Literatur A
Literatur A
Literatur A
GÉNERO LIRICO: La poesia incaica se caracteriza por el panteismo o adhesión a la tierra, propio a una
civilización agrícola militar, en la que los animales, las plantas y las flores, ocupan un lugar importante. La
poesía se acompañaba de la música (tinya, sonajas de barro, zampoña, etc.) y de la danza. Según el Inca
Garcilaso son caracteristicas de la lírica incaica:
- Supieron hacer versos cortos y largos.
- Tenían nociones de métrica.
- Pocos versos para ser memorizados, lo que responde al carácter colectivo de la poesia quechua.
- No conocieron o no practicaron la rima, lo que permitia una mayor espontaneidad.
- Predominio del simil y el epiteto.
Especies liricas
HAYLLI
Es la oda principal de la poesía quechua, significa canto de triunfo, de entusiasmo y de alabanza ya sea
religiosa, militar y agrícola.
AYMORAY
Era el canto a la tierra y se daba preferencia a las labores dedicadas a la siembra y la cosecha.
HUACCATAQUI
Los incas solían cantar a sus animales más preciados el zorro, el picaflor, la llama, el cóndor, etc
URPI
Hermoso canto a la amada a quien se le emparenta con la palomita. Es un poema elaborado con gran ternura.
WAWAKI
Es un poema dialogado parecido al haylli agricola, en tanto es ingenioso y festivo que suele evocar a la luna y
el sol. Su rito colectivo agrupaba a las parejas imperiales y lograban el contenido como vivaz como
participatorio.
QASWA
Subsiste por la alegría vivaz que despierta su ejecución. La ghaswa era preferido por los jóvenes en donde las
muchachas y los muchachos enlazados por hondas alegrías se entregaban a cantar el texto.
ARANWAY
Es una composición de origen humorístico, de sarcasmo y burla que evoca cantos satíricos. El aranway pervive
hasta la actualidad y suele presentar en forma de cuento o relato.
WANKA
Evoca la pérdida de los seres amados. Llora la desesperación de alguien que les perteneció.
AYATAQUI (Aya = muerto)
Canto que simboliza dolor y muerte. Era de timbre fúnebre y se solo se tonaba en los días pesarosos.
CACHARPARI
Fiesta que se da para despedir a alguien que va a emprender un viaje.
HUAYNO
Solía combinar: música, baile, poesía y danza. Cantaban a la naturaleza o al amado. Respecto a la poesía
amatoria que florece en la voz del amante correspondido o del amante desdeñado, del alegre trovador o del
pícaro amador. Encierra una tristeza suave y disimulada.
El Ollantay
- ESPECIE: Drama
- MÉTRICA: Irregular con versos de 6, 7, 8, 9, 10. y hasta 12 silabas métricas. Predominan los
octosílabos.
ARGUMENTO: Al inicio de la obra, el siervo Piqui Chaqui y el sacerdote Huillca Uma le piden a Ollantay que
olvide a Cusi Coyllur, pero el joven guerrero decide ir ante Pachacútec y confesarle su deseo de casarse con la
princesa. Como era previsible, el inca lo despreció y a su hija la encerró en el Acllahuasi. Ollantay enfureció y se
sublevó contra Pachacútec. Ganó una batalla y se atrincheró en la fortaleza de Ollantaytambo, donde se mantuvo
Mientras tanto, durante su encierro Cusi Coyllur tuvo una hija de Ollantay llamada Ima Súmaq. Esta creció
separada de su madre, pero al cumplir 10 años descubrió la verdad gracias a su nodriza Pitu Salla. Por esos días
murió Pachacútec y fue reemplazado por su hijo Túpac Yupanqui. Este envió al general Rumiñahui para capturar
a Ollantay con una treta: fingió que el Inca lo había castigado y que quería pasarse a su bando. Ollantay se apiadó
y le dejó ingresar a Ollantaytambo. Poco después, durante una fiesta, Rumiñahui abrió las puertas de la fortaleza
para que ingresen sus tropas. Ollantay fue capturado y llevado ante Túpac Yupanqui. Todos pensaban que Ollanta
Incluso lo nombró como lugarteniente. En ese momento apareció la pequeña Ima Súmaq pidiendo que liberen a
su madre Cusi Coyllur del Acllahuasi. Túpac Yupanqui se enteró de todo, liberó a su hermana y permitió que se
Fragmento de Ollantay
Sétima Escena
Ollantay (respetuoso pero digno): ¡Oh poderoso inca! Sabes bien que desde mis primeros años he procurado tu
felicidad en la guerra. Mi brazo te ha servido para sojuzgar miles de pueblos que puesto sometidos a tu merced.
He derramado por ti mi sudor, he aterrorizado pueblos cayendo inmisericorde sobre ellos. ¿NO soy acaso
Chancas. He dominado también Huanta Huillca postrándolo a tus plantas. Siempre he sido el primero en el
Ollantay: Sí padre mío. Tú me has otorgado esta macana de oro y este yelmo elevándome de la condición de
plebeyo. Tú me has puesto al mando de cincuenta mil Antis, encomendándome esa nación a mí. Me inclino a
tus pies, señor, como siervo tuyo que soy, para pedirte, en mérito de todo lo que te he ofrecido, que me
asciendas más…
Ollantay: Señor…
Ollantay: ¡Quítame de una vez la vida, si me la niegas, que es como arrancarme los ojos de la cara!
Pachacútec: ¡No eres tú el que puedes elegir entre la vida y la muerte! ¡Sal de mi presencia! ¡Sal!
Acto III
Escena VII
Sale IMA-SÚMAC.
