Bajo Tus Sabanas Sarah Myers

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BAJO TUS SÁBANAS

SARAH MYERS

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Título original: Bajo tus sábanas
Autor: Sarah Myers
Diseño de portada: Maiki Niky
1ª Edición — Noviembre 2016

© Sarah Myers

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento


jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización previa y escrita del titular del
copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o
procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la
distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.

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Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Epílogo

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Capítulo 1

Rebecca sabía que no estaba bien, que era una mala decisión y de la que se iba
a arrepentir. Por eso debía apresurarse por recuperar el sentido común que claramente
había perdido, parar en ese mismo instante y largarse corriendo.
Pero descubrió que era mucho más fácil pensarlo que hacerlo. Por mucho que
su cerebro le decía que debía detenerse, sus labios seguían moviéndose de forma
efusiva sobre los labios de Christopher de la misma forma en la que él buscaba sus
labios hasta dejarla sin aliento, dejando ver en ese acto íntimo la necesidad vehemente
del deseo que crecía con más intensidad a cada momento. Rebecca no se quedó atrás,
alargó su brazo para enterrar su mano en el espeso cabello azabache, sintiendo su
suavidad entre sus dedos mientras dejaba que la lengua de Christopher penetrara en su
boca.
Pero no era el lugar idóneo para hacer lo que quisieran. Estaban en el despacho
del jefe de Rebecca, que podría venir en cualquier momento. Eso fue lo que hizo que su
parte racional terminara por tomar el control de toda la situación o, mejor dicho, de esa
locura.
—Deberíamos… parar —dijo de forma entrecortada mientras intentaba
recuperar el ritmo normal de su respiración.
—Sí, tienes razón —comentó Christopher, intentando que el control volviera a
su cuerpo y, aunque le costaba reconocerlo, se quedó realmente extrañado de lo que
acababa de suceder.
No era la primera vez que daba besos furtivos en lugares inapropiados, pero sí
la primera que percibía que su entereza flaqueaba por una mujer. Todavía sentía su
aliento cálido sobre sus labios debido a la cercanía en la que se encontraban y a la
calidez de su mano todavía más cerca. Pero, decidido a que no siguiera afectándole, se
apartó de su contacto.
—Esto… —empezó a decir Christopher, levantándose del sofá que tenía su
trabajador en el despacho, dedicado a situaciones similares a las que se había
encontrado en diversas ocasiones, sin imaginar que algún día se vería él también—, lo
que ha ocurrido —arrancó intentando ser suave, pues no había tenido buenas
experiencias al empezar este tipo de conversación con el sexo femenino— no debería
haber sucedido.
—Totalmente de acuerdo —comentó Rebecca, aliviada de escuchar sus
palabras.
Christopher frunció el ceño un instante, sorprendido de nuevo porque estuviera
de acuerdo con él. No era corriente que ocurriera. Sin embargo, no quería que eso se
reflejara en él, así que volvió rápidamente a su expresión normal.
—Está bien, entonces…

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Rebecca no le dejó terminar, se levantó de un salto y dijo:
—Ha sido agradable —le costó encontrar la palabra adecuada y, al no dar con
ella, soltó la primera palabra que pasó por su mente—, pero tengo que irme, he de
trabajar y me están esperando y… —empezó a hablar con rapidez y sin saber qué más
añadir, por eso, fue directa hacia la puerta sin mirar atrás.
¿Agradable?
Christopher se sentía insultado por esa descripción cuando fue él quien la besó.
Se quedó unos momentos más mirando la puerta. Había huido ella cuando normalmente
era él quien tenía que escapar para que no le atosigaran.
Tenía dos maneras de atraer a las mujeres: una era por su aspecto y la otra por
la buena posición económica de la que gozaba, lo que conformaban un conjunto
irresistible para cualquiera. O al menos eso había pensado hasta ese momento.
Besarla no entraba en sus planes, pero se encontró que no pudo resistirse a ello.
Y no era que no se hubiera fijado en ella, por supuesto que lo había hecho en más de
una ocasión. Como para no mirarla. Como para no fijarse en su piel perlada que cubría
su hermoso rostro sin nada artificial de por medio —tampoco lo necesitaba para realzar
su belleza—, como para no embelesarse en sus ojos azules claros y brillantes, que
tentaban por girar la cabeza para poder observarlos unos instantes más, y como para no
fijarse en su pelo castaño, tan claro que casi era rubio, aunque siempre lo llevaba en un
moño estirado dejándole con las ganas de verlo bajando por su esbelta espalda. Pero en
lo que más se había fijado era en su cuerpo que, aunque lo intentaba ocultar con ropa
mucho más parecida a la que vestían las mujeres de la edad de su madre que la de ella,
no escondían del todo sus bonitas formas y podía hacerse una idea bastante cercana a la
realidad.
Era una mujer de quien se sentía muy atraído, pero el estallido de pasión nació
con el beso inesperado que compartieron y del que, después, ella se arrepintió. No
obstante, fue una experiencia con la que no se había encontrado antes.
Definitivamente, así era Rebecca Stevens y eso no sabía cómo encajarlo con
exactitud.

Rebecca se sentía demasiado alterada para comportarse con normalidad, pero


no le quedaba más remedio que intentarlo. No quería despertar la curiosidad de nadie.
Sin embargo, tropezó con su silla provocando que alguna mirada a su alrededor se
alzara hacia ella. Se sentó en su mesa y se apartó los mechones rebeldes que le habían
caído sobre la cara. Ni siquiera sabía el aspecto que tenía en ese instante. Recordaba
cómo Christopher había acariciado su cabello para acercarla cuando puso sus labios
sobre los suyos… ¡Cómo había sido tan tonta!
Dejarse besar por Christopher Anderson era una idea pésima y lo peor era que
le había gustado.
Ese pensamiento la asustó más que cualquier otra cosa.

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Su estilo de vida, su forma de considerar a las mujeres como un pasatiempo
rápido… era todo lo contrario a lo que Rebecca quería encontrar en un hombre, unas
dudosas cualidades que creyó que no daría con algo así en Jeffrey, aunque por
desgracia, esa misma mañana había descubierto lo mucho que se equivocaba.
Un día lleno de desagradables descubrimientos y todavía faltaba para que
terminase.
Rebecca dejó escapar un suspiro apagado antes de esconder su cara entre sus
manos, apoyando sus codos sobre su impoluto escritorio. Necesitaba un momento para
ella, le urgía un rato de descanso para volver a poner todas las piezas en su sitio en vez
del desbarajuste en el que se encontraba. Necesitaba respirar para dejar de pensar.
—Rebecca.
Una voz a su espalda hizo que se levantara y girara la cabeza de forma brusca,
descubriendo que se trataba de Liz, una de sus compañeras de trabajo.
—Pareces alterada, ¿estás bien? —preguntó con la mirada llena de curiosidad.
Rebecca reprimió poner los ojos en blanco. Liz buscaba solo otro cotilleo que
extender por la oficina.
—Todo va bien, Liz.
—¿De verdad?—insistió—. Ese moño que siempre llevas tan perfecto parece
haberse derrumbado —comentó con humor.
—Gracias por avisarme —dijo con educación, queriendo transmitir la mayor
tranquilidad posible y sintiendo a su pesar un nuevo sonrojo que aparecía en sus
mejillas ardientes. Tanto rojo sobre una piel de color porcelana no pasaba precisamente
inadvertido.
Se levantó para ir directamente al baño, lo que tenía que haber hecho desde un
principio, pero en esos momentos ni se le pasó por la cabeza.
Respiró con tranquilidad al ver que no había nadie más allí. Por lo que pudo
abrir el grifo tranquilamente y disponer de toda el agua fría posible entre las palmas de
sus manos para después sentir su frescor en todo el rostro.
Le ardía la cara y, en ese momento, Rebecca no pudo reprimir un gemido de
placer por el simple hecho de sentir en su cara el agua fría. Un frescor tan necesario
como agradable.
Apoyó las manos sobre la pica y se miró al espejo.
Se quedó mirando detenidamente el reflejo de su mirada avergonzada, ese
instinto de una regañina era demasiado poderoso como para ignorarlo, un instinto que
se había agudizado desde que su madre murió y se convirtió la tutora legal de su
hermana, de Chloe.
¡Chloe!
Qué modelo a seguir sería para su hermana si la viera actuar de esa forma.
Con este último pensamiento bajó la cabeza, avergonzada.
Rebecca no era una persona que se comportara de esa manera y se fuera

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besando por ahí. Su madre les dio una educación estricta, fue una mujer muy dulce, pero
con unos valores morales muy fuertes que transmitió a sus hijas. Y Rebecca no podía
dejar de pensar qué diría su madre si la viera de esa forma.
Los mechones castaños bajaron hasta enturbiar su visión. Entonces se acordó
del comentario de Liz, lo que hizo que levantara la mirada para ver su reflejo y
comprobar que su compañera tenía razón. Su perfecto peinado se había derrumbado.
Rebecca se apresuró por intentar arreglarlo, pero se dio cuenta de que no era
posible. Christopher le había quitado varios clips que sostenían su peinado mientras le
susurraba que siempre la había querido verla con el pelo suelto. El rubor volvió a
expandirse y se obligó a pensar en cualquier otra cosa para sacárselo de la cabeza.
Su mente estaba tan ocupada en Christopher y en lo que había sucedido, que
apartó prácticamente lo ocurrido con Jeffrey, también esa misma mañana.
Jeffrey, otra pieza como Christopher, creyó que sería diferente o al menos eso
aparentaba cuando la llenó de flores e insistió en invitarla que saliera a pesar de ser su
jefe, pero había resultado ser un canalla que solo quería jugar con ella. Lo descubrió al
dejar unos documentos y ver que tenía un mensaje en su contestador. Lo activó creyendo
que era importante para la reunión, pero lo que descubrió la dejó helada. El mensaje
que estaba allí era el de una cita que había tenido Jeffrey la noche anterior, de una
mujer llamada Michelle, que le decía en forma jocosa que cuando volviera a salir con
esa mojigata podía volver a su cama para divertirse como la noche anterior.
Y allí se quedó, sorprendida por el mensaje, sentándose en el sofá del despacho
sin darse cuenta y escondiendo su cabeza entre sus manos para esconder las lágrimas
que se le escapaban.
Y, entonces, llegó Christopher. No le hacía falta recordar cómo había acabado
todo.
Estaba demasiado confusa para pensar en todo lo ocurrido, para sacar algo en
claro. Necesitaba estar tranquila y sola para poder pensar, pero eso sería imposible y
no podría alcanzarlo hasta al final de la jornada. Tendría que aguantar lo mejor posible
todo ese tiempo.
Harta de no saber cómo solucionar su peinado, se deshizo finalmente del moño,
que ahora le resultaba tan molesto. Empezó a quitarse los clips que lo sujetaban y dejó
su larga cabellera—castaña clara— viajar libremente por su espalda. Se dio cuenta de
algunas gotas de agua que le habían salpicado por encima de su camisa blanca, pero no
le dio demasiada importancia, apenas se veían si no las mirabas con atención. Así que
con un movimiento rápido bajó la camisa en un acto reflejo para ponerla bien y se
dispuso a volver a su lugar de trabajo.
Habían sido muchas las emociones en poco tiempo, pero no iba a dejar que
afectara a su medio de vivir.
Iba a volver y a hacer un buen trabajo, como siempre. Estaba decidida a alejar
a Jeffrey y a Christopher de sus pensamientos.

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Todavía un poco nerviosa, pero más segura de sí misma, se miró por última vez
en el espejo recordando que era una joven fuerte y que ya había pasado por demasiado
para que ahora le afectase algo como aquello.
No iba a dejar que la afectara.
Salió del baño dejando atrás el reflejo avergonzado de sus ojos, pero, por otro
lado, infundía más seguridad para volver a sentarse en su mesa, esta vez sin tropezarse
y con movimientos más seguros. No obstante, la voz de Liz volvió a resonar a su
espalda.
—¿Ya estás mejor?
—Estoy bien, gracias—comentó, girándose para verle la cara.
Liz se encogió de hombros, pero antes de girarse y volver a su mesa, le
comentó:
—Te queda bien el pelo así.
Involuntariamente, Rebecca se llevó la mano a sus cabellos. Era extraño,
siempre acostumbrada a llevar un tipo de peinado todos los días y ahora lo había
cambiado. Sacudió la cabeza para dejar de pensar en esas tonterías y volver a
concentrase en la pantalla de su ordenador para recordar qué era lo que había dejado
por hacer. En ese momento su alterado estado se había calmado, pero no quería pensar
en el momento de volver a ver a Jeffrey, ya que iba a ocurrir en cualquier momento.

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Capítulo 2

Sabía el horario de su jefe a la perfección. Llevaba unos pocos meses en la


empresa, pero ya había aprendido el perfecto funcionamiento de todo. Incluso,
dependiendo de la reunión, podía calcular con bastante precisión el tiempo que Jeffrey
pasaría en ella y el humor con el que acabaría. Le gustaba fijarse en los detalles en su
trabajo para ser lo más eficiente posible, lo cual, si también lo hubiera hecho con
Jeffrey como persona, aparte de como jefe, se hubiera dado cuenta de otras cosas por
las que ahora no se encontraría en esta situación. Sin embargo, se encontró tan halagada
que un hombre como él se hubiera fijado en ella, que no pudo ver más allá del hombre
que fingía ser. Un error que su madre ya cometió con su padre y que todas lo pagaron
caro.
Un error que no iba a volver a cometer.
—Señorita Stevens.
Un sudor frío se instaló en su columna, descendiendo despacio al reconocer la
voz del hombre al que temía y a quien se tenía que enfrentar.
Rebecca, poco a poco, levantó la mirada de la pantalla del ordenador para
verlo enfundado en un caro traje de Armani, delgado, aunque con un torso ligeramente
musculado, hasta encontrarse con esa imagen que antes le inspiraba suspiros sonrojados
y ahora una rabia contenida. La miraba con esa típica sonrisa ladeada decidida a
conquistar a cualquiera.
Rebecca quería contestar, pero al mirarle solo podía recordar el cruel mensaje
de voz que habían dejado en su contestador.
«Puedes volver a buscarme cuando salgas con esa mojigata».
Y su voz se perdió en medio de su garganta, sin que pudiera salir al exterior.
—¿Puede pasar un momento a mi despacho? —le preguntó, ampliando un poco
más su sonrisa de seductor.
Rebecca optó por un leve asentimiento mientras recogía un pequeño bloc de
notas y un bolígrafo que siempre llevaba cuando se dirigía al despacho de Jeffrey.
Los latidos del corazón le bombeaban con más fuerza a cada paso que daba,
caminaba el interior. Quería recordarse que era fuerte y que podía con todo. Sin
embargo, el momento de flaquear le había llegado en ese mismo instante, haciendo que
su valeroso discurso perdiera un poco de fuerza.
Inspiró con fuerza y expulsó el aire retenido al tener que cerrar la puerta tras de
sí.
No se esperaba lo que vino a continuación.
Jeffrey se abalanzó hacia ella para buscar sus labios, pero se detuvo a unos
pocos centímetros para susurrarle:
—¡Qué bien te queda el pelo suelto!

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Cuando estuvo a punto de que sus labios se rozaran, Rebecca giró la cabeza con
brusquedad.
—¿Qué ocurre, nena?
Nunca le había gustado que se dirigiera a ella con ese calificativo, pero no se
había atrevido a expresarlo en voz alta.
—No creo que sea correcto esta conducta en horas de oficina —dijo cuando
encontró al fin su voz.
—Ayer no decías lo mismo —comentó, bajando su mano por la espalda de
Rebecca, queriéndola acercar a él, pero tampoco funcionó.
«Ni esta mañana», pensó Rebecca de forma involuntaria y tragó saliva,
nerviosa por el recuerdo.
—Pero hoy es diferente —dijo, intentando mantener la mayor seguridad posible
en su voz, apartándose de su contacto.
—¿Por qué? —preguntó, desinflando su sonrisa para sustituirla por un ceño
fruncido.
—Pregúntaselo a Michelle —salió de los labios de Rebecca, sin pensar.
No había sabido cómo abordar el tema, si ser sincera o fingir que no había
descubierto nada y ser ella misma quien dijera que no quería nada más con él, para
mantener algo del orgullo herido que latía bajo su piel. Sin embargo, había escapado de
ella sin siquiera darse cuenta. Ya no podía dar marcha atrás, ya estaba hecho.
Jeffrey abrió los ojos por la sorpresa y dio un paso involuntario hacia atrás.
—¿Michelle? —preguntó como si el nombre no le resultara conocido.
Pero por su reacción, y sin un ápice de sinceridad en sus ojos verdes, estaba
claro que era así. Se puso nervioso tras escucharlo en los labios de Rebecca. No
obstante, se apresuró a borrar su sorpresa de su semblante para cambiarlo por otro más
serio.
—¿A qué viene esto?
—He escuchado el mensaje, Jeffrey —expuso, mirándolo fijamente.
—¿Qué mensaje?
Claro. Rebecca se dio cuenta de que Michelle había llamado cuando Jeffrey
estaba reunido y que todavía no lo había recibido. Cuando tenía una reunión no quería
que nada le perturbara y prohibía que nadie le llamara al móvil, por eso esa tal
Michelle había recurrido al número privado de su despacho.
Rebecca supuso que no podía esperar para comentar lo bien que se lo había
pasado la noche anterior.
Jeffrey miró hacia su contestador. Michelle solía llamarle hacia esa hora y la
luz roja conforme había un mensaje en ese momento no estaba activada. Viéndose
acorralado, tiró por la primera salida que encontró factible.
Jeffrey pasó su mano por su cabello rubio, nervioso.
—¿Has interferido en la privacidad de mis conversaciones?

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—No intentes cambiar de tema.
Jeffrey exhaló aire, nervioso. No sabía cómo abordar la situación en ese
momento. Su cabeza intentaba buscar una solución, pero no lograba encontrarla.
Rebecca no quería quedarse para escuchar excusas patéticas de última hora ni
alagar innecesariamente esa situación. Solo quería alejarse de él y de esa sensación de
sentirse tan estúpida que aumentaba con su cercanía.
—Mira, no quiero problemas ni discusiones que no nos llevarán a nada —
inspiró un poco de aire, antes de continuar—. Quedemos en tener solo una relación
profesional y olvidemos todo lo demás —terminó de decir con seguridad, expresando
lo que de verdad estaba pensando y no solo una forma de terminar con ello con su
dignidad lo mejor parada posible.
Jeffrey se sorprendió que quisiera terminar así con esa relación que apenas
había empezado, sin números histéricos por el medio ni sin gritos. Debido a verse
sorprendido, no tuvo tiempo de añadir más, ya que Rebecca desapareció de su vista al
instante.
Rebecca rodeó de nuevo su escritorio antes de sentarse. Volvió a acomodarse
en su silla y, otra vez, con sus sentimientos alterados de mala manera, sentía un escozor
en sus ojos que no podía dejar que escaparan a su control, sintiéndose enfadada con
ella misma por permitir haber caído en la trampa de un idiota y por dejar que en ese
momento le afectase. Había pasado por situaciones mucho peores y había mantenido la
entereza, principalmente para que su hermana tuviera una fortaleza para poder
apoyarse, pero eso reafirmaba que no era débil y que no debía dejar que algo como lo
ocurrido en ese día pudiera afectarla.
No iba a dejar que pasara, no iba a llorar por Jeffrey.
Por suerte, la calma iba llegando cuanto más tiempo pasaba y más ocupada
tenía la cabeza con la redacción del informe de la reunión que Jeffrey le pasó poco
después de esa incómoda conversación. La expresión de Jeffrey era de preocupación,
aunque intentaba ocultarla y miraba a los lados un poco nervioso. Rebecca supuso que
Jeffrey tenía miedo a que decidiera dar algún tipo de espectáculo en público, pero la
joven solo asintió con un movimiento rápido de cabeza y apenas le miró un par de
segundos antes de volver a concentrarse en su trabajo.
Rebecca no lo vio, pero la expresión de Jeffrey cambió un poco más, de ese
estado intranquilo a un ceño fruncido más pronunciado, quedándose unos instantes más
de los debidos plantado en el sitio delante de ella cavilando en sus pensamientos. No
obstante, se dio cuenta de su postura y finalmente regresó a su despacho.
—¿Ha pasado algo entre vosotros?
La perfecta sintonía de los dedos ligeros de Rebecca sobre el teclado se
interrumpió con brusquedad.
—¡Liz!
Giró su cabeza a tanta velocidad que Rebecca se hizo daño en el cuello al ver a

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Liz que la miraba detrás de su escritorio con una sonrisa pícara.
—Claro que no —se apresuró a contestar y dejó de mirarla para volver a
concentrarse en su trabajo.
—Mejor —escuchó a su espalda—. O serías la primera secretaria que cae en
sus redes.
Rebecca no sabía si había sido un comentario intencionado o no, pero esas
palabras le afectaron un poco más en su orgullo herido.
Rebecca dejó escapar el aire retenido desde que Jeffrey le dijo que fuera a su
despacho. Desde luego había contribuido por crear una situación tensa a la par que
difícil, pero había mantenido la cabeza erguida dejando que su parte racional gobernara
sobre sus sentimientos y debía estar orgullosa de ello. Por supuesto, bajo esa capa de
ligero optimismo, ya que se encontraba más perturbada por ese asunto del que se había
obligado a no pensar más, pero tampoco podía evitarlo.
La reacción de su cuerpo hacia ese beso compartido con Christopher había sido
más intensa que cualquiera de los compartidos con Jeffrey.
Y eso la asustó más que nada.
Pero no dejó que esa idea se instalara luego en sus pensamientos. Se encontró
sacudiendo la cabeza de inmediato, en un esfuerzo por sacarse todos y cada uno de esos
pensamientos que querían agobiarla.
No, no podía ser cierto.
Christopher no era el prototipo de hombre que quería. Era atractivo, eso no
podía negarlo. Pero, aparte de eso, no tenía ninguna de esas cualidades que encontraba
aceptables en un hombre. Era un capullo igual que Jeffrey. Su intención era solo jugar
con las mujeres.
Christopher también había dejado una estela de mujeres llorosas a su paso
cuando se había cansado de ellas.
No, no podía ser que se sintiera atraída por Christopher.
Lo que había ocurrido era porque estaba pasando por un mal momento. Había
terminado derrumbándose en ese mismo lugar con la voz de esa tal Michelle resonando
de fondo y en su cabeza cuando Christopher entró.
Le sorprendió que se preocupara por ella e intentara ayudarla cuando en los
últimos meses apenas había recaído en su presencia, ni la había mirado cuando tuvo
que gestionar algunos documentos conjuntamente con Jeffrey. Solo había sido en muy
pocas ocasiones, pero apenas le dirigía la palabra aparte de la cortesía con lo que se
sentía obligado.
Se habían terminado besando, pero Rebecca lo achacó a que estaba confusa y
nada más.
Debía dejar de pensar en ello.

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Capítulo 3

—Hola, estoy en casa —dijo Rebecca como acostumbraba a decir cuando


traspasaba la puerta principal de su apartamento.
Al no contestarle nadie, recordó que Chloe le había dicho que pasaría buena
parte de la tarde con su amiga Lorraine.
Rebecca apoyó su espalda contra la puerta cerrada y dejó escapar un suspiro.
Estaba cansada. Sentía una gran pesadez en todo su cuerpo y todas las emociones
sufridas le salían en forma de cansancio físico. Sentía la necesidad de descender su
cuerpo hasta caer el suelo, pero por suerte, sus piernas tenían suficiente fuerza para
sujetarla. Necesitaba relajarse y soltar toda la tensión acumulada. Decidió que un baño
relajante era una buena forma de conseguirlo.
Mientras se dirigía a la bañera para llenarla de agua caliente, su cabeza seguía
por el camino que no podía evitar, se dirigía de nuevo a lo mismo.
Por mucho que lo llevara con entereza no podía borrar la sensación de haber
sido tan estúpida de haber encontrado un hombre decente cuando en momento alguno de
su vida se había encontrado con un hombre que mereciera la pena.
Ni siquiera pudo confiar en su padre, quien las abandonó cuando a su madre le
diagnosticaron una grave enfermedad y ya nunca más han sabido de él, ni tampoco
querían saber nada, la verdad.
Y, todo eso, la llevó a la inminente y lógica conclusión de que era imposible
encontrar a alguien decente y que no merecía la pena la búsqueda. Un mensaje algo
alarmista teniendo solo veinticuatro años, pero con un razonamiento asumido por las
experiencias sufridas en el transcurso de su vida. Tenía suficiente para dejar de pensar
que pueda existir ese príncipe azul que habita en los cuentos de hadas, ya que al final
solo resulta ser una vil mentira.
Pero antes visionó la docena de rosas rojas que Jeffrey le había regalado la
noche anterior cuando fueron a cenar y, un instante después, las tiró a la basura.
Ya no importaba. Iba a pasar página y a centrarse en ella y en su hermana, lo
único que merecía la pena que ocupara sus pensamientos.

No supo cuánto tiempo estuvo en la bañera. No miró el reloj antes de entrar y


estuvo allí dentro un buen rato, dejando que el agua caliente ofreciera ese efecto
purificador que tanto necesitaba, extrayendo su cansancio y todo lo demás para que el
bienestar volviera a ocupar su lugar. Solo se levantó cuando el agua se quedó fría y se
le arrugaron las manos como pasas. De pequeña le encantaba estar mucho rato en la
bañera y esa tarde quería revivir ese momento que tanto le gustaba.
Sin embargo, como debía levantarse tarde o temprano y ya había pasado
suficiente rato allí, terminó por enfundarse en un albornoz de lo más calentito y

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dirigirse hacia la cocina. Su estómago empezaba a reclamar y se merecía algún
capricho.
Se hizo un nudo con el cinturón, se dirigió hacia la nevera y abrió la parte de
abajo del congelador, con la intención de satisfacer ese antojo de helado de chocolate
que se le había despertado. No obstante, ese capricho no iba a ser saciado con rapidez,
ya que ese compartimento de la nevera se encontraba absolutamente vacío.
—Chloe —soltó su nombre, bajando la cabeza mientras cerraba la puerta del
congelador.
Se repartían las tareas de la casa y Chloe había olvidado su parte, otra vez.
Miró por los armarios en busca de algo dulce, pero no encontró nada, así que
se sentó en la silla delante de una pequeña mesa pegada a la pared. Todavía sentía el
cansancio en su cuerpo y quería pensar en qué hacer a continuación. No obstante, un
sonido la sacó de sus pensamientos.
—¡Hola!
La voz cantarina de Chloe resonó en el apartamento.
—Oh, estás ahí —dijo al ver a su hermana mayor desde la puerta, ya que, al
mirar hacia la derecha, daba una perfecta visión de la cocina que se encontraba a pocos
pasos.
Avanzó hacia Rebecca con varias bolsas en las manos, señal de que había
pasado un buen rato en el centro comercial.
—Antes de que preguntes, lo he pagado con mi sueldo —se apresuró a decir al
ver que los ojos de Rebecca fueron a parar en lo que estaba sosteniendo.
En ocasiones, Chloe había cuidado a los hijos de la vecina. No había ganado
mucho, aunque Rebecca pensó que era mejor así; dinero que dejaba en su mano, dinero
que desaparecía, siempre a su favor. Asumía que gastaba solo lo que ganaba con su
propio esfuerzo.
—De acuerdo —comentó Rebecca con tranquilidad, era su dinero y ella
decidía.
Chloe dejó las bolsas en el suelo antes de abrir la puerta de la nevera y sacar
un refresco.
—¿Te pasa algo? —le preguntó, frunciendo el ceño mientras abría la lata entre
sus manos.
Había algo en la expresión de su hermana mayor que le hacía estar preocupada.
No tenía la sonrisa que tanto le caracterizaba. Miraba a no se sabe qué parte.
—No, claro que no —se apresuró a decir Rebecca para que no se preocupara.
Fingió la mejor sonrisa que podía en ese momento y dijo a continuación:
—¿Has ido al centro comercial? ¿Cómo está Lorraine?
—Sí y bien —dijo después de darle un buen sorbo a la bebida burbujeante
antes de apartar la silla y sentarse.
Dejó el refresco a un lado y miró fijamente a Rebecca, fijándose en sus ojos,

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esos mismos ojos color azul que las dos compartían.
—Y ahora déjate de tonterías y cuéntame lo que te preocupa.
Rebecca abrió los ojos, sorprendida.
—¿Qué te hace pensar que me preocupa algo?
—Eres mi hermana, Becky. Te conozco bastante bien.
—Sí, ya lo veo —comentó con ternura.
Era agradable que pudieran saber que algo no iba bien con solo mirarte.
—Y bien —comentó, pasando un mechón de su cabello, más oscuro que el de
Rebecca, por detrás de la oreja—. ¿Vas a decirme qué ocurre o tendré que sonsacártelo
a la fuerza?
Rebecca no pudo evitar sonreír con ese comentario. Vio el brazo extendido de
Chloe sobre la mesa y tendió su mano para coger la suya. Siempre habían estado muy
unidas, cuando una lo necesitaba, la otra le tendía la mano.
—He descubierto algo desagradable sobre Jeffrey —empezó por decir con la
intención de relatar lo que había descubierto esa misma mañana.
Iba a seguir, pero se sorprendió al notarse un nudo en la garganta que le
dificultaba el proceso.
—Oh, no —comentó en un susurro a la espera de que su hermana continuara,
con la paciencia suficiente para esperar el tiempo que necesitara para ello.
A Rebecca le entró un repentino temblor en el labio inferior. No entendía por
qué ocurría. Había llevado bien el día, se había enfrentado a Jeffrey manteniendo la
cabeza bien alta y, en ese momento, parecía que toda esa fortaleza que la había
acompañado la estaba abandonado a pasos agigantados. ¿Por qué se sentía afectada?
Quiso hablar, pero la voz se iba perdiendo en el camino de su garganta para ser
sustituida por otro sonido más ronco y doloroso; un sollozo que buscaba desesperado
encontrar una liberación. Entonces todas las esperanzas obtenidas con Jeffrey, el trato
que creyó sincero, las duras palabras que encontró en voz de otra mujer y todo lo
demás, terminó por estallar en su interior.
Rebecca no pudo aguantarlo más. Se sintió las mejillas como húmedas y no se
dio cuenta hasta unos instantes después de que eran sus lágrimas que le caían sin control
El llanto atascado durante todo el día pudo, al fin, obtener la liberación que
tanto lo había estado negando y toda ella quedó enmarañada en esa espiral en la que no
quería caer, pero que al final no pudo negar.
Su cuerpo se agitó un poco debido a los espasmos del llanto y escondió la cara
entre sus manos dejando que todo fluyera como tenía que hacer.
Al decirlo en voz alta, o al menos intentarlo, había dado ese toque, que no se
dio cuenta que era tan frágil, en que terminó por desmoronarla.
Chloe se levantó enseguida para retener a su hermana entre sus brazos y
ofrecerle el consuelo que tanto necesitaba y que tanto quería darle. No dijo nada, solo
dejó que se desahogara, acariciando sus brazos por encima del albornoz.

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—¿Quieres un poco de agua? —le preguntó Chloe cuando el sollozo empezaba
a mitigar.
Rebecca solo pudo asentir y Chloe solo tuvo que dar dos pasos para estar
delante de la encimera en la que se dejó una botella casi vacía, pero con el agua
suficiente para que Rebecca pudiera refrescarse la garganta, pues seguro que estaba
irritada.
Durante ese corto tiempo, el móvil de Chloe empezó a emitir pequeños sonidos
muy seguidos. Los conocía de antemano. Le avisaban de que tenía nuevos mensajes,
pero optó por ignorarlos.
—Puedes… contestar—escuchó a su espalda la voz de su hermana, una voz
todavía teñida por el esfuerzo.
Chloe llenó un vaso de agua y se dio la vuelta, viendo cómo su hermana mayor
pasaba el borde del albornoz sobre sus mejillas húmedas.
—No, no es nada —comentó, aguantándole el vaso.
El móvil volvió a sonar otras tres veces seguidas.
—Anda, contesta —le insistió Rebecca con la respiración más normalizada.
Chloe accedió, cogió el móvil que lo tenía en el bolsillo trasero de sus
vaqueros y se alejó un poco de la cocina en un acto reflejo para tener más privacidad.
Como había supuesto, el mensaje era de Lorraine.
«¿Qué te vas a poner esta noche?».
Entonces Chloe recayó en que habían quedado para ir a una fiesta, se le había
olvidado por completo.
«Cambio de planes, esta noche no voy a salir».
La respuesta tardó un segundo escaso.
«Oh, pero ¡qué dices! ¡Ewan y Kyle estarán allí!».
«Lo sé, pero no puedo ir».
«¡¿Por qué?!».
Ya puedes tener una buena excusa.
Chloe levantó la mirada para ver a Rebecca todavía encogida. Era extraño
verla así.
Rebecca siempre se había caracterizado por ser muy fuerte y por enfrentar
cualquier situación con valentía. Siempre había sido la persona que Chloe necesitó
cuando le diagnosticaron la enfermedad a su madre y ver con impotencia que, a pesar
de su incansable lucha, murió.
Rebecca había sido el hombro donde apoyarse mientras se mantenía despierta
en las largas temporadas en el hospital, ya que no querían dejar a su madre ni siquiera
una sola noche. Los brazos fuertes de Rebecca fueron los que abrazaron a su hermana
para consolarla de tan tremenda pérdida y, después, con una lucha incansable para
convertirse en la tutora legal de Chloe, por ser ella todavía menor de edad y así no
tener que separarse, dejando de lado todos los planes y las metas que Rebecca tenía

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para ella. Necesitaba parecer alguien responsable y solvente, así que trabajó de
camarera para tener ingresos mientras terminaba un programa de formación de
secretariado que ofrecía una empresa, con la intención de conseguir un trabajo más
solvente y tener así una mejor ficha que presentar a los servicios sociales.
Y a partir de ahí, fue trabajando en varias empresas hasta que consiguió un
contrato fijo en la empresa Anderson.
Siempre había estado para ella, lo había dado todo para que estuvieran juntas.
Rebecca tuvo que convertirse en adulta con solo dieciséis años, primero con la
enfermedad de su madre y, luego, para ser la madre para ella que necesitaba. Había
dejado a un lado todos sus sentimientos, frustraciones y difíciles situaciones en las que
se vieron inmersas hasta que ya no pudo aguardar más y el interior de Rebecca llegó a
estallar.
Eso había ocurrido esa noche.
«Mi hermana me necesita».
Inmediatamente después, Chloe apagó el móvil para no tener que responder a
más preguntas de su amiga que sabía que no pararía para convencerla de que debía ir a
la fiesta. Era una buena amiga, pero perderse una fiesta le resultaba una idea imposible
de asimilar.
—¿Película y helado? —le preguntó de nuevo, levantado la vista hacia su
hermana.
Antes de que Rebecca pudiera responder, Chloe se apresuró a decir:
—Lo sé, no hay nada, ahora vuelvo —dijo con rapidez, volando hacia la puerta
principal.
Sin embargo, antes de cerrarla, la abrió de nuevo para entrar otra vez, yendo
directa a la figura de porcelana en forma de rana que había encima de una de las
estanterías, y dentro de la cual había un poco de dinero para emergencias. Y estaba
claro que estaban en medio de una emergencia.
—Ponte ese pijama de franela que tanto te gusta usar, ahora vuelvo —comentó,
pasando fugazmente delante de Rebecca sin posibilidad de contestar y dejándola con
una sonrisa llena de afecto en su semblante.

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Capítulo 4

Veinte minutos después, las dos chicas se encontraban cómodamente y con las
piernas entrelazadas en el sofá. Rebecca tenía una buena terrina de helado de chocolate
mientras que Chloe tenía otra de fresa y para la película decidieron no escoger ninguna
que tuviera ni un ápice de nada romántico por en medio. Chloe seleccionó una de las
que le gustaban a ella.
—¡Madre mía! —exclamaba Rebecca al no poder evitarlo cada vez que salía
una escena sangrienta, apartando la mirada mientras Chloe no se perdía detalle.
—¿Cómo no pueden gustarte? ¡Son una pasada!
Desde el primer momento en que se sentaron en el sofá, Rebecca no paraba de
mirar a su hermana por el rabillo del ojo, indecisa por hablar o no de ese otro
acontecimiento vivido en ese mismo día y que la había perturbado de igual manera al
descubrir el engaño de Jeffrey.
—Chloe.
—¿Mmm? —contestó sin despegar los ojos de la pantalla del televisor, atenta a
lo que iba a ocurrir a continuación, aunque ya lo supiera de memoria.
—No te lo he contado todo.
—¿A qué te refieres? —preguntó todavía sin mirar a Rebecca y llevándose a la
boca otra cucharada generosa del delicioso helado.
Rebecca inhaló una buena bocanada de aire. Le daba vergüenza admitir esa
flaqueza al terminar besando al hombre equivocado y necesitaba quitarse ese peso que
también la atormentaba.
—He besado a Christopher.
Eso sí que hizo captar la atención de Chloe para dejar de ver la película.
—¿Christopher? —le preguntó, sorprendida, alzando una ceja.
¿Quién es?
—Digamos que el dueño de la empresa —dijo, arrastrando las últimas palabras
mientras bajaba su tono de voz debido a la vergüenza que sentía en esos momentos.
—¿Dueño?
Chloe dejó la tarrina de helado en el suelo para, acto seguido, sentarse con las
piernas cruzadas deseosa de saber más.
Al ver que Rebecca seguía sin añadir nada, le dijo con impaciencia:
—No te quedes así, cuéntame más.
«Rebecca había temido que se escandalizaría, pero, al parecer, no fue así»,
pensó, aliviada.
Su madre gozaba de muchas virtudes, pero sobre estos temas tenía un
pensamiento muy chapado a la antigua, confesarle que había besado a un hombre que no
era su novio y, además, con semejante reputación…le hubiera dado un infarto, por lo

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menos.
Rebecca carraspeó para ganar tiempo. Quería exponer todo lo que había dentro
de ella, pero se encontró sin saber cómo empezar.
—Por la mañana, entré en el despacho de Jeffrey —empezó a exponer un poco
nerviosa que, aunque tenía confianza con Chloe, seguía existiendo esa pequeña
sensación de posible censura, que le preocupaba. Era la hermana mayor, la que tenía
que dar ejemplo, pero también era su querida hermana y si llegaba a ese nivel de
confianza era porque quería y para que ella sintiera que pudiera hacer lo mismo—, para
dejarle unos papeles encima de la mesa que sabía que después iba a necesitar. Vi la luz
que parpadeaba, lo que significaba que había un mensaje que no se había escuchado, así
que pensando que podía ser algo importante para la reunión, lo pulsé descubriendo que
era una tal Michelle diciendo en forma jocosa que podía volver a quedar con ella
después de ver a esa mojigata.
Tragó saliva al decir esa palabra, todavía se sentía ofendida por ello.
—Qué asco —comentó Chloe, acompañando una mueca para enfatizar esas
mismas palabras antes de darle unas suaves palmaditas de ánimo en la pierna.
Chloe recordaba las pocas veces que había visto a Jeffrey cuando iba a buscar
a Rebecca, siempre miraba para otra parte y debía haber deducido que cuando alguien
evita mirarte a los ojos es porque no es sincero.
Rebecca no había tenido tiempo de exponer los hechos ocurridos en ese día,
sobre todo por el llanto espontáneo y necesitaba exponerlo todo.
—Me quedé tan impactada que no me di cuenta de que me había quedado allí
sentada debido al impacto y Christopher entró.
Rebecca paró unos instantes, sintiendo de nuevo su voz que resonaba en su
cabeza y viendo más imágenes que vinieron a continuación.
—Ah, hola, Stevens.
Al escuchar una voz, Rebecca se asustó creyendo que era Jeffrey y apartó su
rostro con brusquedad para que no viera ese semblante, ese el claro reflejo de dolor
que lo cruzaba.
Pero no era Jeffrey.
—¿Stevens?
—Sí —dijo finalmente, girándose hacia él todavía sentada en el sofá.
—¿Se encuentra bien?
Christopher era el jefe de Jeffrey, estaba por encima de él y no podía
permitirse que la viera en ese estado.
—Sí, sí —repitió dos veces sin saber porqué—. Estoy bien —terminó de decir,
intentando parecer lo más convincente posible.
Rebecca hizo un ademán de levantarse para salir de allí, pero no pudo
hacerlo, ya que Christopher se acercó en un ágil movimiento, agachándose para
alcanzar su mismo nivel visual.

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—No, no lo estás.
Por un momento, Rebecca se quedó sorprendida por el reflejo de
preocupación en sus ojos de obsidiana, pero después recayó que eso no podía ser
posible, habían hablado en pocas ocasiones y en todas se había mostrado frío y
distante con ella, dejando claro que no le caía bien. Sin embargo, por algún motivo
que desconocía, no podía apartar la mirada.
Ese hombre la desconcertaba. Apenas había tenido contacto alguno con él,
pero, por alguna razón que, en ese momento, no conseguía hallar contestación,
sentía una respuesta en su cuerpo que antes no había experimentado, una extraña
calidez le envolvía y su corazón latía más deprisa y eso que ni le caía bien. Era una
estupidez y debía salir de allí para dejar de pensar en todo eso, pero pasó algo que
hizo frustrar sus planes. Y ese algo fue una caricia. Su mano se posó encima de su
mejilla, con tanta delicadeza, con tanta dulzura que no supo qué fue lo que pasó,
pero, al instante siguiente, se encontró que los labios de Christopher la besaban,
correspondiéndole inmediatamente.
Terminó de contar Rebecca con las mejillas teñidas de rojo.
—Entonces, ese Christopher te gusta —afirmó Chloe con una sonrisa cómplice
después de escuchar todo lo ocurrido.
Por una parte, no podía creer que su hermana hubiera sido capaz de hacer algo
tan atrevido y, por otra, le gustaba descubrir que así había sido.
—¿Qué?
—Por algo le has besado.
—¡No! —exclamó Rebecca con rapidez—.No fui yo, fue él.
—Pero no te apartaste.
—Estaba confusa, él estaba allí después de descubrir la traición de Jeffrey y…
—Te gusta —insistió sin dejar de sonreír.
—¡Chloe! —exclamó, sintiendo un calor que ascendía por su rostro.
—¿Qué? —se quejó sin dejar su buen humor—.Está claro que si no te gustara
no lo hubieras besado.
—Las cosas no fueron así.
—¿Es guapo? —preguntó de pronto, interrumpiendo a su hermana.
—Eh, sí, es atractivo —confesó sin darse cuenta.
—¡Ajá! —exclamó Chloe, señalándola con el dedo con el brillo de la victoria
reflejado en sus ojos.
—¡Chloe, por favor! —pidió Rebecca, escondiendo su cara avergonzada entre
sus manos.
—Vamos, no te pongas así. Tienes veinticuatro años y no pasa nada porque
hayas dado un beso a un hombre que no es tu pareja. Ya eres adulta y eso lo hace todo
el mundo.
—¿Todo el mundo? —preguntó, levantando una ceja.

