Cursillo MESC
Cursillo MESC
Cursillo MESC
Suplemento
Sesión 1ª
1. Presentación
Durante este número de Pastoral Litúrgica y los dos siguientes vamos a ofrecer en
la sección “Suplemento” un material elaborado para un cursillo de ministros
extraordinarios de la Sagrada Comunión (MESC).
Esta es una actividad habitual en la mayor parte de las delegaciones diocesanas
de Liturgia, e incluso a nivel de arciprestazgos o parroquias, y queremos ofrecer un
material válido y útil que pueda servir como base para su organización. La óptica que
adoptamos, por tanto, es eminentemente pastoral, previendo incluso que este texto se
pueda entregar a los propios ministros. Por eso hemos intentado cuidar mucho el
lenguaje, para que sea asequible sin problemas a los destinatarios para quienes está
pensando, y hemos prescindido de aparato crítico en forma de notas al pie de página.
El cursillo que proponemos tiene como destinatarios a las personas que por
primera vez van recibir el encargo de realizar este ministerio. Es, por tanto, un cursillo de
iniciación.
Se desarrolla en tres sesiones. En la primera de ellas se introduce un doble marco
de referencia en el que encuadrar el ejercicio de este ministerio: una presentación breve
de lo que es la liturgia de la Iglesia y unas reflexiones sobre la asamblea, a cuyo servicio
están los distintos ministerios litúrgicos. Este doble marco es válido tanto para este cursillo
como para otros que se puedan plantear en el ámbito de la liturgia. Luego se expone todo
1
lo relativo al ministerio extraordinario de la Sagrada Comunión. El contenido de esta
sesión lo ofrecemos íntegro en este número de la revista.
La segunda sesión se centra en la Eucaristía. En un cursillo sobre liturgia tiene más
importancia el “qué” hacemos y el “por qué” lo hacemos que el “cómo”, aunque tampoco
hay que descuidar esto último. Explicar únicamente el “cómo” sería correr el peligro de
caer en un ritualismo o en la casuística, algo totalmente inútil. Por eso, antes de entrar en
el ejercicio práctico del ministerio de ayudar al que preside la celebración a dar la Sagrada
Comunión se darán unas pinceladas sobre teología de la Eucaristía y sobre la estructura y
el sentido de la celebración.
El cursillo se cierra con la tercera sesión, que aborda el tema de la Eucaristía y la
enfermedad. Después de una introducción a diversos niveles sobre la relación entre estos
dos temas, abordaremos el ministerio de los MESC de llevar la comunión a los enfermos,
intentando responder incluso a todas las cuestiones de tipo más práctico que se suelen
presentar cuando se tratan estas cuestiones.
Complementaremos cada una de las sesiones con una bibliografía muy básica y
asequible para los laicos que van a ejercer este ministerio.
Cada una de estas sesiones está pensada para un encuentro de aproximadamente
una hora o un poco más.
2.1. Introducción.
El CEC, en los números 1077-1112 nos habla de la obra del Padre en la Liturgia, y
dice dos cosas:
3
• Él es fuente de toda gracia.
• Él es también el destinatario de toda alabanza y de todo culto.
El protagonismo del Padre lo va a resumir el CEC con una palabra que toda de la
carta de San Pablo a los Efesios: la palabra “bendición” (cf. Ef 1,3)
Al hablar de bendición entendemos dos cosas: que Dios mismo es el que nos
bendice -dimensión descendente de la bendición- y que por tanto nosotros le bendecimos
a Él -dimensión ascendente-. Ambas dimensiones están presentes en la celebración
litúrgica.
4
Merece la pena reproducir el número 1085 del CEC para entender mejor lo que
acabamos de explicar:
Podemos decir que ahora, en nuestra historia actual, el mismo Cristo Resucitado,
vivo y vivificador, se nos hace presente de diferentes maneras -en la Palabra, en la
comunidad, en sus ministros, en la persona del prójimo- y de un modo especial en los
sacramentos:
«Cristo glorificado actúa ahora por medio de los sacramentos y nos comunica su
gracia» (CEC 1084)
Visión de síntesis
Estas consecuencias son las que podríamos denominar “teológicas”, pero también
hay que tener en cuenta una gran consecuencia pastoral: la necesidad de fomentar la
participación activa de los fieles en la liturgia.