Ima-súmac.- ¡Inca mío! tú eres mi padre, perdona a tu hija. Favoréceme, pues eres hijo del Sol. Mi madre habrá
muerto ya, presa en una cárcel de granito. Un feroz enemigo la confinó allí, para que muriera lentamente. Estará
ya bañada en su sangre.
Ima-Súmac.- Tú no vayas; el Inca que la vea, pues él la conoce, mientras que tú, no. Inca, levántate pronto; no
sea que encuentre a mi madre muerta; ya me parece ver su cadáver. Sí, obedéceme.
Huillca-Uma.- ¡Poderoso Inca! Pues hasta ti llegan sus tormentos, ¿quién osará impedir que seas su libertador?
Túpac-Yupanqui.- ¡Vamos! ¡Vamos! Todos juntos; ya que hallándonos en me-dio de los placeres, esta niña ha
Ima-Súmac.- Mi paloma padece en esta casa diez años. Ollanta.- ¡Abrid aquella puerta! ¡El Inca viene!
Realismo francés
Características del realismo
• El artista realista desarrolla también elementos románticos, como el interés por la naturaleza, lo
• La obra se presenta como la relación de algo sucedido realmente a objetos o personas, de allí la
• Cada palabra se elige por su significación exacta a fin de que provoque un recuerdo o una sensación
• La actuación de los personajes no responde a causas desconocidas, sino a una razón natural.
Fragmento I de Madame Bovary
Emma había leído Pablo y Virginia y había soñado con la casita de bambúes, con el negro Domingo con el perro
Fiel, pero sobre todo con la dulce amistad de algún hermanito, que subiera a buscar para ella frutas rojas a los
grandes árboles, más altos que campanarios, o que corriera descalzo por la arena llevándole un nido de pájaros.
Cuando cumplió trece años, su padre la llevó él mismo a la ciudad para ponerla en un internado. Se alojaron en
una fonda del barrio San Gervasio, donde les sirvieron la cena en unos platos pintados, que representaban la
historia de la señorita de la Valliere. Las leyendas explicativas, cortadas aquí y allí por los rasguños de los
cuchillos, glorificaban todas ellas la religión, las delicadezas del corazón y las pompas de la Corte.
Lejos de aburrirse en el convento los primeros tiempos, se encontró a gusto en compañía de las buenas hermanas,
que, para entretenerla, la llevaban a la capilla, adonde se entraba desde el refectorio por un largo corredor. Jugaba
muy poco en los recreos, entendía bien el catecismo, y era ella quien contestaba siempre al señor vicario en las
preguntas difíciles. Viviendo, pues, sin salir nunca de la tibia atmósfera de las clases y en medio de estas mujeres
de cutis blanco que llevaban rosarios con cruces de cobre, se fue adormeciendo en la languidez mística que se
desprende del incienso, de la frescura de las pilas de agua bendita y del resplandor de las velas. En vez de seguir
la misa, miraba en su libro las ilustraciones piadosas orladas de azul, y le gustaban la oveja enferma, el Sagrado
Corazón atravesado de agudas flechas o el Buen Jesús que cae caminando sobre su cruz. Intentó, para
mortificarse, permanecer un día entero sin comer. Buscaba en su imaginación algún voto que cumplir. Cuando
iba a confesarse, se inventaba pecaditos a fin de quedarse allí más tiempo, de rodillas en la sombra, con la cara
pegada a la rejilla bajo el cuchicheo del sacerdote. Las comparaciones de novio, de esposo, de amante celestial y
de matrimonio eterno que se repiten en los sermones suscitaban en el fondo de su alma dulzuras inesperadas. Por
la noche, antes del rezo, hacían en el estudio una lectura religiosa. Era, durante la semana, algún resumen de
Historia Sagrada o las Conferencias del abate Frayssinous, y, los domingos, a modo de recreo, pasajes del Genio
del Cristianismo). ¡Cómo escuchó, las primeras veces, la lamentación sonora de las melancolías románticas que
se repiten en todos los ecos de la tierra y de la eternidad! Si su infancia hubiera transcurrido en la trastienda de
un barrio comercial, quizás se habría abierto entonces a las invasiones líricas de la naturaleza que, ordinariamente,
no nos llegan más que por la traducción de los escritores. Pero conocía muy bien el campo; sabía del balido de
los rebaños, de los productos lácteos, de los arados. Acostumbrada a los ambientes tranquilos, se inclinaba, por
el contrario, a los agitados. No le gustaba el mar sino por sus tempestades y el verdor sólo cuando aparecía
salpicado entre ruinas. Necesitaba sacar de las cosas una especie de provecho personal; y rechazaba como inútil
todo lo que no contribuía al consuelo inmediato de su corazón, pues, siendo de temperamento más sentimental
que artístico, buscaba emociones y no paisajes.
Había en el convento una solterona que venía todos los meses, durante ocho días, a repasar la ropa. Protegida por
el arzobispado como perteneciente a una antigua familia aristócrata arruinada en la Revolución, comía en el
refectorio a la mesa de las monjas y charlaba con ellas, después de la comida, antes de subir de nuevo a su trabajo.
