Libro Terminado - Texto Final

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CAPITULO I

Llega el verano
Los últimos días de noviembre, como casi todos los años, en
mi casa se producía la agitación propia de la proximidad del
verano. Eso suponía muchas cosas: los preparativos
navideños, con la carga de fiestas, regalos, arreglos, que se
juntaban con todas las cosas que tenían que ver con la
temporada de vacaciones. En mi casa mi madre corría de un
lado a otro ocupándose de los detalles más insólitos. Desde la
prueba del examen final de matemáticas de alguno de los
chicos, hasta las convincentes charlas con las empleadas
para tentarlas que vengan a la montaña con la familia en el
mes de enero. Mi padre, afanoso siempre día a día agregaba
algún elemento apropiado para todos los acontecimientos que
se aproximaban. En la mesa diaria se hablaba de la fiesta de
navidad, de donde seria y quienes irían, de los regalos, de las
comidas y poco a poco el clima de preparación constante era
inevitable.

Nosotros, los hermanos pensábamos con ansia en el fin de


las clases y en el veraneo más que en las fiestas que tanto
alborotaban a los mayores. Por supuesto, cada uno iba
agregando inquietudes a los padres con el riesgo siempre
permanente de las negativas. Por mi parte, como ese año mis
notas escolares eran muy discretas y no representaban
ninguna dificultad, mi interés se centraba en organizarme para
que en el veraneo pudiera disfrutar de las cosas que más me
gustaban: tener un caballo disponible, con su montura, mi
bicicleta, mis entretenimientos a mano, al mismo tiempo que

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mi iba asegurando sobre el grupo de amigos que tendrían el
mismo destino que nosotros.

Los primeros días de diciembre mi papá nos anunció que a fin


de año iríamos a Tafí del Valle a la casa de mis abuelos. No
era una sorpresa, ya que todos esperábamos la confirmación
de ese mensaje, sino que importaba una definición que para
nosotros tenia su importancia. Esto, porque siempre nos
turnábamos para el veraneo con otros familiares. La casa era
grande y cómoda, y mis abuelos eran solamente ellos dos e
invitaban a cada grupo familiar de sus hijos por turnos para un
mejor aprovechamiento. A mi padre, por ser el hijo mayor y
con familia mas numerosa ya que somos cuatro hermanos,
nos correspondía esta vez el turno inicial, o sea desde fin de
año en adelante. Ya la fiesta de fin de año en Tafí, en esa
casa era el comienzo de unos días que anhelábamos y que
suponíamos serían felices y llenos de sucesos interesantes.

Ya, sabiendo que en unos días partiríamos al veraneo, se no


hizo imperioso clamar por nuestros caballos y por un
sinnúmero de cosas que iban desde la ropa y el calzado hasta
la posibilidad de invitar algún amigo. Todo parecía un embrollo
donde las cosas se enredaban, pero de a poco empezamos a
advertir que aparecían las soluciones. Mi madre, afanosa se
daba tiempo para todo. Por mi parte atribuía a mis hermanos,
menores que yo, alguna culpa por no tener definidas mis
cosas. Obviamente, no era otra cosa que mi ansiedad ya que,
al aproximarse la fecha tan esperada, me di cuenta que tenía
todo lo necesario.

Los días de Tafí, con sus cabalgatas, las alegres reuniones en


el club, las invitaciones a las casas de amigos, las pescas y el

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estar sin obligaciones eran un atractivo inmenso. Hasta pensé
en programar mis días, pero el intento era difícil, ya que las
cosas durante el tiempo del veraneo ocurren sin una rutina, y
se presentan muchas veces según las circunstancias. Mal
podría pensarse en un paseo a caballo con amigos si el día
amanecía lluvioso.

Incluso ya en Tafí muchas veces arreglábamos para una


jornada deportiva, ya sea futbol o tenis y luego, por esas
cosas del clima terminábamos jugando al truco entre la risa de
los amigos.

La noche de Navidad finalmente la pasamos en mi casa, de


Yerba Buena. Vinieron mis cuatro abuelos, algunos tíos,
primos y primas y la casa se llenó de luces, de bullicio, de
alegría. Probablemente esa noche, sin proponérmelo, dio
comienzo la historia que siento necesidad de escribir.

Todo comenzó cuando estábamos sacando fotos, que en las


modernas máquinas se aprecian al instante. Yo le había
tomado una foto a mi abuelo portando una gorra que era parte
del regalo navideño de un primo menor. La fotografía que a mi
me ocasionaba gracia lo mostraba en una actitud que
simulaba un gesto bélico. Mi abuelo sonrió cuando la miraba
pero me dijo algo que quedo resonando en mi memoria. Con
alguna seriedad me pidió que cuando tengamos tiempo en
Tafí lo haga recordar que me cuente algo sobre la dichosa
gorra.

Estas expresiones de mi abuelo siempre generaban un


especial interés ya que sus relatos eran ricos en historias
interesantes. Y no era algo que hacía con frecuencia, ni con

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cualquiera. Entonces yo me sentía importante porque sabía
que era el destinatario de relatos que a otros nietos o
familiares no estilaba decírselos. Guardé la oferta en mi
memoria pero en la algarabía de la fiesta pasamos a otras
cosas del momento.

Recuerdo, que en coincidencia, esa noche me habían


regalado un libro sobre hechos insólitos en la historia
argentina. Un tema que me gustaba y al que de a poco me
estaba afeccionando porque la historia además de contener
episodios de la realidad, deja enseñanzas y aprendo mucho
de ella.

Desde niño siempre me gusto leer. Aunque no hago alarde de


eso mis lecturas me enseñaron casi tanto como los que
estudio en mi colegio. Los relatos de aventuras, los combates,
los hechos heroicos y las actitudes de los próceres siempre
fueron atractivos para mí.

Pero no debía centrar toda mi atención en lo que me dijo mi


abuelo, a pesar de que sentía mucha intriga por lo que
pensaba que iba a ser un relato maravilloso.

A la mañana siguiente nos despertamos cansados y


golpeados por la larga noche anterior, tas así que mi madre
decidió limpiar la casa a la tarde luego de comer, lo cual me
parecía muy extraño y muy inusual porque ella siempre
mantenía a toda hora y hasta el detalle mas insólito en
perfectas condiciones.

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A pesar de que ya era mayor no me olvide en lo absoluto
en recibir mi regalo de navidad, lo cual me gusto mucho
siempre, desde pequeño. Aunque cada año esperaba con
menos énfasis. Se notaba en los rostros de mis hermanos la
alegría del regalo de navidad que era lo que ellos más
esperaban. Caso contrario era el mío que a pesar de que me
gustaba recibirlos, pero mi afán estaba en mis días de
veraneo en Tafí.

Luego de comer una improvisada pero rica comida, ya que


todavía seguíamos cansados por la noche anterior.
Terminamos de comer rápido y fuimos cada uno a organizar lo
suyo tratando de escapar de los quehaceres del hogar que mi
madre nos pidió amablemente. Tratamos de zafar pero no
pudimos y tuvimos que limpiar la casa que se encontraba en
un estado de desorden total. A cada uno de nosotros, los
hijos, nos toco elegir un cuarto para limpiar. Apresuradamente
trate de anticiparme a mis hermanos pidiendo ordenar y
limpiar el living, lo cual me parecía lo mas fácil y sencillo.

Mientras limpiaba muy rústicamente y con desánimo,


encontré un sobre con una carta que decía "Entregame esto la
próxima vez que nos veamos, atentamente: tu abuelo".

Mi curiosidad por averiguar el contenido de esta carta era


mayor a mi capacidad de controlarme, pero logre
desinteresarme y guarde el sobre sin leer siquiera una palabra
escrita.

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Lo encontrado mientras limpiaba el living, aumento todavía
mas mi curiosidad y ansias por subir a los valles del Tafí para
escuchar la historia que mi abuelo deseaba contarme, pero mi
ansiedad no estaba en eso sino en las actividades a realizar
en Tafí.

Me organice lo más pronto posible, para llegar prontamente


a la casa de mis abuelos. Primero debía acomodar mis cosas,
pero procure hacerlo en forma simple y rápida. Hice todo lo
que debía hacer en un abrir y cerrar de ojos. Empaque fácil y
ligero. El viaje fue un poco largo y más aun con mi ansiedad
por llegar. A mi padre le gustaba charlar sobre diversos temas
mientras viajábamos, ya que él no tenía otras alternativas más
que manejar atenta y cuidadosamente y charlar con nosotros.
Por mi parte miraba el paisaje por la ventanilla del auto,
mientras pensaba cual sería mi primera actividad al llegar.

El viaje fue eterno y cansador, nunca subí los valles tan


lentamente, pero al fin llegamos. Luego de saludar a mis
abuelos que esperaban nuestra llegada desde hace unos
días, nos instalamos en nuestras habitaciones y fuimos a
averiguar por nuestros caballos. Al llegar al corral, nos dimos
con la inesperada sorpresa de que los caballos no estaban y
recurrimos al casero del campo para averiguar donde se
encontraban. Allí fue donde me topé con una de las más
inesperadas noticias ya que tenía todo planeado para llegar y
encontrarme con mis caballos, y a la vez triste, porque iba a

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tener que esperar un par de días para la llegada de los fletes
desde los cerros hasta mi casa.

El día que llegamos, dedique casi todo el tiempo en acomodar


mis cosas y ayudar a dejar en condiciones la casa después de
nuestra llegada, que significaba acomodar los cuartos, ayudar
a mi padre a bajar las valijas, ya que siempre mi madre se
excedía a la hora de cargar las cosas para viajar y ayudar a
acomodar la alacena porque siempre llevábamos provisiones
para el tiempo que teníamos planeado quedarnos, como una
forma de colaborar con los abuelos en la provisión de
alimentos para toda la familia y siempre mis padres estaban
atentos a participar en todas las necesidades que hay en una
casa.

