Sexualidad Sujetos Discapacidad
Sexualidad Sujetos Discapacidad
Sexualidad Sujetos Discapacidad
ISSN Nº 2469-0066
Abstract: The following work is a bibliographic compilation study aimed at analyzing the conceptualization of
sexuality in subjects with Intellectual Disability (ID). To this end, a journey was made through different
conceptions that have been handled over time, and highlighting both myths and prejudices to establish a
possible correlation between them and situations of Sexual Abuse (AS), linked to the mismanagement of
information and education of sexuality in these young people, referring to the fact that factors that affect the
vulnerability of these subjects could be considered, exposing them to scenarios of greater vulnerability and
neglect. It is an undeniable fact that sexuality is a natural attribute of all human beings, however, when placed
next to mental disability, this does not seem to be the case, the speeches of the time are usually plagued by
myths and false beliefs that they annul and / or ignore the disabled person as soon as they are sexed (Alva,
2009).
Keywords: sexuality, intellectual disability, sexual abuse, myths.
1Dra. en Psicología. Lic. en Psicología. Pontificia Universidad Católica Argentina. Email: analia_losada @yahoo.com.ar
2Lic. en Psicología (Esta investigación forma parte de su Trabajo de Integración Final para la obtención del Titulo de Licenciado en
Psicología)
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Schorn (2008) se refiere a la sexualidad como una energía vital, que es intransferible, inherente al ser
humano y que se expresa en todo lo que la persona hace como parte integrante de su personalidad.
Núñez (2008) postula que la sexualidad de la persona con discapacidad, como la de cualquier otra,
no nace en la adolescencia, sino que tiene su origen desde el mismo momento del nacimiento como
modalidad de relación con otro, agrega que todos los seres humanos poseemos un cuerpo que es erógeno,
así que las distintas partes del cuerpo son capaces de brindar placer, y esto es válido también para las personas
que tienen discapacidad.
La Organización Mundial de la Salud (1980) conceptualizó al término Discapacidad como toda aquella
restricción o ausencia de la capacidad de realizar una actividad en la forma que lo realizaría un ser humano, o
bien dentro del margen que se considera normal para los mismos. A su vez, la definición de Discapacidad
Intelectual postulada por la Asociación Americana sobre Retraso Mental (2002) plantea que el Retraso mental
es una discapacidad que se caracteriza por limitaciones significativas en el funcionamiento intelectual y la
conducta adaptativa tal como se ha manifestado en habilidades prácticas, sociales y conceptuales. Esta
discapacidad comienza antes de los 18 años. Despouy (1993) refiere que una persona con discapacidad es
aquella que padezca una alteración funcional, permanente y prolongada, física o mental, que en relación con
su edad y medio social implique desventajas considerables para su integración tanto familiar como social,
educacional y laboral, y para el disfrute de sus derechos humanos. Muchas conductas sexuales que aparecen
en personas con déficit intelectual son interpretadas por los demás, desde la propia mirada e intencionalidad,
sin tener presente, en estos casos en particular, que, para comprender una conducta sexual de una persona
con discapacidad mental, siempre debe tomarse en cuenta su nivel o edad de comprensión y no, como
generalmente hacemos, su edad cronológica (Schorn, 2008).
Argumenta Amor Pan (2002a) que la mayor parte de las personas con retraso mental no presenta
más problemas de conducta que las personas sin tal retraso. Agrega que por lo general se trata de una
población muy sociable y con buena capacidad de adaptación. Sin embargo, en muchas ocasiones, es el
contexto en el que se ven inmersos el que no favorece el desarrollo de conductas apropiadas, y fomenta
involuntariamente la puesta en escena de repertorios desadaptativos que requieren la intervención
profesional para ser reducidos o eliminados.
El nacimiento de un hijo con discapacidad es un acontecimiento que irrumpe produciendo un efecto
de conmoción en la familia, afectando su dinámica y generando consecuencias en todos sus integrantes. En
tanto inesperado, suele ser del orden de lo traumático (Fainblum, 2004). Del Moral Zamudio (2001) sostiene
que alrededor del menor con discapacidad intelectual se reúnen una variedad de factores tanto personales,
como familiares y sociales, que lo hacen más vulnerable y lo convierten en fácil víctima del fenómeno de abuso
sexual, ante los cuales existe escasa o nula prevención y/o evitación.
