Historia, Derecho y Corrupcioón en Hegel
Historia, Derecho y Corrupcioón en Hegel
Historia, Derecho y Corrupcioón en Hegel
Trabajo de Grado presentado por Pablo Bustos Sánchez, bajo la dirección del
Profesor Mario Roberto Solarte Rodríguez, como requisito parcial para optar al título
de Magíster en Filosofía
Profesor
LUIS FERNANDO CARDONA SUÁREZ
Decano
Facultad de Filosofía
Estimado Fernando:
Un cordial saludo.
Atentamente,
Pág.
TABLA DE CONTENIDO................................................................................. 5
INTRODUCCIÓN ........................................................................................... 7
El presente trabajo constituye ante todo en un doble homenaje a Hegel: a los 200 años
de la primera publicación de Líneas fundamentales de la filosofía del derecho1 (FD),
(1.821), la cual constituye una de las obras más importantes sobre la corrupción jamás
escrita, aún hasta nuestros días, y a los 250 años de su natalicio (1870)2. Hegel en esta
obra (FD) así como en Lecciones de la filosofía de la historia (FH) da cuenta de la
singular importancia del problema de la corrupción, anticipa la creciente centralidad
de esta en la agenda nacional e internacional, y al descifrarla e historiarla, sienta las
bases conceptuales críticas al interior del discurso público de la modernidad al respecto.
El discurso sobre la corrupción ya incluía pensadores desde Montesquieu, sirvió de
inspiración para cambios históricos como las guerras de independencia en
Latinoamérica, en donde fungió como una de las mayores banderas de las
confrontaciones políticas, sociales y jurídicas subyacentes.3
1
Para citar las obras de Hegel se prefieren las abreviaturas en español que han sido adaptadas de las
propuestas por Eva Moldenhauser y Karl Markus Michel en la edición alemana de Suhrkamp. Así, para
Líneas fundamentales de la filosofía del Derecho (Grundlinien der Philosophie des Rechts) la
abreviatura será Filosofía del Derecho (FD), para Lecciones de la filosofía de la historia (Vorlesungen
über die Philosophie der Geschichte), Filosofía de la Historia la abreviación (FH) y para Enciclopedia
de las ciencias filosóficas (E).
2
Esta monografía surge de un seminario de posgrado en la Pontificia Universidad Javeriana realizado
en homenaje al referido bicentenario de Hegel, dirigido por el director por el profesor Roberto Solarte.
3
El Libertador expidió el 12 de enero de 1824 el decreto más drástico contra la corrupción, dado “[q]que
una de las principales causas de los desastres en que se ha visto envuelta la República, ha sido la
escandalosa dilapidación de los fondos, por algunos funcionarios que han intervenido en ellos” y que “el
único medio de extirpar radicalmente ese desorden es dictar medidas fuertes, y extraordinarias”
sancionándola con pena de muerte tanto a “funcionario público” incluyendo “jueces que no profieran su
sentencias Conforme a este decreto”, otorgándole la potestad a todos ciudadano de denuncias actos de
corrupción” (Bustos, 2015, p. 9).
8
4
El andamiaje filosófico sobre la corrupción como tal en su especificidad, como es bien sabido, se
halla aún en construcción.
9
Las FH muestran hasta dónde “ha llegado la conciencia [y …] los momentos principales
de la forma en la cual se ha realizado el principio de libertad, pues la historia universal
no es sino el despliegue de la conciencia de libertad” (FH, p. 583). Así, la distancia
bajo la forma decadente de la conciencia y la corrupción extrema constituye los pasos
desde la gradualidad que revelan estadios degenerativos de la libertad en tanto cuanto
formas del devenir de la conciencia objetiva.
Para Hegel la filosofía de la historia universal se mide por el tamaño de su
libertad6 y de la conciencia de esta. “La historia universal desde el punto de vista
geográfico va de Oriente hacia Occidente, pues Europa es cabalmente el término de la
historia universal, al paso que Asia es su comienzo” (FH, p. 312), pues “[l]a historia
universal es la crianza de la voluntad desde su salvajismo natural hasta llegar a lo
universal y a la libertad subjetiva” (FH, p. 312).
Así como la libertad es el referente de la filosofía de la historia 7, también es
destacable su incidencia para la comprensión, desde lo geográfico, del lugar que está
tiene en las respectivas culturas de la división de Oriente y Occidente. En efecto, la
consideración no resulta ser caprichosa o “eurocentrista”, pues el metro no es la
5
La historia de la corrupción tiene a su vez como contrapartida dialéctica la historia de la búsqueda de
libertad, en cuanto esta constituye su superación desde la intersubjetividad en proceso de autoconciencia.
6
La filosofía política de Hegel comprende, como contenidos principales, dos temas fundamentales: “el
primero […] su teoría ética de la libertad y su relación con la autoridad, que coincidía aproximadamente
con su crítica al individualismo. Y el segundo […] su teoría del Estado, su estructura constitucional y su
relación con las instituciones de la sociedad civil” (Sabine, 1992, p. 477).
7
La teoría del fin de la de la historia, atribuida a Hegel, parte de la lectura de Kojève, quien a su vez
introduce la idea de lucha por el reconocimiento, de gran acogida en la Francia de entreguerras por
seguidores como Aron, Merleau-Ponty, Breton y Lacan (Ávalos, 2010, p. 10).
11
geografía sino la libertad en su dimensión política: “El Oriente supo tan solo, y sigue
sabiendo, que uno es libre, el mundo grecorromano sabe que unos cuantos son libres,
y el mundo germánico sabe que todos son libres” (FH, p. 332).
El aspecto político del alcance de la libertad en teoría lo expone Hegel cuando
presenta la correspondencia de las formas de gobierno o Estado con el grado de
desarrollo de su libertad, y no al contrario: “Por tanto la primera forma que hallamos
en la historia universal es el despotismo, la segunda la democracia y la aristocracia, y
la tercera la monarquía” (FH, p. 332). El menor nivel de libertad —que se da en
Oriente— se corresponde con el despotismo. A este le siguen, en un mismo nivel, la
democracia y la aristocracia, que son equiparadas por no tener una plena conciencia de
la libertad sino tan solo por unos pocos y que, en este contexto, por sí mismos, no
aseguran la libertad —el contenido de estas dos formas son sus límites, su insuficiencia
frente a la libertad—. El último nivel lo atribuye a la monarquía, el grado supremo de
tal conciencia, pese a constituir ya para la época un estadio político económico cada
vez más negado y superado, precisamente por ahogar la libertad8.
Como se dijo anteriormente, a la base de Oriente se halla la “conciencia
inmediata”, que constituye “la infancia de la historia” (FH, p. 312), cuya relación con
la voluntad subjetiva se da a través de la fe, la confianza y la obediencia. “Vienen a
girar todos ellos en torno a un centro, alrededor del que manda e impera” (FH, p. 313)
—que precisamente el alcance de estos contenidos riñe con la afirmación precedente
sobre la monarquía como estadio superior de la libertad por encima de la aristocracia y
más aún de la monarquía—. Sin embargo, la “intuición oriental” halla su grandeza en
“la del sujeto como sustancia, a la cual todo pertenece, de manera que ningún otro
sujeto se separa y se refleja en su subjetiva libertad” (FH, p. 314), es decir, la existencia
misma de un poder constituido constituye el presupuesto para erigir lo permanente, que
se desmorona y decae por no haber antítesis. Por ello llega su rápida decadencia, pues
8
Quizás esta postura obedezca a la diferencia entre la “libertad sustancial de la libertad subjetiva”, donde
“[l]a libertad sustancial es la razón de la voluntad, que es en sí y luego se despliega en el Estado” (FH,
p. 312) y donde el individuo vive en una completa sumisión a las leyes, y los preceptos fijos que no se
corresponden por tanto a su voluntad, donde “los sujetos vienen a parecerse a los niños, quienes
obedecen a sus padres sin tener una voluntad personal e ideas propias” (FH, p. 312).
12
De esta desaparición del lado eclesiástico, es decir, de la Iglesia misma, nace la forma
superior del pensamiento racional: el espíritu, que de nuevo se ha recogido en sí mismo,
produce su obra en forma pensante y ha sido capaz de realizar lo racional partiendo
sólo del principio de la mundanidad [...] desapareciendo las oposiciones entre Estado
e Iglesia. (FH, p. 316)
La “historia del mundo”10 no es un juego del destino ciego del poder “sino que
como el espíritu es razón en sí y para sí” (FD § 342). Luego, “el desarrollo necesario,
a partir del concepto sólo de la libertad del espíritu, de los momentos de la razón y por
tanto de la autoconciencia y de su libertad, la explicitación y realización efectiva del
espíritu universal” (FD § 342).
Según Hegel los “imperios histórico-mundiales” son cuatro —oriental, griego,
romano y germánico— (FD § 354), y obedecen a “los principios de las configuraciones
de esta autoconciencia en el curso de su liberación” (FD § 352). En el § 353 los enuncia:
el de “la revelación inmediata”, donde la individualidad permanece “inmersa en su
esencia o en sí”; el de la “bella individualidad ética, en sí y para sí”; el de la
“individualidad abstracta en su oposición infinita”, y “la trasmutación (Umschlagen)
de esta oposición del espíritu, [con el fin de] acoger en su interioridad a su verdad y su
9
Para Hegel la democracia tiene un momento de exaltación y reconocimiento cuando fuera vista como
una obra de arte política en tiempos de la gloria ateniense (FH, p. 427).
10
Los señalamientos en FH sobre el eurocentrismo en términos de desconocimiento y descalificación de
la historia de África, Asia y América son parte de varios reproches —como el de género o raza— sin
duda válidos, más confirman lo expresado por el filósofo de Stuttgart, en el sentido de que incluso la
filosofía es hija de su propio tiempo.
14
La primera de cerca de veintiún referencias que Hegel realiza de manera expresa sobre
la corrupción en FH se da precisamente para referirla al conjunto de la historia universal,
donde, desde “su latente situación infantil hasta su florecimiento”, se ha desplegado la
“autoconciencia ética libre”, pero al mismo tiempo “en parte también contiene el
periodo de la decadencia y de la corrupción” (FD § 347)11. Con ello sienta las bases
para entender la corrupción como corrupción universal, que es tan vasta como la
historia misma, como lo ilustrará de manera puntual en la Historia de la Filosofía, y
tan compleja como el Estado mismo, que también es historia, comunidad, eticidad. Por
ello la familia, la sociedad civil, el Estado, la moralidad y el derecho abstracto, con sus
contenidos intersubjetivos de persona, sujeto moral y su reconocimiento, son
susceptibles de una historia de la corrupción, o “antihistoria” como podríamos
denominar la historia de degradación y decadencia humana en sus diversos órdenes y
niveles.
En la historia de los pueblos dominantes la corrupción entendida como
decadencia es inmanente a esta. A un pueblo le corresponde un pedestal en la historia
mundial, esto es, “puede hacer época una sola vez-el dominante” (FD § 347)
desplazando los derechos de otros pueblos, conteniendo en parte “el desarrollo de su
principio a partir de su latente situación infantil hasta su florecimiento, donde, llegado
a la autoconciencia ética libre, se ensambla en la historia universal, en parte también
contiene el periodo de decadencia y de la corrupción” (FD § 347). Como parte de su
11
En esta primera explicitación, en la historia mundial, Hegel destaca como la misma está acompañada
por “decadencia y corrupción”, señalando esta como la posibilidad de ser “otro pueblo” que a su vez
deviene en otra forma de Estado.
15
Este imperio tiene para Hegel su forma de corrupción en “la movilidad, arbitrariedad y
corrupción humana” como parte de la “decadencia de los Estados naturales” (FD §
355), presentada bajo la forma teocrática, donde el soberano es religión, ley, preceptos
morales, Estado y derecho. Allí “la historia de la realidad efectiva [es] poesía” (FD §
355).
China, como primer imperio, deriva de la “totalidad natural patriarcal, indivisa
en sí, sustancial” (FD § 355), cuya forma de gobierno corresponde a la teocracia,
regentada por el sumo sacerdote o Dios. Allí “la constitución del Estado y la legislación
es a la vez religión, así como los preceptos, o más bien, los usos religiosos y morales
son igualmente leyes del Estado y del derecho” (FD § 355). Los estamentos adoptan la
forma de castas regentadas por lo supersticioso y, por tanto, de un lado, constituyen el
trágico comienzo de los Estados, pero que, en tanto la subjetividad se halla ausente,
torna su realidad en decadente, “arbitraria y corrupta” (FD § 355), no sólo esta historia,
sino en general.
16
A la voluntad una y universal del Estado “no le queda otra cosa que la pura
arbitrariedad, contra cuya omnipotencia sólo la sustancialidad de la distinción de castas
es capaz de ofrecer alguna protección” (FH, p. 362).
La corrupción aquí la refiere Hegel como una dura crítica a los abogados, juristas y
operadores jurídicos, incluyendo los “eruditos del derecho” que devenidos en
“leguleyos” o “charlatanes”, en su actividad “como buitres”, procuran y se ocupan de
manipular la ley “como vehículo de lo ilícito” para volver “lo blanco negro y lo negro
blanco”, llevando “a la miseria a los que tienen necesidad de defensa, y por lo mismo”
la “corrupción de los hombres crédulos” (FD § 360). Tal subjetividad deformada sólo
se corresponde con la voracidad de la “satisfacción abstracta” de necesidades
estructuradas socialmente y deformadas individualmente, que al generalizarse tienden
no sólo a imponerse sino a predominar con tendencias agresivamente estamentaria o
corporativas como grupos detentadores de la “verdad” y, peor aún, de la “justicia”.
17
Hoy son el pan de cada día; especialmente donde la vigencia del Estado de
derecho se precariza, la caída moral del ejercicio profesional se vuelve más y más en
una precondición para su “éxito”. El sistema de necesidades los coloca en la voraz
compraventa de resultados, del descarado reino de la impunidad y de los fines, con
absoluta desconsideración de los medios, revelando el profundo desprecio por la
eticidad y sus contenidos de justicia. Así, lo que pasó en el Estado germánico tiene
plena vigencia en el mundo contemporáneo: en el ejercicio profesional del abogado,
especialmente en Latinoamérica y regiones de su mismo talante y condición
institucional, las prácticas comunitarias no solo son frágiles y permisivas, sino que son
proclives a tomar ventaja de la ausencia o precariedad de una “cultura de la legalidad”
e incluso de la justicia individual y social en términos de reciprocidad y universalidad.
Hegel es consciente de la grave amenaza que representa para el Estado, en
cuanto Estado de Derecho, la existencia de operadores jurídicos y jueces corruptos. Su
crítica muestra los alcances perversos de estos, su subjetividad deformada y la
potencialidad de no sólo dañar en términos de verdad y justicia, sino en la destrucción
de la comunidad, que deriva del escalamiento de la conflictividad social y por tanto de
la pérdida de vigencia de la vida ética. En ello operan la desvalorización o devaluación
de la familia, sociedad civil y del Estado de Derecho, y a partir de ella también la del
propio individuo como sujeto histórico universal.
