Cuba - Final de La Utopía

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CUBA: FINAL DE LA UTOPÍA

1 JULIO, 2020

oaquín Villalobos

Con la actual pandemia, sectores de la izquierda marxista pronostican el fin de la globalización y del
capitalismo al que apodan neoliberalismo. En el mundo sólo quedan dos países con economías
estatizadas de carácter marxista: Corea del Norte y Cuba. El capitalismo es ahora hegemónico bajo
democracias liberales, en dictaduras comunistas, autocracias nacionalistas o dictadores bananeros.
Corea del Norte es una monarquía comunista, no forma parte de la mitología revolucionaria
universal. El régimen cubano es entonces el último referente moral, político e ideológico del modelo
marxista, anticapitalista y antiimperialista. Luego de sesenta y un años de sobrevivir está en
decadencia moral, material, intelectual y generacional. Pero la muerte de la utopía cubana no será
sólo el final de un régimen, sino el derrumbe de una iglesia que dejaría en el desamparo espiritual
a millones de creyentes de la religión política marxista en todo el mundo. De ese final y de lo que
implica se trata este ensayo, que se publicará en dos entregas.

Fidel Castro abrió la conversación con lo que más se hablaba en aquel momento en La Habana, la
prohibición de las revistas soviéticas Novedades de Moscú y Sputnik. De manera tajante me dijo:
“Hemos tenido que terminar su circulación. Durante años distribuimos millones y difundimos sus
ideas como verdades, pero su contenido actual equivaldría a que el Vaticano sacara un nuevo
catecismo donde afirmara que Jesús y la Virgen nunca existieron y que todo ha sido una mentira.
No podemos cuestionar nuestras verdades, porque se nos cae el sistema”. Era agosto de 1989. El
llamado “socialismo real” o “comunismo” empezaba a agonizar en Europa y Asia. Aunque la
intención fuera otra, la comparación de esa agonía con el final de un sistema de creencias religiosas
no pudo ser más elocuente.

El enojo de Castro lo provocó un artículo de Vladimir Orlov en cual sostenía que el socialismo cubano
era una copia del soviético que “negaba totalmente la economía de mercado y el pluripartidismo”
y mantenía al “Estado militarizado para defender a la élite partidaria estatal, no sólo de la
contrarrevolución externa, sino también de la interna”.1 Se burlaba de que Fidel llamara a defender
ese socialismo hasta la última gota de sangre. Había razones para el enojo, pero impedir el debate
con ideas que venían de la meca del socialismo era miedo de Castro a perder el debate y el control
sobre los cubanos. Obviamente, la utopía cubana también podía morir. Era fácil acusar de traidor y
de agente de la CIA a un disidente cubano o a un crítico de la izquierda latinoamericana, pero eso
no se le podía decir a los soviéticos que durante cuarenta años le habían dado a Cuba el desayuno,
el almuerzo y la cena.

El filósofo británico John Gray, en su libro Misa negra, sostiene que todas las corrientes políticas,
incluido el liberalismo, tienen pretensiones utópicas religiosas, son proyectos que ambicionan ser
globales y llegar hasta el fin de los tiempos. Los misioneros armados estadunidenses que invadieron
Irak para llevar la democracia y las bombas evangelizadoras que lanzaron franceses y británicos
sobre Libia son ejemplos de liberalismo religioso. Ahora nos asusta el califato universal que moviliza

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al radicalismo islámico, pero el paradigma del comunismo científico mundial que propugnaba el
marxismo-leninismo partía de la misma pretensión. Hace algunos años Raúl Castro, en un congreso
del Partido Comunista de Cuba, pronosticaba que un día Estados Unidos sería gobernado por los
comunistas.

Para Bertrand Russell “el bolchevismo entendido como fenómeno social no ha de ser considerado
un movimiento político corriente, sino una religión”.2 Gray establece que “la idea misma de la
revolución entendida como un acontecimiento transformador de la historia es deudora de la
religión. Los movimientos revolucionarios modernos son una continuación de la religión por otros
medios”.3 Mis propios orígenes como revolucionario a inicios de los años setenta partieron del
catolicismo y puedo dar fe de que la militancia era una especie de apostolado, tal como me lo dijo
Ignacio Ellacuría, sacerdote jesuita asesinado por los militares en 1989, durante la guerra civil en El
Salvador.

Es común escuchar juicios idealistas sobre los revolucionarios pensando que éramos la solución,
cuando solamente éramos el síntoma de sociedades enfermas de autoritarismo. Una sociedad
puede tener la rebelión en su cultura política, pero esto no le asigna a los alzados calidad de solución.
Los movimientos revolucionarios latinoamericanos fueron construcciones sociopolíticas, caóticas,
fragmentadas y primitivas que competían entre ellas por cuál grupo tenía la verdad. Si bien surgían
por causas justificadas, eran proclives al fanatismo ideológico, al revanchismo, al resentimiento
social y a la manipulación por intereses externos. Admitían en sus filas a mucha gente noble e
idealista, pero también recibieron aventureros, megalómanos, oportunistas y hasta sociópatas que
disfrutaban de la violencia.

