El Concierto Del Escándalo. Buch
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1 Véanse Christoph von Blumröder, Der Begriff “nene Mnsik im 20. Jahrhunden, Munich y Salzburgo, Musikverlag Emil
Katzbichler, 1981, pp. 89 y ss., y Dommique Jameux, L'École de Vienne. París, Fayard, 2002, pp. 372 y ss.
2 Véanse Rosemary Hilmar , Alban Berg: Leben und Wirken in Wien bis zu seinen ersten Erfolgen ais Komponist, Viena,
Colonia y Graz, Hermann Bóhlaus, 1978, pp. 79-99, y Emst Hilmar, "Arnold Schónberg Briefe an den Akademischer Verband
für Literatur und Musik in Wien”, en Österreichische Musikzeitschrift, 31(6), junio de 1976, pp. 273-292.
Zemlinsky. También se preveía la inclusión de los Kindertotenlieder de Mahler cantados por
Marya Freund, pero los incidentes impidieron interpretarlos.
El programa definitivo era ya el resultado de modificaciones de último momento. El
primer anuncio del concierto indicaba la fecha del domingo 30 de marzo e incluía el preludio
de Tristán y la Muerte de Isolda. Así, la intención de Schönberg era reemplazar el concierto
monográfico que se le proponía por un recorrido histórico que habría mostrado en un solo
día toda la evolución de la música moderna, de Wagner a sus propios alumnos. Pero, al
parecer por falta de tiempo, tuvo que renunciar a Tristán, cosa que lamentaría un miembro
de la Asociación Académica y crítico musical, Ferdinand Scherber (1874-1944): "¡Cuánta
gente va al concierto sólo para ver a Schönberg interpretar a Wagner!”.3 Esa vicisitud no fue
la única. En un comienzo, Schönberg había seleccionado tres de los Altenberg-Lieder para
que los cantara Marya Freund, pero ésta había desistido porque, decía en una carta que
aquél evitó mostrar a Berg, no le parecían "bellos";4 de resultas, sólo se interpretarían los
actuales números 2 y 3, a cargo del tenor Alfred Boruttau. El orden de las obras también
había generado algunas vacilaciones. Schönberg tenía la idea de comenzar con Webern y
Berg, proseguir con su opus 9 y reservar a Zemlinsky y Mahler para el final. Había dado a
Buschbeck las razones de esta remontada en el tiempo: "Los tres primeros números del pro-
grama son relativamente peligrosos. Webern es el más peligroso, y la Sinfonía de cámara, el
menos riesgoso de los tres. Es bueno que el público, que al comienzo todavía está
descansado y paciente, trague ante todo a Webern: la píldora más amarga de este
concierto. Berg tendrá un efecto más suave y la Sinfonía de cámara no resultará un éxito,
pero la gente se mantendrá tranquila por respeto. Zemlinsky funcionará muy bien, y los
Kindertotenlieder son fatalmente seguros [totsicher]".5 Este orden, continuaba Schönberg,
no estaba dictado por "razones artísticas", que lo habrían llevado a poner a Webern más
hacia la mitad del concierto y la Sinfonía de cámara al final; conocedor del público vienés,
había sopesado el "peligro", y su elección se ajustaba a esa evaluación. Y, en efecto, sería
esta estrategia del "popurrí”, como la llama en la misma carta, la que en definitiva se
adoptaría, con una excepción cuyos motivos se desconocen y que, de hecho, se revelaría
desastrosa, a saber, la inversión de los lugares de Berg y Zemlinsky.
Como Schönberg lo presentía, Webern y Berg eran quienes estaban más expuestos al
rechazo del público. Estos jóvenes músicos no eran desconocidos. El nombre de Berg
aparece con frecuencia en las reseñas de los Gurrelieder, en cuanto autor de una guía de la
obra publicada por Universal-Edition. Pero ya en 1907, el 7 de noviembre, las obras de los
dos amigos habían sido interpretadas durante un concierto de alumnos de Schönberg en la
sala de la Asociación de Comerciantes de Viena (junto con Jalowetz, Erwin Stein, Karl
Horwitz, O. de Ivanov, Wilma von Webenau y Viktor Krüger). Por entonces, Elsa Bienenfeld
había destacado en el Neues Wiener Journal las actividades pedagógicas del compositor,
mientras que en la Neue Zeitschrift für Musik de Leipzig, Gustav Grube había criticado los
extravíos de la "escuela de la disonancia''.6 Un año después, el 4 de noviembre de 1908, se
realizó un segundo concierto de alumnos en la gran sala del Musikverein, con la
interpretación, en especial, de la Passacaglia, op. 1, de Webern, y las Doce variaciones sobre
un tema propio de Berg; Bienenfeld alabó la capacidad de Schönberg de "hacer escuela’’
3 Ferdinand Scherber, carta a la Asociación Académica, sin fecha, citada en Rosenmary Hilmar, Alban Berg, op. cit.,p. 95.
4 Mayra Freund, carta a Arnold Shönberg, 10 de febrero de 1913, citada en Rosenmary Hilmar, Alban Berg, op. cit.,p. 94.
5 Arnold Shönberg, carta a Erhard Buschbeck, 10 de marzo de 1913, citada en Ernst Hilmar, “Arnold Schönberg Breife…”, oop.
Cit., p.287
6 Rosemary Hilmar, Alban Berg, op. cit., p. 41; véanse también Dominique Jameux, L´École de Vienne, op. cit., p. 86, y Hans
Heinz Stuckenschmidt, Arnold Schoenberg, trad. de H. Hilcie-brand, París, Fayatxi, 1993, p. 105 [trad. esp.: Arnold Schönberg,
Madrid, Rialp, 1964).
(NWJ, 17/11/1908), en tanto que el Illustrirtes Wiener Extrablatt se refirió a la "jerga
Schönberg” (05/11/1908).7 Obras de Webern también se tocaron el 8 de febrero de 1910 en
un concierto organizado por la Asociación para el Arte y la Cultura. Más importante, la
Sonata para piano, op. 1, y el Cuarteto de cuerdas, op. 3, de Berg, así como los Cinco
movimientos para cuarteto de cuerdas, op. 5, y las Piezas para violín y piano, op. 7, de
Webern, fueron interpretados el 24 de abril de 1911 en la sala Ehrbar, durante el último
concierto organizado por la asociación.
En esa oportunidad, Paul Stauber reconoció en Berg “trazas de talento", a la vez que
volvía a la carga contra el "jefe de los cacofonistas vieneses”: "Se comprueba que no sólo
son incapaces, sino también jóvenes talentosos los que especuladores sin escrúpulos lanzan
sobre esos falsos caminos que no conducen ni al arte ni a la cultura”, escribe, y convoca a
oponerle "la más firme de las protestas” (IWE, 26/04/1911). De este modo, Stauber hacía a
Schönberg el más socrático de los reproches, el de corromper a la juventud. De hecho, ese
artículo fue efectivamente el origen de una protesta, pero una protesta contra Stauber
escrita a instancias de Josef Polnauer, firmada por otros "alumnos y admiradores de
Schönberg " y dirigida a la Asociación de Críticos Musicales de Viena. A falta de archivos, no
sabemos qué recepción se dio a esa carta, al margen del hecho de que Polnauer pretendería
que había persuadido a Stauber de no volver a escribir jamás sobre el compositor y sus
alumnos.8 Si así fue, la resolución del crítico no duró mucho, porque volvería a firmar una
reseña de los Gurrelieder en un diario de Dresde. En cambio, parece no haber asistido al
concierto del 31 de marzo de 1913. El artículo de su diario, el Illustrirtes Wiener Extrablatt,
lleva la firma del único crítico que se había opuesto a los perturbadores de diciembre de
1908, Richard Specht.