Hegel se refiere en una extensa nota a un texto de Sr. V. Haller donde este
refiere al “odio amargo contra todas las leyes, contra la legislación, contra todo
derecho formal y jurídicamente determinado” indicando que “El odio a la ley […] el
cual pone de manifiesto el fanatismo, la debilidad la hipocresía” (FD § 360). Haller
asegura que lo que prima son fuertes sobre los débiles, y que en el mundo de la ciencia
son aquellos los que “más abusan de la autoridad y la confianza, con fines mezquinos
y egoístas para la corrupción de los hombres crédulos” (FD § 360) y si:
entre los eruditos del derecho son los maestros de la ciencia los leguleyos y los
charlatanes que defraudan la esperanza de los clientes crédulos, que convierten lo
blanco en negro y lo negro en blanco, que manipulan las leyes como vehículo de lo
ilícito, conducen a la miseria a los que tienen necesidad de defensa y como buitres
hambrientos despedazan al cordero inocente.
18
Para Hegel, Haller pretende sustentar que “el dominio del más poderoso es el
eterno orden de Dios” (FD § 360) en el cual “el buitre despedaza al inocente cordero”
y que “los más poderosos gracias a su conocimiento de la ley, obran por completo
rectamente al saquear a los crédulos necesitados de protección como a los débiles” (FD
§ 360). Luego, no es necesario el derecho ni los estamentos que lo sustentan, incluida
la jurisdicción —una ayuda de los más poderosos—, pues resultan imperfectos,
inseguros e inciertos. Hay aquí una desatención frente al respeto a las leyes, al Estado
para Hegel.
estaban reservados a las clases superiores” (FH, p. 433). A Solón le fue arrebatado el
poder por Pisístrato, quien, no obstante, “no cambio nada en la legislación” y logró con
sus descendientes su respeto. Luego se dan enfrentamientos e insurrecciones
finalmente victoriosas por parte de los Alcmeónidas, liderados por Clisteres, en favor
de la democracia, que disminuyó sustancialmente la participación de la aristocracia, sin
eliminarla.
Pericles entonces “hizo la constitución estatal más democrática” (FH, p. 33)
tras entregar más poder al pueblo y a los tribunales. Cuando Pericles:
se entregó a la actividad estatal hizo caso omiso de su vida privada, huyó de todas las
fiestas y banquetes y persiguió incesantemente su objetivo de ser útil al Estado, con lo
cual llegó a gozar de tanta consideración que Aristófanes lo llama el Zeus de Atenas
(FH, p. 434).
La admiración por Pericles parte de que se hallaba frente a “un pueblo frívolo,
pero muy refinado y en extremo culto”, siendo su personalidad el único medio para
lograr autoridad. El “convencimiento que inspiraba de ser un ser absolutamente
generoso, preocupado tan solo por el bien del Estado, y superior a los demás en talento
y conocimientos” (FH, p. 434). Añade Hegel: “por lo que respecta al poder que ejerce
la personalidad, no creemos que haya estadista alguno que pueda comparársele” (FH,
p. 434), lo cual evidencia que “en la constitución democrática [es] donde se da la
máxima posibilidad de desarrollo de las grandes personalidades política” (FH, p. 434).
Allí, además, el despliegue de la individualidad demanda “aportación de talento” por
vía del ingenio para la satisfacción de la “mentalidad de un pueblo culto” (FH, p. 434).
Por disposición de Pericles:
Los reparos a esta época por corrupción, señalados por Jenofonte y Platón,
sobrevienen más bien los estertores de la democracia puesta en su cúspide por Pericles
(FH). Sin embargo, no son precisados sino apenas anunciados o advertidos por Hegel,
20
quien remite para ello a “los hombres de Estado” como Pericles, quien “viene a ser el
Zeus del Olimpo de los personajes de Atenas” (FH, p. 435):
Para Hegel la pérdida de la “vida y la libertad individual” resultan ser los cargos de
decadencia contra la “rígida virtud abstracta y un vivir para el Estado” (FH, p. 435) en
Esparta, en tanto descansan en instituciones soportadas en una “igualdad burda” y “no
por la capacidad de libre movimiento en la prosecución del propio fin” (FH, p. 435).
Esparta vivió en un constante estado ciego de guerra, mientras sus pobladores eran
dorios y lo atenienses jonios, esta raíz virulenta marcó los ímpetus autoritarios de tu
trazado y diseño constitucional, que reflejaba los ecos de las guerras impetuosas del
Peloponeso: el trazo del sometimiento de la sojuzgada población indígena —ilotas—,
que se repitió frente a los mesenios. Mientras los atenienses hacían de sus esclavos
parte de su familia, los espartanos los sometían de manera inclemente, incluso cuando
estos luchaban contra sus enemigos, al regresar victoriosos en lugar de ser premiados
y emancipados “eran asesinados con la mayor cobardía y perfidia” (FH, p. 435).
Según Plutarco las tierras fueron divididas en porciones iguales: para los
espartanos, nueve mil; los restantes treinta mil, para los lacedemonios o periecos. Para
mantener tal igualdad, estos lotes no podían ser vendidos, pero “el poco éxito vinculado
a dichas disposiciones pone de manifiesto que Lacedemonia decayó luego sobre todo
a causa de la desigualdad de los bienes” (FH, p. 436). Por el matrimonio y la capacidad
de heredar de las hijas, se acumularon manos grandes riquezas en pocas familias:
como si con esto hubiera de mostrarse lo desatinado que resulta querer establecer por
la fuerza una igualdad que, siendo su eficacia de por sí misma reducida, suprime
además una libertad tan esencial como es el poder disponer de los propios bienes (FH,
p. 436).
21
Otra provisión de Licurgo fue la prohibición del uso del dinero, que terminó
aislando Esparta y cerrando su comercio externo. Por lo cual, recurrieron a los persas.
Pese a que la constitución política de Esparta tenía una base democrática, no
pasaba de ser formal a expensas de las modificaciones a que fue sometida
convirtiéndola “casi en aristocracia y oligarquía” (FH, p. 437). Cuanto aparecía con
apariencia democrática terminaba siendo un privilegio de los más pudientes, lo cual
ocurrió hasta con las mismas comidas comunitarias, donde los más pobres eran
excluidos. Contaban con dos reyes, un senado (gerousia) electo entre los mejores, que
igualmente administraba justicia, más bajo patrones consuetudinarios y morales que
con apego a las leyes escritas, y operaba como una especie de órgano consultivo y
suprema autoridad administrativa. Otro cuerpo eran los éforos, que “según Aristóteles
podrían alcanzar esta magistratura incluso personas desprovistas de nobleza y bienes”
(FH, p. 437) y que contaban con plenos poderes para convocar asambleas populares,
presentar proyectos de ley, los cuales derivaron, según Hegel, en una autoridad
“tiránica, semejante a la que durante cierto tiempo ejercieron en Francia Robespierre y
sus secuaces” (FH, p. 437).
12
“Según la comprensión que expone Hegel acerca de la resurrección de Jesucristo en la
Phänomenologie des Geistes (455-478), este reconocimiento no es una necesidad sino un efecto posible
de la gracia de un sujeto que se deja convertir, es decir, que se habilita o capacita para renunciar a la
rivalidad y a toda forma histórica de alienación y dominación” (Solarte, 2009, p. 228).
13
Rene Girard, en referencia de Catherine Bell, ofrece una la lectura teológica moderna respecto a los
paradigmas anteriores que están detrás del moderno concepto de religión (Solarte, 2009, p. 216).
25
aisladas las ciudades helénicas y para terminar dándole el puntillazo final a tal Estado
“introduciendo a la vez su división y disolución” (FH, p. 446).
El triunfo de Esparta sobre Atenas vino dado por la degradación de aquel en el
pacto con los persas “recibiendo dinero y una flota” para así “suprimir la democracia
en Atenas y en las ciudades de Grecia en general” (FH, p. 439). Tebas, “un Estado
donde preponderó lo subjetivo”, logró sólo temporalmente liberarse de este yugo,
gracias a Pelópidas y Epaminondas, bajo su gobierno “floreció de un modo muy
particular la lírica, el arte poético de lo subjetivo” (FH, p. 438) y su deceso permitió
que se hundieran, juntos Tebas y Grecia, en la anarquía, el imperio de la traición y la
división (FH, p. ).
La decadencia de Grecia se evidencia en las confrontaciones entre Atenas y
Esparta, que llega a su punto más crítico con el saqueo y profanación del templo de
Delfos, “dios, por así decirlo, había sido muerto” (FH, p. 443), con el principio de
unidad, y la misma unidad monárquica que sobre este descansaba. El oráculo fue
sustituido por el extranjero rey macedónico Filipo, quien sometió los estados helénicos
y que además fue confrontado por Alejandro.
Aquiles funda el mundo griego, Alejandro lo concluye (FH, p. 444). En este
momento aparece Alejandro, el mayor joven genio militar de la historia, “educado por
Aristóteles, el pensador más profundo y también más universal de la Antigüedad, y la
educación dada fue digna del hombre que la recibió” (FH, p. 444). Condujo a Grecia
al tiempo que su basto legado cultural —donde incluso los dioses eran más humanos y
los hombres eran más divinos como decía Schiller (FH, p. 426)— exploró y se sacudió
del yugo asiático, dominando; entró en relación con la China e India, pasando por
Armenia, Siria, Babilonia y Egipto —al que convirtió en un centro de las ciencias y las
artes, la arquitectura, en el núcleo del comercio y la bisagra entre oriente y occidente—
con lo cual “Alejandro ha consumado su obra y ha dado cima a su figura, hasta el punto
que con ello ha legado al mundo una de las mayores y más bellas experiencias” (FH,
p. 440). En el mundo griego después de Pericles, Alejandro fue quien más contribuyó
al progreso de las ciencias y las artes (FH, p. 445).
26
Sócrates, es muy ilustre como maestro de moral; pero más bien es el descubridor de la
moral. Los griegos habían tenido una moralidad objetiva; más lo que quiso enseñarles
Sócrates eran las virtudes y los deberes morales, y otras cosas a considerar. El hombre
moral no es el que simplemente quiere y hace lo que es justo, ni es el hombre inocente,
sino el que posee la conciencia de su obrar. (FH, p. 440)
1.6 Roma
Otra modalidad de corrupción paradigmática que introduce aquí Hegel se refiere tanto
a las figuras más emblemáticas de Roma como a quienes en tal calidad denuncian la
corrupción. Para el caso se ejemplifica la figura pública de Cicerón, quien “se había
ganado prestigio por su gran talento oratorio y que era hombre de mucha valía por su
erudición, atribuye a los individuos y sus pasiones el estado de corrupción de la
república” (FH, p. 476). Pero que termina por pensar con Bruto y Casio “tras la
desaparición de Cesar, “un hombre cuyas virtudes estimaban”, volvería la República
(FH, p. 476).
Otro aspecto que rescata Hegel de corrupción política o pública consiste en la
forma como los romanos adoptaron su prosperidad desatendiéndose del Estado y de lo
público, produciendo la caída de la República, opuesto al furor griego, “quienes frente
a la incipiente corrupción de la realidad crearon aún las mayores obras de arte en
pintura, en la plástica y en la literatura y muy especialmente cultivaron la filosofía”
29
(FH, p. 476). Tal fue el auge de la cultura en Grecia que “esclavos griegos fueron los
poetas y escritores de los romanos, los dirigentes de sus fábricas y los pedagogos de
sus hijos” (FH, p. 476).
En el Estado romano comienza una terrible degeneración (FH, p. 472), la cual
también sus grandes figuras personales desempeñan un papel preponderante (FH, p.
476). Volviendo al caso de Cicerón, es evidente que sus pasiones fueron parte del
camino para llevaron a la corrupción humana y el conjunto de la realidad como tal (FH,
p. 476).
Hegel expresa su sospecha sobre la correlación entre el origen del derecho romano y la
corrupción. En el Imperio romano “la creación del derecho privado venía ligada a la
corrupción14 de la vida pública. El emperador únicamente dominaba, no gobernaba”
(FH, p. 480). Tal estructura básica del derecho romano, que regula el régimen civil de
la propiedad privada, en el área de personas, bienes, sucesiones y contratos, sobrevive
hoy día como ninguna otra institución de la Antigüedad. Se trata de una estructura
jurídica esencial en la modernidad, sin la cual esta no sería posible y la cual se
reintrodujo a través de distintas figuras: Napoleón —“código napoleónico”—, en
Francia, y luego en España y, a través de esta última, en Latinoamérica, en su
traducción de Andrés Bello de 1857, desde Chile, en su más estricta literalidad, hasta
el actual código civil colombiano. Este, pese a más de medio centenar de reformas
constitucionales y varios cambios del conjunto de las constituciones, es la única
codificación positiva que se ha mantenido vigente y prácticamente incólume durante
cerca de tres siglos.
1.7 Cristianismo
14
Hegel referencia la corrupción política para mostrar cómo está a la base de la creación del derecho
romano que rige aún hoy día el derecho privado como cuerpo normativo privado y de la propiedad
privada —personas, bienes, familia, sucesiones, obligaciones y contratos— en Occidente.
30
Cristo como ningún otro dios en el pasado es el Creador hecho hombre, encarnado,
hecho criatura, vive, muere y sufre la muerte de cruz, lo cual es inmensamente más
humano que el dios-hombre plasmado en la mitología griega (FH, p. 426). Con el
cristianismo15 el hombre adquiere un valor, una honra y una dignidad por el solo hecho
de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, y en cuanto que está hecho y
constituido así, expresaba la libertad de tal manifestación bella, con lo cual la forma y
la configuración de la divinidad original venían siendo reproducidas por el sujeto
particular.
Dios se encarnó como humano y esto se configuró como el gran legado del
cristianismo, que se materializa como premisa y contenido de los derechos humanos
en términos de libertad e igualdad. Los griegos no entendieron la unidad de lo divino y
humano como lo entiende la idea cristiana (FH, p. 426). Por ello, pese a su elevado e
innegable aporte en la construcción del espíritu humano y su emancipación, la
esclavitud no sólo fue posible sino incluso necesaria. El cristianismo surge como
“respuesta a la corrupción y la decadencia” y “al autoritarismo de la vida Romana,
frente a la cual Jesús alzó su mensaje de oposición y de liberación “introduciendo la
infinita libertad individual de los lazos de la vida secular” (Buchwalter, 2012, p. 175).