No interesa hacer aquí una profunda discusión filosófica, sino establecer que el punto de partida
teórico marxista y cristiano de gran parte de la izquierda latinoamericana tiene un origen
contaminado de dogmas, ritos, creencias y santorales que la hizo necesitar un mesías y una tierra
santa. Éste fue el lugar que ocuparon Fidel Castro y Cuba en el imaginario de la izquierda e incluso
entre intelectuales, académicos y líderes políticos marxistas o marxistas solapados de todas partes
del mundo, incluyendo Estados Unidos. Era la lucha del David cubano contra el Goliat imperialista
americano; en algunos intelectuales pesaba más el rechazo a Goliat que el proyecto de David. La
veneración y el reconocimiento a Fidel Castro incluyó creyentes y no creyentes. Pero tal como
establece el mismo Gray: “Las religiones políticas modernas… no pueden sobrevivir sin
demonología”.4 Es así como los cuatro demonios más importantes para nuestra izquierda han sido:
los ricos, el capitalismo, el imperialismo yanqui y los disidentes.

La figura mítica-religiosa de Fidel Castro arranca y cobra fuerza con la prolongada victimización de
la Revolución cubana y de la izquierda en Latinoamérica, en el contexto de la Guerra Fría. Las
intervenciones estadunidenses, las dictaduras militares, los golpes de Estado, las torturas, los
asesinatos, las desapariciones, las masacres y la persecución persistente, le otorgaron de facto a la
izquierda la representación del bien en la lucha contra el mal. Castro estaba tan consciente del poder
que le daba ser víctima que, en una ocasión, hablando del Che Guevara, me dijo que el parecido de
éste con la imagen de Jesucristo contribuyó a convertirlo en un ícono universal revolucionario.
Efectivamente, la imagen justiciera del Che y su sacrificio nos movió a muchos jóvenes a rebelarnos
contra las dictaduras. Guevara dio fuerza a la mitología religiosa izquierdista al asociar violencia,

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sufrimiento y martirio con redención y transformación revolucionaria. Cuestionar esta mitología se
convirtió entonces en herejía, no importa que se estuviera frente absurdos evidentes.

La guerrilla cubana no necesitó un gran desarrollo militar. Los rebeldes entraron a La Habana con
sólo unos cientos de hombres. El Che fue un mal estratega, su plan en Bolivia era absurdo y por eso
fue derrotado. Hay evidencia fotográfica y testimonial de que fue capturado vivo, de que se rindió
sin “luchar hasta la última gota de sangre” como exigía Castro. Él mismo dijo a sus captores: “No
disparen. Soy el Che Guevara valgo más vivo que muerto”. Por otro lado, su imagen de hombre
bueno se contradecía con su gusto por los fusilamientos en la sierra y en la Revolución. En 1964,
durante un discurso en Naciones Unidas, dijo: “Hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando”.
En su mensaje a la Tricontinental en 1967 dijo: “El odio como factor de lucha; el odio intransigente
al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una
efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”. Esta cara cruel de Guevara dejó de destacarse
y muchos, la verdad, ignorábamos esa parte de la historia. Sin embargo, las evidencias de guerrillero
inepto, cobarde y de hombre sanguinario no impidieron su santificación como ícono revolucionario
heroico, representante del bien.

Fidel Castro fue un desastre como jefe de Estado. Usando un concepto marxista se puede afirmar
que fue incapaz de desarrollar las fuerzas productivas en Cuba y, más bien, fue el destructor de
éstas. Castro es el padre de una economía parásita, primero de la Unión Soviética y luego de
Venezuela. En verdad la economía cubana funcionaba mejor con la dictadura de Batista que con la
de Castro. Conforme a datos de la Organización para la Agricultura y la Alimentación de Naciones
Unidas (FAO), el promedio de producción de caña de azúcar por hectárea en el mundo es de 63
toneladas métricas y el de Cuba es 22. En un artículo del Granma titulado “Añoranza por la reina”,
publicado el 7 de febrero de 2007, se decía que desde 1991 la producción de piña había descendido
30 veces.5

Sobra información pero abundan los ciegos que no quieren ver. Durante años, intelectuales y
funcionarios de organismos internacionales aceptaban los progresos en salud y educación del
socialismo cubano, pero pocos ponían atención en que éste no tenía sustento económico propio
sino en el subsidio soviético. Esto permitía repartir sin producir. Los cubanos han pagado esa falsa
igualdad no sustentable con pérdida de libertades y con hambre cuando se acabó el subsidio. Han
soportado seis décadas una dictadura que justifica su fracaso por la existencia del demonio
imperialista y que sustenta su poder controlando a los cubanos con el miedo, la necesidad de
sobrevivir y el escepticismo de que un cambio es posible.

