Texto Con Aclaraciones. Descartes

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DESCARTES: Discurso del Método. II, IV (Trad. G. Quintas Alonso).

Ed. Alfaguara. Madrid. 1981, pp. 14-18, 24-30.

El texto que vamos a trabajar contiene dos partes, la segunda y la cuarta, de las

seis que componen el Discurso del método, primera obra importante de Descartes,

publicada en 1637. El propio Descartes explica así el contenido de su obra y de

cada una de sus partes:

"Si este discurso pareciera demasiado extenso para ser leído de una sola vez,

podría dividirse en seis partes: en la primera se encontrarán diversas

consideraciones relacionadas con las ciencias; en la segunda, las reglas más

características del método que el autor ha indagado; en la tercera, algunas

reglas de moral que ha obtenido de este método; en la cuarta parte, las razones

que permiten establecer la existencia de Dios y del alma humana, que

constituyen los fundamentos de su metafísica; en la quinta se detalla el orden

seguido en sus investigaciones de física...; en la última parte expone lo que

estima necesario para avanzar en la investigación de la naturaleza más allá de

donde él ha llegado, así como las razones que le han impulsado a redactar este

discurso".

Ha de tenerse en cuenta que el contenido de las dos partes seleccionadas ha

sido desarrollado por Descartes en otras obras (las Reglas, las Meditaciones, los

Principios) por lo general de un modo más riguroso y detallado que en esta

presente. Así, el orden en el que se encuentran los argumentos y el propio desarrollo de

los mismos en el texto no coinciden exactamente con lo expuesto en la parte teórica del

Tema.

Desde el punto de vista formal, el Discurso del método presenta dos

características importantes: 1) está escrito en francés y no en latín, lengua

científica y culta del momento. Descartes ofrece la siguiente explicación: "Y si

escribo en francés... y no en latín... es porque espero que aquellos que solamente

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se sirven de su razón natural, carente de todo prejuicio, juzgarán más

correctamente mis opiniones que aquellos que no aceptan sino el pensamiento

antiguo" (Discurso del método, parte sexta). Quienes “no aceptan sino el

pensamiento antiguo” son los profesores de las universidades, defensores de la

filosofía Escolástica, que tenían el latín como lengua propia; 2) está escrito en

forma autobiográfica. El recorrido vital de Descartes es también el trayecto que

conduce desde la filosofía Escolástica a la filosofía Moderna. Estos dos rasgos

muestran que Descartes es consciente de que su filosofía constituye una ruptura

con toda la filosofía anterior — de ahí su apelación a la "razón natural” frente a

los prejuicios de los eruditos mantenedores de la tradición.

A continuación un RESUMEN de cada una de las dos partes del texto:

Segunda parte

Descartes comienza explicando y justificando con cierta amplitud su proyecto

intelectual que no es otro que suprimir las opiniones adquiridas sin que

mediara un uso correcto de la razón, a fin de construir enteramente de nuevo el

edificio de la filosofía y las ciencias. Tal tarea se justifica en el hecho de que las

opiniones adquiridas desde la infancia por distintos caminos y fuentes carecen

de coherencia y sistematicidad. Descartes las compara con edificios, ciudades,

etc., que no han sido construidos por una única mente y conforme a un único

plan. Es de señalar la cautela con que Descartes insiste en que esta tarea no es

recomendable para todo el mundo: quiere evitar que pudiera acusársele de

pretender incitar a los demás a abandonar las tradiciones, cosa que de todos

modos estaba haciendo. [Esta sección inicial de la Segunda Parte no entra en

nuestro texto].

A continuación, Descartes se plantea la cuestión del método más adecuado

para llevar a cabo tal tarea.

2
a) Ha de ser un método más simple que la lógica tradicional, más puro

intelectualmente (sin mezclar imágenes y sensaciones) que el análisis de los

geómetras y más claro que el álgebra de los modernos.

b) Seguidamente expone las cuatro reglas del método.

c) Finalmente añade algunas consideraciones sobre el modo en que él mismo

lo ha aplicado. Descartes piensa que el método es único y aplicable

universalmente (“todas las cosas que pueden ser objeto de conocimiento se

entrelazan de igual forma"), y que esencialmente consiste en seguir el orden ("el

método nos enseña a seguir el orden"), orden real y orden de la razón,

permitiendo alcanzar la totalidad del conocimiento posible en cada caso (“no

habiendo más que un conocimiento verdadero de cada cosa, aquel que lo posee

conoce cuanto se puede saber").

d) Descartes concluye señalando la necesidad de aplicar el método a la

filosofía, de cuyos principios depende todo el edificio de nuestros

conocimientos.

Cuarta parte

[Ha de tenerse en cuenta que la misma línea de pensamiento y

sustancialmente el mismo contenido de esta Cuarta Parte fue expuesto por

Descartes también en las Meditaciones y que su pensamiento se presenta más

elaborado en esta última obra, tanto en relación con la duda metódica (en el

Discurso del método no aparece la hipótesis del "genio maligno”) como en

relación con las ideas, cuyo análisis y clasificación no aparece tampoco en dicha

obra]. El orden seguido por Descartes en esta Cuarta Parte es el siguiente:

a) Introducción de la duda metódica: decisión de rechazar como

absolutamente falso todo aquello en que pudiera imaginar la menor duda, y los

motivos de ésta.

b) El "pienso, luego soy" como “primer principio de la filosofía que yo

indagaba”, como paradigma de verdad (“podía admitir como regla general que

3
las cosas que concebirnos muy clara y distintamente son todas verdaderas”) y

como fuente de nuestro conocimiento de la sustancialidad del alma y de su

distinción del cuerpo.

c) Conciencia de la propia imperfección e idea de lo perfecto (“la idea de un

ser más perfecto que el mío”) como fundamento para demostrar la existencia de

Dios y para el conocimiento de su naturaleza.

Respecto de la existencia de Dios, Descartes propone dos argumentos: el

basado en la causalidad (Dios, causa de la idea de un ser más perfecto que yo) y

el ontológico (puesto que existir es perfección, “Dios, el ser perfecto, es o

existe”).

d) Dios como garantía última de la verdad de nuestros conocimientos claros y

distintos. Garantizada la verdad de éstos, Descartes concluye señalando que

hemos de atender solamente a la evidencia de la razón para superar las dudas

anteriormente planteadas.

En adelante, el texto cartesiano consistirá en el cuerpo de letra más grande,

mientras que nuestros comentarios están escritos en letra más pequeña y

cursiva.

