Liberalismo Político (Rawls - Dworkin - Magee)

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LIBERALISMO POLÍTICO

John Rawls
[I]maginemos a alguien cuyo único placer consiste en contar briznas de hierba en diversas zonas
geométricamente conformadas, como parterres y espacios bien recortados. Por lo demás, es inteligente
y posee, en realidad, aptitudes poco comunes, pues vive de lo que gana resolviendo difíciles problemas
matemáticos. La definición del bien nos obliga a reconocer que el bien para este hombre consiste,
ciertamente, en contar briznas de hierba, o, más exactamente, su bien está determinado por un proyecto
que concede un lugar especialmente relevante a esta actividad. Ante su caso, intentaríamos otras
hipótesis. Tal vez sea un hombre especialmente neurótico y haya adquirido, en los primero años de su
vida, una aversión a la compañía humana, y por eso cuenta briznas de hierba, para evitar el trato con
otras personas. Pero, si admitimos que su naturaleza consiste en disfrutar con esta actividad y en no
disfrutar con ninguna otra, y que no hay modo posible de cambiar esta condición, entonces no hay duda
de que un proyecto racional para él se centrará en esa actividad. Será para él la finalidad que regula la
catalogación de sus acciones, y esto decide que es bueno para él. Recurro a este caso fantástico, sólo
para demostrar que la exactitud de la definición del bien de una persona en términos del proyecto
racional para ella no requiere que sea verdadero el principio aristotélico.1

En una sociedad bien ordenada, (...) los proyectos de vida de los individuos son diferentes, en el
sentido de que tales proyectos dan especial importancia a diferentes propósitos, y las personas quedan
en libertad de determinar su bien, sin contar con los puntos de vista de los otros, más que a título
consultivo. Ahora bien, esta variedad en las concepciones del bien es buena en sí misma, o, dicho de
otro modo, es racional que los miembros de una sociedad bien ordenada deseen que sus proyectos sean
diferentes. (...) Pero la situación es enteramente distinta con la justicia: aquí exigimos no sólo unos
principios comunes, sino unos modos bastante similares de aplicarlos en los casos particulares, de
modo que pueda definirse un ordenamiento final de pretensiones opuestas. Los juicios de la justicia
sólo son consultivos en circunstancias especiales.2

Una de las más profundas distinciones entre las concepciones políticas de la justicia enfrenta a
aquellas que consienten una pluralidad de concepciones del bien opuestas e incluso inconmensurables
con aquellas que sostienen que no existe más que una única concepción del bien que debe ser
reconocida por todas las personas, en la medida en que sean plenamente racionales. Las concepciones
que se sitúan a un lado de esta distinción difieren en varios aspectos fundamentales de las que se sitúan
al otro. Platón y Aristóteles, y la tradición cristiana representada por San Agustín y Santo Tomás, se
sitúan del lado del bien racional único. Estas concepciones son teleológicas y sostienen que las
instituciones son justas en la medida en que efectivamente promueven ese bien. Asimismo, desde la
época clásica, la tradición dominante parece haber sostenido que no existe más que una única
concepción del bien, y que el propósito de la filosofía moral, junto con la teología y la metafísica, es
definir su naturaleza. (...) En contraste, el liberalismo es una concepción política que supone la
existencia de múltiples concepciones del bien conflictivas e inconmensurables, cada cual compatible
con la plena racionalidad de los seres humanos. En consecuencia, el liberalismo supone que una
característica fundamental de la cultura de una sociedad democrática es que los ciudadanos afirman una
pluralidad de concepciones del bien conflictivas e inconmensurables.3

1
JOHN RAWLS, Teoría de la justicia, F.C.E., México, 1979, p.478.
2
Ibid., p.495.
3
JOHN RAWLS, "La justicia como equidad: Política, no Metafísica", Agora, Verano de 1996, núm.4, p.45.
Una sociedad democrática moderna se caracteriza no sólo por la pluralidad de doctrinas
comprensivas, ya sean religiosas, filosóficas y morales, sino también porque ese conjunto de doctrinas
comprensivas razonables es un pluralismo de doctrinas que resultan incompatibles entre sí. Ninguna de
estas doctrinas cuenta con el consenso de los ciudadanos en general. Ni tampoco debiéramos suponer
que en un futuro previsible una de ella, o alguna otra doctrina razonable, algún día sea suscrita por
todos o casi todos los ciudadanos de esa sociedad. El liberalismo político presupone que, en cuanto a
propósitos políticos, una pluralidad de doctrinas comprensivas razonables, aunque incompatible entre
sí, es el resultado normal del ejercicio de la razón humana dentro del marco de las instituciones libres
de un régimen constitucional democrático.4

