Below Zero PDF ESPAÑOL

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Índice
Índice __________________________________________________________________ 3
Sinopsis _________________________________________________________________ 4
Prólogo _________________________________________________________________ 6
Capítulo 1 _______________________________________________________________ 9
Capítulo 2 ______________________________________________________________ 16
Capítulo 3 ______________________________________________________________ 52
Capítulo 4 ______________________________________________________________ 57
Capítulo 5 ______________________________________________________________ 66
Capítulo 6 ______________________________________________________________ 70
Capítulo 7 ______________________________________________________________ 82 3
Capítulo 8 ______________________________________________________________ 97
Capítulo 9 _____________________________________________________________ 109
Epílogo _______________________________________________________________ 122
Ali Hazelwood __________________________________________________________ 124
Agradecimientos ________________________________________________________ 125
Sinopsis

Se necesitará el terreno helado del Ártico para mostrarles a estos


científicos rivales que su química arde.

Mara, Sadie y Hannah son amigas primero, científicas siempre.


Aunque sus campos de estudio puedan llevarlas a diferentes rincones del
mundo, todos pueden estar de acuerdo en esta verdad universal: cuando se
trata de amor y ciencia, los opuestos se atraen y los rivales te hacen arder...

Hannah tiene un mal presentimiento sobre esto. La ingeniera

aeroespacial de la NASA no solo se encontró herida y varada en una estación

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de investigación remota del Ártico, sino que la única persona dispuesta a
emprender la peligrosa misión de rescate es su rival de toda la vida.

Ian ha sido muchas cosas para Hannah: el villano que trató de vetar
su expedición y arruinar su carrera, el hombre que protagoniza sus sueños
más deliciosamente espeluznantes... pero nunca interpretó al héroe.
Entonces, ¿por qué está arriesgando todo para estar aquí? ¿Y por qué su
presencia parece tan peligrosa para su corazón como la tormenta de nieve
que se avecina?
Para Shep y Celia. Todavía sin osos polares,
pero con montones de amor. 5
Prólogo

Islas Svalbard, Noruega


Presente

Sueño con un océano.

No obstante, no se trata del Ártico. No es el que se encuentra aquí en


Noruega, con sus olas espumosas y compactas que chocan constantemente
contra las costas del archipiélago de Svalbard. Quizás sea un poco injusto

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de mi parte: vale la pena soñar con el mar de Barents. También valen la
pena sus icebergs flotantes y sus inhóspitas costas de permafrost. A mi
alrededor no hay nada más que una belleza cruda y cerúlea, y si este es el
lugar donde muero, sola, temblorosa, magullada y condenadamente
hambrienta… Bueno, no tengo por qué quejarme.

Después de todo, el azul siempre fue mi color favorito.

Y, sin embargo, los sueños parecen discrepar. Me acuesto aquí, en mi


estado medio despierta, medio inconsciente. Siento que mi cuerpo arroja
preciosos grados de calor. Veo la luz ultravioleta de la mañana penetrar en
la grieta que me atrapó hace horas, y el único océano con el que puedo soñar
es el de Marte.

—¿Dra. Arroyo? ¿Puedes escucharme?

Quiero decir, todo esto es casi risible. Soy una científica de la NASA.
Tengo un doctorado en ingeniería aeroespacial y varias publicaciones en el
campo de la geología planetaria. En cualquier momento dado, mi cerebro es
un torbellino confuso de pensamientos perdidos sobre vulcanismo masivo,
dinámica de fluidos cristalinos y el tipo exacto de equipo anti-radiación que
uno necesitaría para comenzar una colonia humana de tamaño mediano en
Kepler-452b. Juro que no estoy siendo engreída cuando digo que sé
prácticamente todo lo que hay que saber sobre Marte. Incluyendo el hecho
de que no hay océanos en él, y la idea de que alguna vez los hubo es muy
controvertida entre los científicos.

Así que, sí. Mis sueños cercanos a la muerte son ridículos y


científicamente inexactos. Me reiría de eso, pero tengo un tobillo torcido y
estoy aproximadamente a tres metros bajo tierra. Parece mejor simplemente
guardar mi energía para lo que está por venir. En verdad, nunca creí en una
vida después de la muerte, pero ¿quién sabe? Mejor cubrir mis apuestas.

—Dra. Arroyo, ¿me copias?

El problema es, me llama, este océano inexistente en Marte. Siento su


atracción en lo más profundo de mi vientre, y me calienta incluso aquí, en
el extremo helado del mundo. Sus aguas turquesas y sus costas teñidas de
óxido están aproximadamente a 200 millones de kilómetros del lugar donde
moriré y me pudriré, pero no puedo quitarme la sensación de que me
quieren más cerca. Hay un océano, una red de barrancos, todo un planeta

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gigante lleno de óxido de hierro, y todos me están llamando. Pidiéndome que
me dé por vencida. Que me apoye. Que me deje ir.

—Dra. Arroyo.

Y luego están las voces. Voces aleatorias e improbables de mi pasado.


Bueno, está bien: una voz. Siempre es la misma, profunda y estruendosa,
sin acento perceptible y consonantes bien pronunciadas. Debo decir que
realmente no me importa. No estoy segura de por qué mi cerebro ha decidido
imponérmelo en este momento, teniendo en cuenta que pertenece a alguien
a quien no le agrado mucho, alguien que podría gustarme aún menos, pero
es una voz bastante buena. Una puntuación excelente le doy. Vale la pena
escucharla en una situación a las puertas de la muerte. Aunque Ian Floyd
fue quien nunca quiso que viniera a Svalbard en primer lugar. A pesar de
que la última vez que estuvimos juntos fue terco, desagradable e
irrazonable, y ahora parece sonar solo…

—Hannah.

Cerca. ¿Realmente se trata de Ian Floyd? ¿Suena cerca?

Imposible. Mi cerebro se ha congelado hasta la estupidez. Realmente


debe ser el fin para mí. Ha llegado mi hora, el final está cerca y...
—Hannah. Voy por ti.

Mis ojos se abren de golpe. Ya no estoy soñando.

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Capítulo 1

Centro Espacial Johnson, Houston, EEUU


Hace un año

En mi primer día en la NASA, en algún momento entre la admisión de


Recursos Humanos y un recorrido por el edificio de Estudios de
Compatibilidad Electromagnética, un ingeniero recién contratado
demasiado entusiasta se vuelve hacia el resto de nosotros y pregunta:

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—¿No sienten que toda su vida los ha conducido a este momento?
¿Como si estuvieran destinados a estar aquí?

Aparte de Eager Beaver, somos catorce los que comienzan a partir de


hoy. Catorce de nosotros, recién salidos de los cinco mejores programas de
posgrado, pasantías prestigiosas y trabajos en la industria que mejoran el
currículum, aceptados exclusivamente para parecer más atractivos durante
la próxima ronda de reclutamiento de la NASA. Somos catorce, y los trece
que no son yo asienten con entusiasmo.

—Siempre supe que terminaría en la NASA, desde que tenía cinco


años —dice una chica de apariencia tímida. Ha estado pegada a mi lado
durante toda la mañana, supongo que porque somos las únicas dos que no
son hombres en el grupo. Debo decir que no me importa demasiado. Quizás
sea porque ella es ingeniera informática mientras que yo soy aeroespacial,
lo que significa que hay muchas posibilidades de que no la vea mucho
después de hoy. Su nombre es Alexis y lleva un collar de la NASA encima de
una camiseta de la NASA que apenas cubre el tatuaje de la NASA en la parte
superior de su brazo—. Apuesto a que es lo mismo para ti, Hannah —agrega,
y le sonrío, porque Sadie y Mara insistieron en que no debería mostrar mi
expresión de perra inexpresiva ahora que vivimos en zonas horarias
diferentes. Están convencidas de que necesito hacer nuevos amigos, y he
accedido a regañadientes a hacer un gran esfuerzo solo para que se callen.
Así que asiento en dirección a Alexis como sé precisamente que quiere que
haga, mientras pienso en privado: De hecho, no.

Cuando la gente se entera de que tengo un doctorado, tiende a


suponer que siempre fui una niña motivada académicamente. Que pasé por
la escuela toda mi vida en un esfuerzo constante por superarme. Que me
fue tan bien como estudiante, que decidí seguir siendo estudiante mucho
después de haber podido ser contratada y liberarme de los grilletes de las
tareas y las noches estudiando para exámenes interminables. La gente
asume, y en su mayor parte los dejo creer lo que quieren. Preocuparse por
lo que otros piensan es mucho trabajo y, con algunas excepciones, no soy
una gran fanática del trabajo.

Sin embargo, la verdad es todo lo contrario. Odié la escuela a primera


vista, con la consecuencia directa de que la escuela odió a la niña hosca y
apática que fui en aquel entonces. En primer grado, me negué a aprender a
escribir mi nombre, a pesar de que Hannah solo tiene tres letras repetidas
dos veces. En la secundaria, establecí un récord escolar por el mayor
número de días de detención consecutivos: lo que sucede cuando decides 10
pronunciarte en contra de algo y no hacer la tarea para ninguna de tus
clases porque son demasiado aburridas, demasiado difíciles, demasiado
inútiles o todos los anteriores. Hasta el final de mi segundo año, no podía
esperar para graduarme y dejar atrás toda la escuela: los libros, los
maestros, las calificaciones, los grupos. Todo. Realmente no tenía un plan
para después, excepto dejar atrás el ahora.

Tuve este sentimiento, toda mi vida, de que nunca iba a ser suficiente.
Interioricé bastante pronto que nunca iba a ser tan buena, tan inteligente,
tan adorable, tan querida como mi perfecto hermano mayor y mi impecable
hermana mayor, y después de varios intentos fallidos de estar a la altura,
decidí dejar de intentarlo. También dejar de preocuparme. Cuando estaba
en mi adolescencia, solo deseaba…

Bueno. Hasta el día de hoy, no estoy segura de lo que deseaba a los


quince. Que mis padres dejaran de preocuparse por mis deficiencias, quizás.
Que mis compañeros dejaran de preguntarme cómo podía ser la hermana
de dos ex valedictorians estelares. Quería dejar de sentir que me estaba
pudriendo en mi propia falta de objetivos y quería que mi cabeza dejara de
dar vueltas todo el tiempo. Estaba confundida, contradictoria y, viéndolo
ahora, probablemente fui una adolescente de mierda con quien estar. Lo
siento, mamá, papá y el resto del mundo. Sin resentimientos, ¿eh?
De todos modos, fui una niña bastante perdida. Hasta que Brian McDonald,
un estudiante de tercer año, decidió que invitarme a la fiesta de bienvenida
comenzando con «Tus ojos son tan azules como una puesta de sol en Marte»
podría hacer que dijera que sí.

Para que conste, es una línea de ligue horrible. No la recomiendo.


Úsala con moderación. No la uses para nada, especialmente si, como yo, la
persona que estás tratando de ligar tiene ojos marrones y es plenamente
consciente de ello. Pero lo que fue un punto bajo innegable en la historia del
coqueteo terminó sirviendo, si me perdonan una metáfora muy
autoindulgente, como una especie de meteorito: se estrelló contra mi vida y
cambió su trayectoria.

En los años siguientes, descubrí que todos mis colegas de la NASA


tienen su propia historia de origen. Su propia roca espacial que alteró el
curso de su existencia y los empujó a convertirse en ingenieros, físicos,
biólogos, astronautas. Por lo general, es un viaje de la escuela primaria al 11
Centro Espacial Kennedy. Un libro de Carl Sagan bajo el árbol de Navidad.
Un profesor de ciencias particularmente inspirador en un campamento de
verano. Mi encuentro con Brian McDonald cae bajo ese paraguas. Sucede
que involucra a un tipo que (según se dice) pasó a moderar los foros de
mensajes de celibato involuntario en Reddit, lo que lo hace bastante
aburrido.

Las personas obsesionadas con el espacio se dividen en dos campos


distintos. Los que quieren ir al espacio y anhelan la gravedad cero, los trajes
espaciales, bebiendo su propia orina reciclada. Y la gente como yo: que lo
que queremos (a menudo lo que hemos querido desde que nuestros lóbulos
frontales aún no estaban lo suficientemente desarrollados como para
hacernos pensar que los zapatos de punta son una buena declaración de
moda) es saber sobre el espacio. Al principio es algo simple: ¿De qué está
hecho? ¿Dónde termina? ¿Por qué las estrellas no caen y chocan con
nuestras cabezas? Luego, una vez que has leído lo suficiente, vienen los
grandes temas: materia oscura. Multiverso. Agujeros negros. Ahí es cuando
te das cuenta de lo poco que entendemos sobre esta cosa gigante de la que
somos parte. Cuando empiezas a pensar si puedes ayudar a producir nuevos
conocimientos.

Y así es como terminas en la NASA.

Entonces, volvamos a Brian McDonald. No fui a la fiesta de bienvenida


con él. (No fui a la fiesta de bienvenida en absoluto, porque no era realmente
mi escena, y aunque lo hubiera sido, fui castigada por reprobar un examen
parcial de español, e incluso si no lo hubiera sido, que se jodan Brian
McDonald y sus líneas de ligue mal investigadas.) Sin embargo, algo sobre
todo el asunto se me quedó grabado. ¿Por qué una puesta de sol sería azul?
¿Y en un planeta rojo, nada menos? Parecía algo que valía la pena conocer.
Así que me pasé la noche en mi habitación, buscando en Google partículas
de polvo en la atmósfera marciana. Al final de la semana, me inscribí para
obtener una tarjeta de la biblioteca y devoré tres libros. Al final del mes,
estaba estudiando cálculo para comprender conceptos como empuje en el
tiempo y series armónicas. Al final del año, tenía una meta. Nebulosa,
confusa, aún no completamente definida, pero una meta al fin y al cabo.

Por primera vez en mi vida. 12


Te ahorraré la mayoría de los penosos detalles, pero pasé el resto de
la escuela secundaria rompiéndome el alma para compensar el alma que no
me había roto durante la década anterior. Imagínate un montaje de
entrenamiento de los años 80, pero en lugar de correr en la nieve y hacer
flexiones con un palo de escoba reutilizado, estaba trabajando duro con
libros y clases de YouTube. Y fue un trabajo duro: querer entender conceptos
como Diagrama de Hertzsprung-Russell o períodos sinódicos o sicigia no los
hizo más fáciles de comprender. Antes, nunca lo había intentado realmente.
Pero a la tierna edad de dieciséis años, me enfrenté a la insoportable
confusión que surge al dar lo mejor de mí y darme cuenta de que a veces
simplemente no es suficiente. Por mucho que me duela decirlo, no tengo un
coeficiente intelectual de 130. Para entender realmente los libros que quería
leer, tuve que repasar los mismos conceptos una y otra vez, y una maldita
vez más. ¡Inicialmente, subí sin descanso a la cima de descubrir cosas
nuevas!, pero después de un tiempo mi motivación comenzó a decaer, y
comencé a preguntarme qué estaba haciendo. Estaba estudiando un
montón de cosas de ciencias realmente básicas, para poder graduarme a
cosas de ciencias más avanzadas, para que un día realmente supiera todas
las cosas de ciencia sobre Marte y… ¿y luego qué? ¿¡Ir a jugar el Jeopardy!
y elegir la categoría de Espacio por $500? Realmente no parecía valer la
pena.

Entonces, pasó algo el agosto de 2012.

Cuando el rover Curiosity se acercó a la atmósfera marciana, me


quedé despierta hasta la una de la madrugada. Tomé dos botellas de Coca-
Cola Light, comí maní para la buena suerte y cuando comenzó la maniobra
de aterrizaje, me mordí el labio hasta que éste sangró. En el momento en
que tocó el suelo con seguridad, grité, reí, lloré y luego me castigaron
durante una semana por despertar a toda la casa la noche antes de que mi
hermano se fuera para su viaje del Cuerpo de Paz, pero no me importó.

En los meses siguientes, devoré cada pequeña noticia que la NASA


emitió sobre la misión del Curiosity, y mientras me preguntaba quién estaba
detrás de las imágenes del cráter Gale, la interpretación de los datos sin
procesar, los informes sobre la composición molecular del Aeolis Palus, mi

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objetivo confuso e indefinible comenzó a solidificarse.

NASA.

La NASA era el lugar donde estar.

El verano entre undécimo y último grado, encontré una clasificación


de los cien mejores programas de ingeniería en los EEUU y decidí
postularme a los veinte primeros.

—Probablemente deberías extender tu alcance. Agregar algunas


universidades de seguridad —me dijo mi consejero vocacional—. Quiero
decir, tus exámenes de admisión son realmente buenos y tu promedio ha
mejorado mucho, pero tienes un montón de… —(pausa larga para aclararse
la garganta)—… banderas rojas académicas en tu registro permanente.

Lo pensé por un minuto. ¿Quién hubiera imaginado que por portarme


un poco mal durante la primera década y media de mi vida traería
consecuencias duraderas? Yo no.

—De acuerdo. Bien. Que sean las primeras treinta y cinco.


Resulta que no fue necesario. Me aceptaron sorprendentemente
(redoble de tambores, por favor)… en una de las veinte mejores escuelas.
Una verdadera ganadora, ¿eh? No sé si presentaron mal mi solicitud,
extraviaron la mitad de mis expedientes académicos o si tuvieron un
problema mental en el que toda la oficina de admisiones olvidó
temporalmente cómo se supone que debe lucir una estudiante prometedora.
Dejé mi depósito y aproximadamente cuarenta y cinco segundos después de
recibir mi carta le dije a Georgia Tech que asistiría.

No se aceptan devoluciones.

Así que me mudé a Atlanta y lo di todo. Elegí las especializaciones y


las asignaturas secundarias que sabía que la NASA querría ver en un
currículum. Conseguí las pasantías federales. Estudié lo suficiente para
aprobar los exámenes con buenas notas, hice el trabajo de campo, apliqué
a la escuela de posgrado, escribí la tesis. Cuando recuerdo los últimos diez
años, la escuela, el trabajo y el trabajo escolar son prácticamente todo lo
que se destaca, con la notable excepción de conocer a Sadie y Mara, y de
verlas a regañadientes labrarse un lugar en mi corazón. Dios, ocupan mucho
espacio. 14
—Es como si el espacio fuera toda tu personalidad —me dijo la chica
con la que me relacioné casualmente durante la mayor parte de mi segundo
año de licenciatura. Fue después de que le expliqué que no, gracias, que no
estaba interesada en salir a tomar un café con sus amigos debido a una
lección sobre Kalpana Chawla a la que planeaba asistir—. ¿Tienes otros
intereses? —preguntó. Le lancé un rápido «Nop» le dije adiós con la mano y
no me sorprendió mucho cuando, a la semana siguiente, no respondió a mi
oferta de encontrarnos. Después de todo, claramente no podía darle lo que
deseaba.

—¿Realmente esto es suficiente para ti? ¿Tener sexo conmigo cuando


te apetece e ignorarme el resto del tiempo? —preguntó el chico con el que
me acosté durante el último semestre de mi doctorado—. Simplemente
pareces… No lo sé. Extremadamente inaccesible emocionalmente. —Creo
que tal vez tenía razón, porque apenas ha pasado un año y no puedo
recordar bien su rostro.

Exactamente una década después de que Brian McDonald


confundiera mi color de ojos, solicité un puesto en la NASA. Conseguí una
entrevista, luego una oferta de trabajo y ahora estoy aquí. Pero a diferencia
de los otros nuevos empleados, no siento que Marte y yo siempre estuvimos
destinados a pasar. No hubo ninguna garantía, ninguna cuerda invisible del
destino que me atara a este trabajo, y estoy segura de que llegué hasta aquí
por pura fuerza bruta, pero ¿importa?

No. Ni siquiera un poquito.

Así que me giro para mirar a Alexis. Esta vez, su collar de la NASA, su
camiseta, su tatuaje, me sacan una sonrisa sincera. Ha sido un largo viaje
hasta aquí. El destino nunca fue algo seguro, pero he llegado, y estoy
atípicamente, sinceramente, satisfactoriamente feliz.

—Me siento como en casa —digo, y la forma entusiasta en que asiente


resuena en lo más profundo de mi pecho.

En un momento de la historia, todos los miembros del Programa de


Exploración de Marte también tuvieron su primer día en la NASA. Se

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pararon en el mismo lugar donde estoy parada ahora. Dieron su información
bancaria para depósito directo, se tomaron una foto poco favorecedora para
sus credenciales, estrecharon la mano de los representantes de recursos
humanos. Se quejaron del clima de Houston, compraron un café terrible en
la cafetería, pusieron los ojos en blanco ante los visitantes que hacían cosas
turísticas, dejaron que el cohete Saturn V los dejara sin aliento. Cada uno
de los miembros del Programa de Exploración de Marte hizo esto, como lo
haré yo.

Entro en la sala de conferencias donde un pez gordo de la NASA está


concertado para hablar con nosotros, observo la vista de la ventana del
Centro Espacial Johnson y los restos de objetos que una vez fueron lanzados
a través de las estrellas, y siento que cada centímetro de este lugar es
emocionante, fascinante, electrizante, embriagador.

Perfecto.

Entonces me doy la vuelta. Y, por supuesto, encuentro a la última


persona que quería ver.
Capítulo 2

Campus de Caltech, Pasadena, California


Hace cinco años y seis meses

Estoy terminando mi semestre inicial de la escuela de posgrado


cuando conozco a Ian Floyd, y es culpa de Helena Harding.

La Dra. Harding es muchas cosas: la mentora de doctorado de mi


amiga Mara; una de las científicas ambientales más célebres del siglo XXI;

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un ser humano generalmente malhumorado; y, por último pero no menos
importante, mi profesora de Ingeniería de Recursos Hídricos.

Es, sinceramente, una clase de mierda en todos los sentidos:


obligatoria; irrelevante para mis intereses académicos, profesionales o
personales; y altamente enfocada en la intersección del ciclo hidrológico y el
diseño de sistemas de alcantarillado pluvial urbano. En su mayor parte,
paso las conferencias deseando estar en cualquier otro lugar: en la fila del
Departamento Vehicular, en el mercado comprando frijoles mágicos,
tomando Aerodinámicas Analíticas Transónicas y Supersónicas. Hago lo
menos que puedo para sacar una B menos, que, en la estafa injusta de la
escuela de posgrado, es la calificación mínima para aprobar, hasta la
semana tres o cuatro de clases, cuando la Dra. Harding presenta una nueva
y cruel tarea que tiene todo malditamente que ver con el agua.

—Encuentren a alguien que tenga el trabajo de ingeniería que desean


al final de su doctorado y tengan una entrevista informativa con ellos —nos
dice—. Luego escriban un informe al respecto. Es para el final del semestre.
No vengan a quejarse durante el horario de oficina, porque llamaré a
seguridad para que los acompañen a la salida. —Tengo la sensación de que
me está mirando mientras lo dice. Probablemente sea solo mi conciencia
culpable.
—Honestamente, solo voy a preguntarle a Helena si puedo
entrevistarla. Pero si quieres, creo que tengo un primo o algo así en el
Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA —dice Mara
despreocupadamente más tarde ese día, mientras estamos sentadas en los
escalones afuera del Auditorio Beckman tomando un almuerzo rápido antes
de regresar a nuestros laboratorios.

No diría que somos cercanas, pero he decidido que me gusta. Mucho.


En este punto, mi actitud de la escuela de posgrado es una variante
moderada de No vine aquí para hacer amigos: no me siento en competencia
con el resto del programa, pero tampoco estoy particularmente interesada
en nada que no sea mi trabajo en el laboratorio de aeronáutica, incluyendo
familiarizarse con otros estudiantes, o, ya sabes… aprender sus nombres.
Estoy bastante segura de que mi falta de interés se transmite fuertemente,
pero Mara no captó la transmisión o la ignora alegremente. Ella y Sadie se
encontraron en los primeros días y luego, por razones que no entiendo del
todo, decidieron buscarme.

De ahí que Mara esté sentada a mi lado y me hable de sus contactos


en el JPL 1. 17
—¿Un primo o algo así? —pregunto, curiosa. Parece un poco
sospechoso—. ¿Crees?

—Sí, no estoy segura. —Se encoge de hombros y sigue abriéndose


camino a través de un Tupperware de brócoli, una manzana y
aproximadamente dos jodidas toneladas de Cheez-Its—. Realmente no sé
mucho sobre él. Sus padres se divorciaron, luego la gente de mi familia
discutía y dejaban de hablarse. Ocurrieron muchas disfunciones principales
Floyd, por lo que en realidad no he hablado con él en años. Pero escuché de
uno de mis otros primos que estaba trabajando en esa cosa que aterrizó en
Marte cuando estábamos en la escuela secundaria. Se llamaba algo así
como… Contingencia, o Carpintería, o Crudeza…

—¿El rover Curiosity?

—¡Sí! ¿Quizás?

1 JPL: Siglas en inglés para Laboratorio de Propulsión a Chorro.


Dejo mi sándwich. Trago mi bocado. Aclaro mi garganta.

—Tu primo o algo así estaba en el equipo del rover Curiosity.

—Creo que sí. ¿Las fechas calzan? ¿Tal vez fue algún tipo de pasantía
de verano? Pero, sinceramente, podría ser solo la tradición de la familia
Floyd. Tengo una tía que insiste en que somos parientes de la realeza
finlandesa y, según Wikipedia, no hay miembros de la realeza finlandesa.
Así que. —Se encoge de hombros y se mete otro puñado de Cheez-Its en la
boca—. Sin embargo, ¿quieres que pregunte por ahí? ¿Para la tarea?

Asiento con la cabeza. Y no pienso mucho en ello hasta un mes más


tarde. Para entonces, a través de medios que todavía soy incapaz de
adivinar, Mara y Sadie lograron abrirse camino en mi corazón, lo que me
hizo enmendar mi postura anterior de No vine aquí para hacer amigos a una
postura ligeramente alterada No vine aquí para hacer amigos, pero lastima a
mi extraña amiga Cheez-It o a mi otra extraña amiga del fútbol y te golpearé
con un tubo de plomo hasta que orines sangre por el resto de tu vida.

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¿Agresivo? Quizás. Siento poco, pero sorprendentemente profundo.

—Por cierto, te envié la información de contacto de mi primo o algo así


hace un tiempo —me dice Mara una noche. Estamos en la barra de
graduación más barata que hemos podido encontrar. Ella está en su
segundo Midori sour de la noche—. ¿La viste?

Levanto la ceja.