4
SEGUNDA PARTE

Pero al igual que un hombre que camina solo y en la oscuridad, tomé la


resolución de avanzar tan lentamente y de usar tal circunspección en todas
las cosas que aunque avanzase muy poco, al menos me cuidaría al máximo
de caer.
1. La presencia de símiles es frecuente en la obra de Descartes. El caminar “solo y en la oscuridad”

muestra la conciencia que Descartes tiene de iniciar por sí mismo (“un hombre que camina solo”) un

nuevo camino filosófico dejando atrás la tradición, en una época en la que muchas referencias vitales

vigentes durante siglos en la cultura europea se estaban desvaneciendo (“la oscuridad”). En estas

primeras líneas apreciamos la preocupación cartesiana por evitar el error (“me cuidaría al máximo de

caer”), preocupación característica de una época que asistía al derrumbamiento de tradiciones de siglos

(“la oscuridad”) con una conciencia muy agudizada del riesgo siempre presente de cometer errores al

buscar la verdad.

Por otra parte, no quise comenzar a rechazar por completo algunas de las
opiniones que hubiesen podido deslizarse durante otra etapa de mi vida en
mis creencias sin haber sido asimiladas en la virtud de la razón, hasta que
no hubiese empleado el tiempo suficiente para completar el proyecto
emprendido e indagar el verdadero método con el fin de conseguir el
conocimiento de todas las cosas de las que mi espíritu fuera capaz.
2. Este párrafo contiene tres ideas de la mayor importancia para conocer el sentido y el desarrollo de la

filosofía de Descartes. En primer lugar encontramos el rechazo radical (“rechazar por completo”) de

algunas opiniones aprendidas: de aquellas que no hubiesen sido adquiridas en y por un uso correcto de la

facultad de la razón (“sin haber sido asimiladas en la virtud de la razón”). Queda planteada la oposición,

característica a partir de Descartes de toda la filosofía moderna, entre la tradición y la razón. El

rechazo de los errores de la tradición se ve contrapesado por el optimismo basado en la confianza en la

capacidad humana de encontrar la verdad mediante la razón. Se perfila así con rotundidad la afirmación

cartesiana y racionalista de la autonomía de la razón frente a la tradición.

En segundo lugar queda claro que el rechazo de aquello que se ha aprendido sin mediar el uso adecuado

de la razón no es un rechazo escéptico, un rechazo abocado a la duda perpetua. Al contrario, esa parte

negativa o destructiva de la filosofía cartesiana no tiene sentido sin la parte positiva o constructiva (“no

quise comenzar a rechazar… hasta que no hubiese empleado… e indagar el verdadero método”). El

rechazo de la tradición no se consuma sin la disposición de un nuevo método que asegure encontrar

nuevas verdades.

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En tercer lugar aparece la característica más destacada del método que adopta Descartes: permite

“conseguir el conocimiento en todas las cosas de las que mi espíritu fuera capaz”. Es un método universal

(aplicable a todas las investigaciones) y constituye el medio necesario para abandonar los errores e iniciar

la senda del auténtico conocimiento.

Había estudiado un poco, siendo más joven, la lógica de entre las partes
de la filosofía; de las matemáticas el análisis de los geómetras y el álgebra.
Tres artes o ciencias que debían contribuir en algo a mi propósito. Pero
habiéndolas examinado, me percaté que en relación con la lógica, sus
silogismos y la mayor parte de sus reglas sirven más para explicar a otro
cuestiones ya conocidas o, también, como sucede con el arte de Lulio, para
hablar sin juicio de aquellas que se ignoran, que para llegar a conocerlas. Y
si bien la lógica contiene muchos preceptos verdaderos y muy adecuados,
hay, sin embargo, mezclados con éstos otros muchos que o bien son
perjudiciales o bien superfluos, de modo que es tan difícil separarlos como
sacar una Diana o una Minerva de un bloque de mármol aún no trabajado.
Igualmente, en relación con el análisis de los antiguos o el álgebra de los
modernos, además de que no se refieren sino a muy abstractas materias
que parecen carecer de todo uso, el primero está tan circunscrito a la
consideración de las figuras que no permite ejercer el entendimiento sin
fatigar excesivamente la imaginación. La segunda está tan sometida a
ciertas reglas y cifras que se ha convertido en un arte confuso y oscuro
capaz de distorsionar el ingenio en vez de ser una ciencia que favorezca su
desarrollo.
3. Descartes piensa que el método correcto ha de ser más simple que la lógica tradicional, más puro

intelectualmente (sin mezcla de imágenes con conceptos, basado sólo en conceptos de la inteligencia, no en

imágenes de la imaginación) que el análisis de los geómetras y más claro que el álgebra de los modernos.

Inmediatamente a continuación declara Descartes que su método, “asimilando las ventajas de estos tres”,

estaría “exento de sus defectos”.

Todo esto fue la causa por la que pensaba que era preciso indagar otro
método que, asimilando las ventajas de estos tres, estuviera exento de sus
defectos. Y como la multiplicidad de leyes frecuentemente sirve para los
vicios de tal forma que un Estado está mejor regido cuando no existen más
que unas pocas leyes que son minuciosamente observadas, de la misma
forma, en lugar del gran número de preceptos del cual está compuesta la
lógica, estimé que tendría suficiente con los cuatro siguientes con tal de que

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tomase la firme y constante resolución de no incumplir ni una sola vez su
observancia.
4. A continuación las cuatro reglas del método cartesiano. Para la explicación de cada una de ellas

consultar el epígrafe 2.2.2 de los apuntes “Filosofía Moderna. Racionalismo y Empirismo. Descartes”

(págs. 9-12).

El primero consistía en no admitir cosa alguna como verdadera si no se la


había conocido evidentemente como tal. Es decir, con todo cuidado debía
evitar la precipitación y la prevención, admitiendo exclusivamente en mis
juicios aquello que se presentara tan clara y distintamente a mi espíritu que
no tuviera motivo alguno para ponerlo en duda.
El segundo exigía que dividiese cada una de las dificultades a examinar en
tantas parcelas como fuera posible y necesario para resolverlas más
fácilmente.
El tercero requería conducir por orden mis reflexiones comenzando por los
objetos más simples y más fácilmente cognoscibles, para ascender poco a
poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más complejos,
suponiendo inclusive un orden entre aquellos que no se preceden
naturalmente los unos a los otros.
Según el último de estos preceptos debería realizar recuentos tan
completos y revisiones tan amplias que pudiese estar seguro de no omitir
nada.
Las largas cadenas de razones simples y fáciles, por medio de las cuales
generalmente los geómetras llegan a alcanzar las demostraciones más
difíciles, me habían proporcionado la ocasión de imaginar que todas las
cosas que pueden ser objeto del conocimiento de los hombres se entrelazan
de igual forma…
5. “Las largas cadenas…” Aparece aquí la afirmación, fundamental en la filosofía de Descartes, que

otorga sentido a la aplicación universal del método del análisis y la síntesis (también llamado de la

intuición y la deducción): que todos los conocimientos humanos (“todas las cosas que pueden ser objeto

del conocimiento de los hombres”) se encuentran conectados entre sí de tal forma que unos pueden

siempre deducirse de otros (“se entrelazan entre sí de igual forma”). Se trata de una suposición de

Descartes: que se da tal entrelazamiento no es algo que afirme por haber deducido ya todos los

conocimientos posibles unos a partir de otros (cosa que Descartes, claro está, no había llevado a cabo), sino

algo que afirma como principio en que se apoya la aplicación universal del método.

