Objetividad Entre Paréntesis y Objetividad Sin Paréntesis

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LA OBJETIVIDAD ENTRE Y SIN PARÉNTESIS

Sin embargo, lo que estoy diciendo no es "cosa de niños", es cosa seria. Quiero
separar, entonces, estas dos actitudes respecto de la pregunta sobre el observador y
su capacidad de conocer, y que son, también, dos caminos de reflexión, y les voy a
mostrar, al mismo tiempo, que son a la vez dos caminos de relaciones humanas. Si no
nos hacemos la pregunta por el origen de las capacidades del observador, nos
conducimos, de hecho, como si tuviésemos la capacidad de hacer referencia a entes
independientes de nosotros, a verdades cuya validez es independiente de nosotros,
porque no dependen de lo que nosotros hacemos. Yo llamo a ese camino explicativo,
que afirma explícita o implícitamente nuestras capacidades cognoscitivas como
constitutivas de nuestro ser, el camino de la objetividad sin paréntesis.
Escuchar una respuesta explicativa cuando uno no asume la pregunta por el
origen de las habilidades del observador, equivale a escuchar esperando oír una
referencia a una realidad independiente de uno para aceptar como explicación la refor-
mulación presentada como respuesta a una pregunta que pide una explicación. La
respuesta puede implicar referencia a la materia, a la energía, a la conciencia, a Dios,
a una revelación, a lo que uno quiera, como referencia a algo independiente de lo que
el observador hace y que constituye implícita o explícitamente el fundamento del
criterio que uno usa para aceptar esa reformulación de la experiencia como
reformulación de la experiencia, y por lo tanto, como explicación de ella.
Los chilenos pertenecemos a una cultura en la que corrientemente, cuando
pedimos a un interlocutor los datos que prueban lo que dice, le estamos pidiendo una
referencia a algo independiente de él o de ella como criterio de validación que nos
permitirá aceptarlo. Este proceder propio de nuestra cultura involucra el supuesto
implícito de que poseemos, al menos en principio, la habilidad o capacidad necesaria
para hacer tal referencia. En nuestra cultura, tal habilidad, en general, no se pone en
duda. Pero, cuando uno acepta preguntarse por el origen de las habilidades del
observador, lo que de hecho uno acepta es preguntarse: ¿cómo es que puedo como
observador hacer las afirmaciones que hago?, ¿cómo es que puedo hacer
observaciones?, ¿cómo es que puedo darme cuenta, si me doy cuenta, de lo que
realmente es y también equivocarme? ¿cómo opera mi operar como observador? Más
aún, al aceptar estas preguntas, la biología adquiere presencia, porque al admitir la
explicabilidad de las capacidades cognitivas del observador uno no puede escapar a
reconocer que cuando se altera la biología se altera la capacidad cognoscitiva (¡Sabes
que el presidente, desgraciadamente tuvo un derrame cerebral y no sabemos si podrá
seguir gobernando!
¿Por qué?
¡Bueno, por su cerebro!
¡Ah!, ¿entonces su capacidad de gobernar, su capacidad cognoscitiva depende
del cerebro?
¡Parece que sí!).
Veamos esto considerando lo que connotamos en castellano con las palabras
mentira y error.
Noten ustedes que las palabras mentira y error hacen referencia al estado de
conocimiento que una persona tiene sobre sus circunstancias y su acción en el
momento en que hace aquello que llamó mentira o error. Cuando yo le digo a alguien:
"tú mientes", lo que le estoy expresando es: en el momento en que tú afirmas lo que
dices, tú sabes que aquello no es válido. Cuando yo digo: "discúlpame, en realidad
mentí", estoy diciendo: en el momento en que afirmé lo que dije sabía que no era
cierto.
La palabra error hace alusión a una cosa muy distinta. Cuando digo: "Cometí un
error" (error o equivocación), lo que estoy diciendo es que en el momento en que hice
la afirmación a que me refiero, al decir que cometí un error, aceptaba honestamente
que ella era válida; pero ahora sé que no era así. La equivocación, el error son
siempre a posteriori. Uno se equivoca siempre después de la experiencia que uno dice
que fue una equivocación, porque la equivocación o error es una experiencia
desvalorizada con referencia a otra experiencia que se considera indudablemente
válida.
¿Cómo nos equivocamos, si de hecho tenemos capacidad de acceder a una
realidad independiente de nosotros en la observación o en la reflexión?, ¿cómo se da
el error?, ¿cómo surge la equivocación? Hay, por ejemplo, situaciones en las cuales
uno saluda a alguien:
¡Hola, Juan!" Y luego dice: "Perdón, me equivoqué. No era Juan, tuve una ilusión".
Lo interesante de tal situación es que cuando uno saluda a Juan la experiencia de uno
