en La Selva N K

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cheguevara

En la selva
Los estudios desconocidos del Che Guevara
A propósito de sus Cuadernos de lectura de Bolivia

néstorkohan

1
2
3
4
Nestor Kohan
Un intelectual orgánico

El papel del intelectual revolucionario de hoy no puede ser


otro que el de coadyuvar para que las masas oprimidas
tomen conciencia de su misión histórica como protago-
nistas de cualquier intento de emancipación. No puede
quedarse el investigador divagando en el sólo espacio de
la indagación o de la contemplación. Como dice Einstein,
sus conceptos deben bajar de sus campos olímpicos, pla-
tónicos para intentar develar su origen terrestre “para libe-
rarlos del tabú que llevan colgado”, lo cual implica en las
ciencias sociales transitar el barro de los mortales, apor-
tando en la conducción o en el impulso de la lucha, con-
tribuyendo con sus esclarecimientos a la comprensión de
las contradicciones de clase, en función de la justicia, el
decoro, la autodeterminación, la independencia y la liber-
tad.

En nuestro modesto concepto, el pro-


fesor Néstor Kohan es hoy en el con-
tinente uno de los investigadores que
representan al modelo de intelectual
orgánico ejemplar para las genera-
ciones de estudiosos y lucha- 1
dores que están arribando al
siglo XXI, y que creen posible
sobreponerse a esa nociva
especie de los intelectuales
institucionalizados, gerifaltes
domesticados por los impe-
rios y las oligarquías locales, que ningún compromiso tie-
nen con las luchas sociales y más bien, al son del dólar,
multiplican argumentos que pretenden imponer equivalen-
cias morales entre la legítima defensa de los débiles y las
acciones terroristas, ofensivas, de represión y expolio de
los imperios que no escatiman recursos para desplegar
sus ataques militaristas, terribles, sobre los países perifé-
ricos que se aventuran a defender o a buscar su indepen-
dencia.

Sin ambigüedades la teorización y la práctica científica y


militante del profesor Kohan hacen primar los valores y
el compromiso de lucha sin tregua, contra el sistema de
opresión y expolio que impera en el mundo, mostrando
un vínculo fuerte con diversas estructuras organizativas de
los pueblos en resistencia, y el camino de la emancipación
que significa el marxismo como filosofía de la praxis.

¿Un investigador, un docente…? Sí, eso es el profesor Ko-


han, pero no solo. Ante todo es un militante de la que toma
partido con radicalidad del lado de los revolucionarios; es
decir, del lado de quienes combaten por los intereses po-
pulares teorizando y actuando, tomando la práctica como
el criterio de la verdad.

Cuando hablamos de este estudioso del pensamiento, de


la historia y de la filosofía, necesariamente hay que mirar
-al lado de sus densas investigaciones y su amplia biblio-
grafía-, en su cotidianidad de maestro amigo, compañero
piquetero, marchante de barriada, acompañante de la pro-
testa estudiantil, pensador que razona, agita y motiva el
2 avance de los marginados que se esperanzan desde las
letras o el tropel en la posibilidad real del cambio revolucio-
nario. Por ello no es extraño conocerlo ya como catedráti-
co, ya como hombre sencillo con su mochila llena de libros
repartiendo luces por donde quiera vaya, en guagua o en
metro, en taxi o a pie; en una conferencia de académico o
en un mitin de solidaridad antiimperialista en alguno de los
actos internacionalistas del Movimiento Continental Boli-
variano de cuya Presidencia Colectiva hace parte…

Un amplio espectro de la llamada intelectualidad “progre-


sista” de hoy en día navega en las nebulosas de la abs-
tracción sin bajar al fango de los padecimientos de la so-
ciedad en la que viven las mayorías. Pero en el caso del
profesor Néstor Kohan, no ocurre así; fácilmente es iden-
tificable entre quienes en sus juicios y actos, expresan la
vivencia de su cotidianidad al lado de los oprimidos. Eso
significa ser militante, hacer parte activa del partido de los
pobres de la tierra, en su favor y beneficio dando el pro-
tagonismo fundamental a las masas. Y ello implica que
la condición del profesor Kohan se coloca como antítesis
de esa amplia franja de intelectualidad pseudo demócrata,
supuestamente de izquierda “neo-estructuralista” y “post-
moderna” que pulula en el mundo decretando el fin de la
lucha de clases y negando la posibilidad de que se pueda
erigir algún imperio como si no fuera un hecho el desma-
dre de las ofensivas colonialistas de varios de los países
del llamado primer mundo sobre Irak, Afganistán, Libia,
Palestina, diversas latitudes de la América latino-caribeña
y tantos otros lugares más.