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—Es una forma de hablar —dijo de forma atropellada Chloe, perdiendo de
golpe su buen humor.
Ojalá se hubiera encontrado con Kyle una situación parecida a la de su
hermana.
—Ya —dijo Rebecca, dejando claro con su tono de voz y por la expresión de
su rostro de que había mucho escondido en sus palabras de las que quería pronunciar,
pero no iba a insistir en el tema.
Quería ofrecerle la privacidad que una adolescente necesitaba. No quería
agobiarla y también que fuera ella quien tomara la iniciativa de hablar cuando se viera
preparada.
Chloe tenía diecisiete años y ya era una etapa complicada sin tener a alguien
detrás todo el rato intentando sonsacar información.
Rebecca recordaba cuando ella pasaba por esa época y cómo su madre
intentaba someterla a un interrogatorio cada dos por tres, preocupada porque hiciera
«algo indecente», como ella lo llamaba y lo que la llevó exactamente a lo que tanto se
le acusaba. Por ese motivo, no iba a proceder del mismo modo.
—¿Crees que Christopher se te acercará mañana? ¿Qué querrá hablar contigo?
—preguntó apresuradamente Chloe para cambiar de tema, algo que a su hermana mayor
no le pasó inadvertido. Sin embargo, no le dijo nada al respecto.
Pero Christopher se acordaba, por supuesto que lo hacía.
En ese momento, Christopher se encontraba sintiendo el suelo frío bajo sus pies
desnudos con el brazo apoyado en la pared de cristal que le ofrecía la amplia y
hermosa visión de la ciudad de Chicago, totalmente iluminada, cuando la noche hacía su
aparición.
La habitación permanecía en la sombra, por lo que no podía verse su completa
desnudez. Era uno de sus panoramas favoritos mientras se quedaba sumido en sus
pensamientos. Sin embargo, en esa noche sus pensamientos se reducían a uno solo:
Rebecca.
Sus labios, sus caricias… Era tan dulce y deliciosa, a la par que a la única que
no podía tener. Se había fijado en ella desde el primer momento. No obstante, sabía que
no era el prototipo de su estilo de vida.
Él buscaba una satisfacción momentánea, un mundo nocturno sin ningún tipo de
ataduras, era la vida que quería y sabía que Rebecca no encajaba con ese tipo de mujer.
Era el prototipo perfecto de novia y eso era lo último que Christopher quería.
Rechazaba cualquier tipo de compromiso con cualquier persona. Era lo que quería y lo
que se merecía. Su pasado estaba demasiado teñido de sombras para querer pensar en
un posible atisbo de luz en su futuro.
Así era como tenía que ser y así lo había aceptado.
No obstante, aunque le gustaba regirse por unas reglas muy específicas, de igual
forma quería dejarlas claras desde un principio. No pretendía engañar a nadie y

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aclaraba la situación a todas y cada una de las amantes que pasaron por su vida, que lo
aceptaran antes de empezar el tipo de relación que estaba buscando y sabía que
Rebecca no encajaba en su mundo. Que no para él, a su pesar.
Christopher dejó escapar un suspiro, como si estuviera cansado, mientras
giraba la cabeza para ver a la mujer que descansaba tranquilamente sobre sus sábanas
de hilo egipcio.
Una expresión de satisfacción cruzaba por el rostro dormido de Giselle, pero
esa sensación él no la había probado esa noche, aunque las piernas de Giselle lo
hubieran oprimido con el mismo ímpetu de siempre. No obstante, esa noche él no
compartió su satisfacción.
Y, últimamente, Giselle se estaba convirtiendo en un problema más que en una
solución cuando su cuerpo lo necesitaba. Al principio estaba de acuerdo con sus reglas
para empezar una relación pasional. En un primer momento había dejado caer más de
una indirecta de que quería algo más y últimamente se enfrentaba a más llamadas y
desesperados movimientos para contactar con él y ya empezaba a cansarlo.
Además, esa noche, desde el primer momento no le había motivado de la misma
forma que en las ocasiones anteriores. Había percibido pequeños detalles que, aunque
antes también existían, no le prestó la atención que sí hizo hace unas horas antes. El
maquillaje excesivo y puesto expresamente para provocar y esa figura tan delgada, no
era natural, parecía que toda ella era un artificio. No era dulce, no tenía ese aura de
inocencia.
No era Rebecca.
Al volver a pensar en ella, la rigidez de su miembro aumentó y acto seguido se
obligó a alejarla de sus pensamientos.
No era para él y debía recordarlo.

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Capítulo 5

Rebecca intentaba conciliar el sueño, pero le resultaba imposible. Se revolvía


entre sus sábanas una y otra vez sin que un ápice de sueño apareciera esa noche. Sabía
exactamente el motivo de ello.
Christopher.
Chloe tenía razón. No lo había besado por estar confusa y pasar un mal
momento. Le había besado porque siempre le había gustado, pero no quería
reconocerlo.
Escondió la cabeza en la almohada, le daba vergüenza con solo pensarlo.
¿Estaba bien acercarse a alguien solo por un interés físico?
La verdad es que esa pregunta la tenía desconcertada y un poco asustada. Se
enfrentaba a un vacío lleno de duda y sin saber quién podría responderla.
En el transcurso de su vida, había pasado de ser una adolescente
despreocupada a tener que madurar muy deprisa de un día para otro, a tener que
enfrentarse a situaciones muy difíciles y tomar decisiones siendo todavía prácticamente
una niña. Se había perdido el proceso del medio, ese más denominado cómo «hacer
locuras», o simplemente, experimentar, pero no se ha arrepentido ni un solo momento.
Ese tiempo lo empleó en estar con su madre lo máximo posible antes de fallecer y,
posteriormente, luchar para que le otorgaran la custodia de su hermana. Pero ese es
precisamente el motivo por el que ahora se encuentra tan desorientada en un tema que
quizás para otra persona es fácil sacar una conclusión.
Se sentía sofocada y no sabía el motivo, ya que solo era un pensamiento, nada
más.
Un pensamiento que también le hacía sentir algo parecido a esa sensación libre
que hacía tantos años que no apreciaba. Durante los últimos años solo se permitía
pensar en el bienestar de Chloe y en preocuparse en que no les faltara lo esencial.
Era extraño y liberador poder pensar en un hombre solo porque la atraía. Algo
tan sencillo, pero que nunca se había permitido pensar detenidamente en ello.
Christopher era muy atractivo, debía reconocerlo.
Ahora podía pensar en él con detenimiento porque simplemente quería hacerlo,
antes ni se le había pasado por la cabeza por respeto a Jeffrey y porque no tenía motivo
para ello. Sin embargo, después de que él la besara furtivamente, creía tener algún tipo
de derecho en hacerlo.
No era una persona que hacía comparaciones, pero en ese momento no pudo
evitarlo. Jeffrey se podía definir como un hombre atractivo, pero Christopher se podría
clasificar como muy apuesto.
Christopher era más alto y más musculoso que Jeffrey. Impactaba más a primera
vista y con su mirada de obsidiana conseguía atraer su atención. Un pelo negro corto

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peinado hacia atrás y una piel ligeramente bronceada como si tuviera raíces griegas o
italianas, atraían mucho la atención, sobretodo de las demás mujeres de la oficina, ya
que no paraban de repetirlo y en más de una ocasión había parado la oreja por
curiosidad, o suspiraban cuando atraían su atención o consolaban a alguna de ellas que
había salido con él y la había dejado.
Aparte de su atractivo, también había otra cosa que recaía su pensamiento en él,
la línea recta y dura que exhibía siempre en lugar de una sonrisa, aunque en esos
momentos le parecía extraño después de sentir la suavidad de sus labios con los suyos.
Sin darse cuenta, se encontró acariciando sus labios al recordar ese momento.
No obstante, dentro de esa imagen que se formaba de manera sólida en sus
pensamientos, rápidamente se vio aplastada al recordar las palabras de Chloe y sentirlo
como una bofetada.
Le había transmitido el mensaje de que estaba bien besar a alguien que apenas
conocías y no resultaba ser tu pareja definida.
No, eso no estaba bien.
Debía dejar de pensar en esas tonterías y ser la persona adulta y con referencia
que su hermana pequeña necesitaba.

A la mañana siguiente, sabía que se obligaba a levantarse, pero con solo pensar
en todo lo que tenía que enfrentarse le daba ganas de tirar de las sábanas para que
cubrieran su cabeza y quedarse allí varios días. Pero sabía que no podía esconderse del
mundo, aunque quería quedarse unos minutos más intentando relajarse al haber pasado
una mala noche.
Sin embargo, se vio truncado por un pequeño torbellino que empezó para abrir
con brusquedad las cortinas de su habitación.
—¡Despierta!
Rebecca se cubrió con las sábanas para esconderse de los repentinos rayos del
sol que tanto le molestaban en ese momento.
—¡Chloe! —exclamó en forma de quejido.
Su hermana no hizo caso al tono de voz irritado que dejaba claro que quería
aprovechar el tiempo para descansar un poco más, pero hizo caso omiso para apoyar
las rodillas al lado de Rebecca.
—No seas quejica —dijo, apartando con brusquedad la sábana que Rebecca
agarraba—. He tenido una gran idea —terminó de decir, emocionada.
—Y en esa idea no incluye dejarme dormir un poco más —comentó, levantando
el brazo para apartar esa sombra encima de sus ojos que tanto necesitaba en ese
momento.
—No seas aguafiestas —se repitió con otras palabras, cambiando de posición
para sentarse y estar así más cómoda—. He pensado en algo, he estado durante toda la
noche dándole vueltas.

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No era una forma de hablar, encantada de haber encontrado algo al fin para
poder ayudar a su hermana, una forma de recompensarla por todo lo que ha hecho por
ella. Había estado pensado detalladamente en ello hasta dar con una idea que, aunque
no muy complicada, estaba segura de que daría en el blanco. Además de haber pasado
la noche en vela haciendo el aporte a su plan, sus ojos le picaban por haber estado
concentrada durante todas esas horas y se había pinchado tantas veces en los dedos que
todavía le escocían, pero había merecido la pena.
Chloe dejó de hablar en ese momento para que su hermana le preguntara qué
era lo que tenía en mente y Rebecca, al escuchar el timbre tan emocionado de su voz, no
se vio con valor de quejarse por tercera vez.
—¿En qué has pensado?
—He pensado en tu vuelta triunfal a la oficina.
—¿Triunfal? —preguntó con curiosidad, pero sin poder evitar una pequeña
estela de angustia al pensar en volver a ver a Jeffrey.
—He estado pensando en que esa vuelta tendría que ser inolvidable —comentó
Chloe con una mirada pícara y extendiendo sus manos para dar más énfasis a sus
palabras.
—¿Inolvidable? —volvió a repetir sus palabras, frunciendo el ceño.
Chloe asintió siguiendo con esa mirada pícara.
—Se puede conseguir con algo tan sencillo como un pequeño cambio de estilo.
—¿Cómo que cambio de estilo? —preguntó, levantándose para dejar de estar
estirada y sentarse en la cama—. ¿Qué tiene de malo? —preguntó con un pequeño
atisbo de ofensa por la escucha de esas palabras.
—Nada —se apresuró a responder Chloe.
Aunque al cabo de pocos instantes, lo reconsideró para decir:
—Bueno —siguió a pesar de que sabría que no le iba a gustar lo que le diría a
continuación—. Podrías modernizarte un poco, nada más.
—Es la ropa de mamá, ¿qué tiene de malo?
—Que es la ropa de mamá —dijo Chloe de forma obvia—. No es que esté mal
—se apresuró a decir—. Solo que estaría bien modernizar un poco tu armario.
—Eso suena bien, Chloe. Pero no tenemos dinero para renovar mi vestuario.
—Lo sé, solo hace falta un poco de imaginación.
—¿Imaginación? ¿A qué te refieres?
—Tu situación me recuerda mucho a lo que le pasó a Bianca. Verás, siempre le
ha gustado llevar ropas un poco anchas y al final Justin se fue con otra. Bianca cambió
su forma de vestir para mostrarle lo que se había perdido y ahora Justin está dándose
cabezazos contra la pared.
—Chloe, cielo, mi lugar de trabajo no es un instituto —explicó con dulzura
mientras negaba con la cabeza.
—Pero seguro que se puede aplicar en este caso, seguro que Jeffrey es tan

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inmaduro como un crío de instituto.
Rebecca no tuvo argumento alguno que añadir a esa afirmación.
—Y por lo que me has ido contando, no se aleja mucho —terminó de decir,
escondiendo sus ganas de reír.
Rebecca, de nuevo, no supo qué contestar, ya que encontró demasiado sentido
en las palabras de Chloe para revocar su razonamiento. La verdad es que se parecía
mucho a un instituto, predominan los chismes y las relaciones basadas solo en el
aspecto físico, de todo eso se ha enterado gracias a las sesiones informativas de sus
compañeras de trabajo a la hora del café donde se encuentran reunidas y se ponen al día
de todo. Sí que le recordaba a su época del instituto, lo cual le hacía replantearse el
lugar en el que trabajaba.
—Y por eso me he pasado la noche arreglando un par de prendas.
—¿Arreglando? —preguntó, pero no obtuvo respuesta, ya que Chloe
desapareció de su vista en un santiamén, volviendo a aparecer poco después con una
sonrisa radiante y dos prendas de ropa sobre sus brazos.
Rebecca se levantó para acercarse a su hermana. Al principio la idea de que
hubiera hecho lo que quisiera con su ropa no la había entusiasmado, pero al ver la
sonrisa ilusionada de Chloe, procuró mirarlo de una manera diferente. No obstante, lo
que no esperaba era el resultado que solo a primera vista parecía tener.
—¿Esto lo has hecho tú? —preguntó, cogiendo la falda y la blusa para
examinarlas mejor.
—Así es —respondió, orgullosa.
—Vaya —fue lo único capaz de decir mientras examinaba la falda con más
atención.
Había recogido un poco la falda haciéndola más corta. Por la medida que tenía
ahora, calculaba que les llegaría a las rodillas, pero había hecho algo más. Ya no
estaban las líneas estáticas que bajaban y daban un aspecto de una persona con mayor
edad. Las había cortado a la mitad para que tuviera un aspecto más juvenil, además de
haber añadido una tela planeada que adornaba la cintura y una pequeña parte de esa tela
que viajaba libremente, por un lado. Enseguida miró con detenimiento la otra pieza de
ropa, la camisa había cambiado; asimismo, se ajustaba más a la estructura de su cuerpo
y también le había añadido hilos de una tela plateada en varios de los contornos para
darle un aspecto más joven y agradable.
—Es precioso —comentó Rebecca con sinceridad.
Chloe sonrió orgullosa. Sin embargo, al momento la sonrisa se desinfló un poco
al darse cuenta de que ese era un buen momento para decirle a Rebecca que en lugar de
ir a la universidad quería ir a la escuela de diseño. Acababa de ver lo que era capaz de
hacer y le había gustado. No obstante, no se atrevió, ese era un tema delicado que
decidió dejar para otra ocasión.
Rebecca le exigía buenas notas y que pensara en qué carrera universitaria

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quería inscribirse. Por lo demás, le dejaba libertad en otros aspectos para que pudiera
tomar sus propias decisiones siempre con unas reglas básicas y un horario un poco
flexible, pero ya era mucho más de lo que sus amigas disfrutaban y se sentía afortunada
por ello, de que la dejara ser ella misma en otros aspectos.
Chloe decidió finalmente que ese no era el momento apropiado. Su hermana
había pasado un mal rato el día pasado y lo último que necesitaba era una preocupación
más.
Lo dejaría para otra ocasión.
Rebecca se acercó al espejo de su cómoda. Se puso la ropa sobre su cuerpo y
se hizo una idea de la imagen cercana de cómo estaría puesto con ella.
—Debe haberte costado hacerlo en toda la noche.
—Sí —admitió Chloe.
Rebecca giró la cabeza hacia su hermana, sonriendo con afecto por ese detalle
tan bonito.
—Te lo pondrás, ¿verdad?
—Claro que sí.
Rebecca volvió a mirarse en el espejo y se dio cuenta de que Chloe tenía razón,
ese día iba a traspasar la puerta con la cabeza bien alta.

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Capítulo 6

Estaba nerviosa, no podía negarlo. Tener que verse obligada a volver al lugar
donde sintió semejante humillación…hizo desaparecer casi por completo el dominio
que creyó que tenía.
Lo curioso es que en ningún momento había echado de menos a Jeffrey. El
sentimiento que le quedaba era el de la vergüenza por haber sido tan estúpida y por
descubrir que había sido tan cerdo. Sin embargo, no había nada más en su interior,
ningún sentimiento afectivo hacia él.
Cuando alguien la fallaba de esa forma le borraba totalmente de su vida.
No obstante, con ese pensamiento latente y certero en su cabeza, eso no
eliminaba la estela de nervios que descendía de su estómago al tener que traspasar la
puerta de cristal que determinaba la entrada a su lugar de trabajo y, al mismo tiempo, al
de tener que enfrentarse a diversos obstáculos.
Primero, no sabría qué haría Jeffrey. ¿Actuaría como si nada hubiera pasado?
¿Le pediría disculpas? O, por el contrario, ¿actuaría de forma belicosa contra ella?
Si solo fuera Jeffrey, no estaría tan nerviosa, pero, además, tenía el añadido de
tener que volver a ver a Christopher y sin saber tampoco si se acercaría a ella o no y
mucho menos qué le diría.
A continuación, se sacudió la cabeza para sacarse todos esos pensamientos que
solo conseguían alterarla más. Con seguridad no pasaría ni la mitad de lo que estaba
pensando. No era necesario llenarse la cabeza sin saber qué iba a ocurrir con exactitud.
Lo mejor era respirar profundamente y seguir hacia delante.
Y eso hizo, con la cabeza bien alta, como debía ser.
Traspasó el umbral con valentía. Sin embargo, sostenía con demasiada fuerza el
asa de su bolso sin darse cuenta.
Durante el trayecto de subida del ascensor, Rebecca sentía que su respiración
se agitaba por cada piso que el panel digital avanzaba, con necesidad de ocuparse de
algo, fuera o no una tontería. Empezó por retirarse los mechones de su cabello, aunque
no le hicieran falta. Chloe le había aconsejado que se lo dejara suelto y le pareció una
buena idea, no tanto el brillo de labios que le había insistido que se pusiera, pero
finalmente accedió, ya que no dejaba de insistir. Es verdad que podía habérselo quitado
por el camino, pero se olvidó de ello por completo y ya, en ese momento, el ascensor
abrió sus puertas y no tuvo tiempo de nada.
Algunas de las demás personas que subieron en el ascensor emprendieron su
marcha y Rebecca les siguió hasta avanzar torpemente hasta su mesa. Giró la mirada
intentándolo de manera disimulada hacia la puerta de Jeffrey, que estaba cerrada, pero
nerviosa por el momento en que esa puerta se abriera.
Sin poder evitarlo, desplazó su mirada un poco más a la izquierda donde se

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encontraba el despacho de Christopher, con la puerta también cerrada. Pero no podía
seguir así y rápidamente volvió a mirar hacia su mesa, para ver la única fotografía que
había encima, una imagen impresa en la que estaban ella y su hermana, sonrientes.
Aunque la imagen era tierna y la ayudó para recuperar sus fuerzas, se dejó caer
sobre la silla. De no haberse besado con Christopher no tendría que tener dos
preocupaciones en una. Respiró con profundidad y procedió a abrir el ordenador con la
intención de que todo transcurriera con la mayor normalidad posible.

Christopher tenía la mirada perdida delante de su ordenador, intentando


concentrarse en la tediosa tarea que tenía por delante. Ya le costaba en su día a día,
pero esa mañana le costaba más aún. Un trabajo que acarreaba por culpa de su maldito
apellido, ese mismo que le une a una familia que le ha despreciado desde el mismo
momento de su nacimiento, pero no le quedaba más remedio que aguantar y fingir ser un
miembro más de la familia y llevar las riendas de la empresa que los sostenían a todos,
al menos hasta que su plan terminara de concluirse de todo, pero por el momento debía
seguir por el bienestar de su madre.
Sin embargo, por primera vez en su vida, sentía la necesidad de llegar a su
lugar de trabajo y el motivo de ello tenía un nombre: Rebecca.
Todavía recordaba su suavidad.
Desde que la había besado, no había podido alejarla de sus pensamientos y no
entendía por qué un solo beso había conseguido provocarle un deseo tan intenso por una
mujer.
¡Qué tonterías estaba pensando!
Claro que lo entendía, pero la cuestión es que no le gustaba reconocerlo. No
quería aceptar el hecho de que su férreo control sobre todas y cada una de sus
conquistas ahora se tambaleaba solo con una mujer.
Una mujer que no podía ser suya y por eso no podía dejar de pensar en ella,
porque era una fruta prohibida y eso la hacía más atrayente aún.
Dejó el bloque de papeles que sostenía con la mano derecha de mala manera
encima del teclado.
No le gustaba admitir esa clase de debilidad.
Debía sacarse a esa chica de su cabeza y cuanto antes mejor.
A continuación, descansó su cabeza sobre sus dedos índice y medio con el
objetivo de aplicarse un suave masaje y mitigar así el creciente dolor de cabeza que le
había empezado en ese momento.
Ya había tomado un café bien cargado de buena mañana. Sin embargo, no eran
ni las nueve y ya sentía la necesidad de otro empujón de cafeína por sus venas para
poder aguantar el día y así aprovechaba para alejarse de esos papeles y de la pantalla
del ordenador y despejarse un poco la cabeza.
Justo al abrir la puerta de su despacho, le aumentó el dolor de cabeza al

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escuchar una oleada de teléfonos sonando y al ver a numerosas personas tecleando
deforma frenética en el ordenador. Se apresuró para entrar en ese pequeño cuarto en el
que encontraría un poco más de calma. Estaba demasiado ocupado en sus pensamientos
para reparar en nada más.
Rebecca se quedó paralizada al ver quién acababa de entrar mientras removía
su café con leche con una pequeña cuchara.
No sabía qué hacer o qué decir, si saludar como si nada o fingir que no le había
visto, estaba de espaldas a ella y no se había percatado de su presencia.
Sintió encenderse sus mejillas con solo ver a Christopher delante de ella. Los
recuerdos eran inevitables y despertaron las mismas maravillosas sensaciones que él
mismo había provocado tan solo un día atrás.
Pensar en escabullirse era una idea tentadora, pero no podía actuar de forma
semejante. La educaron para ser mejor que eso y, suspirando con resignación, dijo
finalmente:
—Buenos días.
Christopher se tensó al reconocer su voz sin necesidad de levantar la mirada,
pero solo durante un instante, lo que necesitó para recuperar su control.
—Buenos días —dijo amablemente con su voz grave.
Sin embargo, al mirarla se descontroló y comprobó su nueva apariencia,
deteniéndose más de lo deseado.
Desde el primer momento que la vio fue muy consciente de lo atractiva que
resultaba, aunque se excusara detrás de una ropa que claramente no era la suya. En
lugar de una mujer joven parecía la típica profesora de mediana edad, que vestía de una
forma recatada, la cual no podía darse cuenta del todo de sus atributos y, en ese
momento, podía.
Sustituyó su ropa por otra que realzaba mejor sus curvas, dando una visión de
su esbelta cintura, sus caderas torneadas y un busto bien formado.
La tentación que siempre había sentido a su lado se iba magnificando en ese
momento.
Rebecca sintió que sus mejillas enrojecían todavía más, si eso era posible.
Sentía la mirada intensa de Christopher y no sabía cómo reaccionar, no estaba
acostumbrada a una situación semejante.
—Tengo cosas que hacer —dijo de forma atropellada mientras bajaba la
mirada al pasar a su lado para irse lo más rápido posible.
Pero sus intenciones se frustraron cuando sintió un brazo musculoso que
rodeaba su cintura y se percató, a continuación, del duro tacto de la pared a su espalda.
Un gemido de sorpresa escapó de sus labios mientras sentía que el cuerpo de
Christopher se acercaba al suyo.
Y, sin poder hacer nada por evitarlo, vio aproximarse a Christopher,
acercándose hasta que sus labios estuvieron a pocos centímetros de distancia, sin llegar

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a besarla.
Christopher se quedó mirándola con atención, esperando una reacción por parte
de ella.
Había sentido un impulso tan fuerte que no tuvo tiempo para darse cuenta de lo
que hacía. Su cuerpo actuó por él, impulsado por una nueva descarga de deseo al
tenerla tan cerca. Necesitaba sentirla, estremecerse con sus labios de nuevo, pero en
ese momento se dio cuenta de su imprudencia y por eso no se abalanzó para besar los
labios que tanto le tentaban. Esperó para ver cómo reaccionaba, si se alejaría de él o si,
por el contrario, estaría dispuesta a que la besara.
Rebecca sentía que su corazón latía cada vez más deprisa. No podía creer lo
que le estaba pasando. Le tenía tan cerca que podía sentir pequeñas ráfagas de su
aliento sobre sus labios, pero sin llegar a tocarla. Un sentimiento parecido a la
decepción apareció en ella al preguntarse por qué no la besaba, sorprendiéndose por
ese pensamiento.
Alzó ligeramente los labios sin darse cuenta, en una clara invitación que
Christopher no iba a dejar pasar.
Con una fugaz sonrisa de victoria, acarició la nariz de Rebecca con la suya en
un acto tan íntimo y, a la vez, tan lleno de significado que Rebecca no pudo hacer más
que suspirar anhelante.
No se hizo esperar más, los labios de Christopher buscaron de forma
hambrienta los de ella, explorando y estallando lo que los dos sentían en ese momento.
Un suspiro de placer brotó de la garganta de Rebecca, lo que animó a
Christopher para besarla con más profundidad, recorriendo vivamente su lengua con la
de ella para estimular una respuesta tan apasionada como la suya.
Rebecca cría oír una voz de alerta dentro de su cabeza, repitiendo que lo que
estaba haciendo no estaba bien. Sin embargo, esa voz se iba disipando y convirtiéndose
en un susurro cada vez menos audible, dándose cuenta de que no quería pensar, solo
sentir. Seguir besando a Christopher.
Empezó por responder con algo de torpeza por la poca práctica en los últimos
años, pero le respondía con la misma pasión que imprimía él. Levantó la mano para
sentir la suavidad de su cabello oscuro entre sus dedos, como la vez anterior.
Con la yema de los dedos, Christopher acarició suavemente la mejilla de
Rebecca, en un movimiento tan tierno que no correspondía a la pasión que explotaba
entre ellos en ese momento.
Rebecca sentía cómo se acercaba más a él, reparando en la dureza de su
musculoso cuerpo aprisionándola cada vez más y, con eso, también otro tipo de dureza.
No obstante, algo se interpuso entre los dos, el sonido de unas voces
acercándose provocaron que Christopher se alejara bruscamente de su lado, haciéndola
sentir un gran vacío entre sus brazos.
Él volvió enseguida a la normalidad. Le vio darle la espalda y continuar

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preparando su café con tranquilidad como si nada hubiera ocurrido.
«Claro, estará acostumbrado a besar a escondidas», pensó Rebecca.
No como ella que todavía seguía con la respiración agitada y con su cuerpo que
todavía estaba temblando de deseo. Seguía apoyada en la pared porque temía que sus
rodillas no la sostuvieran si se alejaba y no podía fingir normalidad por mucho que lo
intentara.
Y no pudo fingir cuando aparecieron Liz y otra compañera con la que mantuvo
una conversación animada.
—Ah, ¡hola, Rebecca! —la saludó sin mucho ánimo al verla.
Rebecca hizo un movimiento de cabeza para corresponder a su saludo, ya que
ningún sonido hubiera salido de su garganta en ese momento.
—Señor Anderson —dijo Liz, sorprendida y cambiando su voz a una mucho
más amable—, buenos días.
Terminó de decirlos en un tono un poco seductor que a Rebecca no le gustó y
vio que la mujer que iba con Liz también cambió su actitud al ver a Christopher.
«Por favor», pensó, poniendo los ojos en blanco.
—Señoras —dijo Christopher a modo de despedida con un café en su mano y
pasando delante de las tres sin detenerse en mirar a ninguna.
Rebecca se quedó contemplando su musculosa espalda, viendo cómo la fina
camisa azul claro que marcaba su figura y se quedó en esa posición hasta después de
que hubiera desaparecido. Solo salió de su estado cuando volvió a escuchar la voz de
Liz.
—¿Estás bien?
Rebecca giró la mirada hacia su compañera. Frunció el ceño.
Asintió varias veces con movimientos rápidos para dar tiempo a encontrar su
voz.
—Sí, estoy bien —respondió con la voz algo rasposa antes de alejarse por no
soportar más su mirada inquisitiva y evitar cualquier otra pregunta más.
Liz seguía con el ceño fruncido cuando se giró y se dirigió junto a su amiga.
—¿Qué vas a hacer? —le preguntó Marcy.
—¿Qué?
—Lo que me contabas de tus problemas económicos —le recordó Marcy
mientras ponía un poco de azúcar en su taza.
—Ah, sí.
Quiso volver a la conversación con Marcy, pero no podía quitarse de la cabeza
la extraña actuación de Rebecca. Se quedó pensando durante unos instantes antes de
juntar los hilos sueltos. Al fin y al cabo, la conclusión era bastante lógica y, de un
momento a otro, Liz cambió su ceño fruncido por una sonrisa maliciosa.

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Capítulo 7

Rebecca volvió a usar el baño como escondite. Se estaba convirtiendo en algo


recurrente a su pesar. Necesitaba intimidad, estar a solas para pensar o, mejor dicho,
para recriminarse de nuevo.
Al ver que no había nadie, se precipitó para poner las manos encima de la pica
y sentir su frío tacto que, en ese momento, le resultaba reconfortante.
¡¿Cómo he podido ser tan estúpida?!
Había llegado a la lógica conclusión de que era una auténtica locura haber
besado a Christopher, pero ¿otra vez? ¡No! No debía pasar de nuevo.
No entendía cómo había vuelto a caer en lo que había catalogado como un
error. Una acción equivocada que no podía volver a repetirse.
Entonces, ¿por qué había vuelto a pasar? Si no quería que ocurriera…bueno,
eso no era del todo cierto, cuando lo tuvo cerca, cuando notó la presión de su cuerpo
contra el suyo, sintió una necesidad que no recordaba haber experimentado con
anterioridad. Sacudió la cabeza con un creciente enfado. Esa extraña necesidad que
estaba pensando, solo conseguía que dejara de pensar de forma racional, ¿cómo sino se
explica que cayera otra vez en sus brazos ignorando la voz de alerta emitida por su
mente juiciosa?
Pero descubrió que el juicio había desaparecido prácticamente en su totalidad
al comprender que también se sentía enfurecida por haberla ignorado por completo
antes de irse. Y lo peor de todo es que lo entendía, sabía que intentaba aparecer que
nada hubiera pasado, su parte racional lo entendía y, entonces, ¿por qué se sentía
enfurecida por eso?
Después de suspirar, cansada, bajó la cabeza para esconder su cara
avergonzada tras sus manos.
Tenía que dejar de comportarse como una estúpida y actuar como la adulta que
se esperaba de ella.
Un rato después, Rebecca se encontraba de nuevo en su escritorio. Debía
volver al trabajo, aunque por dentro bullera por lo que había pasado y por los
sentimientos contradictorios que su cuerpo se empeñaba en confundirla. No obstante,
debía olvidar todo lo demás y concentrarse en su trabajo. Decidida, pensó en entregarse
con ganas a las tareas que tenía por delante, o al menos esa era su intención cuando, de
repente, escuchó una voz delante de ella y que le provocó un pequeño respingo.
—Señorita Stevens —dijo Jeffrey con una expresión seria—. ¿Puede venir a mi
despacho un momento?
—Por supuesto —contestó con educación, levantándose.
En cuanto Jeffrey se dio la vuelta, aprovechó para inhalar una buena bocanada
de aire.

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«Genial, otra prueba que superar», pensó, cansada, y eso que ni tan solo era
mediodía.
Dudaba de que pudiera encontrar tranquilidad en un periodo cercano.
—¿Qué necesita, señor? —le preguntó, ya en la intimidad de su despacho.
—Cuando estemos solos, puedes seguir hablándome de tú.
—No creo que sea conveniente.
—Rebecca…
—Señorita Stevens, si no le molesta.
—Rebecca —insistió con un tono de voz lastimero.
Intentó dar un paso hacia ella, pero Rebecca retrocedió.
—¿Es todo lo que quería decirme?
—No —contestó, dejando atrás esa faceta que había ideado para influir una
respuesta de Rebecca que no había funcionado—. Me gustaría hablar de lo que pasó…
—No hay nada de qué hablar —interrumpió, mostrándose lo más serena
posible. Le iba a demostrar que su engaño no le había afectado, al menos eso quería
mostrarle—. Hay una relación profesional que no debe alterarse por cualquier cosa que
haya podido pasar entre nosotros.
Rebecca mantenía su mirada firme, sin desviarla en ningún momento.
Jeffrey alzó la ceja, sorprendido por las palabras expresadas con una madurez
que no suele corresponder a una chica de tan solo veinticuatro años. Sin embargo, lo
que más le dolía era la patada directa a su hombría al verla mostrar esa indiferencia
hacia él.
Hubiera preferido que le gritara o insultara. Al menos de esa forma sabría que
la había herido y que le había importado su engaño.
—¿Eso es todo? —insistió Rebecca.
Jeffrey asintió de mala gana y Rebecca desapareció de su vista al instante.
No esperaba que las cosas hubieran surgido de esa forma. Su plan inicial había
sido otro, hacer el papel del profundamente arrepentido con el objetivo de que volviera
a caer en sus brazos y así probar de una buena vez ese cuerpo que le resultó delicioso
desde el primer momento que la vio, pero no, no había resultado y encima Rebecca
había actuado como si nunca le hubiera importado.
Y, para colmo, se había vestido de la forma más descarada para él, para
atormentarlo.
No, no iba a acabar así.
Christopher seguía sin poderse quitar a Rebecca de la cabeza. Todavía sentía el
dulce sabor de sus labios y su poca experiencia en el estallar de su pasión, algo que
hizo que su anatomía reaccionara todavía más.
No era un hombre que se dejaba llevar por impulsos. Le gustaba mantener el
control de cualquier situación y no estaba acostumbrado a dejar nada al margen que no
lo tuviera dominado.

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Pero, al parecer, esas reglas no se aplicaban con Rebecca. Es verdad lo que se
dice, la fruta prohibida siempre sabe mejor.
—¿Qué opina, señor Anderson? —le preguntó Jeffrey en medio de una reunión.
Las demás conversaciones se apagaron a la espera de su respuesta.
—¿Qué? —preguntó Christopher, saliendo de sus pensamientos sin tener la
menor idea de lo que estaban hablando.
Por suerte, uno de sus empleados, Henry, que se encontraba a su lado, se
inclinó para decirle de la forma más disimulada posible:
—Estamos hablando de la inversión del dos por ciento del beneficio neto,
señor.
—Como representante de la familia Anderson nos interesa su opinión —dijo
Jeffrey al mismo tiempo para que Christopher no pudiera escuchar bien la explicación
de su empleado.
—Precisamente, el señor Anderson quería aprovechar para exponer otra idea
para la inversión…—empezó por exponer Henry, pero Jeffrey le interrumpió.
—¿El señor Anderson no puede hablar por sí solo? —preguntó de forma
burlona, reclinado en su silla y con una media sonrisa de suficiencia en su semblante.
La familia de Jeffrey formaba parte de las acciones de la sociedad de la familia
Anderson, pero al parecer a Jeffrey le molestaba que un hombre pocos años mayor que
él formara parte de la dirección de una empresa, un cargo al que él también aspiraba y
que no podía alcanzar, a su parecer, por culpa de Christopher.
Ese era uno de los motivos por el que intentaba dejarlo mal cada vez que podía
delante de la junta directiva.
—Mi intención es que nos arriesguemos en un nuevo proyecto —comentó
Christopher, ignorando deliberadamente a Jeffrey.
—¿Y nos lo dice en este momento? —saltó de nuevo Jeffrey, levantándose de la
silla y dirigiéndose a él—. Después de varios días debatiendo este tema, ¿aparece
ahora de la nada una nueva idea suya?
—El nuevo proyecto que he detallado en el informe y que ayer mismo se envió
a todos y cada uno de los miembros de este comité—comentó Christopher con suma
tranquilidad y disfrutando de todas las palabras mientras las decía viendo cómo de
forma paulatina Jeffrey iba perdiendo la expresión de superioridad—. Y si el señor
Rogers deja de interrumpir, podré explayarme en la propuesta que tenéis todos en
vuestras manos.
Varios murmullos de risa aparecieron en la sala unos instantes antes de volver
al asunto principal que les ocupaban.
Jeffrey volvió a sentarse, con expresión seria, revolviendo en los papeles que
tenía delante de él y, en efecto, había la proposición debajo. Apretó los puños con
fuerza por la burla a la que había sido sometido y contra la persona a la que iba a
descargar el enfado que crecía por sus venas cuando acabara la reunión.

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Rebecca se encontraba mejor después de la charla con Jeffrey. Se había sentido
victoriosa por cómo había llevado la situación y por la serenidad que había mostrado
delante de él.
Se merecía un pequeño sentimiento de orgullo después de sentirse tan estúpida
tras haber caído de nuevo en las redes de Christopher.
En ese momento, redactar una nota informativa le resultó una tarea no tan
aburrida como siempre le parecía, sin sospechar que esa pequeña luz de alegría pronto
iba a apagarse.
Un estruendo tuvo lugar en su mesa, cuando alguien hizo impactar un conjunto
de folios con fuerza contra su escritorio. Unos centímetros más y hubieran impactado en
ella.
—¡¿Se puede saber qué es esto?! —exclamó Jeffrey con el enfado claramente
reflejado en su voz.
Todos a su alrededor interrumpieron su trabajo para convertirse en
espectadores de lo que iba a ocurrir a continuación, provocando un silencio
generalizado.
Durante unos instantes, Rebecca no perdió de vista la imagen colérica de los
ojos de su jefe antes de bajar la mirada hacia el foco de su enfado.
Rebecca lo reconoció. Eran los documentos que tuvo que imprimir y
encuadernar para la reunión de ese día, pero Jeffrey la interrumpió cuando abrió la
boca para responder.
—¡Ya sé lo que es, pero me pregunto por qué no estaba encima de todos los
documentos!
Rebecca alzó las cejas a modo de sorpresa. ¿Hablaba enserio? ¿Estaba
enfadado porque esa propuesta no estaba encima de todos los documentos que
necesitaba para la reunión? Se quedó totalmente desconcertada por esa actitud tan
repentina. Desde que había empezado a trabajar, nunca le había alzado la voz ni tratado
de esa manera ni tampoco le había visto enfadado por algo que tenía tan poca
importancia.
—Eh —fue lo único que salió de su garganta en medio de esa extraña situación.
—¿No se le ocurre nada mejor que decir? —preguntó, mofándose de ella.
Las mejillas de Rebecca se pusieron rojas, primero por la vergüenza y,
después, por un creciente enfado que le recorría por dentro.
¿Quién se creía para tratarla de esa forma?
Dejó atrás la expresión de sorpresa por otra de creciente enfado.
Por muy jefe de ella que fuera, no tenía derecho para que la tratara así y,
encima, después de intentar engañarla para que saliera con él mientras mantenía una
relación con otra mujer. Eso ya era el colmo.
«Quizás se merecía que le dijera un par de verdades delante de todos», pensó,

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decidida.
No obstante, cuando apoyó las palmas de sus manos encima de la mesa con la
clara intención de levantarse y abrir la boca por ser su turno de gritar, se le interrumpió
de nuevo, amagándose un gemido de desesperación que se obligó a que se quedara
atascado en la garganta.
—Ya es suficiente —dijo la voz desafiante de Christopher, con la espalda
apoyada en la puerta de su despacho y con los brazos cruzados sobre su pecho.
No solo Jeffrey y Rebecca lo miraron, todo el personal se encontraba
expectante por lo que estaba pasando.
Jeffrey emitió un bufido de enfado antes de girarse y desaparecer de la vista de
todos, cerrando la puerta de su despacho con fuerza.
Poco a poco, y bajo la mirada poco amable de Christopher, todos los demás
fueron retornando al trabajo y no tardó en volver todo a la normalidad.
A Christopher no le gustaba que otros abusaran de su poder y hubiera
interferido por cualquier otro de sus empleados. Sin embargo, sintió una furia mayor
cuando encontró que Jeffrey estaba gritando de forma indiscriminada a Rebecca por una
tontería que no tenía ni pies ni cabeza. Sabía que se estaba desquitando por lo ocurrido
anteriormente en la reunión y no iba a dejar que siguiera así.
Christopher esperó una mirada de agradecimiento cuando sus ojos viajaron
hacia Rebecca, pero en lugar de ello encontró unos ojos furiosos clavados en él. Sin
embargo, en lugar de enfadarse, resultó que esa clase de reacción le hizo gracia,
alterando su actitud seria para emitir unas pequeñas carcajadas que intentó disimular
con un pequeño ataque de tos antes de desaparecer tras la puerta él también. Se dio
cuenta de que Rebecca había conseguido algo inaudito en él; le había hecho reír.
—Necesitas que el jefe te salve, ¿eh? —se burló Liz a las espaldas de
Rebecca, pero optó por ignorar su comentario. Ya tenía bastante con todas esas miradas
en su nuca por lo que había pasado. No iba a dar más munición.
No solo estaba enfadada con Jeffrey por la humillación pública que le había
hecho pasar, con Christopher también.
No necesitaba a ningún hombre que saliera en su defensa.
Había luchado sola y sin ninguna clase de ayuda desde los dieciséis años y no
iba a dejar que nadie le hiciera sentir que no podía luchar sus propias batallas.
La iban a oír.

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Capítulo 8

Christopher seguía sorprendiéndose de las facetas que iba descubriendo.


