1-Paternidad Presente
1-Paternidad Presente
1-Paternidad Presente
Pero,
para
“ver”
estas
historias,
relatos
y
narraciones
es
necesario
en
primer
lugar,
tomar
conciencia
de
ellos,
ya
que
la
mayoría
de
las
veces
son
como
el
agua
en
la
que
nada
el
pez,
1
Ps
Mg
Bruno
Solari:
Director
Consultora
Mindfulnes;
Coordinador
Área
Mindfulness
Instituto
del
Bienestar
Chile
y
Coordinador
plataforma
vivepresente.cl
1
es
decir,
invisibles.
Esto
nos
llevará
a
hablar
de
las
prácticas
de
mindfulness
y
específicamente,
sus
aplicaciones
a
la
crianza
y
la
paternidad.
La
explosiva
expansión
que
estas
prácticas
han
tenido
en
las
últimas
décadas
pudiese
ser
una
auspiciosa
señal
del
potencial
de
toma
de
conciencia
y
transformación
que
poseen
para
ayudarnos
a
generar
nuevas
historias
acerca
de
nosotros
mismos
y
de
nuestras
relaciones
como
padres,
madres
e
hijos/as.
Según
los
profesionales
de
la
salud
mental,
Jorge
Barudy
y
Marjorie
Dantagnan,
las
investigaciones
actuales
en
el
área
del
desarrollo
infantil
y
de
las
neurociencias
muestran
de
manera
clara
que,
para
un
desarrollo
sano
y
armónico
de
los
niños/as,
se
necesita
no
solo
una
alimentación
adecuada
y
controles
médicos
al
día.
Ellos/as
necesitan,
ser
criados
en
un
ambiente
de
aceptación,
respeto,
afectividad
y
estimulación
(2010)
A
su
vez,
en
su
conocido
libro
“El
cerebro
del
niño”,
Daniel
Siegel
y
Tina
Payne
Bryson,
señalan
que
el
tipo
de
comunicación
que
establecemos
con
nuestros
hijos/as
reviste
un
profundo
impacto
en
su
desarrollo.
La
capacidad
de
establecer
una
comunicación
atenta
y
recíproca,
indican,
fortalece
la
sensación
de
seguridad
de
los
niños,
de
modo
que
esa
relación
segura
y
fiable
les
lleva
a
desenvolverse
mejor
en
otras
áreas
de
la
vida
(2015)
2
que
apunta
al
hecho
de
que
el
cerebro
evoluciona
continuamente
cuando
es
expuesto
a
situaciones
nuevas
(2016)
Esto
descarta
de
plano
la
noción
(el
relato,
diríamos)
con
la
que
crecimos
muchos
de
nosotros
en
el
sentido
de
que,
una
vez
formado
y
estructurado,
el
cerebro
ya
no
genera
nuevas
neuronas
y
su
único
cambio
posible
es
el
deterioro
asociado
al
paso
del
tiempo.
Hoy
se
sabe
que
esa
noción
es
completamente
falsa,
ya
que
el
cerebro
adulto
posee
una
plasticidad
extraordinaria.
Tiene
la
capacidad
de
producir
neuronas,
de
reforzar
o
disminuir
la
actividad
de
las
neuronas
existentes
e
incluso
de
atribuir
una
función
nueva
a
un
área
cerebral
que
habitualmente
cumple
otra
muy
diferente
(Ricard,
2016)
Consecuentemente
con
la
noción
de
que
el
cerebro
es
moldeable,
aparece
también
la
idea
de
que
puede
modificarse,
en
otras
palabras,
el
cerebro
es
entrenable.
Hoy
en
día
podemos
afirmar
con
el
respaldo
de
decenas
de
investigaciones
en
neurociencias
que
así
como
realizamos
ejercicio
físico
para
moldear
nuestros
cuerpos
y
nuestra
salud
física,
también
podemos
moldear
nuestras
mentes
y
nuestra
salud
mental
y
emocional
a
través
del
entrenamiento
mental
(Tan,
2012)
Estos
nuevos
descubrimientos
han
resultado
centrales
para
respaldar
la
relevancia
de
los
buenos
tratos,
como
les
gusta
llamarlos
a
Barudy
y
Dantagnan,
para
el
desarrollo
de
los
niños
y
niñas.
Y
es
que,
si
bien
ellos
venían
hablando
de
esto
hace
décadas,
hoy
en
día
pueden
respaldar
sus
postulados
con
evidencia
científica
y
empírica:
los
cuidados,
la
estimulación
y
los
buenos
tratos
que
los
adultos
proporcionan
a
los
niños
y
a
las
niñas,
desempeñan
un
papel
fundamental
en
la
organización,
la
maduración,
el
funcionamiento
del
cerebro
y
del
sistema
nervioso.
Según
ellos,
“ya
no
hay
duda
que
para
que
la
mente
infantil
exista
y
se
desarrolle
adecuadamente
no
solo
se
necesita
contar
con
un
mapa
genético
sano,
sino
que
(el
niño/a)
participe
de
relaciones
con
sus
padres
y/o
cuidadores,
que
le
aseguren
los
cuidados
y
la
estimulación
que
necesita.
Diferentes
autores
desde
la
3
investigación
y
la
observación
clínica
insisten
que
los
cuidados,
la
estimulación,
la
educación
y
la
protección,
es
decir,
los
buenos
tratos
que
los
adultos
dedican
a
los
niños
y
niñas,
juegan
un
papel
fundamental
en
la
organización,
la
maduración,
el
funcionamiento
sano
del
cerebro
y
del
sistema
nervioso.
Por
lo
tanto,
el
buen
o
mal
funcionamiento
del
cerebro
y,
por
ende,
de
la
mente,
depende
en
gran
parte
de
la
calidad
de
las
relaciones
interpersonales
que
los
adultos
son
capaces
de
ofrecer
a
las
crías”
(2010,
p.
