La Adoración Que Agrada A Dios Juan 4 - 20 24
La Adoración Que Agrada A Dios Juan 4 - 20 24
La Adoración Que Agrada A Dios Juan 4 - 20 24
Introducción
Durant e su conversación con la samarit ana, el Señor abordó el t ema de la adoración con una amplit ud y profundidad
complet ament e nuevas. De est a manera cont est ó a las inquiet udes de la mujer, dejándonos t ambién a nosot ros una
información muy valiosa que necesit amos para poder ofrecer a Dios una adoración que sea de su agrado. Porque no
debemos olvidar que adorar a Dios es un asunt o muy serio que no podemos t omar a la ligera. Y el pasaje que vamos a
est udiar nos adviert e de la posibilidad de creer que est amos adorando a Dios, cuando en realidad lo que hacemos puede ser
ot ra cosa muy dist int a. Por ejemplo, el Señor descalificó la adoración de los samarit anos cuando le dijo a la mujer: "vosot ros
adoráis lo que no sabéis". Por lo t ant o, es import ant e que aprendamos por su Palabra cómo debemos hacerlo para no
comet er errores similares.
A cont inuación haremos algunas aclaraciones sobre lo que es la adoración, cuáles son sus caract eríst icas a la luz de la
Biblia, y consideraremos t ambién la enseñanza que Jesús dio sobre el t ema a la mujer samarit ana.
1. ¿Qué es la adoración?
Adorar a Dios es la act ividad más noble, elevada e import ant e que el ser humano puede realizar. Fuimos creados para eso, y
cuando el hombre pecó rompiendo así su relación con Dios, él envió a su propio Hijo con el fin de redimirnos para que
pudiéramos ser nuevament e verdaderos adoradores. Est o es lo que Jesús quería dar a ent ender a la mujer cuando le dijo: "el
Padre t ales adoradores busca que le adoren". Tan import ant e es el t ema, que la adoración será nuest ra act ividad principal
durant e t oda la et ernidad. Lo podemos comprobar con frecuencia en el libro de Apocalipsis, donde t odos los seres
celest iales adoran a Dios sin cesar.
(Ap 4:8-11) "Y los cuat ro seres vivient es t enían cada uno seis alas, y alrededor y por dent ro est aban llenos de ojos; y no
cesaban día y noche de decir: Sant o, sant o, sant o es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de
venir. Y siempre que aquellos seres vivient es dan gloria y honra y acción de gracias al que est á sent ado en el t rono, al
que vive por los siglos de los siglos, los veint icuat ro ancianos se post ran delant e del que est á sent ado en el t rono, y
adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delant e del t rono, diciendo: Señor, digno eres de
recibir la gloria y la honra y el poder; porque t ú creast e t odas las cosas, y por t u volunt ad exist en y fueron creadas."
Ahora bien, cuando nos pregunt amos qué es la adoración, encont ramos que, como es habit ual en la Biblia, ést a no nos
ofrece ninguna definición, sino que su forma de enseñarnos es most rándonos numerosos ejemplos de personas que
adoraban a Dios con el fin de que a t ravés de ellos podamos aprender cómo debemos hacerlo nosot ros.
Así pues, lo primero que observamos en las Escrit uras es que un adorador es alguien que t iene una relación personal con
Dios al que ama int ensament e. Not emos por ejemplo cómo el rey David comenzaba el Salmo 18 expresando su amor a Dios:
"Te amo, oh Jehová", para inmediat ament e después invocarle porque reconocía que "es digno de ser alabado" (Sal 18:1-3).
Como no puede ser de ot ra manera, es nuest ro amor a Dios lo que nos lleva a adorarle. Aunque, por supuest o, est e amor es
una pobre respuest a al gran amor que hemos recibido de él (1 Jn 4:10). Por lo t ant o, si la adoración no surge como una
respuest a genuina de nuest ro amor a Dios, t odo lo que hagamos no pasará de ser simples rit os religiosos fríos y secos,
carent es de significado, y que de ninguna manera agradarán a Dios.
Ahora bien, t odos sabemos que el verdadero amor a Dios implica ent rega absolut a. El Señor nos enseñó que para amarle hay
que hacerlo con t odo el corazón, con t oda el alma y con t oda la ment e (Mt 22:37). Así pues, la adoración genuina implica la
ent rega de t odo lo que somos como una ofrenda de amor. Podemos encont rar una buena ilust ración de est o en el sacrificio
de los holocaust os que se realizaban en el Ant iguo Test ament o. La part icularidad que t enía est e t ipo de ofrenda era que el
animal se ofrecía complet ament e al Señor en olor grat o, a diferencia de los ot ros sacrificios en los que se reservaban
diferent es part es para los sacerdot es o el oferent e (Lv 3:1-9). Así que, podríamos decir que la adoración es una "ofrenda
del t odo quemada", donde el adorador no se queda nada para sí mismo, sino que se ent rega sin reservas a Dios,
consagrándole su vida ent era a él. Parece que el apóst ol Pablo t enía est e t ipo de sacrificio en ment e cuando exhort aba a
los crist ianos en Roma:
(Ro 12:1) "Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que present éis vuest ros cuerpos en sacrificio vivo,
sant o, agradable a Dios, que es vuest ro cult o racional."
Y si medit amos un poco más en est o, rápidament e nos daremos cuent a de que la expresión plena de est e t ipo de devoción
la encont ramos en Crist o cuando ent regó su vida al Padre en la Cruz:
(Ef 5:2) "Crist o nos amó, y se ent regó a sí mismo por nosot ros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragant e."
Por lo t ant o, adorar a Dios implica t ambién sumisión y obediencia. No podemos adorarle sin haber rendido previament e
nuest ra volunt ad ant e él para servirle en t odo cuant o nos manda. Ya hemos vist o un buen ejemplo de est o en el pasaje de
Apocalipsis ant es cit ado, en el que en una escena celest ial "los ancianos se post ran delant e del que est á sent ado en el
t rono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delant e del t rono" (Ap 4:10). El hecho de colocar
sus coronas a los pies del Señor es una forma de expresar su sumisión, reconocimient o y ent rega absolut a.
La conclusión de t odo est o es que no podemos reducir nuest ra adoración a unas bonit as expresiones de nuest ros labios,
porque ant es de que Dios escuche lo que decimos, primerament e mira nuest ros corazones. Est a fue la razón por la que
t ant o Jesús como los profet as del Ant iguo Test ament o t uvieron que reprender reit eradament e al pueblo de Israel:
(Mr 7:6) "Respondiendo él, les dijo: Hipócrit as bien profet izó de vosot ros Isaías, como est á escrit o: Est e pueblo de
labios me honra, mas su corazón est á lejos de mí."
Su problema consist ía en que cuando ofrecían su adoración a Dios, lo que decían sus labios no se correspondía con la
act it ud int erior de sus corazones. No había obediencia a su Palabra, lo que era una t rist e evidencia de su falt a de amor por
él (Jn 14:15).
