Premat, Borges y Yo

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El muerto

Author(s): Julio Premat


Source: Variaciones Borges, No. 24 (2007), pp. 1-18
Published by: Borges Center, University of Pittsburgh
Stable URL: https://www.jstor.org/stable/24880411
Accessed: 16-12-2022 15:26 UTC

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El muerto

Julio Premat

Genio
es yuno
figura:
de los ese imperativo
tantos terrenos de cierta filología
redefinidos polvorienta
por el fenómeno
literario que llamamos "Borges". En él, escribir es escribirse, na
rrarse, representarse, intervenir con su voz y su imagen en espa
cios públicos, creando y modulando a un personaje. En paralelo
a la producción textual, o imbricado en ella, se juega otra ficción,
que impone, no sólo escribir textos sino también inventarse como
autor de esos textos: no hay genio sin figura, la figura es el espa
cio en que se resuelven las imposibilidades y las tensiones de la
escritura en el siglo XX. No hay un genio nuevo sin una figura
diferente, y para que esa figura sea operativa, debe ser ficticia, o
sea, como lo hace la ficción, postular la ambigüedad, la contradic
ción, la simultaneidad de los contrarios. Por lo tanto, uno de los
ejes que permitiría una lectura, si no lineal, al menos homogénea
de la trayectoria de Borges, es el que recorrería la construcción
de una autofiguración, autofíguración que concierne tanto una in
corporación mitificante de su biografía, las abundantes ficciones
de autor que circulan en su obra, como la puesta en escena de un
personaje público.1 Esta autofiguración, múltiple y proliferante,
es entonces el espacio privilegiado para resolver las aporías de la
creación, estableciendo las condiciones de posibilidad de la obra y
el medio para legitimar su identidad de escritor en Argentina.

1 Robin Lefere, que le ha dedicado recientemente un libro a este aspecto, comien


za su trabajo aludiendo, también, a la oposición tradicional "vida y obra" (7-9).

Variaciones Borges 24 (2007)

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Julio Premat

Ahora bien, ser escritor, inventarse como escritor implica, en


Borges, barajar tres imágenes heredadas. Primero Martín Fierro,
ese antepasado que toma la guitarra, se pone a cantar e inventa
una literatura, esa figura referencial que es un payador imagina
rio (y no un autor sacralizado como Shakespeare, Victor Hugo,
Cervantes o Dante, tal cual sucede en algunas literaturas euro
peas). Ser autor en Argentina es así inscribirse en una filiación de
autores legendarios, es ser el personaje de una literatura todavía
inexistente. La imagen de Lugones, luego, cuando éste postula una
función mesiánica para sí mismo, la de un fundador de naciona
lidad, de lenguaje y de civilización. Ese Gran Escritor que el país
necesita, ese escritor omnívoro que se apropia de todo el idioma,
de todos los géneros, de todo el saber. La de Macedonio, por fin,
el escritor "sin obra", el escritor de pura anécdota, de testimonio
y actitudes, el elogiado ausente, el escritor paradójico que escribe
afirmando la imposibilidad de la escritura y poniendo en escena
lo que ha podido denominarse un egocidio (Vecchio). Ser un gran
escritor, el gran escritor que la Argentina necesita, es también ser
un escritor borrado, impotente, ausente, ficticio, como Macedo
nio. La autofiguración en Borges reúne, utiliza y desarrolla estas
tres imágenes, haciendo de él el epítome del escritor argentino:
Borges es el escritor ficticio, el escritor ególatra y el escritor ego
cida al mismo tiempo. El lugar que ocupa en el sistema literario
mucho le debe, seguramente, a esta insólita polivalencia.
Uno de los modos de proponer una periodización de la produc
ción, decíamos, es recurrir a las etapas de una autobiografía ficticia
y a la serie de espejeos que se refieren a Borges bajo los rasgos de
otros escritores.2 Se podría hablar entonces, de manera algo abrup
ta, de tres figuras, que no son estrictamente sucesivas ni se excluyen
entre sí, pero que permiten poner en perspectiva al último Borges
que vamos a tratar aquí: la del héroe fundador, la del hijo melancó
lico, la del ciego célebre, que prepara una cuarta, la de la vejez. El
héroe fundador es la figura de la entrada en la escritura (de Fervor

2 Este tema ha sido muy trabajado por la crítica. En Iowa se defendió reciente
mente una tesis sobre el tema (Alonso Estenoz), así como encontramos algunas
hipótesis fuertes al respecto en libros ya clásicos, como los de Alan Pauls, Sylvia
Molloy (sobre todo en la segunda edición ampliada) y Michel Lafon.

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de Buenos Aires a Evaristo Carriego), es el joven vanguardista que


inventa Buenos Aires, es el que escribe lo que nadie ha escrito has
ta entonces, es el que delimita una mitología personal y establece
los primeros rasgos de una ficcionalización de su biografía, como
cimientos de una obra por venir (Pezzoni). El hijo melancólico es la
figura de la entrada en la ficción, es el escritor de los grandes libros
de los cuarenta y cincuenta (Ficciones, El Aleph, Otras inquisiciones),
a partir de dos imágenes: la de Menard, ese escritor menor que,
paseándose por los "arrabales de Nîmes", logra invertir el orden
de escritura y permitir que el heredero transforme al modelo: todos
pueden escribir un clásico, cualquiera puede escribir un clásico (in
clusive un hijo cuyo padre acaba de fallecer, inclusive un argentino,
inclusive Borges, que al escribir el cuento está escribiendo su pri
mer "clásico"). A esa posición edípica se le agrega la melancolía, la
del bibliotecario de "La Biblioteca de Babel", ese hombre abrumado
por una pérdida indefinible y la búsqueda vana del sentido en un
universo tan caótico como simétrico.