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… y que, absteniéndose de admitir como verdadera alguna que no lo sea y
guardando siempre el orden necesario para deducir unas de otras, no puede
haber algunas tan alejadas de nuestro conocimiento que no podamos,
finalmente, conocer ni tan ocultas que no podamos llegar a descubrir.
6. La adquisición de todo el conocimiento filosófico y científico será posible a condición de seguir

rigurosamente el método, y ello implica respetar en todo el orden deductivo (el orden que, según hemos

visto en el punto 5 de estas aclaraciones, ha supuesto Descartes que se da entre todos los conocimientos).

Estas palabras son la muestra más palpable del optimismo racionalista de Descartes.

No supuso para mí una gran dificultad el decidir por cuáles era necesario
iniciar el estudio: previamente sabía que debía ser por las más simples y las
más fácilmente cognoscibles. Y considerando que entre todos aquellos que
han intentado buscar la verdad en el campo de las ciencias, solamente los
matemáticos han establecido algunas demostraciones, es decir, algunas
razones ciertas y evidentes, no dudaba que debía comenzar por las mismas
que ellos habían examinado.
7. El método prescribe seguir el orden que lleva de lo más simple a lo más complejo. Comenzar aplicando

el método en el campo de las investigaciones matemáticas es conveniente por ser éste el ámbito teórico por

excelencia para la razón humana. No en vano, a lo largo de los siglos “sólo los matemáticos” han sido

capaces de establecer “algunas demostraciones”, esto es, razonamientos deductivos sobre sus materias que

permitieran una seguridad absoluta sobre las conclusiones obtenidas.

No esperaba alcanzar alguna utilidad si exceptuamos el que habituarían mi


ingenio a considerar atentamente la verdad y a no contentarse con falsas
razones. Pero, por ello, no llegué a tener el deseo de conocer todas las
ciencias particulares que comúnmente se conocen como matemáticas, pues
viendo que aunque sus objetos son diferentes, sin embargo, no dejan de
tener en común el que no consideran otra cosa, sino las diversas relaciones
y posibles proporciones que entre los mismos se dan, pensaba que poseían
un mayor interés que examinase solamente las proporciones en general y
en relación con aquellos sujetos que servirían para hacer más cómodo el
conocimiento. Es más, sin vincularlas en forma alguna a ellos para poder
aplicarlas tanto mejor a todos aquellos que conviniera. Posteriormente,
habiendo advertido que para analizar tales proporciones tendría necesidad
en alguna ocasión de considerar a cada una en particular y en otras
ocasiones solamente debería retener o comprender varias conjuntamente
en mi memoria, opinaba que para mejor analizarlas en particular, debía

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suponer que se daban entre líneas puesto que no encontraba nada más
simple ni que pudiera representar con mayor distinción ante mi imaginación
y sentidos; pero para retener o considerar varias conjuntamente, era
preciso que las diera a conocer mediante algunas cifras, lo más breves que
fuera posible. Por este medio recogería lo mejor que se da en el análisis
geométrico y en el álgebra, corrigiendo, a la vez, los defectos de una
mediante los procedimientos de la otra.
8. En el párrafo anterior explica Descartes cómo llegó al descubrimiento de la Geometría Analítica. Esta

cuestión es de gran interés para la Historia de las Matemáticas. Además de filósofo, Descartes fue un gran

matemático.

Y como, en efecto, la exacta observancia de estos escasos preceptos que


había escogido, me proporcionó tal facilidad para resolver todas las
cuestiones, tratadas por estas dos ciencias, que en dos o tres meses que
empleé en su examen, habiendo comenzado por las más simples y más
generales, siendo, a la vez, cada verdad que encontraba una regla útil con
vistas a alcanzar otras verdades, no solamente llegué a concluir el análisis
de cuestiones que en otra ocasión había juzgado de gran dificultad, sino que
también me pareció, cuando concluía este trabajo, que podía determinar en
tales cuestiones en qué medios y hasta dónde era posible alcanzar
soluciones de lo que ignoraba. En lo cual no pareceré ser excesivamente
vanidoso si se considera que no habiendo más que un conocimiento
verdadero de cada cosa, aquel que lo posee conoce cuanto se puede saber.
Así un niño instruido en aritmética, habiendo realizado una suma según las
reglas pertinentes puede estar seguro de haber alcanzado todo aquello de
que es capaz el ingenio humano en lo relacionado con la suma que él
examina. Pues el método que nos enseña a seguir el verdadero orden y a
enumerar verdaderamente todas las circunstancias de lo que se investiga,
contiene todo lo que confiere certeza a las reglas de la Aritmética.
9. En estas últimas líneas puede apreciarse cómo Descartes toma las matemáticas como modelo de

investigación teórica: del mismo modo que, aplicadas correctamente las reglas de la Aritmética se obtienen

resultados que contienen toda la verdad posible sobre el objeto del que se trate, aplicando las cuatro reglas

del método a cualquier materia se obtendrá en la misma toda la verdad que pueda obtenerse.

Pero lo que me producía más agrado de este método era que siguiéndolo
estaba seguro de utilizar en todo mi razón, si no de un modo absolutamente
perfecto, al menos de la mejor forma que me fue posible. Por otra parte,

9
me daba cuenta de que la práctica del mismo habituaba progresivamente
mi ingenio a concebir de forma más clara y distinta sus objetos y puesto
que no lo había limitado a materia alguna en particular, me prometía
aplicarlo con igual utilidad a dificultades propias de otras ciencias al igual
que lo había realizado con las del Álgebra.
10. El método optimiza la capacidad cognitiva de la razón humana (“siguiéndolo estaba seguro de

utilizar en todo mi razón… al menos de la mejor forma que me fue posible”; “…habituaba

progresivamente mi ingenio [inteligencia] a concebir de forma más clara y distinta sus objetos”). Aparece

también aquí clara la afirmación de la universalidad del método: “y puesto que no lo había limitado…

… con las del Álgebra”. Sobre la universalidad del método ver el apartado 2.2.1. de los apuntes “Filosofía

Moderna. Racionalismo y Empirismo. Descartes” (pág. 9).