Amor Pan (2002) relata que a lo largo del tiempo se ha venido situando a las personas con retraso
mental en un rol donde no queda lugar para la sexualidad. Esta concepción, basada en el predominio del
criterio moral, entiende que es un tema que no debe suscitar interés o debate, debido a que, en su mayor
parte, estas personas no están casadas o no tienen parejas, y que además no deberían tener hijos, bien porque
no podrían cuidar de ellos de manera adecuada o porque podrían presentar problemas similares.
Uno de los mitos que rondan la sexualidad en sujetos con DI hace referencia a la necesidad de silenciar dicha
dimensión considerada tan vital para el ser humano. Esta creencia presupone que la ignorancia en cuestiones
sexuales es la mejor arma para defenderse de la propia sexualidad. Sin embargo, ninguna persona,
independientemente de su nivel de capacidad o discapacidad, puede ser asexuada. Es más, la mayoría de las
personas con retraso mental tienen conciencia de su sexualidad, manifiestan inquietud por el tema y tienen
sus experiencias en menor o mayor medida, con menor o mayor grado de satisfacción. Su desarrollo sexual e
interés por la sexualidad no se encuentran especialmente retrasados en comparación con sus pares no
discapacitados (Verdugo, Alcedo, Bermejo & Aguado, 2002).
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Murillo y Richmond, 2005, citados por Rivera Sánchez (2008) afirman que cuando se estudian los
estereotipos asociados a la sexualidad de dicho grupo poblacional, se pueden encontrar diversas
clasificaciones, que se categorizan como mitos referidos a la asexualización, la sobresexualización y sobre el
temor a la reproducción de las personas con discapacidad. Los prejuicios relacionados con su sexualidad
oscilan en los extremos de creer que por su condición no presentan necesidades de afecto y vida sexual, son
como niños o que, por su sexualidad, que esta exacerbada, no tienen control.
No existen diferentes sexualidades, es decir que no hay una sexualidad específica para los niños/as,
los adultos/as o de las personas con discapacidad; sino que la sexualidad es una sola: la sexualidad humana,
que se manifiesta de diversas maneras según las etapas de nuestra vida. Por lo tanto, se concluye en que
todos y todas somos seres sexuados y en consecuencia, ésta forma parte integrante a lo largo de la vida. Desde
esta perspectiva, se concibe a la persona con discapacidad como un ser sexuado con derecho a vivir su
sexualidad a pesar de su condición física y/o mental (Rivera Sánchez, 2008).
Rivera Sánchez (2008) expone que al igual que cualquier persona, aquellas con discapacidad
manifiestan su sexualidad explorando su cuerpo, al igual que se interesan por relacionarse con sus
compañeros, establecer lazos afectivos con su familia y amigos, así como también en saber cómo nacieron,
cómo es su cuerpo y por qué este cambia día a día. El propósito de desmitificar ideas presentes y brindar
herramientas necesarias para que se inicie la educación sexual desde edades tempranas, tiene como objetivo
formar hombres y mujeres capaces de sentirse independientes para poder vivir plenamente dentro de la
sociedad, sin sentirse limitados por su condición física o mental.
Cuando se hace referencia al abuso sexual, se habla de todas aquellas situaciones en las que una
persona se ve envuelta en actividades o relaciones sexuales que no quiere y no ha consentido y/o no entiende.
Dichas relaciones se basan en la gratificación de quien sea el abusador, el cual suele situarse en una posición
de poder, ya sea por edad, tamaño, posición o rol social (Verdugo, Alcedo, Bermejo & Aguado, 2002).
Bailey (1998) plantea dos tipos de abuso, sin contacto: incluye acoso, pornografía, posturas
indecentes e insinuaciones o con contacto: recoge tocamientos, masturbación y penetración. Los niños con
retraso mental sufren con mucha más frecuencia estos abusos, especialmente en edades que se comprenden
entre los 6 y 11 años. Este riesgo va en aumento hacia la adolescencia y continúa también en la vida adulta.