El ciego célebre es la figura de la entrada en la fama, es el tra


bajo con una imagen y un nombre públicos, a partir de una pa
radoja: la máxima incapacidad que sería la ceguera para alguien
que ha alcanzado la máxima capacidad de circular, juzgar y ser
visible en el campo literario. Es la de El hacedor, que se reconcilia
imaginariamente con Lugones y donde no se trata ya de escribir
(ni de reescribir, como Menard), y ni siquera de leer, sino de ser:
ser Homero, ser Shakespeare, ser Dante, ser Quevedo, ser Arios
to, representados todos ellos desde la muerte, el descreimiento, la
vejez, la anulación de sus singularidades. Ese mismo vaciamiento
es lo que permite un doble movimiento de destrucción e identi
ficación, equiparando al escritor argentino con las grandes per
sonalidades de la historia literaria. El desenlace de este proceso
de representación multifacética de la propia imagen sería "Borges
y yo", en donde el juego de reflejos se da en el interior del pro
pio sujeto. Allí aparecen, contrapuestos, el escritor que se ha ido
creando (Borges) y el sujeto biográfico y enunciativo (el yo). El
texto cambia la perspectiva: de escribir como los otros escritores a
ser los otros y de ser los otros a ser él mismo el terreno en que se
procesa una identidad múltiple de autor.

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Julio Premat

Las dos muertes

La larga y prolífica vejez de Borges lleva a preguntarse cómo se


cierra, desde la escritura, una obra, o cómo, en esa biografía imagi
naria, se integra la destrucción del personaje creado, responsable
de lo escrito. E inclusive, cómo ese desenlace, ese último avatar ha
jugado en la extraordinaria posteridad del autor. Así, los textos de
Borges, además de tantas otras problemáticas sobre la producción
y la circulación del texto literario del siglo XX, llevan a plantearse,
y el fenómeno es singular, cómo se envejece y se muere dentro de
una obra constituida. En ese sentido, Onetti sería otro ejemplo,
paralelo y en alguna medida opuesto (piénsese en la destrucción
del universo ficcional y de la coherencia narrativa que leemos en
Dejemos hablar el viento y Cuando ya no importe). Para estudiar este
aspecto me propongo primero la lectura de dos textos que prolon
gan "Borges y yo" ("El otro" y "25 de agosto de 1983"), y luego
una ampliación de la perspectiva al conjunto de lo que cabe lla
mar el "último Borges".
Primer texto. Diecisiete años después de "Borges y yo", y ya en
la vejez (el autor tiene 75 años), se publica una reescritura ficcional
de ese texto, el cuento "El otro". Allí se pone en escena un encuen
tro improbable: el de Borges, ya anciano, en 1969 y a orillas del río
Charles (en Cambridge, Estados Unidos), con el joven Borges que
está en Ginebra, a orillas del Ródano, en una fecha indeterminada
(pero sabemos que el escritor vivió en Ginebra entre 1914 y 1919).
El punto de vista del cuento y su focalización espacio-temporal
están situados del lado del anciano, el de 1969, y su personaje
corresponde plenamente con el de un autor reconocido. O sea que,
si en "Borges y yo" leíamos: "poco a poco voy cediéndole todo"
(2:186), el proceso está terminado; ya no hay una escisión interna
entre el Borges público y el hombre privado: sólo existe el Borges
escritor. Pero no por eso es único: su doble es, ahora, el otro yo
de la juventud. En realidad asistimos a un autoengendramiento,
a una autofiliación: la relación entre ellos es la de un padre con
un hijo (ambivalencia entre insolencia y respeto temeroso en el
joven, tolerancia enternecida y a veces irritada del mayor), como
lo reconoce el narrador: "Yo, que no he sido padre, sentí por ese

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pobre muchacho, más íntimo que un hijo de mi carne, una oleada


de amor" (3:13). Ya lo decían Bioy Casares y una enciclopedia fic
ticia en "Tlón, Uqbar, Orbis Tertius": los espejos multiplican a los
hombres, son un modo de reproducción sin sexualidad.
El diálogo entre ellos se reduce a dos temas principales: por
un lado a analizar el encuentro, a entender su posibilidad y, por
otro lado, a oponer gustos literarios. La conversación es tensa; los
dos Borges no se entienden. Los gustos del joven parecen inge
nuos, así como sus posiciones políticas y estéticas en general; el
narrador afirma, inclusive, que "cada uno de los dos era el reme
do caricaturesco del otro" (3:15): son dos simulacros aunque, sin
lugar a dudas, el que representa la sabiduría estética es el anciano:
el consabido rechazo de los textos, lecturas y posiciones de ju
ventud (en ensayos, entrevistas y decisiones editoriales) tiene un
correlato ficticio: Borges, en su vejez, se encuentra con aquel otro
Borges y desacredita sus posiciones, reafirmando y validando sus
preferencias posteriores. Por último, e inversamente, nótese que
se resuelve la posibilidad del encuentro atribuyéndolo a un sueño
del joven: el Borges anciano sería un sueño, ya no de Dios (como
Shakespeare en "Everything and nothing"), sino un sueño de sí
mismo, una creación de sus sueños de juventud. Así, Borges, el
gran Borges de la vejez, doctor honoris causa de tantas universida
des del mundo entero, sería una creación de su deseo, de un deseo
antiguo, del deseo de un casi adolescente que se pasea por las ori
llas del Ródano durante la Primera Guerra Mundial europea.
Segundo texto. Publicado por primera vez el 27 de marzo de
1983 en el diario La Nación, el cuento "25 de agosto de 1983" se
integra luego, de manera postuma y con un ligero cambio de tí
tulo, en el volumen intitulado La memoria de Shakespeare. Es decir
que, en su primera edición, se juega con la anticipación (de marzo
a agosto del 83), dato que tiene su importancia si se piensa que el
24 de agosto era el cumpleaños de Borges y que ese año cumplió
ochenta y cuatro años. El cuento es una variación de "El otro": de
nuevo, dos Borges de edades distintas se encuentran y dialogan
sin entenderse del todo; pero ahora, uno de los dos muere por de
cisión propia: el más anciano ha decidido suicidarse. El título pone
el acento en una fecha única que tiene lo singular y patético de ser