Ahora bien, una vez que hemos señalado que la adoración surge de un corazón que ama y se ent rega complet ament e a la
volunt ad de Dios, hay que decir t ambién que le adoramos cuando nos dirigimos a él para expresarle la admiración que le
profesamos. Est o lo podemos hacer principalment e por medio de la oración y t ambién del cant o.
(He 13:15) "Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, frut o de labios que
confiesen su nombre."
Por supuest o, est a admiración surge y crece en nosot ros al considerar por medio de su Palabra cómo es él; su nat uraleza,
sus at ribut os, su caráct er y t ambién sus obras. Es ent onces cuando nos rendimos a él mient ras nos deleit amos en
cont emplar de forma reverent e su gloria.
También es import ant e aclarar que la adoración va más allá de nuest ras acciones de gracias por sus bendiciones recibidas.
Debemos not ar la diferencia ent re adoración y acción de gracias. Porque mient ras que en la acción de gracias el foco de
nuest ra at ención est á en las cosas que hemos recibido de Dios, en la adoración la at ención se cent ra en lo que Dios mismo
es.
Podemos pensar en una sencilla ilust ración que nos puede ayudar a ent enderlo mejor: Imaginemos unos novios que han
quedado para verse. En un moment o el chico saca un precioso anillo que le regala a su novia. Inmediat ament e la muchacha
mira el regalo fascinada mient ras se lo pone en el dedo y le da las gracias a su novio. Pero según va pasando el t iempo, el
anillo pasa a un segundo plano y t oda la at ención de la chica vuelve a est ar puest a nuevament e en su amado, en quien no ve
más que virt udes.
Y de la misma manera, nosot ros t ambién est amos maravillados de la gracia de Dios sobre nosot ros y de sus muchas
bendiciones, pero más import ant e que cualquiera de ellas, es Dios mismo, a quien admiramos y adoramos por quién es él. En
est e sent ido el apóst ol Pedro hizo un breve resumen de nuest ra nueva posición en Crist o, pero no se det uvo ahí, sino que
expresó que t odo est o que hemos recibido por gracia nos debe llevar a "anunciar sus virt udes" en un espírit u de aut ént ica
adoración.
(1 P 2:9) "Mas vosot ros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación sant a, pueblo adquirido por Dios para que
anunciaseis las virt udes de aquel que os llamo de las t inieblas a su luz admirable."
Tenemos que t ener mucho cuidado con est o, porque con facilidad nos det enemos pensando en lo que ahora somos en
Crist o y en cuánt as bendiciones hemos recibido de él, y no llegamos a adorarle por lo que Dios mismo es. Si queremos ser
verdaderos adoradores t enemos que dejar de pensar en nosot ros mismos para concent rar t oda nuest ra at ención en quién
es Dios.
Ya hemos dicho que en la Biblia encont ramos dos maneras principales de adorar a Dios: por medio de la oración y t ambién
con el cant o. En el libro de los Salmos, que podríamos decir que servía de "himnario" para los creyent es del Ant iguo
Test ament o, encont ramos la let ra de muchos cánt icos de adoración. Por ciert o, est e es el libro más largo de la Biblia, lo
que nos da una idea de la import ancia que Dios da a la música.
Sin embargo, habiendo dicho est o, hay que decir t ambién que es un error limit ar la adoración exclusivament e al cant o,
porque t ambién encont ramos ot ras muchas ocasiones a lo largo de la revelación bíblica en las que diferent es personas
adoraron a Dios por medio de sus oraciones.
Y por ot ro lado, no t odas las canciones que cant amos son de adoración y alabanza a Dios. Y aunque en muchos círculos se
asocia "la alabanza" con el periodo dedicado a la música, est o no es exact o. Hay himnos en los que el t ema es la confesión,
o la pet ición de prot ección, o la acción de gracias por algún don recibido... pero no la adoración. Así que, si buscamos adorar
a Dios con nuest ra música, será necesario elegir bien las canciones, prest ando especial at ención a su let ra.
Además, la música, como t odas las cosas buenas que Dios ha creado, se pueden usar de una forma inapropiada. Y no cabe
duda de que el uso de la música en la adoración a Dios conlleva varios peligros de los que ninguno est amos libres.
Reflexionemos sobre algunos de ellos:
En primer lugar, en algunas cult uras es muy fácil dejarse llevar por el rit mo de la música sin pensar en nada de lo que
dice su let ra. En ot ros casos podemos t ararear canciones crist ianas "pegadizas" sin reflexionar en ningún moment o
en su cont enido. Ot ras veces la música t iene rit mos t an "fuert es", que es casi imposible ent ender su let ra. En
t odos est os casos, no es posible t ener una experiencia de int imidad con el Señor que nos lleve a una aut ént ica
adoración. Debemos recordar la exhort ación del salmist a: "Cant ad con int eligencia" (Sal 47:7). Porque cant ar o
escuchar música crist iana sin prest ar at ención a lo que se dice, no es algo que debamos ident ificar con la
adoración.
En segundo lugar, y es muy t rist e decirlo, parece que muchas veces los crist ianos se fijan más en los cant ant es
que en Dios mismo. Parecen sent ir por ellos una fascinación similar a la que los del mundo t ienen por sus ídolos
musicales. Pero el t iempo de adoración no es para exhibirnos a nosot ros mismos, o los dones que Dios nos ha dado,
sino para dirigir nuest ras miradas hacia Dios. Siempre exist e la t ent ación de convert ir esos dones y t alent os en el
cent ro de la adoración, usurpando así el lugar que legít imament e sólo le corresponde al Señor. Los cant ant es
crist ianos t ienen una gran responsabilidad en est e punt o.
En t ercer lugar, algunos cant ant es crist ianos, conocidos act ualment e como "los grandes adoradores", son
responsables del t remendo empobrecimient o de mucha de la adoración que hoy se ofrece a Dios por medio de la
música. Sólo hay que ver la pobreza de sus let ras, que en muchos casos sólo consist e en unas sencillas frases que
se repit en indefinidament e. Est a escasez de t érminos y concept os en la adoración no t iene nada que ver con la
riqueza que brot a de las Sagradas Escrit uras.
En cuart o lugar, t ambién exist e el peligro de pensar que Dios est á más present e en nuest ra adoración cuando
cont amos con buenos medios t écnicos, bien sea de sonido, iluminación, coros, cant ant es famosos... Pero eso no
es ciert o. De hecho, est o nos puede llevar fácilment e a la arrogancia. El profet a Isaías nos ha dejado un hermoso
versículo que conviene recordar en relación a est o: "Así dijo el Alt o y Sublime, el que habit a la et ernidad, y cuyo
nombre es el Sant o: Yo habit o en la alt ura y la sant idad, y con el quebrant ado y humilde de espírit u, para hacer vivir
el espírit u de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrant ados" (Is 57:15). A Dios no le impresiona
nuest ra super organización, porque él es el Alt o y Sublime, el que habit a la et ernidad. Y su presencia en nuest ras
vidas sólo est á garant izada por un corazón quebrant ado y humilde ant e él.