La aparición de los dos jóvenes miembros de la futura tríada vienesa en el programa del
31 de marzo muestra que el reconocimiento de los discípulos favoritos del maestro
avanzaba, lo mismo que su emancipación del estatus de alumnos. Los Altenberg-Lieder de
1912 son la primera partitura de Berg escrita sin la tutela directa de Schönberg. Ahora bien,
poco antes del concierto, el compositor los había comentado en una carta a su joven
discípulo: “La instrumentación, en particular, está muy bien, es muy hermosa. Pero hay algo
que no me gusta mucho, a saber, el esfuerzo a veces demasiado evidente para utilizar
medios novedosos. Quizá llegue a comprender mejor el vínculo orgánico entre esos medios
y la necesidad expresiva, pero entretanto eso me molesta".9
Ciertas tensiones, ligadas sobre todo a las obras de los "alumnos”, comenzaron ya a salir
a la luz durante el ensayo general. En todo caso, eso es lo que se contaría a un periodista un
día después del concierto:
Algunos pasajes provocaron hilaridad en las filas de la orquesta. El señor Schönberg manifestó su
descontento. Aclaró a los músicos que estaban bajo contrato y que debían tocar lo que se les pidiera. A
lo cual respondió un portavoz de la orquesta, explicando que Schönberg debía tomar las risas como un
testimonio de simpatía; pero como la orquesta estaba consagrada a tareas artísticas, su deber sólo
podía vincularlos a un programa artístico. A su vez, Schönberg replicó brevemente que podía aceptar
muy bien las críticas de quien fuera, con tal de que se pronunciaran en el lugar adecuado, y agregó que
respetaba la opinión de todos los músicos. Pero que se trataba aquí de la interpretación artística de
obras musicales de compositores serios. Y añadió: "Sólo puedo componer del modo que me es propio,
con éxito o sin él, y ninguno de ustedes podría discutirlo. Pese a los ataques que he tenido que sufrir
desde hace mucho tiempo, y que mi acción suscita aun hoy, sigo trabajando `a mi manera’ y siempre
Es evidente que la publicación de este relato al día siguiente del escándalo tenía el
propósito de justificar las reacciones hostiles del público sobre la base de las reacciones de
los músicos, pero el episodio probablemente fue real. Algunos integrantes de la orquesta
llegaban a pensar, por tanto, que la ejecución de esas obras no entraba en sus competencias
profesionales. Ese sentimiento no debe haber contribuido mucho al éxito artístico de su
actuación, cualquiera que fuera, por otra parte, su profesionalismo.
El concierto del 31 de marzo comenzó entonces con las Piezas para orquesta de Webern.
El programa decía en forma explícita que era preciso abstenerse de manifestaciones tales
como "aplausos, etc.” entre las distintas piezas, que además eran muy breves (véase
ilustración 24). Retrospectivamente, podemos ironizar sobre ese "etc.”, que se convierte en
una alusión a las risas y los silbidos de algunos integrantes del público. Según Specht, fueron
los partidarios de Schönberg quienes, al aplaudir, provocaron el cruce (IWE, 01/04/1913);
aun Elsa Bienenfeld y David Josef Bach criticarían severamente su actitud. Pero parece poco
probable que ellos hubieran sido los primeros en violar una regla de silencio a la que su
maestro atribuía la importancia suficiente para consignarla por escrito en el programa.
Luego del concierto, el compositor se afanaría en aclarar ese punto en Die Zeit: "Sin ninguna
duda, la provocación partió de quienes silbaban, que comenzaron a manifestarse luego de
terminada la segunda pieza de Webern. No defiendo a los que aplaudieron. Pero si se
autorizan los silbidos, también deben autorizarse los aplausos” (z, 03/04/1913). De hecho,
los problemas parecían haber empezado desde el final de la primera pieza y continuaron -
aunque no todas las fuentes coinciden- durante la segunda. Un crítico, que firma "H. K. M.”
en una publicación estadounidense, identifica el momento de su desencadenamiento: "Lo
cierto es que en el segundo ‘cuadro’, el flautista, aunque debía de ser capaz de tocar
afinado, descendió [barbershopped] a lo largo de la escala. Ese pequeño miau quejumbroso,
como el de un gato resfriado, fue too much y el público volvió a empezar [a reírse]” (Boston
Transcript, 17/04/1913). El problema es que nada en esa pieza ni, por lo demás, en las cinco
restantes, corresponde a esta descripción. Quizás hubo una metida de pata del flautista que,
a falta de referencias estilísticas, era imposible identificar como tal, de modo que el crítico
no escuchó en ella más que a un pobre gato enfermo: ¡una Katzenmusik! En todo caso, las
fuentes coinciden en referirse a incidentes serios al final de la pieza número 2, que termina
sobre un triple fortissimo en el que resuenan 11 de los 12 sonidos de la escala cromática.
Robert Konta habla de “tempestad de risas” en ese momento preciso (F, 01/04/1913);
Richard Robert contará con orgullo que por entonces había abandonado la sala para esperar
el final de la serie en el foyer, lo cual le habría permitido comprobar que el placer que [esa
música] nos procura es proporcional al cuadrado de la distancia a la que nos encontramos
de ella” (Wiener Sonn- und Moniags-Zeitimg, 07/04/1913). Bromas aparte, su observación
sugiere el efecto perturbador de la dinámica de la segunda pieza, en la que el primer
fortissimo aparece en los metales de manera repentina, sobre un acorde de cuatro notas
casi contiguas, prácticamente un cluster:
Ese momento no tiene precedentes en la historia de la música. Es cierto, el repertorio
contiene muchos ejemplos de tutti repentinos, desde la exclamación "¡Barrabás!" sobre una
séptima disminuida en la Pasión según san Mateo de Bach hasta el comienzo del cuarto
movimiento de la Primera sinfonía de Mahler, pasando por el inicio del último movimiento
de la Novena de Beethoven, que Wagner llamaba la "fanfarria del horror". Esta pequeña
serie muestra que los choques expresivos habían exigido niveles crecientes de intensidad y
disonancia. Pero el carácter atonal de la pieza de Webern introduce una variante funda-
mental, la ausencia de toda inteligibilidad armónica al margen, podríamos decir, de la
disonancia en estado puro. Por añadidura, la mayoría de los clímax en música coronaban
hasta entonces una elaboración temática mediante una intensificación gradual de la
dinámica, la densidad o la textura, y se justificaban ya fuera por razones dramáticas ligadas
a un texto o por razones estructurales vinculadas al desenvolvimiento de formas
codificadas. Ese tipo de proceso aún está vigente en las Piezas para orquesta, op. 16, de
Schönberg, por entonces desconocidas en Viena, que constituyen el precedente inmediato
del opus 6 de Webern. En todos esos casos, la conmoción sonora del tutti deriva de
elementos que la hacen aparecer como “lógica" o al menos aceptable. Las cosas son
diferentes en Webern, en quien el tutti atonal surge como un mazazo.