Respecto al género, encontramos que las chicas con retraso mental tendrían más riesgo de sufrir abuso sexual,
mientras que en los varones predomina el abuso físico o la negligencia. En cuanto a los contextos, estos son
muy variados. En ámbitos residenciales o institucionales se incrementa el riesgo, y los abusos más frecuentes
son llevados a cabo por los cuidadores o personal que está en contacto directo y continuo con estas personas
(Verdugo, Alcedo, Bermejo, & Aguado, 2002). López Sánchez (2009) enumera algunas falsas creencias que
favorecen que esta población sufra abusos. Entre ellas se destaca el creer que estas personas no resultan
atractivas, por lo que no sufren agresiones sexuales; no comprenden o no sienten el daño, por lo que es menos
grave; no pueden aprender nada sobre el tema.
Sobsey, Randall y Parrilla, 1997; Bailey, 1998, citados por Verdugo, Alcedo, Bermejo & Aguado (2002),
comentan que en algunas personas se encuentra la idea de que las personas con discapacidad intelectual son
insensibles al dolor y sin capacidad para captar el abuso del cual pudieran ser objeto, lo que los haría
específicamente vulnerables a todo tipo de abusos sexuales. Agregan además que, si bien es cierto que los
niños, adolescentes y adultos con retraso mental son particularmente vulnerables al abuso sexual, no lo es
que esto se deba a factores relacionados con su infantilismo o falta de interés sexual, sino a factores
extrínsecos relacionados con la estrecha dependencia y sumisión a terceras personas, junto a otros aspectos
como la pérdida de intimidad y la falta de información sexual.
Al negarles la posibilidad de una adecuada educación sexual, aumenta considerablemente la
vulnerabilidad de estas personas a embarazos, enfermedades venéreas y abusos sexuales. Así mismo,
persistiendo los mitos antes mencionados, excluyéndolos del acceso a la educación, programas de prevención
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y seguridad, los riesgos podrán ir en ascenso, al quedar estas personas desprotegidas por no contar con
estrategias de afrontamiento eficaces (Verdugo, Alcedo, Bermejo & Aguado, 2002).
Objetivo
Considerar una posible causalidad entre los mitos acerca de la sexualidad en personas con DI y el
abuso sexual, pensándolos como factores de riesgo y de vulnerabilidad.
Metodología
Se llevo adelante un estudio teórico. Se considera como tal a aquellos estudios que presentan
avances teóricos, estudios de revisión, actualización, comparación y análisis crítico de teorías o modelos en
un determinado campo (Montero y León, 2007). Delimitando aún más la categoría del trabajo elaborado, se
lo enmarca dentro de los estudios clásicos. En esta categoría se incluyen los estudios que agencian la revisión
de ideas sin utilizar estadísticos para llevar a cabo la fundamentación de sus nociones. A los fines de consumar
este trabajo bibliográfico, se recabó información de distintas fuentes: se utilizaron documentos de trabajo,
tesis doctorales, libros, documentación soporte papel, monografías, investigaciones, artículos online,
manuales de Psicología del desarrollo y publicaciones de revistas científicas. Toda la fuente utilizada fue
extraída dentro de las áreas de Psicología Social, Psicología Jurídica y Psicología Diferencial. Asimismo, se
recurrió a expertos, a bibliotecas generales y especializadas, como así también a distintas bases de datos,
como ser: DIALNET, SCHOOLAR GOOGLE. En dichas bases de datos se utilizaron como palabras claves:
sexualidad, discapacidad intelectual, mitos, abuso sexual.