A menudo las internas se escapaban del estudio para ir a verla. Sabía de memoria canciones galantes del siglo
pasado, que cantaba a media voz, mientras le daba a la aguja. Contaba cuentos, traía noticias, hacía los recados
en la ciudad, y prestaba a las mayores, a escondidas, alguna novela que llevaba siempre en los bolsillos de su
delantal, y de la cual la buena señorita devoraba largos capítulos en los descansos de su tarea. Sólo se trataba de
amores, de galanes, amadas, damas perseguidas que se desmayaban en pabellones solitarios, mensajeros a quienes
matan en todos los relevos, caballos reventados en todas las páginas, bosques sombríos, vuelcos de corazón,
juramentos, sollozos, lágrimas y besos, barquillas a la luz de la luna, ruiseñores en los bosquecillos, señores
bravos como leones, suaves como corderos, virtuosos como no hay, siempre de punta en blanco y que lloran
como urnas funerarias. Durante seis meses, a los quince años, Emma se manchó las manos en este polvo de los
viejos gabinetes de lectura. Con Walter Scott, después, se apasionó por los temas históricos, soñó con arcones,
salas de guardias y trovadores. Hubiera querido vivir en alguna vieja mansión, como aquellas castellanas de largo
corpiño, que, bajo el trébol de las ojivas, pasaban sus días con el codo apoyado en la piedra y la barbilla en la
mano, viendo llegar del fondo del campo a un caballero de pluma blanca galopando sobre un caballo negro. En
aquella época rindió culto a María Estuardo y veneración entusiasta a las mujeres ilustres o desgraciadas: Juana
de Arco, Eloísa, Inés Sorel, la bella Ferronniere, y Clemencia Isaura para ella se destacaban como cometas sobre
la tenebrosa inmensidad de la historia, donde surgían de nuevo por todas partes, pero más difuminados y sin
ninguna relación entre sí, San Luis con su encina, Bayardo moribundo, algunas ferocidades de Luis XI, un poco
de San Bartolomé, el penacho del Bearnés, y siempre el recuerdo de los platos pintados donde se ensalzaba a Luis
XIV.
En clase de música, en las romanzas que cantaba, sólo se trataba de angelitos de alas doradas, madonas, lagunas,
gondoleros, pacíficas composiciones que le dejaban entrever, a través de las simplezas del estilo y las
imprudencias de la música, la atractiva fantasmagoría de las realidades sentimentales. Algunas de sus compañeras
traían al convento los keepsakes que habían recibido de regalo. Había que esconderlos, era un problema; los leían
en el dormitorio. Manejando delicadamente sus bellas encuadernaciones de raso, Emma fijaba sus miradas de
admiración en el nombre de los autores desconocidos que habían firmado, la mayoría de las veces condes o
vizcondes, al pie de sus obras.
Se estremecía al levantar con su aliento el papel de seda de los grabados, que se levantaba medio doblado y volvía
a caer suavemente sobre la página. Era, detrás de la balaustrada de un balcón, un joven de capa corta estrechando
entre sus brazos a una doncella vestida de blanco, que llevaba una escarcela a la cintura; o bien los retratos
anónimos de las ladies inglesas con rizos rubios, que nos miran con sus grandes ojos claros bajo su sombrero de
paja redondo. Se veían algunas recostadas en coches rodando por los parques, donde un lebrel saltaba delante del
tronco de caballos conducido al trote por los pequeños postillones de pantalón blanco. Otras, tendidas sobre un
sofá al lado de una carta de amor abierta, contemplaban la luna por la ventana entreabierta, medio tapada por una
cortina negra. Las ingenuas, una lágrima en la mejilla, besuqueaban una tórtola a través de los barrotes de una
jaula gótica, o, sonriendo, con la cabeza bajo el hombro, deshojaban una margarita con sus dedos puntiagudos y
curvados hacia arriba como zapatos de punta respingada. Y también estabais allí vosotros, sultanes de largas
pipas, extasiados en los cenadores, en brazos de las bayaderas, djiaours, sables turcos, gorros griegos, y, sobre
todo, vosotros, paisajes pálidos de las regiones ditirámbicas, que a menudo nos mostráis a la vez palmeras, abetos,
tigres a la derecha, un león a la izquierda, minaretes tártaros en el horizonte, ruinas romanas en primer plano,
después camellos arrodillados; todo ello enmarcado por una selva virgen bien limpia y un gran rayo de sol
perpendicular en el agua, de donde de tarde en tarde emergen como rasguños blancos, sobre un fondo de gris
acero, unos cisnes nadando. Y la pantalla del quinqué, colgado de la pared, por encima de la cabeza de Emma,
iluminaba todos estos cuadros del mundo, que desfilaban ante ella unos detrás de otros, en el silencio del
dormitorio y en el ruido lejano de algún simón retrasado que rodaba todavía por los bulevares. Cuando murió su
madre, lloró mucho los primeros días. Mandó hacer un cuadro fúnebre con el pelo de la difunta, y, en una carta
que enviaba a Les Bertaux, toda llena de reflexiones tristes sobre la vida, pedía que cuando muriese la enterrasen
en la misma sepultura. El pobre hombre creyó que estaba enferma y fue a verla. Emma se sintió satisfecha de
haber llegado al primer intento a ese raro ideal de las existencias pálidas, a donde jamás llegan los corazones
mediocres. Se dejó, pues, llevar por los meandros lamartinianos, escuchó las arpas sobre los lagos, todos los
cantos de cisnes moribundos, todas las caídas de las hojas, las vírgenes puras que suben al cielo y la voz del Padre
Eterno resonando en los valles. Se cansó de ello y, no queriendo reconocerlo, continuó por hábito, después por
vanidad, y finalmente se vio sorprendida de sentirse sosegada y sin más tristeza en el corazón que arrugas en su
frente. Las buenas monjas, que tanto habían profetizado su vocación, se dieron cuenta con gran asombro de que
la señorita Rouault parecía írseles de las manos. En efecto, ellas le habían prodigado tanto los oficios, los retiros,
las novenas y los sermones, predicado tan bien el respeto que se debe a los santos y a los mártires, y dado tantos
buenos consejos para la modestia del cuerpo y la salvación de su alma, que ella hizo como los caballos a los que
tiran de la brida: se paró en seco y el bocado se le salió de los dientes. Aquella alma positiva, en medio de sus
entusiasmos, que había amado la iglesia por sus flores, la música por la letra de las romanzas y la literatura por
sus excitaciones pasionales, se sublevaba ante los misterios de la fe, lo mismo que se irritaba más contra la
disciplina, que era algo que iba en contra de su constitución. Cuando su padre la retiró del internado, no sintieron
verla marchar. La superiora encontraba incluso que se había vuelto, en los últimos tiempos, poco respetuosa con
la comunidad. A Emma, ya en su casa, le gustó al principio mandar a los criados, luego se cansó del campo y
echó de menos su convento. Cuando Carlos vino a Les Bertaux por primera vez, ella se sentía como muy
desilusionada, como quien no tiene ya nada que aprender, ni le queda nada por experimentar. Pero la ansiedad de
un nuevo estado, o tal vez la irritación causada por la presencia de aquel hombre, había bastado para hacerle creer
que por fin poseía aquella pasión maravillosa que hasta entonces se había mantenido como un gran pájaro de
plumaje rosa planeando en el esplendor de los cielos poéticos, y no podía imaginarse ahora que aquella calma en
que viva fuera la felicidad que había soñado.