11)
Los
estudios
del
cerebro
han
demostrado
que,
“tan
importante
como
aportarles
a
los
niños/as
una
alimentación
adecuada
y
equilibrada,
es
acariciarles
con
las
voz
y
las
manos,
así
como
mecerles,
no
solo
porque
esto
les
calma,
sino
porque
además
les
produce
una
estimulación
vestibular
que
favorece
la
formación
de
redes
neuronales
que,
rodeándose
de
mielina,
garantiza
el
desarrollo
infantil”
(Barudy
&
Dantagnan,
2010,
p.19)
En
caso
contrario,
existen
investigaciones
que
han
demostrado
diversas
formas
de
atrofia
y
daño
cerebral
asociadas
al
impacto
de
la
negligencia
y
los
malos
tratos
físicos
en
bebés
y
en
niños
pequeños
(Bonnier,
1995
citado
en
Barudy
&
Dantagnan,
2010)
Siegel
y
Payne
Bryson
refuerzan
la
idea,
señalando
que
las
investigaciones
no
dejan
ninguna
duda
que
la
mente
infantil
y,
por
ende,
la
personalidad,
emerge
de
la
estructura
y
el
funcionamiento
del
cerebro
determinado
por
la
genética
y
la
calidad
de
las
relaciones
interpersonales
que
le
ofrecen
sus
progenitores,
incluso
desde
una
vida
intrauterina
(2015)
Más
interesante
aún
es
lo
que
plantean
Siegel
y
Hartzell,
al
señalar
que
los
cerebros
de
los
hijos
“reflejan”
el
cerebro
de
sus
padres.
Es
decir,
el
crecimiento
y
desarrollo
de
sus
padres,
o
su
ausencia,
inciden
en
el
cerebro
del
niño.
Esto
quiere
decir
que,
a
medida
que
los
padres
adquieren
mayor
conciencia
y
son
cada
vez
más
sanos
emocionalmente,
sus
hijos
cosechan
los
frutos
y
también
ellos
avanzan
hacia
la
salud.
Por
lo
mismo,
el
sentido
que
demos
a
nuestras
experiencias
infantiles
ejerce
una
profunda
influencia
en
la
educación
que
reciben
nuestros
hijos.
La
comprensión
y
conciencia
que
tenemos
de
4
nosotros
mismos
afecta
el
papel
que
desempeñamos
como
padres.
De
ese
modo,
señalan,
mientras
más
profunda
es
la
comprensión
que
tenemos
de
nosotros
mismos,
más
profunda
y
eficaz
es
la
relación
que
mantenemos
con
nuestros
hijos
(Siegel
y
Hartzell,
2012)
En
esta
línea,
ambos
autores
plantean
la
existencia
de
dos
tipos
de
memoria,
la
memoria
implícita
y
la
memoria
explícita.
La
memoria
implícita,
que
es
la
que
nos
interesa
en
este
texto,
es
una
modalidad
primitiva
de
memoria
no-‐verbal
presente
desde
el
nacimiento
y
perdura
a
lo
largo
de
toda
la
vida.
Un
elemento
crucial
de
este
tipo
de
memoria
“son
los
llamados
modelos
mentales,
que
permiten
a
la
mente
reproducir
las
experiencias
repetidas
del
pasado.
Los
modelos
mentales
son
filtros
que
condicionan
el
modo
en
que
procesamos
nuestras
percepciones
y
elaboramos
nuestras
reacciones
ante
el
mundo.
Así
pues,
estos
modelos
de
filtrado
nos
llevan
a
desarrollar
nuestro
particular
modo
de
ser
y
5
de
percibir
el
mundo.
La
cualidad
más
fascinante
de
la
memoria
implícita
es
que,
cuando
es
rememorada,
no
va
acompañada
de
la
sensación
interna
de
estar
recordando
algo,
con
lo
que
la
persona
ni
siquiera
es
consciente
de
que
su
experiencia
está
siendo
generada
a
partir
de
determinados
contenidos
del
pasado
(Siegel
y
Hartzell,
2012,
p.41)
Este
es
un
aspecto
central
en
la
paternidad
y
la
repetición,
o
no,
de
los
modelos
que
los
padres
recibieron
siendo
niños/as,
aunque
éstos
hayan
sido
disfuncionales.
El
trabajo
personal
que
los
padres
y
madres
desarrollen,
por
ejemplo
siendo
conscientes
de
su
memoria
implícita
respecto
al
estilo
de
crianza
que
recibieron
cuando
niños/as,
es
tan
importante
porque
tanto
sus
hijos/as
como
los
mismos
padres
y
madres
resultarán
beneficiados.
En
palabras
de
Siegel
y
Hartzell,
eso
significa
que
integrar
y
cultivar
su
propio
cerebro
es
uno
de
los
mejores
que
un
padre
o
madre
puede
ofrece
a
sus
hijos
(2012)
Dicho
de
otra
manera,
lo
mejor
que
puede
hacer
un
padre
o
madre
por
sus
hijos
es
comenzar
consigo
mismo,
entrenando
su
propio
cerebro.
Mindfulness
6
El
biólogo
molecular
norteamericano
Jon
Kabat-‐Zinn
ha
sido
central
en
la
difusión
de
las
prácticas
de
meditación
en
las
sociedades
occidentales
modernas.
En
1979
desarrolló
un
taller
de
ocho
sesiones
semanales
para
pacientes
con
dolor
crónico
en
el
Hospital
de
Masachusetts
basándose
en
prácticas
de
meditación
provenientes
fundamentalmente
del
budismo.
Llamó
al
taller
Reducción
de
Estrés
basado
en
Atención
Plena
(traducción
que
Fernando
de
Torrijos
le
dio
a
la
palabra
mindfulness
al
español)
Paradójicamente
con
este
título,
que
omitía
la
palabra
meditación,
Kabat-‐Zinn
le
abrió
la
puerta
a
decenas
(luego
cientos
y
hoy
en
día,
miles)
de
personas
a
las
prácticas
de
meditación.
Gran
mérito
para
Kabat-‐Zinn.
El
taller
le
entregaba
(y
entrega)
herramientas
a
las
personas
para
manejarse
de
mejor
manera
con
su
vida
diaria
a
través
de
ejercicios
centrados
en
cultivar
la
capacidad
de
estar
atentos
a
lo
que
hacemos
con
una
actitud
de
mayor
apertura,
amabilidad
y
menor
juicio
y
crítica,
hacia
nosotros
mismos
y
los
demás.
