El Zarco Aculturación

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REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA

Año XXXI, Nº 61. Lima-Hanover, 1er. Semestre de 2005, pp. 23-36

EL LABERINTO DE LA ACULTURACIÓN:
CIUDADANÍA Y NACIÓN MESTIZA EN EL ZARCO DE
IGNACIO MANUEL ALTAMIRANO

José Salvador Ruiz


Imperial Valley College

La construcción de la nación, y del ciudadano mexicano deci-


monónico, tuvo entre sus más activos intelectuales la figura de Ig-
nacio Manuel Altamirano1. Su participación en el proceso funda-
cional se manifestó en distintos medios del quehacer político, edu-
cativo y cultural. En este último, Altamirano desempeñó una labor
extraordinaria como fundador y colaborador de revistas literarias,
cuentista, novelista, poeta, cronista y escritor de artículos de cos-
tumbres. Gran parte de sus escritos literarios articulan un discur-
so fundacional nacionalista desde una perspectiva liberal y mo-
derna. Sus novelas Clemencia y El Zarco registran una “mirada
disciplinaria” que busca la formación del sujeto moderno durante
el último tercio del siglo XIX. En el México del siglo XIX, la tarea
de construir al ciudadano liberal tenía como uno de sus objetivos la
inserción y legitimación de la clase dirigente mexicana en un con-
texto internacional donde los valores, costumbres y principios eu-
ropeos, franceses e ingleses primordialmente, dictaban los patro-
nes a seguir para entrar a la modernidad y al mundo civilizado.
Consecuentemente, los discursos civilizadores articulan un proyec-
to de inclusión y exclusión, que funcionan como medios de generar
y disciplinar costumbres y valores vigentes en el México decimo-
nónico, donde, cabe señalar, la mayoría de la población era rural.
Así, los discursos civilizadores son verdaderas guías para la disci-
plina del cuerpo en tanto promueven formas particulares de con-
ducta encaminadas a la formación de ciudadanos. Dichos discursos
no fueron creaciones aisladas sino parte de toda una estructura
social y cultural que intentó disciplinar, regular y civilizar a la
otredad premoderna.
La Constitución liberal de 1857 funcionó como discurso jurídico
que privilegió cierto tipo de valores y costumbres sobre otros, legi-
timando a la elite liberal, en la posición privilegiada en la que se
había instalado. Con la promulgación de dicha Constitución la eli-
te liberal intentaba hacer ingresar México a la modernidad esta-
24 JOSÉ SALVADOR RUIZ

bleciendo las bases legales adoptadas por Inglaterra, Francia y los


Estados Unidos 2. Cabe señalar que los ideales de igualdad jurídica
plasmados en la constitución, además de legitimar a la minoría le-
trada, no terminaban automáticamente con la sociedad estamental
heredada de la colonia3. Adicionalmente, más que el resultado del
clamor popular, la Constitución fue impuesta por el grupo liberal
que llegaba al poder después de la llamada revolución de Ayutla
de 1854, en la que se había derrotado a los conservadores. Consi-
dérese la siguiente observación de François Xavier Guerra al refe-
rirse a la carta magna mexicana: “El pueblo mexicano, en nombre
del cual se realiza la Constitución, es, de hecho, ideológicamente,
el pueblo liberal..” (31).
En el ámbito literario la novela fue el medio preferido de los es-
critores mexicanos del siglo XIX, especialmente durante la segun-
da mitad de ese siglo, para diseminar sus ideologías y plasmar el
concepto de sociedad que deseaban. Esto es evidente en los comen-
tarios de varios novelistas sobre la utilidad de la novela para lle-
gar a otros públicos fuera del ambiente literario. En ese sentido,
Ignacio Manuel Altamirano le concedía a la novela un poder didác-
tico y civilizador. En 1868 y tiempo después en 1870 escribía:
La novela... es el género de literatura más cultivado en el siglo XIX y el
artificio con que los hombres pensadores de nuestra época han logrado
hacer descender a las masas doctrinas y opiniones que de otro modo ha-
bría sido difícil que aceptasen... es necesario apartar sus disfraces y bus-
car en el fondo de ella el hecho histórico, el estudio moral, la doctrina po-
lítica, el objeto social, la predicación de un partido o de una secta reli-
giosa... Quizás la novela está llamada a abrir el camino a las clases po-
bres, para que lleguen a la altura de este círculo privilegiado y se con-
fundan con él. Quizás la novela no es más que la iniciación del pueblo en
los misterios de la civilización moderna, y la instrucción gradual que se
le da para el sacerdocio del porvenir
(Altamirano, Obras XII :231 ).