En quint o lugar, en muchas ocasiones se han sust it uido los himnos congragacionales que t odos los creyent es
podían cant ar junt os, por ot ro t ipo de canciones que sólo pueden ser cant adas por un int erpret e sobre un
escenario. Est o priva a la iglesia de ident ificarse adecuadament e con la adoración, dejándola en manos de los
"profesionales", mient ras que el rest o de la congregación sólo puede dar palmas y aguant ar de pie por largos
periodos de t iempo sin poder hacer ot ra cosa.
En sext o lugar, a nadie se le escapa el hecho de que en el día de hoy la música crist iana se ha convert ido para
algunos cant ant es en un import ant e negocio que no sólo les report a grandes beneficios económicos, sino t ambién
fama y popularidad similares a las de los cant ant es del mundo. Y con el fin de ampliar su mercado, no dudan en
imit ar los rit mos mundanos o de alt ernar canciones dedicadas al Señor con ot ras de caráct er t ot alment e profano.
Ahora bien, habiendo considerado algunos de los peligros que puede haber cuando se ut iliza la música en la adoración,
debemos volver a enfat izar que su uso correct o no debe ser nunca despreciado. Por el cont rario, aunque no necesit amos la
música para adorar a Dios, sin embargo, la Biblia nos enseña que es un aspect o import ant e de nuest ra relación con él. Como
ya hemos dicho, t odo el libro de los Salmos es un buen ejemplo de est o. Y en nuest ro t iempo es muy import ant e que el
Señor siga levant ando a hermanos con dones que sean capaces de crear nuevas composiciones musicales que nos ayuden
en nuest ra alabanza a Dios por medio del cant o.
Aunque est o es obvio, siempre debemos recordar que sólo podemos dirigir nuest ra adoración a Dios. Es import ant e que
t engamos cuidado con est o. No olvidemos que Dios es celoso y no comport e la adoración de su pueblo con nadie más.
(Is 42:8) "Yo Jehová; est e es mi nombre; y a ot ro no daré mi gloria, ni mi alabanza a escult uras."
(Ex 34:14) "Porque no t e has de inclinar a ningún ot ro dios, pues Jehová, cuyo nombre es Celoso, Dios celoso es."
Dios t iene que ser el cent ro de nuest ra adoración, y t odo lo demás debe quedar en un plano secundario. Es más, en últ imo
t érmino, no necesit amos ninguna ot ra cosa para adorar a Dios.
Ahora bien, ¿por qué decimos est o que parece t an evident e? Bueno, porque siempre que queremos hacer algo para el Señor,
el camino est á lleno de t ent aciones. Por ejemplo, como ya hemos señalado, es relat ivament e fácil que el líder de alabanza
se conviert a en el cent ro de la adoración, o que nuest ra adoración est é enfocada más en el hombre que en Dios,
gloriándonos de nuest ra nueva posición ant e Dios en lugar de mirar a Crist o y su obra en la cruz por medio de la cual hemos
recibido t odo lo que somos y t enemos.
En est e punt o es import ant e decir t ambién que la cruz de Crist o debería t ener un lugar cent ral no sólo en nuest ra vida y
servicio, sino t ambién en nuest ra adoración. Sin la obra de la cruz, nosot ros t odavía est aríamos bajo la ira de Dios, expuest os
al juicio y a la condenación. Es por la cruz que hemos encont rado la reconciliación con Dios y es allí donde podemos apreciar
de forma t ot alment e nít ida cómo es Dios. El apóst ol Pablo expresó con claridad el lugar cent ral que la cruz ocupaba en su
minist erio y adoración:
(Ga 6:14) "Pero lejos est é de mí gloriarme, sino en la cruz de nuest ro Señor Jesucrist o"
Así pues, la adoración debe est ar cent rada en Dios y en la obra suprema de Crist o en la cruz. Sin embargo, debemos decir
aquí que lament amos cómo la cruz ha ido desapareciendo de muchas de las canciones de adoración crist iana. Se habla
mucho del t riunfo de Crist o, de su exalt ación en gloria, de su majest ad... y aunque t odo es complet ament e ciert o y lo
suscribimos sin reservas, nunca deberíamos olvidar que Jesús fue "coronado de gloria y de honra, a causa del padecimient o
de la muert e" (He 2:9). Los profet as del Ant iguo Test ament o anunciaron "los sufrimient os de Crist o, y las glorias que
vendrían t ras ellos" (1 P 1:11). Y las huest es celest iales adoran al Cordero que fue inmolado (Ap 5:12). Toda adoración que
no t ome en cuent a la obra de la cruz siempre será pobre e incomplet a.
Por ot ro lado, t ampoco debemos olvidar que es imposible honrar al Padre sin honrar al Hijo.
(Jn 5:23) "Para que t odos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió."
Nunca est á de más hacer énfasis en est a gran verdad, máxime cuando hay grupos llamados crist ianos que niegan la
nat uraleza divina del Hijo y que por lo t ant o no le adoran como Dios. Pero como vemos, la Palabra nos enseña lo cont rario:
"que t odos honren al Hijo como honran al Padre". Encont ramos numerosos ejemplos de est o en personas que durant e el
minist erio t errenal de Jesús le adoraron, lo que era especialment e significat ivo si t enemos en cuent a que la mayoría de
ellos eran judíos monot eíst as que de ninguna manera habrían hecho algo parecido con nadie que no fuera Dios. Veamos
algunos ejemplos:
(Mt 2:11) Los magos venidos de orient e adoraron a Jesús cuando lo encont raron en Belén. Y
(Mt 14:33) Los discípulos le adoraron cuando subió a la barca después de haber calmado la t empest ad.
(Mt 28:8) Las mujeres que habían ido a la t umba le adoraron después de su resurrección.
(Mt 28:17) También los once discípulos le adoraron cuando le vieron resucit ado.
(Jn 9:38) Un ciego sanado por el Señor t ambién le adoró.
por últ imo, quizá debemos añadir una reflexión acerca de la adoración que la Iglesia Cat ólica ofrece a la virgen María. En
cuant o a est o, ya hemos dicho que Dios es celoso y no compart e su gloria con nadie más. Quien se at reva a hacerlo t endrá
que darle cuent as por ello. Además, no encont ramos ni un solo ejemplo en la Biblia en la que los crist ianos dieran cult o a
María, ni que t ampoco le at ribuyeran ninguno de los t ít ulos con los que el cat olicismo pret ende honrarle, dándole a veces
más import ancia a ella que al mismo Hijo de Dios.