—¿Es esa la serie aleatoria de números que me enviaste por correo


electrónico hace tres días? ¿Sin asunto, sin texto, sin explicaciones? ¿El que
supuse que solo eras tú rastreando los números de lotería de tus sueños?

—Suena como eso, sí.

Sadie y yo intercambiamos una larga mirada.

—Oye, duende desagradecido, tuve que llamar a unas quince


personas con las que había jurado no volver a hablar para obtener el número
de Ian. Y tuve que hacer que mi malvada tía abuela Delphina prometiera
chantajearlo para que dijera que sí una vez que te comuniques para pedir
una reunión. Así que es mejor que uses ese número y que juegues al Mega
Millions.
—Si ganas —agregó Sadie—, lo dividiremos en tres.

—Por supuesto. —Escondo mi sonrisa en mi vaso—. ¿Cómo es él, de


todos modos?

—¿Quién?

—El primo o algo así. ¿Ian, dijiste?

—Sí. Ian Floyd. —Mara lo piensa por un segundo—. Realmente no


puedo decirlo, porque me encontré con él en dos Días de Acción de Gracias
hace quince años, antes de que sus padres se separaran. Luego su mamá
lo mudó a Canadá y… Ni siquiera lo sé, sinceramente. Lo único que recuerdo
es que era alto. ¿Pero también era unos años mayor que yo? Así que tal vez
en realidad mide un metro. Oh, también, ¿su cabello es más castaño? Lo
cual es un poco raro para un Floyd. Sé que es científicamente erróneo, pero
nuestra marca de pelo rojizo no es recesiva.

El juego de manipulación emocional de la tía abuela Delphina está

19
claramente en el punto, porque cuando se acerca la fecha límite de mi
asignación y le envío un mensaje de texto a Ian Floyd en pánico, pidiéndole
una entrevista informativa, sea lo que sea eso, él responde en cuestión de
horas con entusiasmo:

Ian: Claro

Hannah: Gracias. Asumo que estás en Houston. ¿Deberíamos hacerlo


virtual? ¿Skype? ¿Zoom? ¿FaceTime?

Ian: Estaré en Pasadena en el JPL durante los próximos tres días,


pero virtual funciona.

El Laboratorio de Propulsión a Chorro. Mmm.

Tamborileo con los dedos sobre el colchón, reflexionando. Virtual sería


mucho más fácil. Y sería más corto. Pero por mucho que odie la idea de
escribir un informe para la clase de Helena, quiero hacerle a este chico un
millón de preguntas sobre el Curiosity. Además, es el pariente misterioso de
Mara, y me ha picado la curiosidad.

Sin juego de palabras.


Hannah: Encontrémonos en persona. Lo menos que puedo hacer es
invitarte a un café. ¿Suena bien?

Sin respuesta durante unos minutos. Y luego, un muy sucinto Eso


funciona. Por alguna razón, me hace sonreír.

Lo primero que pienso al entrar en la cafetería es que Mara está llena


de mierda.

Hasta el borde.

Lo segundo: Realmente debería revisar dos veces el texto que Ian me


envió. Asegurarme de que realmente dijo: Usaré jeans y una camiseta gris
como creo recordar. Por supuesto, sería un poco redundante, especialmente
teniendo en cuenta que la cafetería donde pidió reunirse actualmente está

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poblada por solo tres personas: un barista, ocupado haciendo un sudoku
de lápiz y papel como si fuera 2007; yo, parada en la entrada y mirando
alrededor, confundida; y un hombre, sentado en la mesa más cercana a la
entrada, mirando pensativo a través de las ventanas de vidrio.

Lleva jeans y una camiseta gris, lo que sugeriría: Ian. El problema…

Su pelo es el problema. Porque, a pesar de lo que dijo Mara,


definitivamente no es marrón. Tal vez una fracción de un tono más oscuro
que su brillante naranja zanahoria, pero… realmente no es marrón. Estoy
lista para marcar su número y exigir saber en qué ridícula escala de rojizo
operan los Floyd cuando el hombre se levanta lentamente y pregunta:

—¿Hannah?

No tengo idea de qué tan alto es Ian, pero está mucho más cerca de
los dos metros y medio que del metro. Y me parece muy interesante que
Mara diga que apenas lo conoce, considerando que parecen hermanos, no
solo por el pelo rojo agresivo, sino también por los ojos azul oscuro, las pecas
sobre la piel pálida y…
Parpadeo. Luego parpadeo de nuevo. Si hace tres segundos alguien
me hubiera preguntado si soy del tipo que parpadea varias veces al ver a un
tipo, me habría reído en su cara. Este tipo, sin embargo…

Supongo que me doy por corregida.

—¿Ian? —Sonrío, recuperándome de la sorpresa—. ¿El primo de


Mara?

Él frunce el ceño, como si momentáneamente se quedara en blanco


ante el nombre de Mara.

—Ah, sí. —Asiente. Sólo una vez—. Aparentemente —agrega, lo que


me hace reír. Espera a que tome asiento frente a él antes de recostarse en
su silla. Noto que no tiende la mano, ni sonríe. Interesante—. Gracias por
acceder a reunirte conmigo.

—No hay problema. —Su voz es grave pero clara. Timbre profundo.
Confidente; educado pero no demasiado amistoso. Por lo general, soy

21
bastante buena para leer a la gente, y supongo que él no está muy
entusiasmado por estar aquí. Probablemente preferiría estar haciendo lo que
sea que vino a hacer a California, pero es un buen tipo y está planeando
hacer un valiente esfuerzo para evitar que me entere.

Simplemente no parece ser particularmente bueno fingiendo, lo cual


es… un poco lindo.

—Espero no haber arruinado tu día.

Él niega con la cabeza, una mentira obvia, y aprovecho la oportunidad


para estudiarlo. El parece… tranquilo. El tipo silencioso, distante, un poco
rígido. Grande, más leñador que ingeniero. Me pregunto brevemente si es
personal militar, pero la barba de un día en su rostro me dice que es poco
probable.

Y es un rostro atractivo e intrigante. Su nariz parece haberse roto en


algún momento, tal vez en una pelea o una lesión deportiva, y nunca se
molestó en recuperarse perfectamente. Su cabello, rojo, es corto y un poco
desordenado, más he estado trabajando desde las seis de la mañana que un
estilo ingenioso. Lo observo rascarse el cuello (grande) y luego cruzar los
bíceps (anchos) sobre el pecho (amplio). Me da una mirada paciente y
expectante, como si estuviera completamente comprometido a responder
todas mis preguntas.

Él es, físicamente, mi opuesto. De mis huesitos y tez bronceada. Mi


cabello, ojos, a veces incluso mi alma, son oscuros como un agujero negro.
Y aquí está él, rojo marciano y azul océano.

—¿Qué puedo traerles? —pregunta una voz. Me giro y encuentro al


chico Sudoku parado justo al lado de nuestra mesa. cierto. Lugar de café.
Donde la gente consume bebidas.

—Té helado, por favor.

Se aleja sin decir una palabra y miro a Ian una vez más. Tengo ganas
de enviarle un mensaje de texto a Mara: Tu primo parece una versión un poco
jorobada del príncipe Harry. ¿Tal vez deberías haberte mantenido en
contacto?

—Entonces. —Cruzo las manos y apoyo los codos en la mesa—. ¿Qué

22
tiene ella sobre ti?

Inclina la cabeza.

—¿Ella?

—La tía abuela Delphina. —Parpadea dos veces. Sonrío y continúo—:


Quiero decir, es un jueves por la tarde. Estás en California por un puñado
de días. Estoy segura de que tienes algo mejor que hacer que reunirte con
la amiga de tu prima perdida hace mucho tiempo.

Sus ojos se abren por una fracción de segundo. Luego su expresión


vuelve a ser neutral.

—Está bien.

—¿Es una foto vergonzosa de bebé?

Él niega con la cabeza.

—No me importa ayudar.

—Ya veo. ¿Un video de bebés, entonces?


Se queda en silencio por un momento antes de decir:

—Como dije, no es un problema. —Parece que no está acostumbrado


a que la gente lo presione, lo cual no es sorprendente. Hay algo sutilmente
apagado en él. Vagamente distante e intimidante. Como si no fuera del todo
accesible. Me dan ganas de acercarme y pinchar.

—Un video de bebé tuyo… corriendo en la piscina para niños?


¿Hurgando tu nariz? ¿Rebuscando en la parte de atrás de tu pañal?

—Yo…

El chico Sudoku deja mi té helado en un vaso de plástico. Los ojos de


Ian lo siguen durante unos segundos, luego regresan a los míos con una
interesante mezcla de resignación estoica.

—Era más un video de niño pequeño —dice con cautela, como si se


sorprendiera incluso a sí mismo.

23
—Ah. —Sonrío en mi té. Es a la vez demasiado dulce y demasiado
amargo. Con un sutil regusto a asqueroso—. Dilo.

—No quieres saber.

—Oh, estoy segura de que sí.

—Es malo.

—Realmente me lo estás vendiendo.

La comisura izquierda de su boca se curva hacia arriba, un pequeño


indicio de diversión que aún no está del todo allí. Tengo un pensamiento
extraño: apuesto a que su sonrisa es torcida. Hermosa también.

—El video fue tomado en un Lowe’s. Con la videocámara nueva de mi


hermano mayor, en algún momento a finales de los 90 —me dice.

—¿En un Lowe’s? Entonces no puede ser tan malo.

Suspira, impasible.
—Tenía unos tres o cuatro años. Y tenían una de esas exhibiciones de
baño. Los que tienen lavabos modelo, duchas y tocadores. Y retretes,
naturalmente.

Presiono mis labios juntos. Esto va a ser divertido.

—Naturalmente.

—Realmente no recuerdo lo que pasó, pero aparentemente necesitaba


usar el baño. Y cuando vi la exhibición fui… inspirado.

—De ninguna manera.

—En mi defensa, yo era muy joven.

Se rasca la nariz y me río.

—Ay dios mío.

—Sin concepto de sistemas de alcantarillado.

—Claro. Por supuesto. Error honesto. —No puedo parar de reír—.


¿Cómo consiguió la tía abuela Delphina una copia del video?
24
—Oficialmente: poco claro. Pero estoy bastante seguro de que mi
hermano hizo CDs de eso. Fueron enviados a las estaciones de televisión
locales y todo eso. —Hace gestos vagos y tiene el antebrazo cubierto de pecas
y pelo rojo pálido. Quiero agarrar su muñeca, sostenerla frente a mis ojos,
estudiarla a mi antojo. Trazar, oler, tocar—. No he pasado unas vacaciones
con el lado Floyd de la familia en veinte años, pero me dijeron que el video
es una gran fuente de entretenimiento para todos los grupos de edad en el
Día de Acción de Gracias.

—Apuesto a que es la pièce de résistance. Apuesto a que presionan


reproducir justo después de que sale el pavo.

—Sí. Probablemente ganarías. —Parece tranquilamente resignado. Un


hombre corpulento con un aire fastidioso pero resistente. De una manera
absolutamente encantadora.

—Pero ¿cómo chantajeas a alguien con esto? ¿Cuánto peor puede ser?

Suspira de nuevo. Sus anchos hombros se levantan y luego caen.


—Cuando mi tía llamó, mencionó brevemente subirlo a Facebook.
Etiquetando a la página oficial de la NASA.

Jadeo en mi mano. No debería reírme. esto es horrible Pero aun así.

—¿En serio?

—No es una familia sana.

—Ni que lo digas.

Se encoge de hombros, como si ya no le importara.

—Al menos todavía no están tratando de extorsionarme.

—Cierto. —Asiento solemnemente y compongo mis rasgos en lo que


con suerte pasa por una expresión compasiva y respetuosa—. La tarea de la
que te hablé es para mi clase de Recursos Hídricos, así que esto es
sorprendentemente el tema. Y lamento mucho que te hayas quedado con la
amiga de tu prima pequeña porque orinaste públicamente en un Lowe's
cuando apenas sabías hablar.
25
Los ojos de Ian se posan en mí, como para evaluarme. Pensé que tenía
toda su atención desde el momento en que me senté, pero me doy cuenta de
que estaba equivocada. Por primera vez, me mira como si estuviera
interesado en verme de verdad. Me estudia, me evalúa, y mi primera
impresión de él (distante, indiferente) se evapora instantáneamente. Hay
algo casi palpable en su presencia: una cálida sensación de hormigueo que
me sube por la columna.

—No me importa —dice de nuevo. Sonrío, porque sé que esta vez lo


dice en serio.

—Bueno. —Empujo mi té a un lado—. Entonces, ¿qué estarías


haciendo ahora mismo, si el tú de tres años hubiera sabido sobre
alcantarillado sanitario?

Esta vez su sonrisa es un poco más definida. Lo estoy conquistando,


lo cual es bueno, muy bueno, porque estoy desarrollando rápidamente una
atracción por el contraste entre sus pestañas (¡rojas!) y sus ojos hundidos
(¡azules!).
—Probablemente estaría haciendo un montón de pruebas.

—¿En el Laboratorio de Propulsión a Chorro?

Él asiente.

—¿Pruebas en…?

—Un rover.

—Vaya. —Mi corazón salta tres latidos—. ¿Para exploración espacial?

—Marte.

Me inclino más cerca, sin siquiera molestarme en actuar como si no


estuviera ávidamente interesada.

—¿Es ese tu proyecto actual?

—Uno de ellos, sí.

—¿Y para qué son las pruebas?


26
—Principalmente actitud, descubrir dónde está posicionada la nave
en el espacio tridimensional. Señalamiento, también.

—¿Trabajas en un giroscopio?

—Sí. Mi equipo está perfeccionando el giroscopio para que, una vez


que el rover esté en Marte, sepa dónde está y qué está mirando. También
que informe a los otros sistemas sobre sus coordenadas y movimientos.

Mi corazón ahora está latiendo completamente. Esto suena… guau.


Pornográfico, casi. Exactamente mi debilidad.

—¿Y haces esto en Houston? ¿En el Centro Espacial?

—Normalmente. Pero vengo aquí cuando hay problemas. He estado


luchando con las imágenes, y la actualización de la retroalimentación sigue
retrasándose aunque no debería, y… —Sacude la cabeza, como si se
encontrara a sí mismo en medio de una diatriba que se ha estado
reproduciendo una y otra vez en su mente. Pero finalmente sé lo que
preferiría estar haciendo.
Y seguro que no puedo culparlo.

—¿Enviaron a todo tu equipo aquí? —pregunto.

Inclina la cabeza, como si no tuviera idea de adónde voy con esto.

—Sólo yo.

—Así que el líder de tu equipo no está cerca.

—¿El líder de mi equipo?

—Sí. ¿Está tu jefe por aquí?

Se queda en silencio por un segundo. Dos. Tres. ¿Cuatro? ¿Qué...?


Ah.

—Tú eres el líder del equipo —le digo.

Él asiente una vez. Un poco rígido. Casi disculpándose.

—¿Cuantos años tienes? —pregunto.


27
—Veinticinco. —Una pausa—. El próximo mes.

Vaya Tengo veintidós.

—¿No es demasiado pronto para ser un líder de equipo?

—Yo… no estoy seguro —dice, aunque puedo decir que está seguro, y
que es excepcional, y que aunque lo sabe, la idea lo incomoda un poco. Me
imagino diciéndole algo coqueto e inapropiado en respuesta (Guau, guapo e
inteligente) y me pregunto cómo reaccionaría. Probablemente no muy bien.

No es que vaya a ligar con mi entrevistado informativo. Incluso yo lo


sé mejor. Además, él no es realmente mi tipo.

—Está bien, ¿cómo es la seguridad en el JPL? —Nunca he estado. Sé


que está vagamente conectado con Caltech, pero eso es todo.

—Depende —dice con cautela, como si todavía no pudiera seguir mi


línea de pensamiento.

—¿Qué hay de tu oficina? ¿Es un área restringida?


—No. ¿Por qué…

—Impresionante, entonces. —Me pongo de pie, busco en mis bolsillos


algunos dólares para dejar junto a mi té sin terminar y luego cierro los dedos
alrededor de la muñeca de Ian. Su piel brilla con calor y músculos tensos
cuando lo levanto de la mesa, y aunque probablemente sea el doble de
grande y diez veces más fuerte que yo, me deja alejarlo de la mesa. Lo suelto
en el momento en que salimos de la cafetería, pero él continúa siguiéndome.

—¿Hannah? ¿Qué… dónde…

—No veo por qué no podemos hacer esta extraña entrevista


informativa, trabajar un poco y divertirnos.

—¿Qué?

Con una sonrisa, lo miro por encima de mis hombros.

—Piensa en ello como si te desquitaras de la malvada tía abuela

28
Delphina.

Dudo que lo entienda completamente, pero la comisura de su boca se


levanta de nuevo, y eso es suficiente para mí.

—¿Ves este hilo de aquí? Se trata principalmente del comportamiento


de uno de los sensores del rover, el LN-200. Combinamos su información
con la proporcionada por los codificadores en las ruedas para determinar el
posicionamiento.

—Eh. Entonces, ¿el sensor no funciona constantemente?

Ian se vuelve hacia mí, lejos del trozo de código de programación que
me ha estado mostrando. Estamos sentados frente a su computadora de
triple monitor, uno al lado del otro en su escritorio, que es una extensión
gigante y prístina con una vista impresionante de la llanura aluvial en la
que se construyó el JPL. Cuando mencioné lo limpio que estaba su espacio
de trabajo, señaló que es solo porque es una oficina para invitados. Pero
cuando le pregunté si su escritorio habitual en Houston estaba más
desordenado, desvió la mirada antes de que la comisura de su labio se
torciera.

Estoy casi segura de que está empezando a pensar que no soy una
total pérdida de tiempo.

—No, no funciona constantemente. ¿Cómo puedes saberlo?

Hago un gesto hacia las líneas de código y el dorso de mi mano roza


algo duro y cálido: el hombro de Ian. Estamos sentados más cerca de lo que
estábamos en la cafetería, pero no más cerca de lo que me sentiría cómoda
estando con uno de los chicos siempre desagradables, a menudo ofensivos,
en mi grupo de doctorado. Supongo que mis rodillas cruzadas presionaron
su pierna antes, pero eso es todo. No es gran cosa.

—Está ahí, ¿no?

La sección está en C++. Que resulta ser el primer lenguaje que aprendí
en la escuela secundaria, cuando cada búsqueda en Google de “Habilidades

29
+ Necesarias + NASA” llevó al triste resultado de “Programación”. Python
vino después. Luego SQL. Entonces HAL/S. Para cada lenguaje, comencé
convencido de que masticar vidrio seguramente sería preferible. Entonces,
en algún momento en el camino, comencé a pensar en términos de
funciones, variables, bucles condicionales. Un poco después de eso, leer el
código se volvió un poco como inspeccionar la etiqueta en la parte posterior
de la botella de acondicionador mientras te duchas: no es particularmente
divertido, pero en general es fácil. Aparentemente tengo algunos talentos.

—Sí. —Todavía me está mirando. No sorprendido, precisamente.


Tampoco impresionado. ¿Intrigado, tal vez?—. Sí, lo es.

Apoyo la barbilla en la palma de la mano y me muerdo el labio inferior,


considerando el código.

—¿Es por la cantidad limitada de energía solar?

—Sí.

—¿Y apuesto a que evita errores de deriva del giroscopio durante el


período estacionario?
—Correcto. —Él asiente y me distrae momentáneamente con su
mandíbula. O tal vez son los pómulos. Son definidos, angulares de una
manera que me hace desear tener un transportador en mi bolsillo.

—No todo está automatizado, ¿verdad? ¿El personal terrestre puede


dirigir las herramientas?

—Pueden, dependiendo de la actitud.

—¿El software de vuelo a bordo tiene requisitos específicos?

—La orientación de la antena en relación con la Tierra, y… —Él para.


Sus ojos caen sobre mi labio mordido, luego rápidamente se alejan—. Haces
muchas preguntas.

Inclino mi cabeza.

—¿Malas preguntas?

Silencio.

—No. —Más silencio mientras me estudia—. Extraordinariamente 30


buenas preguntas.

—¿Puedo preguntar un poco más, entonces? —Le sonrío, apuntando


a lo descarado, curiosa por ver a dónde nos llevará.

Duda antes de asentir.

—¿Puedo preguntarte algo también?

Me río.

—¿Cómo qué? ¿Te gustaría que enumerara las especificaciones del


bot para resolver laberintos que construí para mi clase de Introducción a la
Robótica en la universidad?

—¿Construiste un robot para resolver laberintos?

—Sí. Módulo Bluetooth todoterreno en las cuatro ruedas. Funciona


con energía solar. Su nombre era Ruthie, y cuando la dejé en un laberinto
de maíz cerca de Atlanta, salió en unos tres minutos. Asustó muchísimo a
los niños también.
Él está completamente sonriendo ahora. Tiene un hoyuelo de infarto
en la mejilla izquierda y… Está bien, de acuerdo: es agresivamente atractivo.
A pesar del pelo rojo, o por eso.

—¿Todavía la tienes?

—No. Para celebrarlo, me emborraché en un bar que no se molestó en


verificar las identificaciones y terminé dejándola en una fraternidad de la
Universidad de Georgia. No quería volver, porque esos lugares dan miedo,
así que renuncié a Ruthie y simplemente construí un brazo electrónico para
mi examen final de robótica. —Suspiro y miro a media distancia—.
Necesitaré mucha terapia antes de poder convertirme en madre.

Él se ríe. El sonido es bajo, cálido, tal vez incluso inductor de


escalofríos. Necesito un segundo para reagruparme.

He caído —en algún momento de nuestra caminata de cinco minutos


aquí, probablemente cuando frunció el ceño sin esfuerzo para intimidar al

31
guardia de seguridad para que me dejara entrar a pesar de mi falta de
identificación— en la razón por la que no puedo descifrar a Ian. Él es, muy
simplemente, una mezcla nunca experimentada de lindo y
abrumadoramente masculino. Con un aire complejo y estratificado a su
alrededor. Se deletrea simultáneamente No te metas conmigo porque no estoy
jugando y Señora, déjeme llevarle esos comestibles.

No es mi tipo habitual, en absoluto. Me gusta coquetear, me gusta el


sexo, y me gusta relacionarme con la gente, pero soy muy, muy exigente con
mis parejas. No hace falta mucho para rechazar a alguien, y gravito casi
exclusivamente hacia el tipo alegre, espontáneo y amante de la diversión.
Me gustan los extrovertidos que aman las bromas y es fácil hablar con ellos,
cuanto menos intensos, mejor. Ian parece ser el opuesto diametral de eso y,
sin embargo… Y, sin embargo, incluso yo puedo ver cómo hay algo
fundamentalmente atractivo en él. ¿Trataría de ligármelo en un bar? Hm.
Poco claro.

¿Trataré de ligármelo después del final de esta entrevista informativa?


Hm. Tampoco está claro. Sé que digo que no lo haría, pero… las cosas
cambian.
—De acuerdo. Mi pregunta ahora. Mara, Mara Floyd, tu prima o algo
así, ¿dijo que estabas trabajando directamente en el equipo del Curiosity?
Él asiente—. Pero tú tenías, ¿qué? ¿Dieciocho?

—Alrededor de esa edad, sí.

—¿Eras un interno?

Hace una pausa antes de negar con la cabeza, pero no da más


detalles.

—Así que tú solo… resultaste estar pasando el rato con el control de


la misión? ¿Relajándote con tus hermanos del espacio mientras aterrizan su
rover de control remoto en Marte?

Sus labios se contraen.

—Yo era un miembro del equipo.

—¿Un miembro del equipo a los dieciocho? —Levanto una ceja y él


mira hacia otro lado.
32
—Yo… me gradué temprano.

—¿Escuela secundaria? ¿O universidad?

Silencio.

—Ambas.

—Ya veo.

Se rasca brevemente un lado del cuello y ahí está de nuevo esta


sensación de que no está muy acostumbrado a que le hagan preguntas sobre
sí mismo. A que la mayoría de la gente lo mire, decida que es un poco
demasiado distante e indiferente, y deje de descifrarlo.

Lo estudio, más curiosa que nunca.

—Así que… ¿Eras uno de esos niños que estaban muy avanzados para
su edad y se saltaron media docena de grados? ¿Y luego terminaron
uniéndose a la fuerza laboral cuando todavía eran ridículamente jóvenes? Y
tal vez tu desarrollo psicosocial todavía estaba en curso, pero nunca
compartiste entornos profesionales o académicos con personas de tu grupo de
edad, solo con personas mucho mayores que probablemente te evitaban y
estaban un poco intimidados por tu inteligencia y éxito, lo cual significó ser el
hombre extraño durante la totalidad de tus años de formación y tener un
401(k) 2 antes de tu primera cita?

Sus ojos se abren.

—Yo… Sí. ¿Tú también eras una?

Me río.

—Oh, no. Yo era una tonta total. Todavía lo soy, en su mayor parte.
Solo pensé que podría ser una buena suposición. —Se adapta a la persona,
también. No parece inseguro, no del todo, pero es cauteloso. Tímido.

Me recuesto en mi silla, sintiendo la emoción de haberlo descifrado un


poco más. Por lo general, no estoy tan dedicada a descubrir la historia de
fondo de todas las personas que conozco, pero Ian es simplemente

33
interesante.

No. Es fascinante.

—¿Entonces, cómo fue?

Él parpadea.

—¿Cómo fue qué?

—Estar allí con el control de la misión cuando aterrizó el Curiosity.


¿Cómo fue?

Su expresión se transforma instantáneamente.

—Fue… —Está mirando hacia abajo a sus pies, como si recordara. Se


ve asombrado.

—¿Así de bueno?

2 401(k): En los Estados Unidos, un plan 401(k) es una cuenta de pensión personal de
contribución definida patrocinada por el empleador, tal como se define en la subsección
401(k) del Código de Rentas Internas de los Estados Unidos.
—Sí. Fue… Sí. —Se ríe de nuevo. Dios, realmente suena genial.

—Así se veía. En la televisión, quiero decir.

—¿Lo viste?

—Sí. Estaba en la costa este, así que me quedé despierta hasta tarde
y todo eso. Miré al cielo desde la ventana de mi habitación y lloré un poco.

Él asiente, y de repente me está estudiando.

—¿Es por eso por lo que estás en la escuela de posgrado? ¿Quieres


trabajar en futuros rovers?

—Eso sería sorprendente. Pero cualquier cosa que sea exploración


espacial servirá.

—La NASA puede hacer un gran uso de tus habilidades para resolver
laberintos. —Su hoyuelo está de vuelta, y me río.