Cualquier otra mujer en su situación le hubiera agradecido su ayuda, pero al parecer
Rebecca no, claro que no. Por ahora, todo lo que iba averiguando de ella era muy
diferente a lo que había conocido y así seguía.
Y una sonrisa empezaba a emerger en su semblante, deseoso de poder seguir
descubriéndola.
Ensimismado como estaba en esos pensamientos, parecido a un atisbo de lo que
debía denominarse «alegría», se vio aplastado bruscamente por el sonido del teléfono
sonando y reconociendo el número de quién llamaba.
—Hola, abuela —alargó de forma expresa la última palabra.
—¡Te he dicho que no me llames de esa forma!—exclamó Prudence, la
matriarca de la familia Anderson, con una voz forzada por la edad y los restos de ese
rasgo de autoridad y amargura que la ha acompañado durante tantos años —. Tenías que
haberme llamado a las 12.30, ¡ya sabes que no soporto la impuntualidad!
—Son las 12.32 —dijo, cansado, al comprobarlo en la pantalla de su
ordenador.
—¿Ya ha sido aprobado mi idea de invertir en la nueva sucursal del banco?
Prudence quería que el dinero se destinara a un viejo amigo de ella,
perteneciente a ese círculo de la clase alta, para compensar un favor que le pidió hace
unos años. La alta sociedad funcionaba de esa manera. Pero le tenía preparada una
sorpresa que no le iba a gustar en absoluto.
—No, Prudence. He decidido que ese dinero se destine a otro proyecto.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó, alterando su voz y provocando que sonara
de forma más rasposa.
—Vamos a invertir en el desarrollo e investigación de una pequeña empresa de
nuevas tecnologías.
—¿Estás bromeando? ¡Dime que estás bromeando!
Era el momento de empezar a darle un golpe a esa familia que tanto daño le
habían hecho a su madre y a él. Dándoles donde más les dolía: su dinero.
—No, ya ha sido aprobado y estoy al frente de todo. No puedes hacer nada para
cambiarlo.
Christopher estaba preparado para cualquier represalia que Prudence tuviera
que decir, pero no se esperaba que se quedara en silencio varios momentos, instantes
que se hicieron eternos para Christopher. Y, aunque quisiera actuar con valentía, el
terror que siempre le había inspirado esa malvada mujer, todavía seguía sacudiéndole
como si volviera a ser aquel chiquillo asustado que se vieron obligados a reclamar.
—Ten cuidado, muchacho —empezó a decir de forma lenta y deliberada—,

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estás en esa posición gracias a mí y podría destruirte con la misma facilidad.
—No te pedí nada, Prudence, y no me da miedo de que me lo quites —repuso
con la verdad y el resentimiento por todo lo que su «familia» le había hecho sufrir, tanto
desde que le reconocieron legalmente como cuando estuvo viviendo en la calle.
—Pero podría apretar la única tuerca que de verdad te importa —expuso,
disfrutando de cada palabra, sabiendo que eso le haría sufrir.
Los dos sabían que hablaba de la madre de Christopher. Era su punto débil para
manipularle a su antojo, pero él había hallado la forma de poder salir de su tiranía sin
que eso afectara de algún modo a su madre. No obstante, no iba a proporcionarle esa
clase de información. Debía ser cauteloso por su seguridad y la de su madre, pues ya
intentaron destruida una vez y casi lo consiguieron.
Eran despreciables y odiaba tener que compartir su sangre con ellos, pero no
iba a permitir seguir siendo su títere.
Sus pensamientos volvían a esa oscuridad que tanto conocía, los
acontecimientos de su pasado y todo lo que ha tenido que soportar aparecían a su
espalda como la extensión de una sombra que amenazaba con engullirle. Entonces fue
cuando, de repente, sus pensamientos cambiaron de forma radical, teniendo en el centro
a la única que representaba todo lo contrario que había descubierto hasta ahora en su
vida, la única cuya dulzura e inocencia no podía quitarse de la cabeza.
Era una buena distracción para que sus atormentados pensamientos se alejaran,
pero no duraría mucho si seguía considerándola inalcanzable.
Su cuerpo cogía vida propia solo con el pensamiento de poseerla, pero lo que
también le hacía palpitar era conseguir a una mujer que no entraría fácilmente dentro de
sus reglas. El juego de lograr llevársela a su terreno y doblegarla también era de lo más
excitante.
Conseguir hacerla suya a su manera.
Y fue entonces cuando, en lugar de su habitual pensamiento de que tenía que
alejarla de él, su cabeza empezó a hurgar en otras opciones más interesantes.

Rebecca esperó a que todo se despejara para poder hablar con Christopher. No
quería que la vieran ir a su despacho después de lo ocurrido, así que dio tiempo para
que la jornada laboral fuera pasando y que los demás trabajadores empezaran a cerrar
sus ordenadores para levantarse. Con ese pensamiento en mente desde hacía horas,
aprovechó en la hora de la comida para avisar a Chloe de que llegaría un poco más
tarde y que no aprovechara para pedir una pizza como siempre hacía.
—¿No has acabado? —inquirió Liz, a sus espaldas, mientras se levantaba de la
silla y se colgaba el bolso en su hombro.
—Todavía me queda un poco más.
—Después de la bronca de tu jefe, es normal que no quieras que tenga más
motivo para gritarte delante de todos.

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Rebecca optó por ignorarla de nuevo y Liz se cansó de esperar una posible
respuesta. Poco después, escuchó el ruido del taconeo de sus zapatos contra el suelo de
una forma un poco estridente, cada vez más lejos.
Se mordió el labio inferior debido a su nerviosismo. No podía evitarlo al tener
que hablar con Christopher, pero tenían una conversación pendiente. Precisaba decirle
que no le necesitaba que saliera en su defensa y, también, que dejara de besarla de una
vez. Eso se tenía que acabar.
Después de un tiempo prudencial y atenta a los sonidos de su alrededor, dejó de
teclear para girar lentamente la cabeza y verificar así que ya se había ido la mayor
parte de sus compañeros. Por suerte, no tenía que preocuparse de Jeffrey, recluido en su
despacho todo el día. Lo vio salir a paso rápido y sin mirarla hacía una hora
aproximadamente. Al menos pudo respirar con más tranquilidad.
«Bueno, es la hora», pensó, respirando profundamente mientras se levantaba.
Era algo que no podía posponer más. Cuando antes lo enfrentara, mejor.
Llamó dos veces antes de escuchar su honda voz diciendo:
—Adelante.
—Rebecca —dijo, sorprendido, cuando vio quién entraba en su despacho.
Se levantó sin saber porqué lo hacía.
—Quería hablar contigo, si no hay inconveniente.
—Por supuesto.
Christopher alzó la mano hacia la silla delante de su escritorio para que se
sentara, pero Rebecca declinó la invitación al cerrar la puerta a su espalda.
—Quería aclarar que no hace falta que salgas en mi defensa —dijo, poniendo
las manos en sus caderas—. Puedo apañármelas muy bien yo sola.
—No lo dudo —dijo Christopher con otra sonrisa asomando e intentando
disimular.
Por primera vez en su vida tenía ganas de sonreír más de una vez en un día. No
podía evitarlo. Representaba un aire tan fresco. Era imposible anticipar qué diría o
haría a continuación y, para sorpresa para él, esa idea no le disgustaba.
Dio un paso hacia ella.
—No estoy bromeando —reclamó con un tono de voz un poco más alto al ver
que no parecía tomarla enserio—-. Lo último que necesito es parecer la débil que
necesita del jefe para que acuda en su ayuda.
Christopher asintió dando un paso más hacia ella.
La voz de Rebecca se fue apagando al verle que se acercaba, carraspeó para
volver al hilo de sus pensamientos, pero no lo consiguió, ya que Christopher se acercó
demasiado, así que tuvo que dar un paso atrás y su espalda chocó contra la pared.
—No te acerques tanto —se quejó Rebecca sin por eso dejar de mirarle los
ojos tan oscuros y, al mismo tiempo, brillantes.
—¿Por qué? —preguntó, pasando su brazo por la espalda de Rebecca para que

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sus cuerpos se rozaran—. ¿Te pongo nerviosa?
—No, claro que no —contestó con firmeza intentando apartarse, pero no tuvo
tiempo de evitar que los labios de Christopher volvieran a acariciarla, pero el beso
duró muy poco, ya que Rebecca se alejó al instante.
—Deja de hacer eso —comentó, apoyando sus manos en su musculoso pecho
para aplicar presión y deshacerse de su abrazo.
—¿Besarte? —preguntó, con su media sonrisa todavía en su semblante y sin
dejar alejarla ni un solo centímetro. Le gustaba sentir su cuerpo cerca.
—Sí, besarme.
—¿Por qué? —preguntó de pronto, deseoso de conocer lo próximo que diría.
—¡Porque no está bien! —exclamó con vergüenza, bajando la mirada para
centrarla en los botones de su camisa.
Christopher apoyó un par de dedos en su barbilla para aplicar una suave
presión y provocar así que le mirara de nuevo a los ojos.
—Claro que está bien —dijo en un tono de voz suave mientras volvía a bajar su
rostro con intención de besarla, pero con una idea diferente a las demás ocasiones, sin
prisas y con deleite en cada momento.
Lentamente, bajó la cabeza para rozar sus labios, con tanta suavidad que le
provocó un poco de cosquillas. Luego procedió a mordisquear un poco su labio
inferior, incitándola, excitándola para conseguir una respuesta de su parte.
Rebecca sabía que la opción más racional era apartarlo, debía hacerlo, debía…
pero no pudo, no entendía por qué sus labios no obedecían las órdenes de su cabeza.
Era una persona bastante racional en los demás aspectos de su vida, ¿por qué
en este no podía comportarse de la misma forma? Solo podía sentir que su corazón iba
cada vez más aprisa y que su pecho se agitaba por su acelerada respiración.
Y allí se encontraba, en lugar de apartarse, se sentía anhelante para que
terminara su dulce tortura y terminara de besarla.
—¿Todavía no quieres que me acerque tanto? —preguntó con suficiencia,
sabiendo que no podía resistirse.
A Rebecca no le gustó la forma cómo lo dijo. Se creía que no podía resistirse a
que él la besara y no iba a permitirlo que se jactara así de ella.
En ese momento sí que encontró fuerzas para apartarle de él de un buen
empujón.
—No te acerques tanto —repitió, levantando la barbilla, orgullosa.
Christopher se quedó sorprendido. No esperaba que reaccionara así. Una vez
más la había subestimado.
Rebecca se giró para salir de allí, pero apenas tuvo tiempo de apoyar la mano
en el pomo de la puerta, el brazo de Christopher se lo impidió, haciendo que se girara y
que terminara con la espalda apoyada en la puerta y aprisionándola con su cuerpo.
—No puedo apartarme de ti —susurró en un estallido de sinceridad sin

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pretenderlo.
Sus labios buscaron desesperados los de Rebecca. Había provocado una dulce
tortura en ella, pero ese suplicio también lo había experimentado en su propia piel y,
tras ese cambio tan brusco de sus planes, no podía concebir la idea de no besarla.
No se dio cuenta de su ferviente necesidad hasta ese momento y tendría muchas
objeciones si no fuera porque le ocupaba otro cometido mucho más imperioso.
Sus labios se movieron efusivos sobre los de ella.
Primero, Rebecca se resistió, intentó apartarlo como podía, pero su abrazo lo
convertía en una tarea bastante difícil.
Quería apartarse, pero esas deliciosas sensaciones empezaron a tejer su magia
otra vez recorriendo su cuerpo, expandiéndose cada vez más y sin intención de
detenerse.
Poco a poco, dejó de luchar para hacer algo que no solía hacer en su vida, pero
con Christopher resultaba de lo más sencillo. Se dejó llevar.
Respondió a su beso con la misma necesidad que le estaba transmitiendo.
Al ver su apasionada respuesta, se decantó por hacer lo que tanto había
deseado durante todo el día: introducir su lengua para sentir su calidez.
Respondió receptiva, imitando sus movimientos, aprendiendo de modo rápido
para la satisfacción del orgullo de Christopher que pasó el brazo por la espalda de
Rebecca para levantarla con suma facilidad con el fin de que estuviera a su misma
altura y poder disfrutarla con más intensidad.
Christopher sentía que su deseo llegaba a su límite. Se encontraba a punto de
estallar y apenas la había tocado. Solo había acariciado su espalda sobre su ropa sin
haber tocado su piel todavía. No podía esperar para comprobar si sería tan suave como
imaginaba.
Rebecca tuvo que aferrarse a sus musculosos hombros porque sentía que perdía
el equilibrio a pesar de estar bien agarrada.
Cerca de Christopher se sentía transformada. Dejaba que su cuerpo tomara el
control y debía ser sincera al reconocer que disfrutaba con ello.
Disfrutar.
Una palabra de cuya existencia apenas sabía y mucho menos de su significado,
pero que al lado de Christopher parecía tan natural como respirar.
Seguían besándose con desesperación, como si tuvieran que exprimir cada
segundo, como si temieran perderse algo si no lo aprovecharan al máximo sin separar
sus labios ni un solo instante ni para respirar.
Christopher la apoyó contra la puerta y procedió a dejar sus hambrientos labios
para recorrer la curva de su cuello con sus besos húmedos y su lengua de terciopelo.
Rebecca alzó la cabeza para que pudiera recorrerla por donde quisiera
mientras dejaba escapar un suspiro lleno de placer cuando sentía la mano libre de
Christopher que recorría todo su cuerpo.

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Christopher intentaba tocarlo, pero le estorbaba la ropa. Quería tocar su piel,
comprobar si era tan suave como la había imaginado.
Y así fue.
Su mano viajó hacia la parte baja de su espalda, acariciando su piel sin que
nada se lo impidiera. Rebecca suspiró al notar su mano caliente sobre su piel,
recorriendo suavemente su espalda para proceder a acariciar ligeramente su vientre
mientras ascendía hacia su pecho. La acarició por encima del sujetador, pero sintió su
roce como si no hubiera nada que impidiera tocar su piel sensible.
Rebecca gimió separándose de su contacto. Habían llegado a un nivel de
intimidad para el que todavía no estaba preparada.
Los dos se separaron, pero sus narices todavía se rozaban mientras intentaban
recuperar el ritmo normal de sus respiraciones intentando centrarse después de todo lo
que habían vivido en un momento.
Christopher estaba más alterado de lo que había esperado. Su cuerpo palpitaba
para que siguiera, pero podía ver que en la mirada y la expresión de Rebecca iba
desapareciendo esa bruma de pasión para sustituirse por otra de incomodidad. Eso le
desconcertó y aflojó su agarre para que bajara lentamente hasta el suelo y así sentirse
más segura.
—No podemos seguir así —dijo Rebecca en un hilo de voz, lo único que era
capaz de decir en ese momento.
—Tienes razón —concluyó Christopher, mirando fijamente sus ojos azules,
perdiéndose en la claridad que reflejaban.
Rebecca sentía demasiado en ese momento para pensar con frialdad. Por una
parte, deseaba volver a besarle, pero por otra sabía que debía alejarse de él, que no
debía ser así. Tenía que decirlo, expresar en voz alta que quería que se alejara de ella,
pero al abrir la boca para expresarlo en voz alta se encontró que no podía decirlo. Algo
en su interior se lo impedía.
—No podemos seguir así —dijo Christopher con las palabras que ella misma
había utilizado—. Te deseo como nunca deseé a otra mujer —sus palabras fueron
sinceras, una pasión semejante no la había sentido con anterioridad.
Rebecca se ruborizó, sin saber qué contestar. Nunca le habían dicho una
declaración semejante de una forma tan abierta.
—Quiero que seamos amantes.

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Capítulo 9

—¿Qué? —preguntó con los ojos abiertos por la sorpresa—.¿Amantes? ¿Qué?


—empezó a decir sin darse cuenta, todavía estupefacta a la vez que sus mejillas se
coloreaban cada vez por un rojo más intenso.
Christopher acarició con suma suavidad la mejilla de Rebecca.
—Te deseo desde la primera vez que te vi, no puedo esperar más para tenerte.
Rebecca se alejó más de su contacto. A pesar de lo que había vivido solo unos
instantes antes, no estaba preparada para escuchar esas palabras y menos para
contestarlas.
Por eso tomó la decisión de apartarse para irse de allí.
—¿Por qué siempre huyes de mí? —le preguntó más exaltado de lo que
pretendía,cogiéndola del brazo para que volviera a mirarle de frente.
—No lo hago —respondió con el mismo ímpetu intentado liberarse de su
agarre, pero sin conseguirlo.
—Ya lo creo, siempre que nos besamos.
—Tú me besas —quiso puntualizar.
—Y después huyes como si tuvieras miedo.
Rebecca dejó escapar el aire retenido con exasperación.
—¡No tengo miedo!
—Entonces ¿por qué te resistes a hablar de lo que pasa entre nosotros?
—Porque no hay nada de qué hablar —terminó de decir con los ojos
encendidos por el creciente enfado.
Volvió a intentar zafarse, pero Christopher la atrajo más a él y el corazón de
Rebecca volvió a latir con desesperación.
—Existe un fuerte deseo entre los dos, no puedes negarlo —dijo, cambiando su
timbre alterado de voz por un susurro atrayente—. No lo niegues.
Rebecca no sabía qué decir. Solo sabía que tenía que alejar su mirada de sus
ojos penetrantes de obsidiana. Christopher bajó lentamente la cabeza para terminar de
convencerla con el arma que mejor sabía usar. Además, no podía aguantar un instante
más sin besarla al tenerla tan cerca.
«No, no podía seguir en esa situación ni dejar que volviera a besarla para que
perdiera la cabeza», pensó Rebecca al borde de la desesperación.
Le resultó difícil, pero se apartó y, mientras observaba la expresión de
desconcierto de Christopher, se alejó unos pasos más para irse sin mirar atrás.
No podía enfrentarlo en ese momento, lo único que quería hacer era alejarse.
Christopher seguía mirándola alejarse de él. La dejaría ir en esa ocasión, pero
no iba a detener su empeño de tenerla en su cama.
La iba a conseguir.

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Quería hacerla suya y no pararía hasta conseguirlo.
Rebecca se apresuró tanto en llegar a su escritorio para recoger sus cosas que
no se dio cuenta de que se dejaba el ordenador encendido. Escapó tan deprisa que
tampoco se fijó en la figura escondida que había cerca de ella.
Liz permaneció de incógnito por una razón, cuando vio que Rebecca se quedaba
más tiempo supuso que iría al despacho de Christopher y, aunque así fue, solo la vio
entrar y salir sola. Esperaba tener la oportunidad de sacar alguna fotografía
comprometida con su móvil, pero no hubo suerte en esa ocasión. Christopher Anderson
era cotizado en las revistas y programas del corazón debido a su gran fortuna y al haber
protagonizado algún que otro escándalo relacionado con sus antiguas amantes. Estaba
claro que esa santurrona estaba colada por Christopher y, por una extraña razón que no
llegaba a entender, ese hombre atractivo —de un buen parecido—, atraído por esa
simple secretaria. Pero encontraría la forma de sacar dinero de ello, se lo merecía
después de trabajar durante años en esa empresa y sin subida de sueldo.
Ya encontraría otras oportunidades.

Durante todo el día, Chloe había permanecido con la cabeza en otra parte. Las
fechas de las pruebas para la selectividad se acercaban con rapidez y con ello su
ansiedad por hablar con su hermana para decirle que no quería hacerlas, que no le
apetecía ir a la universidad. A la hora de comer, Lorraine la golpeó las costillas con su
codo, pero solo se dio cuenta cuando empezó a dolerle.
—¡Tía! —se quejó Chloe.
—Pero ¡¿qué te está pasando?!—exclamó Lorraine, recogiendo la bandeja de la
comida.
No podía evitar levantar la voz cuando Kyle, uno de los chicos más buenos del
instituto, estaba sonriendo a Chloe y ella ni siquiera se daba cuenta.
—¿Eh? —preguntó, despistada, mientras seguía a Lorraine por inercia.
—Últimamente estás muy despistada —comentó, frunciendo el ceño,
sentándose en una silla—. Y no hablo solo de hoy.
—Lo sé —contestó con pesadez, sentándose también.
—¿Todavía no has hablado con tu hermana sobre la escuela de moda? —
adivinaba Lorraine mientras cogía una patata frita de su plato.
Chloe lo negó con la cabeza, apartando la bandeja. Se le había quitado el
apetito.
—Cada vez que lo intento es como hablar con una pared.
Chloe bajó su cabeza para tapar su rostro con sus manos.
—Vuelve a intentarlo.
—Es fácil decirlo —contestó Chloe, alzando la cabeza unos pocos centímetros,
los suficientes para poder mirar a su amiga sin barreras.
—Por intentarlo que no quede —siguió diciendo, encogiéndose de hombros —.

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Así te quitas ese problema de encima y podemos concentrarnos en salir con Kyle y
Ewan —terminó de comentar, alegre.
—¿Salir con Kyle? —preguntó, sintiendo que sus mejillas empezaban a
sonrojarse—. Si ni siquiera sabe que existo —comentó, abatida de nuevo.
—Ah, ¿no? —inquirió su amiga con una sonrisa—. Para no saber ni que
existes, se ha pasado todo el día mirándote y sonriéndote.
—Ah, ¿sí? —preguntó en un susurro, empezando a mirar a su alrededor con la
esperanza de poder ver su sonrisa dedicada a ella, pero su alegría pronto se desinfló
cuando lo visualizó hablando con Rachel, una de las animadoras que siempre iba detrás
de Kyle como un perrito faldero.
Lorraine también se dio cuenta y se apresuró a animarla.
—Solo habla con ella para ser simpático.
—Ya, claro.
Rachel era guapísima y ese uniforme de animadora aumentaba más su atractivo.
Rachel se dio cuenta de la mirada de Chloe en ese momento y, con una sonrisa
maliciosa, se acercó a Kyle para acariciar los músculos de su brazo.
Chloe no pudo ver cómo Kyle la apartaba, ya que había girado la cabeza
demasiado aprisa.
—Rachel solo lo hace porque no soporta que tú le gustes —dijo Lorraine para
intentar ayudar.
Chloe asintió sin añadir nada más. No quería seguir hablando del tema.

Horas después, Chloe se encontraba dando un mordisco a un trozo de pizza


boloñesa que acababa de pedir, pero cada mordisco lo hacía sin ganas y con la mirada
perdida. No quería pensar más en Kyle, aunque se hubiera sentido celosa al verlo con
Rachel, quarterback y animadora, era la norma de cada instituto. Con eso ya no podía
hacer nada, pero había algo más en lo que sí podía hacer algo.
Rebecca estaba casi obsesionada en que ella tuviera la educación que su
hermana mayor, pues se privó por tener que cuidar de ella y siempre que intentaba sacar
el tema, Rebecca lo desviaba sin querer escuchar nada más.
Estaba sentada en la pequeña mesa de la cocina cuando escuchó que se abría la
puerta principal y cuando vio a su hermana a continuación.
—Chloe, te dije nada de pizza —le recordó, dando dos pasos y encontrándose
en la cocina.
—Ah, sí, cierto —le confirmó con la boca todavía llena.
Rebecca apartó la pizza que estaba encima de la mesa para ponerla en la otra
punta de la cocina mientras fue a la nevera para sacar un poco de tomate y lechuga y
preparar así algo un poco más sano.
—Puedes comer un poco si lo acompañas con esto —dijo, refiriéndose a lo que
estaba preparando.

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—Vale, vale.
Pero Rebecca giró la cabeza para sonreírle mientras cogía un trozo de la pizza
que tentaba a la vista.
Chloe la acompañó con su sonrisa.
—¿Cómo te ha ido el día? —le preguntó Chloe—. Cuando te vio Jeffrey, ¿se
quedó alucinado?
Rebecca agradeció estar de espaldas para que no pudiera ver el sonrojo que le
empezaba a aparecer por las mejillas y que amenazaba con inundar todo su rostro, por
el recuerdo de todo lo que había ocurrido con Christopher.
—Sí, funcionó.
—Qué bien —dijo Chloe más animada—. Cuenta, cuenta —terminó de decir,
dejando su trozo de pizza encima de la mesa.
—No hay mucho que contar —explicó con la voz apagada por el recuerdo de
esa incómoda conversación.
—Algo habrá —insistió, mirándola con fijación, aunque Rebecca no dejó de
mirar con atención los tomates que estaba cortando para que no viera su sonrojo—.
Vamos, no me dejes así.
Rebecca sonrió, levemente, y accedió.
—Me llamó para ir a su despacho.
Apenas terminó de decir la última palabra de su frase cuando Chloe ya dijo
enseguida:
—¿Y?
Rebecca no pudo evitar reír más por esa prisa por saciar su curiosidad.
—Primero quería explicarme lo que pasó, entiendo que para convencerme de
que no era lo que parecía o por cualquier tontería de esas —supuso, encogiéndose de
hombros—. Pero le corté a tiempo diciéndole que solo me importaba la relación
profesional que nos atañe y que lo demás lo dejáramos atrás, que no importaba.
—Bien —exclamó, levantando la mano en señal de victoria.
Se sentía contenta por su hermana por haberse enfrentado a esa situación,
aunque hubiera pasado por cosas peores, esos pequeños logros tenían que celebrarse
igualmente.
Rebecca giró la cabeza para mirarla y para que viera su conformidad a esa
expresión con una sonrisa más amplia en su semblante.
—¿Y Christopher?
Con solo la mención de su nombre, a Rebecca le flaqueó todo el cuerpo y se le
cayó el cuchillo encima del plato provocando un pequeño estruendo.
—¿Qué? —preguntó sin saber qué responder, apartando su mirada culpable y
con un nuevo sonrojo sobre su piel de porcelana.
—Christopher —insistió Chloe.
Rebecca se quedó sin saber qué contestar. Por una parte, no quería mentirle.

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Había estado basando la relación con su hermana con una premisa de que había
confianza y sinceridad entre las dos. No obstante, había otra parte que le decía que no
lo hiciera, que debía dar ejemplo con su comportamiento…un ejemplo que ese día no
debería compartir.
Quería contarlo, pero no podía.
—No lo he visto —mintió.
—¿De verdad? —preguntó, frunciendo el ceño.
Su intención era insistir, pero Rebecca se adelantó cambiando bruscamente de
tema.
—¿Y las clases? —preguntó, dejando de cortar el tomate para añadirlo a la
lechuga y empezar a aliñarla.
El humor de Chloe también cambió con brusquedad.
—Ah, bien, bien.
—¿Y las clases para estudiar selectividad?
La pregunta quedó suspendida en el aire mientras Chloe meditaba su respuesta.
Creyó que debía de reunir las fuerzas necesarias para abrir la brecha de nuevo de ese
tema delicado entre las dos.
—Hablando de eso… —empezó sin saber qué decir a continuación.
Había pensado en palabras más exactas que decir, pero cuando tuviera la
oportunidad. En ese momento se encontró con la mente totalmente en blanco, así que no
tuvo más remedio que improvisar sobre la marcha.
—¿Sí? —preguntó Rebecca, girándose mientras estaba sosteniendo un trapo
entre las manos.
—No creo que sea necesario hacer esas clases —dijo, mirando atenta la
reacción de su hermana.
—¿Cómo que no?—preguntó con un tono de voz un poco más elevado—. Lo
necesitas para entrar en la universidad.
—Precisamente —siguió, bajando la mirada y mordiéndose la parte interior de
su mejilla debido al nerviosismo.
Rebecca dejó el trapo sobre la encimera y procedió a cruzar los brazos sobre
el pecho mientras la miraba con una expresión de disgusto, a la espera de que
continuara hablando y, con suerte, que mejorara la conversación.
Un pensamiento en vano, ya que no fue así.
—He estado pensando en otras opciones que no sean una carrera
universitaria…
—No —dijo de forma tajante sin dejarla acabar.
—Pero ni me has dejado terminar.
—Porque no hay más de qué hablar.
—Pero…
—¡Chloe, basta! —exclamó, autoritaria—. Tienes la oportunidad de ir a la

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universidad y vas a aprovecharla.
—Pero no es lo que quiero —insistió.
Rebecca la miró atentamente antes de decir de forma contundente:
—Eres una niña, no sabes lo que quieres.
Y ya estaba, la discusión había terminado.
Rebecca se giró para coger el plato de la ensalada para dejarlo encima de la
mesa.
—No tengo hambre —comentó Chloe en voz baja, yéndose lo más deprisa
posible.
Poco después, se escuchó cerrar la puerta de su habitación con brusquedad.
Rebecca dejó escapar un suspiro de cansancio. Su hermana había insinuado no
ir a la universidad en más de una ocasión, pero Chloe no comprendía que esa
insistencia por que tuviera estudios superiores era por su bien. La vida ya estaba
bastante difícil para cualquiera y cuando más ases tuviera bajo la manga tendría más
oportunidades.
Lo hacía por ella, aunque Chloe no lo pensara así.
A continuación, Rebecca ya se encontraba delante de la puerta de la habitación
de su hermana, llamando con suavidad antes de entrar.
Aunque no recibió respuesta, abrió unos centímetros para verla y la encontró
estirada en su cama dándole la espalda en medio de la oscuridad de su cuarto.
—Vamos, no te enfades —le dijo mientras se sentaba al borde de la cama y le
acariciaba suavemente el brazo.
Chloe mostró un poco de resistencia, apartándose un poco de su contacto, pero
sin alejarse del todo.
—Solo quiero que tengas todas las oportunidades a tu alcance, esas que yo no
tuve.
—Ya, por mi culpa.
—Oye —dijo con energía, haciendo que Chloe se girara para que se mirasen de
frente—. No digas eso, estoy orgullosa de mi decisión —lo expresó con franqueza en
los ojos y se aseguró de que Chloe también lo percibiera—. Puede que haya perdido
algunas opciones referentes a mi futuro, pero he conseguido mucho más —paró unos
instantes para a continuación sonreírle y hacerle ver que era sincera—. No puedo vivir
sin ti.
Esas palabras conmovieron a Chloe que dejó entrever una pequeña sonrisa en
su todavía un poco enfadado semblante. No obstante, entendía su postura. Había
renunciado a mucho por ella, aunque no se lo hubiera dicho, pero no hacía falta que lo
hubiera hecho para darse cuenta.
—¿De acuerdo? —preguntó Rebecca a la espera de que su postura de que no
lamentaba su decisión estuviera clara.
—Vale —respondió, creyendo de verdad en sus palabras y, por respeto a ella,

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dejando la conversación de no querer ir a la universidad para otro momento.
—Vale —repitió, haciéndole cosquillas.
Era algo infantil, pero adoraba a su hermana y no pudo resistirse.
—No, para —exigió, protegiéndose entre risas—. Ya no soy una niña.
—De acuerdo —dijo, retirándose con una sonrisa bien grande en su rostro —.
Y termina de cenar, has pedido una pizza grande y no me la voy a terminar yo sola.
Chloe asintió, aunque antes de levantarse de la cama, le vino un pensamiento de
repente y tuvo la necesidad de expresarlo en voz alta.
—¿Crees que, si papá hubiera estado con nosotras, estaríamos mejor?
Rebecca perdió su buen humor de inmediato. Escuchar la palabra «papá» en los
labios de Chloe le sentaba como una bofetada.
—Estoy segura de que, si estuviera aquí, estaríamos peor.

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Capítulo 10

Rebecca volvía a removerse inquieta sobre la cama, pero en esa ocasión por un
motivo diferente al de la noche anterior.
Su padre.
No le gustaba que Chloe lo mencionara, ni siquiera que pensara en ese
desgraciado. Ya bastante daño les hizo en el momento que las dejó desamparadas
cuando más lo necesitaban que, además, tuviera que atormentar los pensamientos de su
hermana.
Pensar en ese hombre solo le confirmaba lo que ya sabía, que todos los
hombres que había conocido hasta el momento eran hombres que solo sabían mentir y
pensar en sí mismos, nada más.
Empezando por su padre.
Las abandonó cuando la situación se complicó, cuando a su madre le
diagnosticaron el cáncer de huesos, pero antes no era precisamente un modelo que
seguir ni ningún momento entrañable para recordarlo. Apenas se dejaba caer por casa.
Prefería la compañía de los parroquianos del bar que frecuentaba más que su propia
casa. Rebecca recuerda especialmente que todavía aparecía menos por casa cuando su
madre empezó a debilitarse muy deprisa, quedando muy delgada y con sus fuerzas cada
vez agotándose más. Cuando fueron al hospital tuvieron que hacerle una transfusión de
sangre: Al principio dijeron que era una anemia severa hasta que las pruebas, que
querían tenerlas para corroborar el diagnóstico primero, lo confirmaron. Fue el
momento en que su vida cambió para siempre. Apenas estuvo con ellas en el hospital.
El día en el que le dieron el alta no había ninguna señal de él. Ella y Chloe se
preocuparon por ello, pero Mary actuó de una forma muy distinta. Parecía como si lo
supiera de antemano, que no iba a aparecer y, en cuanto traspasaron la puerta de casa
con intención de que Rebecca iba a gritarle furiosa por dejarlas solas, descubrieron que
no había nada de él, ni de nada que fuera suyo en ese apartamento.
«Lo ocurrido, ocurrido está», decía siempre Mary cuando la situación escapaba
a su control. Era lo único en lo que podía aferrarse.
Unas lágrimas se deslizaron por su lado, unas lágrimas de tristeza por todo lo
que tuvo que aguantar su pobre madre. Lo mucho que tuvo que sufrir y todo lo que tuvo
que soportar.
Esos recuerdos reafirmaban de nuevo lo que estaba pensando. No había habido
ningún hombre en su vida en el que pudiera confiar. Lo intentó con Jeffrey y mira lo que
había pasado.
Confió en su padre y las dejó en la estacada sin mirar atrás y no ha vuelto a
saber de él y ¡ni ganas!
También estaba su primer novio, Michael, que conoció en el instituto y fue con

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quien compartió su primer beso, su primer magreo en el asiento de detrás de un coche
en medio de la noche y a quien entregó su virginidad.
La primera y única vez que hizo el amor. Se entregó porque estaba enamorada.
No fue solo un acto sexual, aunque con él no pudo sentir nada de satisfacción. No
reaccionó, mientras él temblaba, sudoroso, encima de su cuerpo. No sintió nada.
Rebecca pensó que en ese aspecto de su vida se podría decir que todavía era
virgen.
Y cuando le contó a Michael lo que pasaba a su madre, desapareció tan rápido
como su padre y de nuevo se encontró sola. Pero, visto desde la distancia, en aquellos
momentos se podría excusar. Al fin y al cabo, Michael era un crío de dieciséis años,
pero eso no ayudó a pensar en que los hombres no pensaban más que en sí mismos.
Esa era una de las razones por las que le costaba tanto confiar en los hombres,
pero creyó que su suerte podría cambiar con Jeffrey… mala decisión, de nuevo.
Y después estaba Christopher, ¿cómo catalogarlo? Por el contrario que Michael
y Jeffrey, él ha ido de frente y ha dicho que solo quiere una relación pasional entre los
dos. No había intentado engañarla con una relación que no existía ni iba a existir.
También debía reconocer que les unía un deseo ferviente que compartían, uno
que no había experimentado con anterioridad, ni con Michael, y eso que estaban de por
medio las hormonas adolescentes.
Volvió a acariciarse los labios al recordar los besos hambrientos que se habían
dado y, lo que menos había esperado, sentir su mano acariciando su piel y creyendo que
su cuerpo le iba casi a estallar por una simple caricia. Se sorprendía cómo su cuerpo
reaccionaba cuando estaba con él.
Nunca había sentido algo semejante por nadie y sintió el deseo de seguir
explorándolo. Saber qué se estaba perdiendo y quería averiguarlo junto a Christopher.
No obstante, sacudió la cabeza para quitarse esa idea de la cabeza, pensando en
las palabras de su madre, en si supiera ella lo que estaba pensando, cosa que le
volvieron a hacerla caer de esa idea diciendo que no sería decente.
Con este último pensamiento, suspiró, cansada, a la vez que se giraba para
encontrar una postura más cómoda.
Se sentía confusa, muy confusa.
Su cabeza quería ir por un camino, pero su cuerpo se empeñaba en ir por otro
completamente distinto.
Pasaron los minutos y seguía sin tener ni un ápice de sueño, pensando en todo
lo compartido con Christopher ese mismo día. Aún sentía el recorrido de un cosquilleo
por todo su cuerpo, una sensación que resultaba desconocida para ella, pero que
encontraba ser bastante agradable. ¿Si la hacía sentir bien, porqué no era decente?
Tenía presente las palabras que le hubiera dicho su madre, pero cada vez las
sentía con menos fuerza.
Por primera vez, la semilla de la duda se instaló en su interior.

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No tenía a nadie más para poder explicar lo que le estaba pasando por la
cabeza. No tenía tiempo para amigas y con Chloe no podía comentarle algo semejante.
Solo podía hablarlo consigo misma a la espera de sacar alguna conclusión clara.
Cosa difícil, ya que su mente era todo un torbellino de contradicciones en ese
momento.
No quería confiar en ningún hombre, eso lo tenía claro. Pero ¿por qué no
dejarse llevar por su cuerpo si su cabeza estaba bien prevenida y no quería llegar a
nada más con nadie?
¿Por qué estaba mal que se dejara llevar por el deseo?
Su madre se casó y ¿qué consiguió con ello? La llevó a quedarse sola con una
enfermedad y con dos hijas.
¿Qué tenía de malo dejarse llevar?
Simplemente por el placer de hacerlo, sin sentimientos por medio.
Con una relación afectiva detrás, solo había conseguido terminar con el corazón
destrozado como en el caso de Michael y sintiéndose como una verdadera estúpida por
creer en alguien como ocurrió con Jeffrey.
Había abandonado por mucho tiempo lo que ella quería. Tuvo que convertirse
en la «madre» de Chloe con diecinueve años, al fallecer su madre, pero nunca se ha
arrepentido de ello. Pero una parte de ella, su juventud, la había apartado a un lado
porque debió ser una persona adulta demasiado deprisa y nunca había repercutido en la
otra parte que se había perdido, solo en esos días y gracias a Christopher.
Parecía que había tomado una decisión sin darse cuenta.
Era hora de retomar el tiempo perdido.

Christopher todavía tenía presente el dulce sabor de Rebecca y el recuerdo de


cómo temblaba de deseo entre sus brazos, llevándolo casi al límite. Pero pronto
sacudió la cabeza para volver a la realidad, le hacía perder la cabeza y eso no podía
permitirlo.
El recuerdo de Rebecca le seguía en todo momento, incluso cuando recibió otra
llamada de Giselle, deseosa de volver para quedar con él, tuvo que declinarla. Por
irónico que resultara, no tuvo interés por quedar con ella, aunque su cuerpo exigía un
desahogo de la forma más inmediata posible, pero no podía quedar con Giselle ni con
nadie, ya que sabía que su cuerpo solo encontraría la satisfacción que reclamaba
cuando estuviera dentro de Rebecca. Ya le ocurrió la otra noche con Giselle, su
erección no culminó dentro de sus muslos.
Sabía que no conseguiría nada bueno con su empeño por poseerla.
No se trataba de cualquier otra mujer que enseguida cae rendida a sus pies.
Rebecca no, ella no era así.
No podía permanecer perdido mucho más tiempo. De no querer nada con él,
tendría que arrancársela de sus pensamientos de una vez por todas. Sería más fácil

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olvidarla si consiguiera que estuviera bajo sus sábanas, una vez que la hubiera probado
de esa forma estaba seguro que se olvidaría mucho más rápido de ella.
Sin embargo, ese momento, la tenía más presente por querer probarla y tener
tantos obstáculos por el medio, por no haber conseguido su objetivo con la misma
facilidad que lo ha conseguido con las demás.
Una vez suya, ya podría dejarla atrás sin problemas.
Pero no podía dejar que las cosas siguieran de esa forma. Era hora de zanjarlo
de una buena vez. Poco a poco, sus ansias fueron convirtiéndose en enfado por él
mismo, por haber sido débil e intransigente con Rebecca.
Estaba harto de esperar. Iba a tomar el control para dejar claro que no
pretendía jugar más con él, ya era suficiente.
Iba a zanjarlo en ese mismo instante.
Dejó los papeles que tenía en la mano sobre la mesa para presionar el botón al
lado de su teléfono.
—¿Señorita Adams? —preguntó, llamando a su secretaria.
—Sí, señor Anderson.
—Dígale a Rebecca Stevens que la quiero ver en mi despacho enseguida.
No esperó a la respuesta de su secretaria personal.
Poco después, Rebecca colgó el auricular por el que la secretaria de
Christopher le había dicho que requería de su presencia en ese instante. Se quedó
momentáneamente paralizada. No esperaba que Christopher quisiera hablar con ella tan
pronto.
Sentía sus manos sudorosas y su corazón empezó a latir con más fuerza.
Sabía que tendría que enfrentarse a ese momento durante el día de hoy, pero
también esperaba tener más tiempo para prepararse para ello. No había tenido el
tiempo suficiente para pensar en todo lo que quería decir y cómo quería decirlo.
Se recompuso y se pasó las palmas de sus manos sobre su falda. En esa ocasión
volvía a ser una falda de su anticuado armario. Usar su ropa de siempre le hacía sentir
más segura, aunque pareciera una tontería, pero necesitaba cualquier atisbo de
seguridad. Se sentía más nerviosa que cuando era una niña y era el primer día de
colegio.
Se levantó para recorrer el camino corto entre un despacho y otro que a
Rebecca le pareció una eternidad.
Y lo peor de todo, es que ya había tomado una decisión al respecto, una que le
pareció férrea desde un principio, pero que a la luz del sol y después de haberla hecho
reposar, las primeras dudas empezaron a emerger.
Tenía ganas de gritar con desesperación.
Su vida estaba perfectamente planeada y sin ninguna alteración antes de que
Christopher la trastocara. La sencillez con la que se había sentido cómoda los últimos
años amenazaba con desaparecer y eso no le gustaba.