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Julio Premat

la fecha de la muerte ficticia de Borges; y la autorrepresentación


del autor aquí es —nada menos— una representación de la propia
agonía. Se trata por lo tanto de trastocar tiempos, para escribir algo
que nadie puede escribir, a saber el relato de su propia muerte.
Este encuentro se da el mismo día (ese 25 de agosto), pero de dos
años distintos: 1983 y 1960, y el narrador ya no es el anciano sino
el más joven (el Borges maduro, que tiene sesenta y un años); así,
uno de los dos asiste a los últimos momentos del otro y registra sus
últimas palabras, pero el responsable del discurso es el Borges de
1960: el que muere no soy yo, es el otro.
El diálogo entre ellos gira, de nuevo, alrededor de la explica
ción del encuentro, atribuido a un sueño ("Es, estoy seguro, mi
último sueño", dice el Borges mayor) (3: 375); también hablan
de algunos acontecimientos del futuro de uno y del pasado del
otro (lo sucedido entre 1960 y 1983). En particular, el mayor se
refiere a un libro supuestamente escrito en 1979 y que él juzga
como su "obra maestra", la culminación, por fin, de todos los
borradores que serían los libros precedentes. Ese libro, publi
cado en Madrid bajo un seudónimo, habría sido considerado
por la crítica como una torpe imitación de Borges, una simple
repetición de lo exterior del modelo (lo que el menor comenta
diciendo: "No me sorprende [...] Todo escritor acaba por ser su
menos inteligente discípulo") (3: 377). El final es, aquí también,
sorpresivo: después de la muerte, el Borges de 1960 huye de la
habitación pero, afuera, no encuentra la realidad sino otros sue
ños; es decir que se sugiere que lo narrado fue el sueño del que
acaba de fallecer: el último sueño de Borges en el que terminó
siendo su último cuento.

Destaquemos por lo pronto el evidente valor de negación de


la muerte que tiene este dispositivo: si en el momento de morir
Borges en 1983 se encuentra con su doble de 1960, la escena de
la muerte está condenada a repetirse, cíclicamente, cada veinti
trés años. En ese sentido, el cuento desarrolla una posibilidad
que estaba implícita en "El otro"3: la muerte se producirá infini

3 Y en esa noche de Las mil y una noches en la que Sherezada cuenta su propia
historia, la DCII. Él la comenta en varios textos, como en, por ejemplo, "Magias
parciales del Quijote".

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El muerto 7

tamente, cada veintitrés años, y el tiempo dejará de transcurrir.


En el postrer instante, hay una verdadera escena de transmisión
del yo anciano al yo maduro, del yo padre al yo hijo. La vejez es
un período de descubrimiento de la muerte (a partir de 1960), un
período también de difícil aprendizaje que dura veintitrés años,
pero ese descubrimiento y aprendizaje volverán a empezar. Hay
que subrayar, también, el cambio de perspectiva: en "El otro" el
narrador era el escritor experimentado que poseía la verdad y que
resultaba ser un sueño del joven; en "25 de agosto de 1983", el na
rrador es el más joven, como producto del sueño y del deseo del
mayor en su lecho de muerte; en uno, el joven se sueña patriarca
de las letras, en el otro, el agonizante se da, todavía, veintitrés años
de vida y de escritura, como en el cuento "El milagro secreto". La
muerte, que es el acontecimiento único por antonomasia, el acto
que sirve de frontera y que construye el sentido de una biografía,
se desdibuja —y, significativamente, esa muerte aparece como un
suicidio público, anunciado en el diario La Nación, y no como un
acontecimiento biológico ineluctable; o, mejor, aparece como un
reflejo tardío del suicidio de otro escritor, Lugones, en 1938.4
Por otro lado, es notable la proliferación de simetrías y desdo
blamientos en el cuento, y en particular en el resumen que se da
de ese libro supuestamente escrito y publicado en Madrid bajo
seudónimo: el libro perfecto, ese libro maravilloso que terminaría
con los demás libros, el texto definitivo, es un reflejo anacrónico
de los temas borgeanos más clásicos. Se lo describe en estos tér
minos:

Mis buenas intenciones no habían pasado de las primeras páginas;


en las otras estaban los laberintos, los cuchillos, el hombre que se
cree una imagen, el reflejo que se cree verdadero, el tigre de las no
ches, las batallas que vuelven en la sangre, Juan Muraña ciego y fa
tal, la voz de Macedonio, la nave hecha con las uñas de los muertos,
el inglés antiguo repetido en las tardes... Además, los falsos recuer
dos, las largas enumeraciones, el buen manejo del prosaísmo, las
simetrías imperfectas que descubren con alborozo los críticos, las
citas no siempre apócrifas. (3: 377)

4 Lugones que se suicida en un recreo (otro "hotel"), El Tropezón, mientras que el


joven Borges está en el hotel Las Delicias, de Adrogué.