Es evidente la confianza que Altamirano tenía en el potencial


de la novela como medio divulgador de ideas y transformador de
vidas. Su visión de una sociedad moderna e igualitaria requería de
un producto cultural con potencial didáctico como la novela. Sin
embargo, a pesar del notable optimismo por dicho potencial para
llegar a “la inmensa muchedumbre”, no hay que olvidar que el cír-
culo de personas que tenían acceso a la lectura era muy reducido4.
Tal y como lo señala José Joaquín Blanco, Altamirano:
Se impuso a forjar una nación a partir de la literatura –que en el país es
también moral, política, economía y hasta religión –; crear una literatu-
ra nacional en un país que no tenía sino una minúscula población alfa-
betizada, y entre ella, una microscópica porción de literatos empeñados
en moldear según sus inspiraciones europeas o norteamericanas, a mi-
llones de peones, indios o “plebe”, carentes no sólo de civilización moder-
na, sino aun muchas veces de la antigua. (Altamirano, Obras V: 10)
EL LABERINTO DE LA ACULTURACIÓN: EL ZARCO 25

Esto trae a colación cuestiones sobre la naturaleza del destina-


tario de la novela. La crítica ha señalado que el destinatario es la
misma clase dirigente y letrada que la escribe y, muy en especial,
un lector femenino. ¿Cómo entonces hacer llegar estas ideas a esa
muchedumbre? ¿Cómo disciplinar por medio de la lectura a grupos
tan heterogéneos como los que conforman el México decimonónico?
Una posible respuesta la esboza José Emilio Pacheco cuando nos
recuerda que durante el porfiriato existían lugares públicos donde
se leía a un público iletrado5. Es decir, estas ideas y conceptos so-
bre el deber ser podrían descender al pueblo a través de dicha acti-
vidad.
Adicionalmente, resulta significativo considerar lo que Michel
Foucault denomina el “poder disciplinario” en tanto recurso regu-
lador y reformador de costumbres:
En cuanto al poder disciplinario, se ejerce haciéndose invisible; en cam-
bio, impone a aquellos a quienes somete un principio de visibilidad obli-
gatorio. En la disciplina, son los sometidos los que tienen que ser vistos.
Su iluminación garantiza el dominio del poder que se ejerce sobre ellos.
El hecho de ser visto sin cesar, de poder ser visto constantemente, es lo
que mantiene en su sometimiento al individuo disciplinario (192).

Es decir, una vez establecidas las pautas de sociabilidad que


determinarían la inclusión o exclusión de los individuos a la mo-
dernidad, aquellos individuos que quisieran pertenecer al cuerpo
social y cultural de la nación tendrían que someterse a un proceso
disciplinario cuyo control recae en la minoría ilustrada y que in-
tenta disciplinar al resto de la población por medio de la disemina-
ción de formas de conducta dirigidas a la homogeneización de los
habitantes de la nación. Así, la visibilidad funciona como elemento
re-formador y de vigilancia importante. Al asegurar el buen com-
portamiento de los hombres y mujeres civilizados, éstos alcanza-
ban un status de modelos para aquellos que quisieran ingresar al
mundo moderno6. De ahí que Manuel Carreño, en su Manual de
urbanidad y buenas maneras (1854) aconseje que “por medio de un
atento estudio de las reglas de la urbanidad y por el contacto con
las personas cultas y bien educadas, llegamos a adquirir lo que es-
pecialmente se llama buenas maneras o buenos modales...” (47), o
más adelante sugiera que “siempre que en sociedad ignoremos la
manera de proceder en casos dados, sigamos el ejemplo [nuestro
énfasis] de las personas más cultas que en ella se encuentren...”
(49). De esta forma la observación e imitación de comportamientos
podría ser un medio de inclusión. El imitar las formas de compor-
tamiento y las costumbres de la elite daría, ante los ojos de los su-
pervisores de las buenas costumbres, la apariencia de civilidad tan
apreciada por los abogados de la modernidad y diseminadas en los
manuales de urbanidad y buenas maneras. Así, el poder discipli-
nario se sirve de la vigilancia del cuerpo para su dominación al
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mismo tiempo que legitima los valores de la clase dirigente en la


sociedad. En este sentido la novela El Zarco forma parte del en-
tramado cultural liberal que ofrece un concepto de ciudadanía a
través de la representación de personajes ejemplares y del rechazo
radical a costumbres y personas propias de la realidad mexicana
de mediados y finales del siglo XIX. Altamirano inserta sus ideas
políticas e ideológicas en este texto con el fin de proyectar su visión
del tipo de ciudadano liberal necesario para su tiempo. En conse-
cuencia, exploramos la manera en que Ignacio Manuel Altamirano
promueve la formación de ciudadanos, teniendo en cuenta aquellos
aspectos de tipo cultural que se ven necesariamente rechazados y
condenados a desaparecer en favor de normas culturales conside-
radas como superiores. Dichas normas culturales favorecen a una
minoría privilegiada en su intento de construir una nación moder-
na. Para lograr esta meta argumentamos que la modernización del
país a través de la adopción de una constitución liberal y la intro-
ducción de la formación del sujeto moderno, además de privilegiar
al capitalismo como política económica, excluye formas de vida
ajenas a este tipo de proyecto y por lo tanto impacta negativamen-
te en la desaparición de modos de vivir y pensar ya arraigados en
el México de mediados de siglo XIX. Es decir, el ciudadano se en-
tiende como el sujeto moderno que posee una serie de valores com-
partidos por una minoría ilustrada. Dichos valores van desde el
conocimiento de un marco jurídico, en el que fundamentan su legi-
timidad como individuos libres e iguales, hasta la práctica de cos-
tumbres recomendadas en los manuales de urbanidad y buenas
maneras.