A la mañana del segundo día me desperté con toda la energía


y ansias de comenzar mis tan esperadas vacaciones, ya
circulaba por mi cabeza todo tipo de ideas a realizar en Tafí,
aunque la falta de un caballo me limitaba mucho, sin embargo,
mi agenda estaba repleta de actividades y cosas con las que
podía disfrutar de un hermoso día.

Luego de cambiarme, observé a través de la ventana que el


cielo estaba totalmente tapado por nubes, lo que me
ocasionaba una total decepción en mi porque en el caso de
que comenzara a llover, cosa que era de esperarse, mis
actividades se verían arruinadas por unas simples gotas de
agua. A pesar de que el cielo estaba totalmente gris no

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cambie de opinión en tratar de comenzar la vida de campo, el
auténtico veraneo. Finalmente decidí que iría a cazar pájaros
con un rifle de aire comprimido que mi abuelo me había
regalado. Antes de salir debía almorzar con toda la familia.
Siempre teníamos la tradición de que la gente mayor de la
familia comiese en una mesa grande del comedor principal.
Como nieto mayor, yo ya había logrado incorporarme a ésa
rueda, así que compartía la mesa. Allí comencé a hablar con
mi madre sobre mi próxima actividad que sería la cacería.
Cuando una empleada me escucho, me advirtió que no podría
salir a cazar y me anticipo la llegada de una tempestad. Yo
muy soberbio deje de lado las advertencias de aquella mujer
que conocía mucho más el clima de Tafí que yo y no deje de
lado la idea de ir a cazar.

Prontamente termine de comer y me dirigí a buscar aquel rifle


para cazar, Apenas salí escuche el ruido solemne de un
trueno sobre la montaña. Sin embargo, trataba de no centrar
mi atención en el clima y olvidar las prevenciones de esa
sabia señora y trataba de buscar algún pequeño animal para
dispararle con aquel rifle. A los pocos minutos de haber salido
de mi casa comencé a sentir algunas gotas que rozaban
sobre mi cuerpo. Con el paso de los minutos, la lluvia
aumentaba cada vez más, hasta que llego un punto en el que
me encontraba obligado a volver, a pesar de mi orgullo de
cazador frustrado. Mi actitud de rabia interna y de impotencia
se descargaba en una suerte de rencor contra la vieja
empleada que vaticinara la tormenta.

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Mientras volvía a mi casa, me encontré con un enorme charco
lleno de barro por donde me veía obligado a pasar, y no tuve
otra alternativa más que ensuciarme con barro por todas
partes. Al atravesar el maldito charco llegue a mi casa
totalmente sucia y empapado. Trate de entrar sin manchar
nada. Apenas ingrese a la casa me metí directamente en el
baño. Puse toda la ropa sucia a lavar y cambie totalmente mi
vestidura por ropa limpia.

Había un enorme silencio en la casa, puesto que mis


hermanos no estaban y todos los adultos dormían. Creía
estar solo hasta que vi a mi abuelo leyendo un libro, cosa que
era una de sus más grandes pasiones.

Estaba tan aburrido que decidí organizar mis cosas. Mientras


revisaba las pocas pertenencias que había traído, encontré
con que en el fondo, estaba aquella carta que había
encontrado el día después de Navidad, mientras limpiaba el
living de mi casa. No dude en ir inmediatamente a
entregársela a mi abuelo que estaba allí sentado leyendo un
libro. Cuando me acerque, observó la carta y sonrió con un
gesto picaresco. Me invitó a que nos sentáramos en los
sillones de la amplia galería y me mostró el contenido de la
carta que lo único que tenía era aquella foto que le tome la
noche de navidad con la gorra de mi hermano. De pronto
comenzó a contarme aquel tan esperado relato que
comenzaba así.

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CAPITULO II
Conversaciones en Tafí

-Bueno, hijo, vos sos mi nieto mayor veo que me escuchas.


Todo lo que puedo hablar con vos me cuesta –o me ha
costado- hacerlo con tu padre y sus hermanos. Yo no sé si fue
por la impaciencia juvenil, que para el caso también debería
ser la tuya, o por mi forma de contar las cosas. Lo cierto es
que siempre les he contado las cosas un poco a medias. Pero
si vos estás dispuesto, esta es una tarde hermosa para que
aprovechemos y te enteres de cosas que han pasado hace
años y que son interesantes.

-Si, Tata, le dije, claro que me interesa. Y me da curiosidad.

-Te miro y veo que hace rato que contemplas el cerro. ¿Tiene
que ver con esas cumbres tu relato?

-Mira, sí. Lo que pasa es que el cerro es de alguna forma la


causa que da origen a todo lo que te contaré. Y lo contemplo,
porque ahora que se está despejando un poco después del
chaparrón y seguramente la tarde se pondrá hermosa. Es
ideal para ver con mucha nitidez cada detalle del cerro. Es
típico después de estas lluvias de verano, acá en Tafí, que se
despeje y se vean los cerros con mucha claridad. Observa el

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Muñoz, allá a la izquierda nuestra. Es un imponente cerro.
¿Quieres que te hable un poco de él?

-Si, Tata, me gustaría saber algo, ya que siempre he


escuchado que hablan con mucho respeto de esas cumbres y
sé de los hermanos de mis amigos que han ido a caballo
hasta ahí y dicen que es algo imponente.

-Bueno, empecemos por informarte porqué se llama así.


Como puedes imaginarte, antes de la conquista, los cerros
tenían nombres indígenas, nombres primitivos de los que
habitaron estas tierras antes que vengan los españoles.
Algunos de esos nombres siguen hasta ahora, pero otros se
han perdido. Acá en Tafí, hay una mezcla de nombres
originarios y nombres españoles Fíjate: el cerro puntiagudo
que queda al sur, se llama Ñuñorco, que es una palabra
indígena, que querría decir algo así como “pecho de mujer”,
por su forma. Las cumbres que ves al este, allá a nuestra
derecha, se llaman Mala- Mala, nombre también indígena.
Pero otros cerros llevan nombres españoles: el Mogote, que
es ése pequeño que vemos al frente, en La Quebradita.
Detrás de ése hay otro grande, que se llama El Pabellón que
ahora está todavía tapado por las nubes. El cerro pequeño
que está en el medio del valle, al que has ido varias veces a
caballo y que ahora tiene casas casi hasta su cumbre, se
llama El Pelado, porque es un cerro bajo, sin vegetación casi.

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-Bueno, y este inmenso, que ocupa todo el largo el valle de
sur a norte, y que está a su costado oeste, es el Muñoz. Y se
llama así por un hecho curioso.

-Cuando recién se había fundado Tucumán, en Ibatín, o sea


en la salida hacia la llanura desde la Quebrada del Portugués,
cerca de Monteros, en 1565, ya se conocía el valle de Tafí.
Porque por este valle entraron los primeros españoles en una
expedición que comandaba Diego de Rojas en 1543. Esa
temeraria incursión de pocos españoles fue una aventura que
sirvió para descubrir la inmensidad de la actual Argentina.
Fíjate que los españoles venían desde el Perú. Eran apenas
180 hombres acompañados por algunos indios. Una travesía
llena de dificultades, hasta que seis meses después de haber
partido, llegaron a este valle, por el norte, es decir, por el
Infiernillo ¿Te imaginas la sorpresa que habrán tenido?

-¿Llegar a un valle tan grande, todo verde, con un clima


maravillosos, después de penar seis meses por cordilleras,
nieves, punas, desiertos y todo inhóspito?

-Bueno, sigo: ellos llegaron a Tafí a fines de noviembre,


cuando ya se aproxima el verano y está todo verde. Debe
haber sido una contemplación espectacular. Imagina el valle
entero, visto desde la altura de El Infiernillo, todo verde, con
pastizales que llegaban hasta la panza de los caballos, en un
día luminoso de fines de primavera…

-¿Y venían a caballo, Tata?

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-Sí, buena pregunta. Fueron los primeros caballos que
entraron a estas tierras. Caballos y mulas, que se usaban
para llevar las cargas, y los indios acompañantes venían de a
pie. Bueno, como te cuento, llegaron, descubrieron este valle,
pero no se detuvieron en Tafí. Ellos venían con noticias de
una zona muy importante, muy amplia, en la llanura, que
conocían como “El Tucma”, pero no sabían que era una
extensión enorme. Porque lo que querían, era unir el Perú con
la salida al mar, al Atlántico. No te olvides que ya se había
fundado Buenos Aires a la orilla del Río de la Plata, a donde
llegaron en barcos por mar.

-Los españoles pensaron que unir el Perú con el mar sería


una expedición probable, contando con caballos y los guías
indígenas. La pretensión era correcta, ya que para ésa época,
habían conquistado casi toda América, pero les faltaba unir
los territorios que dan hacia el océano Pacífico con el otro
gran mar, o sea el Atlántico, desde donde podían navegar
más directamente a España. Pero ignoraban muchas cosas.
Entre otras, la enorme distancia. Y tampoco pensaron
encontrar tanta resistencia armada de los indios. Porque los
incas del Perú, en realidad solamente dominaron hasta esta
parte, es decir hasta Tafí, y nunca pudieron avanzar hacia las
llanuras más al sur, donde habitaban otros indios menos
civilizados y muy belicosos.

- ¿Los indios de acá no los enfrentaron?