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Julio Premat

Se trata de un lacónico resumen de la propia obra de Borges


y seguramente una referencia indirecta a sus libros de la vejez,
poco apreciados por la crítica. En el momento de la muerte y de
la transmisión, y en tanto que herencia, hay una última repetición
que define la originalidad de lo escrito y que incluye, con vehe
mencia, la posibilidad de que lo real (en este caso la muerte) no
exista ("el hombre que se cree una imagen, el reflejo que se cree
verdadero, los falsos recuerdos" (3:377), etc.). Discípulo de sí mis
mo, heredero de sí mismo, hijo de sí mismo, a Borges le quedaría
por escribir el arquetipo o la idea platónica de sus propios textos:
después de haber inventado tantos libros maravillosos atribuidos
a los demás, ahora la fantasía concierne su propia obra, transfor
mada en un texto imaginario. Porque ese arquetipo sería entonces
el equivalente del concepto de obra: un conjunto orientado, orga
nizado y coherente, en el cual cada fragmento ocuparía un lugar
necesario, saturado de sentido, en una especie de plenitud final.
En realidad, la fantasía es, como siempre en Borges, ambigua: por
un lado, retomar lo escrito en un libro ideal es postular una per
manencia e inteligibilidad post mórtem de los textos dispersos
que se han ido publicando (una transformación de esos textos en
obra); por el otro, al imaginar un fracaso para dicho libro, se deja
abierta la posibilidad de continuar infinitamente la tarea.
Estos comentarios podrían prolongarse analizando los tres
otros cuentos que completan el volumen La memoria de Shakespeare.
Una trama de obsesiones, temas y peripecias presentes en la obra
anterior aparecen en dos de ellos, "Tigres azules" y "La rosa de
Paracelso", junto con escenas de transmisión entre un "profesor
de lógica occidental y oriental" y un "mendigo ciego (en "Tigres
azules") o entre Paracelso y un anhelado discípulo.5 En el último

5 En "Tigres azules" son unas piedras sagradas que se reproducen — o que se au


toengendran— de manera inquietante y que desbaratan la idea de unidad o de
cálculo, las que van a ser legadas por el profesor. El mendigo, como contrapartida,
le dice "Te quedas con los días y las noches, con la cordura, con los hábitos, con
el mundo" (3: 386). Entre estas dos facetas del autor (el ciego, el filósofo) circula
entonces, por un lado, lo sagrado, lo sobrenatural, lo alógico (que circunscribe tam
bién la producción literaria de Borges) y, por el otro, la vida mortal (que es lo que el
mendigo le lega al profesor de filosofía, un hombre que tuvo y perdió esos objetos
mágicos). En "La rosa de Paracelso", se contrapone un Paracelso análogo a Buda y

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El muerto 9

relato del libro, "La memoria de Shakespeare", se narra también


una transmisión, la transmisión sobrenatural y por un simple pac
to oral, de la memoria del escritor inglés; así, el narrador, que es
parcialmente ciego, comienza afirmando: "Shakespeare ha sido mi
destino" (3: 391), y vive, durante varios años, con una memoria
doble, la suya y la de otro. El es quien siempre fue y también es, en
cierta medida, Shakespeare; vive una vida banal y al mismo tiem
po una vida extraordinaria (por lo tanto "harto más extraordinaria
que la de Shakespeare") (3: 396). A la larga, esa otra memoria, esa
memoria ajena o inventada termina amenazando su propia memo
ria e identidad, por lo que decide legarla a un desconocido.
Esta fábula, que es el desenlace de una larga serie de textos en
donde Borges juega con la imagen de Shakespeare, dramatiza a su
vez la transmisión: no ya escribir lo que escribió el otro, ni ser sim
plemente el otro, sino prolongar, a través del tiempo, de las genera
ciones e identidades diferentes, algo del "yo" del escritor en tanto
que otro. No es casual, en ese sentido, que en el cuento se retomen
frases de dos textos estratégicamente centrales en una autofigura
ción, "El Sur" ("Mis amigos venían a visitarme; me asombró que
no percibieran que estaba en el infierno") (3: 396) y "Borges y yo"
("Todas las cosas quieren perseverar en su ser, ha escrito Spinoza.
La piedra quiere ser una piedra, el tigre un tigre, yo quería volver
a ser Hermann Soergel") (3: 396). El cuento se inscribe así en una
autofiliación, superponiendo la posteridad del escritor inglés con
el legado de la obra del argentino: junto con la memoria de otro se
transmite lo propio. Más allá de la muerte, algo podría perdurar,
sobrevivir y heredarse; Borges en tanto que Shakespeare y Shakes
peare en tanto que Borges seguirían existiendo.6

a Dios, capaz de todos los prodigios, con la imagen que el sabio le transmite a un
anhelado discípulo, la imagen de un "viejo maestro" venerado, agredido, insigne y
hueco, una máscara detrás de la cual no hay nadie (3:389). Paracelso no hace alarde
de su poder, sino que alude a un saber negativo y paradójico, saber que el discípulo,
en una actitud que se asemeja a la del joven Borges (el de "El otro" y el de "25 de
agosto de 1983"), rechaza. Los dispositivos de ambos cuentos reflejan la misma ob
sesión de posteridad, multiplicidad de identidades, transmisión intergeneracional,
junto con la evocación sutil de pérdidas imaginarias.
6 Según Jean Pierre Bernés, Borges le declaró que a ese cuento, surgido a la vez
de un sueño de 1975 y de un proyecto antiguo en el que pensó toda su vida, lo

