Historia de La Filosofía Antigua y Medieval Temas 1 A 5
Historia de La Filosofía Antigua y Medieval Temas 1 A 5
Historia de La Filosofía Antigua y Medieval Temas 1 A 5
Los primeros filósofos –de los que desafortunadamente apenas conservamos unas
pocas frases sueltas que difícilmente nos pueden proporcionar una imagen pálida de lo
que en conjunto llegaron a poder pensar- se preguntaron una y otra vez por el “arché” de
la “physis”. Y lo característico de ellos es que buscaron para esta pregunta una respuesta
“racional” (digámoslo así: basada en pruebas y argumentos de algún tipo).
El término “arché” es complejo pues alberga al menos dos significados distintos: por un
lado, significa “origen” y por otro lado significa “principio”. Intentaremos explicar esta
diferencia acudiendo al considerado “primer filósofo”: Tales de Mileto. Según los
testimonios que nos quedan de él –muy parcos por otro lado- el “arché” de la “physis” es
uno de los cuatro elementos: el agua. Si leemos “arché” con el primer significado esto
implicaría que el agua –por una serie de transformaciones que habría que señalar con
detalle- es el origen de la physis entera (a una conjetura así puede llevar, por ejemplo, la
constatación de que el agua atraviesa al menos tres estados –sólido, líquido y gaseoso,
dando así muestra de su versatilidad). Si leemos “arché” como “principio” la tesis es
distinta: no es que todo proceda del agua a través de una serie de transformaciones es que
el agua es, por así decirlo, el “quicio” de la naturaleza (physis), eso sobre lo cual se
aguanta y sostiene en su conjunto y según su dinámica propia algo así como una
“biosfera” (hoy día continuamente oímos que se busca en otros planetas “agua” pues éste
es un indicador relevante de que ahí puede surgir y mantenerse la vida orgánica). Según
Tales de Mileto –y esta es su respuesta a la pregunta por el arché de la Physis (su propuesta
de solución a ese problema; una vez ha renunciado a responder a ella con una narración
mítica)- el arché es uno de los cuatro elementos materiales: el “agua”. ¿Qué quería decir
con ello? Si pensamos el agua como “origen” implica que del agua proceden –a través de
unos procesos que habría que concretar- los demás elementos (tierra, aire y fuego); tal
vez –por las noticias escasas que tenemos- llegó a esta conclusión por constatar la
versatilidad del agua, pues es sólida cuando se enfría (el agua helada, el hielo) y es gaseosa
cuando se calienta (el vapor de agua que, según Tales, está en las nubes). Pero tal vez
estaba diciendo otra cosa (¿incompatible con la anterior o complementaria con ella?): el
“agua” es la clave de bóveda de la Naturaleza (de la biosfera, por acudir a un término
actual); ¿por qué hoy día se envían naves a planetas buscando en ellos “agua”? Porque
entendemos –como ya pensó Tales de Mileto hace siglos- que “donde hay agua hay vida”.
Por todo esto no podemos afirmar rotundamente que el agua sea solo –según su propuesta-
origen o principio; tal vez sea una combinación de ambos (pero no está claro en qué
términos exactos).
Por otra parte –y dicho muy rápidamente- el término “physis” en los primeros
filósofos (esto es, en la filosofía presocrática) se refiere a “todo lo que es” (es decir a una
Totalidad y no a una parte de esa totalidad –esto último es lo que sucederá a partir de
Sócrates: una drástica restricción de lo denotado por el término “physis”-). Además ese
término indica dos cosas enlazadas: por un lado alude a que todo lo que es está atravesado
por el cambio, por el movimiento, por un peculiar dinamismo más o menos cíclico o
recurrente; por otro lado, subraya que en todo cuanto hay o en todo lo que es de un modo
u otro rige de antemano una ley y un orden (el “mundo” es de algún modo “inteligible” –
no es un caos arbitrario y caprichoso; y esto se sostiene con independencia de que en el
fondo sea muy difícil precisar con certeza cuál sea esa ley y ese orden, se asume pues que
aquí estamos ante una cuestión problemática sobre la que una y otra vez tiene que
preguntarse y buscarse una respuesta más o menos satisfactoria –los primeros filósofos,
en definitiva, operaban con la pauta de “ensayo y error”).
Es habitual, dicho lo anterior (es decir, repetimos, que los primeros filósofos se
afanaron en buscar el arché de la physis), clasificar estas filosofías en dos bloques: los
que proporcionan una respuesta “monista” y los que dan una respuesta “pluralista”. El
monismo brinda una respuesta literalmente “monárquica”: el arché (origen o principio)
es único, es solo uno (los principales monistas son Tales, Anaximandro, Anaxímenes).
La posición pluralista es más variopinta: admiten o postulan una multiplicidad en el
“arché”, por ejemplo Empédocles, Anaxágoras, la Escuela Pitagórica (según estos
últimos “debajo” de la physis hay una pluralidad matemática –sea aritmética o
geométrica; una tesis esta que se desarrolló plenamente a partir de Galileo –su idea
principal, que articulaba el conjunto de sus teorías físicas, es que “el Libro de la
Naturaleza” está “escrito” en “caracteres matemáticos”) o los atomistas griegos
(Demócrito y Leucipo). En esta clasificación es difícil encajar a dos autores en buena
medida “inclasificables”: Parménides y Heráclito; en un breve apunte que en nada hace
justicia a la enorme complejidad de lo que conservamos de ellos (muy poco, de todos
modos –y con el grave inconveniente siguiente: conservamos de ellos textos expuestos
desde una posición “platonizante”, propia de Platón y su escuela) diremos
orientativamente lo siguiente: en ambos encontramos una diferencia de énfasis (sobre un
fondo común, por otro lado), Parménides acentúa o subraya lo que no cambia, lo
inmutable (“ser”), a su vez Heráclito pone de relieve en primera instancia lo cambiante,
lo dinámico (“devenir”).
A partir del denominado “apéiron” se generan o nacen los mundos (y cada mundo
es un orden o un 'ajuste' de todas las cosas) y volviendo a él los mundos se destruyen y
sumergen en un ciclo eterno de nacimiento y muerte (¿por qué los mundos perecen?
porque su orden está a la vez que 'ajustado' profundamente 'desajustado' y es este
desajuste interno lo que los desestabiliza y los conduce hacia su ocaso).
Sobre Heráclito basta saber inicialmente lo siguiente: la tesis de que “todo fluye
y nada permanece” (es decir, la constatación del cambio en los entes o en los fenómenos)
es una tesis central en Heráclito. De todos modos, no debe ser exagerada (se suele insistir
en este punto porque es lo que más claramente contrasta con Parménides). Heráclito, por
lo tanto dice dos cosas (aunque solamos insistir más en la primera que en la segunda): a)
todo fluye y nada permanece (de aquí frases metafóricas como “no nos bañamos nunca
dos veces en el mismo río”, etc.); b) el cambio a pesar de ser continuo e imparable está
sin embargo, de algún modo que tiene que ser precisado, sometido a una ley y un orden
(y es a esto a lo que denomina “Lógos”: a la ley y el orden del mundo en cambio continuo
–el Lógos, por lo tanto, es el “arché de la physis”, el principio/origen de la ‘naturaleza’).
Lo relevante de Heráclito en este punto es lo siguiente: esa ley y ese orden que rige en el
mundo no es enteramente “fija” (y por eso alude a que la ley y el orden es una cierta
“tensión entre contrarios”); ¿qué significa y qué implica esto último? Que el orden y la
ley (el Lógos) es una armonía que incluye factores ‘disarmónicos’, es una estabilidad
inestable, ¿por qué? Porque el orden y la ley incluyen el cambio y el desequilibrio o el
desorden (lo incluyen: es decir, no lo excluyen –cosa que sucede cuando se dice que el
orden y la ley son “fijos”, como sucederá más adelante con Platón y su teoría de los dos
mundos, el mundo sensible cambiante y el mundo inteligible fijo y permanente). Hoy día,
por cierto, cuando algunas ciencias abordan lo que llaman “sistemas dinámicos” están
muy cerca de lo que sostenía Heráclito (esto lo expone con acierto Gustavo Hernández
Pérez en su libro Heráclito. Naturaleza y complejidad –señalo esto solo para los
interesados en las ciencias contemporáneas).
Cuando Parménides señala que “lo mismo son pensar y ser” sólo quiere decir que el
'pensar' (noein) de dirige al 'ser' (es decir, al arché, como lo inmóvil que está supuesto
debajo de todo lo cambiante, etc.; es decir: el pensar no se dirige sólo -como hace la
percepción común y corriente- hacia lo que cambia, nace y perece, etc.). Es únicamente
esto: señalar cuál es el 'tema' del pensar.
Dicho esto, los primeros filósofos propusieron respuestas diferentes sobre cuál
es el arché de la Physis. Se pueden, simplificando, clasificar las respuestas en ‘monistas’
(un único arché) y ‘pluralistas’ (varios, múltiples). Son monistas: la Escuela de Mileto;
Heráclito; Parménides. Son pluralistas: el Pitagorismo; Anaxágoras; Empédocles. Para
completar este cuadro hay que determinar cuál es el que cada uno de estos autores
localiza, lo cual quedaría así:
Monismo en la Escuela de Mileto: Tales (el agua como arché); Anaximandro (lo
indefinido e indeterminado como arché); Anaxímenes (el aire como arché). Monismo en
Parménides: el arché como ‘ser’. Monismo en Heráclito: el fuego o el Lógos (según los
textos conservados) como arché (principio/origen) de la ‘Naturaleza’ (Physis).
Más cosas sobre este periodo: en Grecia la expresión “lo divino” o “la divinidad”
no se refiere solo a los dioses mitológicos (Zeus, etc.), alude también a lo que es perfecto
y limitado, pleno y excelso (y por ello digno de asombro y de admiración –y este es, según
la tradición, el sentimiento que da pie y alas al pensar filosófico). ¿Por qué la “ley” (el
orden del mundo, el Lógos) es “divina”? Porque es el principio/origen (el arché) o sea,
porque es lo perfecto, limitado, pleno, excelso. Es importante insistir en que aquí lo divino
o la divinidad, etc., en ningún caso tiene algo que ver con un Dios religioso al que se rinde
culto, etc. En general respecto a todos los autores presocráticos el “arché” es siempre
considerado “divino”, pero solo en el estricto sentido que acabo de exponer (así los
Pitagóricos consideran divinos a los números porque ellos son el ‘arché de la physis’, por
citar este ejemplo).
Terminaremos aludiendo, a título de ejemplo, a uno de los autores que postuló una
pluralidad de principios o de orígenes (de “archaí”). Empédocles sostuvo que cada clase
de entidad está compuesta por una mezcla de distintas proporciones de los cuatro
elementos (tierra, aire, agua, fuego) y además señaló que opera sobre esa mezcla tanto
una fuerza que une (aglutina) como otra que separa (disgrega).
Breve apunte sobre los términos “devenir” y “divino” (en el contexto de la primera
filosofía)
Jenófanes de Colofón
a. Desde luego los primeros filósofos –por ejemplo, los tres pensadores de Mileto
(Tales, Anaximandro, Anaxímenes) fueron monistas en el sentido de que
sostuvieron que el principio/origen (arché) de la Naturaleza (physis) es uno solo
(el agua, lo indeterminado, el aire, respectivamente). Por las noticias que tenemos
–escasas, por otra parte- de Jenófanes este siguió esta vía (pero no está claro qué
es lo que situaba como único arché); tal vez introdujo alguna novedad significativa
que llevara a pensar que fue el primer monista “consecuente” o algo así, pero
carecemos de más información sobre esto. Respecto a la diferencia entre una
mitología (una cosmogonía que relata el origen del mundo y su destino, etc.) y
una cosmología racional sí puede decirse que, aunque esta diferencia ya estaba
implícita en los filósofos anteriores en él, es ya a partir de ahora enteramente
explícita.
b. En Grecia el concepto de lo divino tiene una duplicidad que puede llevar a
confusión: posee un aspecto religioso (los dioses de la religión olímpica) y otro
alude a lo que es perfecto, pleno, completo y acabado (aún hoy, por cierto,
persisten esos dos significados). Respecto a Jenófanes una parte de su obra tiene
que ver con lo que podemos llamar una filosofía de la religión: una consideración
crítica de lo divino (en la nota que hay en este hilo del foro se amplía este asunto
lo suficiente para una primera aproximación). El asunto del panteísmo alude, tal
vez, pues seguimos sin tener noticias claras, a una forma en la que desarrolló su
radical politeísmo (que Jenófanes criticara el “antropomorfismo” de muchas
religiones no significa que fuese un ateo en el sentido más o menos moderno del
término, pero sí que está claro que a su juicio había falsas religiones –y las
religiones “antropomorfas” lo son según su criterio; por ejemplo, un ejemplo que
es posterior a este autor, pero que puede valer para entender las implicaciones de
sus planteamiento, si alguien afirma que “Dios” es un “Padre” está proyectando
sobre el plano de lo divino una estructura familiar propia del patriarcado –y esta
es precisamente, en la estela de Jenófanes, la tesis de Freud, el fundador del
psicoanálisis). En resumen: su panteísmo apunta a un politeísmo (o eso se puede
concluir, aproximadamente).
c. Por lo dicho anteriormente Jenófanes nunca aceptaría, dentro de su cosmología
racional, que “Dios” esté al principio de todo al menos en el sentido (propio solo
de la religión judía primero y cristiana después) de un “Dios creador”. Estamos
pues aquí, otra vez, ante la dificultad que nos plantea el que “lo divino” tenga los
dos sentidos que he mencionado antes. Lo diré así: el que el arché sea tenido por
“divino” tanto por Tales de Mileto como por Jenófanes (es decir como algo
perfecto) no significa que a esa divinidad se le deba rendir culto en las fiestas o
rituales de la comunidad (las divinidades a las que se les rinde culto son las
divinidades religiosas –no al arché, por supuesto).
Con este autor tenemos un problema semejante al del resto de los llamados
"presocráticos": puesto que el conjunto de sus escritos se ha perdido, y sólo tenemos o
unas pocas frases o exposiciones breves procedentes de fuentes indirectas, es muy difícil
saber con exactitud qué plantearon y propusieron.
Para entender su planteamiento y su propuesta hay que separar el asunto del "monismo"
de lo que puede llamarse la “cuestión religiosa”. El “monismo”, por su parte, es una teoría
sobre la realidad según la cual la realidad básica es "una" -y de ella se deriva lo múltiple,
la multiplicidad de fenómenos de los que tenemos ordinariamente experiencia).
"Ninguna cosa nace ni perece, sino que, a partir de las cosas que hay, se
producen combinaciones y separaciones, y así, lo correcto sería llamar al nacer
combinarse y al perecer separarse".
Por otro lado, tiene que tenerse presente que la pregunta central a la que intenta
responder es si hay un principio ordenador (arché) que opera o actúa en al orden
natural y cuál es este (y es aquí donde interviene la noción de ‘noûs’). Lo que -por las
pocas noticias de las que disponemos- sabemos de la propuesta de Anaxágoras su tesis es
que el principio organizador de la Naturaleza lo denominó “noûs”. Que este principio lo
atraviese y lo sostenga todo (por ejemplo, las combinaciones o las agrupaciones de
'homeomerías' que dan lugar a cada uno de los distintos entes que pueblan el mundo) no
implica ni significa que 'todo esté en todo'.