Con esto no quiero decir que pretendiese examinar todas aquellas


dificultades que se presentasen en un primer momento, pues esto hubiera
sido contrario al orden que el método prescribe. Pero habiéndome prevenido
de que sus principios deberían estar tomados de la filosofía, en la cual no
encontraba alguno cierto, pensaba que era necesario ante todo que tratase
de establecerlos.
11. “Principios” son las verdades que ocupan los primeros lugares de la cadena deductiva. Todos los

conocimientos filosóficos y científicos se deducen unos a partir de otros. Pero siendo la deducción un

proceso lineal, que avanza de unas verdades conocidas a otras nuevas, y de éstas, una vez conocidas, de

nuevo a otras por conocer, y así sucesivamente, podemos preguntarnos a partir de qué se deduce la

primera verdad de la línea o cadena deductiva. Es necesario, puesto que es la primera, que no se deduzca

de ninguna otra, sino que sea verdadera en y por sí misma. A la verdad que se muestra en una idea sin

necesidad de conectarla con otras se la denomina evidencia. Las verdades evidentes se aprecian como

verdaderas en y por sí mismas. Tales verdades iniciales habrán de ser, además, absolutamente verdaderas,

pues una mínima porción de error o confusión en ellas arruinaría la cadena deductiva: deducir es como

desplegar, como desenvolver, como extraer la verdad contenida en los principios. Si los principios

contienen algo de falsedad, ésta dará la cara tarde o temprano en la cadena deductiva, arruinando todo su

desarrollo.

Notar de nuevo el rechazo de la tradición filosófica: “sus principios deberían de estar tomados de la

filosofía, en la cual no encontraba alguno cierto”.

Y puesto que era lo más importante en el mundo y se trataba de un tema


en el que la precipitación y la prevención eran los defectos que más se
debían temer, juzgué que no debía intentar tal tarea hasta que no tuviese
una madurez superior a la que se posee a los veintitrés años, que era mi

1
edad, y hasta que no hubiese empleado con anterioridad mucho tiempo en
prepararme, tanto desarraigando de mi espíritu todas las malas opiniones y
realizando un acopio de experiencias que deberían constituir la materia de
mis razonamientos, como ejercitándome siempre en el método que me
había prescrito con el fin de afianzarme en su uso cada vez más.
12. Antes de emplear el método a la investigación filosófica en busca de los principios del edificio de los

conocimientos filosóficos y científicos, Descartes piensa que es necesario ejercitarse en su aplicación a

otras materias menos abstrusas, y hacerse con un volumen mayor de “experiencias”, que le permitieran

elaborar una filosofía madura.

CUARTA PARTE

No sé si debo entreteneros con las primeras meditaciones allí realizadas,


pues son tan metafísicas y tan poco comunes, que no serán del gusto de
todos. Y sin embargo, con el fin de que se pueda opinar sobre la solidez de
los fundamentos que he establecido, me encuentro en cierto modo obligado
a referirme a ellas.
13. Meditaciones de carácter metafísico son aquellas que habrán de conducir al hallazgo de los principios

(“fundamentos”) de los que hemos hablado en el punto 11 de estas aclaraciones.

Hacía tiempo que había advertido que, en relación con las costumbres, es
necesario seguir en algunas ocasiones opiniones muy inciertas tal como si
fuesen indudables, según he advertido anteriormente. Pero puesto que
deseaba entregarme solamente a la búsqueda de la verdad, opinaba que
era preciso que hiciese todo lo contrario y que rechazase como
absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor duda,
con el fin de comprobar si, después de hacer esto, no quedaría algo en mi
creencia que fuese enteramente indubitable.
14. “Hacía tiempo que había advertido que…”: comienza aquí la exposición de la duda metódica.

Descartes inicia dicha exposición advirtiendo que no se trata ahora de buscar verdades relativas a la moral

o al sentido común del día a día (“en relación con las costumbres”), las cuales basta con que sean

aceptables o que sean bien vistas por otras muchas personas, aunque uno pudiera no estar del todo seguro

de las mismas (“seguir en algunas ocasiones opiniones muy inciertas tal como si fuesen indudables”).

[Descartes es partidario del lema moral que dice “allá donde fueres haz lo que vieres”]. Pero la búsqueda

1
de la primera verdad no es esta una investigación moral, sino teórica; no tiene como objetivo saber cómo

hemos de comportarnos, sino saber sobre el mundo: “la búsqueda de la verdad”.

Y la verdad que se persigue en este punto de la filosofía cartesiana es, según lo dicho en la aclaración 11,

la primera verdad, la que ocupa el primer lugar de la cadena de deducciones, el lugar de base o

fundamento del edificio completo de los conocimientos. Puesto que ha de ser una verdad absolutamente

indubitable no podrá hallarse confiando en las opiniones tradicionales sobre los principios o fundamentos

filosóficos, pues la tradición no ha aportado nunca principios filosóficos libres de error. Al contrario, el

recurso para encontrar esa primera verdad que se necesita será el de desconfiar sistemáticamente de todo

lo que pudiera considerarse verdadero. Desconfiar: no aceptar como verdadero lo que normalmente se

suele aceptar como tal en el momento en que pudiera concebirse el menor motivo de duda sobre ello: “que

rechazase como absolutamente falso… que fuese enteramente indubitable”.

Así pues, considerando que nuestros sentidos en algunas ocasiones nos


inducen a error, decidí suponer que no existía cosa alguna que fuese tal
como nos la hacen imaginar. Y puesto que existen hombres que se
equivocan al razonar en cuestiones relacionadas con las más sencillas
materias de la geometría y que incurren en paralogismos, juzgando que yo,
como cualquier otro estaba sujeto a error, rechazaba como falsas todas las
razones que hasta entonces había admitido como demostraciones. Y,
finalmente, considerado que hasta los pensamientos que tenemos cuando
estamos despiertos pueden asaltarnos cuando dormimos, sin que ninguno
en tal estado sea verdadero, me resolví a fingir que todas las cosas que
hasta entonces habían alcanzado mi espíritu no eran más verdaderas que
las ilusiones de mis sueños.
15. Estos son los momentos de la duda metódica, desarrollados en un orden diferente al expuesto en

los apuntes “Fª Moderna. Racionalismo…”. Descartes tampoco menciona aquí la hipótesis del genio

maligno. Sobre los momentos de la duda metódica ver el apartado 2.3.1. de dichos apuntes (págs. 12-15).

Pero, inmediatamente después, advertí que, mientras deseaba pensar de


este modo que todo era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo
pensaba, fuese alguna cosa. Y dándome cuenta de que esta verdad: pienso,
luego soy, era tan firme y tan segura que todas las extravagantes
suposiciones de los escépticos no eran capaces de hacerla tambalear,
juzgué que podía admitirla sin escrúpulo como el primer principio de la
filosofía que yo indagaba.

1
16. Hallazgo de la primera verdad: pienso, luego existo. Ver apuntes “Fª Moderna.

Racionalismo…” apartado 2.3.2. (págs. 15-16). El desarrollo de la duda metódica termina con el hallazgo

de la primera verdad.

