Discurso Político y Distintas Categorías de Destinatarios
Discurso Político y Distintas Categorías de Destinatarios
Discurso Político y Distintas Categorías de Destinatarios
El discurso político, de carácter persuasivo, pone en juego una extensa variedad de componentes
cotextuales (regularidades internas al texto) y contextuales, relacionadas con la producción, la
circulación y la recepción. Las tácticas y estrategias retóricas utilizadas se adaptan a la materia
enunciada (apelación, provocación, intimidación, etc.) con el objetivo de captar la atención del
receptor, involucrarlo en el sistema de valores que se defienden y, quizá, antes que nada,
disuadirlo de una opinión distinta. Esto se da en un ritual comunicativo que reconoce diferentes
fuerzas simbólicas, estatutos de enunciadores; en definitiva, competencias que regulan la
circulación del discurso, le plantean restricciones y posibilidades y colaboran en incluir los textos
en clases y géneros.
Con palabras de E. Verón, se podría decir que las gramáticas de producción se determinan por los
medios que transportan la palabra política, en las que generalmente un enunciador singular toma
el discurso y se instituye en representante de un conjunto. El discurso político dispone de una
enorme variedad de contextos situacionales: el parlamento, las asambleas sociales, televisión,
plaza pública, la misma calle. Estos ámbitos condicionan el diseño del discurso y privilegiarán en
mayor o menor medida distintos elementos, lingüísticos y paralingüísticos. (…)
Hay un primer problema sobre el cual se llamó la atención desde los primeros trabajos a propósito
del discurso político. (…) Es evidente que el campo discursivo de lo político implica un
enfrentamiento, relación con un enemigo, lucha entre enunciadores. Se ha hablado, en este
sentido, de la dimensión polémica del discurso político. La enunciación política parece inseparable
de la construcción de un adversario. (…)
La cuestión del adversario significa que todo acto de enunciación política supone necesariamente
que existen otros actos de enunciación, reales o posibles, opuestos al propio. En cierto modo todo
acto de enunciación política a la vez es una réplica y supone (o anticipa) una réplica.
Metafóricamente podemos decir que todo discurso político está habitado por Otro negativo. Pero,
como todo discurso el político construye también Otro positivo, aquel al que el discurso está
dirigido. En consecuencia, de lo que se trata en definitiva es de una suerte de desdoblamiento que
se sitúa en la destinación. Podemos decir que el imaginario político supone no menos de dos
destinatarios: un destinatario positivo y un destinatario negativo. El discurso político se dirige a
ambos al mismo tiempo. (…)
Al construir su destinatario positivo y negativo, el enunciador político entra en relación con ambos.
El lazo con el primero reposa en lo que podemos llamar la creencia presupuesta. El destinatario
positivo es esa posición que corresponde a un receptor que participa de las mismas ideas, que
adhiere a los mismos valores y persigue los mismos objetivos que el enunciador: el destinatario
positivo es antes que nada el partidario. Hablaremos, en su caso, de prodestinatario. La relación
entre el enunciador y el prodestinatario cobra, en el discurso político, la forma característica de
una entidad que llamaremos colectivo de identificación. El colectivo de identificación se expresa en
el ‘nosotros’ inclusivo.
El destinatario negativo está, por supuesto, excluido del colectivo de identificación: esta exclusión
es la definición misma del destinatario negativo. Al destinatario negativo lo llamaremos
contradestinatario. El lazo con éste reposa, por parte del enunciador, en la hipótesis de una
inversión de la creencia: lo que es verdadero para el enunciador es falso para el contradestinatario
e inversamente; o bien: lo que es bueno para el enunciador es malo para el contradestinatario; o
bien: lo que es sinceridad para el enunciador es mala fe para el contradestinatario, etc. En verdad,
ese “otro” discurso que habita todo discurso político no es otra cosa que la presencia, siempre
latente, de la lectura destructiva que define la posición del adversario.
Pero el análisis del discurso político en un contexto democrático revela la presencia de un tercer
tipo de destinatario. Este “tercer hombre” resulta de una característica estructural del campo
político en las democracias parlamentarias occidentales, a saber, la presencia de sectores de la
ciudadanía que se mantienen, en cierto modo, “fuera de juego” y que, en los procesos electorales,
son identificados habitualmente como los “indecisos”: si votan, deciden su voto a último
momento. Si la “figura” del prodestinatario está asociada a la presuposición de creencia, y la del
contradestinatario a una inversión de la creencia, la posición de los “indecisos” tiene, en el
discurso político, el carácter de na hipótesis de suspensión de la creencia. Designaremos esta
posición como la posición del paradestinatario. Al paradestinatario va dirigido todo lo que en el
discurso político es del orden de la persuasión. (…)
Una primera gran distinción que debe establecerse en el ámbito de la recepción es la que opone la
figura del alocutario a la de los no- alocutarios.
