Cursillo MESC
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Suplemento
Sesión 3ª
Eucaristía y enfermedad
La comunión llevada a los enfermos
1. Introducción
En esta última sesión del cursillo nos aproximaremos a la realidad de los miembros
enfermos de nuestras comunidades cristianas a quienes los MESC recibimos el encargo
de llevar la comunión.
Intentaremos dar en primer lugar algunas claves sobre la relación entre
sacramentos y enfermedad, y más concretamente entre eucaristía y enfermedad. Para
ello nos serviremos de un material que, aunque ya tiene algunos años, sigue teniendo
mucha validez. Me estoy refiriendo al mensaje de los obispos de la Comisión Episcopal e
Pastoral de 1994, que podemos encontrar en el enlace http://
www.conferenciaepiscopal.es/index.php/documentos-de-pastoral-de-la-salud/3382-los-
sacramentos-en-la-enfermedad-celebra-la-vida.html, así como del material que
acompañaba aquella campaña, titulado “Los Sacramentos en la enfermedad”, más difícil
de encontrar hoy en día, pero cuyos contenidos vertebran la exposición que haremos en
el punto siguiente.
El tercer punto de esta sesión estará destinado a plantear y comentar la
celebración de la comunión eucarística llevada al enfermo. Describiremos el rito y
daremos algunas orientaciones, intentando solucionar las problemáticas más comunes
que podemos encontrar.
Una referencia a la comunión llevada como viático dará por concluido este cursillo.
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2. Eucaristía y enfermedad
Para poder ejercer con amor y con eficacia el ministerio que se nos encomienda
como MESC dentro de ese marco que es la “Pastoral en enfermos” hemos de
preguntarnos en primer lugar qué supone la enfermedad, más o menos grave, en la vida
de la persona, cómo influye en ella y qué implicaciones tiene para la fe cristiana.
El enfermo es ante todo un ser humano, que conserva toda la dignidad que ha
recibido al ser creado a imagen y semejanza de Dios. Esa dignidad no es mermada
porque así lo estén algunas de sus condiciones. Ante todo el enfermo es un ser humano -
y un cristiano, en el caso de aquellos a quienes va orientada la pastoral en enfermos,
porque así lo han pedido, sin entrar a juzgar la madurez de su fe-, que está viviendo una
situación my determinada y muy complicada.
Por eso la enfermedad, para el cristiano, puede ser una ocasión excepcional de
gracia, de encuentro con Dios.
La enfermedad supone, en cierto sentido, un combate para la fe de la persona.
La “locura de la cruz”
Desde la fe, la enfermedad, como todo sufrimiento, puede ser vista y vivida como
fuente de salvación y redención, unidos a la cruz de Cristo.
El cristiano está llamado a vivir la vida de Cristo, y también en medio del
sufrimiento recibe la invitación a unirse a su cruz. Con San Pablo el cristiano que sufre
puede llegar a decir: “Completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo” (Col 1,24).
En este sentido es muy iluminadora la carta Salvifici Doloris del papa San Juan
Pablo II, que plantea el valor redentor del sufrimiento humano y su sentido. El peligro de
interpretar el sufrimiento como un castigo está siempre ahí, aunque sea de manera
inconsciente, y las reflexiones del papa santo nos parecen particularmente oportunas.
Nuestra fe proclama una solidaridad y cercanía de Cristo con todos los que
murieron y con los que sufren. Podemos decir que Cristo ha tocado todas las realices de
la existencia humana, de modo que nosotros, en cualquiera de ellas que nos
encontremos, le encontremos a él.
• Mc 6,13.
• Mc 16, 17-18.
• Mt 10,1-10.
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parece fácil conjugar el lado positivo que tiene toda celebración con el lado negativo que
tiene la enfermedad.
Una cosa que hemos de tener en cuenta son los gestos del enfermo. A pesar de la
enfermedad, de la debilidad y fragilidad que conlleva la enfermedad, el enfermo no pierde
totalmente su capacidad de expresión, de comunión y de encuentro con los demás, pero
los gestos serán distintos, y habrá que descubrirlos: una mirada, un rostro marcado por el
dolor, unas lágrimas, una sonrisa... pueden ser tremendamente elocuentes.
Precisamente porque en la situación límite de la enfermedad la capacidad
comunicativa cambia, estar atentos a esos gestos es importantísimo.
El enfermo puede vivir experiencias tal vez únicas en su vida: incertidumbre,
desamparo, miedo, inseguridad, necesidad de acogida y comprensión, proximidad del
fin... ¿Qué nos está diciendo?
El mundo del enfermo es muy reducido: cosas, personas, su propia historia... Los
pequeños detalles pueden tener un significado enorme.
La imposibilidad de realizar otras actividades, las largar horas de silencio... hacen
al enfermo tremendamente sensible a gestos y detalles de quienes le rodean.
En muchos casos, la falta de evangelización y la ausencia de comunidades vivas
coloca la celebración de la fe en circunstancias muy precarias. No es fácil celebrar,
tampoco para quien se acerca al enfermo llevándole el consuelo de un sacramento.
