Bajo Tus Sabanas Sarah Myers
Bajo Tus Sabanas Sarah Myers
Bajo Tus Sabanas Sarah Myers
SARAH MYERS
© Sarah Myers
Rebecca sabía que no estaba bien, que era una mala decisión y de la que se iba
a arrepentir. Por eso debía apresurarse por recuperar el sentido común que claramente
había perdido, parar en ese mismo instante y largarse corriendo.
Pero descubrió que era mucho más fácil pensarlo que hacerlo. Por mucho que
su cerebro le decía que debía detenerse, sus labios seguían moviéndose de forma
efusiva sobre los labios de Christopher de la misma forma en la que él buscaba sus
labios hasta dejarla sin aliento, dejando ver en ese acto íntimo la necesidad vehemente
del deseo que crecía con más intensidad a cada momento. Rebecca no se quedó atrás,
alargó su brazo para enterrar su mano en el espeso cabello azabache, sintiendo su
suavidad entre sus dedos mientras dejaba que la lengua de Christopher penetrara en su
boca.
Pero no era el lugar idóneo para hacer lo que quisieran. Estaban en el despacho
del jefe de Rebecca, que podría venir en cualquier momento. Eso fue lo que hizo que su
parte racional terminara por tomar el control de toda la situación o, mejor dicho, de esa
locura.
—Deberíamos… parar —dijo de forma entrecortada mientras intentaba
recuperar el ritmo normal de su respiración.
—Sí, tienes razón —comentó Christopher, intentando que el control volviera a
su cuerpo y, aunque le costaba reconocerlo, se quedó realmente extrañado de lo que
acababa de suceder.
No era la primera vez que daba besos furtivos en lugares inapropiados, pero sí
la primera que percibía que su entereza flaqueaba por una mujer. Todavía sentía su
aliento cálido sobre sus labios debido a la cercanía en la que se encontraban y a la
calidez de su mano todavía más cerca. Pero, decidido a que no siguiera afectándole, se
apartó de su contacto.
—Esto… —empezó a decir Christopher, levantándose del sofá que tenía su
trabajador en el despacho, dedicado a situaciones similares a las que se había
encontrado en diversas ocasiones, sin imaginar que algún día se vería él también—, lo
que ha ocurrido —arrancó intentando ser suave, pues no había tenido buenas
experiencias al empezar este tipo de conversación con el sexo femenino— no debería
haber sucedido.
—Totalmente de acuerdo —comentó Rebecca, aliviada de escuchar sus
palabras.
Christopher frunció el ceño un instante, sorprendido de nuevo porque estuviera
de acuerdo con él. No era corriente que ocurriera. Sin embargo, no quería que eso se
reflejara en él, así que volvió rápidamente a su expresión normal.
—Está bien, entonces…
Veinte minutos después, las dos chicas se encontraban cómodamente y con las
piernas entrelazadas en el sofá. Rebecca tenía una buena terrina de helado de chocolate
mientras que Chloe tenía otra de fresa y para la película decidieron no escoger ninguna
que tuviera ni un ápice de nada romántico por en medio. Chloe seleccionó una de las
que le gustaban a ella.
—¡Madre mía! —exclamaba Rebecca al no poder evitarlo cada vez que salía
una escena sangrienta, apartando la mirada mientras Chloe no se perdía detalle.
—¿Cómo no pueden gustarte? ¡Son una pasada!
Desde el primer momento en que se sentaron en el sofá, Rebecca no paraba de
mirar a su hermana por el rabillo del ojo, indecisa por hablar o no de ese otro
acontecimiento vivido en ese mismo día y que la había perturbado de igual manera al
descubrir el engaño de Jeffrey.
—Chloe.
—¿Mmm? —contestó sin despegar los ojos de la pantalla del televisor, atenta a
lo que iba a ocurrir a continuación, aunque ya lo supiera de memoria.
—No te lo he contado todo.
—¿A qué te refieres? —preguntó todavía sin mirar a Rebecca y llevándose a la
boca otra cucharada generosa del delicioso helado.