Debemos decir t ambién que est e reconocimient o de la dignidad absolut a de Dios que hacemos por medio de la adoración
no es una act ividad opt at iva. Dios est á buscando que su pueblo sea un pueblo de adoradores, que anuncian las virt udes de
aquel que los llamó de las t inieblas a su luz admirable (1 P 2:9). Tan import ant e es el t ema, que aparece una y ot ra vez a lo
largo de t oda la Biblia.
Todo comenzó en el huert o del Edén cuando el hombre decidió que iba a dejar de adorar a Dios.
Post eriorment e Dios llamó a Abraham de Ur de los caldeos para formar a part ir de él un pueblo que dejando los
dioses paganos que había en su ent orno, adoraran al único Dios verdadero. De est a manera, t ant o Abraham, como
su hijo Isaac o Jacob, se caract erizaron por ser hombres de t ienda y alt ar, es decir, peregrinos y adoradores.
En el libro de Éxodo vemos que Dios envió a Moisés para liberar a Israel de la esclavit ud de Egipt o y que de est a
manera pudieran adorarle. En est e sent ido es int eresant e not ar la lucha que Faraón sost uvo con Moisés con el
propósit o de impedir que el pueblo fuera adorar a Dios. Primero se negó a ello con t ot al rot undidad, pero después
de que las diversas plagas fueron haciendo mella en él, fue cediendo, pero siempre poniendo condiciones: en
principio obligándoles a ofrecer sus sacrificios a Dios dent ro de la t ierra de Egipt o (Ex 8:25-27), luego dejando que
sólo fueran los varones del pueblo (Ex 10:8-11), más t arde impidiéndoles que llevaran animales para el sacrificio (Ex
10:24-26), hast a que finalment e, como no podía ser de ot ra manera, Dios ganó el pulso a Faraón y ést e les dejó
salir sin condiciones para que adoraran a su Dios fuera de Egipt o con t odo lo que eran y t enían.
En su viaje por el desiert o Dios les dio la Ley junt o con diversas inst rucciones acerca de cómo debían adorarle.
Además les mandó const ruir un t abernáculo donde Dios manifest aba su gloria en medio de su pueblo.
Más adelant e, vemos a lo largo de t odos los libros hist óricos y profét icos del Ant iguo Test ament o el énfasis y la
import ancia que la adoración t enía en la vida del pueblo de Israel. En relación a est o, el rey David jugó un papel muy
import ant e, porque t uvo en su corazón edificar una casa permanent e a Dios donde su pueblo pudiera adorarle. Y
aunque él no pudo mat erializar el proyect o, dejó t odo preparado para que su hijo Salomón lo llevara a cabo. Est e
ejemplo fue seguido t ambién por algunos de los reyes que les sucedieron en el t rono, pero en cont rast e con est o,
debemos subrayar el pecado de Jeroboam, el rey que hizo pecar a Israel al levant ar dos lugares de adoración
idolát rica, lo que sirvió para que el pueblo abandonara el cult o a Jehová. Muchos fueron los profet as que
denunciaron su pecado y que hicieron un llamamient o a la nación para que se volvieran a la adoración al único Dios
verdadero. Desgraciadament e no t uvieron éxit o, y por su insist encia en seguir a los dioses paganos, la nación fue
llevada en caut iverio; Israel a Asiria y Judá a Babilonia.
El Señor Jesucrist o cont inuó en la misma línea que los profet as del Ant iguo Test ament o, denunciando en el mismo
t emplo la falsa adoración que Dios est aba recibiendo. Él llegó a decir que los religiosos de su t iempo habían
convert ido la casa de Dios en una cueva de ladrones (Mt 21:13), lo que le acarreó el odio homicida de los líderes
religiosos de Israel.
Los apóst oles que predicaron el evangelio en medio de cult uras paganas, t uvieron como objet ivo reconciliar a los
hombres con el único Dios verdadero, a fin de que se volvieran adoradores suyos. Pablo exhort aba a los idólat ras
de List ra de est a manera: "Os anunciamos que de est as vanidades os convirt áis al Dios vivo, que hizo cielo y la
t ierra, y t odo lo que en ellos hay" (Hch 14:15). Y en ot ro lugar, el mismo apóst ol denunció a los paganos en Roma
porque "habiendo conocido a Dios no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias", sino que "cambiaron la verdad
de Dios por la ment ira, honrando y dando cult o a las criat uras ant es que al Creador" (Ro 1:21-25). Y est a act it ud del
hombre siempre at rae sobre él la ira de Dios.
En el libro de Apocalipsis vemos que la act ividad const ant e en el cielo es la adoración. De hecho, est e libro nos
enseña que el act o que det ermina nuest ro dest ino final es la adoración: ¿Adoraremos a Dios o a la best ia y a su
imagen? Todos adoramos algo, aunque no nos demos cuent a de ello. Si no adoramos a Dios, adoraremos a algo o
alguien más. Y en Apocalipsis vemos que el final de nuest ra hist oria se decide por la cuest ión de a quién adoramos.
Queda claro a lo largo de t oda la revelación bíblica, que el propósit o por el que hemos sido creados y redimidos es para que
seamos adoradores de Dios. Y como decíamos, est a no es una act ividad opcional, sino que como hacía el rey David,
debemos exhort arnos cont inuament e a nosot ros mismos para adorarle:
(Sal 103:1-2) "Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga t odo mi ser su sant o nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no
olvides ninguno de sus beneficios."
Muchos crist ianos asumen que det erminadas reuniones de la iglesia guardan una relación especial con la adoración, y sin
duda, est o es t ot alment e correct o. Pero cabe la posibilidad de caer en la equivocación de pensar que sólo en esas
reuniones podemos adorar a Dios. Pensar así sería un grave error, porque Dios espera que en cada moment o de nuest ras
vidas le adoremos. Por eso, junt o con nuest ro t iempo de oración diario debemos dedicar t iempo t ambién a la adoración.
En realidad, los cult os que dedicamos en la iglesia para alabar a Dios son un reflejo de lo que diariament e hacemos en la
int imidad con el Señor. Si no pasamos t iempo cada día adorando a Dios, nuest ros cult os serán fríos. Y no se puede hacer
responsable de est o exclusivament e al past or o al líder de alabanza. Cada creyent e debe ir preparado para adorar a Dios.
Recordemos la ordenanza en el Ant iguo Test ament o que prohibía que ningún israelit a se present ase delant e del Señor con
las manos vacías (Ex 23:15) (Ex 34:20). El t ipo de ofrendas podían variar; había becerros, ovejas, cabras o incluso palominos.
Una persona podía t raer desde un animal t an grande como un becerro, hast a uno t an pequeño como un palomino, pero de
ninguna manera podía ir con las manos vacías. Y ahora en nuest ro t iempo, no podemos llegar a la iglesia para ver que han
preparado los líderes, descargando sobre ellos t oda nuest ra responsabilidad de adorar a Dios. Cada uno de nosot ros
debemos implicarnos en ello, y para est o es imprescindible llegar preparados desde nuest ros hogares, habiendo pasado
t iempo cada día de la semana en la presencia del Señor.