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En Costa Rica hubo una guerra civil entre 1948 y 1949 que condujo a una revolución basada en un
programa social demócrata que disolvió el ejército, estableció una nueva constitución, modernizó
el país, aseguró el crecimiento económico, la educación, el bienestar social y las libertades
democráticas. Todo esto sin fusilamientos, sin declararse antimperialista y sin satanizar al
capitalismo y a los empresarios. El líder de este movimiento, José Figueres Ferrer, ganó las
elecciones en 1953, pero entregó el gobierno cinco años después. No se quedó gobernando hasta
la muerte. Durante setenta y un años, en Costa Rica no ha habido golpes de Estado ni movimientos
guerrilleros y ha tenido dieciocho presidentes electos libremente. Es el país más estable, el que tiene
la mayor expectativa y el que mejor ha respondido a la actual pandemia en Latinoamérica. La
educación de su población le ha permitido atraer inversiones de Microsoft, Intel, Hewlett Packard,
Google y Amazon, y lograr progresos en innovación tecnológica y respeto al medioambiente. Tiene
el salario mínimo más alto de Latinoamérica con $555 dólares mientras en Cuba son sólo $15. Los
costarricenses no emigran en masa, al contrario, el país recibe inmigrantes y envía más dinero en
remesas del que recibe. Estos resultados han superado siempre a Cuba, incluso en los mejores
momentos del subsidio soviético.

Sin embargo, estos resultados de la Revolución costarricense no despertaron la mitología religiosa


que desataron Castro y Cuba. Sin duda hay diferencias importantes de contexto como el carácter de
las élites costarricenses, socialmente más sensibles que los oligarcas guatemaltecos o salvadoreños.
Pero lo más importante fue que Figueres y sus seguidores no eran marxistas-leninistas y no les
interesó ser redentores. Prefirieron instituciones a caudillos, no quisieron crear un hombre nuevo,
entendieron que la naturaleza humana es un balance entre la cooperación y la competencia en la
cual la ambición de los empresarios puede convivir con la solidaridad hacia los trabajadores. Pero
una revolución sin mesías resultaba muy pagana para el fervor que dominaba a la izquierda de
entonces, martirizada por las dictaduras. Por ello Costa Rica nunca fue reconocida por la izquierda
como una verdadera revolución.

Dicen que la fe es ciega y esto resume lo que ocurrió en la construcción del pensamiento de la
izquierda frente a Fidel. Nadie veía el desastre, los que lo veían callaban y los que en algún momento
decidimos cuestionarlo abiertamente fuimos llamados agentes de la CIA, neoliberales, vendidos y
traidores, es decir, herejes, infieles, apóstatas. Atreverse a decir que la Revolución cubana es un
fracaso o, peor aún, que Ernesto Che Guevara se rindió al ver cerca la muerte, es un sacrilegio. Yo
lo digo con la autoridad que me da haber comandado revolucionarios que se enfrentaron solos a
batallones, que prefirieron morir heroicamente antes que rendirse.

Establecido el carácter religioso de la izquierda, perder la fe, dejar de creer se volvió un tema lento,
complejo y traumático. No es casual que los cambios en la Unión Soviética y Europa comunista
llegaron con el cambio generacional. Vargas Llosa en La llamada de la tribu hace referencia a su

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ruptura con Cuba y a las acusaciones que le lanzó Castro de servir al imperialismo cuando lo
sentenció a no volver a pisar Cuba jamás. Le dio la categoría de “ángel caído expulsado del paraíso”.
José Saramago lo dijo en una frase: “Hasta aquí he llegado. Desde ahora en adelante Cuba segui-rá
su camino, yo me quedo”.6 Vargas Llosa describe la ruptura diciendo: “Romper con el socialismo y
revalorizar la democracia me tomó algunos años. Fue un periodo de incertidumbre…”.7

Nunca pude conocer la realidad de los cubanos de la calle. Las muchas veces que visité La Habana
me recibía un Mercedes Benz que me llevaba del aeropuerto a una casa de protocolo del barrio
Miramar. Pero conocí bien el “sistema”, su política exterior, sus dirigentes y, sobre todo, su
estrategia hacia el continente con las izquierdas armadas y no armadas. Me reuní decenas de veces
con Fidel Castro en el palacio de gobierno, en su yate, en la residencia de Cayo Piedra, en el
penthouse donde vivió Celia Sánchez, en su limusina soviética. Una vez compartimos tiempo en una
práctica de tiro. Castro tenía gran habilidad para manipular a las personas a partir de un protocolo,
un ritual y de un uso reiterativo de la palabra que fortalecía en terceros la idea de que él era infalible
en temas de fe izquierdista. Unas cuantas veces su apoyo fue crucial para que los comunistas
salvadoreños aprobaran mis propios planes. Si Fidel apoyaba, todos aceptaban.

Castro empobreció dramáticamente a los cubanos, pero tenía una gran capacidad política para
armar estrategias que le permitieran conservar el poder en condiciones extremas, sacando del juego
a adversarios reales o potenciales, con cualquier método; diseñando un sistema de control policial
en el que todos vigilan a todos; y ejecutando planes con efectos de largo plazo como los médicos
esclavos. Era poseedor de una genialidad perversa, con una visión religiosa y culturalmente
conservadora y por lo tanto hipócrita en política. Los principios debían ser defendidos a muerte, a
menos que él decidiera lo contrario. Era humildemente arrogante. Repetía constantemente sus
hazañas militares en primera persona. Escuché muchas veces su narración de las emboscadas en la
sierra y cómo dirigió desde La Habana la batalla de Cuito Carnavale en Angola. Disfrutaba del poder
y sabía que sus palabras eran recibidas como mensajes divinos.

