Guion Sinodalidad

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A veces usamos términos que no siempre entendemos bien, pero que parecen

importantes. Uno de ellos hoy es, eclesialmente, el de «sinodalidad». Ello ¿Qué


significa, para qué se usa y a donde nos lleva?

Sinodalidad viene del término «sínodo» (σύνοδος), el cual significa


«encuentro o reunión»; también «caminar juntos». Surge de la unión de
dos vocablos griegos: «syn» («con» o «juntos») y «odos» («ruta, camino»).
Inicialmente lo usaron los griegos para la astrología (la conjunció n de dos
planetas, como se ve en Aristó teles y Plutarco); pero es eclesialmente donde
adquirió mayor resonancia, usá ndose para definir la reunió n de obispos (como
una alternativa al vocablo «concilio», que era otro tipo de reunió n, aunque má s
amplia).

El primer sínodo que conocemos fue en Roma el añ o 190 y el motivo fue


determinar la fecha de la fiesta de la Pascua. Pero es a partir de Pablo VI (el 15
de septiembre de 1965) que adquiere un uso específico, haciendo de ello una
institució n permanente llamada « Sínodo de los Obispos» como medio concreto
a la llamada de los padres del Concilio Vaticano II que deseaban que la
experiencia de colegialidad se mantuviese sin esperar a un nuevo concilio.

San Juan Pablo II lo definió como «una expresió n particularmente fructuosa y


un instrumento de la colegialidad episcopal»[1]. Su origen, como institució n,
tenía como participantes a los sucesores de los Apó stoles y su objetivo era
manifestar la unidad eclesial y la ayuda al Papa, siendo siempre convocado por
É l. Es por eso que la normatividad de un sínodo diga que las ideas planteadas
allí son consultivas y no vinculantes, y que requiere para su participació n de
una previa profesió n de la fe Eclesial.
Del término sínodo ha brotado hoy un vocablo no usado antes en la Iglesia: el
de «sinodalidad». Se trata de un sufijo añ adido al vocablo sínodo; el sufijo se
coloca al final del vocablo (a diferencia del prefijo, que va antes), formando una
palabra y significado diferente. Con ello se busca expresar la «cualidad» del
vocablo base llevá ndolo a una acció n. Sinodalidad sería la acció n del sínodo, la
acció n de «un camino juntos». Y como no tiene base bíblica, canó nica, eclesial ni
teoló gica, es indispensable mirarlo con mucho cuidado para ver si ayuda o no.
Si hoy se usa el vocablo como descripció n del «caminar juntos» como hermanos
en la fe, pues está bien, aunque para ello la Iglesia ha usado otros terminas a lo
largo de su historia en las definiciones de eclesiología: la Iglesia como Pueblo de
Dios, Cuerpo de Cristo, o Iglesia de Comunió n. Dichos vocablos buscan expresar
la unidad eclesial no como consenso humano, sino la unidad en torno a Dios,
que tiene la iniciativa y primacía; con estos vocablos se buscó describir algunas
cosas esenciales: que la cabeza es el Señ or y que la iniciativa y autoridad la
tiene Dios, que nosotros no construimos algo, sino que nos insertamos en algo
pre-existente como invitació n. La medida de dicho grupo eclesial no es el
consenso humano sino la verdad revelada; no es un grupo democrá tico sino la
unidad entorno a la Verdad. Y su meta es la comunió n celestial.

El ejemplo má s actual (y al parecer ú nico) es el llamado «Camino sinodal de la


Iglesia Alemana». En palabras del presidente de la Conferencia Episcopal de
Alemania, Mons. Georg Bä tzing, el camino sinodal significó mostrar
«argumentaciones a favor de una apertura del ministerio sacramental
también para las mujeres», a la bendición de parejas homosexuales, al
abolir el celibato clerical y cambiar las disposiciones sobre la moral
sexual.

El primero proyecto de sinodalidad en el mundo iniciado por la Iglesia alemana


el 2019 se puso como meta no solo hablar, sino actuar, como afirmó el cardenal
alemá n, Marx: «Un proceso sinodal sin reforma es inconcebible»[2], para,
continuó el cardenal, convertirse desde Alemania, en «un mensaje poderoso
como iglesia».