7
Es
probable
que
el
mismo
Kabat-‐Zinn
nunca
lo
haya
imaginado,
pero
desde
que
comenzó
con
su
taller
hasta
el
día
de
hoy,
la
popularidad
de
las
prácticas
de
mindfulness
ha
crecido
a
niveles
exponenciales,
ya
sea
en
difusión
a
través
de
medios
de
comunicación,
redes
sociales,
publicaciones
e
investigaciones
científicas,
así
como
en
el
numero
de
personas
que
las
practican.
Quizás
esto
se
relacione
con
que
vivimos,
según
el
filosofo
norcoreano
Byung-‐Chul
Han,
en
una
“una
sociedad
en
la
que
el
trabajo
en
sí
está
separado
de
las
necesidades
de
la
vida,
se
ha
independizado
y
se
ha
convertido
en
un
fin
en
sí
mismo
absoluto”
(2015,
p.133)
Por
eso
llama
a
nuestras
sociedades,
sociedad
del
cansancio
o
de
la
exigencia.
Según
él,
“la
crisis
actual
está
vinculada
a
la
vita
activa.
La
hiperkinesia
cotidiana
arrebata
a
la
vida
humana
cualquier
elemento
contemplativo,
cualquier
capacidad
de
demorarse
(…)
Es
necesaria
una
revitalización
de
la
vita
contemplativa.
La
crisis
actual
solo
se
superará
en
el
momento
en
que
la
vita
activa,
en
plena
crisis,
acoja
de
nuevo
la
vita
contemplativa
en
su
seno”
(2015,
p.11)
Las
prácticas
de
mindfulness
se
han
hecho
tan
populares
que
el
año
2014
la
conocida
revista
Time
tituló
su
portada
“La
Revolución
Mindfulness”
y
el
año
2015,
en
Gran
Bretaña,
un
grupo
de
parlamentarios
de
diversos
sectores
políticos
presentó
un
documento
con
propuestas
para
implementar
mindfulness
a
nivel
de
políticas
públicas,
en
las
áreas
de
educación,
salud,
trabajo
y
justicia.
Se
llama
Proyecto
Mindful
Nation
UK2
y
marca
un
hito
en
la
proyección
e
impacto
que
estas
prácticas
pueden
llegar.
Hoy
por
hoy
este
proyecto
se
está
expandiendo
a
nivel
global
y
busca
generar
una
red
mundial
de
políticos
interesados
en
implementar
mindfulness
en
distintos
países
del
mundo.
2
www.themindfulnessinitiative.org.uk
8
La
definición
que
Kabat-‐Zinn
originalmente
dio
de
mindfulness
fue:
mindfulness
es
la
capacidad
de
colocar
atención
de
una
manera
determinada,
sin
juicio
y
con
aceptación
(2003)
Más
adelante,
y
como
prologo
al
mencionado
Proyecto
Mindful
Nation
UK,
dirá
que
mindfulness
es
una
capacidad
humana
universal
que
se
describe
mejor
como
una
forma
de
ser.
Alude
así,
básicamente,
a
un
estilo
de
vivir
la
vida
más
consciente
y
menos
en
automático.
Las
prácticas
informales,
como
su
nombre
lo
indica,
invitan
a
llevar
la
atención
a
cualquier
actividad
cotidiana
que
estemos
haciendo
mientras
la
estamos
realizando.
Como
se
podrá
notar,
en
ninguna
de
las
practicas
se
busca
colocar
la
mente
en
blanco
o
lograr
un
estado
diferente
a
lo
que
estemos
sintiendo
aquí
y
ahora.
Lo
diremos
de
nuevo:
practicar
9
mindfulness
se
trata
de
desarrollar
la
atención
en
lo
que
está
ocurriendo.
No
se
trata
de
lograr
un
estado
ideal,
como
colocar
la
mente
en
blanco,
por
ejemplo.
10
Asimismo,
se
han
desarrollado
y
evaluado
aplicaciones
de
mindfulness
(siendo
todas
ellas,
adaptaciones
del
taller
que
originalmente
desarrolló
Kabat-‐Zinn)
ajustadas
a
contextos
específicos,
por
ejemplo,
educación
(Zenner
et
al,
2014;
Meiklejohn
et
al,
2010),
justicia
y
sistemas
carcelarios
(Himelstein
et
al,
2012;
Samuelson
et
al,
2007;
Lee
et
al,
2011
)
y
organizaciones
(Good
et
al,
2015;
Solari,
2016)
También
se
han
desarrollado
prometedoras
aplicaciones
de
mindfulness
para
niños
y
adolescentes
(Snel,
2013
&
2015)
y
para
padres
(Eames
et
al,
2015)
Fueron
el
mismo
Jon
Kabat-‐Zinn
junto
a
su
esposa,
Myla,
quienes
escribieron
el
libro
“Padres
conscientes,
hijos
felices”
en
el
que
reflexionan
sobre
la
aplicación
de
las
prácticas
de
mindfulness
a
la
paternidad,
dando
paso
a
lo
que
ellos
llamaron,
paternidad
consciente.
Para
ellos,
“ser
padres
conscientes
es
una
llamada
a
despertar
a
las
posibilidades,
beneficios
y
retos
de
la
paternidad
con
una
nueva
consciencia
e
intencionalidad”
(2012,
p.23)
Para
ellos,
“lo
que
realmente
implica
la
paternidad
consciente
es
un
giro
de
la
consciencia:
una
nueva
forma
de
ver
que
resulta
de
fijar
nuestra
atención
en
el
momento
presente,
y
que
permite
que
emerja
lo
mejor
de
nosotros
y
de
nuestros
hijos”
(2012,
p.33)
Lo
novedoso
de
este
enfoque
es
que
no
busca
generar
padres
o
madres
perfectos,
sino
brindar
herramientas
para
entrenar
la
capacidad
de
mirar
con
atención,
curiosidad
y
apertura
lo
que
está
sucediendo.