Hegel, a propósito del mundo cristiano y germánico, reprocha que unos pueblos
germanos se hallan disfrutando “en los bosques” que “han sido considerados como
lugar donde residían los pueblos libres” (FH, p. 504), con un cierto “afecto y
nostalgia”, para contraponerlo a la “corrupción y artificiosidad” del mundo fuera del
estado de naturaleza. Precisamente, asegura que esto nos debe llevar a “creer
demasiado en la situación de barbarie”, pero tampoco “caer en el error de Rousseau”
quien ha representado la América salvaje “como un estado donde el hombre disfruta
de la libertad verdadera” (504). El desconocimiento del salvaje de “desdichas y
sufrimientos” no constituye otra cosa que una libertad negativa, cuando precisamente
de lo que se trata es de conquistar la libertad afirmativa. “Los bienes de la libertad
15
Ve en el cristianismo la “religión de la libertad” por su emergencia de “la autosuficiencia e inherente
infinita personalidad individual, el principio de la libertad subjetiva” (Buchwalter, 2012, p. 175).
31
afirmativa no son otros que los de la conciencia suprema” (FH, p. 504), que pasa por
la vida ética en comunidad y la conformación de un “estado político”.
Hegel reclama aquí como no son lo bienes “naturales”, sino los provenientes de
la conciencia suprema los que consisten en la libertad afirmativa. La naturaleza
entonces no nos hace libres, pues esta, además de vivir en comunidad, demanda la
conformación política de un Estado. Estos bienes fueron de alguna manera conocidos
por los germanos en la medida que pelearon contra Roma y luego con César en favor
del Estado romano (FH, p. 504).
Para Hegel la corrupción de Oriente llega a su máximo cuando cae rendido a las
“pasiones más abominables” y al “placer de los sentidos” bajo la forma de fanatismo,
pues “el islamismo hace ya mucho tiempo que desapareció del terreno de la historia
universal, quedando retirado en el comodismo y el sosiego orientales” (FH, p. 513).
“La era de los musulmanes empieza con la huida de Mahoma de la Meca” (FH,
p. 511)”. Su caudillaje fue personal y, después de su muerte, sus sucesores aumentaron
las conquistas: Tigris, Éufrates, Persia, Egipto, norte de África, España, sur de Francia,
Persia, Samarcanda y parte del sudoeste de Asia Menor; propagaron entonces la
religión musulmana de manea violenta. Llegó una especie de fanatismo y violencia, de
“religión del terror”, “del mismo modo que en la época de Robespierre”, la “libertad
del terror” (FH, p. 511). Pero su “dominio y riqueza” es solamente accidental pues está
“edificado sobre arena”, “hoy es, y mañana no es” (FH, p. 512).
Posteriormente, los árabes “se mostraron menos duros con los vencidos” (FH,
p. 513): quien no se convertía al islam, tenía la alternativa de pagar un tributo. La
magnanimidad se abrió paso sobre el fanatismo. A su vez, “con la misma rapidez que
los árabes realizaron sus conquistas, alcanzaron entre ellos su máximo florecimiento
las artes y las ciencias” (FH, p. 513). En un principio lo destruyeron todo, incluido la
biblioteca de Alejandría, pero poco después se destinan a cultivar las artes y las
32
ciencias, especialmente a través de la corte de los califas, integrada por los sabios del
imperio que venían anejos la prosperidad económica, del comercio y de la industria:
el sarraceno más vulgar y la mujer más humilde se acercaban al califa como a un igual
suyo […] y cada cual, usando la libertad de su espíritu, se relaciona con el soberano
como con su igual […] La ciencia y los conocimientos y la filosofía en particular
llegaron al Occidente por los árabes. (FH, p. 513)
En una poesía excelsa Goethe vuelve sus ojos hacia Levante, con singular
fantasías e intimidad. Pero, es claro que “En el suero de la universalidad no hay nada
estable” (FH, p. 513), y tal imperio terminó por desplomarse.
Luego de tratar sobre lo anterior, Hegel alude a la corrupción del clero en la
Europa medieval como otra modalidad de corrupción al interior, mediante la
apropiación indebida de los bienes eclesiales. “En parecida corrupción se hallaba el
clero; los administradores que tenían establecidos se erigieron en dueños de los bienes
eclesiásticos y cogían de ellos lo que bien les parecía” (FH, p. 525).
En la crisis de la sociedad medieval, como resultado de la “disgresión de la
propiedad privada [que luego] fue plantada sobre todo por la iglesia” (FH, p. 525), la
corrupción de esta se presenta cuando, renunciando a los valores y principios éticos de
la comunidad religiosa, se dieron algunos en la voracidad y doblegamiento de su
condición espiritual por la sustracción de los bienes de la iglesia. “Los administradores
que tenían establecidos”, esto es, personas seglares distintas a los monjes, únicamente
les entregaban a estos lo necesario para su sustento en sus monasterios. Tal condición
avara de administrador se tornó tan lucrativa que hacían nombrar estos a sus hijos, con
lo que estos heredaban tal forma de saqueo e institucionalizada corrupción, por parte
de quienes pertenecían usualmente a familias nobles (FH, p. 525).
Para el siglo XI se extendió por toda Europa el pánico derivado de la idea del
fin del mundo y del juicio final, que condujo a la entrega de bienes a la iglesia, en
tiempos donde las hambrunas terminaron en la venta pública de carne humana (FH, p.
525). “Los reyes habían de dar la investidura a los obispos”, lo que conllevó a que se
“comerciara formalmente” con la investidura de los obispos en abadías. “Algunos
usureros que habían adelantado dinero al rey hacían que éste los indemnizara por ese
33
medio, y esto explica que llegaran a ocupar cargos eclesiásticos hombres de la peor
ralea” (FH, p. 525). Algunos “clérigos habían de ser elegidos por las comunidades y
hubo algunos que se impusieron poderosamente por tales elecciones, pero entonces el
rey los obligada a acatar sus órdenes” (FH, p. 525).
Las campañas militares cruzadas condujeron a un devastador arrasamiento no
de Occidente contra Oriente, sino del pueblo judío por la cristiandad. Tales campañas
militares henchidas de excesos y crueldades llevaron a ocupar lugares santos como
Belén, Getsemaní, el Gólgota y el santo Sepulcro. En Jerusalén se instauró un régimen
de corte feudal, el cual “era lo peor que cabía imaginar teniendo que enfrentarse con
los sarracenos” (FH, p. 538). En una de estas cruzadas se adelantó contra
Constantinopla en 1204 y se instauró el reino latino: “La cristiandad había saciado su
necesidad religiosa” contaba ya con el sudario, la cruz y el Santo Sepulcro (FH, p.
538).
voto, a la riqueza, a los placeres, a la voluntad propia. Según la iglesia, dicha renuncia
era lo más excelso para el hombre: “Los monasterios y otras fundaciones a las que se
imponía este voto de desprendimiento se hundieron del todo en la corrupción de lo
temporal” (FH, p. 541). Así, el voto de pobreza no pudo escapar a los de ambición,
riqueza y acumulación. En respuesta aparecieron nuevas órdenes monásticas, unas
mendicantes como los franciscanos, otras como los dominicos de suyo predicadores.
La ordenes monacales y de ordenes militares —como los caballeros de San
Juan, la orden de los templarios o la teutónica— se fundaron para imponer “en serio la
renuncia a la propiedad, a la riqueza, a los placeres y a la voluntad propia” (FH, p.
540). Muestra de ello fueron las herejías en el sur de Francia e Italia, que tenían el
carácter de fanatismo, derivaron en la creación de nuevas las órdenes monásticas ya
señaladas.
El pensamiento universal apareció como teología “la cual se hizo filosofía bajo
el apelativo de filosofía escolástica” (FH, p. 541), pues filosofía y teología “tienen lo
divino como objeto común” (FH, p. 541), si bien “la teología de la Iglesia constituye
un dogma fijo comenzó ahora un movimiento que tendía a justificar su contenido para
la razón” (FH, p. 541). La filosofía permaneció anclada a la fe por vía de San Anselmo:
“cuando uno ha llegado a la fe, sería una negligencia el no convencerse de su contenido
mediante el pensamiento”. Luego, dicho nexo se mantuvo gracias a su proyección en
el argumento ontológico hasta la modernidad (Marion, 2007, p 182).
Francia se fue convirtiendo en centro de la cristiandad, y las batallas
intelectuales terminaron en discusión sobre su formalismo de la doctrina dogmática.
Allí además se refugiaron emperadores alemanes, reyes e incluso papas, estableciendo
su residencia de manera permanente (FH, p. 541). Posteriormente, deviene el
robustecimiento de la monarquía en Alemania e Italia: allí “el paso del feudalismo al
régimen monárquico se hizo sufrimiento del todo la relación feudal; los vasallos
[nobles] pasaron a ser monarcas independientes” (FH, p. 541) y el propio derecho
feudal se había “desarticulado en peleas y bandidaje”, donde las “ligas de ciudades” ya
no fueron suficientes y los príncipes terminaron regentando cada país por vía de una
“jurisdicción privada”. La aparición de la pólvora dejó atrás la supremacía de la
35
La autoridad fue el principio sobre el que descansaba el poder papal, principio que fue
minado, entre otros, por el emperador Luis sirviéndose de “argumentos sacados de
Aristóteles, de la Biblia y del derecho romano” (FH, p. 548). Según estos últimos no
era necesaria la confirmación pontificia “para defender las libertades y costumbres del
imperio” (FH, p. 548). Igual acaeció con Felipe, El Hermoso, en 1302; Dieta de Rense
de Frankfurt, en 1338; el cisma de Occidente contra la infalibilidad papal y más aún
“la incipiente formación de los Estados” o nacimiento de las nacionalidades desde el
mundo profano con “una absoluta legitimación” se “enfrentaba con el principio de la
Iglesia de un lado y con la servidumbre de otra” (FH, p. 548). La iglesia había
extraviado el temperamento individual y había hecho pasar “el espíritu por la más dura
esclavitud, de tal forma que el alma ya no se pertenecía a sí misma” (FH, p. 549).
“La humanidad no ha sido liberada tanto de la servidumbre como, más bien,
por la servidumbre” (FH, p. 549). Esta última surge bajo las formas de brutalidad,
apetito e injusticia como formas del mal, derivando en incapacidad “de la moralidad
objetiva y de la religiosidad, y es de esta voluntad violenta que lo ha liberado la
severidad medieval” (FH, p. 549):
Para Hegel, “la Reforma surgió de la corrupción de la Iglesia” (FH, p. 552). A esto
añade que “La corrupción de la Iglesia no es casual, no está sólo en su abuso del poder
y dominio” (FH, p. 552), pues tal corrupción comprendía otras formas y otras esferas.
16
Obra de juventud de Hegel de corte kantiano —en el que se separaba religión y ciencia— y con
premisas morales de un “antirreligiosismo positivo”. Da una crítica de la religión cristiana en su forma
de autoridad presente en la iglesia —“las sectas cristianas” al tiempo que valora la afirmación de la
subjetividad religiosa y valoración de la espiritualidad individual— definida como moral humana: capaz
de legislarse y gobernarse a sí misma mediante la libertad de conciencia (Hegel, 1947, §1, 4, 15, 26, 29,
30) Define la religión como disposición a la dependencia, gratitud y miedo, que constriñe la libre
elección, abogando por la independencia del Estado. Esa posición le abrió paso al arte y la tragedia
griega, y sufrió modificaciones en sus escritos posteriores.
37
Luego, pasa a definir el abuso como forma de corrupción: “abuso es una forma muy
común de denominar un estado de corrupción”. Para la última referencia a la corrupción
de la iglesia Hegel menciona su desarrollo en su propia degeneración espiritual
privilegiando el mundo: la corrupción de la Iglesia ha prosperado partiendo de ella
misma” (FH, p. 552).
La Edad moderna y la Reforma constituyen el tercer periodo del Imperio
germánico, donde “el espíritu se sabe como libre al querer lo verdadero, eterno y
universal en sí y por sí” (FH, p. 552). “La Reforma surgió de la corrupción de la
Iglesia. La corrupción de la Iglesia no es casual, no estaba solo en un abuso de poder y
dominio. Abuso es una forma muy común de denominar un estado de corrupción” (FH,
p. 552), que deriva de:
un mal grave y general en una cosa tan grande y universal como es una iglesia. […] La
corrupción de la Iglesia ha prosperado partiendo de ella misma. […] El excelso espíritu
del mundo ha excluido ya de la Iglesia lo espiritual —Desde ahora la Iglesia se
pospone al espíritu del mundo. (FH, p. 552)
Esta exterioridad que hay dentro de la misma Iglesia, pues, es lo que se convierte en
mal y en corrupción, y se desarrolla en su seno como algo negativo —Las formas de
esta corrupción son las diversas formas relaciones de las que es un sujeto la Iglesia y
en las que, por lo mismo, se introduce este momento. (FH, p. 553)
de común acuerdo con todo el mundo católico y pidió que se convocaran concilios”
(FH, p. 555). Lutero “solo pidió que se convocaran concilios, que luego se extendió a
las decisiones del papa, al cuestionamiento de los dogmas” y por último a la autoridad
de la iglesia y sustituyó la interpretación centralizada de la Biblia por “el testimonio
del espíritu humano” (FH, p. 556).
A través de la aproximación directa a la Biblia, en su traducción por Lutero y
por cada persona, se dio su democratización, al tiempo que se problematizó y produjo
la ruptura de la espina dorsal de la autoridad de la Iglesia. Esto resultó ser “un
inapreciable valor para el pueblo alemán” (FH, p. 555), pues se convirtió en el “libro
básico de la educación de un pueblo” como ninguno otro (FH, p. 555).
El punto central de la reforma luterana consiste en la “subjetividad infinita”,
esto es, “la verdadera espiritualidad, Cristo (…) se da presente y real (…) como algo
espiritual en sentido absoluto, es logrado únicamente en la reconciliación con Dios: en
la fe y en el goce” (FH, p. 554). Con ello “la doctrina luterana es enteramente la
católica, pero sin todo aquello que dimana de la circunstancia de exterioridad que
veíamos, en tanto que la Iglesia católica afirma ese elemento externo” (FH, p. 554)
bajo las formas de la comunión, para esta central. No obstante, para Lutero no pasa de
ser un “recuerdo o evocación”, donde el espíritu de Cristo no hay que tomarlo como
una personalidad histórica, sino como una “relación inmediata en el espíritu” y por
tanto se disuelven las diferencias entre sacerdotes y seglares (FH, p. 554). “En la
Iglesia luterana la subjetividad y certeza del individuo vienen a ser tan necesarias como
la objetividad de la verdad” (FH, p. 555), con lo cual el espíritu es “libre en la verdad”,
en su propia verdad y constituye por tanto un espíritu libre.
El contenido central de la Reforma no es otro que dejar al hombre “por sí mismo
determinado a ser libre” (FH, p. 555). Es así como el Estado se halla fundado en la
religión y que Estados y leyes son manifestaciones de las relaciones con la verdad (FH,
p. 555). “El derecho, la propiedad, la moralidad objetiva, el régimen gubernamental,
la constitución […] deben determinarse ahora según un modo universal a fin de que
sean racionales y conforme con el concepto de la voluntad libre” (FH, p. 555).
39
1.9 Francia
17
Esta referencia a la corrupción en Francia para oponerla a la virtud política.
