Ferreyra - Reconfiguraciones Territoriales

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¿Quiénes, Cómo, Cuántos, Qué?

Interrogantes en torno a las


comisiones investigadoras durante la “libertadora”. Un análisis
de la experiencia pampeana [ 234]

Silvana Ferreyra[235]

El proceso conocido como “desperonización” ha dejado un legado profundo en la


constitución del imaginario político del país, pero sólo recientemente la historiografía
empieza a avanzar más allá de una caracterización de las distintas herramientas utilizadas
por los gobiernos nacionales.

El trabajo de Spinelli (2005) sobre la heterogeneidad de los proyectos desperonizadores que


sostenían diversos actores políticos continúa siendo la referencia más importante sobre el
tema. En su libro la autora evidencia como el proceso se basó inicialmente en la
consideración del peronismo como corruptor del sistema político y social para terminar
radicalizándose, al oficializarse su definición como enemigo “totalitario” del sistema
democrático y de la nación misma.

La Comisión Nacional de Investigaciones, una parte nodal de este proceso, ha sido todavía
poco explorada. Fue creada por decreto el 7 de noviembre de 1955 durante la presidencia de
Eduardo Lonardi y terminó su accionar el 15 de abril de 1956 durante el gobierno de Pedro
Eugenio Aramburu, atravesando ambas etapas. El Libro Negro de la Segunda Tiranía, el
trabajo que divulga su accionar, probablemente sea una de las referencias más importantes
a la hora de reflexionar sobre la imaginación política de los argentinos. Asimismo, la
historiografía lo ha utilizado ampliamente, al igual que las memorias publicadas por las
comisiones investigadoras, para pensar la naturaleza del peronismo. Sin embargo, sabemos
muy poco sobre el funcionamiento de estas instituciones, su estructura, los elencos que las
conformaron, las tramas políticas que las configuraron, su financiamiento, las acusaciones
que desplegaron, sus vínculos con la justicia, etc.

Quienes indagamos en historia locales y provinciales hemos comenzado a formular


cuestionarios que ayudan a construir este nuevo objeto. En efecto las comisiones
provinciales parecen un buen modo de acercase a las tareas concretas de esta institución,
cuya descentralización administrativa y territorial implicó la creación de múltiples
subcomisiones, 21 de las cuales estaban vinculadas a administraciones provinciales [236]. Los
expedientes y memorias generados por las mismas fueron preservados en el Fondo de la
Fiscalía Nacional de Recuperación Patrimonial, ubicado en el Departamento Archivo
Intermedio del Archivo General de la Nación. Un paneo general del mismo nos ha permitido
detectar el Fondo de la Comisión Provincial de la Pampa como el más completo y mejor
conservado entre los fondos de comisiones provinciales, razón por la cual constituye una
oportunidad única para conocer el funcionamiento cotidiano de estas instituciones. Al igual
que los restantes fondos acumula varios expedientes que recopilan los procesos de
investigación, pero también incluye balances de gastos, resúmenes de actuaciones,
correspondencia y libros de actas.

Este material ya permite un abordaje diferente del pasado en la medida que un proceso

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como la “desperonización”, habitualmente explorado con documentos que fueron generados
para su difusión (Libro Negro, memorias, prensa), puede analizarse a través de
documentación de archivo, recolectada con fines eminentemente administrativos. Tal como
ha sostenido Mariana Nazar (2010, p. 4), “en el análisis de los documentos de archivo, la
operación historiográfica o intelectual a partir de la cual lo transformamos en fuente, puede
permitir traer a la superficie, textualizar las relaciones de dominación, los idearios, la ética,
en relación con las misiones y funciones del organismo o institución que los produjo.”
Dentro de este universo aquí indagaremos intensivamente los libros de actas, pues
consideramos que nos ayudan a reconstruir las tareas cotidianas y obtener una visión
sincrónica de su accionar.

El trabajo con la comisión de La Pampa tiene como objetivo central analizar el problema del
funcionamiento de las comisiones a partir de la reducción de escala, aprovechando las
ventajas que brinda un fondo documental completo y la existencia de una amplia
bibliografía académica sobre la historia provincial. En este punto, la generalización no se
considera aquí en términos de representatividad o excepción sino en clave de validez
(Lepetit, 2015, p. 112).

Al respecto, sin apostar a la inducción como mecanismo único para delinear hipótesis
aceptables, pero aceptando la potencialidad de la herramienta comparativa, esbozaremos
algunos paralelismos entre la experiencia pampeana y aquellas que ya han sido indagadas
por otros investigadores o en nuestros propios trabajos. Nos referimos a los trabajos
existentes sobre las experiencias de Patagonia, Río Negro (Ruffini, 2012 y 2016), Jujuy
(Castillo, 2014) y Tucumán (Lichtmajer, 2016); así como a nuestra exploración de los fondos
de las comisiones de Buenos Aires, Chaco y Santa Fe (Ferreyra, 2014).