No hay otra forma para describir esta «sinodalidad» alemana que describirla
como una ruptura con la fe de la Iglesia bajo excusa de modernidad y de
construcció n de una nueva Iglesia. Está detrá s el deseo más bien de
mundanizar la Iglesia bajo la excusa de hacerla más cercana; es como un
querer aguar el mensaje del Señ or para facilitarle al mundo las cosas. La Iglesia
pierde así su esencia y sentido, para convertirse en una institució n humana
como otras, a ejemplo de varias sectas protestantes. En palabras de un teó logo,
es como si le dijésemos a la sociedad actual, muy pagana, «díganos ustedes
có mo quisieran que fuéramos para que ustedes se sientan có modos».
Desde esta experiencia alemana preguntémonos ¿La sinodalidad es un
camino eclesial, del Espíritu Santo, y por lo tanto correcto? Si es lo que
pasa hoy en Alemania, este no es un camino eclesial, ni de Dios, ni bueno.
Y hay que rechazarlo en donde se plantee, así sea con discursos bonitos y
emotivos. Todos deseamos ser libres, participar, actuar, opinar, aportar,
ayudar y colaborar, pero esto se hace de modo ordenado: desde la verdad del
Señ or que ha venido por la revelació n mediante la Tradició n y es custodiada,
interpretada, definida y propagada por la ú nica Iglesia querida y fundada por
Cristo, la Iglesia Cató lica, como ú nico camino que tiene la plenitud de los
medios de salvació n y que asegura caminar en la verdad hacia el bien y la
salvació n.

Algo similar había sucedido hace unos añ os con el énfasis dado al tema de la
misericordia; la misericordia de Dios es maravillosa, pero algunos quisieron
manipular el término para ponerle un contenido nuevo: el permisivismo.
Se buscó re-inventar la fe desde la ló gica del mundo y convertir la misericordia
ya no en el amor desde la verdad que el Señ or nos tiene para llevarnos a la
conversió n, sino una permisividad bajo la excusa que Dios tolera todo y por lo
tanto, todo vale:

si te casas y separas para juntarte con otra persona, eso vale y la persona puede
comulgar porque «Dios es misericordioso». Si no te confiesas, no importa,
comulga porque «Dios es misericordioso». Si está s en otra religió n, no importa,
vale igual tu fe, porque «Dios es misericordioso».

Así, se raptó la «misericordia» para introducir el relativismo, o mejor dicho, un


nuevo modernismo, ya condenado en la Iglesia a inicios del siglo XX, y así
cambiar la fe. Lo mismo ha sucedido hoy en Alemania con este vocablo:
sinodalidad. Se convirtió en un caballo de Troya peligroso que bajo el ropaje de
unidad y escucha, de participació n general y comunió n, terminó siendo la
puerta a lo que el Papa Benedicto llamó la «dictadura del relativismo».

Pero para imponer hoy como contrabando un relativismo eclesial, los


promotores de este tipo de «sinodalidad», buscan primero tener «excusas
razonables». Presentan, sin fundamento, una supuesta Iglesia autoritaria, que
no escucha, en la que los fieles no participan, buscando generar conflicto y
postular una supuesta respuesta: la necesidad de «caminar juntos, escuchar, ser
hermanos, ayudarnos y participar». Realidades que nunca han sido ajenas al
sentir eclesial, pero que hoy las presentan como novedades. Sin embargo
terminan siendo disfraz para desnaturalizar la verdad revelada y la autoridad,
promoviendo una democracia relativista donde no hay verdad sino opinió n,
donde todo vale. Lo que pasa es que la Iglesia no es una democracia del mundo
donde se decide por consenso o por moda, sino donde se obedece a Jesú s
mediante las autoridades que designó . Eso no quita nada a la participació n, la
escucha o colaboració n, pero cada uno desde su lugar, adecuando la libertad a
la Verdad. Si la sinodalidad es caminar juntos, eso ya lo hacemos como Iglesia;
si significa escucharnos, ello ya se hace; si es entender que tenemos el mismo
valor y que cada uno participa en la Iglesia desde su llamado y misió n, ello
estuvo siempre claro. Seguro nos faltará perfeccionarlo o motivar que lo
vivamos mejor. Pero si hoy la sinodalidad es sinó nimo de un democratizar la
Iglesia segú n los cá nones del mundo, no podemos aceptar dicho vocablo. Si es
abrirse a las modas y criterios del mundo, ello no es un camino del Espíritu. Si
la sinodalidad significa diluir la misió n de la Iglesia, su moral, sus enseñ anzas y
Tradició n, debemos descartar el vocablo como nefasto. Si este vocablo quiere
afirmar que laicos y clérigos tienen las mismas funciones eclesiales, estamos
por mal camino. Cada uno tiene su espacio y lugar, y no todos podemos hacer lo
de todos. Que eso sea así no es sinó nimo de discriminació n, de no escuchar, de
no participar o de injusticia. En la Iglesia, que ya está hecha y no la hacemos ni
construimos las personas, el orden jerá rquico está dado. Nos toca respetar y
desde donde estemos, dar lo mejor de nosotros.
Pero ¿có mo saber si esta sinodalidad deforma la fe, o nos está n llevando por
buen camino? Mirando lo que está sucediendo con ella en Alemania. Allí la
sinodalidad ha mostrado lo siguiente:

 Desobediencia a la autoridad eclesiá stica y a las normas y Tradició n


eclesial.
 Ha promovido la «construcció n» de una nueva Iglesia «adecuada al
mundo actual».
 Ha mirado desde la ruptura la Tradició n de la Iglesia (contraria a la
«renovació n en continuidad»).
 Se abrieron a-críticamente al mundo y su relativismo bajo la excusa de la
«escucha».
 Relajaron las verdades y la prá ctica (moral) de la Iglesia.
 Presentaron una Iglesia horizontal, cual si fuera una mera institució n
humana.
 Promovieron la «democracia» eclesial (identificando opinió n con
autoridad y derecho).
 Promovieron una «igualdad» que degrada la autoridad y el ministerio
eclesial (protestantizar la Iglesia).