El propio Webern se explicaba ese mazazo por razones expresivas. Según el comentario
enviado a Schönberg algunos días antes del concierto, la segunda pieza evoca el momento
en que se había enterado de la muerte de su madre, y la cuarta (marcia funebre), el
entierro.10 El pasaje es, de tal modo, la expresión directa de un dolor extremo. Pero Webern
no había tenido interés en transmitir ese programa autobiográfico al público, que carecía,
por ende, de toda referencia para encontrar sentido a un gesto excepcional. De allí, sin
duda, el rechazo. Es cierto que, con la excepción del crítico exiliado en el foyer, los testi-
monios hablan sobre todo de risas, lo cual no implica tanto la violencia como el grotesco.
Pero acaso las risas debían tomarse como la denuncia de una agresión irrisoria, alimentada
por la estridencia de los metales. De una u otra manera, como ya había ocurrido en
diciembre de 1908 durante el scherzo del opus 10 de Schönberg, ellas constituyen los
primeros signos del escándalo. Con la salvedad de que aquí ya no son motivadas por un
pasaje cómico sino por una obra de espíritu fúnebre. Ese rechazo de una música a la que el
joven Webern atribuía una significación tan íntima contribuye a explicar la furia del
compositor en el resto del concierto.
La agitación parece haberse extendido hasta el final de las Seis piezas para orquesta. En
10 Anton Webern, carta a Arnold Schönberg, 13 de enero de 1913, citada en Dominique Jameux, L´Ecole de Vienne, op. Cit.,
p.195.
el programa figuraban a continuación los Heder de Zemlinsky, cantados por Margarete Bum.
En su versión definitiva, se trata de un ciclo de seis lieder, pero sólo cuatro de ellos, ya
conocidos en su versión para piano, habían sido orquestados para ese concierto,
empezando por Das Mädchen mit den verbundenen Augen [La muchacha con los ojos
vendados]. Ése fue el único momento del concierto en que hubo una auténtica calma, y los
críticos se mostraron generalmente favorables, aunque sin demasiado entusiasmo. Para el
final se había reservado el primer lied del ciclo, Die drei Schwestem [Las tres hermanas], que
es el más dramático y el más áspero desde un punto de vista armónico, sin duda como
transición hacia la Sinfonía de cámara.
La nueva versión del opus 9, con el refuerzo de las cuerdas, probablemente habrá
atenuado la impresión de una falta de coordinación vertical entre “instrumentos solistas”,
aunque acentuaba por la dinámica el impacto global de las disonancias.11 En todo caso,
comparada con la obra de Webern, en la de Schönberg la construcción de las tensiones y los
clímax sigue siendo “lógica", casi clásica. Ése es uno de los motivos por los cuales no
concentró la hostilidad de los descontentos como durante su primera audición, en 1907. Eso
no significó, no obstante, la ausencia de todo incidente, puesto que si bien la obra fue
escuchada en silencio, la siguió, durante una pausa “anormalmente larga”, una furiosa
competencia de aplausos, silbidos y ruidos de llaves e incluso, de acuerdo con ciertas
fuentes, una pequeña reyerta en la segunda galería: la primera de la velada (F y NFP
Morgenblatt, 01/04/1913).
Sin embargo, el verdadero desencadenamiento de las pasiones iba a tener su origen en
los lieder de Berg sobre "tarjetas postales” -en realidad, poemas aforísticos- de Peter
Altenberg. El primero (actual núm. 2), Sahst du nach dem Gewitterregen den Wald? [¿Has
visto el bosque después del aguacero?], comienza pianissimo por la voz a cappella, a la que
poco a poco se suman algunos instrumentos:
11 Véase Margret Jestremski, “Ich glaube, das is t doch ein Irrtum, diese Solobesetzung…’ Die Fassungen von Arnold
Schoenbergs Kammersymphonie op. 9”, en Archiv für Musikwisebschaft, 53(4), 1996, p. 272.
Mira, mujer, ¡también tú necesitas aguaceros!
Algunas risas estallaron ya durante este primer lied y, en medio del estrépito resultante,
Berg escuchó a alguien burlarse: “¡Silencio, aquí llega la segunda tarjeta postal!".12 El
alboroto continuó durante el segundo (actual núm. 3). En un momento, Schönberg dejó de
dirigir y encaró al público: "Solicito que quienes no quieren guardar silencio abandonen la
sala”. Según la Neue Freie Press y el Neues Wiener Tagblatt (01/04/1913), esta intervención
se produjo durante el primer fragmento; según Bienenfeld y Die Zeit (NWJ y z, 01/04/1913),
en el segundo. El crítico del Boston Transcript sitúa la interrupción en el comienzo del
segundo lied, donde las palabras "Über die Grenzen des All" se despliegan en valores iguales
contra un fondo de acordes tenues pianissimo. La interpretación, entonces, se reanudó da
capo, pero eso no impidió que el jaleo se intensificara cada vez más, hasta que Schönberg
lanzó una segunda advertencia: “Voy a hacer sacar de la sala por la fuerza a todos los que
me perturben” (NFP), o bien: "¡Voy a utilizar la fuerza pública contra los perturbadores!” (z).
Al parecer, esta amenaza caldeó aún más los ánimos, y las cosas no quedaron allí. Altenberg
dice: “La vida y el sueño de la vida, de pronto todo ha terminado”. Berg separa la segunda
parte del verso, dicha por el solista a cappella tonlos (sin tono) en el extremo grave. El
pasaje está anotado en Sprechgesang, a la vez muy neto y en el límite de lo audible. Lo sigue
un silencio.
Según Berg, después de "todo ha terminado”, alguien gritó: "¡Gracias a Dios!".13 Al final
de la pieza, esa frase habría hecho volar en pedazos su atmósfera intimista; antes,
significaba una destrucción lisa y llana de la música misma, sumergida bajo las risas que se
redoblaron aún más con la nota final del solista, un do agudo cantado en falsetto por el
tenor Boruttau.
A partir de ese momento los acontecimientos se precipitaron. El desarrollo confuso y
vertiginoso de los incidentes no permite establecer su secuencia con exactitud. Sea como
fuere, ante la batahola en aumento, Anton Webern, sentado en un palco, gritó con claridad
en dirección al patio de butacas la siguiente frase, transcrita exactamente del mismo modo
en todas las reseñas: "Hinaus mit der Bagage! [¡Afuera la chusma!]”. Según Die Zeit, fue
secundado por los "gritos similares” de un joven simpatizante (z, 01/04/1913). El insulto de
Webern no quedó sin respuesta: se le replicó sin remilgos que "cerrara el pico” ["Halten sie
das Maul!”] (Boston Transcript). Entonces, según Konta, o quizás un poco después (NWT), se
escuchó vociferar contra Schönberg y sus amigos: "¡Todos los locos al manicomio!” y "El
manicomio no va a tener lugar suficiente”.
En esos momentos hizo su aparición el comisario superior Hans Leinweder, llamado por
Schönberg y Buschbeck, el presidente de la Asociación Académica. Desde el estrado,
Leinweder se dirigió al público: "¡Señores, pueden expresar su opinión, pero sin
manifestaciones de ira!" (z, 01/04/1913). La mayoría de las fuentes mencionan la sola pre-
sencia de este oficial, pero un testigo dijo que contaba con el apoyo de agentes que se
12Alban Berg, carta a Amold Schönbcrg, 4 de abril de 1913, en Alban Berg y Arnold Schönberg, The Berg-Schoenberg
Correspondence: Selected Lelters, compiladas por Juliane Brand, Christopher Hailev y Donald Harris, Nueva York, W. W.