Sexualidad
Todos los individuos tienen sentimientos, actitudes y convicciones en materia sexual, pero cada
persona experimenta la sexualidad de distinta forma, ya que esta viene decantada por una perspectiva
sumamente individualizada. Se trata de una perspectiva que proviene tanto de experiencias personales, como
de elementos públicos y sociales. No puede comprenderse la sexualidad humana sin reconocer que ésta es de
índole pluridimensional, es decir que es un hecho biológico, psicológico y cultural (Amor Pan, 2002a). La
sexualidad es el conjunto de experiencias humanas atribuidas al sexo y definidas por éste, constituye a los
particulares, y obliga su adscripción a grupos socioculturales genéricos y a condiciones de vida
predeterminadas. Es un complejo cultural históricamente determinado consistente en relaciones sociales,
instituciones sociales y políticas, así como en concepciones del mundo, que define la identidad básica de los
sujetos. La sexualidad está constituida por formas de actuar, de comportarse, de pensar, y de sentir, así como
por capacidades intelectuales, afectivas y vitales asociadas al sexo. Consiste también en los papeles, las
funciones y las actividades económicas y sociales asignadas con base en el sexo a los grupos sociales y a los
individuos en el trabajo, en el erotismo, en el arte, en la política y en todas las experiencias humanas; consiste
asimismo en el acceso y en la posesión de saberes, lenguajes, conocimientos y creencias específicos; implica
rangos y prestigio y posiciones en relación con el poder. La sexualidad es identificada con el erotismo, al punto
de usarse indistintamente ambos términos. En el terreno teórico es necesario diferenciar ambos conceptos
para elaborar categorías rigurosas. La sexualidad incluye al erotismo pero no lo agota, y este a mismo tiempo
debe ser reconocido en su especificidad (Lagarde, 1997). La sexualidad es una energía vital, intransferible, que
es inherente al ser humano y que se expresa en todo lo que la persona hace como parte integrante de su
personalidad (Schorn, 2008). Siguiendo con esta definición, Amor Pan (2002b) y Nuñez (2008), refieren que
sexualidad es más que simple genitalidad, siendo el concepto de sexualidad mucho más amplio y la genitalidad
sólo un aspecto de ella. Sexualidad es afecto, es encuentro interpersonal, realización de la propia
personalidad, es también corporalidad. Se puede hablar de una sexualidad destinada a la procreación, a la
búsqueda exclusiva de placer o a la relación convivencial, pero ni aun así se roza con la superficie de la
sexualidad, más bien hay que pensarla de manera integradora, ya que ninguna dimensión de la sexualidad
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tomada aisladamente tiene validez universal. Tanto los aspectos biológicos como los factores psicológicos y
sociales forman un entramado de vital importancia, que empieza a influir en el momento mismo del
nacimiento y siguen haciéndolo por el resto de la vida (Amor Pan, 2002b).
Discapacidad Intelectual
El concepto de discapacidad, o de términos tales como deficiencia mental, minusvalía, discapacidad
psíquica o retraso mental, ha ido evolucionando a lo largo del tiempo. Verdugo (1997) se avoca a la concepción
del retraso mental que se concebía en Inglaterra en el siglo XIV, en donde aquellos que poseían alguna
deficiencia mental eran caratulados como “idiotas” y se los conceptualizaba como aquellos que eran incapaces
de manejar sus propios negocios, por lo que sus propiedades pasaban directamente a la Corona.
La Organización Mundial de la Salud (1980) conceptualizó al término Discapacidad como toda aquella
restricción o ausencia de la capacidad de realizar una actividad en la forma que lo realizaría un ser humano, o
bien dentro del margen que se considera normal para los mismos. En esta conceptualización, se intentó incluir
tres niveles del trastorno, es decir, los niveles bio – físico – psicológico. Pero luego de un tiempo fue necesaria
una revisión, ya que por un lado se concebía como un modelo únicamente causal y unidireccional, y por el
otro, se dejaron de lado ciertos aspectos importantes del individuo y su trastorno, como lo son su entorno
físico y social.Tal es así, que a partir de mediados de la década del 90 comenzó la revisión de esta definición,
para finalmente considerar el término “Discapacidad” como un concepto global, que incluye tanto la
perspectiva individual, como la corporal y social, es decir, como término genérico que recoge las deficiencias
en las funciones y estructuras corporales, las limitaciones en la actividad, y las restricciones en la participación
social del individuo (CIF, 2001). La Asociación Americana sobre el Retraso Mental (AARM), goza de un prestigio
en el mundo de la discapacidad, logrado tras más de un siglo de trabajo en tareas de investigación relacionadas
con el retraso mental (RM). Desde su fundación en 1876, una de sus principales preocupaciones ha sido
conseguir una delimitación clara y no discriminatoria de la condición de las personas con RM. Su composición
heterogénea, en la que se incluyen profesionales provenientes de diferentes campos de la salud, la psicología,
la educación, el trabajo social, la legislación y la administración, entre otras, ha hecho de esta organización un
punto de referencia para todos aquellos que por motivos personales o profesionales se relacionan con
personas que presentan esta discapacidad. En el año 1921, encontramos en la primera edición de su manual,
la definición de RM (realizado junto con el Comité Nacional para la Higiene Mental). Desde aquella primera se
han publicado ocho ediciones más (1933, 1941, 1957, 1959, 1973, 1977, 1983, 1992), y la actual está vigente
desde 1992 (novena edición). Cada década del siglo XX, ha contado con la influencia de uno de estos manuales
clasificatorios y, con cada nueva edición, la definición iba puliéndose y enriqueciéndose en matices. Se
evidencia que los trabajos que surgían no anulaban a los anteriores, porque esos manuales servían como base
y punto de partida para una mejor comprensión del RM. Se iba ganando en claridad, amplitud y delimitación.