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-No, acá en Tafí casi no había habitantes. Muy pocos indios, y
estaban a su vez sometidos a los incas, que, como te digo,
venían acompañando a los españoles. Fue mucho después,
cuando los españoles lograron bajar al llano, especialmente
en la zona de donde ahora es Santiago del Estero, donde los
indios de esa zona, que se llamaban juríes, atacaron a los
conquistadores con flechas envenenadas. Hasta mataron a
Diego de Rojas, el capitán que comandaba la expedición…

-Y ahí te cuento otro episodio curioso, pero que muestra el


formidable empeño de los españoles: en esas luchas contra
los juríes, atraparon a un indio y le dispararon a la pierna una
de sus flechas envenenadas. Luego lo dejaron ir, pero lo
siguieron cautelosamente. El indio, arrastrándose llegó a un
lugar donde se curaba con algunas hojas de pequeñas
plantas que el indio amasaba. Bueno, así descubrieron el
antídoto para las flechas envenenadas.

-Lo cierto, continuando con el cuento, es que esos españoles


que descubrieron este valle, pasaron por acá y llegaron hasta
las orillas del río Paraná. Pero, ya reducidos, enfermos, sin
provisiones ni pólvora, en una palabra, cvasi derrotados y
maltrechos, tuvieron que regresar hasta el Perú. Y lo hicieron
por el mismo camino por el que vinieron.

-¿Te imaginas semejante viaje? Todo eso duró más de tres


años. Pero, como eran valientes y decididos, en cuanto
llegaron de vuelta al Cuzco empezaron a armar la segunda

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expedición. Y esta vez vinieron con un grupo mucho más
grande, al mando de Núñez del Prado. En 1550 estaban de
vuelta en Tafí, donde probablemente algunos se
establecieron. Y bueno, esa expedición comenzó a fundar
pueblos y desde entonces ya el avance de la conquista fue
imparable.

-¿Tata, y de dónde salió el nombre de Muñoz?

-Me fui por las ramas, pero quería contarte algo organizada la
historia, para que la vayas entendiendo, además de lo que
estudias en tu colegio y las cosas que lees, ya que sé que te
gusta mucho leer.

-Como te cuento, Tafí se descubrió en 1543, y en 1550 ya


puede haber habido pobladores españoles acá. Pero la
ciudad de San Miguel de Tucumán recién se funda en 1565,
es decir, varios años después. Y el cuento del cerro Muñoz
ocurre recién en 1586 más o menos. La cosa fue así: los
españoles tenían un sistema que se llamaba “encomienda”
por el que asignaban un grupo de indios a los que se
establecían en los lugares que iban conquistando. Esos
“encomenderos” debían proteger a los indios, enseñarles la
religión católica, darles trabajo, y educarlos. Era la forma de ir
extendiendo la conquista. Los indios pagaban con su trabajo
el impuesto a la corona. Bueno, el sistema funcionaba, pero
eso dio pie para que se cometieran bastantes abusos. Esto,
porque quienes mandaban eran los españoles, y los indios

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sometidos a las encomiendas no tenían más remedio que
obedecer. Y como siempre, y en todas partes, había gente
buena y otros no tanto…

-Gracias a Dios, con el tiempo, las cosas cambiaron, y, como


sabes, tres siglos después, cuando llegó la época de la
independencia, existía un gran porcentaje de mestizos,
descendientes de españoles y de indios. Quiere decir que la
conquista española, lejos de aniquilar a los aborígenes, como
ocurrió en otras partes del mundo, logró integrarlos y llegaron
a formar un mismo pueblo.

-Bueno, volvamos a Muñoz. Había un encomendero que tenía


un hijo, Juan Bautista Muñoz, al que habían casado con una
de las mujeres que hacían traer de España. Como te das
cuenta, era un casamiento forzoso. Pero el joven Muñoz no
quería saber nada con su esposa gallega. A él le gustaban las
indias, que seguramente eran mucho más jóvenes y bellas. Y
había conquistado a varias de ellas, con las que había
formado una especie de harén. ¿Sabes lo que es un harén?

-Si, Tata, eso que tenían los príncipes árabes, lleno de


mujeres.

-Bueno, el joven Muñoz tenía varias indias jóvenes como


mancebas en su especie de harén, y había conseguido que
algunos indios lo apoyaran. Y decidió escapar de su mujer y
refugiarse junto con los indios en el cerro. Hizo esto, de
escapar, porque era un delito entonces juntarse con las indias

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que pertenecían a su propia encomienda. Además la
infidelidad conyugal era severamente castigada.

-Lo cierto es que la esposa lo demandó al gobernador y éste


dio orden que lo apresen. Pero no fue cosa fácil. Muñoz se
había refugiado bien en el cerro y estaba dispuesto a dar
combate junto a los indios. Tuvieron que venir soldados
españoles de distintos lugares y finalmente lo dominaron y lo
llevaron preso. Hay un lugar, a media altura del cerro Muñoz,
al que llaman “Fuerte viejo” o “Fuerte quemado”, que es una
especie de planicie pequeña, rodeada de altas piedras y hay
como unas fortificaciones a su alrededor. Algunos dicen que
ahí se habría refugiado Muñoz y desde ahí resistió el ataque
de los soldados.

-¿Y qué pena le daban, Tata por lo que hizo?

-Mira, aunque nos parezca hoy increíble, era pena de muerte.


Pero no lo mataron. Cuenta la historia que una hermana de
Muñoz, que era casada con otro conquistador, donó un gran
terreno frente a la plaza principal de la ciudad de Tucumán
para que en él se instalara de Compañía de Jesús, es decir,
los jesuitas. Y con eso le salvó la vida a su hermano. Y debe
ser cierto, porque yo que he leído algunos documentos, he
visto en algunas citas históricas, que pocos años después del
episodio, aparece el propio Juan Bautista Muñoz como
encomendero, en otras zonas de Tucumán.

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-¿Así que el cerro se llama Muñoz por esa aventura? Parece
de película, Tata…

-Sí, es una aventura amorosa, finalmente. Pero al pobre


Muñoz le quitaron las indias y lo obligaron a regresar con su
esposa española.

-Bueno, es toda una historia, como tantas que hay en la


conquista. Yo lo que quería era ubicarte en los cerros.

-Si, Tata, me ibas a contar algo sobre los cerros.

Mi abuelo miró hacia los cerros a nuestros costados, que ya


estaban nítidos en la medida que se levantaban las nubes y
ofrecían un espectáculo hermoso. Noté en su mirada alguna
nostalgia del pasado, pero a la vez la alegría de poder seguir
mirando este paisaje maravilloso.

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CAPITULO III
Las cacerías

-Lo que quería era contarte que hace años, cuando era joven,
se estilaba mucho ir de cacería a esos cerros.

-Vos sabes que siempre he sido cazador. Una de las mejores


cacerías, aunque difícil y ardua, era la de guanacos en estos
cerros, especialmente en el Muñoz y en El Negrito,

-¿Pero, no es que está prohibido cazar ahí?

-Si, hijo, pero la prohibición ocurrió bastante después. Y la


hemos respetado con el grupo de amigos y compañeros de
cacerías.

-En la época de comienzos de los años setenta eran


habituales y estaban permitidas.

-Dale, contame Tata, que eso me interesa.

-Yo he ido varias veces, a ambos cerros. Siempre éramos


más o menos los mismos. Grupos no muy numerosos, bien
equipados, y siempre acompañados por lugareños muy
baquianos, gente que conocía el cerro.

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-¿Y por qué iban los lugareños?

-Por algo que pocos saben y que ahora te cuento: la caza del
guanaco es algo muy especial. ¿Has visto alguna vez un
guanaco?

-No de cerca, pero los he visto en la televisión. Son parecidos


a las llamas, que esas si he visto muchas. Acá en Tafí hay
varias.

-Bueno, te contaré entonces un poco de cómo era eso de la


cacería de guanacos. Trataré de no alargarte demasiado el
cuento, pero lo que te interese saber, debes interrumpirme y
preguntar.

-En aquellos años, como había venido siendo desde hacía


siglos, para subir a las cumbres de los cerros se lo hacía
cabalgando. En buenos caballos o en mula. Por lo general,
nosotros íbamos en caballos “cerreros”, es decir, ya
acostumbrados a trepar y a caminar por esos suelos
pedregosos y con situaciones hasta de peligro a veces.

-La cacería se organizaba durante varios días. Tratábamos de


hacerlo cuando el clima era propicio. Por ejemplo, para
comienzos del otoño, para Semana Santa. Porque en el
verano las tormentas repentinas eran muy peligrosas, y el piso
se pone resbaladizo en el cerro. Y en invierno, si bien es seco,
hay demasiado frío en las cumbres y las nevadas y el hielo

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también pueden ser peligrosos. Además, hay otro factor
climático que la gente poco conoce, que es el “alpapullo”.

-¿Y qué es eso, Tata?

-El alpapullo es la neblina, una niebla persistente y bien


cerrada que cubre todo y no te deja ver las sendas. Pero en
otoño se presenta menos, por eso era la temporada ideal. A
vos que te gusta el folklore y has escuchado muchas
canciones, ¿Has sentido esa zamba de Atahualpa, que dice
“Perdido en las cerrazones, quien sabe mi vida por dónde
andaré…”?

-Si, esa es Luna Tucumana, todos mis amigos la cantan.

-Bueno, esa “cerrazón” que dice Atahualpa, es lo que acá le


dicen el alpapullo. Es esa densa neblina que te envuelve y no
puedes avanzar, porque en el cerro, si no ves nada, es muy
riesgoso.