Como
señalan
los
citados
autores,
más
que
una
respuesta
correcta,
el
enfoque
de
paternidad
consciente
nos
invita
a
permanecer
en
cada
situación
con
una
actitud
abierta
y
de
exploración,
en
lugar
de
que
nuestra
propia
incomodidad
o
el
deseo
de
arreglar,
corregir
o
enseñar
nos
hagan
recurrir
precipitadamente
a
soluciones
prefabricadas
(2012)
o
a
responder
“porque
así
son
las
cosas”
o
“porque
así
lo
digo
yo”.
Tal
como
señalamos,
según
esta
perspectiva,
más
que
aspirar
a
un
modelo
ideal,
se
nos
invita
a
darnos
espacio
para
conectar
y
luego,
responder
de
la
manera
más
adecuada
a
lo
que
la
situación
nos
está
pidiendo.
Es
decir,
de
una
11
manera
menos
reactiva
o,
como
dirían
Siegel
y
Hartzell,
menos
desde
la
memoria
implícita.
Según
Myla
y
Jon
Kabat-‐Zinn,
“esto
significa
que
todos
salimos
beneficiados
si
conseguimos
ser
tan
conscientes
de
las
necesidades
emocionales
y
físicas
de
nuestros
hijos
como
de
las
nuestras
propias,
y
si
trabajamos,
conforme
a
sus
diferentes
edades,
para
encontrar
formas
en
las
que
todos
recibamos
lo
que
más
necesitamos.
Sólo
por
incorporar
esta
clase
de
sensibilidad
en
nuestra
labor
de
padres
aumentaremos
instantáneamente
la
conexión
con
nuestros
hijos.
Porque
nuestro
compromiso
con
ellos
se
percibe
a
través
de
la
calidad
de
nuestra
presencia,
incluso
en
los
momentos
difíciles
(2012,
p.
26)
Paternidad
Consciente
y
perspectiva
de
género
Llegados
a
este
punto,
damos
paso
a
las
siguientes
preguntas:
¿qué
ocurrirá
si
al
enfoque
que
hemos
descrito
como
paternidad
consciente
le
incorporamos
la
perspectiva
de
género?
O,
mejor
aún,
¿para
qué
incorporar
la
perspectiva
de
género
al
enfoque
de
paternidad
basada
en
mindfulness?
La
respuesta
es
simple:
hacerlo
nos
permitirá
visibilizar
un
hecho
que
hasta
ahora
no
hemos
considerado:
quienes
habitualmente
realizan
las
labores
de
crianza
en
nuestro
país
(y
en
el
resto
de
Latinoamérica)
son
las
mujeres.
Así
es.
Las
labores
de
crianza
han
sido
asignadas
tradicionalmente
y
de
forma
exclusiva,
en
nuestro
país
y
en
el
resto
de
Latinoamérica,
a
las
mujeres.
Las
consecuencias
de
esto
son
múltiples
y
a
todo
nivel,
especialmente
para
las
madres
que,
para
conciliar
trabajo
y
familia,
han
debido
limitar
su
tiempo
de
descanso
y
ocio
personal,
lo
que
ha
afectado
su
salud
física
y
psíquica
y
su
calidad
de
vida.
También
para
los
padres
hombres
que
desean
involucrarse
en
las
tareas
de
cuidado,
ya
que
no
existe
un
marco
jurídico
que
los
respalde.
Asimismo,
como
veremos,
existen
consecuencias
para
el
12
crecimiento
económico,
la
productividad
de
las
empresas
y
la
sociedad
en
general
(Lupica,
2013)
Dado
lo
anterior,
incorporar
la
perspectiva
de
género
a
la
temática
de
paternidad
consciente
implica
sumarle
complejidad
a
ésta
última.
Por
nombrar
una
arista,
nos
invita
a
tomar
conciencia
del
marco
social
en
el
cual
desarrollamos
nuestras
intervenciones.
Y
al
hacerlo,
estar
muy
atentos
de
no
perpetuar
relaciones
desiguales
o
abusivas.
En
definitiva,
explicitar
la
perspectiva
de
género
implica
asumir
una
postura
en
relación
a
la
desigualdad
en
las
relaciones
y
los
costos
sociales
que
ello
implica.
Y
es
que,
siguiendo
al
Programa
de
Naciones
Unidas
para
el
Desarrollo-‐PNUD,
“el
concepto
de
género
es
mucho
más
que
un
instrumento
para
describir
las
formas
objetivas
de
las
relaciones
entre
hombres
y
mujeres
que
imperan
en
una
sociedad.
Lo
que
deja
al
descubierto
son
realidades
arbitrarias
de
poder
que
niegan
dignidades,
derechos
y
posibilidades
a
las
personas
por
causa
de
su
sexo”
(PNUD,
2010
citado
en
Lupica,
2013,
p.
16)
Según
Lupica,
las
labores
de
crianza
(y
cuidado
doméstico)
“han
recaído
en
las
madres,
porque
durante
la
mayor
parte
del
siglo
XX
el
trabajo
productivo
y
reproductivo
se
organizó
sobre
la
base
del
modelo
tradicional
de
familia
–hombre
proveedor
y
mujer
dueña
o
ama
de
casa-‐
y
de
un
tipo
de
hogar
particular:
familias
biparentales,
con
uniones
conyugales
formales
y
estables.
Así,
esta
estructura
y
dinámica
familiar
resultó
funcional
a
la
organización
del
trabajo
de
mercado,
el
cual
se
sustentó
sobre
el
arquetipo
del
trabajador
ideal:
un
varón
que
asume
horas
de
trabajo
en
exceso
y
destina
tiempo
muy
limitado
a
las
responsabilidades
familiares
o
a
su
vida
familiar.
Este
orden
social
y
de
género
estaba
y
aún
está
profundamente
asociado
a
la
subjetividad
e
identidad
de
las
personas,
a
cómo
se
sienten
y
actúan
en
cuanto
hombres
y
mujeres,
a
lo
que
en
el
imaginario
social
o
el
universo
simbólico
se
estima
que
es
masculino
y
femenino.