Yo me rebelé contra la dictadura en mi país movido por valores como la justicia, la compasión y por
la indignación frente a la arrogancia y crueldad de militares y oligarcas. Pero esos mismos valores
me llevaron, años después, a romper con la extrema izquierda y a dejar de creer en la Revolución
cubana; fue un proceso complejo porque eso implicaba ubicarme en un centro izquierda que no
tenía futuro en un país polarizado al extremo. En una ocasión, Fidel me dijo que si ganábamos la
guerra podíamos perder la paz. Obviamente percibía las tensiones entre los marxistas y quienes
simpatizábamos con la socialdemocracia. Sin embargo, Castro mantuvo un trato preferencial
conmigo hasta el final de la guerra porque me reconocía como jefe militar guerrillero.

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Cuando las protestas del 2018 en Nicaragua, jamás imaginé que Daniel Ortega fuera capaz de matar
a más de 400 nicaragüenses, encarcelar a cientos con tanta ferocidad y definirse abiertamente como
dictadura. El sandinismo, incluido Ortega, fue menos dogmático que los marxistas salvadoreños,
pero cuando recuperó el poder redefinió su programa como cristiano, socialista y solidario, una
mezcla de marxismo, esoterismo y manipulación cínica de la religión. Lo ocurrido en Nicaragua me
llevó a pensar que si en El Salvador hubiésemos triunfado, los comunistas, que eran más dogmáticos
que Ortega, con el apoyo de Cuba habrían tomado el control del gobierno, yo habría sido disidente
y, como tal, habría terminado muerto o dirigiendo fuerzas contrarrevolucionarias. El empate militar
y el acuerdo de paz evitó que esto ocurriera. Mi reflexión es que la guerra en mi país fue un
enfrentamiento entre quienes defendían una dictadura y quienes querían imponer otra. La
institucionalidad que estableció el acuerdo de paz fue lo mejor que pudo pasar. El empate fue
posible por la intervención estadunidense. Sin ella, hubiéramos derrotado a los militares
salvadoreños, igual que Fidel pudo derrotar a Batista. Lo paradójico es que yo era simultáneamente
un peligro potencial como disidente para la izquierda y al mismo tiempo el objetivo principal de la
CIA para ser eliminado y al único al que la agencia destinó un equipo permanente con ese propósito.

Entendí entonces el enorme coraje de todas las disidencias internas de la Revolución cubana:
enfrentaban el riesgo del rechazo de ambas partes. Entre éstas, las disidencias que pudieron haber
motivado la perestroika, como la del general Arnaldo Ochoa y mi amigo Tony de la Guardia, dos
guerreros fuera de serie fusilados sin compasión por Fidel Castro en 1989. Fueron acusados de
narcotráfico en un país donde absolutamente nada se podía hacer sin el consentimiento de Fidel.
Con estos fusilamientos Castro logró limpiarse frente a los estadunidenses por el narcotráfico y
deshacerse de un grupo de disidentes, en particular de Arnaldo Ochoa, el más potente de sus
competidores.

Separar la ideología de la calidad humana es fundamental para romper con la visión izquierdista que
divide al mundo entre buenos y malos, conforme a las posiciones políticas o el origen de clase. Sin
tolerar las diferencias, la izquierda jamás será democrática y siempre habrá riesgo de que acabe en
dictadura. En la visión religiosa los pobres son buenos, aunque sean delincuentes y los ricos son
malos, aunque sean generosos. El calificativo de “pequeño burgués” es un ataque común en la
extrema izquierda, que se adentra en la forma de ser y en las costumbres de las personas. Esto
conducía a los llamados procesos de proletarización, consistentes en una disciplina de sacrificios
para forzar el cambio de clase. La militancia revolucionaria se convertía así en un apostolado, tal
como me lo dijo Ellacuría, en principio aparentemente inocente, que se adentraba en la imposición
de genuinas idioteces, como la ropa, la música o el arte. Los Beatles fueron prohibidos en Cuba.
Hasta que el Ministerio del Interior comisionó la traducción de sus canciones, concluyeron que éstas
no eran contrarrevolucionarias y terminaron construyendo una estatua de John Lennon en un
parque en La Habana. Pablo Milanés, el cantautor que se convirtió en marca cultural de Cuba fue
enviado en 1966 a un centro de reeducación junto a disidentes y homosexuales. Como se fugó, lo
metieron en una prisión con delincuentes comunes. Su pecado era tener talento frente a la
mediocridad partidaria.8

En su nivel más extremo la proletarización o reeducación condujo al genocidio de Pol Pot en