34
—Oye, puedo hacer otras cosas. Por ejemplo… —Señalo el tercer
monitor sobre el escritorio, el más alejado de mí. Muestra un fragmento de
código que Ian aún no me ha explicado—. ¿Quieres que te ayude a depurar
eso? —Me da una mirada confusa—. ¿Qué? Es código Siempre es bueno
tener un segundo par de ojos.

—No tienes que…

—Hay un error en la quinta línea.

Él frunce el ceño. Luego escanea el código por un segundo. Luego se


vuelve hacia mí, hacia el monitor, hacia mí de nuevo con el ceño aún más
fruncido. Me preparo, medio esperando que se ponga a la defensiva y niegue
el error. Estoy familiarizada con los egos desmoronados de los hombres, y
estoy bastante segura de que es lo que cualquiera de los chicos de mi grupo
de doctorado haría. Pero Ian me sorprende: asiente, corrige el error que le
señalé y no parece más que agradecido.

Guau. Un ingeniero que no es un imbécil. El listón es bastante bajo,


pero no obstante estoy impresionada.

—¿De verdad estarías dispuesta a repasar el resto del código conmigo?


—pregunta con cautela, sorprendiéndome aún más. El contraste entre su
tono suave y cuán… grande y cauteloso es casi me hace sonreír—. Es el
método para solucionar el retraso de dos segundos en el problema de
señalamiento. Iba a pedirle a uno de mis ingenieros en Houston que hiciera
la depuración, pero...

—Yo te cubro. —Ruedo mi silla más cerca de la de Ian. Mi rodilla


presiona contra la suya, y casi la aparto automáticamente, pero en una
decisión de una fracción de segundo decido dejarla allí.

Una especie de experimento. Probando las aguas. Midiendo la


temperatura.

Espero a que se aparte, pero en lugar de eso me estudia y dice:

—Son unos cientos de líneas. Se supone que debo estar ayudándote.


Estás segura…

—Está bien. Cuando escriba mi informe, fingiré que te hice un montón


de preguntas sobre tu viaje e inventaré las respuestas. —Solo para

35
molestarlo, agrego—: No te preocupes, mencionaré que tener algo venéreo
no te retrasó en tu camino hacia la NASA. —Él frunce el ceño, lo que me
hace reír, y luego reviso el código con él durante cinco, diez minutos. Quince.
La luz se suaviza a los tonos del atardecer, y pasa más de una hora mientras
estamos uno al lado del otro, parpadeando en los monitores.

Honestamente, es una depuración bastante básica del patito de goma:


está explicando en voz alta lo que está tratando de hacer, lo que lo ayuda a
trabajar en partes críticas y también a encontrar mejores formas de hacerlo.
Pero soy un patito de goma bastante feliz. Me gusta escuchar su voz baja y
uniforme. Me gusta que parezca considerar cada cosa que digo y nunca
descarta nada por completo. Me gusta que cuando está pensando mucho,
cierra los ojos y sus pestañas son medias lunas carmesí contra su piel. Me
gusta que construya un código meticulosamente prístino sin pérdida de
memoria, y me gusta que cuando sus bíceps rozan mi hombro, todo lo que
siento es una calidez sólida. Me gustan sus funciones cortas y nítidas, y la
forma en que huele limpio, masculino y un poco oscuro.

Bueno. Así que no es mi tipo.

Aunque me gusta.
¿Le importaría a Mara si me ofreciera descaradamente a su familia en
la entrevista informativa que ella amablemente concertó? Normalmente lo
haría, pero este asunto de la amistad puede ser un poco pesado. Dicho esto,
tal vez puedo asumir con seguridad que a ella no le importará, considerando
que no parece saber exactamente cómo se relacionan ella e Ian.

Además, es un alma generosa. Ella querría que su amiga y su primo


o algo así tuvieran sexo.

—¿Te asignaron al azar al equipo de Actitud y Estimación de Posición?


—le pregunto cuando llegamos a las últimas líneas de código.

—No. —Él deja escapar una pequeña risa. Su perfil es un trabajo casi
perfecto, incluso con la nariz rota—. Arañé mi camino allí, en realidad.

—¿En serio?

Él guarda y cierra nuestro trabajo con unas pocas pulsaciones


rápidas.

—Para el Curiosity, me uní al equipo bastante tarde en la etapa de 36


desarrollo y me concentré principalmente en el lanzamiento.

—¿Te gustó?

—Mucho. —Inclina su silla para mirarme. Nuestras rodillas, codos y


hombros se han estado rozando tanto que la cercanía ya se siente familiar.
Lo mismo ocurre con el calor líquido debajo de mi ombligo—. Pero después
de eso comencé a trabajar en el Perseverance y pedí un cambio. Algo
realmente relacionado con que el rover estuviera en Marte en lugar de tres
horas en Cabo Cañaveral.

—¿Así que te pusieron en A & EP?

—Primero, me uní a la expedición de la NASA al sitio Análogo a Marte


de Noruega.

Inhalo audiblemente.

—¿AMASE? —La Arctic Mars Analog Svalbard Expedition (AMASE,


para los amigos) es lo que sucede cuando un grupo de nerds viaja a Noruega,
en el área de Bockfjorden en Svalbard. Uno podría pensar que el Polo Norte
no tiene nada que ver con el espacio, pero debido a toda la actividad
volcánica y los glaciares, en realidad es el lugar de la Tierra más similar a
Marte. Incluso tiene esférulas de carbonato únicas en su tipo que son casi
idénticas a las que encontramos en los meteoritos de origen marciano. A los
investigadores de la NASA les gusta usarlo como un lugar para probar la
funcionalidad del equipo que planean enviar en misiones de exploración
espacial, recolectar muestras, examinar preguntas científicas divertidas que
pueden preparar a los astronautas para futuras misiones espaciales.

Quiero tanto ser parte de esto que un escalofrío me recorre la espalda.

—Sí. Cuando regresé, pedí una colocación de A & EP, que


aparentemente todos querían. Hasta el punto de que el líder de la misión
envió un correo electrónico a toda la NASA preguntando si pensábamos que
obtendríamos doble paga y cerveza gratis.

—¿Tú sí?

37
Me río de la mirada que me da. Él es tan hilarante y deliciosamente
molestable.

—¿Por qué todos querían ser parte de ese equipo, de todos modos?

Se encoge de hombros.

—No estoy seguro de por qué todos los demás lo hicieron. Asumo que
porque es desafiante. Muchos proyectos de alto riesgo y alta recompensa.
Pero para mí fue… —Mira por la ventana, a un arce en el campus del JPL.
En realidad, no: creo que podría estar mirando hacia arriba. Al cielo—.
Simplemente se sintió como… —Se apaga, como si no estuviera seguro de
cómo continuar.

—¿Como si fuera lo más cerca posible de estar realmente en Marte?


¿Con el rover? —le pregunto.

Sus ojos vuelven a mí.

—Sí. —Parece sorprendido. Me las arreglé para poner algo esquivo en


palabras—. Sí, eso es exactamente.
Asiento, porque lo entiendo. La idea de ayudar a construir algo que
explorará Marte, la idea de poder controlar a dónde va y qué hace… eso es
por lo que lo haría, también.

Ian y yo nos estudiamos durante unos segundos en silencio, ambos


sonriendo levemente. El tiempo suficiente para que la idea que ha estado
dando vueltas en mi cabeza se solidifique de una vez por todas.

Sí. Voy a ir por ello. Lo siento, Mara. Me gusta demasiado tu primo o


algo así como para dejar pasar esto.

—Está bien, tengo una pregunta profesional para ti. Para guardar
nuestras apariencias en entrevistas informativas.

—Dispara.

—Entonces, me gradúo con mi doctorado. Lo que debería llevarme


unos cuatro años más.

38
—Eso es un tiempo —dice, su tono un poco ilegible.

Sí, se siente como una eternidad.

—No tanto. Así que me gradúo y decido que quiero trabajar en la NASA
y no para un bicho raro multimillonario que trata la exploración espacial
como si fuera su propio remedio casero para agrandar el pene.

Ian asiente con dolor.

—Sabio.

—¿Qué me haría parecer una candidata fuerte? ¿Cómo luce un buen


paquete de solicitudes?

Lo sopesa.

—No estoy seguro. Para mi equipo, normalmente contrataría


internamente. Pero estoy casi seguro de que todavía tengo mis materiales de
solicitud en mi vieja portátil. Podría enviártelos.

De acuerdo. Perfecto. Genial.

La oportunidad que estaba esperando.


Mi ritmo cardíaco aumenta. El calor se tuerce en la parte inferior de
mi estómago. Me inclino hacia adelante con una sonrisa, sintiendo que
finalmente estoy en mi elemento. Esto, esto, es lo que mejor conozco.
Dependiendo de lo ocupada que esté con la escuela, o el trabajo, o viendo
K-dramas en exceso, hago esto aproximadamente una vez a la semana. Lo
que equivale a un poco de práctica.

—¿Tal vez podría ir a tu casa? —digo, encontrando el punto dulce


entre lo cómicamente sugestivo y “Juntémonos a jugar Cartas Contra la
Humanidad” 3—. ¿Y podrías mostrarme?

—Me refería… en Houston. Mi portátil está en Houston.

—¿Así que no trajiste tu portátil 2010 a Pasadena?

Sonríe.

—Sabía que había olvidado algo.

39
—Claro que sí. —Lo miro directamente a los ojos. Me inclino medio
centímetro más cerca—. Entonces, ¿tal vez aún pueda ir a tu casa, y
podríamos hacer algo más?

Me mira medio perplejo.

—¿Hacer qué?

Presiono mis labios. De acuerdo. Tal vez sobrestimé mis habilidades


de coqueteo. Sin embargo, ¿lo he hecho? No lo creo.

—¿En serio? —pregunto, divertida—. ¿Soy tan mala?

—Lo siento, no te sigo. —La expresión de Ian es toda confusión


detenida, como si de repente hubiera empezado a hablar con acento
australiano—. ¿Mala en qué?

—En seducirte, Ian.

3
Cards Against Humanity: Es un juego de fiesta para adultos en el que los jugadores
completan declaraciones en blanco usando palabras o frases típicamente consideradas
ofensivas, atrevidas o políticamente incorrectas impresas en naipes.
Puedo identificar el momento preciso y exacto en que el significado de
mis palabras se hunde en la parte lingüística de su cerebro. Parpadea un
par de veces. Entonces su gran cuerpo se queda quieto de una manera
tensa, imposible, vibrante, como si su software interno estuviera
almacenando en búfer a través de un conjunto impredecible de
actualizaciones.

Se ve absolutamente, casi encantadoramente desconcertado, y algo se


me ocurre: he entablado conversaciones coquetas con docenas de chicos y
chicas en fiestas, bares, lavanderías, gimnasios, librerías, seminarios,
carreras de obstáculos en el barro, invernaderos, incluso, en una ocasión
memorable, en la sala de espera de un servicio de planificación familiar, y...
nadie ha sido nunca tan despistado. Nadie. Así que tal vez solo estaba
fingiendo no entenderlo. Tal vez esperaba que yo retrocediera.

Mierda.

—Lo siento. —Me enderezo y ruedo mi silla hacia atrás, dándole unos

40
centímetros de espacio—. Te estoy haciendo sentir incómodo.

—No. No, yo… —Por fin se está reiniciando. Sacudiendo la cabeza—.


No, no lo estás, solo estoy...

—¿Un poco asustado? —Sonrío de manera tranquilizadora, tratando


de indicar que está bien. Puedo aceptar un no. Soy una chica grande—. Está
bien. Olvidemos que dije algo. Pero envíame por correo electrónico tu
material de solicitud una vez que regreses a casa, por favor. Prometo que no
responderé con desnudos no solicitados.

—No, no es eso... —Cierra los ojos y se pellizca el puente de la nariz.


Sus pómulos se ven más rosados que antes. Sus labios se mueven, tratando
de formar palabras durante unos segundos, hasta que se acomoda—: Es
solo... inesperado.

Oh. Inclino la cabeza.

—¿Por qué? —Pensaba que había sido demasiado exagerada.

—Porque... —Su gran mano gesticula en mi dirección. Traga y observo


su garganta—. Simplemente... mírate.
De hecho, lo hago. Me miro hacia abajo, observando mis piernas
cruzadas, mis pantalones cortos de color caqui, mi camiseta negra lisa. Mi
cuerpo presenta su estado habitual: alto. Enjuto. Un poco escuálido. Piel
aceitunada. Incluso me afeité esta mañana. Quizás. No me acuerdo. El
punto es que me veo bien. Así que lo digo: «Me veo bien». Que debería sonar
confiado pero sale un poco petulante. No es que piense que soy una mierda
caliente, pero me niego a sentirme insegura con mi aspecto. Me gusto.
Históricamente, a las personas con las que he querido acostarme también
les he gustado. Mi cuerpo hace su trabajo como un medio para un fin. Se
las arregla para permitirme navegar en kayak por los lagos de California sin
dolores musculares al día siguiente, y digiere la lactosa como si fuera una
disciplina olímpica. Eso es todo lo que importa.

Pero su respuesta es:

—No te ves bien.

Y... no.

—En serio. —Mi tono es helado. ¿Está Ian Floyd tratando de insinuar
que está fuera de mi alcance? Porque si es así, lo abofetearé—. ¿Cómo me
41
veo, entonces?

—Simplemente... —Vuelve a tragar—. Yo... Las mujeres como tú no


suelen...

—Las mujeres como yo. —Guau. Parece que en realidad tendré que
abofetearlo—. ¿Qué es eso? Porque…

—Hermosa. Eres muy, muy hermosa. Probablemente la más... Y


obviamente eres inteligente y divertida, así que... —Me mira con impotencia,
de repente se parece menos a un genio líder de equipo de la NASA construido
como un cedro y más... infantil. Joven—. ¿Es esto algún tipo de broma?

Lo estudio con los ojos entrecerrados, revisando mi evaluación


anterior. Quizás mis conclusiones fueron prematuras, y no es del todo
correcto que nadie pueda ser tan despistado. Tal vez alguien puede.

Ian, por ejemplo. Ian, que probablemente podría hacer buen dinero
como modelo fotográfico de colección, etiquetado: Tipo Caliente, Pelirrojo,
Macizo. He visto a unas cuatro personas mirarlo mientras veníamos hacia
aquí, pero aparentemente no tiene ni idea de que podría ser elegido por los
fanáticos para interpretar al hermano Weasley sexy. Absolutamente cero
conciencia de lo glorioso que es.

Sonrío, de repente encantada.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —Me acerco más, y no estoy segura


de cuándo ocurrió, pero él inclinó su silla para que mis rodillas terminaran
encajadas entre las suyas. Bien—. Es un poco atrevida.

Mira hacia abajo, a nuestras piernas que se tocan, y asiente. Como


siempre, solo una vez.

—¿Puedo besarte? ¿En este momento?

—Yo... —Me mira fijamente. Luego parpadea. Luego dice algo que no
es una palabra.

Mi sonrisa se ensancha.

—Eso no es un no, ¿verdad?


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—No. —Sacude la cabeza. Sus ojos están fijos en mis labios, el negro
de sus pupilas tragando el azul—. No lo es.

—Está bien, entonces.

Es bastante sencillo, levantarme de mi silla e inclinarme hacia


adelante en la suya. Mis palmas encuentran los reposabrazos y presionan
contra ellos, y por un largo momento me quedo allí mismo, enjaulando a
este hombre del tamaño de un oso que podría alejarme con su dedo meñique
pero no lo hace. En cambio, me mira como si fuera maravillosa, hermosa e
impresionante, como si fuera un regalo, como si estuviera un poco
estupefacto.

Como si realmente quisiera que lo besara. Así que cierro ese último
centímetro y lo hago. Y es...

Un poco incómodo, para ser honesta. No malo. Solo un poco vacilante.


Sus labios se parten en un jadeo cuando tocan los míos, y durante una
fracción de segundo, se me ocurre un pensamiento aterrador.
Es su primer beso. ¿Lo es? Oh Dios mío, es su primer beso. ¿Realmente
le estoy dando a alguien su primer...?

Ian inclina su cabeza, empuja su boca contra la mía, y destruye mi


línea de pensamiento. No estoy segura de cómo se las arregla, pero lo que
sea que esté haciendo con sus labios y dientes se siente masiva y
agresivamente bien. Lloriqueo cuando su lengua se encuentra con la mía.
Gruñe en respuesta, algo retumbante y profundo en su garganta.

Bien. Este no es el primer beso. Esta es una maldita obra maestra.

Probablemente tenga noventa kilos de músculos y no tengo ni idea de


si la silla puede sostenernos a los dos, pero decido vivir peligrosamente: me
siento a horcajadas sobre el regazo de Ian, sintiendo que su aguda
inhalación vibra a través de mi cuerpo. Por un segundo suspendido,
nuestros labios se separan y sus ojos sostienen los míos, como si ambos
estuviéramos esperando que cada mueble de la habitación se derrumbe.
Pero el JPL debe invertir en una decoración robusta.

—Eso fue de alto riesgo y alta recompensa —digo, y me sorprende lo


corto que ya es mi aliento. La habitación está silenciosa, bañada por una
43
luz cálida. Dejo escapar una única risa temblorosa, y me doy cuenta de
dónde está la mano de Ian: flotando media pulgada por encima de mi
cintura. Cálido. Ansioso. Listo para encajar.

—¿Puedo? —pregunta.

—Sí. —Me río en su boca—. Puedes tocarme. Es toda la finalidad de...

No llego a terminar, porque en el momento en que tiene permiso sus


manos están por todas partes, una en mi nuca, metiendo mis labios en los
suyos, la otra en la parte baja de mi espalda. En el momento en que mi
pecho presiona contra el suyo, hace otro de esos sonidos bajos y ásperos,
pero diez veces más profundos, como si viniera de su propio núcleo. Es todo
rastrojo áspero, carne cálida y difícil de manejar, y por el rabillo del ojo solo
veo rojo, rojo, mucho rojo.

—Estoy enamorada de tus pecas —le digo, justo antes de mordisquear


una en su mandíbula—. Pensé en lamerlas en el momento en que te vi. —
Me dirijo al hueco de su oreja.
Exhala, agudo.

—Cuando te vi, yo... —Chupo la piel de su garganta y él tartamudea—


, pensé que eras un poco demasiado hermosa —termina, sin aliento. Sus
manos viajan debajo de mi camisa, por mi columna vertebral, trazando
cautelosamente los bordes de mi sostén. Huele magníficamente, limpio,
auténtico y cálido.

—¿Demasiado hermosa para qué?

—Para todo. Demasiado hermosa para mirarte, incluso. —Su agarre


en mi cintura se aprieta—. Hannah, tú...

Estoy moliendo mi ingle contra la suya. Que es probablemente la


razón por la que ambos sonamos como si estuviéramos corriendo un
maratón. Y en mi defensa, en realidad solo quería que fuera un beso, pero
sí. No. No voy a parar, y a juzgar por la forma en que sus dedos se sumergen
en la parte trasera de mis pantalones cortos para ahuecar la mejilla de mi

44
trasero y presionarme más contra su dura polla, él tampoco está planeando
hacerlo.

—¿Alguien más usa esta oficina? —pregunto. No soy tímida, pero esto
es... bueno. Bueno en el sentido: Sin interrupciones, por favor. No quiero
esperar hasta que lleguemos a casa. Voy a correrme en unos dos minutos.

Sacude la cabeza y yo podría llorar de felicidad, pero no tengo tiempo.


Es como si estuviéramos jugando antes, y ahora vamos en serio. Apenas nos
besamos, descoordinados, desconcentrados, solo moliendo el uno contra el
otro, y yo persigo la sensación de su cuerpo contra el mío, el subidón de
estar tan cerca, su erección entre mis piernas mientras ambos hacemos
ruidos silenciosos, gruñidos, sonidos obscenos, a medida que intentamos
acercarnos más, conseguir más contacto, piel, calor, fricción, fricción,
fricción, necesito más fricción…

—Mierda. —No puedo tener suficiente. No es una buena posición, y


odio esta estúpida silla, y esto me está volviendo loca. Dejo escapar un
gemido fuerte y enfurecido y hundo mis dientes profundamente en su cuello,
como si estuviera hecha de calor y frustración, y...

De alguna manera, Ian sabe exactamente lo que necesito. Porque se


levanta de la maldita silla con un silencioso: «Está bien, está bien, te tengo».
Me lleva con él y hace algo que técnicamente podría calificarse como destruir
la propiedad de la NASA para hacer suficiente espacio para nosotros. Un
momento después estoy sentada en el escritorio, y de repente ambos
podemos movernos como queremos. Abre mis piernas con las palmas de sus
manos y desliza las suyas justo entre ellas, y...

Finalmente. La fricción es… esto es precisamente lo que pedía,


precisamente lo que necesitaba…

—Sí —exhalo.

—¿Sí? —Ni siquiera necesito mover las caderas. Su mano se desliza


hacia abajo para agarrar mi trasero, y de alguna manera sabe exactamente
la forma de inclinarme, cómo el dobladillo de mis pantalones cortos puede
rozar mi clítoris—. ¿Te gusta esto? —Siento su polla dura en mi cadera y
hago sonidos de maullido, vergonzosos, suplicantes en el hueco de su
garganta, murmurando incomprensiblemente sobre lo bueno que es esto, lo
agradecida que estoy, cómo voy a hacer lo mismo por él cuando finalmente

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follemos, cómo voy a hacer todo lo que él quiera...

—Detente —jadea en mi boca, urgente, un poco desesperado—. Tienes


que callarte, o voy a... solo quiero...

Me río contra su mejilla, con voz aflautada y baja. Mis muslos están
empezando a temblar. Hay un líquido, un calor apremiante que se expande
en mi abdomen.

—¿Quieres, ah, quieres qué?

—Solo quiero hacerte venir.

Me envía justo al límite. En algo que no se parece en nada a mi


orgasmo habitual y corriente. Esos tienden a comenzar como pequeñas
fracturas y luego lentamente, gradualmente se profundizan en algo
encantador y relajante. Esos son divertidos, muy divertidos, pero esto... Este
placer es repentino y violento. Se me clava como una maravillosa y terrible
explosión; nueva, aterradora y fantástica; y sigue y sigue, como si me
exprimieran cada segundo delicioso que me detiene el corazón. Cierro los
ojos, me agarro a los hombros de Ian y gimoteo en su garganta, escuchando
los silenciosos: «Joder. Joder», que me dice con la boca en la clavícula.
Estaba tan segura de que sabía de lo que era capaz mi cuerpo, pero esto se
siente mucho más allá.

Y de alguna manera, además de saber exactamente cómo llevarme allí,


Ian también sabe cuándo detenerse. En el mismo momento en que todo se
vuelve insoportable, sus brazos se tensan a mi alrededor y su muslo se
convierte en un peso sólido y quieto entre los míos. Abro mis brazos
alrededor de su cuello, escondo mi cara en su garganta y espero a que mi
cuerpo se recupere.

—Bueno —digo. Mi voz es más áspera de lo que recuerdo


haber escuchado. Hay un teclado inalámbrico en el suelo, cables colgando
de mi muslo, y si me muevo incluso medio centímetro hacia atrás, destruiré
uno, tal vez dos monitores—. Bueno —repito. Dejo escapar una carcajada
sin aliento contra su piel.

—¿Estás bien? —pregunta, retrocediendo para encontrarse con mis


ojos. Sus manos tiemblan ligeramente contra mi espalda. Porque, supongo,

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me he corrido. Y él no. Lo cual es muy injusto. Acabo de tener un orgasmo
que define mi vida y realmente no puedo recordar mi propio nombre, pero
incluso en este estado puedo comprender la injusticia de todo.

—Estoy... de maravilla. —Vuelvo a reírme— ¿Tú?

Sonríe.

—Estoy bastante bien, para ser...

Arrastro mi mano entre nosotros, con la palma a ras de la parte


delantera de sus vaqueros, y su boca se cierra.

Está bien. Así que tiene una polla grande. Exactamente lo esperado.
Este hombre va a ser fantástico en la cama. Fenomenal. El mejor sexo que
he tenido con un tipo. Y he tenido mucho.

—¿Qué quieres? —pregunto. Sus ojos están oscuros, cómo si no viera.


Coloco mi mano alrededor del contorno de su erección, froto el talón de mi
palma contra la longitud, me arqueo para susurrar en la curva de su oreja—
: ¿Puedo bajar hacia ti?
El ruido que hace Ian es áspero y gutural, y me toma unos tres
segundos darme cuenta de que ya está llegando, gimiendo en mi piel,
atrapando mi mano entre nuestros cuerpos. Lo siento estremecerse, y este
gran hombre que se desmorona contra mí, totalmente perdido e indefenso
ante su propio placer, es de lejos la experiencia más erótica de toda mi vida.
Quiero meterlo en una cama. Quiero horas, días con él. Quiero hacerle
sentir como se siente en este momento, pero cien veces más fuerte, cien
millones de veces más.

—Lo siento —balbucea.

—¿Qué? —Me inclino hacia atrás para mirarlo a la cara—. ¿Por qué?

—Eso fue... lamentable. —Me empuja hacia atrás para enterrar su


cara en mi garganta. Es seguido por un lamido, y un mordisco, y oh Dios
mío, el sexo va a ser fuera de serie. Demoledor.

—Fue increíble. Hagámoslo de nuevo. Vamos a mi casa. O

47
simplemente cerremos la puerta.

Se ríe y me besa, de forma diferente a la anterior, profunda pero suave


y sinuosa, y... no es realmente, según mi experiencia, el tipo de beso que la
gente comparte después del sexo. En mi experiencia, después del sexo, la
gente se lava, se vuelve a poner la ropa, luego se despide y va al Starbucks
más cercano para comprar un cake pop 4. Pero esto es agradable, porque Ian
es un excelente besador, y huele bien, sabe bien, se siente bien y...

—¿Puedo invitarte a cenar? —pregunta contra mis labios—. Antes de


que nosotros...

Sacudo la cabeza. Las puntas de nuestras narices se rozan entre sí.

—No es necesario.

—Yo... Me gustaría, Hannah.

4Cake pop: Un cake pop es una forma de pastel con el estilo de una piruleta. Las migas
de pastel se mezclan con glaseado o chocolate y se les da forma de pequeñas esferas o
cubos de la misma manera que las bolas de pastel, antes de cubrirlas con glaseado,
chocolate u otras decoraciones y unirlas a los palitos de piruleta.
—No. —Lo beso de nuevo. Una vez. Profundamente. Gloriosamente—
. No hago eso.