Posteriormente, examinando con atención lo que yo era, y viendo que


podía fingir que carecía de cuerpo, así como que no había mundo o lugar
alguno en el que me encontrase, pero que, por ello, no podía fingir que yo
no era, sino que por el contrario, sólo a partir de que pensaba dudar acerca
de la verdad de otras cosas, se seguía muy evidente y ciertamente que yo
era, mientras que, con sólo que hubiese cesado de pensar, aunque el resto
de lo que había imaginado hubiese sido verdadero, no tenía razón alguna
para creer que yo hubiese sido, llegué a conocer a partir de todo ello que
era una sustancia cuya esencia o naturaleza no reside sino en pensar y que
tal sustancia, para existir, no tiene necesidad de lugar alguno ni depende de
cosa alguna material. De suerte que este yo, es decir, el alma, en virtud de
la cual yo soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo, más fácil de
conocer que éste y, aunque el cuerpo no fuese, no dejaría de ser todo lo
que es.
17. Aparece aquí el análisis de la realidad propia del “yo” (“examinando con atención lo que yo era”)

cuya existencia, en tanto ser pensante, no puede ponerse en duda y constituye la primera verdad.

Descartes afirma el carácter substancial del yo, esto es, su independencia, en tanto cosa o realidad

pensante, de cualquier otro tipo de realidades (“era una sustancia cuya esencia o naturaleza… ni depende

de cosa alguna material”). (Ver el apartado 2.6 [págs. 23-24] de los apuntes “Fª Moderna.

Racionalismo…”). Esta afirmación resulta de aplicar el criterio de verdad consistente en la claridad y

distinción al pensamiento de que el yo no necesita de ninguna otra cosa para ser, sino que con sólo pensar

es claro y distinto que debe existir (“podía fingir [suponer] que carecía de cuerpo… no podía fingir que yo

no era”), y a la inversa, con sólo suponer que no pensara, (“con sólo que hubiese cesado de pensar”) no

podría tenerse seguridad alguna de su existencia (“no tenía razón alguna para creer que yo hubiese

sido”). Con otras palabras: según el criterio de verdad consistente en la claridad y distinción, las ideas

claras y distintas son verdaderas, esto es, son representaciones fieles de la realidad que representan. Lo

único que se piensa con claridad y distinción de esa cosa que piensa es eso, que piensa, que es puro

pensamiento sin más. No hay, en este momento del desarrollo de la filosofía cartesiana, ideas claras ni

distintas ni del propio cuerpo ni del mundo, hasta el punto de que la propia existencia de los mismos se

considera falsa por dudosa, pero sí hay una idea clara y distinta de uno mismo en tanto que uno es un ser

que piensa, un alma, un ser no necesitado para ser real ni de cuerpo ni de mundo (“aunque el cuerpo no

fuese, no dejaría de ser todo lo que es”).

1
Analizadas estas cuestiones, reflexionaba en general sobre todo lo que se
requiere para afirmar que una proposición es verdadera y cierta, pues, dado
que acababa de identificar una que cumplía tal condición, pensaba que
también debía conocer en qué consiste esta certeza. Y habiéndome
percatado que nada hay en pienso, luego soy que me asegure que digo la
verdad, a no ser que yo veo muy claramente que para pensar es necesario
ser, juzgaba que podía admitir como regla general que las cosas que
concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas; no obstante,
hay solamente cierta dificultad en identificar correctamente cuáles son
aquellas que concebimos distintamente.
18. Definición del criterio de verdad a partir de la primera verdad tomada como paradigma o modelo

de verdad. Ver apuntes “Fª Moderna. Racionalismo…” apartado 2.3.2. (págs. 15-16).

A continuación, reflexionando sobre que yo dudaba y que, en


consecuencia, mi ser no era omniperfecto pues claramente comprendía que
era una perfección mayor el conocer que el dudar, comencé a indagar de
dónde había aprendido a pensar en alguna cosa más perfecta de lo que yo
era; conocí con evidencia que debía ser en virtud de alguna naturaleza que
realmente fuese más perfecta.
19. Una vez hallada la primera verdad de la existencia del yo pensante es necesario superar el problema

del Solipsismo, problema consistente en deducir — puesto que el método exige deducir unas verdades de

otras — la existencia del mundo de la existencia del yo pensante. (Ver apartado 2.4.1. [págs. 16-18] de los

apuntes “Fª Moderna. Racionalismo…”). Los únicos recursos disponibles para afrontar esta difícil tarea

son las ideas que hay en el yo. Descartes señala como idea clave al respecto la idea de perfección. Que

debe haberla puede afirmarse pues sólo conocemos nuestra imperfección por comparación con la

perfección, dice Descartes; así pues, hemos de tener una idea de la perfección o idea de un ser perfecto. El

camino a seguir es preguntarse por el origen de esta idea: “de dónde había aprendido a pensar en una cosa

más perfecta de lo que yo era; conocí con evidencia que debía ser en virtud de alguna naturaleza que

realmente fuese más perfecta”. [Advertencia: notar que nada se dice aquí de fe ni de religión; se trata de

ideas en la mente].

Para entender lo que sigue es necesario tener presente que para Descartes las ideas son objetos en la

mente (Ver el apartado 2.4.1. [págs. 16-18] de los apuntes “Fª Moderna. Racionalismo…”). Todos los

filósofos del S. XVII concebían el mundo como un orden jerárquico de seres ordenados de mayor a menor

perfección. La cúspide de tal jerarquía la ocupa el ser perfecto y el lugar ínfimo la nada. Pues bien, esa

misma jerarquía se da entre las ideas en la mente, pues como decimos, las ideas son también objetos, son

1
también realidades, sólo que no exteriores al pensamiento, sino pensadas: objetos en el pensamiento,

objetos pensados. El mundo se encuentra reduplicado en y por el pensamiento.

A continuación el argumento de demostración de la existencia de Dios basado en la proporcionalidad

causal (argumento de causalidad). (Ver el apartado 2.5. [págs. 20-21] de los apuntes “Fª Moderna.

Racionalismo…”).

En relación con los pensamientos que poseía de seres que existen fuera de
mí, tales como el cielo, la tierra, la luz, el calor y otros mil, no encontraba
dificultad alguna en conocer de dónde provenían pues no constatando nada
en tales pensamientos que me pareciera hacerlos superiores a mí, podía
estimar que si eran verdaderos, fueran dependientes de mi naturaleza, en
tanto que posee alguna perfección; si no lo eran, que procedían de la nada,
es decir, que los tenía porque había defecto en mí.
20. Todas las ideas de los objetos del mundo muestran cosas imperfectas (limitadas en el tiempo, en

capacidad, en belleza, en bondad, en fuerza, etc.). Por tanto en la jerarquía de seres no están por encima

del yo, y de hecho el yo pude hacerse con ideas de tales seres (ideas adventicias). Volviendo a lo dicho en la

aclaración 19, que el yo pueda hacerse con ideas de tales seres es como decir que el yo puede reproducir,

puede reduplicar en sí mismo la realidad de tales seres. Hay proporción entre la realidad de tales objetos y

la del yo. Si esas ideas que el yo se hace de esos seres son verdaderas, y por tanto tales seres existen, es por

las capacidades de conocimiento del yo (“si eran verdaderos… alguna perfección”); si se trata de ideas

falsas ello sería muestra de la imperfección de tales capacidades (“los tenía porque había defecto en mí”).