-Te sigo contando. Los baquianos y los “cargadores”, se los


reclutaba con anticipación. Pero siempre sobraban
voluntarios. Muchos querían acompañarnos, no solamente por
la aventura y porque les gustaba tanto como a nosotros, sino
por una razón que era muy importante. Se trata de la comida.
Porque los guanacos que cazábamos significaban comida
para muchos días de invierno.

-¿Cómo es eso?

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-Acá en Tafí, la carne de los guanacos servía para que
preparen “charqui”. El charqui es carne salada y secada al
aire libre. Y una vez seca, se conservaba muy bien en el clima
de este valle, sobre todo durante el frío del otoño y del
invierno. Y cuando querían comerla, la preparaban de
distintas formas. La hervían, o la cocinaban con verduras. Y
es un alimento formidable. Tenés que pensar que la carne sin
huesos de un guanaco pesa como treinta kilos, o sea que les
alcanzaba para muchas comidas. Pero, además, del animal
cazado se aprovechaba todo: el cuero, para muchas cosas,
especialmente se hacían lazos con el cuero del cogote. La
lana, que servía para tejer ropa de cama o para abrigarse. En
una palabra, a cada animal cazado se le sacaba provecho por
completo.

-¿Y ustedes no se llevaban los guanacos?

-Nunca he conocido un cazador que se lleve un guanaco. Era


como un valor entendido que los bichos cazados estaban
destinados a las casas de los lugareños que nos
acompañaban.

-O sea que cazaban para la gente del pueblo…

-Y…si. Era nuestra costumbre, aceptada por todos y bien


recibida por la gente, que nos agradecía mucho. Los peones,
los acompañantes, ponían sus propios caballos o mulas y
nunca cobraban ni un centavo por la tarea, aunque nosotros
les dábamos propinas importantes. Para ellos, el propósito

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principal, como te digo, era obtener las presas que
cazábamos.

-¿Y eran muchos guanacos los que traían?

-No, esa es una muy buena pregunta. Al menos en el grupo


nuestro, éramos bastante medidos. Cazábamos un guanaco
para cada acompañante, y a veces hasta dos. Ellos los
destripaban inmediatamente de obtenidos, los limpiaban y los
subían a los caballos o mulas cruzados sobre el lomo, y los
ataban bien para que no se caigan durante la bajada del
cerro. A veces preferían bajar ellos caminando y poner un
guanaco sobre el lomo del caballo que los había transportado
hasta las cumbres.

-Pero, tal como estoy contándote, debíamos ser firmes,


porque esa buena gente trataba de aprovechar al máximo
cada incursión nuestra en los cerros, para traer la mayor
cantidad posible de guanacos a sus casas. Y llegaba un
momento que, aunque hubiera guanacos a pocos metros, y
aunque los peones nos rogaran, no les tirábamos, porque ya
teníamos una cantidad suficiente. Te quiero decir, no éramos
depredadores. Jamás lo fuimos. Éramos cazadores y
cumplíamos esas normas de ética que todo buen cazador
debe tener. Nada de matar por matar.

-Sin embargo, conocíamos de casos de depredación, sobre


todo de gente de otros lugares, especialmente los que venían

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desde Santa María, en Catamarca, que lo hacían casi
furtivamente.

-¿Y los peones ayudantes de ustedes, no cazaban?

-Otra buena pregunta. No, jamás cazaban, al menos durante


nuestras cacerías. Ni siquiera llevaban armas de ninguna
clase, solamente los cuchillos filosos para cuerear los
animales.

-Te hago otra pregunta Tata: ¿Y qué otros animales hay en


los cerros?

-Me gusta que preguntes todo, así vas conociendo. Bueno,


arriba de los tres mil metros hay chinchillones, también
conocidos como vizcachas del cerro. No son propiamente
vizcachas, pero se les parecen un poco. Son animales de
unos tres o cuatro kilos, un poco más grandes que un gato
grande, que viven en las formaciones rocosas, en grupos. Son
muy buscados también por los cazadores por su piel, que es
suave y por su carne, muy comestible. He visto también más
de una vez pumas y zorros. Y en cuanto a las aves, ya sabes,
el que domina es el cóndor, y allá hay bastantes. Otras aves
interesantes son las guayatas, que son una especie de
gansos migratorios, que se asientan en las aguadas que hay
en las cumbres. Son blancas y muy grandes. Y están las
perdices del cerro, más grandes que las que hay en la llanura.
Esos son los más importantes.

24
-Sigamos. La trepada al cerro llevaba varias horas, unas seis
a ocho, desde la base hasta la cumbre. No hay senderos,
pero hay lugares que los baquianos conocían muy bien, por
los que íbamos. En los dos cerros, tanto en El Negrito como
en El Muñoz, las dificultades eran parecidas. Aunque no era
necesario ser un experto, sí había que tener experiencia en la
cabalgata. Había lugares difíciles, por ejemplo pasadizos de
piedra resbalosa, o zonas con mucho hielo sobre las piedras
que hacían dificultoso el paso de los caballos. Incluso algunas
trepadas abruptas, donde era necesario bajarse de la
cabalgadura por trechos. En fin, no era tan sencillo. Pero esas
dificultades hacían más interesante el triunfo de llegar hasta
las cumbres.

-¿Había nieve? Porque desde acá, desde el valle se ven


muchas veces la punta de los cerros muy blancas.

-Si, nos tocó varias veces soportar nevadas. Cuando hay


mucha nieve, se hace también más pesado el andar de los
caballos. Y no te cuento de noche, ya que dormíamos
prácticamente a la intemperie. Es decir, llevábamos a veces
unas pequeñas carpas, y los peones dormían bajo el cielo. Me
ha tocado sentir caer la nieve hasta doblarse el techo de las
carpitas. Y los hombres, los acompañantes, se cubrían hasta
con los peleros de las monturas, además de los ponchos.

-¿Y cómo hacían para cazar a los guancos? Digo, para


tirarles.

25
-Llevábamos armas adecuadas. Fusiles tipo máuser, que son
los que usaba el ejército. O carabinas de alto calibre. Yo tenía
–y tengo, lo puedes ver en la vitrina- un Winchester, que es un
rifle de repetición de alto calibre, muy bueno. Y los guanacos
andan siempre en tropas, es decir, en grupos que pueden ser
de cuatro o cinco y hasta veinte o más. Ellos tienen un macho
que es el jefe de la tropa, al que llaman “relincho” los
lugareños. Ese animal vigila mientras los otros pastean. Es
decir, comen el escaso pasto que hay en las cumbres. El
relincho no come, solamente vigila y alerta a toda la tropa si
hay algún peligro.

-Y entonces corren, y lo hacen a mucha velocidad por los


lugares más escarpados. Te darás cuenta que es imposible
perseguirlos.

-¿Y entonces?

-Hay estrategias para lograr cazarlos. Por de pronto,


tratábamos de separarnos, cosa que si encontrábamos la
tropa, algunos cazadores quedaran de un lado y otros de la
zona opuesta. De esa forma, si corrían, siempre lo hacían
hacia donde había algún cazador agazapado. Los peones
incluso daban largos rodeos, para irlos espantando y
llevándolos de a poco hacia alguna zona estrecha, donde
nosotros estábamos apostados.

-Y la idea era tirarle primero al relincho. Si se tenía la fortuna


de voltear al relincho en el primer tiro, el resto de la tropa

26
quedaba como desprotegida. No sabían hacia donde correr y
a veces se amontonaban y permitían unos tiros adecuados.

-¿Desde qué distancia?

-A veces apenas se los veía bien a simple vista. Otras más


cercanos, pero casi nunca a menos de cincuenta metros.
Esto, porque al menor síntoma de algo extraño, corrían
velozmente. Y había muchas veces que tirarles a la carrera.
Eran los tiros más afortunados, los más comentados.

-Otra cosa que debes saber, ya que estás escuchando tan


atentamente todo este relato de las cacerías, es que jamás
dejábamos una presa herida. Si a algún guanaco se le pegaba
pero huía herido, los peones –y algún cazador- lo perseguían
hasta durante horas para atraparlo. El buen cazador no deja
que su presa huya con heridas.

-Era lastimoso encontrar por ahí algún animal muerto, con


alguna herida de bala, que algún mal cazador había dejado
sufrir sin perseguirlo.

-Algo que era de todo nuestro gusto eran las noches. Para
acampar lo hacíamos en sitios que los lugareños llaman
“reales” y que son conocidos. Por ejemplo, en el Muñoz, está
el “real de las guayatillas”. Hay otro de “la piedra pintada”, y
en El Negrito el más conocido es el “real de los amaicheños”.
Los reales son lugares un poco más protegidos del viento, que
en las cumbres es bravo. Por lo general, al lado de

27
formaciones de rocas, en esa inmensa pampa que son las
cumbres de los cerros. Porque, desde acá parecen filos, pero
en realidad una vez arriba, son espacios muy amplios. Bueno,
como te digo, al anochecer se hacía una buena fogata, un
poco de asado, y la charla era interminable, comentando
todas las alternativas de la jornada. En esos fogones,
participaban junto a nosotros los peones. De manera que si
algún cazador quería contar algo que no era real, corría el
riesgo que los acompañantes lo desmientan. En otras
palabras: nadie podía inventar nada que no sea comprobable.

-Y una cosa que no te conté todavía. Era nuestro peor


enemigo. ¿Sabes qué? La puna. El apunamiento que produce
altura de las cumbres, es una sensación horrible, te falta el
aire, te duele la cabeza, tus movimientos se tornan difíciles y
pesados. Y eso ocurre por la altura, ya que hay menos
oxígeno. Debes pensar que en las cumbres estábamos a más
de cuatro mil quinientos metros. Te diría que a partir de los
tres mil metros ya comienza a enrarecerse el aire. Hay
algunos que soportan bien eso, pero a otros les produce
bastante daño. Lo curioso era que algunos cazadores, aun
sabiendo que la puna les afectaría, año a año volvían a lo
mismo.