Norton, 1987, p. 170.
13 Íbid.
encaminaron a las galerías donde se encontraban los más exaltados (NFP Abendblatt,
01/04/1913). Como su exhortación no había tenido efecto, el comisario pidió a Buschbeck
que se dirigiera él mismo al público. Schönberg explicaría a continuación: "Como organi-
zador de la velada, y visto que la policía era incapaz de hacerlo, debía tratar de restablecer la
calma. Había que sacar a los perturbadores por la fuerza” (z, 02/04/1913). Según el Neues
Wiener Tagblatt, Buschbeck pronunció entonces la siguiente frase: "Si les parece bien,
escuchemos al menos [wenigstens] los Kindertotenlieder de Mahler con el recogimiento que
corresponde”. De acuerdo con Die Zeit, en cambio, sus palabras habría sido: "Pido que
escuchemos en silencio los Kindertotenlieder de Gustav Mahler, último número del
programa” (z, 01/04/1913). A su vez, un integrante de la orquesta señaló: “¡Queremos al
menos honrar la memoria de Gustav Mahler!” (Reichspost, 01/04/1913). Al día siguiente de
los incidentes, Buschbeck se preocuparía por aclarar:
No fui yo sino un integrante de la orquesta quien pronunció las palabras "escuchemos al menos los
Kindertotenlieder de Gustav Mahler en silencio". Mis palabras, dichas para restablecer la calma en
medio del tumulto general y dirigidas al público, fueron en cambio: "La dirección de la Asociación
Académica les solicita que tengan a bien escuchar los Kindertotenlieder de Gustav Mahler en silencio, o
de lo contrario que dejen la sala". Y como no tuvieron el resultado previsto, agregué: "Les solicitamos
que vuelvan en silencio a sus lugares" (carta de Erhard Buschbeck, NWJ?, 02/04/1913).
"¡Nada de Kindertotenliederl", habían gritado algunos en lo más álgido del alboroto (z,
01/04/1913). Al día siguiente del Skandalkonzert, las opiniones sobre las responsabilidades
estaban divididas. El informe policial afirmaba que los incidentes habían sido provocados
por "las vehementes manifestaciones de los adversarios de la nueva dirección musical
representada por Schönberg", liberado así de una responsabilidad directa. Lo que se había
puesto en entredicho, en efecto, era la "nueva dirección musical". Pero lo más irritante para
los adversarios mencionados era la pretensión de invocar a Mahler, en una época en que las
querellas en tomo del ex director de la Ópera cedían poco a poco su lugar a un
reconocimiento consensual. El incidente es significativo en lo concerniente a la recepción de
Mahler, a causa de las aspiraciones de la escuela de Viena y sus exégetas de erigirlo en
padre fundador de la Nueva Música y, recíprocamente, de declararse sus herederos
legítimos.
Ahora bien, esta polémica no era nueva. Gustav Mahler había muerto en Viena el 18 de
mayo de 1911, poco después de su regreso de Nueva York. La reacción de Schönberg había
consistido en componer la sexta de las Piezas para piano, op. 19, dedicarle post mórtem su
Tratado de armonía y pintar su entierro; había pronunciado, asimismo, una serie de
conferencias en las que (según la versión recogida en El estilo y la idea) se las había tomado
a la vez con los detractores y los admiradores del compositor desaparecido:
¿Qué podíamos esperar de los mediocres y los corruptos? Notas necrológicas. Infestaron el aire con
sus notas, con la esperanza de atribuirse así un último instante de importancia, puesto que ésos son los
momentos en que la podredumbre se siente en su elemento.
Cuanto más intuye un hombre despreciable que a continuación será despreciado (¡y con qué justicia
habrá de serlo!), más "eminentes” son los críticos musicales cuyos falsos juicios sobre Mahler cita.
¡Como si no hubiera sucedido siempre así! Uno se granjea el respeto de sus contemporáneos en virtud
de la falta de respeto hacia los grandes hombres. Pero ¿qué dice de ello la posteridad?
Evidentemente, esas personas no se preocupan por la posteridad, porque de lo contrario no les
quedaría otro camino que suicidarse. Ya no habría una sola de ellas todavía decidida a vivir, si tomara
conciencia de la vergüenza que ha acumulado sobre sí al ofender a quien ha sido el más noble de los
hombres.21
En Viena, las palabras de Schönberg habían sido, al parecer, muy aplaudidas (NWJ,
04/11/1912), pero es de imaginar que no disfrutaron de una aceptación unánime. En Berlín
habían provocado la réplica mordaz de varios críticos, entre ellos el del Berliner Tageblatt
(tal vez Leopold Schmidt): "Qué placer hacerse el mártir, ocultarse detrás de alguien más
grande que uno y decir: 'Vean, conmigo pasa lo mismo’” (17/10/1912). Al día siguiente del
Skandalkonzert, Josef Reitler, de la Neue Freie Presse, denunciaría la "blasfemia" de un
grupo que se atrevía a invocar el "santo nombre" de Mahler pese a que el gran hombre sólo
había sentido, dice, "compasión” por ellos (Rheinische Musik- und Thea- lerzeitung,
26/04/1913); y Robert Konta afirmaría que la programación de los Kindertotenlieder junto a
los Altenberg-Lieder era una falta de respeto para con el difunto (F, 03/04/1913). Aun Elsa
Bienenfeld (que ya había destacado que el universo mahleriano era "ajeno” al compositor
de Pierrot lunaire) criticará la voluntad de hacer de Mahler un "signo partidista”. Por lo
demás, tanto Bienenfeld como David Josef Bach, al igual que el crítico de Die Zeit y otros,
estuvieron de acuerdo con la suspensión de los Kindertotenlieder "por respeto” al
compositor. La presencia de Mahler en el programa era entonces el punto más
controvertido y daba lugar a interpretaciones complicadas: para un anónimo "melómano
bien conocido", lo sospechoso no era el hecho de programarlo, sino el de haberlo puesto en
último lugar, lo que obligaba a quienes sólo concurrían a causa de él a escuchar a Webern y
Berg (z, 02/04/1913). Únicamente una voz oculta bajo un seudónimo se animaría a recordar
los límites del consenso alrededor de Mahler: "Todavía hay muchas personas que no
adhieren forzosamente a la santificación de Gustav Mahler que hemos podido verificar en
los últimos tiempos, y son aún más las que no están de acuerdo con el ‘homenaje’ que
Schönberg ha tomado la costumbre de rendirle" (Veritas, WMZ, 04/04/1913).