6. Adoración y servicio
A veces la adoración puede parecer algo muy t eórico y abst ract o, pero de ninguna manera podemos ent enderlo así. El
Señor Jesús nos enseñó que adoración y servicio t ienen que ir ínt imament e ligadas.
(Mt 4:10) "Ent onces Jesús le dijo: Vet e, Sat anás, porque escrit o est á: Al Señor t u Dios adorarás, y a él solo servirás."
La adoración que no involucra nuest ro servicio a Dios no es verdadera. Hacerlo bien implica la ent rega a Dios de nuest ras
energías, t iempo, t rabajo, lealt ad, amor, t odo cuant o somos y t enemos.
(He 13:16) "Y de hacer bien y de la ayuda mut ua no os olvidéis; porque de t ales sacrificios se agrada Dios."
(Fil 4:18) "Pero t odo lo he recibido, y t engo abundancia; est oy lleno, habiendo recibido de Epafrodit o lo que enviast eis;
olor fragant e, sacrificio acept o, agradable a Dios."
Est os dos pasajes emplean los sacrificios del Ant iguo Test ament o para ilust rar que la ayuda mut ua ent re los creyent es
debe formar part e de la adoración que Dios desea recibir. Por lo t ant o, la adoración es algo muy práct ico.
Los profet as de la ant igüedad advirt ieron al pueblo de Israel que mucha de la adoración que ofrecían a Dios, él la aborrecía.
Veamos los fuert es t érminos en los que Dios expresó est o:
(Is 1:12-14) "¿Quién demanda est o de vuest ras manos, cuando venís a present aros delant e de mí para hollar mis at rios?
No me t raigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no
lo puedo sufrir; son iniquidad vuest ras fiest as solemnes. Vuest ras lunas nuevas y vuest ras fiest as solemnes las t iene
aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado est oy de soport arlas."
(Am 5:21-24) "Aborrecí, abominé vuest ras solemnidades, y no me complaceré en vuest ras asambleas. Y si me
ofreciereis vuest ros holocaust os y vuest ras ofrendas, no los recibiré, ni miraré a las ofrendas de paz de vuest ros
animales engordados. Quit a de mí la mult it ud de t us cant ares, pues no escucharé las salmodias de t us inst rument os.
Pero corra el juicio como las aguas, y la just icia como impet uoso arroyo."
La idea de que "t odo vale" en la adoración no sólo es falsa, sino que además es sumament e peligrosa.
Debemos t ener present e que el verdadero adorador siempre se acerca a Dios conscient e de su propia indignidad.
Recordemos las palabras del profet a Isaías cuando vio al Señor en su t rono alt o y sublime:
(Is 6:5) "¡Ay de mí! que soy muert o; porque siendo hombre inmundo de labios, y habit ando en medio de pueblo que t iene
labios inmundos, han vist o mis ojos al Rey, Jehová de los ejércit os."
O las de Job:
(Job 42:5-6) "De oídas t e había oído; mas ahora mis ojos t e ven. Por t ant o me aborrezco, y me arrepient o en polvo y
ceniza."
(Lc 5:8) "Viendo est o Simón Pedro, cayó de rodillas ant e Jesús, diciendo: Apárt at e de mí, Señor, porque soy hombre
pecador."
Nosot ros t ambién debemos recuperar est e sant o t emor y reverencia ant e el Señor, no olvidando que Dios es fuego
consumidor (He 12:28-28). Tomemos buena not a del caso Nadab y Abiú, los hijos del sumo sacerdot e Aarón, los cuales
ofrecieron fuego ext raño que Dios no les había pedido y fueron consumidos por él dent ro del mismo t abernáculo (Lv 10:2).
9. Beneficios de la adoración
No adoramos a Dios para ser bendecidos, pero indudablement e lo somos en la medida en que lo hacemos. No cabe duda de
que a t ravés de la adoración encont ramos gozo, bendición, sat isfacción y propósit o para nuest ras vidas.
Además, la adoración nos t ransforma y nos prepara para la vida et erna. Porque ya sabemos que ést a será nuest ra ocupación
primordial en el cielo, cuando nos unamos al coro de millones de seres que ya le est án adorando. Así que, la adoración nos
acerca más a lo que seremos et ernament e.
Y t ambién, en la medida que vamos creciendo en nuest ra adoración a Dios, nuest ra visión de quién es él se irá ampliando y
ensanchando, llegando a conocerle mucho mejor y de forma más personal.
Es probable que muchas personas piensen que Crist o llevó a cabo la obra de la cruz con el fin de librarnos de la condenación
et erna en el infierno, y sin duda est e es uno de los beneficios que recibimos t odos aquellos que creemos en él, pero sin
duda no es la met a final de nuest ra salvación. En nuest ro pasaje el Señor le explicó a la mujer samarit ana que lo que Dios
est aba buscando en últ imo t érmino eran aut ént icos adoradores. Est e era el objet ivo final de su misión. Para ent enderlo
correct ament e t enemos que remont arnos al comienzo de la hist oria del hombre, cuando haciendo uso de la libert ad que
Dios le había dado, decidió creer a la serpient e que le incit aba a comer del árbol prohibido con la falsa promesa de que
serían como Dios (Gn 3:5). Al hacerlo, el hombre y la mujer dejaron de t ener a Dios como el cent ro de sus vidas, usurpando
ellos mismos est a posición. En su nueva condición, dejaron de rendir su adoración a Dios, alejándose así de la razón por la
que habían sido creados. Est a act it ud t rajo graves consecuencias para t oda la raza, la más evident e fue la muert e, pero
t ambién dejó al hombre sin una verdadera razón para vivir, algo que desde ent onces produce una const ant e sensación de
vacío en el hombre. Ahora bien, la obra de Crist o en la cruz t iene el propósit o de rest aurar la relación del hombre con Dios,
no sólo perdonando sus pecados, sino t ambién volviendo a colocar a Dios en el cent ro de su vida, creando una correct a
relación donde el hombre nuevament e vuelva a adorarle como el único Dios verdadero. Así pues, t enemos que deducir que
el propósit o de la conversación que Jesús t uvo con la samarit ana t enía como finalidad llevarle a ser una verdadera
adoradora de Dios. Y por supuest o, est a debe ser t ambién nuest ra met a cuando predicamos el evangelio a las personas
inconversas.
Est e es el propósit o por el que el hombre fue creado, y no puede haber nada más noble y que llene su vida de una forma t an
plena como adorar a Dios. Sin embargo, el pecado ha t rast ornado gravement e nuest ros sent idos, de t al manera que incluso
después de convert irnos seguimos experiment ando dent ro de nosot ros mismos la t ensión que nos produce muchas veces
el querer seguir siendo el cent ro de nuest ras propias vidas. Est o se refleja incluso hast a en la forma en la que oramos, donde
manifest amos que en la mayoría de las ocasiones nuest ras preocupaciones y anhelos giran en t orno a nosot ros mismos.