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Julio Premat

Por otro lado, es interesante notar que fue el propio Borges


el que decidió agrupar bajo el título La memoria de Shakespeare
cuatro cuentos para la edición de la Bibliothèque de la Pléiade, y
que pensaba agregarle tres otros.7 Si en la edición de 1989 de las
Obras completas en castellano el volumen de cuentos aparece como
un título más entre Nueve ensayos dantescos y Atlas, la edición de
Bernés en la Pléiade le atribuye un lugar estratégico el del final—,
entre otras cosas porque el editor francés declara haber recibido
personalmente el mandato de agrupar los cuatro textos con ese
título.8 Por lo tanto La memoria de Shakespeare es el último libro,
y es también el único libro digamos inacabado que se incluye en
ambas ediciones. O si no inacabado, es en todo caso un libro sin
"umbrales", es decir sin esas dedicatorias, prólogos, inscripcio
nes, epígrafes, epílogos o notas finales que enmarcan los demás
libros de Borges. No hay una intervención ni un juicio sobre lo
escrito: un libro sin autor porque no aparece esa voz responsable
de lo producido, tan reconocible por los lectores y que siempre
orienta la recepción. En ese sentido puede vérselo como un libro
de transición —y de transmisión— entre todo lo anterior y la serie
de libros que Borges seguirá publicando después del día señala
do, después del 14 de junio de 1986 (el primero de ellos, Textos
cautivos, se publica en septiembre, con autorización del escritor);
una serie de títulos (de "novedades de Borges") que hemos ido

consideraba como un deber y como un compañero de su trayectoria literaria (Bor


ges Œuvres II, 1445). Estas declaraciones pueden ponerse en relación con una afir
mación del narrador: "¿No habla consagrado yo mi vida, no menos incolora que
extraña, a la busca de Shakespeare? ;No era justo que al fin de la jornada diera con
él?" (3: 393).

7 Entre ellos un cuento en el cual Dante prolongaría La Divina Comedia y otro sobre
el último capítulo del Quijote, centrado en Alonso Quijano y no en Don Quijote,
su personaje, distinción que recuerda el desdoblamiento de "Borges y yo" o el de
Borges y Pierre Menard, pero que también podría verse como una variación sobre
la muerte de un escritor o una continuación de la obra de un escritor inventado
después de su fallecimiento (Borges Œuvres II, 1442-43).
8 Bernés afirma que Borges le dijo, antes de morir: "gracias por todo, usted es un
gran amigo; me ayudó a morir en literatura, no tengo nada para dejarle pero lo
condeno a ser la memoria de Borges." http://www.letralia.com/147/0819borges.
htm

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El muerto il

comprando y comentando a lo largo de los años, títulos que van


constituyendo un volumen postumo de las Obras completas y que
ocupan, en alguna medida, el lugar de ese libro que todavía que
daba por escribir en "25 de agosto de 1983".9
Ahora podemos preguntarnos cómo se integran estos textos
en un conjunto más amplio, que es la producción literaria de la ve
jez del escritor. El Borges de ochenta años es, en la esfera pública,
un personaje que disimula su producción literaria. Sin embargo,
a pesar de esa omnipresencia en prólogos, medios, instituciones,
homenajes y encuentros académicos, algo sucedía del lado de la
creación. Desde ya, algo sucedía con la cadencia en sí. La vejez de
Borges fue tan fértil como su juventud, si tomamos en cuenta el
volumen de lo editado: entre 1975 y 1985 (entre sus 76 y 86 años)
publica por año varios libros de poemas, relatos, ensayos, anto
logías, compilaciones de prólogos o de conferencias, reediciones
de textos anteriores, ediciones ilustradas más o menos confiden
ciales, etc., lo que en cierta medida niega la inminencia del fin y
el agotamiento de la vida.10 Una masa textual y una presencia en
la actividad editorial que no suscitaron el reconocimiento de la
crítica especializada. La visibilidad de Borges en los medios edi
toriales, periodísticos y culturales durante los peores años de la
dictadura también pudieron suscitar una hostil y justificada in
diferencia ante lo escrito entonces, visto como un torpe remedo
de los textos anteriores. Y cierto es que la frase más conocida de
todos estos libros, la que figura en el "Prólogo" de La moneda de
hierro, es, también, la más indigna o la más imperdonable que
haya escrito nunca (allí leemos: "Me sé del todo indigno de opi
nar en materia política, pero tal vez me sea perdonado añadir
que descreo de la democracia, ese curioso abuso de la estadística.

9 Graciela Montaldo postula que las ediciones póstumas de Borges, "crean, en


los '90, no sólo un nuevo sujeto Borges, sino también una nueva obra escrita por
Borges" (7).
10 En ese sentido, este dinamismo creador podría verse como una "descarga libi
dinal" ante la idea de tener todavía tiempo para vivir y, por lo tanto, la creencia
más o menos consciente en una parcela de inmortalidad. O, con palabras de Didier
Anzieu, "el concepto consciente de una pequeña parte separable de la muerte":
para seguir creando hay que reivindicar un poco de eternidad (50). Traducción
mía.