Rebecca inhaló una buena bocanada de aire. Le daba vergüenza admitir esa
flaqueza al terminar besando al hombre equivocado y necesitaba quitarse ese peso que
también la atormentaba.
—He besado a Christopher.
Eso sí que hizo captar la atención de Chloe para dejar de ver la película.
—¿Christopher? —le preguntó, sorprendida, alzando una ceja.
¿Quién es?
—Digamos que el dueño de la empresa —dijo, arrastrando las últimas palabras
mientras bajaba su tono de voz debido a la vergüenza que sentía en esos momentos.
—¿Dueño?
Chloe dejó la tarrina de helado en el suelo para, acto seguido, sentarse con las
piernas cruzadas deseosa de saber más.
Al ver que Rebecca seguía sin añadir nada, le dijo con impaciencia:
—No te quedes así, cuéntame más.
«Rebecca había temido que se escandalizaría, pero, al parecer, no fue así»,
pensó, aliviada.
Su madre gozaba de muchas virtudes, pero sobre estos temas tenía un
pensamiento muy chapado a la antigua, confesarle que había besado a un hombre que no
era su novio y, además, con semejante reputación…le hubiera dado un infarto, por lo
A la mañana siguiente, sabía que se obligaba a levantarse, pero con solo pensar
en todo lo que tenía que enfrentarse le daba ganas de tirar de las sábanas para que
cubrieran su cabeza y quedarse allí varios días. Pero sabía que no podía esconderse del
mundo, aunque quería quedarse unos minutos más intentando relajarse al haber pasado
una mala noche.
Sin embargo, se vio truncado por un pequeño torbellino que empezó para abrir
con brusquedad las cortinas de su habitación.
—¡Despierta!
Rebecca se cubrió con las sábanas para esconderse de los repentinos rayos del
sol que tanto le molestaban en ese momento.
—¡Chloe! —exclamó en forma de quejido.
Su hermana no hizo caso al tono de voz irritado que dejaba claro que quería
aprovechar el tiempo para descansar un poco más, pero hizo caso omiso para apoyar
las rodillas al lado de Rebecca.
—No seas quejica —dijo, apartando con brusquedad la sábana que Rebecca
agarraba—. He tenido una gran idea —terminó de decir, emocionada.
—Y en esa idea no incluye dejarme dormir un poco más —comentó, levantando
el brazo para apartar esa sombra encima de sus ojos que tanto necesitaba en ese
momento.
—No seas aguafiestas —se repitió con otras palabras, cambiando de posición
para sentarse y estar así más cómoda—. He pensado en algo, he estado durante toda la
noche dándole vueltas.
Estaba nerviosa, no podía negarlo. Tener que verse obligada a volver al lugar
donde sintió semejante humillación…hizo desaparecer casi por completo el dominio
que creyó que tenía.
Lo curioso es que en ningún momento había echado de menos a Jeffrey. El
sentimiento que le quedaba era el de la vergüenza por haber sido tan estúpida y por
descubrir que había sido tan cerdo. Sin embargo, no había nada más en su interior,
ningún sentimiento afectivo hacia él.
Cuando alguien la fallaba de esa forma le borraba totalmente de su vida.
No obstante, con ese pensamiento latente y certero en su cabeza, eso no
eliminaba la estela de nervios que descendía de su estómago al tener que traspasar la
puerta de cristal que determinaba la entrada a su lugar de trabajo y, al mismo tiempo, al
de tener que enfrentarse a diversos obstáculos.
Primero, no sabría qué haría Jeffrey. ¿Actuaría como si nada hubiera pasado?
¿Le pediría disculpas? O, por el contrario, ¿actuaría de forma belicosa contra ella?
Si solo fuera Jeffrey, no estaría tan nerviosa, pero, además, tenía el añadido de
tener que volver a ver a Christopher y sin saber tampoco si se acercaría a ella o no y
mucho menos qué le diría.
A continuación, se sacudió la cabeza para sacarse todos esos pensamientos que
solo conseguían alterarla más. Con seguridad no pasaría ni la mitad de lo que estaba
pensando. No era necesario llenarse la cabeza sin saber qué iba a ocurrir con exactitud.
