Proyecto Libro - Nuestra Identidad en Cristo
Proyecto Libro - Nuestra Identidad en Cristo
Proyecto Libro - Nuestra Identidad en Cristo
“Conque Dios os ha dicho: ¿No comáis de todo árbol del huerto? Y la mujer
respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos
comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No
comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Entonces la serpiente dijo
a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él,
serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Y
vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los
ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y
comió; y dio también a su marido, el cual comió, así como ella”
(Génesis 3:1-6)
En primer lugar, Dios creó al hombre para su propia gloria. “Todos los llamados en mi
nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice” (Isaías 43.7). Esto quiere decir
que el propósito de la existencia del ser humano no gira en torno a el mismo, sino en
torno a Dios. El nacimiento de cada ser humano da la gloria a Dios, pues muestra su
sabiduría, su conocimiento y su poder, tal y como lo expresa David en el salmo:
En segundo lugar, Dios creó al hombre para revelarse a si mismo. Recordemos que
Dios existe en una esfera más allá del entendimiento humano; pero al crear al hombre,
le hizo a imagen y semejanza suya, para darse a conocer en un reflejo:
(Génesis 1:26-28)
Como reflejo del Creador, con una dignidad y autoridad delegada, el hombre fue
encargado de multiplicarse, administrar y cuidar de la creación de Dios. El Señor creó
al ser humano y lo colocó en el huerto de Edén para que lo cuidara y lo labrara. El ser
humano, creado tal y como fue diseñado por Dios, fue puesto en el huerto de Edén
para que use sus capacidades físicas, mentales y espirituales con el fin de optimizar el
huerto de Edén y todo lo que vivía allí: animales, plantas y todo debían estar bien
cuidadas y dar fruto abundante bajo la atenta mirada y administración del hombre.
Dios creó la tierra y sus habitantes para que fuese creada (Isaías 45:18). El Señor se
paseaba al aire del huerto de Edén, teniendo comunión con el ser humano y su
creación. Asimismo, Dios creó al primer ser humano, Adán, y a su compañera, Ishshah
(palabra hebrea derivada de Ish – varón – y que significa varona) para tener comunión
entre ellos y establecer una relación perdurable, conocida como matrimonio, y por
medio de ella fructificar y multiplicarse en la tierra. Entonces, desde su creación, el ser
humano ya tenía roles y un propósito designados por el Señor: criatura responsable
ante su creador, siervo responsable ante su Señor, esposo, padre, administrador de la
creación, vigilante sobre su propia vida y sobre aquello que el Señor Dios les otorgó.
Ahora vemos a la serpiente antigua, Satanás, acercándose a la mujer y tentándole a
desobedecer el mandamiento de su marido y del Señor, tomando y comiendo el fruto
del árbol del conocimiento del bien y del mal, que Dios les había advertido que no
deberían tomar para no morir.
“Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás
comer; más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el
día que de él comieres, ciertamente morirás”
(Génesis 2:16-17)
Pero, ¿con que tentó Satanás a la mujer? Ella, junto con su esposo, tenían la
administración del huerto del Edén, tenían abundantes recursos, tenían una vida
hermosa y el privilegio de caminar al lado de Dios y tener comunión con El. ¿Qué seria
aquello que no tenían o no podían disfrutar para que Satanás les tentara? Satanás
miente a la mujer y desliza la idea de que Dios no les está diciendo todas las cosas, que
hay aspectos de la vida que Dios se reserva para El mismo y no las comparte con ellos.
Es decir, Satanás tienta a la mujer con la idea de que ella y Adán “no morirán, sino que
pueden ser como Dios, sabiendo el bien y el mal”. Satanás tienta a la mujer con la idea de
que ella puede vivir independiente de Dios y sus mandamientos y hacer su voluntad
sin estar sujeta al Creador y, dicho sea de paso, a su esposo también. Ella, al ver el fruto
del árbol lo ve agradable, lo ve como algo bueno y codiciable, y lo demás es historia. Lo
come y lo da a su marido, quien cae junto con ella. Se introduce la rebelión del ser
humano, el pecado y con él sus consecuencias, entre ellas la muerte y la desvirtuación
de todo lo que Dios había diseñado para el ser humano.
