Bourdieu y Competencias (Enunciación)

Descargar como doc, pdf o txt
Descargar como doc, pdf o txt
Está en la página 1de 11

Una mirada, desde Bourdieu, al lenguaje y a las competencias

Guillermo Bustamante Z.
Profesor de la Universidad Pedagógica Nacional

0. El asunto

Pierre Bourdieu acaba de morir en París a la edad de 71 años. En su trabajo


sobre la sociología de la producción y la reproducción cultural, la escuela no podía
dejar de estar bajo su mira; de ahí el famoso libro suyo sobre la educación . Sin 1

embargo, en la pretensión de aportar —con ayuda de ideas del sociólogo francés—


algo a la discusión sobre la evaluación educativa en Colombia, nos referiremos a un
libro suyo sobre el lenguaje (¿Qué significa hablar? ), en tanto dicha evaluación ha
2

tomado como objeto una categoría que proviene de las llamadas “ciencias del
lenguaje”: las competencias.
En el momento en que Bourdieu escribe su libro, reinaba el discurso de la
lingüística estructural que, para él, no satisfacía el requerimiento de un análisis del
lenguaje que sirviera para fundar una teoría general de la cultura. Entonces, se opone
a la lingüística dominante, pues siente que la delimitación del campo de esa
disciplina que hizo su fundador es una afrenta contra las preocupaciones de un
3

sociólogo: recordemos que Saussure había considerado la etnología, la historia y la


geografía como intereses ajenos a una explicación del lenguaje; e incluso había
planteado que el uso de la lengua —el habla— era una manifestación para la cual
resultaba imposible fundar una ciencia, en tanto no había allí regularidad alguna.
Bourdieu, que rinde un homenaje al lingüista suizo, va a considerar esta posición
como “intelectualista”, en tanto hace del lenguaje un objeto de intelección, más que
de acción y de poder.
En consecuencia, entiende el papel dominante de la lingüística entre las ciencias
sociales como un efecto ideológico, en tanto su estatuto habría sido ganado al precio
de estudiar la lengua por fuera de las condiciones sociales de su producción,
reproducción y utilización. Bourdieu acepta entender las relaciones sociales como
interacciones simbólicas, siempre y cuando tales interacciones se conciban como
actualización de relaciones de fuerza. No se trataba, entonces, de una “diferencia

1 Recordemos ese famoso libro que escribiera con Jean-Claude Passeron a comienzos de los
70 sobre la educación: La reproducción. Elementos para una teoría del sistema de enseñanza.
México: Fontamara.
2 BOURDIEU, Pierre [1985]. ¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios
lingüísticos. Madrid: Akal.
3 De SAUSSURE, Ferdinand [1916]. Curso de lingüística general. Madrid: Alianza.
teórica” con la lingüística a propósito de maneras de comprender el lenguaje; se
trataba, más bien, de un asunto político.

1. Legitimar una lengua

Para Bourdieu, una lengua no está dada: ha tenido que ganarse su legitimidad en
un proceso histórico . Por eso se ocupa de explicar cómo una lengua llega a ser
4

legítima y cómo se reproduce en esa posición. Esta entrada lo distancia


inmediatamente de las teorías que suponen que todos los seres humanos participan
por igual en la apropiación simbólica, que todos tienen acceso a ella, que nadie
queda desposeído después del intercambio simbólico. Tal pretensión, en apariencia
democrática, no sería más que un intento de velar los efectos estructurales de la
desigualdad, pues así como no hay mercado económico “puro”, es decir, entre
personas iguales y libres, tampoco hay mercado lingüístico entre interlocutores
iguales y libres, o sea, tan intercambiables como los productos que intercambian y
como las situaciones en que lo hacen, sometidos por igual a la maximización del
rendimiento. No, según Bourdieu, los interlocutores sólo pueden comunicarse a
condición de ajustarse a unas reglas que no se limitan a las del lenguaje o a las de la
comunicación, pues hay una estrecha relación entre las diferencias lingüísticas y las
económico-sociales. El mundo que produce esta relación no es el de unas diferencias
relativizables mutuamente, sino un mundo de separaciones en relación con la lengua
legítima en los “mercados oficiales” del discurso: lo mundano, lo escolar, lo
político, lo administrativo, etc.
De otro lado, la lengua oficial no se circunscribe a una región natural, sino a una
unidad cuyos límites fueron producidos necesariamente por un acto político
instituyente. Esta institucionalización le brinda a la lengua oficial condiciones
necesarias para codificarse e imponerse (es decir, su codificación no es interna, ni su
imposición es producto de su “esencia”); pero, a la vez, esa autoridad que la impone
resulta reforzada por la lengua. Es por eso que se vuelve obligatoria en ciertas
ocasiones y espacios como la escuela y la administración pública.
Entre las teorías que suponen la igualdad entre interlocutores, Bourdieu ubica
rápidamente los casos de Saussure, Chomsky y Habermas.