Pero
también
tiene
un
componente
institucional
que
lo
hizo
posible
y
permitió
su
desarrollo,
legitimación
y
reproducción.
Así,
la
consolidación
de
este
orden
ha
estado
asociada
a
mecanismos
de
reproducción
que
están
insertos
en
los
distintos
espacios
de
la
vida
de
las
13
personas,
al
interior
de
los
propios
núcleos
familiares,
en
la
educación
formal,
el
ordenamiento
jurídico,
la
organización
del
trabajo
y
la
política
con
relación
a
los
cuerpos
(Lupica,
2013,
p.
15)
Una
muestra
de
lo
anterior:
en
todos
los
países
de
América
Latina
la
presencia
de
los
varones
en
el
mercado
laboral
remunerado
es
mayoritaria
en
relación
a
las
mujeres
y
la
presencia
de
las
mujeres
en
el
trabajo
no
remunerado
es
mayor
que
la
de
los
varones
(Aguayo
et
al,
2016)
La
perspectiva
de
género
nos
ayuda
entonces
a
comprender
que
la
baja
participación
de
los
padres
hombres
en
las
labores
de
crianza,
se
entiende
dentro
de
un
ordenamiento
social
basado
en
supuestos
acerca
de
los
roles
de
cada
miembro
de
la
familia.
Estos
supuestos
o
narraciones
se
ubican
bajo
el
alero
del
modelo
patriarcal,
que
en
palabras
de
Facio
y
Fries,
es
la
“manifestación
e
institucionalización
del
dominio
masculino
sobre
las
mujeres
y
los/las
niños/as
de
la
familia,
dominio
que
se
extiende
a
la
sociedad
en
general”
(1999
citado
en
Aguayo
y
2016,
p.16)
Ahora
bien,
siguiendo
a
Lupica
(2013)
la
estructura
y
dinámica
familiar
mencionadas
anteriormente,
se
han
transformado
drásticamente
en
las
últimas
décadas
en
Chile
y
Latinoamérica,
y
por
eso
es
de
vital
importancia
revisar
los
roles
históricamente
asociados
a
cada
miembro
de
la
familia.
Según
la
investigadora,
“la
edad
de
inicio
de
las
uniones
conyugales
se
postergó,
disminuyó
la
tasa
de
natalidad
y
aumentaron
los
nacimientos
extramatrimoniales,
se
extendieron
las
uniones
consensuales,
las
separaciones
y
los
divorcios,
y
se
incrementaron
los
hogares
con
dos
proveedores
económicos
e
incluso
los
monoparentales
encabezados
por
mujeres.
Asimismo,
se
produjeron
transformaciones
culturales
trascendentes:
las
mujeres
tienen
más
años
de
educación
formal,
valoran
la
autonomía
y
participan
masivamente
del
mercado
productivo
y
los
jóvenes
y
las
jóvenes
tienen
expectativas
diferentes
a
las
de
sus
antepasados
respecto
del
papel
que
quieren
cumplir
al
interior
de
sus
familias.
A
la
par
de
estos
cambios,
en
el
ámbito
productivo
se
instalaron
como
características
importantes,
la
inseguridad
económica
y
la
informalidad
del
empleo
para
los
trabajadores
y
trabajadoras
(Lupica,
2013,
p.
16)
14
El
resultado
de
todo
esto,
es
que
la
interacción
entre
el
ámbito
laboral
y
el
familiar
ha
cambiado
fuertemente
en
los
últimos
años
y
se
han
agudizado
las
tensiones
sobre
los
trabajadores
y
trabajadoras
con
responsabilidades
familiares.
“En
particular,
esta
realidad
afecta
más
a
las
mujeres,
quienes
pese
a
su
inserción
laboral,
continúan
siendo
las
principales
responsables
de
las
tareas
del
hogar
y
de
cuidado.
Hoy
ellas
comparten
con
ellos
el
tiempo
de
trabajo
remunerado,
pero
no
se
ha
generado
una
mutación
similar
en
la
redistribución
de
la
carga
de
las
tareas
domésticas.
En
consecuencia,
como
vimos,
para
conciliar
trabajo
y
familia
ellas
limitaron
su
tiempo
de
descanso
y
ocio
personal,
se
afectó
su
salud
física
y
psíquica
y
su
calidad
de
vida
se
deterioró”
(Lupica,
2013,
p.17)
Si
bien
en
los
últimos
años
los
hombres
han
flexibilizado
sus
roles
sociales,
el
papel
de
cuidador
no
ha
sido
asumido
en
un
plano
de
igualdad
con
las
mujeres
y,
por
ende,
la
reestructuración
del
uso
del
tiempo
no
se
ha
alcanzado
exitosamente.
El
modelo
patriarcal
–hombre
proveedor
y
mujer
dueña
de
casa–
ha
demostrado
ser
muy
resistente
al
cambio
y,
por
consiguiente,
los
hombres
no
se
han
incorporado
a
las
tareas
de
cuidado
en
el
grado
en
que
la
nueva
realidad
social
lo
amerita
(Hochschild,
2008
citado
en
Lupica,
2013)
Según
la
psicóloga
argentina
Ana
María
Fernández,
“pese
a
múltiples
transformaciones,
persiste
una
construcción
de
la
feminidad
y
masculinidad
en
torno
al
mito
mujer
=
madre,
desde
el
cual
la
maternidad
constituye
el
eje
central
de
la
subjetividad
femenina”
(Fernández,
1993
citado
en
Gaba
&
Salvo,
2016,
p.
24)
Junto
a
ello,
la
masculinidad
hegemónica
se
basa
en
la
idea
del
varón
como
proveedor,
siendo
principalmente
su
capacidad
productiva
la
organizadora
de
su
subjetividad
(Olavarría,
2001),
“construyendo
socialmente
un
maternaje
intensivo
y,
simultáneamente,
un
paternaje
periférico”
(Valdés
&
Godoy,
2008,
citado
en
Gaba
&
Salvo,
2016,
p.