Pregunta: ¿A qué se refiere con su lucha de contrarios y la oposición de "lo que es" y
"lo que no es"? Respuesta: en su nivel elemental -que es el que aquí interesa- la
conjunción de "lo que es" y "lo que no es" se refiere al cambio o al movimiento (al
devenir) propio de las cosas (cuando algo cambia sucede un paso de un 'no es' -referido,
por ejemplo, a una peculiar cualidad de esa cosa- a un 'es' -una vez ha cambiado algo
ahora ya tiene tal o cual cualidad de la que antes carecía- (piensa, por ejemplo, en una
planta que cambia de color, o en un ser vivo que se desarrolla, etc.; pues bien, el caso es
que Heráclito intenta pensar el cambio (el devenir, el movimiento) de las cosas como una
"lucha de contrarios" (no ser algo "frío" implica a la vez, por ejemplo, estar siendo
"caliente", etc.). Esto es lo elemental y lo principal del asunto planteado.
Sobre Empédocles puede decirse lo siguiente (no es mucho, pero es lo que se puede
exponer sobre el tema –ten en cuenta que sobre los autores “anteriores a Sócrates” apenas
se conservan una pequeña colección de fragmentos así que tenemos una idea solo
aproximada de lo que sostuvieron). Tal vez ayude un poco –pues la respuesta “definitiva”
a tu pregunta no puede darse por falta de textos de autor- lo siguiente: algo, afirma este
autor, mantiene su “consistencia” (su unidad) cuando hay un equilibrio entre las fuerzas
que reúnen o juntan sus componentes y las fuerzas (contrarias) que pujan por disgregarlo
o romperlo; cuando ese frágil equilibrio cesa entonces esa entidad “perece” (sus pedazos
pueden ulteriormente entrar a formar parte de un nuevo todo, etc.). Sucede entonces –
aplicando esto no a una entidad aislada sino a la Totalidad- que el Orden de la Naturaleza
es la alternancia cíclica entre el equilibrio y el desequilibrio (siendo el principio/origen –
árché- de ese Orden esas fuerzas que pueden llamarse ‘amistad’ y ‘odio’ o términos
equivalentes a estos). Respecto a Empédocles, en definitiva, una precisión que resume tu
propuesta: él sostuvo que el arché de la physis está en la interacción de dos fuerzas: una
atrae entre sí a los cuatro elementos (tierra, agua, aire, fuego) y otra los repele y separa.
De este autor -como del resto de los 'presocráticos'- apenas se conservan frases sueltas
de lo que fueron libros enteros. Por ello lo que decimos sobre ellos es en gran medida una
atribución aproximada. Un par de pistas sobre este autor que bastan para refllejar lo
principal de su propuesta:
Estas son preguntas para las que no tenemos respuestas claras. Vuelvo a decir: nos
faltan textos. Por lo tanto, con señalar esto y dejarlo indeciso ya hemos dicho lo principal:
según Anáxagoras la variedad de los fenómenos naturales se explica por la mezcla de
unas 'partes homogéneas' (con o sin cualidades, no lo sabemos) gracias a un principio
(arché) llamado 'Noûs'. Esto es todo.
De los choques entre los átomos surgen mezclas o composiciones: los átomos se
agrupan formando algo así como bloques o paquetes. Es así como se van definiendo los
fenómenos físicos que nos resultan conocidos (por ejemplo, el agua, el aire, las rocas, los
animales, etc.).
Aquí hay una pregunta básica: ¿esos choques son “necesarios” o son
“contingentes” (esto es: azarosos, casuales)? Parece que estos autores sostenían que son
necesarios: por eso el atomismo inicial es “determinista” (todo está ‘predeterminado’,
‘previsto’, no hay nada al azar, etc.); el atomismo posterior de los epicúreos va a corregir
esta idea admitiendo en los procesos naturales una dosis de azar o contingencia.
Trayectoria de la filosofía
En la segunda etapa de la filosofía griega -ya con Sócrates, la sofística y Platón- cobra
primacía la Pólis sobre la Physis (aunque en el último filósofo de la Grecia clásica,
Aristóteles, hay un peculiar equilibrio entre la Physis y la Pólis). Así tanto Sócrates como
la sofística dirigen sus preguntas hacia una serie de problemas éticos y políticos, lo que
implica situar en el centro el lenguaje y la comunicación; y es aquí donde se contrapone
la posición “doxológica” de la sofística y la posición “epistémica” primero de Sócrates y,
después, de su discípulo Platón (en una posición “epistémica” se supone que es posible
proporcionar respecto a los asuntos éticos y políticos definiciones esenciales -eternas,
universales, necesarias- que pueden ser comprobados con la misma certidumbre con la
que se realiza una demostración matemática).
Por otra parte, si en la primera etapa los distintos filósofos proporcionaban diferentes
respuestas a la misma pregunta (¿cuál es, respecto a la Physis, su arché?) en la segunda
etapa también se pregunta por el peculiar y específico “arché” de la Pólis: el “nómos” (es
decir, la Ley).
"Nómos" significa "ley" (algo que da orden o armonía o regularidad, etc.). ¿Qué dicen
al respecto los sofístas?
La mayoría de los sofistas eran "convencionalistas": subrayaban que las leyes cívicas
y políticas que guían la vida social y política están vinculadas no a una esencia o a un
orden cósmico previo (eterno y uniforme, etc.) sino a la deliberación y acuerdo en la
asamblea (ágora) de la mayoría de los ciudadanos. En general, la sofística estuvo siempre
ligada a la democracia griega (su enseñanza del 'arte de la retórica' por ejemplo estaba
ligada a los procesos negociadores que tenían lugar en la asamblea -en los que unos tratan
de persuadir o convencer a los otros de tal o cual cosa...).
¿Qué sucede con los minoritarios sofistas 'naturalistas'? Por lo que sabemos de ellos se
limitaban a decir que la "naturaleza humana" implicaba cosas como el egoismo absoluto
y también la prevalencia del más fuerte -de tal modo que aquí el 'arte de la retórica' era
solo un instrumento para camuflar o esconder los verdaderos intereses (y no algo
orientado a convencer de lo que a un grupo le parecía mejor, etc.)-. No parece que llegaran
a tanto como lo que tú señalas (postular algo así como una ley cosmológica que ordena el
caos). Según ellos, y hasta aquí llegaban, lo único que hacen los hombres es promover
sus intereses egoístas y la ley solo sirve para que esto tenga una 'apariencia de orden',
pero nada más (se trataría de leyes que no buscan realmente el bien común sino solo
apuntalar unos privilegios -aunque para ello se pueda evocar demagógicamente el bien
común, pero solo como recurso propagandístico, nunca como algo que de verdad se
persiga pues esa "naturaleza humana" lo impediría).
En la nota general sobre la sofística había un breve apunte sobre este autor.
Recogemos y ampliamos lo dicho allí de tal modo que lo que resulta es una exposición
completa –aunque lógicamente resumida- de lo que propuso.
Gorgias –en el fondo por asuntos de raíz política (como bien explica Quintín
Racionero en sus lecciones incluidas en “La inquietud en el barro”)- pretende refutar algo
que se estaba proponiendo por parte de Sócrates (y después, con matices distintos pero
con una orientación en el fondo convergente, Platón y Aristóteles). ¿Qué buscaba
Sócrates? Las “definiciones esenciales” de los conceptos morales y políticos (virtud,
felicidad, bondad, justicia, etc.). La “esencia” de algo es eso que algo “es”; y es por esto
que se acude aquí al término “ser”; ¿qué significa? El ser de algo es su esencia eterna,
universal, necesaria, idéntica, fija y permanente, etc. (y en el seno de la filosofía platónica,
por citar este ejemplo, el ser de algo o la esencia de algo se opone a su apariencia pues la
apariencia de algo no es sino una sombra en el fondo de la caverna, una sombra oscura,
confusa, cambiante, efímera).
Voy a añadir un par de cosas que completarían una respuesta a una pregunta
sobre Gorgias. Lo que el sofista Gorgias expuso en concreto se resume en el
encadenamiento de tres frases que, aproximadamente, decían lo siguiente: “Nada es; si
algo fuese no podría ser conocido por el hombre; si algo fuese y pudiese ser conocido
sería de todos modos imposible expresarlo con el lenguaje a otro hombre”. Para entender
lo que se está sosteniendo aquí basta fijarse en el significado de la primera frase: ¿qué
significa aquí “Nada es”? Principalmente que las cosas sobre las que tenemos experiencia
“carecen de una Esencia” (única, universal, fija, eterna, necesaria, etc.). La posición de
Gorgias, en definitiva, aunque con matices, puede ser calificada de “escéptica”.
Una última cuestión. ¿Por qué en el fondo Gorgias planteaba lo que acabamos de
exponer? Por una razón de carácter “político”. Según Gorgias y los demás sofistas si
hubiese una “esencia” de los conceptos éticos y políticos no habría debate político
propiamente dicho (¿por qué? Porque si todo está de algún modo prefijado o predefinido
no hay en última instancia nada sobre lo que debatir o discutir).
La motivación de Gorgias para exponer las tesis que definen su posición -expuestas de
modo negativo, de un modo paradójico- es principalmente política; es importante, pues,
tenerlo en cuenta para entender qué sostiene.
Es importante, repetimos, entender que la motivación última de estas ideas es, por así
decirlo, hacerle un hueco o dejarle sitio a la “política democrática” (en la que en el “ágora”
de la Ciudad se exponen al debate y la confrontación las distintas opiniones sobre qué es
mejor o peor, etc. -si hubiese ya, sobre los asuntos políticos, un “saber absoluto de la
absoluta realidad”, ¿para qué dialogar o discutir?). En este punto, por ejemplo, es
importante contrastar las tesis de Gorgias con la utopía política de Platón (en la que
precisamente porque se postula un “saber político” o una “ciencia política” de las esencias
eternas ya no hay propiamente hablando un “ágora” en la que se delibere sobre los fines
o las metas de la Ciudad).
En general los llamados "sofístas" (un concepto que, la verdad, reúne tal vez demasiadas
cosas, pero bueno, es el que tenemos) no se preocupaban directamente de participar en
asuntos políticos (algunos lo hacían, pero no era su propósito específico). Su papel era
distinto: eran algo así como 'educadores de los ciudadanos' (impartían algo así como
'educación para la ciudadanía', por llamarlo con alguna expresión contemporánea). Su
meta, pues, era formar a los que directamente podían participar en las asambleas... (por
eso enseñaban distintas materias, desde oratoria hasta nociones de economía y lo que
hiciera falta...). Hoy los políticos profesionales se rodean de 'asesores de imagen' y cosas
por el estilo, pero claro, la política actual va por otros cauces (aunque, de todos modos,
estas profesiones actuales levemente se parecen a lo que en el contexto griego fueron los
sofístas...).
En resumen, su papel era educar más que participar directamente en el ágora de la Pólis
(la esfera pública o el espacio político).
La mayor parte del movimiento de la sofística sostenía que las leyes políticas y las
costumbres sociales (la moral) son 'convencionales'; es lo que a veces se explica diciendo
que son 'relativas', es decir: ambas son concretas y tienen que ver con los 'acuerdos',
explícitos o implícitos, de una comunidad que debate y delibera sobre sus leyes y sobre
sus costumbres, que discute sobre qué está bien y qué está mal, etc., sin creer que esto ya
está determinado de antemano de un modo absoluto y definitivo (por eso la sofística
rechaza el 'esencialismo' moral y político, es decir: la tesis de que las leyes y las normas
son 'eternas' y están definitivamente establecidas a priori, etc.). Este es el punto central
de la sofística -un punto que los conecta con la política y la moral de una sociedad
organizada 'democráticamente' (y no, por ejemplo, bajo la creencia en un Absoluto que
proceda del mito religioso o de la Razón abstracta como en Platón, etc.).
El movimiento sofístico tiene en común la pregunta por el origen de las leyes civiles y
políticas y por cómo se legitiman éstas. Ahora bien, dentro de la sofística hay,
simplificando el tema dos grandes tipos de respuestas (puede haber, también, algunas
variantes intermedias): respuestas convencionalistas y respuestas naturalistas.
La posición “naturalista” sostiene que más acá de los debates públicos las leyes proceden
de la “naturaleza” (hay, así, un “derecho natural” que sirve de pauta legitimadora de las
leyes cívicas y políticas), el ejemplo principal es el de la “ley del más fuerte” que se puede
observar en el reino animal (el jefe de la manada es el que demuestra una fuerza mayor,
etc.); esta vertiente de la sofística entiende que la política es una mera lucha por el poder
y no una búsqueda de la justicia o del bien común (y en algunos autores conduce hasta
despreciar la democracia y apostar por un gobierno tiránico).
Estas son, pues, las dos grandes posiciones -bien distintas, como se ve- dentro del
movimiento sofístico.
Con el término común “la sofística” nos referirnos a tesis por un lado
“convencionalistas” y, por otro lado, “naturalistas”. Pero en el fondo esas dos tesis no
encajan nada bien: o se es 'convencionalista' (sosteniendo que las leyes sociales y políticas
son fruto de una negociación o un acuerdo) o se es 'naturalista' (creyendo en una ley
natural presocial y prepolítica); debe decirse, sin embargo, que entre estos dos extremos
caben posturas intermedias, y tal vez, sean las más interesantes, pero esto es otro tema
(tal vez ni todo sea puramente ‘convencional’ ni todo ‘natural’, pero sí haya una cierta
‘mezcla’ de ambas cosas). Es cierto que las principales figuras de la sofística (Protágoras
y Gorgias, por ejemplo) eran, pero siempre con matices, "convencionalistas", en cambio
los “naturalistas” (o esencialistas) eran una corriente minoritaria. ¿Por qué? bueno, parece
que una posición convencionalista encaja mucho mejor con una forma política
democrática (la sofística es hija de la democracia griega, sin ella no se entiende, ella fue
su caldo de cultivo); los sofístas que, por ejemplo, alababan la 'ley del más fuerte' (en
general a partir de observaciones de las conductas de algunos seres vivos del reino animal)
muy 'demócratas' no parecen...
La propuesta de Sócrates puede dar pie a dos dudas o cuestiones: 1) ¿cómo (y por
qué) en enlaza el asunto del conocimiento con la temática de la virtud, el bien y la
felicidad?; 2) ¿cómo (y por qué) esto mismo está arraigado y vinculado al mundo
platónico de las Ideas? (es decir, a lo que luego expuso con más detalle y precisión el
principal discípulo de Sócrates).
Para empezar, solo recordar que Sócrates no escribió ningún texto (su actividad
peculiar era dialogar o discutir en la Ciudad y con los ciudadanos que por ella pululaban
sobre temas morales y políticos). Esto implica que solo sabemos de su curiosa
“enseñanza” a través de fuentes indirectas (Platón, Aristóteles, Jenofonte), por lo tanto lo
que se afirma sobre Sócrates es una “reconstrucción” más que una noticia directa y clara.