40
18
El concepto de corrupción es inmanente a la totalidad de la filosofía de Hegel para las sociedades en
general como parte del momento dialéctico o de su negación incesante que les es inherente “toda
determinación es negación” —pese a lo cual aquí se tomará en sentido más estricto en el sentido más
restringido de decaimiento degenerativo en cuanto a las menciones directas y explícitas a esta categoría
hechas por Hegel, y solo como parte del devenir que lógica y fenomenológicamente les es propio.
19
La lectura asistemática de Hegel, esto es de obras puntuales sin atender al conjunto de la obra, ha sido
objeto de no pocos reproches y debates, fundados entre otras razones en la unidad de contenido y método,
donde la lógica hegeliana es definida como “el pensamiento del pensamiento”, “la forma de la verdad
pura, o mejor decir la verdad pura misma” ( L 18), derivando en insuficientes los intentos de comprensión
desde sus diversas obras consideradas aisladamente.
42
La sociedad ideal es aquella en que la forma de vida no solo es no-corrupta sino además
que la misma sea apropiada como mía. Esta es entonces libre y racionalmente
legitimada. Esta solo llega a ser racional cuando no solo en si sino también para sí.
(Rose, 2007, p. 135).
Uno de los más grandes méritos y aportes a la filosofía en general de la obra de Hegel
en su conjunto ha sido el ser el último y quizás el mayor filósofo de la totalidad abierta,
comunitaria, contextual, esto es, histórica, social (MacIntyre, 2006, p. 11) y
directamente política, la cual es entendida y recogida así como planteada desde su
concreción real. Todo ello a partir de la aprehensión racional como acción y, por tanto,
en tanto cuanto lo colectivo, se constituye en condición de participación, “donde la
contribución del ciudadano es más fuerte que la libertad negativa del liberalismo” y
“donde la libertad se obtiene al formar parte de una comunidad” (Gutmann, 1985, p.
316).
Se trata de una totalidad abierta donde la misma aparece a la vez como una
eticidad sustancial y como un “incurable daño”, una fisura que nunca se logra sola
curar. En ella “los éxitos, las soluciones felices son siempre parciales, provisorias,
prestadas como el tiempo de vida de los seres vivos”, donde “el camino de la verdad
es una parte de la verdad” (Cordua, 1996, p. 77). Luego, se trata de una totalidad
“desalineada” y volcada sobre la alteridad, como señala Cordua (p. 77)..
La FD es quizás una de las más demoledoras reflexiones en el campo de la
filosofía social y política. Así el derecho formal o abstracto y moralidad se incorporan
a un todo mayor, el cual es el de eticidad. En ella hay una esfera de la familia; esta
última su vez se imbrica al interior de la sociedad civil y el Estado, sin las cuales
ninguna de las otras esferas primeras puede ser explicada ni entendida.
43
20
Sin duda se hace necesaria una reflexión rigurosa, a manera de inventario, acerca de los aportes
actualizados de Hegel a la lucha contra la corrupción. El presente trabajo pretende ser una herramienta
que sirva de bisagra entre el texto y el insoluble problema actual, con sus especificidades. Aquí frente a
la eticidad o vida ética de la FD muestra los límites insalvables del pragmatismo efectista, de las lecturas
economicistas y, por tanto, sus alcances y debilidades a partir del discurso que se sustenta herramientas
insulares como la transparencia —no exento de opacidad—, la rendición de cuentas —conforme a la
cual es más lo que oculta que lo que revela—, y la integridad —que deviene en un sujeto menos ético
en la medida que lo atomiza—. En la participación social y ciudadana son puestas a un lado apenas como
figuras decorativas, mientras tales instrumentos se fortalecen y potencian sirviendo para su aparente
legitimidad para darle la espalda a formas innovadoras de la sociedad civil en el control de la gestión
pública como es el caso de la figura de las veedurías ciudadanas a la que nos hemos aplicado por largos
44
El proceso tiene que ser concebido de tal manera, que su despliegue no sea
simplemente la repetición de lo mismo sino como un verdadero avance, un ir siempre
adelante, más allá de sí mismo […] la inconsistente dinamicidad de todo lo dado, su
constante ir más allá, no significa que carezca de racionalidad […] por el contrario su
misma proyección fuera de sí, la necesidad que le impulsa a superarse, a negar su
simple estar ahí, es precisamente la manifestación más fehaciente de su racionalidad
interior. (Díaz, 1986, p. 136).
años. Uno de los grandes problemas o fantasmas de la modernidad es la corrupción, aun siendo esta una
de las mayores preocupaciones ciudadanas, continentales y trasnacionales, expresadas en acuerdos
internacionales y globales.
45
nación y de una época, contexto en el cual reciben ellas su verdadera significación, así
como, con ella, su justificación. (FD § 3-4)
21
Según Solomon (1985), con la modernidad, llega un nuevo concepto Bildung o “cultura” propio de la
ilustración, reflejado por Hegel según el cual el “progreso” comienza solo con la era moderna. Pero su
mirada de la “cultura” le increpa al cristianismo una visión un tanto estática. No obstante, corresponde
a un periodo largamente brutal con algunas variaciones inesenciales por temas del feudalismo y un
ocultismo despóticos (p. 496).
22
Uno de los aspectos que Hegel destaca de Aristóteles es precisamente el que su filosofía se ocupa de
los que es, y el que la totalidad conceptual de este supera en profundidad especulativa a Platón. Mientras
a este le preocupaba la República como idea de Estado a aquel, el individuo (Hegel, 1979, p. 239).
46
Adicionalmente, sea dicho que uno de los mayores aportes del filósofo y esta
obra es la fundamentación de la filosofía de la participación —o del “nosotros” como
un “todos”— y de la inclusión —“yo” como un “tu”—. Sus alcances van mucho más
allá de la revolución teórica que de suyo presupone tal concepción, que se extienden a
la vida política y sobre todo pública de una nueva ciudadanía y civilidad. Aportan en
ello su comprensión y marco de ejercicio y acción y dotándola de una cualidad
específica e histórica. La participación no puede ser entendida en Hegel como una parte
de la filosofía al lado de otras, sino como el contenido relacional sin el cual la misma
no sería posible, y mucho menos en cuanto filosofía práctica, social o política. Dicho
en otros términos, por ello su punto de partida es el derecho —abstracto— y no la
moralidad entendida como subjetividad individual, ni siquiera la familia o la sociedad
civil, como tampoco el Estado, sino la pluralidad constitutiva, la integración fundante
expresada en términos relacionales: un “yo” que a partir de un “nosotros”, y un nosotros
que es en definitiva un “todos” fundante, constitutivo, originario, nuestro verdadero
ethos. La participación en Hegel es el método y el contenido, y por lo mismo no es una
parte de la FD sino el conjunto de la misma.
Hegel convoca y promueve un sujeto social con sentido de pertenencia, como
miembro de una comunidad, y un sujeto político, como ciudadano que está en el
despliegue y ejercicio de su ciudadanía plena y libre en una sociedad cada vez más
exigente y compleja. Esta última condiciona y posibilita diferencialmente el ejercicio
concreto de las libertades públicas e individuales mediante las cual se validan y
conforman éticamente individuos y sociedades, en lo cual responden conjuntamente a
la pregunta acerca de cuál historia hacemos parte (Thiebaut, 1998, p. 80). En Hegel, la
idea de ciudadanía y participación, en cuanto control social y en el activismo contra la
corrupción, se ve aumentada —y no disminuida— y potenciada por el despliegue de la
vida ética y cívica, que está institucional y socialmente configurada por la interacción
con otros y por las relaciones de poder y fiscalización que entre estos democráticamente
traban entre sí a partir de una tradición compartida.
47
23
Hegel introduce la categoría “corrupción” en el prólogo de la FD en dos ocasiones, una, para reprochar
la corrupción de la sociedad griega como pérdida de su eticidad “como un anhelo insatisfecho” y, dos,
para señalar tal corrupción que Platón trató de resolverla con la ayuda “que [según este] tenía que venir
de lo alto” y “precisamente de este modo hirió en lo más profundo el profundo impulso de aquella
eticidad, la libre personalidad infinita”, pero, a su vez, introdujo la unidad de racionalidad y realidad
como la “inminente revolución del mundo”. El siguiente reproche de corrupción Hegel lo realizará a
nombre de otra falta de eticidad en la familia, por ausencia de su reconocimiento como relación ética y
por el desconocimiento de los derechos de la mujer (esposa) en la herencia.
24
Esta es la segunda referencia directa a la corrupción en la FD, la cual dos renglones abajo le permiten
presentar como antesala de la sentencia “lo que es racional es real y lo que es real es racional”, como si
la racionalidad y la misma realidad solo pudieran emerger como respuesta y superación de la corrupción.
48
eticidad griega. Con ello logra reconocer como “revelado como un gran espíritu”, el
principio más transformador y la “inminente revolución del mundo”: “lo que es
racional es real; y lo que es real es racional” (FD, p. 13).
Esta formulación aparece en la Enciclopedia de la Ciencias Filosóficas, (E § 6)
donde precisa que:
[a] la realidad de lo racional se contrapone, por una parte la opinión de que las ideas y
los ideales no son una quimera y la filosofía un sistema de estos fantasmas cerebrales
y por otra, que las ideas son algo demasiado excelentes para gozar de realidad o
demasiado impotentes para proporcionársela. (E, § 6)
Entender el mundo social como racional es respaldar las demandas éticas que el mundo
social coloca sobre el individuo. La libertad subjetiva se alcanza cuando el individuo
reconoce la validez de las normas éticas sustanciales, identificándose con esas
instituciones y sus principios éticos constitutivos. (Knowles, 2002, p. 74)25
25
Traducción y cursivas propias.
26
“Como pensamiento del mundo sólo aparece en el tiempo después de que la realidad ha cumplido su
proceso de formación y se ha terminado. Lo que enseña el concepto lo muestra necesariamente la
historia, de modo que sólo en la madurez de la realidad aparece lo ideal frente a lo real y se hace cargo
de este mundo mismo en su sustancia, erigido en la figura de un reino intelectual. Cuando la filosofía
pinta gris sobre gris entonces ha envejecido una figura de la vida y, con gris sobre gris, no se deja
rejuvenecer, sino sólo conocer; el búho de Minerva sólo levanta su vuelo al romper el crepúsculo” (FD
Prólogo).
27
En efecto, la filosofía materialista, y algunos sectores de la filosofía contemporánea incluida la
hermenéutica entre ellos Apel, disputan la imposibilidad de comprender contenidos anticipatorios de la
realidad concreta o praxis (Paolicchi, 2014, 59).
50
28
Autores controversiales como Zizek aseguran que “la dialéctica puede ser aplicable universalmente
esto es que “la dialéctica puede ser usada para analizar todas las cosas.” Para comenzar a establecer al
menos tres rasgos principales característicos de la interpretación de Zizek diremos que la dialéctica de
Hegel no es para él A) ni el orden del progreso que supera las diferencias y antagonismos del mundo;
B) ni el proceso de un sujeto en vías de su plena de realización; ni C) la forma de un evolucionismo o
proceso dinámico circular de transformación, generación y corrupción naturales”, y donde “el
movimiento histórico incluye en su mismo núcleo central la dimensión ahistórica de la “negatividad
absoluta”. En otras palabras la suspensión del movimiento es un momento clave del proceso dialéctico:
el llamado “desarrollo dialéctico” consiste en la repetición incesante de un comienzo ex nihilo, la
aniquilación y la reconstrucción retroactiva del concepto presupuesto”, donde cabe la noción de un “no-
todo” (expresión lacaniana)…donde “el sistema hegeliano es un aeroplano sin piloto” ,“sin ninguna
necesidad de una gente subjetivo que lo empuje hacia adelante o lo guie” , donde “el hombre, la herida
de la naturaleza” por tanto antievolucionista, “lo único que el hombre puede hacer es aceptar …esta
quebradura, esta fisura, este desenraizamiento radical, y tratar después de parchar las cosas en lo posible,
todas las demás soluciones…son el camino que conduce directamente al totalitarismo”. (Parallax p. 13).
Lo cual permite reconocer nuestra capacidad “de modificar al pasado retroactivamente” a la manera
como Borges recuerda a Kafka” creando sus predecesores”. Así “libertad y fatalidad, destino y acción
libre están íntimamente ligados en los procesos histórico (Cordua, 2013, p. 76).
29
Papacchini (1986), en su reseña sobre el libro de Jorge A Díaz, Estudios sobre Hegel, resume el
planteamiento de este sobre la lógica sobre los dos sentidos de la dialéctica: como momento negativo, y
como que superación de la separación autonomía, libertad y necesidad, “en la medida que respeta la
alteridad, la novedad y la apertura de lo impredecible propias del devenir, reconociendo al mismo tiempo
cierta continuidad en el proceso de cambio y la posibilidad de comprenderlo racionalmente” (p. 176).
51
Kant piensa que un sujeto libre de influencias corruptoras será capaz de hallar la verdad
y los juicios adecuados. Hegel no está de acuerdo: la corrección de mi juicio solo puede
ser garantizada a través del reconocimiento de otros. La verdad para Hegel es
interpersonal, con lo cual reemplaza la formula yo=yo con “yo” que es “nosotros” y
“nosotros” que soy “yo”. (Rose, 1974, p. 24)
Hegel define su concepto de derecho como “la existencia del querer libre, […] el cual
no hay que tomarlo como el derecho restringido jurídico, sino como tal que comprende
todas las formas de determinaciones de la libertad” (E § 486), contra todas las formas
de esclavitud31. De entrada plantea un concepto de derecho más amplio que el propio
derecho positivo y subjetivo que el que generalmente presuponen los no pocos
comentaristas de este autor32. Por tanto, “una existencia es un derecho sobre la base del
querer sustancial libre” y “es esencialmente claro que quien no tiene derechos no tiene
30
En “derecho abstracto” no hay referencias expresas de Hegel respecto de la corrupción, no obstante
consideramos necesario construir una reflexión inmanente al respecto, precisamente porque aquí se
introduce la participación como el centro del conjunto de la filosofía práctica, social, política, y del
derecho, en cuanto el principal aporte de la filosofía del pensador de Stuttgart.
31
Kierkegaard como Hegel ven en la esclavitud una condición inferior a la del ser humano como
“corrupción del más grande orden [… y] a pesar de que estemos equivocados al pensar que hemos
superado completamente esta corrupción: aún intentamos recrear esta corrupción exigiendo un espíritu
servil de quienes nos brindan un servicio y ambos fenómenos son inaceptables del ser humano, como
ser humano” (Millay, 2018, p. 17).
32
En nuestro criterio, uno de los conceptos más generalizados, y no por ello más problemáticos, en las
lecturas de Hegel lo constituye aquel que reduce el derecho a derecho positivo. El concepto de derecho
y más aún la idea de derecho en Hegel necesita de una revisión, pues las distorsiones positivistas que del
mismo derivan sin hacerlo necesariamente, dicho concepto, prescriptivo.