Fragmento II de Madame Bovary
Siempre hay detrás de la muerte de alguien como una estupefacción que se desprende, tan difícil es comprender
esta llegada inesperada de la nada y resignarse a creerlo. Pero cuando se dio cuenta de su inmovilidad, Carlos se
echó sobre ella gritando: -¡Adiós!, ¡adiós! Homais y Canivet le sacaron fuera de la habitación. -¡Tranquilícese! -
Sí -decía debatiéndose-, seré razonable, no haré daño. Pero déjenme. ¡Quiero verla!, ¡es mi mujer! Y lloraba. -
Llore -dijo el farmacéutico-, dé rienda suelta a la naturaleza, eso le aliviará. Carlos, sintiéndose más débil que un
niño, se dejó llevar abajo, a la sala, y el señor Homais pronto se volvió a su casa. En la plaza fue abordado por el
ciego, quien habiendo llegado a Yonville con la esperanza de la pomada antiflogística, preguntaba a cada
transeúnte dónde vivía el boticario, -¡Vamos, homb re!, ¡como si no tuviera otra cosa que hacer! Ten paciencia,
vuelve más tarde. Y entró precipitadamente en la farmacia. Tenía que escribir dos cartas, preparar una poción
calmante para Bovary, inventar una mentira que pudiese ocultar el envenenamiento y preparar un artículo para
El Fanal, sin contar las personas que le esperaban para recibir noticias; y, cuando los yonvillenses escucharon el
relato del arsénico que había tomado por azúcar, al hacer una crema de vainilla, Homais volvió de nuevo a casa
de Bovary. Lo encontró solo (el señor Canivet acababa de marcharse), sentado en el sillón, cerca de la ventana y
contemplando con una mirada idiota los adoquines de la calle. -Ahora -dijo el farmacéutico- usted mismo tendría
que fijar la hora de la ceremonia. -¿Por qué?, ¿qué ceremonia? Después con voz balbuciente y asustada: -¡Oh!,
no, ¿verdad?, no, quiero conservarla. Homais, para disimular, tomó una jarra del aparador para regar los geranios.
-¡Ah!, gracias -dijo Carlos-, ¡qué bueno es usted! Y no acabó su frase, abrumado por el aluvión de recuerdos que
este gesto del farmacéutico le evocaba. Entonces, para distraerle, Homais creyó conveniente hablar un poco de
horticultura; las plantas necesitaban humedad. Carlos bajó la cabeza en señal de aprobación. -Además, ahora van
a volver los días buenos. -¡Ah! -dijo Bovary. El boticario, agotadas sus ideas, se puso a separar suavemente los
visillos de la vidriera. -¡Mire!, a11í va el señor Tuvache. Carlos repitió como una máquina. -Allí va el señor
Tuvache. Homais no se atrevió a hablarle otra vez de los preparativos fúnebres; fue el eclesiástico quien vino
a11í a resolverlo. Carlos se encerró en su gabinete, tomó una pluma, y, después de haber sollozado algún tiempo,
escribió. «Quiero que la entierren con su traje de boda, con unos zapatos blancos, una corona. Le extenderán el
pelo sobre los hombros; tres ataúdes, uno de roble, uno de caoba, uno de plomo. Que nadie me diga nada, tendré
valor. Le pondrán por encima de todo una gran pieza de terciopelo verde. Esta es mi voluntad. Que se cumpla.»
Aquellos señores se extrañaron mucho de las ideas novelescas de Bovary, y enseguida el farmacéutico fue a
decirle: -Ese terciopelo me parece una redundancia. Además, el gasto... -¿Y a usted qué le importa? ---exclamó
Carlos-. ¡Déjeme en paz!, ¡usted no la quería! ¡Márchese! El eclesiástico lo tomó por el brazo para hacerle dar
un paseo por la huerta. Hablaba sobre la vanidad de las cosas terrestres. Dios era muy grande, muy bueno;
debíamos someternos sin rechistar a sus decretos, incluso darle gracias. Carlos prorrumpió en blasfemias. -
¡Detesto al Dios de ustedes! -El espíritu de rebelión no le ha dejado todavía -suspiró el eclesiástico. Bovary estaba
lejos. Caminaba a grandes pasos, a lo largo de la pared, cerca del espaldar, y rechinaba los dientes, levantaba al
cielo miradas de maldición, pero ni una sola hoja se movió. Caía una fría lluvia, Carlos, que tenía e1 pecho
descubierto, comenzó a tiritar; entró a sentarse en la cocina. A las seis se oyó un ruido de chatarra en la plaza: era
«La Golondrina» que llegaba; y Carlos permaneció con la frente pegada a los cristales viendo bajar a los viajeros
unos detrás de otros. Felicidad le extendió un colchón en el salón, Carlos se echó encima y se quedó dormido.