Los plateados: disciplinando al vulgo

Dentro de los personajes colectivos que aparecen en la novela El


Zarco, se encuentra el grupo de bandidos conocidos en su tiempo
–mitad del siglo XIX– como “los plateados”. Estos personajes, ade-
más de representar simbólicamente los conflictos existentes du-
rante gran parte del porfiriato, representan a nivel alegórico la
barbarie de las masas populares y sus costumbres, recreando así
la lucha entre la civilización y la barbarie. La configuración de
personajes populares ajenos a las nuevas pautas de sociabilidad
modernas debe entenderse como una búsqueda, por parte de la eli-
te culta, de transformar los gustos, los actos, las costumbres, las
formas de ser y pensar vigentes en el México poscolonial. Conse-
cuentemente, la inserción de México a la modernidad se supedita-
ba a la domesticación de las masas populares, del vulgo, del popu-
lacho en tanto habitantes incivilizados y ajenos a la sociabilidad de
la gente decente. Así, y siguiendo a Beatriz González Stephan, en
el orden social en toda la América Latina:
EL LABERINTO DE LA ACULTURACIÓN: EL ZARCO 27

al menos muy entrado el siglo XIX, imperaba la fuerza y expresividad de


las pasiones, la violencia de las conductas en el juego, en las relaciones
familiares, en las fiestas, carnavales, teatro, trato con los sirvientes, la
expresión desinhibida de la sexualidad, la gestualidad corporal. La sen-
sualidad, el desenfreno, la gritería, la risa: en fin, una sensibilidad poco
dada a la contención de toda clase de pulsiones, y que la cultura de los
tiempos modernos calificaría de “bárbara” e identificaría no sólo con un
pasado arcaico y vergonzoso, sino con la incivilidad, la infracción y la
culpa. (“Las disciplinas”: 21).

Este tipo de costumbres y comportamientos bárbaros deberán


ceder ante la formación del sujeto poscolonial para dar paso al ciu-
dadano liberal. En la novela El Zarco, Altamirano, basándose en
los valores y costumbres privilegiados por los liberales y disemina-
dos por la cultura impresa, critica aquellas costumbres vigentes
del pueblo que deben desaparecer. En un momento fundacional
como el que vive Altamirano: “la reorientación de una vitalidad
gratuita y explosiva dentro del orden jurídico republicano suponía
una relación entre el poder y el cuerpo fundado en la disciplina, en
la productividad y en la higiene” (22). De ahí que los gritos del
vulgo, sus relaciones de género, las canciones, las posturas, la vio-
lencia, sus bailes y todo lo que éstos representan, sean proyectados
como obstáculos para la construcción del sujeto poscolonial moder-
no.
El modelo un tanto maniqueísta en que Altamirano construye
su novela se entiende a la luz de un propósito didáctico, conse-
cuentemente, su proyecto de nación se identifica con personajes
clave dentro de la novela, mientras que el orden social heredado de
la colonia, se identifica con personajes condenados a morir debido
a su comportamiento bárbaro. En la novela, los plateados reprodu-
cen los comportamientos bárbaros que deben quedar atrás y, con-
comitantemente, son representaciones del vulgo o el populacho,
como los llama Altamirano. En efecto, en una descripción de los
bandidos, Altamirano establece dicha correspondencia representa-
tiva entre bandido-populacho dentro de la novela: “En la tarde el
Zarco le trajo a dos bandidos [a Manuela] que cantaban acompa-
ñándose de la guitarra... ellos cantaron de esas canciones fastidio-
sas, disparatadas, sin sentido alguno, que canta el populacho en
los de días de embriaguez” (65). Asimismo, las relaciones de socia-
bilidad entre los plateados y sus mujeres, se presentan de forma
grotesca contradiciendo todas las formas del buen gusto y la urba-
nidad:
Algunas veces, al atravesar la comitiva gritaban (los plateados) malig-
namente:
–¡Miren al Zarco! ¡Qué maldito!... ¡Qué buena garra se trae!
–¿Dónde te has encontrado ese buen trozo, Zarco de tal?– pregunta-
ban otros riendo... Y aquella recepción en el cuartel general de los pla-
teados, la había dejado helada. [a Manuela] Más aún, se había sentido
herida en su orgullo de mujer, y puede decirse en su pudor de virgen, al
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oír aquellas exclamaciones burlonas, aquellas chanzonetas malignas con


que la habían saludado... Jamás en su vida, habían llegado a sus oídos
expresiones tan cínicas como las que acababa de escuchar, ni las galan-
terías que suelen dirigirse a las jóvenes hermosas, y que algunas vez se
habían arrojado a su paso. (58).