53
deberes y viceversa” (E § 37). “El concepto de derecho es para Hegel, más amplio que
la noción de ley; esta es una lista de principios, leyes, valores, ordenes, costumbres,
convenciones, reglas e instituciones las cuales regulan en comportamiento individual
en sociedad” (Rose, 2007, p. 18). Y en la perspectiva de Hegel hay diversas formas de
derecho: legal, moral y convencional.
Ahora bien, la legitimidad o racionalidad del derecho en Hegel, se requiere: i)
significación, como parte de una tradición o referencia a una necesidad histórica; ii)
eficacia social o capacidad de resolver situaciones concretas, y iii) ejercicio de la razón
práctica en cuanto intersubjetividad o participación ciudadana en la construcción o
determinación de sus contenidos, es decir, validación social en su proceso concretos de
formación (Rose, 2007, p. 20). A su vez, “la idea nuclear del libro [Filosofía del
Derecho] es que cuenta como “derecho” aquello que es necesario para la realización
de la libertad […] [por esta vía] demostrar que nos compromete con nuestro
compromiso con la “libertad”. (Pinkard, 2002, p. 597).
El contenido del derecho, según Hegel se define en los siguientes términos: “lo
que es un derecho es un deber, una negación o privación para el otro, y lo que es un
deber es también un derecho” (E § 37). Por tanto el derecho de uno, que es su
afirmación, es deber para los otros, reviste la forma de negación o privación para estos
—derecho/deber— y se constituye al mismo tiempo como una carga de respeto de los
derechos para con los otros —deber/derecho—, única posibilidad de mi propio
derecho. Luego, en síntesis, la unidad de mi derecho/deber es al propio tiempo el
deber/derecho de los otros. En Hegel el derecho/deber es deber/derecho 33.
El concepto de derecho a su vez proviene del concepto de sujeto y en general
aparece en dos ámbitos filosóficos: i) como una categoría teórica dentro de la teoría de
la subjetividad y ii) como una categoría de la filosofía práctica dentro de la teoría del
derecho (Schick, 2015). Ser persona en el sentido hegeliano es más específico que el
33
Para Hegel, como Cicerón, no basta que ley sea ley en sentido formal y material para serlo, esto es,
norma positiva expedida por órgano competente y con el lleno de sus formalidades legales, sino que
demanda unos contenidos de razonabilidad, moralidad y de justicia: una ley inmoral o injusta no es ley
(Brooks, 2013, p. 83).
54
34
El reconocimiento constituye uno de los “ejes articuladores del debate ético actual acerca de la justicia
y la alteridad” (Ávalos, 2010, p. 12).
55
tipo son propensas a ser prácticamente inestables (Knowles, 2002, p. 101). Segundo,
personalidad es un concepto de estatus, en el sentido hegeliano, constituido por el
hecho del reconocimiento recíproco. La personalidad reconoce que se es persona con
igual capacidad legal o de derecho (FD § 36).
Con el reconocimiento, la razón se impone por sí misma en el mundo:
Es así como la igualdad se torna en una exigencia normativa para que las otras
personas con derechos reconozcan —validen— los míos, y al hacerlo, den certeza plena
a los míos. Debido a este reconocimiento soy persona, por lo que esa igualdad a su vez
se vuelve un mandato normativo, jurídico o legal en sentido hegeliano. Este
reconocimiento interpersonal caracterizado como una suerte de mente colectiva, esto
es, la unidad de una multiplicidad de autoconsciencias independientes, que en “su
oposición gozan de una perfecta libertad e independencia: “yo” como “nosotros” y
“nosotros como nosotros” que soy “yo” (Rose, p. 2007, p .61).
La sociedad contemporánea se caracteriza por la existencia de la persona, su
libertad, los derechos humanos y el Estado. Pero, tiene uno de sus mayores problemas
en la falta de comprensión de la relación entre sujeto y derechos humanos y entre
derechos humanos con Estado, en términos de una democracia y constitucionalismo en
los que los derechos humanos son moldeados por contenidos constitucionales, y no por
fuera o contra de este, ni previo a la conformación de la sociedad política —Estado—;
comprensiones que constituyen una forma de corrupción conceptual (Yeatman, 2004).
Los derechos humanos y las libertades públicas solo son posibles en el marco del
Estado, y no emergen del “derecho natural”; una consideración tal partiría de los yerros
y contradicciones de quienes pretenden reclamar por fuera de este el respeto de los
derechos como algo inherente a la condición humana. También yerran en su
comprensión del Estado como algo estático y no dinámico, esto es, mediado y
conformado históricamente, dejando de lado la íntima relación entre
56
2.4 Moralidad35
lo moral debe ser tomado en su sentido amplio; esto es, no solamente como lo que es
moralmente bueno. Le moral, en la lengua francesa es contrapuesto al phsique y
significa lo espiritual, lo intelectual en general. Lo moral tiene, sin embargo, aquí el
significado de una determinación de la voluntad, en cuanto está en general en el interior
de la voluntad y comprende, por tanto en sí, el propósito y la intención, y también lo
que es moralmente malo. (E § 503)
35
Aun sin hacer Hegel referencias expresas a la corrupción aquí, no obstante consideramos importante
construir una reflexión inmanente que introduzca la participación —ya presente en el derecho
abstracto— como centro del conjunto de la filosofía práctica, social, política y del derecho; aporte
principal del pensador de Stuttgart.
58
36
En Hegel la complejidad de la moralidad, aquí apenas insinuada de cara a la corrupción, dista mucho
de la carga de simplicidad que acompaña el discurso de integridad que asimila el “derecho moral” a la
objetividad, pero aún este es de contenidos mucho más amplios. Recordemos, como lo expresamos en
derecho abstracto, que la definición de derecho no se contrae a lo estrictamente jurídico sino “como
todas las formas de determinación de la libertad”.
37
La tesis según la cual a la base de la Moralidad en Hegel descansan los “derechos morales” la hemos
presentado en el Seminario de Hegel, dictado por el director de este trabajo de grado, en 2020, como
homenaje al bicentenario de la FD, la cual contribuye a fundamentar las razones por qué el Derecho
Abstracto, como esfera igualmente de la subjetividad, precede el estatuto de la Moralidad en dicha obra.
59
38
El contenido de la moralidad en Hegel revela cómo tratar de encontrar un contenido moral
independientemente de la realidad social y su historia. No es otra cosa que una escisión “atómica” entre
individuo y sociedad (MacIntyre, 2006, p. 22), una ilusión que no se convierte en meros conformistas
del orden social establecido (Peña, 2000, p. 144).
39
Conforme a este principio de intencionalidad de acción moral, en Hegel sólo somos responsables por
cuanto deliberadamente pretendemos, sin lo cual: “esta corrupción no puede ser atribuida al agente. No
son parte de nuestra acción, en absoluto” (Cargnello, 2014, p. 675).
60
40
Pese a que estas categorías no aparecen en Cargnello (2014) ni en Hegel, las introducimos por
considerar que bien podrían emplearse para el análisis de la corrupción e integridad que estamos
avanzando por la centralidad y especificidad que demandan estos.
61
si una emoción es mucho más que un sentimiento y una alteración física, no obstante
se hace necesario entender esta y cómo esta opera en nuestras vidas, y en efecto, saber
qué podemos hacer y que deberíamos hacer acerca de las mismas. Tal como he
insistido, mi interés en estas no es científico, sino un interés eminentemente ético y de
una vida deseable que es lo que llamo integridad. (Solomon, 2007b, p. 139)
41
“La integridad se refiere a las conductas y acciones coherentes con una serie de normas y principios
morales o éticos, adoptados por personas al igual que instituciones, que operan como una barrera contra
la corrupción y en favor del Estado de Derecho. La estricta adhesión a un código moral, reflejado en:
honestidad, transparencia y completa armonía en lo que uno piensa, dice y hace” (Usaid, 2018, p. 20).
42
Pese a los invaluables alcances y aportes de la integridad —con enorme incidencia filosófica a la
comprensión del flagelo de la corrupción y del sentido de la lucha en su contra—, pretender circunscribir
la moralidad a la integridad comporta un empobrecimiento de la moralidad en particular y de la filosofía
ética en su conjunto, donde el todo —moralidad— termina confundiéndose con una de sus partes —
integridad—, y más aún cuando tal distorsión termina ocultando y hasta ahorrando, con cierto
refinamiento, la moralidad misma, precisamente cuando esta históricamente hace mayor falta, lo cual
equivale a pretender sustituir el sol tras el descubrimiento de la linterna, o si se quiere de la luz eléctrica.
El discurso de la integridad precisa pues servir de puerta de entrada mejor de retorno a la moralidad con
mayúsculas en materia de asuntos públicos —y privados— de cara a la lucha contra la corrupción.
62
Los peores enemigos de la confianza son el cinismo, el egoísmo y una concepción ingenua
de la vida en la que uno espera más de lo que está dispuesto a dar. El resultado son el
resentimiento, la desconfianza y la falta de autenticidad (Solomon y Flores, 2001, p. 15).
personas, ya sea que refleje bien o no la virtud o el carácter del individuo, decir la
verdad establece la confianza y la mentira la destruyen” (Solomon y Flores, 2001, p. 15).
A su vez, el discurso moral del cultivo continuo y la confianza constituye la
base del liderazgo auténtico que descansa en la veracidad. “La confianza auténtica
nunca puede darse por sentada, sino que debe cultivarse continuamente a través de
compromisos y veracidad. El verdadero liderazgo, sea lo que sea, no puede basarse en
nada menos” (Solomon y Flores, 2001, p. 15).
La integridad pasa por un sinnúmero de formas, por el conjunto de sus
mecanismos complejos y continuos de convalidación y protección, pues más que un
discurso, es una relación entre la razón práctica y la praxis social, entre la acción y el
reconocimiento-personal43 y grupal (Church, 2010, p. 127). Luego, la integridad es
central en las referencias de valores y virtudes subjetivas, incluso en los dispositivos
éticos como mecanismos de control y vigilancia en la lucha contra la corrupción:
Por otro lado, Solomon (2007) plantea un concepto de espiritualidad que recoge
elementos del existencialismo y de Hegel, entre otros:
43
El reconocimiento (Anerkennung) (FD §207), entendido en términos generales como la aprobación
institucional y racional “ante mis propios ojos” por parte de otros —“ante los ojos de otros”—, obedece
al deseo de seguir las propias normas, que al tiempo son compartidas por otros, al ser construidas con
los otros, como comunes. Un “nosotros” que es un “yo” y un “yo que es un nosotros” (Honnet, 1995;
Taylor, 1994; Markell, 2003; Fraser, 2003; Church, 2010, p. 127).
64
Mas aún, para algunos el discurso de la integridad inclusive pasa no solo por el
tamiz de la espiritualidad en sentido muy laico y secular, esto es amplio, sino que por
ello adopte la figura de la fe:
Nada es más relevante para nuestro bienestar general que la integridad de nuestras
relaciones, en particular nuestra relación con el mundo en su conjunto. En la medida
en que la fe es una preocupación por la integridad de la relación de uno con Dios (como
lo fue para Kierkegaard), se ajusta a nuestro modelo de confianza auténtica. Pero la fe
también puede tener tal relación con el mundo mismo, y en el ámbito de nuestra
espiritualidad naturalizada esto se llama mucho más apropiadamente confianza que fe.
(Solomon, 2007 p. 52)44
44
Algunos autores, pretenden reprocharle a Hegel, el supuestamente destacar la primacía del mundo
sobre el individuo. “Hegel, por el contrario, se esmeró mucho en restar importancia a la importancia del
individuo y en acentuar, en cambio, la primacía de lo social y su comprensión omnipresente del mundo
como Espíritu. En contraste con el énfasis existencial en la angustia y tomar el control de nuestras vidas,
Hegel habló sobre el “destino” y señaló la inutilidad de la toma de decisiones individuales frente a las
fuerzas abrumadoras del “Espíritu de los tiempos” (Zeitgeist)” (Solomon, 2002, p. 3).
65
mundo; sólo como ciudadano aprende lo que es razonable en sus deseos. Tal es la etapa
del espíritu objetivo. (Hassner, 1993, p. 690 citado por Etchegaray, 2008, p. 25)
La pérdida de tal racionalidad equivale a la pérdida de su libertad constitutiva,
al perder el sistema de diferencias que la integran, a fin de evitar que los poderes no
éticos rijan la vida de los individuos, rijan sus representaciones, y perforen sus
identidades (FD § 145). Tales objetividades éticas no dependen de un individuo en
particular, pero sin los individuos o subjetividades tampoco son posibles (Knowles,
2002) y (Rodríguez, 2008).
Para Paolicchi (2014), el “concepto de eticidad […] permite la caracterización
de un conjunto de fenómenos que habían quedado fuera de consideración en el plano
kantiano en virtud del concepto de experiencia” (Paolicchi, 20154, p. 54). Además, “la
eticidad es el concepto de la libertad que ha devenido mundo presente y naturaleza de
la autoconciencia” (Hegel, 2010, p. 135 § 142). Habida cuenta que la eticidad, así
planteada resulta ser lo mismo que la libertad o la voluntad absoluta que se ha
objetivado. Sin embargo, dentro de tal objetivación existe en “la esfera de la necesidad,
[…] (pues) los poderes éticos […] rigen la vida de los individuos” (FD § 145). Tal
objetividad ética corresponde al modelo de Antígona, que se niega a vivir bajo engaño,
y mantiene su fidelidad a su propia conciencia moral, no impuesta. “La sustancia ética
consiste en poderes éticos que rigen la vida de los individuos” (Knowles, 2002, p. 226),
y su pérdida o quebranto representan el desengaño, el desenfreno, la corrupción.
Cuando las instituciones jurídicas o sociales le resultan ajenas al sujeto y este
no se encuentra en ella, pierde el mismo su propia esencia e identidad (FD § 147), pues
lo “extrañan”, lo enajenan, o insociabilizan, perdiendo humanidad y subjetividad. Ya
no se trata más de relaciones por fe o confianza, sino de la propia constitución y
conformación del sujeto la que se arrebata vía los actos de corrupción y por esa vía se
destruye el conjunto de las relaciones sociales que lo soportan, como una suerte de
pérdida o quiebra de las “orientaciones prereflexivas” en que de alguna manera la Vida
Ética esta preconfigurada, como sus premisas, desprendidas de la educación y las
costumbres así entendidas plasmadas en la familia, la sociedad civil o económica y el
Estado, como espectro de eticidades de complejidades crecientes y complementarias
66
(Rodríguez, 2008), esto es la vida ética, ya no más como un sistema de deberes (Kant),
sino de encuentros y prácticas, de libertades entendidas como interacciones y hechos,
es decir datos básicos de la ética, “que conciernen a la felicidad y al sufrimiento
humanos” (Knowles, 2002, p. 230), donde la doctrina del deber pervierte tanto al
individuo como a la comunidad en la cual estos se inscriben e interactúan.
Cuando tal eticidad deja de ser “la realidad efectiva como espíritu de un pueblo”
(FD § 514) e irrumpen manifestaciones contrarias a su configuración, al quebrarse la
eticidad se rompe el conjunto de instituciones e interacciones bajo las cuales el sujeto
libre es posible: la comunidad ética.