La provincialización durante el período peronista, la ausencia de oposición institucionalizada


y la estrecha relación entre estado y partido marcan particularidades que remiten a una
“peronización” intensa y plantean el interrogante sobre las especificidades de la
“desperonización”. El desafío analítico será advertir tanto los rasgos que ayuden a delinear
una imagen general de las comisiones investigadoras como los rasgos específicos de la
experiencia pampeana.

El capítulo se organiza en tres apartados. En el primero buscamos describir quienes


integraron las comisiones, caracterizando el elenco político y administrativo que las integró.
En el segundo nos concentramos en el cómo, elaborando un panorama de las actividades
cotidianas efectuadas por la comisión provincial y su articulación con otras comisiones. Por
último, pensamos en qué prácticas se criminializaron y en cuántas causas y detenciones se
llevaron adelante, problematizando sobre el vínculo entre las comisiones y la justicia.

¿Quiénes? El elenco de las comisiones: tramas políticas, personales e


institucionales

La Comisión Nacional estaba constituida por cinco personas. No obstante, el decreto que
estipulaba su creación y la apertura de otras comisiones para ayudar en la investigación en
cada rama o dependencia no determinaba el número de miembros que debía integrarlas ni
tampoco el personal que, a su solicitud, debía colaborar con las mismas. En el universo de
comisiones provinciales, el número informado fluctuó entre dos para Catamarca y catorce
para Salta (VPN-CNI, 1958, tomo IV).

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A diferencia de las Juntas Consultivas, que se constituyeron según una fórmula única (igual
cantidad de representantes por cada partidos político “democrático” o no proscripto), las
comisiones investigadoras muestran otro panorama. En algunas ocasiones se las ha
asociado con la acción militar, en la medida en que la Comisión Nacional dependía del
vicepresidente de la Nación, Isaac Rojas, hombre de la marina. Este dato y el hecho de que
la comisión central fuese presidida por otro marino, el contraalmirante Leonardo McLean, a
la vez que integrada por otros dos oficiales superiores (uno por cada fuerza armada)
refuerza este punto de vista.

Así, en una primera impresión obtenida a partir del contraste con la escena nacional, la
ausencia de militares en la comisión pampeana nos resulta llamativa. Sin embargo, al
observar la composición de las restantes comisiones provinciales, el dato se vuelve relativo.
En 11 comisiones no hay ningún integrante militar, en otras 9 sólo hay un militar que ocupa
el cargo de presidente y el único caso donde la presencia militar es mayoritaria es el de
Patagonia (Ruffini, 2016). Una mirada más detallada entonces devuelve un elenco integrado
por civiles y militares, integrantes de partidos políticos, profesionales de prestigio,
miembros de corporaciones empresariales, en dosis variables [237].

En La Pampa, el interventor provincial Martín Garmendia nombró inicialmente a Alfonso


Corona Martínez, quien fue designado presidente por sus pares, y a Tulio Gonzalez y Ovidio
Andrada como vocales. Mientras no tenemos datos biográficos de Tulio González, sabemos
que Ovidio Andrada era médico y cercano al interventor Garmendia. La figura más conocida
del trío era el abogado Alfonso Corona Martínez (1893-1970), dirigente del Partido Socialista
(PS) y presidente de la Cooperativa Popular de Electricidad de Santa Rosa entre 1936 y 1947.
Ocupó un lugar destacado en la conformación de la Unión Democrática a nivel provincial y
durante el peronismo fue conocido por su rol como abogado y garante de derechos de los
opositores políticos. Las razones por las cuales la presidencia de la comisión recayó en un
socialista antes que en un radical, el partido mayoritario de la oposición, son difíciles de
identificar. El alineamiento del socialismo con el proyecto del “antiperonismo radicalizado”
promotor de las comisiones parece una razón de peso, aunque debe mencionarse que la
situación fue diferente en otros espacios [238].

El 3 de febrero de 1956, tal vez sorprendido por la extensión de los plazos, renunció Tulio
González, quien aludió razones particulares. La comisión se renovó y creció, seguramente
con el afán de avanzar más rápidamente. Se incorporaron el Dr. Pedro J. Berhongaray,
Ruperto del Valle y Jorge Molas [239]. Una vez más sólo tenemos datos biográficos de
Berhongaray, radical y miembro de la asociación agrícola ganadera de La Pampa[240].