Las expresiones vulgares de los plateados contradicen la noción


de cultura y sociabilidad deseada por los liberales del siglo XIX.
Altamirano expone claramente las formas que deberán ser recha-
zadas por romper con su concepto de civilización. Cabe señalar que
no se condenan todas las formas de galantería dirigidas a una
mujer, sino sólo aquellas chanzonetas que el vulgo utiliza. Conse-
cuentemente, se entiende que los plateados son personajes antité-
ticos ya que sus costumbres son bárbaras y ajenas a “las buenas
maneras o buenos modales, lo cual no es otra cosa que la decencia,
moderación y oportunidad en nuestras acciones y palabras, y
aquella delicadeza y gallardía que aparecen en todos nuestros mo-
vimientos exteriores, revelando la suavidad de las costumbres y la
cultura del entendimiento” (Carreño: 47).
La sensibilidad mal encauzada de los plateados los coloca fuera
del nuevo orden moderno ya que sus acciones no están dirigidas
hacia el mejoramiento de la patria sino hacia el entretenimiento y
el ocio, vale decir al deterioro de ésta. El lector y su mirada disci-
plinaria deberá identificar dentro de la novela, e idealmente fuera
de ella, a los personajes/personas que no se adhieran a los buenos
modales y urbanidad, mismos que no son otra cosa que los deseos
de Dios y los deberes de todo buen ciudadano.
El nuevo orden requería de individuos capaces de reprimir sus
pasiones y encauzarlas por el bien de la patria. La patria que Al-
tamirano concibe, y simbolizada hasta cierto punto por Yautepec,
es un espacio donde los valores liberales de igualdad jurídica y de
sociabilidad deberán imponerse a los valores premoderno. Sin em-
bargo, esta patria es concebida como una sociedad estratificada
donde la disciplina y la domesticación de la barbarie tiene una
función jerárquica que privilegia a la elite dirigente y la formación
de una burguesía. Esta nueva sociedad permitirá el ascenso social
sin distinción de razas, por lo menos en teoría, una vez efectuada
la disciplina necesaria. Esto es evidente en la representación de los
protagonistas. Por un lado, la ética del trabajo privilegiada por la
ideología liberal, es rechazada por el Zarco quien prefiere buscar
riqueza fácil dedicándose al crimen para lograrlo. Por otro lado,
Nicolás comprende perfectamente la lógica del nuevo orden de ahí
que:
... ese indio horrible, ese pobre herrero es un muchacho de buenos prin-
cipios, que ha comenzado por ser un pobrecito huérfano de Tepoztlán,
que aprendió a leer y a escribir desde chico, que después se metió a la
fragua, y que a la edad en que todos regularmente no ganan más que un
jornal, él es ya maestro principal de la herrería, y es muy estimado has-
EL LABERINTO DE LA ACULTURACIÓN: EL ZARCO 29

ta de los ricos, y tiene muy buena fama y ha conseguido lo poco que tie-
ne, gracias al sudor de su frente y a su honradez (30).

Nicolás se presenta como el ciudadano prototipo del nuevo or-


den social. Este orden liberal promete oportunidades para aquellos
que deseen someterse a un proceso de disciplina. Nicolás aprendió
herrería de un extranjero en la hacienda, lo cual le permite ascen-
der socialmente7. En este nuevo orden social prometido por los li-
berales, toda persona tiene oportunidades, independientemente de
su origen étnico o de clase. Eso parece decirnos Altamirano en un
primer plano.