Las ideas adventicias, por tanto, proceden de las capacidades de conocimiento del yo (“no encontraba

dificultad alguna en conocer de dónde provenían”), y suponen proporción entre el yo y las cosas

representadas en tales ideas. La idea del ser perfecto no puede ser adventicia, pues no se cumple tal

proporción.

Pero no podía opinar lo mismo acerca de la idea de un ser más perfecto que
el mío, pues que procediese de la nada era algo manifiestamente
imposible…
21. El argumento de proporcionalidad causal supone que entre un efecto (la idea del ser perfecto en mí)

y su causa ha de haber proporción. La idea de un ser perfecto no puede proceder de la nada, esto es, ser

una idea fantasiosa de un ser inexistente, pues de la nada no se puede reduplicar o reproducir en el

pensamiento un ser perfecto (ver aclaración anterior). Dicho en términos de ideas: la idea de un ser

perfecto no puede ser facticia, su origen no puede ser mi fantasía.

y puesto que no hay una repugnancia menor en que lo más perfecto sea
una consecuencia y esté en dependencia de lo menos perfecto, que en que
la existencia de algo proceda de la nada, concluí que tal idea no podía

1
provenir de mí mismo. De forma que únicamente restaba la alternativa de
que hubiese sido inducida en mí por una naturaleza que realmente fuese
más perfecta de lo que era la mía y, también, que tuviese en sí todas las
perfecciones de las cuales yo podía tener alguna idea, es decir, para
explicarlo con una palabra que fuese Dios.
22. La idea de un ser perfecto es también un ser perfecto: repetimos que las ideas son objetos en el

pensamiento. Tiene que haberla generado, para guardar la proporción entre causa y efecto, un ser perfecto

(“únicamente restaba la alternativa de que hubiese sido inducida en mí por una naturaleza…más perfecta

de lo que era la mía”). Siguiendo en esto la tradición, Descartes llama Dios al ser perfecto.

Termina aquí la demostración de la existencia de Dios por el argumento de proporcionalidad causal.

A esto añadía que, puesto que conocía algunas perfecciones que en


absoluto poseía, no era el único ser que existía (permitidme que use con
libertad los términos de la escuela), sino que era necesariamente preciso
que existiese otro ser más perfecto del cual dependiese y del que yo
hubiese adquirido todo lo que tenía.
23. Desarrolla aquí Descartes otro argumento, de menor peso que el anterior, para demostrar la

existencia de Dios. [Este argumento, por su menor importancia, no está contemplado en los apuntes “Fª

Moderna. Racionalismo…”]. Si poseo la idea de un ser perfecto (“puesto que conocía algunas perfecciones

que en absoluto poseía”), no puedo ser yo el único ser que exista; el ser perfecto ha de existir.

Pues si hubiese existido solo y con independencia de todo otro ser, de


suerte que hubiese tenido por mí mismo todo lo poco que participaba del
ser perfecto, hubiese podido, por la misma razón, tener por mí mismo
cuanto sabía que me faltaba y, de esta forma, ser infinito, eterno,
inmutable, omnisciente, todopoderoso y, en fin, poseer todas las
perfecciones que podía comprender que se daban en Dios.
24. Si sólo existiese el yo, y no también el ser perfecto, ello implicaría que el yo se hubiera dado el ser a sí

mismo. Pero sería absurdo que el yo, si es que tuviera ese poder de darse el ser a sí mismo, se hubiera

dotado de ciertas perfecciones y no de otras. Termina aquí este argumento.

Pues siguiendo los razonamientos que acabo de realizar, para conocer la


naturaleza de Dios en la medida en que es posible a la mía, solamente
debía considerar todas aquellas cosas de las que encontraba en mí alguna
idea y si poseerlas o no suponía perfección; estaba seguro de que ninguna
de aquellas ideas que indican imperfección estaban en él, pero sí todas las
otras. De este modo me percataba de que la duda, la inconstancia, la
tristeza y cosas semejantes no pueden estar en Dios, puesto que a mí

1
mismo me hubiese complacido en alto grado el verme libre de ellas.
Además de esto, tenía idea de varias cosas sensibles y corporales; pues,
aunque supusiese que soñaba y que todo lo que veía o imaginaba era falso,
sin embargo, no podía negar que esas ideas estuvieran verdaderamente en
mi pensamiento. Pero puesto que había conocido en mí muy claramente que
la naturaleza inteligente es distinta de la corporal, considerando que toda
composición indica dependencia y que ésta es manifiestamente un defecto,
juzgaba por ello que no podía ser una perfección de Dios al estar compuesto
de estas dos naturalezas y que, por consiguiente, no lo estaba; por el
contrario, pensaba que si existían cuerpos en el mundo o bien algunas
inteligencias u otras naturalezas que no fueran totalmente perfectas, su ser
debía depender de su poder de forma tal que tales naturalezas no podrían
subsistir sin él ni un solo momento.
25. En el párrafo anterior aparece la caracterización de la substancia infinita o Dios (“la naturaleza

de Dios”). Posee todas las perfecciones que podamos pensar; es un ser simple, esto es, no compuesto,

puramente inmaterial; ha generado todo lo existente y lo mantiene de forma constante en la existencia

(“no podrían subsistir sin él ni un solo momento”).

Posteriormente quise indagar otras verdades y habiéndome propuesto el


objeto de los geómetras,…
26. Comienza aquí la caracterización de la substancia extensa, a la que se refiere Descartes como “el

objeto de los geómetras” ya que el espacio es el objeto de estudio de la Geometría y él concibe la materia

como extensión. Para Descartes materia y espacio no son cosas distintas. [Sobre la substancia infinita o

Dios y sobre la substancia extensa ver el apartado 2.6. de los apuntes “Fª Moderna. Racionalismo…”]

que concebía como un cuerpo continuo o un espacio indefinidamente


extenso en longitud, anchura y altura o profundidad, divisible en diversas
partes, que podían tener diversas figuras y magnitudes, así como ser
movidas y trasladadas en todas las direcciones, pues los geómetras
suponen esto en su objeto, repasé algunas de las demostraciones más
simples.
27. La extensión es el atributo de la substancia corpórea (“un cuerpo continuo o un espacio

indefinidamente extenso”). Sus modos son la figura y el movimiento (“que podían tener diversas figuras y

magnitudes, así como ser movidas y trasladadas en todas las direcciones”). Notar que si extensión, figura

y movimiento de los cuerpos son el objeto de estudio de la Geometría, y sobre ello hay demostraciones, ello

indica que de tales cosas hay ideas claras y distintas.

