De Descartes A Freud
De Descartes A Freud
De Descartes A Freud
La ciencia y el sujeto.
Daniel Gerber
1. El saber y la causa
La noción de orden lleva a hacer una distinción entre los objetos percibidos
fenoménicamente -como puntos luminosos por ejemplo- y las relaciones entre
ellos, que carecen del estatuto perceptivo y de la misma cualidad de evidencia que
poseen los primeros. Esta distinción permite el surgimiento de la idea de causa,
que aparecerá una vez adquirida la convicción de que existe regularidad en las
repeticiones. De la necesidad de asignar un lugar a la causa nacerá el concepto
de saber como algo efectivo aunque no revelado al observador. El saber es saber
de la causa, en el sentido de que ésta sabe lo que hace, que está informada; por
esto ahí donde se sostiene que existe causa se sostiene también que hay saber
que gobierna la regularidad de los fenómenos observables.
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una relación. Quiere decir que lo que permite pasar de un simple agregado de
elementos a aquello que puede designarse un cuerpo -término que denota una
unidad interna y un orden-, no es algo que se suma a los objetos de la percepción,
no es del orden de lo sensible. Todo el problema consiste en concebir ese algo
que no añade nada al agregado de objetos pero que lo ordena como unidad, algo
que no está en el observador pues al postularse un saber que preside el orden, lo
fenoménico va a depender de otra cosa que de él.
El lazo que hace la unidad del agregado está esencialmente fuera del mundo
empírico y de quien lo observa. Es por esto que los dioses pueden aparecer como
figuras dominantes de este exterior y ofrecerse como lugares privilegiados donde
colocar ese saber creador y ordenador. No debe adjudicarse a algún tipo de
carencia en el pensamiento de nuestros ancestros lejanos que el saber -entendido
como relación de orden entre los fenómenos— se consideró en el comienzo
patrimonio de los dioses. Hay, por el contrario, una lógica muy consistente detrás
de esta idea, una lógica que podría expresarse más o menos así: si el saber
carece de toda sustancia, será necesario entonces suponerle un sujeto que lo
soporta. Este sujeto que lo soporta es lo único que puede darle consistencia.
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Tal idea de complementariedad es característica común de las teorías del
conocimiento denominadas clásicas. En ellas el conocimiento es presentado como
una relación que vincula a dos instancias, sujeto y objeto, considerados entidades
simétricas que se enlazan entre sí de manera natural. La mutua atracción que
asegura el perfecto ajuste de uno con otro no resulta sino la reproducción en este
campo de esa otra relación universalmente considerada como de pleno
complemento: la que liga al hombre con la mujer. Se ha entendido, en efecto, a lo
largo de los siglos, que los sexos son términos opuestos y a la vez
complementarios, asignándoseles a cada uno de ellos un conjunto de rasgos que
constituyen la inversión perfectamente simétrica de los que se les asigna al otro.
Durante muchos siglos esta idea del conocimiento gobernó las concepciones
vigentes. Pero la aparición de la ciencia moderna en el siglo XVII -con Galileo y
Descartes- vino a establecer un punto de ruptura con las teorías del conocimiento.
Se impugna entonces, de manera categórica la posibilidad de existencia de una
connaturalidad entre sujeto y objeto porque para la ciencia moderna ya no hay
objeto con el cual el sujeto pueda vincularse de manera complementaria. No lo
hay porque el objeto de la ciencia no es algo que ya esté ahí a la espera de un
sujeto que se apropie cognoscitivamente de él, es -ante todo- un objeto
construido.