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Paró delante de la puerta del despacho con la respiración agitada y el corazón
acelerado. No sabía el motivo central de su nerviosismo, si era por Christopher o por
ella misma, pero no tardaría en averiguarlo.
Sin embargo, a pesar del torbellino que sentía por dentro, levantó la barbilla y
respiró profundamente antes de llamar a la puerta.
—¿Quería verme, señor Anderson? —preguntó al proceder al interior sin
esperar a ser invitada para que pasase.
—Así es —dijo, bajando la pantalla de su portátil para apoyar su espalda al
respaldo para detenerse a mirarla con detenimiento.
Su mirada la acarició de arriba abajo e hizo caso omiso a la incomodidad que
ese acto produjo en la muchacha.
Antes se había alterado precisamente por culpa de la joven que tenía delante.
Sin embargo, se esforzó por mostrar una actitud más indiferente que le definía delante
de Rebecca, para que no pudiera cogerle con la guardia baja.
—¿Y bien? —preguntó, perdiendo la paciencia.
No quería reaccionar así, pero en ese momento no podía remediarlo. La había
llevado a su terreno de improvisto para darse cuenta de que su decisión, que creía
conclusa, no lo estaba del todo.
Christopher lo volvía a hacer, volvía a alterar todo su esquema.
Ese pequeño estallido de enfado le hizo gracia a Christopher. Era curioso, pero
con Rebecca había reído más en el poco tiempo que la conocía que en muchos años en
toda su vida.
—¿Por qué me ha hecho venir, señor Anderson? —preguntó con impaciencia,
poniendo el énfasis en no haberle llamado por su nombre de pila.
—Creo que puedes llamarme por mi nombre —comentó sin dejar de sonreír,
levantándose de la silla para ir hacia ella—. Dado que nos hemos conocido bastante
bien —añadió con picardía.
El perlado rostro de Rebecca se fue tiñendo por el sonrojo al pensar en los
momentos a los que Christopher se refería, y provocó que no pudiera aguantar más
viendo sus ojos oscuros y profundos y giró la cabeza, poniéndole cada vez más
nerviosa debido a su cercanía.
—No en horas de trabajo, no sería profesional —dijo, volviendo a mirarlo con
firmeza.
—¿Siempre eres tan correcta? —preguntó, levantando una de sus cejas oscuras
y parándose a escasos centímetros de ella.
—Es lo que me enseñó mi madre.
La mandíbula de Christopher se endureció durante un instante, antes de hacerlo
desaparecer para volver a esa expresión neutra que solía llevar, dejando atrás también
esa sonrisa que Rebecca le había provocado.
—Creo que es mejor dejar de lado esta conversación sin sentido.

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—¿Y para qué has querido que viniera?
—¿Ya no me llamas de usted?
Rebecca no se dio cuenta y le afloró una pequeña sonrisa, relajándola un poco.
Christopher no pudo evitar la tentación de levantar la mano para acariciar de
nuevo su piel suave que con un simple roce conseguía que todas sus terminaciones
nerviosas reaccionaran en un anhelo que necesitaba satisfacer.
La preocupación apareció en los ojos de Rebecca, mirando fugazmente la
puerta del despacho, escuchando al mismo tiempo toda la actividad al otro lado de la
puerta, pero esa preocupación se desvaneció por completo al sentir el dulce roce de su
aliento contra su mejilla.
Fuera de ese despacho y no demasiado lejos de ellos, Jeffrey salió del suyo
para entregar unos documentos a Rebecca, pero se sorprendió al encontrar la silla
vacía, antes de que pudiera formularle la pregunta que llevaba en su cabeza.
—Se encuentra en el despacho del señor Anderson —saltó Liz, enseguida.
—¿Y qué hace allí?
Liz se encogió de hombros, contenta de haber aportado esa información y a la
espera de ver qué podría ocurrir después.
Jeffrey giró la cabeza hacia el despacho de Christopher, tocándose las cejas.
No entendía qué estaba pasando y se dirigió allí para averiguarlo.

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Capítulo 11

—¿Has pensado en nuestra conversación de anoche? —preguntó Christopher


rozando sus labios muy levemente con los de Rebecca, sin llegar a besarla.
Rebecca suspiró, anhelante, a la vez que asentía.
—¿Y has tomado una decisión?
Sabía que estaba ansioso por obtener esa respuesta, pero no lo supo hasta
pasados unos segundos.
Rebecca asintió de nuevo, con un movimiento todavía más lento.
Sentía su corazón bombear tan fuerte que sus latidos resonaban en sus oídos.
Deseaba decirle que sí, que aceptaba el tipo de relación que le ofrecía, de dejar
estallar esa pasión que les estaba consumiendo, pero descubrió que no le salía
articulación alguna de sus labios por culpa de su cercanía y de su anhelo para que la
volviera a besar.
—Rebecca…. —susurró, apunto de sellar sus labios contra los de ella.
Sin embargo, el ruido de pasos de una persona acercándose a su despacho a
rápidas zancadas le hizo salir de ese estado, alejándose a tiempo cuando se abrió la
puerta con brusquedad. Christopher había aprendido muchas cosas cuando tuvo que
vivir en la calle. Donde el peligro acecha en cada esquina, se aprende a estar atento a tu
alrededor en cualquier situación.
Cuando Jeffrey apareció con brusquedad, Christopher actuó con suma
tranquilidad, pero Rebecca se sintió como tirada al vacío. Estaba esperando compartir
un nuevo beso con él y, de repente, la apartó de su lado. Intentaba recomponerse
mientras no sabía a quién dirigir el malestar por todo lo que estaba ocurriendo.
—¿Se te ofrece algo? —preguntó Christopher, mostrando de nuevo su actitud de
siempre y hasta parecía que con un pequeño toque de humor.
«¿Le parecía gracioso?», pensó Rebecca sin hacerle tanta gracia la situación.
Jeffrey no era idiota, sabía muy bien lo que había estado a punto de suceder si
no llega a entrar, pero su mirada todavía iba de uno al otro sin llegar a creerlo.
—¿Y bien? —insistió al ver que Jeffrey no parecía reaccionar.
—Venía a recuperar a mi secretaria —dijo, recomponiendo la compostura y
manteniendo la espalda muy recta.
A nadie del despacho le pasó inadvertido el énfasis en el «mi», como si
reclamase algo que consideraba suyo.
—No es de tu propiedad —le respondió Christopher, intentando mantener la
tranquilidad que tanto le caracterizaba, pero mostrando una voz más fría, afilada como
un cuchillo, sin poder evitarlo.
Rebecca giró la cabeza hacia Christopher, mostrando una expresión de disgusto
porque nuevamente salió en su defensa.

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Y Christopher se quedó mirándola, pensando en cómo le gustaba esa fuerza, que
denotaba pasión. Una pasión que podía aprovecharse muy bien en la cama.
«Por supuesto», pensó Christopher al darse cuenta de cómo le miraba.
Rebecca no quería ser ninguna doncella en apuros a la que se necesita rescatar.
Rebecca estaba harta de la descarga de testosterona y, sin decir nada, se
escabulló por el lado de Jeffrey evitando tocarlo para salir de allí.
Jeffrey no tardó en seguir sus pasos, pero se detuvo de repente al recordar que
no se encontraba solo.
—¿Le importaría pasar a mi despacho?
—No puedo, tengo mucho que hacer —soltó con el enfado mezclado en sus
palabras y darle la espalda mientras se dirigía a su escritorio.
Jeffrey se quedó sin saber qué decir. Rebecca nunca le había hablado de esa
forma y se apartó para no montar un nuevo escándalo delante de todos.
Por su parte, Rebecca tampoco se creía que hubiera saltado de esa forma a su
jefe, no era típico en ella.
Rebecca volvió a sentarse en su escritorio e intentó distraerse con el trabajo
pendiente. No obstante, eso no ocurrió. La duda le había hecho retirarse un poco,
pensando que se había precipitado, pero ese pensamiento se le quedó atrás por la
interrupción de Jeffrey que provocó que recordara la efímera relación que tuvo con él y,
al mismo tiempo, el trato de todo lo que la había rodeado en ese momento y durante
toda su vida.
Quería dejar todo eso atrás. Dejar de ser la persona a la que se le puede
mangonear, abandonar, a la que no les importa tratar bien. No quería ser más esa
persona, quería cambiarlo.
Y luego estaba Christopher.
Reconoció que, solo al verlo, el cuerpo de Rebecca reaccionó de inmediato.
Había estado despierta durante toda la noche. Tenía demasiado en qué pensar y
qué decidir. Sin embargo, no se sentía cansada, ni siquiera le importó que una
preocupación le hubiera llevado tanto esfuerzo para llegar a esa conclusión, que
finalmente estaba allí para que la tomara sin temor.
Por extraño que pareciera no se sentía nerviosa ni alterada. En cuanto tomó su
decisión, sintió un gran alivio, como si su cuerpo hubiera esperado hasta que su mente
diera al final con la clave para que todo tuviera mucho más sentido.
No percibía esa presión que sentía desde el primer momento y ya no le
preocupaba nada más.
Se sentía libre y esa sensación era de lo más agradable.
Le iba a decir que sí a Christopher. Quería iniciar una relación con él basada
únicamente en el deseo.
Pero no se lo iba a decir en ese momento. Prefería esperar a que avanzara el
día. Había decidido tomar una relación solo basada en el sexo. Aunque sentía libertad

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por esa decisión, era un tema en el que nunca se había encontrado y no sabía cómo iba a
decírselo. Le daba vergüenza solo de pensarlo, pero estaba decidida a hacerlo.
Había estado demasiado tiempo apartada de todo, había renunciado a su vida
para pensar en la vida de otros. Quería explorar. Deseaba probar algo nuevo.
Quería sentir.
Se había olvidado de ella durante tanto tiempo que casi ni recordaba qué era
sentir, o al menos así era hasta que Christopher se lo recordó.
Por eso quería hacerlo con él. Solo con él.
«Seguramente quería disimular», pensó Rebecca al ver que la jornada tocaba a
su fin y Christopher no volvió a reclamar su atención, incluso le vio irse hacía unos
minutos sin ni siquiera mirar en su dirección.
No le hizo gracia precisamente, pero decidió no darle demasiada importancia.
Al día siguiente podría hablar con él y terminar la conversación pendiente. Fue lo que
decidió mientras cerraba el ordenador y recogía sus cosas.
Intentaba apartarlo de sus pensamientos, pero no podía evitarlo. Una parte de
ella quería saber porqué no le había dicho nada en todo el día, aunque quedaría extraño
que la volviera a llamar a su despacho por segunda vez cuando no trabajaba en su
departamento y lo último que necesitaría era levantar sospechas en una relación que
todavía no habían acordado.
Salió del edificio y bajó hacia la derecha con su habitual paso rápido. Tenía el
tiempo justo antes de que pasara el próximo autobús y, si lo perdía, tendría que esperar
unos veinte minutos hasta que viniera el siguiente. Por ese motivo y por estar absorta
dentro de sus pensamientos, no prestó demasiada atención a un silbido, el típico silbido
que hace un hombre cuando ve a una mujer hermosa para hacérselo saber de una forma
poco elegante.
Sin embargo, unos pasos más adelante, sintió una voz grave y conocida a
escasos centímetros de su oreja.
—Eso era para ti, preciosa —le susurró Christopher, provocando un respingo
en Rebecca.
—Oye —saltó, dándose la vuelta y poniéndose la mano sobre su alterado
corazón—, no puedes ir asustando a la gente así —terminó de decir con una sonrisa
divertida a juego con la que cruzaba el rostro de Christopher.
—No, solo a ti —añadió, cambiando su sonrisa traviesa por otra llena de
picardía.
Con lo que consiguió que en las mejillas de Rebecca apareciera de nuevo un
toque de rubor.
Christopher sonrió al verla, se sonrojaba con facilidad y eso le encantaba.
—Te llevo en coche —le comentó Christopher.
—Oh, no hace falta. Estoy cerca de la parada de autobús.
Rebecca no quería ser una molestia.

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—No me cuesta nada.
Christopher pasó un brazo por la espalda de Rebecca para guiarla suavemente
hacia donde se encontraba su coche aparcado.
—Así podremos hablar con más tranquilidad —dijo en un tono de voz lleno de
intenciones.
—De acuerdo —comentó, aumentando su sonrojo.
Christopher la acercó a su coche. Se trataba de un lujoso Porsche plateado. Al
verlo, Rebecca estuvo a punto de dejar escapar un «vaya», pero por suerte pudo
reprimirlo a tiempo. No quería aparecer como una chica que se impresiona fácilmente.
Pero, madre mía, solo con echar un vistazo al coche ya sabía que valía más que su casa.
Le había impactado tanto que incluso tenía miedo de tocarlo.
Por suerte, Christopher se le adelantó, abriéndole la puerta.
—Gracias —comentó, accediendo al interior y sintiendo el roce del asiento de
piel en la piel de sus brazos.
No quería reconocerlo en voz alta porque, al fin y al cabo, era una tontería. Sin
embargo, era la primera vez que presenciaba esa muestra de caballerosidad y se había
emocionado al descubrirlo en primera persona.
«Un acto tan sencillo, pero tan nuevo, y los que me quedan por explorar», pensó
de repente, sintiendo los latidos acelerados de su corazón.
Rápidamente, sacudió la cabeza para quitarse el último pensamiento de la
cabeza mientras Christopher daba la vuelta por detrás del coche acercándose a la
puerta del conductor. No quería que viera su sonrojo. Le salían con bastante frecuencia
y por cualquier cosa.
Christopher mantuvo una ligera sonrisa todo el tiempo en su rostro, por tener a
Rebecca al fin cerca y prácticamente a su merced.
Con ese pensamiento arrogante, arrancó el coche.
Durante el trayecto, Rebecca tuvo la mente en blanco, no fue capaz de hablar de
nada. No sabía qué podía decir. Tampoco quería soltar cualquier tontería, por lo que
mantuvo la boca cerrada, aunque se sintió como una estúpida por ese comportamiento.
¿Qué le pasaba?
Cuando estaba cerca de Christopher podía sentirse irritada por cualquier
tontería o por el temor de que creyera que era estúpida. Debía centrarse, ¡maldita sea!
Y entonces se fijó que iba conduciendo por la ciudad sin que le hubiera dado su
dirección.
—¿Sabes dónde vivo?
—Así es.
Rebecca giró la cabeza hacia él, frunciendo el ceño por la incertidumbre.
—¿Cómo? —preguntó al ver que se quedó callado de nuevo para dejarla
intrigada.
Su sonrisa dejó de estar estática para ensancharse un poco más.

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—Soy el dueño de la empresa, Rebecca —comentó sin mirarla—. Eso me da
acceso a cierta información de mis empleados.
Rebecca abrió levemente la boca, en actitud incrédula.
—Eso podría considerarse acoso —comentó, intentado parecer seria, pero no
pudo evitar que su voz sonara jocosa.
—Qué puedo decir —comentó.
Apartó la vista un momento para agregar a continuación con una expresión
divertida:
—Soy un poco travieso.
—Creo que te has quedado corto con esa afirmación —expuso, dejándose
llevar por la situación, sin pensarlo antes.
Christopher dejó escapar una carcajada. Hacía tiempo que no se sentía tan libre
para reír de esa forma durante tanto rato.
—Si piensas así, tendré que demostrártelo.

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Capítulo 12

Rebecca no tuvo tiempo de preguntarle a qué se refería, ya que lo entendió


cuando cambió de rumbo. Se mordió el labio, un poco nerviosa, por lo que acababa de
pasar por su cabeza.
Un pensamiento fugaz que le anunciaba que no estaba preparada para que todo
fuera tan deprisa, pero se apresuró a rechazarlo. Ese era el paso para la nueva faceta de
su vida que tanto quería afrontar.
No debía tenerle miedo al cambio ni a nada nuevo. Eso era lo que quería.
Estaban en medio de una gran ciudad y no era fácil encontrar un lugar que
ofreciera privacidad. Así que Christopher tuvo la repentina decisión de dirigirse hacia
la rampa de un parking que divisó cerca de ellos. No pudo ver hacia dónde accedía.
Creyó ver el cartel de un centro comercial y, en ese lugar, lo que se dice intimidad
precisamente no iba a encontrarla. Sin embargo, sí sabía que esos parkings disponen de
varios pisos y que los últimos suelen estar bastante vacíos, sobre todo los días de entre
semana. Eso quiso aprovecharlo.
—¿Ese es tu plan? —inquirió Rebecca sin saber cómo tomarlo exactamente —.
¿Llevarme a un lugar oscuro para meterme mano como si tuviéramos quince años?
La idea le parecía alocada, pero también de lo más excitante. Deseaba a
Christopher, eso estaba claro, pero también quería vivir esa experiencia por ella
misma, por permitirse vivir una parte de lo que se había perdido, tanto cuando era más
joven como descubrir lo que puede llegar a sentir una mujer.
Christopher recorrió las distintas rampas hasta llegar a la última planta del
parking y siguió hasta la parte más alejada para asegurarse que tendrían un rato
completamente a solas y, a poder ser, sin interrupciones. Se sorprendió por ese
estallido de espontaneidad, pero no pudo remediarlo.
Giró la cabeza para echarle una mirada profunda y deliberada antes de
responderle:
—No podía esperar más para tocarte.
Rebecca bajó la cabeza para disimular la calidez que se extendía sobre sus
mejillas, aunque tampoco hacía demasiada falta por la poca claridad que la rodeaba.
Christopher se dio cuenta de la verdad de sus palabras. Junto a ella siempre se
sentía como un adolescente. Dejaba de lado al hombre que era para relegarlo por otro
al no ser capaz de controlar sus alteradas hormonas.
Christopher se acercó con lentitud. No quería apresurar los acontecimientos, ya
que notaba el nerviosismo que ella desprendía. Sabía que Rebecca no estaba
acostumbrada a esas situaciones. Lo percibió fácilmente cuando la besó y se percató de
su poca experiencia.
Rebecca volvió a morderse el labio inferior. No se esperaba que al final de la

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jornada iba a hallarse allí, en esa situación, y se sorprendió por encontrarse
emocionada por averiguar qué ocurriría a continuación.
Se recostó en el asiento, sin saber qué más hacer.
Christopher le dedicó una mirada intensa junto a una sonrisa juguetona. Su
incomodidad parecía desplazarse para llegar a estar tan ansiosa como él. Dejó que su
mano se posara y acariciara con suavidad la piel desnuda de su brazo. Le encantaba ese
tacto.
La respiración de Rebecca se agitó anhelante, y solo por ese simple roce, a la
espera de qué haría Christopher a continuación. El primer impulso de él fue levantar la
mano hacia el moño estirado que Rebecca acostumbraba a llevar. Quería ver su
precioso cabello de color castaño claro libre, como el día anterior, suelto para que
pudiera acariciarlo.
Su melena descendió como una cascada, enmascarando todavía más las
hermosas facciones de Rebecca.
Contento con su acción, Christopher procedió a girar su cuerpo para acercarse
más a Rebecca, que parecía estar tan ansiosa de su cercanía como él.
—Solo vamos a tontear un poco —explicó, más para convencerse a sí mismo
que a ella—. Nuestro primer encuentro sexual no será en un coche —dijo, aunque le
costase pronunciar esas palabras.
Todavía no había dispuesto para tenerla tan cerca y antes de besarla siquiera,
ya sabía que le resultaría muy difícil detenerse.
La deseaba demasiado.
Rebecca hubiera tenido el momento perfecto para expresar que quería esa
relación que comentaba con él, pero no hizo falta, con sus acciones y su comunicación
no verbal ya lo había dejado claro. Sobre todo, cuando él habló de ese primer
encuentro sexual y ella no dijo nada para expresar que no lo deseaba.
Christopher dejó de pensar y pasó a la acción.
Le gustaba empezar con un simple roce suave y deliberado para avivar la
pasión. Funcionó como de costumbre. Cuando se separó unos escasos centímetros, ya
vio que Rebecca alzó los suyos anhelantes, dejando escapar un gemido de desilusión
por no haberla besado.
Pero su frustración no tardó en desaparecer cuando Christopher cubrió con
gusto sus labios sobre los suyos, en un hábil y apasionado movimiento que hizo brotar
un nuevo gemido desde la garganta de Rebecca. Pero, en esta ocasión, de puro placer.
Rebecca alzó la mano para notar de nuevo esos mechones cortos y sedosos
entre sus dedos y así acercarlo más a ella.
Todo lo que estaba sintiendo era una experiencia maravillosa y quería sentirla
por completo. Se sentía solo cautiva de los besos de Christopher.
Estaba tan sumida en explorar todas las emociones que nacían en su cuerpo que
no supo cómo ocurrió, pero de repente se encontró con el cuerpo más estirado y con el

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peso de Christopher puesto delicadamente encima del suyo. Una presión que no le
pesaba y que le encantaba sentir y gimió gustosa en los labios de él.
Christopher dejó de besarla con la intención de saborear su suave piel.
Empezó por emplear una suave tortura en el lóbulo de su oreja, dejando suaves
besos por su mejilla en el camino. Primero utilizando los labios para acariciarlo
suavemente para, después, rozándolo suavemente con los dientes.
Rebecca lo abrazó más fuerte de forma instintiva, para sentirse apoyada
después de todas las sensaciones que se apretaban con intensidad dentro de su cuerpo.
Pero el recorrido de Christopher no se quedó allí. Su intención era saborear y
descubrir el cuerpo de Rebecca. Su boca bajó hasta su cuello, recorriéndolo
suavemente con su lengua de terciopelo y su mano viajando desde la cadera, para pasar
por su vientre, hasta llegar finalmente a la plenitud de uno de sus pechos.
Rebecca dejó escapar un suspiro de placer mientras se arqueaba a la espera de
más.
A Christopher le encantó esa respuesta.
«Con solo tocarla, se derrite», pensó.
Mientras, en sus ojos brillaba un matiz de prepotencia. Todavía brillaban más
con el pensamiento de cómo respondería esa pasión cuando tuviera sus largas piernas
rodeando su cintura. Solo con pensarlo, su hinchado miembro palpitó con más fuerza.
Los botones de la camisa gris clara de Rebecca se fueron desabrochando
gracias a los dedos habilidosos de Christopher, que pronto pudo deleitarse con la
suavidad de la piel de Rebecca sin evitar emitir un gruñido de placer. Nunca había
tocado una piel tan suave y delicada.
Su mano viajó por esa piel ya sin ningún impedimento de por medio para ser
tocada y procedió a dirigirse hacia uno de los tirantes del sujetador de ella con la clara
intención de bajarlo con lentitud.
Solo al sentir su caliente aliento sobre su piel ya la estaba llevando a la locura.
No podía imaginar lo que sucedería cuando la acariciara con más intimidad. Por suerte,
no tardó en averiguarlo.
La mano de Christopher se movió de forma experta en su pecho descubierto,
acariciando y estimulando el rosado y erecto pezón con el pulgar antes de
introducírselo en la boca y saborearlo con intensidad.
No fue un gemido lo que salió de los labios de Rebecca sino un grito, un grito
lleno de placer y que inundó el interior del coche. Se aferró a sus hombros duros y
musculosos a la vez que con su cintura hacía pequeños movimientos que denotaban su
satisfacción.
Christopher volvió a reclamar sus labios con hambre. Su lengua penetró por
completo la calidez de la muchacha que lo recibía gustosa. Bajó más su cuerpo para
que Rebecca notara su miembro duro e hinchado, aunque fuera por encima del pantalón.
Rebecca abrió más las piernas de forma instintiva para sentirlo con más

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intimidad y fue entonces cuando él empezó a dar pequeños y suaves movimientos como
si estuvieran haciendo el amor.
Rebecca sentía una presión cada vez más fuerte en su parte más íntima de su
cuerpo. Ya no acariciaba los hombros del culpable de que sintiera todas esas
sensaciones. Ahora le hincaba sus uñas y, aunque fuera encima de la ropa, Christopher
lo sentía al mismo tiempo que también era consciente de que estaba perdiendo el
control y eso no podía ser. No debía suceder así.
Debía recuperar el férreo dominio de sí mismo que parecía desaparecer con
Rebecca, pero no, no iba a permitirlo. Recuperar su control era más importante que
satisfacer su placer.
Se detuvo en sus movimientos y lentamente procedió a separarse de ella,
apartando la mirada de su cuerpo para intentar tranquilizarse, regresando a su asiento.
Rebecca se quedó sin saber qué había ocurrido. Estaba en medio de una bruma
llena de pasión, con el calor del deseo recorriéndola por cada centímetro de su piel y,
de repente, la sobrecogió un frío arrollador.
Abrió los ojos. Frunció el entrecejo y giró ligeramente la cabeza para mirar a
Christopher, que estaba mirando de frente, pero apretando el volante con fuerza.
—¿Por qué…? —empezó a decir con voz ronca.
Carraspeó antes de continuar:
—¿Por qué te paras?
Christopher notó la desilusión en el tono de su voz e infló su ego, aunque eso no
fue suficiente para calmar la hinchazón de su entrepierna.
—Porque si hubiéramos seguido, no habría podido detenerme —confesó con un
matiz de enfado.
—¿Y qué? —preguntó, lamentando haber declarado la necesidad por desear la
consumación de lo que estaban haciendo.
Rápidamente se puso bien la ropa y se sentó, pasando sus manos por su pelo
para que no tuviera un aspecto alborotado y, también, por tener algo que hacer para no
mirar a Christopher que había desviado la mirada hacia ella.
—Te llevaré a casa —dijo para romper el silencio incómodo que se había
formado, a la vez que arrancaba el motor.
—De acuerdo —comentó con un poco de frialdad.
Hacerla conocer la satisfacción que podía recorrerla con solo tocarla era algo
que no se esperaba y que respondió con demasiada efusividad, para que después se lo
arrancara de mala manera. Y, lo peor, es que se sentía avergonzada de su reacción.
Durante el camino de regreso permanecieron en silencio. Un silencio lleno de
incomodidad. Christopher sabía que no podía quedar así, si no lo remediaba de alguna
forma, podía arrepentirse de su decisión y alejarse de él por herir su orgullo.
Al parecer había acertado, ya que cuando paró el coche, Rebecca abrió la
puerta del coche sin ni siquiera mirarlo con la intención de irse con rapidez.

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—Espera —dijo, apoyando su mano en el brazo de Rebecca.
Ella se giró, pero permaneció en silencio, a la espera de lo que tuviera que
decir.
—Te deseo. Esa no es la razón por la que me he detenido.
Rebecca se quedó intrigada, pero no dijo nada al respecto.
—Te mereces algo más que un polvo rápido en un coche. Quería que fuera más
especial para ti.
Esas palabras provocaron el efecto que Christopher había esperado, ya que el
rostro de Rebecca se dulcificó.
—Nos veremos mañana —dijo Christopher con una voz profunda que amagaba
mucho más de lo que parecía.
Rebecca se dio cuenta, pero no dijo nada más. Solo asintió a modo de
despedida. No obstante, al tenerle aún cogido el brazo con la mano lo impidió, tirando
suavemente hacia él para que pudiera sentir sus labios una vez más antes de despedirse.

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Capítulo 13

Rebecca apoyó la espalda en la puerta principal de su casa que terminaba de


cerrar, escondiendo su rostro enrojecido entre las manos, no por vergüenza sino por los
maravillosos momentos tan intensos que acababa de vivir. Todavía sentía el corazón
acelerado y el recuerdo demasiado vivo de los labios de Christopher sobre su piel.
Y, entonces, otro pensamiento trastornó sus recuerdos como si un rayo la
hubiera impactado.
Chloe.
No podía verla así, se daría cuenta rápidamente de que le pasaba algo y no
tendría coraje para contarle la verdad. Era su hermana mayor, su figura de autoridad y
una persona en quién fijarse y tomar ejemplo hasta llegar a ser una adulta. Alguien a
quien no respetaría tanto si supiera que terminaba de manosearse dentro de un coche.
¿Qué clase de ejemplo era ese?
Por un momento, sintió una punzada en la boca de su estómago, arrepintiéndose
de su decisión. No obstante, otra parte de su cuerpo no dejó que olvidara lo ocurrido.
Los latidos de su corazón seguían estando alterados, con el mismo ritmo que cuando
estaba en los brazos de Christopher, sintiéndose como una mujer por primera vez en su
vida.
¿Era egoísta aceptar la propuesta de Christopher? Solo pensaba en ella al
aceptarlo, pero no creía que tampoco fuera una idea tan alocada al admitirlo.
Tenía veinticuatro años y ya tenía derecho a sentirse como tal.

Christopher se encontraba más alterado de lo que quería reconocer.


Rebecca provocaba que sus sentidos llegaran a un límite que nunca antes había
experimentado, volviéndose loco con solo imaginar cómo se expandirían cuando
hundiera su carne dentro de su calidez.
Sacudió la cabeza con fuerza para alejar esos pensamientos, yendo directo a
darse una ducha bien fría para que pronto disminuyera su fuerte erección.
Con el cuerpo todavía mojado atendió a su nuevo iPhone, que no paraba de
emitir pequeños tonos de sonidos, y suspiró con aire de cansancio al descubrir que era
Giselle, de nuevo.
«Hola, mi amor, te echo de menos».
«Quedemos esta noche para pasar otra velada fabulosa».
«¿Dónde estás? ¿Por qué no me contestas?».
Esos solo eran los primeros de una larga lista, pues parecía tener una obsesión
con él, que ya empezaba a ponerle nervioso. Ya le había hablado para decirle que ya no
quería nada con ella y, como lo habían acordado en un principio, la relación podía
eliminarse cuando uno de ellos así lo decidiera.

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Finalmente, entendió que lo mejor era apagar el dichoso trasto para que dejara
de molestarlo y, poco después, optó por estirarse en la cama, aunque no estuviera
cansado. Sería una buena forma para relajarse, pero pronto descubrió que, por mucho
que lo intentara, su cuerpo se mantenía tenso, expectante, deseoso de algo que no podía
satisfacer en ese momento.
Sería inútil alcanzar una satisfacción hasta que Rebecca estuviera bajo sus
sábanas.
A Christopher le costó bastante conciliar el sueño. Sin embargo, no tardó
mucho en levantarse de forma violenta. En un momento se encontró sentado en la cama
sin darse cuenta, con todo su cuerpo perlado de sudor y mirando en todas direcciones
para asegurarse de que no se encontraba de nuevo en medio de aquel infierno.
Apartó la sábana con la rabia contenida que todavía le recorría de arriba abajo
y de la que no conseguía deshacerse por mucho que el tiempo pasara.
Se sentó al borde de la cama para apoyar los pies en el frío suelo para que le
ayudara a estabilizarlo y los codos sobre sus piernas resbaladizas para esconder su
rostro entre sus manos. Todo eso para conseguir la ansiada tranquilidad que al parecer
no le llegaba nunca.
Cada noche, y sin descanso, le seguía persiguiendo su pasado. Atormentándolo.
Tenía a su disposición miles de recuerdos, en formas distintas, para escoger.
Pensó con amargura y recordó que en su cabeza habitaban todavía las imágenes nítidas
de uno de los peores momentos que tuvo que vivir a su corta edad, con solo once años.
Recordaba a los desgraciados que se adentraban en esas zonas donde había
gente durmiendo en la calle para meterse con ellos. Primero llegaban con insultos,
luego se atrevían a dar un paso más y pasar al daño físico. Simplemente porque podían
y nada ni nadie se lo impedían, a nadie le importaba. Así que ¿por qué no?
Era la forma de divertirse de esos desgraciados y justamente cuando fueron
hacia él, cuando le insultaron y le dieron golpes, fue lo que le satisfizo.
No recordó haberse sentido tan asustado que cuando vio el reflejo de la luz de
la luna en una navaja que sostenía uno en una de sus manos.
A partir de ese momento, sus recuerdos se tiñeron de rojo, la misma que escapó
violentamente de su cuerpo dejándolo tirado en la calle como si no fuera un ser humano,
como si su derecho de vivir no importara…como si no fuera nada…
Christopher puso su mano encima de la cicatriz que le rodeaba sus costillas, en
su lado izquierdo, la señal de que tuvo a la muerte demasiada cerca.
Apretó los puños con furia, levantándose y yendo hacia el primer trozo de
pared que encontró para darle un buen puñetazo con la intención de que esa rabia que
fluía en su sangre, hirviendo de mala manera, pudiera calmarse.
Pero no sirvió de nada.

La claridad había llegado de nuevo, dejando la noche atrás. Aparte de una

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mano dolorida, su rabia interior había disminuido, pero esa mañana más que en otras
ocasiones porque la idea de volver a ver a Rebecca le inspiraba esa paz que su
maltrecho espíritu tanto necesitaba. Eso le daba más fuerzas para enfrentarse un día más
en una vida que no era la suya, pero debía aguantar por dos poderosas razones: la
primera, y más importante, por el bienestar de su madre y, la otra, para destruir a esas
personas que le obligaron a adoptar su apellido y ser parte de esa familia solo porque
el inútil de su padre biológico no pudo tener más hijos, una gran ironía del destino. Le
destruyeron la vida a él y a su madre por haber traído al mundo un bastardo con sangre
de Anderson mezclada con el de una sirvienta, consiguiendo el odio por parte de su
abuela y de su padre y, por alguna extraña razón, no pudo tener descendencia por mucho
que lo intentara.
Sin embargo, esa vida fingida pronto llegaría a su fin. Su plan iba a concluir
muy pronto y entonces podría dejar toda la amargura que llevaba soportando atrás.
Pero descubrió que el camino dejó de ser tan amargo desde que unos ojos
claros, tan llenos de inocencia y de alegría, impactaban con los suyos.

Rebecca sintió la mirada penetrante en su espalda en cuanto dejaba sus cosas


encima del escritorio sin todavía sentarse en la silla.
Giró la cabeza por instinto y descubrió que Christopher estaba mirándola,
apoyado en el marco de su despacho mientras mantenía una conversación con el señor
Williams y asintiendo de forma distraída. Dejó de hacer caso al hombre con el que
hablaba para mirarla a ella. Con ese pensamiento, Rebecca dirigió su mirada a él,
sonriente y sincera, con lo que pareció relajar la expresión seria que tenía en ese
momento. Por un instante, le pareció que en la comisura de sus labios iban a levantarse
para devolverle la sonrisa, pero finalmente no fue así.
—Sonriendo al jefe, ¿eh?
Escuchó la voz aguda de Liz a sus espaldas, apagando de un manotazo su buen
humor. Cerró los ojos, al parecer cansados. Liz se fijaba en cada mínimo detalle de
todos los que se encontraban en la oficina.
¿Tanto le importaba la vida de los demás?
—¿No tienes nada mejor qué hacer? —le espetó, girándose hacia ella con una
expresión poco amable.
—Tranquila —comentó con las manos en alto y con un tono burlón.
Después continuó:
—Ahora que a Jeffrey ya no le interesas, intentas escalar más alto.
Rebecca optó por no hacerle caso. Se sentó para encender el ordenador. Sin
embargo, no pudo evitar mirar, de una forma más disimulada esta vez, hacia donde se
encontraba Christopher.

Henry había ido hacía él para comentar unos detalles de última hora, pero en

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cuanto divisó la llegada de Rebecca, dejó de escucharle.
La veía tan hermosa que retuvo el aliento.
Llevaba el pelo suelto, recordándole de forma instantánea la suavidad de sus
mechones castaños entre sus dedos. No pudo evitar bajar los ojos para mirarle los
tentadores labios de los que había disfrutado sin cansarse de ellos. Lo que le
sorprendía más de ella era que siempre exhibía una sonrisa sincera, por lo que
resultaba que su rostro era todavía más atractivo, e igualmente su mirada, llena de
calidez y de promesas de un mundo sin descubrir. Se dieron cuenta de que la observaba
y le devolvió la mirada, ensanchando más su sonrisa solo con verlo. No se percató de
que casi le devolvió la sonrisa, pero imperó la sensatez y retomó su compostura a
tiempo.
Entonces una punzada de remordimiento lo atravesó sacudiéndolo de mala
manera, descubriendo una revelación que le abatió por completo al darse cuenta de que
Rebecca era demasiada buena para él. Que no se la merecía.
Rebecca no era una para acostarse con ella y olvidarla después.
Él no podía prometerle una relación seria y no pensaba engañarla. Le había
mencionado sus intenciones, pero no quería ni por un momento que se hiciera ilusiones
para aplastárselas después.
—¿Qué opina? —preguntó finalmente Williams, sacándole de sus
pensamientos.
—¿Eh? —escapó de sus labios sin darse cuenta. No había escuchado nada de
lo que le había estado explicando el pobre hombre.
—La propuesta de inversión, señor —dijo, frunciendo el ceño.
—Sí. Por supuesto —expuso con una expresión más seria e intentando prestarle
más atención.
No obstante, la idea de que debía apartarse de Rebecca por su bien seguía
latente en su interior. Por mucho que le costara, debía alejarse de ella.

Rebecca no obtuvo ninguna señal de Christopher en todo el día, aparte de unas


miradas furtivas.
Deseaba volver a verlo, tenerlo cerca. Reconocía que quería volver a fundirse
entre sus brazos.
Pero no la llamó ni le indicó de ninguna forma que se encontraran en su
despacho o en cualquier otro lugar, como había hecho el día anterior. Sin embargo,
después la esperó fuera del edificio para verla.
Ese recuerdo le provocó otra sonrisa. No sabía qué le pasaba, pero ese día no
paraba de tener una sonrisa tonta implantada en su rostro.
Así que esperó a que la jornada pasara, la cual le pareció eterna, aguardando a
que Christopher saliera de su despacho, pues se había refugiado allí durante todo el día.
A lo mejor tenía mucho trabajo y no estaba para que le molestase, pero tendría que

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soportarla cuando terminara el día.
—¿No te vas? —preguntaron a su espalda.
Cómo no, Liz. Siempre Liz. Ya era hora de despedirse y no tenía motivos para
alegar que tenía trabajo extra.
—Sí —contestó sin girarse.
Terminó de poner los últimos números en el programa del ordenador, hizo una
copia de seguridad como siempre, por si acaso, y procedió a cerrarlo todo con la
mayor rapidez posible para que su adorable compañera no tuviera que molestarla otra
vez.
Al recoger su bolso y darse la vuelta, se dio cuenta de que Liz la esperaba al
lado de su escritorio. No se fiaba de que se fuera y así se aseguraba. ¿Por qué le
importaba tanto lo que hacía o dejaba de hacer?
En cuanto pasó por su lado empezó a caminar ella también y así recorrieron en
silencio el corto camino hacia el ascensor.
—¿Algún plan para fin de semana?
—No —respondió un momento antes de que el timbre del ascensor sonara
delante de ellas y que las puertas metálicas se abrieran.
—Pero algún pensamiento habrá —comentó, yendo tras ella hacia el interior
del ascensor.
—La verdad es que no —volvió a decir.
Tanto si lo tuviera como si no, no tenía por qué decírselo. No se fiaba de ella.
—¿De verdad? —preguntó con ese matiz burlón que tanto la caracterizaba.
Optó de nuevo por mantenerse callada, pero ya empezaba a fastidiarla su
comportamiento. A lo mejor debería decirle un par de cosas bien dichas, pero en ese
momento estaba ocupada en otros planes más importantes.
En cuanto las puertas metálicas volvieron a abrirse, Rebecca se precipitó hacia
delante para alejarse de Liz.
—Hasta mañana —dijo con atropello para que no volviera a hacerla preguntas
ni ningún otro comentario.
Liz no respondió. De inmediato pulsó otro botón en el ascensor, el que la
llevaba al parking del edificio.
Rebecca volteó la cabeza para asegurarse que veía desaparecer a Liz para
aminorar la marcha y, entonces sin importarle que alguien de la oficina la viera, se fue
hacia el ascensor de al lado, por si acaso, para volver y encontrarse con Christopher.
¡La Rebecca de hace una semana ni se hubiera imaginado haciendo algo como
aquello!
Estaba rompiendo las reglas que se había infringido durante mucho tiempo y se
sentía traviesa por ello. Le gustaba. Le proporcionaba un sentimiento de liberación con
el que quería seguir experimentando.
Las puertas del ascensor volvieron a abrirse a ese piso que tanto conocía.

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Desde esa posición podía divisar el despacho de Christopher, con su nombre y apellido
marcado en una placa dorada al lado de su puerta.
Se sentía nerviosa. Sabía que si traspasaba esa puerta iba a pasar algo más. No
podía saberlo con certeza, pero sí que sería dar un paso más, uno desconocido, pero
deseoso de conocer.
Se dirigió hasta la puerta estirando y encogiendo los dedos durante el trayecto
para controlar un poco su estado nervioso. Deseaba cruzar la puerta, pero eso no quería
decir que también le costara enfrentarse a esa situación.
—Adelante —escuchó tras dos segundos después de haber llamado a la puerta
con sus nudillos.
—¡Rebecca! —susurró al verla entrar, sintiendo una súbita alegría en su
interior para, a renglón seguido, encontrarse molesto por notarse de esa forma con solo
verla—. ¿Qué haces aquí?
—¿Te molesto? —preguntó con la decisión reflejada en sus ojos, algo que
intrigó a Christopher, ya no encajaba con su habitual sonrojo a la menor ocasión.
—No —dijo sin pensar.
Era de las pocas veces en que Rebecca se sentía como una mujer. Quería
explorar esa nueva etapa que tanto deseaba, salir al exterior y que la había mantenido
cautiva durante demasiado tiempo. Y empezó por acercarse lentamente a Christopher.
Este pudo notar el cambio en Rebecca. Aquel aire inocente iba desapareciendo
a cada paso que daba hacia él, sustituyéndolo por otro que no tardó en identificar y el
que le provocó que se le escapara un gruñido expectante por ver qué tenía pensado
hacer a continuación.
Rebecca quería demostrarle y también demostrarse a sí misma que también
podía ser traviesa, como el proprio Christopher le había enseñado.
Seguía acercándose a la silla donde Christopher estaba sentado. Era
emocionante y no quería que se detuviera.
Christopher se mantenía inmóvil, expectante por ver el brillo juguetón en la
claridad de los ojos de Rebecca y se olvidó de todo, menos de la dulce y tortuosa
espera de su próximo movimiento.
Rebecca detuvo sus pasos cuando rozó los pies de la silla, descendiendo
lentamente su cuerpo dándole una completa visión de las curvas al hombre que tenía a
pocos centímetros de su cuerpo.
Christopher se recreó con una mirada lasciva, deteniéndose deliberadamente en
sus torneadas caderas y en las curvas seductoras y deliciosas de sus pechos.
Rebecca se sintió desnuda, pero también poderosa. Estaba provocando que un
hombre fuerte y con experiencia quedara prácticamente sin aliento con solo acercarse a
él. Apoyó sus manos en el respaldo de la silla para acercar sus labios a la línea dura
que Christopher tenía en los suyos, pero que pronto empezaron a abrirse debido a su
cercanía.