El punto de partida de la definición tenía en el coeficiente de inteligencia su eje fundamental. La aparición de
las pruebas de inteligencia y su aplicación generalizada en la población estadounidense, hacían de este
parámetro el dato más objetivo en el que se basaba cualquier tipo de investigación, y la referencia diferencial
en la que se catalogaba a la población en función de sus rendimientos intelectuales (Portuondo Sao, 2004).
La definición de Discapacidad Intelectual postulada por la AARM (2002) plantea que el retraso mental
es una discapacidad que se caracteriza por limitaciones significativas en el funcionamiento intelectual y la
conducta adaptativa tal como se ha manifestado en habilidades prácticas, sociales y conceptuales. Esta
discapacidad comienza antes de los 18 años (Luckasson et al., 2002). Una persona con discapacidad es aquella
que padezca una alteración funcional, permanente y prolongada, física o mental, que en relación con su edad
y medio social implique desventajas considerables para su integración tanto familiar como social, educacional
y laboral, y para el disfrute de sus derechos humanos (Despouy, 1993).
Schorn (2008), a efectos de aclarar, hace una diferenciación de los niveles de discapacidad. Postula
que aquellas personas que presentan un déficit mental profundo pueden legar a desarrollar una edad o nivel
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de comprensión comparable a la de un niño de un año. La gratificación aquí pasa por el afecto, el cuidado, la
atención y alimentación, la higiene y la estimulación de su propio cuerpo. En el déficit mental severo su
desarrollo en cuanto a la comprensión puede compararse al alcanzado por un niño de dos años como máximo.
Estos se autoestimulan, porque a través de estas sensaciones placenteras pueden unificar el concepto de “sí
mismo”, así que exploran su cuerpo, pueden diferenciar zonas placenteras y diferenciar ligeramente los sexos.
Por otro lado, en el déficit mental moderado su nivel de comprensión puede alcanzar el comparable al de un
niño de 6 o 7 años. Aquí existe el auto valimiento y la adaptación a normas familiares y sociales. La
estimulación que reciben por personas ligados afectivamente y las que son producidas por autoestimulación
los conducen al reconocimiento de lo placentero tratando de repetir estas situaciones por su efecto
gratificante.
La DI tiene implicancias tanto en el desempeño motor, como alteraciones perceptuales, déficits en
memoria y adquisición de nociones, afecta también el desarrollo del lenguaje y el razonamiento. Pero donde
se observan las limitaciones más evidentes es en la conducta social, ya que presentan dificultades en las aéreas
de independencia personal y adaptación personal y social. Esto se ve influido por otros factores
independientes del grado de retraso, como lo son el antecedente socioeconómico, las oportunidades de
socialización, la experiencia escolar y las actitudes que los demás adoptan hacia el sujeto con discapacidad
(Del Moral Zamudio, 2001). Es común que al niño con DI no se le enfrente a tareas propias de cada edad, que
se le relegue de experiencias cotidianas y que se lo prive de vivencias sociales necesarias. Rara vez se
encuentra que un discapacitado temprano haya mantenido juegos sexuales con otros niños o compañeros de
la infancia (Castro Alegret, 1994). Al parecer existe un proceso de representación de su sexualidad con mayor
demora en el reconocimiento de su propio cuerpo y la introyección de normas sociales, con menor erotización
que el resto, debido posiblemente a que los adultos han erotizado menos o hasta rechazado esa parte de su
persona. A pesar de esto, diversos estudios como lo es por ejemplo el de Heshusius (1982), han demostrado
que las personas con DI experimentan la intimidad y la sexualidad al igual que cualquier otra persona, a veces
de manera confusa, pero como una parte esencial de sus vidas. Tienen sentimientos sexuales y el deseo de
compartirlos con otros individuos está presente (Del Moral Zamudio, 2001).