¿Esto es sinodalidad? Si esto es, debemos rechazar la sinodalidad. Después del


descalabro que está sucediendo en Alemania, es una obligació n eclesial
examinar profundamente qué significa sinodalidad, para no correr el peligro de
estar dejando entrar a la Iglesia un caballo de Troya, que busque «construir»
una Iglesia diferente a la de Cristo, es decir, deformarla desde dentro.

Jesucristo es estricto

Si hablamos de ser estricto el primero que fue estricto fue Jesucristo y esto lo
podemos ver en las pá ginas de la biblia. Jesucristo fue una persona muy
estricta: El que el que ama padre madre hijos má s que a mí no es digno de mí, el
que no carga su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo o sea si eso no le
llamamos
ser estricto ¿qué puede ser una persona estricta?

La Iglesia es jerárquica

La Iglesia no es sinodal. Punto. Podremos dotarnos de instrumentos de diá logo,


reflexió n o consulta, que de hecho los tenemos, pero al final, quien manda,
manda. Cuando Jesucristo funda la Iglesia la funda como una jerarquía, él
escoge doce apó stoles. No era que Jesú s iba y llegaba un sitio y empezaba a
decir: bueno pues, ¿qué quieren que les diga? y la gente entonces empezaba a
decir y él los complacía; no, él llegaba y les decía la verdad.

Critica final

Aparte de la llamativa autorreferencialidad del tema elegido, como diría el Papa


Francisco, me permito señ alar, con todo el respeto, que el pró ximo sínodo de
los obispos tiene, a mi juicio, un problema bá sico del que le resultará muy difícil
escapar.

Por lo que se ha anunciado hasta el momento, es de prever que la reflexió n


sobre la sinodalidad va a ser muy poco sinodal. En efecto, antes de que empiece
el sínodo, el Papa ya ha decidido cuá l va a ser su resultado, como se indica con
una cita suya en el primer pá rrafo del documento preparatorio: “precisamente
el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del
tercer milenio”.

¿Cuál va a ser el resultado del sínodo? Después de meses de reuniones,


preparaciones, documentos interminables, votaciones, viajes y el derroche de
enormes cantidades de dinero y sobre todo tiempo que no podemos
permitirnos, el resultado fundamental del sínodo será “descubrir” que el
camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer
milenio. ¿O alguien cree seriamente que el resultado va a ser otro? Aparte, por
supuesto, de pá ginas y má s pá ginas de pesadísima prosa y confusió n má s o
menos generalizada.

Aparte de la evidente contradicció n intrínseca de un sínodo sobre la


sinodalidad en el que el resultado esencial está marcado desde el Vaticano al
margen de lo que puedan pensar los obispos y otros participantes, me atrevo a
sugerir que el problema podría ser aú n mayor, porque ese principio
fundamental decidido de antemano prescinde también de lo que pueda decir
querer Dios al respecto. Igual que se les dan los deberes ya hechos a los
obispos, simplemente se nos informa a priori de lo que Dios quiere sobre
el asunto: Dios quiere la sinodalidad para el tercer milenio.

Confieso que este pronunciamiento me deja perplejo. ¿Se trata de una


revelación privada? ¿Se ha descubierto la perdida tercera carta a los Corintios
de San Pablo? Y si es una deducció n de la Revelació n pú blica de toda la vida,
¿có mo es que no se ha descubierto hasta ahora? ¿Dios solo espera la
sinodalidad para el tercer milenio o la ha esperado siempre y los 265 papas e
innumerables obispos anteriores no se habían enterado? ¿O es que la
sinodalidad es lo mismo de siempre pero con un nombre distinto para parecer
que hacemos algo en medio de una de las mayores crisis de la historia de la
Iglesia? Y, en ese caso, ¿de verdad conviene perder aú n má s el tiempo con un
sínodo sinodal cuyos resultados está n claramente preparados de antemano?
¿Arde Roma y nos dedicamos a tocar la lira? ¿Lo que necesita la Iglesia es
mirarse má s aú n el ombligo?