El número de integrantes de las comisiones se engrosó con los miembros de otras


subcomisiones [241]. La consulta bibliográfica devuelve nuevamente una escasez de datos
biográficos que nos hace suponer se trata de segundas líneas en la vida política y social
pampeana. Si tomamos este apartado como un ejercicio sobre las posibilidades de elaborar
una prosopografía del amplísimo elenco de los integrantes de comisiones investigadoras,
advertimos que podría tornarse un trabajo muy arduo con resultados poco alentadores
(Ferrari, 2010)

Nuevamente tenemos sólo datos de dos personas: Raúl D’ Atri (1907-1994) y Modesto
Aguilera. El primero fue periodista, cooperativista, secretario de la Federación del PS en los
’50, convencional constituyente en 1957 e interventor de la CGT pampeana en 1955.

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Sabemos menos del segundo, pero conocemos que también residía en Santa Rosa, fue
socialista, docente y fundador en 1933 de la cooperativa de consumo Trabajadores Unidos
en Anguil. Asimismo tenemos certezas respecto a las ocupaciones de Quintín Evangelista,
quien fue inspector de policía a cargo de la División Judicial; Rolando Nevares, empleado del
Superior Tribunal de Justicia y Carlos Speratti, contador en el ministerio de economía y
asuntos agrario.

Este dato nos advierte sobre un aspecto que hasta el momento no se había destacado en la
incipiente bibliografía sobre las comisiones. Se trata de la presencia de varios empleados
del estado entre los integrantes de las comisiones, tanto ocupando cargos adhonorem como
rentados. En La Pampa hemos consignado un elenco de 56 personas y Mac Lean menciona a
2500 personas trabajando en las comisiones investigadoras sólo para Capital Federal (VPN-
CNI, 1958, tomo I). Entre los empleados rentados, el caso más relevante es el del secretario
de la comisión, Jorge Amado Romero, quien figura como oficial noveno en las planillas de
pago. La mayor parte de los empleados rentados de las comisiones provienen de los
tribunales de justicia (Jacinto Emilio, Florencio Anocibar, Antonio Vidal) y de la policía (Jorge
Luján, Arturo Mansilla, Marcelino Gorrochategui, Luis Díaz, Aníbal Bogarin, Juan Carlos Laso,
Carlos Herrera). En su mayoría cumplieron funciones administrativas y de vigilancia, aunque
también se necesitaron los servicios de dos mozos-ordenanza y un chofer.

Aunque en estos casos la posición política de los participantes sea más difícil de inferir, la
importancia cuantitativa del grupo de empleados para el funcionamiento de las comisiones
abre la puerta para reflexionar sobre las relaciones entre burocracia estatal y gobiernos a
partir de las tensiones entre profesionalización y politización. Por un lado, podemos tomar
estas presencias como señales que nos advierten sobre la existencia de opositores que
permanecieron en la burocracia estatal durante el peronismo, relativizando la impronta de la
persecución política durante esa década[242]. Una pequeña anécdota, sin embargo, aleja la
balanza del platillo de la politización hacia la del oportunismo o la profesionalización, según
el prisma que elegimos para mirar.

El 9 de junio de 1956, en coordinación con el alzamiento nacional, se produjo un


levantamiento cívico militar en La Pampa. Los peronistas rebeldes buscaban detener a todas
las autoridades provinciales designadas por la autodenominada “revolución libertadora”, en
especial a aquellos acusados de persecución a militantes y ex funcionarios peronistas que
eran miembros de las comisiones investigadoras. Así fueron privados de su libertad el
comisario inspector Quintin Evangelista, el doctor Corona Martínez y Néstor Molas, entre los
que aquí hemos nombrado.

Pero en el medio de ese enfrentamiento directo y claro entre peronistas y antiperonistas


aparece una pequeña historia protagonizada por el Sargento Luján, a quien hemos relevado
como empleado de las comisiones. Luján se dirigió esa madrugada con la orden de detener
a los rebeldes que habían ocupado la sede de la Asociación de Trabajadores del Estado
(ATE). Al detenerlos e interrogarlas, uno de ellos le dijo que estaban por orden de Regazzolli,
un policía retirado que fue puesto esa noche al frente de la Jefatura de Policía de la
Provincia de La Pampa por el capitán Philippeaux. Ante esas declaraciones Luján “habló a
Comisaría para ver si lo dicho era cierto y comunicándose con Regazzoli le dio la novedad,
diciéndole éste que los dejara ir que estaban por orden de él. Según el mismo Luján,
Regazzoli le dijo que a los civiles los había mandado él, pues se reunirían en la ATE los
socios de ella y que se los debía dejar tranquilos y devolverles las armas. (Ferrari, 2012, p.

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111). Luján no sólo cumplió la orden, sino que más tarde lo encontramos relevando la
guardia de los rebeldes en la gobernación provincial (Ferrari, 2012, p. 113).