al decir ¡Hola, Juan! es la de encontrarse con Juan. De hecho, uno tiene toda la
dinámica fisiológica de encontrarse con Juan, y tiene reacciones de felicidad o enojo
dependiendo de su relación con Juan en el momento de tener la experiencia de su
presencia, cualquiera que sea el veredicto a posteriori sobre si Juan encontrado fue
ilusión o real. Las ilusiones, los errores, las equivocaciones son siempre a posteriori.
Consideremos otra situación: la pesca de truchas, por ejemplo. Uno prepara el
anzuelo, las botas, la caña; llega al lago o al río y tira el anzuelo, que pasa apenas
rozando el agua. Si uno hace todo esto bien, la trucha salta y después de morder el
anzuelo dice: "era un anzuelo". Lo notable es que el anzuelo aparece sólo después de
morderlo. En otras palabras, el anzuelo es anzuelo sólo a posteriori. La trucha no
puede distinguir entre ilusión y percepción y al saltar y morder el anzuelo ella salta a
capturar un insecto. Nosotros no podemos distinguir en la experiencia entre ilusión y
percepción. Ilusión y error son calificativos que desvalorizan una experiencia a
posteriori con referencia a otra experiencia que se acepta como válida: uno no se
equivoca cuando se equivoca.
Pero, si en la experiencia no podemos distinguir ilusión y percepción, verdad o
error, ¿en qué consiste, entonces, el fenómeno que connotamos cuando hablamos de
conocer?
Si queremos entender el fenómeno del conocimiento, si queremos entender el
sistema nervioso, si queremos entender el lenguaje, si queremos entender lo que pasa
en la convivencia, tenemos que hacernos cargo de este curioso fenómeno: los seres
humanos, los seres vivos en general, no podemos distinguir en la experiencia entre lo
que llamamos ilusión y percepción como afirmaciones cognitivas sobre la realidad.
No digo que en la dinámica social no hablemos de ilusión y percepción, de error y
verdad o de mentira y verdad de una manera coherente con nuestro vivir. No estoy
desvalorizando esa distinción como distinción que tiene sentido en la convivencia. Lo
que quiero decir es que para comprender ciertos fenómenos tenemos que entender lo
que pasa cuando hacemos esas distinciones. Los seres humanos configuramos el
mundo que vivimos al vivir, y cabe preguntarse cómo lo configuramos y cómo vivimos
en él si constitutivamente como seres vivos no podemos hacer la distinción que
decimos corrientemente que hacemos entre ilusión y percepción.
Una de las primeras preguntas que nos surge en estas circunstancias es:
¿podemos seguir defendiendo la validez de nuestras afirmaciones cognoscitivas bajo
el pretexto de que ellas son válidas porque se refieren a una realidad independiente de
nosotros, si para poder afirmar que tenemos acceso a esa realidad independiente
deberíamos poder distinguir en la experiencia entre ilusión y percepción? Es verdad
que hemos vivido hasta ahora sin hacer esta reflexión y sin revisar el fundamento de
nuestras capacidades cognoscitivas, y que podemos seguir viviendo así. Pero, si
hacemos la reflexión podemos acceder a profundizar nuestro entendimiento de la
dinámica de las relaciones humanas, sociales y no sociales, y descubrir ciertos
aspectos de ellas que no debemos desdeñar si queremos ser responsables en lo que
hacemos en la convivencia con otros seres humanos y con la naturaleza que nos
sostiene y nutre.
Esta conciencia de no poder distinguir entre ilusión y percepción, yo la señalo
invitando a poner la objetividad entre paréntesis en el proceso de explicar. No quiero
decir con esto que no existen objetos, o que no puedo especificar un cierto dominio de
referencia que siento como existiendo independiente de mí. Lo que quiero decir con
poner la objetividad entre paréntesis, es que me doy cuenta de que no puedo
pretender que tengo la capacidad de hacer referencia a una realidad independiente de
mí, y que me hago cargo de ello en el intento de entender lo que pasa con los
fenómenos del conocimiento, del lenguaje y sociales, no usando referencia alguna a
una realidad independiente del observador para validar mi explicar. Existen distintos
caminos explicativos que surgen según que uno acepte o no la pregunta por el
origen de las habilidades cognoscitivas del observador. Así, al no preguntarse por
el origen de sus habilidades cognoscitivas y aceptarlas como propiedades constitutivas
suyas, el observador actúa como si lo distinguido preexistiese a su distinción en el
supuesto implícito de que puede hacer referencia a tal existencia para validar su
explicar. A este camino explicativo lo llamo el camino explicativo de la objetividad sin
paréntesis.