-Yo no he sido de los mejores, pero tampoco de los más


afectados. Me dolía la cabeza, así que siempre había que
llevar algún medicamento para eso. Pero he presenciado
casos feos. Una vez un compañero se descompuso en plena

28
cumbre. Le dábamos de todo y no reaccionaba. Los peones le
dieron orina de guanaco incluso, y nada. El hombre vomitaba,
estaba en pésimas condiciones. A tal punto, que decidimos
bajar. Ya en el valle de Tafí, seguía mal. Entonces yo lo llevé
en mi auto a Tucumán, a un sanatorio. Y resultó ser que tenía
una infección intestinal severa, que nada tenía que ver con la
puna. Pero, el esfuerzo del viaje y la altura y la falta de
oxígeno, obraron como desencadenantes de su enfermedad.

-¿Tenés fotos de todo esos episodios, Tata?

-Si, alguna hay por ahí, ya te las mostraré. Pero más que
nada lo que tengo son gratos recuerdos. Fue toda una época.
Después, cuando llegó el gobierno militar de los años setenta,
se prohibió la cacería en los cerros. Y desde entonces, está
vedada la caza del guanaco, hasta ahora.

-¿Quiere decir que ahora deben haber muchos guanacos allí?

-Seguro. Hace unos pocos años subí a El Negrito en una


cuatro por cuatro. No fuimos hasta la propia cumbre, pero
llegamos hasta una laguna que hay bastante arriba. Y en ésa
travesía vimos varias tropas de guanacos. Claro que no
llevábamos armas, porque respetamos la veda.

Como sabes, hoy en día se puede subir a algunas cumbres en


motos o en coches de tracción en las cuatro ruedas. Sigue
siendo una aventura y un riesgo, pero eso ha alterado todo.
No sé si alguien llevará armas al cerro. Pero sería un crimen

29
cazar desde un vehículo, ya que los guanacos poco miedo le
tienen a éstos.

-Pero lo cierto es que yo dejé de ir a cazar igual que todos mis


amigos y viejos compañeros, desde que se implantó la veda.

-¿Quiere decir que la gente lugareña ya dejó de comer


charqui de guanaco?

-Y, creo que sí. Las costumbres han cambiado mucho. Hoy
casi todos tienen heladeras con freezer y pueden guardar
alimentos por mucho tiempo. La vieja usanza del charqui está
desapareciendo. Por aquellos años, casi ni electricidad había
en los ranchos, ya que el servicio era solamente en la villa, es
decir en la parte más poblada.

-Además de la veda, sobre la que creo que no hay mucha


vigilancia, en la actualidad hay muchos alambrados, ya que
los campos se aprovechan mucho en distintas actividades,
como son la agricultura y la ganadería. O sea que la caza ha
perdido atractivo y se han aumentado las dificultades para
practicarla. A eso agrégale que las armas son difíciles de
comprar y también las balas.

-En una palabra, creo que he tenido la suerte de pertenecer a


la última generación de cazadores que trepaban al cerro
cabalgando para atrapar guanacos.

-¡Debe haber sido grandioso eso!

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-También ahora hay otras cosas interesantes y valiosas, pero
cada edad tiene sus cuestiones. A la tuya, alumno de tercer
año del secundario, hay miles de cosas que deben
entretenerte.

-Ni siquiera se bien cómo puede interesarte estos cuentos de


viejos.

-Para mi todo es aprender, Tata y me gustó muchísimo que


me lo cuentes.

-También era hermoso el regreso. Ya desde cierta altura del


cerro veíamos casi todo el valle en su extensión, que es un
paisaje maravilloso.

-Yo también lo he visto en algunos de mis paseos a caballo.


Por ejemplo, desde la Primera Mesada, yendo hacia La
Ciénega.

-Sí, ya sé que has andado por ahí el año pasado. Tus padres
no dejaban de tener cierta preocupación.

-¿Y cuando vos te ibas de cacería, nadie se ponía intranquilo?

-Bueno, tu abuela si. Mis hijos, o sea tu papá y sus hermanos,


eran chicos entonces y no tenían conciencia de los riesgos de
esos viajes.

-Por eso era también una gran alegría regresar sano y lleno
de recuerdos. Son satisfacciones que no se repiten en la vida.

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CAPITULO IV
Otro relato de mi abuelo, con el episodio difícil.

-Bueno, hemos hablado, mejor dicho, te he hablado de todo


sobre el valle y sobre las cacerías, pero en realidad a lo que
yo quería llegar para contarte, es a un episodio real, que tuve
que vivir por aquellos años, y que fue bastante importante. Si
todavía tienes ganas de escuchar, te lo voy a relatar.

-Dale, Tata, de verdad no me cansa escucharte, porque todo


lo que me cuentas es muy valioso para que yo conozca el
pasado. Es algo que me interesa. Y yo tengo buena memoria,
Tata. El otro día, con la cuestión de la foto con la gorra, o
“birrete” como vos le dices, ya me habías prometido contarme
algo.

- Si, tienes razón. El episodio está muy vinculado a la cuestión


de la cacería y de las armas, por eso al ver la foto me acordé
y dije que te contaría. Vamos a lo que pasó:

- Ya sabes que por los años setenta, cuando yo y tu abuela


éramos jóvenes y tu padre y sus hermanos eran niños,
veraneábamos en Tafí hasta el comienzo de las clases. Eran
largas temporadas. Veníamos en diciembre y regresábamos a
Tucumán en marzo. Y, por aquellos tiempos, había en Tafí

32
bastante menos aprovisionamiento que ahora. Eran unas
cuantas almacenes, una farmacia poco surtida y cosas así,
por lo que acostumbrábamos traer muchos alimentos y
medicamentos, que podrían ser necesarios, desde Tucumán
hacia acá.

-Y, con la forma de ser, prevenida, de tu abuela, casi siempre


traíamos de más. Mercadería, ropa, alimentos y mil cosas
más, que muchas veces sobraban después del veraneo y
debíamos llevar de vuelta a la ciudad.

-Bueno, el verano del año setenta y seis no fue una


excepción. Pero, se agregaba que tu abuela ya estaba
embarazada de su último hijo, que nació a comienzos de julio,
cuando los primeros días de marzo regresamos de un
espléndido veraneo. Por esa causa, es decir, por el embarazo,
debíamos ser cuidadosos en el viaje, así que trataba yo de
que ella viaje lo más cómoda posible. Teníamos un auto Ford,
clásico para entonces, bastante grande. Pero, con los hijos,
que ya eran tres, tu abuela embarazada y una empleada, ya el
coche estaba repleto, si a eso le sumas valijas y enseres que
había que transportar. Así que dejamos una cantidad de
cosas para llevarlas en un próximo viaje. Probablemente para
Semana Santa, que es cuando retornábamos al valle.

-Viajamos bien de esa manera. Y ya en Tucumán, la vida se


comenzó a acomodar como habitualmente había sido para
nosotros. Pero, a fines de ése mes ocurrió el famoso golpe de

33
estado y asumieron el gobierno los militares. El país estaba
prácticamente en estado de guerra, por la actuación de
grupos guerrilleros armados. Y, para colmo, las acciones
bélicas se concentraron mucho en Tucumán, y en los cerros,
donde los subversivos se escondían en las selvas y montes, y
cada tanto había encuentros importantes, de uno y de otro
bando en combate.

-Las noticias eran alarmantes, y en todo se advertía un estado


de temor, de alerta, un clima de hostilidad que nunca
habíamos vivido. Por ejemplo, en las cuadras donde había
comisarías, se cerró el tránsito y se colocaron fuertes
parapetos, cercamientos, para evitar los posibles ataques
guerrilleros.

-¿Pero era tanto Tata? Claro que he sentido muchas veces


hablar de ésa época, pero nunca he conocido los detalles.

-Mira, estaría toda la tarde si te quisiera contar todos los


detalles. Te daré algunas pautas. Por ejemplo, no se podía
circular sin documentos. De noche prácticamente había “toque
de queda”, es decir, era poco conveniente salir de las casas.
De repente, sobre todo en la noche, explotaban bombas
donde menos se esperaba. Te juro que era bastante
aterrador. Una noche llevé en mi auto a un amigo hasta su
casa, y al regresar, a poco de haber pasado yo, estalló una
bomba dentro de un auto estacionado. El estruendo fue tal

34
que creo que tembló entero mi vehículo, y eso que yo ya
estaba a una cuadra de distancia.

-Los helicópteros surcaban el aire de la ciudad y de toda la


provincia permanentemente, y nos enterábamos de atentados
o combates por los medios de prensa. Los civiles, como
nosotros, poco sabíamos de la magnitud de todo lo que
estaba ocurriendo. Pero no era difícil darse cuenta que el
conflicto era muy serio y que peligrábamos todos. Los que
vivimos ésa época seguro tenemos mil anécdotas para
recordar. Y más de uno habrá pasado por situaciones
inesperadas.

-Y a ustedes no les pasó nada?

-Precisamente es lo que quiero contarte. A veces me


entusiasmo y el cuento se alarga, pero voy a tratar de
concentrarme para que conozcas el episodio que te vengo
anunciando, que fue bastante feo y peligroso.