Este tipo de situaciones, que antes que nada dan cuenta de una mentalidad policial
atravesada por la obediencia a sus superiores, nos permite también pensar desde nuevas
aristas el enfrentamiento peronismo-antiperonismo. Para empezar, alcanza para advertir que
no todos los integrantes de las comisiones se guiarían por un férreo antiperonismo en
distintas situaciones públicas. Desde ya, hechos como éste no minimizan la violencia
encarnada en los fusilamientos o los bombardeos que tuvieron lugar durante ese
alzamiento, pero alcanza para mostrar la necesidad de advertir las tramas personales e
institucionales que se enhebran con el conflicto y le dan forma.

Estas tramas pueden observarse también en las excusaciones que brindan los integrantes
de la comisión provincial para no actuar en algunos expedientes. En particular el Dr. Corona
Martínez, por su condición de abogado, se abstenía de participar (si es que esto puede
hacerse de manera efectiva) cuando había un cruce de intereses. Así no intervino en la
causa contra el ex presidente de la comisión de fomento de Doblas por haber actuado como
defensor en el juicio de divorcio de la esposa del inculpado[243] o se retiró cuando indagaron
al ex ministro de obras públicas y asuntos agrarios señor Justo Tierno, en razón de haber
oficiado como su defensor en la causa que se le seguía por intento de asesinato al ex
gobernador Salvador Ananía[244].

¿Cómo? Los trabajos y los días

Jorge Amado Romero, el secretario de la Comisión Provincial de La Pampa, escribió un libro


con 179 actas a lo largo de 214 días. Las actividades de la comisión empezaron el 22 de
octubre de 1955, 12 días más tarde que la Comisión Nacional y terminando efectivamente el
23 de mayo de 1956, 38 días después de su cierre efectivo. Las actas devuelven la imagen
de jornadas intensas que, muy rápidamente, tomaron la forma de días en la sede de la
legislatura con 12 horas de trabajo, sábado inglés y descanso dominical.

Aunque no conocemos más instrucciones que las emitidas en el decreto 479/55, la comisión
de La Pampa adoptó rápidamente una serie de pasos para encaminar la investigación. De
este modo, en su segunda reunión hizo imprimir formularios tipo para citaciones,
declaraciones, carátulas, etc. Si bien esta iniciativa tenía un impacto en la operatividad del
trabajo, no puede menospreciarse su dimensión simbólica en una provincia que hasta
septiembre de 1955 se había denominado Eva Perón. En Chaco, por ejemplo, no parecen
haber tomado las mismas previsiones y la comisión utilizó la vieja papelería, aunque
tachando (y no siempre) los encabezados de “Provincia Juan Domingo Perón”[245].

A renglón seguido, y haciendo uso de las atribuciones descriptas en el artículo 6° del


decreto mencionado, los integrantes de la Comisión Provincial solicitaron una serie de
informes para agilizar las investigaciones. En primer lugar, se le requirió a la gobernación,
las oficinas nacionales y al interventor de la legislatura entreguen la nómina y las
declaraciones juradas de Gobernadores, Secretarios, Ministros, Jefes de Policía, de
Reparticiones y Legisladores desde 1943, lo que brinda una idea de la amplitud temporal de
las investigaciones de oficio. Los pedidos sobre el patrimonio personal de estas personas
fueron dirigidos a múltiples agencias del estado: bancos, caja de ahorro postal, agencia de
réditos, registro de la propiedad, jueces de paz. Unos días después, también se solicitó
colaboración a bancos privados y escribanías. Asimismo, se solicitó información a la

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gobernación y oficinas nacionales sobre los bienes de la provincia y la nómina de
empleados provinciales que prestaban servicio en oficinas partidarias y de particulares.

De este modo podemos observar cómo las comisiones pusieron en movimiento un caudal de
trabajadores, principalmente del área estatal, ampliamente superior al comprometido
política o laboralmente de modo directo. Podemos conjeturar, en la medida en que se trató
de tareas administrativas, que el empleado que realizó esos trámites no era necesariamente
simpatizante del “gobierno revolucionario”; aunque lo sensible de la actividad puede sugerir
que haya sido una tarea vinculada al personal jerárquico o, al menos, “confiable”. Siempre
en el marco de lo hipotético, ya que no contamos con evidencias en ninguna dirección,
también podríamos suponer que estas tareas fueron llevadas adelante con escaso fervor por
trabajadores menos politizados o, incluso, por peronistas que boicotearon la actividad. Más
allá de las suspicacias que podemos tejer sobre estos supuestos, lo interesante es señalar
la enorme movilización de recursos humanos y financieros que significaron estas tareas.