Camboya, a los muertos de la Revolución Cultural de Mao Zedong y a las matanzas de Stalin. La

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construcción del hombre nuevo la realizaban matando a millones de personas que representaban
al viejo sistema. Guevara fue un fiel impulsor de la construcción del hombre nuevo por la vía de los
fusilamientos. A menor escala esto ocurrió también en las filas de la insurgencia latinoamericana.
En el 2014 fue encontrada en Perú una fosa común con 800 víctimas de Sendero Luminoso, la
mayoría indígenas asháninkas y machiguengas exterminados entre 1984 y 1990.9 En el 2003 las
FARC ejecutaron un atentado terrorista contra el exclusivo Club Nogal de Bogotá, hubo 36 muertos
y 198 heridos. Pudo haber más víctimas si el peso de la piscina que estaba en el 9.º piso hubiese
demolido el edificio. Fue un acto terrorista dirigido contra civiles por su origen de clase.

El libro Grandeza y miseria de una guerrilla, escrito por Geovani Galeas y Berne Ayalá, cuenta que
entre 1986 y 1991, en El Salvador uno de los grupos guerrilleros arrestó, torturó y mató de formas
crueles a cientos de combatientes y colaboradores por considerarlos espías de los militares. Muchas
de estas personas fueron víctimas de una paranoia colectiva de los dirigentes por sospechas
originadas en conductas no proletarias que se interpretaban como “infiltración enemiga”. Galeas y
Ayalá recopilaron y publicaron los testimonios de las familias de las víctimas.10 En Guatemala, Mario
Roberto Morales, exmilitante de las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR), en su libro Los que se fueron
por la libre habla del abandono de sus “prerrogativas de clase” para adentrarse en “los hábitos del
pueblo” y cuenta de una guerrillera de seudónimo la China que fue ejecutada porque su
“sensualidad” generaba conflictos entre los compañeros.11 Esta sería una ejecución de corte
religioso como las que ahora realiza el Estado Islámico.

En abril de 1983, en Managua fue asesinada con 90 puñaladas Mélida Anaya Montes (Ana María),
segunda al mando de uno de los grupos guerrilleros salvadoreños. Inicialmente el asesinato se
atribuyó a la CIA, pero los investigadores nicaragüenses y cubanos capturaron rápidamente a los
autores. Los debates sobre la negociación como una salida a la guerra produjeron profundas
diferencias en el grupo guerrillero al que pertenecía Mélida. Ella estaba en favor de la negociación
y el jefe de la organización, Salvador Cayetano Carpio (Marcial), consideraba que negociar era
traicionar al proletariado y a la revolución. Carpio ordenó entonces al equipo de contrainteligencia
que tenía bajo su mando ajusticiar a Mélida por desviaciones pequeñoburguesas y traición y
encubrir el crimen. Al ser descubierto Carpio optó por suicidarse.

Una guerra exige disciplina y compromiso y hubo efectivamente casos de espionaje y traición. Sin
embargo, la “proletarización” fue la causa principal de numerosos crímenes que, además, como dice
Roberto Morales, debían ocultarse para evitar “hacerle el juego al enemigo”. La visión religiosa abría
las puertas al fanatismo, al revanchismo, al resentimiento social, a la manipulación y al engaño, pero
también a la mediocridad, que ha sido el factor más autodestructivo en las izquierdas. Rechazar la
diferencia e imponer la igualdad convierte la mediocridad en resultado y termina con la expulsión o
la huida de los talentos. Esto puede verse en el contraste entre la Cuba rica de la Florida y la Cuba
pobre de la isla, o entre las dos Alemanias antes de la caída del muro. Cuando el oportunismo
adulador y acrítico y su pariente el culto a la personalidad toman control, la ineficiencia se vuelve la
regla. El fracaso de la Revolución cubana es hijo de la mediocridad y del voluntarismo, igual que en
la Unión Soviética.

Muchos deben recordar al Castro de la memoria extraordinaria, capaz de hablar horas con gran
fuerza argumentativa sobre los problemas del mundo, aunque siempre sin ofrecer soluciones. Su
ventaja en ese debate la daba el contexto de dictaduras y la agresiva política de Estados Unidos

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contra su gobierno. Cuando esto cambió, Fidel tartamudeó para responder a una periodista sobre
por qué los cubanos no podían entrar a los hoteles de lujo que abrió el capitalismo en su país
socialista e insultaba a gritos, como activista de calle, acusando de agentes de la CIA a los periodistas
que le preguntaban por los presos políticos.12

Castro no pudo reinventarse, su cabeza se quedó en los años sesenta y le costaba admitir el fracaso.
En otro video le preguntan a Fidel por qué insiste en el comunismo si éste ya está muerto en todo
el mundo. Su respuesta fue: “Cristo murió en la cruz y al tercer día resucitó”.13 En el 2010 hizo una
sorprendente declaración: “El modelo cubano ya no funciona ni siquiera para nosotros mismos”.
Cuba permitía a los millonarios como inversionistas y a los pequeñoburgueses como turistas,
siempre y cuando fuesen extranjeros. Capitalismo y riqueza para los extranjeros, y socialismo y
pobreza para los cubanos; de nuevo mostraba su genialidad política pariendo un “apartheid
económico”. Después, Raúl Castro dio otro paso permitiendo los llamados “cuentapropistas”. Con
este paso la Revolución aceptó burgueses cubanos, siempre que fueran pequeños.