Pero quizás habría que distinguir, en vez de los dos campos habituales -a favor o en
contra de Schönberg-, cinco posiciones diferentes: las personas hostiles a todos los
compositores programados el 31 de marzo; los admiradores de Mahler hostiles a Schönberg
y sus alumnos; la gente que respetaba a Schönberg pero era escéptica con respecto a Berg y
Webern; quienes toleraban a Webern y al mismo tiempo abucheaban a Berg, y, para
terminar, quienes estaban dispuestos -muy pocos- a aceptar a todos los compositores y la
idea de interpretarlos juntos. Aun en el caso de las contadas voces que ahorran la crítica a
Schönberg, predomina la incomprensión frente a los esfuerzos de sus alumnos. Es cierto,
Elsa Bienenfeld se indigna ante las risas que estallaron durante los Altenberg-Lieder, pero
sólo en nombre de los buenos modales: "No negaré que estos lieder con letra extraída de
‘textos de cartas postales’ de Peter Altenberg pueden a justo título suscitar la risa; pero las
personas bien educadas deben dominarse y, de ser necesario, violentar sus impulsos para
reprimir las manifestaciones de hilaridad durante la ejecución de una obra” (NWJ,
01/04/1913); algunas semanas después, dirá además que la decisión de Schönberg de
21 Arnold Schoenberg, “Gustav Mahler: In memorian”, en Le Style et l’idee , trad. De C d Lisle, París, Buchet-Chastel, 1977,
pp.348 y 349 [trad. Esp.: “Gustav Mahler, en El estilo y la idea, Barcelona, Idea Books, 2005].
presentar obras de sus alumnos era "magnífica desde el punto de vista humano, pero
inapropiada desde el punto de vista artístico”, pues dichas obras son "la expresión grotesca
de una total incapacidad” (NWJ, 27/04/1913). Y Richard Specht dice de Berg y Webern:
Los dos son músicos hipersensibles y muy refinados, sobre quienes una sola nota o un solo acorde
actúan con una fuerza visionaria, y que con ese sonido o mezcla de sonidos pueden decir infinitamente
más que otros. Son capaces de prescindir del elemento melódico o rítmico para expresar esa
inmanencia tal como la sienten. Quizá no se dan cuenta de que, al hacerlo, retrotraen la música al
primitivismo de los tiempos primordiales [Urzeiten]. Y tampoco advierten que, al querer comprimir en
diez o doce compases el contenido de ideas o sentimientos que en otro exigiría un movimiento de
sinfonía, van contra todas las leyes del arte: no contra la ley de la belleza, sino contra la ley de la vida.
Pues esa ley exige un desarrollo y requiere la flor y el fruto (Der Merker, abril de 1913).
22 Véase Edward Timms, Karl Kraus, Apocalyptic Satirist: Culture and Catastrophe in Habsburg Vienna, New Haven y Londres,
Yale Universitu Press, 1986, pp 195 [trad esp Karl Krauss, satírico apocalíptico. Cultura y catastrofe en la Viena de los
Habsburgo, Madrid, Visor, 1990].
23 Alban Berg, carta a Schoenberg , 4 de abril de 1913, ya citada (nota 12).
sino todo lo contrario. En cambio, sus débiles intensidades, a veces en el límite de lo
audible, no los protegían del ridículo. Dominique Jameux hace notar la distancia entre el
instrumental utilizado y el resultado sonoro: así, la visión de una orquesta tan importante
para pequeñas piezas tan íntimas habría producido un "desfase cenestésico".24 Era muy
posible que así fueran las cosas en lo tocante al público, pero este elemento no explica que
Schönberg en persona, que acababa de explorar la forma miniatura en su opus 19, hubiera
criticado los "medios novedosos” de esa partitura, aunque elogiaba su orquestación. Frente
a las reservas de Schönberg, George Perle confiesa su perplejidad; Dominique Jameux, por
su parte, sugiere una razón no musical, la incomprensión con respecto a la poética de
Altenberg, e incluso una razón no artística, el malestar del maestro frente a la emancipación
del alumno.25
Estas razones son admisibles pero insuficientes, porque el rechazo de los dos Altenberg-
Lieder era general, y las Piezas de Webern tampoco resultaban agradables a los oídos del
público. La reacción de Richard Specht, un hombre que distaba de ser hostil a los
‘'modernos", puede ayudar a comprender por qué. Al insistir en todos los aspectos en que
esas obras iban contra las “leyes de la vida", Specht hacía hincapié en su singularidad
absoluta. Escuchaba en ellas una música antiorgánica, en completa ruptura con su horizonte
de expectativas; en resumen, una música de vanguardia. Más allá de su evaluación negativa,
su visión refleja bastante bien las razones de la posteridad para considerarlas notables: al
concentrar en diez o doce compases el "contenido” de un movimiento sinfónico, Berg y
Webern ponían de relieve el atractivo estético de configuraciones sonoras independientes
de toda noción de desarrollo y fundadas en un repertorio mínimo de gestos expresivos
radicales. Schönberg, apegado al organicismo y la variación en desarrollo, sólo se había
encaminado en esa dirección en ciertos momentos fugaces del opus 16 o el opus 19. En
comparación con las Piezas de Webern, la Sinfonía de cámara podía verdaderamente
escucharse como música clásica.
Sin embargo, la crítica de Specht, aun convertida en elogio, está muy lejos de explicar
todas las características de esas obras. No es la única estrategia crítica posible: se puede,
con igual pertinencia, sostener que los Altenberg-Lieder, con su lirismo intimista y el
centelleo de su orquestación, están cerca, no de las piezas de Webern, sino de los lieder de
Zemlinsky. Por lo demás, esta proximidad estilística culminará más adelante en una nueva
evaluación negativa en todos aquellos que, como Pierre Boulez en la década de 1950, no
vean en Berg más que a un romántico tardío.26 Y se puede igualmente sacar de esos
elementos posrománticos un argumento positivo, a saber, la continuidad entre Zemlinsky,
Schönberg, Berg y Webern, precisamente la idea que servía de base al programa del 31 de
marzo de 1913, y que nadie, o casi nadie, estaba entonces dispuesto a aceptar.
Specht dista de ser el más desalmado de los críticos, y pese a ello su veredicto sobre Berg
y Webern es totalmente negativo: "Un ternero de cinco patas no es un original, sino un
aborto [Missgeburt]". Esta frase será reiterada por un hombre mucho más conservador,
Richard Robert, en este tono: si lo dice Specht... (Wiener Sonn- und Montags- Zeitung,
07/04/1913). Pero aun cuando excluyera esas obras del campo del arte, Specht se limitaba a
emitir un juicio sobre la música. Más grave en sus consecuencias sería la actitud de aquellos
que, llevando al extremo la crítica del "no arte", afirmaban que Schönberg no las había
Esp. Historia de un secreto. Sobre ls Suite Lírica de Alban Berg. Buenos Aires, Interzona, 2008].
programado por razones artísticas, sino para saldar una deuda personal y material con sus
alumnos. Así lo asevera el artículo "Der Skandal im Konzertsaal", aparecido en Die Zeit dos
días después del concierto, y cuyo autor invoca una fuente "muy cercana al señor
Schönberg”:
Anton von Webern y Alban Berg, cuyas obras para orquesta desencadenaron un escándalo el lunes
pasado en la sala del Musikverein, son dos amigos y partidarios de Schönberg, con quien mantienen
una estrecha relación desde hace alrededor de diez años. Los señores Von Webern y Berg siempre
dieron muestras de una devoción sin límites hacia su maestro, una suerte de adoración que ni siquiera
Richard Wagner conoció jamás entre sus partidarios más entusiastas. Personas de buena posición. ellos
expresaron su admiración sosteniendo materialmente a Schönberg durante largo tiempo, cuando éste
atravesaba días difíciles. La situación no tiene nada de extraordinario. Que un artista que no logra
granjearse el reconocimiento del gran público sea sostenido por sus fieles [Gemeinde] es algo que ha
sucedido más de una vez, como signo evidente de una verdadera convicción artística de parte de
diletantes adinerados. Por otra parte, no sería necesario darlo a conocer públicamente, si Schönberg no
se hubiera sentido obligado a ofrecer a sus [sic] jóvenes una compensación, valiéndose de su influencia
a fin de que sus obras fueran interpretadas, a pesar del hecho de que él mismo las tiene en pobre
estima (z, 02/04/1913).
