que la posibilidad de que un cuerpo se encuentre
inscripto en el ordenamiento simbólico a nombre de otra persona es esencial en el terreno
psicosomático.
Mencionemos que la comparación de las perturbaciones psicosomáticas con las
inducidas por Pavlov en sus perros invita a considerarlas en términos de déficit de
simbolización. Tal vez no falte quien esté dispuesto a calificar a los animales de alexitímicos.
Seguramente los perros no tenían ideas muy elaboradas sobre las cosas, pero Pavlov no sólo sí
las tenía sino que estaba en el trasfondo de lo que sucedía. Análogamente, el psicosomático
tampoco sabe de qué se trata, de donde por esta vía se abona también el concepto de que
alguien, algún Otro, sí sabe.
Es importante no olvidar que la atención a la historia, si bien opera en el campo del
lenguaje, no se reduce a la interpretación de significados. Recordemos el caso del niño que
padecía una úlcera gástrica, con una madre que hablaba sin parar. Habíamos caracterizado esa
situación como falta de detención del Otro real, quedando el sujeto inerme ante la masiva
insistencia repetitiva de un "bla, bla" holofrásico no dialectizado.
Comprobamos que la caracterización de un trastorno como "psicosomático" se establece
por excepción. Es así desde que la heterogeneidad propia del conjunto de tales fenómenos es tan
amplia que hace imposible determinar una característica positiva universal. Para los
psicoanalistas, en consecuencia, la definición se sostiene ante fenómenos que, siendo efectos de
lenguaje, no son caracterizables como conversivos.
Llamemos ahora la atención sobre el hecho de que los trastornos del organismo que
consideramos claramente síntomas en sentido psicoanalítico clásico, conversiones, son
formaciones del inconsciente. En esta perspectiva, el "desorden" que se enseña en las
conversiones es aparente, puesto que ellas están sometidas a un estricto ordenamiento impuesto
por el Otro inconsciente.
El psicoanálisis concibe un orden que incluye malestares y disfunciones en los que los
padecimientos del sujeto pueden ser determinados por su sujeción al superyó como arbitrio del
Otro. La posición y funciones del Ideal del Yo -"I (A)"- en el Otro real son en este punto
evidentes. Añadamos que si el síntoma orgánico conversivo no es en rigor un desorden, su
apariencia de tal es específicamente signo de que no nos place. Se trata, en estrictos términos
psicoanalíticos, de la referencia a un exceso de goce.
Podría, por otra parte, corresponder la estructura de la diferencia entre conversión y
fenómeno psicosomático con aquella entre "dicho" y "escrito". Además, aunque en las curas de
las dolencias psicosomáticas se dicen cosas, no es descartable que otras acciones diferentes al
verbo, que no por eso dejarían de ser significantes, resulten eficaces.
Hemos encontrado que la frontera entre lo que es síntoma y lo que no lo es no resulta
evidente. ¿Puede un jeroglífico operar como síntoma a condición de concebir que su clave está
en un lugar diferente de donde la encontramos en el caso de las habituales formaciones del
inconsciente? Esta observación es pertinente, por ejemplo, en los casos de trastornos orgánicos
que remiten a otros cuerpos, al modo de fenómenos de mimetismo e identificaciones con
objetos perdidos.
También observamos que el establecimiento o restablecimiento del orden en el
organismo exige necesariamente un costo de trabajo, proceso de índole entrópica que implica
desperdicio de energía en tareas que no sólo no hacen a las funciones específicas de los órganos
sino que deben operar perturbando sus inercias parciales, esto es: limitándolas. Se generan así
desórdenes junto al ordenamiento orgánico que pueden confundirse con él. Agreguemos que, en
la medida en que el goce subjetivo está referido al orden o a su ruptura, se trata de goce fálico. A
102
la vez, otro goce, no fálico, puede permanecer junto a tal goce del orden sin confundirse
necesariamente con él.