Hegel introdujo en la filosofía moderna —ya planteada en el mundo griego,
pero a diferencia de tal noción se halla mediada por la idea del sujeto libre— la
distinción entre moral y ética, este último entendido como un “nosotros” específico
signado por el contexto social, tradiciones, formas de vida tanto familiares, como
comunitarias y los arreglos institucionales. Hoy en su empeño global por la garantía de
los derechos humanos, como lo pregonaron las revoluciones americana y francesa, las
cuales posibilitaron los derechos individuales como personas y ciudadanos libres —
con la capacidad de autodeterminarse y ejercer sus derechos en cuanto a la religión,
opinión, a la igualdad ante la ley, a la propiedad privada, y libertad de locomoción,
entre otros—. Ya no se busca como en la moralidad una visión universal del mundo a
partir del sujeto. En la eticidad por tanto se da un reconocimiento colectivo, propio de
la vida ética que se da en las esferas de la familia, la sociedad civil y en el Estado:
Antes de la revolución de la subjetividad moderna, los hombres eran inducidos
a reverenciar las estructuras de su sociedad: monarquía, aristocracia, jerarquía
eclesiástica o la que fuese, por el motivo de que reflejaban la voluntad de Dios o el
orden del ser, en suma, el fundamento de las cosas a las que el hombre debe su lealtad
última. Había que obedecer al rey porque era el ungido de Dios; más aún, era la
expresión, en la política, de lo que Dios era en el universo. (Taylor, 1983, p. 159).
La comunidad ética abre paso al a virtud, como capacidad de cumplir sus
desempeños éticos, pero además de ser parte de dicha comunidad, donde la honradez
cobra un alcance jurídico y ético; aquello, bajo la prohibición de la fórmula de derecho,
67
en tanto que lo segundo del reconocimiento mutuo como iguales, entre iguales, como
personas libres, y ya no solo a la manera de un reclamo o regla interior moral. Esta es
la “ética [o doctrina]de la virtud” la que constituye la Vida Ética. (FD § 150), (Knowles,
2002, p. 235), que le permite al individuo criticar y reevaluar sus leyes dentro del
Estado ético:
La eticidad es la idea de la libertad como bien viviente que tiene en la
autoconciencia su saber, su querer y, por medio de su actuar, su realidad, actuar que
tiene a su vez en el ser ético su fundamento en y para sí y su fin motor. Es el concepto
de la libertad que ha devenido mundo y naturaleza de la autoconciencia. (FD Hegel §
142).
Para Hegel, la virtud viene dada por la rectitud, que se convierte en eticidad en
el modo general del comportamiento del individuo: “lo ético como el modo universal
de acción de los mismos —como costumbre—, la habitualidad de lo ético es como una
segunda naturaleza” (FD § 151).
El orden ético asegura la identidad de la voluntad universal (social) con la
particular (sujeto de derechos y deberes), y la sustancia ética es definida como la unidad
de “la autoconciencia que es para sí” (FD § 156).
La familia constituye la primera forma de la eticidad 45 (FD § 142) entendida como “el
concepto de la libertad que ha devenido mundo presente y naturaleza de la
autoconciencia” (FD § 142).
Para Hegel el desconocimiento del carácter ético de la unión matrimonial
constituye una forma explícita de corrupción que es contraria al “sentimiento ético”
propio de la “relación sustancial” (FD § 164). Dicha relación se da al elevar “la
45
La “eticidad” (Sittlichkeit) como “intersubjetividad racional hecha costumbres y constituida
históricamente” es la base de la teoría del Estado de Hegel, que aparece como superación de la filosofía
kantiana en sus escritos de juventud. Dicha intersubjetividad supera la mera conciencia subjetiva, es
comunidad ilustrada por Antígona como “ley de comunidad —que se enfrenta a la ley subterránea, los
penates, la tradición representada por el principio de lo femenino—” (Ávalos, 2010, p. 17 y 23).
68
46
La segunda referencia a la corrupción en el interior de la familia (FD § 180) se da al interior de la
educación de los hijos y la disolución de la familia.
69
uno de los principios absolutos en los que descansa la eticidad de una comunidad; de
ahí que la institución del matrimonio sea presentada como uno de los momentos de la
fundación divina o heroica de los Estados” (FD § 167). Fundada en la “libre entrega”,
ya no deriva del mero impulso sexual, ni de un “contrato arbitrario”, sino que es
resultado de la racionalidad y de la libertad (FD § 168). A menor imposición, menor
será el peso “positivo y jurídico” que pudiera tener dicha institución (FD § 176). El
divorcio o “disolución” del matrimonio cabe cuando aparezca la “alienación total” (FD
§ 176) en la relación de la pareja.
Los hijos “son seres libres en sí, y la vida es sólo la existencia inmediata de esa
libertad, por ello no pertenecen como cosas ni a los otros ni a sus padres” (FD § 175);
cuentan, como expresión de esa unidad ética, con “el derecho de ser alimentados y
educados” (FD § 174). La disolución de la “ética de la familia consiste en que los hijos,
educados para la personalidad libre, sean reconocidos en su mayoría de edad, como
personas jurídicas capaces” (FD § 178) o tras la muerte de los progenitores (FD § 179).
Hegel hace una nueva referencia a la corrupción a partir del derecho romano en
términos de la ausencia de eticidad de las leyes en materia hereditaria. En particular
alude al derecho civil de familia y sucesiones a través de los contenidos del derecho
positivo y su clausulado de prescripciones dispuestas de manera inequitativas respecto
de la mujer y los hijos. Estos no alcanzan la eticidad propia de esta instancia por la
aberrante irracionalidad de la esclavitud patrimonial a que eran sometidos por la ley,
con injusto e indolente respaldo del aparato de justicia (FD § 180).
Hegel plantea cómo el arribo a la condición de personas de los integrantes de la
familia, como sujetos “de derechos independientes”, cuando se materializa en la
disposición incondicional de la propiedad privada familiar a través del derecho de testar
o “arbitrio directo del difunto”, puede terminar no sólo en una degradación de quien
dispone sino de la institución familiar en su conjunto. Esto resulta relevante en la
medida en que las restricciones a la libre disposición de la propiedad familiar —en
cuanto propiedad privada de titularidad ampliada o colectiva— constituyen parte de la
eticidad.
71
la falta de eticidad […] de las leyes romanas respecto de la mujer y el hijo manumitido
o vendido. El hijo podría ser vendido por el padre, y si era manumitido por otro
regresaba al poder del padre, y tan solo en una tercera manumisión llegaba a ser
efectivamente libre de la esclavitud (FD § 180).
Hijo que no podría ser libre, persona de derecho, y sólo podría tener como su
propiedad el botín de guerra (peculium castrense). Aun si después de la tercera venta
o manumisión salía del control paterno, este no podría heredarlo como si quienes no
hubieren salido del núcleo familiar, así no contaran con una disposición testamentaria.
En este punto hace Hegel trata sobre la demanda de una relación ética para la
mujer al interior de la familia. Resulta importante si se tiene en cuenta el reparo de
discriminación de género y la marca patriarcal y misógina que recurrentemente se le
ha hecho al autor. Hegel reclama que la mujer no entraba al matrimonio “como en una
relación de esclavitud” (FD § 180) y que, pese a conformar una familia a través de la
boda, seguía excluida a través de la herencia de los bienes que eran suyos. Tampoco
sus descendientes heredaban de ella, como si siguiese perteneciendo a la anterior
familia, pero sin el reconocimiento de derechos patrimoniales en la nueva.
Tal degradación de la mujer se daba, según Hegel, gracias a la administración
de justicia:
47
Es aquí donde aparece la segunda referencia directa de Hegel a la corrupción en relación con la familia
en punto hereditario, calificando como tal la exclusión de la mujer del patrimonio de familia —como
persona jurídica (FD §171)— donde esa tiene su realidad externa (§160), derivada del vínculo ético de
la unión amorosa entre sujetos libres familia, donde su disolución patrimonial deriva en la herencia.
73
48
Aquí Hegel hace una referencia explícita directa a la corrupción en relación con la corrupción “física
y ética” de la sociedad civil y las costumbres expresando como “el individuo como subjetividad aparece
“en el mundo antiguo como una invasión de corrupción ética y la última causa del de la caída del mundo”
(FD §185), citado por Ege y Igersheim donde menciona como el caos o “espectáculo de un orden
completamente anárquico, fragmentado y heterogéneo” propio de la sociedad civil de Hegel, es un punto
de encuentro con Rawls (Ege y Igersheim, 2008, p. 41).
74
49
La subjetividad egoísta y la carencia de eticidad son de los elementos más recurrentes en las diversas
formas de corrupción históricas, tanto en la perdida de eticidad como en la sociedad civil, en FH.
50
El joven Hegel profesó una inmensa admiración por Rousseau, la cual mantuvo durante toda su carrera
intelectual con un permanente interés (Church, 2010, p. 125).
51
Para Rousseau igualmente “la educación sería vista como un aliado de la corrupción” en
contraposición de la postura de Hegel (Cristi, 2005, p. 95).
75
(Church, 2010, pp. 126, 134). Para Hegel el individuo por ser reconocido (FD § 192)
está mediado por instituciones a nivel de la identidad individual —“a los ojos de
uno”— y a nivel grupal —“a los ojos de otros”—. El deseo no es “natural”, sino
conformado, y sus fines son constituidos por normas sociales y políticas compartidas
(FD § 207): “los deseos individuales por tanto son fundamentalmente formados y
satisfechos en su participación en tales instituciones” (Church, 2010, p. 126).
Los problemas de los deseos espirituales en la era moderna son compartidos por
Hegel y Rousseau. Con el crecimiento del progreso intelectual se expande el deseo
humano, que demanda medios adicionales de satisfacción; sin embargo, “en el mercado
económico moderno tiende a liderar el egoísmo y corrupción, que subvierten la
conexión con las instituciones o comunidades necesarias en las esferas de
reconocimiento” (Church, 2010, p. 126). Más aún, circunstancialmente ocurre que toda
“comunidad humana se disuelve y tales individuos se encuentran a ellos mismo
alienados y solos, esclavizados a la opinión corrupta de otros. Las comunidades
genuinas son reemplazadas por imitaciones corruptas de comunidades construidas por
normas banales, “vacía extravagancia [y] riqueza” (FD § 185). Dichas imitaciones son
nuevas formas corruptas de comunidad, no formas reales de comunidad pues sólo
proveen falsas formas de reconocimiento. En resumen, tanto Rousseau como Hegel se
preocupan por la tendencia interna de muchas fuerzas de la economía moderna y de la
vida social hacia de insatisfacción, corrupción, alienación y, finalmente, “miseria”
(Church, 2010, p. 129).
La expansión de los deseos para Rousseau viene dada por la creciente división
del trabajo y por la ascendente dependencia mutua que se deriva de aquel para la
satisfacción de las necesidades individuales y grupales. Hegel, va más allá, ve estas
como parte de un “sistema de necesidades” conforme al cual, “a través de las división
y diferenciación de las necesidades concretas”, opera la “multiplicación de las
necesidades”. A su vez, con la división del trabajo, los deseos se tornan más abstractos,
diferenciados y refinados como parte de un “infinito proceso”, potenciado por la
sociedad de trabajo y producción, donde los individuos pierden de manera creciente su
autosuficiencia pues a mayor desarrollo de las fuerzas productivas, mayor oferta de
77
52
Para Hegel el Estado surge con la división del trabajo derivada de la aparición de la agricultura y la
propiedad privada con el tipo de deseos propio de tales comunidades (FD § 188), en tanto que para
Rousseau, aquel precede a esta, y la aparición de la propiedad privada y la división del trabajo, previo a
las cuales encontramos “el mejor de los hombres” (Church, 2010, p. 131).
78
53
Hegel destaca que las desigualdades en las satisfacciones de los deseos en la sociedad de mercado solo
pueden superarse mediante la participación de formas —cuasifeudales— corporativas, asociativas o de
emprendimiento que rompan el círculo de la miseria, egoísmo y exclusión por vía de la solidaridad
incluyente, productiva, mediada institucionalmente y no caritativa o paternalista (Church, 2010, p. 133).
54
La fascinante correlación de la educación y corrupción en la filosofía de la libertad de Hegel sin duda
es otra de las grandes tareas por abordar, y dado el abordaje de las referencias directas a este último, va
más allá del objeto del presente trabajo.
79
55
Hegel en su ensayo de 130 páginas, “Comentario sobre los Procedimientos Públicos de los Estados de
la Asamblea in the reino de Württemberg, 1815-1816”, publicado en 1817, tratando de influir en el
diseño de la institucionalidad constitucional alemana después de la derrota de Napoleón, el cual fue
redescubierto por Terry Pinkard en la reciente biografía de Hegel, en 1999 (McNeely, 2004, p. 346).
56
Esta (FD § 206) aparecen la tercera y cuarta menciones directas a la corrupción de Hegel en la sociedad
civil, a las que nos referiremos de manera más amplia en este apartado de la sociedad civil.
80
realiza Hegel a partir del sistema de clases o estamentos, esto es desde la modernidad, a los
órdenes sociales histórica y conceptualmente previos como el sistema de castas, de la India
por ejemplo, o el impuesto por los gobernantes en el Estado platónico, o aquellos
predeterminados por el nacimiento como el orden feudal, como la división y más aún
segregación entre hombre libres y esclavos, propia de las sociedades esclavistas como la
romana o griega, todas las cuales se sostiene por la autoridad religiosa —que también es
poder—, derivando en “la corrupción interna y la degradación completa” (FD § 206). Esta
corrupción proveniente de la condición social fija, predeterminada, inamovible, solo logra
ser superada mediante el reconocimiento que lo torne recíproco e intersubjetivo, el derecho
que lo erija en derecho suyo y deber de respeto del otro, para que a su vez este otro en tanto
que otro sea reconocido por mi yo singular, donde el yo y el otro adoptan la formas simultánea
de pluralidades de un nosotros y ellos en el seno comunitario; y de la libertad, entendida
como arbitrio como forma de la libertad subjetiva y objetiva, universal, bajo la forma de
moralidad —como reflexión sobre el reflexionar sobre el obrar propio “y la finalidad de las
necesidades particulares y del bienestar y donde la contingencia en la satisfacción de las
mismas convierte también una ayuda contingente individual” (FD § 207) al interior de la
sociedad civil y del Estado.
Así las cosas, el ser humano se halla conformado por autoconciencia y libre
determinación. Aquella sólo se logra a través del reconocimiento con otros en tanto que
otros, esto es, en comunidad en la que las relaciones sociales del “sistema de
necesidades” se dan sobre la premisa de una libertad positiva o afirmativa, contraria a
la libertad en la “sociedad premoderna [donde] la emancipación de la libertad subjetiva
solo significa la destrucción del sistema de jerarquías y la corrupción del orden social”
(Nokano, 2004, p. 38). El sistema de necesidades de Hegel difiere del modelo de
económica política liberal planteado por Smith y Ricardo, que sostienen como premisa
de esta una libertad negativa basada en individuos libres e independientes.