Sexualidad y Discapacidad
Al igual que el resto de niños y niñas, los menores con discapacidad exploran su cuerpo, se interesan
por relacionarse con compañeros, establecer lazos afectivos con su familia y amigos, así como por saber cómo
nacieron, cómo es su cuerpo y por qué éste cambia día a día (Rivera Sánchez, 2008). Núñez (2008), relata que
la sexualidad de la persona con discapacidad, como la de cualquier otra, no nace en la adolescencia, sino que
tiene su origen desde el mismo momento del nacimiento como modalidad de relación con otro. Es en la
pubertad cuando comienza a darse una gran actividad hormonal que va a producir modificaciones profundas
en las sensaciones del adolescente, y en la percepción de sí mismo, su cuerpo y del mundo. Este despertar
sexual, sobre todo en aquellos discapacitados con mayores dificultades simbólicas, se puede manifestar sin
las inhibiciones que suelen darse en personas sin discapacidad. Así, que en el joven con discapacidad se rompe
un cierto equilibrio que se mantuvo hasta ese momento y se intenta seguir manteniendo, basado en la
negación social de su sexualidad, por lo cual este aspecto no es integrado a la existencia vital del joven.
Partiendo de este punto, debe reconocerse la importancia de educar y atender la sexualidad de personas con
discapacidad, sabiendo que esto permitirá el desarrollo integral, aprender a conocerse, aceptarse y
respetarse. La sexualidad integra una serie de aspectos que buscan el desarrollo de las personas para que
estas puedan participar en la sociedad activamente. Es indispensable para el desarrollo y ajuste de la
personalidad de cada individuo, por lo que, todas las personas la poseen, no se aparta de aquellas con
discapacidad, sino que forma parte integrante de todos y cada uno (Rivera Sánchez, 2008).
Edmonson (1980,1988) postula que las personas con retraso mental tienen necesidades emocionales
de amar y de ser amados, de mostrar sus afectos, establecer relaciones y de expresar su sexualidad. También
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se reclaman con frecuencia sus derechos sexuales, entre los que se hallan el derecho a recibir información,
educación y orientación sobre su sexualidad, a expresarse en este aspecto y a casarse o tener parejas. Aun
así, parece existir sobre este tema un pacto de silencio (García, 1990), que ha atenazado a responsables de la
política educativa y sanitaria, pacto que ha impedido un mayor nivel de avances y progresos.
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están asociados con la estrecha dependencia y sumisión a terceras personas, junto a otros elementos como
son la pérdida de intimidad y la falta de información sexual (Verdugo, Alcedo, Bermejo & Aguado, 2002).
Sobsey y Mansell, 1997 y Kennedy, 1996, citados en Verdugo, Alcedo, Bermejo y Aguado (2002)
señalan que estos mitos influyen en las actitudes de los profesionales que trabajan con sujetos con RM, y
también en los servicios especializados dirigidos a los mismos, lo que genera resultados negativos, ya que han
servido para justificar la exclusión, el aislamiento y la segregación de estas personas de una adecuada
educación sexual. Al privarlos de esta posibilidad, aumenta notablemente la vulnerabilidad de esta población
tanto a embarazos como enfermedades venéreas como al mencionado abuso sexual.
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(Losada, 2009). El miedo de contar lo acontecido, sobre todo cuando se trata de un abusador cercano a la
familia de la niña o niño, y lo difícil de los procedimientos legales para validar el hecho, muchas veces hace
que los adultos desestimen con frecuencia hacer algún tipo de denuncia (Ferrante, 2009).
Kennedy (1996), Lumley y Miltenberger (1997), Furey, Granfield y Karan (1999), coinciden en que el
AS en la población con DI, es más elevado que en la población en general, aunque se desconoce la frecuencia
real del problema, debido, entre otros motivos, a la tasa tan baja de denuncias existentes. En niños con
discapacidad, encontramos que el riesgo de abuso se duplica en comparación con los pares sin discapacidad.