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Alzó la cabeza con la intención de capturar los labios rosados y voluminosos
que tanto le tentaban, pero Rebecca se alejó en el último momento, solo unos
centímetros, pero lo suficiente para que sintiera la frustración de no estar besándola.
—No me has dicho nada en todo el día —susurró Rebecca.
No era que estaba desesperada para volver a verlo, aunque le había echado de
menos, pero le gustó la idea para tener una excusa para que le rogara un poco.
Con esas palabras, los pensamientos que Christopher habían cargado durante
todo el día, volvieron para golpearle de nuevo.
Cerró los ojos con pesadez. No quería hacerlo, pero era lo correcto. Antes de
que Rebecca pudiera decir u hacer algo más, Christopher la cogió por los brazos
alejándole de él mientras se levantaba.
Rebecca le miró con una mueca extraña sin entender el motivo de esa repentina
reacción.
—No debes acercarte a mí.
—¿Qué? —preguntó, realmente desconcertada.
—No puedo darte lo que quieres.
Tuvo la impresión de que el dolor tiñó sus palabras, pero Rebecca no le prestó
atención, ya que volvió a preguntar todavía desconcertada:
—¿Qué?
La expresión de Rebecca empezó a cambiar dejando atrás ese brillo especial
para dar paso a un enfado que iba cogiendo forma.
—No sería bueno para ti. No quiero hacerte daño.
—¿Ahora me vienes con ese cuento? —exclamó, intentando quitarse el agarre
de Christopher, pero él la cogió con más fuerza.
Le costaba concentrase en el discurso que tenía preparado. Sentía la suave y
delicada piel de Rebecca a través de su fina camisa, del mismo tono de su tez. Con solo
eso ya estaba perdiendo el hilo de sus pensamientos.
—No es una excusa —contestó, sintiendo su enfado y contagiándolo a él
también.
Nunca había actuado de esa forma tan honrada y la primera vez que lo hacía se
encontraba de lleno con una reacción que no esperaba para nada
—Lo hago por ti.
—¿Así que ahora eres noble? —preguntó, bufando con enfado antes de
continuar—. Un cambio muy brusco por la reputación que has ido acumulando en este
edificio. Has dejado a muchas llorando por los rincones por haberlas abandonado de
mala manera.
—Cállate —dijo, sacudiéndola de pronto.
Había dejado bien claras sus reglas y sus intenciones desde un principio y
todas accedieron gustosas, prometiendo que no tendrían la intención de retenerle
pasado un periodo de tiempo que él viera aceptable pasar a otra relación pasional. Él

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era así y nunca engañó a nadie. Y encima siempre quedaba como el malo porque a la
mayoría de ellas se les había girado el cerebro y se quedaban sorprendidas cuando les
decía que no quería seguir con ellas, llorando muchas veces por todos los rincones para
hacerle sentir peor.
—¿Es que deseas a cualquiera de aquí que lleve falda y a mí no? —preguntó,
desafiante—. Porque creo que soy la única que no ha pasado por tu cama.
Estaba enfadada con él. Bastante en realidad. Se encontraba de lo más tranquila
en su círculo cerrado en el que antes estaba inmersa. No era lo ideal, pero al menos era
un espacio seguro en el que sabía que no correría riesgos. Así estuvo bien hasta que
Christopher apareció y le mostró un mundo completamente nuevo al que se había
negado todo ese tiempo. Apenas había probado esa nueva etapa que deseaba explorar y
ahora, ¿esperaba dejarla con la miel en los labios de un momento para otro y como si
nada?
¡Qué se creía!
—¡¿Que no te deseo?! —exclamó con la voz rota por la desesperación y el
enfado.
Y fue, entonces, cuando Christopher tiró de ella para pegar sus labios con los
de Rebecca en un beso muy diferente a los que los dos habían compartido esos últimos
días. No era delicado, era hambriento, rudo. Rodeando su musculoso brazo por su
espalda para presionarla contra él, para que notara la dureza de su masculinidad,
dedicado a que sintiera todo ese deseo que le quemaba por dentro y que no tuviera duda
de su deseo por ella.
Rebecca sintió su poderosa dureza contra su cadera y un gemido de placer
escapó de sus labios, pero su gemido quedó atrapado en medio del hambriento beso al
que Christopher la estaba sometiendo. Al principio se resistió, puso las manos en su
pecho para frenarlo y hacer fuerza contra él y así alejarse, pero Christopher no se lo
permitió. A cada acto que hacía para alejarse, más profundamente introducía su lengua
en su interior.
Rebecca iba cediendo poco a poco a una nueva ola de sensaciones que
inundaba su cuerpo, dejándola sin equilibrio. Se activaban de nuevo todas las
terminaciones nerviosas de su cuerpo y volvía a sentir que estaba más viva que nunca.
De repente sintió que en lugar de sangre era fuego lo que viajaba por sus venas.
Sus manos dejaron de apartarlo para empezar a acariciar su torso por encima
de la ropa para después agarrarlo con fuerza y atraerlo más hacia a ella —aunque ya no
existía distancia alguna entre ellos— y devolverle ese beso con el mismo ardor que él
exigía.
Christopher dejó escapar un gruñido de puro placer cuando sintió con frenesí la
lengua de Rebecca acariciando la suya. No podía aguantar más, la deseaba tanto que su
cuerpo iba a explotar si no la hacía suya en ese mismo instante.

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Capítulo 14

Con un solo movimiento y sin esfuerzo Christopher levantó a Rebecca para


igualar la distancia de altura que les separaba, para que sintiera su excitación en el
mismo centro de su feminidad. Uno de sus brazos se mantenía en la parte baja de su
espalda mientras el otro se desplazaba hacia su apetitoso trasero para sujetarlo con su
mano y, al mismo tiempo, apretarla contra su excitación.
Rebecca separó sus hambrientos labios para emitir un gemido de placer al
mismo tiempo que posaba sus antebrazos sobre los hombros de Christopher y
descansaba para respirar. Mantuvo los ojos cerrados varios segundos, sintiendo una
pequeña punzada de vergüenza por lo que terminaba de pasar. ¿Cómo se le había
ocurrido actuar de ese modo? Lo había deseado, pero el recuerdo de su educación
estricta le hacía sentirse mal por cualquier decisión que tuviera que ver con el placer
carnal. Pero no podía seguir pensando en eso. Si seguía preocupada por esa clase de
pensamientos no podría dejarse llevar y sentir la deseosa libertad que tanto le gustaba.
Intentaba apartarlo de su mente y descubrió sorprendida, aunque cada vez le era menos
complicado, sentirse culpable.
¿Tanto había cambiado en un periodo tan corto de tiempo?
Se sorprendió preguntándose en ese momento.
Se mordió el labio inferior sin darse cuenta intentando cargarse del valor
suficiente para abrir los ojos y levantar la mirada mientras a su alrededor solo se
escuchaban sus respiraciones agitadas.
Christopher intentaba mantener un poco de entereza. Estaba claro que Rebecca
necesitaba que él aplicara un mínimo de sensatez. Sin embargo, en cuanto la vio
morderse el labio, una pulsión de deseo volvió a explosionar en su interior y no lo pudo
evitar. Volvió a besarla, con el mismo ímpetu, con la misma necesidad que antes.
Rebecca dudó durante un instante, pero pronto se olvidó de todo. No quería
pensar. No quería sentirse culpable solo por desear a un hombre. Solo quería sentir.
Ese último pensamiento le quemaba por dentro. Quería seguir explorando,
deseaba saber qué parte de la vida se estaba perdiendo y, a continuación, hizo algo que
no hubiera ni siquiera pensado que sería capaz de hacer tan solo unos días antes. Rodeó
la cintura de Christopher con sus piernas, sintiendo más íntimamente lo que era la
excitación de un hombre. Solo lo sintió por encima de su ropa interior, pero provocó
que notara una presión cada vez más fuerte en el centro mismo de su cuerpo y, guiada
por esa excitación, empezó a apretar de forma irregular contra la entrepierna de
Christopher.
Levantó las manos y los enredó en su pelo. Le encantaba sentir su cabello
sedoso entre sus dedos y así, también, acercaba más su boca contra la suya, loca de
deseo por el ardor de su propio cuerpo.

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Christopher se volvió loco con los movimientos de Rebecca encima de su
palpitante miembro. La sentó encima de su escritorio a la vez que se separaba lo
suficiente para dejar de besar sus labios y poder explorar su cuerpo. Sin embargo, al
ver la camisa que le tapaba casi hasta el cuello, que le chafaba sus planes, dejó escapar
un quejido antes de arrancársela y acceder a su cremosa piel sin ataduras.
Rebecca dejó escapar un grito ahogado por esa acción, pero no hizo nada por
taparse. Estaba demasiado concentrada en la mirada encendida de Christopher que no
paraba de recorrer su cuerpo, viendo cómo se acercaba para posar sus labios sobre la
curva de su cuello mientras el tacto de su mano ardiente se posaba sobre la suave piel
de su vientre y, al mismo tiempo, sentir las yemas de sus dedos en la parte de debajo de
su pecho, rozando la parte baja del sujetador.
Con la otra mano viajó por su espalda para desabrochar, sin demasiada
delicadeza, pero con un movimiento experto, la molesta atadura que le impedía ver la
plenitud de los pechos.
Ese movimiento brusco hizo que la dolorida mano de Christopher palpitara,
pero no le importó.
Al sentir esa libertad por la parte superior de su cuerpo, Rebecca no pudo
evitar que emitiera un gemido lleno de expectación y liberación, sin pudor por ver a
Christopher verla con el claro reflejo de la excitación en él. No tardó en sentir la piel
caliente y ligeramente callosa de sus manos rodear la forma de sus pechos de porcelana
con los pezones rosados, ya erectos por la excitación a la espera de caricias. Cuando
los pulgares de Christopher jugaron con los apetecibles pezones, Rebecca echó la
cabeza hacia atrás, rendida por el placer que le estaba provocando. Y cuando creyó que
el gozo no podía ser mayor, la boca de Christopher se encargó de descubrir lo
equivocada que estaba, ya que descendió por su cuello para probar el sabor de su
pezón, torturándola con la lengua.
Rebecca sintió como si un rayo impactara en su cuerpo sacudiéndola para
llenarla de placer, quedándose estupefacta al comprobar que la excitación podía llegar
a un nivel tan alto.
Christopher levantó su mano libre, la que no acariciaba el pecho de Rebecca,
para subirla y utilizarla para silenciar los gritos de pasión que resonaban en ese lugar
para que no traspasasen las paredes, por si acaso se encontraba alguien todavía fuera.
No quería que nadie supiera lo que estaba sucediendo allí dentro.
Rebecca aprovechó para besarle los dedos que retenían sus gemidos,
provocando que él perdiera aún más su poca compostura. Ninguna mujer había
conseguido jamás llevar su cuerpo a ese límite y su respuesta al tocarla le enloquecía y
todo eso sin haberse acostado todavía con ella, pero pronto sabría cómo sería
deslizarse por la humedad de su interior. Con solo ese pensamiento consiguió que su
cuerpo empezara ya a temblar de placer y levantó la cabeza para volver a capturar sus
labios con auténtico ardor.

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—Quiero tocarte —susurró entre respiraciones entrecortadas, pasando sus
manos por debajo del cuello de su camisa.
Quería tocarlo como él la tocaba a ella. Quería ver su cuerpo.
La complació al instante. Christopher se separó lo suficiente para darle el
mismo trato a su camisa que a la ropa de Rebecca. Con un movimiento rápido abrió su
camisa y antes de que los botones arrancados cayeran al suelo, ya puso sus manos por
el torso de él, sintiendo su piel que estaba dura y caliente al tacto bajo las palmas de
sus manos. Fue curioso, aunque estaba frenética por el deseo que la consumía por
dentro y por la pasión que Christopher vertía en ella, se tomó su tiempo para recorrer
con las yemas de sus dedos los músculos firmes que componían su pecho y ver cómo
subían y bajaban debido a su acelerada respiración y, bajando un poco, acariciar otro
conjunto de músculos, por donde pasaba. Al mismo tiempo se percató cómo su agitada
respiración se cortaba cuando sus manos bajaban un poco más. Eso la hizo sentirse
poderosa, conseguir con un simple acto que un hombre fuerte y experimentado se
quedara sin respiración a la espera de su próximo movimiento. No le dejó más tiempo
en la duda. Una de sus manos descendió por la parte de su pantalón hasta alcanzar y
apretar delicadamente su dureza.
Christopher emitió un gruñido de placer. Acto seguido, apartó la mano de
Rebecca para impedir que lo llevara al punto sin retorno para, a continuación, acariciar
rápidamente sus sedosos muslos para ir directamente hacia esa pequeña prenda molesta
que no le permitía profundizar en su interior. Pero antes debía preguntarle algo, aunque
la espera en ese momento iba a acabar con él.
—¿Deseas esto? —preguntó con la voz rota por la posibilidad de que se
arrepintiera en el último momento.
—Sí —susurró, tras una respiración agitada.
Mientras asentía con la cabeza al mismo tiempo, sus mechones sueltos y
rebeldes descendían por su rostro enrojecido por la pasión. No había nada que deseara
más en ese momento.
En cuanto escuchó su afirmación, Christopher se apresuró a quitarse la ropa —
que nunca antes había encontrado tan molesta— y sentir al fin la liberación de su
apretado miembro que tanto estaba reclamando. Rebecca cerró los ojos cuando escuchó
la hebilla de su cinturón y una cremallera bajándose, a la espera de sentirle dentro de
ella.
Christopher apenas mantuvo la cordura suficiente para extraer un preservativo
que siempre guardaba en el bolsillo interior de la chaqueta de su traje. Le gustaba ir un
paso por delante, pero tener a Rebecca entre sus brazos esa noche, era algo que le había
pillado totalmente desprevenido.
Christopher cogió a Rebecca por las caderas y la acercó más a él y a su
virilidad de granito. Cuando Rebecca sintió la caricia superficial de su miembro con su
carne tierna, un leve espasmo le recorrió de la cabeza a los pies, elevando las caderas

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sin darse cuenta, atrayéndolo para darle la bienvenida. Su presión en su intimidad
estaba aumentando y solo quería que llegara esa liberación que tanto estaba exigiendo.
Christopher se inclinó de nuevo para besarla y, en el mismo tiempo que su
lengua penetraba en su boca, su miembro se abrió paso dentro de su húmeda calidez.
Los dos emitieron un gemido de puro placer. Rebeca se agarró instintivamente a
los hombros de Christopher mientras él bajaba sus manos por su espalda para alcanzar
sus nalgas y apretarlas hacia él cuando empezaron sus embestidas, primero a un ritmo
más lento y suave para que el cuerpo de Rebecca tuviera tiempo y se acostumbrara a él
mientras se concentraba en besarla para no perder definitivamente el control por
conocer al fin su maravillosa suavidad.
Rebecca se sintió a punto de estallar al sentirle tan profundamente en su interior
y, debido a su suave movimiento, provocó enseguida que su cuerpo consiguiera esa
liberación que tanto había exigido. Explotó curvando su cuerpo hacia delante, arañando
los hombros que le servían de apoyo y gritando de placer. Se sentía completamente
eclipsada. La tenía completamente cautiva.
En cuanto los espasmos de Rebecca se aflojaron, Christopher separó sus labios
para mirarla y ver sus ojos brillantes y las mejillas rojas por el placer que le había
provocado, pero no había terminado. Dejó que Rebecca se recuperara unos instantes
antes de volver a apretar sus nalgas hacia él y empezar de nuevo con sus embestidas
que, en ese momento, tuvieron un ritmo más acelerado, consiguiendo que volviera a
estallar de placer.
Rebecca creyó que su cuerpo había terminado, pero se equivocaba. La presión
que se había liberado volvía para torturarla un poco más. Su cuerpo recibía las
embestidas y la pasión desbordada de Christopher con ganas. Apretó sus piernas en sus
caderas para aprisionarlo y así sentirlo todavía más, al mismo tiempo que apoyaba la
cabeza en el hueco de su cuello para lamer su piel salada por el sudor.
Los movimientos de los dos se volvieron frenéticos. Rebecca arqueó su cuerpo
de nuevo cuando los espasmos volvieron a nacer y hacerla conocer el éxtasis de nuevo.
Se arqueó con tanta fuerza que con su orgasmo consiguió arrastrar a Christopher con
ella.
Arrastrándose mutuamente al placer más profundo que habían conocido.

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Capítulo 15

Tanto Christopher como Rebecca se apoyaron mutuamente, uno en el cuerpo del


otro, intentando recuperarse del placer abrasador que se habían provocado. Intentando
recuperar el ritmo normal de la respiración y que sus cuerpos dejaran de latir con
ardor.
La nube de pasión arrolladora se estaba disipando y Rebecca empezó a pensar
de forma racional en todo lo que había ocurrido. No se arrepentía. Era lo que deseaba y
quería llevarlo a cabo, pero nunca pensó que sería capaz de tener esa pasión desnuda
en su interior deseando salir de esa manera. Gracias a Christopher llegaba a conocer
otras facetas de sí misma. Estaba con la cabeza reposada en el hueco de su cuello y
todavía se le estremecía su interior y lo último que quería era moverse.
Christopher pretendía coger otra postura, pero no podía. Todas sus fuerzas se
habían esfumado por completo de su cuerpo, casi ni podía mantenerse en esa posición.
Era la primera vez que sentía un placer tan abrasador, ni siquiera sabía cómo
reaccionar a continuación. Él era el experimentado y se encontraba como si hubiera
conocido el placer por primera vez, ¿cómo estaría Rebecca?
—¿Estás bien? —preguntó Christopher un poco preocupado, temiendo que
hubiera llegado la situación demasiado al límite y pudiera haberle hecho daño,
separándose para mirarla con detenimiento.
¿Si estaba bien? Estaba mejor que nunca.
—Sí —susurró en voz baja, la única que su cuerpo fue capaz de formular
separando su mejilla de la piel sudada de Christopher—. Pero quiero que sepas que
yo… nunca he… no suelo hacer….
Empezó a farfullar cuando quiso explicar que no era una mujer que hiciera
cosas como esa de forma seguida, pero su lengua se trabó y no pudo formular una frase
completa. Se sentía avergonzada porque pensara que fuera una mujer fácil, pero no de
que todavía estuviera dentro de ella.
Christopher vio cómo bajaba la mirada y un nuevo sonrojo aparecía en su
rostro con los restos de la rojez de la pasión todavía palpable en su semblante. Una
sonrisa fugaz apareció en la comisura de sus labios, pero se apresuró a calmarla. Con
dos simples dedos, acarició su mentón para que levantara la mirada.
—Lo sé —le aseguró, dándole un efímero beso en la punta de su nariz.
La miró con detenimiento. Tenía algunos mechones revueltos esparcidos por su
semblante. La encontró adorable. No pudo evitar la tentación de volver a unir sus
labios con los de ella, un beso dulce y suave que pronto se convirtió en una punzada de
deseo en su cuerpo. Debía parar. El cuerpo de Rebecca no soportaría su efusividad de
nuevo y, con un gran esfuerzo, separó sus labios y se alejó totalmente de ella.
Estaba sorprendido por lo que había ocurrido. Le gustaba planear sus

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encuentros, tenerlo todo bajo control y nunca había actuado de esa forma con una mujer.
La vio fugazmente con la camisa rota totalmente abierta, cayendo al lado de su cuerpo y
su falda recatada, subida hasta por encima de sus caderas estando desnuda delante de
él. Pero tuvo que apartar la mirada para poder alejarse y dirigirse hacia el cuarto de
baño, que estaba integrado en su despacho.
Cerró la puerta y cuando procedió a retirarse el preservativo, casi volvió a
tener otro orgasmo.
Tuvo que apoyar las dos manos en la pica para poder volver a no perder el
equilibrio.
Abrió el grifo para pasarse un poco de agua fría por la cara y conseguir así
serenarse, aunque le estaba costando bastante. Descubrió que la había probado y que
había quedado satisfecho en el estallido de pasión que habían compartido. Sin embargo,
lo extraño era que con solo probarla una sola vez no tenía suficiente. Quería más,
mucho más.
Rebecca.
Su pasión le había llevado al límite, eso le complacía y le asustaba al mismo
tiempo.
A Rebecca le costó moverse de la posición donde se encontraba. Pocos minutos
antes había conocido el cielo y, en ese momento, sentía todos sus músculos molidos, sin
poder evitar emitir un gemido al bajar las piernas para que sus pies tocaran el suelo.
Además, tenía la espalda dolorida al adoptar una posición no muy cómoda que
digamos. Se apresuró a bajar su falda, eso era fácil, pero con su camisa iba a ser más
complicado. Se agachó para recoger su sostén, al menos podía volver a ponérselo, ya
que no se lo había sido arrancado con tanta brusquedad. Se quitó la camisa y se puso el
sostén con un rápido movimiento. Al menos iba a poner sus pechos bajo cubierto. Se
disgustó al ver su pobre camisa, ¿qué iba a hacer con ella? Debería estar enfadada por
ponerla en esa situación, pero al ver su ropa así, solo consiguió que la temperatura de
su cuerpo le volviera a subir.
No sabía que no podía despertar una pasión semejante en un hombre.
Se mordió el labio al recordar cómo su cuerpo vibraba con solo una caricia de
Christopher, pero no tuvo tiempo de detenerse para recordar nada más porque la puerta
a su espalda se abrió y Christopher volvió a estar cerca de ella. Lo único que se le
ocurrió fue utilizar la tela que tenía entre sus manos para tapar un poco la parte superior
de su cuerpo sintiéndose pudorosa de forma repentina.
Eso le hizo gracia a Christopher, que no pudo evitar girar la cabeza para emitir
una pequeña carcajada. Ahora mostraba vergüenza después de todo lo que habían
compartido. Cosa que a Rebecca no le hizo gracia, dejó escapar un bufido enfadado
antes de decirle:
—¿Cómo voy a salir así a la calle?
Se apretó más su maltrecha camisa contra su cuerpo, levantando la cabeza para

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mirarlo más fijamente:
—¿Lo has pensado?
—Cariño —le dijo, acercándose un paso hacia ella—, pensar no era
precisamente lo que hacía cuando te arrancaba la ropa para ver tu cuerpo — dijo con
sinceridad y, también, por volver a hacerla sentir otra vez en un aprieto. Le divertía
cómo reaccionaba.
Y lo consiguió, se movió de forma incómoda y sin saber dónde mirar.
—Tranquila, tengo ropa en el despacho.
—Ah, ¿sí? —le preguntó, volviendo a centrar su mirada en él mientras se
dirigía al armario que se encontraba al final del despacho.
El primer pensamiento que cruzó por su mente fue que la actividad que habían
realizado hace poco era más común para él del que había pensado y descubrió que no
le gustaba demasiado pensar en ello.
Su cara debía reflejar sus pensamientos porque Christopher dijo a
continuación:
—A veces me he quedado durante la noche trabajando y así es más cómodo.
Rebecca se encogió de hombros quitando importancia al asunto, pero a
Christopher no pudo engañarlo.
Al cabo de un instante, le tuvo de nuevo delante con el brazo extendido para
que cogiera la camisa del mismo color que la que él llevaba. Rebecca la aceptó, pero
al ver que Christopher no se giraba para ofrecer un momento de intimidad para vestirse,
se vio obligada a decir:
—¿Te importa?
Christopher tuvo ganas de echar otra carcajada, pero por la mirada que tenía en
ese momento Rebecca pensó que no era lo más indicado, así que se dio la vuelta y
aprovechó para dirigirse de nuevo al armario y cambiarse de camisa él también.
Cuando Rebecca se abrochaba la camisa, que le quedaba enorme, no pudo
evitar fijarse en la espalda de Christopher, viendo casi hipnotizada cómo sus poderosos
músculos de la espalda se contraían y se tensaban a cualquier movimiento. Por suerte
consiguió dejar de mirarlo cuando se giró, pero hubo otra cosa que le llamó la atención:
el semblante serio que Christopher mostró de repente.
Tuvo el impulso de preguntarle qué ocurría, pero él se adelantó:
—Lo que te comenté antes lo decía de verdad.
Christopher lo había deseado y sabía que ella también, pero eso no apartaba la
realidad de esa situación. Debía saber lo que esperaba y lo que no quería, si finalmente
accedía a querer que tuvieran una relación solo pasional.
—¿A qué te refieres? —preguntó, frunciendo el ceño mientras levantaba las
mangas de la camisa para que no le taparan sus manos.
—No quiero una relación seria, no quiero comprometerme con nadie —dijo
con seriedad, mirando fijamente su reacción.

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—Eso ya lo sé —comentó, relajándose y bajando la mirada.
—Pero necesito que tengas claros varios puntos.
—¿Por qué?
—Para que después no haya discusiones ni malos entendidos.
Entonces Rebecca creyó comprender porqué salía ahora con ello.
—Ah, ¿es por lo que te dije que tenías un séquito de mujeres llorando a tus
espaldas? —preguntó, volviendo a mirarlo de frente, pero con un semblante más
relajado—. No te preocupes. Yo no voy a montarte un escándalo ni nada parecido por
si eso te preocupa.
—Me preocupa hacerte daño —admitió Christopher en voz baja.
A Rebecca le costó un poco oírlo, pero se apresuró a calmar sus dudas.
—No, no te preocupes. Sé que vamos tener una relación solo íntima — tardó
unos instantes en escoger la última palabra y de igual forma le costó decirla.
—Tú no eres el prototipo de amante pasajera —explicó con un intento de
hacerle entrar en razón. Prefería que todo terminara en ese momento, aunque eso
significara la dolorosa consecuencia de no volverla a tocar—. Seguro que ya has
pensado en los centros de mesa para el día de tu boda.
«Lirios», pensó Rebecca sin poder evitarlo.
Aunque en esos momentos había desistido de entregar su corazón a un hombre,
pensar en una posible boda en su futuro lo había pensado alguna vez.
—No se trata de amor, ni de un futuro —empezó a explicar, sin engaños—.Los
dos sabemos que es pasión, nada más. Si los dos estamos de acuerdo, ¿qué
inconveniente hay?
Era la verdad y así la expuso. Sabía dónde se metía desde el principio y al
contrario de lo que pensó en un primer momento
Christopher esbozó una media sonrisa, acercándose a ella, para depositar un
leve beso en los labios.
—Que sepas —empezó a decir, pasando su brazo por la espalda de Rebecca
para acercarla más a su cuerpo—, que no suelo actuar de forma tan impulsiva. Me has
vuelto completamente loco de lujuria.
Rebecca empezó a bajar la mirada, pero Christopher no se lo permitió, apoyó
de nuevo sus dedos bajo su barbilla para alzarla.
—Intuí esa pasión en cuando me besaste la primera vez.
—¿Que yo te besé? Te recuerdo que…
Rebecca no pudo terminar la frase ya que los labios de Christopher se lo
impidieron, consiguiendo que se olvidara de todo menos de sentir. Levantó los brazos
para enredarlos en su cuello y acercarlo más a él, gimiendo de protesta, cuando
Christopher se apartó, solo unos centímetros, ya que sus antebrazos seguían colgados de
sus hombros.
—Nos hemos dejado llevar, pero a partir de ahora va a ser diferente.

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—¿En qué sentido?
—Digamos que:¡Bienvenida a mi mundo!

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Capítulo 16

Rebecca cerró la puerta de su casa con las piernas temblorosas por todo lo que
había vivido hacía poco. Tenía ganas de reír, de esconder su cara entre sus manos y dar
pequeños saltitos, todo al mismo tiempo. No había sido su primera vez, pero sí la
primera que de verdad había conocido la intensidad que la pasión podría aportar y, lo
más importante, la satisfacción.
Christopher la había acompañado a casa y por el camino no consiguió
sonsacarle palabra alguna referente a lo que le había dicho antes de irse. No hubo
manera. Solo otra frase enigmática cuando paró el coche delante del bloque del edificio
donde vive Rebecca.
—Pronto lo descubrirás.
Se quedó sin más información, pero no sin un beso de despedida, que respondió
gustosa.
—Ya era hora.
La voz de Chloe se interpuso en sus recuerdos sacándola rápidamente de su
estado para entrar de lleno entre la vergüenza y la preocupación. Se había olvidado
completamente de su aspecto y que su hermana podría verla así.
Chloe estaba saliendo de su habitación y pronto estaría delante de ella.
—Me tenías preocupada y to…
Se quedó muda de pronto y detuvo su avance al ver a Rebecca con una
preocupación clara en sus ojos.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó, por decir algo, ya que no supo cómo
reaccionar a lo que sus ojos le enseñaban.
—Nada —respondió con un hilo de voz y con el rostro enrojecido por el
bochorno.
—Nada —repitió, cruzándose de brazos.
Entonces Chloe tuvo un recuerdo fugaz, esa imagen delante suya le pareció
conocida y no tardó en hallarla. Se trataba de su mejor amiga cuando las dos estuvieron
en una fiesta que dio uno de sus compañeros de instituto dos semanas antes. La vio salir
de una de las habitaciones con la ropa desencajada, el pelo revuelto y un brillo especial
en los ojos, unos momentos antes de que un guaperas, que no recordaba cómo se
llamaba, saliera detrás de ella dándole una palmada en el trasero y una risita por parte
de Lorraine.
Abrió los ojos por la sorpresa al comprender el motivo de la apariencia de su
recatada hermana mayor.
—¡Te has acostado con alguien!
—¡Chloe! —exclamó, exaltada, porque se hubiera percatado de forma tan
rápida, agarrándose la abertura de su camisa para amarrarla más a su cuerpo —. ¡No!

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¿Por qué piensas eso? —arrepintiéndose al instante por haber hecho una pregunta tan
estúpida y a la que daba pie a una respuesta bastante obvia.
Chloe dejó escapar un bufido. Por supuesto no la había creído ni un solo
instante.
Rebecca hizo ademán de irse para no tener que someterse a un interrogatorio de
ese cambio de papeles que estaban viviendo, pero Chloe era obstinada y no pensaba
dejarla en paz hasta que le sonsacara la verdad.
Se puso delante de Rebecca cuando ella quería pasar y empezó a perseguirla
cuando su táctica no sirvió de nada.
—¿Ha sido con Christopher?
Rebecca no contestó. Hizo un ademán de entrar en su habitación, pero Chloe se
apresuró a ponerse delante de ella de nuevo.
—Ha sido con Christopher, ¿verdad? —volvió a insistir.
—Chloe, por favor —le pidió con el rostro cada vez más carmesí, bajando la
mirada para no tener que enfrentarse a los ojos de su hermana.
Chloe sabía que su hermana era muy reservada y que no soltaría nada con
facilidad, pero una idea le cruzó por su mente con rapidez.
—Al menos di que no ha sido con Jeffrey —comentó con expresión
preocupada.
Rebecca no quería que su hermana estuviera intranquila por su culpa y tras
coger una bocanada de aire para coger un poco de fuerza contestó en un susurro.
—No, con Jeffrey, no.
No quería que el pensamiento de que se hubiera acostado con ese desgraciado
pasase por la mente de su hermana, pero lo que hizo a continuación tampoco se lo
esperaba.
Chloe soltó un grito de alegría mientras hacía lo que Rebecca había pensado
tras pasar por la puerta principal de su casa, empezó a dar saltos de alegría.
—¡Chloe! —volvió a exclamar, pero en esta ocasión totalmente desconcertada
por su reacción—. ¿Tanta ilusión te hace? —preguntó, frunciendo el ceño.
—Pues claro.
Esa respuesta solo mostró más confusión en el rostro de Rebecca y, por ese
motivo, se dejó llevar cuando Chloe le cogió las manos y la orientó hacia el sofá para
que se sentaran.
—¿Sabes por qué?
Rebecca negó con la cabeza. Parecía que los papeles invertidos iban siguiendo
su camino por esa noche. Chloe era la que más se parecía a su padre físicamente, pero,
en ese momento, con la dulzura que estaba mostrando se pareció mucho más a su madre.
Rebecca sonrió levemente llena de nostalgia. Su madre podría tener una opinión más
estricta en algunas cosas, pero eso no quitaba la dulzura y la entereza que la
convirtieron en una madre excepcional. La echaba tanto de menos.

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—Por qué desde que mamá se puso enferma tuviste que hacerte responsable de
todo y ¡con solo mi edad! —exclamó, dando un pequeño apretón cariñoso en sus manos
—. Te has perdido mucho por mi culpa y quiero que vivas, que hagas cosas que te
hagan feliz —repuso con los ojos brillantes por los sentimientos que le afloraban de su
interior.
—Chloe —dijo su nombre en el tono de voz más cariñoso que pudo al mismo
tiempo que alzaba una mano para acariciarle la mejilla—, ¿crees que me he perdido la
vida por cuidarte?
Chloe no dijo nada, pero no hizo falta, sus ojos lo expresaban todo.
—Cariño, no sabes lo increíblemente feliz que soy por poder estar juntas y
poder cuidarte. Créeme, no me he perdido nada, he ganado mucho más de lo que puedas
imaginar.
Chloe la abrazó con fuerza y Rebecca la correspondió.
—Te quiero muchísimo.
—Yo también a ti —respondió Chloe con su voz apagada por estar apoyada
bajo el hombro de su hermana.
Chloe se separó para volver a coger las manos de Rebecca entre las suyas
—Y ahora, cuéntamelo todo.
—¡Chloe! —exclamó con su rostro volviendo a teñirse de un rojo intenso y
antes de que las dos estallaran entre risas.
Entonces, una punzada de remordimiento apareció en la boca de su estómago.
Chloe no la había juzgado, solo se había alegrado por ella y así lo haría en cualquier
decisión que tomara en su vida, pero ella no había hecho lo mismo, había querido
explicarle que quería tomar otro camino en su futuro.Sin embargo, Rebecca se había
negado a oírlo porque tomó la decisión por ella, pensando que era lo mejor, pero en ese
momento la verdad la impactó con fuerza y era ella quien estaba equivocada. Le
obsesionaba que pudiera tener las oportunidades que ella no pudo tener que se olvidó
por completo de qué era lo que Chloe quería.
—La otra noche querías contarme que deseabas ver otras opciones para
estudiar.
A Chloe se le iluminó la cara y Rebecca supo que era el camino correcto.
—¿De verdad?
Rebecca asintió con una sonrisa, pero Chloe se quedó momentáneamente sin
palabras, súbitamente nerviosa por exponer al fin uno de sus deseos en voz alta.
—Dime —pidió Rebecca con dulzura para animarla a hablar.
—Me…me gusta el mundo de la moda —comentó en voz baja.
No sabía porqué le costaba tanto hablar de ello.
—Eso es genial.
—¿De verdad? —volvió a preguntar, pero esta vez con una sonrisa más ancha.
—Sí, me gustó mucho lo que hiciste con mi ropa. Tienes mucho talento.

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La sonrisa de Chloe brilló con luz propia.
Pasaron un buen rato más hablando y compartiendo como hermanas.
Se fueron a dormir tarde y se levantaron temprano, no porque sus despertadores
le avisaran sino porque alguien llamaba a la puerta de forma insistente.
—¿Quién será a estas horas? —preguntó Chloe en medio de un sonoro bostezo
y siguiendo a su hermana que se dirigía hacia la puerta con una bata ocultando su
pijama.
Al abrir la puerta, se encontró a un joven, que parecía haber dejado la
adolescencia hacía poco, con una gorra y un uniforme azul con unas letras doradas que
no pudo saber su significado por estar todavía demasiado adormilada.
—Entrega especial.
Rebecca se quedó mirando el paquete que estaba sosteniendo con las dos
manos a la vez que Chloe salía de detrás de su hermana para preguntar.
—¿Repartís tan temprano?
—Así es, guapa.
Chloe detuvo sus preguntas ante ese piropo, cambiando la curiosidad por un
leve sonrojo.
—Pero solo a algunos privilegiados —terminó de explicar, guiñando un ojo a
Chloe.
Rebecca puso mala cara. El joven se dio cuenta y se apresuró a entregarle el
paquete e indicarle dónde tenía que firmar el conforme estaba entregado y se apresuró a
cerrar la puerta antes de que volviera a mirar a su hermana.
—¿Qué será? —preguntó Chloe con curiosidad mientras Rebecca lo dejaba
sobre la mesa del comedor.
—Ahora lo veremos —comentó mientras se apresuraba a abrirlo.
Ella también tenía curiosidad.
Cuando lo abrió, había un suave y casi transparente papel que cubría lo que
parecía ser un trozo de tela bien plegado. Pero descubrió algo mucho más bonito de lo
que se podía haber imaginado. Era un vestido. Lo cogió con la punta de sus dedos y lo
extendió para verlo todo completo, bajando su suave tela y casi rozándole las piernas.
Era de color azul oscuro con pequeños brillantes en forma de ola en la parte
superior y un hilo al final del vestido.
El grito de Chloe hizo que dejara de mirarlo.
—¿Qué ocurre?
—¡Es un vestido de Karl Jacksons!
Rebecca la miró sin comprender.
—¡Un diseñador muy famoso! —exclamó, tocando suavemente la tela del
vestido sin poder evitarlo—. Y uno de los más caros —terminó de decir, emocionada
por poder hacerlo en ese instante.
—¿Cómo de caro?

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—Digamos que este vestido puede costar fácilmente unos diez mil dólares.
—¡¿Tanto dinero por un simple trozo de tela?! —exclamó, abriendo los ojos
por la sorpresa, apartando el vestido como si tuviera miedo de ensuciarlo con cualquier
movimiento.
—Oye —exclamó Chloe, apoyando las manos a los bordes del vestido—,que te
va a oír —terminó de decir con un matiz jocoso.
Pero Rebecca ni siquiera la escuchó. Estaba demasiado absorta cuando escuchó
esa cifra tan elevada de dinero. Era bonito, eso no se podía discutir, pero no podía
dejar de mirarlo para intentar adivinar qué tendría para valer tanto.
—¿No tienes curiosidad por lo que pone en la tarjeta? —preguntó Chloe al ver
un papel blanco y rectangular todavía en la caja.
—Rebecca —la llamó al ver que no le respondía.
—¿Eh?
—La tarjeta —repitió, señalándola con la cabeza.
—Ah, sí.
Rebecca dejó el vestido estirado en el sofá y cogió la tarjeta, pero antes de que
pudiera leerla, Chloe volvió a preguntar:
—¿Qué pone?
—Desde cuando eres tan cotilla —dijo, sonriente.
«Pasaré a buscarte a las ocho».
No estaba firmada, pero era innegable a quién pertenecía.
—¿Y bien? —preguntó Chloe realmente curiosa por todo lo que estaba
ocurriendo.
Rebecca le tendió la tarjeta para que la leyera ella misma.
—Quiere que te lo pongas esta noche.
—Sí, ya me había percatado de ello.
Rebecca miró a Chloe que parecía de lo más emocionada, pero ella no se sentía
de ese modo. No le parecía correcto que le hubiera hecho un regalo tan caro ni tampoco
que decidiera él lo que debía llevar.
—No creo que estuviera bien llevar ese vestido.
—¡Qué! ¡Es un Karl Jacksons!
—No está bien recibir regalos de esa categoría —dijo tajante con las manos
apoyadas en sus caderas.
—Rebecca, por favor —contestó antes de emitir un suspiro un tanto cansado y
echar la cabeza hacia atrás.
Chloe estuvo un buen rato intentado disuadirla, pero no hubo manera de que
cambiara de opinión. Debía hablar con Christopher lo antes posible y dejarle claro que
él tenía sus normas, pero ella también las suyas.

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Capítulo 17

Christopher no pudo evitar sentirse totalmente sorprendido. Esperaba cierta


gratitud por parte de Rebecca, pero su reacción lo dejó en absoluto perplejo. Pero
claro, con Rebecca nada era previsible. Se recostó en la silla de su despacho pensando
en el discurso que le había expuesto.
—No te ha gustado, ¿verdad? —preguntó de forma paciente.
—No es eso —comentó, negándolo con la cabeza y poniendo las manos en sus
caderas para dar más énfasis a sus palabras—, es que no puedes comprarme, no quiero
tus regalos.
No intentaba comprarla, pero nunca había sentido una queja con anterioridad de
sus otros ligues sobre sus generosos obsequios. Lo había pensado hacía apenas unos
instantes. Rebecca era totalmente imprevisible y lo sometía a extremos que no había
alcanzado con mujer alguna en toda su vida, aparte de los límites físicos que había
compartido con ella llevándolo más lejos que ninguna otra mujer. Las demás
normalmente eran complacientes. No le llevaban la contraria y todo por poder estar en
su cama y beneficiarse de su alto nivel social y económico, pero Rebecca rompía
totalmente el esquema que había conocido hasta el momento, por lo que se sintió
impelido a descubrir qué más le deparaba a su lado. Se encontró deseoso de algo más,
pensó pasar su atenta mirada por el mismo cuerpo que lo envolvió de pura pasión la
noche anterior.
—Solo quiero decirte que no voy a ponerme los vestidos que tú quieres como
seguramente lo has hecho con otras con anterioridad.
La explicación de Rebecca fue perdiendo fuerza poco a poco al ser consciente
de la mirada penetrante y terriblemente lasciva que emergía en el hombre que tenía
delante de ella, perdiendo el hilo de sus pensamientos. Así que se obligó a carraspear
para volver a tomar el control de sus palabras y le dijo:
—¿Has entendido?
Le sonrió de una forma enigmática y se levantó. Y en unos pocos pasos se puso
delante de ella.
—¿Y bien? —preguntó, simulando que ni su mirada ni su cercanía le afectaban.
—Lo he entendido —respondió mientras pasaba su brazo por la espalda de
Rebecca para acercarla más a él—. ¿Y sabes que más me he dado cuenta?
Rebecca no dijo ni hizo movimiento alguno, esperando lo que tuviera que decir.
—Que está muy hermosa hoy, señorita Stevens —susurró de forma seductora
antes de descender su rostro con la clara intención de devorar los llenos y rosados
labios de Rebecca.
Pero en el último momento, ella se apartó.
—Muy hábil, pero no me harás callar fácilmente —comentó con un claro

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desafío en el tono de su voz.
—Ah, ¿no? —preguntó Christopher con una media sonrisa, aceptando su reto.
La abrazó con delicadeza para tenerla cautiva en sus brazos, pasando la mano
que tenía libre por su espalda, ascendiendo de forma lenta y deliberada mientras
acarició suavemente su nariz contra la suya.
Rebecca quería mantenerse firme, pero le resultaba cada vez más complicado.
Su cuerpo reaccionaba enseguida a un simple roce de Christopher. La hacía sentir de
una forma tan maravillosa.
Una de las manos de Christopher se volvió indisciplinada, ya que se dirigió
descaradamente hacia uno de sus pechos.
—¡Oye! —exclamó de forma reprobatoria, con la intención de parecer
enfadada, pero le afloró una sonrisa que no pudo amagar y le chafó sus planes.
Christopher no se dejó intimidar y procedió a seguir explorando fugazmente el
cuerpo de Rebecca, centrándose especialmente en su pecho y en su trasero.
—¡Christopher! —exclamó de nuevo, intentando apartar sus manos entre risas.
—Anoche no te mostrabas tan pudorosa —comentó en medio de un susurro
lleno de seducción.
La rojez enseguida cubrió por completo el rostro de Rebecca y Christopher no
pudo evitar que sus labios rozaran su frente y, al mismo tiempo, que inhalara el dulce
perfume natural que desprendía. Y las manos de Rebecca ascendieron para posarse en
los hombros de Christopher, disfrutando con sentir su cuerpo apoyado junto al suyo.
El pequeño juego había terminado y Christopher habló con un poco más de
seriedad.
—No era mi intención que te sintieras ofendida por un regalo.
Rebecca asintió, pero sin poder evitar le preguntó:
—¿Por qué me lo has comprado?
—Porque quiero llevarte a un restaurante elegante.
—¿Y no pensaste que tendría nada que ponerme?
—No —se apresuró a decir, aunque en realidad sí se había cruzado por su
cabeza ese pensamiento y era uno de los motivos por lo que se lo había enviado —,
solo quería tener un detalle contigo.
—¿Un detalle de diez mil dólares?
—Para mí es un detalle.
Rebecca ahogó una exclamación, pero no tuvo tiempo de añadir nada más, ya
que Christopher se apresuró a hacer lo que llevaba deseando desde que se había
despertado. Sus labios buscaron vehementemente los de Rebecca y ella los recibió con
la misma efusividad, pero no duró todo lo que ella hubiera deseado.
Christopher se apartó para no perder el control. Sentir la suavidad de su cuerpo
casi le hacía perder la cabeza y eso que estaba vestida, pero los recuerdos de la noche
anterior hicieron su efecto e influyeron de inmediato en la erección de su miembro.