Estas ideas son refutadas por Hegel en términos de una emancipación dada por
instituciones modernas capaces de generar un moderno sistema económico. La
dialéctica de la acumulación y riqueza conlleva descarnadas formas de exclusión y
pobreza masivas, fallas del sistema de necesidades que trae como resultado
81
Hegel tiene el mérito de ser quien primero introdujo y quien aportó la concepción
moderna de sociedad civil en la filosofía. Su singularidad consiste en su comprensión
de las complejas y conflictivas relaciones económicas y sociales o de la materialidad
de la sociedad moderna, capaz de dar cuenta de las relaciones entre necesidad y
libertad, entre causalidad y teleología, que hasta entonces eran ajenos para dicho
concepto (Mora, 1990). No obstante, Hobbes y Locke —quien opone al estado de
naturaleza la sociedad civil— ya se habían referido a idéntica categoría con alcances
muy limitados y diferentes: no incluían la centralidad de tal concepto en la comprensión
de la sociedad y Estado modernos a partir de contenidos relacionales referidos a la
economía y comunidad (Lloyd, 1995).
En tratándose de la sociedad civil, Hegel realiza tres reproches directos sobre la
corrupción en punto de la sociedad civil misma correspondientes a: (i) el desconocimiento
de la naturaleza y de los fines de la razón en la sociedad civil, (ii) la corrupción del orden
social y de las costumbres, y, finalmente, (iii) otro momento estamental o de clases y modo
del trabajo (FD §§ 187, 196 y 206). De allí mismo deriva la importancia de su lectura sobre
los riesgos, acentos y reproches de corruptibilidad de la sociedad civil, en cuanto estos se
corresponden a aportes a la historización de la corrupción y a crítica inmanente de la sociedad
82
civil actual, cuya teorización perfila una suerte de trazos anticipatorios del decaimiento
público propio de la sociedad contemporánea.
La sociedad civil aparece en Aristóteles (Becchi, 1983) como un “hecho
convencional”, un simple producto del consenso de los hombres, y no “un hecho natural”,
como cree erradamente Molina (2013). En Hegel lo social hace parte del desarrollo de la
cultura, segunda naturaleza, y este es el contenido central de su ethos. En la modernidad, el
término sociedad civil habría aflorado en Locke, y de ahí fue adoptado en el campo de la
economía política por el filósofo escocés Adam Ferguson57 en el siglo dieciocho y retomado
por Adam Smith, cuyo aporte fue relacionar el concepto de sociedad civil con la historia. De
allí, Hegel lo tomó influenciado por los pensadores ingleses clásicos y padres de la económica
política David Ricardo y Adam Smith (FD § 189).
Más tarde, con mayor claridad, Ferguson analiza la relación entre sociedad civil y
corrupción resaltando a fines del siglo XVIII la ética del individualismo y su divorcio de la
política propia de la Revolución Industrial. Son las relaciones sociales de producción,
incluyendo la división del trabajo y el refinamiento de las condiciones de vida lo que
conducen entre otros a la “corrupción y la pérdida de la vida política”. Ferguson además, vio
en ellos el riesgo de corrupción, entendida en el sentido de:
la pérdida de autonomía en la búsqueda de la sociabilidad, la pérdida de un sentido
de sí mismo, sin el cual no puede haber ningún sentido de lo público. No es casual
que un ensayo de Ferguson sobre la Historia de la Sociedad Civil (1767) comience
con un análisis de la moral, y termine con un retrato inquietante de corrupción.
(Montes, 2004, p. 66-67).
Pese a lo anterior, se da lugar a relaciones políticas (Ferguson, 2009; Molina,
2013) ligadas al Estado liberal o de bienestar. Estas son adoptadas sobre todo a partir
del siglo XX, pero Hegel fue quien extendió y potenció esta reflexión en la filosofía
moderna como ninguno otro. El pensador de Stuttgart lo hizo terreno común de
creciente importancia y centralidad, no solo para el conjunto del pensamiento y saber
social —ciencias sociales— de nuestros tiempos, sino en el ethos de nuestra época,
57
Un ensayo de la historia de la sociedad civil del escocés Adam Ferguson publicado en 1767, y
traducida del inglés al alemán al año siguiente.
83
58
“En la Familia es el miembro familiar; en la sociedad civil en general es el ciudadano (en cuanto
bourgeois); aquí, desde el punto de vista de las necesidades (vid. §123 nota) es lo concreto de la
representación que se llama ser humano; por consiguiente aquí se habla ante todo, y también propiamente
sólo aquí, del ser humano en este sentido.” (FD, § 190).
84
59
“El agua se estanca y se corrompe cuando está encerrada por bancos por todos lados; cuando está
abierto por todos lados se extiende, y cuantas más salidas encuentra, más libres. Así ocurre con los
ciudadanos.” (Hobbes, 1999, p. 151).
60
La función que cumple la sociedad civil en Hegel y Habermas es divergente: en aquel está relacionada
con la economía y en este es una esfera pública cuya función es producir contenidos democráticos, su
contenido es fundamentalmente político: “En Hegel, la sociedad civil está relacionada con la producción
de riqueza y cumple una función organizadora y educativa. En Habermas, no está relacionada con la
economía, ya que está constituida por la esfera pública cuya función es producir contenidos
democráticamente legitimados que deben determinar los fines del Estado en términos de un sistema
comprometido con la realización de sus fines” (Volpato, 2006, p. 55).
85
61
La corrupción es entendida en el Antiguo Testamento como una forma de violencia: “la presencia de
la violencia se discierne a través de sus efectos (shachat en hebreo, que aparece 255 veces): corrupción
y engaño” (Solarte, 2009, p. 3)
86
la sociedad civil posee un doble carácter, pues se revela como espacio que promueve
los individuos para que desarrollen sus intereses privados y, por otra parte, también es
ámbito que ofrece las condiciones para la defensa y el cultivo de asociaciones que
construyen perspectivas, prácticas y creencias comunes. (Hardimon, 1994, p. 202)
62
“Cuando un pueblo es pervertido hasta el punto de alimentar una Sittlichkeit mortífera, el espíritu
deserta de institucionales criminales y se refugia en la conciencia moral de un pequeño número de
individuos, inaccesibles al miedo y a la corrupción. ¿Quién se atrevería a calificarlos de alma bella,
cuando los únicos que quedan para atestiguar contra los denominados héroes de la acción?” (Ricoeur,
1996, p. 278), citado por Gómez, 2007, p. 184).
87
63
Respecto de las actuales realidades de la sociedad civil ¿hasta dónde el hecho de que en un mundo
actual con los niveles de acumulación de riqueza son superiores a los de toda la historia anterior, se dan
al mismo tiempo millones de muertes niño(as) y seres humanos de hambre en el planeta, —135 millones
para 2019, y 265 millones para el 2020, el 65% de los cuales en diez países, , “corriendo el riesgo de
exacerbar las protestas”, —y añadiríamos el alzamiento popular y social— según el Programa Mundial
de Alimentos, de la ONU, presentado en enero 2020; sumado al de desempleos absolutos calculado para
2019 en 187,7 millones a nivel global, y cerca de 480 millones de personas infrautilizados
productivamente, y que uno de cada cinco trabajadores del planeta (630 millones) vive en pobreza
moderada o extrema”, donde menos de la mitad de la mujeres en edad de laborar —47%— alcanzan un
trabajo, y donde el mayor drama social lo constituyen los jóvenes el 22% que no trabajan ni estudian —
según OIT, no constituyen una forma de corrupción elevada o “legítima” en el orden ya no sólo de los
Estados y sino al interior de las sociedades civiles, sino del hombre como especie, como persona moral?
¿Más aún es moralmente digno y éticamente valido, llamar a estos excluidos “plebe”?
88
Conecta, por un lado, con las representaciones sobre la inocencia del estado de
naturaleza y de la simplicidad de costumbres de los pueblos no civilizados y, por otro
lado, con el sentido que considera las necesidades, su satisfacción, los goces y
comodidades de la vida particular, etc., como fines absolutos, el que la formación
64
Sociedad civil en Hegel es traducida también como “sociedad burguesa” o económica, o Estado
económico, egoísta, como negación de la eticidad familiar solidaria solo capaz de ser superadas y
armonizadas en la esfera de la ciudadanía política o Estado.
89
(Bildung) sea considerada allí como algo solamente externo, inherente a la corrupción,
y aquí como mero medio para estos fines; una y otra posición muestran el
desconocimiento de la naturaleza del espíritu y de la finalidad de la razón. (FD § 187)
65
Aquí Hegel refiere de manera directa la categoría corrupción, para condenar a quienes refieren a la
formación o educación (Bildung) como algo externo, como ocurre con los naturalistas.
90
entendida también como aparato gubernativo -no como rama autónoma del poder
público— destinado a proteger y preservar la propiedad privada (FD § 188) desde los
contratos individuales, su tránsito por la familia, hasta la sociedad civil, como
instancias de la eticidad objetiva66.
La comprensión de la libertad humana pasa en Hegel precisamente por la
superación de esta instancia de corrupción derivada de la presentación antagónica o
meramente antinómica entre deseo y razón, en el tránsito hacia una comprensión
dialéctica entre los mismos que es precisamente su universalidad, también llamada
“sencillez natural”:
es decir en parte la pasiva carencia del propio yo, en parte la rudeza del saber y del
querer, esto es la inmediatez y la singularidad en la que está inmerso el espíritu sean
eliminadas por el trabajo y ante todo que su exterioridad alcance la racionalidad de
que es capaz, a saber, la forma de la universalidad, la inteligibilidad (Marcuse,
1984, p. 214).
Es de esta forma como la libertad se materializa en la exterioridad y el espíritu
a su vez aprehende en tal exterioridad la determinación de su libertad.
66
Hegel se halla más cerca la teoría keynesiana en materia de económica política, tomando distancia del
abandono de la economía a la anarquía o contingencia de “mano invisible” por no decir “inservible” del
“dejar hacer” y “dejar pasar” del liberalismo puro no intervencionista, y del neoliberalismo— (Marcuse,
1984, p. 214.)
67
En este parágrafo §206, inscrito en el apartado de “El modo del trabajo” aparecen dos menciones
explícitas a la corrupción por parte de Hegel.
91
aquello que es una necesidad para aquel, se torna en un arbitrio personal bajo la forma
de la voluntad libre.
La relación libre arbitrio-particularidad explica para Hegel las diferencias entre
la vida pública en Oriente y en Occidente, así como entre mundo antiguo y mundo
moderno (FD § 206). Por ejemplo, en el Estado platónico, la membresía a un
“estamento” estaba dada por la orden del gobernante, sin que concurriera la voluntad
individual y menos bajo la forma de derecho. El sistema de castas de la India refuerza
la idea estamental plegada a la condición grupal y excluyente. Es allí donde la
corrupción del orden social aparece bajo la presencia hostil del libre arbitrio (FD § 206
y 185), no sólo en el Estado platónico o en el Oriente, sino también el Estado griego y
en la República romana. El libre arbitrio constituye semejante degradación capaz de
mantenerse a expensas de la voluntad individual, por la imposición del poder político
o de la arbitraria imposición religiosa “como corrupción interna y degradación
completa” (FD § 206) “la particularidad subjetiva se convierte en principio de toda
reavivación de la sociedad civil, del desarrollo de la actividad pensante, del mérito y
del honor” (FD § 206), y que por tanto el reconocimiento y derecho de la sociedad civil
y en el Estado “ocurre al mismo tiempo mediado por el arbitrio es la determinación
más próxima de lo que se llama libertad, sobre todo en la representación general”. (FD
§ 206)
La esclavitud se corresponde a una forma de corrupción en la medida que
arrebata al hombre su esencia: la libertad. Así las cosas, “la historia universal va de
Oriente hacia Occidente, pues Europa es el término de la historia universal, al paso que
Asia es su comienzo” (FH, p. 312), pero a su turno donde “el estado de naturaleza es,
como tal, un estado de injusticia absoluta y general”, es a ello lo que obedece la
presencia de esclavitud incluso en el Estado griego y en el romano (FH, p. 308). “La
esclavitud es la injusticia en sí y por sí, pues la esencia del hombre es la libertad” (FH, p.
309). Es allí donde el Estado es considerado “un momento de progreso [del espíritu] que
parte de una existencia meramente aislada y sensitiva, como un momento de educación,
una modalidad de participación en una superior moralidad objetiva y en una cultura
relacionada con esta” (FH, p. 309). Además, la base central de la esclavitud “estriba en
92
que el hombre no tiene todavía la conciencia de su libertad, con lo cual queda reducido a
una simple cosa, a algo carente de valor intrínseco” (FH, p. 306). La materialización de
dicha libertad en la historia es la fenomenología de la conciencia histórica en cuanto
universal y a la vez concreta, contradictoria.
La pregunta por la sociedad civil en Hegel impone una ética del ir más allá del
sujeto abstracto y su pensamiento inmanente, junto con la propiedad privada en la
forma de la modernidad, de su conformación valorativa subjetiva —moralidad—, nos
permite acoger lo diverso, lo otro o distinto de mí. Estamos inmersos en la compleja
eticidad propia de la familia, sociedad civil y Estado.
Si bien no compartimos con Molina (2013) del todo el criterio según el cual la
sociedad civil como instancia ética no constituye “un fin en sí mismo”, ni que la
“pérdida de la ética” no sea el corazón de la sociedad civil, sí consideramos que
constituye su mayor denuncia del desarreglo de la sociedad humana en el interior de
las condiciones de posibilidad de su existencia material. En cambio, acompañamos la
idea de “que [la sociedad civil] deviene en algo superior a ella”, por su propia dinámica
interior “que la hace volcarse hacia afuera para realizar la libertad de los individuos
que están en su seno” (Molina, 2013, p. 114). En un escenario de tensión entre libertad
y necesidad, se asumió hasta mediados del siglo XX que las contingencias de la sociedad
civil y la libertad humana correspondían al Estado, sin estar más allá. Sin embargo, el
nuevo escenario de las relaciones internacionales muestra que este más allá trasciende
incluso al Estado: una sociedad civil global que supone el surgimiento de un nuevo
orden político, cuyo principal reto es primordialmente la inclusión social (Molina,
2013).
A partir de la sociedad civil en Hegel y su despliegue dialéctico en las formas
insolidarias de acumulación y producción, habría que avanzar por esta misma línea en
la conceptualización de las formas propias de la corrupción en términos de acumulación
de riqueza y exclusión de la corrupción, abriendo paso a una especie de economía
política de la corrupción y de sus formas delincuenciales propias más allá de una
93
“reconfiguración cooptada del Estado” para abrirle68 paso a formas más complejas
como al modelo de macrocorrupción de “democracia falseada” (Bustos, 2015, p. 75).