Lo mejor era respirar profundamente y seguir hacia delante.
Y eso hizo, con la cabeza bien alta, como debía ser.
Traspasó el umbral con valentía. Sin embargo, sostenía con demasiada fuerza el
asa de su bolso sin darse cuenta.
Durante el trayecto de subida del ascensor, Rebecca sentía que su respiración
se agitaba por cada piso que el panel digital avanzaba, con necesidad de ocuparse de
algo, fuera o no una tontería. Empezó por retirarse los mechones de su cabello, aunque
no le hicieran falta. Chloe le había aconsejado que se lo dejara suelto y le pareció una
buena idea, no tanto el brillo de labios que le había insistido que se pusiera, pero
finalmente accedió, ya que no dejaba de insistir. Es verdad que podía habérselo quitado
por el camino, pero se olvidó de ello por completo y ya, en ese momento, el ascensor
abrió sus puertas y no tuvo tiempo de nada.
Algunas de las demás personas que subieron en el ascensor emprendieron su
marcha y Rebecca les siguió hasta avanzar torpemente hasta su mesa. Giró la mirada
intentándolo de manera disimulada hacia la puerta de Jeffrey, que estaba cerrada, pero
nerviosa por el momento en que esa puerta se abriera.
Sin poder evitarlo, desplazó su mirada un poco más a la izquierda donde se
Rebecca esperó a que todo se despejara para poder hablar con Christopher. No
quería que la vieran ir a su despacho después de lo ocurrido, así que dio tiempo para
que la jornada laboral fuera pasando y que los demás trabajadores empezaran a cerrar
sus ordenadores para levantarse. Con ese pensamiento en mente desde hacía horas,
aprovechó en la hora de la comida para avisar a Chloe de que llegaría un poco más
tarde y que no aprovechara para pedir una pizza como siempre hacía.
—¿No has acabado? —inquirió Liz, a sus espaldas, mientras se levantaba de la
silla y se colgaba el bolso en su hombro.
—Todavía me queda un poco más.
—Después de la bronca de tu jefe, es normal que no quieras que tenga más
motivo para gritarte delante de todos.
Durante todo el día, Chloe había permanecido con la cabeza en otra parte. Las
fechas de las pruebas para la selectividad se acercaban con rapidez y con ello su
ansiedad por hablar con su hermana para decirle que no quería hacerlas, que no le
apetecía ir a la universidad. A la hora de comer, Lorraine la golpeó las costillas con su
codo, pero solo se dio cuenta cuando empezó a dolerle.
—¡Tía! —se quejó Chloe.
—Pero ¡¿qué te está pasando?!—exclamó Lorraine, recogiendo la bandeja de la
comida.
No podía evitar levantar la voz cuando Kyle, uno de los chicos más buenos del
instituto, estaba sonriendo a Chloe y ella ni siquiera se daba cuenta.
—¿Eh? —preguntó, despistada, mientras seguía a Lorraine por inercia.
—Últimamente estás muy despistada —comentó, frunciendo el ceño,
sentándose en una silla—. Y no hablo solo de hoy.
—Lo sé —contestó con pesadez, sentándose también.
—¿Todavía no has hablado con tu hermana sobre la escuela de moda? —
adivinaba Lorraine mientras cogía una patata frita de su plato.
Chloe lo negó con la cabeza, apartando la bandeja. Se le había quitado el
apetito.
—Cada vez que lo intento es como hablar con una pared.
Chloe bajó su cabeza para tapar su rostro con sus manos.
—Vuelve a intentarlo.
—Es fácil decirlo —contestó Chloe, alzando la cabeza unos pocos centímetros,
los suficientes para poder mirar a su amiga sin barreras.
—Por intentarlo que no quede —siguió diciendo, encogiéndose de hombros —.
Rebecca volvía a removerse inquieta sobre la cama, pero en esa ocasión por un
motivo diferente al de la noche anterior.
Su padre.
No le gustaba que Chloe lo mencionara, ni siquiera que pensara en ese
desgraciado. Ya bastante daño les hizo en el momento que las dejó desamparadas
cuando más lo necesitaban que, además, tuviera que atormentar los pensamientos de su
hermana.