Al respecto el compromiso de un número muy amplio de personas con este proceso debería
cotejarse con el espacio que ocuparon las denuncias en el marco más general de las
investigaciones. Por un lado, desde la comisión se alentaba esta colaboración, tal como
quedaba claro en su presentación en la prensa, donde se convocaba a “la acción conjunta
de pueblo y autoridades, siendo en consecuencia, deber patriótico de la hora, poner en
manos de esta Comisión todo antecedente o informe que pueda servir a los fines
mencionados”[246]. Sin embargo, alcanzan los dedos de ambas manos para contar las
denuncias recibidas. Si bien la “participación ciudadana” cumplió también algún rol en las
declaraciones e indagatorias y en la propagación de rumores (factor que se vuelve
inconmensurable), parece tratarse –al menos en la experiencia pampeana-de un proceso de
investigación impulsado “de oficio”[247].

Pese a que diariamente se abrían expedientes de nuevas causas, especialmente en los


primeros meses, la Comisión concentraba su trabajo en una o dos. Cada causa llevaba entre
una semana y quince días y se cerraba con la detención de los principales acusados y la
elevación del expediente al juzgado de turno. Ante cada detención o noticia relevante se
emitía un comunicado que se distribuía entre la prensa regional, llegando a confeccionarse
setenta y cinco.

Tras solicitar amplio número de informes, la comisión priorizó controlar la posible


documentación probatoria. En el transcurso de la investigación, cuando el material a indagar
se juzgó muy voluminoso, creó subcomisiones auxiliares y designó a sus integrantes. Así, el
8 de noviembre formó una para examinar la documentación existente en el local ocupado
por la intervención del partido peronista masculino, integrada por 9 personas. El 17 y el 19
de noviembre se intervino la contabilidad de los diarios La Capital (Santa Rosa), Reforma
(General Pico) y Pregón (Santa Rosa) y se crearon comisiones auxiliares para tal fin,
asignándose un total de 8 personas. Estas tres comisiones, dado el carácter específico de su
tarea, culminaron sus tareas el 30 de diciembre para el diario de General Pico y el 23 de
enero para los periódicos de la capital pampeana.

Aunque el 20 de noviembre ya aparecen los primeros expedientes referidos a


irregularidades con asiento en distintas localidades provinciales, recién a fines de
diciembre, y tras la detención de buena parte de la cúpula del gobierno provincial, las
investigaciones empezaron a descentralizarse en los distintos municipios y comisiones de

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fomento. Aunque se formaron expedientes en toda la provincia, únicamente se crearon
subcomisiones en: General Pico (26 de diciembre); Quemú Quemú (29 de diciembre); Santa
Rosa (11 de enero); Intendente Alvear (8 de febrero)[248]. En otras provincias, como Buenos
Aires por ejemplo, la creación de subcomisiones estuvo más apegada a la lógica
administrativa que a la de las investigaciones, creándose inicialmente 110 comisiones
municipales (VPN-CNI, 1958, pp. 5-42, tomo I).

Pero la articulación vertical de la comisión no fue únicamente hacia abajo, siendo explícita
la presencia de la Comisión Nacional en varias circulares, solicitando cruces de información
e inicios de causas [249]. Al respecto, merece subrayarse que la relación entre Comisión
Nacional y la Provincial tenía más reminiscencias de federalismo que de centralismo,
incluso en espacios que habían adquirido la autonomía recientemente como el pampeano.
Las sugerencias no siempre se seguían, la información solicitada muchas veces no era
enviada y había un espacio para el cuestionamiento frente a las órdenes. Pero la mayor
tirantez parece haberse generado en torno a la noticia del cierre. El día 22 de diciembre,
justo dos meses después de la creación de la comisión en La Pampa, se da entrada a una
nota de la Comisión Nacional de Investigaciones por la que comunica que todas las
comisiones Investigadora Provinciales deben dar por terminadas sus tareas
indefectiblemente antes del 31 de enero de 1956. Se acompaña también copia de la circular
24 que establece que otras comisiones, dependientes de la misma, deberán dar por
finalizado su cometido incluso antes: el 31 de diciembre[250]. Cinco días más tarde, los
integrantes de la comisión pampeana resuelven elevar nota haciendo constar que esta
comisión se encontraba demorada por distintas circunstancias, y en especial por la falta de
peritos contadores que debían examinar la numerosa documentación sobre manejos de
fondos, lo que no sería posible practicar en la fecha determinada para el término su
cometido, quedando sin investigar muchos hechos que pueden ser irregulares o
delictuosos [251]. Tal como puede advertirse en las memorias editas y en los fondos de otras
provincias, este tipo de quejas, por los plazos acotados y por la falta de personal idóneo, se
repite en distintos puntos del país. Pese al malestar general, la decisión de cerrar las
comisiones sigue firme el 3 de enero, cuando la comisión envía una circular con las
directivas sobre el trámite a seguir con los expedientes que no hayan sido terminados antes
del 31 de diciembre[252]. El 14 de enero la Comisión Nacional sugiere que, para ampliar el
plazo de finalización, la Comisión Provincial debe solicitar autorización al interventor de La
Pampa, a cargo de quien quedaría su actuación[253]. Sin embargo, el 17 de enero la situación
da un giro, pues Mc Lean –presidente de la Comisión Nacional-hace saber que “han
quedado sin efecto notas y circulares anteriores sobre plazo terminación de comisiones,
debiendo continuar su desempeño, después del 31 del corriente”[254]. Pareciera que la
presión ejercida por las comisiones en todo el país impulsaron este cambio de rumbo.

