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Tema 1

LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL


Ángel Herrerín López

1.  El detonante

El 28 de junio de 1914, un joven nacionalista serbio de 19 años, Gavrilo


Princip, vinculado a la organización clandestina “Mano Negra” asesinaba
en Sarajevo al heredero del trono austro-húngaro archiduque Francisco Fer-
nando y a su esposa, la duquesa Sofía Chotek. El 23 de julio, es decir, casi un
mes después del atentado, Austria-Hungría daba un ultimátum de 48 horas a
Serbia para que reconociera su participación en el asesinato, permitiese que
su policía investigase en territorio serbio y prohibiera la existencia de orga-
nizaciones nacionalistas como la responsable del asesinato. Cinco días más
tarde Austria-Hungría declaraba la guerra a Serbia ante la negativa de ésta a
aceptar tan humillantes condiciones. El 30 de julio, Rusia, en apoyo a Serbia,
movilizó sus tropas, acción que implicaba la declaración de guerra a Austria-
Hungría. Al día siguiente, Alemania, que tenía firmado un pacto con Austria-
Hungría, exigió a Rusia la detención de sus ejércitos, pero la negativa del Zar,
Nicolás ii, supuso la movilización del ejército alemán y, en consecuencia, la
declaración de guerra entre Alemania y Rusia. Francia, que tenía un acuerdo
con Rusia, movilizó sus tropas. El 3 de agosto Alemania declaró la guerra
a Francia, y su ejército comenzó a invadir Bélgica. Gran Bretaña, aliada de
Rusia y Francia, se veía además comprometida por un acuerdo con Bélgica
como defensora de su libertad firmado en 1839, así que Gran Bretaña declaró
la guerra a Alemania. En los días siguientes, Austria-Hungría declaraba la
guerra a Rusia, Francia y Gran Bretaña.
Aunque el atentado del heredero al trono de Austria-Hungría ha sido con-
siderado como el detonante que provocó la Primera Guerra Mundial, y los
acontecimientos producidos en cascada señalados más arriba pueden ser con-
siderados como las causas próximas del conflicto, es necesario analizar una
serie de causas profundas que se encuentran en el origen de la que ha sido
denominada como la “Gran Guerra”.

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2.  Causas profundas y antecedentes diplomáticos

La guerra fue el resultado final de varias causas: el enfrentamiento perma-


nente entre los imperios, el sistema de alianzas entre potencias y el avispero
nacionalista en que se habían convertido los Balcanes, que provocó, como
hemos visto, una reacción en cadena de movilizaciones de tropas y declara-
ciones de guerra.
Europa, a finales del siglo xix y principios del xx, concentraba el mayor
poder económico y militar del planeta. La revolución industrial, iniciada en
Inglaterra, se había extendido por el continente, mientras que la economía
funcionaba conectada en todo el mundo. El fuerte desarrollo económico y
científico de la época estaban íntimamente ligados con el desarrollo del impe-
rialismo. Los países industrializados necesitaban la importación de materias
primas y la exportación de sus artículos para mantener su crecimiento econó-
mico, pero también la colocación de los excedentes de capital para obtener
mayores beneficios. En el contexto internacional, Gran Bretaña era el imperio
más poderoso con una superioridad militar indiscutible en el mar. Aunque
Alemania, con un fuerte crecimiento económico, reclamaba una posición
destacada en el expansionismo colonial. La necesidad de cada potencia de
hacerse con nuevos mercados, controlar una serie de territorios que le permi-
tiera mantener su desarrollo económico y ponerlos a salvo de posibles inter-
venciones de otros países provocó el incremento de la industria de guerra y
dio lugar a un fuerte militarismo en los países imperialistas. De hecho, en el
cambio de siglo se produjeron varios enfrentamientos en los que el problema
colonial se encontraba entre las causas principales: la guerra de los Boers, en
Sudáfrica –entre los colonos neerlandeses y el Imperio Británico–, en la que
el litigio era las minas de oro y diamantes; y la guerra de los boxers en China,
levantamiento con un fuerte cariz antioccidental –anticolonial– motivado por
las injusticias que sufría la población.
Por otro lado, dos nuevas naciones irrumpían con fuerza en el colonia-
lismo internacional: EE.UU. y Japón. Estados Unidos venció a España en una
guerra desigual en 1898, arrebatándole las colonias de Cuba, Puerto Rico,
Filipinas y la isla de Guam; por su parte, Japón derrotó a Rusia en 1905, en el
primer gran enfrentamiento entre grandes potencias desde 1870. La victoria
japonesa, al tiempo que supuso una sorpresa para el mundo occidental, sig-
nificó el comienzo de la expansión del país nipón por el continente asiático,
que tuvo una de sus primeras manifestaciones en la ocupación de Corea en
1910. Para Rusia, la derrota supuso el inicio de importantes revueltas que
preparaban la revolución de 1917. En este contexto, Alemania inició, en 1898,
la construcción de una escuadra que le permitiera competir con la inglesa, cir-
cunstancia que puso en alerta al resto de países y generó toda clase de recelos
y rivalidades con Gran Bretaña.