Aunque filósofo, el señor Homais respetaba a los muertos. Por eso, sin guardar rencor al pobre Carlos, volvió por
la nothe a velar el cadáver, llevando consigo tres libros y un portafolios para tomar notas. El señor Bournisien se
encontraba a11í, y dos grandes cirios ardían en la cabecera de la cama, que habían sacado fuera de la alcoba. El
boticario, a quien pesaba el silencio, no tardó en formular algunas quejas sobre aquella infortunada mujer joven,
y el sacerdote respondió que ahora sólo quedaba rezar por ella. -Sin embargo -replicó Homais-, una de dos: o ha
muerto en estado de gracia, como dice la Iglesia, y entonces no tiene ninguna necesidad de nuestras oraciones, o
bien ha muerto impenitente, esta es, yo creo, la expresión eclesiástica, y entonces . . Bournisien le interrumpió,
replicando en un tono desabrido, que no dejaba de ser necesario el rezar. -Pero -objetó el farmacéutico- ya que
Dios conoce todas nuestras necesidades, ¿para qué puede servir la oración? -¡Cómo! -dijo el eclesiástico-, ¡la
oración! ¿Luego usted no es cristiano? -¡Perdón! -dijo Homais-. Admiro el cristianismo. Primero liberó a los
esclavos, introdujo en el mundo una moral... -¡No se trata de eso! Todos los textos... -¡Oh!, ¡oh!, en cuanto a los
textos, abra la historia; se sabe que han sido falsificados por los jesuitas. Entró Carlos, y, acercándose a la cama,
corrió lentamente las coronas: Emma tenía la cabeza inclinada sobre el hombro derecho. La comisura de su boca,
que seguía abierta, hacía como un agujero negro en la parte baja de la cara; los dos pulgares permanecían doblados
hacia la palma de las manos; una especie de polvo blanco le salpicaba las cejas, y sus ojos comenzaban a
desaparecer en una palidez viscosa que semejaba una tela delgada, como si las arañas hubiesen tejido a11í encima.
La sábana se hundía desde los senos hasta las rodillas, volviendo después a levantarse en la punta de los pies; y
a Carlos le parecía que masas infinitas, que un peso enorme pesaba sobre ella. El reloj de la iglesia dio las dos.
Se oía el gran murmullo del río que corría en las tinieblas al pie de la terraza. El señor Bournisien de vez en
cuando se sonaba ruidosamente y Homais hacía rechinar su pluma sobre el papel. -Vamos, mi buen amigo -dijo-
, retírese, este espectáculo le desgarra. Una vez que salió Carlos, el farmacéutico y el cura reanudaron sus
discusiones. -¡Lea a Voltaire! -decía uno-; lea a D'Holbach, lea la Enciclopedia. -Lea las Cartas de algunos judíos
portugueses(1) -decía el otro-; lea la Razón del cristianismo, por Nicolás, antiguo magistrado. 1. Obra del abate
Antoine Guénée, publicada en 1769, y en la que refuta los ataques de Voltaire contra la Biblia. Se acaloraban,
estaban rojos, hablaban a un tiempo, sin escucharse; Bournisien se escandalizaba de semejante audacia; Homais
se maravillaba de semejante tontería; y no les faltaba mucho para insultarse cuando, de pronto, reapareció Carlos.
Una fascinación le atraía. Subía continuamente la escalera. Se ponía enfrente de Emma para verla mejor, y se
perdía en esta contemplación, que ya no era dolorosa a fuerza de ser profunda. Recordaba historias de catalepsia,
los milagros del magnetismo, y se decía que, queriéndolo con fuerza, quizás llegara a resucitarla. Incluso una vez
se inclinó hacia ella, y dijo muy bajo: «¡Emma! ¡Emma!» Su aliento, fuertemente impulsado, hizo temblar la
llama de los cirios contra la pared. Al amanecer llegó la señora Bovary madre; Carlos, al abrazarla, se desbordó
de nuevo en llanto. Ella trató, como ya lo había hecho el farmacéutico, de hacerle algunas observaciones sobre
los gastos del entierro. Carlos se excitó tanto que su madre se calló, a incluso le encargó que fuese inmediatamente
a la ciudad para comprar lo que hacía falta. Carlos se quedó solo toda la tarde: habían llevado a Berta a casa de
la señora Homais; Felicidad seguía arriba, en la habitación, con la tía Lefrançois. Por la tarde recibió visitas. Se
levantaba, estrechaba las manos sin poder hablar, después se sentaban unos junto a los otros formando un gran
semicírculo delante de la chimenea. Con la cabeza baja y las piernas cruzadas, balanceaba una de ellas dando un
suspiro de vez en cuando. Y todos se aburrían enormemente, pero nadie se decidía a marcharse. Cuando Homais
volvió a las nueve (no se veía más que a él en la plaza desde hacía dos días), venía cargado de una provisión de
alcanfor, de benjuí y de hierbas aromáticas. Llevaba también un recipiente lleno de cloro para alejar los miasmas.