El ritmo de las investigaciones no se ve afectado por estos vaivenes y, en el seguimiento de


las actas puede observarse como las actividades se continúan desenvolviendo con
normalidad. El 28 de enero reciben una circular que dispone elevar una memoria reseñando
la actuación de la comisión investigadora[255]. Este tipo de solicitudes podían hacer intuir que
la extensión de los plazos no sería tan amplia. En efecto, el 4 de abril de 1956 se recibe un
telegrama comunicando la finalización de sus tareas, para el día 15 del corriente,
solicitando que se envíe documentación específica[256]. Las directivas para el cierre se
completan el 13 de abril con el decreto 650 emitido por la intervención provincial.

El trabajo continúa e incluso se acelera, las detenciones se multiplican en estos últimos

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días, especialmente a partir de las causas generadas por las subcomisiones municipales. El
día después, la comisión se abocó al despacho de los expedientes en trámite y aquellos no
iniciados. Esta actividad incluyó la confección de planillas, la organización de expedientes,
el envío de notas de agradecimiento a los distintos colaboradores, la remisión de material a
la justicia competente, a los ministerios de la provincia y otras dependencias e, incluso, al
archivo. Fueron necesarios 37 días más para ordenar y despachar todo el material
acumulado.

¿Qué delitos? ¿Cuántas detenciones? Prácticas criminalizadas y vínculos con


la justicia

Cuando la comisión de La Pampa terminó sus tareas 229 expedientes fueron enviados a la
justicia y 105 fueron despachados para completar la investigación en ministerios de
provincia y otras dependencias [257]. Resulta difícil comparar esta cifra con lo actuado por
otras comisiones, ya que no se guarda un registro uniforme de lo realizado. A falta de una
serie de datos completa, podemos señalar lo mencionado por algunos actores y lo relevado
por otros investigadores. Según el presidente de la Comisión Nacional, se elevaron a la
justicia 314 sumarios, poniendo a su disposición 1.045 procesados, mientras que mesa de
entradas recibió 15.119 entre notas y expedientes (VPN-CNI, 1958, tomo I). Para la Provincia
de Buenos Aires, las memorias acreditan 4.132 sumarios instruidos siendo elevados 774 a la
justicia (VPN-CNI, 1958, p. 31, tomo IV). Por su parte, Martha Ruffini (2016, p. 78) contabiliza
460 denuncias en Río Negro, de las cuales la comisión provincial elevó 35 casos a la justicia
y 45 quedaron abiertos para continuar las investigaciones. Para la Patagonia, la autora
releva 73 expedientes, de los que finalizaron 33, se pasaron a la justicia 13 y se dejaron
abiertos 27.

Es posible que la comisión de La Pampa haya elevado un importante número de expedientes


a la justicia ya que, incluso sin atender a la comparación que se puede establecer pensando
en los expedientes elevados y la población existente en unos y otros territorios, son los
propios integrantes los que advierten las posibilidades de saturar el trabajo de los
juzgados [258].

Tampoco sabemos cuáles fueron los resultados de esas causas judiciales, pues el archivo
de la Fiscalía Nacional de Recuperación Patrimonial preservó los casos antes de ser girados
a la justicia. Asimismo, en el libro que recopila las memorias de las comisiones
investigadoras se deja asentado en sus primeras páginas que no se han publicado las
sentencias judiciales, aunque se promete compilarlas en un volumen posterior que nunca
salió a la luz (VPN-CNI, 1958, tomo I).