Sobre la base del apartado 19 de la ley de prensa, exijo que se publique la siguiente rectificación: en
el artículo "Escándalo en la sala de conciertos" aparecido hoy en Die Zeit (edición matutina), se dice que
he "sostenido materialmente a Schönberg durante largo tiempo". Es completamente falso. Al contrario,
durante años Schönberg me ha dado lecciones gratuitas. Viena, 3 de abril de 1913. Alban Berg.29
Pero Die Zeit no publicó la rectificación. Se desconocen las razones de esa desestimación
de la solicitud, pero es poco probable que respondieran a un simple reflejo conservador,
tratándose de un diario liberal fundado, entre otros, por Hermann Bahr, cuya relativa
benevolencia con respecto a Berg ya ha sido mencionada. El músico procuró asimismo
27 Max Graf, Jede Stunde war erfüllt: ein halbes Jahrhundenrt Musik und Theaterleben, Viena y Francfort, Forum, 1957, p.34
28 Alban Berg, carta a Schoenberg, sin fecha, citada , op. cit. p. 78.
29 Alban Berg, carta a la redacción de Die Zeit, citada por él mismo en su carta a Arnold Schoenberg del 3 [2] de abril de 1913,
en Alban Berg y Arnold Schoenberg, The Berg-Schoenberg Correspondence, op. cit. p. 167.
publicar la desmentida en la Arbeiter Zeitung, también sin éxito.30 Los días siguientes, instó
a Webern, Hertzka y Schönberg a enviar cartas de protesta. Luego de consultar a un
abogado, contempló incluso la posibilidad de presentar una denuncia, pues veía en esa
medida "una oportunidad única de quebrar el poder y la posición intocable de la prensa",
como le dice a Schönberg pensando en Kraus, que por lo demás había impulsado en su
tiempo una campaña virulenta contra Die Zeit.31 Pero, frente al escaso entusiasmo de sus
amigos, se vio obligado a renunciar tanto a la desmentida como a la demanda judicial.
Webern, mucho menos motivado que su cófrade, escribió pese a todo una carta. Hertzka
intentó poner en juego sus relaciones en la redacción, pero sin verdadera convicción, diría
Berg, porque “no se puede dar el lujo de ganarse enemigos en Die Zeit, ¡y le importa
bastante poco que la gente piense que no me publica porque mis cosas son malas!”.32 En
cuanto a Schönberg, ni siquiera respondió al pedido de su discípulo. Así, Berg comprobó que
era el único que quería seguir adelante con el asunto. "Pero no sé si tiene sentido hacerlo
solo”, escribiría una vez más a Schönberg, y continuaba:
Puesto que, aun cuando la rectificación se publicara, Die Zeit añadiría después un comentario de
este tipo: “Puede ser que Berg no haya sostenido económicamente al señor Schönberg, pero estamos al
tanto de la 'campaña' lanzada por él en el otoño de 1912, ¡de modo que no estábamos muy lejos de la
verdad al decir que Schönberg interpretó las obras de Berg (que no considera artísticamente serias y no
ha recomendado a su editor) para pagar su deuda!", etc., etc., etcétera.33
30 Ibid.
31 Alban Berg, carta a A. Schoenberg , 8 de abril de 1913, en Alban Berg y Arnold Schoenberg, The Berg-Schoenberg
Correspondence, op. cit. p. 171. Véase Edward Timms, Karl Krauss…, op. cit. pp. 39 y 40.
32 Véase Alban Berg, carta a A. Schoenberg , 7 de abril de 1913, en Alban Berg y Arnold Schoenberg, The Berg-Schoenberg
36 Véase Peter Szendy, Ecoute: une histoire de nos oreilles, Paris, Minuit, 2001, pp. 42-48 y 93-97 [trad esp.: Escucha. Una
historia del oído melómano, Barcelona, Paidós, 2003].
37 Libro de actas (Protokollbuch) de la Asociación Académica, 2 de mayo de 1913, citado en Ernst Hilmar, “Arnold Schoenberg
Werk, compilación de Lotte von Tobisch, Salzburgo y Sttutgart, Verlag das Bergland-Buch, 1962, p. 248, citado en Rosemay
Hilmar, Alban Berg, op. cit, pp. 96 y 97.
dramaturgo en el Burgtheater, pero no para la Asociación Académica, que perdió muchos
miembros y quedó prácticamente en la mina a causa del Skandalkonzert, antes de
disolverse al año siguiente.
Ya inmediatamente después de los incidentes, la Asociación Académica había sufrido los
embates de ese "Veritas” detrás del cual Berg imaginaba a Stauber o a Hirschfeld. El ex
presidente de la entidad, Ludwig Ullmann, había reaccionado en defensa de una asociación
que, decía, había acogido a Wedekind, Hofmannsthal, Hermann Bahr, Stefan Zweig y otros
escritores ilustres, pero también a "quienes siguen los caminos de la propaganda radical, de
Adolf Loos a los futuristas, de Schönberg a Webern”, actitud que a su juicio era “más un
mérito que un crimen" (WMZ, 02/04/1913). Sin embargo, de lo que se acusaba a la aso-
ciación era más bien de haber cometido crímenes, en particular, la organización de una
exposición de los pintores futuristas italianos. Según Veritas, los responsables de la
Asociación Académica habían dado muestras de una "absoluta incomprensión de los
elementos que, alabado sea Dios, aún caracterizan la concepción predominante de las
artes” (WMZ, 04/04/1913). En el mismo sentido se expresaba una carta de lectores firmada
“eines Alten", "un viejo” que, al exhortar a la juventud a respetar “ciertas reglas” y “la
tradición de la belleza", decía de la Asociación Académica: “Nos ha traído a los futuristas, a
quienes hemos contemplado negando con la cabeza, antes de lamentar la modesta suma de
dinero depositada en la entrada” (Wiener Montags Journal, 07/04/1913). Karl Kraus
intervino a su tumo en la polémica con un artículo sobre el "Schönberg-Skandal” que
apareció el 8 de abril en Die Fackel: "Mis conocimientos sobre la música son nulos; sobre la
literatura, limitados; sobre la Asociación Académica para la Literatura y la Música, cabales. El
hecho de que dicha asociación sostenga a un nuevo artista no podría esgrimirse contra este
último; menos aún el hecho de que choque con resistencias" (Die Fackel, 374-375,
08/04/1913). Para Kraus, el meollo de la cuestión era la intolerancia frente a lo nuevo; la
Asociación Académica no era más que el blanco emblemático de la reacción.
La comparación con los futuristas estaba preñada de sobrentendidos y consecuencias. La
exposición de los pintores futuristas italianos Boccioni, Carra, Russolo, Baila y Severini,
presentada en París en 1912 y luego en muchas otras ciudades europeas, era la obra de un
grupo que proclamaba con orgullo: "Somos jóvenes y nuestro arte es violentamente
revolucionario".39 Ese texto, que sin duda también acompañaba la exposición en Viena, era
mucho más moderado, en la violencia del tono, que el famoso manifiesto de Marinetti de
1909, que hacía el elogio de la guerra, "única higiene del mundo": “Queremos demoler los
museos, las bibliotecas, combatir el moralismo, el feminismo y todas las cobardías
oportunistas y utilitarias".40 Los futuristas habían hecho de la destrucción del viejo arte un
aspecto esencial de su proyecto, en contraste con Schönberg, que siempre habría de
sostener que su arte no era sino la consecuencia lógica de la tradición, y no su demolición.