Acudimos a Dios cargados con inmensas list as de pet iciones que en la mayoría de los casos t ienen como fin librarnos de
enfermedades, angust ias y problemas. Queremos recibir sus bendiciones y que nos prospere en t odo lo que hacemos. Y
aunque t odas est as cosas pueden ser legít imas, cuando el Señor nos enseñaba a orar, puso en primer lugar la gloria de Dios.
En (Mt 6:9-15) podemos not ar que ant es de que el Señor dijera que debemos pedir por el pan nuest ro de cada día, o por el
perdón de nuest ros pecados, o el ser librados de t ent ación, primero nos enseñó a buscar la gloria del Padre y el
cumplimient o de su volunt ad:
(Mt 6:9-10) "Vosot ros, pues, oraréis así: Padre nuest ro que est ás en los cielos, sant ificado sea t u nombre. Venga t u
reino. Hágase t u volunt ad, como en el cielo, así t ambién en la t ierra."
Con est o que decimos queremos most rar que la adoración no es algo que surge de forma nat ural del corazón humano, ni
siquiera del creyent e. De hecho, mucho de lo que llamamos adoración no es más que una expresión de lo cont ent os que
est amos con la nueva condición que ahora t enemos como creyent es. Pero nos cuest a mucho colocarnos a un lado para
cent rar t oda nuest ra at ención en Dios y en su gloria. Para hacerlo es imprescindible la obra regeneradora y sant ificadora del
Espírit u Sant o en nuest ras vidas, de ot ra manera nunca llegaremos a ser los adoradores que el Padre espera que seamos.
De t odo lo ant erior se deduce que los adoradores que Dios est á buscando son aquellos que han ent rado en una nueva
relación con él por medio de la fe en su Hijo. Est os son los adoradores que el Padre est á buscando. Porque mient ras que no
arreglemos nuest ra relación con Dios por medio de la conversión y seamos regenerados por su Espírit u Sant o, nuest ro
corazón seguirá est ando en rebeldía, buscando una y ot ra vez el volver a ser el cent ro de t oda la at ención. Y en esa
condición es imposible adorar a Dios.
A part ir de ahí Dios no est á ligado a edificios, sino a su pueblo, que forma un t emplo sant o en el Señor:
(Ef 2:19-22) "Así que ya no sois ext ranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los sant os, y miembros de la familia
de Dios, edificados sobre el fundament o de los apóst oles y profet as, siendo la principal piedra del ángulo Jesucrist o
mismo, en quien t odo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un t emplo sant o en el Señor; en quien vosot ros
t ambién sois junt ament e edificados para morada de Dios en el Espírit u."
Dios no sust it uyó el t emplo en Jerusalén por ot ro t emplo o iglesia en ot ra part e del mundo. Ahora los verdaderos
adoradores no se reúnen en un punt o geográfico concret o, o en un edificio, sino en t orno a una persona: el Señor Jesucrist o.
(Mt 18:20) "Porque donde est án dos o t res congregados en mi nombre, allí est oy yo en medio de ellos."
(Sal 24:3-4) "¿Quién subirá al mont e de Jehová? ¿Y quién est ará en su lugar sant o? El limpio de manos y puro de
corazón; el que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado con engaño."
Vez t ras vez los aut ores bíblicos insist en en que la adoración sin moralidad es t ot alment e desagradable a Dios:
(1 S 15:22) "¿Se complace Jehová t ant o en los holocaust os y víct imas, como en que se obedezca a las palabras de
Jehová? Ciert ament e el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prest ar at ención que la grosura de los carneros"
(Am 5:21,24) "Aborrecí, abominé vuest ras solemnidades, y no me complaceré en vuest ras asambleas? Pero corra el
juicio como las aguas, y la just icia como impet uoso arroyo"
(Is 1:11-17) "¿Para qué me sirve, dice Jehová, la mult it ud de vuest ros sacrificios? Hast iado est oy de holocaust os de
carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién demanda
est o de vuest ras manos, cuando venís a present aros delant e de mí para hollar mis at rios? No me t raigáis más vana
ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir; son
iniquidad vuest ras fiest as solemnes. Vuest ras lunas nuevas y vuest ras fiest as solemnes las t iene aborrecidas mi alma;
me son gravosas; cansado est oy de soport arlas. Cuando ext endáis vuest ras manos yo esconderé de vosot ros mis ojos;
asimismo cuando mult ipliquéis la oración, yo no oiré; llenas est án de sangre vuest ras manos. Lavaos y limpiaos; quit ad la
iniquidad de vuest ras obras de delant e de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio,
rest it uid al agraviado, haced just icia al huérfano, amparad a la viuda."
Y est o mismo es lo que Jesús denunció t ant as veces en el comport amient o de los fariseos. Asist ían a la sinagoga y al
t emplo, escudriñaban las Escrit uras, ayunaban, oraban y daban diezmos. Su vest iment a, su manera de hablar y de
comport arse eran exageradament e religiosa. Sin embargo, sus corazones est aban llenos de pecado, de codicia y de orgullo.
Jesús los describió como los que "devoran las casas de las viudas y por pret ext o hacen largas oraciones" (Mr 12:40). Su
corazón no se correspondía con su religiosidad ext erna, por lo que el Señor los denunció con mucha seriedad:
(Mt 23:27) "¡Ay de vosot ros, escribas y fariseos, hipócrit as! porque sois semejant es a sepulcros blanqueados, que por
fuera, a la verdad, se muest ran hermosos, mas por dent ro est án llenos de huesos de muert os y de t oda inmundicia."
Todos nosot ros debemos examinarnos bien ant es de adorar a Dios. Porque nuest ra adoración no será agradable si por
ejemplo est amos haciendo negocios de una forma deshonest a, si est amos mant eniendo una relación inmoral o abrigando
resent imient o y venganza cont ra alguien que nos ha hecho daño.
Est o t iene que ver con la misma nat uraleza de Dios. Veamos lo que que dijo el apóst ol Juan:
(1 Jn 1:5-6) "... Dios es luz, y no hay ningunas t inieblas en él. Si decimos que t enemos comunión con él, y andamos en
t inieblas, ment imos y no pract icamos la verdad."
(1 Jn 2:4,9) "? El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamient os, el t al es ment iroso, y la verdad no est á en él?
El que dice que est á en la luz y aborrece a su hermano, est á t odavía en t inieblas."
Dios cont rast a nuest ras profesiones verbales con la realidad moral de lo que vivimos. Y para que la adoración sea agradable
a Dios debe haber una unión indisoluble ent re ellas.
