La revolución rusa de 1917 se produjo debido al descontento popular con la participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial y la grave crisis económica resultante. En febrero, el zar Nicolás II abdicó y se estableció un gobierno provisional, mientras que los bolcheviques ganaban influencia a través de los sóviets. En octubre, los bolcheviques liderados por Lenin tomaron el poder en la revolución de octubre, estableciendo el primer estado comunista.
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La revolución rusa de 1917 se produjo debido al descontento popular con la participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial y la grave crisis económica resultante. En febrero, el zar Nicolás II abdicó y se estableció un gobierno provisional, mientras que los bolcheviques ganaban influencia a través de los sóviets. En octubre, los bolcheviques liderados por Lenin tomaron el poder en la revolución de octubre, estableciendo el primer estado comunista.
La revolución rusa de 1917 se produjo debido al descontento popular con la participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial y la grave crisis económica resultante. En febrero, el zar Nicolás II abdicó y se estableció un gobierno provisional, mientras que los bolcheviques ganaban influencia a través de los sóviets. En octubre, los bolcheviques liderados por Lenin tomaron el poder en la revolución de octubre, estableciendo el primer estado comunista.
La revolución rusa de 1917 se produjo debido al descontento popular con la participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial y la grave crisis económica resultante. En febrero, el zar Nicolás II abdicó y se estableció un gobierno provisional, mientras que los bolcheviques ganaban influencia a través de los sóviets. En octubre, los bolcheviques liderados por Lenin tomaron el poder en la revolución de octubre, estableciendo el primer estado comunista.
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El origen hay que buscarlo en la oposición de la población a la participación
de Rusia en la guerra mundial. Al descontento generalizado por la evolución
de la contienda, se unió una importante crisis económica que provocó el desa- bastecimiento en las ciudades y, en consecuencia, la escasez de alimentos y el hambre. La población se movilizó provocando motines y huelgas en la capital San Petersburgo, nombre de raíz germana que recibió el de Petrogrado con el inicio de la guerra mundial. En la capital se organizó un soviet de Diputados de los Obreros y Solda- dos, a lo que el zar reaccionó disolviendo la Duma. Sin embargo, ésta eligió un comité de parlamentarios que, desde estos momentos, compartió el poder en la ciudad con el soviet de obreros de Petrogrado. El comité de la Duma constituyó un gobierno provisional que tuvo como presidente al príncipe Lvov. Dentro del gobierno estaba el representante del partido Social Revolu- cionario, Alejandro Kerensky. El Zar intentó reconducir la situación y hacerse con el control el poder, pero los soldados de Petrogrado se habían sumado a la revolución, por lo que Nicolas ii, sin la ayuda del ejército, tuvo que abdicar el 17 de marzo de 1917. El gobierno provisional publicó un programa que mostraba su carácter moderado, democrático y constitucionalista, que recogía, entre otras cues- tiones, la libertad de reunión y opinión, el derecho de huelga, la abolición de privilegios o la convocatoria de una asamblea constituyente elegida mediante sufragio universal masculino. Frente al poder del gobierno provisional se alzaba el poder del soviet de obreros que, formado por social revoluciona- rios, mencheviques y bolcheviques, defendía ideas socialistas. Este doble poder del gobierno y los soviets se mantuvo hasta el triunfo de la revolución bolchevique.