La hegemonía ideológica del opresor también ha ido avan-


zando con sus ofensivas de rapiña, colonizando el pensa-
miento de una amplia franja de esa llamada intelectualidad
“progresista”, mediante financiamientos que garantizan la
sumisión y luego la mutua correspondencia en el plano del
enemigo, asumiendo sus conceptos y propósitos políticos
tras el taparrabo de la jerga de moda que adopte la ma- 3
noseada ciencia social construida por las oligarquías. Así,
una nueva generación de intelectuales ha surgido plegada
a los intereses del régimen imperial, del neoliberalismo,
amparada en centros, fundaciones, corporaciones de “in-
vestigación”, donde lo que impera es el interés individual
por posar, importantizarse, asegurar posición económica y
lugar en los cenáculos de las oligarquías desmarcándose
totalmente de todo lo que parezca herejía anticapitalista.
El intelectual orgánico ha sido reemplazado casi en gene-
ral por el intelectual institucional “cientista”, al fin de cuen-
tas ladrando en favor de sus amos imperiales.

Ello ha implicado la profundización de una verdadera gue-


rra de ideas que hay que sostener para derrotar las fala-
cias de los farsantes estipendiados por los opresores. Por
eso a nadie debe extrañar que realcemos a luchadores
como el profesor Kohan como estudioso del Che, tomando
como ejemplar su manera de asumir al guerrillero de Amé-
rica, al tiempo que aporta en la profundización y la práctica
del marxismo desde el plano de la crítica, sin temer a la
herejía frente al dogma y a enfrentar a los arlequines del
academicismo del engaño.

Nos hemos atrevido a decir que el profesor Kohan es una


autoridad en el manejo del pensamiento del Che Gueva-
ra, lo cual no es una exageración. Pues él como investi-
gador y docente de la Universidad de Buenos Aires, con
mucha autonomía intelectual se ha desenvuelto llevando a
la práctica su propia manera de entender la difusión ideo-
lógica y el estudio científico de los fenómenos y procesos
sociales. Así es como ha llegado a espacios como la co-
ordinación de la Cátedra Ernesto Che Guevara en el Co-
lectivo Amauta, y a la Escuela de Formación Política 22
de agosto “Héroes de Trelew”. Así es como ha llegado a
participar en la Escuela Nacional “Florestan Fernandez”
del Movimiento sin Tierra (MST) de Brasil, hasta ir cons-
4 truyendo su aporte teórico mediante un buen cúmulo de
libros escritos con sencillez y calado, sin arrogancia y con
importantísimos aportes a la enseñanza y difusión critica
de la teoría marxista y sobre la historia del pensamiento
revolucionario, que de mucho han significado al momento
de ejercer con juicio justo su posición de jurado en el doc-
torado de la UBA.

Entre sus libros más conocidos están: El Capital, historia


y método; Ernesto Che Guevara: el sujeto y el poder; En-
sayos sobre el marxismo argentino y latinoamericano, sus
diversos ensayos en los que piensa la realidad a contra-
corriente, y con sangre en las venas en esta gran casa de
las Américas.

Siendo uno de los más prestigiosos autores de los títu-


los publicados por Ocean Sur y brillante coordinador de la
colección “historias desde abajo” y miembro del Consejo
Editorial de la revista Contexto Latinoamericano, con hol-
gura entrega sus ideas como materia prima para que las
barriadas y la gente más humilde las tome como materia
prima de trabajo.