En efecto, si la liturgia es el encuentro con Cristo, participar en ella supone vivir ese
encuentro, a nivel personal y comunitario. Esa vivencia se hace a través, como hemos
dicho, de signos, de gestos, de palabras…, es decir, de toda la realidad externa de la
liturgia, realidad en la que también tomamos parte.
Podríamos distinguir entonces entre “participación externa” -lo que hacemos en la
liturgia: escuchar, leer, responder, realizar gestos…- y “participación externa” -el encuentro
con Cristo-. Obviamente la participación externa está en función de la interna. Si juntamos
ambas dimensiones de la participación tendremos lo que el Concilio llama “participación
activa”.
Todo ello para que en la liturgia se realicen sus dos dimensiones fundamentales: la
glorificación de Dios -dimensión ascendente- y la santificación del hombre -dimensión
descendente-.
6
El ministerio extraordinario de la Sagrada Comunión se ejerce en la liturgia, y se
ejerce al servicio de la asamblea litúrgica. El segundo marco de referencia que vamos a
establecer es precisamente una reflexión breve sobre lo que significa la asamblea
litúrgica.
7
Cada fiel participa en la liturgia y forma parte de la asamblea en virtud del
sacerdocio común de los fieles, que brota del bautismo. El sacerdocio ministerial, fundado
en el sacramento del orden, está en función y al servicio del sacerdocio común de los
fieles, no está por encima de él ni separado de la asamblea litúrgica a la que sirve.
Por eso la asamblea litúrgica es el primer signo con el que nos encontramos en la
celebración litúrgica. Como todos los signos litúrgicos realiza, a su manera, esa presencia
de Cristo propia de la liturgia.
Pero la asamblea es también un signo de la Iglesia local. La asamblea es la
realización concreta de la comunidad eclesial, a la vez que también hace presente la
Iglesia universal.
Esta visión renovada de la asamblea nos plantea de nuevo una exigencia inherente
a la propia liturgia: precisamente porque la celebración es de la Iglesia, se plantea la
exigencia de participar en la celebración, pero no de cualquier manera -por ejemplo,
pasivamente, como meros asistentes-, sino participar activamente.
Toda la comunidad celebra, toma parte en la celebración. Porque realmente quien
celebra es Cristo, que ha asociado a su Iglesia en la diversidad de órdenes y funciones.
Así lo recuerda San Juan Pablo II:
«Al ser una celebración de la Iglesia, la Liturgia requiere una participación activa,
consciente y plena por parte de todos, según la diversidad de órdenes y funciones:
todos, tanto los ministros como los demás fieles, al desempeñar su cometido,
hacen aquello que les corresponde y solo aquello que les
corresponde.» (Vicesimus quintos annus, 10)
Queda entonces claro que esa participación es el encuentro con Cristo, pero como
ese encuentro con Cristo se hace a través de signos, gestos, palabras, etc., eso da
sentido también a lo que hacemos en la celebración. Por eso los mismos estos litúrgicos
plantean en plural verbos como “damos gracias”, “ofrecemos”, etc., que muestran a toda
la Iglesia, hecha concreta en la asamblea, tomando parte en la celebración.
La mentalidad individualista es enemiga de esta visión de la asamblea, y puede ser
un problema dos dos flancos: porque el sacerdote que presida la celebración no tenga en
cuenta la asamblea o porque los propios miembros de la asamblea vivan la celebración
de forma individualista, sin valorar el carácter comunitario de la liturgia.