El objetivo de la justicia como imparcialidad es, por tanto, un asunto práctico: se presenta como
una concepción de la justicia que pueden compartir los ciudadanos, en tanto que es fundamento de un
acuerdo político y razonado, informado y voluntario. Expresa su razón pública y política compartida.
Pero, para lograr esa razón compartida, la concepción de la justicia debe ser, en lo posible,
independiente de las doctrina filosóficas y religiosas opuestas e incompatibles que profesen los
ciudadanos. Al formular tal concepción, el liberalismo político aplica el principio de la tolerancia a la
filosofía misma. Las doctrinas religiosas que en siglos anteriores eran la base ideológica que profesaba
la sociedad han dado paso, gradualmente, a ciertos principios de gobierno constitucional que pueden
suscribir todos los ciudadanos, cualquiera sea su punto de vista religioso. Las doctrinas comprensivas
filosóficas y morales no pueden ser ya suscritas de esta manera por los ciudadanos en general, y
tampoco pueden ya servir, si acaso algún día lo hicieron, como el fundamento que profesa la sociedad.
(…) Por lo tanto, lo que busca el liberalismo político es una concepción política de la justicia (...).
Aclaremos: esa concepción política ha de ser, por así decirlo, política y no metafísica.5

Ronald Dworkin
Hay dos enfoques generales posibles acerca de la cuestión acerca de cuáles arreglos sociales son
justos. Un enfoque dice que la respuesta a la pregunta: “¿Qué es justicia?”, depende de la respuesta a
una nueva pregunta, a saber: “¿Qué tipos de vida han de llevar hombres y mujeres?” “¿Qué se
considera como excelencia en un ser humano?” Dice: “Trata a la gente como le gustaría ser tratada a la
gente excelente, conforme a alguna teoría de la excelencia”. Los liberales rechazan ese enfoque de la
justicia. Dicen que la justicia es independiente de cualquier noción particular de la buena vida, de tal
manera que personas que sostienen tipos muy diferentes de teorías acerca de la excelencia humana
pueden estar de acuerdo acerca de lo que requiere la justicia. (...) El libro de Rawls intenta demostrar
hasta dónde puede generarse una teoría política atractiva, altruista y humanitaria, que se base en este
segundo enfoque liberal.6

Bryan Magee: Sé que ésta es una petición increíble, pero, ¿le sería posible resumir la tesis central de
Rawls, de manera que nos dé alguna indicación de su influencia, tan considerable?