Saussure: la lengua como “tesoro social”

Al considerar la lengua como objeto de la lingüística, Saussure no tiene en


cuenta que la idea de una lengua estándar, impersonal y anónima, idónea para
4 Vale la pena destacar, como nos recuerda Fabio Jurado, que esto ya había sido planteado
por Voloshinov, en los años 20 del siglo XX (cf. El marxismo y la filosofía del lenguaje).

2
emitirse y descifrarse por cualquiera, no es más que el efecto de un proceso social
destinado a constituir la nación. La lengua se le aparece como un “tesoro social” de
signos, como un dato “natural”, cuando en realidad es un efecto social.
Haciendo referencia a la unificación del francés como lengua nacional, Bourdieu
plantea que mientras se necesita un mínimo de comprensión entre regiones, cuando
sus intercambios no están regulados por una centralización, no se erige una forma de
hablar como norma; pero que cuando el Estado requiere un mercado lingüístico
unificado, con el fin de asegurar el mínimo de comunicación necesario para la
producción económica y la dominación simbólica, entonces se impone una lengua
como oficial, lo cual pasa por una sinnúmero de procesos en los que incluso se usa
la fuerza física. Frente a la lengua oficial, los particularismos se vuelven
“regionalismo”, “expresión viciada”, “falta de pronunciación”, “jerga dialectal” o
“vulgar”; usos que la escuela se encargará de sancionar negativamente. La
unificación del mercado vuelve caducos los anteriores modos de producción, sus
costumbres y sus usos lingüísticos (que ahora se medirán bajo el rasero de la lengua
oficial). La lengua “común” de la que se ocupa Saussure se construye privilegiando
constantes lingüísticamente pertinentes, en detrimento de variaciones significativas
desde el punto de vista sociológico.
En consecuencia, la lengua no puede ser entendida sólo a la manera de la clásica
definición lingüística (como código para asociar significantes y significados), sino
también, y sobre todo, como reguladora de prácticas; no puede ser entendida sólo
como comunicación, sino también, y sobre todo, como promoción a la existencia de
un nuevo discurso de autoridad, con léxico, referentes, retórica, eufemismos,
representación del mundo, etc. Así, el objeto de la lingüística está previamente
construido por leyes sociales que el lingüista olvida u oculta. La lengua que toman
Saussure y los lingüistas en realidad revela los nuevos usos a los que ella sirve, la
nueva naturaleza de sus usuarios (funcionario, cliente), las cualidades
administrativas de su Estado.

Chomsky: la competencia lingüística como “tesoro individual”

En segunda instancia, Bourdieu ubica el caso de Chomsky, quien de cierta


manera postula la competencia lingüística como un tesoro, esta vez individual. El
lingüista norteamericano “encuentra” unas normas universales de la práctica
lingüística que, a los ojos de Bourdieu, son más bien las leyes del discurso legítimo.
Para ello, Chomsky ha debido omitir la mención, tanto al mercado en el que tal
legitimidad se consigue, como a las condiciones sociales que hacen posible la
adquisición de la competencia lingüística a la que se refiere. Una competencia que
produce frases gramaticales, no necesariamente produce frases para ser escuchadas
en las situaciones concretas. Más que una competencia lingüística, las condiciones