La doctrina moral (y política, pues en la Grecia clásica la ética y la política son
inseparables y en el fondo indiscernibles) atribuida a Sócrates se denomina
“intelectualismo moral”. Expuesta en su núcleo dice lo siguiente: el que tiene un
conocimiento verdadero sobre los asuntos y los dilemas morales (sobre la conducta propia
y ajena, sobre la convivencia en la sociedad) necesariamente “hace el bien y evita el mal”
(se trata en el fondo de una teoría enormemente “optimista” sobre la condición humana,
enteramente distinta del pesimismo que, por ejemplo, destila el cristianismo y todas las
doctrinas morales que se enraízan en él). Si alguien “hace el mal”, nos diría Sócrates, no
es porque sea interiormente malvado de un modo irremediable (o tenga, como en el
cristianismo, una íntima “inclinación al pecado”, etc.) : es por “ignorancia”, porque carece
de un conocimiento verdadero y suficientemente fundamentado sobre el bien y sobre cuál
es la conducta apropiada en cada ocasión. Resulta claro, me parece, que esta es la base,
por referirnos ahora a un fenómeno contemporáneo, a lo que en nuestro sistema penal se
llama “reinserción social”: al que ha cometido una falta o un delito por un lado se le
castiga para que ‘recapacite’ y, por otro lado, se le (re)educa, es decir, se le enseña qué
está bien y qué está mal (una discusión distinta es la de si esto se cumple o no en nuestros
días, pero el asunto mismo me parece que está claro y que la idea de fondo del “sistema
penal” es, por decirlo así, “socrática” –voy con otro ejemplo: cuando un niño “obra mal”
¿qué debe hacerse racionalmente? ¿castigarle físicamente diciéndole “eres malo y no
tienes remedio”? ¿o tal vez “enseñarle qué es el bien” para que en adelante actúe
correctamente? es esto último lo que apoya y defiende el “intelectualismo moral” de
origen socrático).
La segunda cuestión a la que aludimos al empezar esta nota está enlazada con lo
acabamos de exponer pero introduce en ella un giro que conduce hacia el platónico
“mundo de las Ideas”. ¿Cómo? Veámoslo. Pensado a fondo el intelectualismo moral
implica que solo si tenemos definiciones esenciales exactas y precisas de los conceptos
morales (solidaridad, bien, justicia, felicidad, equidad, compasión, etc.) podremos
conducirnos adecuadamente en la vida moral que se desarrolla en la sociedad (es decir,
en las interacciones de unos con otros en el seno de las distintas instituciones sociales).
¿Cómo una sociedad puede decirle a uno de sus miembros que ha “obrado mal” (hasta el
punto, por seguir con el ejemplo anterior, de privarle de libertad encerrándolo en una
prisión) si no tiene perfectamente claro en qué consiste el bien y en qué el mal (etc.)?
Seguimos aquí, por lo tanto, en el “intelectualismo moral”.
Por las escasas noticias que tenemos de Sócrates parece que él se limitó a insistir
en que una sociedad justa tiene que tener un conocimiento moral perfectamente
fundamentado, adecuadamente justificado, un conocimiento en el que los conceptos
éticos y políticos sean claros y precisos. Y es aquí donde entra el asunto que propiamente
elaboró Platón con un desarrollo muy amplio (aunque no exento de dificultades). La
pregunta es: ¿a qué se refieren esos conceptos morales? Platón lo dice con rotundidad: se
refieren a esencias eternas e inmutables previas a esos conceptos (estas esencias están
ubicadas en un reino ideal puro y luminoso, perfecto, fijo y estable, separado del mundo
sensible en el que todo es oscuro y confuso). Se puede decir, por lo tanto, y en definitiva,
que cuando Platón postuló que hay un mundo de las Ideas no hizo otra cosa que
profundizar en algo que ya empezó a pensar su maestro, Sócrates.
Respecto a Sócrates apuntar lo siguiente: inicialmente se afirma con rotundidad que hay
una esencia fija de la justicia y, por eso, que cabe respecto a ella una definición conceptual
universal. Ahora bien, cuando, dicho lo anterior, se intenta alcanzar esa definición
conceptual de la esencia fija y única de la Justicia al final termina pareciendo más una
aspiración que otra cosa. ¿Por qué? Porque ninguna de esas ‘definiciones’ es enteramente
evidente y satisfactoria.
Tema 3. Platón
En esta breve exposición solo pondremos el acento en algunas de las líneas
centrales de la obra platónica.
Las cosas sensibles son relativas (dependen de las Ideas: no son autosuficientes,
por sí solas carecen de consistencia); temporales (nacen y perecen, están expuestas a la
generación y la corrupción); mutables (cambian, se transforman, varían); particulares (son
individuales, concretas).
Fijémonos en esto: Platón sostiene que hay “cosas bellas” (un hombre o una mujer,
una estatua o un templo, etc.) pero para que esto sea así tiene que haber ‘antes’ (con
prioridad, de manera preferente) la Idea de Belleza (que es la Belleza con mayúsculas:
perfecta, sin mácula, sin defecto alguno, sin carencia concebible). Así pues cada Idea
marca respecto aquello de lo que es su Idea un ideal, una norma o pauta fija y estable (el
mundo de las Ideas se define por constituir un Orden estable, perfecto, luminoso,
resplandeciente, brillante).
Estamos por fin en disposición de formular una breve definición de qué es una
Idea: se trata de una realidad suprasensible (inteligible) y separada que reúne dentro de sí
todas las propiedades esenciales (permanentes, constantes) que definen una clase de cosas
sensibles (particulares, contingentes, múltiples, etc.). Puesto que el saber o el
conocimiento, en su acepción más amplia, consiste en aprehender las Ideas de todos los
entes sensibles podemos afirmar que en Platón el conocimiento, en su estrato más básico,
se edifica desde la exposición de una serie de definiciones esenciales (saber de algo es,
así, en primera instancia, identificarlo, clasificarlo, y esto se realiza gracias a los
“conceptos”).
En los últimos diálogos que escribió Platón tuvo que enfrentarse a los numerosos y
difíciles problemas que destilaban las obras en las que propuso la versión inicial de la
“teoría de las Ideas”. Uno de esos problemas concierne al problema de la radical
“separación” entre el mundo sensible de las apariencias y el reino ideal de las esencias.
Antes dijimos lo siguiente: las cosas sensibles (un caballo, un triángulo) dependen para
ser lo que son de las Ideas correspondientes. Y es obvio que “dependencia” indica
“relación” entre lo dependiente y lo independiente o autosuficiente. ¿Cuál es aquí el
problema? Pues que los dos mundos distinguidos y separados –en tanto caracterizados
por propiedades contradictorias- tienen que estar a pesar de todo “conectados” de alguna
manera. Sobre esto Platón, en el conjunto de su obra, propuso dos tipos o dos vías de
solución (y ninguna de ellas, por otra parte, resulta enteramente satisfactoria –por esta
razón la solidez última de la propuesta platónica siempre estará en entredicho): la vía de
la “participación” (methéxis) y la vía de las “imitación” (mímesis). La vía de la
participación implica considerar que una Idea es un todo y que las cosas sensibles son sus
partes (sus componentes; esto resuelve el asunto de la unidad de la Idea: si divido un
billete de lotería en participaciones y las reparto entre mis amigos el billete de lotería no
se ha descompuesto en trocitos, pero lo que –dejando al margen este ejemplo- no está
claro es cómo algo sensible puede “tener parte en” algo Inteligible). La vía de la imitación
resulta más clara: si la Idea de algo es un Modelo (perfecto, ideal) de ese algo podemos
considerar que las cosas sensibles son “copias” (siempre imperfectas) de ese modelo, pero
de nuevo surge una dificultad: un modelo y su copia “se parecen en algo”, pero ¿en qué
pueden asemejarse una Idea y una cosa sensible si sus respectivas propiedades son
contradictorias? En el fondo el conjunto de la filosofía de Aristóteles consistió en un
intento de mantener la tesis de que hay un reino ideal de esencias de modo tal que se
sorteen las profundas dudas y dificultades que genera el planteamiento platónico.
2) La reminiscencia y su implicación antropológica
En un pasaje del diálogo La República –el del “símil de la línea”- Platón ofrece una
clasificación del “conocimiento” (en su más amplia acepción). Por un lado tenemos, en
el estrato inferior, la “opinión” (dóxa): el frágil, tenue, incierto e inseguro ‘conocimiento’
del mundo sensible, un mundo de fluctuantes e inestables apariencias, el mundo de las
sombras confusas proyectadas en el fondo de la caverna, un conocimiento borroso de lo
efímero (el territorio de las opiniones –en el que según Platón se mueven a sus anchas los
‘sofistas’- se divide a su vez en dos ramas: la eikasía –el grado más bajo de la dóxa- y la
pístis –una opinión un poco más estabilizada y menos volátil). En el estrato superior nos
encontramos con lo que ya puede denominarse conocimiento propiamente dicho: el
“saber” (epistème), un conocimiento conceptual de las esencias de las cosas; el saber a su
vez tiene dos grados: el grado inferior lo constituye la “dianóia” (y su inferioridad se debe
a que en él el conocimiento de la esencia está apoyado en “hipótesis” o en “axiomas” –
como sucede por ejemplo con el conocimiento matemático); el grado superior –el
conocimiento máximo que puede alcanzar la razón o el entendimiento humano- es la
“noesis”, es decir, un conocimiento directo (“intuitivo pues el ‘ojo del alma’ ve sin
intermediario alguno las mismas Ideas) del reino ideal de las esencias (el punto
culminante del conocimiento noético se encuentra en la contemplación de la Idea
principal: la Idea del Bien).
Nos referiremos ahora al “saber” (epistéme) en términos generales. El saber –del tipo
que sea (saber científico –matemáticas, física, etc.-, saber ético o saber político, saber
técnico, etc.) es siempre un conocimiento de las cosas sensibles –pues son ellas las que
inmediatamente nos salen al paso en nuestro deambular por el mundo- pero siempre
consideradas a través o a partir de las Ideas que le corresponden (cuando no ocurre esto
último sólo nos movemos entre confusas opiniones o entre volátiles fenómenos). El saber
es, por otra parte, un conocimiento conceptual, o sea, un conocimiento que
constantemente busca las definiciones que acotan y delimitan la esencia de algo: su Idea.
El saber, entonces, una y otra vez, busca responder a la pregunta “¿qué es tal o qué es
cual?” (cada diálogo de Platón arranca propiamente cuando se formula esta decisiva
cuestión en la que se pregunta por la Idea –la Esencia, la Forma). Y ¿cómo se responde a
esa pregunta? Cuando gracias al “lógos” se consigue poner de relieve las propiedades
esenciales de algo: las propiedades que definen una clase de cosas (la clase de los caballos
o la clase de los triángulos).
En cualquiera de los distintos campos del saber (en el saber científico o el saber
político) el proceso del conocimiento transcurre de este modo: se parte de la confusa y
oscura multiplicidad de las opiniones y se intenta llegar desde ellas al saber propiamente
dicho. ¿En qué consiste ese camino que va de la opinión al saber? En pasar de lo particular
a lo universal, de lo múltiple a lo uno, de lo cambiante a lo permanente, de lo contingente
a lo necesario, de lo diferente a lo idéntico, etc. Y ¿cuál es el “método” que aquí opera de
modo tal que se pueda caminar en esa dirección? El método es la “dialéctica”: el “diálogo
racional”, esto es, la confrontación de las opiniones en la que debe surgir algo que ya no
es opinión alguna sino un saber conceptual de la esencia (el diálogo racional tiene a su
vez dos pasos: la ironía y la mayéutica, pero aquí no podemos extendernos en su
exposición, aunque lo que diremos a continuación puede considerarse indirectamente una
explicación de lo que ambas significan). Por cierto, lo que acabamos de señalar aclara la
razón principal por la que la forma literaria de los principales textos de Platón es una
forma “dialogada” (en cada obra platónica desfilan una serie de personajes que debaten
sobre un tema que les presenta un problema, algo que no entienden y por lo que se
preguntan “¿qué es –en su esencia- eso que no entendemos?”).
¿Y cuál es esa pauta o ese criterio? La presencia misma de la Idea ante todos aquellos
que participan y contribuyen al diálogo en el que se intenta definir lo que algo es de una
vez por todas. Así por ejemplo si refiriéndose a cosas que los que debaten respectivamente
consideran “bellas” éstos se preguntan “¿qué es la belleza?” (o sea se interrogan por qué
es aquello que en última instancia convierte en bellas a las cosas que lo son) lo único que
puede marcar de antemano el cauce por el que debe ir la indagación es la propia Idea de
Belleza. Pero esto, por otra parte, plantea un arduo y difícil problema: si los que dialogan
y buscan el saber en medio de un debate racional (basado en pruebas y argumentaciones)
pertenecen al mundo sensible –al territorio de las opiniones, al campo oscilante de las
sombras de la caverna- ¿cómo pueden alcanzar o llegar a poseer un conocimiento de las
Ideas? En este punto Platón introduce lo que considera una solución para esta enorme
dificultad: la clave estaría en la noción de “reminiscencia” (anamnesis). El conocimiento
en medio del diálogo de las Ideas (de la Idea de esto o de la Idea de aquello) tiene lugar
porque los investigadores las “recuerdan” (la teoría de la reminiscencia postula que el
conocimiento de lo esencial es en el fondo un conocimiento “a priori”: conocer la esencia
es recordarla y solo recordamos lo que de alguna manera ya conocemos con anterioridad
–contando por otra parte que no hay recuerdo propiamente dicho sin olvido: recordar
implica haber olvidado). Con el fin de precisar y apuntalar la teoría de la reminiscencia
Platón pone en juego toda una concepción del ser humano: una antropología que en su
caso –como sucede en todos los rincones de su obra- es de carácter “dualista”. El ser
humano está compuesto por dos partes o mitades diferentes: un alma racional y un cuerpo
sensible. Y es a partir de aquí que organiza la siguiente explicación: el alma racional de
los hombres (su parte superior y más noble) ha conocido ya siempre las Ideas de todas las
cosas (las ha contemplado y las ha memorizado); sin embargo, cuando esa alma se une al
cuerpo sucede que olvida todo ese enorme caudal de conocimiento. ¿Qué significa,
entonces, una vez que el alma está unida al cuerpo, “conocer”? En ir recordando, poco a
poco, paso a paso, en un proceso tal vez interminable, las Ideas de todas las cosas a través
del diálogo racional. ¿Qué implica en el fondo la teoría de que el conocimiento de las
esencias ocurre por “recuerdo” o “reminiscencia”? Implica que en el proceso del
conocimiento (en el preguntar y el investigar) nunca se aprende o se adquiere algo nuevo:
se recuerda lo que ya se sabía y que se había olvidado; así pues –en la medida en que una
parte de los seres humanos es el alma racional- el cognoscente ya lo sabe todo a priori,
aunque necesita del diálogo para ir poco a poco recordándolo (por otra parte cabe subrayar
que esta afirmación de que el conocimiento es recuerdo encaja perfectamente con la tesis
de que debajo de todos los fenómenos subyace un y solo un universo eterno de Ideas o
Esencias: en un mundo concebido así nunca puede haber en un sentido radical del término
ninguna auténtica “novedad” pues todo está predefinido de antemano de un modo
definitivo –y es importante resaltar que esto es algo que hoy día es expresamente
rechazado tanto por la ciencia como por la filosofía: en nuestro universo caben las
“novedades”, es decir: no todo está enteramente definido de antemano y de una vez por
todas).