De hecho, cuando el pecado est á present e en nuest ras vidas nos result a imposible adorarle de forma genuina. El rey David
experiment ó est o cuando pecó con Bet sabé, la mujer de Urías het eo (2 S 11). Y aunque él ocult ó el pecado y act uó como si
no hubiera pasado nada, sin embargo, su comunión con el Señor se vio afect ada inmediat ament e y se dio cuent a de que no
podía adorar a Dios. El mismo David escribió un Salmo en el que relat a su angust ia:
(Sal 32:3-4) "Mient ras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir t odo el día. Porque de día y de noche se agravó
sobre mí t u mano; se volvió mi verdor en sequedades de verano."
Pero t odo cambió cuando David confesó su pecado. A part ir de ahí la comunión con Dios fue rest aurada y nuevament e
brot aron la adoración y la alabanza.
(Sal 32:5,11) "Mi pecado t e declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis t ransgresiones a Jehová; y t ú
perdonast e la maldad de mi pecado... Alegraos en Jehová y gozaos, just os; y cant ad con júbilo t odos vosot ros los
rect os de corazón."
En primer lugar, con est as palabras Jesús nos est aba enseñando que la nat uraleza de nuest ra adoración debe est ar de
acuerdo con la nat uraleza del Dios a quien adoramos, y "Dios es Espírit u". Est o quiere decir que no t iene part es corporales ni
limit aciones mat eriales. Est a es una de las razones por las que Dios prohibió siempre en su palabra que los hombres hicieran
ninguna represent ación de él. El profet a Isaías lo expresó de la siguient e manera:
(Is 40:18) "¿A qué, pues, haréis semejant e a Dios, o qué imagen le compondréis?"
Si leemos t oda la porción de est e capít ulo, nos daremos cuent a que Dios est aba indignado con su pueblo porque hacían
represent aciones de él que int ent aban embellecer de t odas las formas posibles. Pero est o, además de ser absurdo, era
algo que Dios mismo había prohibido en la ley:
(Ex 20:4-5) "No t e harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que est é arriba en el cielo, ni abajo en la t ierra, ni en las
aguas debajo de la t ierra. No t e inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová t u Dios, fuert e, celoso, que visit o
la maldad de los padres sobre los hijos hast a la t ercera y cuart a generación de los que me aborrecen"
Por lo t ant o, en nuest ra adoración a Dios no debemos usar imágenes porque no se corresponden con su nat uraleza
espirit ual, ni t ampoco le agradan.
En segundo lugar, la adoración "en espírit u" t iene que ver con el nuevo nacimient o o la conversión, que como recordaremos
debía ser por el Espírit u (Jn 3:5-8). De est a manera llegamos a ser "hijos de Dios" (Jn 1:12) y así adquirimos el derecho de
t rat ar a Dios como nuest ro Padre. Est e es un det alle import ant e. Not emos que no dice que "Dios busca adoradores", sino
que el "Padre busca adoradores". Para la verdadera adoración t iene que haber una relación ínt ima con Dios, debe ser nuest ro
Padre, y est o sólo es posible por la conversión.
En t ercer lugar, se t rat a de una adoración en la que el espírit u t iene un papel primordial. Est o quiere decir que lo más
import ant e es que la adoración surja del corazón. Eso es lo que Dios mira principalment e cuando escucha nuest ras
oraciones. No se fija t ant o en el lugar donde lo hacemos, ni t ampoco en la post ura corporal que adopt amos al hacerlo. Los
samarit anos discut ían sobre el lugar correct o para adorar, y los fariseos se gloriaban en sus rit os ext eriores. En nuest ros
días algunos crist ianos parecen creer que la adoración est á ínt imament e ligada con el movimient o de nuest ro cuerpo y por
eso elaboran elegant es coreografías. Ot ros aplauden con las manos, se balancean y grit an const ant ement e sus aleluyas. En
cont rast e los hay que prefieren adorar de rodillas, sent ados o de pie. Frent e a t odo est o debemos volver a repet ir que la
verdadera adoración es "en espírit u". Nuest ros movimient os corporales no pueden añadir nada a la adoración. Aunque
siempre t endremos que t ener cuidado para que nuest ra act it ud al adorar sea compat ible con la seriedad y reverencia que
nuest ro Dios merece (He 12:28-29). Porque no sería digno de él que adopt áramos bailes sensuales al est ilo del mundo para
adorar a nuest ro Dios. Y de la misma manera, t ampoco sería apropiado un grado de seriedad ext remo, que pareciera que el
adorador se encuent ra asist iendo a un funeral. En cualquier caso, insist imos en que Dios escudriña nuest ros corazones ant es
de escuchar lo que nuest ros labios dicen (Is 29:13). Y t ambién sabemos que es posible doblar la rodilla físicament e sin
doblegar nuest ro corazón y volunt ad ant e sus mandamient os. Ninguno est amos libres de poner el énfasis en los aspect os
ext ernos de la adoración, y en est e sent ido debemos recordar las frecuent es advert encias del Señor Jesucrist o sobre los
peligros de una religión ext erna. Por est a misma razón, no debemos hacer depender nuest ra adoración de nada ext erno. Y
quizá en est e punt o podamos pregunt arnos, por ejemplo, qué ocurriría en muchas iglesias si eliminasen la música de los
cult os de adoración.
En cuart o lugar, la adoración verdadera es la respuest a de nuest ro espírit u al Espírit u de Dios. Est o significa que es el
Espírit u Sant o el que nos permit e y nos inst a a adorar. Veamos cómo lo expresaba Pablo:
(Ef 2:18) "Porque por medio de él los unos y los ot ros t enemos ent rada por un mismo Espírit u al Padre."
(Ro 8:15) "Pues no habéis recibido el espírit u de esclavit ud para est ar ot ra vez en t emor, sino que habéis recibido el
espírit u de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba Padre!"
(Ro 8:26) "Y de igual manera el Espírit u nos ayuda en nuest ra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo
sabemos, pero el Espírit u mismo int ercede por nosot ros con gemidos indecibles."
En realidad, necesit amos que el Espírit u Sant o venza la resist encia que hay en cada uno de nosot ros para adorar a Dios.
Porque t odos sabemos que la nat uraleza humana es egocént rica, mient ras que la adoración est á cent rada en Dios. Es por
eso que necesit amos que el Espírit u Sant o nos pueda elevar de nosot ros mismos, pueda cambiarnos y enfocar nuest ra
devoción en Dios.
Est o implica en primer lugar que si no pensamos lo que hacemos cuando adoramos, Dios no recibe nuest ra adoración. Cant ar
bellos himnos, orar de forma mecánica y repet it iva sin pensar en lo que decimos, est o no le agrada a Dios. Como Jesús dijo,
est o no es más que "vanas repet iciones" y "palabrería" (Mt 6:7). ¿Qué sent ido puede t ener incluso que expresemos
hermosos t érminos bíblicos en frases gast adas de las que hemos olvidado su verdadero significado?