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Este imperialismo, con su consiguiente carrera armamentística y la des-
confianza que generaba, facultó la organización de alianzas con el objetivo de
dar cierta estabilidad al sistema ante la inexistencia de organismos internacio-
nales que mantuviera el equilibrio existente. El fuerte desarrollo económico
alemán y su consiguiente expansión en África llenaron de reticencias no sólo
a los ingleses, sino también a los franceses, que no olvidaban la pérdida de
Alsacia y Lorena anexionadas por Alemania en la guerra de 1871. En conse-
cuencia, el canciller alemán, Otto Von Bismarck, antes de su retiro en 1890,
quiso asegurar la unidad y prosperidad alemana –para lo que era necesaria
la paz en el continente– mediante la constitución de una alianza militar con
Austria-Hungría, a la que se sumó Italia en 1882. Esta Triple Alianza acordó
que si uno de los países firmantes entraba en guerra con otras potencias, los
otros le apoyarían en el conflicto. Bismarck alcanzó otro acuerdo con Rusia,
enemiga de Austria-Hungría en los Balcanes, para asegurar aún más esta paz
tan necesaria a sus intereses. Sin embargo, tras el retiro del gran estadista, los
alemanes abandonaron este último pacto, circunstancia que fue aprovechada
por Francia para llegar a una alianza con la Rusia zarista en 1894.
A principios de siglo, en pleno desarrollo económico y militar alemán,
ingleses y franceses abandonaban sus contenciosos coloniales y, ante el
empuje germano, firmaban una “entente cordiale” que, aunque no aseguraba
su implicación en caso de conflicto bélico, estrechaba sus relaciones. Además
Francia facilitó la aproximación entre Gran Bretaña y Rusia, que en 1907 fir-
maban en San Petersburgo una “entente” que limitaba sus esferas de influen-
cia en Persia y Afganistán. Así que el doble acuerdo franco-ruso y anglo-ruso
facultó la actuación conjunta de los tres países en lo que se denominó la Triple
Entente. A diferencia de la Triple Alianza, los países de la Entente no adqui-
rieron ningún compromiso en caso de conflicto bélico. Por su parte, Italia se
fue alejando del acuerdo firmado con Alemania y Austria-Hungría, y acer-
cándose a Francia e Inglaterra, con el objetivo de salvaguardar sus intereses
en el Mediterráneo. Por tanto, al inicio de la segunda decena del siglo xx, el
sistema de alianzas dividía a Europa en dos bandos: por un lado, Alemania y
Austria-Hungría; y, por otro, la Entente entre Gran Bretaña, Francia y Rusia.
Esta situación suponía que cualquier incidente, independiente de su
magnitud, fuera tomado como una prueba de fuerza por los dos grupos y,
en consecuencia, susceptible de convertirse en un enfrentamiento armado de
grandes proporciones. La situación fue especialmente peligrosa en el dominio
de Marruecos, con una política alemana agresiva que intentaba debilitar el
entendimiento entre Francia y Gran Bretaña mediante el ataque a los intereses
coloniales franceses; pero también en los Balcanes, donde los nacionalismos
imperantes incitaban al enfrentamiento entre Rusia y Austria-Hungría.
En Marruecos hubo dos crisis; en la primera el kaiser Guillermo ii de
Alemania pronunció un discurso en Tánger, dentro de una visita al sultanato
alauíta en 1905, en la que defendió la independencia de Marruecos frente a los