24)
Los
autores
mencionados
coinciden
en
señalar
que
existirían
dos
grandes
obstáculos
relacionados
con
el
bajo
involucramiento
de
los
padres
hombres,
especialmente
en
las
sociedades
latinoamericanas,
en
las
labores
de
crianza
y
cuidados
domésticos.
Por
un
lado
se
mencionan
las
causas
subjetivas,
es
decir,
las
representaciones
simbólicas
y
15
construcciones
sociales
de
lo
que
significa
ser
hombre
y
ser
mujer,
y
por
el
otro,
las
barreras
de
tipo
externo,
tales
como
la
organización
tradicional
del
trabajo,
las
políticas
públicas
y
la
legislación
al
respecto.
Ambas
acusas
aparecen
reflejadas
en
la
Encuesta
IMAGES,
que
en
sus
resultados
con
población
chilena
mostró
que
un
61.7%
de
los
varones
refirieron
dedicarle
muy
poco
tiempo
a
sus
hijos/as
por
motivos
de
trabajo
y
un
61.8%
refirió
que
su
rol
en
el
cuidado
infantiles
es
principalmente
como
ayudante
(Aguayo,
Correa,
&
Cristi,
2011,
citado
en
Gaba
&
Salvo,
2016,
p.
24)
Dentro
de
las
causas
subjetivas,
Lupica
señala
que
existe
una
fuerte
identificación
de
los
hombres
con
sus
trabajos.
Esto
tiene
sus
raíces
culturales
y
simbólicas
en
los
ideales
tradicionales
de
la
paternidad
proveedora.
Por
lo
tanto,
la
mayoría
de
los
hombres
no
reivindica
los
cuidados
como
un
derecho
y
no
reclama
la
igualdad
de
oportunidades
para
realizar
las
tareas
de
cuidado
(2013)
Así,
cuando
los
hombres
participan
en
el
cuidado
de
los
hijos/as,
lo
hacen
como
un
aporte
o
ayuda
a
las
mujeres,
no
como
una
tarea
de
la
cual
se
sientan
responsables
(Barker
&
Verani,
2008
citado
en
Lupica,
2016)
A
este
respecto,
en
Chile,
la
encuesta
exploratoria
“Padres
del
bicentenario”
del
año
2010
que
realizó
el
Servicio
Nacional
de
la
Mujer
entre
800
padres,
indica
que
el
77%
de
los
encuestados
considera
que
cuando
los
hijos/as
están
en
el
hogar
la
madre
es
la
principal
responsable
de
su
cuidado,
el
11%
destaca
que
son
los
abuelos
y
abuelas
y,
en
tercer
lugar,
el
8%
manifiesta
que
son
ellos
mismos.
El
43%
de
los
hombres
encuestados
declara
que
no
le
dedica
más
tiempo
al
cuidado
de
sus
hijos/as
porque
la
madre
lo
hace
y
no
le
da
espacio
o
nunca
se
lo
ha
pedido,
el
11%
declara
no
saber
cómo
cuidarlos,
mientras
que
el
7%
confiesa
estar
de
acuerdo
con
la
afirmación
“son
labores
que
no
me
corresponden”
(SERNAM,
2012
citado
en
Lupica,
2016)
Dentro
de
las
causas
“externas”,
Lupica
señala
que
la
organización
tradicional
del
trabajo
productivo
también
dificulta
el
mayor
compromiso
de
los
hombres
con
el
cuidado
(Lupica,
16
2013,
2016)
Si
se
analiza
el
ordenamiento
jurídico
laboral
de
los
países
de
la
región
desde
una
perspectiva
de
género,
indica,
resulta
evidente
que
se
creó
pensando
en
un
trabajador
hombre
del
sector
industrial,
a
jornada
completa,
responsable
del
sustento
económico
familiar,
y
que
no
necesita
medidas
de
conciliación
porque
no
se
lo
considera
responsable
de
las
tareas
domésticas
y
de
cuidado
(Lupica,
2013,
2016)
Por
esto,
el
periodista
argentino
Juan
Carlos
Kreimer,
señala
que
casi
todos
los
que
indagan
sobre
la
relación
padre-‐hijo
atribuyen
el
origen
del
distanciamiento
a
la
Revolución
Industrial,
ya
que
el
hombre
abandona
el
trabajo
en
la
granja
y
se
traslada
diariamente
a
la
fábrica
(1991)
Por
lo
tanto,
señala
Lupica,
“se
vuelve
necesaria
una
reforma
institucional
que
acompañe
los
cambios
acontecidos
en
la
vida
familiar
y
social,
y
facilite
y
promueva
la
asunción
compartida
de
las
responsabilidades
entre
las
mujeres
y
los
hombres”
(Lupica,
2013,
2016
p.26)
Los
estudios
de
género
han
investigado
lo
que
ocurre
cuando
los
padres
hombres
se
involucran
activamente
en
la
crianza
y
los
resultados
nos
muestran
una
gran
paradoja:
si
bien
el
involucramiento
de
los
padres
hombres
es
bajo,
aquellos
que
participan
activamente
en
la
crianza
sienten
más
bienestar
y
satisfacción
con
la
vida,
ya
que
la
relación
filial
es
una
de
las
más
importantes
fuentes
de
bienestar
y
felicidad
para
ellos
(Barker
&
Verani,
2008
citado
en
Lupica,
2016)
Asimismo,
sus
hijos/as
y
parejas
reciben
muchos
beneficios.
Basándonos
en
la
exhaustiva
revisión
realizada
por
Aguayo
&
Kimelman,
que
dio
lugar
al
manual
“Programa
P
Bolivia:
un
manual
para
la
paternidad
activa”
(2016),
señalaremos,
agrupados
por
destinatarios,
los
siguientes
beneficios:
Hijos/as
beneficiados/as:
Cuando
los
padres
tienen
una
presencia
de
calidad
en
la
vida
de
sus
hijos/as
estos
tienden
a
desarrollarse
mejor
en
diversas
áreas,
como
su
salud
física
y
mental,
motivación
al
estudio,
rendimiento
académico,
desarrollo
cognitivo
y
habilidades
sociales,
presentan
una
mayor
autoestima,
menos
problemas
de
conducta
y
mayor
tolerancia
al
estrés
(Allen
y
Daly,
2007;
Barker,
2003;
Levtov
et
al,
2015;
Nock
y
Einolf,
2008,
citados
en
Aguayo
&
17
Kimelman,
2016)
Se
ha
acumulado
evidencia
que
demuestra
que
los
hijos/as
de
padres
hombres
involucrados
demuestran
iniciativa
y
mayor
ajuste
psicosocial
que
los
hijos/as
de
padres
ausentes
o
poco
involucrados.