Pensar en ese hombre solo le confirmaba lo que ya sabía, que todos los
hombres que había conocido hasta el momento eran hombres que solo sabían mentir y
pensar en sí mismos, nada más.
Empezando por su padre.
Las abandonó cuando la situación se complicó, cuando a su madre le
diagnosticaron el cáncer de huesos, pero antes no era precisamente un modelo que
seguir ni ningún momento entrañable para recordarlo. Apenas se dejaba caer por casa.
Prefería la compañía de los parroquianos del bar que frecuentaba más que su propia
casa. Rebecca recuerda especialmente que todavía aparecía menos por casa cuando su
madre empezó a debilitarse muy deprisa, quedando muy delgada y con sus fuerzas cada
vez agotándose más. Cuando fueron al hospital tuvieron que hacerle una transfusión de
sangre: Al principio dijeron que era una anemia severa hasta que las pruebas, que
querían tenerlas para corroborar el diagnóstico primero, lo confirmaron. Fue el
momento en que su vida cambió para siempre. Apenas estuvo con ellas en el hospital.
El día en el que le dieron el alta no había ninguna señal de él. Ella y Chloe se
preocuparon por ello, pero Mary actuó de una forma muy distinta. Parecía como si lo
supiera de antemano, que no iba a aparecer y, en cuanto traspasaron la puerta de casa
con intención de que Rebecca iba a gritarle furiosa por dejarlas solas, descubrieron que
no había nada de él, ni de nada que fuera suyo en ese apartamento.
«Lo ocurrido, ocurrido está», decía siempre Mary cuando la situación escapaba
a su control. Era lo único en lo que podía aferrarse.
Unas lágrimas se deslizaron por su lado, unas lágrimas de tristeza por todo lo
que tuvo que aguantar su pobre madre. Lo mucho que tuvo que sufrir y todo lo que tuvo
que soportar.
Esos recuerdos reafirmaban de nuevo lo que estaba pensando. No había habido
ningún hombre en su vida en el que pudiera confiar. Lo intentó con Jeffrey y mira lo que
había pasado.
Confió en su padre y las dejó en la estacada sin mirar atrás y no ha vuelto a
saber de él y ¡ni ganas!
También estaba su primer novio, Michael, que conoció en el instituto y fue con
Henry había ido hacía él para comentar unos detalles de última hora, pero en
Rebecca cerró la puerta de su casa con las piernas temblorosas por todo lo que
había vivido hacía poco. Tenía ganas de reír, de esconder su cara entre sus manos y dar
pequeños saltitos, todo al mismo tiempo. No había sido su primera vez, pero sí la
primera que de verdad había conocido la intensidad que la pasión podría aportar y, lo
más importante, la satisfacción.
Christopher la había acompañado a casa y por el camino no consiguió
sonsacarle palabra alguna referente a lo que le había dicho antes de irse. No hubo
manera. Solo otra frase enigmática cuando paró el coche delante del bloque del edificio
donde vive Rebecca.
—Pronto lo descubrirás.
Se quedó sin más información, pero no sin un beso de despedida, que respondió
gustosa.
—Ya era hora.
La voz de Chloe se interpuso en sus recuerdos sacándola rápidamente de su
estado para entrar de lleno entre la vergüenza y la preocupación. Se había olvidado
completamente de su aspecto y que su hermana podría verla así.
Chloe estaba saliendo de su habitación y pronto estaría delante de ella.
—Me tenías preocupada y to…
Se quedó muda de pronto y detuvo su avance al ver a Rebecca con una
preocupación clara en sus ojos.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó, por decir algo, ya que no supo cómo
reaccionar a lo que sus ojos le enseñaban.
—Nada —respondió con un hilo de voz y con el rostro enrojecido por el
bochorno.
—Nada —repitió, cruzándose de brazos.