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intereses coloniales de Francia y España, y reclamó la libertad de comercio
en la zona. A requerimientos de Alemania, se convocó una conferencia inter-
nacional en Algeciras, en enero 1906, donde los alemanes intentaron frenar
la expansión francesa en la zona. Sin embargo, el Acta de Algeciras, firmada
en el mes de abril, aceptaba la división del territorio marroquí entre Francia
y España, con el beneplácito del resto de potencias europeas. Alemania, que
sólo contó con el apoyo de Austria-Hungría, veía sus intereses doblegados,
con la única satisfacción de contar con una política de “puertas abiertas” en
territorio marroquí. La actuación alemana había conseguido lo contrario de
lo que pretendía: que Gran Bretaña estrechara sus lazos con Francia, cuyos
intereses defendió en todo momento durante la conferencia.
En 1911, la entrada de la cañonera alemana Panther en Agadir por el
incumplimiento de los acuerdos de Algeciras –en concreto argüían la ocu-
pación de las ciudades imperiales de Fez y Meknés por los franceses–, pro-
vocó otra situación extremadamente peligrosa. La crisis se superó con el reco-
nocimiento por parte de Alemania de los derechos coloniales de Francia en
Marruecos, a cambio de concesiones territoriales en el Congo francés. Los
recelos ante el expansionismo alemán crecían en Francia y Gran Bretaña, lo
que facilitaba el estrechamiento de relaciones entre ambos países.
En los Balcanes, el nacionalismo serbio salía en defensa de los eslavos que
vivían dentro de los imperios austro-hungaro y otomano. Por su parte, Rusia,
que había visto cortada su expansión en Oriente por la humillante derrota ante
Japón en 1905, había vuelto su mirada hacia Europa, en concreto a los Bal-
canes, donde, además de tener sus propios intereses, apoyaba a Serbia, motor
nacionalista de los eslavos del sur, lo que amenazaba la integridad del Imperio
Austro-Húngaro. En 1908, Austria-Hungría se anexionaba Bosnia-Herzego-
vina, con lo que desbarataba las pretensiones serbias. Rusia, tremendamente
debilitada por su derrota en Oriente y los conflictos internos, no pudo apoyar
en esta circunstancia a Serbia, por lo que ambos países tuvieron que aceptar
la fuerza de los hechos.
En 1912, las reivindicaciones de Grecia, Serbia y Bulgaria sobre Macedo-
nia enfrentaron a estos países con Turquía, que en esos momentos se encon-
traba en guerra con Italia por Trípoli y las islas del Dodecaneso. Turquía fue
vencida fácilmente, pero surgieron diferencias entre los vencedores a la hora
del reparto. Así que en 1913, explotó la segunda guerra de los Balcanes. Gre-
cia y Serbia declaraban la guerra a Bulgaria, que pretendía agrandar la zona
obtenida en Macedonia. Rumanía y Turquía vieron la oportunidad de recupe-
rar posiciones y se unieron a la guerra contra Bulgaria. El Tratado de Bucarest
de 1913 certificaba la derrota de Bulgaria; y la consiguiente ocupación por
parte de Rumanía de antiguos territorios en litigio, mientras que Grecia y Ser-
bia se repartían Macedonia. De todas formas, Serbia, a pesar de las ventajas
territoriales obtenidas, veía frustrados sus intentos de obtener una salida al
mar, pues si bien había ocupado Albania durante el conflicto, en la paz tuvo

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que aceptar la constitución en este país de un reino independiente, condición
impuesta por las potencias y que reforzaba la posición austro-hungara. Des-
pués de esta segunda guerra, nadie estaba verdaderamente satisfecho de su
resultado: Austria-Hungría, porque veía el engrandecimiento de Serbia; ésta
porque no había conseguido lo que se proponía; y Rusia porque, nuevamente,
su apoyo al expansionismo serbio se había visto mancillado por la victoria
diplomática austro-húngara. En fin, el equilibrio entre Rusia y Austria-Hun-
gría se rompía con la fuerte conflictividad en la zona de los Balcanes, conse-
cuencia del nacionalismo imperante.
Los Balcanes se convirtieron en el polvorín de Europa en un momento
en el que otros asuntos de mayor calado, como hemos visto, estaban latentes.
El asesinato del heredero del trono de Austria-Hungría, el archiduque Fran-
cisco Fernando en Sarajevo, en junio de 1914, fue la chispa que condujo al
continente europeo a un conflicto bélico que, con el paso del tiempo, llegó a
tener una dimensión mundial.

3.  La oposición a la guerra

La reacción en cascada de las potencias ante la declaración de guerra de


Austria-Hungría a Serbia no se puede entender como un deseo irrefrenable de
las potencias a enfrentarse en un conflicto armado. De hecho, en los primeros
momentos hubo intentos diplomáticos que pretendieron desactivar la tensión.
Alemania intentó frenar a Austria-Hungría, al tiempo que Francia hacía lo
propio con Rusia, mientras que Gran Bretaña promovía la realización de una
conferencia internacional para buscar una salida al conflicto. Pero las posicio-
nes intransigentes de Austria-Hungría y Rusia arrastraron al resto de poten-
cias a una guerra que desde hacía tiempo era motivo de discusión en cada
uno de los países. Se puede decir que aunque la inmensa mayoría de la gente
quería la paz, desde hacía años se veía la guerra como un hecho irremediable.
La oposición más importante a la guerra provino desde las filas socialistas.
Los partidos socialistas se habían integrado paulatinamente en la estructura de
los países nacionales, por lo que, llegado el conflicto, sus militantes tuvieron
que enfrentarse a la difícil tesitura de decidir entre las bases ideológicas y la
llamada de la nación. No faltaron las advertencias en contra de la guerra rea-
lizadas por líderes socialistas europeos en sus diferentes países. Advertencias
que recogió la ii Internacional en el congreso celebrado en Stuttgart, en 1907,
donde señalaba su oposición a cualquier conflicto armado. Entre los líderes
socialistas más activos en contra de la guerra cabe destacar al francés Jean
Jaurès, posición que le costó la vida a manos de un nacionalista francés en
París en julio de 1914. De todas formas, a pesar de la oposición de los socialis-
tas, los obreros franceses no podían abstraerse de su nacionalismo, y no olvida-

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