5.4. La revolución de octubre
La decisión del gobierno de no poner fin a la presencia rusa en la gue-
rra mundial fue un hecho decisivo en el devenir de los acontecimientos. El gobierno entendió que la retirada de la contienda podía implicar una dura reacción de las potencias aliadas y la pérdida definitiva de vastos territorios, por lo que intentó convencer a obreros y soldados para continuar en la guerra como defensa del nuevo régimen democrático. Sin embargo, los soviets de Petrogrado y Moscú entendían como prioritario la salida inmediata de Rusia de la contienda, por lo que reaccionaron convocando manifestaciones y huelgas contra la decisión del gobierno. La llegada de Lenin a Rusia en abril de 1917, procedente de Suiza donde había pasado los años de la guerra, dio un nuevo impulso a la revolución. Lenin defendió, en sus famosas “tesis de abril”, el fin inmediato de la participación rusa en la guerra, la no cooperación con el
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gobierno provisional –al que tachó de burgués–, exigió que el poder pasara a los soviets y se posicionó en contra de las democracias parlamentarias. El gobierno provisional prometía reformas pero éstas no llegaban. Las revueltas se sucedían y se creaban soviets en toda Rusia, al tiempo que las derrotas continuaban en el frente. Con el empeoramiento de la situación, el gobierno provisional de Lvov tuvo que dimitir, y Alejandro Kerensky ocupó el puesto de primer ministro. En julio, los bolcheviques protagonizaron un levantamiento armado que fracasó, algunos de sus dirigentes fueron detenidos mientras que otros, como Lenin, lograron huir. Al mes siguiente, un antiguo general zarista, Lavr Kornilov, intentó dar un golpe de estado dirigiendo sus fuerzas contra Petrogrado. Sin embargo, Kornilov fue derrotado por los soldados y revolucionarios presentes en la ciu- dad, con una actuación destacada de los bolcheviques. Este intento de golpe supuso el descrédito de Kerensky, mientras que significó el reconocimiento popular de los bolcheviques que, desde este momento, incrementaron su pre- sencia en los soviets de todo el país. Lenin lanzó su consigna: ¡Todo el poder a los soviets!, al tiempo que supo interpretar la realidad de la situación y los deseos del pueblo ruso en un programa de cuatro puntos: paz inmediata con las potencias centrales, reparto de tierras entre los campesinos, control obrero de las fábricas y entrega del poder a los soviets. La influencia de los bolchevi- ques iba en ascenso, así el soviet de Petrogrado, que desde el principio estuvo en manos de social-revolucionarios y mencheviques, pasó, desde septiembre, a estar dominado por los bolcheviques, que colocaron como presidente a León Davidovich Trotski. El 10 de octubre, Lenin imponía sus tesis revolucionarias en el Comité Central del partido bolchevique, que decidía llevar a cabo la insurrección para alcanzar el poder. Se fijaba la fecha del 25 de octubre –7 de noviembre en Occidente–, día en el que se celebraba en Petrogrado el ii Congreso de Soviets de toda Rusia. En los días 24 y 25, la Guardia Roja dirigida por Trotski, junto con los marinos de la base de Kronstadt y grupos de soldados y obreros sim- patizantes de los bolcheviques ocuparon los lugares claves de la ciudad, como la oficina de teléfonos, las estaciones de ferrocarril o las instalaciones eléctri- cas. Por último, la sede del gobierno, el Palacio de Invierno, fue ocupada el día 25, mientras que Kerensky huía con destino a EE.UU. El Congreso de los Soviets nombró un nuevo gobierno, bajo el nombre de Consejo de Comisarios del Pueblo. Lenin fue el presidente, mientras que los restantes ministerios estuvieron ocupados, entre otros, por Trotsky, en Asun- tos Exteriores; Stalin, en Nacionalidades; Lunacharsky, en Cultura; Antonov Ovseenko, como ministro de Guerra o Rykov, en Interior. Lenin presentó dos primeras medidas: las negociaciones para la consecución de una paz justa sin anexiones ni indemnizaciones y la confiscación de la propiedad de la tierra sin compensaciones para su distribución entre los campesinos.
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Tras el triunfo de la revolución, el gobierno celebró las elecciones para la Asamblea Constituyente el 12 de noviembre de 1917. Los bolcheviques obtu- vieron el 25% de los votos, mientras que los social-revolucionarios consiguie- ron el 60%. La Asamblea se constituyó en enero de 1918, e inmediatamente Lenin la disolvió. El líder bolchevique no había llevado a cabo la revolución para establecer un régimen democrático, sino para instaurar la dictadura del proletariado. Desde este momento, fueron prohibidos los partidos liberales y constitucionalistas, que pasaron a formar parte de las filas de la contrarrevo- lución, mientras que los mencheviques y social-revolucionarios mantuvieron la legalidad durante algunos meses. En marzo de 1918, el partido bolchevique pasó a denominarse Partido Comunista. Uno de los graves problemas al que tuvo que enfrentarse el nuevo régimen fue la negociación de paz con las potencias centrales. Tras difíciles conversa- ciones, los dirigentes rusos firmaron el tratado de Brest Litovsk con Alemania, en marzo de 1918, por el que Rusia perdía Polonia, Finlandia, Letonia, Esto- nia, Lituania, Georgia y Ucrania. Pero, además de las grandes mermas territo- riales, los problemas derivados de la participación rusa en la guerra vinieron de sus antiguos aliados, que se unieron a las fuerzas contrarrevolucionarias para acabar con el poder bolchevique. Rusia se vio envuelta en una guerra civil con participación de las potencias extranjeras. Los bolcheviques estaban solos frente a los liberales, demócra- tas, burgueses y campesinos propietarios, a los que se fueron uniendo, según la represión se extendía, los social-revolucionarios y mencheviques; por otra parte, se enfrentaron a las potencias occidentales, que ayudaron al conglome- rado contrarrevolucionario con la esperanza de conseguir la vuelta de Rusia a la guerra mundial. Las fuerzas internacionales estuvieron formadas por japo- neses, que veían la posibilidad de ampliar su imperio a costa del ruso, esta- dounidenses, franceses e ingleses.