3
sociales exigen una competencia legítima, sin la cual se está por fuera de esas
condiciones o condenado al silencio.
La competencia lingüística como patrimonio biológico, la disposición innata a
adquirir el lenguaje, la maduración producto del aprendizaje, un corpus de frases,
observable por cualquiera... todo este arsenal chomskyano sería universal, común y,
en tal sentido, no-distintivo. En cambio, para Bourdieu, como la competencia para
hablar la lengua legítima depende del patrimonio social, es facultativa; razón por la
cual se vuelve distintiva: expresa las distinciones sociales (las diferencias
lingüísticas funcionan como signos de distinción social). La cualificación lingüística
(cultural) se da, entonces, por niveles; no todos los hablantes están en el mismo
nivel, no todos tienen iguales condiciones de adquisición simbólica. Así, la
diferencia produce un beneficio de distinción que se distribuye en función de las
posibilidades de acceso a esas condiciones, es decir, dependiendo de la posición en
la estructura social: posibilidad de acceso a los instrumentos de producción de la
competencia y a los lugares de expresión legítima.
Mientras un conocimiento desigual, en relación con la lengua, define la
competencia chomskyana, para Bourdieu es fundamental la idea del reconocimiento
uniforme de la lengua legítima . La hipercorrección, por ejemplo, muestra la tensión
5

entre conocimiento y reconocimiento: se reconoce la lengua legítima, se traiciona el


propio uso, se intenta apropiarla... pero hay un abismo entre aspiraciones (del lado
del reconocimiento) y medios (determinados por el propio conocimiento). Esto
suscita, entre los poseedores de las marcas reconocidas como distinguidas, nuevas
estrategias de distinción: rigidez donde el común cede a la distensión, facilidad
donde se muestra esfuerzo, desenvoltura en la tensión, hipocorrección controlada...
todo para desalentar la búsqueda de propiedades no relacionales de los estilos
lingüísticos, que no son deseos conscientes de distinguirse . 6

Así, la competencia chomskyana lo que permite ejercer es la competencia social


del locutor autorizado para hablar: el deber-ser está ligado al bien decir.

Habermas: la pragmática como tesoro de las palabras

Por último, se ubica el caso de Habermas, para quien las palabras tienen una
fuerza inherente. Sin embargo, Bourdieu piensa que la fuerza de las palabras no es
algo propio, no es independiente de su uso, sino que es adquirida gracias a las
condiciones institucionales en que se utilizan.
Los usos de la lengua oficial se valoran con arreglo al patrón de las prácticas
legítimas, pero compiten entre ellos en el mercado lingüístico. Se constituye,
5 ¿Es la lengua chomskyana el fundamento de las operaciones políticas que describe
Bourdieu?, ¿o esa lengua, pretendido fundamento, es el efecto de dichas operaciones políticas?
6 De este argumento podríamos inferir la inutilidad de la búsqueda de equidad en educación,
a la manera como lo publicitan las políticas educativas.

4
entonces, un sistema de oposiciones lingüísticas sociológicamente pertinentes, que
retraducen un sistema de diferencias sociales . Hablar es apropiarse de un estilo
7

expresivo en uso y posicionado en una jerarquía estilística-grupal. Es como si la


capacidad de hablar fuera lo mismo que la manera socialmente condicionada de
realizarla, que presenta tantas variedades como condiciones sociales de adquisición.
Las diferencias se explicitan, se reproducen, pero eso las gasta (la difusión está
ligada al tiempo), les hace perder su papel discriminante. Las estrategias de
asimilación y disimilación originan cambios en los usos, en la distribución de los
usos y en el sistema de diferencias distintivas. El motor del cambio es el conjunto de
acciones y reacciones en el campo competitivo, no un punto específico.
Así, la pragmática no aprovecharía una supuesta fuerza inherente de las palabras,
pues no se trata de un asunto de interacciones “visibles” entre hablantes —a las que
es proclive Habermas—, ya que las estrategias de los interlocutores dependen de sus
posiciones en la distribución del capital lingüístico, el cual depende de la estructura
de las relaciones de clase. Los cambios superficiales movilizan mecanismos
profundos que reproducen la estructura de las diferencias distintivas y conservan la
renta asociada a la posesión de una competencia.