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Julio Premat

/ / J.L.B. / / Buenos Aires, 27 de julio de 1976") (3: 121). Pero sea


cual fuere el interés de esa producción, ésta no se reduce a una re
petición o, borgeanamente, la repetición apunta a sentidos a veces
nuevos, en particular en relación con su personaje de autor y su
autobiografía ficticia.
En los últimos libros de poesía, Borges teje y desteje su ceguera,
su vejez y su muerte, con su propia obra, con el pasado personal y
con la cultura universal. Se trata de un esfuerzo repetido por con
vertir lo que le sucede y lo que está por sucederle en ficción de sí
mismo: ése es el trabajo literario de su vejez, trabajo que Borges
parece llevar a cabo con serenidad y entusiasmo. En ese sentido, el
hecho de que el viejo "Borges" de "25 de agosto de 1983" se suicide
y no muera de muerte natural es significativo en tanto que decisión
de dominar su propio final, haciendo de él un discurso, un acto vo
luntario, el resultado de un deseo. Blanchot decía que matarse era
tomar una muerte (la que se piensa, se imagina, se calcula, se enun
cia) por la otra, la misteriosa, la incontrolable, la que es radicalmen
te ajena al yo (129-34). El suicidio es entonces un juego de palabras
extraño (tina muerte por otra) lo que, visto desde la creación litera
ria, permite desplazar a esa desconocida amenazadora. Y recuérde
se que el punto de partida de esa ficción sería una anécdota real, un
intento de suicidio en el hotel Las Delicias de Adrogué en los años
30 (o sea, que en el cuento se reproduce el mecanismo que lleva del
accidente de 1938 a "El Sur").11 Así se empieza a crear tin nuevo
"autobiografema" en una autobiografía constantemente reescrita
(Lafon 73-107), autobiografema que sería la propia muerte.
En todo caso, en el corpus tardío se da un recorrido insistente
por una muerte declinada en posturas variadas y a veces opuestas:
más que de un contenido estable, se trata de una proliferación.12
11 Borges declaró haber tenido esa tentación de suicidarse en los años treinta. Ho
racio Salas afirma que en el cuento se alude a un intento de suicidio de Borges a los
35 años, en esa misma "habitación 19" del hotel Las Delicias de Adrogué (3: 375).
Según él, el cuento habría sido escrito en 1977.

12 En los párrafos siguientes cito versos o frases sacados de cinco libros de poesía:
La rosa profunda (1975), La moneda de hierro (1976), Historia de la noche (1977), La cifra
(1981) y Los conjurados (1985) y de un libro misceláneo, Atlas (1984). Nótese que al
hacerlo uniformizo un corpus en donde se podría constatar matices. En particular
en La rosa profunda, el tema de la muerte parece ser bastante opresivo, por ejemplo

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El muerto 13

Por ejemplo, evocando al amigo, a Abramowicz, afirma una in


mortalidad transhistórica: "nos asombraba y maravillaba ese he
cho tan notorio de que nadie puede morir" (3: 463). Luego, evoca
constantemente la inminencia de la muerte y su valor ineluctable:
"No te salva la agonía / de Jesús o de Sócrates ni el fuerte / Sidd
harta de oro que aceptó la muerte / en un jardín, al declinar el
día" (3:316), aunque: "Más vale pensar en otros / cuando se acer
ca la hora" (3: 312). Leemos, una y otra vez, amagos de escritura
de su muerte a través de las muertes de los otros: la de su abuela
en Ginebra (3: 439), la de Xul Solar (3: 441-42) o la de Francisco
Luis Bernárdez en el poema "Epílogo": "digo que has muerto / yo
también he muerto" (3: 302). O narraciones de ese momento ("La
prueba", 3: 304), o evocaciones de lo que vendrá como algo espe
rado: "querer hundirme en la muerte y no poder hundirme en la
muerte" (3: 299), e inclusive: "Sólo una cosa no gustada espero, /
una dádiva, un oro de la sombra, / esa virgen, la muerte" (3: 298).
La muerte es fértil, engendra una escritura contrastada y para
dójica, en la que también se convocan autoridades: "Macedonio
Fernández, tan temeroso de la muerte, nos explicaba que morir
es lo más trivial que puede sucedemos" (3: 430). Estos últimos
textos buscan ser leídos como un autoepílogo o un autoepitafio:
"Soy aquel otro que miró el desierto / y que en su eternidad sigue
mirándolo. / Soy un espejo, un eco. El epitafio" (3: 310).
En estos textos, el laberinto temporal, después de haber trasto
cado el pasado se abre hacia el futuro. Se retoma así una larga serie
temática, en particular la obsesión borgeana por modificar el pasa
do y el orden de generaciones, como por ejemplo en algún poema
de Los conjurados ("El pasado es arcilla que el presente / labra a su
antojo") (3:489). Al hacerlo, se proyecta la inestabilidad temporal
hacia lo que vendrá, transformándola en una construcción sobre
un cómo morir literariamente. Una y otra vez leemos imprecisos

en los poemas "Yo" o "El suicida": "Moriré y conmigo la suma / del intolerable
universo" ("El suicida", 3: 86), o ser algo todavía innombrable: "Ciertamente son
talismanes, pero de nada sirven contra la sombra que no puedo nombrar, contra la
sombra que no debo nombrar" ("Talismanes", 3:111). La transmisión es también
mucho más ardua en estos textos que en los siguientes: "Lego la nada a nadie"
("El suicida", 3: 86)