Este sujeto cartesiano aparece así como agujero o carencia, como aquello
que hace falta (en ambos sentidos) en el conjunto de representaciones. Por esto,
desde el punto de vista estructural, es el agente del discurso de la ciencia, el lugar
del vacío, de la hiancia en el saber, de la cual la ciencia nada querrá saber pues el
saber que ella produce tiene como condición la previa exclusión del sujeto así
considerado. El saber reflexivo queda disociado de la verdad que será
precisamente aquello de lo que nada se querrá saber porque nada es posible
saber, es decir, el punto mítico en que significante y significado harían uno, ese
punto que las teorías del conocimiento -de ahí su naturaleza mítica- encuentran
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constantemente. Para el discurso científico, en cambio, la condición de existencia
es la imposible reunión de saber y verdad, por ello su búsqueda de elaborar una
formalización integral de la experiencia que permita realizar una sutura allí. Es la
causa del rechazo del sujeto fuera de su campo en tanto la presencia de éste se
identifica con la hiancia que hace fracasar la empresa de suturación. El sujeto
rechazado se convierte así en el correlato inevitable del discurso de la ciencia, en
su soporte indispensable, porque este discurso se construye en el orden
puramente significante -el de las letras minúsculas con las que opera el álgebra de
Descartes por ejemplo-, lo que implica de manera inevitable la producción del
agujero que es efecto del significante. En este sentido, el yo de la certeza, el yo
pienso (cogito) de Descartes no viene sino a rellenar el lugar de este agujero de lo
irrepresentable. Ahora bien, la existencia de éste último reabre necesariamente la
posibilidad de la duda y es precisamente frente a esta situación inevitable que no
queda a Descartes otro recurso que instalar en ese lugar la única garantía posible:
el gran Otro divino, el Dios no engañoso, sujeto-supuesto-saber, única instancia
que asegura resultados confiables en la manipulación de esas letras minúsculas
que inventa.
"El sujeto sobre el que operamos en psicoanálisis no puede ser sino el sujeto
de la ciencia".4 La afirmación de Lacan es rotunda y la tesis que pone de
manifiesto es que el sujeto del psicoanálisis no es otro que aquél que surgió en
Occidente en el siglo XVII bajo el nombre de cogito cartesiano. El advenimiento de
este sujeto ha sido, históricamente, la condición para que Freud descubriera el
inconsciente, en tanto el único sujeto del campo psicoanalítico es el del cogito, ese
sujeto cartesiano cuyo nacimiento es crucial pues provoca una ruptura categórica
entre toda concepción de la subjetividad inherente a la psicología y la que viene a
formular el psicoanálisis.
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Para la psicología el sujeto sigue siendo aún ese sustrato subyacente que la
misma etimología del término indica, es decir, el sub-jectum, lo que yace debajo, el
upokeimenon de los griegos. Se trata entonces de algo primero, previo al
significante y poseedor de una identidad permanente. En un segundo momento
este sujeto podrá expresarse por medio del significante. Han sido diversos, a lo
largo de la historia, los términos que en psicología designan a ese sustrato:
psyché, el alma (que da el nombre a esta disciplina), la conciencia, el sujeto de las
profundidades de Jung, el conjunto de reacciones de los conductistas; términos
diversos que aluden a la misma sustancia subyacente, que indican que, más allá
de las divergencias, la misma idea es compartida por las diversas psicologías, la
de que hay un sustrato invariante que está allí antes y debajo de los fenómenos
"psíquicos".
En Freud, por lo tanto, hay retorno del cogito cartesiano. Retorno que se
materializa en el hecho de que eso -el inconsciente freudiano como cadena de
significantes- piensa antes e inmediatamente de un sujeto presunto emisor de
enunciados. En este sentido, no es el sujeto quien "posee" un inconsciente sino
que el inconsciente, hecho de lenguaje, posee un sujeto cuyo lugar debe situarse
en el corte de la cadena significante. Se puede entender de este modo por qué
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Freud afirma que en el texto del sueño la duda del soñante acerca de alguna
representación es el apoyo de la certeza: allí, en esa vacilación, en ese hueco,
está el sujeto. Como Descartes, Freud pretende fundar una certeza; pero
contrariamente a Descartes, esa certeza que pretende fundar Freud no hallará su
apoyo en el Dios veraz del primero sino en lo que puede considerarse laguna de la
representación.