Hemos subrayado, en referencia al goce, que cuando se logra algún esbozo de
identificación o de cercamiento del goce que podría estar involucrado en un trastorno orgánico
rotulado como psicosomático, la frontera con el síntoma conversivo se borra. También
señalamos que requiere mayor dilucidación la idea de que en estos trastornos existe un goce
específico. ¿Existe tal goce?
Nos inclinamos a la cautela cuando se cree entender que hay "fenómenos
psicosomáticos", en los que habría un "goce por fuera de lo simbólico" (43). No se trata sólo de
no identificar "simbólico" con "significación"; ese goce, si fuera inefable, resultaría equiparable
al "de las plantas" al que Lacan se refirió con ironía (44). De este modo, al considerar la idea de
un goce específico propio de ciertos trastornos orgánicos sugerida por el mismo Lacan, es
conveniente no apresurarse a imaginarlo como excluido de lo simbólico. Corresponde recordar
que el goce, en el sentido de lo psicoanalizable, es un efecto esencial del significante.
Por las razones referidas, es también conveniente distinguir entre el llamado
autoerotismo de los órganos y el goce, que lo es finalmente del significante (45). Respecto del
número, cuya función en estos casos hemos tenido en cuenta, señalemos que, aunque permite
marcar el lugar de un goce, él mismo no se goza, en lo que se diferencia de la palabra.
La observación lacaniana de que las dolencias psicosomáticas responden a regulaciones
autoeróticas que escapan a los marcos del narcisismo demandará nuevas consideraciones.
Merece también más atención la pertinencia de calificar a estos fenómenos únicamente como
trastornos, en la medida en que en ellos no parece regir la imposición de un parámetro ideal de
funcionamiento orgánico armónico.
Insistimos en extraer todas las consecuencias de que la holofrase no constituye un
concepto menor del psicoanálisis. Es un concepto crucial no sólo en la intelección de la
problemática psicosomática sino en una serie de otros casos. Se puede decir de la holofrase, de
manera aproximativa y general, que no es otra cosa que un impacto masivo del Otro. Se trata de
un golpe, imposición inapelable hecha de lenguaje como obstáculo, interferencia o perturbación
real en el acomodamiento de la vida.
Hemos destacado también que la operación de la holofrase no es simple. Por el
contrario, el hecho de que funcione como un "bloque simbólico" que no presenta intervalos
entre significantes, de comienzo cerrado a la dialectización, no supone que su estructura sea
sencilla o elemental. Un jeroglífico puede también operar como holofrase, puesto que lo
intrincado de su estructura resulta no desarmable si las claves para su intelección resultan
inaccesibles. La resistencia de la holofrase a la dialéctica puede ser el producto de una
imposibilidad material o lógica de "desarmar" la complejidad que la integra. El sentido de
cualquier pregunta no puede prescindir de la anticipación de la existencia de su respuesta. Una
holofrase, por lo tanto, puede llegar a configurarse como el contrasentido en que consiste un
enigma informulable, o una pregunta imposible de responder.
Consideremos, por ejemplo, el caso de un hombre que a los dos años había sobrevivido
a los campos de concentración, en los que murieron sus padres, hermanos, abuelos, tíos y
primos, quedando al cuidado de un amigo de la familia quien, a su vez, perdió también a toda su
extensa familia. La vida de nuestro "sobreviviente" se presenta en la clínica reducida a no ser
otra cosa que la monótona presentación de sí mismo como exacta y solamente eso: "único
sobreviviente".
El horror, convertido en fascinación, de la siniestra perversidad que barrió a su familia,
historia y, quizá, futuro, se condensó en una amalgama que cautivó íntegramente al sujeto. La
103
Referencias bibliográficas.
p. 89.
43. Cf. V. Gorali, op. cit., p. 10.
44. Cf. J. Lacan, "La tercera", op. cit., p. 92 y 93.
45. Cf. J. Lacan, El Seminario - Libro II - El yo en la teoría de Freud y en la técnica
psicoanalítica, (Buenos Aires, Ed. Paidos, 1984), p. 148.
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