2. Imponer una lengua

La imposición de la que se habla no consiste en un cálculo cínico, en una


coerción que pueda ser sentida; es más: se puede imponer la adquisición de la lengua
oficial, pero su utilización generalizada es una decisión de los usuarios. De manera
que se requiere una complicidad; la intimidación se ejerce insensiblemente, por
medio de las acciones del mercado lingüístico, sobre alguien predispuesto —lo que
remite a la estructura social— a sufrirla: ni sumisión pasiva, ni creencia profesada,
ni libre adhesión, pues de por medio está el beneficio material y simbólico
(identidad social referida a un nivel de prestigio) para quien posee cierto capital
lingüístico .
8

Un Estado considerado como principal medio de acceso a puestos


administrativos fue la manera de obtener poseedores de competencias lingüísticas
dominadas que colaboraran en la destrucción de sus propios instrumentos de
expresión, orientados por la intención de aumentar su valor en el mercado escolar.
El habitus no se construye con instrucciones explícitas, dirigidas a la conciencia,
sino con sugestiones inscritas en aspectos sutiles —por ello difíciles de revocar— de
7
? Aunque explícitamente opuesto al estructuralismo, aquí Bourdieu se revela como un usuario del
concepto de estructura que impuso ese movimiento.
8 Esto recuerda la “inevitabilidad” de la ideología que plantea Verón en su artículo «Ideología
y comunicación de masas. La semantización de la violencia política». En: E. VERÓN (comp.) [1969]
Lenguaje y comunicación social. Buenos Aires: Nueva Visión.

5
las cosas, las situaciones y las prácticas. El poder simbólico es eficaz más por
describir el ser que por invocar el deber-ser . 9

Según Bourdieu, los autores, los gramáticos y los profesores son los agentes
encargados de inculcar el dominio de la lengua legítima: a partir de los productos de
los autores (los profesionales de la expresión escrita), los gramáticos explicitan y
codifican reglas que los maestros (la pedagogía) instituyen como esquemas
prácticos.

Los autores

Son las autoridades letradas, dignas de ser publicadas, oficializadas, no sin


tensiones internas: las luchas que los oponen contribuyen a producir una lengua
legítima, distante de la lengua común. Se conforma un campo en el que se compite
por el monopolio de imposición del modo de expresión legítimo, y en el que la
contienda disimula el pacto respecto a los principios del juego, que termina
reproduciéndose. De tal manera, la relación de fuerza entre las autoridades mantiene
unas invariantes estructurales, impuestas a los mismos contendores.
No es que los autores desean desposeer a algún sector (incluso a veces celebran
usos no legítimos), pero integran el cuerpo de profesionales investidos del
monopolio del uso legítimo, relacionado con la escuela que, a nombre de la
gramática, sanciona las herejías e inculca la norma, constituyendo los usos
dominados y consagrando el dominante. En el campo literario, los contendores
contribuyen a la dominación simbólica en la medida en que sus intereses y
resultados ocultan (e ignoran) los efectos externos.
Lo que está en juego es la excelencia lingüística: distinción y corrección. Como
el valor nace de la diferencia, sólo hay definición relacional; así, se constituyen
estilos producto de la elección forzada, y estilos “libres”, es decir, determinados por
coerciones específicas de la economía de los bienes simbólicos.

Los gramáticos

Son los juristas de la lengua legítima. Consagran y codifican un uso mediante


razones (no siempre las mejores) y asuntos de gusto (siempre situados
históricamente), con lo que contribuyen a determinar el valor de los productos
lingüísticos en los mercados, en particular los más controlados, como el escolar.

9 Con lo que le hallamos razón a Verón (Idem) en su aclaración sobre la interpelación


ideológica como un caso, tal vez el más visible, pero no el más importante, de la producción
ideológica.

6
La expresión “correcta” es la corregida, es decir, producida por quien domina las
reglas, constituidas por codificación e inculcadas por la pedagogía. El “buen uso”
resulta de una competencia en una gramática incorporada: reglas derivadas del
discurso efectuado (pasado) y puestas como normas del discurso a efectuar (futuro).
Los gramáticos consagran y canonizan escritores y escrituras, entre otras
inculcándolos en la escuela, mediante la normalización, la codificación para hacerlos
maleables, reproducibles. La lengua legítima debe apoyarse con un trabajo
permanente de corrección (de instituciones y de hablantes).