Hay una diferencia clara entre ambos, aun cuando el punto de partida sea una
concepción común acerca del sujeto, considerado como efecto del significante Y,
por lo tanto, carente de ser. Para Descartes, así como para Freud, el sujeto sólo
"es" en tanto representado por el significante, lo que implica que ningún
significante es el sujeto, se trata solamente de una representación. El significante,
como dice Lacan, representa al sujeto para otro significante pues todo significante
necesariamente apela a otro, otro que tendrá que significarlo. Esto quiere decir
que el significante sólo puede producir efectos de significado al combinarse con
otros, no puede por lo tanto designar al ser, condenado a ser sólo en tanto que
representado. En otros términos, un significante no puede sino convocar a otro,
otro que vendrá a ocupar ese lugar para siempre vacío de la ausencia de ser; a
ocupar el lugar pero no a ser el sujeto. A este otro significante, que viene a
significar al primero, Lacan lo escribe y lo define como significante que falta,
significante de la ausencia de significante que designe al ser.
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caracteriza al sujeto, división constitutiva, sin posibilidad alguna de sutura que le
ponga fin.
4. ¿Ateísmo de la ciencia?
El siglo XVII marcará así una clara ruptura en el campo del conocimiento: la
ciencia ya no se ocupará de la verdad, que quedará relegada al campo de la
creencia, sino del saber. Pero esto supone una aserción previa: hay saber en lo
real, hay saber en el orden y regularidad que se puede encontrar en el
acaecimiento de los fenómenos, o, en otros términos, se puede confiar en la
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experiencia natural pues ésta no engaña. Es la razón por la que la ciencia no
puede considerarse tan atea como se suele pensar; un verdadero acto de fe está
en su origen, el que erige una suposición de saber en el lugar del hueco inevitable
del sistema de saber que se engendra cuando el sujeto es rechazado fuera de su
campo. Una suposición de que allí hay saber es básica para el desarrollo de la
ciencia, una suposición de que es posible el saber de la verdad siempre soportada
por un sujeto. Este -sujeto-supuesto al saber- es garantía del pre-supuesto de que
hay saber en el mundo, de que todo lo que ocurre tiene una causa, esto es de que
lo real no engaña. El sujeto-supuesto-al saber es así ese elemento del orden de la
creencia que da la seguridad de que todo puede existir saber, o de que el saber
puede tomar la forma del todo; es, fundamentalmente, una función que ex-siste a
la ciencia y le da consistencia, la función-sujeto que asegura la posibilidad de
confiar en esas fórmulas que se producen en el campo científico.
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A pesar de que la condición de advenimiento de la ciencia moderna es esta
delimitación respecto a la idea de un alma del mundo, Dios no está ausente de ella
sino que es una figura fundamental que ocupa el lugar de ese elemento excluido,
silencioso. Sólo así es posible explicar la razón de la tan frecuente aparición de
saberes que podrían catalogarse como "complemento del alma" de la ciencia,
saberes basados en el propósito de hacer hablar a ese Dios ahora silencioso,
saberes que poseen la característica de intentar la reunión mítica del significante y
significado en la medida en que se presentan como una interpretación de sentidos
que se mostrarían de manera transparente en diversos tipos de signos; el alma del
mundo desterrada de la ciencia se expresaría de este modo por medio de esos
signos. El discurso científico, en cambio, se basa en la completa disyunción de
significante y significado, pero se sostiene a la vez en la firme convicción de que
hay saber que puede ser construido a través de fórmulas, hay saber "de verdad",
saber de la verdad y el lugar de la verdad es ocupado por el sujeto que a ese
saber le es supuesto. Sujeto supuesto como agente de este discurso, es la
condición de todo trabajo de agrupamiento y localización de las causas, de cuya
existencia no se duda a partir de la creencia de que hay verdad.