Su más reciente obra publicada en Caracas por Misión


Conciencia (2011) fue Nuestro Marx, que coetáneamente
con trabajos referidos a diversos autores marxistas como
V I. Lenin, Rosa Luxemburgo, Mariátegui o Gramsci, asu-
men, más recientemente, una visión sobre el pensamiento
de Bolívar y su vigencia en el ámbito de las luchas presen-
tes. Yendo de la filosofía a la poesía, de la literatura a la
política, de los espacios urbanos a la selva insurgente, del
justo realce a Roque Dalton o a la abnegación de Mario
Roberto Santucho a la crítica pertinaz contra Toni Negri
y los charlatanes del fin de la historia y las otras baratijas
de última hora, enriqueciendo el marxismo latinoamerica-
no con la reivindicación además de los más satanizados
revolucionarios de nuestros días: los insurgentes del siglo 5
XXI, sin guardar reverencias a la institucionalidad o a los
intereses de Estado. He ahí a un hombre valeroso y va-
liente al mismo tiempo, que pone por delante el decoro y
los principios, a las palabras claudicantes de quienes le
quitaron el fusil al Che como instrumento y vía, bendecidos
por la legitimidad, en la guerra justa por el establecimiento
de un orden social sin opresores ni oprimidos.

Con esta nueva obra titulada En la selva(Los estudios des-


conocidos del Che Guevara. A propósito de sus Cuader-
nos de Lectura de Bolivia), ciertamente el profesor Néstor
Kohan, al tiempo que enriquece la cátedra libre dedicada
al comandante insurgente, hace un formidable homenaje
al pensamiento revolucionario, e inaugura -con excepcio-
nal lucidez- una magnífica cátedra de dignidad acompaña-
da de auténticos ensayos de acción revolucionaria en el
campo de la guerra ideológica.

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7
8
Contenido

Prólogo a la segunda edición 15

En la selva 41

El Che, antítesis del hombre unidimensional 43

Guevara y el debate cultural 45


posterior al muro de Berlín
La palabra escrita en la racionalidad 51
política de la tradición marxista
Pensar y actuar desde las periferias 57
(o el eurocentrismo, enfermedad senil
de la teoría marxista)

Los Cuadernos de lectura de Bolivia 59


como “botín de guerra”

Las lecturas de Bolivia y el laboratorio mental del Che 61


Sus apuntes de Bolivia y la concepción 63
materialista de la historia

Los autores leídos 80


y analizados por el Che en Bolivia
9
Wright Mills, el marxismo 84
y la sociología crítica en Estados Unidos

La Revolución Cubana, Wright Mills 92


y la nueva izquierda norteamericana
La interpretación de Wright Mills 103
en la lectura del Che Guevara

El Che y su pasión 118


por la dialéctica

La dialéctica en el marxismo de Lukács 120


y la herencia de Hegel
La difusión de la obra de Lukács 135
en tiempos del Che Guevara
El joven Hegel de Lukács y la filosofía 145
marxista en la época de Stalin
Guevara lector de Lukács en Bolivia 155
Los escritos póstumos de Engels 163
El Che Guevara como biógrafo 167
de Marx y Engels
Guevara ante la obra 172
tardía de Engels

El Che y su lectura crítica 178


de los profesores soviéticos
 
León Trotsky, 195
el profeta como historiador
La Historia de la revolución rusa 197
de León Trotsky
León Trotsky, más allá de mitos, 201
insultos, sectas y capillas
Guevara y Trotsky, afinidades electivas, 202
10 convergencias y divergencias
El Che Guevara lector 217
de Trotsky en Bolivia

Fidel y el marxismo culturalista 227


en su lucha por la conciencia
El enigma de Bolivia 231
y la cuestión nacional inconclusa
de Nuestra América
Che Guevara: 246
¿Mártir suicida
o militante revolucionario?