Muchas veces la comprensión del sacramento no es adecuada, porque falta un
referente maduro de fe, o porque se malinterpreta la finalidad del sacramento -el de la
Unción, concretamente- asociándolo a la inminencia de la muerte. En un contexto
sociocultural que vive de espaldas al sufrimiento y a la muerte muchas veces
encontramos la indiferencia o incluso el rechazo a la praxis que la Iglesia desarrolla con
sus miembros enfermos.
A menudo no se conoce bien al enfermo ni se le ha podido acompañar en el
proceso de su enfermedad y en el itinerario de su fe. Otras veces sí, y la experiencia
resulta gozosa.
Desde las parroquias sería muy bueno plantearse cómo se preparan y se viven los
sacramentos de los enfermos -reconciliación, comunión, unción y viático-, e irlos
insertando, en la medida de lo posible, en un proceso de acompañamiento, en un
contexto de oración, conectados con la vida del enfermo y sin perder de vista a quienes le
cuidan y acompañan.
La presencia y la implicación de la comunidad, de lo que hablaremos más en
concreto en el punto siguiente, es uno de los grandes desafíos que se nos plantean. La
Eucaristía celebrada por una comunidad que recuerda a los enfermos, se preocupa por
ellos y les envía la comunión es signo eficaz de la fe, la esperanza y el amor que curan y
salvan. La Comunión ayuda a la comunidad a tener presente a los enfermos siempre que
se reúne y sirve para descubrir al enfermo, tentado de encerrarse en sí mismo, el sentido
de la comunión total con Dios y los hombres, que Cristo da la vida. Con él la Iglesia se
acerca al cristiano en el momento de la muerte, le asiste en la oración, acoge su último
acto de fe, le ofrece el último sacramento, le despide con la paz y le confía a la
misericordia de Dios.
La Reconciliación, la Unción o la Comunión llevada al enfermo no han de ser vistas
como actos desconectados entre sí, sino como momentos diversos de un solo proceso de
lucha por la salud integral -corporal y espiritual-, vividos siempre desde la fe. En ellos se
actualiza la acción sanadora de Jesús, por medio de la acción sacramental de la Iglesia.
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3. La comunión llevada a los enfermos: rito y observaciones
El ideal también requiere que la comunión llevada a los enfermos sea una auténtica
celebración litúrgica, con las limitaciones lógicas de la situación en la que se produce. El
ritual permite una enorme adaptación a la situación del enfermo y de los familiares, para
hacer que la celebración, desde sus elementos exteriores -mantel, crucifijo, flores…-
hasta la forma en la que desarrolla ayude al enfermo y a los familiares que le acompañan
y cuidan a vivirla como un auténtico encuentro con el Señor.
El ritual se muestra parco en esta parte, y dice simplemente que, “si se juzga
oportuno léase por uno de los presentes o por el mismo ministro un breve texto de la
sagrada Escritura”. Pone como ejemplo los que se citan en el número 71 del ritual.
Aquí la interpretación debería ser más amplia, como hacen otros subsidios, como
el de Granada. Este momento debería constituir una auténtica celebración de la Palabra
de Dios, según las posibilidades del enfermo y de los presentes. La proclamación de la
Palabra de Dios no es algo accesorio en el contexto de la celebración, y omitirla
totalmente iría en perjuicio de la misa. En los domingos y en las solemnidades y fiestas
sería conveniente proclamar las lecturas de la Misa del día; en los demás días se pueden
leer las de la Misa del día o bien otras lecturas de tema eucarístico.
Si urge el tiempo o si otras circunstancias lo aconsejan (por ejemplo, si el enfermo
está muy fatigado) puede leerse como lectura bíblica algún fragmento breve de la
Escritura de los que se proponen en el ritual.
Una versión más abreviada del rito la encontramos en los números 64-67 del RSC.
La describimos a continuación y luego hablaremos de en qué situaciones se utiliza.
El rito más breve comprende solamente tres partes: la primera, y a modo de
introducción, sería una antifona. El ritual propone el conocido texto de Santo Tomás de
Aquino: “¡Oh sagrado banquete en que Cristo se da como alimento! En él se renueva la
memoria de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria
futura.” Otras posibilidades las encontramos en los números 194-197 del RSC.
La segunda parte es la comunión propiamente dicha: el ministro se acerca al
enfermo y muestra el sacramento, diciendo: “Este es el cordero…”, al que el enfermo
responde “Señor, no soy digno…” y comulga del modo habitual.
La celebración concluye con la oración del n. 62 u otra más adecuada.
3.5. Observaciones
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Inmediatamente antes de llevarla, sin excepciones. El MESC no puede llevar
encima la comunión mientras se está dedicando a otras cosas, ni mucho menos llevarla a
casa la noche antes.
Hay parroquias donde se recoge en la misa misa dominical: los MESC suben al
altar después de la comunión llevando los portaviáticos y el sacerdote deposita en ellos
las sagradas formas para llevarlas a los enfermos. Es una buena catequesis de cara a la
comunidad parroquial, que se hace así más consciente de la realidad de que algunos de
sus miembros están enfermos y no pueden acudir a la celebración.