8
Utilizando la terminología propuesta por el P. Aldazábal en Ministerios al servicio de
la comunidad celebrante (cf. Bibliografía, al final del artículo), estos ministerios pueden ser
instituidos, es decir, que a la persona se le encomienda el ejercicio del ministerio en una
celebración, presidida normalmente por el obispo, donde se le da a bendición para ello y
los ejerce de modo estable, oficialmente. Son el caso del lector y el acólito instituidos, que
solamente pueden ser conferidos a varones. Pueden ser ministerios reconocidos, que, sin
ser instituidos, sí que tienen un reconocimiento oficial y más o menos estable. Es el caso
de los MESC. O simplemente pueden ser ministerios ejercidos de hecho, como
normalmente pasa con los lectores en nuestras asambleas, o con el monitor o el director
del coro, que no son conferidos oficial ni establemente. Ministerios reconocidos y de
hecho pueden ser conferidos tanto a laicos tanto varones como mujeres.
Esos ministerios se le encomiendan a una serie de personas, de las que se les
suponen unas condiciones humanas, una sólida vida de fe y una preparación para su
ejercicio, porque esos ministerios no se improvisan.
En la medida de lo posible estos ministerios no se condensan en una sola persona
o en unas pocas, sino que se intenta distribuirlos, con ese criterio antes señalado de que
cada uno haga todo y solo lo que le corresponde.
Los ministerios litúrgicos requieren, como es natural, son un servicio, que no
colocan a la persona por encima de la asamblea, sino a su servicio. Por eso la primera
exigencia del ministro, sea cual sea el ministerio que ejerce en la celebración, es
participar en la misma.
Todo lo que hemos dicho sobre la liturgia y la asamblea y los ministerios nos sirve
ahora para concretar y abordar el tema del MESC. Vamos a abordar su motivación e
identidad, las modalidades del ejercicio del ministerio, las competencias del mismo, la
designación, la formación y la acogida del MESC en la comunidad.
El hecho de que se pueda confiar a los laicos dar la comunión no es una novedad
absoluta en la historia de la Iglesia.
Hasta el s. VIII era relativamente habitual que los laicos recibieran la misión de
llevar la eucaristía a personas enfermas o encarceladas que por esas razones no podían
acudir a la celebración de la comunidad cristiana.
Poco a poco esa tarea se fue reservando exclusivamente a los clérigos, y así ha
permanecido hasta fechas relativamente recientes.
¿Cuándo y por qué han cambiado las cosas?
En el año 1969 la Sagrada Congregación para los Sacramentos promulga la
instrucción Fidei Custos. En ella se autoriza a los obispos que así lo solicitasen y les fuese
concedido que, en determinadas circunstancias, los laicos pudiesen distribuir la comunión
como ministros extraordinarios.
En 1972 el beato papa Pablo VI publica el motu proprio Ministeria Quaedam, en la
que establece en la Iglesia los ministerios de lector y acólito. Estos ministerios formaban
parte hasta entonces de lo que se denominaba “órdenes menores”, junto con el ostiariado
y el exorcistado. El papa tenía la idea de que estos ministerios, en vez de ser ejercidos
únicamente por los seminaristas como un paso previo a las “órdenes mayores”, pudieran
9
ser confiados también a laicos varones que los pudieran ejercer de forma permanente en
las comunidades cristianas. El acólito “instituido” era permanente también “ministro
extraordinario de la Sagrada Comunión”.
Al final esta posibilidad, que sigue vigente todavía hoy, en realidad se ha reservado
en la práctica únicamente a los seminaristas dentro del proceso de formación hacia del
sacerdocio, y no es habitual, al menos en nuestras diócesis españolas, encontrar acólitos
o lectores instituidos como tales en las parroquias.
No obstante todos estos pasos previos fueron abriendo el camino que en el año
1973 la Sagrada Congregación para la Disciplina de los Sacramentos publicase la
instrucción Inmensae Caritatis, que podíamos considerar como la “carta magna” del
MESC: en este documento, en su primera parte, se establece en la Iglesia el ministerio
extraordinario de la Sagrada Comunión, expresando los motivos, modalidades y
competencias del mismo, tal y como nosotros vamos a hacer en los apartados sucesivos.