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Dejó de besarla, pero no se alejó de ella. Apoyó su frente contra la de ella.
—Me apetecía mimarte un poco, solo eso.
—De acuerdo, pero no hacía falta que fuera algo tan caro.
—Lo tendré en cuenta para la próxima vez.
—¿La próxima vez?
—Querré mimarte en más ocasiones.
Christopher tuvo ganas de echarse a reír, pero se contuvo. ¿Dar explicaciones
por querer hacer regalos? Tenía el presentimiento de que solo era la punta del iceberg
de lo que Rebecca le tendría preparado para sorprenderlo.
—Entonces —empezó a decir Rebecca con un matiz tímido en su voz.
Christopher no se lo podía creer y por eso se apartó lo suficiente para ver su expresión
—, ¿esta noche quieres llevarme a cenar?
Pocas veces había tenido una cita y, por esa razón, todavía se emocionaba con
la idea de tener una.
—¿Te apetece ir?
Rebecca asintió.
—Con una condición.
—¿Cuál?
—Que te pongas ese vestido tan caro que no te gusta —comentó, sonriente.
Pero antes de que Rebecca tuviera tiempo de soltar una nueva negativa,
continuó acercándose a su oreja para susurrarle:
—Porque desde el primer momento que le vi, me imaginé quitándotelo.
Un leve sonrojo afloró en sus mejillas y después de pensarlo unos instantes,
asintió.
Se sintió traviesa de nuevo cuando yendo hacia casa se desvió de su camino
para ir a comprar algo que se le ocurrió en ese día. Sintió un poco de pudor al comprar
algo más atrevido, pero se apresuró a no pensar de esa forma y seguir con la estela de
querer sentir y nada más.
El motivo de ello era que quería sorprenderlo. Dijo que se imaginaba
quitándoselo y, ya que llevaba ese vestido, había preparado una dulce sorpresa cuando
lo deslizara por su cuerpo. Sin embargo, no le daría ninguna pista de ello, ya lo
descubriría cuando fuera el momento oportuno.
Cuando llegó a casa, Chloe la obligó a sentarse en una silla en medio del salón
y sin ningún espejo delante y ser ella quien se detuviera a sacarle el máximo partido.
Rebecca le dijo que no hacía falta, pero su hermana insistió. Y sin más resistencias por
el medio, procedió a encargarse de todo para que Rebecca brillara con luz propia.
Aunque fuera la pequeña, Chloe siempre había sido más coqueta y le gustaba cuidar su
aspecto y le encantó la idea de poder ayudar a su hermana.
—Relájate y déjame a mí.
Sabía que Chloe controlaba mucho más sobre productos femeninos y cómo

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emplearlos, pero no estaba del todo segura qué era lo que Chloe tendría planeado y así
se lo hizo saber.
—Tranquila, vas a quedar preciosa —comentó mientras pasaba sus manos
suavemente por el cabello de su hermana, sabiendo el momento que podía hacer con
ello.
Y se preparó para emplear su magia.
Utilizó su rizador de pelo para acentuarle más las ondas naturales del cabello,
dándole un poco más de forma. Para, cuando hubo terminado, proceder con la idea de
hacerle un recogido, no ese moño que siempre acostumbraba a llevar. Su idea era
hacerle un peinado mucho más moderno y que resaltara más su bonito rostro. Dejó unos
mechones ondulados sueltos y procedió a recoger el resto de una manera sencilla, pero
que quedaba de forma elegante, dejando los rizos libres dentro del recogido.
—Y ahora mi maquillaje.
—Pero no apliques demasiado.
—Que sé lo que hago.
—Muy bien —respondió, rindiéndose con una sonrisa.
Chloe solo aplicó un poco de brillo de labios, un poco de sombra de ojos azul,
un tono más oscuro que el color de sus ojos y un poco de rímel. No hizo falta nada más.
Pero Rebecca esperó a ver el resultado. Por una parte, no quería verse hasta
que se hubiera puesto el vestido y, por otra, porque se sentía nerviosa, no sabía el
motivo, pero así era. Quizás tuviera que ver el hecho de que era la primera vez que iba
a ir a un restaurante elegante y también por ser su primera cita oficial con Christopher.
Quería que la viera hermosa.
Se acercó a la cama donde se encontraba el vestido totalmente estirado, ¿cómo
se sentiría al tener algo tan caro cubriendo su cuerpo? Pronto iba a averiguarlo. Se
quitó la bata y se quedó solo con la ropa interior debajo. Le sorprendió la suavidad de
la tela al tacto. No tuvo problema alguno al ponérselo, le iba como un guante.
«Si hasta acertó la talla y todo», pensó mientras su hermana le subía la
cremallera de la espalda de un tirón suave.
Era el momento de darse la vuelta. Se sentía un poco estúpida por estar un poco
nerviosa solo por eso, pero no podía evitarlo. Respiró profundamente antes de darse la
vuelta y ver al fin su reflejo.
Abrió los ojos sorprendida por el resultado. Se encontraba tan diferente que
retuvo el aliento durante unos instantes. Se veía envuelta en una ropa fina que marcaba
sus curvas de mujer, junto a un peinado más apropiado a una chica de su edad y a la
utilización de un maquillaje que hacía que se viera distinta y que le gustara la nueva
faceta. Parecía ir floreciendo poco a poco. No solo su aspecto era diferente, también
pudo percibirlo en un matiz producido en la mirada que le devolvía el espejo, una
mirada más decidida, la mirada de una mujer.
—Estás absolutamente preciosa.

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La repentina voz de Chloe a su lado la hizo volver a la realidad y girándose
hacia ella con una sonrisa dijo un sincero:
—Gracias.
Desde un primer momento, Rebecca advirtió en la mirada de su hermana la
admiración que le causó cuando vio el vestido. De ahí que ahora pensara en comentarle
lo que había pensado:
—Después de esta noche, puedes quedártelo.
Rebecca casi se puso a reír por la expresión sorprendida de Chloe. Su boca no
podía haberse quedado más abierta.
—No, no podría —dijo al cabo de unos instantes de haber procesado la
información y con una voz temblorosa por haberle costado pronunciar esas palabras.
Pensó que no estaría bien. El vestido era un regalo para su hermana mayor y no era
correcto que se lo quedara ella.
—No digas tonterías, claro que puedes.
Chloe seguía dudando, pero Rebecca rápidamente añadió:
—¿No te gustaría llevarlo en tu baile de graduación?
—¡En el baile de graduación! —dijo, suspirando con una exclamación ahogada.
—Si no te importa que lo haya llevado yo antes.
—¡Claro que no! —volvió a exclamar, alzando más la voz—. ¿Lo dices de
verdad?
—Claro que sí —respondió, sonriéndole.
La habitación se llenó de gritos y pequeños saltos de alegría. Para terminar,
cogió un pequeño bolso de un color oscuro similar al del vestido y unos zapatos de
tacón que Chloe tuvo la gentileza de prestarle.
A las ocho en punto llamaron a la puerta. Rebecca tuvo que inspirar con fuerza
antes de abrir. Ya habían intimado y no tenía que estar nerviosa por tener una cita con
él. Era lo que intentaba convencerse todo el rato, pero sus sentimientos seguían a flor
de piel sin poder aplacarlos.
Christopher no estaba preparado para la bella visión que estaba a punto de
tener enfrente suyo. Jugaba con las llaves de su coche mientras la esperaba y, cuando se
abrió la puerta, las llaves se le cayeron al suelo.
—Vaya —escapó de sus labios sin darse cuenta.
Rebecca le respondió con una sonrisa radiante.
Supo desde el primer momento que el vestido le quedaría como un guante, pero
no había imaginado que se hubiera quedado totalmente subyugado por su belleza. El
vestido se ajustaba perfectamente a sus curvas, resaltándolas todavía más. La forma
tentadora de sus pechos destacaba encima de la esbelta cintura y el contorno de sus
caderas dejaba poco a la imaginación.
Christopher se agachó para recoger las llaves, pero sin dejar de mirar a la
hermosa mujer que tenía delante. No quería desviar la mirada ni un solo instante. Por

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eso tanteó con los dedos hasta encontrar las llaves. Cuando volvió a su posición
normal, tenía la intención de decirle una frase halagadora para expresar lo que veía. Sin
embargo, se había quedado sin palabras. Lo único que pudo hacer fue tenderle el brazo
a lo que ella aceptó con una sonrisa.
Chloe se quedó escondida. No quería interrumpirlos y así permaneció,
sonriendo, hasta que vio cerrar la puerta.
Rebecca se asió al brazo de Christopher hasta que la llevó al lado de su coche
y fue entonces el único momento en que se alejó de ella con el fin de abrirle la puerta.
Un acto de cortesía del verdadero caballero que decidía mantener escondido bajo la
piel.
—Gracias —comentó, subiendo al coche.
Christopher aún esperó un rato para decir algo hasta sentirse un poco más
tranquilo. No obstante, le resultó más difícil de lo esperado, ya que la abertura de una
parte del vestido de Rebecca dejaba ver su piel inmaculada y, después de haber
acariciado su suavidad, era complicado no dirigir su mirada hacia ese lugar en
concreto.
No fue hasta que el coche hubo arrancado, camino ya del restaurante.
—No he podido decírtelo antes —su voz sonó algo ronca y carraspeó antes de
continuar—, pero estás muy hermosa esta noche.
Rebecca bajó la cara con un leve sonrojo. Le asomó una sonrisa tímida que
iluminó su rostro.
—Gracias —comentó.
No obstante, después de pensar en las palabras que le había dicho, preguntó a
continuación:
—¿Por qué no has podido decirlo antes?
Christopher, al tener que parar por tener el semáforo en rojo, aprovechó para
acariciar la piel expuesta suavemente con sus nudillos.
—Porque estás tan arrebatadoramente atractiva que casi no puedo contenerme
en arrancarte el vestido en este preciso momento —confesó, sonriendo pícaramente,
como si estuviera a punto de realizar lo que terminaba de decir.

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Capítulo 18

No pasó nada más en el coche, aunque los dos lo estaban deseando. Pero
Christopher supo controlar sus impulsos y llevarla a Carlo Ristorante, el mejor
restaurante de Chicago, en su opinión.
Al entrar, Rebecca se agarró del brazo de Christopher sin darse cuenta al ver
toda la elegancia que la rodeaba. De pronto, sintió una pequeña sensación de miedo que
le bajaba por la columna vertebral. Temía hacer el ridículo en cualquier momento. Pero
esa impresión pronto quedó relegada al sentir la mano de Christopher sobre la suya,
levantando la vista hacia él y viendo una tierna sonrisa que la hizo sentirse más
tranquila.
El maître apareció enseguida delante de ellos.
—Señor Anderson, qué alegría volver a verlo —dijo el jefe de comedor.
Rondaba los cincuenta años, con cabellos grisáceos mezclados con otros de
tonos más oscuros. Tenía un marcado acento italiano. Volvió a decir:
—Y en tan buena compañía —apostilló, contemplando a Rebecca.
—La mesa de siempre, Giovanni.
—Por supuesto —cogió dos cartas de una pequeña mesa que tenía al lado antes
de decir—, ¡síganme, por favor!
Christopher fue renuente para separarse de su contacto, solo cuando Giovanni
separó la silla para que se sentara.
—Gracias —le comentó al simpático hombre con una sonrisa.
Giovanni, el maître, estaba más acostumbrado a que lo ignoraran a que le
sonrieran y no pudo evitar devolvérsela a la hermosa señorita antes de irse con un leve
sonrojo asomando por su veterano rostro.
—Ya le has cautivado —comentó Christopher al ver que Giovanni había caído
en el hechizo de Rebecca.
—¿Qué? —preguntó sin comprender.
—No me hagas caso —terminó de decir con una dulce sonrisa mientras abría la
carta.
Rebecca era tan hermosa y sensual y, aún mejor, lo era sir ser consciente de
ello y no lo exhibía descaradamente. Esa era una de las razones que le había atraído de
ella.
La mesa estaba al lado de una ventana de cristal desde la que se veía un
panorama precioso de la ciudad, de una ciudad iluminada en el marco de la noche.
—¿Te gusta la vista? —le preguntó al pillarla, abstraída, mirando a través de la
ventana.
—Es preciosa —comentó.
Llevaba toda la vida en la ciudad y todavía le fascinaba la belleza que

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escondía.
—Sí, lo es —comentó en voz baja, admirándola y sin darse cuenta de lo que
había dicho.
Por suerte no le había escuchado y se concentró en cualquier otra cosa que no
fuera Rebecca para volver a tomar el control que parecía desaparecer con solo su
cercanía.
Al ver que Christopher miraba ya las opciones que ofrecía la carta del
restaurante, hizo lo mismo. Se sentía completamente descolocada en el lugar y solo
contaba con la guía de él, con seguir los movimientos que fuera haciendo.
—¿Qué me recomiendas? —preguntó al ver que toda la carta estaba en italiano.
Aunque podía intuir alguno de los platos, no quería correr el riesgo de escoger lo que
no era.
—¿Has probado los raviolis de langosta?
—No.
—Pues es una buena opción. Y, si te decides, también te aconsejo que lo
acompañes con salsa de champagne.
Solo al nombrarlo ya le parecía increíblemente caro, pero Rebecca prefirió no
decir nada el respecto y dejarse llevar por una noche.
—Suena bien —fue lo único que salió de sus labios mientras leía la lista de
precios al lado, preocupándose porque no resultara una cena demasiado cara, aunque
ella era la invitada y no debía preocuparse por eso.
—¿Vas a pedirlo? —le preguntó, levantando la ceja, un poco sorprendido.
—Sí —contestó.
Sin embargo, al ver su expresión le invadió una súbita duda:
—¿No debería?
La respuesta de Christopher fue contundente. Le sonrió tiernamente y a Rebecca
se le paró el corazón durante unos instantes.
—Sí, deberías. Estoy seguro que te gustará.
Rebecca asintió y volvió a mirar la carta, más bien como excusa para dejar de
mirarlo.
Christopher recordaba que cada vez que había venido acompañado al
restaurante, sus acompañantes solo pedían una ensalada y que cuando les sugería otra
cosa, sobretodo relacionado con pasta italiana, sus expresiones se asemejaban al
horror. Le gustaba poder disfrutar de una cena sin esa clase de pequeños espectáculos.
—¿Y para beber? —le preguntó—. ¿Te apetece algún vino en especial?
—También lo dejaré a tu elección —dijo, cerrando la carta y colocando sus
manos encima.
Tampoco tenía idea de vinos y era mejor no meter la pata.
—Muy bien.
La siguiente hora la pasaron entre risas y una charla entretenida. Hablaron un

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poco de todo. Rebecca habló de su Chloe, de lo orgullosa que estaba de ella y de la
buena relación que mantenían. No pudo evitarlo, la adoraba. Christopher la escuchó,
atento, viendo el brillo especial de sus ojos cuando nombraba a su hermana. Sin
embargo, él se quedó al lado al hablar de su familia. No quería mencionarla por varias
razones: una, por respeto a su madre, a su situación y, la otra, porque no soportaba
nombrar a la otra parte de su «familia».
Y la única vez que Rebecca sintió un poco de vergüenza fue cuando probó los
raviolis y gimió por la delicia que estaba saboreando, provocando la risa de
Christopher.
En cuanto se llevaron los segundos platos, le preguntó:
—¿Qué postre quieres? ¿Quieres algún postre en especial?
—No, gracias.
La cena había resultado absolutamente deliciosa y ya no podía comer más.
—Mejor —comentó.
—¿Mejor porque así te sale más barato? —preguntó, sonriente.
Rebecca tenía sus manos sobre la mesa.
—No —comentó él, al mismo tiempo que pasaba suavemente las yemas de sus
dedos por ellas. Una calidez impactó inmediatamente en Rebecca—, porque así antes
podré tenerte entre mis brazos.
De pronto, la rojez se hizo visible en sus mejillas. Christopher ya se estaba
imaginando que le bajaba la cremallera cuando una pequeña sombra llegó para
ensombrecer la velada.
—¡Christopher! —sintió una voz aguda y seductora a sus espaldas.
—¡Giselle! —se sorprendió ante la maldita interrupción. Suspiró, muy
enfadado, por tener que molestarle esa noche.
—Me alegro de verte, cielo.
La recién nombrada dio dos pasos más, haciéndose notar. Puso especial interés
que sus altos tacones resonaran en el suelo, y colocó su mano con unas uñas largas y
rojas sobre el hombro de Christopher. Él, en cambio, se la quitó con disimulo. No
quería hacer ningún espectáculo, pero tampoco estaba dispuesto a dejar que Giselle
hiciera lo que se le antojara, como estaba acostumbrada.
—Siento no decir lo mismo.
La sonrisa de Giselle se esfumó al momento y, por primera vez, fijó su mirada
en la mujer con la que Christopher compartía la velada.
Rebecca abrió la boca con la intención de saludarla, como muestra de buena
educación, pero al verse observada de arriba abajo y descubrir la forma tan despectiva
de hacerlo, cambió de opinión.
Rebecca también la examinó, pero de una forma mucho más discreta. El primer
pensamiento que cruzó por su cabeza fue que parecía una supermodelo.
Veía su cabello rubio, largo y liso, que le caía por el rostro, que era muy

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hermoso, pero con exceso de maquillaje. Lo que más destacaba de ella eran los labios
rojos intensos, a juego del color de sus uñas postizas. Exhibía un vestido blanco. Tenía,
en cambio, un cuerpo bastante delgado, pero debía admitir que era muy hermosa.
Se sentía de lo más incómoda al ver cómo la miraba y, encima, sacando una
risa burlona en cuanto acabó su análisis.
—¿Otro intento fallido para sustituirme? —preguntó, echándose un mechón de
su cabello rubio teñido detrás de su oreja—. Porque no me llega ni a las suelas de mis
tacones de mis Jimmy Choo.
Rebecca alzó las cejas sorprendida por sus palabras y con la imperiosa
necesidad de bajar la cabeza por el bochorno. No obstante, se obligó a mantenerle la
mirada para no darle satisfacción alguna.
Christopher sabía que Giselle era una niña rica consentida, pero no pensaba
que se atreviera a hacer unas de sus pataletas en un lugar público. No obstante, si
quería hacer las cosas así, entonces él también entraría en ese juego. Pero antes de
responder a su ofensa contra Rebecca, cogió la mano que le estaba acariciando, en un
intento de disminuir el mal rato y entendió que funcionó, ya que desvió la mirada hacia
él y su incomodidad pareció desvanecerse un poco. Se sintió más aliviado por eso. No
obstante, su mirada se volvió más dura cuando la desvió para encararse con la
desagradable mujer, aunque intentando mantener la conversación lo más discreta
posible
—Giselle, deja de humillarte.
La sensación de superioridad pronto se quebró, no solo por esas palabras sino
al darse cuenta que el semblante de Christopher reflejaba una expresión de pena. Pena
por ella, esa idea resultaba demasiado dolorosa como para seguir manteniendo la
compostura.
—Y te pido con buena educación, déjame terminar la velada con esta hermosa
mujer que vale mucho más que tú.
La forma para terminar su frase fue levantar la mano de Rebecca para besarla
en el dorso.
Con una expresión herida, se volvió hacia Rebecca para decirle:
—Ten cuidado, te va a romper el corazón.
Y tal como vino, se fue.
Rebecca se sintió mal por ella. Había visto el rastro de su dolor en sus ojos,
quedándose pensativa por lo que había ocurrido. No quería terminar herida.Por un
momento se vio reflejada en ella, cuando escuchó el mensaje de esa tal Michelle en el
despacho de Jeffrey, pero pronto se dio cuenta de que su situación era diferente y se
obligó a alejar los pensamientos que no tenían que ver con ella.
Jeffrey la había engañado, prometiendo una relación amorosa y una fidelidad
que no quería tener, pero Christopher fue claro desde el principio, conocía lo que
deseaba y lo que no quería. Sabía desde el primer momento que entre ellos solo habría

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una relación basada en el sexo, pero sin sentimientos de por medio.
Un leve apretón en su mano la devolvió a la realidad.
—No dejemos que nos amargue la noche.
Christopher temió que la aparición de Giselle provocara que Rebecca se
alejara, pero por suerte, eso no ocurrió.
—Claro que no.

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Capítulo 19

Giselle había sido un error en su vida. Christopher había sido consciente de eso
desde el primer día. La conoció por ser también parte de ese círculo de la alta sociedad
en el que se vio involucrado cuando obtuvo el apellido Anderson. Y se sintió culpable
por caer en sus redes, por haberla atraído físicamente. Pero solo tenía eso que ofrecer,
como bien se vio obligado a conocer poco después. Pero nadie, ni Giselle ni ninguna
otra mujer podía compararse con Rebecca en muchos otros aspectos.
«Rebecca es especial y mía», pensó con un sentimiento de posesión que nunca
había experimentado.
Sabía que no la tendría para siempre. Era consciente de eso y quería
aprovechar cada momento que la tuviera a su lado.
Sentía cómo esos pensamientos le quemaban por dentro mientras traspasaban
las puertas de color dorado para entrar por el vestíbulo del edificio The pinnacle, uno
de los más selectos de la ciudad. Pero Rebecca apenas tuvo tiempo de observar a su
alrededor, ya que Christopher le había puesto la mano en la espalda para que se
dirigieran directos al ascensor. Sentía que su mano le quemaba por encima del vestido.
Y no le importó, ya que ella también quería darse prisa para encontrarse al fin a solas.
El trayecto del ascensor fue corto y en silencio. En cuanto paró, ni siquiera se
fijó en qué piso se había detenido.
Nada más abrir la puerta de su apartamento, él se apartó para que ella entrara
primero y, en cuanto Rebecca vio el enorme salón y todos los muebles de aspecto caro
allí existentes, tuvo que reprimir una exclamación de asombro. Con la visión de este
lugar y después de la cena tan elegante, cada vez se hacía más patente que los dos eran
muy diferentes, pero ahora no era el momento para pensar en eso.
—¿Quieres beber algo?
—No, gracias.
Con el vino ingerido en la cena tenía suficiente.
Los nervios volvieron a aparecer en ella, lo cual no tenía sentido porque ya
habían estado juntos, pero no podía evitarlo al pensar que volvería a ocurrir en
breve.La otra noche ocurrió sin planearlo, en un momento en que su deseo era tan
intenso que incluso le dolía, pero en ese instante no estaba desbordada por la pasión,
era diferente, aunque no significaba que no deseara estar con él de la misma forma. No
obstante, se sentía vulnerable por la espera a sabiendas de lo que iba a ocurrir dentro
de poco y estar en un lugar que no conocía y en el que tampoco se sentía precisamente
cómoda. Temía no saber qué hacer cuando llegara el momento. La otra vez se dejó
llevar por el instinto, pero ¿podría actuar de la misma manera esta noche?
Para despejar un poco la cabeza, se dirigió hasta estar a pocos centímetros de
una gran ventana de cristal que ofrecía una gran visión panorámica de la ciudad —igual

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que en el restaurante—, pero en esta ocasión mucho mejor por estar en una altura
superior.
En esa ocasión no pudo reprimir un:
—¡Vaya!
Christopher tenía la intención de servirse un vaso de güisqui, pero de pronto
desechó la idea. Solo quería acercarse a esa maravillosa mujer. No tardó en aparecer
detrás de ella, pasando el brazo por su cintura para acercarla más a él.
Rebecca sintió el cálido aliento de Christopher en su oreja cuando le susurró:
—Tendré una visión mucho mejor dentro de poco.
Y procedió a deshacer su peinado para que su cabello quedara suelto. Le
encantaba verlo libre y hundir sus dedos en él.
Ella se dio la vuelta entre sus brazos y sus labios no tardaron en unirse, pero
tuvo que separarlos cuando ahogó un grito de sorpresa al ver que de repente él la había
alzado en brazos. Enlazó sus brazos alrededor del cuello de Christopher y no pudo
reprimir una risa tan alegre y tan llena de diversión escondida con lo que no pudo evitar
reír él también.
La dejó en el suelo cuando entró en su habitación y lo primero que vio fue la
enorme cama que había delante de ellos, sintiendo otra vez una estela de nervios que se
formaron en su estómago, lo que le provocó un pequeño temblor como si fuera una
virgen que estaba a punto de estrenarse. En cierta medida, así era. La primera vez fue
en el asiento trasero de un coche y apenas sintió nada y la segunda demasiado febril y
espontánea. Ahora iba a hacer el amor en una cama por primera vez.
Christopher parecía darse cuenta y se apresuró a acariciarle suavemente los
brazos para reclamar su atención. Funcionó. En cuanto se giró para mirarle, procedió
poco a poco, acariciando su nariz con la de ella, en un simple roce, pero lo suficiente
para estremecerla.
Rebecca alzó la mano para acariciarle la mejilla, sintiendo la incipiente barba
bajo la yema de sus dedos. Otra simple caricia, pero que consiguió acelerar el corazón
de Christopher. Por un momento se quedó sin saber cómo reaccionar. Pero, sin
pensárselo más, se lanzó a besarla con toda la pasión que tenía guardada para ella.
Quería que el deseo le nublara la mente y no pudiera pensar. Puso su mano detrás de la
cabeza de Rebecca para profundizar su beso al mismo tiempo que su lengua la
invadiera, acariciándola, excitándola, para que se uniera a él, a su necesidad por estar
juntos.
Rebecca lo aceptó de buen grado, respondiéndole como él la había incitado,
pero Christopher se separó de pronto, provocando una desilusión por su parte.
Su mano se dirigió entonces hacia la parte posterior del vestido. Era tal el
silencio que se respiraba en la habitación que se podía escuchar hasta el ruido que se
produce al bajar una cremallera. Luego, puso sus manos en los hombros de Rebecca
para que los finos hilos que sostenían la parte de arriba descendieran, al igual que lo

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hizo con el vestido entero al cabo de un instante, que cayó a sus pies.
Pero Christopher no estaba preparado para ver lo que llevaba debajo. No lo
esperaba, pero le gustó ver todo lo que Rebecca ofrecía: un sostén negro con un encaje
en la copa, que dejaba ver claramente su suave piel que escondía debajo y que, al
mismo tiempo, le subía más sus generosos senos haciendo una curva más apetitosa, si
eso era posible. Bajó la vista y se topó con la tentadora visión de unas braguitas del
mismo color y el mismo tipo que el sujetador, con la figura del encaje en medio que
dejaba ver, pero escondía lo esencial.
Quería tocarla, pero con calma para gozar de cada detalle.
Puso de nuevo sus manos sobre sus hombros, pero esta vez haciendo círculos
con el pulgar para acariciar la suavidad de su piel. Su mano se deslizó hacia abajo para
acariciar sus brazos, pero cambiando un poco su rumbo para alcanzar el borde de sus
pechos.
Rebecca se quedó aparentemente quieta, pero agitándose cada vez más y sin
poder ser capaz de mover ni un solo músculo. Pensaba solo en la deliciosa espera de lo
que Christopher tendría preparado.
Él continuó explorando con el simple roce de los dedos, bajando en ese
momento por la cintura, deleitándose en ver su piel sin prisas, acariciándola con la
mirada y después con los dedos, descendiendo hasta donde tenía guardado su centro de
feminidad bajo los incipientes gemidos de placer de ella, pero Christopher cambió de
dirección, acariciando su trasero, que descubrió complacido. Era la parte que le
quedaba por descubrir.
La apretó contra él, para que sintiera su excitación, lo que su cuerpo estaba
provocando en él escuchando complacido el gemido de placer que se escapaba de sus
labios color fresa, sintiendo sus brazos alrededor de su cuello, apretándolo contra ella.
Rebecca también quería tocarlo, acariciarlo sin prisas, verle sin prisas de por
medio. Era su turno. Sus manos bajaron sobre su pecho, cubierto por la tela que en ese
momento le resultaba demasiado molesta. Sus dedos se resbalaron por el primer botón,
tomándose su tiempo para desabrocharlo y lentamente procedió con todos lo que
componían su camisa, sintiendo su piel por debajo a cada trozo de piel que quedaba
más expuesta.
Pero con el tacto no tenía suficiente, quería probar su sabor. No tardó en
acercarse y besar su musculoso torso mientras terminaba de desabrochar su camisa.
Christopher tuvo que controlar su respiración o se volvería agitada y, al mismo
tiempo, el impulso de cogerla para llevarla a la cama para hacerla suya de una vez,
pero no, no debía ser así esta vez. Después se arrepentiría de no haberla saboreado, de
no disfrutar de cada centímetro de su cuerpo. Pero le resultaba difícil cuando ella se
empeñaba en hacerle perder el control. Necesitó apretar la mandíbula con fuerza para
poder mantenerse quieto.
Rebecca tuvo lo que quería, la visión de su torso descubierto. Pero quería más.

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Sus dedos siguieron descendiendo cuando, en su camino recto y liso, sintió algo
extraño, pero no le prestó atención puesto que su objetivo eran los pantalones que
quería desabrochar también, pero en cuanto lo intentó, Christopher la detuvo.
Christopher quería controlarse, pero tenía un límite.
Era su turno otra vez. Quería enseñarle el alcance de lo que podía experimentar
a su lado, mostrarle las alturas en las que podía tocarla y hacerla sentir.
Subió las manos por su espalda para desabrocharle el sostén, pero sin llegar a
quitárselo porque antes tenía otros planes y para llevarlos a cabo procedió a empujarla
con suavidad hasta el borde de la cama y, finalmente, para que cayera en las sábanas de
seda.
La cubrió con su cuerpo antes de que pudiera reaccionar y procedió a
levantarle las manos y tenerla cautiva para que no se pudiera mover, para tenerla a su
merced.
—Y ahora, ¿qué harás conmigo? —preguntó con una excitación creciente,
perdiéndose en sus ojos de obsidiana.
—¿Qué voy a hacer contigo? —le susurró con una media sonrisa llena de
picardía que siempre solía emplear cuando la tenía entre sus brazos.
Eliminaba los escasos centímetros que los separaba con la clara intención de
besarla, pero en el momento que Rebecca levantaba la cabeza para juntar sus labios con
los de él, este se apartó.
No atrapó sus labios, pero rozó sus mejillas y después su cuello entre besos
cargados de deseo, volviéndose loco por los gemidos de placer que Rebecca emitía.
Con un hábil movimiento se deshizo del sostén y su mano libre no tardó en
cubrir uno de sus generosos pechos, que reaccionó arqueando su cuerpo contra él.
Los labios de Christopher buscaron el pecho que estaba libre de sus caricias y
puso el pezón ya erecto entre sus labios.
Rebecca emitió un grito de placer, que escapó de su garganta. Echó la cabeza
hacia atrás para disfrutar al máximo de una maravillosa y excitante sensación, rogando
aún más.
Se recompuso y se vio libre de los brazos de Rebecca para proceder a quitarle
lo único que impedía que estuviera completamente desnuda.
Le fue besando todo su cuerpo mientras sus manos cogían las braguitas para
deshacerse, al fin, de esa prenda.
Rebecca no esperaba sentirse tan vulnerable al quedarse desnuda delante de él
y se apresuró a tapar sus rizos con las manos.
—No, no te tapes —pidió Christopher—. Eres magnífica.
Sus palabras tenían una carga tan fuerte de deseo detrás que realizó su petición
con las manos temblorosas.
Christopher se deshizo del pantalón y la ropa interior sin poder dejar de
mirarla ni un solo segundo, sintiendo un gran alivio cuando dejó libre su poderosa

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virilidad, deleitándose con la imagen que Rebecca le ofrecía, con su cabello esparcido
por su cama y enmarcando su mirada brillante de deseo, su cuerpo desnudo y muy
hermoso, todo perlado salvo por los pezones rosados y los rizos castaños, a la espera
de encontrarse con él.
Volvió a cubrir su cuerpo con el de Rebecca gritando de placer al sentir su
suavidad y, acto seguido, al juntar sus labios contra los suyos y ahogar así el gemido
que escapó de sus labios, introducir en su interior su lengua indómita y salvaje.
Rebecca pasó sus manos por la espalda ancha y musculosa de él, al mismo
tiempo que entrelazaba sus piernas con las de Christopher. Este bajó la mano para
acariciar el mismo centro de su intimidad, que estaba húmeda y más que preparada para
él.
Ya no podía aguantarse más. Estaba rozando su límite. Desde que sintió su piel
desnuda sobre la suya casi pierde la cabeza. Se alejó de su caliente cuerpo unos
instantes, los necesarios para buscar un preservativo en su mesita de noche. La volvió a
besar mientras sus manos se ocupaban de ponérselo, poniéndose en el acceso de sus
piernas que Rebecca le había ofrecido gustosamente.
—Te deseo tanto que me duele —confesó Rebecca cuando sintió la presión de
su miembro queriendo invadirla.
—Yo también —confesó en un susurro antes de penetrarla en una poderosa
embestida que les dejó a los dos sin aliento.
Sus movimientos no fueron bruscos como lo fueron la otra noche. Empezó con
embestidas suaves, deteniéndose unos instantes antes de separarse y volverse a unir
dentro de su calidez para desesperarla en cada movimiento, para que suplicara más,
para que su pasión estallase.
La miró con detenimiento, viendo cómo sus mejillas iban cambiando de color a
cada embestida, no por el sonrojo sino por la presión de intenso deseo que le iba
creciendo.
Rebecca arqueó su cuerpo para recibirlo más adentro a la vez que sus uñas se
clavaban en sus hombros y el ruego silencioso que en su mirada y su cuerpo expresaban
sin palabras que le reclamaba que aumentara la intensidad.
Christopher accedió a su dulce petición y aumentó el ritmo y la presión.
Rebecca levantó más las piernas enlazándolas en la cintura de Christopher.
La tensión que Rebecca sentía en su cuerpo se iba intensificando cada vez más
hasta que no pudo aguantarlo por más tiempo y arqueando con fuerza su cuerpo contra
el de Christopher, gritó al experimentar la satisfacción y la libertad que su cuerpo tanto
había exigido.
Al sentir la presión de su orgasmo, Christopher también alcanzó el suyo entre
increíbles espasmos de placer. En cuanto su clímax hubo terminado, se dejó caer
encima de ella con cuidado de no aplastarla, colocando su cabeza en el hueco de su
cuello. Sus labios rozaban su piel sudada respirando con agitación e intentando

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recuperar las fuerzas que habían escapado tan desesperadamente de su cuerpo. Todavía
sentía el abrazo de Rebecca rodeándolo con fuerza para que no se moviera y descubrió
que él tampoco quería moverse.

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Capítulo 20

Cuando su corazón recuperaba su ritmo normal, se apoyó en los brazos para


levantar la cabeza para mirarla. Le encantó lo que reflejaba su semblante: sus ojos
brillantes por el placer que le había ofrecido, los mechones de su cabello que se habían
caído por su frente sudorosa y sus mejillas, que seguían sonrojadas. No pudo evitar
rozar sus labios con los de ella una vez más antes de salir de su interior y colocarse a
un lado de la cama.
Rebecca acababa de sentir el calor más abrasador en sus brazos y ahora, al
separarse, se sentía vacía.No pensó en si él quería o no, pero se giró hacia él para
abrazarlo y Christopher levantó el brazo en el momento exacto para que pudiera
descansar la cabeza en su hombro. Normalmente no le gustaba que lo abrazaran después
de hacer sexo, pero le gustaba sentir cerca a Rebecca. Pronto vio que su respiración
había vuelto a un ritmo pausado, señal de que se encontraba relajada.
Rebecca había dormido toda la noche y seguiría durmiendo si no fuera por la
mano de Christopher que recorría suavemente su espalda.
—Buenos días —dijo con la voz un poco ronca por el sueño, levantando la
cabeza para mirarlo.
Él no contestó, solo emitió una pequeña sonrisa forzada y Rebecca frunció el
ceño por su súbito cambio de humor.
—¿Estás bien?
—Sí —respondió con un tono apagado y cortante antes de separarse de ella y
salir de la cama.
Rebecca se quedó mirando su poderosa figura, caminando desnudo por la
habitación.
—Voy a ducharme —comentó, dándole la espalda para separarse lo antes
posible de su cercanía.
Rebecca se quedó preocupada, pensando en si había hecho o dicho algo que
pudiera haberlo molestado, pero no había tenido ocasión para ello. Anoche la abrazó
después de hacer el amor y parecía complacido con ella, ¿qué pasó en medio? No
podía saberlo ni tampoco le encontraba sentido. ¿Será que ya había conseguido lo que
quería y ahora ya no la quería cerca de él? Pero si eso fuera así, ¿por qué no tuvo esa
actitud después de que se acostaran en su oficina?
Se le fueron acumulando muchas preguntas en medio de esa bruma de alegría en
la que se había despertado y que ahora ya se iba yendo como una ráfaga de viento fría
que Christopher había provocado.
Intentaba buscar las respuestas, pero no las encontraba. Por tanto, no iba a dejar
las cosas así. Pensó con decisión, levantándose ella también.
Con un brazo apoyado en los azulejos color tierra de la pared, Christopher

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disfrutaba aparentemente del agua caliente que le bajaba por su espalda, pero ni
siquiera lo notaba. Estaba demasiado ocupado en algo que al principio era un detalle
nimio, pero que después ha conseguido preocuparle. No podía pensar en otra cosa y ese
hecho era que había dormido bien. Su sueño había sido apaciguado, sin que ninguna
pesadilla ni recuerdo violento le atormentara como le había estado sucediendo cada
noche desde hacía muchos años y sabía el motivo de ello: Rebecca.
Sintió su calidez al haberla tenido abrazada toda la noche, esa que tanto
necesitaba en su fría existencia y parecía que Rebecca era la única que se lo había
aportado. Pero eso, en vez de gustarle o de sentirse aliviado, hizo que quisiera alejarse
de ella.
Era algo que se alejaba de lo que tenía conocido y tampoco le gustaba que el
bienestar de una parte de su vida, fuera en el aspecto que fuere, dependiera de otra
persona, ya que eso constituía que otra persona tenía poder sobre él y eso le aterraba.
No tuvo tiempo de cavilar más en sus pensamientos, ya que de un momento a
otro ya no se encontraba solo.
—¿Qué haces? —preguntó, sorprendido.
—¿Tú qué crees? —inquirió ella, mirándolo fijamente.
Había tomado la decisión de que si quería que se fuera se lo dijera
directamente, pero no fue lo que encontró por parte de Christopher. Momentos después
se vio aprisionada contra la pared, sintiendo el frío en su espalda y el calor más
absoluto delante.
Ya en la ducha con él, su beso fue hambriento, rudo. No había delicadeza sino
la necesidad imperiosa de saciar uno de sus instintos más básicos, reclamando la
necesidad de sentir su piel contra la suya. Era ella quien había llegado a perturbarle,
pero también la única que podía hacerle que dejara de pensar.
El agua bajaba entre los dos amantes que se besaban con la misma pasión que
se profesaron la noche antes.
La levantó con un hábil y rápido movimiento y Rebecca no tardó en rodearle
con las piernas, dándole la clara bienvenida a que sus cuerpos se unieran de nuevo.
Metió sus dedos en su pelo mojado y al momento sintió su lengua invadiéndola al
mismo tiempo que notaba la punta de su miembro erecto en su abertura excitada.
Sus cuerpos se volvieron febriles. Ya no había espacio para la suavidad ni la
dulzura.
Los dos ya se conocían sus cuerpos. Sabían dónde presionar, dónde tocar para
que el otro perdiera la cabeza. Eso hicieron, sobretodo Christopher. No quería pensar
solo en sentirla en sus brazos y sentir su pasión. Se dedicó únicamente a aplicar presión
en el momento justo. Lo vio en sus ojos cuando consiguió derretirla por completo, pero
ella no se quedó atrás, ya que lo aprisionó con más fuerza en el momento preciso para
llevarlo a un orgasmo casi instantáneo.
Pronto, la pequeña ducha se llenó de gritos de placer.