Guevarismo un marxismo, 248


bolivariano
El Che y la revolución, 250
asignaturas pendientes

La crítica del Che a la economía política 253


Un comentario a los Apuntes críticos
a la economía política

¿Ética romántica contra el marxismo? 253


¿Ética y/o economía política? 254
Los planes de estudio para la crítica 258
de la economía política
El Che, Stalin y Mao en los Apuntes críticos 262
a la economía política
Guevara, Lenin y la NEP 266
Capitalismo, socialismo y etapismo 269
La invitación de Guevara y el programa de Marx 274

El Che Guevara y la filosofía 275


de la praxis

Humanismo y Antihumanismo teórico 277 11


La formación filosófica 280
La crítica al DIAMAT y al determinismo 288
Un socialismo no colonizado 295
Moral comunista y hombre nuevo 299
¿Portadores y soportes 303
o sujetos de la historia?
La teoría del valor, el mercado y el plan 304
Utópico y peligroso 310

La concepción política de la revolución 311


en el Che Guevara y en el guevarismo
Aproximaciones al debate sobre
el socialismo del siglo XXI

Nuevos tiempos de luchas y formas aggiornadas 311


de dominación durante la “transición a la
democracia” en el cono sur
La disputa por el Che Guevara en el siglo XXI 314
Discutiendo algunos equívocos 316
El proyecto político guevarista no nace 318
de una galera, sino de una caracterización
histórica de la sociedad latinoamericana
La revolución como proceso 323
prolongado e ininterrumpido
El espantapájaros del «foquismo» 324
(y la caricatura de Debray)
La política, la lucha de clases y la 329
confrontación político-militar
Niveles de lucha en la relación de fuerzas 331
entre las clases sociales
El análisis específicamente 333
político del guevarismo
12 Hegemonía y autonomía de clase 334
Rebeldías múltiples, colores diversos, 335
hegemonía socialista
¿Cambiar el mundo sin tomar el poder? 338
Lenin y la formación política (¡sí, Lenin!) 342
Lenin desde el marxismo latinoamericano 344
Che Guevara, Roque Dalton 345
y el leninismo latinoamericano
Pensar el poder y a los clásicos 351
del marxismo desde América latina

Guevara y la transición 359


al socialismo en clave política
«Razón de estado» 362
o revolución continental
Preguntas abiertas, respuestas posibles 363

Apéndice 369

Descripción de los Cuadernos 369


de lectura de Bolivia

Descripción del cuadreno verde 375


Descipción del cuaderno rojo 381
Descripción del cuaderno rosado 341

13
14
Prólogo

Por Jesús Santrich


Integrante del Estado Mayor de las FARC

Con el título El Che, antítesis del hombre unidimensional, inicia


el profesor Néstor Kohan (N. K.) su más reciente libro sobre el
comandante Ernesto Guevara, invitándonos al desafío de pensar
a este, nuestro partisano de talla universal, incitándonos a asum-
irlo, podríamos decir, en el sentido de dar un salto hacia den-
tro de nosotros mismos como primer acto que conduzca o que
indique, efectivamente, que hemos tomado partido en nuestro
tiempo histórico: el partido de la radicalidad de Guevara, a par-
tir de su pensamiento, su visión del mundo y su entonces, hasta
nuestra conciencia en el aquí y el ahora, en perspectiva de futuro
en libertad.

Todo el empeño es el de hacernos de la mano de un Che vivo,


liberado de las momificaciones, la iconografía muerta y los san-
torales inútiles. Andar el presente con él, reconociéndonos en
su condición de revolucionario, en su entramado de insurgente
anticapitalista, antiimperialista, que fustiga el burocratismo y la
inercia desde la subjetividad y la cultura socialista, sobre la que
enraíza absolutamente su esperanza.

Nos llama la atención N. K, en que el estudio del pensamiento


del Che es base para poseer un pensamiento contemporáneo que 15
esté a la altura de los retos que la necesidad de la emancipación
humana plantea en nuestra época; por lo que entonces, se susten-
ta como urgente e insoslayable la exploración de “las múltiples
dimensiones de su personalidad y las diversas aristas que sobre
él se crearon”.
Desde sus primeras páginas esta obra que destaca la condición
militante y comprometida de Guevara, subraya en la superación
que el pensamiento del revolucionario argentino, nuestrameri-
cano, había logrado ya en los finales de los años 60 del siglo
pasado, respecto a “todo lo que la vieja izquierda ya no podía of-
recer”, y alude de manera directa a su coherencia entre el decir y
el hacer, su rechazo a la doblez en el discurso y la moral, al cues-
tionamiento radical de las llamadas “razones de Estado” que se
anteponen al desenvolvimiento del internacionalismo solidario,
de la creatividad popular y osifican al socialismo con sus cargas
de nocivo burocratismo y estúpidas pretensiones de uniformar el
pensamiento.