Para terminar, vamos a citar un pasaje de una obra platónica denominada Menón. En
él se expone la cuestión de saber y del investigar de tal modo que parece que la única
salida se encuentra en la teoría de la reminiscencia (en la tesis de que ya lo sabemos todo
de antemano, etc.). El texto dice así:
«Menón: ¿Qué medio vas a adoptar, Sócrates, para investigar y averiguar lo que de
ninguna manera conoces? ¿Qué principio te guiará en la indagación de cosas que ignoras
absolutamente? Y aún, cuando llegases a encontrar la esencia de las cosas por las que
preguntas ¿cómo la reconocerías no habiéndola nunca conocido?
Sócrates: Entiendo lo que quieres decir, Menón. ¿Te das cuenta de lo fecundo e
importante que es el tema que acabas de plantear? Según dices no es posible para nosotros
investigar lo que sabemos ni, tampoco, lo que no sabemos. No investigamos lo que
sabemos, porque si ya sabemos algo no tenemos ninguna necesidad de investigarlo; pero
no investigamos lo que no sabemos, por la razón de que en este caso no sabemos qué
tenemos que investigar».
Una cosa más. El mundo de las Ideas (el reino ideal de las Esencias al que apunta
el conocimiento) está ordenado jerárquicamente (una imagen gráfica de esto nos la ofrece
una “pirámide” –hay distintos niveles, unos inferiores y otros superiores, y en la cúspide
se encuentra la Idea fundamental, la Idea del Bien, el ‘sol’ que todo lo alumbra según la
metáfora presentada en el ‘mito de la caverna’). ¿Qué significa que hay una jerarquía
entre las Ideas? Que hay Esencias superiores y Esencias inferiores. Lo explicaremos con
un ejemplo. La Idea de triángulo es superior a la Idea de caballo o la Idea de casa; ¿por
qué es ‘superior’? Porque es más exacta: la definición geométrica de un triángulo (un
polígono de tres lados cuyos ángulos suman ciento ochenta grados, etc.) agota por entero
y sin resquicio alguno la cosa definida y por eso consigue delimitarla de un modo íntegro
y completo (la Idea de caballo o de casa es ‘menos exacta’ y por eso es una Idea ‘inferior’,
de menor rango en el orden jerárquico del reino ideal de lo inteligible).
Duda. El curso pasado un alumno expuso la siguiente duda referida al difícil y complejo
asunto de “la hipótesis platónica de las Ideas”:
“Me he quedado algo atascado con los problemas de la hipótesis de las ideas:
- Entiendo que el problema de EXTENSIÓN se centra en los límites del mundo de las
ideas, si se han de admitir o no ideas sobre objetos comunes y vulgares. ¿Platón no lo
resuelve.... y ya está? ¿lo deja así? ¿se han de admitir o no las ideas sobre objetos
comunes?
-Sobre el problema del CONOCIMIENTO, entiendo que en su teoría unas veces las ideas
están presentes en las cosas (inmanencia) y otras están en otro plano (trascendencia) y
que Platón lo intenta explicar con una teoría que viene a decir que éstas no son entidades
aisladas, si no que se relacionan por medio del razonamiento. ¿Es esto suficiente o hay
que entrar en algo más complejo (lo de la relación entre la idea y lo sensible se limitaría
a la relación entre original y copia)?
Sobre la ‘extensión’ de las Ideas (mejor dicho: sobre de qué hay o de qué no ha Ideas)
en Platón no hay una respuesta definitiva (sostuvo con seguridad que hay Ideas de
triángulo, de caballo o de belleza, pero es algo al menos dudoso que la haya respecto a
cualquier contingente configuración sensible –este asunto se plantea en el diálogo
llamado ‘Parménides’ y se deja con algo que tiene que meditarse más a fondo).
Resumo aquí –pues es un asunto complejo que puede ofrecer dudas- lo más
relevante del apartado titulado la crisis de la teoría de las Ideas en la obra platónica de
madurez (vale esto pues como ejemplo de una ‘respuesta de examen’; en este resumen se
incluye una respuesta tu concreta pregunta).
En sus obras de madurez (en ‘diálogos’ como la República –en el que aparece la célebre
‘alegoría de la Caverna’ según la cual hay un mundo inferior de sombras y apariencias y
un mundo superior de luz que incluye las esencias de todo) Platón formuló una “hipótesis”
de gran alcance: hay un mundo inteligible o suprasensible poblado por las Ideas de todas
las cosas (poblado por lo tanto por unas Esencias universales, necesarias, únicas, eternas,
autosuficientes e independientes, etc.). Sin ese reino ideal de esencias no habría nunca,
nos dice Platón, una manera segura de obtener un conocimiento de la verdad que no
dependa del inestable juego de las opiniones (y esto es especialmente relevante en el
terreno ético y político: si no hay una definición esencial y única de la Justicia ¿cómo
podemos saber cuál será la mejor forma de gobernar Ciudad y su forma idónea de
organización? –es esto lo que intentó precisar en el diálogo la República, presentando la
‘utopía’ de la Ciudad Ideal, de esa Ciudad presidida por la Idea de Justicia, etc.).
Pero la llamada ‘teoría de las Ideas’ (o la hipótesis de un mundo perfecto e ideal) no está
exenta de dificultades, está atravesada por una serie de problemas. Los dos principales
son los siguientes:
b) ¿Cómo se relacionan las Ideas unas con otras? El mundo inteligible está ordenado
jerárquicamente (unas Ideas se conectan con otras) pero esto tiene que ser explicado y
aclarado. Una vía para conseguir esclarecer este punto consiste en afirmar que las Ideas
forman un “sistema deductivo” (el lo que se dice por ejemplo en el diálogo El Sofista), es
decir: las Ideas inferiores se deducen de las superiores (de este modo si esta afirmación
fuese correcta el orden del reino ideal de esencias consistiría en un ‘orden deductivo’
presidido por una trama de razonamientos lógicos).
Añadimos ahora tres apuntes breves sobre asuntos platónicos que complementan lo
dicho hasta el momento:
2. Platón en su núcleo central: Platón postuló que hay 'dos mundos' (uno superior y
otro inferior, uno que es el fundamento y otro que es lo fundamentado). Entre ellos
a pesar de ser 'dos' tiene que haber alguna relación (para empezar porque el mundo
sensible -el de las 'sombras de la caverna'- depende del Mundo de las Ideas) y es
esto lo auténticamente problemático pues en principio son mundos
'contradictorios' (si las cosas sensibles son particulares las Ideas son universales,
si las cosas sensibles son contingentes las Ideas son necesarias, etc.), Platón con
el fin de 'resolver' esta dificultad propuso al menos dos teorías: la de la
'participación' y la de la 'imitación'.
Dicho esto -que vuelvo a decir, es lo central- Platón acudió a varios 'mitos' o
'relatos' con el fin de completar o de hacer más comprensible su antropología
dualista. Por eso añadió que el alma está a su vez dividida y jerarquizada por
dentro (tiene tres partes o tres aspectos que están enfrentados entre sí pues se
disputan el mando o el gobierno, por expresarlo así) y que 'una vez' (sin que nunca
podamos decir cuándo pues esto es solo un modo de decirlo y no una tesis
filosófica estricta) el alma estuvo separada del cuerpo (libre, pura) pero luego tuvo
que unirse o juntarse con un cuerpo y esto supuso para ella caer en el mundo
sensible y perder su pureza (olvidándose además de sus completos y exhaustivos
conocimientos del Mundo de las Ideas), solo cuando muera el cuerpo volverá al
'lugar' de donde vino (el reino ideal de las esencias). Platón expresó estas
afirmaciones complementarias al dualismo antropológico en forma de mitos o de
alegorías que no deben leerse 'literalmente' (son más recursos didácticos que tesis
filosóficas propiamente dichas -sirven para 'ilustrar' pero ahí termina su papel).
La opinión (doxa) en Platón
Pues bien, dentro de la opinión hay también una división (y una jerarquía): por un lado,
tenemos la “eikasía” (la conjetura), que es el nivel inferior, por otro, la “pistis” (la
creencia) que es, dentro del acceso al mundo sensible, el nivel superior. Un ejemplo -
siempre de valor sólo aproximado- podría ser este: si percibo una serie de fotografías de
la luna (nuestro satélite natural) tendría una “conjetura” (o sea, una experiencia sensible
indirecta); en cambio, si piso la luna y la recorro, etc., tendría ya un conocimiento directo,
o sea, estamos aquí -aunque siempre dentro de la “opinión”, referida sólo al efímero
“mundo aparente”- ante una “creencia” (es obvio, aquí, que la traducción de “eikasía” y
de “pistis”, respectivamente, por “conjetura” y “creencia” puede despistar un poco, pero
siguiendo el ejemplo señalado tal vez se entienda esta distinción y su jerarquía).
Platón sostiene que dentro de la "doxa" (todo aquello referido al cambiante, múltiple,
inestable, 'mundo sensible') hay dos niveles: el inferior (eikasía; conjetura) y el superior
(pístis, creencia). Platón no explica con detalle en qué consiste cada uno, pero esto puede
ser una pista: si 'conozco' una ciudad (París, Roma) a través de fotos sólo tengo un nivel
de experiencia inferior (un 'conjetura' de cómo es), pero si ya estoy allí y lo veo 'en directo'
a través de los sentidos tendré, dentro de la 'opinión', el nivel superior (una 'creencia', una
opinión 'de primera mano').
Platón no explica con gran detalle esta distinción, pues sólo le interesa destacar que dentro
de la “opinión” hay dos niveles, uno inferior y otro superior.
La reminiscencia en Platón
Es decir, en resumen: el conocimiento de las Ideas es de tipo 'a priori' y es 'innato' (está
ya siempre ahí, aunque sea de modo latente, por eso aprender algo nuevo es recordar algo
antiguo). Esto es todo lo que dice Platón. Lo del 'episodio del esclavo' es algo que aparece
en Platón para certificar o probar estas tesis, pero no es nada claro que lo consiga... (tal
vez porque toda esta explicación del conocimiento sea errónea; pero esto es otro tema:
¿es cierto que ya, a priori, de modo innato, lo conocemos todo? Pues es más que dudoso
que algo así ocurra).
La propia propuesta teórica de Platón -en ese asunto del “conocimiento inteligible” y
sus dos grados- dista mucho de ser clara (está, por así decirlo, plagada de problemas;
Platón no los ignoraba, y los discutía con sus discípulos dentro de la Academia, e
intentaba, también, buscar para ellos alguna solución -que lo consiguiera es otra cosa,
desde luego).
En efecto, Platón (en el diálogo La República, por ejemplo) decía que el Conocimiento
Inteligible (episteme) tiene dos grados: un grado inferior (la dianoia) y un grado superior
(la nóesis); el asunto de los grados puede ser comparado con una escalera: sólo se llega
al peldaño superior cuando se ha pasado por el peldaño inferior.
¿Pueden darse ejemplos claros de esta distinción jerárquica entre grados del
conocimiento inteligible? Pues no es fácil, y no lo era para el propio Platón. En el diálogo
La República afirma, por ejemplo, que sólo se puede conocer intuitivamente -o sea, según
el grado superior- la Idea del Bien (la Idea de las Ideas, la Idea Suprema, la cima de la
pirámide de las Ideas o Esencias; la Idea del Bien es comparada -en la alegoría de la
Caverna- con el “Sol” pues es aquello gracias a lo cual todo se ilumina, todo se capta con
nitidez, etc.); pero esta tesis –“sólo la Idea del Bien es intuitivamente cognoscible”- no
deja de ser problemática (¿no se puede captar intuitivamente cualquier esencia?).
Así pues, hay aquí un problema o una dificultad que Platón no terminó nunca de aclarar
suficientemente.
Primero una observación general: si la concepción dualista de la vida humana fuese cierta
(sea la pensada por Platón o por autores posteriores) “todo cuadraría” (aunque cuadrara
de un modo complejo –pues nada es nunca simple). Quiero decir que la idea común y
corriente –que tenemos nosotros constantemente- de que somos una Mente que tiene un
cuerpo “añadido” tal vez sea enteramente errónea (es este un tema que excede lo que
puedo comentar aquí, pero lo señalo en general –por esto no me extraña, a mí al menos,
y por la razón que acabo de mencionar, que aquí haya cosas que no cuadran las mires por
donde las mires).
Vamos con Platón. ¿Cómo, según este autor, están unidos dos lados o mitades tan
heterogéneos como el Alma y el Cuerpo? Pues la verdad es que no dijo mucho: en sus
textos se pasa como de puntillas sobre el tema. Lo que sostiene es esto: el alma “cae” en
un cuerpo cuando nacemos y así conviven temporalmente de un modo a ratos pacífico y
a ratos violento; la unión del alma y el cuerpo es una unión “accidental” –algo así como
la mezcla del agua y el aceite; si al nacer el alma cae en un cuerpo al morir ambas partes
del ser humano se separan.
En Grecia “alma” significa “principio de movimiento” (es algo así como lo que
“anima” algo desde su interior –de aquí proviene nuestra expresión “estar desanimado”:
sin fuerzas, sin ganas de nada o sea como inmovilizado e inerte). Por eso mismo Platón
sostiene que todos los seres del universo tienen “alma”: eso sí, según grados, y según una
escala; así pues, no solo los seres humanos tienen “alma” (otra cosa es que el alma humana
tenga peculiaridades propias); un caballo, un árbol, una roca también tienen “alma” (y
por ella el caballo corre por la pradera, el árbol crece en el bosque y la roca tiende hacia
abajo, hacia la tierra).
Sobre el alma y el Mundo Inteligible
La tesis platónica dice más o menos así: “si la verdadera vida está en otro mundo,
en un mundo perfecto e ideal, el mundo inteligible y eterno de las Ideas, y en ese mundo
el Alma vivirá por fin feliz al haberse desprendido de la cárcel del cuerpo, entonces parece
lógico desear la muerte, quererla y buscarla”. Ahora bien, en los platónicos sucede lo
mismo que pasa en la religión cristiana (una religión, como veréis más adelante, cuando
entremos en el estudio de los temas medievales, impregnada de platonismo en muchos
aspectos importantes). Y es que, acudiendo a un refrán, “una cosa es predicar y otra dar
trigo”. ¿Qué quiero decir? Pues que a pesar de sostener lo que estamos diciendo (“la
verdadera vida está en otro mundo superior”, etc.) el platónico (como después hará el
cristiano) siempre acaba aferrándose a “esta vida mundana” (la vida en la “caverna” del
mundo sensible –lo que en el cristianismo se llama el “valle de lágrimas”). Un autor del
siglo XIX como Nietzsche sostiene que este aferrarse al mundo sensible es precisamente
una prueba sólida contra el platonismo (y contra el cristianismo; la tesis de Nietzsche es
“trágica”: “enamorado de la vida, aunque a veces duela” –pero ya sin la “ilusión” de “otra
vida” en un inexistente “otro mundo”). Y es que tal vez –esto es algo que habría que
exponer con argumentos y después discutir a fondo- el dualismo antropológico (la idea
misma de que soy un alma y un cuerpo, etc.) no sea, al fin y al cabo, sino una concepción
errónea de lo que somos los seres humanos.