—No haces, —Otro beso—, ¿qué?

—Cenar —Beso. Otra vez—. Bueno —corrijo—, sí que como. Pero no


salgo a cenar.

Ian retrocede, su expresión curiosa.

—¿Por qué no tienes citas para cenar?

—Yo solo... —Me encojo de hombros, deseando que sigamos


besándonos—. No salgo con nadie, en general.

—No sales... en absoluto?

—No. —Una vez más, su expresión se retrae repentinamente, así que


sonrío y añado—: Pero, de todas formas, estoy muy contenta de ir a tu casa.
No hace falta salir para eso, ¿verdad?

Da un paso atrás, uno grande, como si quisiera poner un poco de 48


espacio físico entre nosotros. La parte delantera de sus jeans es... un
desastre. Quiero limpiarlo.

—¿Por qué... por qué no sales?

—¿De verdad? —Me río—. ¿Quieres escuchar sobre mi trauma


socioemocional después de que hiciéramos, —Hago un gesto entre
nosotros—, esto?

Asiente con la cabeza, serio, un poco rígido, y yo recobro la


compostura.

¿En serio? ¿Realmente quiere eso? ¿Quiere que le explique que


realmente no tengo el tiempo ni la disponibilidad emocional para ningún
tipo de enredo romántico? ¿Que no puedo imaginar que alguien se quede
para algo que no sea sexo una vez que me conozca de verdad? ¿Que hace
tiempo que me di cuenta de que cuanto más tiempo la gente está conmigo,
más probable es que descubran que no soy tan inteligente como piensan,
tan bonita, tan divertida? Francamente, sé que mi mejor opción es mantener
a la gente a distancia, para que nunca descubran como soy en realidad. Lo
cual es, por cierto: un poco perra. No se me da bien preocuparme por... nada,
en realidad. Tardé como una década y media en encontrar algo que me
apasionara de verdad. Este experimento de amistad que estoy haciendo con
Mara y Sadie sigue siendo eso, un experimento, y...

Dios. ¿Ian quiere salir? Ni siquiera vive aquí.

—Así que estás diciendo... —Me rasco las sienes, bajando


rápidamente de mi subidón posorgasmo—. ¿Estás diciendo que no te
interesa tener sexo?

Cierra los ojos con un gesto que realmente no parece un no.


Definitivamente no parece una falta de interés. Pero lo que dice es:

—Me gustas.

—Me di cuenta. —Me río.

—Es... raro. Para mí. Que alguien me guste tanto.

—También me gustas. —Me encojo de hombros—. ¿No deberíamos


pasar el rato, entonces? ¿No es eso lo suficientemente bueno?
49
Mira hacia otro lado. Hacia abajo, a sus zapatos.

—Si paso más tiempo contigo, solo me gustarás más.

—No —resoplo—. No es así como suele funcionar.

—Lo hace. Lo hará, para mí. —Suena tan sólido, innegablemente


seguro, que no puedo hacer nada más que mirarlo fijamente. Sus labios
sensuales hacen un puchero, y todo en él es hermoso, y parece tan
tranquilo, estoicamente devastado por la idea de follar conmigo sin
ataduras, que probablemente debería encontrarlo cómico, pero la verdad es
que no puedo recordar haber estado tan atraída por otra persona, y mi
cuerpo está vibrando por el suyo, y...

Tal vez podrías salir con él. Solo esta vez. Una excepción. Tal vez
podrías probarlo. Tal vez podría funcionar. Tal vez ustedes dos...

¿Qué? No. No. ¿Qué carajo? Sólo el hecho de contemplarlo me


aterroriza. No. No lo hago, no soy así. Estas cosas son una pérdida de tiempo
y energía. Estoy ocupada. No estoy hecha para estas cosas.
—Lo siento. —Me obligo a decir. Ni siquiera es mentira. Estoy
jodidamente arrepentida en este momento—. No creo que sea una buena
idea.

—De acuerdo —dice tras un largo momento. Aceptando. Un poco


triste—. De acuerdo. Si... si cambias de opinión. Sobre la cena, eso es.
Házmelo saber.

—Está bien. —Asiento—. ¿Cuándo te vas? ¿Cuál es mi fecha límite?


—Añado, intentando un poco de desenfado.

—No importa. Puedo... Viajo mucho para acá, y... —Sacude la


cabeza—. Puedes cambiar de opinión cuando quieras. Sin fecha límite.

Oh.

—Bueno, si tú cambias de opinión sobre follar...

Exhala una risa, que suena un poco como un gemido doloroso, y por

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un momento siento la compulsión de explicarme. Quiero decirle: No eres tú.
Soy yo. Pero sé cómo sonaría eso, y sé que es mejor no soltar esas palabras.
Así que nos miramos durante unos segundos y luego... no hay nada más
que decir, ¿verdad? Mi cuerpo se mueve automáticamente. Me deslizo fuera
del escritorio, me tomo un momento para enderezar los monitores detrás de
mí, el ratón, los teclados, el cable, y cuando paso junto a Ian por la puerta,
él me sigue con sus ojos solemnes y tristes, pasándose la palma de la mano
por la mandíbula.

Las últimas palabras que escucho de él son:

—Ha sido un gran placer conocerte, Hannah.

Creo que debería decirlo de vuelta, pero hay un peso desconocido en


mi pecho, y no puedo hacerlo. Así que me conformo con una pequeña
sonrisa y un saludo a medias. Me meto las manos en los bolsillos mientras
mi cuerpo sigue palpitando por lo que he dejado atrás, y vuelvo a pasear
lentamente por el campus de Caltech, pensando en el pelo rojo y en las
oportunidades perdidas.

Esa noche, cuando recibo un correo electrónico de


[email protected], mi corazón tropieza sobre sí mismo. Pero es solo un
correo electrónico vacío, sin texto, ni siquiera una firma automática. Solo
un archivo adjunto con su solicitud de la NASA de hace unos años, junto
con la de un puñado de otras personas. Más recientes que debe haber
obtenido de sus amigos y colegas, algunos ejemplos más para enviarme.

Bueno.

Será un gran novio, me digo, recostándome en la cama y mirando al


techo. Hay una extraña cosa verde en una esquina que sospecho que puede
ser moho. Mara sigue diciéndome que debería mudarme de este agujero de
mierda y buscar un lugar con ella y Sadie, pero no lo sé. Parece que nos
acercaríamos demasiado. Un gran compromiso. Podría ser un desastre. Será
un gran novio. Para alguien que merezca tener uno.

Al día siguiente, cuando Mara me pregunta sobre mi reunión con su


primo o algo así, solo digo: «Sin incidentes», y ni siquiera sé por qué. No me
gusta mentir, y me gusta aún menos mentir a alguien que se está
convirtiendo rápidamente en una amiga, pero no puedo obligarme a decir

51
más que eso. Dos semanas después, entrego un documento de reflexión
como parte de los requisitos de mi clase de Recursos Hídricos.

Debo admitir, Dra. Harding, que inicialmente pensé que esta


tarea sería una pérdida total de tiempo. Hace años que sabía que quería
acabar en la NASA, y hace el mismo tiempo que sabía que quería
trabajar en robótica y exploración espacial. Sin embargo, después de
reunirme con Ian Floyd, me he dado cuenta de que me encantaría
trabajar, en concreto, en la Actitud y Estimación de Posición de los
exploradores de Marte. En conclusión: no es una pérdida de tiempo, o
al menos no es una pérdida total.

Obtengo un sobresaliente en la clase. Y en los años siguientes, no me


permito pensar demasiado en Ian. Pero siempre que vuelvo a ver las
grabaciones de vídeo del control de la misión celebrando el aterrizaje del
Curiosity, no puedo evitar buscar al hombre alto y pelirrojo del fondo de la
sala. Y cada vez que lo encuentro, siento que el fantasma de algo se aprieta
dentro de mi pecho.
Capítulo 3

Islas Svalbard, Noruega


Presente

—¡Dijeron que no podían enviar a los socorristas!

Mi aliento, seco y blanco, empaña la carcasa negra de mi teléfono


satelital. Porque en Svalbard, en febrero, la temperatura está muy por
debajo de los cero grados centígrados. Inquietantemente también por debajo

52
de los cero grados Fahrenheit y esta mañana no es la excepción.

—Dijeron que era demasiado peligroso —continúo—, que los vientos


son demasiado extremos. —Como para demostrar mi punto, un sonido
medio silbante, medio aullante, atraviesa lo que he empezado a considerar
como mi grieta.

Y en lo que respecta a las grietas, esta es una buena para quedar


atrapada. Relativamente poco profunda. La pared occidental está muy bien
inclinada, lo suficiente como para permitir que la luz del sol se filtre, que es
probablemente la única razón por la que aún no he muerto de frío o me he
congelado. El inconveniente, sin embargo, es que en esta época del año solo
hay unas cinco horas de luz al día. Y están a punto de agotarse.

—El peligro de avalancha está en el nivel más alto y no es seguro que


nadie salga a buscarme —añado, hablando directamente por el micrófono
del teléfono satelital. Repitiendo lo que el Dr. Merel, mi jefe de equipo, me
dijo hace unas horas, durante mi última comunicación con AMASE, la base
de la NASA aquí en Noruega. Fue justo antes de que me recordara que yo
había sido quien había elegido esto. Que había sabido cuáles eran los riesgos
de mi misión y aun así decidí emprenderla. Que el camino de la exploración
espacial está lleno de dolor y sacrificio. Que la culpa fue mía por haberme
caído en un agujero helado en el suelo y haberme torcido el maldito tobillo.

Bueno, él no dijo eso. Maldito, ni culpa. Sin embargo, se aseguró de


que yo fuera consciente de que nadie podría venir a ayudarme hasta mañana
y que tenía que ser fuerte. Aunque, por supuesto, ambos sabíamos cuáles
serían los resultados de un encuentro entre una tormenta de nieve nocturna
y yo.

Tormenta: 100. Hannah Arroyo: muerta.

—El clima no es tan malo. —Una ola de estática casi agota la voz al
otro lado de la línea.

La voz de Ian Floyd.

Porque, por alguna razón, está aquí. Viniendo. Por mí.

—Es una... es una tormenta, Ian. Estás... por favor, dime que no estás

53
paseando al aire libre cuando la peor tormenta del año está a unas horas de
empezar.

—No lo estoy. —Una pausa—. Es más bien una caminata apresurada.

Cierro los ojos.

—En una tormenta. Una ventisca. Vientos de al menos cincuenta y


cinco kilómetros por hora. Una fuerte nevada y sin visibilidad.

—Podrías estar siendo un desperdicio en ingeniería.

—¿Qué?

—Eres muy buena en cosas de meteorología.

No puedo sentir las piernas; me castañetean los dientes; cada vez que
respiro, siento la piel como si la hubieran masticado una horda de pirañas.
Y, sin embargo, encuentro fuerzas para poner los ojos en blanco. Al menos,
la perra malhumorada que hay en mi corazón se mantiene firme.

—Te encantaría eso, ¿verdad? Si estuviera ocupada dando el tiempo


en las noticias locales en lugar de estar en la NASA contigo.
Los vientos están taladrándome los tímpanos. Sinceramente, no tengo
ni idea de cómo puedo oír una sonrisa en su: «Nah».

Está loco. No puede estar aquí en Noruega. Ni siquiera se supone que


esté en Europa.

—¿Cambió AMASE de opinión sobre el envío de ayuda? —pregunto—


. ¿Han cambiado las previsiones de la tormenta?

—No lo han hecho. —Cada vez que la estática baja, escucho un ruido
bajo y extrañamente familiar a través del teléfono satelital. La respiración
de Ian, sospecho, pesada, fuerte y más rápida de lo normal. Como si
estuviera gruñendo en un terreno peligroso—. Estás a unos treinta minutos
de mi ubicación actual. Una vez que llegue a ti, tendremos un trayecto de
sesenta minutos hasta la seguridad. Lo que significa que deberíamos ser
capaces de apenas evitar la tormenta.

En el momento en que dice la palabra “trayecto”, mi estúpido cerebro

54
decide intentar girar mi tobillo. Lo que me lleva a morderme los labios
agrietados y congelados para tragarme un gemido. Una idea terrible, como
resulta.

—Ian, nada de lo que acabas de decir tiene sentido.

—¿En serio? —Parece divertido. ¿Cómo? ¿Por qué?—. ¿Nada?

—¿Cómo sabes siquiera dónde estoy?

—Rastreador GPS. En tu teléfono Iridium.

—Es imposible. AMASE dijo que no podían activar el rastreador. Los


sensores no funcionan.

—AMASE no está dentro del alcance y la tormenta que se avecina


probablemente interfiera. —Una fuerte ráfaga de viento se levanta y por un
momento dolorosamente gélido está en todas partes: silbando a mi
alrededor, perforando dentro de mis pulmones, abriéndose paso hasta mis
oídos. Trato de alejar mi cuerpo, pero eso no impide que el aire se congele.
Solo me clavo más en la nieve y me lastimo más el estúpido tobillo.

Mierda.
—AMASE está a más de tres horas de mi grie... localización. Si
realmente llegas aquí en treinta minutos, no vamos a llegar a tiempo para
evitar la tormenta. No vas a llegar a tiempo y no voy a dejar que te pase algo
terrible solo porque yo...

—No vengo de AMASE —dice—. Y no es allí donde vamos.

—¿Pero cómo has accedido a mi rastreador GPS si no estás en


AMASE?

Una pausa.

—Soy bueno con las computadoras.

—Estás... ¿Estás diciendo que hackeaste tu camino hacia...?

—Mencionaron que estás herida. ¿Qué tan grave es?

Miro mis botas. Los cristales de hielo han comenzado a formar una
costra alrededor de las suelas.

—Solo unos rasguños. Y un esguince. Creo que podría caminar, pero... 55


no sé si sesenta minutos. —No sé si sesenta segundos—. Y en este terreno...

—No tendrás que caminar en absoluto.

Frunzo el ceño, aunque mi frente está casi congelada.

—¿Cómo voy a llegar a donde sea que vayamos si...?

—¿Tienes ascensores?

—Sí. Pero, de nuevo, no sé si puedo escalar...

—No hay problema. Te sacaré de ahí.

—Tú... Es demasiado peligroso. El terreno alrededor del borde podría


derrumbarse y tú también te caerías. —Dejo escapar una respiración
entrecortada—. Ian, no puedo dejarte.

—No te preocupes, no tengo la costumbre de caer dentro de las grietas.

—Yo tampoco.

—¿Estás segura de eso?


De acuerdo. Bien. Me metí de lleno en esta.

—Ian, no puedo dejar que hagas esto. Si esto... —Tomo un


estremecedor y frígido aliento—. Si es porque te sientes responsable de esto.
Si estás arriesgando tu vida porque crees que de alguna manera es tu culpa
que yo haya terminado aquí, entonces no deberías hacerlo. Sabes que no
tengo que culpar a nadie más por esto que a mí, y...

—Estoy a punto de empezar a escalar —interrumpe distraídamente,


como si no estuviera en medio de un apasionado discurso.

—¿Escalar? ¿Qué estás escalando?

—Voy a guardar mi teléfono, pero ponte en contacto si pasa algo.

—Ian, realmente no creo que debas...

—Hannah.

La conmoción de escuchar mi nombre, en la voz de Ian, envuelta por


el silbido del viento y a través de la línea metálica de mi teléfono satelital,
nada menos, me hace callar al instante. Hasta que él continúa.
56
—Solo relájate y piensa en Marte, ¿de acuerdo? Pronto estaré allí.
Capítulo 4

Centro Espacial Johnson, Houston, Texas


Hace un año

No es que me sorprenda verlo.

Eso sería, sinceramente, bastante idiota. Demasiado idiota incluso


para mí: una conocida idiota ocasional. Puede que no haya visto a Ian Floyd
en más de cuatro años; sí, desde el día en que tuve el mejor sexo y ni siquiera

57
fue sexo verdadero, Dios, que desperdicio de mi vida, y luego apenas me
obligué a decirle adiós con la mano mientras la caoba de la puerta de su
oficina se cerraba en mi rostro. Puede que haya pasado un tiempo, pero me
he mantenido al tanto de su paradero mediante el uso de tecnología muy
sofisticada y herramientas de investigación de vanguardia.
Es decir, Google.

Resulta que cuando eres uno de los mejores ingenieros de la NASA, la


gente escribe mierda sobre ti. Juro que no busco “Ian + Floyd” dos veces a
la semana ni nada parecido, pero sí que me pica la curiosidad de vez en
cuando y el Internet ofrece mucha información a cambio de muy poco
esfuerzo. Así es como me enteré de que cuando el anterior jefe dimitió por
motivos de salud, Ian fue elegido jefe de ingeniería de Tenacity, el rover que
aterrizó sano y salvo en el cráter de Vaucouleurs el año pasado. Incluso
concedió una entrevista a 60 Minutes, en la que se mostraba sobre todo
serio, competente, guapo, humilde y reservado.

Por alguna razón, me hizo pensar en la forma en que él había gemido


en mi piel. Su agarre primitivo en mis caderas, su muslo moviéndose entre
mis piernas. Me hizo recordar que había querido llevarme a cenar y que yo
había estado realmente, de manera increíble e insondable, tentada de decir
que sí. Lo vi entero en YouTube. Luego bajé para leer los comentarios y me
di cuenta de que dos tercios eran de usuarios que se habían dado cuenta de
lo serio, competente, guapo, humilde, reservado y probablemente bien
dotado que era Ian. Me apresuré a hacer clic para salir, sintiéndome
atrapada con todo el torso en el tarro de las galletas.

Lo que sea.

Creo que también esperaba que mi búsqueda en Google me llevara a


cosas más personales. Quizá una cuenta de Facebook con fotos de adorables
niños pelirrojos. O una de esas páginas web de bodas con fotos
sobreproducidas y la historia de cómo se conoció la pareja. Pero no. Lo más
parecido fue un triatlón que hizo hace unos dos años cerca de Houston. No
quedó especialmente bien, pero lo terminó. En lo que respecta a Google, esa
es la única actividad no relacionada con el trabajo que Ian ha realizado en
los últimos cuatro años.

Pero eso no viene al caso, el cual es: Sé bastante sobre los logros de
la carrera de Ian Floyd, y soy muy consciente de que todavía está en la NASA.

58
Por lo tanto, no tiene sentido que me sorprenda verlo. Y no lo hace.
Realmente no lo hace.

Es solo que con más de tres mil personas trabajando en el Centro


Espacial Johnson, me imaginé que me encontraría con él alrededor de mi
tercera semana en el trabajo. Tal vez incluso durante mi tercer mes.
Definitivamente no esperaba verlo en mi primer día, en medio de la maldita
orientación para nuevos empleados. Y definitivamente no esperaba que me
viera inmediatamente y se quedara mirando durante mucho, mucho tiempo,
como si recordara exactamente quién soy, no como si se preguntara por qué
le parezco familiar o se esforzara por ubicarme.

Lo cual... no hace. Está claro que no lo hace. Ian aparece en la entrada


de la sala de conferencias donde los nuevos empleados se han estacionado
para esperar al siguiente orador; con una expresión ligeramente agravada,
mira a su alrededor en busca de alguien y se fija en mí, que estoy charlando
con Alexis, aproximadamente un milisegundo después de que yo me fije en
él.

Se detiene un momento, con los ojos muy abiertos. Luego se abre paso
entre los grupos de personas que charlan alrededor de la mesa y se acerca
a mí a grandes zancadas. Sus ojos se quedan fijos en los míos y parece
confiado y agradablemente sorprendido, como un tipo que recoge a su novia
en el aeropuerto después de haber pasado cuatro meses en el extranjero
estudiando los hábitos de cortejo de la ballena jorobada. Pero no tiene nada
que ver conmigo. No es por mí.

No puede ser por mí, ¿cierto?

Pero Ian se detiene a un par de metros de Alexis, me estudia con una


pequeña sonrisa durante un par de segundos más de lo habitual y luego
dice:

—Hannah.

Eso es todo. Eso es todo lo que dice. Mi nombre. Y realmente no quería


verlo. Realmente me imaginé que sería raro estar con él de nuevo, después
de nuestro no tan agitado primer y único encuentro. Pero...

No lo es. No lo es en absoluto. Me resulta natural, casi irresistible,


sonreírle, apartarme de la mesa y ponerme de puntillas para abrazarlo,

59
llenarme las fosas nasales con su limpio aroma y decir contra su hombro:

—Hola, tú.

Sus manos se aprietan brevemente contra mi columna vertebral y


encajamos como hace cuatro años. Luego, un segundo después, ambos nos
retiramos. No me sonrojo, nunca, pero el corazón me late deprisa y un
curioso calor me sube por el pecho.

Quizá sea porque esto debería ser raro. ¿Cierto? Hace cuatro años, me
acerqué a él. Luego me acerqué hacia él. Luego lo rechacé cuando me pidió
que pasara un tiempo sin orgasmos ni exploración del espacio con él. Eso
es lo que quería evitar: la reacción masculina, torpe y con el ego herido que
estaba segura de que tendría Ian.

Pero ahora está aquí, sorprendentemente contento de verme y me


siento feliz de estar en su presencia, como cuando codificamos nuestra
tarde. Parece un poco más viejo; la barba de un día ya tiene una semana y
tal vez haya crecido aún más. Por lo demás, es él mismo. El cabello es rojo,
los ojos azules, las pecas están por todas partes. Forzosamente recuerdo su
inicialización uniforme en C++ y sus dientes en mi piel.
—Lo conseguiste —dice, como si realmente acabara de bajar de un
avión—. Estás aquí.

Sonríe. Yo también sonrío y frunzo el ceño.

—¿Qué? ¿No creías que me iba a graduar?

—No estaba seguro de que fueras a aprobar tu clase de Recursos


Hídricos.

Me echo a reír.

—¿Qué? ¿Solo porque me viste, con tus propios ojos, poner cero
esfuerzo en mi tarea?

—Eso jugó un papel, sí.

—Deberías leer las cosas que dije sobre ti en ese informe.

—Ah, sí. ¿Qué ETS tuve que combatir para llegar a donde estoy hoy?

—¿Qué ETS no tuviste? 60


Suspira. Alguien se aclara la garganta y ambos nos giramos... Ah,
claro. Alexis también está aquí. Mirando entre nosotros, por alguna razón
con ojos muy abiertos.

—Oh, Ian, esta es Alexis. Ella también empieza hoy. Alexis, este es...

—Ian Floyd —dice ella, sonando vagamente sin aliento—. Soy una
fanática.

Ian parece vagamente alarmado, como si la idea de tener “fans” le


desconcertara. Alexis no parece darse cuenta y me pregunta:

—¿Se conocen?

—Ah... sí, nos conocemos. Tuvimos una... —Hago un gesto vago—.


Una cosa. Hace años.

—¿Una cosa? —Los ojos de Alexis se abren aún más.

—Oh no, no me refería a ese tipo de cosa. Hicimos una especie de...
una de esas... ¿cómo se llaman...?
—Una entrevista informativa —proporciona Ian pacientemente.

—¿Una entrevista informativa? —Alexis parece escéptica. Se queda


mirando a Ian, que sigue mirándome a mí.

—Sí. Algo así. Se convirtió en un... —¿En un qué? ¿En que casi follamos
en la propiedad de la NASA? Ya quisieras, Hannah.

—Una sesión de depuración —dice Ian. Luego se aclara la garganta.

Suelto una carcajada.

—Claro. Eso.

—¿Sesión de depuración? —Alexis suena aún más escéptica—. Eso


no suena divertido.

—Oh, lo fue —dice Ian. Sigue mirándome fijamente. Como si hubiera


encontrado las llaves de su casa, perdidas hace tiempo y temiera volver a
perderlas si desvía la mirada.

—Sí. —No puedo evitar que mi sonrisa sea un poco sugerente. Un 61


experimento. Parece que hago muchos de esos cuando él está cerca—. Muy
divertido.

—Claro. —Ian finalmente mira hacia otro lado, sonriendo de la misma


manera—. Mucho.

—¿Cómo se conocieron? —pregunta Alexis, más suspicaz a cada


segundo.

—Oh, mi mejor amiga es la prima, o algo así, de Ian.

Ian asiente.

—¿Cómo está...? —Se tropieza brevemente con el nombre—. ¿...quiero


decir Melissa?

—Mara. Tu prima se llama Mara. Sigue el ritmo, ¿quieres? —No


consigo sonar severa—. ¿No has hablado con ella desde que nos puso en
contacto?

—Tampoco creo que hayamos hablado entonces. Todo pasó por...


—... La tía abuela Delphina, cierto. ¿Cómo está el video de Home
Depot?

—Lowe's. He oído que está resurgiendo desde que tío Mitch empezó a
organizar Acción de Gracias.

Me río.

—Bueno, Mara está genial. También se graduó con su doctorado y


recientemente se mudó a D.C. para trabajar en la APA. No le interesan las
cosas del espacio. Solo, ya sabes... salvar a la Tierra.

—Oh. —No parece muy impresionado—. Es una buena lucha.

—¿Pero te alegras de que sea otro el que la lleve mientras tú y yo nos


pasamos el día lanzando artilugios geniales al espacio?

Se ríe.

—Más o menos.

—Bien, esto es muy... —Alexis, de nuevo. Los dos nos volvemos hacia 62
ella: sus ojos están entrecerrados y suena estridente. Sinceramente, sigo
olvidando que está aquí—. Nunca he visto a dos personas... —Hace un gesto
entre nosotros—. Ustedes claramente están... —Ian y yo intercambiamos
una mirada de desconcierto—. Voy a dejarlos con ello —dice sin emoción.
Luego se da la vuelta y Ian y yo nos quedamos solos.

Más o menos. Estamos en una habitación llena de gente, pero... solos.

—Bueno... hola —digo.

—Hola. —El tono es más bajo. Más íntimo.

—Esperaba que esto fuera desagradable.

—¿Esto?

—Esto. —Señalo de ida y vuelta entre nosotros—. Verte de nuevo.


Después de como lo dejamos.

Ladea la cabeza.

—¿Por qué?
—Solo... —No estoy segura de cómo articularlo, que mi experiencia es
que los hombres que han sido rechazados por las mujeres a menudo pueden
dar miedo de un millón de maneras diferentes. De todos modos, no importa.
Parece que dejó atrás lo que pasó entre nosotros en el momento en que salí
de su oficina—. No importa. Ya que no lo es. Desagradable, me refiero.