En la Selva, se titula este nuevo libro del profesor N. K. que


hemos encontrado en las páginas de internet en su reciente prim-
era edición, y que tiene la particularidad de ser una exquisita re-
flexión sobre aspectos de orden económico, filosófico, ideológi-
co, etc., pero que se desenvuelve como importante complemento
y referencia de un cuerpo principal constituido por una fuente
primaria inédita, que saca a la luz pública: son los escritos elab-
orados en Nancahuazu por el comandante guerrillero Ernesto
Guevara de la Serna, durante los días previos a su muerte física
en Bolivia.

Con no menos importancia que el Diario de campaña en Bolivia


(1968) de nuestro querido Che, sus cuadernos y libretas de notas
manuscritas que, hasta donde sabemos, estaban inhumadas en
los anaqueles del ejército boliviano, son traídos por el profesor
Kohan al siglo XXI, luego de más de cuarenta años de su elabo-
ración, con toda su ingente carga de fundamentos y pertrechos
16 ideológicos, plenamente vigentes y necesarios para proseguir las
luchas por la emancipación, tanto en el campo de batalla militar
como en el terreno de la guerra de las ideas contra la opresión
oligárquica e imperial que amenaza con la destrucción del orbe.

Los apuntes hechos por el Che sobre los autores y materias que
abordó, sentando valoraciones teóricas y principios de acción
revolucionaria, esbozan fundamentos que validan la concepción
materialista de la historia, de los procesos de desarrollo social,
dándole sustento mediante la teoría marxista crítica, o al menos
en franca contradicción con la ortodoxia torpe que no permite
pensar desde la propia realidad el desenvolvimiento de las accio-
nes de las masas, que en determinadas circunstancias requieren
de los revolucionarios marchar por vías y formas que implican la
legítima violencia en favor de los oprimidos.

Sobre los que ahora pasan a llamarse para conocimiento del pú-
blico, Los cuadernos de lectura de Bolivia, el profesor Nestor
Kohan realiza una exhaustiva investigación hermenéutica que
despeja con profundidad los aspectos nodales de la concep-
ción marxista del comandante Guevara, exponiendo de manera
muy didáctica sus estudios hasta ahora desconocidos respecto
a autores y temas clásicos de economía y filosofía política, en
contraste contextualizado en modo, tiempo y lugar de unos y
otros, dentro de un derrotero de debates que marcaron el desen-
volvimiento de la teorización socialista, en vida del Che, durante
el pleno desarrollo de grandes proyectos de ordenación social
anticapitalistas en lo que fuera la Unión Soviética y la China de
Mao. Se revela en ello el carácter crítico, sesudo, autónomo y de
acertada prospección en el análisis, del comandante guerrillero.
Tempranamente él, aún a tiempo de rectificación, se atrevió a
cuestionar –fundamentado en sus lecturas y observaciones direc-
tas- el dogmatismo, las arbitrariedades y desaciertos de influy-
entes sectores de la dirigencia política que en aras de la defensa
del marxismo y de la construcción del comunismo, erigieron ca-
tecismos ideológicos “oficiales”, atrapados, de una u otra forma,
en el burocratismo, el revisionismo y la decadencia acrítica de un
pensamiento desfigurado y momificado, castrador de la creativi- 17
dad de las masas, que según los pronósticos del Che terminaría
abriéndole camino a la restauración capitalista.