Entonces Chloe tuvo un recuerdo fugaz, esa imagen delante suya le pareció
conocida y no tardó en hallarla. Se trataba de su mejor amiga cuando las dos estuvieron
en una fiesta que dio uno de sus compañeros de instituto dos semanas antes. La vio salir
de una de las habitaciones con la ropa desencajada, el pelo revuelto y un brillo especial
en los ojos, unos momentos antes de que un guaperas, que no recordaba cómo se
llamaba, saliera detrás de ella dándole una palmada en el trasero y una risita por parte
de Lorraine.
Abrió los ojos por la sorpresa al comprender el motivo de la apariencia de su
recatada hermana mayor.
—¡Te has acostado con alguien!
—¡Chloe! —exclamó, exaltada, porque se hubiera percatado de forma tan
rápida, agarrándose la abertura de su camisa para amarrarla más a su cuerpo —. ¡No!
No pasó nada más en el coche, aunque los dos lo estaban deseando. Pero
Christopher supo controlar sus impulsos y llevarla a Carlo Ristorante, el mejor
restaurante de Chicago, en su opinión.
Al entrar, Rebecca se agarró del brazo de Christopher sin darse cuenta al ver
toda la elegancia que la rodeaba. De pronto, sintió una pequeña sensación de miedo que
le bajaba por la columna vertebral. Temía hacer el ridículo en cualquier momento. Pero
esa impresión pronto quedó relegada al sentir la mano de Christopher sobre la suya,
levantando la vista hacia él y viendo una tierna sonrisa que la hizo sentirse más
tranquila.
El maître apareció enseguida delante de ellos.
—Señor Anderson, qué alegría volver a verlo —dijo el jefe de comedor.
Rondaba los cincuenta años, con cabellos grisáceos mezclados con otros de
tonos más oscuros. Tenía un marcado acento italiano. Volvió a decir:
—Y en tan buena compañía —apostilló, contemplando a Rebecca.
—La mesa de siempre, Giovanni.
—Por supuesto —cogió dos cartas de una pequeña mesa que tenía al lado antes
de decir—, ¡síganme, por favor!
Christopher fue renuente para separarse de su contacto, solo cuando Giovanni
separó la silla para que se sentara.
—Gracias —le comentó al simpático hombre con una sonrisa.
Giovanni, el maître, estaba más acostumbrado a que lo ignoraran a que le
sonrieran y no pudo evitar devolvérsela a la hermosa señorita antes de irse con un leve
sonrojo asomando por su veterano rostro.
—Ya le has cautivado —comentó Christopher al ver que Giovanni había caído
en el hechizo de Rebecca.
—¿Qué? —preguntó sin comprender.
—No me hagas caso —terminó de decir con una dulce sonrisa mientras abría la
carta.
Rebecca era tan hermosa y sensual y, aún mejor, lo era sir ser consciente de
ello y no lo exhibía descaradamente. Esa era una de las razones que le había atraído de
ella.
La mesa estaba al lado de una ventana de cristal desde la que se veía un
panorama precioso de la ciudad, de una ciudad iluminada en el marco de la noche.
—¿Te gusta la vista? —le preguntó al pillarla, abstraída, mirando a través de la
ventana.
—Es preciosa —comentó.
Llevaba toda la vida en la ciudad y todavía le fascinaba la belleza que
Giselle había sido un error en su vida. Christopher había sido consciente de eso
desde el primer día. La conoció por ser también parte de ese círculo de la alta sociedad
en el que se vio involucrado cuando obtuvo el apellido Anderson. Y se sintió culpable
por caer en sus redes, por haberla atraído físicamente. Pero solo tenía eso que ofrecer,
como bien se vio obligado a conocer poco después. Pero nadie, ni Giselle ni ninguna
otra mujer podía compararse con Rebecca en muchos otros aspectos.
«Rebecca es especial y mía», pensó con un sentimiento de posesión que nunca
había experimentado.
Sabía que no la tendría para siempre. Era consciente de eso y quería
aprovechar cada momento que la tuviera a su lado.
Sentía cómo esos pensamientos le quemaban por dentro mientras traspasaban
las puertas de color dorado para entrar por el vestíbulo del edificio The pinnacle, uno
de los más selectos de la ciudad. Pero Rebecca apenas tuvo tiempo de observar a su
alrededor, ya que Christopher le había puesto la mano en la espalda para que se
dirigieran directos al ascensor. Sentía que su mano le quemaba por encima del vestido.