En otras palabras, en el camino explicativo de la objetividad sin paréntesis


actuamos como si lo que decimos fuese válido en función de su referencia a algo que
es independiente de nosotros. Así decimos: "lo que estoy diciendo es válido porque es
objetivo, no porque sea yo quien lo dice; es la realidad, son los datos, son las
mediciones, no yo, responsables de que lo que yo digo sea válido, y si digo que tú
estás equivocado, no soy yo quien decide que estás equivocado, sino la realidad". En
suma, en este camino explicativo operamos aceptando que, en último término, existe
una realidad trascendente que valida nuestro conocer y explicar, y que la universalidad
del conocimiento se funda en tal objetividad.

En el otro camino explicativo, el que yo denomino de la objetividad entre


paréntesis, como ya lo dije, al aceptar la pregunta por el origen de nuestra capacidad
de observar, la biología adquiere presencia. Es decir, al preguntarnos por el origen de
las capacidades cognoscitivas del observador no podemos dejar de ver que éstas se
alteran o desaparecen al alterarse nuestra biología, y que no podemos desdeñar más
nuestra condición de seres que en la experiencia no pueden distinguir entre ilusión y
percepción. Además, al darnos cuenta de esto, nos damos cuenta, también, de que
cuando escuchamos una proposición explicativa o una reformulación de la experiencia
y la aceptamos como explicación, lo que aceptamos no es una referencia a algo
independiente de nosotros, sino que es una reformulación de la experiencia con
elementos de la experiencia que satisface algún criterio de coherencia que nosotros
mismos proponemos explícita o implícitamente. En otras palabras, nos damos cuenta
también de que depende de nosotros el aceptar o no una cierta reformulación de la
experiencia por explicar cómo explicación de ella, según un criterio de aceptación que
nosotros tenemos en nuestro escuchar, y, por lo tanto, que la validez de las
explicaciones que aceptamos se configura en nuestra aceptación y no de manera
independiente de ella.
Interesante, ¿verdad? En el camino explicativo de la objetividad sin paréntesis
decimos que cierta explicación, en un tema de física, por ejemplo, es en principio
aceptable si referencia a la materia o a la energía tratándolas como entidades
objetivas independientes del observador y señalables en una medición instrumental.
Sin embargo, al hacer esto, tratamos al instrumento como una ampliación de la
capacidad del observador de hacer referencia, aunque sea de manera indirecta o
incompleta, a la realidad que existe con independencia de él o de ella. En este camino
explicativo decimos que somos objetivos porque decimos que lo que decimos es válido
con independencia de nosotros. Al mismo tiempo, en este camino explicativo toda
verdad objetiva es universal; es decir, válida para cualquier observador, porque es
independiente de lo que éste hace.
En el camino explicativo de la objetividad entre paréntesis decimos que una
cierta explicación, en un tema de física, por ejemplo, es válida porque satisface el
criterio de validación que constituye a la física como un dominio explicativo de la
experiencia con elementos de la experiencia. En este camino explicativo la materia y la
energía son explicaciones de la experiencia, y se usan como tales en la formulación de
otras explicaciones de la experiencia, en la explicación de la experiencia con
elementos de la experiencia que constituye a la física. En este camino explicativo es
aparente que hay muchos dominios explicativos, y que cada uno de ellos es un
dominio de objetos constituidos ato explicaciones de la experiencia y, por lo tanto, un
dominio de realidad. Finalmente, desde este camino explicativo es posible darse
cuenta de que la noción de realidad, tanto en uno como en el otro camino explicativo
es, de hecho, una proposición explicativa.

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