Adán y su mujer pierden la comunión con Dios. Dentro de poco serán echados del
huerto de Edén. Adán y su mujer están ahora muertos espiritualmente y dentro de
pocos años morirán físicamente. Adán y su mujer han perdido autoridad y ahora ya no
señorean sobre la creación de Dios. A partir de este momento ellos lucharán contra la
naturaleza para poder subsistir. Adán y su mujer han dañado su misión de glorificar a
Dios y a partir de ahora ellos y sus descendientes lucharan por buscar su propia gloria,
peleando y combatiendo entre ellos, buscando sus propios intereses en vez de buscar la
gloria de Dios quien los creó.
El pecado es la desobediencia a la voluntad expresada de Dios. Es la rebeldía contra la
autoridad del Señor y empieza en la historia del ser humano en el huerto del Edén. Y la
raíz del pecado es el orgullo, la vanidad de buscar la independencia de Dios. Desde el
pecado de Adán y su mujer, que a partir del pecado es llamada Eva por su esposo, el
ser humano es concebido en pecado y vive en pecado, separado de Dios, buscando una
vida independiente de Dios y de su Palabra.
(Isaías 59:1-2)
Entendiendo esto, lo primero que tenemos que buscar es que, para ser restaurados,
debemos reconocer: (1) nuestros pecados delante de Dios, (2) los pecados que otros
pueden haber cometido contra nosotros, y (3) la manera como reaccionamos ante estos
pecados, la cual puede ser correcta o pecaminosa. Sea cual fuera el origen de ello, el
pecado nos aleja de Dios, nos debilita, destruye y contamina lo que toca, distorsiona
nuestra mente y llena nuestros corazones de odio, rencor y sentimientos negativos.
“Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de
los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y
el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios
permanece para siempre”
(1 Juan 2:16-17)
(Proverbios 18:12)
(Miqueas 6:6-8)
Capítulo #2: La importancia de la confesión
Por eso, que todo santo ore a ti en el tiempo en que puedas ser hallado;
ciertamente, en la inundación de muchas aguas, no llegarán estas a él. Tú
eres mi escondedero; de la angustia me preservarás; con cánticos de
liberación me rodearás. (Selah)
El pecado es el terrible y gran enemigo del ser humano. Sin Cristo somos esclavos del
pecado y estamos condenados por El. En Cristo aun somos afectados por el pecado. En
ambos casos, necesitamos confesar nuestro pecado, apartarnos de Él y buscar la gracia
y el favor que Dios promete por la fe en Jesus, para darnos perdón gratuito y una
nueva oportunidad para vivir una vida como Dios quiere.
Por eso, que todo santo ore a ti en el tiempo en que puedas ser hallado;
ciertamente, en la inundación de muchas aguas, no llegarán estas a él. Tú
eres mi escondedero; de la angustia me preservarás; con cánticos de
liberación me rodearás.
(Selah)
Recordemos una vez más, ¿cuál debe ser nuestra respuesta ante el pecado?
El pecado distorsiona nuestra percepción de la realidad. Nos engaña y nos lleva a vivir
justificando y racionalizando una conducta que es completamente opuesta a lo que la
Biblia manda y enseña. Dios promete perdonar nuestro pecado y darnos libertad
cuando nos acercamos a Él con un corazón contrito y humillado, arrepentidos y
poniendo nuestra fe en el Señor Jesús.
Hay gozo cuando Dios nos libra de nuestro pecado (v. 8-11)
(1 Corintios 6:9-11)
Dios quiere guiarnos en este mundo de maldad, dándonos sabiduría para escoger lo
bueno delante de Él y así poder disfrutar de sus bendiciones. Acerquémonos pues
confiadamente al trono de Dios, al trono de la gracia, al trono de la misericordia, para
hallar favor y perdón abundante.