Ciudadanía mestiza

En México, el proyecto modernizador propuesto por los libera-


les contemplaba que a la disciplina de los habitantes de la emer-
gente nación, habría que formarlos como ciudadanos conocedores
de sus derechos: “El proyecto de nación y ciudadanía fue un imagi-
nario de minorías pero que se postuló como expansivo” (González
Stephan, La historiografía: 25) y que tenía como objetivo la legiti-
mación de esa minoría ilustrada en el poder. En este nuevo orden,
los hombres se reconocerían como individuos y no como colectivi-
dades sociales. El concepto liberal de ciudadanía estipula que “el
actor social es siempre el individuo o la colectividad territorial mo-
derna en donde reside (el municipio, el Estado de la Federación).
Todo lo que podría turbar esta igualdad de los individuos ante la
ley está prohibido: los títulos de nobleza, las prerrogativas, los ho-
nores hereditarios...” (Guerra: 34). La sociedad estamental colonial
daría paso a una sociedad compuesta, jurídica y teóricamente, por
individuos con los mismos derechos y obligaciones. Se intentaba
establecer bases legales para la modernidad y la construcción de la
nación mexicana. Sin embargo, en este orden jurídico y social mo-
derno no se hablaba de grupos de hombres y mujeres “a los que to-
dos llaman indios, que se sienten como tales y que representan a
la mayoría de la población” ni de “verdaderas tribus organizadas
que escapan a la autoridad del Estado (mayas, yaquis, tarahuma-
ras, etc.)” (Guerra: 33). Dentro del nuevo orden constitucional, los
grupos indígenas perdían cualquier derecho legal como colectivi-
dad, como pueblo, y debían reconocerse como ciudadanos mexica-
nos. Las formas de vida y organización política tradicionales eran
consideradas pre-modernas y por lo tanto debían desaparecer. Así,
los pueblos indígenas debían desaparecer como tales, para experi-
mentar una individualización y ser incorporados al proyecto de na-
ción. El único medio para los indígenas de incorporarse a la mo-
dernidad era a través de la aculturación. Debían perder su identi-
dad indígena para adoptar una identidad nacional y así contribuir
al progreso de la nación: “El progreso económico de México, argu-
mentaba el régimen de Díaz, se veía obstaculizado por la falta de
30 JOSÉ SALVADOR RUIZ

individualismo de los indios” (Powell: 20)8. La “transformación” de


indígenas a individuos, y luego a ciudadanos, debía darse dentro
de un marco modernizador para lograr su incorporación a la na-
ción. Dicha modernización adquiría la forma de mestizaje, a su
vez, éste podría ser de tipo cultural, regulando sus costumbres y
valores, o de tipo biológico, por medio de matrimonios o uniones
interraciales. Consecuentemente, la homogeneización de las con-
ductas y de los habitantes del país por medio del concepto de ur-
banidad y ciudadanía, se presentaba en el indígena como mestiza-
je. Para los liberales contemporáneos de Altamirano, no había
mejor ejemplo de la capacidad indígena que el mismo Altamirano o
incluso Benito Juárez. De hecho, se les llegó a mirar como ejemplo
de lo que la educación liberal podría lograr en los indígenas. El
primer obstáculo que Altamirano veía en la educación de los indí-
genas era el del idioma:
Hemos dicho en un artículo anterior que una de las grandes dificultades
con que ha tropezado aquí la enseñanza pública y consiguientemente la
civilización, ha sido la diversidad y número de lenguas y dialectos que
habla la raza indígena de México. Y ciertamente así es; no porque el he-
cho de hablarse diferentes lenguas en un pueblo constituya de por sí un
obstáculo siempre y en todas partes para la cultura intelectual y moral,
sino porque en nuestro país, las lenguas indígenas por su índole particu-
lar no se prestaban, ni se prestan todavía a favorecer el desarrollo de la
civilización europea.9

Los liberales, Altamirano entre ellos, estaban convencidos de la


necesidad de abandonar la cultura y la lengua indígenas si desea-
ban incorporar al indígena al mundo civilizado. La generalización
del castellano en los grupos indígenas del país era de vital impor-
tancia para el proceso de asimilación de los indígenas a la nación.
Para esto, se necesitaba lograr la individualización del indígena;
una forma de hacerlo, por lo menos jurídicamente, era mediante la
Constitución. En este sentido, la novela El Zarco funciona también
como formadora de ciudadanos. Ya desde 1882, cuando aún estaba
escribiendo El Zarco10, Altamirano se planteaba la necesidad de
divulgar los conocimientos constitucionales al pueblo:
Se necesita que aquellos conocimientos encerrados en la altura de la nu-
be, desciendan a la tierra en la forma de lluvia menuda y fecundante.
Para abandonar el estilo imaginativo, se necesita revelar al pueblo todas
las verdades democráticas en principios claros, sencillos, como deben ser
los de todo decálogo religioso o político.11

Altamirano promovió incansablemente su fe en un sistema de-


mocrático legitimado por la Constitución. Sus artículos periodísti-
cos sobre política y sobre educación atestiguan su preocupación por
el establecimiento firme de la democracia. Sin embargo, Altamira-
no no abandona “el estilo imaginativo” para tratar de enseñarle al
pueblo sus derechos. Por el contrario, escribe su novela El Zarco,
EL LABERINTO DE LA ACULTURACIÓN: EL ZARCO 31