Los profesores

El sistema escolar produce la necesidad de sus servicios y productos, de sus


instrumentos y su corrección, en tanto contribuye a imponer el reconocimiento de la
lengua legítima, dando fuerza de ley a la lengua codificada, cifrada, escrita, por
oposición a la lengua hablada, propia de la expresión popular. Y los profesores son
los agentes de esa imposición y de ese control: someten la producción lingüística de
los sujetos, de un lado, a exámenes universales (con lo que el éxito escolar depende
de las características lingüísticas ); y, de otro lado a sanción jurídica universal: el
10

título, que da acceso a puestos y posiciones sociales.


El sistema escolar: a) actúa sobre el lenguaje, es decir, sobre el pensar. Entonces,
al enseñar la misma lengua, se fabrican las similitudes de donde sale una
“conciencia común”, una tendencia a ver y sentir de la misma manera, que se
convierte en cemento de la nación. b) Da a la gramática eficacia jurídica, en función
de su poder de certificación: hay una relación entre la unificación del mercado de
trabajo y el mercado escolar que otorga títulos nacionales. c) Reserva un puesto
importante a las lenguas porque tiene el monopolio de la producción masiva de
productores-consumidores, y del mercado que establece el valor social de la
competencia lingüística como capital lingüístico.
La lengua legítima se adquiere combinando la exposición más o menos
prolongada a ella (en la familia) y la inculcación expresa de reglas explícitas (en la
escuela). De ahí resultan los grandes tipos de modos de expresión. Ahora bien, en
tanto la lengua legítima se autonomiza de las funciones prácticas, es la escuela la
que más “se le parece”: uso de la lengua escrita, tiempo libre, disposición para
manipular la lengua por sí misma. Así, el costo de formación de la competencia
legítima puede sobrepasar el mínimo técnicamente exigible. El estudio, por ejemplo,
gana una valoración propia, independientemente del resultado; la cualidad social de
la competencia adquirida, contrastada en la manera de ponerla en práctica, puede
aparecer como indisociable de la lentitud de la adquisición. Es decir, un consumo

10 Para Bourdieu, en todo intercambio lingüístico opera esa evaluación.

7
ostentoso de tiempo se incluye en el valor atribuido a una competencia socialmente
garantizada, “certificada” por el sistema escolar.

3. Un modelo de explicación del lenguaje

Según Bourdieu, en toda acción confluyen, de un lado, el habitus lingüístico


(automatismos verbales, competencia lingüística y uso en contexto) y, de otro, las
estructuras del mercado lingüístico (sistema de sanciones y censuras); sin estos
aspectos, es imposible determinar la significación del discurso. El mercado crea el
valor simbólico y el sentido del discurso: de un lado, el interlocutor decide sobre el
sentido, al apropiar creadoramente el discurso con ayuda de esquemas de
interpretación que pueden diferir de los del emisor; y, de otro, el discurso se inserta
en un espacio social en el que ya circulan otros productos discursivos y, en
consecuencia, su valor es relacional. Por no verlo así, por partir de uno solo de los
factores, la lingüística fracasa al explicar la singularidad coyuntural del discurso, lo
que se expresa, por ejemplo, en la introducción de una pobre sociología
“espontánea” que después se exhibe como hallazgo de la investigación.
De tal manera, no habría “estilo personal” por fuera del otro percibiente, capaz
de hacer distinciones, con sus esquemas de percepción y apreciación. En el mercado
lingüístico no circula la lengua, sino discursos caracterizados estilísticamente,
ubicados del lado de la producción (idiolecto) y del lado de la recepción (el receptor
co-produce el mensaje). La comunicación usa un medio común, pero se produce
suscitando experiencias singulares, socialmente caracterizadas, hasta el punto que el
núcleo invariante de sentido puede pasar inadvertido. De esta forma, para Bourdieu
los sentidos de las palabras: no se reciben todos a la vez en el discurso; son
interdependientes; y se definen en relación con el núcleo invariante (puesto en juego
por la competencia) y con la lógica del mercado.
Es por eso que la aptitud “culta” de captar o manipular los diferentes sentidos de
la palabra (presente en los test “de inteligencia” y en cierto procedimiento de los
filósofos), rompe la relación de ésta con el contexto. Esta aptitud está repartida
desigualmente, pues se adquiere en condiciones sociales que autorizan esa
separación.
La lengua legítima impregna todo lo social, de manera que reina una polisemia
que garantiza los efectos ideológicos. La unificación del mercado lingüístico hace
que cada vez haya más significaciones para los mismos signos. Un lenguaje le habla
a todos y todos pueden hablarle, si es polisémico; esto posibilita consensos prácticos
entre agentes o grupos con intereses diferentes.
En su utilización cotidiana, la lengua celebra unos automatismos verbales de
valores y prejuicios. Por su parte, los discursos cultos son eficaces gracias «a la
oculta correspondencia entre la estructura del espacio social en que se producen —