En aquel momento, la criada, la señora Lefrançois y la señora Bovary madre daban vueltas alrededor de Emma
terminando de vestirla, y bajaron el largo velo rígido que le tapó hasta sus zapatos de raso. Felicidad sollozaba: -
¡Ah!, ¡mi pobre ama!, ¡mi pobre ama! -¡Mírela -decía suspirando la mesonera-, qué preciosa está todavía! Se
diría que va a levantarse inmediatamente. Después se inclinaron para ponerle la corona. Hubo que levantarle un
poco la cabeza, y entonces un cho rro de líquido negro salió de su boca como un vómito. -¡Ah! ¡Dios mío!, ¡el
vestido, tened cuidado! -exclamó la señora Lefrançois-. ¡Ayúdenos! -le decía al farmacéutico-. ¿Acaso tiene
miedo? -¿Miedo yo? -replicó encogiéndose de hombros-. ¡Pues sí! ¡He visto a tantos en el Hospital cuando
estudiaba farmacia! ¡Hacíamos ponche en el anfiteatro de las disecciones! La nada no espanta a un filósofo; a
incluso, lo digo muchas veces, tengo la intención de legar mi cuerpo a los hospitales para que sirva después a la
ciencia. Al llegar el cura preguntó cómo estaba el señor, y a la respuesta del boticario, replicó. -¡El golpe, como
compre nde, está todavía muy reciente! Entonces Homais le felicitó por no estar expuesto, como todo el mundo,
a perder una compañía querida; de donde se siguió una discusión sobre el celibato de los sacerdotes. -Porque -
decía el farmacéutico- ¡no es natural que un hombre se arregle sin mujeres!, se han visto crímenes... -Pero
¡caramba! ---exclamó el eclesiástico-, ¿cómo quiere usted que un individuo casado sea capaz de guardar, por
ejemplo, el secreto de la confesión? Homais atacó la confesión, Bournisien la defendió, se extendió sobre las
restituciones que hacía operar. Citó diferentes anécdotas de ladrones que de pronto se habían vuelto honrados,
militares que habiéndose acercado al tribunal de la penitencia habían notado que se les caían las vendas de los
ojos. Había en Friburgo un ministro... Su compañero dormía. Después, como se ahogaba un poco en la atmósfera
demasiado pesada de la habitación, abrió la ventana to cual despertó al farmacéutico. -Vamos, ¡un polvito de
rapé! -le dijo-. Tómelo, le despabilará. En algún lugar, a lo lejos, se oían unos alaridos ininterrumpidos. -¿Oye
usted ladrar un perro? -dijo el farmacéutico. -Se dice que olfatean a los muertos -respondió-. Es como las abejas:
escapan de la colmena cuando muere una persona. Homais no hizo ninguna observación sobre estos prejuicios,
pues se había dormido. El señor Bournisien, más robusto, continuó algún tiempo moviendo los labios muy
despacio; después, insensiblemente, inclinó la cabeza, dejó caer su gordo libro negro y empezó a roncar. Estaban
uno enfrente del otro, con el vientre hacia fuera, la cara abotargada, el aire ceñudo, coincidiendo después de tanto
desacuerdo en la misma debilidad humana; y no se movían más que el cadáver que estaba a su lado, que parecía
dormir. Cuando Carlos volvió a entrar, no los despertó. Era la última vez. Venía a decirle adiós. Las hierbas
aromáticas seguían humeando, y unos remolinos de vapor azulado se confundían en el horde de la ventana con
la niebla que entraba. Había algunas estrellas y la noche estaba templada. La cera de los cirios caía en gruesas
lágrimas sobre las sábanas. Carlos miraba cómo ardían, cansándose los ojos contra el resplandor de su llama
amarilla. Temblaban unos reflejos en el vestido de raso, blanco como un claro de luna. Emma desaparecía debajo,
y a Carlos le parecía que, esparciéndose fuera de sí misma, se perdía confusamente en las cosas que la rodeaban,
en el silencio, en la noche, en el viento que pasaba, en los olores húmedos que subían. Después, de pronto, la veía
en el jardín de Tostes, en el banco, junto al seto de espinos, en el umbral de su casa, en el patio de Les Bertaux.
Seguía oyendo la risa de los chicos alegres que bailaban bajo los manzanos; la habitación estaba llena del perfume
de su cabellera y su vestido le temblaba en los brazos con un chisporroteo; y era el mismo, aquel vestido. Estuvo
mucho tiempo así recordando todas las felicidades desaparecidas: su actitud, sus gestos, el timbre de su voz.
Después de una desesperación venía otra, y siempre, inagotablemente, cómo las olas de una marea que se
desborda. Sintió una terrible curiosidad: despacio, con la punta de los dedos, palpitante, le levantó el velo. Pero
lanzó un grito de horror que despertó a los que dormían. Lo llevaron abajo, a la sala. Después vino Felicidad a
decir que el señor quería un mechón de pelo de la señora. -¡Córtelo! -replicó el boticario. Y como ella no se
atrevía, se adelantó él mismo, con las tijeras en la mano. Temblaba tanto, que picó la piel de las sienes en varios
sitios. Por fin, venciendo la emoción, Homais dio dos o tres grandes tijeretazos al azar, lo cual dejó marcas blancas
en aquella hermosa cabellera negra. El farmacéutico y el cura volvieron a sumergirse en sus ocupaciones, no sin
dormir de vez en cuando, de to cual se acusaban recíprocamente cada vez que volvían a despertar. Entonces el
señor Bournisien rociaba la habitación con agua bendita y Homais echaba un poco de cloro en el suelo. Felicidad
había tenido la precaución de poner para ellos, sobre la cómoda, una botella de aguardiente, un queso y un gran
bizcocho. Por eso el boticario, que no podía más, suspiró hacia las cuatro de la mañana: -¡La verdad es que de
buena gana me tomaría algo! El eclesiástico no se hizo rogar; salió para ir a decir misa, volvió, después comieron
y bebieron, bromeando un poco, sin saber por qué, animados por esa alegría vaga que nos invade después de
sesiones de tristeza; y a la última copa, el cura dijo al farmacéutico, dándole palmadas en el hombro: -
¡Acabaremos por entendernos! Abajo, en el vestíbulo, encontraron a los carpinteros que llegaban. Entonces
Carlos, durante dos horas, tuvo que soportar el suplicio del martillo que resonaba sobre las tablas. Después la
depositaron en su ataúd de roble que metieron en los otros dos; pero como el ataúd era demasiado ancho, hubo
que rellenar los intersticios con la lana de un colchón. Por fin, una vez cepilladas, clavadas y soldadas las tres
tapas, la expusieron delante de la puerta; se abrió de par en par la casa y empezó el desfile de los vecinos de
Yonville. Llegó el padre de Emma. Se desmayó en la plaza al ver el paño negro.