68
Las teorías más recientes que pretenden dar cuenta de la corrupción refieren a la captura del Estado
—rent seeking— consignadas por Heymann y Kaufman (2000) en un estudio del Banco Mundial, su
más recientemente formulación trata de la reconfiguración cooptada del Estado. También Garay recurre,
para dar cuenta del paramilitarismo en Colombia, a la expresión “se tomaban el Estado”, entendido este
último como un aparato que se presuponía neutral. Con ello la democracia falseada aportaba el hecho de
que el Estado mismo era susceptible no sólo de ser “corrompido”, sino además de ser corruptor, erigirse
en la forma legítima de saqueo de lo público, no simplemente de forma extralegal o ilegal sino
“legítimamente constituida y validada”, claro está, bajo las formas puntuales de corrupción desplegadas.
69
Apel acude a la razón plural “que puede reconstruirse desde la dimensión argumentativa del lenguaje”
desarrollada sobre la base de la premisa kantiana subjetivista (Paolicchi, 2014, p. 48) y define el sujeto
como “comunidad real de experimentacion e interpretacion” como “comunidad ilimitada de interaccion”
y, junto con Pierce, como “horizonte posibilitador de verdad y sentido”, el cual “se va construyendo en
el tiempo mediante la intersubjetividad” donde se reconoce el sentido de las palabras y el ser de las
cosas. En este último la comunicación se situa “en su sentido social-normativo como propia del consenso
del a comunidad” (Apel, 1973, p. 71).
70
Pippin (2008), recogiendo el planteamiento de Honneth, sostiene como Sittlichkeit demanda no sólo
condiciones personales sino “condiciones sociales” cuya ausencia cuenta como “corrupción y distorsión
de la ética moderna como parte de la lucha por el reconocimiento, relaciones amorosas de
reconocimiento, respeto y estima, en la conformación de los sujetos competentes, contrario a los cuales
se incurre en un daño social e injusticia” (p. 275).
94
La definición que daba Hegel del Estado, al expresar que es «la realidad de la Idea
ética» se debía tomar, por ende, muy seriamente. En el sistema de Hegel el Estado
existía como la realización de un imperativo ético específico: la preservación de la
unidad de la sociedad, evitando la desorganización que la anarquía causaba entre sus
miembros, ya fuesen individuos o clases sociales. En este sentido, el Estado no era otra
cosa más que el telos, la meta de las leyes, los recursos y los funcionarios que se supone
conforman el Estado. En el sistema hegeliano la existencia de un Estado y la búsqueda
de tal unidad son cosas idénticas. (Melossi, 1990, p. 56-57)71
71
Citado por Etchegaray (2008, p. 14) en El dominio en la sociedad y el Estado en la filosofía de Hegel.
96
Congreso de Viena, entre otras. Así las cosas, tanto la ciencia como el conocimiento, y
el derecho precisan de irrestricta vocación de difusión libre, esto es sin apremios ni
censuras. Por otro lado, el reclamo de la publicidad de las leyes no es otro que la
exigencia del conocimiento comunitario de los contenidos jurídicos del derecho,
incluido su proceso de formación y de toma de decisiones, lo cual se extiende no solo
a las leyes, sino algo para nosotros hasta insólito, como son de igual forma no solo las
decisiones en materia judicial sino las deliberaciones. Esta transparencia extrema se
explica porque “el Estado, en cuanto realidad efectiva de la voluntad sustancial,
realidad que él tiene en la autoconciencia particular elevada a su universalidad, es lo
racional en sí y para sí” (FD § 258), de modo que el deber supremo de los ciudadanos
es “ser miembros del Estado” (FD § 258). Esta vida de los ciudadanos en el Estado
incluye e implica las formas posibles de participación (Solarte, 1995), pues:
ni lo universal adquiere validez y se lleva a cumplimiento sin el interés, saber y
querer particulares, ni los individuos viven meramente para esto último como
personas privadas, sin querer al mismo tiempo en y para lo universal y sin tener
una eficacia consciente de ese fin. El principio de los Estados modernos tiene esta
enorme fuerza y profundidad de dejar que el principio de la subjetividad se cumpla
hasta llegar al extremo independiente de la particularidad personal y al mismo
tiempo de retrotraerlo a la unidad sustancial y así conservarla en sí mismo (FD §
260).
Un deber de participación deriva de la estructura de la voluntad libre en la
adopción de decisiones que sean capaces de no solo de proyectar mi libertad, liberar
mi subjetividad, sino a su vez colectivizar la subjetividad, y hacerme capaz de
interiorizarla para hacerme más libre.
Por otro lado, la justicia es comprendida por Hegel como un cuerpo
subordinado, al gobierno, —poder gubernativo— con el rol de arbitrar conflictos
meramente civiles que descansan en la propiedad privada. Dicha justicia, no es en
Hegel una rama “interdependiente” del poder público (FD § 273) como ya lo había
pregonado Montesquieu (Montesquieu, 1980, p. 123), sino un cuerpo autónomo de la
sociedad civil, que opera dentro del gobierno, destinado principalmente al amparo de
97
72
El comunitarismo, nacido con Aristóteles, es introducido en la filosofía política moderna tanto por el
romanticismo es ese último quien le da su más alta elaboración conceptual por lo cual podríamos decir
98
que Hegel es, de igual forma, el padre del comunitarismo moderno. El comunitarismo “en términos de
Paolo Commanducci, defender el valor de la autonomía individual junto al de la autonomía de las
culturas supone el surgimiento de lo que ha venido a llamarse comunitarismo liberal o moderado”
(Thiebaut, 1998, p. 79). En términos de filosofía política se podría asegurar que el comunitarismo de
Hegel no es la negación del liberalismo sino su superación, y por lo mismo no niega ni el derecho ni la
moral, sino que las incorpora y relativiza, y contextualiza históricamente, en términos de una comunidad
ética. Esto para señalar las posturas excluyentes y dialécticas en el sentido puramente prehegeliano,
antinómico (Prieto, 1996, pp. 11-26).
73
Las magistraturas o jueces eran designados por medio de sorteos, impuestos según su clase, y la
participación ciudadana se desplegaba desde la familia como parte de una visión ética frente a sus
conciudadanos y al Estado, donde se superaba la tajante separación moderna entre vida pública y vida
privada
99
74
Las constituciones contemporáneas, incluida la colombiana, 1991, consagran la soberanía “popular”
como instancia superior de la soberanía “nacional”, lo que permite hacer el tránsito de una soberanía de
representación política a una de participación ciudadana, sin embargo, Hegel aquí introduce la soberanía
comunitaria de comunidad (Cordua, 1996, p. 21).
101
reclamo por las diferencias y minorías, que no logran irrumpir suficientemente en las
sociedades de democracia popular, ni en los Estados sociales de derecho, donde siguen
siendo reivindicaciones disgregadas, y formuladas normativamente, pero donde su
materialidad es todavía esquiva.
Más aún los contenidos de la soberanía comunitaria y de la exigencia de
participación política de la ciudadanía en Hegel resulta ser discursivamente “más
fuerte” que la propia oferta institucional de las democracias de participación. Al ir atado
a la historicidad comunitaria, a la experiencia constante en el sentido de experiencia de
relacionamiento y acción participativa no se agota ni se centra en las instancias de
representación, sino que precisamente se agota en la comunidad; se instala en el
individuo en relación, y permite a su vez aflorar las desigualdades reales de los
individuos en su singularidad.
La participación ciudadana asegura la inmanencia de la libertad humana y la
libertad humana en su concreción. Constituye el dispositivo o antídoto superior contra
los mayores riesgos de la sociedad contemporánea como son totalitarismos, exclusión
y corrupción. Contiene las mayores posibilidades de profundización de la democracia,
los derechos humanos y sus posibilidades de apropiación horizontal en condiciones de
libertad e igualdad reales y concretas, elevándolas a condición de praxis o ethos.
Diversos pensadores destacan la gran importancia del discurso de la participación en
la teoría política hegeliana. Pero pocos se refieren estrictamente a una participación
comunitaria expresada en “estamentos, corporaciones u organizaciones sociales”
quienes comparten modos de vida, actividades e intereses irreductibles, superando su
condición atómica propias del ejercicio del sufragio, “derivando de los derechos para
todos y la participación directa y efectiva en todos los procedimientos de las que
depende la satisfacción de sus derechos ciudadanos” donde “derechos de todos” no
significa decir “exactamente los mismos derechos para todos” (Cordua, 1996, p. 22),
los cuales no son atendidos en su diversidad y diferencias por el sistema abstracto del
sufragio universal.
En Hegel la participación directa o indirecta, supera la exigencia por el sufragio
universal, y expande los contenidos de la democracia efectiva de los derechos
102
Es de gran importancia para mí que yo sea quien realiza algo y lo trae a la existencia;
debo hacerme presente en ello (Dabei-sein); quiero satisfacerme con lo efectuado. Un
fin por el cual deba empeñarme tiene que ser de alguna manera mi propio fin. Este es
el derecho infinito del sujeto, que se encuentre satisfecho en su actividad y trabajo.
Para que los hombres se interesen en algo es necesario que se encuentren en ello y que
75
Véase por ejemplo, Hegel 1955, §§ 123, 140 FD (f), 207 y p. 388; Hegel 1949-59, VIII 50, 117-121;
XI 50-51, 55, 549; XV 262; XVIII 73, donde el Dabein-sein puede tener la misma acepción del Anteil
de la Propedéutica Filosófica de Hegel (Cordua, 1996, p. 24).
103
Decimos, por tanto, que nada se ha logrado sin el interés de los que participaron con
su actividad en ello; y, en la medida en que llamamos «pasiones» a ciertos intereses
porque el individuo se pone entero en algo, con todos los intereses y propósitos que
tiene y puede tener, con todas las fibras de su voluntad y concentra en este fin también
76
La formulación del “Estado de Derecho” es insuficiente frente a la insatisfacción moral, cívica, cultural
y política así sea “Estado Social del Derecho”, donde sus contenidos no son teóricos, sino que obedecen
a demandas práxicas de reconocimiento y satisfacción.
104
todas sus necesidades y fuerzas, tenemos que decir que nada grande se ha llevado a
cabo en el mundo sin pasión. (Cordua, 1996, p. 31)
77
La meritocracia constituye una de las grandes batallas contemporáneas y a su turno una de las piedras
angulares respecto del servicio público, en todas las ramas del poder público vale decir administración
pública, poder judicial, órganos de control y electorales, y es tenida como una de las más valiosas
herramientas no solo de lucha contra la corrupción, sino de gobernabilidad, transparencia e integridad,
por ampliar los espacios participativos y así expandir la democracia, en el reclutamiento y promoción de
servidores públicos, de carácter temporal y permanente.
106
78
Contrastando con la “paz perpetua” kantiana, aparece la ética de la guerra en Hegel
79
Las sociedades en el interior del Estado, a diferencia de las sociedades nacionales u organismos
internacionales supranacionales, cuentan con el árbitro o juez como órgano encargado del monopolio de
la fuerza ética a tales decisiones validadas colectivamente de las disputas que es la policía.
80
El origen del Estado en Hegel no es pacífico ni mucho menos contractual, como sí lo es en Kant.
107
mismo constituye una prueba extrema del poder estatal tanto interna —frente a sus
integrantes: reconocimiento interno— como externa —frente a otros estados:
reconocimiento externo—. Por lo mismo, “los estados necesitan de la guerra y de la
paz” (Mertens, 1995, p. 680), pero tal necesidad no deriva solo del grado estratégico
de administración de miedos y cohesión por medio de la violencia, sino que la violencia
y la fuerza están a la base —bajo la forma de amenaza y dominación— de las relaciones
de poder globales —interestatales— incluso al interior del “nuevo orden
internacional”. Pese a que el orden jurídico internacional carece de mecanismos para
hacer efectivos sus tratados y decisiones (FD § 333) para Hegel, no toda guerra es
deseable, ni tampoco constituye el único o primer recurso para superar las diferencias
o problemas internacionales, pues la misma guerra tiene límites y estos vienen a su vez
dados por la “vida ética” al interior de los Estados y sus interacciones (Mertens, 1995).
CONCLUSIONES
Hoy por hoy, rescatar los invaluables aportes realizados por Hegel, esenciales
para la comprensión de la corrupción actual, constituye no solo una necesidad teórica,
sino una urgencia histórica frente a la unilateralidad reinante en la comprensión de la
misma, y a la acción y lucha contra la corrupción. Sin una compresión adecuada de la
corrupción, la acción para contenerla resulta más infectiva e insuficiente. La
comprensión de la corrupción desde la orilla hegeliana le añade libertad, no solo a esta
como filosofía, sino a la comprensión de las determinaciones del concepto de
corrupción al otorgarle la posibilidad de su comprensión en su concreción.
El rasgo característico central del concepto de corrupción en Hegel consiste en
que el principal énfasis de este gravita en la eticidad, planteando y posibilitando una
lectura integral de la corrupción, lo cual equivale a una comprensión crítica de la
corrupción en cuanto la revela en su complejidad involucrando diversas esferas de la
intersubjetividad. No es casual que en la FD Hegel no refiera de manera directa la
corrupción en la Moralidad ni en el Derecho Abstracto, sino en la Eticidad.
Se trata acá, por tanto, de contribuir en la conformación de un aparato o
herramienta inaugural en torno a la especificidad del problema de la corrupción en
Hegel, en lugar de resolverlo, por tanto, solo intenta desplegar en sus inicios elementos
en la conformación de un espacio de discursividad filosófica diferenciada —y por lo
mismo de divergencia—, a partir del problema de la corrupción. También de abrir una
puerta más que de cerrar un espacio de análisis, de aportar elementos donde aspiramos
dejar clara la necesidad de profundizar más en el problema insoluto de la corrupción,
respecto del cual haya que retrotraer la metáfora del búho de Minerva, pues quizás
vamos avanzando, crecientemente en disertaciones sobre la corrupción más desde el
punto de visto de la economía (Cepeda, 2004), o de la ciencia política (Misas et ál.,
2005, p. 43 y ss.) —incluyendo teorías parciales como la “captura del Estado”—, o la
criminología (Griffiths, 2007) pero quizás más a partir de visiones meramente
moralistas —“probidad”— o encaminadas a aportar respuestas únicamente jurídico-
positivas propias del ámbito del derecho, o simplemente de herramientas o más aún
110
81
Ha tenido mucha acogida la planteada por Klitgaard, MacLean-Abaroa y Parris (2000).
82
Hemos fundado y acompañado el instrumento de control social participativo y lucha participativa
contra la corrupción desde la Red de Veedurías de Colombia desde 1994, cuyos mecanismos regulatorios
—leyes 850 de 2003, entre muchos otros— han sido la resultante de un proceso colectivo de apropiación
ciudadana de lo público y no al contrario, y por lo mismo es quizás el único mecanismo de participación
que no fue expresamente consagrado en la Constitución de 1991, y que obedece a los dictados y premisas
de la democracia de participación, soberanía popular y Estado Social de Derecho allí consagrados.
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