8
campos político, religioso, artístico o filosófico— y la estructura del campo de las
clases sociales en que se sitúan los receptores y con relación a la cual interpreta el
mensaje» [p.15]. Esta correspondencia se ve cuando el discurso especializado se
recontextualiza, pues sus palabras se “universalizan”, se vuelven válidas para todos.
La lengua, como sistema formal, puede decirlo todo, incluso la nada («el rigor
formal puede ocultar el despegue semántico» [p.15]), hecho fundamental para que
campee la ideología. La lengua produce existencia, produciendo su representación
colectivamente reconocida.
Sin embargo, no hay palabras neutras, pues la sociedad está estratificada : los
11

locutores portan intenciones e intereses diferentes. Un enunciado puede ganar


sentidos antagónicos dependiendo del emisor y del receptor. Por eso, el sentido
unívoco de la palabra se busca pero controlando la homogeneidad del grupo.
Entonces, los consensos «mantenidos a costa de precavidas estrategias recíprocas»,
corren el riesgo de volatilizarse en un instante, por efectos de una “metedura de
pata”. Según Bourdieu, la lengua tiene una naturaleza social y la heterogeneidad es
inseparable de ella, pese a que los lingüistas y sus imitadores digan lo contrario;
pese a que, en nuestro caso, las medidas de mejoramiento educativo se basen en una
ilusión contraria.
La lengua no puede fundarse en la exclusión saussureana de la variación, ni en el
privilegio chomskyano de las propiedades gramaticales, en detrimento de las
coerciones funcionales.
Todo lo que tiene que ver con el lenguaje, está enmarcado por las condiciones
sociales de producción, reproducción y utilización de la lengua, en tanto las
sociedades están estratificadas (lo que hace que haya intereses diversos en pugna).
Todo el funcionamiento del sistema actualiza las relaciones de fuerza. Pero cierta
forma de “existencia” es un producto de la vida social mediante las representaciones
colectivas, posibles gracias al lenguaje. La lengua es solamente un valor formal que
se materializa, en tanto código, a través de la competencia lingüística; pero que
adquiere vida social articulada a los otros dos componentes del habitus lingüístico:
el uso en contexto de la lengua y los automatismos verbales; estos componentes
muestran el lenguaje como un hecho social, idea que se completa con el concepto de
mercado lingüístico: consiste, por una parte, en que el otro hace mediación, que co-
produce el sentido (con ayuda de esquemas de intelección socialmente
caracterizados); y, por otra, en que el discurso tiene un valor relacional, en tanto se
produce en el marco de un espacio de circulación de productos como él, con los
cuales se relaciona, explícitamente o no, de alguna manera: dialoga, se opone, cita,
recontextualiza, etc.
Desde esta perspectiva, un análisis formal del lenguaje no sólo es reduccionista,
sino que escamotea las razones por las cuales existe . Igualmente, esta perspectiva
12