La crítica inglesa, sin embargo, lo había asociado a los futuristas ya en septiembre de 1912,
fecha de la primera audición londinense de las Piezas para orquesta, op. 16 (Daily News,
04/09/1912). Y, si bien nada indica que la exposición de los futuristas en Viena haya estado
marcada por incidentes, sus escándalos intencionales llegarían a ser aún más espectaculares
en 1913.
El 21 de febrero, Marinetti y sus amigos habían organizado una primera "velada
futurista” en Roma, donde se interpretó una composición de Pratella, Inno a la vita. En rigor
39 “Les exposants au public” (1912), en Giovanni Lista (comp), Futurisme: manifiestes, proclamations, documents, Lausana,
“Fundación y manifiesto del futurismo, en Lourdes Cirlot, Primeras vanguardias artísticas, Barcelona, Labor, 1994).
de verdad, esta "sinfonía futurista para gran orquesta" no había escandalizado a nadie, y un
crítico llegó a decir que, "comparada con las composiciones de Schónberg”, era
"absolutamente pasatista en su forma y su sustancia";41 pero lo que siguió había enardecido
bastante al público. No sería nada en comparación con los sucesos de la velada del 9 de
marzo en la misma ciudad, tres semanas antes del concierto de Schönberg. Giovanni Lista
resume así las reseñas de la época:
Marinetti demoró ex profeso una media hora la apertura del teatro con el objeto de provocar una
mayor excitación en el público. Un periodista cuenta: “El tropel era tan grande que ya con la irrupción
de la primera ola de espectadores los cristales de la puerta de entrada volaron en pedazos". Las
primeras notas de la sinfonía de Pratella son recibidas por "una salva ensordecedora de silbidos". Poco
después comienzan a volar a través de la sala cajas de fósforos, seguidas por algunas patatas que
producen daños en un violín. La ejecución de la sinfonía se interrumpe durante algunos minutos.
Marinetti entra a escena y convence a Pratella de terminar la obra, mientras en la sala se desencadena
un "huracán de alaridos, silbidos, aplausos”. Varios espectadores utilizan incluso juguetes de carnaval
llamados "pedófonos" para aumentar el jaleo. [...] Durante un tiempo, Marinetti no logra hacerse oír.
Golpeado por un alcaucil, lo levanta con tranquilidad y lo guarda en un bolsillo de su esmoquin. En señal
de burla, los demás futuristas empiezan entonces a recoger los objetos que llueven sobre el escenario y
los acumulan en la mesa "como si se abastecieran de provisiones". Comienza a la sazón la declamación
de los poemas futuristas, en tanto que en la sala el público se divide entre quienes quieren escuchar y
quienes persisten en una actitud de completo rechazo. El clamor de los altercados es tal que Marinetti
no puede seguir. Trata entonces fríamente a los espectadores de "banda de imbéciles" y agrega:
"¡Hemos venido a esta lastimosa ciudad para joderles la vida!”.42
41 La Tribuna, citado sin fecha en Gunther Berghaus, Italian Futurist Theatre, 1909-1944, Oxford, Clarendon Press, 1998,
p.112.
42 Giovanni Lista, La Scene futuriste, CNRS, 1989, p.110.
concierto futurista en Viena], su subtítulo es "Schönberg, other ‘ultrists’, a riot and the
police" [Schönberg, otros "ultristas”, un disturbio y la policía] y en el texto se habla de
"musical cubists" [cubistas musicales]. Ninguno de esos términos, enmarcados por comillas
irónicas, es objeto de explicación alguna; para el autor, todos esos "ismos" parecen
equivalentes. En esa época, los futuristas sólo eran, indudablemente, el ejemplo más visible
de un espantajo multiforme, el de todas las amenazas recientes, proclamadas o imaginadas,
de las vanguardias contra la "institución arte”.
Sin embargo, además de los escándalos, el paralelo podía encontrar alguna justificación
en los proyectos musicales de los amigos de Marinetti. Con la salvedad de que, si la "música
futurista" hubiera llegado a oídos de Schönberg, de todos modos éste no habría sacado
nada de ella. En cambio, los vieneses y los italianos compartían ciertas expectativas
generales sobre la renovación en música. El manifiesto de Pratella, que se ocupa del “modo
cromático atonal", se mofa de la "fatuidad del público y el charlatanismo de los críticos más
o menos vendidos".43 Schönberg habría estado de acuerdo, sin duda, aunque rechazara la
acusación siguiente contra "el prejuicio de la música bien hecha". El 11 de marzo de 1913,
no obstante, Luigi Russolo había publicado en Milán su célebre ensayo El arte de los ruidos,
donde proponía una música hecha con "entonarruidos": "Hoy, el arte musical busca las
amalgamas de sonidos más disonantes, más extraños y más estridentes. Nos acercamos así
al sonido ruido. ESTA EVOLUCIÓN DE LA MÚSICA ES PARALELA A LA MULTIPLICACIÓN CRECIENTE DE LAS
MÁQUINAS que participan en el trabajo humano". Y más adelante: "Para excitar nuestra
sensibilidad, la música ha evolucionado hacia la búsqueda de una polifonía más compleja y
una variedad más grande de timbres y coloridos instrumentales. Se ha esforzado por
obtener las sucesiones más complicadas de acordes disonantes y ha preparado así el RUIDO
MUSICAL’’.44 De tal modo, Russolo habría considerado a Schönberg y a sus alumnos como una
etapa en la marcha hacia el arte de los ruidos, y se puede apostar que el segundo se hubiera
disgustado por ello, pero también que la crítica vienesa le habría dado la razón al italiano.
Dominique Jameux, aunque hace de la escuela de Viena el "antónimo” del futurismo, señala
que “en Webern, el gran crescendo que arrebata la cuarta de las Piezas para orquesta, op. 6,
debe confinar con el ruido blanco, y su progresión es implacable como la de una
máquina’’.45 La imagen de la máquina parece un tanto forzada; por otra parte, se sabe que
las motivaciones de Webern no tenían nada que ver con la "vida moderna”. Pero la
observación sobre el "ruido” de la cuarta pieza del opus 6 parece pertinente, justamente en
la percepción que de él podía tener la crítica hostil.
Habida cuenta de que no se trataba de arte, era legítimo responder al ruido por el ruido.
Durante el segundo proceso Buschbeck versus Albert, el comisario Leinweder declaró que
no había confiscado ningún objeto ruidoso (silbatos o cornetas, en particular), en tanto que
un miembro de la Asociación Académica, Emil Alfons Reinhard, aseguraba haber oído una
sirena. La prensa había mencionado la premeditación de los perturbadores y las pruebas
hechas por los promotores del mido: un músico de la Ópera, amigo de Schönberg, afirmó
que el escándalo había sido preparado, ya que en el momento culminante del tumulto se
habían oído silbatos (z, 01/04/1913), mientras que el testigo citado en la Neue Freie Presse
dijo haber escuchado "instrumentos ruidosos" y no sólo esas llaves que -todo el mundo
coincidía en señalarlo- habían tenido un papel crucial en los incidentes (NFP Abendblatt,
43 Francesco Balilla Pratella, “Manifeste des musiciens futuristes” (1911), en Giovanni Lista (comp), Futurisme, op. cit, p. 308
[trad. Esp “manifiesto de los músicos futuristas”, en Colectivo Mafarka (comp), Futurismo y fascismo, Barcelona, Nueva
República, 2004).