Ian asiente una vez. Como recuerdo de hace años.

—¿A qué equipo te han asignado?

—A & EP.

—No me digas. —Suena complacido. Lo cual es... nuevo, sobre todo.


Mis padres reaccionaron a la noticia de que me habían contratado en la
NASA de la forma habitual: mostrando decepción por no haberme dedicado
a la medicina como mis hermanos. Sadie y Mara siempre me apoyaron y se
alegraron por mí cuando conseguí el trabajo de mis sueños, pero no se
preocupan lo suficiente por la exploración espacial como para comprender

63
la importancia de mi destino. Ian, sin embargo, lo sabe. Y aunque ahora es
un pez gordo, y A & PE ya no es su equipo, todavía me hace sentir calor y
cosquilleo.

—Sí, un tipo que conocí una vez me dijo que era el mejor equipo.

—Sabias palabras.

—Pero no voy a empezar con el equipo de inmediato, porque... he


conseguido que me elijan para AMASE.

Su sonrisa es tan descarada y genuinamente feliz por mí, que mi


corazón salta en mi garganta.

—AMASE.

—Sí.

—Hannah, eso es fantástico.

Lo es. AMASE es lo mejor y el proceso de selección para participar en


una expedición era brutal, hasta el punto de que no sé muy bien cómo
conseguí entrar. Probablemente fue pura suerte: el Dr. Merel, uno de los
líderes de la expedición, buscaba a alguien con experiencia en cromatografía
de gases y espectrometría de masas. Y resulta que yo la tenía, debido a
algunos proyectos paralelos que me impuso mi asesor de doctorado. En
aquel momento, me quejé y reclamé de forma agresiva. En retrospectiva, me
siento un poco culpable.

—¿Has estado allí? —pregunto a Ian, aunque ya sé la respuesta,


porque mencionó AMASE cuando nos conocimos. Además, he visto su
currículum y algunas fotos de expediciones anteriores. En una, tomada
durante el verano de 2019, lleva una camiseta térmica oscura y está
arrodillado frente a un rover, entrecerrando los ojos a su brazo robótico. Hay
una mujer joven y bonita de pie justo detrás de él, con los codos apoyados
en sus hombros, sonriendo en dirección a la cámara.

He pensado en esa foto más de un par de veces. He imaginado a Ian


invitando a la mujer a cenar. Me preguntaba si, a diferencia de mí, ella era
capaz de decir que sí.

—He estado allí dos veces, en invierno y en verano. Las dos fueron

64
geniales. El invierno fue considerablemente más miserable, pero... —Se
detiene—. Espera, ¿la próxima expedición no se va...?

—En tres días. Durante cinco meses. —Lo veo asentir y digerir la
información. Sigue pareciendo feliz por mí, pero está un poco... apagado.
¿Una fracción de segundo de decepción, tal vez?—. ¿Qué? —pregunto.

—Nada. —Sacude la cabeza—. Habría estado bien ponerse al día.

—Todavía podemos —digo, quizá demasiado rápido—. No me voy


hasta el jueves. ¿Quieres salir y...?

—No a cenar, seguramente. —Su sonrisa es burlona—. Recuerdo que


no... comes con otras personas.

—Claro. —La verdad es que las cosas han cambiado. No es que ahora
tenga citas, sigo sin tenerlas. Y no es que me haya convertido por arte de
magia en una persona emocionalmente disponible; sigo sin estarlo. Pero en
algún momento de los últimos dos años, todo el juego de Tinder se volvió...
primero un poco viejo; luego un poco fastidioso; luego, finalmente, un poco
solitario. En estos días, me concentro en el trabajo o en Mara y Sadie—. Sin
embargo, sí tomo café —digo por impulso. A pesar de que el café me da asco.
—Té helado —dice Ian, recordando de alguna manera mi pedido de
hace cuatro años—. Pero no puedo.

Mi corazón se hunde.

—¿No puedes? —¿Está saliendo con alguien? ¿No está interesado?—.


No tiene que... —ser una cita, me apresuro a decir, pero nos interrumpen.

—Ian, aquí estás. —El representante de RRHH que ha estado


mostrando los alrededores a los nuevos contratados aparece a su lado—.
Gracias por hacer tiempo, sé que tienes que estar en el JPL esta noche.
Todos. —Da una palmada—. Por favor, tomen asiento. Ian Floyd, el actual
jefe de ingeniería del Programa de Exploración de Marte, va a hablarles de
algunos de los proyectos en curso de la NASA.

Oh. Oh.

Ian y yo intercambiamos una larga mirada. Por un momento, parece


que quiere decirme una última cosa. Pero el representante de RR.HH. lo

65
lleva a la cabecera de la mesa de conferencias y, o bien no hay tiempo
suficiente o no es algo lo suficientemente importante como para decirlo.

Medio minuto después, me siento y escucho su voz clara y tranquila


mientras habla de los muchos proyectos que está supervisando, con el
corazón apretado y pesado en el pecho por razones que no puedo entender.

Veinte minutos más tarde, me encuentro con sus ojos por última vez
justo cuando alguien llama para recordarle que su avión embarcará en
menos de dos horas.

Y poco más de seis meses después, cuando por fin vuelvo a verlo, lo
odio.

Lo odio, lo odio, lo odio y no dudo en hacérselo saber.


Capítulo 5

Islas Svalbard, Noruega


Presente

La siguiente vez que vibra mi teléfono satelital, los vientos han


aumentado aún más. También está nevando. De alguna manera, me las
arreglé para acurrucarme en un pequeño rincón en la pared de mi grieta,
pero grandes ráfagas comienzan a adherirse felizmente al mini-rover que
traje conmigo.

Lo cual es, debo admitir, irónico en un sentido cósmico. La razón por


la que me aventuré aquí fue para probar cómo funcionaría el mini-rover que
66
diseñé en situaciones muy estresantes, con poca luz solar y con baja entrada
de comandos. Por supuesto, no se suponía que fuera a haber una tormenta.
Iba a dejar el equipo y luego regresar inmediatamente a la base central,
que… bueno. No funcionó así, obviamente.

Pero el equipo está siendo cubierto por una capa de nieve. Y el sol se
va a poner pronto. El mini-rover se encuentra en una situación muy
estresante, con poca luz solar y baja entrada de comandos, y desde un punto
de vista científico, esta misión no fue un completo desastre. En algún
momento de los próximos días, alguien en AMASE (probablemente el Dr.
Merel, ese imbécil) intentará activarlo, y entonces sabremos si mi trabajo fue
realmente consistente. Bueno, ellos lo sabrán. Para entonces,
probablemente solo seré una paleta helada con una expresión muy
cabreada, como Jack Torrance al final de El resplandor.

—¿Sigues bien?

La voz de Ian me saca de mi lloriqueo preapocalíptico. Mi corazón


revolotea como un colibrí, un colibrí enfermizo que se olvidó de migrar al
sur con sus amigos. No me molesto en responder, sino que
instantáneamente pregunto:

—¿Por qué estás aquí? —Sé que sueno como una perra desagradecida,
y aunque nunca me preocupé por parecer lo segundo, no pretendo ser lo
primero. El problema es que su presencia no tiene ningún maldito sentido.
He tenido veinte minutos para pensar en ello, y simplemente no lo tiene. Y
si este es el lugar y el momento donde finalmente estire la pata… Bueno, no
quiero morir confundida.

—Solo salí a pasear. —Suena un poco sin aliento, lo que significa que
la escalada debe haber sido difícil. Ian es muchas cosas, pero estar fuera de
forma no es una de ellas—. Contemplar el paisaje. ¿Y tú? ¿Qué te trae por
aquí?

—Lo digo en serio. ¿Por qué estás en Noruega?

—Sabes… —El sonido se corta brevemente, luego rebota con una

67
generosa porción de ruido blanco—, no todo el mundo va de vacaciones a
South Padre. Algunos disfrutamos de destinos más fríos. —El carraspeo y
resoplido a través de la tenue línea de satélite es casi… íntima. Estamos
expuestos a los mismos elementos, en el mismo terreno fuertemente
glaciado, mientras que el resto del mundo se ha refugiado. Estamos aquí
afuera, solos.

Y no tiene ningún sentido.

—¿Cuándo volaste a Svalbard? —No pudo haber sido en ningún


momento en los últimos tres días, porque no hubo vuelos entrantes.
Svalbard está bien conectado con Oslo y Tromsø en la temporada alta, pero
esa no comenzará hasta mediados de marzo.

Así que… Ian debe haber estado aquí por un puñado de días. ¿Pero
por qué? Es jefe de ingeniería en varios proyectos de rover, y el equipo de
Serendipity se acerca a la hora de la verdad. No tiene sentido que uno de
sus empleados clave esté en otro país en este momento. Además, el
componente de ingeniería de este AMASE es mínimo. De hecho, solo el Dr.
Merel y yo. Todos los demás miembros son geólogos y astrobiólogos, y…
¿Por qué diablos está Ian aquí? ¿Por qué diablos la NASA enviaría a
un ingeniero superior a una misión de rescate que ni siquiera se suponía
que iba a suceder?

—¿Sigues bien? —pregunta de nuevo. Cuando no respondo,


continúa—: Estoy cerca. A unos minutos de distancia.

Me quito los copos de nieve de mis pestañas.

—¿Cuándo cambió AMASE de opinión sobre el envío de tareas de


socorro?

Una breve vacilación.

—De hecho, podrían ser más de unos pocos minutos. La tormenta se


está intensificando y no puedo ver muy bien…

—Ian, ¿por qué te enviaron?

Una respiración profunda. O un suspiro. O una bocanada, más fuerte


que las demás.
68
—Haces muchas preguntas —dice. No por la primera vez.

—Sí. Pero son preguntas bastante buenas, así que seguiré


preguntando más. Por ejemplo, ¿cómo…

—Mientras pueda preguntar algo también.

Casi gimo.

—¿Qué quieres saber? ¿Mejor concierto? ¿Concierto favorito? ¿Una


descripción general de las comodidades de la grieta? Ofrece muy poco en
términos de vida nocturna…

—Necesito saber, Hannah, si estás bien.

Cierro mis ojos. El frío cortante es como un millón de agujas clavadas


bajo mi piel.

—Sí. Yo… Estoy bien.

De repente, la llamada cae. La estática, el ruido, todo desaparece, y


ya no puedo escuchar a Ian. Miro mi teléfono satelital y lo encuentro
encendido. Mierda. El problema está en su extremo. La nieve se está
poniendo más densa, estará completamente negro en minutos, y encima
estoy casi segura de que Ian ha sido atacado por un oso polar. Si algo le
sucede, nunca seré capaz de perdonarme…

Escucho pasos rompiendo la nieve y miro hacia el borde de la grieta.


La luz se atenúa por segundos, pero distingo la silueta alta y ancha de un
hombre con un pasamontañas. Me está mirando.

Oh Dios. ¿Realmente es él…?

—¿Lo ves? —dice la voz profunda de Ian, solo un poco sin aliento. Se
baja la cuellera antes de agregar—: Eso no fue tan difícil, ¿verdad?

69
Capítulo 6

Centro Espacial Johnson, Houston, Texas


Hace 6 meses

Me sorprende lo mucho que me duele el correo electrónico, porque es


un montón.

No es que esperara alegrarme por ello. Es un hecho bien establecido


que oír que te han denegado la financiación de tu proyecto es tan agradable

70
como caerse en un retrete. Pero los rechazos son el pan nuestro de cada día
en todos los tramos académicos, y desde que empecé mi doctorado he tenido
aproximadamente mil doscientos chorrocientos billones de ellos. En los
últimos cinco años, me han rechazado publicaciones, presentaciones en
congresos, becas de investigación y de educación, membresías. Incluso
fracasé en mi intento de entrar en el programa de bebidas ilimitadas de
Bruegger, un revés devastador, teniendo en cuenta mi amor por los tés
helados.

Lo bueno es que cuantos más rechazos recibes, más fáciles son de


digerir. Lo que me hacía dar puñetazos a las almohadas y planear un
asesinato en el primer año de mi doctorado apenas me hacía mella en el
último. ¿Los de Progreso en Ciencias Aeroespaciales dijeron que mi tesis no
era digna de aparecer en sus páginas? Bien. ¿La Fundación Nacional de la
Ciencia se negó a patrocinar mis estudios postdoctorales? De acuerdo.
¿Mara insistiendo en que los bocadillos de Rice Krispies que hice para su
cumpleaños sabían a papel higiénico? Eh. Viviré.

Este rechazo específico, sin embargo, hiere muy hondo. Porque real,
realmente necesito el dinero de la subvención para lo que estoy planeando
hacer.
La mayor parte de la financiación de la NASA está vinculada a
proyectos específicos, pero todos los años hay un bote discrecional que está
disponible, normalmente para científicos jóvenes que presentan ideas de
investigación que parecen merecer ser exploradas. Y la mía, creo, es
bastante digna. Llevo más de seis meses en la NASA. Los he pasado casi
todos en Noruega, en el mejor análogo de Marte en la Tierra, metida hasta
las rodillas en un intenso trabajo de campo, pruebas de equipos y ejercicios
de muestreo. Desde hace un par de semanas, desde que volví a Houston, he
ocupado mi lugar en el equipo de A & EP, y ha sido muy, muy genial. Ian
tenía razón: el mejor equipo de la historia.

Pero. Cada descanso. Cada segundo libre. Cada fin de semana. Cada
pizca de tiempo que pude encontrar, me centré en finalizar la propuesta de
mi proyecto, creyendo que era una puta gran idea. Y ahora esa propuesta
ha sido rechazada. Lo que se siente como ser apuñalada con un cuchillo
santoku.

—¿Pasó algo? —pregunta Karl, mi compañero de oficina, desde el otro


lado del escritorio—. Parece que estás a punto de llorar. O tal vez lanzar algo
por la ventana, no lo sé. 71
No me molesto en mirarlo.

—No me he decidido, pero te mantendré informado. —Miro fijamente


el monitor de mi computadora, hojeando las cartas de respuesta de los
revisores internos.

Como todos sabemos, a principios de 2010, el rover Spirit se quedó atascado


en una trampa de arena, no pudo reorientar sus paneles solares hacia el sol
y murió congelado como consecuencia de su falta de energía. Algo muy
parecido le ocurrió ocho años después al Opportunity, que entró en
hibernación cuando una vorágine bloqueó la luz solar y le impidió recargar
sus baterías. Obviamente, el riesgo de perder el control de los rovers a causa
de fenómenos meteorológicos extremos es alto. Para hacer frente a esto, la
Dra. Arroyo ha diseñado un prometedor sistema interno que tiene menos
probabilidades de fallar en caso de situaciones meteorológicas imprevisibles.
Ella propone construir un modelo y probar su eficacia en la próxima
expedición en el Arctic Mars Analog en Svalbard (AMASE)…
El proyecto de la Dra. Arroyo es una brillante adición a la lista actual de la
NASA y debería ser aprobado para un estudio más a fondo. El currículum de
la Dra. Arroyo es impresionante y ha acumulado suficiente experiencia para
llevar a cabo el trabajo propuesto…

Si tiene éxito, esta propuesta hará algo crítico para el programa de


exploración espacial de la NASA: disminuir la experiencia de fallos por baja
energía, fallos del reloj de la misión y fallos del temporizador de recuperación
de pérdidas en las futuras misiones de exploración a Marte…

Esta es la cuestión: las críticas son… positivas. Abrumadoramente


positivas. Incluso de un grupo de científicos que, soy bien consciente, se
alimenta de ser mezquino y mordaz. La ciencia no parece ser un problema,
la relevancia para la misión de la NASA está ahí, mi CV es lo suficientemente
bueno y… esto no tiene sentido. Por lo que no voy a quedarme aquí sentada
y aguantarme esta porquería.

Cierro la portátil de golpe, me levanto agresivamente de mi escritorio


y salgo airadamente de mi oficina.
72
—¿Hannah? ¿A dónde…?

Ignoro a Karl y avanzo por los pasillos hasta encontrar la oficina que
busco.

—Pase —me dice una voz tras llamar a la puerta.

Conocí al Dr. Merel porque era mi superior directo durante AMASE y


él es… un sujeto raro, honestamente. Muy rígido. Muy empedernido. La
NASA está llena de gente ambiciosa, pero él parece estar casi obsesionado
con los resultados, con las publicaciones, con el tipo de ciencia sexy que da
lugar a grandes noticias llamativas. Al principio no era su admiradora, pero
debo admitir que como supervisor no ha hecho más que apoyarme. Para
empezar, fue él quien me seleccionó para la expedición y me animó a
solicitar financiación una vez que acudí a él con mi idea de proyecto.

—Hannah. Qué bueno verte.

—¿Tiene un minuto para hablar?


Probablemente tenga unos cuarenta años, pero hay algo de la vieja
escuela en él. Tal vez los chalecos o el hecho de que es literalmente la única
persona que he conocido en la NASA que no se presenta por su nombre. Se
quita las gafas de montura metálica, las deja sobre el escritorio y luego junta
las puntas de sus dedos para darme una larga mirada.

—Se trata de tu propuesta, ¿no?

No me ofrece un asiento y no me siento. Pero sí cierro la puerta detrás


de mí. Apoyo el hombro en el marco de la puerta y cruzo los brazos sobre mi
pecho, esperando no sonar como me siento, es decir, homicida.

—Acabo de recibir el correo electrónico de rechazo y me preguntaba si


tiene algún… conocimiento. Las críticas no destacaron las áreas que
necesitan mejorar, así que…

—Yo no me preocuparía por eso —dice con desdén.

Frunzo el ceño.

—¿A qué se refiere? 73


—Es intrascendente.

—Yo… ¿Lo es?

—Sí. Por supuesto que habría sido conveniente que hubieras tenido
esos fondos a tu disposición, pero ya lo he discutido con dos de mis colegas
que están de acuerdo en que tu trabajo es meritorio. Ellos tienen el control
de otros fondos que Floyd no será capaz de vetar, así que…

—¿Floyd? —Levanto el dedo. Debo haber escuchado mal—. Espere,


¿dijo Floyd? ¿Ian Floyd? —Intento recordar si he oído hablar de otros Floyd
trabajando aquí. Es un apellido común, pero…

El rostro de Merel no esconde mucho. Es obvio que se refería a Ian y


es obvio que no debía mencionarlo, la cagó haciéndolo de todos modos, y
ahora no tiene más remedio que explicarme lo que insinuó.

Tengo exactamente cero intenciones de sacarlo del apuro.

—Esto es, por supuesto, confidencial —dice tras una breve vacilación.
—Está bien —acuerdo apresuradamente.

—El proceso de revisión debería permanecer anónimo. Floyd no puede


saberlo.

—No lo hará —miento. No tengo ningún plan en este momento, pero


una parte de mí ya sabe que estoy mintiendo. No soy precisamente la clase
de persona que no discute.

—Muy bien. —Merel asiente—. Floyd formó parte del comité que cribó
tu solicitud y fue él quien decidió vetar tu proyecto.

Él… ¿qué?

¿Él qué?

No puede ser.

—Esto no parece correcto. Ian ni siquiera está aquí en Houston. —Lo


sé porque un par de días después de volver de Noruega, fui a buscarlo. Lo
busqué en el directorio de la NASA, compré una taza de café y otra de té en
la cafetería, luego fui a su oficina con sólo vagas ideas de lo que diría,
74
sintiéndome casi nerviosa, y…

La encontré cerrada.

—Está en el JPL —me dijo alguien con acento sudafricano cuando me


vio holgazaneando en el pasillo.

—Oh. De acuerdo. —Me di la vuelta. Me alejé dos pasos. Luego me


volteé para preguntar—: ¿Cuándo volverá?

—Es difícil de decir. Ha estado allí durante un mes más o menos para
trabajar en la herramienta de muestreo para Serendipity.

—Ya veo. —Le agradecí a la mujer y esta vez sí me fui.

Ha pasado poco más de una semana desde entonces y he ido a su


oficina… en varias ocasiones. Ni siquiera estoy segura de por qué. Y
realmente no importa, porque la puerta estaba cerrada cada vez. Por eso sé
que:

—Ian está en el JPL. No está aquí.


—Te equivocas —dice Merel—. Ha vuelto.

Me pongo rígida.

—¿Desde cuándo?

—Eso no sabría decírtelo, pero estuvo presente cuando el comité se


reunió para discutir tu propuesta. Y como dije, fue él quien la vetó.

Esto es imposible. Absurdo.

—¿Está seguro de que fue él?

Merel me mira con fastidio y trago con fuerza, sintiéndome


extrañamente… expuesta, estando de pie como estoy en esta oficina
mientras me dicen que Ian —¿Ian? ¿En serio?— es la razón por la que no
conseguí la financiación. Parece una mentira. ¿Pero Merel mentiría? Es
demasiado puritano para eso. Dudo que tenga la imaginación.

—¿Puede hacer eso? ¿Vetar un proyecto que por lo demás es bien


recibido?
75
—Teniendo en cuenta su posición y antigüedad, sí.

—Pero ¿por qué?

Suspira.

—Podría ser cualquier cosa. Quizá esté celoso de una propuesta


brillante o prefiera que la financiación se la den a otro. Supe que algunos de
sus colaboradores cercanos han hecho la solicitud. —Una pausa—. Algo que
dijo me hizo sospechar que…

—¿Qué?

—Que no te creía capaz de hacer el trabajo.

Me pongo rígida.

—¿Disculpe?

—No parecía encontrar fallas en la propuesta. Pero sí habló de tu papel


en ella en un tono poco halagador. Por supuesto, intenté diferir.
Cierro los ojos, de repente con náuseas. No puedo creer que Ian hiciera
esto. No puedo creer que fuera semejante imbécil traicionero y miserable.
Tal vez no seamos amigos cercanos, pero después de nuestro último
encuentro, pensé que él… No lo sé. No tengo ni idea. Creo que tal vez yo
tenía expectativas de algo, pero esto pone un rápido fin a ellas.

—Voy a apelar.

—No hay ninguna razón para hacer eso, Hannah.

—Hay muchas razones. Si Ian piensa que no soy lo suficientemente


buena a pesar de mi CV, yo…

—¿Lo conoces? —Merel me interrumpe.

—¿Qué?

—Me preguntaba si ustedes se conocen.

—No. No, yo… —Una vez monté su pierna. Fue fantástico—. Apenas.
Sólo de pasada.
76
—Ya veo. Sólo tenía curiosidad. Eso explicaría por qué estaba tan
decidido a negar tu proyecto. Nunca lo había visto tan… inflexible para que
una propuesta no fuera aceptada. —Agita la mano, como si esto no fuera
importante—. Pero no deberías preocuparte por esto, porque ya he
conseguido una financiación alternativa para tu proyecto.

Oh. Esto sí que no me lo esperaba.

—¿Financiación alternativa?

—Me puse en contacto con algunos jefes de equipo que me debían


favores. Les pregunté si tenían algún excedente presupuestario que
quisieran dedicar a tu proyecto y pude reunir lo suficiente para enviarte a
Noruega.

Medio jadeo, medio me rio.

—¿En serio?

—Por supuesto.
—¿En la próxima AMASE?

—La que sale en febrero del año que viene, sí.

—¿Y qué hay de la ayuda que pedí? Necesitaré otra persona que me
ayude a construir el mini-rover y que esté en el campo. Y tendré que viajar
bastante lejos de la base, lo que podría ser peligroso por mi cuenta.

—No creo que podamos financiar a otro miembro de la expedición.

Aprieto los labios y pienso en ello. Probablemente pueda hacer la


mayor parte del trabajo de preparación por mi cuenta. Si no duermo durante
los próximos meses, lo cual… ya lo he hecho antes. Estaré bien. El problema
sería cuando llegue a Svalbard. Es demasiado arriesgado para…

—Yo estaré allí, en el campo contigo, por supuesto —dice el Dr. Merel.
Estoy un poco sorprendida. En los meses que estuvimos en Noruega, lo vi
hacer muy poco en la recogida de muestras y en el laborioso trabajo en la
nieve. Siempre lo consideré más bien un coordinador. Pero si se ofreció, debe

77
ser en serio, y… sonrío.

—Perfecto, entonces. Gracias.

Salgo de la habitación y, durante unas dos semanas, me siento lo


suficientemente segura de que mi proyecto se llevará a cabo como para
hacer precisamente eso: no dejar que nadie lo sepa. Ni siquiera se lo digo a
Mara y a Sadie cuando hacemos FaceTime, porque… porque para explicar
el grado de traición de Ian, tendría que admitir la mentira que les dije hace
años. Porque me siento como una total idiota por confiar en alguien que no
merece nada de mí. Porque ser honesta con ellas requeriría primero ser
honesta conmigo misma y estoy demasiado enfadada, cansada y
decepcionada para eso. En mis diatribas, Ian se convierte en una figura
anónima sin rostro y hay algo liberador en eso. En no permitirme recordar
que solía pensar en él con cariño y por nombre.

Entonces, exactamente diecisiete días después, me encuentro con Ian


Floyd en el hueco de la escalera. Y ahí es cuando todo se va a la mierda.
Lo veo antes de que él me vea a mí, por el color rojo, por su tamaño
general y por el hecho de que está subiendo mientras yo estoy bajando. Hay
unos cinco ascensores aquí, y no sé por qué alguien elegiría voluntariamente
someter su cuerpo al estrés de las escaleras ascendentes, pero me sorprende
demasiado que sea Ian quien lo haga. Es el tipo de distinción sin gloria que
he llegado a esperar de él.

Mi primer instinto es empujarlo y verlo caer hacia la muerte. Excepto


que estoy casi segura de que es un delito. Además, Ian es considerablemente
más fuerte que yo, lo que significa que podría no ser factible. Aborta la
misión, me digo. Solo pasa de largo. Ignóralo. No merece tu tiempo.

Los problemas empiezan cuando levanta la vista y se fija en mí. Se


detiene exactamente dos pasos por debajo, lo que debería ponerlo en
desventaja pero, deprimente, injusta y trágicamente, no lo hace. Estamos a
la altura de los ojos cuando sus ojos se amplían y sus labios se curvan en
una sonrisa complacida. «Hannah» dice con un toque de algo en su voz que
reconozco pero que rechazo al instante y no tengo más remedio que
responderle.
78
La escalera está desierta y el sonido llega lejos.

—Vine a buscarte —dice en un profundo tono grave que vibra a través


de mí—. La semana pasada. Un sujeto en tu oficina me dijo que no
trabajabas mucho allí, pero…

—Vete a la mierda.