Literatura Quechua: El Ollantay b) II, III, IV y V
c) I, II, III y V
1. Los versos traducidos al español de la d) I, III y IV
literatura quechua: “Mañana cuando me e) Solo II y III
vaya, con qué corazón me iré, cada paso
que yo diere por tu ausencia lloraré.” 6. El siguiente fragmento:
Debe pertenecer por su contenido Paloma blanca,
nostálgico, a la especie lírica incaica: Piquito de oro,
a) Aymoray Alas de plata,
b) Hayli No te remontes
c) Harawi Por esos montes,
d) Ayataqui Porque yo lloro
e) N.A. Es válido afirmar, EXCEPTO:
a) Los cultores de este tipo de poesía son los
haravicus
2. La literatura quechua es la expresión de la b) Su especie lírica es el urpi
cultura Inca. Presenta dos vertientes: c) Su lenguaje sencillo y melancólico lo
a) Épica y lírica clasifica en la literatura popular
b) Ágrafa y escritural d) Es un haylli
c) Oral y anónima e) N.A:
d) Oficial y popular
e) En prosa y en verso 7. En el siguiente fragmento:
Lloremos
3. Presentando el siguiente poema: Lágrimas de sangre, lloremos,
Vicuñita, vicuñita Con desesperación, a gritos
Dame tu pelo de nieve. Lloremos
A qué especie de la lírica quechua pertenece: Que el sol para siempre
a) Huacataqui La luz a sus ojos quitó,
b) Haylli Es la especie:
c) Wanca a) Wanka
d) Aymoray b) Ayataqui
e) Huacamani c) Haylli
d) Taki
4. En el texto: e) N.A.
¿pasto tierno,
Mi madre, comiste?
¿Sin dolor 8. El mito de “Naylamp” tiene sus
A luz me diste? antecedentes en:
¿Para ahora estar abandonado, a) Piura
En ajeno campo? b) Cuzco
¿Para acongojarme, c) Lambayeque
Dónde está la paja bravía? d) Ancash
La especie es: e) La Libertad
a) Taki
b) Wanka 9. El hecho de que las manifestaciones líricas
c) Qhaswa expresen el amor a la tierra, mientras que los mitos
d) Aymoray halaguen a los gobernantes nos muestra que la
e) Hayli literatura prehispánica es:
a) Agrarista
5. La lírica popular quechua presenta los b) Cosmopolita
siguientes rasgos: c) Cosmogónica
I. Es musicada d) Clasista
II. Está unida a la danza e) Anónima
III. Breve
IV. Métrica frecuente de arte mayor 10. La literatura popular de los incas:
V. Generalmente dialogada I. Se expresaba a través de los sentimientos
Es verdadero: y deseos comunitarios
a) I, II, III y IV
II. Una de sus especies es el wawaki que se provincia oriental y se establece en el valle de
caracteriza por ser una elegía. Vilcamayo, donde construye…
III. Es una expresión de las comunidades o Marca la respuesta correcta:
ayllus a) Pitu Salla, Ollantay, Túpac Yupanqui,
IV. Generalmente su forma de composición es Antisuyo
la prosa b) Orco Huaranca, Piqui Chaqui, Inca Roca,
V. El haravicu trasmitía su literatura mediante Constituyo
la música c) Haravicu, Huillca Uma, Ima Súmac,
Es verdadero: Tahuantisuyo
a) I, II y III d) Curaca, Ollantay, Pitu Salla, El Cusco
b) II, III y IV e) Huilca Uma, Ollantay, Pachacútec,
c) III, IV y V Ollantaytambo
d) I, II y IV
e) I, III y V 15. Es el escenario de la obra Romeo y Julieta
a) Venecia
b) Verona
11. El origen del incanato está explicado en el c) Dinamarca
mito de: d) Florencia
a) Naylamp e) Noruega
b) Pacaritambo
c) Vichama 16. El siguiente fragmento de El Ollantay:
d) Incara Túpac Yupanqui (cuando se los van a llevar).
e) Viracocha ¡Alto! ¡Quitadles las ligaduras! (A Ollantay, una
vez que está libre). Ven a mí, ingrato, desertor.