44 Luigi Russolo, L’Art des bruits (1913), París, Allia, 2002, pp. 12 y 13 (trad. Esp: El arte de los ruidos, Cuenca, Centro de
Creo, con todo, que el "Schönberg-Skandale" no tiene nada que ver con la cuestión de la nueva
música, y que se refiere más bien al problema de cómo hay que comportarse durante una
interpretación que no nos gusta, en presencia de personas que querrían esperar su término antes de
dar a conocer su opinión. En efecto, sería más sencillo aguardar con los demás hasta el final antes de
aplaudir o silbar. E igualmente sencillo debería ser emitir un juicio sobre un grupo que, en vez de
adoptar esa actitud, se vale de silbatos y cometas llevados precisamente con ese fin. Por eso también es
sencillo pronunciar un juicio sobre una prensa que excusa el comportamiento de ese grupo luego de
haberlo apoyado en el momento de los hechos, al llamar promotores de escándalos a quienes querrían
sustraerse a ellos, a la vez que clama contra el atentado a la libertad de expresión (Die Fackel, 374-375,
08/04/1913).
Cuando se había planteado la cuestión del “derecho al escándalo” al día siguiente del
estreno del Segundo cuarteto, el compositor había respondido mediante la imposición de
una regla de silencio. Se ha visto que el 31 de marzo de 1913 el programa solicitaba
prescindir de "aplausos, etc.”, entre las piezas de Webern y Mahler. Durante la batahola,
Schönberg había asumido la responsabilidad de mantener el orden, había amenazado con
recurrir a la fuerza pública, llamado a la policía y, frente al fracaso del comisario, había
apoyado los esfuerzos de Buschbeck para restaurar la calma. Para él, la sala de conciertos
transformada en el teatro de un escándalo era un lugar donde no regía el derecho, y el
problema ya no era estético sino jurídico o policial, tal cual lo explicaría a un periodista
desde su casa de Berlín, a donde había vuelto el anochecer del 1º de abril:
No puedo entender que nadie haya pensado que armar semejante aquelarre implicaba violar el
derecho. Una entrada a un concierto da únicamente el derecho a escuchar, no el de perturbar la
ejecución. El comprador de un billete es un invitado, que tiene el derecho de escuchar y ningún otro.
Hay una gran diferencia entre ser invitado a un salón o a un concierto. Es impensable que la
contribución a solventar el costo de una manifestación dé derecho a conducirse de manera indecente.
Me sorprende que la prensa, que siempre habla de violencia cuando los que aplauden son minoritarios,
no haya hablado esta vez, cuando los que silbaban eran una minoría, de la violencia ejercida contra la
mayoría. Se diría que los silbadores deben ser protegidos a toda costa. [...] He decidido participar sólo
en conciertos en los que los billetes aclaren de manera explícita que las perturbaciones están
prohibidas. Va de suyo que el organizador de un concierto cuenta con un derecho no sólo moral sino
material, que en un Estado que reconoce la propiedad privada tiene derecho a una protección. Así
como el inquilino de una casa no tiene derecho a dañar la propiedad privada del dueño cuando esa
propiedad lo decepciona, no podría reconocerse a una persona que acude a un concierto el derecho a
destruir el bien legal de su organizador, y por esa razón, el hecho de perturbar el silencio e incluso el
ambiente de un concierto debe concebirse como la destrucción de una propiedad privada moral y
material (z, 03/04/1913).
En Viena, por desdicha, los conciertos modernos se toman como acontecimientos no artísticos sino
políticos. Ya se sabe lo que debe pensarse de las cosas, la gente llega al concierto con una opinión
prefabricada; de ese modo estropearon incluso mi triunfo con los Gurrelieder. Esa actitud sentimental
no me interesa en absoluto; el efecto de la música ha quedado muy por detrás del efecto de un
prejuicio sentimental, el de las personas que han experimentado, por una vez, la necesidad de ser
modernas (z, 03/04/1913).
Los Gurrelieder, constataba Schönberg con amargura, habían procurado un pretexto a los
esnobs para parecer modernos sin serlo; ahora, con el Skandalkonzert, redescubrían sus
verdaderas convicciones. La “política" de la que se trata aquí es aquella que, como el crítico
sonámbulo, sacrifica la experiencia estética a la reproducción de los prejuicios.
Esta imagen desvalorizada de lo político es, por cierto, uno de los puntos en común entre
Schönberg y sus adversarios. Es hora de decir que el Skandalkonzert no fue un
acontecimiento político, en el sentido preciso de que los actores de la vida política no
intervinieron en él, no tuvo consecuencias aparentes en el terreno político y ningún actor
invocó un compromiso político específico -por ejemplo, el antisemitismo- para justificar su
acción. Lo fue, en cambio, si se considera que al hablar de música esas personas hablaban
de orden y de libertad, de ley y de transgresión, de cómo vivir juntos y cómo discutir juntos.
Y cuando se terminó el tiempo de hablar, se cayó sin duda, desde un punto de vista técnico,
en un disturbio común y corriente. Con la salvedad de que el lugar no era un lugar común y
corriente sino uno de esos "templos" donde, tal cual decía Hans Liebstöckl en 1908, no
había cabida para las "barreras" de la política, como tampoco para la fuerza pública. En
apariencia, ésa era la opinión del comisario Leinweder, que prefirió dejar que Buschbeck y
Schönberg se las arreglaran por sí solos. Únicamente el doble proceso recordó, a posteriori,
que las leyes generales del Estado tenían vigencia en la sala de conciertos. Con esa
excepción, el escándalo se produjo en un espacio “autónomo": un lugar que, en el lapso de
una velada y la escritura de algunos centenares de artículos periodísticos, se vivió e imaginó
como una sociedad en miniatura, con luchas y razones, rituales y transgresiones, víctimas y
poderosos, gatos musicales y militares batuta en mano, gente enfurecida... y experiencias
estéticas.
Podemos preguntamos si, en definitiva, hubo vencedores y vencidos, e incluso
vencedores vencidos. En las fantasías militares de los diarios, la cuestión pasa a menudo por
el “próximo concierto de Schönberg”. Tal vez fuera ése un juego habitual de los humoristas.
En la realidad, en todo caso, el concierto jamás tuvo lugar: el 9 de abril, el Neues Wiener
Journal anuncia la cancelación de la nueva interpretación de los Gurrelieder por el Coro
Filarmónico de Schreker programada para el 29 del mismo mes, a causa de la “escasa venta
de billetes”. A tres semanas del concierto, ¿era ésa la verdadera razón? El diario consideró
"sintomática” la cancelación, sin tomarse el trabajo de decir de qué (NWJ, 09/04/1913).
Quizá del carácter irreparable del rechazo de Schönberg y sus alumnos por el público y la
crítica, en ese estado de cosas; de la imposibilidad de que en lo sucesivo sus obras circularan
en el marco del sistema institucional vienés. Una caricatura aparecida el 7 de abril en la
Sonntags-Zeit (véase ilustración 27) es un buen testimonio, no de la naturaleza real de los
incidentes, sino de sus efectos desastrosos para la reputación de Schönberg y su grupo: el
compositor es una figura amenazante que no dirige una música generadora de hechos
violentos, sino las escenas mismas de violencia. Visto el papel que en ella cumplen los
integrantes de la orquesta y sus instrumentos, la imagen equivale a decir: la música es esa
violencia.