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Julio Premat

presagios. Por ejemplo en Atlas trabaja el recuerdo antes de que la


cosa suceda: "Siento ya la nostalgia de aquel momento en que sen
tiré nostalgia de este momento" (3: 440). Por eso, cuando escribe
la muerte está escribiendo un más allá de la muerte: "Quizás del
otro lado de la muerte / sabré si he sido una palabra o alguien"
(3: 322). Que la edición de 1974 de sus Obras completas incluya un
"Epílogo" escrito por él y fechado en 2074, proyectando su escri
tura durante un siglo, es una materialización de ese "otro lado"
(1145). Asimismo, que la última línea del último texto del último
tomo de sus Obras completas de 1989 tenga una tonalidad profética
("Acaso lo que digo no sea verdadero; ojalá sea profético") (501)
no deja, por supuesto, de ser significativo. Su tonalidad actualiza
una creencia ("ojalá") en contra de la prueba de realidad: es la vi
sión de la creencia según el psicoanálisis: ya lo sé, y sin embargo.
La literatura es ese "sin embargo" que pone en duda, una y otra
vez, la evidencia de lo inminente: "Sigue leyendo mientras muere
el día / Y Shahrazad te contará tu historia" (3: 170). "No soy",
decía macedonianamente el Borges de los 30, preparando otra pa
radoja, el "he muerto" que profiere, en eco, el de los 80: en ambas
afirmaciones circula una posición conflictiva, una imposibilidad
expresada en términos incompatibles que intentan eludir a la vez
los imperativos de la lógica y de la vida humana.
Borges, al esbozar la narración de su final, se sitúa entonces en
tre dos muertes: después de la de Menard, la del bibliotecario de
Babel, la de "El inmortal", la de Dahlmann; después de la de Juan
Muraña, la de Homero y Shakespeare; después de la su abuela, la
de Macedonio, la de sus amigos, la de su padre; después, inclusi
ve, de la de Borges. O sea, entre una muerte simbólica, narrada,
textual, y la otra, la muerte real. Entre-dos-muertes: el término
es el que usa Lacan para comentar la situación de Antígona em
paredada en la tumba, al lado o del lado de todos sus muertos,
pero con alimentos suficientes para sobrevivir, suspendida en una
zona entre la vida y la muerte. Antígona es entonces capaz de ver
y pensar la vida desde un límite que está más allá, es decir verla
y prolongarla bajo la forma de una pérdida, pérdida inclusive de
una vida que no tuvo (Lacan 326). La narración profética en Bor
ges crea un espacio que podríamos comparar con esa peripecia

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El muerto 15

trágica: el desplazamiento hacia la muerte futura lleva a mirar la


muerte como una pérdida, como un acontecimiento del pasado, y
no como una frontera hacia la que se avanza. Así se incorpora lo
desconocido a lo conocido, lo imprevisible a lo ya escrito, amplifi
cando la posición melancólica comentada; la muerte es duradera,
es una permanencia: "mi cuerpo se hundirá largamente y se co
rromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es
infinita" escribía, ya, en 1941 (465). En la vejez se amplifica esta
eternidad, como una apoteosis melancólica.
El mecanismo lleva entonces a ver la propia vida como algo
separado del yo, como un objeto anhelado, poseído en el momen
to de su desaparición, un objeto pleno de sentido bajo la mirada
retrospectiva. Porque también de deseo se trata. Verse muerto es
poder decir "he realizado mi deseo"; en este caso, mi deseo de
obra, mi deseo de ser, de volverme Borges, agotando y cerrando
el proceso de escritura de mí mismo, esa singularización identita
ria. Yo ser plenamente él, el autor, el hacedor, el héroe, el hijo, el
ciego, el célebre y modesto Borges. Este postrer avatar permitiría
unificar los reflejos, crear una perspectiva única, un yo inédito y
potente, ser a la vez el intrépido Aquiles y la sabia tortuga, ocu
pando, definitivamente, todos los lugares. Recuperar, en el apaci
ble fin de un viejo erudito, el heroísmo de un destino: en la muerte
"el hombre sabe para siempre quién es".13 Porque Lacan también
postula que sólo se puede decir "haber realizado su deseo" desde
la muerte: no hay forma perfectiva para el deseo satisfecho (341).
Los ensueños de Borges muriendo y volviendo a morir, intentan
eludir ese absoluto viéndose, antes de morir, como el gran escritor
muerto, el que escribió el libro definitivo; en la fantasía borgeana
hay siempre lugar para esa página suplementaria que, repitiendo
y reflejando lo anterior, intenta convertir al conjunto en una obra

13 La cita es de la "Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)" (3: 562). Alan


Pauls actualiza el análisis de la nostalgia por el heroísmo guerrero en Borges (27
46). Molloy propone un Borges diseminado, ocupando lugares dispersos y frag
mentados: imposibilidad de una "autofiguración satisfactoria" (228), un "panteón
familiar a través del cual se define el yo" (230) y los demás escritores como figuras
en las que "apuntalar al yo" (230): "La disgregación, el duelo y la melancolía ya
condicionan el texto borgeano, ya anuncian al sujeto disperso, traumatizado, en
permanente (y siempre incompleto) (196).