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Dos cuerpos agotados cayeron hasta sentarse en el suelo. El agua seguía
corriendo y no se percataron de ello hasta que vinieron los espasmos del clímax.
Christopher alzó el brazo para cerrar el grifo. Sus cuerpos se entrelazaban por culpa
del espacio reducido y por eso él se apresuró a separarse de su contacto.
—¿Quieres que te prepare un café mientras te duchas? —le propuso
Christopher
Le dio de nuevo la espalda y antes de que Rebecca pudiera responder,
continuó:
—Puedes coger lo que necesites —y volvió a irse con el mismo humor con el
que se había levantado.
Rebecca había pasado de la confusión al enfado. Al principio creyó que quizás
no iba con ella o que no podía entenderle porque tampoco hacía demasiado que se
conocían, pero se estaba cansando de su actitud. Era frío con ella, ¿vuelven a hacer el
amor con la misma pasión como el primer día y luego vuelve ese estado de
indiferencia? ¿Por qué se comportaba así después de varios días siendo cariñoso?
Pues no, eso no lo iba a permitir.
—¿Qué diablos te pasa? —le preguntó, persiguiéndole fuera del baño.
—¿A qué te refieres? —preguntó con la voz terriblemente controlada,
deteniendo su avance, pero sin darse la vuelta.
—¿A qué me refiero? —repitió, alzando la voz por el enfado que empezaba a
recorrerle la espalda—. Dímelo tú, ayer eras cariñoso conmigo y hoy no puedes ni
mirarme, incluso hemos hecho el amor otra vez y sigues con esa actitud fría tan
repentina.
—Sexo —dijo, cortándola.
—¿Qué?
Christopher se dio la vuelta y se acercó unos pocos pasos hacia ella, con una
mirada distante que sorprendió a Rebecca todavía más.
—Llámalo por su nombre: sexo. Hacer el amor implica alguna clase de
sentimientos y entre nosotros no hay nada. Solo deseo.
—Lo sé —le dijo, adelantando un paso más hacia él, mirándola con fijeza sin
que la viera flaquear ni un solo momento—. Lo sé muy bien y tampoco te he pedido que
hubiera nada más.
Sabía que entre ellos habían acordado que solo sería una relación pasional,
pero Rebecca se sintió molesta con lo que Christopher terminaba de decirle.
Que Rebecca le hubiera dado la razón sin titubear tampoco le gustó,
especialmente a Christopher, aunque eso era lo que quería, ¿por qué le molestaba?
Como bien había dicho, solo era sexo. Nada más.
—¿Y porque creías que pensaba lo contrario, te has puesto de esa manera?
—No voy a discutir contigo, no somos una pareja.
Se sentía furioso consigo mismo, confundido, y su solución más inmediata era

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desquitarse con la persona equivocada.
—¿Y eso significa que no puedo decir nada?
Estaba atónita por todo lo que estaba sucediendo, pero no iba a dejar que la
tratase de esa manera, alzando más la cabeza como señal de que no iba a encogerse ante
él.
—Nada que me moleste —contestó, apoyando las manos en sus caderas.
—¿Y de paso quieres que te haga una reverencia cada vez que te vea?
—Se acabó —dijo Christopher en voz baja, aunque fue lo mejor que se le
ocurrió en ese momento. Por alguna razón, le costó decirlo en voz alta.
—¿Qué?
—Ya me has oído —dijo con un tono de voz más alto y más cabreado.
Rebecca estaba cada vez más crispada. No podía creer lo que estaba oyendo ni
entender el cambio tan brusco de un día para otro que había tenido con ella. Parecía una
persona totalmente diferente. Era una sensación de tener a un desconocido delante de
ella, seguramente por ser su verdadera personalidad. Antes solo fingía que sentía un
picor caliente en sus ojos.
Ningún hombre la iba a dominar. Se lo había prometido y eso se iba a cumplir.
Ya estaba harta de sufrir.
Christopher expulsó el aire que tenía retenido. No quería seguir esa
conversación y, sin añadir ninguna palabra más, volvió a darle la espalda.
Rebecca ya no quería aguantar más. No se merecía ese trato y no lo iba a
tolerar ni un segundo más. Se dirigió con rapidez a la habitación para ponerse el
maldito vestido que le tiraría a la cara si no fuera lo único que tenía para ponerse algo
encima. Quería irse tan deprisa de ese lugar que casi se olvida de ponerse por completo
la ropa interior y también de recogerla. Por suerte no se olvidó ni de su bolso ni de los
zapatos. Aunque no estaba acostumbrada a llevar tacones y aunque estuvo a punto de
provocarse un esguince en un pie por empezar a ir de una forma tan rápida hacia la
puerta, que casi corría, no le importó. Se precipitó hasta la puerta que le ofrecía
alejarse de él.
Al verla, Christopher tuvo el impulso de detenerla. Cerró los ojos y meneó la
cabeza al darse cuenta de lo que acababa de hacer.
—Reb… —no tuvo tiempo de ni de terminar de decir su nombre, ya que
desapareció de su vista con un fuerte portazo.
Se había sentido confuso, desubicado y lo único que se le ocurrió fue atacar
para no volver a ser una víctima de nuevo. Se pasó la mano por el pelo, nervioso, y
dejó escapar un reproche frustrante.
No quería perderla, pero era mejor así.

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Capítulo 21

Rebecca se sentía de lo más estúpida. Había desechado la idea de que actuaba


de esa forma después de que él hubiera conseguido acostarse con ella. No tenía
demasiado sentido si ya lo habían hecho una vez con anterioridad. Sin embargo, la
primera vez fue sin planearlo y quizás en sus planes hubo algo más, pero otro
pensamiento se interpuso descartando esa conclusión. Quizás no había quedado
satisfecho de que solo hubiera sido una vez y de esa forma. Por eso le había comprado
un vestido, la había llevado a cenar o incluso la usó para dar celos a la mujer que se
encontraron.
¿Había sido solo un juego para él?
Recordaba lo cariñoso que se había mostrado y todo lo que le había hecho
sentir para después tratarla de esa forma, ni siquiera la miraba a los ojos sino se
hubiera visto obligado porque lo enfrentó.
Pero ¿qué sacaba de ello?
Ya habían acordado mantener una relación que se basase solo en la atracción
física y no le había pedido nada más en ningún momento. No tuvo que engañarla con
falsas promesas para ello ni para nada parecido.
¿Fue una forma de diversión extra para él?
Si media plantilla femenina lloraba por él era por algo.
Le dolía pensar que así fuera. Con Christopher había llegado a experimentar
tantas cosas que, pensar que para él no había sido más que una burla, la hacía sentirse
muy humillada.
Había tomado una decisión al acercarse a él y ahora tendría que aceptar las
consecuencias, pero lo que tenía claro era que no quería saber nada más de Christopher.
Se pasó las manos por debajo de los ojos para limpiarse las lágrimas
traicioneras que no quería que hicieran su aparición. Ya estaba bien de llorar por
hombres que no merecían la pena. No quería saber nada más de hombres, pues ya había
sufrido suficiente por su culpa.
Ni tampoco le apetecía que Chloe la viera de esa forma. No quería volverla a
preocupar.
Abrió la puerta de casa esperando que todavía estuviera dormida, pero escuchó
su voz alegre procedente de la cocina.
—Buenos días.
Al escucharla se sintió flaquear y casi da rienda suelta a las lágrimas que
todavía reclamaban su liberación. Sin embargo, apretó con fuerza los labios a la vez
que cerraba los ojos para infundirse fuerzas antes de dirigirse hacia la cocina. De no ir,
sabría que algo había ido mal.
La vio de espaldas untando una tostada con mantequilla.

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—¿Qué tal la noche? —preguntó, dándose la vuelta, con una sonrisa que se fue
apagando al ver la expresión de su hermana—. ¿Qué ha pasado?
No debía sorprenderla que Chloe enseguida podía saber su estado de ánimo
con solo mirarla.
Rebecca intentó sonreírle para que viera que no era para tanto, pero solo salió
un intento amargo de ello.
—No ha resultado ser la persona que creía.
—Oh, Rebecca.
Esta se acercó a la silla para dejarse caer con pesadez. Chloe hizo lo mismo a
su lado y le cogió la mano. Rebecca ya había vivido esa situación.
—No importa, son cosas que pasan.
Chloe le apretó más la mano de forma cariñosa. Sabía que no quería hablar de
ello y lo respetó, pero quería infundirle ánimos.
—Siempre nos tendremos la una a la otra.
Rebecca devolvió el apretón de Chloe.
—Siempre.
Parecía que no aprendía la lección. Una semana antes había terminado con
Jeffrey, desilusionada, afrontando un nuevo día de trabajo y teniendo que verlo después
de la humillación sufrida. Ahora tuvo que pasarlo de nuevo cuando se enfrentó a un
nuevo día con la posibilidad de encontrarse con Christopher en cualquier momento. Al
menos, este no era su jefe directo y las probabilidades eran menores, a no ser que la
llamara directamente, cosa que no creía que sucediera. No obstante, en esta ocasión se
sentía diferente. La vez pasada se notaba nerviosa, pero una parte de ella quería
enfrentarse a Jeffrey para que viera que para ella le resultaba indiferente y así causarle
una parte del daño que le había provocado, pero en esta ocasión no se sentía así, ni una
pequeña parte de ella tenía ganas de ese posible encuentro ni tampoco fingir que lo que
había pasado le era indiferente. Con Christopher había vivido muchas cosas más que
con Jeffrey, no solo lo relacionado con la pasión que habían compartido sino por
muchas más razones. La había hecho vibrar por primera vez y, aunque se sintiera
estúpida por ello, se había sentido apoyada también por primera vez en su vida. La
forma de abrazarla, de rozar sus labios por su frente. Pequeños actos que normalmente
no se le dan demasiada importancia, pero que a ella le habían llegado al corazón. En
ese momento se dio cuenta de ello y, después de que tantas personas con las que
contaba le dieran la espalda, descubrió que esos pequeños actos le habían hecho
sentirse respaldada, que no estaba tan sola.
Por eso le dolía tanto que Christopher hubiera jugado así con ella.
—¿Qué tal el fin de semana?—preguntó Liz a sus espaldas, provocándole un
respingo.
¿Es que esa mujer nunca la dejaba en paz?
—Bien —contestó en un golpe de voz seco, indicando así que no quería seguir

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con ninguna conversación.
—Sí, ya lo creo que bien.
Lo escuchó acompañado de una risa burlona. Rebecca se giró extrañada por esa
reacción de su parte. No entendía dónde encontraba la gracia. Pero entonces Liz hizo
algo que no esperaba. Se quedó callada y fingiendo que tenía más cosas que hacer. Así
que tampoco le dio mucha importancia.
No obstante, descubrió que Liz no era la única que mostró una conducta
extraña. Otras de sus compañeras la iban mirando con disimulo y emitiendo risitas por
lo bajo. No lo entendía, pero decidió no prestarles atención.
No quería reconocerlo, pero de vez en cuando miraba hacia la puerta del
despacho de Christopher para ver su poderosa figura, temiendo que se abriera la puerta.
Al cabo de poco rato, tuvo que ir hacia el despacho de Jeffrey. Era su rutina de
los lunes por la mañana. Tenían que adjudicarle el trabajo que había de hacer durante
los próximos días.
En las ocasiones anteriores que tuvo que hacerlo, se puso un poco nerviosa,
pero en este momento, no tuvo ningún efecto en ella tener que acercarse a él.
—Buenos días —le saludó cuando la invitó a pasar.
—Buenos días —respondió, cortante.
La actitud de Jeffrey había sido distante y apenas la miró si no fue estrictamente
necesario, cosa que a Rebecca le pareció una gran decisión.
—¿Qué tal el fin de semana?
La pregunta de Jeffrey hizo que levantara la vista de la pequeña libreta que le
gustaba usar para no olvidarse de nada, frunciendo el ceño de una manera distinta a
como lo hacía con anterioridad. No le hablaba de nada que no estuviera relacionado
con el trabajo y de repente le soltó la misma pregunta que le había formulado Liz hacía
poco.
¿Qué estaba pasando esta mañana?
—Bien —respondió sin que el ceño fruncido hubiera desaparecido de su rostro
—. ¿Y el suyo? —se vio obligada a preguntar para no ser descortés.
—Bien, bien —respondió de forma mecánica—. Pero seguro que el tuyo mejor
—terminó de decir con una mueca de asco.
Rebecca se sintió todavía más confundida por esa reacción.
—Normal que no hayas querido nada conmigo. Tu mira se posicionó en alguien
de más nivel, ¿eh? —dijo de pronto sin dejar la mueca de repugnancia.
—¿Cómo dices? —dejó de hablar de usted bajo esos términos.
—Por favor, no te hagas la inocente.
Jeffrey se levantó para acercarse a ella, mirándola de forma crispada y con una
actitud intimidante.
—Era eso, ¿verdad? Conmigo no, pero con otro con más dinero, sí. Que te lo
has follado.

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Rebecca gritó en un tono ahogado, disgustada por sus palabras y por la
vulgaridad empleada. Intentó apartarse de él, dar un paso atrás, pero Jeffrey no la dejó,
la cogió por un brazo para que no se escapara.
—Me haces daño —dijo Rebecca en voz baja, la única que fue capaz de
emplear en ese momento.
—Tú me lo has hecho a mí —respondió cada vez con más rabia circulando por
su cuerpo.
Rebecca estaba a punto de replicar. Era él quien estaba con otra mujer mientras
empezaban a salir. No tenía derecho a reclamarle nada. Pero, en lugar de decirle lo que
estaba pensando para que su enfado no fuera a mayor, le preguntó para salir de ese
estado sin comprender:
—Pero ¿a qué te refieres?
—¿A qué me refiero? —exclamó, cogiéndola por el otro brazo—. A que te has
follado a Christopher.
Rebecca estuvo a punto de hacer una mueca al escuchar esa palabra, pero nada
le salió al sentirse paralizada por todo lo que estaba pasando. Su cuerpo no podía
moverse y su voz parecía haberla abandonado.
Al ver que Rebecca no decía nada, Jeffrey continuó:
—Hay fotografías de vosotros dos colgadas en internet.
—¿Foto… fotografías? —fue lo único que fue capaz de articular debido a la
sorpresa de lo que terminaba de escuchar.
—Así es.
Su mueca de asco aumentó al mismo tiempo que decía:
—Os pillaron el viernes por la noche cuando salíais del restaurante y fuiste
directamente a su apartamento —paró un instante antes de continuar—. No eres más que
una vulgar furcia.
Esas últimas palabras fueron lo que provocaron que Rebecca saliera de su
estático estado, sacudiendo con fuerza sus brazos para soltar el agarre de Jeffrey. Él era
más fuerte, pero lo consiguió al ser un acto inesperado para quien la tenía agarrada.
—No vuelvas a llamarme de esa forma —dijo, deteniéndose en cada palabra
empleada, también sintiéndose furiosa por tener el descaro de tratarla de esa forma.
Pero su estallido no sirvió para que Jeffrey se detuviera.
—Te llamaré como me venga en gana —escupió con desprecio.
—¿Y quién te crees para hacerlo? —le preguntó sin aplacarse por su trato.
—A las zorras, como tú, nadie les tiene respeto.
Rebecca no aguantaba ningún insulto más. Esas palabras le dolieron, pero iba a
darle la satisfacción de que se diera cuenta. Su intención era irse de allí lo antes
posible, pero Jeffrey volvió a detenerla. Esta vez para intentar besarla a la fuerza, pero
Rebecca pudo apartarlo y darle una buena bofetada por atreverse a tratarla de una
forma tan humillante. Cuando estuvo a punto de tocar el picaporte para desaparecer de

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allí, escuchó:
—Si te vas —le avisó Jeffrey con la voz ronca y con una mano sobre su mejilla
dolorida mirándola con cólera—, date por despedida.
Rebecca no vaciló y se fue de allí. Le hubiera gustado decirle un par de cosas
bien dichas a la cara, pero sentía que le quemaba la garganta por el llanto que no iba a
dejar escapar por ese imbécil.
No hacía falta que cumpliera con su amenaza. Ella misma quería irse de aquel
lugar en el que ya la habían dañado demasiado en poco tiempo. No se merecía ese trato
y no iba a dejar que la siguieran humillando. Recogió su bolso y la foto que tenía con
Chloe encima de la mesa y sin preocuparse de nada más, caminó por el pasillo en
dirección al ascensor. El camino era corto, pero aun así pudo escuchar a varias mujeres
soltando pequeñas risas burlonas. Se obligó a tomar y soltar aire para tranquilizarse y
no derrumbarse allí mismo.
No pensaba volver, nunca más.
Liz se quedó viendo cómo se iba de esa forma tan precipitada. No hacía falta
saber qué había ocurrido en ese despacho. Estaba bastante claro. Debería sentirse mal
porque una parte de lo ocurrido había sido por su culpa. Ella había hablado con la
secretaria de Christopher para sonsacarle dónde iba a cenar el viernes por la noche.
Tuvo el presentimiento de que llevaría allí a Rebecca y que podía aprovecharse de la
situación.
En ese momento le entraron ganas de reír, pero no era la ocasión y se apresuró
a olvidar sus carcajadas. ¡Fue tan fácil! Solo necesitó ir allí y hacer unas cuantas
fotografías con su móvil. Una cuando llegaban y otra cuando salían bastante
acaramelados, pero con ello no tuvo suficiente. Cogió un taxi para seguirlos y así tener
la imagen impresa, que era que los dos iban al apartamento de Christopher y no
precisamente para jugar al ajedrez.
Suspiró con satisfacción mientras fingía que trabajaba cuando en realidad
estaba pensando en qué podría comprar con el dinero que le habían pagado por su
habilidad como detective.
Liz poco sospechaba que con la misma facilidad que ella había descubierto
dónde irían aquella noche, la descubrirían a ella como autora de esas fotografías y no
tardarían en despedirla por su falta de respeto hacia sus superiores.

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Capítulo 22

Christopher apretaba con fuerza el volante de piel que tenía entre sus manos.
Prudence le había reclamado y le exigió que se acercara de inmediato, colgándole el
teléfono después de sus gritos para que no diera pie a ninguna objeción. Ya sabía el
motivo por el que exigía su presencia con tanto apremio. De buena mañana, el agente de
comunicaciones de su empresa le había informado de la nueva noticia, de la que era el
protagonista, y enseguida esperó a que Prudence se pronunciara.
Ni siquiera tuvo tiempo de preocuparse por cómo estaría Rebecca por culpa de
esa noticia. Ver a Prudence le alteraba de mala manera y no dejaba que se detuviera a
pensar en nada más.
Accedió a su petición, no porque ella se lo ordenara sino porque ya era
momento de zanjarlo todo de una vez por todas. No obstante, aunque estuviera decidido
a ello, con solo pensar en volver a verla se sentía de nuevo como ese chiquillo de once
años que casi muere desangrado. Y su nerviosismo aumentó cuando tuvo delante la
imponente residencia, fría y oscura. Ese era el aspecto que se percibía en ese lugar, lo
mismo se podría usar para definir a todos y a cada una de las personas que residían en
su interior.
Por suerte, no iba a encontrarse al hombre que biológicamente era su padre. Se
había casado hacía poco con una joven veinte años menor que él y estaban recorriendo
el mundo como regalo de su luna de miel. Ya le tenía a él para llevar la empresa, así
que podía dedicarse a vivir la vida con desmadre.
Al llamar a la puerta, una de las empleadas asustadizas de Prudence acudió
para abrir.
—Buenos días, Helen.
La pobre mujer estaba tan sorprendida de que alguien le dirigiera la palabra sin
que hubiera algún insulto o reprimenda por el medio y apenas pudo emitir un atisbo que
quería convertirse en una sonrisa, pero en ningún momento consiguió aplacar el
pequeño temblor que sacudía su escuálido y pequeño cuerpo.
Y no era de extrañar que los empleados de Prudence estuvieran de ese modo, a
él también le afectaba tenerla cerca.
Helen le llevó hacia el comedor, donde se encontraba la mujer sentada en una
de esas sillas tapizadas a la antigua. Solo se la veía de medio cuerpo por el bastón que
llevaba desde hacía bastantes años que sobresalía a su lado, un bastón de madera más
doble de lo normal tallado a mano, con la inicial del apellido tapada en ese momento
por su mano arrugada, sus uñas largas y sus dedos un poco flexionados hacia un lado
por culpa de la artrosis. Daba la imagen de algo descuidada. Y ese solo era el
principio, al dirigir su mirada hacia los ojos de Prudence, un escalofrío bajó por su
columna vertebral.

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Sus ojos eran oscuros como su corazón.
Lo miraba con una rabia solo contenida por las limitaciones de su edad. Si no
ya hubiera hecho un buen uso del bastón como bien lo había hecho años atrás.
—Otra vez no has podido tener la bragueta en su sitio, acostándote con todo lo
que se te ponga delante. Igual que tu padre —terminó de decir con una mueca de asco.
Ese insulto no solo se refería a Rebecca, lo cual ya le molestó sino también a su
madre. Tuvo que apretar los puños con fuerza para poder controlarse.
—¿De eso querías hablar?
—¡Por supuesto! —exclamó con un golpe de bastón contra el suelo—. Y no
hables hasta que yo te dé permiso.
No replicó, pero puso los ojos en blanco para que lo viera. Sabía que eso la
haría poner furiosa.
—¿Crees que voy a permitir que vayas de Lorraine en Lorraine antes de casarte
con Giselle?
—¿Casarme con Giselle? —repitió de forma jocosa.
—¡Te he dicho que no me hables! —exclamó de nuevo, levantándose.
—Has hecho una pregunta y te he respondido.
—Bastardo —dijo con asco—. No hubiera permitido que te acercases a mí si
el inútil de mi hijo hubiera podido tener más herederos.
Esa frase la había escuchado demasiadas veces para que en ese momento
pudiera afectarle.
—Y ya estoy muy harta de tus impertinencias y, a partir de ahora, vas a hacer
exactamente lo que yo te diga, para que dejes de tirar por el suelo «mi» apellido —
puso especial énfasis en el «mi», dejando claro con otras palabras que no sería nada
suyo si pudiera evitarlo.
Pero ese rechazo llegó a un punto que ya le aburría.
—Te vas a casar con Giselle. Su familia se va a fusionar con nuestra empresa y
nuestro imperio así crecerá todavía más y…
—No —dijo, interrumpiéndola.
Y, antes de que Prudence pudiera quejarse una vez más, siguió:
—No voy a hacer nada de lo que me digas, se acabó —terminó de decir,
cruzando los brazos sobre el pecho y mirándola valientemente.
No obstante, Prudence cambió de actitud, en lugar de seguir gritándole se lo
quedó mirando con una sonrisa de suficiencia en su arrugado rostro.
—Sigues siendo igual de estúpido, ¿te has olvidado que tu madre y tú seguiríais
viviendo en la calle si no fuera por mi generosidad?
—Siempre sueltas esa amenaza, pero ya no te va a funcionar.
—¿Así que ahora no te importa que tu madre la echen de ese psiquiátrico? Si
me fallas, te lo quitaré todo tan rápido como te lo he dado.
—Eso crees tú.

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Esa seguridad que no se tambaleaba le empezaba a flaquear.
—No seas prepotente, chico. Me he cuidado de que todo vaya a mi nombre y
que no puedas tener nada si no me obedeces.
—Eso era antes —se tomó unos instantes para ver la cara de confusión que
empezaba a formarse en ella—. Pero tu vejez ha dado pie a ciertos errores que he
convertido en mi beneficio.
La sonrisa de suficiencia de Prudence terminó por desvanecerse.
—¿Qué quieres decir con eso, chico?
—He ido desviando algunos fondos —ahora era el turno de que apareciera en
él una sonrisa de suficiencia—.Solo los que iban destinados a tus amigos o los que
querías que «desaparecieran» para que no se pudieran declarar, claro está. Nunca he
jugado con la vida de los empleados de la empresa.
—¡Eso es imposible! Siempre he tenido mucho cuidado de firmar cualquier
documento —dijo con un nuevo golpe de bastón para enfatizar sus palabras.
Christopher se acercó unos pasos más a ella. Al fin tenía algo contra ella y no
al revés.
—Ya te he dicho antes que tu vejez ha jugado en tu contra y lo he aprovechado
—dicho esto, le dio la espalda para irse.
—¡Bastardo! No sabes a quién te enfrentas, puedo destruirte en cualquier
momento.
—Oh, de verdad —dijo con tranquilidad, volviéndola a tener de frente—.
Adelante —terminó de decir con desafío.
—¡Puedo hacerlo ahora mismo! No lo dudes ni por un segundo —dijo con la
voz ya ronca a consecuencias del tono de la conversación.
—No lo dudo, pero no lo harás.
—¡¿Por qué crees eso?!
—Puedes amenazarme todo lo que quieras, pero los dos sabemos que no te vas
a enfrentar a un escándalo.
Al escuchar esa última palabra, Prudence reaccionó asustada, cosa que no pasó
inadvertido a Christopher.
—No quedaría demasiado bien a tu imagen, estar en guerra con tu propio nieto
—después de decir eso, volvió a girarse y sin hacer caso del estallido de insultos que
escuchó a su espalda.
Se iba y esa vez para no volver más a ese maldito lugar donde solo había
conocido el sufrimiento, sintiendo desde ese momento una gran liberación en su
interior, pensando en que podía cerrar al fin esa parte de su vida.
Se subió a su coche y se apresuró a apretar el acelerador para irse lo antes
posible, quemando el asfalto en ese proceso.
En el trayecto al apartamento que pronto tendría que desocupar, tuvo que
respirar profundamente varias veces para intentar tranquilizar su cuerpo agitado. Al fin

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la había enfrentado y finalmente se había terminado y no tendría que soportar más su
tiranía. Era lo que había deseado durante todos esos años cuando reconocieron su
apellido. Fueron muchos los años planeándolo para que todo saliera como él quería.
No le importaba el dinero, pero así conseguía dos pájaros de un tiro: su madre podría
seguir con su tratamiento, tranquila, y él había sacudido la fortuna de los Anderson.
Sin embargo, dentro de esa inmensa felicidad seguía habiendo un sentimiento
de vacío. Un vacío que tenía nombre y que sabía perfectamente a quién se debía, pero
no quería reconocerlo, ni tampoco pensar en ello. Eso quería obligarse, pero resultó
que no era tan sencillo. No quería pensar en ella, pero no podía evitarlo.
Sentía una molestia constante en su pecho de la que no podía deshacerse.
¿Por qué seguía pensando en ella?
Cuando había terminado con alguna de sus amantes se había sentido aliviado
después de apartarlas de su vida.
Ese era el problema, no se había cansado de Rebecca. Y no podía sacársela de
la cabeza por mucho que lo hubiera intentado.
Estaba tan sumido en sus pensamientos que no se dio cuenta de que, al llegar a
su apartamento, solo tuvo que dar una vuelta con la llave y entrar a su habitación sin
darse cuenta de qué había encima de su cama cuando fue para deshacerse de la corbata
que, en ese momento, le presionaba la garganta hasta casi asfixiarlo, además de recoger
unos documentos que había dejado en el cajón de su escritorio.
—¡Mi amor!
Escuchó una voz femenina y poco agradable a su espalda dándole un buen
susto.
—¡Giselle! —dijo al volverse y ver de quién se trataba, con un sentimiento de
decepción porque por una fracción de segundo hubiera deseado de que se tratase de
otra persona—. ¿Qué haces aquí?
—Te echo de menos —contestó, haciendo un pequeño puchero, y lanzándole un
amago de beso, exhibiendo sus labios rojos excesivos.
Entonces Christopher se dio cuenta de que agarraba con fuerza las sábanas
sobre su pecho y que la parte que estaba expuesta solo era su piel desnuda.
—Giselle, por favor, vete y deja de molestarme.
La fuerza de sus palabras y su seriedad hicieron que Giselle cambiara de
estrategia. Se levantó de la cama y dejó de lado la sábana para exhibir su cuerpo
totalmente desnudo delante de él.
—Te he echado de menos —volvió a repetir, pero dejando atrás la conducta
más infantil para dejar paso a la mujer que había debajo.
Christopher la miró y se sintió asqueado por la humillación que estaba
dispuesta a hacer solo para reclamar su atención. Ni tampoco el motivo por el que se
había acostado con ella. Era atractiva, pero por muy rica que fuera, le parecía de lo
más vulgar.

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—Deja de humillarte, Giselle.
La mujer acusó sus palabras con pena y su pálida piel empezó a enrojecer todo
su cuerpo debido a la rabia que iba recorriéndola por todas partes.
—Es por esa puta, ¿verdad?
El estallido de furia solo provocó que Christopher se acercara a ella con una
actitud intimidante.
—No vuelvas a llamarla de esa manera.
—¿Por qué? —le preguntó, desafiante.
—¿Has sido tú la que has subido esas fotos a internet?
—Lo que me faltaba, una humillación pública al ver que me has dejado por una
cualquiera.
Volvió a insultarla y le molestó, pero Christopher no iba a entrar a ese juego.
Así que, al ver su ropa por el suelo, la recogió para tendérsela.
—Vete de aquí de una vez —dijo, esta vez con una forma más tranquila.
—¡No, espera! —exclamó, cogiéndolo del brazo de forma posesiva cuando se
alejaba de ella—. Te di tiempo para que te dieras cuenta de que tienes que ser para mí,
que no hay otra mujer mejor que yo. ¡¿Cómo es posible que no lo veas?! —terminó de
decir, abrazándolo y apretándolo, desesperada, contra ella.
—Giselle, para ya —le dijo de forma suave, apartándola de él con delicadeza,
no quería hacerle daño. Nunca le hizo promesas de algo más que sexo, pero se había
hecho unas ilusiones que nada tenían que ver con él, pero no quería que sufriera por su
culpa—. ¿Por qué no te vistes y hablamos?
—¡No! —exclamó, apartándose de él repentinamente como si su tacto le
quemara—. Eso quiere decir que no querrás volver conmigo —su voz sonaba dolida,
pero también rabiosa.
Christopher ya no sabía qué decir para que se sintiera mejor.
—No voy a dejar que nos separe —le dijo con el dedo extendido—. Te lo
advierto.

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Capítulo 23

Ya en su casa, y con su disgusto empezándose a enfriar, se dio cuenta


verdaderamente de lo que había hecho.
«¿Qué he hecho? ¡¿Qué he hecho?!», pensaba nerviosa mientras caminaba por
el salón sin poder controlar el temblor que apareció en su cuerpo.
¡Era su sueldo! El único que entraba en esa casa, el único sustento para ella y
su hermana. Y Chloe terminaba el instituto y quería ir a una escuela de diseño. Y eso ¡es
caro!, y no podría afrontarlo si no tenía trabajo.
¡Qué había hecho!
Se puso la mano en la frente en un inútil intento de que se le ocurriera algo útil.
Debía decírselo a Chloe. No quería preocuparla y mucho menos que se sintiera
decepcionada de ella, pero no podía ocultarle algo tan grave. La confianza entre ellas
debía ser fuerte para que su buena relación continuara. Había pensado que no la
entendería cuando se acostó con Christopher, pero estuvo tan equivocada que no iba a
cometer ese error por segunda vez, aunque no quería causarle esa preocupación estando
tan cerca de terminar el instituto.
Pero debía decírselo.
Eso era una parte. Había otra que la preocupaba mucho más. Tenía ahorros, por
supuesto, pero no podrían tirar de ellos mucho tiempo y la búsqueda de trabajo estaba
tan difícil, que optó por buscar otro trabajo de inmediato.
Pero no era la única preocupación. Jeffrey había hablado de unas fotos que
circulaban por internet. Se precipitó hacia su habitación para encender el ordenador
que tenía en el escritorio y no tardó en poner el nombre de Christopher y el de ella en el
buscador para saber si aparecía algo.
Claro que salía.
Y, además, no muy favorecida. Salían del restaurante y se besaban con pasión
antes de subir a su coche directo a su cama y se la veía a ella envolviéndolo
posesivamente entre sus brazos.
«¡Qué vergüenza!», pensó, mientras escondía su cara entre sus manos.
En ese momento sonó el teléfono, sin que el fuerte sonido pudiera sacarla de
sus preocupaciones.
—¡¿Qué?! —exclamó, sorprendida por lo que le decían al otro lado del
auricular.
—¿Cómo ha sido posible que te hayas peleado? ¡Tienes casi dieciocho años y
tu comportamiento parece de una cría de seis! —exclamó a Chloe que se encontraba en
la enfermería con el labio partido y una bolsa de hielo al lado de su ojo derecho.
Al verla de esa manera se había asustado tanto que había estallado.
Chloe quería defenderse, pero al abrir los labios solo salió un gemido de dolor

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y Rebecca exclamó con otro lleno de enfado. Sin embargo, tras ver la cabeza baja y la
mirada llena de arrepentimiento de su hermana, su enfado se esfumó siendo ahora la
preocupación la que tomara el rumbo de sus sentimientos.
Dejó escapar un suspiro antes de sentarse al borde de la cama, a su lado, para
interesarse por ella. Su voz parecía más calmada.
—Dime qué ha ocurrido.
—Una idiotez —dijo en voz baja.
Al ver que no iba a continuar, insistió:
—¿Qué clase de idiotez?
Chloe dudaba si decírselo o no.
—Vamos, Chloe —le pidió—. Dímelo.
Chloe dejó escapar un largo suspiro. No quería herirla, pero si no se lo decía,
ella se iba a enterar igualmente.
—Te han insultado —dijo finalmente con todavía un matiz de enfado en sus
palabras al recordar a esa idiota hablando mal de su hermana. Con solo pensarlo tenía
ganas de volver a darle una buena bofetada y cogerla del pelo.
—¿A mí? —preguntó, sorprendida y sin comprender nada de nada.
Chloe asintió lentamente.
—Se trata de una idiota de mi clase —empezó a explicar—. Empezó a decir
que eres una… —se paró unos momentos, le costaba decir esa palabra cuando se
referían a su querida hermana mayor, pero vio a Rebecca asentir conforme que
continuara y así lo hizo—. Que eres una zorra cazafortunas y por mucho que le dijera
que se callase, ella seguía y no pude aguantarlo más —terminó de explicar a la espera
de la reacción de su hermana, temiendo que se sintiera herida por ello.
Rebecca cerró los ojos cansada de esas dichosas fotografías que no hacían más
que amargarle la existencia.
—Siento mucho que por mi culpa te haya ocurrido esto.
—No, no es tu culpa —se apresuró a decir.
—Ven aquí —le dijo, abrazándola con fuerza. No paraba de cometer errores y
por su culpa Chloe se veía afectada por ellos. No hacía nada bien.
Chloe correspondió al abrazo con fuerza, al intentar protegerla la había puesto
en un aprieto y se sentía culpable por ello.
Rebecca no quería moverse, necesitaba sentirla cerca, era lo único que le hacía
sentir bien, pero tuvo que separarse.
—Tengo que hablar con el director, ahora vuelvo —terminó de decir, dándole
un beso rápido en la frente.
Todavía no lo había conocido, pero tenía la fama de no ser muy simpático y
pronto descubrió que lo que se decía de él era cierto.
Cuando una mujer que trabaja allí le dijo que pasara, se encontró con un
hombre de cierta edad, con una calvicie aparente y con cara de malas pulgas en su

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rostro junto con algunas arrugas y con unas gafas puestas a media distancia de su nariz
mientras leía un expediente entre sus manos, debía ser el de Chloe.
—Siéntese, por favor —dijo al percatarse de que Rebecca se había quedado en
medio del despacho sin saber qué hacer o qué decir.
Reaccionó y se sentó en una de las sillas delante de él, con las manos apoyadas
en sus rodillas a la espera de que hablara aquel hombre.
—Es usted la tutora de la señorita Stevens —no era una pregunta, pero sintió la
necesidad de afirmar sus palabras.
—Así es.
Al escuchar su voz, levantó la mirada de sus papeles.
—Es muy joven —dijo en forma negativa, más reprobatoria que otra cosa.
Rebecca se revolvió incómoda. No empezaban las cosas demasiado bien.
—Eso explica su falta de disciplina —terminó de decir sin molestarse en
mirarla.
—¿Disculpe? —preguntó, levantando su tono de voz.
—Sí, a eso me refiero.
Rebecca se obligó a no decir nada más por el momento, pero no pudo evitar
exhalar aire, nerviosa.
—Pegarse con una compañera es algo muy grave que no se puede permitir.
—Así es, señor —repuso, dándole la razón, no por caerle mejor sino porque
estaba de acuerdo que la violencia no arreglaba la situación, aunque tampoco pensaba
nada malo de su hermana por ello. La pobre Chloe seguro que pensó que era lo único
que podía hacer. Pero no iba a decir eso delante del director.
—No se puede permitir —repitió cerrando el expediente de Chloe.
—Se ha sentido atrapada, no es excusa, pero no volverá a ocurrir —dijo
atropelladamente por si intentaba interrumpirla.
—Claro que no —dijo, ferviente, apoyando sus codos sobre la mesa y uniendo
las manos para descansar la barbilla con suma tranquilidad antes de continuar—. Queda
expulsada del instituto.
—¡Qué! —exclamó, levantándose en un rápido movimiento—. ¡No puede hacer
eso!
—Claro que puedo —dijo, siguiendo una actitud que rebosaba tranquilidad.
—Pero la conducta de Chloe ha sido intachable desde el primer día. No puede
hacer eso por un solo error y ¡no lo voy a permitir! —exigió, levantando la voz y muy
decidida.
No esperaba aquel estallido por parte de la joven y se vio obligado a
replantearse su decisión. Su tranquilidad también se había esfumado y carraspeó un
poco nervioso.
—Quizás expulsarla sea un castigo demasiado severo —dijo con resignación
—. No obstante, no puedo permitir que no haya un castigo, si no los demás alumnos se

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comportarán como salvajes al ver que no hay consecuencias.
Rebecca no pudo decir nada, no había estado bien, pero Chloe era una buena
chica y si se mantenía callada era por miedo a que el director amenazara de nuevo con
expulsarla.
—No la expulsaré, pero tiene la entrada prohibida al baile de graduación.
Chloe seguía emitiendo quejidos de dolor por la bolsa de hielo rozando su zona
dolorida, pero esa zorra también se había llevado su merecido y si no le dolieran los
labios también, emitiría una sonrisa al recordar esos momentos.
—Chloe.
Una voz masculina la hizo girar la cabeza hacia la entrada de la enfermería.
—¡Kyle! —dijo, sorprendida. Solo con verle, sus mejillas se sonrojaron,
apretó más la bolsa de hielo para que desapareciera el calor, sin poder dejar de mirar
su alta y fuerte figura, gracias a ser el quarterback del equipo del instituto, apoyado en
el marco y con sus ojos verdes clavados en ella y con una sonrisa torcida—, ¿qué haces
aquí?
—Me he enterado de lo de tu pelea y venía a darte la enhorabuena por darle su
merecido —dijo, accediendo al interior de la enfermería.
—¿No deberías estar en clase? —le preguntó por decir algo, sintiéndose cada
vez más nerviosa por su cercanía y mucho más cuando se sentó a su lado.
—Prefiero estar aquí, contigo.
En esa ocasión, su bolsa de hielo no sirvió de nada y mucho menos cuando
sintió los dedos de Kyle acariciando su barbilla para levantarla y que pudiera mirar su
rostro con más detenimiento.
—Te ha dado una buena —repuso con más seriedad.
—Deberías ver a Rachel, le he dado una buena.
—No lo dudo —dijo, volviendo a aparecer su maravillosa sonrisa torcida.
Se quedaron mirándose a los ojos durante unos instantes.
—He venido aquí para decirte algo.
—¿Aparte de la enhorabuena?
—Sí, aparte de eso —respondió, ensanchando su sonrisa.
El corazón de Chloe empezó a revolotear con fuerza. Había deseado que Kyle
le hiciera una pregunta específica desde el inicio de curso. Sin embargo, el haber
estado tan preocupada con hablar con Rebecca sobre estudiar diseño que no se había
detenido a pensar más en ello y ahora el fuerte deseo que Kyle le pidiera ir al baile con
él la sorprendió con agrado.
—Dime —susurró.
—¿Te gustaría ir al baile conmigo?
Chloe tenía ganas de saltar de alegría. No podía creer que se lo hubiera pedido
y ni que su anhelo se hubiera cumplido.
—Sí —consiguió decir cuando encontró de nuevo su voz.

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Pero eso duró bien poco, ya que veía cómo poco a poco Kyle bajaba su rostro
hacia ella.
«Oh, Dios mío», gritó para sus adentros, iba a experimentar su primer beso.
Estaba nerviosa, ¿y si no lo hacía bien? ¿Y si lo hacía tan mal que se no querría
volver a besarla?
No, debía abandonar darles vueltas a esas tonterías. Pensó al abrir los labios
cuando sintió su cálido aliento sobre ella.
Sin embargo, un ruido los sacó de ese estado cuando alguien entró en la
enfermería.
—Oh, lo siento —comentó Rebecca al entrar y ver lo que había interrumpido.
—No importa, ya me iba —comentó Kyle.
Se levantó para irse, pero no antes de volver a mirar a Chloe para añadir:
—Nos veremos pronto.
Chloe se quedó sin saber qué decir. Esperaba experimentar su primer beso,
pero para su frustración se quedó en nada.
En cuanto Kyle se alejó, Rebecca se acercó a su hermana para decirle:
—Lo siento, no quería interrumpir.
—Lo sé —dijo después de unos instantes de silencio.
«Además, tendré más oportunidades de besar a Kyle», pensó, volviéndose a
emocionar con la idea.
—¿Y bien? —preguntó para cambiar de tema—. ¿Qué te ha dicho?
Chloe no estaba demasiado preocupada hasta que vio que Rebecca desviaba la
mirada y no contestó con rapidez.
—¿Qué ocurre? —preguntó más preocupada.
Rebecca se acercó para acariciar su pelo castaño oscuro. No era fácil
decírselo sabiendo lo ilusionada que estaba con ello y lo peor es que había ocurrido
por su culpa, no sabía cómo remediarlo, pero encontraría una forma.
—Lo siento, cariño, pero te han prohibido la entrada al baile de graduación.
—¡¿Qué?! —exclamó, horrorizada.

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Capítulo 24

Christopher pudo, por fin, calmar a Giselle lo suficiente para convencerla para
que se fuera. Se quedó verdaderamente sorprendido de la mujer que había interrumpido
en su apartamento. Era tan diferente a la Giselle que conoció por primera vez. Los
padres de Giselle son los fundadores de una importante casa de bolsa y tanto a ellos
como a Prudence les interesaba que las dos familias se juntaran. La conoció
estratégicamente en una de esas reuniones formales que tanto les gustaba organizar.
El cuerpo de Giselle le tentó en un principio, aunque se aseguró de que supiera
que no quería nada serio con ella, pero estaba claro que no lo entendió. Sin embargo,
no quería perder más tiempo pensando en algo que no merecía la pena. Tenía algo
mucho más importante que prestarle atención.
Caminaba por un pasillo blanco, sintiéndose nervioso y muy culpable. Hacía un
mes que no iba a ver a su madre.
Había estado ocupado ultimando los últimos detalles de su plan para poder
dejar atrás la familia Anderson y también devolver todo el daño que les habían causado
a él y a su madre. Además, había estado con Rebecca, quien con solo su cercanía
conseguía que se olvidara absolutamente de todo. Solo la necesidad imperiosa de
tenerla entre sus brazos, apartó la cabeza con fuerza por volver a pensar en ella. Debía
dejar de hacerlo de una vez y por todas.
Exhaló aire, lentamente, mientras seguía su camino. Sabía que nada de eso era
una excusa para no haber ido a ver a su madre más a menudo.
Se detuvo delante de la puerta entreabierta de la habitación 433 y vio, por el
poco espacio disponible abierto, dónde se encontraba su madre. La encontró de
espaldas. Se fijó en su pelo largo y negro con mechones grises, recogido, y la vio
sentada en medio de la habitación, pintando otro de sus cuadros. Pintar había sido
siempre su gran afición y se aseguró que pudiera hacerlo el máximo tiempo posible y
también de que colgaran sus cuadros en las paredes y así ese lugar parecía mucho más
acogedor.
Abrió la puerta hasta que golpeó suavemente en la pared para que se diera
cuenta de su presencia y no se asustara. Se dio la vuelta y con una súbita alegría en su
cansado rostro suspiró:
—¡Christopher!
Se levantó y se dirigió a darle un abrazo a su hijo.
—Hace años que eres más alto que yo, pero todavía no me acostumbro —
comentó, apoyando su frente en su hombro.
—¿Cómo te encuentras, mamá?
—Me encuentro bien —dijo, separándose y cogiéndole la mano para que la
siguiera—. ¿Quieres ver mi nuevo dibujo?