Las palabras se me escapan. Mi temperamento siempre ha sido


temerario, a ciento sesenta kilómetros por hora, y… bueno. Todavía lo es,
supongo.

La reacción de Ian es demasiado desconcertada como para estar


confundido. Me mira fijamente como si no estuviera seguro de lo que acaba
de oír y es la oportunidad perfecta para que me aleje antes de decir algo que
vaya a lamentar. Pero ver su rostro me hace recordar las palabras de Merel
y eso… eso realmente no es nada bueno.

No te creía capaz de hacer el trabajo.


La peor parte, la que realmente duele, es lo absolutamente mal que
juzgué a Ian. En realidad pensaba que era un buen tipo. Me gustaba mucho,
cuando nunca me permití que me gustara nadie, y… ¿cómo se atreve?
¿Cómo se atreve a apuñalarme por la espalda y luego dirigirse a mí como si
fuera mi amigo?

—¿Exactamente con qué es que tienes problemas, Ian? —Cuadro los


hombros para hacerme más grande. Quiero que me mire y piense en un
crucero de combate. Quiero que tema que vaya a saquearlo—. ¿Es que odias
la buena ciencia? ¿O es puramente personal?

Frunce el ceño. Tiene la audacia de fruncir el ceño.

—No tengo ni idea de qué estás hablando.

—Puedes parar con eso. Sé lo de la propuesta.

Durante un segundo se queda absolutamente quieto. Luego su mirada


se endurece y pregunta:

—¿Quién te lo dijo? 79
Al menos no está fingiendo no saber a qué me refiero.

—¿En serio? —Resoplo—. ¿Quién me lo dijo? ¿Eso es lo que parece


relevante?

Su expresión es pétrea.

—Los procedimientos relativos al desembolso de fondos internos no


son públicos. Una revisión interna anónima de los pares es necesaria para
garantizar…

—… para garantizar tu capacidad de asignar fondos a tus


colaboradores cercanos y joderle la carrera a los que no te sirven. ¿Cierto?
—Se echa para atrás. No es la reacción que esperaba, pero me llena de
alegría de todos modos—. A no ser que el motivo fuera personal. Y vetaste
mi propuesta porque no me acosté contigo, hace qué, cinco años.

No lo niega, no se defiende, no grita que estoy loca. Sus ojos se


estrechan hasta convertirse en rendijas azules y pregunta:

—Fue Merel, ¿no es así?


—¿Por qué te importa? Tú vetaste mi proyecto, así que…

—¿También te dijo por qué lo veté?

—Nunca dije que fuera Merel quien…

—Porque él estaba allí cuando expliqué mis objeciones, larga y


detalladamente. ¿Omitió eso? —Aprieto los labios. Lo que él parece
interpretar como una apertura—. Hannah. —Se inclina más cerca. Estamos
nariz con nariz, huelo su piel y su loción para después del afeitado, y odio
cada segundo de esto—. Tu proyecto es demasiado peligroso. Pide
específicamente que viajes a un lugar remoto para dejar el equipo en una
época del año en la que el clima es volátil y a menudo totalmente
impredecible. He estado en Longyearbyen en febrero y las avalanchas se
desarrollan de la nada. Sólo ha empeorado en los últimos…

—¿Cuántas veces?

Parpadea en mi dirección.

—¿Qué? 80
—¿Cuántas veces has estado en Longyearbyen?

—He estado en dos expediciones…

—Entonces entenderás por qué me quedo con la opinión de alguien


que ha estado en una docena de misiones y no con la tuya. Además, ambos
sabemos cuál fue el verdadero motivo del veto.

Ian abre y luego cierra la boca. Su mandíbula se endurece y por fin


estoy segura de ello: está enfadado. Enfurecido. Lo veo en la forma en que
aprieta el puño. Cómo se ensanchan sus fosas nasales. Su gran cuerpo está
a escasos centímetros del mío, brillando de ira.

—Hannah, Merel no siempre es de fiar. Ha habido incidentes bajo su


supervisión que…

—¿Qué incidentes?

Una pausa.
—No puedo revelar información que no es mía. Pero no deberías
confiarle tu…

—Claro —me burlo—. Por supuesto que debería aceptar la palabra del
tipo que fue a mis espaldas por encima de la palabra del tipo que salió en
mi defensa y se aseguró de que mi proyecto fuera financiado de todos modos.
Una elección muy difícil de hacer.

Su mano se levanta para cerrarse en la parte superior de mi brazo, a


la vez suave y urgente. Me niego a preocuparme lo suficiente como para
apartarme de su contacto.

—¿Qué acabas de decir?

Pongo los ojos en blanco.

—Dije un montón de cosas, Ian, pero lo esencial es que te vayas a la


mierda. Ahora, si me disculpas…

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—¿Qué quieres decir con que Merel se aseguró de que tu proyecto
fuera financiado de todos modos? —Su agarre se hace más fuerte.

—Quiero decir exactamente lo que dije. —Me inclino hacia él, con los
ojos clavados en los suyos, y durante una fracción de segundo la sensación
familiar de estar cerca, aquí, junto a él, me invade como una ola. Pero se
desvanece con la misma rapidez y todo lo que queda es una extraña
combinación de tristeza vengativa. Tengo mi proyecto, lo que significa que
gané. Pero también... Sí. Él sí me gustaba. Y aunque siempre estuvo en la
periferia de mi vida, creo que tal vez había esperado…

Bueno. No importa ahora.

—Él encontró una alternativa, Ian —le digo—. Mi incapacidad para


llevar a cabo el proyecto y yo nos vamos a Noruega y no hay nada que puedas
hacer al respecto.

Cierra los ojos. Luego los abre y murmura en voz baja algo que suena
mucho a mierda, seguido de mi nombre y otras explicaciones apresuradas
que no me interesa escuchar. Libero mi brazo de sus dedos, lo miro a los
ojos por última vez y me alejo jurándome a mí misma que se acabó.

Nunca volveré a pensar en Ian Floyd.


Capítulo 7

Islas Svalbard, Noruega


Presente

No lleva equipo de la NASA.

A estas alturas ya está casi oscuro, la nieve cae sin cesar y cada vez
que miro hacia el borde de la grieta, enormes copos de nieve se lanzan
directamente a mis ojos. Pero incluso entonces, me doy cuenta: Ian no lleva

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el equipo que la NASA suele entregar a los científicos de AMASE.

Su gorro y su abrigo son de The North Face, de un negro mate


espolvoreado de blanco, sólo interrumpido por el rojo de sus gafas y su
pasamontaña. Su teléfono, cuando lo saca para comunicarse conmigo desde
el borde de la grieta, no es el Iridium reglamentario, sino un modelo que no
reconozco. Se queda mirando durante un largo rato, como si evaluara la
situación de mierda en la que conseguí meterme. Las ráfagas lo rodean, pero
nunca llegan a tocarlo. Sus hombros suben y bajan. Una, dos, varias veces.
Luego, finalmente, se levanta las gafas y se lleva el teléfono a la boca.

—Enviaré la cuerda —dice, en lugar de un saludo.

Decir que estoy en un ligero aprieto en este momento o que tengo unos
cuantos problemas entre manos, sería una subestimación inmensa. Y sin
embargo, mirando fijamente desde el lugar donde estaba segura de que
estiraría la pata hasta hace unos cinco minutos, todo lo que puedo pensar
es que la última vez que hablé con este hombre, yo…

Le dije que se fuera a la mierda.

Repetidamente.
Y sí se lo merecía, al menos por decir que yo no era lo suficientemente
buena para llevar a cabo el proyecto. Pero en ese momento también
mencionó que mi misión iba a ser demasiado peligrosa. Y ahora se ha
aparecido en el Círculo Polar Ártico, con sus profundos ojos azules y su voz
aún más profunda, para apartarme de una muerte segura.

Siempre supe que era una imbécil, pero nunca me había dado cuenta
de hasta qué punto lo era.

—¿Este es el te lo dije más enorme de la historia? —pregunto,


intentando una broma.

Ian me ignora.

—Una vez que tengas la cuerda, haré un ancla —dice, con un tono
calmado y objetivo, sin ningún rastro de pánico. Es como si estuviera
enseñando a un niño a atarse los cordones de los zapatos. Ninguna urgencia
aquí, ninguna duda de que esto saldrá como está planeado y ambos

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estaremos bien—. Prepararé el borde y te levantaré sobre mi hombro.
Asegúrate de que todo está enganchado a tu nudo de freno. ¿Puedes tirar
del lado fijo?

Lo miro fijamente. Me siento… No estoy segura de cómo. Confundida.


Asustada. Hambrienta. Culpable. Con frío. Después de lo que
probablemente sea demasiado tiempo, consigo asentir.

Él sonríe un poco antes de tirar la cuerda. Veo cómo se desenrolla, se


desliza hacia mí y se detiene a un par de centímetros de donde estoy
acurrucada. Entonces alargo la mano y cierro mi mano enguantada en el
extremo.

Sigo confundida, asustada, hambrienta y culpable. Pero cuando


levanto la vista hacia Ian, siento un poco menos de frío.

Es sólo un esguince, estoy bastante segura. Pero en lo que respecta a


los esguinces, este es uno malo.
Ian es fiel a sus promesas y consigue sacarme de la grieta en apenas
un par de minutos, pero en cuanto estoy en la superficie, intento cojear y…
no pinta bien. Mi pie toca el suelo y el dolor atraviesa todo mi cuerpo como
un rayo.

—Mier… —Aprieto una mano contra mis labios, intentando ocultar mi


jadeo en la tela de mis guantes, luchando por mantenerme erguida. Estoy
bastante segura de que las fuertes ráfagas de viento se tragan mi gemido,
pero no hay mucho que pueda hacer para evitar que las lágrimas inunden
mis ojos.

Por suerte, Ian está demasiado ocupado recogiendo la cuerda como


para darse cuenta.

—Sólo necesitaré un segundo —dice y agradezco el indulto. Puede que


acabara de rescatarme de convertirme en el postre de un oso polar, pero por
alguna razón odio la idea de que me vea toda llorosa y débil. De acuerdo,
bien: Necesitaba que me salvaran y tal vez no parezca gran cosa en este

84
momento. Pero mi umbral de dolor suele ser bastante alto y nunca he sido
una quejica. No quiero darle a Ian ninguna razón para creer lo contrario.

Excepto que.

Excepto que esas dos lágrimas solitarias han abierto las compuertas.
Detrás de mí, Ian mete su equipo de escalada en su mochila, sus
movimientos practicados y económicos y yo… no logro ofrecer ninguna
ayuda. Me limito a quedarme de pie torpemente, tratando de evitar mi tobillo
palpitante, sobre un pie, como un flamenco. Mis mejillas están calientes y
mojadas por la nieve que cae, y miro hacia abajo a mi estúpida grieta
pensando que hasta hace un minuto —hasta el jodido Ian Floyd— iba a ser
el último lugar que viera. El último trozo de cielo.

Y justo así, un terror apresurado me atraviesa. Derriba la tranquilidad


fabricada de mi océano marciano y la sola magnitud de lo que estuvo a punto
de suceder, de todas las cosas que amo y que me habría perdido si Ian no
hubiera venido por mí, arrasan mi cerebro como un rastrillo.

Perros. Las tres de la mañana en verano. Sadie y Mara siendo


absolutamente idiotas y yo riéndome de ellas. Viajes de senderismo, té
helado de kiwi, ese restaurante griego que nunca llegué a probar, código
elegante, la siguiente temporada de Stranger Things, sexo realmente bueno,
una publicación de Nature, ver humanos en Marte, el final de Canción de
Hielo y Fuego…

—Tenemos que seguir andando antes de que la tormenta empeore —


dice Ian—. ¿Estás…?

Ian me mira y ni siquiera intento ocultar mi rostro. Estoy más allá de


eso. Cuando se acerca, con un oscuro ceño en su rostro, dejo que me
sostenga la mirada, que me levante la barbilla con los dedos, que me
inspeccione las mejillas. Su expresión pasa de la urgencia y la preocupación
a la comprensión. Inhalo y se convierte en una bocanada. La bocanada, para
mi horror, se convierte en un sollozo. Dos. Tres. Cinco. Y luego…

Luego solo soy un maldito desastre. Sollozando lastimosamente, como


una niña, y cuando un cuerpo cálido y pesado me envuelve y me agarra con
fuerza, no ofrezco ninguna resistencia.

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—Lo siento —murmuro en el nylon de la chaqueta de Ian—. Lo siento,
lo siento, lo siento. Yo… no tengo ni idea de lo que me pasa, yo… —Es que
simplemente no lo había sabido. Abajo, en la grieta, fui capaz de fingir que
no pasaba nada. Pero ahora que estoy fuera y que ya no me siento
entumecida, todo vuelve para abrumarme, y no puedo dejar de verlas, todas
las cosas, todas las cosas que casi…

—Calla. —Las manos de Ian se sienten increíblemente grandes


cuando suben y bajan por mi espalda, sosteniendo mi cabeza,
acariciándome el cabello mojado por la nieve donde se derrama por debajo
del gorro. Estamos en medio de una tormenta helada, pero tan cerca de él,
me siento casi en paz—. Calla. Está bien.

Me aferro a él. Me deja sollozar durante largos momentos que no


podemos permitirnos, apretándome contra él sin aire entre nosotros, hasta
que puedo sentir los latidos de su corazón a través de las gruesas capas de
nuestra ropa. Entonces murmura “Maldito Merel” con una furia apenas
contenida y pienso que sería muy fácil echarle la culpa a Merel, pero la
verdad es que todo es culpa mía.

Cuando me inclino hacia atrás para decírselo, me ahueca el rostro.


—En serio tenemos que irnos. Te cargaré a la costa. Tengo una férula
ligera para tu tobillo, solo para evitar estropearlo aún más.

—¿La costa?

—Mi bote está a menos de una hora.

—¿Tu bote?

—Vamos. Tenemos que irnos antes de que caiga más nieve.

—Yo… tal vez pueda caminar. Al menos puedo intentarlo…

Él sonríe y la idea de que podría haber muerto —podría haber


muerto— sin que este hombre me sonriera así, me hace temblar los labios.

—No me importa cargarte. —Aparece un hoyuelo—. Intenta contener


tu amor por las grietas, por favor.

Lo miro con furia a través de las lágrimas. Resulta que es exactamente

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lo que quiere de mí.

Ian me carga casi todo el camino.

Decir que lo hace sin sudar, en la ventisca de una espesa tormenta de


nieve, con un clima de menos diez grados centígrados, sería probablemente
una exageración. Huele a sal y a calor mientras me deposita en una de las
literas de la cubierta inferior del bote, un pequeño barco de expedición
llamado M/S Sjøveien. Diviso pequeñas gotas de sudor aquí y allá, que
hacen brillar su frente y su labio superior antes de que se las limpie con las
mangas de su abrigo.

Aun así, no puedo olvidar la relativa facilidad con la que se abrió paso
a través de las mesetas glaciares durante más de una hora, vadeando la
nieve vieja y la fresca, esquivando las formaciones rocosas y las algas del
hielo, sin quejarse ni una sola vez de mis brazos fuertemente enroscados en
su cuello.
Casi resbaló dos veces. En ambas ocasiones, sentí el acero de sus
músculos al tensarse para evitar la caída, su gran cuerpo sólido y fiable
mientras se equilibraba y se reorientaba antes de retomar el ritmo. En
ambas ocasiones, me sentí extraña e incomprensiblemente segura.

—Necesito que le informes a AMASE que estás a salvo —me dice en


cuanto estamos en el bote. Miro a mi alrededor, dándome cuenta por
primera vez de que no hay más pasajeros a bordo—. Y que no necesitas que
los socorristas salgan una vez que la tormenta amaine.

Frunzo el ceño.

—¿No sabrían que tú ya…?

—Ahora mismo. Por favor. —Me mira fijamente hasta que compongo
y envío un mensaje a todo el grupo de AMASE, de una manera que me
recuerda que es todo un líder. Acostumbrado a que la gente haga lo que él
dice—. Tenemos un calentador, pero no va a hacer mucho con esta

87
temperatura. —Se quita la chaqueta, dejando al descubierto una prenda
térmica negra debajo. Su cabello está desordenado, brillante y hermoso. Ni
de lejos está tan asquerosamente espachurrado por el gorro como el mío, un
fenómeno inexplicable que debería ser objeto de varios estudios de
investigación. Quizá solicite una beca para investigarlo. Entonces Ian me
vetará y volveremos al punto de partida del Odio Mutuo—. Los vientos son
más fuertes de lo que me gustaría, pero a bordo sigue siendo una opción
más segura que en tierra. Estamos anclados, pero las olas podrían ponerse
feas. Hay medicamentos contra el mareo junto a tu litera y…

—Ian.

Se queda callado.

—¿Por qué no estás usando un traje de supervivencia de la NASA?

No me mira. En su lugar, se arrodilla frente a mí y comienza a trabajar


en mi férula. Sus grandes manos son firmes pero delicadas en mi
pantorrilla.

—¿Segura que no está roto? ¿Te duele?


—Sí. Y sí, pero mejorando. —El calor, o al menos la ausencia de
vientos helados, está ayudando. El agarre de Ian, reconfortante y cálido
alrededor de mi tobillo hinchado, tampoco duele—. Este tampoco es un bote
de la NASA. —No es que esperara que lo fuera. Creo que sé lo que está
pasando aquí.

—Es lo que teníamos a nuestra disposición.

—¿Teníamos?

Sigue sin mirarme a los ojos. En su lugar, aprieta la férula y me pone


un grueso calcetín de lana sobre el pie. Creo que siento los fantasmas de las
yemas de sus dedos recorriendo brevemente mi dedo, pero tal vez sea mi
impresión. Debe serlo.

—Deberías tomar algo. Y comer. —Se endereza—. Te traeré…

—Ian —interrumpo suavemente. Hace una pausa y ambos parecemos


sorprendidos a la vez por mi tono. Es… suplicante. Cansado. Normalmente

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no me gustan las demostraciones de vulnerabilidad, pero… Ian ha venido
por mí, en un pequeño bote que se balancea, a través de los fiordos. Estamos
solos en la cuenca del Ártico, rodeados de glaciares de veinte mil años y
vientos chillones. No hay nada habitual en esto—. ¿Por qué estás aquí?

Levanta una ceja.

—¿Qué? ¿Extrañas tu grieta? Puedo llevarte de vuelta si…

—No, en serio… ¿por qué estás aquí? ¿En este bote? No eres parte de
AMASE de este año. Ni siquiera deberías estar en Noruega. ¿No te necesitan
en el JPL?

—Estarán bien. Además, navegar es una de mis pasiones. —


Obviamente está siendo evasivo, pero el frío debe haber congelado mis
neuronas, porque lo único que quiero ahora mismo es saber más sobre las
pasiones de Ian Floyd. Verdaderas o inventadas.

—¿De verdad lo es?

Se encoge de hombros, evasivo.

—Solíamos navegar mucho cuando era un niño.


—¿Solíamos?

—Mi papá y yo. —Se levanta y se aparta de mí, empezando a rebuscar


en los pequeños compartimentos del casco—. Me llevaba con él cuando tenía
que trabajar.

—Oh. ¿Era pescador?

Oigo un resoplido cariñoso.

—Contrabandeaba drogas.

—¿Que él qué?

—Contrabandeaba drogas. Marihuana, en su mayoría…

—No, te escuché la primera vez, pero... ¿en serio?

—Sí.

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Frunzo el ceño.

—¿Estás… Estás bien? ¿Eso siquiera es…? ¿Eso existe, el


contrabando de marihuana en botes?

Está jugueteando con algo, dándome la espalda, pero se gira lo


suficiente para que pueda captar la curva de su sonrisa.

—Sí, es ilegal, pero existe.

—¿Y tu padre te llevaba?

—A veces. —Se da la vuelta, sosteniendo una pequeña bandeja.


Siempre parece grande, pero encorvado en la cubierta demasiado baja se
siente como la Gran Barrera de Coral—. Volvía loca a mi mamá.

Me río.

—¿No le gustaba que su hijo formara parte de la iniciativa criminal de


la familia?

—Imagínate. —Su hoyuelo desaparece—. Gritaban por eso durante


horas. No me extraña que Marte empezara a sonarme tan atractivo.

Ladeo la cabeza y estudio su expresión.


—¿Por eso creciste sin conocer a Mara?

—¿Quién es Ma…? Ah, sí. En su mayor parte. A mamá no le gusta


mucho el lado Floyd de la familia. Aunque estoy seguro de que él también
es la oveja negra para sus estándares. Realmente no se me permitía pasar
tiempo con él, así que… —Sacude la cabeza, como si quisiera cambiar de
tema—. Toma. No es mucho, pero deberías comer.

Tengo que forzarme a apartar la vista de su rostro, pero cuando veo


los sándwiches de mantequilla de maní y mermelada que preparó, se me
acalambra el estómago de felicidad. Me contoneo en la litera hasta que me
siento más erguida, me quito la chaqueta e inmediatamente ataco la comida.
Mi relación con la comida es mucho menos complicada que la que tengo con
Ian Floyd, después de todo, y me pierdo en el claro y relajante acto de
masticar durante… mucho tiempo, probablemente.

Cuando trago el último bocado, recuerdo que no estoy sola y lo noto


mirándome con expresión divertida.

—Lo siento. —Mis mejillas se calientan. Me sacudo las migas de la


camiseta térmica y lamo un poco de mermelada de la comisura de mi boca—
90
. Soy fan de la mantequilla de maní.

—Lo sé.

¿Lo sabe?

—¿Lo sabes?

—¿Tu pastel de graduación no era una taza gigante de Reese's?

Me muerdo el interior de la mejilla, sorprendida. Fue el que me


regalaron Mara y Sadie después de defender mi tesis. Se cansaron de que
lamiera el glaseado y el relleno de mantequilla de maní de los pasteles en
charola de Costco que solían comprar y me encargaron una taza gigante.
Pero no recuerdo habérselo dicho a Ian. Apenas pienso en ello,
sinceramente. Sólo me acuerdo de ello cuando me conecto a mi apenas
utilizado Instagram, porque la foto de las tres hurgando es lo último que he
publicado…
—Deberías descansar mientras puedas —me dice Ian—. La tormenta
debería amainar para mañana temprano y zarparemos. Necesitaré tu ayuda
en esta visibilidad de mierda.

—De acuerdo —acepto—. Sí. Pero sigo sin entender cómo puedes estar
aquí solo si…

—Iré a comprobar que todo está bien. Vuelvo en un minuto. —


Desaparece antes de que pueda preguntar exactamente qué necesita
comprobar. Y no vuelve en un minuto, ni siquiera antes de que me recueste
en la litera, decida descansar los ojos un par de minutos y me quede
dormida, muerta para el mundo.

El ladrido del viento y el rítmico balanceo del bote me sacan del sueño,
pero lo que me mantiene despierta es el frío.

Miro a mi alrededor bajo el resplandor azul de la lámpara de 91


emergencia y encuentro a Ian a unos metros de mí, durmiendo en la otra
litera. Es demasiado corta y apenas lo suficientemente ancha para
acomodarlo, pero él parece arreglárselas. Tiene las manos cruzadas
cuidadosamente sobre el estómago y empujó las mantas hasta los pies, lo
que me indica que probablemente el camarote no esté tan frío como yo me
siento.

No es que importe: es como si las horas pasadas afuera se hubieran


colado en mis huesos para seguir helándome desde adentro. Intento
acurrucarme bajo las sábanas durante unos minutos, pero los temblores
sólo empeoran. Tal vez lo suficientemente fuerte como para tumbar algún
tipo de vía cerebral importante, porque sin saber muy bien por qué, salgo
de mi litera, me envuelvo con la manta y cojeo por el suelo que se balancea
en dirección a Ian.

Cuando me acuesto a su lado, él parpadea, aturdido y ligeramente


asustado. Y, sin embargo, su primera reacción no es tirarme al mar, sino
empujarse hacia el mamparo para hacerme sitio.

Es mucho mejor persona de lo que yo nunca seré.


—¿Hannah?

—Yo sólo… —Me castañetean los dientes. Otra vez—. No puedo entrar
en calor.

Él no duda. O tal vez sí, pero sólo una fracción de segundo. Abre los
brazos y me atrae hacia su pecho y… encajo dentro de ellos tan
perfectamente, que es como si hubiera un lugar preparado para mí todo el
tiempo. Un lugar de cinco años, familiar y acogedor. Un rincón delicioso y
cálido que huele a jabón y a sueño, a pecas y a piel pálida y sudorosa.

Me dan ganas de volver a llorar. O reír. No puedo recordar la última


vez que me sentí tan frágil y confundida.

—¿Ian?

—¿Mmm? —Su voz es áspera, todo pecho. Así es como suena cuando
se despierta. Como habría sonado la mañana siguiente si hubiera aceptado
ir a cenar con él.

—¿Cuánto tiempo has estado en Svalbard? 92


Suspira, con un cálido resoplido en la coronilla de mi cabello. Debo
haberlo tomado por sorpresa, porque esta vez responde a la pregunta.

—Seis días.

Seis días. Eso es un día antes de que yo llegara.

—¿Por qué?

—Vacaciones. —Me acaricia la cabeza con la barbilla.

—Vacaciones —repito. Su ropa térmica es suave bajo mis labios.

—Sí. Tenía —bosteza contra mi cuero cabelludo—, mucho tiempo de


sobra.

—¿Y decidiste pasarlo en Noruega?

—¿Por qué suenas incrédula? Noruega es un buen lugar. Tiene


fiordos, estaciones de esquí y museos.
Excepto que ahí no es donde está. No en una estación de esquí y
definitivamente no en un museo.

—Ian. —Se siente tan íntimo, decir su nombre tan cerca de él.
Presionarlo en su pecho mientras mis dedos se curvan en su camisa—.
¿Cómo lo supiste?

—¿Supe qué?

—Que mi proyecto iba a ser semejante desastre. Que yo… que yo no


iba a ser capaz de terminar mi proyecto. —Voy a empezar a llorar de nuevo.
Posiblemente. Probablemente—. ¿Era… era tan obvio? ¿Sólo soy esta
completa imbécil, enorme e incompetente, que decidió hacer lo que se le dio
la gana a pesar de que todo el mundo le dijo que iba a…?

—No, no, calla. —Sus brazos se aprietan a mi alrededor y me doy


cuenta de que, de hecho, estoy llorando—. No eres una imbécil, Hannah. Y
eres todo lo contrario a incompetente.