El “alma” como esencia del ser humano es según Platón parte de algo más grande
(y está integrada pues en el Todo, no separado de esa Totalidad –esto por lo tanto lo
aproxima al concepto helenístico de hombre y naturaleza, tal y como tú señalas; esto por
cierto –y es un tema aparte que habría que abordar con detalle- contrasta con la idea
moderna según la cual el Hombre está “separado” de la Naturaleza o de la Totalidad, algo
que desde la filosofía se explica así: en la antigüedad tuvo primacía la “razón
cosmológica”, en la modernidad tiene primacía la “razón antropológica”; al final de este
mensaje pongo un enlace a un artículo en el que se conecta la crisis ecológica con la
“razón antropológica” propia del mundo moderno; un interesante libro sobre este tema es
este: François Flahault, El crepúsculo de Prometeo. Contribución a una historia de la
desmesura humana, editorial Galaxia Gutenberg). Sin embargo, volviendo a Platón, hay
una diferencia importante respecto al helenismo: eso más grande o más abarcadora no es
la Naturaleza (si entendemos por esta el “mundo sensible”) sino el Mundo Inteligible (el
reino ideal en el que están ubicadas las Esencias de todas las cosas, los Modelos o
Arquetipos Perfectos y eternos, etc.). Así pues, respondiendo a la pregunta: hay un punto
de cercanía entre Platón y el helenismo y también un punto en el que divergen (Platón
vincula el alma al Mundo Inteligible o Mundo de las Ideas y el helenismo vincula al
hombre con la Naturaleza, con el Todo).
Por otra parte, el concepto de “alma” en Platón está emparentado con el “noûs” de
Anaxágoras (el arché de la physis según este autor); el propio Platón lo señala en su
diálogo titulado Fedro.
En los diálogos tardíos señala Platón como básicos tres pares de Ideas (Ser/no-ser;
Reposo/movimiento; Identidad/diferencia). ¿Por qué? Porque consideraba que desde la
combinación (o la “comunicación”) de estos pares podían ser explicadas las distintas
entidades que pueblan el mundo (por ejemplo, la Idea de un triángulo es una combinación
de ser, reposo e identidad -pues un triángulo es algo, está en reposo pues no cambia nunca
y es idéntico a sí mismo). Así cuando el geómetra conoce un triángulo está combinando
estas Ideas (y después, también, profundizando en ese conocimiento inicial, nos puede
proporcionar fórmulas matemáticas para calcular su área, sumar sus ángulos, etc.). La
última fase de Platón es, en general, bastante complicada -él mismo se metía en laberintos
de los que no era luego capaz de salir- por eso es preciso aquí solo quedarse con lo más
sencillo.
En el diálogo de Platón 'El sofista', en un momento suyo, aparece una clasificación de tres
pares de conceptos que, según Platón, permiten organizar los nexos entre Ideas
(simploké). Estos pares son estos: ente/no-ente; reposo/movimiento; identidad/diferencia.
Dentro de cada par el primer término tiene primacía; por eso hay una secuencia de este
tipo: ente = reposo = identidad (a su vez, el no-ser, el movimiento y la diferencia -los
otros tres términos- son algo subordinado, derivado de lo anterior, con un estatuto
inferior). Partiendo de aquí se podrían ordenar jerárquicamente las Ideas (las cuales
forman una trama piramidal, en cuya cúspide está la Idea del Bien).
El Mundo de las Ideas es una trama única de esencias que está piramidalmente
jerarquizada. Y, en su cúspide, hay una única Idea. La Idea del Bien. Es la Idea Suprema.
La Idea de las Ideas. ¿Por qué a esa Idea se la llama así, Ideas del Bien? Dicho de un
modo resumido y simplificado (Platón es un autor complejísimo):
a) Las Idea del Bien enlaza con la secuencia “virtud” (areté), “felicidad”
(eudaimonía), y, con ellas, la cuestión ética y política de la “Justicia” (diké); a esto
se une el asunto del “amor” (éros), en el sentido de la tendencia y la búsqueda del
Bien (la Idea del Bien es teleológica, es decir: indica una finalidad, un horizonte
de perfección y plenitud).
b) Hay una equivalencia entre el ente (lo que es) y el ‘bien’. ¿Por qué? Porque todo
tiene que adecuarse a su propia esencia (identidad permanente). Las Ideas, por lo
tanto, son Modelos, Arquetipos. Es decir, el que algo sea como debe ser, como
tiene que ser, es el ‘bien’ de cada fenómeno o de cada ente. Así pues, cada Idea
(sea de lo que sea, un caballo, un triángulo) expone el ‘bien’ de lo que es, su
esencia perfecta y plena.
Por último, ¿por qué compara Platón, en la alegoría de la Caverna, a la Idea del Bien con
el Sol? El Sol es la fuente de luz, la pura luminosidad, lo que irradia la visibilidad (y sólo
en la luz algo es lo que es, está perfectamente definido y delimitado; lo que contrasta con
las sombras del fondo de la Caverna, en la que apenas cabe distinguir una cosa de otra
cosa; por eso las sombras son comparadas con las apariencias sensibles).
Las Ideas supremas son los Modelos a los que debe aspirar el mundo sensible (es decir,
lo inferior debe estar orientado a aproximarse a lo superior). Esta es la tesis de Platón.
Pues bien, si, por ejemplo, la Verdad, el Bien y la Belleza son algunas de esas Ideas
supremas, su cara negativa son la falsedad, el mal y la fealdad, las cuales están en general
operantes en el mundo sensible (el cual, en este punto si la aspiración al Mundo de las
Ideas se va cumpliendo irán siendo reducidos, o arrinconados, o achicados... así allí donde
había falsedades se implantará la Verdad, allí donde reinaba el mal vendrá el Bien y allí
donde está la fealdad se instalará la Belleza). Puesto que el tiempo es cíclico o circular
hay una y otra vez etapas de máxima cercanía ('edad de oro') y de máxima lejanía...
Platón primero propuso su teoría de las Ideas (bajo la hipótesis de que debe haber para
todo su definición esencial, es decir, que a cada entidad le corresponde una y sólo una
Idea eterna, necesaria, universal, trascendente, etc.). Y luego, poco a poco, por
discusiones dentro de su centro de enseñanza (la Academia), fue dándose cuenta de que
esta propuesta -que parece tan nítida en su planteamiento- está llena de dificultades (en
su obra de madurez intentó resolverlas, o, al menos, señalarlas). Aquí va un breve apunte
sobre algunas de esas dificultades:
1) Si una entidad cualquiera (una “mesa”, por ejemplo) tiene varias propiedades (por
ejemplo, ser blanca y grande) sucede que cada una de esas propiedades, a su vez,
delimita una ‘esencia’ (la blancura, la grandeza). Pero, claro, esto complica mucho
la cuestión pues la unidad de una esencia (“mesa”) parece estar dividida por una
multiplicidad de esencias. Hay aquí, entonces, un lío. Platón lo señaló, pero no
encontró para él una solución clara.
2) Las Ideas están jerarquizadas: forman una trama piramidal. Las Ideas principales
son las que tienen que ver con la Ciudad (Pólis): Bien y Justicia. Por lo tanto, en
la propuesta de Platón hay una primacía de la Ciudad, es decir: de la política (la
Ciudad es el lugar del logro de la vida buena, de la felicidad, el lugar del saber y
el conocimiento, etc.).
3) Hay, en efecto, Ideas de lo negativo: la Idea de lo falso, de la maldad, de la fealdad.
Pero las Ideas negativas (en las que se expone un no-ser) están siempre
absolutamente subordinadas a las Ideas positivas: la Idea de lo falso depende de
la Idea de Verdad (la cual es prioritaria, preferente).
Tema 4. Aristóteles
1.1 Lógica.
2.1. Metafísica
Presentar de modo resumido el contenido del libro de Aristóteles que fue titulado
“Metafísica” no es cosa fácil, intentaremos ofrecer al menos unas pistas que pongan
el acento en lo más relevante.
Tenemos pues en conclusión lo siguiente: además de las ciencias de una clase de entes
hay una “ciencia” que estudia cuáles son los principios y las causas que a priori
definen el ente como tal (o sea, con independencia de su clase o su género propio y
peculiar). Lo curioso del caso es que cuando Aristóteles señaló cuáles son esos
principios y esas causas acudió en última instancia de dos ciencias “particulares”: los
principios del ente en cuanto ente son principios lógicos y las causas del ente en
cuanto ente son causas físicas (sucede entonces que las dos fuentes principales de la
“filosofía primera” –lo que tradicionalmente se ha denominado la “metafísica” de
Aristóteles- son la lógica y la física). Sobre cuáles son las (cuatro) causas físicas
diremos algo en el apartado siguiente, nos ocuparemos ahora con brevedad del asunto
de los principios lógicos cuando son considerados dentro del saber del ente en general
(y no solo del conocimiento “particular” de una ciencia llamada “lógica” –ocupada
en averiguar la forma de los razonamientos, etc.). El primer principio que pone de
relieve la lógica (su axioma central) es el “principio de identidad” (formulado como
forma vacía dice “A = A”), sin embargo en el seno de la filosofía primera este
principio (propio en primera instancia de un sistema formal deductivo) se convierte
en un principio “óntico”, es decir: en un principio del ente mismo (de las “cosas
reales” sea dicho para entendernos); ¿y qué implica el principio de identidad cuando
es un principio de los propios entes “en general”? Implica algo que ya hemos dicho
varias veces –precisamente porque es el núcleo de lo que sostuvo Aristóteles-: que
todos los entes están constituidos en su entraña misma por una forma universal o una
esencia eterna que los dota de consistencia interna (“debajo” de todos y cada uno de
los entes hay pues, según el principio que estamos examinando, una única y definitiva
“identidad permanente”). Con el propósito de aclarar el significado y el alcance de
esto diremos lo siguiente: la “metafísica” de Aristóteles a lo que da pie y cabida es,
por acudir a un ejemplo relevante, a una “biología” de corte “fijista” (en Aristóteles
lo que llamamos ‘biología’ es una parte de la Física –es más, es su parte principal o
central); sucede entonces que a cada especie animal le corresponde una única forma
o esencia (una identidad permanente) que en modo alguno puede sufrir alteración
significativa alguna, es por eso que cuando una especie se reproduce lo que se
transmite de los progenitores a su prole es una forma fija (el perro transmite la “forma
perro” y ninguna otra cosa distinta, es así como cíclicamente se renueva la vida). Es
interesante, aunque no podemos entrar en los detalles del asunto, que contrastemos
estas tesis propias de una biología fijista con lo que supuso la radical revolución de
Darwin en el siglo XIX: la evolución de las especies de los seres vivos implica que
propiamente hablando no caben las “formas eternas” (y es esto último lo que resultaba
inconcebible para Platón y Aristóteles –y para la decisiva y amplísima tradición
filosófica y científica que se ha nutrido de ellos; si alguien tiene curiosidad por
acercarse a algunos de los aspectos de la “revolución darwiniana” puede consultar el
artículo “Darwin y el posthumanismo”, en la revista online “Eikasía”, nº 30, enero
2010).
2.2 Física
3) Ética y política
La ética y la política propuestas por Aristóteles son inseparables: una conduce a
la otra (esto es así en el conjunto de la Grecia clásica; y dejará de serlo en la época
helenística en la que la ética es lo único que subsiste pues ya no hay propiamente
hablando “política” alguna). La ética y la política en la medida en que involucran
a la vida humana entroncan o enlazan con una peculiar “antropología filosófica”
(es decir, con una concepción del ser humano): en el caso de Aristóteles cabe
subrayar por una parte que se opone expresamente al dualismo antropológico de
Platón (que separaba el alma del cuerpo) y que distingue en la “psique” humana
tres partes (la parte vegetativa, la sensitiva, la racional).
Por su parte el saber político (uno de los dos saberes prácticos) se propone
averiguar cuál es la mejor forma de gobierno de los asuntos comunes (y será la mejor la
forma de organización de la vida colectiva aquella en la que sea más probable alcanzar el
bien común). Y es este tipo de indagación lo que encontramos si leemos el texto de
Aristóteles denominado Política (en él se sostiene que la “democracia” es la forma
política superior, contradiciendo así, una vez más, a su maestro Platón).
1.- Ontológico
La expresión “ente como verdadero” alude a lo siguiente. La tesis de que los principios
lógicos son además de principios del conocimiento principios de la realidad conocida (o
sea, principios que tienen un “carácter ontológico”) implican una tesis sobre el
conocimiento de tipo “realista”. ¿Qué es el “realismo”? El ‘realismo’ sostiene que lo
conocido es previo al conocimiento (que la realidad está ahí antes de que sea conocida, el
conocimiento solo tiene que ‘reflejarla’ como haría un ‘espejo’). Pues bien: la verdad de
un juicio (por ejemplo “todos los triángulos son polígonos de tres lados” o “todos los
mamíferos son vertebrados”) no solo está en la frase, sino que previamente está “en la
cosa” a la que esa frase se refiere: la verdad del juicio reposa así, sostiene Aristóteles, en
el “ente como verdadero” (en que los triángulos sean polígonos con tres lados y los
mamíferos tengan un esqueleto).
Por último, la tesis de la “razón suficiente” –coherente con todo lo que estoy
exponiendo- indica lo siguiente: cada tipo de ente (de realidad, de cosa, de suceso, etc.)
obedece a un conjunto finito de causas explicativas (así Aristóteles sostenía que los
procesos físicos son explicables por la combinación de cuatro causas: la causa material,
formal, eficiente y final). Esas causas explicativas son la “razón suficiente” de esa
realidad (son algo que basta para entenderlo de un modo racional).
El ente en Aristóteles
Este concepto aristotélico (“ente”) puede arrojar alguna duda de comprensión. En este
apunte exponemos lo principal para tratar de entenderlo.
Las tesis básicas son estas: en primer lugar 'ente' y 'algo' significan lo mismo ('ser algo'
equivale a 'ser un ente' -este término es un participio del verbo "ser" y significa "algo que
es", es decir, algo que tiene unas propiedades que lo definen y caracterizan). ¿A qué
alude el asunto de la "unidad" del ente (o la tesis de que el ente es "uno")? En Aristóteles
(y con otros matices también en Platón) se refiere a lo siguiente: el ente es uno o está
dotado de unidad porque a cada ente le corresponde una y solo una "esencia" (una
definición esencial en la que se exponen sus propiedades básicas y principales). ¿Qué
tiene que ver la unidad del ente -entendida como la esencia unitaria de cada entidad o
realidad- con la 'verdad' (o con el ente en su verdad)? Tiene que ver porque precisamente
la definición esencial de algo es lo que proporciona su conocimiento (es el conocimiento
pues el lugar donde se concreta y aclara la verdad de cada ente, de cada cosa, de cada
substancia, de cada realidad). Estas son las tesis principales, en la nota general dedicada
a Aristóteles se puede encontrar algunos detalles complementarios.