1
Recapitulando: tras analizar la idea del yo, que ofrece la primera verdad, y permite conocer la substancia

pensante, Descartes analiza la idea de ser perfecto y la toma como punto de partida de la demostración de

la existencia de Dios. Ahora es el turno de la idea de cuerpo, de la idea de materia. El objetivo del camino

trazado es llegar a explicar por qué podemos estar seguros de las investigaciones basadas en tal idea, esto

es, de las investigaciones de la Física. Es necesario, en lo que sigue, ver cómo Dios garantiza que a la idea

de substancia extensa y a las ideas de sus modos figura y movimiento les corresponden realidades

exteriores, esto es, que se trata de ideas verdaderas.

A continuación comienza el argumento ontológico de demostración de la existencia de Dios.

Y habiendo advertido que esta gran certeza que todo el mundo les atribuye,
no está fundada sino en que se las concibe con evidencia, siguiendo la regla
que anteriormente he expuesto, advertí que nada había en ellas que me
asegurase de la existencia de su objeto. Así, por ejemplo, estimaba correcto
que, suponiendo un triángulo, entonces era preciso que sus tres ángulos
fuesen iguales a dos rectos; pero tal razonamiento no me aseguraba que
existiese triángulo alguno en el mundo.
28. En este momento del desarrollo argumental de la filosofía cartesiana los motivos para considerar

falso todo menos el yo pensante y Dios siguen en pie. Dicho en términos de ideas: sólo respecto a la idea

del yo pensante podemos estar seguros de que representa algo real, de que es fiel representación de aquello

que se piensa en ella. De que la idea de Dios también es fiel representación de una realidad se puede estar

seguro por el argumento de proporcionalidad causal, y ahora por este nuevo argumento, denominado

ontológico.

Por el contrario, examinando de nuevo la idea que tenía de un Ser Perfecto,


encontraba que la existencia estaba comprendida en la misma de igual
forma que en la del triángulo está comprendida la de que sus tres ángulos
sean iguales a dos rectos o en la de una esfera que todas sus partes
equidisten del centro e incluso con mayor evidencia. Y, en consecuencia, es
por lo menos tan cierto que Dios, el Ser Perfecto, es o existe como lo pueda
ser cualquier demostración de la geometría.
29. Sobre el argumento ontológico de demostración de la existencia de Dios ver el apartado 2.5. (pág.

20) de los apuntes “Fª Moderna. Racionalismo…”.

Pero lo que motiva que existan muchas personas persuadidas de que hay
una gran dificultad en conocerle y, también, en conocer la naturaleza de su
alma, es el que jamás elevan su pensamiento sobre las cosas sensibles y
que están hasta tal punto habituados a no considerar cuestión alguna que
no sean capaces de imaginar (modo de pensar propiamente relacionado con

1
las cosas materiales), que todo aquello que no es imaginable, les parece
ininteligible. Lo cual es bastante manifiesto en la máxima que los mismos
filósofos defienden como verdadera en las escuelas, según la cual nada hay
en el entendimiento que previamente no haya impresionado los sentidos. En
efecto, las ideas de Dios y el alma nunca han impresionado los sentidos y
me parece que los que desean emplear su imaginación para comprenderlas,
hacen lo mismo que si quisieran servirse de sus ojos para oír los sonidos o
sentir los olores. Existe aún otra diferencia: que el sentido de la vista no
nos asegura menos de la verdad de sus objetos que lo hacen los del olfato u
oído, mientras que ni nuestra imaginación ni nuestros sentidos podrían
asegurarnos cosa alguna si nuestro entendimiento no interviniese.
30. Se dirige en este párrafo Descartes a aquellos que no aceptarían que se tomaran como principios de

la filosofía (Ver aclaración 11) la existencia de Dios y del alma, por no juzgar estas verdades en absoluto

evidentes ni demostrables. Esta posición la achaca Descartes al empirismo: la posición filosófica que afirma

que todas nuestras ideas provienen de la experiencia entendida ésta como contacto directo con el mundo a

través de los sentidos. Tanto para Descartes como para todo el Racionalismo la capacidad humana de

conocer, la razón, opera de modo tanto más efectivo cuanto menos esté obstaculizada por los datos de los

sentidos. La verdad teórica surge sólo del juicio de la inteligencia purificada de los sentidos, nunca del

mero material aportado por éstos (“ni nuestra imaginación ni nuestros sentidos podrían asegurarnos cosa

alguna si nuestro entendimiento no interviniese”). Este rechazo de la imaginación como facultad

cognitiva es propia de Descartes y con él de todo el Racionalismo.

En fin, si aún hay hombres que no están suficientemente persuadidos de la


existencia de Dios y de su alma en virtud de las razones aducidas por mí,
deseo que sepan que todas las otras cosas, sobre las cuales piensan estar
seguros, como de tener un cuerpo, de la existencia de astros, de una tierra
y cosas semejantes, son menos ciertas. Pues, aunque se tenga una

seguridad moral [seguridad del día a día] de la existencia de tales cosas, que
es tal que, a no ser que se peque de extravagancia, no se puede dudar de
las mismas, sin embargo, a no ser que se peque de falta de razón, cuando
se trata de una certeza metafísica, no se puede negar que sea razón
suficiente para no estar enteramente seguro el haber constatado que es
posible imaginarse de igual forma, estando dormido, que se tiene otro
cuerpo, que se ven otros astros y otra tierra, sin que exista ninguno de
tales seres. Pues ¿cómo podemos saber que los pensamientos tenidos en el

1
sueño son más falsos que los otros, dado que frecuentemente no tienen
vivacidad y claridad menor?
31. Los principios filosóficos que proponen los empiristas son los de la existencia del mundo y de los

objetos que contiene, pues confían en los datos que sobre el mundo nos aportan los sentidos. Pero

Descartes recuerda cómo en el segundo momento de la duda metódica han quedado en suspenso estas

supuestas verdades sobre la existencia del mundo exterior dada la imposibilidad de distinguir la vigilia del

sueño.

Y aunque los ingenios más capaces estudien esta cuestión cuanto les
plazca, no creo puedan dar razón alguna que sea suficiente para disipar
esta duda, si no presuponen la existencia de Dios.
32. Este es el inicio del tema de Dios como garante de la verdad del conocimiento: no podemos

tener seguridad teórica de la existencia del mundo a no ser que supongamos que Dios existe. La Física,

que es el estudio teórico de la materia, no tendría sentido sin esa suposición, pues. Pero la Física que a

Descartes le interesa no es la medieval, sino la nueva Física experimental y matemática, de ahí que

encamine su pensamiento en dirección a la garantía de la verdad de las ideas de figura y movimiento, toda

vez que esa nueva Física sólo considera en los objetos sus cualidades expresables matemáticamente: figura

y movimiento (Ver apartado 2.5. de los apuntes “Fª Moderna. Racionalismo…” [págs. 22-3]).