en donde se fomenta la formación de ciudadanos caracterizada por


una “política racial” muy marcada. La formación del ciudadano se
entrelaza y se confunde con el mestizaje propuesto por Altamirano
como la base de la nueva nación. De este modo se explora la inter-
sección del proyecto fundacional de la nación mexicana con los
elementos étnicos dentro de la novela.
En la novela El Zarco Altamirano crea una serie de personajes
que sirven de modelos para la disciplina de las conductas bárbaras
del pueblo. Sin embargo, el potencial didáctico de la novela no
termina ahí, ya que pone especial énfasis en el papel de los grupos
indígenas y mestizos dentro de la nueva nación. Para este objetivo,
los héroes de la novela cumplen una función simbólica, ya que por
medio de la construcción de éstos, Altamirano disemina su deseo
fundacional de la nación mestiza.
En Altamirano, el proyecto fundacional de la nación no excluye
a los indígenas, sino que les reserva un lugar dentro del nuevo or-
den. No obstante, este lugar está condicionado a la previa domesti-
cación de sus conductas bárbaras mediante la aculturación. La na-
ción que Altamirano ambiciona está codificada por un marcado
mestizaje, que se lleva a cabo mediante la transformación del indí-
gena en ciudadano. El personaje que simboliza esta transforma-
ción es Nicolás, el indio herrero/obrero, y, en otro nivel, Benito
Juárez. A lo largo de la novela Altamirano intercala los adjetivos
herrero y obrero al referirse a Nicolás. Esto es relevante simbóli-
camente en tanto se va identificando a Nicolás con una clase social
más que con una etnia específica. Así visto, Nicolás es un indivi-
duo que pertenece a la clase trabajadora y no se le identifica con
alguna de las etnias que habitan esa región del país: otomí, ma-
zahua, nahuatl, etc.12 De esta forma su pasado indígena queda bo-
rrado completamente. Asimismo, se enfatiza este olvido necesario
del pasado indígena de Nicolás con su estado de orfandad. No es
casual la orfandad de Nicolás, ya que por medio de ésta se enfatiza
la necesidad de dejar atrás lo indígena e integrarse a la nación.
Una vez integrado a la sociedad de clases propuesta por Altamira-
no el indio podría ser ciudadano de la nación. Sin embargo, el re-
quisito para entrar a la modernidad consiste en experimentar una
aculturación para así dejar atrás el pasado indígena. El indígena,
como tal, no podrá formar parte de la nación sino es por medio de
la asimilación de una serie de modelos de conductas y conceptos
modernos que lo harán perder su identidad étnica. La novela re-
gistra un proyecto de nación, moderna y mestiza, en donde las di-
ferencias culturales son borradas por la adopción de los valores eu-
ropeos de civilización. Nicolás se distingue de entre los personajes
de la novela, no por ser indio sino por ser el mejor ciudadano de
Yautepec13. Altamirano no hace una exposición específica sobre los
artículos de la Constitución. Su objetivo es formar al ciudadano
modelo que inspirara al lector o al oyente, a seguir sus pasos. En
32 JOSÉ SALVADOR RUIZ

ese sentido, Nicolás representa dicho modelo ya que conoce sus de-
rechos y cumple con sus obligaciones de buen ciudadano. El indio
herrero es el único que parece conocer sus derechos incluso por en-
cima del prefecto de Yautepec. Cuando Antonia, la madre de Ma-
nuela, le pide al comandante que vaya en busca de su hija que ha-
bía sido secuestrada por El Zarco, el comandante se niega por con-
siderarlo un asunto sin importancia. Sin embargo, es Nicolás
quien le recuerda al militar sus obligaciones, mostrando conoci-
miento de sus derechos ciudadanos. El comandante se enfurece y
se dirige a Nicolás diciéndole:
¿Quién es usted, amigo, para venir aquí a imponerme leyes y a hablar-
me con ese tono?– Señor –dijo Nicolás, encarándose con dignidad al co-
mandante–, yo soy un vecino honrado del distrito; soy el encargado de la
hacienda de Atlihuayan ... Además, soy un ciudadano que sabe perfec-
tamente que usted es un jefe de seguridad pública, que la tropa que us-
ted trae está pagada para proteger a los pueblos, porque no es tropa de
línea consagrada exclusivamente al servicio militar de la Federación, si-
no que es fuerza del Estado (41).

Nicolás no se acobarda ante el representante de la autoridad


porque conoce sus derechos; no es un “indio abyecto y servil”, es un
sujeto moderno conocedor de su lugar en el nuevo orden legal y so-
cial. Hacia el final de la novela Nicolás vuelve a mostrar, aunque
sutilmente, su condición de buen ciudadano. Al casarse con Pilar lo
hace primero por las leyes civiles y después por las leyes religio-
sas. El narrador lo describe así:
Ya la noche anterior se había celebrado el matrimonio civil, delante del
juez recién nombrado, porque la ley de Reforma acababa de establecer-
se, y en Yautepec, como en todos los pueblos de la República, estaba
siendo una novedad. Nicolás, buen ciudadano, ante todo, se había con-
formado a ella con sincero acatamiento (87).