11 Cf. la nota 4.
12

9
ubica la idea de “competencia lingüística” como una manera de eludir el asunto del
poder, que se juega realmente más allá de la frase bien construida, en el contexto de
una sociedad que reproduce la desigualdad con ayuda del lenguaje. El recurso a la
competencia lingüística, entonces, como en el caso de cierta interpretación de los
resultados de las evaluaciones en la educación colombiana, impide entender la
circulación discursiva y propone, como un hallazgo de los test, conceptos sobre lo
social que provienen más de los “investigadores” que de los datos, con el agravante
de que son pobres conceptos “sociológicos” que tampoco permiten entender la
educación .13

4. A manera de conclusión

A manera de conclusión, oigamos lo que dice Bourdieu [:36] sobre la


“medición” de la competencia:

La competencia lingüística, medida según los criterios escolares, depende, como las
demás dimensiones del capital cultural, del nivel de instrucción estimado por los
títulos sociales, y de la trayectoria social [...]. En tanto que mercado lingüístico
estrictamente sometido a los veredictos de los guardianes de la cultura legítima, el
mercado escolar está dominado por los productos lingüísticos de la clase dominante
y tiende a sancionar las diferencias de capital preexistentes: el efecto acumulado de
un débil capital cultural, y de la correlativa débil propensión a aumentarlo por la
inversión escolar, condena a las clases más desprovistas a las sanciones negativas
del mercado escolar, es decir, a la eliminación o a la autoeliminación precoz que
unos mediocres resultados entraña. Las diferencias iniciales tienden, pues, a
reproducirse, debido a que la duración de la inculcación tiende a variar
paralelamente a su rendimiento; los menos inclinados o menos aptos para aceptar y
adoptar el lenguaje escolar son también los que menos tiempo están expuestos a él,
a los controles, correcciones y sanciones escolares.

De esto destacamos que no hay medición de la competencia sino bajo ciertos


criterios; que la competencia es una dimensión cultural; que, en cuanto tal, depende
de la estratificación social y del tratamiento de las diferencias; que la cultura no es
un bien social, sino que la hay “legítima” e “ilegítima” y que, para que haya esa
clasificación hay que producirla y vigilarla; que en la escuela circulan los productos
lingüísticos dominantes; que otros usos lingüísticos, aquellos que traen los
? Sin embargo, el hecho de tener que plantear la existencia de ese sistema formal, es un
reconocimiento a su relativa autonomía.
13 Como, por ejemplo, el siguiente: «La noción de competencia evocará un sentido de
idoneidad y se constituirá en el norte de los procesos educativos, en tanto vehículo igualador que
conduce a la formación de ciudadanos libres de pensamiento, autónomos, con el hábito de construir
su propia y permanente educación [...]». Bogoya, Daniel. «Una prueba de evaluación de
competencias académicas como proyecto». En: BOGOYA et al. [2000]. Competencias y proyecto
pedagógico. Bogotá: Universidad Nacional. p.29.

10
estudiantes, están sancionados de antemano; que los capitales culturales no
dominantes condenan al fracaso escolar a sus portadores, quienes no tienden a
aumentarlos; que el fracaso es sancionado incluso por el mismo condenado; que las
diferencias, lejos de aminorarse, se reproducen; que el tiempo de exposición a la
escuela es diferencial socialmente y que esa diferencia es garantía de estabilidad
escolar.

BIBLIOGRAFÍA

BOGOYA, Daniel. «Una prueba de evaluación de competencias académicas como


proyecto». En: BOGOYA et al. [2000]. Competencias y proyecto pedagógico.
Bogotá: Universidad Nacional.

BOURDIEU, Pierre [1985]. ¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios


lingüísticos. Madrid: Akal, 1999.

________ y Passeron, Jean-Claude [1970]. La reproducción. Elementos para una teoría del
sistema de enseñanza. México: Fontamara, 1995.

CHOMSKY, Noam [1965]. Aspectos de la teoría de la sintaxis. Madrid: Aguilar, 1975.

De SAUSSURE, Ferdinand [1916]. Curso de lingüística general. Madrid: Alianza, 1989.

VERÓN, Eliseo (comp.) [1969] Lenguaje y comunicación social. Buenos Aires: Nueva
Visión.

VOLOSHINOV, Valentin [1929]. El marxismo y la filosofía del lenguaje. Madrid: Alianza,


1992.

11

También podría gustarte