Estos
niños/as
también
poseen
menos
riesgo
de
sufrir
negligencia
o
maltratos
(Dubowitz,
Black,
Kerr,
Starr
y
Harrington,
2000,
citados
en
Aguayo
&
Kimelman,
2016)
Aquellos/as
hijos/as
que
contaron
con
un
padre
involucrado
durante
su
infancia
fueron
más
propensos
a
presentar
mejor
salud
mental,
menos
abuso
de
drogas,
menos
problemas
con
la
ley
y
menos
riesgos
en
la
salud
sexual
y
reproductiva
durante
la
adolescencia
(Allen
y
Daly,
2007;
Fathers
Direct,
2005;
Nock
y
Einolf,
2008,
citados
en
Aguayo
&
Kimelman,
2016)
De
acuerdo
con
Pruett
(1993,
citados
en
Aguayo
&
Kimelman,
2016),
la
participación
del
padre
en
la
vida
temprana
del
niño/a
reduce
en
gran
medida
la
probabilidad
de
sufrir
abusos
sexuales
en
la
infancia.
Padres
beneficiados:
La
salud
de
los
propios
hombres
tiende
a
ser
mejor
en
aquellos
que
están
involucrados
en
su
paternidad.
Tienen
mayor
probabilidad
de
estar
satisfechos
con
sus
vidas,
vivir
más,
enfermarse
menos,
consumir
menos
alcohol
y
drogas,
experimentar
menos
estrés,
accidentarse
menos
y
tienen
mayor
participación
en
la
comunidad
(Allen
y
Daly,
2007;
Ravanefra,
2008,
citados
en
Aguayo
&
Kimelman,
2016)
En
estudios
cualitativos
y
cuantitativos
los
hombres
involucrados
como
padres
relatan
estar
más
satisfechos
con
sus
vidas
y
cuidar
más
su
salud
(Barker,
et
al
2012;
Levtov
et
al,
2015,
citados
en
Aguayo
&
Kimelman,
2016)
Madres
beneficiadas:
La
presencia
del
padre
también
influye
positivamente
en
la
madre,
quien
tiende
a
tener
menos
sobrecarga
de
tareas
de
cuidado
y
domésticos
y
suele
ver
incrementada
su
salud
física
y
mental
(Allen
y
Daly,
2007;
Barker,
2003;
Levtov
et
al,
2015,
citados
en
Aguayo
&
18
Kimelman,
2016)
La
participación
de
los
padres
y
cuidadores
masculinos
durante
el
período
prenatal
y
postnatal
es
de
vital
importancia
para
apoyar
la
salud
y
el
bienestar
de
la
madre
y
el/la
niño/a.
Diversos
estudios
demuestran
que
el
involucramiento
del
padre
en
la
salud
materna
tienen
un
impacto
positivo
en
la
madre
reduciendo
el
estrés
asociado
con
el
embarazo
(Fisher
et
al,
2006,
citados
en
Aguayo
&
Kimelman,
2016)
Durante
el
parto,
las
mujeres
que
fueron
acompañadas
por
sus
parejas
tuvieron
una
experiencia
de
parto
más
positiva
(Anderson
y
Standley,
1976;
Henneborn
y
Cogan,
1975,
citados
en
Aguayo
&
Kimelman,
2016)
y
una
menor
duración
de
parto
y
con
menos
dolor
(Tarkka,
2000
citados
en
Aguayo
&
Kimelman,
2016)
El
involucramiento
paterno
además
está
vinculado
positivamente
con
un
mayor
bienestar
y
una
mayor
satisfacción
conyugal
en
las
madres
(Nangle,
Kelley,
Fals-‐Stewart
y
Levant,
2003,
citados
en
Aguayo
&
Kimelman,
2016),
lo
que
además
favorece
la
estabilidad
de
las
parejas
(Fagan
y
Cabrera,
2012;
Hohmann
&
Marriott,
2009,
citados
en
Aguayo
&
Kimelman,
2016)
Beneficios
sociales:
A
nivel
macroeconómico,
el
involucramiento
paterno
favorece
el
aprovechamiento
de
la
fuerza
de
trabajo
(especialmente
femenina),
lo
que
potencia
la
productividad
y
la
competitividad
de
los
países
y
fortalece
sus
trayectorias
de
crecimiento.
A
nivel
de
la
conciliación
trabajo-‐familia,
el
esfuerzo
que
dejan
de
realizar
las
personas
para
conciliar
ambos
ámbitos
redunda
en
mayor
satisfacción
laboral,
lo
cual
mejora
su
rendimiento
y
conlleva
mayor
productividad
(Lupica,
2013,
2016)
A
nivel
social
se
favorece
el
sistema
democrático
y
el
ejercicio
de
los
derechos
ciudadanos,
pues
la
oportunidad
de
conciliación
aumenta
las
posibilidades
de
la
participación
de
las
mujeres
en
la
vida
pública.
A
nivel
social
se
trata
de
construir
modelos
culturales
19
enraizados
en
el
imaginario
y
en
las
prácticas
sociales
y
políticas,
y
apoyar
la
arquitectura
de
otros
más
acordes
a
la
nueva
realidad
familiar,
laboral
y
social
(Lupica,
2013,
2016)
Si
la
perspectiva
de
género
le
agrega
complejidad
y
contexto
crítico-‐social
a
la
perspectiva
de
paternidad
consciente,
el
hecho
de
agregar
la
noción
y
las
prácticas
de
mindfulness,
particularmente
las
aplicadas
a
la
crianza,
a
la
perspectiva
de
género,
le
ofrece
herramientas
concretas
de
transformación
tanto
individual
como
social
para
diseñar
intervenciones.