-Bueno, te relato lo que ocurrió. Como te había dicho, al


terminar el veraneo de 1976, volvimos a Tucumán dejando
una cantidad de cosas en Tafí. A poco de asumir el gobierno
militar, sacaron una disposición, una orden, que había que
registrar nuevamente todas las armas que tuviéramos. Para
eso, debo decirte que todo cazador, desde hacía muchos
años, sabía bien que para tener armas de fuego, era
necesario registrarlas en la policía, donde te daban una
constancia para poder circular con esas armas. Pero, al

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dictarse esta nueva orden, seguramente se pretendía detectar
en profundidad qué armamentos tenía la gente, por razones
de seguridad, dado el clima bélico que se vivía.

-Entonces, decidimos con tu abuela, volver a Tafí


rápidamente, para llevar de vuelta a Tucumán todo lo que
había quedado del veraneo, más mis armas de cacería, que
también estaban en el valle. Y así, un día nos vinimos solos
los dos, a cumplir esa tarea.

-¿Y eso no era peligroso? Digo por lo que me cuentas que los
guerrilleros estaban en el monte y en el cerro…

-Y…sí, claro que tenía su riesgo, pero yo he tratado siempre


de ser responsable con mis cosas, por eso creí que debía
cumplir lo más rápido posible con la obligación de declarar las
armas. Así que nos decidimos y una mañana muy linda, de
otoño ya, nos aventuramos.

-En la ruta y en el tramo de cerro hasta llegar a Tafí, había


muchos controles. Algunos del ejército, otros de gendarmería,
algunos de la policía provincial y también de la policía federal.
Esto, porque todas las fuerzas de seguridad del país estaban
involucradas en la situación. Tanto es así, que estaba
montado un sistema que se llamaba “Operativo Tucumán”,
precisamente porque el foco de la subversión era más fuerte
en esta provincia.

36
-Lo cierto es que pasamos todos los controles sin dificultades,
almorzamos en Tafí y a la siesta, tras cargar el auto,
emprendimos el regreso.

-¿Y sabes cómo estaba cargado el auto? Te lo digo y ya irás


tomando idea de lo que eso significaba: llevábamos las
armas, que eran varias, una escopeta de dos caños, un rifle
de repetición calibre 22 y una carabina Wínchester de alto
calibre. También balas y cartuchos. Y ropa de fajina, es decir,
la que usaba yo en las cacerías o en los viajes al cerro.
También llevábamos todos los medicamentos que sobraron
del verano, y mercadería: latas de conservas, arroces, y
varias cosas más. Lo cierto es que era bastante, ya que
aprovechábamos el viaje para llevar algunas otras cosas que
había que reparar, o que pensaba yo que me podrían ser
útiles en mis cacerías de invierno, tales como linternas,
faroles, cantimploras, una carpa y cosas por el estilo. En
realidad era una ingenuidad mía, ya que las cacerías se
tornaron desde entonces, prácticamente imposibles de
realizar por las dificultades de desplazamiento con armas, a
partir del gobierno militar. Y también, visto ahora a la
distancia, fue una ingenuidad y hasta una imprudencia viajar
de vuelta a Tucumán con todas esas cosas. Tal vez debería
haberme limitado a llevar las armas, las que, por supuesto,
iban con sus respectivos papeles de registro hasta entonces
en orden.

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-Bueno, al volver a Tucumán, en cada control del camino, yo
me adelantaba a explicar qué cosas llevaba y a exhibir mis
papeles. Hubo algunas pequeñas demoras, pero a la larga,
tras ser bien examinados, pasábamos sin mayores
dificultades. No obstante, tu abuela ya estaba demasiado
nerviosa. Algo por su estado de embarazo, que le producía
algunas descomposturas, más el descenso del cerro,
sumados a la inquietud de toda esta situación militarizada.

-Es lógico, Tata…

-Así, llegamos hasta abajo, pasamos Famaillá y ya veníamos


raudamente por la ruta 38 hacia la ciudad. Bueno, ahí es
cuando pasó el episodio central, que al fin conocerás.

-Antes de llegar a Lules, había un fuerte control de la policía


federal. Había una fila de tres autos antes que nosotros para
ser controlados, y el proceso era lento. Se notaba que había
bastante nerviosismo en los policías. Pienso ahora que
estarían alertados por algo, pero en ése momento nada
podíamos sospechar.

-Bueno, de repente, en sentido contrario a nosotros, es decir


de norte a sud, apareció un auto Chevy color naranja, al que
recuerdo perfectamente, y venía a fuerte velocidad. Los
policías le hicieron señas para que se detenga, pero lejos de
hacerlo, como en las películas, aceleraron. Y, al pasar casi
frente a donde nosotros estábamos, desde la ventanilla un

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hombre disparó contra los policías una ráfaga de
ametralladora.

-¿Sí? Epa!!!!!!!!

-¡Sí! ¡El estruendo fue impresionante, pero todo ocurrió con


mucha velocidad, aunque yo me di cuenta casi
instantáneamente del hecho! Bueno, te puedes imaginar todo
lo que eso provocó: corridas, órdenes a los gritos, disparos
inútiles porque el Chevy ya esta lejos, un movimiento intenso
y nervioso de todos. Y, lo peor, es que los tiros le habían
acertado a un oficial. El disparo le pegó en la mano, que tenía
ensangrentada y se atajaba la sangre con un pañuelo, entre
expresiones de dolor y de furia.

-Era el único herido, y sus compañeros lo asistían mientras


por radio impartían instrucciones a los gritos y pedían auxilio
sanitario.

-Ante esa situación, yo me bajé del auto rápidamente, no se


bien para qué, ya que poco y nada podía hacer. Quizás era
una manera de manifestar mi solidaridad para con los
atacados. Justamente, el turno de inspección nos tocaba
ahora a nosotros.

-Cuando me vieron abajo, varios policías corrieron hacia


nosotros, y mientras por la ventanilla del acompañante uno
colocó una pistola en el cuello a tu abuela, los otros a los

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gritos me pusieron contra el auto y me apuntaban con sus
armas amenazadoramente.

-¡Qué situación!

-Fue espantoso. En esa confusión, los policías empezaron


rápidamente a sacar todo lo que llevábamos en el auto, y, al
darse cuenta que eran armas, ropa de fajina, elementos de
acampar, mercadería y remedios, te puedes dar idea del
revuelo fenomenal que se armó.

-Me imagino….

-Sí. Fue un instante horrible. Los tipos estaban enardecidos,


nos gritaban nos sacudían, no acusaban de subversivos. A tu
abuela, que lloraba aterrada, le pedían a fuerte voz, que diga
quienes eran sus compañeros, a dónde íbamos con esas
cosas, en una palabra la acosaban pretendiendo que confiese
algo.

-A mi por supuesto, con el arma en mi frente, el responsable


del grupo me trataba de guerrillero, de subversivo, mientras yo
pretendía alegar- también a los gritos- que tenía todo en
orden, que era abogado, que veníamos de Tafí de nuestra
casa de veraneo, que eran cosas sobrantes del verano. Por
supuesto, todo en un clima de tremendo riesgo, ya que se
había sumado al grupo el oficial herido, que pretendía
encontrar en nosotros a cómplices de los agresores.

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-Lo cierto es que en ése momento podrían habernos matado.
Si eso hubiera ocurrido, hoy nos recordarían como si
hubiéramos sido guerrilleros. Pero Dios y la Virgen, a quien
siempre invoco, nos auxiliaron. Muy oportunamente, llegó en
ese momento crucial, un jefe mayor, que venía enterado del
ataque. El hombre, al ver el alboroto, vino raudamente hacia
nosotros, pero, con toda fortuna, calmó un poco la situación y
habló conmigo. Con mucha desconfianza, pero me escuchó.

-Entonces, a borbotones le volví a explicar todo: quienes


éramos, a qué me dedicaba, le indiqué (no te olvides que yo
no podía moverme por tener un arma en la frente) dónde
estaban todos los papeles de documentación: nuestras
credenciales, los permisos de las armas, tarjetas donde
indicaban mi profesión, mi domicilio y teléfono. Le pedí que
confirmara lo que yo decía, en fin, una defensa atolondrada
pero eficaz y seria.

-El hombre procedió a leer todo, a fijarse en cada cosa y habló


bastante más con nosotros, interrogándonos. Incluso lo hizo
por separado, a tu abuela en un lugar lejos de mí, cosa de
constatar que ambos tuviéramos similar versión. Mientras,
llegó el auxilio de una ambulancia para el herido, que era el
que estaba más nervioso y menos nos creía. Por suerte, se lo
llevaron.

-La cuestión es que la cosa se calmó. El jefe, entonces,


dispuso que nos repongan todo y nos ordenó que nos

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fuéramos inmediatamente a nuestra casa. Los policías
prácticamente tiraron todo amontonado dentro del auto, sin
ningún orden, y nos apuraron a que nos fuéramos.

-Uf! Zafaron….!

-Espera, no ha terminado el cuento.

-Bueno, arrancamos, yo reconozco que temblaba, tu abuela


estaba también muy impactada. Yo temí que su embarazo se
malogre en ese momento, así que intentaba decir solamente
lo necesario para que ambos mantengamos la calma. Y así
fue, despacio, muy impactados por lo que habíamos vivido,
llegamos a nuestra casa. Por entonces, vivíamos en un
departamento en barrio norte.

-Menos mal…

-Subimos con todo el cargamento y fue una alegría enorme


llegar al hogar y ver los chicos, encontrar todo en orden,
después del episodio vivido.