6. La victoria de los aliados
La revolución en Rusia provocó una difícil situación para las potencias
aliadas que, sin embargo, se vio compensada con la entrada de los EE.UU. en guerra. Aunque, como hemos visto, tanto el presidente Wilson como la población eran partidarios de mantener la neutralidad, el cambio de táctica de Alemania en la guerra submarina facilitó la beligerancia norteamericana. En efecto, el bloqueo inglés hacía cada vez más daño a Alemania, por lo que el Alto Estado Alemán entendió que la única forma de sacudirse este problema y conseguir la victoria final era llevar la lucha submarina hasta sus últimas con- secuencias. Así que Alemania reanudó, en febrero de 1917, el bloqueo naval a las Islas Británicas, con la advertencia al resto de países que hundiría cualquier
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barco que se dirigiese a los puertos británicos, independiente de la mercancía que transportara. Los alemanes pensaban que, con esta táctica, podían acabar con Gran Bretaña en seis meses, tiempo que consideraban insuficiente para que EE.UU., en el caso de que les declarara la guerra, pudiera transportar sus tropas a Europa. Cuando el presidente norteamericano conoció la decisión alemana rompió las relaciones diplomáticas. Al mismo tiempo, la opinión pública ame- ricana conoció los términos del telegrama Zimmermann, lo que puso en alerta a muchos estadounidenses sobre la más que probable implicación de su país en el conflicto. El hundimiento de varios barcos con bandera estadounidense por submarinos alemanes supuso el fin de las reticencias. Estados Unidos declaraba la guerra a Alemania el 6 de abril de 1917. Aunque, en un principio, la guerra submarina consiguió el objetivo previsto: el hundimiento de un buen número de barcos y la reducción de reservas de alimentos en las Islas Británicas, las medidas puestas en marcha por los aliados, como cargas de profundidad, minas y, principalmente, la organización de desplazamientos en convoy –en el que iban barcos mercantes y de guerra–, disminuyeron su efectividad. A la espera de la llegada de las tropas norteamericanas a Europa, el frente occidental, durante 1917, continuó estancado. Lo que no impidió desgastadoras batallas, como las de Passchendaele, en el verano de 1917, donde los ingleses perdieron cerca de 400.000 hombres, o la batalla de Caporetto, en octubre del mismo año, donde los italianos sufrieron una dura derrota con medio millón de bajas, entre muertos y prisioneros. Sin embargo, donde los aliados progresaron fue en Oriente Medio. Allí, los ingleses entraron en Bagdad, en marzo, y su oficial “Lawrence de Arabia”, al frente de tribus árabes, tomó Aqaba, en julio, mientras que tropas inglesas ocupaban Jerusalén en diciembre.
El Kaiser, Guillermo ii, entre los generales Hinderburg y Ludendorff
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En Alemania, las disensiones entre los dirigentes políticos y los man- dos militares empezaban a ser evidentes. Mientras que el gobierno ale- mán deseaba abrir negociaciones con las potencias aliadas para intentar un acuerdo de paz, la cúpula militar, con los generales Ludendorff y Hindenburg a la cabeza, rechazaban cualquier tipo de pacto. Los responsables milita- res diseñaron un ataque masivo en el frente occidental, en marzo de 1918, con más de tres millones de soldados, que puede ser considerada la última gran ofensiva alemana. El avance fue espectacular en los primeros meses. Las tropas llegaron a cruzar el río Marne y se situaron cerca de París, que corría serio peligro. Pero el ejército francés dirigido por el general Foch, que había asumido la dirección de todas las fuerzas aliadas incluidas las tropas norteamericanas, detuvo el avance y contraatacó, haciendo retroceder a los alemanes hasta el río Aísne. Esta segunda batalla del Marne fue determinante para el fin de la guerra. El ejército alemán había realizado su último esfuerzo y estaba prácticamente agotado. Los aliados mantuvieron la iniciativa; los americanos, en septiembre, atacaron en la zona de la Argonne, en las Arde- nas, mientras que los ingleses hacían lo propio en Flandes. Los generales alemanes reconocieron ante el kaiser su imposibilidad de ganar la guerra, y aconsejaron la formación de un gobierno, lo más plural posible, para enfren- tarse a las negociaciones de paz. Mientras, los países que habían luchado al lado de las potencias centrales fueron cerrando su participación en la guerra. Bulgaria firmó el armisticio en Salónica el 30 de septiembre. En Oriente Medio, los