4
JOHN RAWLS, Liberalismo político, F.C.E., México, 1996, p.11.
5
Ibid., p.34/35.
6
BRYAN MAGEE, Los hombres detrás de las ideas: Algunos creadoes de la filosofía contemporánea, Cap. XIII, Filosofía y
política: Diálogo con Ronald Dworkin, F.C.E., México, 1982, p.264.
Ronald Dworkin: Lo intentaré. Una buena idea sería distinguir dos aspectos del libro; el método que
Rawls sugiere y emplea, y las conclusiones a las que llega. Creo que es útil distinguirlos, porque a
algunas personas les impresiona un aspecto, y no el otro. El método es llamativo. Rawls nos dice que,
cuando nos preocupan las cuestiones básicas de la justicia, cuando deseamos descubrir las reglas que
proporcionarían la estructura básica de una sociedad justa, debemos proceder de la siguiente manera:
debemos contarnos un cuento de hadas. Debemos imaginar un congreso de hombres y mujeres que aún
no pertenezcan a ninguna sociedad particular, y que se hayan reunido en una especie de convención
constitucional, para escoger las reglas fundamentales para una sociedad en formación. Estas personas
son comunes; del pueblo. Tienen identidades específicas, debilidades específicas, fuerzas específicas,
intereses específicos. Pero sufren de un tipo de amnesia de los más graves. No saben quiénes son. No
saben si son viejos o jóvenes, hombres o mujeres, blancos o negros, talentosos o tontos. En particular, y
esto es· muy importante, no conocen sus propias creencias acerca de qué es valioso en la vida.
Realmente cada uno tiene una concepción de cómo quiere que sea su vida, cuáles son sus preferencias
acerca de la moralidad sexual, y demás, pero nadie sabe, de hecho, cuáles son sus tesis acerca de esas
cuestiones. Así que, usando una expresión de Rawls, esto es como si se encontraran separados de sus
propias personalidades por un velo de ignorancia. Ahora bien, a pesar de esto, estos amnésicos deben
ponerse de acuerdo acerca de una constitución política. Rawls dice que, si nos preguntamos a qué
acuerdos llegarían sobre una constitución personas en esta extraña situación, cada una de ellas,
actuando sólo en una búsqueda racional de su propio interés personal, la respuesta a esa pregunta sería,
por esa razón, principios de justicia. Claro está que es exagerado suponer que algo similar a esta
convención ha sucedido realmente o, incluso, que podría suceder. La narración es una forma dramática
de pedir a la gente que se imagine haciendo elecciones en su propio interés personal, pero sin saber
cosas que distingan los intereses de uno, de los intereses de otros y, claro está, esa es sólo una manera
de dar fuerza a cierta concepción de igualdad referente a decisiones políticas. Pero, por el momento,
creo que es mejor no abandonar el mito, porque el mito mismo tiene gran poder. La pregunta es: ¿cuál
sería el acuerdo al que llegarían las personas en esta situación?
Esto nos lleva al segundo aspecto del libro. ¿Qué conclusiones proporciona este método? Hay dos, y
Rawls las denomina "los dos principios de la justicia". Yo diría que son principios para una sociedad
con cierto grado de desarrollo económico, de tal manera que, por ejemplo, haya bastante comida para
todos. Rawls dice que una vez. que se ha llegado a ese punto , la gente en la posición original , como
llama a esta extraña situación , estaría de acuerdo en los siguientes dos principios: Primero, todo el
mundo ha de tener las libertades básicas , las que Rawls enumera, en la mayor cantidad que sea
congruente con que todo el mundo tenga por igual las libertades básicas. Estas libertades básicas
incluyen las libertades políticas convencionales, la libertad de votar, la libertad de expresión sobre
asuntos políticos, la libertad de conciencia; incluyen, también, la libertad de tener propiedades
personales, la de tener protegida la propia persona, la de no ser detenido súbitamente y sin la debida
causa, y así sucesivamente. De esta manera, están protegidas las que se podrían denominar libertades
liberales convencionales. En segundo lugar, no ha de tolerarse diferencia alguna en riqueza , a menos
que esa riqueza redunde en beneficio del grupo en peor situación en esa sociedad. Este segundo
principio es muy dramático. Supongamos que un cambio en la estructura económica hiciese mucho
más rico al muy rico, mucho más pobres a las clases medias y , en general , mucho más pobre a la
comunidad , en su conjunto. El cambio debe hacerse, si el resultado ha de beneficiar al más pobre de
los grupos; por pequeño que sea. sí que tenemos dos principios: el primero es el principio que dice que
hay ciertas libertades que deben protegerse; el segundo, es un principio más igualitario, que dice:
"Considera la situación del grupo en peores condiciones. Todo cambio en la estructura social ha de
beneficiar a ese grupo." Los dos principios están relacionados mediante lo que Rawls denomina "el
principio de prioridad". El primer principio domina al segundo. Por ejemplo: aun cuando una reducción
de las libertades políticas, eliminar el derecho a la libre expresión, beneficiase al grupo en peores
condiciones de la sociedad, eso no debe hacerse. Sólo cuando se ha protegido plenamente la libertad, se
tiene derecho a considerar las cuestiones económicas que surgen del segundo principio. Cuando se
llega a esas consideraciones económicas, se debe beneficiar a la clase en peores. condiciones; pero eso
no se puede hacer hasta que las libertades de todos estén suficientemente protegidas.

Bryan Magee: Este principio, de que el bienestar de los que se encuentran en peores condiciones debe
tener una consideración primaria, es extraño, en un doble sentido. Nunca ha habido una sociedad que
opere conforme a este principio; ni siquiera la más democrática de las democracias liberales. En
segundo lugar, va en contra de la intuición; no es así como "pensamos" naturalmente. Y tampoco
resulta claro, en manera alguna, por qué ha de considerarse un principio de justicia.

Ronald Dworkin: Debemos distinguir dos cuestiones diferentes. Una es, "¿Rawls prueba eso?" ¿Prueba
que las personas en su posición original seleccionarían de hecho ese segundo principio? En segundo
lugar, y sin considerar la cuestión de si lo prueba, ¿tiene algún atractivo para nosotros? Ahora bien,
respecto a esta segunda cuestión, debo decir que a mí me atrae mucho, así como a muchas otras
personas. Esto puede llevarse a extremos. Obviamente, podemos imaginar situaciones en las que a la
mayoría de la gente le parecería insensato seguirlo. El principio podría requerir que fuese necesario
cualquier sacrificio por parte de las personas en mejores condiciones, para darles un tazón más de arroz
a cada uno de los pobres hambrientos de la India, lo cual, de hecho, no modificaría mayormente sus
vidas. Pero lo que me parece irresistible es la idea general de que la solidaridad, un sentido de respeto
hacia los compañeros humanos, lo mueve a uno a atender a aquellos cuyas necesidades son mayores.
BRYAN MAGEE, Los hombres detrás de las ideas: Algunos creadores de la filosofía contemporánea,
Cap. XIII, Filosofía y política: Diálogo con Ronald Dworkin, F.C.E., México, 1982.

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