Asimismo, Nicolás representa lo que el indígena, ya como ciu-


dadano, podría aportar a la nación, a saber, su mano de obra. La
narrativa muestra el fin del antiguo régimen colonial y su sociedad
de castas; sin embargo, ese orden es reemplazado por una sociedad
de clases. De ahí que la novela presente una reiterada identifica-
ción de Nicolás como obrero o herrero. Su visión, según esta lectu-
ra de la novela, es la de una sociedad de hombres iguales ante la
ley, pero desiguales socialmente. La ciudadanía le permite al indí-
gena incorporarse a la nación una vez transformado, mediante la
aculturación, en sujeto moderno. La novela termina con el matri-
monio entre Nicolás y Pilar uniendo así el futuro de la nación mes-
tiza. Pilar, la joven morena “con ese tono suave y delicado de las
criollas que se alejan del tipo español sin confundirse con el indio”
(6), y Nicolás, el “joven trigueño, con el tipo indígena bien marca-
do” (11), ambos mestizos, ella por mezcla racial y él por acultura-
ción, se casan para componer el nuevo orden social de la emergen-
EL LABERINTO DE LA ACULTURACIÓN: EL ZARCO 33

te nación mestiza. En la novela sobresale la creación de héroes


mestizos. Los otros héroes de la novela son Martín Sánchez Cha-
gollán y Benito Juárez; el primero mestizo por raza, mientras que
Juárez por aculturación. Además de mestizos son buenos ciudada-
nos, ya que se preocupan por legitimar sus actos usando la consti-
tución:
Al ver a aquellos dos hombres, pequeños de estatura, el uno frente al
otro, el uno de frac negro, como acostumbraba entonces Juárez, el otro
de chaquetón también negro; el uno moreno y con el tipo de indio puro, y
el otro amarillento, con el tipo del mestizo y del campesino; los dos se-
rios, los dos graves, cualquiera que hubiera leído un poco en lo futuro se
habría estremecido. Era la ley de la salud pública armando a la honra-
dez con el rayo de la muerte (86).

Esta descripción es bastante reveladora. Por un lado Juárez se


asocia con el frac negro como signo de su mestizaje, aunque el físi-
co diga lo contrario, mientras que el mestizaje de Chagollán se
identifica por su apariencia física y, hasta cierto punto, por su
ocupación. Además, cabe señalar que Chagollán antes de ser el
“vengador social” se presentó ante el prefecto de Morelos y obtuvo
de él facultades extraordinarias. Siguiendo está lógica, las ejecu-
ciones de Chagollán están amparadas por la “ley de la Salud Pú-
blica”14. Por otro lado, en el México del siglo XIX, no podría haber
un símbolo más claro de la ciudadanía que Juárez. Se dice que,
aún cuando huía hacia el norte del país, durante la invasión fran-
cesa en México, Juárez llevaba consigo la constitución de 1857. La
relación mestizaje–ciudadanía adquiere relevancia en la novela
debido a que los personajes ciudadanos son mestizos o indígenas.
Sorprende que los personajes criollos no tengan ninguna relevan-
cia como modelos positivos de ciudadanía15. El Zarco es un bandido
cobarde y Manuela, criolla también, no podría ser ciudadana por
ser mujer y, pero aún, tampoco podría ser madre de ciudadanos,
que es el único papel reservado para la mujer, debido a que se
rehúsa a seguir las pautas de sociabilidad del nuevo orden. Incluso
Pilar, que es mestiza, posee un papel en el nuevo orden pero no el
de ciudadana. Su rol será el de ser la madre de los ciudadanos de
la nación mestiza. Así Altamirano legitima la sociedad de clase,
abriéndole un espacio al indio como ciudadano de la nación, previa
asimilación a los valores y tradiciones liberales, vale decir euro-
peos.
Para concluir, es preciso señalar que dentro del contexto políti-
co e ideológico en el que escribe Altamirano, sus ideas resultan
avanzadas. Darle un lugar al indígena como ciudadano de la na-
ción, y al mestizo mismo, era algo absurdo para gran parte de los
intelectuales. Más aún, el concepto de una nación mestiza, en un
tiempo donde el mestizo se asociaba con la figura negativa del lé-
pero, tenía tintes revolucionarios a tal grado que sería retomada
34 JOSÉ SALVADOR RUIZ

por los pensadores posrevolucionarios en su proyecto de recons-


trucción nacional.