Y no le importó, ya que ella también quería darse prisa para encontrarse al fin a solas.
El trayecto del ascensor fue corto y en silencio. En cuanto paró, ni siquiera se
fijó en qué piso se había detenido.
Nada más abrir la puerta de su apartamento, él se apartó para que ella entrara
primero y, en cuanto Rebecca vio el enorme salón y todos los muebles de aspecto caro
allí existentes, tuvo que reprimir una exclamación de asombro. Con la visión de este
lugar y después de la cena tan elegante, cada vez se hacía más patente que los dos eran
muy diferentes, pero ahora no era el momento para pensar en eso.
—¿Quieres beber algo?
—No, gracias.
Con el vino ingerido en la cena tenía suficiente.
Los nervios volvieron a aparecer en ella, lo cual no tenía sentido porque ya
habían estado juntos, pero no podía evitarlo al pensar que volvería a ocurrir en
breve.La otra noche ocurrió sin planearlo, en un momento en que su deseo era tan
intenso que incluso le dolía, pero en ese instante no estaba desbordada por la pasión,
era diferente, aunque no significaba que no deseara estar con él de la misma forma. No
obstante, se sentía vulnerable por la espera a sabiendas de lo que iba a ocurrir dentro
de poco y estar en un lugar que no conocía y en el que tampoco se sentía precisamente
cómoda. Temía no saber qué hacer cuando llegara el momento. La otra vez se dejó
llevar por el instinto, pero ¿podría actuar de la misma manera esta noche?
Para despejar un poco la cabeza, se dirigió hasta estar a pocos centímetros de
una gran ventana de cristal que ofrecía una gran visión panorámica de la ciudad —igual
Christopher apretaba con fuerza el volante de piel que tenía entre sus manos.
Prudence le había reclamado y le exigió que se acercara de inmediato, colgándole el
teléfono después de sus gritos para que no diera pie a ninguna objeción. Ya sabía el
motivo por el que exigía su presencia con tanto apremio. De buena mañana, el agente de
comunicaciones de su empresa le había informado de la nueva noticia, de la que era el
protagonista, y enseguida esperó a que Prudence se pronunciara.
Ni siquiera tuvo tiempo de preocuparse por cómo estaría Rebecca por culpa de
esa noticia. Ver a Prudence le alteraba de mala manera y no dejaba que se detuviera a
pensar en nada más.
Accedió a su petición, no porque ella se lo ordenara sino porque ya era
momento de zanjarlo todo de una vez por todas. No obstante, aunque estuviera decidido
a ello, con solo pensar en volver a verla se sentía de nuevo como ese chiquillo de once
años que casi muere desangrado. Y su nerviosismo aumentó cuando tuvo delante la
imponente residencia, fría y oscura. Ese era el aspecto que se percibía en ese lugar, lo
mismo se podría usar para definir a todos y a cada una de las personas que residían en
su interior.
Por suerte, no iba a encontrarse al hombre que biológicamente era su padre. Se
había casado hacía poco con una joven veinte años menor que él y estaban recorriendo
el mundo como regalo de su luna de miel. Ya le tenía a él para llevar la empresa, así
que podía dedicarse a vivir la vida con desmadre.
Al llamar a la puerta, una de las empleadas asustadizas de Prudence acudió
para abrir.
—Buenos días, Helen.
La pobre mujer estaba tan sorprendida de que alguien le dirigiera la palabra sin
que hubiera algún insulto o reprimenda por el medio y apenas pudo emitir un atisbo que
quería convertirse en una sonrisa, pero en ningún momento consiguió aplacar el
pequeño temblor que sacudía su escuálido y pequeño cuerpo.
Y no era de extrañar que los empleados de Prudence estuvieran de ese modo, a
él también le afectaba tenerla cerca.