Me parece a mí (aunque mi opinió n tiene muy escaso valor, como es ló gico) que
quizá vendría bien que los Papas y prelados tuvieran un poco de cautela a la
hora de atribuir sus propias opiniones prudenciales a Dios, algo que má s bien
parece el colmo de la imprudencia. Quizá convendría que se recordaran
perió dicamente unos a otros que, como enseñ a el Concilio Vaticano I, “el
Espíritu Santo no fue prometido a los sucesores de Pedro para que revelaran,
con su inspiració n, una nueva doctrina, sino para custodiar escrupulosamente y
dar a conocer con fidelidad, con su ayuda, la revelació n transmitida por los
Apó stoles, es decir, el depó sito de la fe”.

Dios no revela al Papa (ni a los obispos ni a los sacerdotes) novedades ni la


respuesta sobre temas prudenciales, como lo que Dios quiere hoy en cuestiones
discutibles. Sobre esos temas, el Papa dará su opinió n, como la puede dar
cualquier otro cristiano segú n su ciencia y la gracia que haya recibido, y tomará
lo mejor posible las decisiones que tenga que tomar, pero el papado no conlleva
una inspiració n infalible en materias que no forman parte de la Revelació n
realizada en el Hijo de Dios encarnado (como por ejemplo, y aparte de la
sinodalidad, el cambio climá tico, el balance de riesgos y ventajas de una vacuna
experimental y muchas otras).

Es decir, no se puede tomar como un hecho, como un principio, que Dios quiere
o espera algo solo porque el Papa haya expresado esa opinió n personal.
Construir algo sobre ese fundamento es como edificar una casa sobre arena. Y
ya sabemos lo que les sucede a esas casas cuando llegan las tormentas e
inundaciones. Esto, que en otros tiempos era evidente para cualquier cató lico,
hoy hay que recordarlo, porque aparentemente se ha olvidado por completo:
una cosa es el Evangelio, la fe de la Iglesia, la moral revelada en Cristo, y otra
muy diferente las ocurrencias papales o episcopales.

Por otro lado, resulta particularmente llamativo que, en el segundo pá rrafo del
documento preparatorio, se nos hable de otra expresió n muy querida para el
Papa, las “sorpresas del Espíritu”: “enfrentar juntos esta cuestión exige
disponerse a la escucha del Espíritu Santo […] permaneciendo abiertos a
las sorpresas que ciertamente preparará para nosotros a lo largo del
camino”.

Visto lo visto en los ú ltimos ocho añ os, es muy difícil no pensar que, cuando se
apela las “sorpresas del Espíritu”, en realidad se está diciendo “lo que yo quiero,
elevado arbitrariamente a la categoría de Voluntad de Dios de modo que nadie
se atreva a decir lo contrario”. A fin de cuentas, así ha sucedido ya con otras
“sorpresas del Espíritu”, como la comunió n a los adú lteros impenitentes, la
inexistencia de acciones intrínsecamente malas, la supuesta elevació n del
calentamiento global a magisterio, la enigmá tica “inadmisibilidad” de la pena de
muerte, la veneració n de ídolos amazó nicos, en el Vaticano, la sustitució n de la
evangelizació n por el diá logo interreligioso y de la fraternidad en Cristo por
una nueva fraternidad universal al margen de Cristo, la bondad de las leyes
sobre uniones del mismo sexo, la deseable extinció n de la liturgia tradicional y
tantas otras. Curiosas sorpresas, que solo parecen tener en comú n que a quien
no le sorprenden en absoluto es al propio Papa, ya que má s bien eran lo que él
siempre había pensado y querido, aunque fuera difícilmente conciliable con la
doctrina de la Iglesia.

Volviendo al tema que nos ocupa, ¿alguien cree de verdad que los resultados
del sínodo “sorprenderá n” en algú n sentido a sus organizadores? Me
permitirá n que yo mismo me muestre escéptico sobre el valor de las
discusiones episcopales sobre un tema tan evanescente. A fin de cuentas, se
trata de los mismos prelados que han permanecido elocuentemente callados
ante cosas tan evidentemente contrarias a la doctrina de la Iglesia como, por
ejemplo, la comunió n de los divorciados o la idea de que Dios quiere a veces
que cometamos pecados graves (cf. Amoris Laetitia VIII):

la exhortació n Amoris Laetitia, en la que se afirma que el adulterio puede ser en


algunas ocasiones “la respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios” y “la
entrega que Dios mismo está reclamando en medio de la complejidad concreta
de los límites, aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo” (AL 303).

Muchos de ellos, ademá s, será n los mismos que defendieron diversas


barbaridades en el sínodo amazó nico y en otros lugares. Uno está tentado de
pensar que, en vez de tanto sínodo, quizá harían má s bien (y menos mal) si se
dedicaran a rezar, celebrar la santa Misa, confesar e incluso (por sugerir algo
completamente absurdo) evangelizar a algunos de los millones de fieles que
apostatan cada añ o.

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