Finalmente el Código de Derecho Canónico recogerá esta realidad en el número
230 §3:
Un ministerio extraordinario
10
Un ministerio litúrgico
Con todo lo dicho anteriormente, podemos concluir este apartado diciendo que el
ejercicio de este ministerio permite, en primer lugar, realizar con dignidad y fluidez el
momento de la comunión eucarística, central dentro de la celebración. Cuando el número
de comulgantes es muy alto y los ministros ordinarios no son suficientes, se corre el
riesgo de que la celebración se alargue desproporcionadamente y pierda el ritmo que le
es propio, y que viene dado por el conjunto de la celebración y su pedagogía.
También la posibilidad de administrar la comunión bajo las dos especies se ve muy
favorecida por la presencia de los MESC que ayudan a ello.
El ejercicio del ministerio del MESC facilita la comunión no solamente dentro de la
misa, sino también fuera de ella, y permite el acceso al sacramento a personas que se
verían privadas de él en ocasión oportuna.
Nos estamos refiriendo en primer lugar a enfermos y a impedidos, especialmente
en relación al Domingo, en los casos en los que los presbíteros y diáconos no pueden
siempre atender en ese día a los enfermos a causa de las demás ocupaciones
ministeriales. También se puede dar el caso de comunidades cristianas que, al no verse
atendidas por un sacerdote el domingo, no pueden celebrar la Eucaristía. También ahí el
MESC puede tener un papel importante, especialmente en zonas donde hay carencia de
vocaciones sacerdotales.
El MESC interviene en la liturgia, por tanto, en tres situaciones:
Ya hemos dicho que el MESC en primer lugar sería el “acólito” instituido como tal
por el Obispo de modo definitivo y permanente, un ministro que solamente se puede
confiar a varones, y que en la práctica se reserva casi siempre únicamente a los
seminaristas como un paso de su formación.
Los MESC propiamente hablando serían aquellos hombres o mujeres que son
dignados de forma individual por el Obispo para ejercer ese ministerio en una comunidad
concreta.
Esta designación se puede hacer, o bien de modo estable -“stabili modo”-, sin que
sea necesario renovarla, o bien por un espacio de tiempo determinado -“ad tempus”-, que
es la forma más habitual, y que, dependiendo de las diócesis oscila entre tres y cinco
años, al cabo de los cuales o bien se cesa en ejercicio del ministerio, dependiendo de las
necesidades de la parroquia, o bien se renueva por un tiempo similar.
También existe la posibilidad de una designación ad actum o ad casum, donde de
forma excepcional y ante la ausencia ministros ordinarios o extraordinarios suficientes, el
presidente de la celebración puede encomendar el servicio a una persona de confianza
dándole la bendición para esa sola vez. Esto debería ser algo totalmente excepcional.
La persona designada de acuerdo con las normas establecidas como MESC para
una comunidad determinada, recibe la facultad de:
La comunidad cristiana, por otra parte, ha de ser también preparada para entender
bien las motivaciones de este ministerio y aceptarlo gozosamente en el seno de sus
celebraciones. Es un ministerio que ya tiene un amplio “rodaje” en muchas parroquias y
comunidades, pero todavía se siguen viendo ciertas reticencias que hay que intentar
superar.
Aspectos fundamentales
Nos detenemos en este apartado en una de las actitudes externas que hemos
señalado anteriormente: la preocupación por la formación y la preparación adecuada para
ejercer el ministerio.
Normalmente en las diócesis se suelen organizar, por parte de la delegación
diocesana de Liturgia cursillos de iniciación o de renovación para MESC. El ministro
recibe en estos cursillos una acreditación que lo avala como MESC, por si alguna vez
tuviese que ejercer el ministerio fuera del ámbito de la parroquia -pensemos por ejemplo
en las parroquias de playa en verano-.
Es importante la vinculación del MESC a escuelas de teología para seglares o
similares, donde las haya, y sobre todo al equipo de liturgia parroquial o supraparroquial -
arciprestazgos o vicarías-, si existe, donde pueda recibir una formación continua.
En el Directorio litúrgico-pastoral. El Acólito y el Ministro Extraordinario de la
Comunión, publicado por el Secretariado Nacional de Liturgia en el año 1985, se
recomienda una suficiente preparación de los candidatos en los siguientes aspectos:
15