En efecto, las comisiones no incluían la potestad para resolver los casos, aunque sí tenían la
posibilidad de disponer y mantener incomunicaciones y detenciones. Un seguimiento de los
comunicados de la Provincia de La Pampa nos permiten registrar que solicitaron 98
detenciones por diferentes delitos a 53 personas, todas ellas efectivizadas en la Cárcel de
Encausados de Santa Rosa. Algunos funcionarios concentraron un buen número de delitos,
siendo los que acumularon un mayor número: 13 Reynaldo Andrés Maggi (ex ministro de
economía y asuntos agrarios), 11 Salvador Ananía (ex gobernador), 7 Mariano Fernández (ex
ministro de gobierno y obras públicas), 6 Eugenio Martínez (ex presidente de la Cámara de
Representantes y gobernador provisional durante atentado al gobernador), 4 Héctor Arturo
Doyhenard (ex jefe de policía) y 3 Rodolfo Eduardo Desperbasques (ex ministro de asuntos

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sociales). Los restantes inculpados fueron acusados por uno o dos delitos. La mayor parte
de ellos eran también funcionarios de gobierno de distinto rango, 24 de los cuales revestían
algún cargo en gobiernos locales, la mayor parte de ellos intendentes o presidentes de
comisiones de fomento. Asimismo, la confección de 108 carpetas relacionadas con los
antecedentes patrimoniales de los funcionarios de mayor categoría del gobierno provincial
anterior muestra que el foco estaba puesto en este segmento. Al mismo tiempo evidencia
que, si bien todos los funcionarios de alto rango fueron considerados sospechosos, un poco
menos de la mitad fueron efectivamente inculpados y detenidos. Estas exclusiones están
mostrando la existencia de un nivel de incertidumbre en torno a los resultados de los
procesos, lo que si bien no aleja la idea de persecución política muestra la existencia de un
proceso administrativo que seguía ciertas pautas similares a las judiciales.

Desplazando el foco entonces al tipo de prácticas que se criminalizaron, la búsqueda de


personal del estado que no cumplía funciones específicas (lo que hoy conocemos como
ñoquis) fue la más intensa y ocupó prácticamente todo el mes de diciembre de 1955. La
segunda causa de detenciones fue el uso de dinero del gobierno con fines partidarios,
gremiales o propagandísticos. Este tópico encerraba una enorme variedad de acusaciones:
el pago por la reparación y blanqueo de una unidad básica, el abono a taximetristas por
viajes de campaña, la compra de una palma de flores en homenaje a Eva Perón y el aporte a
una misa por su salud, la carga de nafta y el arreglo de automotores particulares como si se
tratase de vehículos del estado, el pago de cenas en homenaje a Perón, la adquisición de
rifas sindicales, el abono de propaganda peronista a diarios provinciales, entre otros.

Se trataba en general de delitos de corrupción de poca monta, y aunque el foco siempre


estaba puesto en la cantidad de dinero extraído de las arcas del estado, las acusaciones
también evidenciaban el rechazo a los gestos “totalitarios” del régimen peronista. Las
denuncias impugnaban la superposición de estado y partido; el culto al líder y la
suntuosidad. En este último tópico se centraron las dirigidas a los legisladores provinciales,
pues se los acusaba de fijarse una dieta superior a la mayoría de las provincias,
confeccionar medallas de oro, diplomas en papel especial y chapas de bronce para
automóviles que acrediten la condición de diputado o adquirir pases libres para los
ferrocarriles. En la misma línea se inició una causa contra el gobernador Ananía por
beneficiarse con el regalo u obsequio de una malla y reloj, justipreciado en la suma de
$24.000 m/n y pagado con dineros del estado[259].

Otro foco de las investigaciones estuvo puesto en advertir los manejos de la “prensa
adicta”, para lo cual como hemos visto se crearon tres subcomisiones específicas. Surgieron
allí imputaciones de lo más variadas: inflación del tiraje real para obtener una cuota mayor
de papel al tipo diferencial de cambio y comercializarlo en el mercado negro; ocultamiento
de pagos oficiales a partir de balances paralelos; utilización de la linotipo y la máquina
impresora de la imprenta oficial de la Provincia para la composición e impresión de los
trabajos luego facturados por la empresa la Capital; trato preferencial en materia de
adjudicación de avisos oficiales; entre otros. Fuera de estas imputaciones específicas, el
seguimiento de la contabilidad de los principales diarios oficialistas de la provincia, mostró
evasiones impositivas, pagos no efectuados a las cajas jubilatorias y a la caja nacional de
ahorro postal donde debía depositarse parte del salario de los menores que trabajaban en
las empresas. En este sentido la comisión se encargó de resaltar que “las leyes sociales
tantas veces pregonadas como conquistas del anterior gobierno, desde esas mismas
columnas, no se han cumplido en lo más mínimo”[260].