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—Claro que sí.
La mujer se apresuró en traer la silla que estaba al otro lado de la habitación
para que pudieran sentarse juntos mientas Christopher se dedicó a mirar el nuevo
cuadro que estaba pintando. Todas sus creaciones eran abstractas, utilizando estilos y
colores diferentes en cada uno de ellos, pero para su madre significaban algo
importante, siempre le explicaba el significado de todos ellos y entonces sí que veía
algo en ellos. Sus ojos volaron instintivamente sobre el que predominaba el color
dorado, dijo que lo había pintado pensando en el día en que se convirtió en madre y
llenó de dicha su vida. Lástima que la familia se empeñara en destruirla llevándola a la
locura como castigo por algo que el hombre que le engendró era el culpable. Pero ahora
no quería pensar en ellos. Quería prestarle toda la atención que su madre se merecía y
conocer todas las mejoras que había hecho en ese tiempo. Anhelaba que se recuperara
prácticamente del todo y sacarla pronto de allí para cuidarla él.
En cuanto le acercó la silla, se sentó. Al ver que los colores predominantes de
su cuadro eran el rojo y el rosa le preguntó:
—¿Qué historia tiene este cuadro?
—Es sobre el amor.
Esa palabra hizo que su buen humor se tambaleara. Amor. Se había empeñado
que esa palabra no significara nada para él. Por culpa del amor su madre había sido
desgraciada buena parte de su vida y no iba a dejar que eso le sucediera a él también.
—¿No me preguntas qué clase de amor?
—¿Qué clase de amor? —preguntó para contentarla, pero la conversación iba
por un camino que empezaba a molestarle.
—Como el de tu padre y el mío.
—¡Mamá! —susurró negando con la cabeza—. Por favor, entiende que «papá»
—le costó pronunciar esa palabra, pero era necesaria en ese momento —, no te quiso y
solo te hizo daño.
—No —dijo, dejando de observar el cuadro para mirar a su hijo—. No, cariño.
No fue así.
—¡Mamá! —volvió a decir, cogiéndole las manos, unas manos ya con las
arrugas características y visibles en la piel debidas a la edad—. Por favor, no empieces
de nuevo —después de echar una mirada suplicante, continuó—. Papá no fue bueno
para ti.
—Hijo, eso ya lo sé —dijo, sorprendiéndole.
—¿Qué?... Entonces ¿por qué...? —empezó a decir, confundido, pero su madre
le interrumpió con una sonrisa tierna.
—Cariño, sé que tu padre no es una buena persona, pero eso no quita lo
especial que me hizo sentir una vez, creyendo que era amor de verdad.
Christopher tragó saliva, sintiéndose emocionado por ver la coherencia en sus
palabras.

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—Sé que te sorprendes de que tenga un buen recuerdo de él cuando nos hizo
daño, pero no puedo evitarlo—soltó con suavidad una de sus manos para acariciar la
mejilla de su hijo—. Ya que gracias a él te tengo a ti.
Christopher se acercó a ella para abrazarla, sintiéndose en ese momento como
un crío de nuevo, ese crío que necesitaba tantas veces un abrazo maternal, pero que no
pudo obtenerlo. Necesitaba sentirse protegido en sus brazos al igual que quería
ofrecerle la misma protección que su madre necesitaba.
—Bueno —dijo, separándose un poco, pero sin dejar del todo el abrazo con su
querido hijo, clavando sus ojos también oscuros en los del mismo color que los de
Christopher—. Háblame de ti, ¿qué has estado haciendo?
Christopher sonrió para ganar tiempo. Tuvo que esconderle todo este tiempo la
verdad. Si supiera que se había visto obligado a meterse en la boca del lobo, no sabría
cómo iba a reaccionar.
—Trabajando, como siempre —comentó, encogiéndose de hombros para
quitarle importancia.
—¿Has conocido a alguna chica?
Su rostro se convirtió en una mueca durante unos instantes que no pasó
inadvertida a su madre.
—Eso es que sí —dijo con un pequeño tono de emoción en su voz.
—No, mamá —comentó, negando con la cabeza—. No hay ninguna mujer en mi
vida.
Se sorprendió al sentir un pinchazo en el estómago al pensar en Rebecca
mientras decía esas palabras, porque ya no formaba parte de su vida. Había sido su
decisión, era consciente y debía ser así, pero esa idea seguía siéndole molesta.
—No puedes engañarme, soy tu madre —dijo, sonriente—. Dices que no, pero
la hay o al menos la ha habido hace poco, ¿verdad?
—No puedo engañarte —se vio obligado a confesar, finalmente. En los temas
sentimentales era de lo más perspicaz.
—Háblame de ella —pidió con la emoción reflejada en sus ojos oscuros.
—Rebecca es increíble —le salió desde dentro, sin darse cuenta, y se apresuró
a carraspear—. Digo, es una gran chica, pero ya no estamos juntos —terminó de decir
sintiendo un súbito nudo en la garganta.
—¿Y eso?
Christopher le hizo gracia. Parecía una de esas conversaciones que se tiene con
una madre a los trece años, no a los treinta y dos.
—No estoy hecho para tener una relación, mamá.
—Cariño, ¿por qué dices eso? —preguntó, escandalizada por dentro por haber
escuchado esa afirmación—. ¿No quieres casarte y tener una familia?
Tuvo que reprimir el impulso de decir un rotundo «no» tras sus palabras, pero
sabía que eso habría acabado con el buen humor que traía esa mañana.

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—Por ahora, no.—Christopher —dijo con voz suave—, no te niegues a algo tan
maravilloso, porque a mí no me haya ido bien, si todavía creo en el amor es por algo.
Su hijo no dijo nada, solo volvió a abrazarla. Su madre todavía tenía una visión
inocente del mundo que él había perdido hacía muchos años. Sabía que las palabras de
su madre las decía con el corazón, pero era inútil. Christopher no creía en ninguna de
esas palabras.
—Siento no haber venido más últimamente.
—No importa, cariño. Sé que estás muy ocupado —le dijo, acariciándole de
nuevo la mejilla que pertenecía a todo un hombre.
Estuvieron un buen rato hablando hasta que, finalmente, Christopher tuvo que
despedirse. Debía volver a la oficina para ultimar unos asuntos antes de irse
definitivamente de allí y también terminar de hablar con la administración de St. Angels
para que su madre estuviera en perfectas condiciones.
—Recuerda lo que te he dicho —dijo su madre en forma de despedida,
referente a su charla sobre que tuviera una relación.
—Claro, mamá.
Pero no iba a hacerlo. No quería ponerse en riesgo como lo había hecho su
madre. Él solo conocía el deseo y con eso se sentía seguro y protegido. Contar con las
amantes que quisiera, pero sin llegar a tener un vínculo afectivo con ninguna de ellas.
Así era mejor.
No tenía intención de hacer la estupidez de abrir su corazón cuando sabía que
era imposible que ocurriera.
No obstante, esa molestia seguía allí, en su interior para atormentarle. No
quería reconocerlo, pero sabía a qué se debía. Necesitaba volverla a ver, aunque solo
fuera una vez más para saber que estaba bien, sobre todo después del escándalo que se
había propagado por culpa de su apellido famoso. Necesitaba verla otra vez, aunque
fuera un momento y solo de lejos. Había sentido esa necesidad desde que se fue hecha
una furia del apartamento. Solo que no había dejado de reconocerlo, pero esa molestia
seguía aumentando y había hallado la respuesta para calmarlo, aunque no le terminara
de gustar.
Ya lo tenía todo resuelto en la empresa y no tenía por qué volver allí, pero
sintió la imperiosa necesidad de pasarse para verla, de ver una vez más a Rebecca.
Creyó que sería fácil. Pensó que sería ir a su antiguo despacho, desviar la
cabeza y verla en su escritorio, pero pasó por allí y no la vio. Se sorprendió, pero no le
dio demasiada importancia. Pronto la vería. Mientras, se quedaría unos momentos más
en el despacho —que nunca fue suyo realmente— para hacer tiempo. Había pensado
que sería una buena idea ver a Henry para asegurarse de que todo estaba correcto. Él
era el único en el que había confiado para tomar las riendas, para que ningún trabajador
de la empresa tuviera que preocuparse por su puesto de trabajo. Se encargó durante
muchos años de tenerlo todo bien hilado y, por fin, lo había conseguido.

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Pero cuando abrió la puerta del despacho se quedó anonadado por quién
encontró al otro lado.
—¿Jeffrey?
—Te estaba esperando —comentó, levantándose de la silla que había sido de
Christopher durante años y con una copa en la mano.
—¿Qué quieres ahora? —preguntó, cerrando la puerta, ya que nadie tenía que
enterarse de lo que hablaran.
—Acabo de enterarme de que te largas y quería despedirme personalmente —
dijo, yendo poco a poco hacía él levantando la cabeza con suficiencia.
—Qué detalle —resonó con voz jocosa, cruzando los brazos.
Jeffrey era ambicioso y siempre le había envidiado por tener más poder en la
empresa, por lo que él había quedado eclipsado. En los últimos cinco años no había
podido sobresalir demasiado, ya que su ambición era mayor que nada de lo que podía
ofrecer a la empresa.
—Qué cosas, eh, yo me quedo y tú te vas —terminó de beber un coñac que se
había servido a modo de celebración, sintiendo el calor ardiente bajando por su
garganta.
—Y no tendrás que competir contra mí —dijo, mostrando él ahora una sonrisa
de suficiencia antes de continuar—. Quizás ahora tengas una oportunidad de sobresalir
—terminó antes de emitir una carcajada.
El primer instinto que tuvo Jeffrey fue enfrentarse a él, pero al ver la
musculatura de su cuerpo se lo pensó dos veces, así que optó por cambiar de estrategia.
—Al menos así te llevarás a tu puta contigo y de ese modo no tengo que volver
a soportarla.
Funcionó, ya que su sonrisa se borró de golpe y hasta sus brazos cayeron a los
lados. Sabía que hablaba de Rebecca y una intensa furia se apoderó de él al escucharle
clasificarla de ese modo, pero no era lo único que había dicho.
—¿Qué quieres decir con llevarla conmigo? —preguntó con un atisbo de
amenaza en su voz debido a su enfado.
—Se ha largado esta mañana y no piensa volver, ¿no lo sabías? —
preguntó,exhibiendo una cínica sonrisa.
Y Christopher, entendiendo el mensaje oculto de sus palabras, le preguntó
apretando los puños con fuerza.
—¿Le has hecho algo para que se fuera?
—¿Aparte de llamarla zorra y besarla a la fuerza? No demasiado—dijo
cogiendo agallas gracias al alcohol y el pensamiento de que no le haría nada habiendo
tanta gente fuera.
Pero se equivocaba.
Un segundo después, sintió un fuerte dolor en la mandíbula junto con una
sacudida que le hizo caerse hacia atrás, cayéndose de culo. En cuanto levantó la cabeza,

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asustado, tras recibir otro puñetazo, solo vio la puerta abierta sin que estuviera ya
Christopher. En vez de él, ya había varias cabezas mirando hacia dentro, curiosas.
Christopher aún seguía furioso, con ganas de arrearle muchos más golpes a
aquel desgraciado, pero debía hacer algo mucho más importante en ese momento. Tenía
que encontrar a Rebecca ahora más que nunca.
Fue corriendo al parking para coger su coche y salir lo más rápido posible,
apretando el volante por segunda vez en ese día, pero por un motivo totalmente distinto
en esa ocasión. No tardó en llegar a West Taylor Street, deteniéndose en el primer lugar
donde encontró y sin molestarse a ver si estaba bien aparcado o no. Le daba igual.
Salió a grandes zancadas, casi corriendo, pero una imagen hizo que se
detuviera de repente. Sintió que los latidos de su corazón se aceleraban. Era ella.
Estaba cruzando la carretera y se quedó en el borde de la calle hablando con otra chica.
Debía ser su hermana. Le había hablado de ella durante la cena.
Y aunque la viera desde lejos, nunca la había visto tan hermosa. Una inesperada
calidez se apoderó de su cuerpo y una sonrisa afloró en su semblante con solo verla.
No obstante, esa hermosa imagen pronto se convirtió en el horror más absoluto.
—¡Rebecca! —gritó asustado, corriendo hacia ella.

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Capítulo 25

Rebecca iba mirando a Chloe que caminaba a su lado muy callada. Por su culpa
iba a perderse una gran experiencia en su vida y no podía sentirse más culpable por
ello.
—Lo siento mucho, Chloe. No paro de meter la pata.
Chloe la miró. Se había quedado sin baile justo cuando el chico que le gustaba
le había propuesto ir con él, pero no culpaba a su hermana por ello. Sería injusto hacer
algo parecido y se apresuró a decir para que no siguiera sintiéndose de esa manera.
—No, no es tu culpa —volvió a mirar al frente cuando iban a cruzar. Los
coches se habían detenido—. Tuviste una cita y no es justo que hagan un circo de tu
vida por ello.
Rebecca sonrió con un aire dulce.
—¿Qué he hecho para merecer una hermana tan maravillosa? —se preguntó,
rodeándola con los brazos mientras caminaban.
Chloe no dijo nada, pero se emocionó con las palabras de su hermana.
—¿No vas a volver a ver a Christopher? —le preguntó para saciar su
curiosidad.
Rebecca se quedó muda. No se esperaba en ese momento que Christopher
saliera a relucir. Se sentía nerviosa con solo pensar en él. Todo su cuerpo se alteraba
con su recuerdo y no por lo vivido físicamente sino por otras cosas más importantes
para ella, pero se obligó a desechar esos pensamientos con brusquedad.
—No lo creo.
—¿Y eso?
—Me echó de su vida —explicó tras pensarlo unos instantes.
Chloe giró la cabeza para mirarla, a la espera de que continuara.
—Estábamos bien, pero al día siguiente se comportó de una forma muy extraña
conmigo, muy distante y ni siquiera me miraba.
—Qué raro —comentó de acuerdo con su hermana—. Entonces, ¿todo se
acabó?
Debería haber dicho que sí, pero Rebecca se quedó súbitamente muda,
descubriendo que no estaba preparada para responder a eso. Aunque hubiera sido
durante un corto periodo de tiempo, recordaba los buenos momentos, las risas, su trato
cariñoso y todo lo demás que la golpearon con fuerza para después llegar también un
trato que hizo aflorar todos esos sentimientos y recuerdos desagradables que giraban
hacia la misma dirección: no podía confiar en los hombres, solo la hacían daño.
Lo que había pasado ese día, su pelea con Jeffrey, su despido y lo de Chloe la
habían tenido demasiada ocupada para pensar en nada más y quería que siguiera así, ya
que no quería pensar en Christopher porque estaba confundida respecto a él.

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—Háblame de ese chico —pidió Rebecca de pronto para cambiar de tema y,
también, para saber quién era el pretendiente de su hermana.
—¿Kyle? —preguntó Chloe, sonrojándose.
—Claro, quién si no.
Las dos se pusieron a reír.
—No me digas que ya es tu novio. Nunca me has hablado de él.
—No, no lo es —comentó sin dejar de sonreír—. Al menos, de momento.
Omitió decirle que Kyle la había invitado y esperaba que eso no cambiara lo
que parecía empezar entre ellos.
—De momento, eh —repitió con una sonrisa y haciéndole unas cuantas
cosquillas a los laterales de la barriga donde sabía que tenía su punto débil.
No obstante, un ruido fuerte las arrancó de su alegre estado.
Entonces Rebecca lo vio todo como si fuera a cámara lenta, horrorizada, al ver
un peligro inminente, al ver un coche que iba hacia ellas a una gran velocidad. Apenas
tenía unos segundos para reaccionar y los aprovechó para empujar bruscamente a Chloe
para alejarla del peligro.
Luego, todo se volvió oscuro para ella.
Después vinieron los momentos en los que Rebecca se despertaba muy confusa.
Sentía mucho sueño y apenas podía abrir los párpados unos segundos y, en esos
pocos instantes, no podía ver nada con nitidez ni oír sonidos que no terminaba de
catalogar en su entorno.
Unos le parecían sollozos, pero también oía otra voz que le resultaba conocida.
No obstante, había un halo de distorsión a su alrededor que le hacía muy difícil poder
identificar lo que ocurría en su entorno. Tuvo tiempo de pensar de quién podría tratarse,
pero le volvió a llegar el sueño y no pudo resistirse.
No supo si estuvo mucho tiempo dormida o no, pero su sueño se vio
interrumpido por un fuerte dolor en la pierna que brotó de repente. El dolor era
punzante y se movió inquieta en un intento de que desapareciera, pero entonces sintió
una leve presión en sus hombros que la devolvía a lo que parecía una mullida cama.
—¡Shist!, duerme.
Otra vez esa voz que no supo identificar.
La escuchó a lo lejos. Sin embargo, para su confusión, sintió una pequeña
caricia en su mejilla. Un tacto caliente y reconfortante que hizo que su cuerpo se
relajara y su dolor se fuera mitigando hasta que otra ola llena de un sueño profundo
volvió a impactar contra ella.
Escuchó los sollozos de nuevo cuando la somnolencia iba disminuyendo. Esta
vez escuchaba los sonidos a su alrededor con más claridad.
—Tranquila, se pondrá bien.
Esa voz la conocía.
—Es que… —Esa era la voz de Chloe y estaba llorando—. Me he asustado

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tanto que… —no pudo terminar, ya que otra vez se puso a llorar y esta vez con más
intensidad.
No, no quería escucharla llorar. Tenía que hacer algo, cualquier cosa para
calmar su tristeza.
Todavía estaba muerta de sueño. Le costaba mucho levantar los párpados y lo
único capaz de hacer fue separar los labios para intentar decir con una voz apenas
audible:
—¿Chloe?
—¡Rebecca! —exclamó, precipitándose hacia su lado, cogiéndole la mano—.
¿Cómo te encuentras? ¿Te duele mucho? —empezó a preguntar, angustiada.
Rebecca levantó poco a poco los párpados y se alegró de ver su dulce carita,
aunque tuviera una expresión angustiada en su rostro.
Pero desvió la mirada cuando descubrió otra persona detrás de ella.
—¿Christopher?
Apenas logró articular su nombre ni con esfuerzo, sorprendida de que estuviera
al lado de su hermana, aunque también estaba confusa por dónde se encontraba y qué
había pasado. Todavía se sorprendió más al verlo apoyando una mano con cariño sobre
el hombro de Chloe antes de decirle:
—Nos tenías preocupadas.
La incertidumbre la invadía. Tenía muchas preguntas por hacer, pero encontró
su garganta tan seca que, con solo tragar saliva, le dolió.
—No te esfuerces —le comentó Christopher con dulzura—. Te preguntarás qué
ha pasado.
Rebecca asintió con lentitud.
Chloe tuvo la intención de hablar, pero otro sollozo la entorpeció y no pudo
continuar. Christopher apretó con suavidad el hombro de Chloe antes de agacharse para
que Rebecca no tuviera que levantar tanto la cabeza.
—¿Te acuerdas de Giselle?
Frunció el ceño sin hallar la respuesta.
—Perdona, ¿cómo vas a acordarte en este momento? —repuso Christopher,
tomándose unos momentos para seguir hablando—. La mujer que nos encontramos
cuando fuimos a cenar.
Entonces la imagen le vino a la cabeza y asintió.
Christopher tuvo que controlar sus emociones. Por una parte, estaba furioso por
Giselle. Recordaba el horripilante momento cuando la vio en su coche yendo como una
loca hacia Rebecca. Hacía muchos años que no se sentía tan asustado. Pero se había
encargado de que no saliera de esta como si no hubiera pasado nada. No iba a dejar que
se librara solo por su posición y su dinero. Tendría un castigo por ello, aunque le
costara la vida entera conseguirlo.
Y, por otro, se sentía culpable por lo ocurrido, por no haberse dado cuenta que

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los celos de esa mujer pudieran llegar a tanto. No pudo proteger a Rebecca cuando más
lo necesitaba.
—Fue ella quien… impactó contra ti —dijo, finalmente, después de encontrar
la palabra apropiada para que se enterara y que no sonara muy fuerte.
Rebecca volvió a mirarlo, confusa.
—Te atropelló con el coche —dijo Chloe, bajándole las lágrimas por sus
mejillas—. Nos iba a hacer daño a las dos, pero me apartaste —no pudo decir nada
más porque empezó a sollozar de nuevo y lo único que fue capaz de hacer fue apoyar su
frente sobre la mano de Rebecca que tenía cogida.
—Os dejaré a solas —dijo Christopher al comprender que necesitaban tiempo
para ellas. Al levantarse, se acercó a Rebecca para rozar sus labios en su frente—.
Regreso dentro de un rato —le prometió antes de irse.
Rebecca estaba tomando consciencia de lo que había ocurrido y de lo que
estaba pasando. Miró a su alrededor, viendo una vía en la mano que Chloe no tenía
cogida, para después, mirar hacia debajo, ya que en ese momento no sentía ninguna
clase de dolor para darle una pista del motivo por el que estaba en la cama. Lo que vio
fue una venda sobre su zona abdominal y una pierna escayolada y alzada.
—Tienes rotas una costilla y una pierna —le explicó, respondiendo a una
pregunta que todavía no había formulado.
Rebecca emitió un gemido de disgusto al escuchar esas palabras.
—¿Te duele? —preguntó Chloe, angustiada.
Rebecca negó con la cabeza porque seguía con la garganta demasiado seca,
pero intentó reunir las pocas fuerzas que le quedaban para lograr articular:
—Agua.
Chloe se levantó de un salto para ir a por un poco de hielo que tenía preparado
para cuando despertara.
Rebecca dejó escapar un suspiro de gratitud al sentir un poco de líquido
bajando por su garganta sin necesidad de moverse.
El ligero sollozo de Chloe hizo que se esforzara para estar más despierta, para
que viera que se encontraba mejor, aunque solo fuera un poco. Se sentía mal por ella.
Tenerla así debía traerle malos recuerdos de cuando su madre estuvo tanto tiempo
ingresada. Desde esa vez tanto ella como Chloe no querían acercarse a un hospital.
Volvió a sentir una pequeña presión cariñosa en su mano.
—¿Estas mejor?
—Sí —comentó con la sonrisa que pudo formular con sus pocas energías y
alzando la cabeza para poder verla mejor.
—¿Cuánto tiempo…? —quiso continuar, pero estaba muy cansada.
—Tres días —respondió al entender lo que quería saber.
—He estado tan asustada —comentó con la voz rota por todo lo que había
sufrido.

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—Lo sé, cariño.
Levantó la mano enlazada con la de Chloe para acariciar con el dorso su
mejilla.
—Si te hubiera perdido… —no pudo continuar por un dolor en su garganta
debido al llanto que quería retener para no preocupar más a Rebecca.
—Pero no ha ocurrido —se apresuró a decir, acariciando su mano con el pulgar
—. Se necesita más que una loca para hacerme desaparecer del mapa.
Chloe emitió un ruido extraño, entre un sollozo y una risa.
—Estoy bien —le aseguró para tranquilizarla.
Chloe asintió, todavía con lágrimas en los ojos.
—Suerte de Christopher —empezó a decir para tener un tema del que hablar y
así no derrumbarse y, también, para explicarle lo que había pasado con él.
Christopher.
Le sorprendió que hubiera permanecido junto a ella y una pregunta cruzó por su
cabeza;
—¿Cómo lo supo?
—Él estaba allí, lo vio todo y corrió para ayudarnos.
Rebecca frunció de nuevo el ceño por esas palabras, ¿cómo era que estuviera
allí en esos momentos? Quería expresarlo en voz alta, pero Chloe siguió hablando:
—Tenías que haberle visto.
De nuevo, Rebecca le prestó la atención que se merecía.
—Ha estado todo el rato a tu lado, muy preocupado por ti.
Rebecca levantó las cejas, sorprendida, pero no dijo nada por no interrumpirla,
queriendo saber qué más iba a decir:
—Ni me ha dejado sola a mí, también ha sido muy atento conmigo.
—¿De verdad? —preguntó sin creer lo que estaba escuchando.
Había permanecido junto a ellas en el hospital, cuando más lo necesitaban. Le
parecía tan extraño que esas palabras pudieran unirse en esa frase debido a su mala
experiencia en el pasado.
Chloe se apresuró a asentir.
—Sí, estaba tan preocupado como yo.
Esas palabras llenaron de gozo su corazón.

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Capítulo 26

Con todo lo que le había pasado, estaba más atónita por descubrir que
Christopher había permanecido a su lado. Era lo último que hubiera esperado, no por él
sino por todas las experiencias que llevaba a sus espaldas. No esperaba que nadie,
excepto Chloe, la ayudara en nada.
Christopher se había quedado a su lado en un momento tan difícil.
Ni su padre se quedó junto a ellas ni junto a su madre cuando más lo
necesitaron y Christopher lo había hecho. Había cuidado de ella y de Chloe sin
necesidad de hacerlo, sin que estuviera obligado de ninguna manera.
Y se sintió emocionada por ello junto a una calidez que la reconfortaba, desde
muy joven tuvo que enfrentar muchos obstáculos y siempre sola.
Por supuesto, ahora tenía a Chloe, pero antes era solo una niña asustada y tuvo
que dejar de ser una hermana para convertirse en una madre. Durante estos últimos años
no se le ocurrió pensar en que, si a ella le pasara algo, Chloe quedaría desamparada y
se sintió aterrada de solo pensarlo.
Pero no quería recordarlo en este momento. Su hermana le seguía hablando, de
cualquier tema, para tenerla entretenida y quería corresponderla con una sonrisa
—Hola —dijo una voz a la puerta de la habitación, haciendo que las dos
giraran la cabeza.
—Hola —comentó Chloe, contenta de verlo. Le había cogido mucho cariño en
esos días que habían pasado juntos.
—¿Cómo estáis? —preguntó, incluyendo a las dos.
Lo que produjo gran ternura tanto a Chloe como a Rebecca.
—Estamos bien —comentó Rebecca mirando a Christopher y, un momento
después, giró la cabeza hacia Chloe para preguntarle:
—¿Verdad?
Su hermana pequeña asintió, contenta de verla cada vez mejor.
—Voy a salir fuera para comer algo —comentó Chloe para que pudieran hablar
a solas y con la esperanza de que las cosas entre ellos se arreglasen.
—Me alegro que estés mejor —comentó.
Reflejaba una expresión más relajada. Habían pasado los primeros momentos
de preocupación constante de la evolución de las secuelas del accidente.
Dio la vuelta a la cama para sentarse junto a la parte libre de vías. Antes de
sentarse, tuvo el impulso de agacharse para rozar sus labios, pero al final se arrepintió,
no quería incomodarla.
Se quedaron unos segundos en silencio, sin saber qué decirse. Solo se echaron
miradas furtivas hasta que Rebecca lo rompió preguntando:
—¿Qué ha pasado con esa mujer? —se refería a Giselle.

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—Me he encargado de ella, no tienes que preocuparte más porque te haga daño.
Rebecca abrió los labios para preguntar cómo lo sabe, pero Christopher se
adelantó:
—Está bajo tratamiento psiquiátrico y no la dejarán salir sea en un sitio o en
otro —terminó de decir, convencido. Se encontró más de una vez a varios miembros de
la policía en fiestas benéficas y utilizando su apellido había podido hablar directamente
con uno de ellos para que le informara. Renegaba de ello, pero en esa ocasión le resultó
útil ser un Anderson.
Rebecca asintió, más aliviada, y le dijo a continuación:
—Quiero agradecerte que no dejaras sola a Chloe —le miró con un brillo de
verdadero agradecimiento—. Significa mucho para mí que hayas estado a su lado.
—No ha sido nada.
—Sí, sí lo ha sido —comentó, cogiéndole la mano que había apoyado al borde
de la cama—. Yo… —empezó a decir, pero no encontraba las palabras para expresar
su gratitud.
Christopher apretó con suavidad su mano y se encontró súbitamente muy
nervioso. Había tanto que quería decirle, tanto que deseaba expresar… quería decirle
el significado que tenía para él y lo imbécil que había sido por no darse cuenta de ello,
solo cuando creía que la perdía sujetando su cuerpo herido entre sus brazos.
Y la respuesta era tan clara que se hubiera dado de puñetazos por haber sido
tan estúpido de no querer reconocerla antes.
La amaba.
Pero se asustó y tomó el único camino que creyó conveniente al encontrarse
acorralado, provocó que fuera ella quien se alejara de él. Pero, en lugar de encontrar
alivio, se sintió desgraciado.
Su madre tenía razón.
—Tengo que decirte algo —dijo con más seriedad.
Sabía que no era el mejor momento o puede que sí, nunca había tenido la
intención de manifestar abiertamente sus sentimientos y la verdad es que estaba
aterrado. Asustado porque no le correspondiera y ser rechazado, pero también sentía
una imperiosa necesidad en su interior para gritar que su corazón no estaba cerrado,
que ella había podido abrirlo y descubrir que en realidad sí podía amar.
—Dime —susurró.
—Yo… —quería gritarlo a los cuatro vientos y al mismo tiempo se quedó
mudo. Dejó escapar un suspiro a la vez que bajaba la mirada—.Cuando te vi allí en el
suelo y creí que te perdía —su voz se tornó cada vez más ronca por las sensaciones que
conllevaban ese recuerdo.
Christopher se levantó para mirarla con profundidad a los ojos.
—No lo hubiera soportado —susurró, acariciando con mucha suavidad su
mejilla.

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La trataba como si fuera de cristal, con miedo de romperla.
Rebecca separó los labios y una respiración agitada salió por ellos. No sabía
lo mucho que significaba escuchar esas palabras hasta que lo había hecho. Sintió una
calidez que la embriagaba por todo el cuerpo, acelerando su corazón.
—Me comporté como un idiota. Lo sé, pero lo hice porque pensé que era lo
mejor para ti.
—¿A qué te refieres?
Christopher se dejó caer sobre la silla, para que le entendiera tenía que hablar
de su pasado y nunca lo había hecho antes.
—Los primeros años de mi vida fueron un infierno.
Rebecca se quedó sorprendida por sus palabras, pero esperó a que continuara.
—No crecí en esa mansión de oro como muchos piensan, mi… padre —todavía
le costaba clasificarlo de ese modo, pero así era más fácil que le entendiera—, estaba
casado cuando tuvo una aventura con mi madre y se quedó embarazada de mí, pero no
querían que su apellido se manchara con un hijo bastardo. Mi madre me contó que ese
hombre se puso histérico y que incluso trajo un médico de confianza para que le
practicara un aborto.
Rebecca hizo una mueca por un acto tan atroz.
—No obstante, mi madre consiguió escapar y cometió el error de que todavía
amaba a mi padre y que cambiaría de opinión cuando hubiera nacido. Pero no fue así —
terminó de decir, bajando los hombros con señal de abatimiento.
Ni mi padre ni mi abuela querían saber nada de un niño que fue fruto de una
relación extramatrimonial y «con sangre de una sirvienta empodreciendo sus venas»—
dijo, citando las palabras exactas que tantas veces había escuchado por boca de esos
dos.
Rebecca se sentía cada vez más anonadada por lo que estaba oyendo, ¿cómo
podía existir gente tan perversa?
—Castigaron a mi madre por ese pecado que le adjudicaron, se aseguraron de
que no encontrara trabajo y que nuestra situación fuera cada vez más precaria para que
se hundiera en la miseria y, con suerte, arrastrarme a mí con ella —terminó de decir con
una mueca de repugnancia.
—Oh, Christopher —estaba tan estupefacta por su historia que no sabía qué
palabras decir para que se sintiera mejor. Lo único que se le ocurrió fue levantar la
mano para acariciarle la mejilla y Christopher la cogió para besar su dorso.
Ya había empezado a hablar de su pasado y no podía parar. Necesitaba quitarse
el peso que siempre había llevado sobre sus hombros.
—Y lo consiguieron, lo perdimos todo. Yo era un niño y no sabía qué hacer.
Estábamos tan desesperados que tuvimos que dormir en la calle, pero eso no fue lo
peor —tuvo que detenerse unos instantes antes de exponer en voz alta uno de los
momentos más duros de su vida—. Allí hubo gente que se creía con derecho a jugar con

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las personas que se encontraban en la calle.
Rebecca tuvo el recuerdo de rozar con sus yemas algo extraño en su liso torso.
—Me apuñalaron por diversión —dijo finalmente.
Rebecca soltó un grito ahogado. Lo tocó esa noche, era una cicatriz.
—Mi madre no pudo soportarlo y debido a todo lo vivido y verme entre la vida
y la muerte, perdió la cabeza —terminó de decir con el dolor reflejado en su voz.
Rebecca no necesitaba saber más en ese momento. Veía que ya era bastante
duro decir una parte de su vida, ya habría tiempo para que terminara de contarlo cuando
estuviera preparado, pero una cosa sí sabía segura y era que quería abrazarlo. No podía
moverse, así que levantó los brazos, el derecho con cuidado, y le susurró:
—Ven aquí.
Christopher aceptó de buena gana su ofrecimiento. Necesitaba sentir su calidez.
Había estado demasiado tiempo en medio de una ola de frío que cada vez le sepultaba
más en la amargura. Precisaba su calidez para que su corazón siguiera latiendo para
demostrarse que había algo bueno por lo que tener esperanza.
La abrazó con cuidado, pero también con fuerza. Rebecca le devolvió el abrazo
con ganas. No podía creer que una persona que hubiera sufrido tanto pudiera ser tan
cariñoso con ella y haberla cuidado de esa forma.
A Christopher le costó dejar de estrecharla entre sus brazos, pero tenía algo
más que decirle. Se separó un poco para mirarle sus ojos oscuros llenos de claridad.
—Por eso te alejé. No podía…
No fue capaz de continuar y Rebecca se apresuró a calmar su malestar.
—No, no te preocupes por eso.
Apenas terminó su frase que Christopher se apoderó de sus labios, en un beso
lleno de suavidad por miedo de hacerle daño, pero también sin rastro del deseo que
habían expresado en el pasado, solo la dulzura de algo más intenso que la pasión.
—Te quiero —susurró, separándose unos pocos centímetros, casi rozando de
nuevo sus labios.
Rebecca tuvo que separarse más para mirarlo, sintiendo una inmensa sensación
de felicidad que le recorría su maltrecho cuerpo. No esperaba que escuchar esas
palabras de sus labios pudiera llenarla de tanto gozo, pero así fue. Se quedó tan
impresionada por todo lo que estaba sintiendo que se quedó sin palabras.
Christopher apoyó su frente sobre la suya.
—Creo que siempre te he querido, incluso cuando llevabas ese moño estirado.
Rebecca sonrió y sintió una inesperada calidez bajar por sus mejillas a lo que
Christopher las quitó suavemente con el pulgar.
—No llores.
—Es de felicidad —confesó, abrazándolo de nuevo.
Christopher le correspondió y la abrazó, sintiendo un gran alivio en su interior
como nunca había sentido, tras haber contado su pasado y haber expresado sus

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sentimientos. ¿Por qué se había negado a ello tantos años? Pero su alegría no se quedó
allí cuando escuchó a su oreja.
—Yo también te quiero.
Christopher se separó para mirarla.
—¿Lo dices de verdad?
—Sí.
Esos eran sus sentimientos, aunque también los había escondido por no
entenderlos y sentía la misma libertad que él al expresarlo en voz alta. Amaba su forma
de tratarla, de todo lo que había hecho por ella, pero no solo era eso, sus sentimientos
empezaron a aflorar en su interior desde el primer momento, pero estaba tan
obsesionada con no entregar su corazón que le relegó a una parte para olvidarse por
completo de ellos y así no salir de nuevo herida. Sin embargo, gracias a las palabras de
Christopher, provocó que esos sentimientos consiguieron al fin esa liberación para
inundar el cuerpo, el corazón y la mente de Rebecca. Le amaba con todo su corazón.
Christopher volvió a unir sus labios con los de ella para sellar sus palabras y
por la promesa de empezar un camino los dos juntos.
Sería algo nuevo para los dos, pero también maravilloso.

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Epílogo

Christopher cruzó la puerta de la habitación de Rebecca con ella en brazos para


acomodarla en la cama. No se había separado de ella, queriendo cuidarla en todo
momento para que no sufriera daño alguno.
—Puedo hacerlo sola —comentó con una sonrisa cuando Christopher le
acomodaba la almohada en la espalda.
—Ya, pero quiero mimarte —le dijo, rozando sus labios con los de ella.
Christopher y Chloe habían acomodado un poco la habitación de Rebecca para
que se sintiera más cómoda, con varios libros extra de su librería, la televisión delante
de la cama y una mesa transportable para que no tuviera que moverse para comer. No
iban a dejar que Rebecca hiciera movimiento alguno extra hasta que el médico así lo
autorizase.
—Tengo una buena noticia —comentó, sentándose a su lado en la cama.
—¿Cuál?
—¿Te acuerdas que te expliqué que usé dinero del fondo de los Anderson para
ayudar a pequeñas empresas?
Rebecca asintió. Christopher le había referido más cosas de su vida, la
obligación de la familia de retenerle al no haber más descendientes y lo que había
hecho hasta ese momento para salir de allí.
—Pues una empresa pequeña que apostaba por las nuevas tecnologías me ha
contratado.
—¿De verdad? —preguntó con alegría.
—Están agradecidos y también impresionados por lo que hice por ellos y
quieren que forme parte de la empresa.
—Así que ya no eres rico. Has dejado de interesarme —comentó con fingida
seriedad.
—Ya no te intereso, ¿eh?
Bajó sus labios para juguetear con los suyos para seguirle la broma. Rebecca
se rio devolviendo sus besos que cada vez se volvían más intensos, pero Christopher
hizo el ademán de separarse. No obstante, Rebecca alzó la mano para cogerse de la
camisa y acercarle más a ella. Sin embargo, no sirvió de mucho.
—Tenemos que esperar, cariño.
Rebecca emitió un gemido de disgusto, pero sabía que tenía razón.
—La espera merecerá la pena —le prometió Christopher, acariciando su
mejilla.
Chloe entró para romper el ambiente romántico sin querer, pero con una buena
intención, ya que alzó lo que tenía entre las manos y dijo mirando a Rebecca:
—Las pizzas están listas.

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—Qué bien —exclamó Rebecca sin poder evitarlo, deseaba probar algo
grasiento y prohibido después de tanta comida de hospital.
Los tres se acomodaron alrededor de Rebecca, sin agobiarla, y empezaron a
comer porciones de la deliciosa pizza pepperoni con extra de queso.
—¡Chloe! —la llamó Christopher para atraer su atención—. ¿Has oído hablar
de la Columbia College Chicago?
—Claro que sí.
—¿Te gustaría entrar en ella?
—¿Qué? —empezó a decir al entender por dónde iba la conversación.
—Conozco personalmente a Kwang-Wu Kim, es el…
No pudo continuar porque Chloe le interrumpió con un susurro anhelante.
—El director ejecutivo.
—Exacto —dijo con una sonrisa—. Podría hacer una llamada si te hace ilusión.
Chloe dejó la porción de pizza en el cartón y se levantó.
—¿Hablas enserio?
—Solo te podría conseguir una entrevista, tendrás que impresionarlo para
poder entrar.
Un grito de alegría inundó la habitación y corrió a rodear la cama para
abrazarlo.
—Lo haré, lo impresionaré, ¡lo prometo!
Rebecca sonrió emocionada al ver el vínculo tan bonito que estaba floreciendo
entre las dos personas más importantes de su vida.
El sonido del timbre los sacó de ese alegre estado.
—Voy yo —comentó Chloe, dando pequeños saltos hacia la puerta.
—Eres maravilloso —comentó Rebecca cuando se quedaron solos.
—Gracias a ti —respondió con otra caricia suave sobre sus labios.
Esa noche se celebrará el baile de graduación, el mismo al que le prohibieron
asistir y si era cierto que, en su momento, le sentó muy mal, ahora no le daba
importancia. Estaba al lado de su hermana y eso era todo lo que necesitaba y gracias a
Christopher pudo combinarse el hospital con las últimas clases. Por suerte, ya
quedaban pocos exámenes y, aunque no estaba muy concentrada, consiguió aprobarlos y
cerrar así una etapa de su vida para poder dar la bienvenida a otra lo antes posible.
Estaba segura que lo mejor estaba por venir.
No había tenido tiempo de pensar en sus opciones, pero gracias a Christopher,
al que ya quería como a un hermano, ese futuro que tanto había estado deseando iba a
llegar más temprano de lo que creía. La única espina que le quedaba por terminar era
Kyle. Lamentó tener que decirle que no podía ir con él al baile. La vergüenza que le
daba estar cerca de él y por el temor de verlo con otra chica hizo que se apartara de
Kyle y no le diera la oportunidad de volver a hablar con ella. Pero lo más importante
era que Rebecca estaba bien y que pronto iba a recuperarse del todo.

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Chloe estaba tan contenta en ese momento que no pensó en mirar por la mirilla
de quién se trataba y se quedó petrificada al comprobar el que estaba al otro lado.
—Kyle.
—Hola, Chloe —saludó con su habitual sonrisa torcida que conseguía
derretirla.
—¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar en el baile? —consiguió preguntarle
después del asombro de verlo allí.
—En teoría —respondió, manteniendo su sonrisa.
Chloe frunció el ceño por no entenderlo.
—Quería ir al baile contigo y, si tú no vas, no me apetece ir.
—No deberías renunciar a ir solo por mí.
—Renunciaría a más por ti si me lo pidieras —susurró, acercándose a ella,
rozando con los dedos su mejilla antes de bajar su rostro y al fin conseguir lo que el
otro día no pudo por haberlos interrumpido. Chloe sintió su cálido aliento sobre sus
labios antes de sentir una leve presión, pero a la vez increíblemente maravillosa. Era su
primer beso. Era inexperta, pero Kyle se encargó de enseñarle. Movió sus labios sobre
los suyos antes de que su pulgar viajara a la barbilla de Chloe, aplicar una suave
presión y así tener el camino abierto para explorar un poco con su lengua. Chloe emitió
un gemido de placer y empezó a utilizar su lengua imitando los movimientos de él.
«Había sido absolutamente maravilloso», pensó cuando sus rostros se
separaron unos pocos centímetros.
A Chloe le costó abrir los ojos. Parecía un sueño del que no quería despertar.
—¿Tienes planes para esta noche?
—Estoy comiendo pizza con mi hermana y su novio —explico con una sonrisa.
—Suena genial, ¿puedo apuntarme?
La sonrisa de Chloe se amplió y, cogiendo la mano de Kyle, lo empujó hacia
adentro.
Sí, al parecer, su nueva etapa acababa de empezar.

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