El alocutario puede ser individual o grupal, puede ser un personaje real, virtual o ficticio, puede ser
nominal o anónimo. Puede tener o no la posibilidad de responder al locutor, y su respuesta, en
caso de producirse, puede ser inmediata o diferida. Por último, y si bien por su naturaleza
enunciativa forma parte constitutiva de la relación de interlocución (y es eso –reiterémoslo-lo que
cuenta en la definición de alocutario), en la situación comunicativa real el individuo designado
como tal puede estar o no físicamente presente. Teniendo en cuenta estos parámetros
(presencia/ausencia, locuencia/no locuencia), es posible distinguir diferentes clases de receptores
alocutarios.
(…)
Pero, el alocutario no es el único tipo de receptor posible del mensaje del locutor. Otros
receptores, no alocutarios, deben ser tenidos en cuenta. Siguiendo a Kerbrat_Orecchioni, y dentro
de esta categoría no alocutaria se distinguen destinatarios indirectos (previstos) y receptores
adicionales (no previstos) y además, un último tipo de receptor no alocutario, los destinatarios
encubiertos.
Destinatario indirecto
Receptores adicionales
Muy diferente es el caso de los receptores adicionales. A diferencia de los destinatarios indirectos
(con quienes comparten el status de no alocutarios), estos no están previstos por el locutor por lo
que su presencia (posible, por cierto) no deja ninguna huella en el discurso. De hecho, este tipo de
receptores no entra dentro de la categoría de destinatarios.
Destinatario encubierto
Característico fundamentalmente (pero no sólo) del discurso político, este destinatario puede
definirse como aquel personaje discursivo que a lo largo del discurso es constituido como no-
persona, como el Tercero del que se habla pero al que, sin embargo, se le destinan actos de habla
(de advertencia, de amenaza o de desautorización de voz) ocultos en complejos ilocucionarios. Por
“complejos ilocucionarios” se entienden aquellos enunciados en los que se presenta una
pluralidad de fuerzas ilocucionarias -diferentes acciones susceptibles de ser realizadas a través del
lenguaje- dirigidas simultáneamente a distintos destinatarios) (…)
Este último protagonista (los adversarios) puede recibir en los diferentes discursos distinto
tratamiento enunciativo. Variadas son las estrategias para aludir o dirigirse a ellos, pero todas
coinciden en que nunca se los constituye más que como el tercero discursivo. De tal manera, no
entran en el circuito comunicativo, no se les da voz y por lo tanto tampoco derecho a réplica pues,
en la superficie del enunciado, no se les está hablando: nunca hay interpelación en segunda
persona ni inclusión en el colectivo de identificación (i.e. nosotros inclusivo).
“Los que ingenuamente piensan que pueden copar nuestro Movimiento o tomar el poder que el
Pueblo ha reconquistado, se equivocan…” (Complejo ilocucionario: una primera fuerza de
aserción “se equivocan” aparece dirigida a un destinatario explícito definido al comienzo del
discurso por el vocativo inicial “Compañeros”. Pero al mismo tiempo, el enunciado vehiculiza otra
forma elocucionaria: interpretado como advertencia, el enunciado debe ser leído como dirigido a
otros destinatarios, los encubiertos.)
“Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales
que por ese camino van mal. Así, aconsejo, a todos ellos tomar el único camino genuinamente
nacional…” (Oculta en complejos ilocucionarios, la segunda fuerza destinada a los encubiertos
puede, en ocasiones, hacerse más explícita.)
“Quien altere este principio de la convivencia, sea de un lado o de otro, será enemigo común
que debemos combatir sin tregua…”
Conozco perfectamente lo que está ocurriendo en el país. Los que crean lo contrario, se
equivocan.” (Las formas de tercera persona del singular o del plural. En esta persona también es
habitual la aparición de construcciones sintácticas –proposiciones sustantivas subjetivas-
encabezadas por los pronombres quien/ es el / los que seguidos por verbos en subjuntivo o, en su
defecto (aunque mucho menos habitual) en indicativo.)
No es gritando la vida por Perón que se hace la Patria, sino manteniendo el credo por el cual
luchamos.” (El recurso de la negación.)
“Un pueblo asombrado los contempla y espera. ¿No comprenden cuán harto está este pueblo de
desorden? (Formas verbales que presentan ambigüedad entre segunda y tercera persona del
plural.)
Fuera del ámbito del discurso político (…) Imaginemos un reportaje televisivo en el que el jefe de
policía a cargo de la investigación de un terrible crimen declara al periodista que lo interroga:
“Los responsables ya han sido identificados y en pocas horas más la policía procederá a su
arresto.”
Ficha elaborada a parir de García Negroni, María Marta y Tordesillas Colado, Marta, La enunciación
en la lengua. De la deixis a la polifonía, Madrid, Gredos, 2001