Pues, en primer lugar, incluso lo que anteriormente he considerado como


una regla (a saber: que lo concebido clara y distintamente es verdadero) no
es válido más que si Dios existe, es un ser perfecto y todo lo que hay en
nosotros procede de él. De donde se sigue que nuestras ideas o nociones,
siendo seres reales, que provienen de Dios, en todo aquello en lo que son
claras y distintas, no pueden ser sino verdaderas. De modo que, si bien
frecuentemente poseemos algunas que encierran falsedad, esto no puede
provenir sino de aquellas en las que algo es confuso y oscuro, pues en esto
participan de la nada, es decir, que no se dan en nosotros sino porque no
somos totalmente perfectos. Es evidente que no existe una repugnancia
menor en defender que la falsedad o la imperfección, en tanto que tal,
procedan de Dios, que existe en defender que la verdad o perfección
proceda de la nada. Pero si no conocemos que todo lo que existe en
nosotros de real y verdadero procede de un ser perfecto e infinito, por
claras y distintas que fuesen nuestras ideas, no tendríamos razón alguna
que nos asegurara de que tales ideas tuviesen la perfección de ser
verdaderas.

2
33. Recordemos lo dicho en el punto 19 de estas aclaraciones. Descartes concibe un orden jerárquico de

realidades culminado por Dios, el ser perfecto, situándose en el extremo opuesto la imperfección suma, la

pura nada. Dios no sólo es la cúspide de esta jerarquía, sino que toda realidad procede de él: las cosas no

tienen su ser por sí mismas, lo reciben de Dios.

Afirma Descartes que el criterio de verdad como claridad y distinción es válido sólo porque conocemos la

existencia de Dios en tanto ser perfecto del que toda realidad procede (“Pues, en primer lugar,… en

nosotros procede de él”). Dicho criterio es la pieza clave de todo el entramado filosófico de Descartes: la

primera regla del método, la clave para distinguir lo verdadero de lo falso y evitar el error. ¿Por qué tal

criterio ha de apoyarse en el conocimiento de la existencia de Dios como ser perfecto del que toda realidad

procede?

Al ser las ideas objetos pensados, objetos en el pensamiento, son también seres, realidades (hay que

recordar una vez más aquí que para Descartes el mundo está reduplicado, reproducido en el pensamiento).

Las ideas en tanto realidades proceden, como cualquier otra realidad, de Dios (“nuestras ideas o nociones,

siendo seres reales, que provienen de Dios”). En relación a nuestras ideas falsas encontramos que se deben

a nuestras imperfecciones, a las limitaciones de nuestras facultades de conocimiento y a nuestros errores

(“no se dan en nosotros sino porque no somos totalmente perfectos”). Falsas son las ideas “en las que algo

es confuso y oscuro”. Su falsedad consiste en que no les corresponde una realidad exterior al pensamiento,

no representan nada real. Las ideas falsas provienen de Dios, como todo ser, pero en lo que tienen de

imperfectas también “participan de la nada”. Las que están libres de estas imperfecciones, las “claras y

distintas”, son las que según el criterio de verdad de la claridad y distinción son verdaderas. Cuando la

idea es clara y distinta, entonces se presenta con evidencia, y esta evidencia es una fuerza que le impone a

la inteligencia el que acepte tal idea como verdadera.

Ahora bien, las ideas verdaderas, en tanto ideas, son perfectas, pues constituyen una reproducción fiel de

alguna realidad exterior al pensamiento. Como perfectas que son, las ideas verdaderas sólo proceden de

Dios, pues careciendo de imperfecciones, no participan de la nada, no deben nada a nuestras limitaciones

y a nuestros errores. Sólo proceden de Dios, y siendo Dios perfecto no puede haberlas puesto en la

inteligencia humana, y haberlas dotado de evidencia, para que aquélla se vea empujada a aceptarlas como

verdaderas, si realmente no lo fueran.

En resumidas cuentas, Dios no puede permitir que me engañe cuando acepto la fuerza con que las ideas

evidentes me imponen que las considere como verdaderas, esto es, que tenga por cierto que les corresponde

un objeto real exterior al pensamiento. Dios garantiza la verdad de la Física construida sobre el lenguaje y

las ideas matemáticas, únicas claras y distintas, únicas a las que les corresponde un correlato real en el

mundo material.

2
Por tanto, después de que el conocimiento de Dios y el alma nos han
convencido de la certeza de esta regla, es fácil conocer que los sueños que
imaginamos cuando dormimos, no deben en forma alguna hacernos dudar
de la verdad de los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos.
Pues, si sucediese, inclusive durmiendo, que se tuviese alguna idea muy
distinta como, por ejemplo, que algún geómetra lograse alguna nueva
demostración, su sueño no impediría que fuese verdad. Y en relación con el
error más común de nuestros sueños, consistente en representamos
diversos objetos de la misma forma que la obtenida por los sentidos
exteriores, carece de importancia el que nos dé ocasión para desconfiar de
la verdad de tales ideas, pues pueden inducirnos a error frecuentemente sin
que durmamos como sucede a aquellos que padecen de ictericia que todo lo
ven de color amarillo o cuando los astros u otros cuerpos demasiado
alejados nos parecen de tamaño mucho menor del que en realidad poseen.
Pues, bien, estemos en estado de vigilia o bien durmamos, jamás debemos
dejarnos persuadir sino por la evidencia de nuestra razón. Y es preciso
señalar, que yo afirmo, de nuestra razón y no de nuestra imaginación o de
nuestros sentidos, pues aunque vemos el sol muy claramente no debemos
juzgar por ello que no posea sino el tamaño con que lo vemos y fácilmente
podemos imaginar con cierta claridad una cabeza de león unida al cuerpo de
una cabra sin que sea preciso concluir que exista en el mundo una quimera,
pues la razón no nos dicta que lo que vemos o imaginamos de este modo,
sea verdadero. Por el contrario nos dicta que todas nuestras ideas o
nociones deben tener algún fundamento de verdad, pues no sería posible
que Dios, que es sumamente perfecto y veraz, las haya puesto en nosotros
careciendo del mismo. Y puesto que nuestros razonamientos no son jamás
tan evidentes ni completos durante el sueño como durante la vigilia, aunque
algunas veces nuestras imágenes sean tanto o más vivas y claras, la razón
nos dicta igualmente que no pudiendo nuestros pensamientos ser todos
verdaderos, ya que nosotros no somos omniperfectos, lo que existe de
verdad debe encontrarse infaliblemente en aquellos que tenemos estando
despiertos más bien que en los que tenemos mientras soñamos.
34. Concluye el texto con la resolución del segundo momento de la duda metódica: la imposibilidad de

distinguir la vigilia del sueño. Demostrada la existencia de Dios, y afirmado éste como garante de la

verdad de las ideas claras y distintas, ha de tenerse como vigilia el estado caracterizado por una mayor

2
cantidad y completad de razonamientos e ideas claras y distintas. Lo que no puede dejar de tenerse por

falsas son aquellas supuestas seguridades que se basen sólo en los sentidos.

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