acontecimientos se suce- dían vertiginosamente. Los ingleses, en colaboración con los árabes, tomaban Amán, el 25 de septiembre, y Damasco, a principios de octubre. Al mismo tiempo, los franceses entraban en Beirut. El 14 de octubre, Turquía pedía el alto el fuego y, el 30 de octubre, firmaba el armisticio en la isla de Maudros, en el Egeo. Por su parte, Austria-Hungría iba a protagonizar su última batalla en el frente sur. Los italianos lanzaron una fuerte ofensiva a finales de octubre, cru- zaron el río Piave y se dirigieron hacia Trento. El ejército trasalpino consiguió la decisiva batalla de Vittorio Veneto, con más de 400.000 prisioneros. Esta derrota supuso el fin del Imperio Austro-Húngaro, pero también el punto final para Alemania. El kaiser había nombrado el gobierno solicitado por los mili- tares, y las negociaciones de paz comenzaron mientras continuaba la guerra. Las conversaciones se dilataban en el tiempo y no se llegaba a ningún acuerdo, además el General Ludendorff llevaba a cabo una política de destrucción en los territorios que abandonaba y de resistencia a ultranza, cuestiones que pro- vocaron la desconfianza de los aliados. El gobierno alemán cesó a Luden- dorff y puso en su puesto al general Groener. La caída de Austria‑Hungría fue determinante para que los acontecimientos se precipitaran. La orden dada a los marineros alemanes para librar su última batalla naval contra los ingle- ses, a finales de octubre, provocó el amotinamiento de las tropas en el puerto de Kiel. A la rebelión de los marinos le sucedió la de los soldados del ejér-
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cito de tierra y las sublevaciones de trabajadores en las principales ciudades alemanas. Las movilizaciones se extendían, y el 9 de noviembre el jefe del gobierno nombrado por el kaiser para las negociaciones de paz, el príncipe Max Von Baden, cedía el poder al líder del Partido Socialista Alemán, Frie- drich Ebert, al que se consideraba como la única persona capaz de ejercer un control efectivo sobre el país. El mismo día, con el fin de evitar los disturbios y la actuación de una minoría revolucionaria, el kaiser Guillermo ii fue obli- gado a abdicar. La comisión encargada de negociar con los aliados el fin de la guerra, dirigida por el católico Matthias Erzberger, firmó el armisticio el 11 de noviembre de 1918. La Primera Guerra Mundial había terminado.
7. Características de la Gran Guerra
La Primera Guerra Mundial tuvo unas características especiales. Era la
primera vez que un conflicto bélico adquiría el carácter de mundial, pues habían participado países de todos los continentes y se había desarrollado en buena parte del mundo. También fue una guerra total porque no afectó sólo a los soldados que fueron a luchar al frente, sino que el conflicto repercutió en la población civil que se mantuvo en retaguardia. Todos los recursos se emplearon en la guerra y la industria se reconvirtió con el objetivo de producir materiales para el frente. Cada Estado intervino en todos los resortes de su economía, se pasó de un liberalismo económico al control exhaustivo en el comercio, la producción, la distribución de los productos, la moneda… Durante la contienda aparecieron nuevas formas de guerra y nuevas armas. Con el estancamiento de los frentes, la guerra de trincheras fue la caracterís- tica común. Los ataques en estas zonas mantenían un esquema básico: un fuerte ataque de artillería durante días, seguido de grandes oleadas de solda- dos de infantería. Las trincheras representan la imagen de esta guerra. Luga- res insalubres con largas alambradas de espino, donde las condiciones eran inhumanas y se extendían las enfermedades; y entre trincheras, de uno y otro bando, una tierra de nadie donde se acumulaban los cadáveres. En cuanto al armamento, la gran revolución fueron las ametralladoras, que se utilizaron de forma prominente en la guerra de trincheras ya que su capacidad de tiro destruía la formación de los atacantes. La artillería logró un gran desarrollo, su precisión y calibre aumentaron con el paso del conflicto. El cañón más espectacular fue el Gran Berta, construido por Alemania, con un calibre de 420 m/m. Aparecieron los carros de combate o tanques, utili- zados, en primer lugar, por los ingleses. Los tanques tuvieron un gran desa- rrollo durante la contienda, aunque no alcanzaron el rendimiento de guerras posteriores. Se emplearon, principalmente, como apoyo a la infantería o para la destrucción de trincheras. Los productos químicos, que estaban prohibidos