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Otro grupo de acusaciones apuntaron a encarcelar a quienes resistieron al golpe de
septiembre de 1955. Por un lado, iniciaron expedientes por la figura de “intimidación
pública” a partir de la distribución de armas entre civiles. Por otro, culparon de “usurpación
de autoridad” a quienes “después de haber cesado por ministerio de la ley en el desempeño
de un cargo público o después de haber recibido de la autoridad competente comunicación
oficial de la resolución que ordenó la cesantía o suspensión de sus funciones, continuare
ejerciéndolas” (art. 248 código penal). En este caso, fueron apresados algunos funcionarios
e integrantes de la Alianza Libertadora Nacionalista que ordenaron el corte de la energía
eléctrica a la aeroplaza local. La efectividad del alzamiento del 9 de junio de 1956 en La
Pampa permite sugerir que los alcances de estas causas fueron más bien limitados.

En el último tramo de las actuaciones algunas de las detenciones ordenadas se relacionaron


directamente con el desarrollo de las investigaciones. De este modo, se libró orden de
captura a quienes no respondieron a las citaciones a indagatoria, se acusó a un testigo de
falso testimonio y se enjuició por desacato al director de un diario local por injuriar al
personal de la comisión investigadora de la ciudad de Bragado, Provincia de Buenos
Aires [261].

Conclusiones

En este artículo nos propusimos describir los elencos políticos, la actividad cotidiana y las
acusaciones que desplegaron las comisiones investigadoras. Se trata de analizar la faceta
más burocrática y cotidiana de una institución guiada por objetivos políticos. El diseño de
investigación apunta a focalizar la indagación en la experiencia pampeana, aprovechando la
abundancia de fuentes disponibles.

En cuanto al primer apartado, nos hemos encontrado con comisiones provinciales que se
componen de modo diferente, donde los militares son un actor minoritario y los personajes
provenientes del mundo político y corporativo se acomodan de modos diversos. La presencia
de segundas líneas o personajes con poca proyección en la vida política anterior o posterior
parece ser una suerte de constante. La participación de la burocracia estatal en la totalidad
del proceso de investigación (integrantes de las comisiones, auxiliares en la investigación,
confección de informes) ha sido uno de los hallazgos del trabajo, puntualmente en la
medida en que su presencia complejiza las lecturas de estas organizaciones, cuyas
actividades deben ser indagadas más allá de claves políticas binarias. La profesionalización,
el oportunismo, las tramas personales y políticas deberían ocupar un lugar importante a la
hora de explicar las motivaciones de estos actores. Asimismo, la imprescindible movilización
de recursos humanos que implicaron estas comisiones nos muestra que el problema de la
participación civil en este proceso puede ser pensado más allá de la formulación de
denuncias.

De este modo, en el segundo apartado, tratamos de dar cuenta de la cantidad de tareas y


las formas organizativas que las comisiones adoptaron para dar forma a la persecución
contra el peronismo. En la misma línea mostramos la descentralización territorial que
implicó y las dificultades para articular organismos que se fueron autonomizando del
gobierno que los creó, al punto de resistir su cierre. Al respecto, creemos que trascender la
matriz discursiva para estudiar este proceso y acercarnos a la dimensión administrativa e
institucional puede ayudarnos a complejizar nuestros conocimientos sobre el antiperonismo
como identidad política.

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En efecto, existió una clasificación de los delitos que se reprodujo a lo largo y a lo ancho del
territorio nacional, lo que no invalida la pregunta sobre la circulación y recepción de estas
imágenes en contextos radicalmente disímiles a los de su enunciación. El funcionario que
utiliza dinero estatal para su organización política, la prensa que crece a partir de su
obsecuencia o la suntuosidad de una gestión que no repara en la pobreza del territorio
pampeano son algunos de los registros que recorrimos en el tercer apartado. Para la
experiencia pampeana las acusaciones por enriquecimiento ilícito en el ámbito privado no
fueron las habituales, aunque los delitos anteriores también se tipificaron como casos de
corrupción. En este punto, corrupto o totalitario no parecen dos momentos en la
caracterización del peronismo sino adjetivaciones confluyentes en las acusaciones.

Si algunas experiencias territorianas, entre ellas la pampeana, pueden ser identificadas


como un “laboratorio”[262] para la “peronización”, la intensidad de la “desperonización” no
conviene leerla en la misma clave. Aunque la comisión provincial fue especialmente
furibunda en la judicialización de los casos, ninguna de las detenciones trascendió el nivel
de los funcionarios más importantes. Asimismo, un acontecimiento como el del 9 de junio de
1956 nos muestra el grado de articulación que mantenía el peronismo en el territorio. Es
posible incluso que, en aquellos espacios donde la vida política y partidaria creció a la par
del peronismo, fuese más complejo para el tejido opositor construir gobernabilidad desde
una tabula rasa. No obstante, y más allá de estas consideraciones regionales, lo que nos
interesó resaltar en este trabajo fue la elaboración de una serie de hipótesis sobre una
faceta más institucional y burocrática de unas comisiones investigadoras a las que hemos
estudiado más habitualmente desde su legado político e identitario.

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