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16
Julio Premat

ideal, teleológicamente orientada hacia un final mágico y esclare


cedor. De más está decir que estas "dos muertes" también toleran
una lectura bíblica; después del Apocalipsis de Juan, algunos, los
elegidos, participarán en la primera resurrección, evitando una
segunda muerte y reinando con Jesucristo durante mil aftos (Pe
llion 269). El desdoblamiento de la muerte, la vitalidad y fuerza de
la pérdida quieren asegurarle ese tipo de inmortalidad gloriosa.
Que el escritor que sirvió para justificar ciertas posiciones
teóricas radicales sobre la muerte del autor haya creado un dis
positivo tan sofisticado para postular su perduración, cuando no
su inmortalidad, es por lo menos paradójico. Evidentemente, no
resulta extraño constatar que esta poderosa construcción textual
marcó la desaparición física del hombre y las maneras en que
evolucionó su herencia: el relato, degradado, continúa después
de la desaparición del escritor. La autofiguración borgeana sigue
actuando y transformándose. Sin adentrarnos en lo que sucedió
con su destino editorial y su herencia legal, que funcionan como
una parodia a veces grotesca de los textos, notemos que el extraor
dinario destino post mórtem del fenómeno Borges no es sólo el
fruto de la personalidad de sus allegados, ni de características del
medio literario argentino, ni de la lógica amplificadora de la aca
demia universitaria, sino que también se inscribe en la dimensión
profética del relato creado por el propio Borges.14 En particular, la
manera en que se lo lee, es decir la infinita red de sentidos que se
le atribuye a sus textos, la supuesta capacidad de abarcar todos
los temas que éstos tendrían, la perfecta complejidad e impecable
visibilidad que caracterizarían a su obra, el valor sobredetermi
nado de toda palabra suya, tienen que ver con ese relato, ya que
transforman su heterogénea producción en un libro maravilloso.
Retomemos, concluyendo. Sus textos de la vejez actualizan,
una y otra vez, esta dinámica que supone la disociación, no de la
identidad, sino de la muerte en sí. En el más allá del fin no hay
un vacío sino una multitud de posibilidades y ecos: no hay anu

14 Las "leyendas" sobre sus últimos días son en ese sentido significativas. Se co
menta por ejemplo que Borges pedía que le leyeran, repetidamente, la escena de la
agonía de Alonso Quijano y que se decía a sí mismo, con curiosidad, "me pregunto
en qué lengua voy a morir".

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El muerto 17

lación sino discurso. No estamos frente a una escritura negativa,


silenciosa, que significaría en sí la muerte sino en los antípodas:
en una vitalidad, en una creatividad, en una multiplicación. La
pérdida es un relato, una temática, una profusión barroca. Creerse
inmortal, jugar con la muerte o convocarla pueden verse, claro
está, como trabajo íntimo de un duelo anticipado, pero en Borges
hay algo más: un último gesto de dominio de su biografía y una
última serie de espejeos para intentar decir un último imposible:
después de haber sido un héroe fundador, un hijo melancólico y
un ciego célebre, después de haber inventado Buenos Aires, de
haber escrito el Quijote, de haber creado un mundo Tlôn que re
emplazará a nuestro mundo, de haber sido Homero, Shakespeare
o Groussac, transformar el "voy a morir" en "he muerto". O, en la
agonía, proferir por escrito sus últimas palabras para asegurarse
un intersticio de futuro, como las que el viejo Borges le dice a su
otro yo en "25 de agosto de 1983": "No será mañana, todavía te
quedan muchos años" (3: 378). Narración de la muerte, transfor
mación anticipada de ese hecho en texto, puestas en escena de
una transmisión, de una perduración, de un más allá o de un re
torno: la última imagen de la autofiguración borgeana sería, reto
mando los títulos de los dos primeros cuentos de El Aleph, la del
muerto inmortal. Ese es el autorretrato del escritor muerto, ése es
el triunfo postrero de la literatura que Borges tuvo tiempo de pro
ponernos. Esa es la imagen suya que, aún hoy, seguimos leyendo
y releyendo.
Julio Premat
Université Paris 8

Obras citadas

Alonso Estenoz, Alfredo. "Los límites de lo textual. Autor y autoridad en


Borges". Diss. University of Iowa, 2005.
Anzieu, Didier. Le corps de l'œuvre. Paris: Gallimard, 1981.
Blanchot, Maurice. L'espace littéraire. Paris: Gallimard, 1988.

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18 Julio Premat

Borges, Jorge Luis. Autobiografía. Buenos


—. Obras completas. Buenos Aires: Emecé
—. Obras completas. 4 vols. Barcelona: Em
—. Œuvres complètes. 2 vols. Paris: Gallim
—. El tamaño de mi esperanza. Buenos Ai
Helft, Nicolas y Alan Pauls. El factor Bor
Lacan, Jacques. Le séminaire. Livre VII. L'
Seuil, 1986.

Lafon, Michel. Borges ou la réécriture. Par


Lefere, Robin. Borges, entre autirretrato y
2005.

Molloy, Sylvia. Las letras de Borges. Rosari


Montaldo, Graciela. "Borges, Aira y la lit
del Centro de Estudios de teoría y crític
7-17.

Pellion, Frédéric. Mélancolie et vérité. Pari

Pezzoni, Enrique."Fervor de Buenos Aires:


texto y sus voces. Buenos Aires: Sudam
Said, Edward. El mundo, el texto y el críti
Salas, Horacio. Borges. Una biografía. Bue
Vecchio, Diego. Egocidios. Macedonio Fer
Rosario: Beatriz Viterbo, 2003.

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