Veamos, en primer lugar, tres ejemplos de eso a lo que Aristóteles llama ‘substancia’ (o
sustancia):
Cada substancia es particular (el caballo al que me estoy refiriendo es al que ahora pasta
en el prado, por ejemplo, y la casa es esa en la que vivo, o el triángulo es el que está
dibujado en la pizarra de una escuela donde se enseña geometría). Ahora bien, además de
ser particular tiene una esencia universal: la forma del caballo, de la casa, del triángulo
(es decir, Aristóteles identifica la esencia de algo -sus propiedades permanentes y
universales- con su forma).
¿En qué punto discrepa Aristóteles con Platón (su maestro)? En que toda forma (esencia)
está embutida en una materia (por eso, la substancia tiene dos componentes inseparables:
una forma y una materia -es la teoría ‘hilemórfica’ de la substancia). Es decir: rechaza
Aristóteles que las Esencias Universales y Permanentes (etc.) estén ‘en otro mundo’,
separado y distinto de ‘este mundo’ (el mundo sensible, el único que hay). Las esencias
no están ‘fuera’ del mundo, sino ‘dentro’ de él.
El estatuto de la filosofía en Aristóteles
Por un lado, Aristóteles afirma que a cada ciencia (episteme) le corresponde un y sólo un
“género supremo” de lo óntico (es decir, una ‘clase universal’); por ejemplo, la física se
ocupa del ente que se mueve a partir de sí mismo (physis). Ahora bien: esta tesis no se
puede aplicar sin más a la filosofía, pues la filosofía se ocupa (según Metafísica, IV) del
“ente en cuanto ente”, es decir: del ‘ente’ antes de que se divida en una serie de géneros
supremos. Además, y este es el punto clave, aunque también difícil, Aristóteles rechaza
que el ente en cuanto ente sea algo así como un ‘género supremo’ que abarque y subsuma
todos los demás géneros supremos. ¿Qué consecuencia tienen ambos puntos? Por un lado,
la filosofía no es el estudio de una parte de la totalidad de lo óntico (siendo una parte del
todo lo que, precisamente, estudia cada una de las ciencias ‘particulares’, como la física,
la matemática, la astronomía, etc.), Por otro lado, la filosofía es el estudio de la totalidad
de lo óntico, pero, la unificación que aquí se atisba no consiste sólo en una suma de las
partes antes separadas (bajo la tesis de la que hemos arrancado: cada ‘parte’ -género
supremo o clase universal- es investigada por una única ciencia). Así pues, en qué sentido
hablamos aquí de ‘unidad’ y de ‘totalidad’ del campo de estudio de la filosofía es
problemático.
Lo que sí es más claro, al menos un poco más claro, es que la siguiente tesis (también
expuesta en Metafísica, IV): la filosofía primera estudia los principios y las causas del
ente en cuanto ente (siendo los principios obtenidos a partir de la lógica y las causas a
partir de la física). Pero, ¿no ocurre aquí, con esta propuesta, que dos ciencias
‘particulares’, la lógica y la física, copan y moldean a la filosofía, esa que no se ocupa de
partes separadas sino de la totalidad del ente?
Y, hay, para complicarlo todo aún más, otro problema. A veces, Aristóteles dice que la
filosofía, además de ocuparse del ente en cuanto ente (ontología) se ocupa del ente
supremo (lo divino, o sea, la teología, en tanto estudio de un ente que es puro acto sin
materia, es decir, sin potencia alguna, sin cambio alguno, es decir: el motor inmóvil). ¿Se
reconduce, aquí, al ente en cuanto ente al ente superior (fundamento)? ¿No se lleva
adelante aquí un paso erróneo (en el que se divide la totalidad de lo óntico en lo óntico
inferior y lo óntico supremo)?
Estamos aquí, pues, ante un auténtico laberinto de cuestiones sobre las que, en efecto, hay
que seguir investigando (desde Aristóteles, aunque más allá de él).
Aristóteles dice que la metafísica estudia los principios y las causas del ente (es decir, de
todo lo que es, de todo lo que tiene ser, de todo lo que puede ser conocido y experienciado
de algún modo -sea un triángulo, un caballo, un árbol, un edificio, etc.). Pues bien:
1) Los principios del ente son los principios de la lógica (los axiomas de identidad, no
contradicción y tercero excluido). El axioma de identidad dice, por ejemplo, que algo es
lo que es porque posee una esencia única, eterna y universal que lo define de un modo
completo y definitivo (“esencia” significa “identidad permanente”).
2) Las causas del ente son las cuatro causas que se exponen en la física (causa material,
causa formal, causa eficiente y causa final: las cuatro causas que explican el cambio en
las cosas, el movimiento que éstas incluyen en sí mismas).
Es decir, la metafísica -en tanto busca una respuesta la pregunta por “¿qué es el ente?"
(o “¿en qué consiste ser algo?”) está en medio de la lógica y de la física (acude a ellas
para responder a su pregunta principal).
Las fuentes del conocimiento (episteme) son, simplificando, tres: a) intuición de los
principios (axiomas lógicos) e intuición de las esencias (siempre por el nôus, lo que
llamados 'entendimiento'); b) los razonamientos deductivos de los silogismos, o sea: la
demostración deductiva; c) la inducción desde la experiencia sensible (empereia) de lo
particular.
Falta una pista sobre el tercer concepto clave. Un Teorema es una fórmula bien formada
que puede ser demostrada dentro de un sistema formal. Demostrar teoremas es un asunto
central en la lógica y la matemática. Un teorema posee: a) un número de premisas que
deben ser enumeradas o aclaradas de antemano; b) una conclusión, una afirmación lógica
o matemática deducida de las premisas según una serie específica de reglas de inferencia.
Aristóteles y el alma
Es lógico tener dudas en este punto pues la verdad es que el propio Aristóteles nunca
fue claro al respecto (y no lo fue porque el asunto mismo le pareció dudoso –y aún lo es
en muchos puntos hoy mismo). Podemos decir lo siguiente sobre el tema señalado:
El ser humano es un ser vivo. Todos los entes vivos están compuestos de una materia
y de una forma, y esta forma recibe en general el nombre de “psyché” que solemos
traducir –o ‘mal traducir’ pues el término se presta a cientos de equívocos de todo tipo-
como “alma” (una traducción con menos connotaciones religiosas –que aquí simplemente
sobran pues en Aristóteles nada de esto tiene que ver con religión alguna- sería “mente”).
El alma es la forma del cuerpo y el hombre es un compuesto de ambos (forma y materia);
desde luego los animales no humanos ‘tienen alma’ (tanto alma vegetativa como alma
sensitiva). La muerte de un ser vivo consiste en su ‘descomposición’: se rompe el
compuesto, y ya está nada más. Según esto el hombre es enteramente mortal. Ahora bien,
en este punto Aristóteles duda y vacila y nunca dice algo rotundamente claro. La pregunta
que indirectamente se formula es: ¿qué pasa con la parte del alma humana llamada
‘entendimiento’ (nous)? ¿Es mortal también? ¿es inmortal en el sentido en que no se
extingue nunca, aunque muera el cuerpo? Aristóteles vacila aquí pues nunca dice con
claridad que sea inmortal ni tampoco mortal (lo que da pie a la ‘especulación’ es que
llama en ocasiones ‘divino’ al ‘nous’ –pero esto en Grecia significa ‘perfecto’, ‘pleno’).
Conclusión: aunque en principio el hombre es enteramente mortal en su conjunto
Aristóteles no aclara si un aspecto suyo también es completamente perecedero.
Esto es lo que se puede responder sobre el tema (insisto en que este concepto no
tiene ningún tipo de connotación religiosa pues, aunque Aristóteles llegase a afirmar la
‘inmortalidad de una parte del alma humana no quiere decir que fuese ‘a otro sitio’, etc.;
el asunto en Platón es distinto desde luego –aunque tampoco debe darse de lo que afirma
una lectura religiosa en el sentido ordinario del término).
En las ciencias hay inducción (inferir desde lo particular lo universal) y hay deducción
(inferir desde lo universal lo particular). Esta es la tesis básica. En las ciencias que acuden
a ambos procedimientos la tesis de Aristóteles es que finalmente la inducción y la
deducción terminaran por coincidir, serán dos procedimientos convergentes gracias a los
que se logrará, tal vez, una “ciencia conclusa”, o sea una ciencia completa a la que ya no
de queda nada que indagar o averiguar (no todas las ciencias acuden a ambos
procedimientos: por ejemplo la lógica y la matemática son ciencias exclusivamente
deductivas –no hay en ellas ‘inducción’ en el sentido del término que hemos definido,
otra cosa distinta es cómo se establecen los axiomas o principios de la lógica y la
matemática; por otra parte hay ciencias que apenas acuden a la deducción y que casi todo
es ellas es de tipo ‘inductivo’).
Intentaremos aquí, en este apunte, aclarar algo referido a este apartado del manual de
la asignatura.
Una tesis de Aristóteles es que lo inicialmente “real” (lo real más básico) son los entes
particulares, los individuos: este caballo (que pasta en el prado), este manzano (situado
en el huerto) o este triángulo (dibujado en la pizarra). Esta afirmación contrasta con lo
que sostenía Platón pues él considera que las cosas particulares son “apariencias” (meras
“sombras” oscuras y confusas proyectadas en el fondo de la caverna). Aristóteles rechaza
esta afirmación platónica: los individuos son reales.
Sin embargo, el que lo inicialmente “real” sean los entes individuales no significa que
ellos sean lo conocido en el conocimiento. La tesis aristotélica es la siguiente: los
individuos o los particulares no son el tema del conocimiento; ¿por qué? Porque la ciencia
estudia lo universal (los individuos se definen como individuos a través de propiedades
“accidentales”, etc.); esta tesis implica por ejemplo que el conocimiento no está formado
exclusivamente por la experiencia sensible (en la que se alcanza precisamente lo
particular o individual), en el conocimiento, en definitiva, interviene el entendimiento,
una facultad de la mente que abstrae y así forma conceptos (y con ellos juicios y
razonamientos).
1.- Las esencias son reales (tanto como lo son los individuos o los entes particulares);
cada individuo (este caballo concreto) cae bajo un universal que lo abarca e incluye, así
en el conocimiento “este caballo” cae bajo la esencia de TODOS los caballos (según
Aristóteles hay esencias específicas o especies –la esencia “caballo”- y esencias genéricas
o géneros –la esencia “animal” que abarca tanto a los caballos como a los leones y que es
distinta de la esencia genérica "mineral" o "vegetal").
2.- La teoría del conocimiento de Aristóteles es “realista”. ¿Qué significa esto? Que las
esencias (lo conocido en el conocimiento) preceden al conocimiento, están ahí antes de
que llegue éste, la misión del conocer es “reflejar” lo mejor que pueda esas esencias
previas (y lo hace o consigue gracias a los conceptos, los juicios y los razonamientos).
Vamos brevemente con un apunte más sobre la teoría aristotélica de las categorías. Esta
esconde un pequeño lío en un punto concreto. Intentaré desentrañarlo.
Una “categoría” es una clase de propiedades, o una agrupación de predicados (la categoría
de ‘cualidad’, por ejemplo, incluye los distintos colores, etc.). Las categorías tienen dos
aspectos: a) desde la óptica ‘óntica’ son propiedades del ente; b) desde una óptica ‘lógica’
son predicados (una parte del juicio o de la proposición). Estos dos aspectos son
convergentes: el referente del predicado es la propiedad (por ejemplo, el ser blanca de la
mesa o el ser azul de la flor).
Por otro lado, las propiedades y predicados lo son de ‘algo’; y ese algo es la ‘substancia’
(ousía; es decir, eso que es ‘ente’). Y aquí está el lío: Aristóteles también emplea el
término ‘categoría’ para referirse a la substancia. Una substancia (cuando se la define
según su esencia en el conocimiento, por ejemplo) es aquello sub-yacente (sub-estare)
sobre lo que recaen propiedades y predicados. Llamar categoría a la substancia puede
despistar, pero una vez explicado ya no tiene por qué hacerlo.
1. Aristóteles señala que en todas las ciencias las inferencias inductivas y las
deductivas terminan coincidiendo o convergiendo. Pero esto no implica que sean
lo mismo, tienen que ser distinguidas (una cosa es pues la inferencia inductiva y
otra diferente la inferencia deductiva). Cada ciencia, por otra parte, reposa en
unos axiomas peculiares e intransferibles (y son esos juicios máximamente
universales o generales). En la antigüedad el mejor ejemplo de ciencia deductiva
es la geometría de Euclides: a partir de cinco axiomas se deduce paso a paso el
conocimiento geométrico (para más precisiones, si alguien tiene curiosidad, que
busque cuáles son esos axiomas).
2. Los axiomas son principios que no necesitan ni pueden ser demostrados; buscar
prueba a los mismos supondría un regreso al infinito. A partir de los axiomas,
postulados e hipótesis se construye el razonamiento deductivo. Otra cosa es la
inducción; pongamos un ejemplo de esta última: observamos uno, dos, ...x mirlos
que son siempre negros; inferimos entonces que "todos los mirlos son negros"; no
conocemos todos los casos pero suponemos que siempre sucede así y, en
consecuencia, formulamos una ley general que hace avanzar el conocimiento.
Obviamente nos queda la duda de si el x+1 mirlo podría ser rojo o de cualquier
otro color.
Formulamos el juicio o la proposición "La mesa es azul". Aquí "mesa" y "azul" son dos
conceptos (unidos por el verbo 'ser'). "Mesa" es el concepto que se refiere a la substancia
y, desde el punto de vista gramatical, es el 'sujeto' del juicio; "azul" es el concepto que se
refiere a una propiedad (dentro de la categoría de 'cualidad') de la substancia, y,
gramaticalmente, es el 'predicado' del juicio o la proposición. Así que un juicio
(enunciado, proposición) está compuesto por la unión de dos conceptos gracias al verbo
'ser'. La forma universal del juicio es, pues, esta: "S es P"; es decir: el juicio atribuye un
predicado/propiedad ('P') a un sujeto/substancia ('S').
Y esto es lo principal. Aristóteles, claro, estudia distintas clases de juicios, pero este es el
punto de partida.
La substancia es un compuesto de materia y forma; hay que subrayar que estas dos partes
son estrictamente inseparables (es decir, jamás encontraremos por un lado una ‘materia’
y por otro lado una ‘forma’: están siempre unidas). Se puede añadir que la materia está
relacionada, preferentemente, con la potencia y la forma preferentemente con el acto. Un
ejemplo –pero sólo aproximado- puede ser el de una escultura: en ella la ‘materia’ sería
la madera o el bronce y la ‘forma’ la figura de tal o cual escultura (la escultura de un
caballo, por ejemplo). Es sólo un ejemplo aproximado por lo siguiente: el ejemplo
principal de la física de Aristóteles son los seres vivos (no algo inerte como una escultura).
Por otro lado, el cambio o movimiento es definido como el paso de la potencia al acto; el
mejor ejemplo es el de la semilla: una semilla determinada es, en potencia, por ejemplo,
un manzano. Y esa semilla realizará un movimiento o cambio cuando en efecto llegue a
ser en acto un manzano.
Pero hay que ir un paso más allá: una substancia se define desde una esencia (recogida
cognoscitivamente en un concepto, es decir, en una definición conceptual). Y, último
giro, la esencia de un ente es una forma (una forma en acto, para más señas).