93
—Pero me vetaste porque yo…

—Por el peligro intrínseco de un proyecto como el tuyo. Durante los


últimos meses, intenté que este proyecto se detuviera de unas diez maneras
diferentes. Reuniones personales, correos electrónicos, apelaciones… lo
intenté todo. Y ni siquiera las personas que estaban de acuerdo conmigo en
que era demasiado peligroso quisieron intervenir para impedirlo. Así que no,
no eres tú la imbécil, Hannah. Ellos lo son.

—¿Qué? —Me muevo sobre mi codo para mirarlo a los ojos. El azul es
negro como el carbón en la noche—. ¿Por qué?

—Porque es un gran proyecto. Es absolutamente brillante y tiene el


potencial de revolucionar las futuras misiones de exploración espacial. Alto
riesgo, alta recompensa. —Sus dedos empujan un mechón detrás de mi
oreja, luego bajan por mi cabello—. Muy alto riesgo.

—Pero Merel dijo que…

—Merel es un maldito idiota.


Mis ojos se ensanchan. El tono de Ian es exasperado y furioso, y no
es para nada lo que yo esperaría de su ser habitualmente tranquilo y
distante.

—Bueno, el Dr. Merel tiene un doctorado en Oxford y creo que es


miembro de MENSA, así que…

—Es un tarado. —No debería reírme, ni arrimarme aún más a Ian,


pero no puedo evitarlo—. Él estaba en AMASE cuando yo también estaba
aquí. Hubo dos lesiones graves durante mi segunda expedición y ambas
ocurrieron porque él presionó a los científicos a terminar el trabajo de campo
cuando las condiciones no eran óptimas.

—Espera, ¿en serio? —Asiente secamente—. ¿Por qué sigue en la


NASA?

—Porque su negligencia era difícil de probar y porque los miembros


de AMASE firman descargos de responsabilidad. Como hiciste tú. —Respira

94
profundamente, tratando de calmarse—. ¿Por qué estabas allí afuera sola?

—Necesitaba dejar el equipo. La tormenta no estaba prevista. Pero


entonces hubo una avalancha cerca, me asustó que mi mini-rover se
dañara, empecé a escapar sin mirar y…

—No… ¿por qué estabas sola, Hannah? Se suponía que debías tener
a alguien más contigo. Eso es lo que decía la propuesta.

—Oh. —Trago con fuerza—. Se suponía que Merel iba a venir como
refuerzo. Pero no se sentía bien. Me ofrecí a esperarlo, pero dijo que
perderíamos días valiosos de datos y que debería ir sola, y yo… —Aprieto
mis dedos alrededor de la tela de la camisa de Ian—. Yo fui. Y luego, cuando
pedí ayuda, me dijo que el clima estaba cambiando y…

—Mierda —murmura. Sus brazos se tensan alrededor de mí, casi


dolorosamente—. Mierda.

Hago una mueca de dolor.

—Sé que estás enfadado conmigo. Y tienes todo el derecho…

—No estoy enfadado contigo —dice, sonando enfadado conmigo—.


Estoy enfadado con el maldito… —Lo estudio, escéptica, mientras inhala
profundamente. Exhala. Inhala de nuevo. Parece transitar varias emociones
que no estoy segura de entender y termina con—: Lo siento. Me disculpo.
Normalmente no…

—¿Te enfadas?

Asiente.

—Suelo ser mejor en…

—¿Ser indiferente? —termino por él, y cierra los ojos y asiente de


nuevo.

De acuerdo. Esto empieza a tener sentido.

—AMASE no te envió —digo. No es una pregunta. Ian no me lo va a


admitir, pero en esta litera, a su lado, es tan obvio lo que pasó. Vino a
Noruega para mantenerme a salvo. A cada paso del camino, todo lo que hizo
fue para mantenerme a salvo—. ¿Cómo sabías que te iba a necesitar?

—No lo sabía, Hannah. —Su pecho sube y baja en un profundo


suspiro. Otro hombre ya estaría regodeándose. Ian… Creo que él solo
95
desearía haberme ahorrado esto—. Solo temía que algo pudiera pasarte. Y
no confío en Merel. No contigo. —Dice “contigo” como si yo fuera algo notable
e importante. El punto de datos más preciado; su ciudad favorita; el paisaje
marciano más bello e inhóspito. A pesar de que lo alejé, una y otra vez, aun
así vino navegando en un bote en mitad del océano más frío del planeta
Tierra, sólo para calentarme.

Intento levantar la cabeza y mirarlo, pero él la presiona suavemente y


sigue acariciando mi cabello.

—Realmente deberías descansar.

Tiene razón. Los dos deberíamos. Así que empujo una pierna entre las
suyas y él me deja. Como si su cuerpo fuera una cosa mía.

—Lo siento. Por lo que te dije en Houston.

—Calla.

—Y que te haya puesto en peligro…


—Calla, está bien. —Me besa la sien. Está húmeda por el
deslizamiento de mis lágrimas—. Está bien.

—No lo está. Podrías estar trabajando con tu equipo o durmiendo en


tu propia cama, pero estás aquí por mi culpa y…

—Hannah, no hay ningún otro lugar en el que preferiría estar.

Me río, llorosa.

—¿Ni siquiera, literalmente, ni siquiera en ningún otro lugar?

Le oigo reírse justo antes de quedarme dormida.

96
Capítulo 8

Antes de irnos a Houston, pasamos una noche en un hotel en


Longyearbyen, el principal asentamiento de Svalbard. Ofrece un buffet de
desayuno ilimitado y por precio fijo y mantiene la temperatura de las
habitaciones unos diez grados por encima de lo necesario para vivir
cómodamente en el interior: verdaderamente el material de los sueños de
Hannah después de la grieta. No estoy segura de si Ian comparte mi
felicidad, ya que desaparece tan pronto como me instalo. Sin embargo, está
bien, porque tengo cosas que hacer. Sobre todo escribir un informe detallado
que ponga al día a la NASA sobre lo sucedido, que no menciona a Ian (a
petición suya) pero que termina en una queja formal contra Merel. Después
de eso, me tropiezo con un raro momento de gracia: logro conectarme con el
mini explorador en el campo. Dejo escapar un chillido de deleite cuando me
doy cuenta de que está recogiendo el tipo preciso de datos que necesitaba.
97
Miro fijamente la entrada, recuerdo lo que Ian dijo en el barco sobre lo
valioso que sería mi proyecto para futuras misiones, y casi lloro.

No sé. Debo estar todavía conmocionada.

Salimos al día siguiente. He realizado lo que vine a hacer a AMASE


(sorprendentemente con éxito), e Ian tiene que estar en el JPL en tres días.
El primer viaje en avión es de Svalbard a Oslo, en uno de esos minúsculos
aviones que despegan de aeropuertos minúsculos con sus minúsculos
asientos y minúsculos bocadillos de cortesía. Ian y yo no podemos sentarnos
uno al lado del otro, ni tampoco desde Oslo hasta Frankfurt. Paso el tiempo
mirando por la ventana y viendo repeticiones de JAG 5 con subtítulos
noruegos. Al final del tercer episodio, sospecho firmemente que skyldig
significa “culpable”.

5 JAG: (En España: JAG: Alerta Roja, en Perú: JAG: Justicia Naval, y en Argentina y otros
países hispanoamericanos JAG: Justicia Militar), acrónimo de Judge Advocate General
(traducido como Abogacía General de la Marina de los Estados Unidos), es una serie de
televisión estadounidense de aventura y drama, producida por Donald Bellisario, en
asociación con la Paramount. Estrenó en 1995 y terminó en 2005.
—Supongo que ikke significa “no”, entonces —me dice Ian mientras
conduce a mi yo aún herido a través del aeropuerto de Frankfurt. Me vuelvo
para mirarlo, desconcertada—. ¿Qué? Yo también estaba viendo JAG. Es un
buen programa. Me recuerda a mi infancia.

—¿En serio? ¿Solías ver un programa sobre abogados militares con tu


extraño padre contrabandista?

Me da una mirada tímida y me echo a reír.

—¿Harm y Mac terminan juntos al final? —pregunto.

—Sin spoilers. —Sonríe a medias.

—Ah, por favor.

—Tendrás que mirar para averiguarlo.

—O podría buscarlo en Wikipedia.

98
Sigue sonriendo, como si pensara que no lo haré. Tiene razón.
Estamos juntos para la última etapa del viaje. Ian me cede el asiento de la
ventanilla sin que tenga que pedírselo, y se acomoda a mi lado después de
guardar nuestras maletas y colocar una almohada bajo mi aparato
ortopédico. Él es ancho y macizo, con las piernas encogidas y demasiado
largas para el poco espacio que tiene, y una vez que ambos estamos
abrochados, se siente como si estuviera bloqueando al resto del mundo. Una
pared, manteniéndome a salvo del ruido y la acción. He estado inquieta
desde el barco y no he logrado más que siestas muy breves, pero a los pocos
minutos de despegar, siento que empiezo a dormitar, agotada. Lo último que
hago antes de quedarme dormida es apoyar la cabeza contra el hombro de
Ian. Lo último que recuerdo que hace es desplazarse un poco más abajo,
para asegurarse de que estoy lo más cómoda posible.

Me despierto en algún lugar sobre el Atlántico y me quedo


exactamente donde estoy durante varios minutos, mi sien contra su brazo,
el olor limpio de su ropa y piel en mis fosas nasales. Está mirando su tableta,
leyendo un artículo sobre propulsión por plasma. Hojeo algunas líneas en
la sección de métodos antes de decir:

—Por lo general, no soy así.


No parece sorprendido de que esté despierta.

—¿Así cómo?

Lo pienso.

—Necesitada. —Pienso un poco más—. Dependiente.

—Lo sé. —No puedo ver su rostro, pero su voz es baja y amable.

—¿Cómo lo sabes?

—Te conozco.

Mi primer instinto es erizarme y retroceder. Algo dentro de mí se niega


a ser conocida, porque ser conocida significa ser rechazada. ¿No es así?

—Sin embargo, no lo haces. De verdad conocerme. Quiero decir, ni


siquiera follamos.

99
—Cierto. —Asiente y su mandíbula roza mi cabello—. ¿Me habrías
dejado conocerte si hubiéramos follado?

—No. —Bostezo y me enderezo, arqueándome para estirar mi dolorida


espalda—. ¿Alguna vez piensas en ello?

—¿En qué?

—Hace cinco años. Aquella tarde.

—Pienso mucho en ello —dice de inmediato, sin dudarlo. Su expresión


es indescifrable para mí. Totalmente ilegible.

—¿Por eso has venido a rescatarme? —bromeo—. ¿Porque estabas


pensando en ello? ¿Porque has estado suspirando en secreto durante años?

Me mira directamente a los ojos.

—No sé si había algo secreto en eso.

Vuelve a su tableta, todavía tranquilo y relajado. Luego, tras varios


minutos y un par de bostezos, cierra los ojos e inclina la cabeza hacia atrás
contra el asiento. Esta vez es él quien se duerme, y yo me quedo despierta,
mirando la fuerte línea de su garganta, incapaz de evitar que mi cabeza gire
en un millón de direcciones diferentes.

Cuando salimos del sector de control de seguridad del aeropuerto de


Houston, hay un letrero en la multitud, similar a los que los conductores de
limusinas sostienen en las películas cuando recogen clientes importantes
que temen no reconocer.

HANNAH ARROYO, dice. Y debajo: QUIEN CASI MUERE Y NI SIQUIERA NOS LO


DIJO. ADEMÁS, SIEMPRE SE OLVIDA DE REEMPLAZAR EL ROLLO DE PAPEL HIGIÉNICO.
QUÉ MIERDECILLA.

Es un cartel bastante grande. Sobre todo porque lo sostienen dos


chicas no muy altas, una pelirroja y una morena, que obviamente me están
fulminando con la mirada.

Me vuelvo hacia Ian. Ha dormido de forma intermitente durante las 100


últimas cuatro horas y todavía parece aturdido, con la cara suave y relajada.
Lindo, pienso. E inmediatamente después: Delicioso. Guapo. Lo deseo. No
digo nada de eso y en su lugar pregunto:

—¿Qué hacen aquí mis amigas idiotas?

Se encoge de hombros.

—Pensé que tal vez quisieras hablar sobre tu experiencia cercana a la


muerte con alguien, así que decidí contarle a Mara lo que sucedió. No
esperaba que viniera en persona.

—Muy audaz de tu parte asumir que no se lo dije yo misma.

Su ceja se levanta.

—¿Lo hiciste?

—Iba a hacerlo. Una vez que me sintiera menos quejumbrosa. Y... lo


que sea. —Pongo los ojos en blanco. Vaya, qué madura soy—. ¿Cómo
pasaste de no recordar el nombre de Mara a tener su número?
—Tuve que hacer cosas indescriptibles.

—No la tía abuela Delphina —jadeo.

Aprieta los labios y asiente con la cabeza, lentamente,


miserablemente.

—Ian, lo sien...

No puedo terminar la frase, porque estoy siendo abordada por dos


duendes pequeños pero sorprendentemente fuertes. Me tambaleo en mi
único tobillo en funcionamiento, casi ahogándome cuando sus brazos se
aprietan alrededor de mi cuello.

—¿Por qué están aquí chicas?

—Porque sí —dice Mara contra mi hombro. Las dos están llorando a


pleno pulmón, tan débiles, tan tiernas.

—Chicas. Tranquilícense. Ni siquiera he muerto.

—¿Qué pasa con la congelación? —murmura Sadie en mi axila. Había 101


olvidado lo fantásticamente baja que es.

—No mucho.

—¿Cuántos dedos del pie amputados?

—Tres.

—No está mal —dice Mara con un resoplido—. Pedicuras más baratas.

Me río e inhalo profundamente. Huelen de maravilla, una mezcla de


mundano y familiar, como las terminales de los aeropuertos y sus champús
favoritos que solía robar y nuestro estrecho apartamento de Pasadena.

—De verdad, chicas, ¿qué están haciendo aquí? ¿No tienen, por
ejemplo, trabajo que hacer?

—Nos tomamos dos días libres, y mi vecino está cuidando a Ozzy, tú


bruja ingrata —me dice Sadie antes de empezar a llorar más fuerte. La acerco
aún más y le doy una palmadita en la espalda.
A pocos metros de nosotros, dos hombres altos hablan en voz baja
entre ellos. Reconozco a Liam y Erik por sus apariciones como invitados en
nuestros encuentros nocturnos por FaceTime, y los saludo con mi mejor
expresión: Estas dos, ¿verdad? Me devuelven el saludo y responden con un
gesto cariñoso que me indica que están 500 por ciento de acuerdo.

—Oh, ¿Ian? Eres Ian, ¿verdad? —Mara se separa de nuestro abrazo


de grupo—. Muchas gracias por llamarnos, esta imbécil nunca nos habría
dicho el alcance de lo que sucedió. Y, eh, lamento no haber estado en
contacto durante los últimos... ¿quince años?

—No te disculpes —le digo—. Pensó que tu nombre era Melissa hasta
hace veinte minutos.

Ella frunce el ceño.

—¿Qué? ¿De verdad?

Ian parpadea a mi lado, luciendo ligeramente avergonzado.

—Bueno, aun así. —Se encoge de hombros—. Te aseguro que no tengo 102
nada contra ti personalmente. En general, no soy fanática de la familia
Floyd.

—Yo tampoco.

Los ojos de Mara se iluminan.

—Son personas horribles, ¿verdad?

—Las peores.

—Gracias. ¡Oye, deberíamos separarnos! Formar nuestra propia rama


oficial de la familia. ¿Ese video de ti orinando en un Lowe's que me obligaron
a ver una y otra vez? No lo volvería a mencionar.

Ian sonríe.

—Suena genial.

Mara le devuelve la sonrisa, pero luego se inclina para abrazarme una


vez más y susurrarme al oído:
—Ni siquiera estoy segura de que sea realmente un Floyd. Su cabello
es apenas rojo.

Me echo a reír. Creo que estoy en casa de verdad.

Quiero mantenerme despierta y disfrutar de la alegría de tener a Sadie


y Mara en mi espacio vital de nuevo, pero fallo y me desmayo en el momento
en que llegamos a mi casa. Me despierto en mitad de la noche, con Sadie y
Mara a cada lado en mi cama doble, y mi corazón está tan lleno que temo
que se desborde. Aparentemente esto es lo que soy ahora, una criatura
gatito unicornio arco iris de malvavisco. Bah. Me pregunto atontada a dónde
fueron sus novios, rápidamente me vuelvo a dormir y descubro la respuesta
solo varias horas después, cuando el sol brilla en mi cocina y estamos
sentadas en mi mesa desordenada.

103
—Se iban a quedar en un hotel —dice Mara. Está desayunando
galletas saladas Cheez-Its sin siquiera molestarse en parecer avergonzada—
. Pero Ian les dijo que podían quedarse con él.

—¿Lo hizo? —Mi nevera está llena, a pesar de que la desenchufé antes
de irme a Noruega. Hay varias cajas nuevas de cereales encima, y fruta
fresca en una canasta que no sabía que tenía. Me pregunto cuál de los
adultos confiables en mi vida es responsable por esto—. ¿Tiene espacio?

—Dijo que tiene un lugar grande.

—Mmm. —No puedo creer que el novio vikingo de Sadie vea el


apartamento de Ian antes que yo. Oh bueno.

—Así que —dice—, esta parece la oportunidad perfecta para


interrogarte y averiguar si te estás tirando al pariente de Mara. Pero es obvio
que lo haces. Además, casi te convertiste en una paleta en el Polo Norte. Así
que seremos suaves contigo.

—Eso es muy considerado. —Arranco una uva del misterioso


cuenco—. Sin embargo, no lo estoy.

—Mentira.
—No, de verdad. Tonteamos hace cinco años, cuando quedamos para
la entrevista de Helena. Luego tuvimos una gran discusión hace seis meses,
cuando lo mandé a la mierda después de que vetara mi expedición porque
era demasiado peligrosa, no porque pensara que yo era una idiota, como
alguien me dijo. Luego vino a salvarme la vida cuando casi muero en dicha
expedición. —No menciono nuestra noche juntos en el barco, porque... no
hay nada que decir, en realidad. Técnicamente, no pasó nada.

—Por como funcionan los “Te lo dije”, este es uno excelente —dice
Mara.

—¿Verdad? ¡Fue lo que pensé!

—Espera —interviene Sadie—. ¿Sabíamos que fue él quien vetó tu


propuesta? ¿Y sabíamos sobre el tonteo de hace cinco años? ¿Lo olvidamos?

—No lo hicimos —dice Mara—. No lo hubiéramos olvidado. Gracias


por mantenernos actualizadas sobre tu vida, Hannah.

104
—¿Les habría importado saberlo?

Sus “Demonios, sí”, son simultáneos.

Sí, claro. Por supuesto.

—Bien, veamos. Nos enrollamos un poco en el JPL. Luego me invitó a


cenar. Le dije que no salía con nadie, pero que me lo follaría de todos modos.
No le interesó y nos fuimos por caminos distintos. —Me encojo de hombros—
. Ahora ya lo saben.

Mara me fulmina con la mirada.

—Vaya, qué oportuno.

Le mando un beso.

—Pero las cosas han cambiado, ¿verdad? —pregunta Sadie—. Quiero


decir... anoche te llevó escaleras arriba por siete pisos porque el ascensor
estaba roto. Es obvio que siente algo por ti.

—Sí —asiente Mara—. ¿Vas a romper el corazón de mi pariente


consanguíneo? No me entiendas mal, todavía me pondría de tu lado. Las
perras antes de los hermanos.
—Él no es tu hermano en ningún sentido de la palabra —señalo.

—Oye, es mi primo o algo así.

Sadie le da unas palmaditas en el hombro.

—Es el o algo así lo que me atrapa cada vez. Realmente puedes sentir
los lazos familiares inquebrantables.

—Nos escindimos anoche. Somos los fundadores de los Floyds 2.0. Y


tú, —Me señala—, podrías ser una de nosotros.

—¿Podría?

—Sí. Si le dieras una oportunidad a Ian.

—Yo... No lo sé. —Pienso en cómo me apretó la mano mientras el avión


aterrizaba. Sobre la forma en que pidió galletas en lugar de pretzels, porque
le dije que son mis favoritas. Sobre su brazo alrededor de mis hombros en
Noruega mientras el conserje nos registraba en nuestras habitaciones. De
que se quedara dormido a mi lado, y de que me diera cuenta de lo agotador
y exigente que debió ser físicamente venir a sacarme de la estúpida situación
105
en la que me había metido, sin importar que él ni siquiera pusiera los ojos
en blanco por la carga que suponía.

No me gusta la palabra citas. No me gusta la idea de ello. Pero con


Ian... No sé. Parece diferente con él.

—Supongo que veremos. No estoy segura de que él quiera tener una


cita —digo, mirando los cereales Froot Loops de Sadie. El silencio que sigue
se prolonga tanto que me veo obligada a levantar la vista. Ella y Mara me
miran como si acabara de anunciar que voy a dejar mi trabajo para
dedicarme al macramé a tiempo completo—. ¿Qué?

—¿De verdad acaba de simplemente usar el término cita? —le


pregunta Mara a Sadie, fingiendo que no estoy sentada justo aquí.

—Creo que sí. ¿Y sin referirse a la fruta asquerosa 6?

Mara frunce el ceño.

6 Juego de palabras, ya que dátiles en inglés es dates, mismo término para cita.
—Hombre, los dátiles son increíbles.

—No, no lo son.

—Sí. Prueba envolverlos en tocino.

—Está bien —reconoce Sadie—, cualquier cosa es increíble si la


envuelves en tocino, pero...

Me aclaro la garganta. Se vuelven hacia mí.

—Entonces, ¿vas a salir con él?

Me encojo de hombros. Lo pienso. La idea es tan extraña que mi


cerebro se atasca por un momento. Pero recordar la forma en que Ian me
sonrió en Svalbard me ayuda a superarlo.

—Creo que se lo pediré. Si él quiere.

—Teniendo en cuenta que te salvó la vida, contactó con la tía abuela

106
Delphina y alojó a dos tíos que nunca había visto para que sus novias
pudieran pasar el rato contigo... creo que tal vez lo haga.

Asiento con la cabeza, con los ojos fijos a media distancia.

—Saben, cuando caí, mi líder de expedición dijo que nadie vendría a


rescatarme. Pero... él vino. Ian vino. Aunque se suponía que no debería estar
allí.

Sadie frunce el ceño.

—¿Estás diciendo que sientes que tienes que salir con él por eso?

—No. —Le sonrío—. Como sabes, es prácticamente imposible lograr


que haga algo que no quiero.

Sadie lanza sus ojos hacia mí.

—Siempre lo logro.

—No es cierto.
—Sí, lo hago. Por ejemplo, en diez minutos voy a llevarte al médico de
la NASA del que Ian anotó la dirección, y vamos a hacer que te revisen el
pie.

Frunzo el ceño.

—Ni hablar.

—Yo sí.

—Sadie, estoy bien.

—¿Realmente crees que vas a ganar esto?

—Joder, sí.

Se inclina hacia adelante sobre su tazón de cereal con una pequeña


sonrisa.

—Está en marcha, nena. Que gane la mejor perra.

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Sadie, naturalmente, gana.

Después de que el médico me diga cosas que ya sabía, esguince alto,


bla, bla, y me dé una férula mejor con la que puedo caminar, llevo a Sadie
y a Mara a mi cafetería favorita. Sus aviones salen tarde esta noche, así que
aprovechamos el día al máximo. Cuando llegamos al apartamento de Ian,
espero...

No lo sé, en realidad. Basada en lo que conozco de la personalidad de


los chicos, me imaginé que los encontraríamos meditando en silencio,
revisando sus correos electrónicos de trabajo. Ocasionalmente aclarando
sus gargantas, tal vez. Pero Ian nos hace pasar a su casa, y cuando
entramos en el amplio salón, descubrimos a los tres desparramados en el
enorme sofá, cada uno con un mando de la PlayStation en la mano mientras
gritan en dirección a la televisión. Una inspección más detallada revela que
los avatares de Liam e Ian están disparando a algún monstruo gelatinoso,
mientras que el de Erik se acurruca en la esquina más alejada de la pantalla.
Está gritando algo que podría ser danés. O klingon.
No parece que ninguno de ellos se hubiera molestado en ducharse o
cambiarse el pijama. Hay dos cajas de pizza vacías sobre la mesa de café de
madera, latas de cerveza esparcidas por el suelo y estoy bastante segura de
que acabo de pisar un Cheeto. Nos detenemos en la entrada, pero si los
chicos se dan cuenta de nuestra llegada, no lo demuestran. Siguen jugando
hasta que Liam es alcanzado por una bala perdida y gruñe como un animal
herido.

—Odio amarlo —murmura Mara en voz baja.

—Al menos el tuyo no está chocando con la pared porque no puede


usar el mando —suspira Sadie.

—Chicas —les digo, sacudiendo la cabeza—, tal vez me equivoqué al


aprobar sus relaciones. Tal vez puedan hacerlo mejor.

—¿Perdón? ¿Es eso una rebanada de pepperoni en la camiseta de Ian?


—resopla Mara

108
Seguro que lo es.

—Touché.

Sadie se aclara la garganta.

—Oigan, chicos, es genial que se diviertan, pero deberíamos irnos si


queremos alcanzar nuestros vuelos...

Se quejan en coro. Como niños de diez años a los que se les pide que
limpien sus habitaciones.

—Yo solo... no puedo creer que realmente se gusten —dice Mara,


desconcertada.

Sadie asiente.

—No sé cómo me siento al respecto. Parece... ¿peligroso?

Me cubro la boca para amortiguar la risa.


Capítulo 9

Ian me lleva a casa después de dejar a todos en el aeropuerto, luego


de un inquietante intercambio de números de teléfono entre los chicos y
algunas lágrimas de Mara y Sadie. Definitivamente me siento más como yo
misma, porque las envío a través de TSA con un severo «Dejen de lloriquear»
y leves palmadas en sus traseros.

—Trata de no caer en un glaciar durante al menos seis meses, ¿de


acuerdo? —me grita Sadie desde dentro del área acordonada.
Le muestro mi dedo medio y vuelvo cojeando al auto de Ian.

—Ya veo por qué las amas tanto —me dice mientras conduce de

109
regreso a mi casa.

—No lo hago. Amarlas, me refiero. Solo pretendo evitar herir sus


sentimientos.