NOTAS:
1. Agradezco a Max Parra y Jaime Concha los comentarios en torno a este tra-
bajo.
2. Es importante tener en cuenta que la constitución de 1857, más que un do-
cumento que es seguido al pie de la letra, sirvió como símbolo de moderni-
dad y legitimidad para la facción liberal mexicana. Sobre la constitución de
1857 y su valor simbólico más que real véase: Guerra, François Xavier. Mé-
xico: del antiguo régimen a la Revolución. México: Fondo de Cultura Econó-
mica, 1988.
3. Véase; Reina, Leticia. “Ser Indio o Ser Ciudadano.” Eslabones .6 (1993): 28-
38.
4. En 1895 el 86% de la población rural era analfabeta. Véase Leticia Reina;
“Ser indio o ser ciudadano” p. 38.
5. Véase Pacheco, José Emilio “Manuel Gutiérrez Nájera: El Sueño De Una
Noche Porfiriana.” (Letras Libres 2.14 (2000): 20-23.) donde comenta sobre
tal actividad durante el porfiriato.
6. Esto es especialmente importante en el caso de México donde, como hemos
mencionado con anterioridad, la mayoría de la población era analfabeta. El
mensaje letrado se fortalece mediante su incorporación a modelos visuales
fácilmente imitables.
7. Así como Nicolás aprende de un extranjero el oficio de la herrería también
la forma de comportarse puede aprenderse según nos indica El manual de
urbanidad: “Por medio de un atento estudio de las reglas de la urbanidad y
por el contacto con las personas cultas y bien educadas, llegamos a adquirir
lo que especialmente se llama buenas maneras o buenos modales...” (47), o
Siempre que en sociedad ignoremos la manera de proceder en casos dados,
sigamos el ejemplo de las personas más cultas que en ella se encuentren...”
(49).
8. La traducción es nuestra.
9. En “Instrucción pública. Generalización del idioma Castellano” (25 de octu-
bre de 1882). De Ignacio M. Altamirano. Véase también “Instrucción públi-
ca” (del 28 de octubre de 1882) y “Instrucción pública” (del 31 de octubre de
1882) Todos publicados en El Diario del Hogar. Aparecen en Altamirano,
Ignacio M. Obras Completas XV. PP. 200-227. Nuestro énfasis.
10. Manuel Sol argumenta que Altamirano ya había empezado a redactar El
Zarco en 1874 citando la novela misma para comprobar dicha afirmación.
Véase Altamirano, Ignacio Manuel. El Zarco. Edición, transcripción, estudio
preliminar y notas de Manuel Sol. Xalapa, Universidad Veracruzana, 2000.
11. En “Enseñanza constitucional, un nuevo libro de texto”. Publicado por pri-
mera vez en El Diario del Hogar, el 23 de agosto de 1882. Este artículo sir-
vió de prólogo a un libro escrito por Luis Velasco Ruz y Manuel Ortega Es-
pinoza de título Lecciones elementales de Derecho Constitucional. Este di-
vulgaba de manera clara los derechos ciudadanos. Este artículo fue repro-
ducido en Altamirano, Ignacio M. Obras Completas XV PP. 193-199.
12. En su artículo “Instrucción pública. Generalización del idioma castellano”,
Altamirano identifica las etnias y sus lenguas que habitan en el Estado de
México durante el siglo XIX. En este artículo habla de las etnias citadas
arriba. En Obras Completas XV. P. 207.
EL LABERINTO DE LA ACULTURACIÓN: EL ZARCO 35

13. Cabe señalar que a un nivel espacial el mestizaje también está presente en
la novela. Yautepec, como pueblo mestizo, podría simbolizar un microcosmos
de la nación mestiza que Altamirano desea. Este pueblo es mestizo en todos
los aspectos: “Es un pueblo mitad oriental y mitad americano...Oriental,
porque los árboles ...son naranjos y limoneros...Verdad es que este conjunto
oriental se modifica en parte por la mezcla de otras plantas americanas,
pues los bananos. Y los mameyes y otras zapotáceas elevan sus enhiestas
copas sobre los bosquecillos...” (3). Además de la naturaleza agrega: “La po-
blación es buena, tranquila, laboriosa, amante de la paz ...La población toda
habla español, pues se compone de razas mestizas. Los indios puros han de-
saparecido allí completamente“ (4). Véase “Lectura ideológica de dos novelas
de Altamirano”, de Evodio Escalante.
14. Evodio Escalante parece haber sido el primer crítico que menciona la apa-
rente contradicción en el pensamiento de Altamirano en relación a su novela
El Zarco y la forma en que Juárez autoriza a Chagollán a ejecutar a los
bandidos. Véase “Lectura ideológica de dos novelas de Altamirano”, de Evo-
dio Escalante. En Homenaje. PP.189-203. Véase también Conway, Christo-
pher. “Lecturas”. En lo personal debo este señalamiento a Max Parra.
15. El hecho de que los héroes de la novela no sean blancos ha llevado a algunos
críticos a hablar de la inversión del concepto de belleza en las novelas de Al-
tamirano (Clemencia y El Zarco primordialmente). Sin embargo, no es el
concepto de belleza el que se invierte sino solamente la composición étnica
de los héroes. Véase Jaquelin Cruz “la moral” Hernández-Palacios, Esther.
“Heroínas y antiheroínas en la novela de Ignacio Manuel Altamirano”. En
Homenaje. PP. 225-236.

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