-Pero, al rato, llamaron a la puerta. Y era el portero del


edificio, con evidentes signos de haber sido golpeado. Otra
sorpresa. Y el hombre nos contó que detrás nuestro venía un
auto con varios hombres adentro, no uniformados, que lo
tomaron de sorpresa, lo acorralaron y lo interrogaron
fuertemente sobre nosotros. Querían saber quienes éramos,
si nos conocía bien, si en qué trabajaba yo, y una cantidad de

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cosas. Como el portero, asustado al principio, se negaba a dar
información, le pegaron unos golpes y el hombre, sin saberlo,
corroboró todo lo que yo había informado al jefe policial: que
era abogado, que era cazador habitual, que no actuaba en
política, que vivíamos hacía varios años allí, con tres niños,
algunos de colegio ya, etcétera. Los hombres recién entonces
se fueron. Y el portero subió, aun desfigurado del susto, a
comentarnos. Entonces le relaté el episodio de Lules, para
que comprendiese porqué nos habían seguido y habían
venido a constatar mi versión.

- Ya tranquilizado el encargado, juntos nos pusimos a evaluar


la situación. El hombre me sugería que llamara a alguien
conocido, ya sea del gobierno o de alguna fuerza armada,
pero yo preferí dejar las cosas como estaban.

-Tu abuela era prima hermana de un alto jefe militar y yo


conocía a varios personajes del gobierno. Pero en ese
momento pensé que era contraproducente. No fuere que
todavía crean que verdaderamente teníamos algo que ver.
Por entonces, el clima que se vivía volvía sospechosos a
todos. La gente más inesperada, de repente aparecía
vinculada a la subversión. Si bien yo no tenía antecedentes de
ninguna clase, tampoco podía confiarme. Así que no hablé
con nadie, y el episodio apenas si lo divulgué un poco en la
familia y en los más íntimos.

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-¡Pero Tata, los podrían haber matado! ¿Te das cuenta que yo
no te hubiera conocido siquiera?

-Así es, hijo. Pero Dios nos protegió una vez más, ya que
habría sido muy injusto que eso ocurra.

-Pero, me gustaría preguntarte algo, Tata: ¿Vos estabas más


a favor de los militares o de los subversivos?

-Buena pregunta, querido. Te respondo claramente. Yo nunca


estuve ni estaría simpatizando con los subversivos. Creo que
tomaron las armas pretendiendo llegar al poder por la fuerza,
cosa que es contraria a mis principios que son democráticos.
Todo lo que hicieron fue espantoso: mataron no solamente a
militares y policías, sino a mucha gente inocente. Bueno, pero
tampoco estaba a favor de los militares, ya que eran
usurpadores del poder. Ellos tomaron el gobierno por un golpe
de estado, y actuaron arbitrariamente. Tal vez combatir la
guerrilla era algo muy necesario, pero se les fue la mano. Y
también hicieron mucho daño a gente inocente. Gente como
nosotros, civiles, democráticos, éramos testigos ajenos a esta
forma de confrontación. Jamás he aprobado ni una ni otra
parte. Pero debo reconocer que quienes empezaron el
conflicto, fueron los subversivos. Sin el accionar de ellos, los
militares no habrían hecho todo lo que hicieron. En una
palabra: creo que había que enfrentar con las armas a la
guerrilla, pero habría que haberlo hecho dentro de la ley y el

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orden republicano, es decir, bajo un gobierno civil, elegido por
el pueblo y con el sistema judicial funcionando normalmente.

-Cuando regresó la democracia, me alegré enormemente y


recién entonces volví a trabajar como abogado en el Estado,
hasta jubilarme.

-Bueno, es una suerte abuelo, así hoy tienes la frente limpia y


no tienes que arrepentirte de nada.

-Bueno, mi querido nieto mayor. Me has hecho revivir viejas


cosas, algunas muy buenas y felices para mí y otras, muy
feas, como el episodio que acabo de contarte. Pero hemos
pasado la tarde acá, juntos, mirando los cerros y eso es
valioso para mi.

-Y para mí también Tata. Todo lo que me has contado lo voy a


recordar siempre.

45
Capítulo V
Comprando artesanías

Luego del emocionante episodio que me contara mi abuelo, y


que me impresionó vivamente, comprendí que lo que había
ocurrido por esos años de la década del setenta había sido
algo muy serio, de lo que nuestra generación tenía pocas
noticias. Valoré íntimamente las dificultades que habrían
tenido que soportar, pero me costaba imaginar lo que mi
abuelo había descripto como un “clima bélico”.

De a poco, mi vida en Tafí retornaba a lo acostumbrado.


Cuando llevaba una semana en el valle y recién me había
juntado algunas veces con mis amigos, tenia la sensación que
el tiempo corría demasiado, que todo pasaba muy rápido y se
me iba de las manos el veraneo sin que ocurra nada
interesante.

Pero ya para entonces llegaron los caballos, tan esperados.


Mis hermanos y yo, tras la alegría de recibirlos y las
inevitables disputas para ver que animal le tocaba a cada uno,
nos organizamos de acuerdo a las instrucciones paternas y,
una linda mañana, partimos a una de las pocas herrerías que
quedan en el pueblo, para el rito de colocar las herraduras a
los fletes. Cuando aparecí en mi casa ya montado en el

46
alazán que me acompañaría todo el verano, mi papá,
conforme con lo que hacíamos, no dejo de recomendarme mil
cosas respecto al uso del caballo, su cuidado, su
alimentación, la atención a las monturas y todo lo que tenia
que ver con eso. También, por cierto, me recomendó hasta el
cansancio sobre los recorridos posibles, la organización de
cabalgatas y el respeto por las prohibiciones que existen en la
parte céntrica para utilizar los caballos. Fue entonces que
también me hizo una sugerencia que no olvidé: “Andá
pensando en regalarle algo a tu madre por su cumpleaños y
por lo que ayudó para traer los caballos”.

En uno de mis paseos a caballo con amigos, pocos días


después, salió este tema del regalo, cuando una amiga,
conversando, me comentó que ella había comprado una
hermosa artesanía en cierto lugar de la villa. Lo especial del
caso es que a ella le había llamado mucho la atención que el
hombre que vendía tales cosas, que él mismo las elaboraba
con sus manos, lo hacía dificultosamente, porque tenia un
impedimento. No obstante, las cosas que ofrecía eran muy
buenas y de buen gusto.

Todas estas cosas, que ahora relato, se grababan en mi


memoria. Pero la vida tomaba su ritmo propio del verano:
salidas con los amigos, partidos de futbol, cabalgatas,
reuniones en el club, juntadas con chicas y muchachos y
algunas fiestas. En ese ajetreo casi me olvido de la
proximidad del cumpleaños de mi mama. Mi papa me lo

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recordó el día antes y también me hizo acordar que yo me
había comprometido a buscar un regalo en nombre de los
hijos.

A la mañana siguiente me apresuré a llamar a mi amiga que


me había comentado sobre el artesano para que me indique
donde encontrarme.

Así es como un mediodía de mi segunda semana de veraneo,


llegue, con unos pocos pesos ahorrados hasta el negocio de
artesanías que me recomendaron. El artesano era un hombre
grande, probablemente de la edad de mi abuelo. Se lo veía
fuerte, ágil y muy dispuesto a conversar. En el momento que
yo llegue, no había nadie en el negocio. El lugar era pequeño,
pero muy agradable. Limpio, ordenado, lleno de pequeñas
cosas habituales de los artesanos, y el dueño estaba sentado
frente a una mesa de trabajo, donde se notaba que elaboraba
sus productos.

Como el hombre me inspiraba confianza, por su aspecto, le


dije que estaba buscando un regalo para mi madre por dos
razones: porque era su cumpleaños y porque los hijos, a los
cuales yo representaba, querían retribuirle porque ella fue la
autora de que tuviéramos los caballos durante el verano.

También le comente que mi amiga lo había recomendado y


que decían que él hacia cosas interesantes y buenas. El
hombre se sintió halagado y comenzó a mostrarme varias
cosas de su producción: collares, cajas, cintos, todos –según

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él- con productos naturales y ecológicos. Usaba piedras del
lugar, frutos secos, cueros y maderas autóctonas. De verdad
las cosas eran lindas pero mi intención era comprar el regalo y
nada más. Entonces el hombre quiso mostrarme un collar que
estaba fabricando haciendo alarde de que era una pieza
esplendida, con la que quedaría fascinada mi madre. Acto
seguido, se sentó ante su mesa de trabajo y tomo el collar a
medio hacer con una mano mientras con la otra le agregaba
elementos con mucha habilidad.

Recordé entonces que mi amiga me advirtió que el artesano


tenía cierta discapacidad. Como yo hasta ese momento lo
había visto de pie, moviéndose ágilmente y su contextura
física era normal, no me daba cuenta de la discapacidad. Pero
cuando comenzó a hilvanar el collar que me ofrecía en venta,
caí en cuenta que una de sus manos estaba prácticamente
inmóvil, y que solamente aferraba la pieza a trabajar con una
parte de la mano, mientras que toda la tarea la realizaba con
la otra, su mano derecha, con mucha destreza. Vale decir que
la incapacidad, notable para tratarse de un artesano, la tenía
precisamente en una de sus manos.

El hombre pareció darse cuenta que yo advertía la


inamovilidad de su mano izquierda, y sonriendo me dijo que
un buen artesano tenía que ser capaz de trabajar con una
sola mano. Su salida y su buen humor me sacaron del apuro
de encontrarme sorprendido mirando la mano inútil. Pero no
quedaron allí las cosas. El hombre, amable y conversador, me

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dijo que hacía ya más de 35 años que había perdido el uso
completo de su mano. Tal vez dándose cuenta de mi
curiosidad sin dejar de sonreír me dijo que no le afligía el
hecho ya que podía trabajar bien con la otra mano. Sin saber
que decir le pregunte si había tenido un accidente. Y aquí es
donde se produjo otra revelación inesperada.