Recogiendo lo expuesto como una secuencia: ente = substancia = esencia (forma en acto).
La “sustancia primera” son las cosas particulares, los fenómenos concretos (este
árbol, este triángulo, esta mesa...). La “sustancia segunda” sólo indica que todo ente
pertenece a una clase (una "especie" como se decía entonces): la sustancia segunda es
pues la esencia (la forma); una esencia es una reunión de las propiedades comunes,
permanentes e idénticas de cada cosa, y, desde luego, cuando se define la esencia de algo
("triángulo: polígono de tres lados") la "sustancia segunda" es un "sujeto" del que se
predica algo (se le atribuyen una serie de propiedades fijas, etc.). Así pues, en conclusión:
por un lado, está lo particular (lo básico, y por eso lo primordial, lo previo) y, por encima
de ello, está lo universal (la definición esencial, la clase a la que pertenece lo particular y
concreto).
La substancia primera es el ente particular (este caballo, aquella piedra o el árbol que hay
en el jardín). Pero cada ente particular es el caso o el ejemplo de una forma o esencia
universal (este caballo es un caso de la 'especie' de todos los caballos, etc.), pues bien: la
esencia o la forma (la clase universal de cada entidad particular, por ejemplo, la esencia
de los triángulos o de los rectángulos) es denominada por Aristóteles 'substancia
segunda'. Sólo un apunte más: los entes particulares los captamos en la percepción, en
cambio, lo universal de estos seres particulares es el tema del conocimiento intelectual
(conceptual, lógico).
La substancia es, y aquí radica la ambigüedad, doble: es el ente particular y concreto (el
cual, por cierto, es incognoscible, pues los entes particulares sólo se distinguen unos de
otros por propiedades ‘accidentales’; los entes particulares son percibidos, pero no son,
en sentido estricto, conocidos). Pero, por otro lado, Aristóteles también acude al término
‘substancia’ (ousía) para referirse a la esencia universal, a la forma idéntica y permanente
de cada clase (especie) de entes particulares. La esencia o forma es lo propiamente
cognoscible, lo que busca aislar y definir (a través de conceptos, juicios y razonamientos)
el conocimiento. Y, en efecto, la esencia y la forma de la que habla Aristóteles es el
equivalente a lo que Platón llamaba Idea; pero, con una diferencia importante: en
Aristóteles la esencia o la forma es una parte interna, por así decirlo, del ente particular
(mientras que Platón se empeñaba en destacar la separación de la Idea y lo sensible, la
trascendencia del Mundo Verdadero respecto al mundo aparente).
La “sustancia segunda” es una esencia (esa que incluye una serie de particulares e
individuos –los que tienen propiedades comunes y permanentes; siendo los particulares
lo que Aristóteles llama “sustancia primera”). Las esencias, por su parte, son o esencias
específicas (la esencia “caballo” –cuyo contenido es todo aquello que hace que algo sea
un caballo y no una cebra-) o esencias genéricas (los géneros agrupan y contienen
especies: así la especie caballo y la especie cebra son especies de un género, por ejemplo
“animal vertebrado”, etc.). El asunto de las “categorías” es distinto a este de los
particulares (sustancia primera) y sus respetivas especies y géneros (sustancias segundas):
la primera categoría (substancia) reúne o conjuga lo particular y lo específico (pues no
cabe, sostiene Aristóteles, ningún particular que no dependa de una especie universal), y
las restantes categorías son agrupaciones de propiedades que puedo atribuir a la sustancia
(si digo que un caballo es alto le estoy atribuyendo una propiedad que pertenece a la
categoría de cantidad y si digo que es blanco le atribuyo una propiedad que pertenece a
la categoría de cualidad y, por último, si digo que el caballo está en el prado le atribuyo
una propiedad propia de la categoría de lugar, etc.).
Hay un claro hilo de continuidad entre Platón y Aristóteles: ambos defienden una
posición “esencialista” según la cual todo ente o todo fenómeno (todo aquello que es) está
de antemano definido por una esencia universal (lo que Platón llama Idea y Aristóteles
Forma). ¿Qué los distingue, sin embargo? Dicho básicamente: Platón encuentra
argumentos para sostener que las Ideas están “fuera” de las cosas particulares (es decir,
el mundo sensible está “separado” del Mundo Inteligible, el Mundo de las Ideas); en
cambio, Aristóteles entiende que la posición de Platón resulta problemática y por esos
sostiene que las Esencias (las Formas eternas, universales, permanentes, idénticas, etc.)
están “dentro” de los entes particulares (por eso dice Aristóteles que una sustancia está
compuesta de materia y forma, etc.). Todo esto influye decisivamente en la controversia
medieval sobre los conceptos universales (hay una posición platónica -el realismo
extremo o exagerado- y una posición aristotélica ´-un realismo moderado; una
controversia, desde luego, como todo lo que sucede en la Edad Media, con un trasfondo
teológico).
Aristóteles define que los seres o los entes naturales son los que se mueven por sí
mismo o desde sí mismos (donde movimiento quiere decir “cambio”).
¿Qué es el cambio en un ser natural? Dice: hay un cambio cuando hay un paso de la
potencia al acto (el movimiento de la semilla consiste en llegar a ser en acto un árbol).
Además de esto un ser natural (una sustancia) está compuesta por dos mitades que
siempre van juntas: una parte material y una parte formal. Resulta por cierto curioso
(aunque también aquí hay escondido un problema) que el mejor ejemplo de este encaje y
distinción entre forma y materia es un ejemplo que procede del terreno de la técnica (del
saber técnico de los artesanos): un trozo de madera sería la materia y la forma sería la
forma de la silla que el artesano infunde en ese trozo cuando fabrica precisamente una
silla (y no una mesa o un armario); la cuestión es: ¿no proyecta Aristóteles sobre la
Naturaleza una distinción que procede del campo de la técnica? Pero dejando a un lado
esto volvemos con la idea central: la materia de una sustancia natural tiene que ver con
su lado potencial (siguiendo el ejemplo: ese trozo de madera puede ser tanto una mesa
como una silla, ese trozo de madera es en potencia tanto lo uno como lo otro), en cambio
la forma de una sustancia es su “estructura interna” (es decir, su esencia) y a la vez tiene
que ver con el ser en acto.
Dicho lo anterior Aristóteles realiza también una clasificación de los cambios. Y así
distingue por ejemplo el cambio sustancial del cambio accidental. El cambio sustancial
es el nacer o el perecer de una sustancia completa (con su materia y su forma). El cambio
accidental solo modifica un aspecto de la sustancia (el crecimiento de un árbol, por
ejemplo). Estos no son los únicos tipos de cambio, pero no entraremos aquí en más
detallas. Pues bien: en todo cambio algo permanece. ¿Qué permanece en el cambio
sustancial? Pues principalmente lo que permanece es la Forma; así pues cuando nace un
tigre de una tigresa lo que le han transmitido los padres es la forma de su especie pero la
materia es ‘nueva’ por decirlo así (esto parece contradecir lo que exponías en tu pregunta
pero es aquí donde Aristóteles hila fino pues como no entiende que la materia como tal
pueda ser nueva –como descarta por así decirlo la idea de ‘creación desde la nada’- tiene
que afirmar también que hay en la naturaleza una ‘materia prima’ distinta de la ‘materia
segunda); como digo aquí hila fino y no hace falta que entremos en estos detalles pues
tenemos que resumir lo principal o más relevante de cada tema, así que más allá de
sutilezas diremos lo más sencillo: en el cambio sustancia permanece la Forma (nos
olvidamos pues de la materia). Vamos con el cambio accidental: ¿por qué decimos que
en ella lo que permanece es la sustancia (entera, o sea tanto su materia como su forma)?
Porque el cambio accidental solo modifica un aspecto digamos “superficial” de las cosas
(no quiere decir que sea un cambio irrelevante, pero no afecta a lo principal); si Juan se
afeita su barba algo ha cambiado en él, pero sigue siendo Juan, por eso ese cambio de
look es “accidental” pues no afecta a su esencia (este es solo un ejemplo aproximado, los
ejemplos propios habría que buscarlos en el mundo natural que es al que alude la física
aristotélica).
Lógica aristotélica
Expongo aquí resumidamente lo más relevante de la lógica aristotélica (es esto por lo
tanto lo que tenéis que conocer).
La lógica es una ciencia que comienza exponiendo una serie de primeros principios o
axiomas. Aristóteles sostiene que los axiomas son tres: el principio de identidad, el
principio de no-contradicción y el principio de tercero excluido. Estos principios o
axiomas tienen un estatuto doble: por un lado, son principios de esa ciencia tan peculiar
que es la lógica y por otro lado son también principios de lo óntico (es decir principios de
la propia realidad). Recogiendo esto pueden definirse así: el principio de identidad se
formula lógicamente así “a = a”, por otro lado como principio de la realidad significa que
cada ente es idéntico a sí mismo (y lo que explica y garantiza la identidad de algo es su
esencia); el principio de no-contradicción indica que no se puede afirmar de algo a la vez
–por ejemplo- que es blanco y que es negro (etc.), por otra parte indica que la realidad no
es contradictoria (si la realidad fuese contradictoria sería, según Aristóteles, irracional);
por último el principio de tercero excluido sostiene que un juicio o proposición es o
verdadera o es falsa quedando excluida una tercera opción. Además de lo anterior los
axiomas son conocidos de un modo evidente (basta con enunciarlos para que resulte
indudable su verdad) y no pueden ser demostrados precisamente porque ellos son la base
de cualquier demostración o razonamiento.
Algo más sobre los axiomas: Los axiomas de la lógica son principios a partir de los
cuales se realizan “demostraciones” (por ejemplo, en un razonamiento silogístico); pero
su peculiaridad está en que los axiomas no se pueden “demostrar” (no se deducen de algo
anterior o superior pues ellos son lo anterior a todo razonamiento, etc.). ¿Cómo se
establece entonces un axioma? Por ejemplo –pues cabe otra vía (que es la de la “intuición”
como “captación directa”)- por un proceso inductivo. La inducción parte de examinar
varios casos de algo. Tomemos como ejemplo el axioma denominado “principio de no
contradicción” y examinemos casos suyos: ¿puedo legítimamente emitir un juicio o una
proposición en la que digo que a la vez la mesa es blanca y es verde? No: o es blanca o
es verde. Por lo tanto, este y otros casos así permiten fijar o establecer “inductivamente”
la “prohibición” de incurrir, en las proposiciones que aportan información o
conocimiento, en una “contradicción” (y así hemos establecido el axioma al que nos
estamos refiriendo).
Por cierto, y como colofón a este asunto: ¿por qué un juez cuando interroga a un reo
busca en su relato de los hechos “contradicciones”? (respuesta: porque es un claro
indicio de que el declarante está falseando la realidad).
Así pues, en resumen, el entendimiento paciente recibe la forma de las cosas (como la
cera recibe un sello, dice Aristóteles) y el entendimiento agente separa (abstrae) esa forma
y así alcanza un concepto (una definición universal, completa, definitiva, permanente).
En un pasaje del tratado "De anima" (algo así como la 'antropología filosófica’ de
Aristóteles -donde responde a la pregunta “¿qué es el hombre?”) este autor dice que el
'entendimiento agente' es algo 'divino' (perfecto) y que por ser 'simple' (algo sin partes)
no se descompone, por ello es en algún sentido 'inmortal'. Ahora bien, Aristóteles no
aclara nada más sobre el tema; por eso no hay que pensar que el entendimiento agente -
que es solo una facultad para captar esencias o formas de las cosas- 'vaya a algún sitio'
distinto de 'este mundo' una vez que un ser humano muere (para Aristóteles no hay 'otro
mundo' a donde ir: nos morimos, nos descompones, y se acabó...). Esta es la idea básica
sobre un tema que el propio autor no expone con mucho más detalle.
En primer lugar, para evitar confusiones, hay que desligar completamente a este ‘ente
divino’ de cualquier connotación ‘religiosa’, pues, en Aristóteles carece de ella.
Aristóteles, en el plano religioso, aceptaba el politeísmo griego, y, con él, el desarrollo de
cultos rituales en las fiestas de la Ciudad. Pero su tesis sobre el ente divino no tiene nada
que ver con esto.
¿Qué dice Aristóteles sobre la substancia divina como fundamento del mundo? Afirma
que es un motor inmóvil, un acto puro y una causa final. El motor inmóvil es lo que
explica todos los movimientos de las substancias. En tanto acto puro el ente divino carece
de cualquier tipo de potencialidad (es una forma sin materia, al contrario que los entes
físicos, que están compuestos de materia y forma). Y, como causa final, el ente divino es
aquello hacia lo que tienden todos los demás entes inferiores (eso a lo que aspiran, eso
por lo que se orientan).
Por otra parte, y también lo subrayamos para evitar equívocos, el ente divino como tal
carece de cualquier tipo de ‘plan’ o de ‘propósito’. Aristóteles consideraría que atribuir
al ente supremo algo así sería un mero antropomorfismo, y esto, es algo irracional e
injustificable (sería proyectar algo que tiene sentido dentro de las instituciones humanas
sobre una entidad superior, pero esa proyección es puramente imaginaria pues carece de
pruebas sólidas). Es decir, el ente divino de Aristóteles no tiene nada que ver con lo que
desde la fe religiosa dirán posteriormente los teólogos cristianos de la Edad Media (para
empezar porque el ente divino de Aristóteles en absoluto es un ‘Dios creador’, por
ejemplo).
La propuesta filosófica de Aristóteles está atravesada por una tensión irresuelta entre dos
líneas y orientaciones. Por un lado, tenemos la ontología, es decir, la respuesta a la
pregunta “¿Qué es (el) ente?” (y esa respuesta es: el ente es una substancia que se va
definiendo a partir de una serie de categorías, etc., etc.). Por otro lado, tenemos una
teología, es decir, la respuesta a la pregunta “¿Cuál es el ente supremo?” (y aquí
encontramos el equivalente aristotélico a la Idea platónica del Bien: el postulado de un
acto puro o de una forma sin materia; esta teología es una teleología en la que el ente
supremo es la garantía de que todo lo potencial llegará a ser actual y, además, alcanzará
su estado de perfección). Hay autores que se decantan por una lectura preferentemente
ontológica de Aristóteles (Pierre Aubenque, por ejemplo) y otros por una teológica
(Giovani Reale, por ejemplo; los que se decantan por este segundo tipo de lectura suelen
ser autores ‘cristianos’, como lo es Reale). Heidegger, por su parte, lo que dice es que en
este punto lo único que hay es un problema insoluble propio de la tradición metafísica y,
por eso, su intento –más o menos logrado, pero de enorme interés- es una ontología que
evite remitir a cualquier tipo de teología (es decir, que evite recurrir al tema del ‘ente
supremo’ –esto es lo que significa la ‘diferencia ontológica’: no hay ente supremo, y no
lo hay porque ‘ser’ no es ‘nada’, sino que ‘es’ un acontecimiento inacabable…).
Empezamos con Platón: lo principal aquí es tener claro que la Ciudad Ideal pensada
por Platón es un régimen “aristocrático” pero en un sentido muy peculiar pues quién sea
de la clase gobernante se establece por sus méritos (no por la herencia sangínea como en
la Edad Media; en el régimen ideado por Platón el hijo o la hija de los gobernantes tiene
que ganarse con su esfuerzo su puesto final en la sociedad). Es una aristocrácia
meritocrática, por así llamarla.