Helen le llevó hacia el comedor, donde se encontraba la mujer sentada en una
de esas sillas tapizadas a la antigua. Solo se la veía de medio cuerpo por el bastón que
llevaba desde hacía bastantes años que sobresalía a su lado, un bastón de madera más
doble de lo normal tallado a mano, con la inicial del apellido tapada en ese momento
por su mano arrugada, sus uñas largas y sus dedos un poco flexionados hacia un lado
por culpa de la artrosis. Daba la imagen de algo descuidada. Y ese solo era el
principio, al dirigir su mirada hacia los ojos de Prudence, un escalofrío bajó por su
columna vertebral.
Christopher pudo, por fin, calmar a Giselle lo suficiente para convencerla para
que se fuera. Se quedó verdaderamente sorprendido de la mujer que había interrumpido
en su apartamento. Era tan diferente a la Giselle que conoció por primera vez. Los
padres de Giselle son los fundadores de una importante casa de bolsa y tanto a ellos
como a Prudence les interesaba que las dos familias se juntaran. La conoció
estratégicamente en una de esas reuniones formales que tanto les gustaba organizar.
El cuerpo de Giselle le tentó en un principio, aunque se aseguró de que supiera
que no quería nada serio con ella, pero estaba claro que no lo entendió. Sin embargo,
no quería perder más tiempo pensando en algo que no merecía la pena. Tenía algo
mucho más importante que prestarle atención.
Caminaba por un pasillo blanco, sintiéndose nervioso y muy culpable. Hacía un
mes que no iba a ver a su madre.
Había estado ocupado ultimando los últimos detalles de su plan para poder
dejar atrás la familia Anderson y también devolver todo el daño que les habían causado
a él y a su madre. Además, había estado con Rebecca, quien con solo su cercanía
conseguía que se olvidara absolutamente de todo. Solo la necesidad imperiosa de
tenerla entre sus brazos, apartó la cabeza con fuerza por volver a pensar en ella. Debía
dejar de hacerlo de una vez y por todas.
Exhaló aire, lentamente, mientras seguía su camino. Sabía que nada de eso era
una excusa para no haber ido a ver a su madre más a menudo.
Se detuvo delante de la puerta entreabierta de la habitación 433 y vio, por el
poco espacio disponible abierto, dónde se encontraba su madre. La encontró de
espaldas. Se fijó en su pelo largo y negro con mechones grises, recogido, y la vio
sentada en medio de la habitación, pintando otro de sus cuadros. Pintar había sido
siempre su gran afición y se aseguró que pudiera hacerlo el máximo tiempo posible y
también de que colgaran sus cuadros en las paredes y así ese lugar parecía mucho más
acogedor.
Abrió la puerta hasta que golpeó suavemente en la pared para que se diera
cuenta de su presencia y no se asustara. Se dio la vuelta y con una súbita alegría en su
cansado rostro suspiró:
—¡Christopher!
Se levantó y se dirigió a darle un abrazo a su hijo.
—Hace años que eres más alto que yo, pero todavía no me acostumbro —
comentó, apoyando su frente en su hombro.
—¿Cómo te encuentras, mamá?
—Me encuentro bien —dijo, separándose y cogiéndole la mano para que la
siguiera—. ¿Quieres ver mi nuevo dibujo?
Rebecca iba mirando a Chloe que caminaba a su lado muy callada. Por su culpa
iba a perderse una gran experiencia en su vida y no podía sentirse más culpable por
ello.
—Lo siento mucho, Chloe. No paro de meter la pata.
Chloe la miró. Se había quedado sin baile justo cuando el chico que le gustaba
le había propuesto ir con él, pero no culpaba a su hermana por ello. Sería injusto hacer
algo parecido y se apresuró a decir para que no siguiera sintiéndose de esa manera.
—No, no es tu culpa —volvió a mirar al frente cuando iban a cruzar. Los
coches se habían detenido—. Tuviste una cita y no es justo que hagan un circo de tu
vida por ello.
Rebecca sonrió con un aire dulce.
—¿Qué he hecho para merecer una hermana tan maravillosa? —se preguntó,
rodeándola con los brazos mientras caminaban.
Chloe no dijo nada, pero se emocionó con las palabras de su hermana.
—¿No vas a volver a ver a Christopher? —le preguntó para saciar su
curiosidad.