A
menudo
sucede
que
las
perspectivas
con
enfoque
de
crítica
social
hacen
énfasis
en
la
necesidad
de
cambios
estructurales,
a
través
de
políticas,
regulaciones
y
nuevas
medidas
jurídicas,
descuidando
la
relevancia
de
la
transformación
individual
en
cualquier
proceso
de
cambio
social.
Como
lo
hace
notar
con
crudeza
el
filosofo
budista
David
Loy,
la
historia
reciente
nos
provee
muchos
ejemplos
de
líderes
revolucionarios,
a
menudo
bienintencionados,
que
eventualmente
han
reproducido
los
males
contra
los
que
lucharon
(2004)
Y
es
que
pensar
en
cambio
social
sin
cambio
individual
que
lo
sustente,
lo
hace
poco
sostenible
en
el
tiempo
(asimismo,
pensar
en
cambio
individual
sin
cambio
social,
puede
considerarse
algo
naif)
En
este
punto
es
donde
una
comprensión
más
profunda
del
mindfulness
aportará
algo
realmente
interesante
y
además,
útil:
las
prácticas
de
mindfulnes
podrían
ayudarnos
a
visualizar
que
los
procesos
de
transformación,
para
ser
tales,
deben
ser
tanto
individuales
como
sociales.
Ambos
son
parte
de
un
mismo
continuo.
Como
hemos
visto
hasta
ahora,
las
tensiones
generadas
debido
a
las
historias
y
narraciones
que
nos
hemos
contado
acerca
de
las
funciones
y
tareas
asignadas
a
los
roles
de
género
en
las
labores
de
crianza,
requieren
ser
transformadas
por
otras
que
posibiliten
a
hombres,
mujeres
y
niños
desplegar
todo
su
potencial
y
florecer.
Se
habla
explícitamente
de
la
necesidad
de
un
cambio
de
paradigma.
20
Tal
como
señalamos
al
comienzo,
para
poder
transformar
los
relatos,
primero
es
necesario
“verlos”,
es
decir,
tomar
conciencia
de
ellos
y
que
dejen
de
ser
parte
de
nuestra
memoria
implícita.
En
este
punto
las
prácticas
de
mindfulness
pueden
jugar
un
rol
clave,
ya
que
la
definición
de
atención
plena
es
tomar
conciencia
de
lo
que
hacemos
mientras
lo
estamos
haciendo,
es
decir,
pasar
del
modo
“piloto
automático”
al
“modo
consciente”.
El
aspecto
transformador
ocurre
cuando,
luego
de
observar,
podemos
escoger
si
queremos
mantener
dichos
relatos
o
bien
generar
otros
que
nos
ayuden
a
incrementar
el
bienestar
y
la
felicidad,
nuestros
y
de
nuestras
familias
y
comunidades.
Tal
como
vimos,
la
literatura
especializada
señala
dos
grandes
obstáculos
para
abordar
las
tensiones
asociadas
a
la
baja
participación
de
padres
en
las
labores
de
crianza:
uno
de
carácter
subjetivo
(percepciones
y
creencias
acerca
de
los
roles
de
género)
y
otro,
objetivo
(disposiciones
jurídicas
y
laborales)
Esta
manera
dual
de
abordar
el
problema
refleja
en
sí
misma
el
paradigma
dicotómico
en
el
que
solemos
movernos
para
abordar
las
dificultades:
a
través
de
pares
de
opuestos.
La
incorporación
de
mindfulness
a
la
perspectiva
de
género
aparece
como
una
oportunidad
para
ayudarnos
a
integrar
ambos
extremos.
21
riesgo
de
ser
inútiles
o
generar
algo
peor”
(2004,
p.63)
En
términos
de
transformación
individual,
las
investigaciones
de
las
últimas
décadas
han
demostrado
que
las
prácticas
de
mindfulness
pueden
generar
transformaciones
cerebrales
profundas.
Investigaciones
más
recientes
y
de
vanguardia
comprueban
que
dichas
prácticas
pueden
generar
cambios
incluso
en
nuestra
maquinaria
epigenética,
es
decir,
regular
la
manera
que
se
expresan
nuestros
genes
(Kaliman
et
al,
2014)
Como
dice
Ricard,
“la
transformación
individual
es
posible
sobre
todo
por
la
maleabilidad
de
nuestro
cerebro.
Durante
la
práctica
de
la
meditación
no
cambia
nada
en
el
entorno
exterior.
Pero
al
entrenar
su
espíritu,
el
meditador
consigue
un
enriquecimiento
interior
máximo”
(2016,
p.257)
22
práctica
se
sostenga
en
el
tiempo.
Cuando
se
vive
en
comunidad,
señala,
es
mucho
más
fácil
cultivar
la
atención
al
momento
(2010)
En
dicho
sentido,
una
intervención
basada
en
mindfulness
con
perspectiva
de
género
para
padres
y
madres
no
necesariamente
implicará
diseñar
ejercicios
y
prácticas
distintos
a
las
que
ya
se
utilizan.
Más
bien
pondrá
énfasis
en
tomar
consciencia
del
marco
de
fondo
sobre
el
cual
se
desarrollan
estas
prácticas,
es
decir,
el
patriarcado
y
los
roles
rígidamente
asociados
a
tareas
de
padres
y
madres
en
las
labores
de
crianza
y
cuidado.
El
objetivo
entonces
será
ayudar
a
padres
y
madres
a
tomar
conciencia
de
este
paradigma,
que
tiene
que
ver
tanto
con
sus
vivencias
como
niño
o
niña,
y
también
con
un
contexto
social
mayor.
De
esta
forma,
los
padres
y
las
madres
participantes
de
estas
intervenciones
podrán
escoger
con
más
conciencia
qué
historias
quieren
narrar
de
sus
vidas.
Esta
decisión,
como
sabemos
ahora,
tendrá
no
solo
implicancias
individuales
y
familiares,
sino
también
político-‐sociales.
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