En la verdadera adoración debe est ar involucrada nuest ra ment e. Sin lugar a dudas, est os concept os son ext raños en gran
part e del crist ianismo moderno, donde lo que import a en la adoración son los sent imient os y el est ado de ánimo. Pero el
Señor repit ió varias veces que nuest ro amor por él debe incluir t ambién nuest ra ment e:
(Mt 22:37) "Jesús le dijo: Amarás al Señor t u Dios con t odo t u corazón, y con t oda t u alma, y con t oda t u ment e."
Debemos cuidarnos de cualquier forma de adoración emocional que no ut iliza cabalment e el int elect o. Es ciert o que en
ocasiones parece que una adoración así est á en un nivel superior, pero eso es falso. Nuest ra ment e debe t omar part e act iva
en nuest ra adoración. Es necesario que prest emos at ención y ent endamos lo que cant amos y oramos.
(1 Co 14:15-16) "¿Qué, pues? Oraré con el espírit u, pero oraré t ambién con el ent endimient o; cant aré con el espírit u,
pero cant aré t ambién con el ent endimient o. Porque si bendices sólo con el espírit u, el que ocupa lugar de simple
oyent e, ¿cómo dirá el Amén a t u acción de gracias? pues no sabe lo que has dicho..."
Dios insist e en que nuest ros cult os de adoración t ienen que ser comprensibles para t odos. Por est a razón el apóst ol Pablo
escribiendo a los Corint ios dedicó un capít ulo ent ero para poner orden en el cult o público (1 Co 14), y su finalidad era que
las personas pudieran ent ender lo que se decía. Con est a finalidad impidió que t odos hablaran a la vez (1 Co 14:31), t ambién
prohibió hablar en lenguas en la iglesia si no había int érpret e, porque de ot ra manera las personas no ent enderían lo que se
decía (1 Co 14:28). El jaleo, el grit erío incomprensible, el bullicio no t iene nada que ver con la verdadera adoración, más bien,
puede dar la just a impresión de que est amos locos (1 Co 14:23).
Tampoco podemos convert ir la adoración en una repet ición ciega de frases como si se t rat ara de un mant ra que los
budist as repit en una y ot ra vez sin pensar en lo que dicen, o como el rosario que los cat ólicos rezan a t oda velocidad sin
reflexionar sobre lo que dicen, únicament e concent rados en llevar bien sus cuent as.
En segundo lugar, no exist e t al cosa como una adoración verdadera basada en la ignorancia. Jesús mismo t uvo que decir a la
mujer samarit ana que "vosot ros adoráis lo que no sabéis", lo que descalificaba su adoración. Y de la misma manera, el
apóst ol Pablo predicó el evangelio a los at enienses para que dejaran de adorar "al Dios no conocido" (Hch 17:23). Es
imposible adorar a un Dios a quien no se conoce.
Por est a razón, Dios se ha revelado para que sus criat uras le conozcan y puedan adorarlo t al como él es. Porque si
ignoramos su Palabra, lo más probable es que est emos adorando a un dios que es product o de nuest ra propia imaginación y
además lo est aremos haciendo de una forma que le desagrada. Así pues, la verdadera adoración debe est ar arraiga en su
Palabra revelada. Debemos conocer a Dios ant es de poder adorarle correct ament e.
La lect ura y exposición de las Escrit uras deben ocupar un lugar muy import ant e en nuest ros cult os de adoración. De est a
manera conoceremos a Dios y podremos adorarle correct ament e. Además, el considerar en la Biblia cómo los sant os de la
ant igüedad adoraban a Dios, t ambién servirá para enriquecer nuest ra propia adoración. Dios no puede ser adorado por un
pueblo que no conoce su Palabra. En est e sent ido, podemos considerar el t errible daño que la Iglesia Cat ólica hizo por
siglos cuando prohibió al pueblo llano t ener y leer la Biblia en su propia lengua. Pero el mismo daño nos hacemos a nosot ros
mismos, si t eniendo ahora la libert ad de disponer de la Palabra, no la leemos ni la est udiamos.
En t ercer lugar, los verdaderos adoradores se ajust an a lo enseñado por Dios en t oda su Palabra. Est e era el gran problema
de los samarit anos, que sólo admit ían los cinco primeros libros de la Biblia, rechazando el rest o. Pero como el Señor mismo
enseñó, t an grave era quit ar de la Palabra como añadir, y est o era lo que hacían por su part e los judíos. Ellos habían añadido
sus propias t radiciones, al punt o de que no dejaban ver la Palabra, y por est a razón Jesús les dijo que "en vano me honran,
enseñando como doct rinas, mandamient os de hombres" (Mt 15:9). Nada import aba que su adoración est uviera dirigida al
Dios verdadero si no t enían en cuent a lo que él había dicho.
La hist oria bíblica nos ha dejado abundant es t est imonios del hecho de que cuando el hombre no basa su adoración en la
Palabra, fácilment e su adoración se vuelve superst iciosa, absurda y en muchos casos cruel.
Por lo t ant o, la verdadera adoración debe consist ir en la respuest a espont ánea del hombre a algún concept o, a alguna
percepción de caráct er de Dios que aprendemos por su Palabra y que enciende nuest ro corazón.
Y est o debe ser así t ambién cuando nuest ra alabanza la expresamos a t ravés de la música. El apóst ol Pablo exhort ó sobre
est o a los colosenses:
(Col 3:16) "La palabra de Crist o more en abundancia en vosot ros, enseñándoos y exhort ándoos unos a ot ros en t oda
sabiduría, cant ando con gracia en vuest ros corazones al Señor con salmos e himnos y cánt icos espirit uales."
Not emos que para poder enseñar, exhort ar o cant ar al Señor, primerament e debemos est ar llenos de la Palabra de Dios.
No obst ant e, el conocimient o de la Palabra, no garant iza por sí mismo que vaya a haber una verdadera adoración. Siempre es
posible t ener muchísimo conocimient o acerca de la Biblia y nunca arrodillarse ant e Dios en adoración. Pero t ampoco el
ext remo opuest o es mejor, es decir, el de aquellos que que t ienen mucho "celo de Dios, pero no conforme a ciencia" (Ro
10:2). Debemos cuidarnos de no caer en ninguno de los dos ext remos.
Preguntas
1. ¿Cómo definiría la adoración? ¿Cuáles son las caract eríst icas de la verdadera adoración? Explíquelas brevement e.
2. Busque t res ejemplos en el Ant iguo Test ament o de oraciones en las que su t ema cent ral sea la adoración. Analícelas
brevement e resalt ando las razones por las que Dios era adorado. Busque t ambién algunos ejemplos en los Evangelios en los
que el Señor Jesús fue adorado. Explique las razones por las que lo hicieron.
3. En la lección se ha subrayado la import ancia que el t ema de la adoración ha t enido a lo largo de t oda la hist oria de la
revelación bíblica. Haga un resumen de est o, buscando las cit as bíblicas apropiadas, analizando su desarrollo e import ancia
desde Génesis hast a Apocalipsis.
4. Explique brevement e qué quiere decir que la adoración que agrada a Dios debe ser "en espírit u y verdad".