Epicureísmo
Considerado en su conjunto conjugó cuatro elementos: un física atomista con un
sesgo “indeterminista”, una teoría del conocimiento sensualista, una ética hedonista y,
por último, sostuvo una peculiar indiferencia religiosa. Veámoslos uno por uno.
Física
Ética
La tesis específica de esta escuela filosófica es que el fin último de la vida humana
(es decir, la felicidad, eso cuyo logro vuelve “buena” a la vida) se localiza en el placer (si
el criterio de verdad del conocimiento era la sensación perceptiva el criterio de verdad de
la conducta moral es la sensación placentera: “es bueno lo que acarrea placer”). Este
hedonismo, de todos modos, está constantemente modulado por una llamada a la
moderación (“nada en exceso, tampoco el placer”, por expresarlo así). El ideal de vida –
el arte de vivir propio del sabio epicúreo- se define entonces a partir de un sostenido
intento de evitar el dolor, en lograr la ausencia de perturbación (ataraxia), en perder el
miedo que una y otra vez nos produce sufrimiento (por ejemplo el temor a la muerte).
Tenemos aquí, en definitiva, una manifestación clara de cuál era el ideal de vida
propugnado por las éticas helenísticas: una vida “retirada”, alejada en lo posible del
mundanal ruido, apartada de los requerimientos contantes y de los reclamos inquietantes
de la vida mundana (así se evitan contratiempos, reveses, los sinsabores que acechan a
todos los que involucrados en las ocupaciones mundanales vuelcan en ellos toda su
energía). Esta orientación contrasta con el ideal de vida participativa en las actividades o
saberes que confluyen en la Ciudad propio de la Grecia Clásica.
Indiferencia religiosa
Respecto a las religiones –a las obligaciones que imponen, a las promesas que
formulan, etc.- el epicureísmo entiende que lo más apropiado cuando se aspira a la
sabiduría, a la vida placentera y feliz y a la imperturbabilidad es la indiferencia. Los
dioses, nos dicen, ni se ocupan ni se preocupan de las vicisitudes de los seres humanos, y
la idea misma de una vida más allá de este mundo no se apoya en nada tangible y solo
provoca desasosiego a pesar de que pretende generar consuelo.
Escepticismo
La “escuela” escéptica no es fácil de presentar y menos aún de evaluar. Y no sólo
por la variedad de las “posiciones” que la recorren y articulan sino porque nunca es fácil
terminar de entender su auténtico alcance. Se trata, desde luego, de un poderoso desafío
al “pensamiento racional” surgido dentro de éste y que de él se nutre una y otra vez.
Resulta claro al menos los siguiente: el escepticismo es una reacción a lo que se sostuvo
por parte de Sócrates, Platón y Aristóteles (considerados en conjunto estas tres decisivas
cimas de la Grecia clásica podemos decir que postularon con rotundidad a la vez dos
cosas: a) hay un único reino ideal de esencias eternas que explica y fundamenta el orden
mismo del mundo de los fenómenos; b) hay –en cada campo o territorio particular- un
saber absoluto que alcanza y explicita verdades indudables que reflejan con exactitud la
esencia misma de cada una de las cosas que pueblan el mundo.
Estoicismo
La escuela estoica recogió elementos tomados de aquí y allá –es por eso una
corriente filosófica “sincrética”- y los combinó añadiendo ideas nuevas. El resultado es
una propuesta sistemática y también, por lo que acabamos de decir, inestable –pues no
todas las piezas del puzle encajan perfectamente.
La lógica, en primera instancia, contiene una indagación sobre las distintas formas
del razonamiento deductivo, pero, además, incluye otros dos componentes a ella
asociados: una teoría del conocimiento (cuyo propósito es afianzar y salvaguardar la
racionalidad de la ciencia, blindándola así contra las continuas acometidas del
escepticismo), y una teoría de la realidad (la lógica da pie a una teoría que saca a la luz
las principales “categorías”, es decir, los conceptos universales gracias a los que lo real
resulta cognoscible, inteligible, entendible).
La teoría del conocimiento estoica coincide en parte con la propuesta por los
epicúreos. El origen y la base del conocimiento se encuentra en la experiencia sensorial.
Sobre ella se erigen los conceptos abstractos (representaciones de lo universal), ¿y éstos
qué son? Son “signos” (algo presente que “sustituye” algo ausente). Un aspecto central
de una teoría del conocimiento consiste en explicitar cuál puede ser el “criterio de
verdad”, esa pauta que permite separar los juicios verdaderos de los juicios falsos. ¿Qué
dicen sobre esto los estoicos? Sostuvieron que el criterio de verdad es el “asentimiento”,
pero un asentimiento que no puede ser nunca ni arbitrario ni caprichoso. El genuino
asentimiento tiene lugar cuando se nos impone una proposición o un juicio a partir del
hecho empírico –sensorialmente captado- al que se refiere.
La cuarta categoría alude a los modos relativos, es decir: a las relaciones entre
substancias (“la mesa es más grande que la silla”, “el libro de texto está a la izquierda de
la carpeta”, etc.).
Física
Ética
Aunque los estoicos no desarrollaron una “filosofía política” apuntaron una idea
que ha sido muy influyente en la Edad Media y la primera Modernidad; formularon la
tesis –problemática por otra parte, pero enteramente coherente con el ocaso de la
“Ciudad” (Pólis) que define al Helenismo- de que hay un único e idéntico “derecho
natural”, es decir, una ley socio-política que emana de la propia Naturaleza (y si la
naturaleza es un orden inmutable el “derecho natural” lo es igualmente; otra cosa distinta
es averiguar en concreto qué dicta ese “derecho natural”).
Son dos términos sinónimos (hay una pequeña diferencia de matiz entre ellos que
aquí no es relevante). En efecto ambos se refieren a una idea de felicidad como ausencia
de perturbación (como quietud, equilibrio, armonía); esto es a lo máximo que según el
estoicismo se puede aspirar en tiempos difíciles y complicados como los del helenismo
(el periodo turbulento en el que se desplegó esta corriente filosófica).
Es difícilmente evitable que al estudiar los textos de los estoicos (o los epicúreos, etc.) les
apliquemos conceptos ‘modernos’, esos con los que nosotros espontáneamente nos
manejamos. Se puede evitar -y sólo en parte- pero, insisto, es enormemente difícil. En las
dudas que razonablemente nos surgen al estudiar esta corriente, por un lado, acudimos a
dos partes de conceptos material/inmaterial, subjetivo/objetivo, y además al concepto de
“representación”. Pues, bien creo que si partimos de esos conceptos como “obvios” -como
si se pudieran aplicar a todo, incluidos a los estoicos, o a lo que sea- jamás entenderemos
lo que este conjunto de autores estaba diciendo y proponiendo como solución al problema
del conocimiento. Esto, desde luego, nos pone en una situación enormemente
comprometida, y no es fácil escapar a ella. Por ejemplo, el término ‘representación’ nos
lleva a creer -repito, porque estamos instalados en la modernidad (es decir, bajo el influjo
de Descarte, Locke, Kant, etc.)- que, sin lugar a duda, hay un recinto interior al que cabe
denominar ‘mente’ o ‘conciencia’. Pero la situación de los antiguos era distinta y nunca
se referían a algo así, al menos en los términos exactos en los que lo estoy presentando.
Por otro lado, el estoicismo es enormemente variado y complejo (y los textos que se han
conservado son escasos y fragmentarios, lo que lo pone todo aún más cuesta arriba).
Vamos, ahora, con unas pocas pistas sobre la teoría del conocimiento en el estoicismo:
El estoicismo afirma que hay entes particulares, pero, también, que estos caen bajo
universales. Los conceptos tienen como su referente lo universal; la experiencia sensible
se refiere, por su parte, a los entes particulares. Todo ello se conjuga y converge en el
conocimiento de la realidad (en sus estratos particular y universal).
Neoplatonismo
Considerado en su conjunto el neoplatonismo es un fenómeno complejo. En
general alude a las diversas elaboraciones de la herencia platónica realizadas a partir del
siglo primero de nuestra era. ¿Qué tienen en común a pesar de su disparidad? Que desde
diversos ángulos retoman la filosofía platónica –cuya vocación última era política- desde
un sesgo en último término “religioso” (y dependiendo de cuál es la religión que actúa en
la elaboración del mensaje platónico el resultado será distinto).
Filón de Alejandría, por ejemplo, conjugó la teoría platónica de las Ideas con el
Dios creador del Antiguo Testamento. El neoplatonismo pagano –del que nos ocuparemos
aquí- conjugó lo mejor que pudo la filosofía (un intento de alcanzar una explicación o
comprensión racional del mundo) con modos de religiosidad típicamente helenísticos (en
ellos la cuestión de Dios o de lo divino está enfocada desde la profunda inquietud del
‘alma’ por su ‘salvación’ o ‘redención’). Ante un mundo hostil, confuso y desorientado,
convulso y carente de alicientes genuinos lo que parece imponerse en el fondo es algún
tipo de ‘huida’ de él: es así que el ‘alma’ (lo superior en el hombre) sólo conseguirá
salvarse cuando escape de este mundo de padecimientos y regrese a su lugar propio, a su
lugar de origen, pues únicamente allí conseguirá sosiego y reposo, paz y tranquilidad. El
neoplatonismo pagano conduce, según diferentes rutas, a una experiencia mística en la
que el alma, en puro éxtasis, se funde con lo divino (con la unidad y la totalidad). En su
vertiente propiamente filosófica el neoplatonismo pagano recuperó el conjunto de
dualismos jerárquicos que puso de relieve Platón: un mundo sensible inferior y un mundo
Inteligible superior, el dualismo antropológico (según el cual el ser humano consta de un
cuerpo y un alma), y la dualidad cognoscitiva entre una “opinión” (dóxa) referida a lo
inestable y confuso y un saber (“epistéme”) volcado sobre lo estable, eterno y luminoso.
Por último, antes de exponer en sus líneas básicas el planteamiento de Plotino, una
alusión rápida al neoplatonismo cristiano. San Agustín –entre otros- acudió al platonismo
griego con el fin de proporcionar fuste, enjundia y empaque a un cristianismo que sin este
ingrediente resultaría intelectualmente endeble (la teología cristiana de la Edad Media,
entre San Agustín y los teólogos del siglo XI, fue, en su bases mismas, “neoplatónica” –
a partir del siglo XII la influencia principal desde la que se desplegó la teología cristiana
fue Aristóteles).
Plotino
Un ejemplo más que apunta a la relevancia e interés de esta disputa: hoy día, en la física
(en concreto en la mecánica cuántica) se admite ciertos niveles de “indeterminación”
(algo que nunca se admitía en la física moderna de carácter mecanicista –y es por eso por
lo que algunos autores señalan que el primer antecedente de estas ideas tan novedosas
están en autores que proceden del epicureísmo –por ejemplo, en Lucrecio y su libro De
rerum natura, etc.).
Los griegos en general -no solo los estoicos- insisten en que lo divino es lo perfecto, lo
supremo, lo autosuficiente, lo acabado y completo (así por ejemplo Aristóteles califica a
las estrellas de "divinas" porque no están compuestas de materia y de forma sino de un
quinto elemento, el "éter", y su movimiento en el firmamento o la bóveda celeste es
"circular", etc.). ¿Por qué califican los estoicos de "divino" al orden cósmico inmutable y
estrictamente gobernado por una ley implacable? Porque lo perfecto es el Orden y lo
imperfecto el desorden (los estoicos rechazan el azar -eso que afirmaban por su parte los
epicúreos en su física, en la que la necesidad está mezclada y conjugada con la
contingencia). Teniendo en cuenta esto es claro que el estoicismo es un panteísmo.
Hay una célebre frase en la que se advierte la impronta estoica (en ella es visible, de
un modo tenue y peculiar, un cierto sesgo "panteísta" -así lo percibieron ciertos grupos
gnósticos de los primeros siglos de nuestra era que la acogieron de un modo 'heterodoxo').
Me refiero a la frase del evangelio de San Juan: "El Verbo (Lógos) se hizo carne y habitó
entre nosotros"; esta tesis, empapada de estoicismo, adaptó una afirmación estoica para
explicar y dar a entender un Dios que "se encarna" (prometiéndole al mundo un orden
eterno en el que se superará toda imperfección). En el estoicismo el Orden fijo y rígido
del mundo es el "Lógos" (la ley, el orden, la medida, la proporción, la regularidad), y este
"Lógos divino" lo atraviesa y penetra todo (y por eso puede decirse que "habita entre
nosotros" pues está en todas partes: en el macrocosmos y en el microcosmos). En el caso
del estoicismo que el “logos se hace carne” solo quiere indicar que el ‘orden del mundo’
le pertenece al propio mundo y no es un orden que sea inducido desde fuera por una
instancia anterior y superior (esta es la tesis del cristianismo: Dios es previo al mundo y
al crearlo lo ordena de un modo fijo y definitivo –y es aquí donde la teología cristiana
asimila elementos de Platón y de Aristóteles, concretamente la tesis de un único ‘mundo
de las Ideas’ o un mundo de las Esencias, etc.). Hoy día en los 'debates', en el terreno de
la biología, entre los creacionistas y los defensores del darwinismo, por poner un ejemplo,
se están contraponiendo estas posiciones que acabo de mencionar.
En definitiva: que, tal y como sostienen los estoicos, el Orden (Lógos) sea ‘perfecto’
solo indica que es implacable, inapelable, enteramente necesario (es un Orden
Determinista, en definitiva). Pero esto no implica que, por así decirlo, “todo sea
maravilloso o magnífico”: es tan maravilloso (y digno de admiración –la regularidad, el
orden, etc.) como terrible (como bien se ve en el ‘microcosmos’ donde se desarrolla la
vida humana). Por eso el sabio estoico –en su búsqueda de una felicidad precaria- es el
que acepta con templanza “lo que le viene”, y esto es a veces bueno y a veces malo; ¿por
qué? Porque considera que ‘hacer otra cosa’ (agitarse ‘poniendo el grito en el cielo’ o
algo así) es tan inútil como contraproducente.
La teoría de las categorías propuesta por la escuela estoica tiene dos vertientes: una
lógica y otra ontológica.
En la vertiente lógica las categorías tienen que ver con los juicios (los estoicos, por su
parte, desarrollaron la ciencia de la lógica de un modo distinto al de Aristóteles).
En la vertiente ontológica las categorías se refieren a los entes, a las cosas, a lo real, a
la realidad.
Por último, decir que los estoicos sostenían que hay cuatro categorías (ni una más ni
una menos). Éstas son:
La tercera categoría alude a los modos de ser (contingente, necesario, imposible, etc.);
por ejemplo: “necesariamente los ángulos de un triángulo suman ciento ochenta grados”,
“probablemente mañana llueva”, etc.
La cuarta categoría alude a los modos relativos, es decir: a las relaciones entre
substancias (“la mesa es más grande que la silla”, “el libro de texto está a la izquierda de
la carpeta”, etc.).
Vamos con un ejemplo en el que sea claro que “causa” es una “relación” (y no una
“propiedad” de algo aislado o separado de lo demás).