Los cuadernos de lectura de Bolivia, sintetizan las reflexiones


y los proyectos investigativos que en torno al marxismo estaba
desarrollando el Che, a pesar de las condiciones difíciles de su
vida guerrillera en los Andes suramericanos. Pero aún siendo
profundos sus apuntes, se puede decir que se trata apenas del
esbozo general, del esquema primario digamos, plasmado por
un estudioso en capacidad de aportar inimaginables ideas orig-
inales desde su condición de combatiente revolucionario, a la
elaboración de una obra teórica que fuera en coincidencia con
las realidades que mostraba el desenvolvimiento del movimiento
revolucionario a nivel mundial, asumiendo sus aciertos y desa-
ciertos, como una práctica meritoria para quienes construyen
el socialismo. Esta inquietud no se iniciaba recién en Bolivia,
sino que venía procesada desde su temprana edad adolescente,
que fue cuando por primera vez tuvo contacto con el marxismo;
solo que ahora tenía consigo la madurez de una meditación que
había sobrepasado lo meramente especulativo y se afianzaba en
las convicciones alimentadas en los estudios de los clásicos, El
Capital, la concepción materialista de la historia, la filosofía de
la praxis, etc. y se afincaba en la experiencia viva de un hombre
integral…, un intelectual orgánico.

El profesor Néstor Kohan no desaprovecha sus explicaciones


para insistir en que tuvieron que pasar dos décadas desde la
muerte del Che, para que pudieran aflorar facetas muy impor-
tantes de él, como la de ser un profundo “estudioso del capital-
ismo, analista de las dificultades de la transición al socialismo,
teórico de los problemas de la revolución mundial y polemista
al interior del marxismo”, apuntando además en este trabajo que
N. K. considera continuación de otros estudios, que luego de cu-
atro décadas del asesinato del comandante insurgente, es que se
comienzan a explorar y debatir en serio estas nuevas dimensio-
nes de la personalidad del Che como “estudioso sistemático del
18 marxismo, lector de los clásicos del pensamiento social y apasio-
nado explorador de la literatura revolucionaria”. Es nuestro Che,
combatiente guerrillero y pensador radical, precisa, insistiendo
en la exploración de esta última dimensión por lo escasamente
conocida, y que requiere de seguir sacando a la luz los pálpeles,
apuntes, elementos diversos que han permanecido ocultos o in-
éditos cuando el campo cultural del socialismo y la praxis rev-
olucionaria tanto requieren de nuevas herramientas de lucha,
como lo son estas noticias sobre Guevara.

Y precisamente en referencia a este último asunto que toca con el


debate cultural, N. K. dedica un buen tramo de sus meditaciones
cuando se refiere a Guevara y el debate cultural posterior al
muro de Berlín: “Derrumbada la Unión Soviética y toda la gal-
axia ideológica que —infructuosamente— intentaba legitimarla,
el pensamiento socialista mundial sufrió un cimbronazo hasta la
raíz”, dice, agregando que el golpe fue sensible no solamente
para las corrientes de pensamiento pro-soviético más tradicio-
nal sino también para muchos de los críticos de las experiencia
políticas del Este europeo. Y es este el preámbulo para explicar
que la caída del llamado “socialismo real”, poco socialista según
nuestro autor, produjo una retirada ideológica que si no fuera por
lo trágica sería risible, sobre todo porque muchos “antiguos es-
talinistas recalcitrantes, ayer furiosos dogmáticos e impiadosos
inquisidores de cuanta “herejía” encontraban a su paso, se refu-
giaron rápidamente bajo el regazo protector de la socialdemoc-
racia (cada vez más neoliberal y menos socialista)”. Conversión
que derivó hacia una ofensiva anti-leninista y contra la mejor
herencia del bolchevismo, tildando de autoritaria y jacobina la
revoluciona de octubre, o expresando que la caída de la URSS
se daba porque su dirigencia no había respetado el “desarrollo
normal y evolutivo de las fuerzas productivas...”, repitiendo el
recetario de los dogmas productivistas, etapistas y evolucionis-
tas, con su habitual fetichismo de la tecnología.