Sonríe como si supiera lo llena de mentiras que estoy, y nos quedamos


en silencio por el resto del viaje. La estación de radio de canciones viejitas
reproduce pop que recuerdo de principios de la década de los 2000, y miro
el brillo amarillo de las farolas, preguntándome si también soy una viejita.
Entonces, Ian reduce la velocidad para estacionar en mi lugar, y ese
sentimiento relajado y feliz se desvanece a medida que mi corazón se acelera.

Le dije a Sadie y Mara que vería si él estaba interesado en salir


conmigo, pero es más fácil decirlo que hacerlo. Le he hecho proposiciones a
mucha gente, pero esto… se siente diferente No voy a ser buena en eso. Voy
a ser una completa y total mierda. E Ian se dará cuenta de inmediato.

—Podrías… —empiezo. Luego me detengo. Mis rodillas de repente se


ven increíblemente interesantes. Obras de arte que requieren mi inspección
más dedicada—. Estaba pensando que…

—No te preocupes, te llevaré arriba —dice. Lleva jeans y una camiseta


azul marino que hace juego con sus ojos y contrasta con su cabello y…
Da miedo, lo atractivo que lo encuentro. La profundidad de este
enamoramiento mío. Me gustó desde el principio, pero mis sentimientos por
él han ido creciendo constantemente, luego exponencialmente, y… ¿Qué
hago con ellos? Es como si me dieran un instrumento que nunca aprendí a
tocar. Siendo invitada a subir al escenario en una sala de conciertos
completamente desprevenida.

Respiro hondo.

—De hecho, arreglaron el ascensor. Y es fácil de caminar con este


yeso. Entonces, no es necesario. Pero tu… —Puedes hacer esto, Hannah.
Vamos. Acabas de sobrevivir a los osos polares gracias a este tipo. Puedes
decir las palabras—. Podrías subir de todos modos.

Sigue un largo silencio, en el que siento los latidos de mi corazón en


cada centímetro de mi cuerpo. Se prolonga hasta que se vuelve insoportable,
y cuando no puedo evitar mirar hacia arriba, encuentro a Ian mirándome
con una expresión que solo puede describirse como… pena. Como si supiera

110
muy bien que va a tener que decepcionarme.

Mierda.

—Hannah —dice, disculpándose—. No creo que sea una buena idea.

—Cierto. —Trago saliva y asiento. Empujo el peso en mi pecho hacia


un lado para un inespecífico después. Dios, ese después va a ser malo—. De
acuerdo.

Él también asiente, aliviado por mi comprensión. Mi corazón se rompe


un poco.

—Pero si necesitas algo, lo que sea...

—… estarás allí. Cierto. —Sonrío, y… tal vez no estoy al 100 por ciento
todavía, porque estoy empezando a sentir lágrimas de nuevo—. Gracias, Ian.
Por todo. Absolutamente todo. Todavía no puedo creer que hayas venido por
mí.

Ladea la cabeza.

—¿Por qué?
—No lo sé. Solo… —Podría mentir una respuesta para él. Pero parece
injusto. Ha ganado más de mí—. Simplemente no puedo creer que alguien
haría eso por mí.

—Cierto. —Suspira y se muerde el labio inferior—. Hannah, si eso


cambia. Si alguna vez eres capaz de creer que alguien podría preocuparse
tanto por ti. Y si quisieras en realidad… cenar con ese alguien. —Deja
escapar una carcajada—. Bueno… Por favor, considérame. Sabes dónde
encontrarme.

—Oh. Oh, yo… —Siento calor subir por mi cara. ¿Me estoy
sonrojando? Ni siquiera sabía que mi cuerpo era capaz de hacer eso—. En
realidad, no te estaba pidiendo que vinieras solo por… Quiero decir, tal vez
eso también, pero sobre todo… —Cierro los ojos con fuerza—. Me expresé
mal. Te estaba invitando porque me encantaría cenar. Contigo —espeto.

Cuando encuentro la valentía para abrir los ojos, la expresión de Ian


es de asombro.

—¿Lo… —Creo que se olvidó de cómo respirar. Se aclara la garganta,


tose una vez, traga, vuelve a toser—. ¿Lo dices en serio?
111
—Sí. Quiero decir —me apresuro a añadir—, sigo pensando que no te
gustará. Sólo… realmente no soy ese tipo de persona.

—¿Qué tipo de persona?

—Del tipo con el que la gente disfruta estar por cualquier cosa que no
sea… bueno, sexo. O relacionadas con el sexo. O directamente conducentes
al sexo.

—Hannah. —Me da una mirada escéptica—. Tienes dos amigas que lo


dejaron todo para estar contigo. Y asumo que el sexo no estuvo involucrado.

—No lo estuvo. Y yo… yo dejaría todo por ellas, pero son diferentes.
Son mi gente, y… —Mierda, en verdad estoy a punto de llorar. ¿Qué diablos,
casi mueres una vez y tu estabilidad mental se jode?—. Hay mucha gente
que no estaría de acuerdo. Como mi familia. Y tú… Probablemente termine
sin que te guste.

Sonríe.
—Parece improbable, ya que ya me gustas.

—Entonces dejaré de gustarte. Tú… —Me paso una mano por el pelo,
deseando que lo entienda—. Cambiarás de opinión.

Me mira como si estuviera un poco loca.

—¿En el lapso de una cena?

—Sí. Pensarás que soy una pérdida de tiempo. Aburrida.

Está empezando a parecer… divertido. Como si fuera ridícula. Lo


que… No lo sé. A lo mejor sí lo soy.

—Si eso sucede, te pondré a trabajar. Tendrás que quitarle los errores
a parte de mi código.

Me río un poco y miro por la ventana. No hay vehículos a esta hora de


la noche, nadie paseando a su perro o dando una caminata. Sólo somos Ian
y yo en la calle. Lo amo y lo odio.

—Sigo pensando que sacarías el máximo provecho de esto si 112


folláramos —murmuro.

—Estoy de acuerdo.

Me giro hacia él, sorprendida.

—¿Lo estás?

—Por supuesto. ¿Crees que no quiero follarte?

—Yo… ¿Algo?

—Hannah. —Se desabrocha el cinturón de seguridad y se inclina


hacia mí, de modo que no tengo más remedio que mirarlo a los ojos. Tiene
una expresión seria y casi ofendida—. He pensado en lo que sucedió en mi
oficina todos los días durante los últimos cinco años. Te ofreciste a hacerme
una mamada, y yo solo… me avergoncé, y debería ser el recuerdo más
mortificante que tengo, pero por alguna razón se ha convertido en el eje
alrededor del cual gira cada fantasía mía, y… —Se estira para pellizcar el
puente de su nariz—, quiero follarte. Obviamente. Siempre lo he querido.
Simplemente no quiero follarte una vez. Quiero hacerlo mucho. Por mucho
tiempo. Quiero que acudas a mí para el sexo, pero también quiero que
acudas a mí cuando necesites ayuda con tus impuestos y con mover tus
muebles. Quiero que follar sea solo una de las millones de cosas que hago
por ti, y quiero ser… —Se detiene. Parece recuperarse y se endereza, como
para darme espacio. Para darnos espacio—. Lo siento. No quiero
presionarte. Puedes…

Se aleja unos centímetros y todo lo que puedo hacer es mirarlo con la


boca abierta. Sorprendida. Sin habla. Absolutamente… sí. ¿Esto realmente
sucedió? ¿Realmente va a suceder? Y lo peor es que estoy casi segura de que
sus palabras han desalojado algo en mi cerebro, porque lo único que se me
ocurre decir en respuesta a todo lo que dijo es:

—¿Es eso un sí a la cena?

Se ríe, bajo, hermoso y un poco arrepentido. Y después de mirarme


como nadie lo ha hecho antes, lo que dice es:

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—Sí, Hannah. Es un sí a la cena.

—Um, podría hacernos un… —Me rasco la cabeza, estudiando el


contenido de mi nevera abierta. Bien, está repleta. El problema es que está
repleta exclusivamente de cosas que necesitan ser cocinadas, picadas,
horneadas, preparadas. Cosas que son saludables y no saben
particularmente bien. Ahora estoy 93 por ciento segura de que Mara fue la
que estuvo de compras, porque nadie más se atrevería a imponerme el
brócoli—. ¿Cómo puede uno siquiera… ¿Podría hervir el brócoli, supongo?
¿En una olla? ¿Con agua?

Ian está parado detrás de mí, su barbilla sobre mi cabeza, su pecho


justo detrás de mi espalda.

—Cocínalos en una olla con agua —repite.

—Los salaría después, por supuesto.

—¿Quieres comer brócoli? —Suena escéptico. ¿Debería estar


ofendida?
No, Ian. No quiero comer brócoli. Ni siquiera tengo hambre, para ser
honesta. Pero me he comprometido con esto. Soy una persona que es capaz
de cenar con otro humano. Y te lo demostraré.

—Entonces, podría hacer un sándwich. Allí hay jamón.

—Creo que son envoltorios de tortilla.

—No, son… Mierda. Tienes razón.

Suspiro, azoto la puerta y me doy la vuelta. Ian no da un paso atrás.


Tengo que apoyarme en la nevera para poder mirarlo.

—¿Cómo te sientes acerca de Froot Loops?

—¿El cereal?

—Sí. Desayuno para la cena. Si todavía tengo leche. Permíteme


comprobarlo…

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No lo hace. Me refiero a que no me deja comprobarlo. En cambio,
envuelve mi cara con sus manos y se inclina hacia mí.

Nuestro primer beso, hace cinco años, fue todo mío. Yo alcanzándolo.
Yo iniciando. Yo guiándolo. Sin embargo, este… Ian establece todo. El ritmo,
el tempo, la forma en que su lengua lame mi boca, todo. Dura un minuto,
luego dos, luego un período de tiempo incontable que se desvanece en un
revoltijo de calor líquido, manos temblorosas y ruidos suaves y lujuriosos.
Mis brazos le rodean el cuello. Una de sus piernas se desliza entre las mías.
Me doy cuenta de que esto va a terminar exactamente como nuestra tarde
en el JPL. Los dos completamente fuera de control, y…

—Para —digo, apenas respirando.

Se retira.

—¿Que pare? —No está respirando en absoluto.

—Cena primero.

Exhala.

—¿En serio? ¿Ahora quieres cenar?


—Lo prometí.

—¿Lo hiciste?

—Sí. Estoy intentando… mostrarte que…

—Hannah. —Su frente toca la mía. Se ríe contra mi boca—. La cena


es… es simbólica. Una metáfora. Si me dices que estás dispuesta a ver a
dónde van las cosas, te creo y podemos…

—No —digo obstinadamente. El impulso de tocarlo es casi doloroso.


No recuerdo la última vez que estuve así de excitada—. Vamos a tener
nuestra cena simbólica. Voy a mostrarte que… ¿qué estás haciendo?

Creo que está dándose la vuelta para arrancar dos uvas del mismo
racimo que me comí a medias esta mañana. Presiona una contra mis labios
hasta que la muerdo, mete la otra en su boca. Ambos masticamos por un
instante, con los ojos cerrados. Aunque termina antes que yo, empieza a
besarme de nuevo y… un desastre.

Somos un desastre. 115


—¿Terminaste de comer tu cena? —pregunta contra mis labios.
Asiento—. ¿Todavía tienes hambre? —Niego con la cabeza y me levanta y me
lleva a la…

—¡Puerta equivocada! —digo cuando trata de entrar al baño, luego al


armario donde guardo la aspiradora que nunca uso y el único par de
sábanas de repuesto que tengo, y para cuando estamos en mi cama ambos
estamos riendo. Nuestros dientes chocan cuando intentamos y fallamos en
seguir besándonos a la vez que nos desnudamos, y no creo que nada haya
sido así antes, íntimo y dulce, y tan divertido al mismo tiempo.

—Solo… déjame… —Termino de quitarle la camisa y miro su torso,


hipnotizada. Es pálido y ancho, lleno de pecas y músculos grandes. Quiero
morderlo y lamerlo todo—. Eres tan…

Me ha quitado el yeso. Lo deja a un lado, junto a los pantalones del


pijama que tiré al suelo esta mañana, y luego me ayuda a quitarme los jeans.

—¿Pelirrojo? ¿Y pecoso?
Me río un poco más fuerte.

—Sí.

—Eso es lo que yo…

Lo presiono hacia abajo hasta que está acostado en la cama. Luego


me siento a horcajadas sobre él y me quito la camiseta, ignorando el leve
escozor en mi tobillo. Este debería ser un terreno familiar para mí: cuerpos
contra cuerpos, carne contra carne. Solo ver lo que se siente bien y luego
hacer más de eso. Debería ser familiar, pero no estoy segura de que lo sea.
Estar aquí con Ian es más como escuchar una canción que he escuchado
millones de veces, esta vez con un nuevo arreglo.

—Dios, te ves tan… ¿Qué funciona mejor para ti? —pregunta entre
respiraciones—. ¿Para tu tobillo?

—No te preocupes, en realidad no due… —Me detengo cuando se me


ocurre algo—. Tienes razón. Estoy lastimada.

Sus ojos se agrandan. 116


—No tenemos que…

—Lo que significa que probablemente debería estar a cargo.

Él asiente.

—Pero no tenemos que…

Se calla en cuanto mi mano alcanza la cremallera de sus jeans. Y se


queda en silencio, respirando bruscamente, mirando hipnotizado la forma
en que la bajo, lenta, metódica, decidida. Sus bóxer tienen una tienda de
campaña. Está duro y grande. Recuerdo tocarlo por primera vez y pensar en
lo bueno que sería el sexo.

Simplemente no pensé que nos llevaría cinco años llegar allí.

—Hannah —dice.

Alcanzo el interior de la abertura de sus bóxer para ahuecarlo. En el


segundo en que mis dedos se cierran alrededor de él, sus fosas nasales se
ensanchan.
—¿Sí?

—No creo que entiendas cómo… Joder.

Es caliente y enorme. Cerrando sus ojos, arquea el cuello antes de


mirarme de nuevo con una expresión mitad de advertencia, mitad de
súplica. Me encuentra sentada sobre sus rodillas, su pene contrayéndose
con espasmos en mi agarre mientras me inclino.

—Hannah —dice, incluso más profundo de lo habitual—. ¿Qué vas


a…

Comienzo lamiendo la cabeza, a fondo, con delicadeza. Pero se siente


suave y cálido contra mi lengua, e inmediatamente me impaciento. Aparto
mi cabello para que no estorbe y sello mis labios alrededor de él, chupo
suavemente una, dos y luego…

Escucho un gruñido. Luego el sonido de algo rasgándose. Con el


rabillo del ojo, noto la gran mano de Ian apretando la sábana. ¿Acaba de

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rasgar mi…?

—Para —dice, suplica, me ordena.

Mi ceño se frunce.

—¿No te gusta?

—No es… —Aprieto mi agarre alrededor de su longitud, y casi puedo


escuchar sus dientes rechinar. Sus mejillas son de color rojo brillante. Rojo
Marte—. No podemos. No en la primera vez. Tenemos que hacerlo de una
manera que no me haga…

Presiono un beso suave y prolongado en la base. Inhala una vez,


audiblemente, por la nariz.

—Entonces, lo que estás diciendo es… ¿Qué no quieres correrte?

—Se trata más de… joder… mantener mi dignidad —dice


apresuradamente.

—La dignidad está sobrevalorada —digo antes de recorrer con los


dientes su longitud para volver a meterme la cabeza en la boca. Esta vez,
parece simplemente darse por vencido. Su mano se desliza a través de mi
cabello, acuna la parte posterior de mi cráneo y por un segundo me
mantiene allí. Me acerca más. Me presiona contra él hasta que siento la
punta de su polla golpeando el fondo de mi garganta. Me rindo ante Ian,
disfrutando la sensación de que pierda el control, el sabor salado, sus
muslos temblorosos, la forma impotente en que tira de mi cabello para que
tome más, más profundo, mejor…

De repente, todo está patas arriba. Estoy siendo arrastrada por su


cuerpo, volteada sobre mi espalda, sujeta contra la cama. Una de sus manos
puede sostener mis dos muñecas por encima de mi cabeza, y cuando miro
hacia arriba lo encuentro enjaulándome. Primero noto el pánico en sus ojos,
luego lo cerca que estuvo de correrse, luego el gran alivio de haber logrado
evitarlo.

—Hannah —dice. Su tono está mezclado con dominio.

—¿Qué?

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Su polla se contrae contra mi abdomen.

—Creo que estaré a cargo ahora.

Hago un puchero.

—Pero yo…

—Lo siento, pero… va a suceder. Te voy a follar. No voy a correrme en


tu… —No termina la frase. Simplemente se inclina para besarme, y cuando
termina, estoy asintiendo, sin aliento.

—¿Tienes condones?

—No. Pero estoy tomando la píldora. Podemos hacerlo sin nada si no


vas a darme alguna asquerosa ETS. Pero confío en que no me salvarías de
las morsas solo para que muera de clamidia, así que…

Creo que le gusta la idea de que lo hagamos sin nada. Creo que le
encanta la idea, porque primero me besa hasta dejarme sin aliento, luego se
pone a trabajar en quitarnos todo, hasta la última capa, de los dos.

La verdad es que no puedo recordar la última vez que estuve


completamente desnuda con alguien. Cuando estoy teniendo sexo, el tipo
de sexo que suelo practicar, siempre tiende a haber una extraña capa
inamovible. Un sujetador, una camiseta sin mangas. Bragas no del todo
quitadas. Mis parejas han sido iguales, con bóxer torcidos en sus tobillos,
faldas levantadas, camisas abiertas todavía con los gemelos puestos.

Nunca me he detenido mucho en pensarlo, pero la falta de intimidad


detrás de los encuentros es muy evidente ahora. Ahora que Ian está sobre
mí, chupando mis pechos como si fueran frutas maduras, su lengua dulce
y áspera contra la parte inferior flexible, alternando entre demasiado y no lo
suficiente.

Abre mis piernas con su rodilla, se coloca justo entre ellas y espero
que se deslice con un movimiento suave. Ciertamente estoy lo
suficientemente mojada, y la forma en que agarra mi cintura traiciona su
entusiasmo. Pero durante largos momentos parece satisfecho con
mordisquear mis tetas. Aunque puedo sentir su erección, caliente y un poco
húmeda, frotándose contra el interior de mi muslo cada vez que se mueve.
Me lleva a jadear y a él a gemir, algo profundo y rico saliendo del fondo de
su pecho.
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—¿Pensé que dijiste que querías follar? —susurro.

—Así es —dice con voz retumbante—. Pero esto… esto también es


bueno.

—No pueden… —una inhalación brusca—, no pueden gustarte tanto


mis tetas, Ian.

Un suave mordisco, justo alrededor del punto duro de mi pezón. Mi


columna se dispara desde la cama.

—¿Por qué?

—Porque son… Nadie nunca lo ha hecho. —No quiero mencionar que


mis pechos no son nada del otro mundo, probablemente él ya lo sabe, ya
que han estado en su boca durante la mayor parte de los últimos diez
minutos. De todos modos, él parece entenderlo.

—Tienes las tetas más perfectas. Siempre lo pensé. Desde la primera


vez que te conocí. Especialmente la primera vez que te conocí. —Chupa una
mientras pellizca la otra. Él es… preciso. Bueno. Entusiasta. Lujurioso—.
Son tan bonitas como las colinas de Columbia.

Se me escapa una risa ahogada. Es estúpidamente agradable que


alguien compare mi cuerpo con una característica topográfica de Marte. O
tal vez es bueno tener a alguien que conoce las colinas de Columbia tirando
de mis pezones y mirándolos como si fueran la octava y novena maravilla
del universo.

—Esto —murmura en la piel que llega hasta mi esternón—, esta es la


Medusae Fossae. Incluso tiene estas lindas pecas. —Sus dientes se cierran
alrededor de mi clavícula derecha. Estaría caliente incluso si la cabeza de
su polla no estuviera empezando a rozar mi coño. Es humedad
encontrándose con humedad, muchas ansias mutuas, un lío esperando a
suceder. Rodeo el cuello de Ian con mis brazos y tiro de sus enormes
hombros hacia mí, como si fuera el sol de mi propio sistema estelar.

—Hannah. No pensé que podría desearte más, pero el año pasado,

120
cuando te vi en la NASA, yo… —Está arrastrando las palabras. Ian Floyd,
siempre tranquilo, sensato, elocuente—. Pensé que moriría si no podía
follarte.

—Puedes follarme ahora —gimoteo, impaciente, tirando de su cabello


mientras se mueve hacia abajo—. Puedes follarme cómo y dónde quieras.

—Lo sé. Lo sé, me vas a dejar hacerlo todo. —Exhala y me provoca


cosquillas a lo largo de mi caja torácica—. Pero tal vez primero quiera jugar
con el cráter Herschel. —Su lengua se sumerge dentro de mi ombligo,
saboreando y sondeando; pero cuando empiezo a retorcerme y jalarlo hacia
arriba, me sigue dócilmente, como si fuera consciente de que no puedo
soportar mucho más. Tal vez él tampoco pueda soportar mucho más: su
dedo separa mis labios hinchados para deslizarse alrededor de mi clítoris,
un círculo lento con demasiada presión. Excepto que podría ser la cantidad
justa. Me estoy disolviendo ahora, en una piscina de músculos tensos y
placer pegajoso.

De acuerdo. Entonces, el sexo puede ser… así. Es bueno saberlo.

—Éste —jadea Ian contra mi boca, sin pretender besarme ahora. Mi


boca está floja de placer y solo me está robando el aire, chupando picaduras
de abejas en mis labios y gimiendo su aprobación en mi pómulo—. Este de
aquí es el Solis Lacus. El Ojo de Marte. Alterándose durante las tormentas
de polvo.

Tiene unas manos perfectas. Un toque perfecto. Voy a explotar y


esparcirme por todas partes, una lluvia de meteoritos por toda la cama.

—Y el Olympus Mons. —Es su palma masajeando mi clítoris ahora.


Sus dedos se deslizan dentro de mí cada vez que encuentran una abertura,
hasta que la tensión dentro de mí es tan dulce que me volveré loca—. Tengo
muchas ganas de correrme dentro de ti. ¿Puedo?

Cierro los ojos y gimo. Es un sí, y él debe ser capaz de notarlo. Porque
gruñe tan pronto como la cabeza de su polla comienza a empujar dentro de
mí, un poco demasiado grande para mi comodidad, pero muy decidido a
hacerse un hueco. Me ordeno relajarme. Y luego, cuando golpea un punto
perfecto dentro de mí, me ordeno no correrme de inmediato.

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—O tal vez es el Vastitas Borealis. —Es apenas inteligible. Haciendo
esos pequeños empujones que están diseñados más para abrirme que para
follarme apropiadamente y, sin embargo, ambos estamos así de cerca del
orgasmo. Da un poco de miedo—. Los océanos que solían llenarlo, Hannah.

—No hay… —Trato de conectarme con la tierra. Encontrar un lugar


dentro de mí que esté a salvo del placer. Termino clavando solo mi talón
bueno en su muslo, tratando de comprender cómo puede existir una fricción
tan espectacular—. No sabemos si alguna vez hubo realmente un océano.
En Marte.

Los ojos de Ian pierden el foco. Se ensanchan y sostienen los míos, sin
ver. Y entonces sonríe y comienza a moverse de verdad, con un pequeño
susurro en mi oído.

—Apuesto a que lo hubo.

El placer se estrella sobre mí como un maremoto. Cierro los ojos, me


aferro a él lo más fuerte que puedo y dejo que el océano me atraviese.
Epílogo

Laboratorio de propulsión a chorro, Pasadena, California

Nueve meses después

La sala de control está en silencio. Inmóvil. Un mar de personas con


polos azul oscuro y cordones rojos del JPL que, de alguna manera,
consiguen respirar al unísono. Hasta hace unos cinco minutos, el puñado
de periodistas invitados a documentar este acontecimiento histórico se
aclaraban la garganta, barajaban sus equipos y hacían alguna que otra

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pregunta en voz baja. Pero eso también ha cesado.

Ahora todos esperamos. En silencio.

—... esperen solo un contacto intermitente en este momento. Una caída


cuando el vehículo cambie de antena...

Miro a Ian, que se sienta en la silla junto a la mía. No se ha molestado


en encender su monitor. En cambio, ha estado observando el progreso del
vehículo en el mío, con el ceño fruncido y preocupado. Esta mañana, cuando
le enderecé el cuello de la camisa y le dije lo bien que le sienta el azul, no
respondió. Sinceramente, creo que ni siquiera me oyó. Ha estado muy, muy
preocupado durante toda la semana pasada. Lo cual me parece... algo lindo.

—Nos dirigimos directamente al objetivo. El rover está a unos quince


metros de la superficie, y... estamos recibiendo algunas señales de MRO. La
UHF se ve bien.

Alargo la mano para rozar mis dedos con los suyos por debajo de la
mesa. Se supone que sea solo un toque fugaz y tranquilizador, pero su mano
se cierra alrededor de la mía y decido quedarme.

Con Ian, siempre decido quedarme.


—¡Aterrizaje confirmado! ¡Serendipity ha aterrizado a salvo en la
superficie de Marte!

La sala estalla en vítores. Todo el mundo estalla fuera de sus asientos,


animando, aplaudiendo, riendo, saltando, abrazándose. Y dentro del
delicioso, triunfal y radiante caos del control de la misión, me vuelvo hacia
Ian y él se vuelve hacia mí con la más amplia y brillante de las sonrisas.

Al día siguiente, nuestro beso aparece en la portada del New York


Times.

123
Ali Hazelwood

Ali Hazelwood es una autora multipublicada,


por desgracia, de artículos revisados por pares sobre
la ciencia del cerebro, en los que nadie se besa y el
para siempre no siempre es feliz. Originaria de Italia,
vivió en Alemania y Japón antes de mudarse a los
Estados Unidos para realizar un doctorado en
neurociencia. Recientemente se convirtió en
profesora, lo que la aterroriza por completo. Cuando
Ali no está en el trabajo, se la puede encontrar
corriendo, comiendo cake pops o viendo películas de
ciencia ficción con sus dos señores felinos (y su
esposo un poco menos felino).
124
Agradecimientos

Moderadora
Mari NC

Staff de traducción
Âmenoire

Flochi

125
Imma Marques

Mari NC

Otravaga

Corrección, recopilación y revisión


Mari NC

Diseño
Bruja_Luna_
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