Rebecca se quedó muda. No se esperaba en ese momento que Christopher
saliera a relucir. Se sentía nerviosa con solo pensar en él. Todo su cuerpo se alteraba
con su recuerdo y no por lo vivido físicamente sino por otras cosas más importantes
para ella, pero se obligó a desechar esos pensamientos con brusquedad.
—No lo creo.
—¿Y eso?
—Me echó de su vida —explicó tras pensarlo unos instantes.
Chloe giró la cabeza para mirarla, a la espera de que continuara.
—Estábamos bien, pero al día siguiente se comportó de una forma muy extraña
conmigo, muy distante y ni siquiera me miraba.
—Qué raro —comentó de acuerdo con su hermana—. Entonces, ¿todo se
acabó?
Debería haber dicho que sí, pero Rebecca se quedó súbitamente muda,
descubriendo que no estaba preparada para responder a eso. Aunque hubiera sido
durante un corto periodo de tiempo, recordaba los buenos momentos, las risas, su trato
cariñoso y todo lo demás que la golpearon con fuerza para después llegar también un
trato que hizo aflorar todos esos sentimientos y recuerdos desagradables que giraban
hacia la misma dirección: no podía confiar en los hombres, solo la hacían daño.
Lo que había pasado ese día, su pelea con Jeffrey, su despido y lo de Chloe la
habían tenido demasiada ocupada para pensar en nada más y quería que siguiera así, ya
que no quería pensar en Christopher porque estaba confundida respecto a él.
Con todo lo que le había pasado, estaba más atónita por descubrir que
Christopher había permanecido a su lado. Era lo último que hubiera esperado, no por él
sino por todas las experiencias que llevaba a sus espaldas. No esperaba que nadie,
excepto Chloe, la ayudara en nada.
Christopher se había quedado a su lado en un momento tan difícil.
Ni su padre se quedó junto a ellas ni junto a su madre cuando más lo
necesitaron y Christopher lo había hecho. Había cuidado de ella y de Chloe sin
necesidad de hacerlo, sin que estuviera obligado de ninguna manera.
Y se sintió emocionada por ello junto a una calidez que la reconfortaba, desde
muy joven tuvo que enfrentar muchos obstáculos y siempre sola.
Por supuesto, ahora tenía a Chloe, pero antes era solo una niña asustada y tuvo
que dejar de ser una hermana para convertirse en una madre. Durante estos últimos años
no se le ocurrió pensar en que, si a ella le pasara algo, Chloe quedaría desamparada y
se sintió aterrada de solo pensarlo.
Pero no quería recordarlo en este momento. Su hermana le seguía hablando, de
cualquier tema, para tenerla entretenida y quería corresponderla con una sonrisa
—Hola —dijo una voz a la puerta de la habitación, haciendo que las dos
giraran la cabeza.
—Hola —comentó Chloe, contenta de verlo. Le había cogido mucho cariño en
esos días que habían pasado juntos.
—¿Cómo estáis? —preguntó, incluyendo a las dos.
Lo que produjo gran ternura tanto a Chloe como a Rebecca.
—Estamos bien —comentó Rebecca mirando a Christopher y, un momento
después, giró la cabeza hacia Chloe para preguntarle:
—¿Verdad?
Su hermana pequeña asintió, contenta de verla cada vez mejor.
—Voy a salir fuera para comer algo —comentó Chloe para que pudieran hablar
a solas y con la esperanza de que las cosas entre ellos se arreglasen.
—Me alegro que estés mejor —comentó.
Reflejaba una expresión más relajada. Habían pasado los primeros momentos
de preocupación constante de la evolución de las secuelas del accidente.
Dio la vuelta a la cama para sentarse junto a la parte libre de vías. Antes de
sentarse, tuvo el impulso de agacharse para rozar sus labios, pero al final se arrepintió,
no quería incomodarla.
Se quedaron unos segundos en silencio, sin saber qué decirse. Solo se echaron
miradas furtivas hasta que Rebecca lo rompió preguntando:
—¿Qué ha pasado con esa mujer? —se refería a Giselle.