Con el tiempo las raíces religiosas de la izquierda convirtieron saber y tener en pecados capitales y
rasgos sospechosos. Esto les ha impedido a los gobernantes cubanos tener una relación normal con
los empresarios y los tecnócratas, los dos componentes más importantes para el desarrollo, el
crecimiento económico y la reducción de la pobreza. Para entender este conflicto puede resultar
útil un verso del poeta cubano Indio Naborí. Su poema Placa en la puerta del partido fue muy
popular en la izquierda para fortalecer la mística. El verso final dice así: “…aquí tienes que ser/ el
último en comer/ el último en dormir/ el último en tener/ y el primero en morir”.14 Estas ideas que
rezaban los militantes para ir a la lucha son una expresión de la barrera religiosa que hay entre la
izquierda y el mercado. En el pensamiento extremista, la pobreza es un valor, no un problema que
debe resolverse.

Con una izquierda pobre y perseguida, resultó fácil contraponer codicia y ambición a justicia y
solidaridad. Pero ¿qué ocurre en las almas izquierdistas cuando la realidad demuestra que la codicia
y la ambición son más eficientes para desarrollar la economía y reducir la pobreza? ¿Qué les ocurre
cuando el poder los coloca frente a las tentaciones de la sociedad de consumo?

Tienen dos caminos: entrar honestamente a la normalidad o volverse corruptos y cínicos. Castro
insistía en que el centro del debate era la naturaleza del hombre y que ésta era ser solidario.
Utilizaba ejemplos de guerras y tragedias para demostrarlo. En realidad, éste es el centro del error,
porque el ser humano no es ni solidario ni egoísta por naturaleza. Como dice Martin Nowak: “La
competencia y la cooperación han funcionado desde el primer momento para dar forma a la
evolución de la vida en la Tierra, desde las primeras células hasta el Homo sapiens. Por lo tanto, la
vida no es sólo una lucha por la supervivencia: también es, podría decirse, un abrazo para la
supervivencia”.15

Guevara decía que el revolucionario es el eslabón más alto de la especie humana y la extrema
derecha piensa lo mismo de los empresarios. Ambas ideas llevan a la corrupción, la primera porque
va contra la naturaleza humana y la segunda porque si todo asume tener el dinero como propósito,
los policías, los jueces, los maestros necesitarán volverse corruptos para no ser especies inferiores.
El estilo de vida es irrelevante, da igual si se vive con comodidades cuando esto es resultado del
esfuerzo personal o si se es austero por opción personal. Existen ricos austeros y pobres que
derrochan lo que no tienen. Hay en la izquierda quienes, sin sufrir retorcijones ideológicos, optaron

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por la corrupción. En Nicaragua, Daniel Ortega es ahora tan rico como el exdictador Somoza; los
bolivarianos venezolanos son multimillonarios con cuentas de hasta miles de millones de dólares y
los generales cubanos son ahora los dueños de la industria turística. Un conocido izquierdista
español se disfraza de pobre en el congreso, pero usa chaqué en los eventos de la farándula; cuando
era candidato cuestionaba a quienes tenían casas de 600 000 euros y terminó comprándose una del
mismo precio. La primera vez que probé caviar fue con Fidel Castro, una misión iraní le dejó una
dotación de regalo, pidió vino francés de excelente calidad y me dijo que las exquisiteces no debían
ser sólo para los ricos. Ni el yate ni las langostas frescas en Cayo Piedra eran cultura “proletaria”. La
conclusión sería que la codicia puede también ser revolucionaria.

Cuando la riqueza proviene del poder político, perder el poder es quedar en la pobreza porque no
se sabe hacer otra cosa. Entonces hay que defender el poder a toda costa, como en Cuba, Venezuela
y Nicaragua. Pero ya no se está defendiendo el socialismo ni a los pobres, sino los privilegios
personales de los dirigentes y sus familiares. La corrupción en la extrema izquierda establece una
relación de amor y odio con la riqueza que deriva en una vulgar transición de revolucionarios a
ladrones.

La aceptación de la economía de mercado para la izquierda tiene dos componentes fundamentales:


el personal y el programático. El primero es aceptar que no es malo tener y el segundo es entender
que los que saben generar riqueza son indispensables. Cuando no se comprende esto, el deseo de
superación, una aspiración natural en todos los seres humanos acaba representada exclusivamente
por las derechas.