Con estas reflexiones, el profesor Kohan hace un inventario más


o menos pormenorizado de aquellos transformistas que abdic-
aron para pasar a engrosar las filas de los postmodernos y de los 19
mansos posestructuralista que decretaban “la muerte de la dialéc-
tica”, los que hacían coro a los arrepentimientos “izquierdistas”,
volviendo a la conocidísima práctica tontivana de “balbucear un
par de frases contra Hegel”, como santo y seña o guiño frívolo,
que les permitiera acceder a los cócteles y ágapes de la industria
cultural, puntualiza N. K. para de inmediato ir a fondo contra
los arrepentidos, traidores digamos, que hacen pandilla de opor-
tunismo con los antiguos derechistas que en tiempos recientes
repiten sin vergüenza alguna con T. Negri, que “el imperialismo
era cosa del pasado”, o que “Los Estados Unidos no constituyen
—e, incluso, ningún Estado–nación puede hoy constituir— el
centro de un proyecto imperialista”, mientras los Halcones mili-
taristas yanquis desbocan toda su agresividad ó, en términos de
Carlos Tupac, su pedagogía del terror, que le garantice, en medio
de su crisis estructural capitalista, la depredación del planeta.

En el desfile de los conversos que fotografía N. K. en su obra


entran los vasallos del “fin de las ideologías”, la nueva derecha
intelectual “que pretendía aplacar con perfume francés el olor
ácido de la comida vieja recalentada”, los que como Heinz Di-
eterich o con él, afirmaron el absurdo de que “La URSS cayó
por falta de conocimientos matemáticos”, los que sin remedio se
abalanzaron a la recreación de los antiguos dogmas positivistas
del “socialismo científico” que ven en el genoma su tabla de sal-
vación, los autodenominados “marxistas analíticos”, o neoposi-
tivistas renovados que naufragan en las variantes de la filosofía
analítica del lenguaje, en la determinista teoría de los factores
económicos…, a los que concomitantemente les apareció tam-
bién el multiculturalismo.

Estados Unidos ofreció sin pérdida de tiempo, nos explica N. K.,


los productos teóricos que le permitieran relevar lo que ya no le
servía, implementando becas, subsidios y dinero suficiente para
que la Academia norteamericana y sus satélites incorporaran, de
manera muy particular, la teoría crítica de la escuela de Frank-
furt y las reflexiones gramscianas, respecto a la hegemonía cul-
20 tural del molde que consideran inofensivo, aséptico, moderado y
políticamente correcto de “los estudios culturales”: se trataba del
mencionado multiculturalismo.

Ante la presencia de la crisis de los dogmatismos estalinistas ase-


diados por las baratijas ideológicas representadas por el posmod-
ernismo, el posestructuralismo, el neopositivismo o el multicul-
turalismo entre otras insuficientes y también fracasadas respues-
tas teóricas a los problemas del desarrollo social, se extiende, pi-
ensa N. K. un amplio horizonte cultural y filosófico “que permite
registrar socialmente las sugerencias, las búsquedas teóricas y
los interrogantes políticos del Che, instrumentándonos con ar-
gumentos que pueden ayudar a indagar y precisar el significado
del denominado “socialismo del siglo XXI”, cuyos contenidos
precisos todavía están por elaborarse.

Y he aquí, entonces, cómo desde el pasado, remozado en su just-


eza y temple, nos viene el pensamiento de Guevara para romper
con los nuevos espejismos en los que se esconden los viejos tru-
cos de mago de los explotadores. La concepción humanista del
socialismo, el proyecto de revolución mundial, antimperialista y
comunista, que fueron causa y motor del accionar de Guevara, ir-
rumpen en su sentido de rebelión permanente contra la opresión
y, como explica el profesor Kohan, “como una rebelión perma-
nente contra todas las formas de opresión y una revolución inin-
terrumpida de las relaciones sociales, las instituciones políticas y
las subjetividades históricas”.

Guevara entonces, se erige en símbolo vivo del marxismo y de


la filosofía de la praxis que empuñando el fusil de los oprimi-
dos con más determinación y convencimiento que en todos los
tiempos, hace fulgir su pensamiento y sus banderas socialistas,
avanzando en la universalización de las rebeliones contra la ex-
plotación y contra toda dominación. Guevara se nos presenta,
digamos, como el guerrillero de la vanguardia que va indicando
la ruta para que entre todos avancemos, machete en mano abrien-
do la trocha, explorando posibilidades, sorteando acantilados, y
escabrosas peñas, pantanos y manigua, zarzales y cañadas, los 21
laberintos urbanos de la desigualdad y la miseria, los problemas
de la contemporaneidad…, siempre avanzando en ese rumbo que
es el del comunismo del siglo XXI.