5. El psicoanalisis y la ciencia
El psicoanálisis pudo ser fundado a partir de esa condición previa que fue el
surgimiento del discurso de la ciencia. Freud es, en este sentido, heredero del
espíritu positivo de la ciencia, como lo atestigua su afiliación con Brücke, Helhotz,
Du-Bois Reymond, su adscripción al energetismo, su afán por hacer del
psicoanálisis una ciencia conforme al modelo de las ciencias de la naturaleza.
Afiliación al espíritu positivo de la ciencia que ocasionó un acontecimiento
fundamental en la historia de la elaboración del saber psicoanalítico: la ruptura con
Jung, quien, con su teoría de las "profundidades" del sujeto y de los arquetipos
universales e inmemoriales remite el psicoanálisis a la religión. Para Lacan esta
ruptura es prueba del posicionamiento de Freud en la perspectiva de los ideales
del cientismo y fue provocada cuando Jung
se deslizó hacia algo cuya función no puede definirse sino como la de intentar
restaurar en ello un sujeto dotado de profundidades -este último término en plural-
lo cual quiere decir un sujeto compuesto de una relación con el saber, relación
llamada arquetípica, que no se redujese a la que le permite la ciencia moderna con
exclusión de cualquier otra, la cual no es nada más que la relación que definimos
el año pasado como puntual y evanescente, esa relación con el saber que de su
momento históricamente inaugural ha conservado el nombre de cogito. 7
Ese cogito es el sujeto del psicoanálisis como efecto del significante, nunca
un sujeto "de las profundidades" ya presente desde siempre. Sujeto del
significante que surge como efecto puntual en una estructura que es la del
lenguaje, sujeto -que al final de su recorrido- Freud define como dividido 8 entre su
dimensión de ser de saber y su dimensión de ser de verdad -verdad que ocupa el
lugar mismo de causa de su ser- que se realiza de una manera u otra en el corte
del discurso. En esta división está la razón del fracaso de la ciencia para llevar a
término su intento de suturar o formalizar integralmente ese sujeto, fracaso al que
la lógica contemporánea ha hecho alusión a través del teorema de Gödel.9
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La división del sujeto determina una consecuencia fundamental que debe
orientar la reflexión en torno de todo aquello que se agrupa bajo la rúbrica de
"epistemología" del psicoanálisis, es decir, de todo ese extenso debate que gira
alrededor de la cientificidad que se le podría o no adjudicar a esta teoría. El eje
principal del debate debe desplazarse a partir de las consideraciones anteriores,
que permiten establecer que lo esencial no es determinar si el psicoanálisis reúne
los "requisitos" que permitan calificarlo como ciencia sino que su aspecto
fundamental es el lugar histórico que ha venido a ocupar respecto de ella. Se trata
de un lugar singular ya que es la práctica que recupera ese sujeto rechazado de la
ciencia, ese sujeto del cogito que se define como el resto irreductible que se
produce por una falta del saber que es la falta de saber del sexo.
Hay pues una dialéctica del sujeto y el saber que se establece a partir de un
rechazo de la verdad, excluida del discurso de la ciencia, que nada quiere saber
de esa hiancia abierta en el saber porque el saber del goce falta. Desde el cogito
cartesiano la ciencia rechaza la verdad de su discurso y la remite a Dios, creador
de verdades eternas y, en el extremo, garante del trabajo de los científicos. A
partir de este rechazo y de la falta consiguiente que se genera en su estructura, el
discurso de la ciencia se desarrolla como saber acumulativo. Esto es así por el
vínculo de éste último con el número, que es efecto de la presencia enigmática del
significado en lo real y que se funda como serie a partir de una ausencia que es el
cero. El cero viene a tomar en la serie de los números enteros el mismo lugar del
sujeto en la ciencia, el lugar de condición y límite interno de ese sistema.