La ambición humana es el motor de la generación de riqueza y crecimiento económico. Por ello, el


propósito marxista de desarrollar las fuerzas productivas lo han ejecutado mejor las derechas. Las
izquierdas se tomaron en serio el evangelio de san Mateo que dice: “Es más fácil que un camello
pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos”. Deng Xiaoping, padre
ideológico de la transición de China al capitalismo, se mofaba de quienes decían que “si un granjero
tenía tres patos era socialista, pero si tenía cinco, era capitalista”.16 Esto ocurre en Cuba cuando el
gobierno regula el número de mesas que pueden tener los restaurantes privados. A Deng se le
atribuye la más valiosa cita sobre el cambio en China: “Enriquecerse es glorioso”. Quienes venimos
de la izquierda sabemos que esta idea es fundamental porque fusiona lo individual con lo
programático e implica una ruptura con el voto de pobreza de la izquierda, que al igual que el
celibato de los curas, genera perversiones porque va contra la naturaleza humana. La corrupción es
para la izquierda marxista lo que la pedofilia es para la Iglesia católica.

No es casual que las derechas asuman en sus programas la producción y las izquierdas, la
distribución. Tampoco es casual que cuando ya no hay mucho que repartir la izquierda pierda
elecciones. La regla es que a mayor distancia del mercado se es más de izquierda, sin embargo, a la
hora de gobernar el resultado es que a mayor distancia del mercado corresponde mayor fracaso.
Los gobiernos de extrema izquierda de Evo Morales y Daniel Ortega no se pelearon con el mercado
y sus resultados económicos contrastan con los fracasos venezolano y cubano. El marxismo, en el
consciente y el subconsciente de las izquierdas, genera un conflicto moral con el espíritu
emprendedor. Los empresarios son definidos como enemigos o como aliados indeseables.

La izquierda necesita romper con la idea de la igualdad absoluta y aceptar la legitimidad de la


ganancia, de la acumulación y de la diferencia. Los empresarios son capital humano como lo son los

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profesionales de alta calificación, sin éstos no hay crecimiento económico. La izquierda debería
tener empresarios en sus filas. La sensibilidad social y la solidaridad no son incompatibles con el
espíritu emprendedor, los ricos también pueden irse al cielo. Sin duda hay empresarios que abusan
de los trabajadores, pero igual hay doctores que abusan de sus pacientes y no por ello debemos
quedarnos sin doctores.

Para quienes viven en el mundo normal, este debate puede parecer tonto, pero estos son los cuellos
de botella ideológicos y morales que enfrenta ahora la utopía cubana. Necesitan, como me dijo
Fidel, “cuestionar sus verdades” y aceptar que éstas siempre fueron mentiras.

A raíz de la pandemia los izquierdistas dicen que viene el fin de la globalización y del neoliberalismo,
alias del capitalismo. El problema es que el capitalismo es reformable, lo que no se puede reformar
es el socialismo marxista cubano, como no era reformable el soviético que se autodestruyó cuando
Gorbachov intentó hacerlo. El propio Fidel Castro después de reunirse con Gorbachov me dijo que
éste iba a destruir a la Unión Soviética tal como ocurrió. Stephen Kotkin habla de “autodestrucción
ideológica” y usa la figura de las famosas muñecas rusas matrioska diciendo que “dentro de
Gorbachov estaba Kruschov, dentro de Kruschov estaba Stalin, y dentro de Stalin estaba Lenin. Los
predecesores de Gorbachov habían construido un edificio que tenía minas que provocaron su propia
detonación al impulsar la reforma”.17

El neoliberalismo es sólo una variable del capitalismo con menos Estado y más mercado. Capitalismo
es también la Revolución de José Figueres en Costa Rica, el Nuevo Trato de Franklin Roosevelt, el
Estado de Bienestar de Suecia, Noruega y Dinamarca, y la modernización española que ejecutó
Felipe González. La pandemia obliga a fortalecer el rol subsidiaro del Estado en todas partes, pero
el capitalismo continuará siendo el motor de la economía para generar empleos, proporcionar
ingresos a los gobiernos y reducir la pobreza. En Gran Bretaña, cuna del neoliberalismo, el gobierno
está pagando los salarios de once millones de trabajadores. Esto no es bondad, es comprensión de
cómo funciona la economía. El capitalismo no va a terminar. Lo que viene es la competencia entre
dos tipos de capitalismos: el liberal democrático y el capitalismo con dictadura. Cuba no está en
ninguno de esos dos grupos.

China no regresará al maoísmo, Putin no va a expropiar a los oligarcas rusos y Vietnam no renunciará
a los progresos que ha logrado. En estos tres símbolos de utopías fallidas “enriquecerse ha sido
glorioso”; la colección de whisky más cara del planeta, valuada en 14 millones de dólares, pertenece
a un millonario vietnamita que vive en la ciudad Ho Chi Minh. En las calles donde antes caían bombas
estadunidenses ahora transitan vehículos Ferrari, Aston Martin y hay tiendas de Oscar de la Renta,
Louis Vuitton, Gucci, relojes Patek Phillipe y joyerías de Tiffany. La transformación capitalista de
Vietnam logró que las exportaciones pasaran en los últimos veinte años de 10 000 millones a
230 000 millones de euros. En ese mismo período las exportaciones de Cuba pobremente pasaron
de 1400 millones a 2100 millones de euros mientras su capital se está cayendo y en sus calles
circulan vehículos con hasta setenta años de antigüedad. La Habana ocupa la posición 192 en índice
de calidad de vida de un total de 231 posiciones.18 Estados Unidos mató cinco millones de
vietnamitas y destrozó el país, y ahora los estadunidenses llegan por miles como turistas y son bien
recibidos. Todos los argumentos del régimen cubano sobre el embargo y las sanciones
estadunidenses son nada comparadas con los treinta años de guerra que sufrió Vietnam contra dos
potencias.