En cualquier caso no se puede recoger el Santísimo con antelación. Las
dificultades que pueda haber no lo justifican, y habrá que resolverlas de otro modo.
En principio sí, salvo que se nieguen a ello, porque acompañan este gesto de su
familiar enfermo y rezan con él. Por tanto se les debe invitar a que estén, aunque no
forzarles.
No parece oportuno que los familiares o los que cuidan al enfermo comulguen junto
con él en la habitación; ello, en cambio, lo podrán hacer si, precisamente a causa del
cuidado del enfermo o por otro motivos importantes, no pueden estar en la celebración de
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la comunidad: en estas circunstancias es mejor una participación parcial en la Eucaristía
que la omisión de toda participación.
Si estas circunstancias no se dan y el familiar pide la comunión en ese momento
por otros motivos, como la oportunidad, hay que explicarle que ha de participar en la
celebración eucarística con el resto de la comunidad parroquial, y que la comunión se
lleva al enfermo precisamente por las especiales condiciones de su estado.
Así, no es correcto creer que por el mero hecho de estar presente en la Comunión
del enfermo deba participarse en ella necesariamente. Esta Comunión no es la
celebración Eucarística completa, sino el modo de hacer posible la participación del
enfermo en aquella celebración de la comunidad a la que él se ve impedido de asistir; los
otros presentes en la habitación del enfermo, normalmente, han podido participar de la
celebración de la comunidad.
El RSC prevé que se pueda dar la comunión bajo la sola especie de vino a
aquellos enfermos que no la puedan recibir bajo la especie de pan, por ejemplo porque no
puedan tratar pero sí beber, o porque estén aquejados de una celiaquía aguda que no
permita ingerir absolutamente nada de gluten.
La indicación que hace el ritual a este respecto es la siguiente:
“La Sangre del Señor llévese al enfermo en un recipiente cerrado para evitar
cualquier riesgo de que se derrame. Para administrarle el Sacramento, elíjase en
cada caso el modo más apto entre lo supe se proponen en el rito de la comunión
bajo las dos especies. Si una vez dad la comunión, quedase algo de la preciosista
Sangre del Señor, deberá sumirla el ministro, que hará también las oportunas
abluciones” (RSC 55)
Cuando ocurra una de estas circunstancias -las dos-: que le sea absolutamente
imposible tragar o cuando veamos que no tiene conciencia mínima de lo que está
recibiendo.
El MESC debe ir viendo la evolución de la enfermedad de la persona, y en
cualquier caso consultar con el sacerdote e ir preparando a la familia para que llegado el
momento no parezca un rechazo a la persona.
Lo normal sería llevar las formas que se van a necesitar, pero puede ser que algún
enfermo falle, y nos encontremos con que tenemos alguna forma más de las que vamos a
necesitar. En ese caso lo normal sería devolverlas a la parroquia y reservarlas en el
sagrario.
Si esto no es posible, podemos hacer dos cosas: el último enfermo puede comulgar
con dos formas, o bien comulgar el mismo ministro a la vez que él. En cualquier caso
nunca se puede llevar a casa el Santísimo Sacramento.
El Viático es la última comunión que toma el enfermo antes de partir a la casa del
padre, acompañado por los demás hermanos de la Iglesia. Es, por tanto, el sacramento
del agonizante, por el que Cristo une en él el sacramento de su Pascua a la propia
Pascua del enfermo.
Normalmente el Viático, en las ocasiones en las que se puede administrar -es difícil
en la práctica que un enfermo agonizante pueda tragar, y por tanto recibir la comunión- es
administrado por el presbítero. De hecho, por su especial significación e importancia, es
muy conveniente que el Viático sea administrado por el presbítero, y, si es posible, dentro
de la celebración de la Misa. Pero pueden darse casos excepcionales en los que, por
imposibilidad de acudir el presbítero, lo pueda administrar también un MESC.
La comunión como viático es una celebración muy significativa: un hermano
nuestro está a punto de celebrar la pascua definitiva hacia el Padre, y en ese momento lo
acompañan sus hermanos en la fe, uniendo el sacrificio de Cristo a la pascua del
enfermo.
Es por ello que se permite en el rito del Viático, excepcionalmente, que comulguen
también quienes asisten a la celebración, incluso aunque ya hubiesen comulgado otra vez
en el día.
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4.2. El rito del Viático
Siempre que las condiciones del enfermo lo permitan se hacen en este momento
unas breves súplicas, a las que responde el enfermo, si es posible, y todos los presentes.
La celebración concluye con una oración final. El ritual propone dos alternativas
más. La fórmula con la que concluye la oración varía un poco respecto de la comunión
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llevada al enfermo: “El Señor esté siempre contigo, te proteja con su poder y te guarde
con su paz”.
Entonces, tanto el ministro como los presentes pueden dar la paz al enfermo.
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