El hombre, ya dispuesto a continuar la charla, mientras


confeccionaba el collar al que seguramente yo compraría,
comenzó, de a poco a darme mas detalles de su lesión. Me
contó que no fue un accidente sino un hecho importante que
le había ocurrido en el año 76’. Debe haber visto en mí un
curioso atento, porque siguió con su relato, tal vez imaginando
que me importaría conocer los detalles.

Señalo una pared detrás suyo indicándome que mirase un


cuadro al que yo no había advertido hasta entonces. El cuadro
algo tapado por los productos del artesano que se ofrecían en
venta, y también ya algo opaco por el paso del tiempo y la
tierra acumulada sobre el vidrio que lo recubría, mostraba un
diploma, donde se destacaban los colores de nuestra
bandera. El hombre me invito a que lea el contenido del
diploma. Me acerque, entonces y leí con alguna sorpresa que
era una distinción otorgada por un acto valeroso, que el
gobierno daba “Al Oficial Principal Guillermo Segundo
Fernández”. El diploma tenia sellos y escudo patrio y varias
firmas que parecían importantes.

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El hombre me dijo que Guillermo Segundo Fernández era el.
Inmediatamente le comente que la distinción estaba acordada
a un “Oficial Principal” y le mostré mi curiosidad por ese titulo.
Como si hubiera estado esperando la pregunta, y sin dejar de
sonreír nunca, Fernández me dijo que él fue oficial de policía
por aquellos años. Y prosiguió relatándome que había tenido
vocación desde joven por la milicia, pero que nunca pudo
ingresar a estudiar para ser militar, pero si había podido
estudiar en una escuela de policía. Y que hizo una buena
carrera logrando ascender hasta el grado de Oficial.

Fue así como llego a Tucumán a cumplir funciones en su


carrera policial. Pero le tocaron malos tiempos ya que por
esos años comenzaron los problemas con los subversivos. A
esa altura del relato, el oficial Fernández se iba poniendo
serio. No obstante seguía con el trabajo artesanal de terminar
el armado del collar para mi madre. Yo apreciaba la enorme
habilidad con que realizaba esta tarea, claro mientras
conversaba sobre su historia personal.

Estaba dudando acerca de preguntarle sobre el hecho que


mereció la distinción, cuando él, sin que yo lo pida, comenzó a
contarme. Me dijo entonces, que en el año 76’ la violencia de
la guerrilla en Tucumán era muy importante. Que había
destacamentos del ejercito, la gendarmería, la fuerza aérea, la
policía federal, a la que el pertenecía, que estaban
ocupándose día a día de combatir los ataques de los
subversivos.

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En esas circunstancias es como le había tocado participar de
distintas situaciones violentas. No obstante había logrado salir
bien de ellas, y siempre cumpliendo con su deber como oficial
armado.

Pero una vez, su grupo tenía información de una posible


acción guerrillera y fueron a patrullar y controlar una ruta. En
esa oportunidad tuvieron un corto enfrentamiento y un cruce
de disparos durante el cual lo hirieron.

Ya interesadísimo yo, puesto que tenia fresco en la memoria


el episodio que me conto mi abuelo, le pedí mas detalles. Por
ejemplo si su herida fue en la mano, cosa que admitió,
diciéndome que recibió un balazo en plena mano. Que no
obstante estar herido, logro disparar contra los agresores que
huyeron rápidamente en un vehículo.

No pude dejar de asociar el episodio del artesano que fuera


oficial de policía ,con el hecho bastante similar que me conto
mi abuelo. Así que continúe la charla tratando de atar cabos.
Fernández me contó muchas cosas mas, como que por su
herida tuvo que pedir el retiro policial. Que tuvo una larga
rehabilitación durante la cual se entretenía utilizando al
máximo sus manos. Pero que no pudo nunca recuperar la
movilidad completa, y que durante todo ese tiempo había
logrado adquirir mucha habilidad con su mano sana es decir la
derecha. Y es así, que de a poco, se fue inclinando por la
artesanía, en la que logró tener una nueva ocupación.

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Me dijo que un tiempo después de recibir su herida, ya
retirado, un día lo llamaron a un acto oficial donde entregaron
condecoraciones a varios por actos de heroísmo o por haber
sido victima de heridas en combates. Que así fue que le
entregaron la distinción que el, al principio, tenia con mucho
orgullo, pero que con el paso del tiempo ya se había
convertido en una historia triste en su vida.

Le comente que siempre había leído que los actos de valor en


guerra eran importantes, porque servían de ejemplo para los
demás. El hombre me miro fijo entonces y me dijo que no era
tan así, que toda violencia es mala y que en la vida hay que
aspirar a vivir en paz.

En realidad - me dijo- yo nunca fui violento. Cumplía con mi


obligación. Tampoco lo mio fue un combate como podría
imaginarse. Fue un tiroteo en plena ruta, a la luz del día y
delante de mucha gente que vio las cosas. En el momento
que me dispararon, nosotros revisábamos los vehículos que
pasaban porque teníamos información que podían cruzar por
allí los subversivos. Y eso fue lo que pasó: mientras
deteníamos a gente inocente para revisarlos, los subversivos
aprovecharon para pasar delante de nosotros, a los tiros.

Le pregunte si habían otras victimas y me dijo que el único


herido fue él, pero que por poco se salvó un matrimonio que
estaba siendo inspeccionado cuando ocurrió el tiroteo.

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A esa altura, casi no tuve dudas de que se trataba del hecho
ocurrido en Lules donde casi fueron victimas mis abuelos.
Pero no dije nada. Continúe mi charla amena con el artesano
hasta que termino el collar.

Hablamos de distintas cosas. Así fue que me conto también,


que años después de retirarse de la policía, se había
dedicado intensamente a la artesanía. Me relato cómo llego a
Tafi, se enamoro del lugar y se estableció para dedicarse
definitivamente a vivir en paz haciendo cosas bellas que traían
alegría a la gente.

Me marcó con insistencia cómo había ganado mucho en su


vida, dejando atrás su etapa de hombre armado para pasar a
ser un hombre de paz en ese lugar tan especial que es Tafi
del Valle.

Volví a mi casa lleno de emociones. Estaba seguro que el


hombre que fabrico el collar para mi madre era el mismo que
fue herido en el episodio que me conto mi abuelo. Pero no
sabía como confirmar esto.

Pasaron unos días, y mi madre, que había quedado feliz con


el collar me preguntó donde lo había comprado, porque quería
encargar uno para mi abuela. Después que le diera los datos,
en un momento dado, mi abuelo y mi madre me invitaron a ir
juntos a la villa para que comprasen el collar.

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En ese corto momento, ya en el auto de mi abuelo, se me
ocurrió tratar de sorprenderlos contándoles mi descubrimiento.

Y, sin más, le dije a mi abuelo que yo conocía al oficial de


policía herido en el episodio de Lules. La sorpresa de mi
abuelo fue grande, mientras mi madre, que nada sabia de
esto, nos llenaba de preguntas. Algo apresuradamente, conté
entonces como había conocido al artesano Fernández, a cuyo
negocio nos dirigíamos. Mi abuelo comprendió rápidamente la
situación y se mostro algo nervioso aunque intrigado.

Cuando llegamos, felizmente esta vez tampoco había gente


en el pequeño negocio. El artesano, reconociéndome, me
recibió con alegría y mi madre se apresuro a alabar su trabajo
diciéndole que era un verdadero artista. Mi abuelo permanecía
callado, pero se acerco lentamente al cuadro que contenía el
diploma. Y, en un momento en que la conversación entre mi
madre y el artesano se silenciara, mi abuelo, sin dudarlo le
dijo: “¿Fernández, este diploma se lo dieron por un episodio
que ocurrió en la ruta cerca de Lules?

El hombre miro con sorpresa a mi abuelo, y levantándose


lentamente de su silla le respondió que sí, que efectivamente
en ese lugar fue donde lo balearon y preguntó si como mi
abuelo podía saber tal detalle.

En ese momento recién me di cuenta de lo tenso que era el


instante. Claro, Fernández podía pensar cualquier cosa, aun
de que mi abuelo hubiere sido alguno de los atacantes.

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Como adivinando tal intriga, mi abuelo en tono suave y
sonriendo le dijo que él había sido testigo presencial del
hecho. Y paso a contarle brevemente su historia.

Ya superada la sorpresa de ambos, Fernández reiteró lo que


a mí ya me dijera: “que era un hombre de paz” y que si una
alegría le faltaba tener en la vida, era saber que el matrimonio
detenido en la ruta se hubiere salvado. Casi lloroso, le
confesó a mi abuelo que muchas veces había pensado en
ellos, sintiendo una especie de culpa por lo que les hubiere
ocurrido.

Mi abuelo lo tranquilizó, tal vez minimizando el episodio, le dijo


que no pasó nada, que cuando a Fernández lo llevaron en la
ambulancia, inmediatamente les permitieron continuar viaje
sin dificultad.

La sonrisa del ex policía y ahora feliz artesano, era amplia y


sincera. Tal vez nunca imaginó que las cosas ocurriesen así.

Lo cierto es que mi descubrimiento provocó una reunión


increíble, treinta y cinco años después que la violencia juntara
en un mismo sitio a dos hombres. Me sentí protagonista de
algo importante, algo que de por sí, ya justificaba todo el
veraneo, más que mis entretenimientos juveniles.

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Y hoy, en mi alma queda la satisfacción de haber visto a esos
dos señores grandes, saludarse con un abrazo, como chicos,
emocionados, en el verano feliz de Tafi del Valle, donde Dios
quiso que la paz y la armonía juntasen nuevamente a estos
protagonistas, pero esta vez por cosas del amor.

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Pedro León Cornet

Yerba Buena, Septiembre de 2012

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