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El fracaso económico de Cuba no es culpa de Estados Unidos, sino del conflicto religioso de los
comunistas cubanos con la ganancia, la creatividad, el espíritu emprendedor y el deseo de
superación de sus ciudadanos.

La economía siempre ha tenido tendencia a globalizarse y, al igual que el mercado, existe desde
antes que existiera el capitalismo; ambos fenómenos, mercado y globalización, son inevitables
porque responden a la naturaleza humana. Quienes pelean contra las fuerzas del mercado acaban
derrotados. La globalización se aceleró en las últimas décadas por el desarrollo del transporte y la
revolución de las comunicaciones. Esto facilitó que los grandes capitalistas pudieran conectar sus
industrias con las enormes reservas de mano de obra barata que existían en países pobres como
China, India, México o Bangladesh. Un fenómeno similar de demanda y disposición de mano de obra
ocurrió salvajemente en los siglos XVI, XVII y XVIII con el comercio de esclavos africanos, resultado
de la conquista y colonización europea en América.

La globalización actual ha tenido, entre otras, tres consecuencias importantes: generó fortunas sin
precedentes, sacó a centenares de millones de gentes de la pobreza y abarató las manufacturas
llevando la sociedad de consumo a todas partes. Sin duda ha tenido consecuencias negativas
ambientales, injusticias con millones de trabajadores, severa desigualdad y otras. Pero si la
globalización desapareciera como dicen los izquierdistas, sería una gran catástrofe para los más
pobres. Va a reacomodarse, pero no a desaparecer.

El riesgo de que aparezcan nuevos gobiernos autoritarios resultado de la pandemia es un tema


político, la democracia no es universal y podría perder terreno, pero el carácter capitalista de las
economías no está en cuestión. La recesión económica generada por la pandemia provocará
protestas sociales y problemas a la clase política en todas partes, incluidos China, Rusia, Gran
Bretaña, Brasil, México y Estados Unidos. Pocos gobiernos saldrán bien librados, ya sean de derecha
o izquierda, pero hay que estar locos para pensar que habrá revoluciones populares comunistas en
alguna parte. El capitalismo sufrirá reformas y sobrevivirá; lo que no sobrevivirá es la utopía estatista
cubana y el desastre del socialismo del siglo XXI en Venezuela. Pueden seguir un tiempo más como
muertos que caminan, pero el modelo marxista no va a resucitar y la aproximación de su final tiene
consecuencias.

Después de inicios de la Revolución en 1959, Fidel Castro definió que la defensa de Cuba debía
hacerse generando o expandiendo conflictos armados en Latinoamérica. La invasión de bahía de
Cochinos, la expulsión de Cuba de la OEA y el predominio de dictaduras militares en casi todo el
continente justificaban la lucha armada. La frase de Guevara de “crear uno, dos, tres Vietnams” era
una forma de defender a Cuba. Se trata de algo militarmente básico, si te quedas encerrado en tu
territorio, tu defensa será débil y tu enemigo podrá concentrar ofensivamente sus fuerzas contra
tus posiciones. Para evitar esto es indispensable una defensa ofensiva que disperse, distraiga, agote
y obligue a tu enemigo a combatir en un territorio más amplio.

Cuando Stalin estableció gobiernos comunistas satélites en Europa del Este no estaba haciendo
revoluciones por solidaridad con los trabajadores de estos países. Estaba ampliando la defensa
territorial de la Unión Soviética. El general Vo Nguyen Giap, uno de los más brillantes estrategas de
la historia, jefe de las fuerzas vietnamitas en la guerra contra franceses y estadunidenses, mantuvo

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una ofensiva permanente sobre Vietnam del sur con operaciones regulares e irregulares hasta
alcanzar la victoria y reunificar su país. En El Salvador los guerrilleros aplicamos este principio con
una estrategia sistemática de sabotajes y golpes de mano en las ciudades y territorios que
controlaba el gobierno. Nuestros ataques rápidos y el sabotaje obligaron a los militares a invertir
mucha fuerza en protegerse y cuidar la infraestructura. Con ello el crecimiento y la capacidad
ofensiva que había logrado Estados Unidos fueron anulados y en 1989 entramos a San Salvador.

Cómo se defendió Cuba poniéndose a la ofensiva es una larga historia que abordaré en una siguiente
entrega: Cuba: defensa y agonía.

Joaquín Villalobos

Exjefe guerrillero salvadoreño, consultor en seguridad y resolución de conflictos. Asesor del


gobierno de Colombia para el proceso de paz.

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