Los niños con RM sufren con más frecuencia estos abusos, en especial, en edades comprendidas entre los 6 y
11 años. Este riesgo aumenta considerablemente en la adolescencia pudiendo continuar también en la vida
adulta (Furey et al., 1999; Sobsey y Mansell, 1997). En lo que respecta al género, las chicas con RM son objeto
de AS más frecuente que los chicos, pero en varones el tipo de maltrato más predominante es el abuso físico
y la negligencia (Sobsey, Randall y Parrilla, 1997). En cuanto a los contextos en los que se produce el AS, se
encuentra que estos son muy variados: ámbito familiar, círculo de amistades, entorno laboral, ambiente
residencial, todos estos constituyen una fuente potencial para el abuso, aunque estas situaciones se llevan a
cabo también en el ámbito residencial o institucional, donde el riesgo incrementa. Dentro de estos entornos,
los abusos más frecuentes son llevados a cabo por los cuidadores o el personal que está en contacto directo
con estas personas (Sobsey y Randall, 1997).
La infancia con discapacidad se ve afectada por factores de riesgo iguales a los que se presentan en
la población infantil en general: la exclusión, el estrés familiar, dificultades económicas, aislamiento social,
conflictos conyugales o historia familiar de abuso sexual en los padres. Estos son factores, que entre otros
muchos, aumentan el riesgo de los menores a sufrir algún tipo de maltrato (Observatorio de Infancia, 2006).
La discapacidad no puede ser considerada por sí misma como un factor desencadenante del maltrato si no se
da en interacción con otras variables de riesgo como ocurre en la mayoría de los menores cuando son
maltratados (Olivan, 2002). Junto a la incidencia de estas variables, se detectan también factores familiares,
educativos, contextuales, así como los asociados a necesidades especiales, que afectan específicamente a la
población con discapacidad haciéndola más vulnerable a sufrir algún tipo de maltrato. (Berastegui Pedro-Viejo
y Gómez - Bengoechea, 2006).
Discusión
Se ha descripto que niños y adolescentes con RM son particularmente vulnerables al abuso sexual,
aunque no lo es debido a factores relacionados con su infantilismo o falta de interés sexual, sino a factores
externos que están asociados con la estrecha dependencia y sumisión a terceras personas, junto a otros
elementos como son la pérdida de intimidad y la falta de información sexual (Verdugo, Alcedo, Bermejo &
Aguado, 2002). Los mitos y tabúes sociales más la falta de servicios de protección, ubican a las personas con
discapacidad ante un riesgo significativamente mayor de sufrir AS que cualquier otro sujeto (Del Moral
Zamudio, 2001).
Las personas con RM suelen tener menor información, menor conciencia de riesgo y menor
capacidad para tener prácticas sexuales seguras, tanto por a falta de información como por la propia
discapacidad (López Sánchez, 2009). Por lo que es necesario brindar información adecuada que permita
derribar todos los mitos existentes y que pueda transmitir, formar y promover actitudes, valores,
conocimientos y habilidades desde edades tempranas para que estas personas puedan vivir una sexualidad
responsable. La educación de la sexualidad se vuelve una herramienta de gran valor para poder enseñarles
cómo pueden vivir se sexualidad saludablemente sin ser violentados por su condición (Rivera Sánchez, 2008).
Tal como se mencionó en el presente trabajo, la sexualidad y la discapacidad son constructos que
aún hoy en día no han sido abordados en toda su dimensión. El hablar de sexualidad se halla envuelto en una
serie de mitos y prejuicios que son necesarios desterrar para poder alcanzar el pleno desarrollo de los
individuos y la satisfacción plena de las necesidades humanas por las vías más saludables y óptimas. La
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sexualidad ha estado cargada de connotaciones negativas, y es en los últimos años cuando se le ha empezado
a otorgar un valor positivo considerando que es un atributo natural, esencial e inherente a todos y cada uno
de nosotros, imputable a todas las personas más allá de su condición. La satisfacción de las necesidades
sexuales- considerando que esto no involucra solo lo genital, sino que es mucho más amplio, es un hecho
biológico, psicológico y cultural, constituido por formas de actuar, de comportarse, de pensar, y de sentir, así
como por capacidades intelectuales, afectivas y vitales- es un factor indudable de calidad de vida y en
consecuencia debe tenderse a dar una connotación positiva al placer sexual, cultivando tanto su conocimiento
como las condiciones adecuadas para su plena satisfacción. Cuando a esta mirada negativa de la sexualidad
se le suma el nacimiento de un hijo con discapacidad, que además es un acontecimiento que irrumpe
produciendo un efecto de conmoción en la familia, afectando su dinámica y generando consecuencias en
todos sus integrantes, puede producirse un desequilibrio tanto en las formas de actuar como de pensar, y es
aquí donde tantas veces se cae en ideas erróneas, miedos que paralizan y dudas que si no son bien atendidas
pueden colocar al menor discapacitado en situaciones de riesgo, no solo porque puedan influir de forma quizá
indirecta en el desarrollo de su personalidad, sino porque también puedan verse directamente expuestos a
situaciones que corrompan su integridad física, psicológica, social y emocional.