12. Presentado el siguiente fragmento: Tú que acabas de reconocer tu falta, mira. La
Es posible, por donde camines clemencia colma mis deseos. Caerás un millón
Te encuentres con mi amada, de veces te levantaré. Fuiste gobernador del
Trátela contigo, como esté, Antisuyo y perdiste el honor al sublevarte, pero
Arrullándola con mis lágrimas… yo te devuelvo los signos del mando. (A Huilca-
a) Taqui Uma). Dale de nuevo el poder, absuelve sus
b) Wawaki culpas y haz de revivir a quienes ya estaban
c) Harawi muertos.
d) Yaraví 1. Prevale la tesis ecléctica del origen de El
e) Urpi Ollantay
2. Se aprecia la magnanimidad del inca
13. El siguiente fragmento: 3. Se aprecia la concepción religiosa
Padre Wiracocha, cristiana
Creador, causa del mundo 4. El comportamiento de Túpac Yupanqui
El que crea manifiesta debilidad ante el rebelde anti
El que gobierna y provee 5. La tesis hispana es la que más resalta en
Tú aquí me pusiste el texto
Y me criaste diciendo: Son ciertas:
No te faltará comida a) 1, 2 y 3
Ni bebida b) 2, 3 y 4
Pertenece a la especie de: c) 3, 4 y 5
a) Aymoray d) 2, 3 y 5
b) Urpi e) Todas menos 2
c) Huayno
d) Hayli 17. La tesis que sostiene que la obra El
e) Wanka Ollantay se divide en actos y escenas y, además,
presenta a Piqui Chaqui como personaje gracioso
14. Rellena el siguiente fragmento: es:
En vano el sacerdote____________ recurre al a) Hispanista
milagro de curarte su amor__________ pide la b) Peruanista
mano de la princesa, pero ___________ lo c) Incaísta
rechaza, porque Ollantay no pertenece a la d) Andinista
familia real. Este, resentido, se subleva en la e) Ecléctica
II. Sus personajes están en búsqueda
18. El hecho de que en el drama aparezcan permanente de su libertad
referencias toponímicas exactas permite inferir III. Sus novelas son policéntricas donde los
que: protagonistas se mueven en el conflicto
a) El origen del drama es prehispánico constante: moral y filosófico
b) El origen del drama es colonial IV. Objetividad científica
c) Puede ser origen incaico pero escrito en V. La mayoría de sus personajes son gente
español humilde y modestos cristianos
d) Su autor conoció el Cuzco Es verdadero:
e) Su origen es preinca a) I, II y III
b) II, III y IV
Flaubert: Madame Bovary c) III, IV y V
d) Solo I y IV
2. Respecto de la novela Madame Bovary e) Solo IV y V
¿Cuáles de los siguientes enunciados son
verdaderos?: 5. El tema principal de Madame Bovary, según
el autor mismo, es:
a) La influencia de la mala literatura en las
I. La historia de un libertinaje
personas
masculino
b) El libertinaje de la mujer
II. La objetividad resalta en la obra
c) Detectar el machismo de una época
III. Charles le es infiel a Emma
d) La importancia de conocer los límites
IV. El personaje central representa al
e) Una crítica a los hombres de la época
espíritu de la sociedad alienada
V. El personaje principal se suicida
tragando veneno para animales
6. Son características del realismo:
Es verdadero:
I. Retrata la sociedad
a) I y II
II. Objetividad
b) II y III
III. Tramas complejas
c) III y IV
IV. Libertad de pensamiento
d) IV y V
V. Filiación positivista
e) II y IV
Es verdadero:
a) I, II, III y IV
3. Secuencias narrativas extraídas de la
b) II, III, IV y V
novela “Madame Bovary” de Flaubert:
c) Solo II y V
I. Emma tuvo como primer amante al
d) Solo III y IV
ayudante del notario Guillaumin, León
e) Todas menos III
Dupuis.
II. La esposa de Bovary se suicida para no
7. En el siguiente fragmento de Madame
enfrentar la verdad de su infidelidad a
Bovary: "A menudo variaba su peinado; se ponía
Carlos
a la china, en bucles flojos, en trenzas; se hizo
III. El primer hijo de Emma fue bautizado
una raya al lado y recogió el pelo por debajo,
en Yonville con el nombre Georges
como un hombre.
IV. Emma no logra convencer a Rodolfo
Quiso aprender italiano: compró diccionarios,
para que huyeran a Italia
una gramática, una provisión de papel blanco.
V. La muerte de Carlos Bovary condena a
Ensayó lecturas serias, historia y filosofía. De
su hija a trabajar en una fábrica para
noche, alguna vez, Charles despertaba
sobrevivir.
sobresaltado, creyendo que venían a buscarle
Es correcto
para un enfermo: - Ya voy- balbuceaba.
a) 1 y 2
Y era el ruido de una cerilla que Emma frotaba
b) 2 y 3
para encender de nuevo la lámpara. Pero ocurrió
c) 4 y 5
con sus lecturas lo mismo que con sus labores,
d) 2 y 5
que, una vez comenzadas todas, iban a parar al
e) 3 y 5
armario; las tomaba, las dejaba, pasaba a otras".
Podemos afirmar:
4. La obra de Gustave Flaubert presenta las
I. Se denota el dominio de la objetividad
siguientes características:
II. Se denota la posición política de Emma
I. Seres condicionados por su manera de ser
y por su manera de vivir
III. Se puede deducir la situación alienada I. Narrador omnisciente
de Emma II. Objetividad escritural
IV. Se denota la intertextualidad de Julio III. Está dividida en tres partes
Ramón Ribeyro en uno de sus cuentos IV. El lenguaje es complejo
V. Es una idealización de los románticos V. Trama compleja
Es correcto: Es verdadero:
a) I, II y III
a) I, II y III b) II, III y IV
b) II, III y IV c) III, IV y V
c) III, IV y V d) I, II y IV
d) I, III y IV e) I, III y V
e) N.A.