Las primeras veces pudo pensarse, acaso, que la cura analítica había chocado
con un escollo debido a un suceso contingente, es decir, que no está en sus
propósitos ni fue provocado por ella. Pero si ese vínculo tierno del paciente con el
médico se repite de manera regular con cada nuevo caso; si una y otra vez se
presenta, en las condiciones más desfavorables ( ... ) si tal ocurre, tenemos que
abandonar sin duda la idea de una contingencia perturbadora y reconocer que se
trata de un fenómeno que está en la más íntima relación con la naturaleza de la
enfermedad misma. 12
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Lo más íntimo de la enfermedad misma, en los términos de Freud, ¿qué es
sino ese ser excluido del sujeto que retorna en el aferramiento de éste con el
sujeto-supuesto al saber, es decir, en la transferencia y bajo la modalidad de la
creencia? Lo excluido primordial reaparece aquí porque la sola presencia del
analista es garantía para el sujeto de que "todo tiene causa", y el núcleo de verdad
del sujeto que el síntoma aloja viene a encarnar en el analista, donde se instala la
carencia en ser del sujeto que dirige su palabra a él. Esto porque en el análisis,
más allá de la demanda de saber, hay una demanda de ser que es la causa de la
aparición del amor: "La creencia repite por ahí la historia de su propia génesis: ella
es un derivado del amor y no tiene necesidad de argumentos al comienzo". 13
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Si, por otra parte, ese "no querer saber" es condición de producción del
saber de las ciencias, el psicoanálisis no es una ciencia, aun cuando su
nacimiento sólo haya sido posible a partir de la existencia del discurso científico.
Que no sea ni pueda ser una ciencia no significa que deba incluírselo en el campo
de la religión o de la magia, prácticas éstas que se sostienen en saberes que son
un relleno del hueco del Otro, que se basan en la institución de un significante
mítico al que se le asigna la posibilidad de significarse a sí mismo. Magia y religión
intentan finalmente producir una respuesta ilusoria a la imposibilidad de saber del
sexo y se hallan por esto en las antípodas del psicoanálisis. La ciencia, por otra
parte, se constituye a partir de excluir completamente de su campo ese imposible
para elaborar un saber sin fallas. Ante estas diversas modalidades de saberes, el
psicoanálisis viene a establecer la inexistencia de lazo alguno entre saber y deseo,
de manera que todo saber que pretenda establecer algún tipo de ligazón no será
más que supuesto, puesto en el lugar de ese imposible. Para el psicoanálisis entre
el sujeto y el Otro, entre el hombre y la mujer, entre significante y referencia, falta
toda relación connatural y armónica; pero esta falta es sustituida de algún modo
por el fantasma, construcción en la que, de manera singular, el sujeto "recupera"
aquello que del goce se pierde por la entrada en el lenguaje.
1 Koyré, A., Estudios de historia del pensamiento científico, México, Siglo XXI,
1978, p. 71.
2 Koyré, A., ibid., p. 70.
3 Lacan, J., "Radiofonía", en Radiofonia y televisión, Barcelona, Anagrama, 1977,
p. 62.
4 Lacan, J., Escritos 2, México, Siglo XXI 1985, p. 837.
5 Lacan, J., Escritos 2, p. 800.
6 Koyré, A., op. cit., p. 194.
7 Lacan, J., Escritos 2, op. cit., p. 836.
8 Cf. Freud, S., "La escisión del yo en el proceso defensivo", en Obras completas,
Buenos Aires, Amorrotu, tomo XXIII, 1989, p. 271.
9 Cf. Nagel, E. y Newman, J. R., El teorema de Gödel, México, CONACYT, 1981
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10 Freud, S., "Conferencias de introducción al psicoanálisis", en Obras completas,
Buenos Aires, Amorrortu, tomo XVI, 1978, p, 401.
11 Ibid, p. 396.
12 Ibid, p. 401.
13 Ibid, p. 405.
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