Pensar entonces que un sujeto con discapacidad carece del aspecto sexual que en cualquier otra
persona no se negaría, los coloca en un rol donde queda un amplio lugar para la colocación de ideas a veces
tan subjetivas como erróneas. Pero el tema aquí, no es solo pensarlo como sujeto sexuado, sino pensar cómo
pararnos ante esto y de qué manera responder y atender sus necesidades. Si pensamos que un menor con DI
es asexuado, se estaría negando la integridad de su persona; si se estima que las únicas conductas que estos
pueden adoptar son conductas puramente instintivas, torpes e hipersexualizadas, se residiría en descuidar el
aspecto afectivo-relacional, alejándonos de la idea de que estos sujetos necesitan de contacto, tienen interés
por su cuerpo, por el otro, manifiestan inquietudes, aspectos todos deben ser guiados y educados.
Los sujetos DI, pueden presentarse como más dependientes y sumisos a sus adultos, suelen estar
educados para responder y obedecer sólo a ellos, junto a esta cuestión, se encuentra una carencia en cuanto
a la educación de la sexualidad, lo que deriva en que los menores no estén orientados para distinguir las
muestras de atención o de cariño apropiadas de las inapropiadas, por lo que –entre otras- pueden aparecer
situaciones de abuso difíciles a veces de identificar, ya sea porque no son denunciadas por el menor o porque
se ven sometidos por el agresor a mantener silencio, inculcando en ellos el miedo y hasta sentimientos de
culpa. La dependencia qua caracteriza las relaciones de los menores discapacitados, los mitos que rondan la
sexualidad y la exclusión y aislamiento de estas personas al acceso de una adecuada educación sexual,
encontramos que estos puntos influyen también en las actitudes de los profesionales que trabajan con sujetos
con RM, y también en los servicios especializados dirigidos a los mismos, lo que genera resultados negativos,
ya que al privarlos de esta posibilidad, aumenta notablemente la vulnerabilidad de esta población tanto a
embarazos como enfermedades venéreas como al mencionado abuso sexual.
Para prevenir entonces situaciones de este tipo, hace falta adoptar estrategias de prevención e
intervención a través de programas psico educativos tanto para el joven con DI, como para las familias, así
como para la sociedad en general, para provocar un cambio en el pensamiento y en las actitudes adquiridas
a la hora de enfrentar la temática de la sexualidad. Estos programas tienen como finalidad que las familias de
los pacientes adquieran habilidades de afrontamiento, habilidades sociales, y de resolución de problemas,
asertividad, manejo del stress y de la ira, relajación y comunicación, con el objetivo de reducir factores de
stress psicosocial, mejorar la interacción familiar y crear sistemas auxiliares de apoyo. Así mismo, la educación
de la sexualidad ayuda a la persona con DI a aprender conductas aceptadas socialmente y a diferenciar lo que
es sancionado por la sociedad, enseñando las situaciones donde deben rehuir de las que deben encontrar
ayuda en caso que sea necesario, concretamente a desarrollar un esquema de prevención ante el abuso
sexual. La educación sexual resulta fundamental para el desarrollo de toda persona, por lo tanto, ésta debe
iniciarse desde edades tempranas. Los adultos deben orientar su aprendizaje hacia espacios que le permitan
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vivir la expresión de su sexualidad de manera saludable, así como establecer las habilidades sociales
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