Vale decir que no siempre lo viejo es obsoleto y anacrónico,


y lo nuevo revolucionario. Ahora, por ejemplo, nos aparece el
marxismo del barbudo de Tréveris en reflexiones del Che que
fueron escritas hace cuarenta años, presentadas y analizadas por
el profesor Kohan, valiéndose de los antiguos manuscritos origi-
nales en los que el comandante guerrillero esboza su crítica de la
economía política, sus planes para estudiar filosofía. Esta fuente
documental cubierta por la pátina del tiempo sin que estuviera
a la vista de todos ya por los avatares del destino o por obra de
alguna mano que los pretendía ocultos, se suma al pensamiento
como material revolucionario, que sin duda servirá de poderosa
almádana para demoler los dogmas tradicionales y las nuevas
bagatelas ideológicas de última hora, multiculturalistas o con el
nombre que quieran disfrazarse.

N. K. nos recuerda las palabras de Lenin cuando dice que “sin


teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario”. Ac-
ertado razonamiento este si militamos con la idea de que la teoría
no puede convertirse en recetario dogmático. Así, entonces, la
talla de revolucionario del Che se crece más y más cuando ob-
servamos en detalle, mediante esta obra, que él hizo sus propias
meditaciones oponiéndose a la colonización del pensamiento, a
la subordinación al eurocentrismo, interpretando la teoría y teori-
zando según sus vivencias y análisis, sin temer al debate ni a la
crítica, tal como tiene que hacerlo todo revolucionario si se qui-
ere contribuir realmente al enriquecimiento y depuración de la
cultura y si se le quiere otorgar a la teoría y a la ideología el lugar
privilegiado que merece en el conflicto de clases, tal y como lo
apunta N. K., sin que más allá de la autoridad de quienes la han
ganado en la arena y la abnegación, se pierda la preeminencia de
un tipo de argumentación política asentada en fundamentaciones
que pretenden estructurarse sobre una base racional.
22
Razón tiene el profesor Kohan cuando hace este llamado y re-
sume diciendo que “Desde los manifiestos de la Asociación In-
ternacional de los Trabajadores (AIT) de Marx y Engels hasta las
declaraciones de La Habana y los llamados de la Organización
Latinoamericana de Solidaridad (OLAS); desde las proclamas y
medidas de la revolución mexicana de Villa y Zapata, pasando
por la revolución de octubre de Lenin y Trotsky, hasta la revolu-
ción cultural china de Mao Tse-Tung; desde el 68 europeo hasta
el Programa Agrario de los guerrilleros colombianos y otros
documentos fundacionales de la insurgencia latinoamericana y
caribeña; desde los documentos zapatistas hasta los manifiestos
contra el neoliberalismo, etc., etc. A todo lo largo de esa pro-
longada secuencia histórica de rebeldías, insurgencias y rebe-
liones organizadas, la palabra, principalmente escrita, adquiere
un papel central. Junto a la indignación ética que conduce a la
acción militante, y al lado del mito convocante (analizado en
su época por José Carlos Mariátegui como una idea-fuerza que
aglutina a las masas y unifica sus voluntades dispersas), la pal-
abra razonada adquiere en la tradición revolucionaria del marx-
ismo un protagonismo inocultable”.

En este trabajo que se mueve entre la hermenéutica y la histo-


ria, el profesor Néstor Kohan, al tiempo que se identifica con el
pensamiento del Che y trae a relación elementos que ayudan a
encontrar las raíces más subterráneas de sus juicios, valoraciones
y planteamientos, aborda con objetividad los criterios de los au-
tores y temas que son tratados por el comandante, abriendo pre-
cisos datos biográficos e informaciones esenciales que permiten
al lector tener a mano pistas fundamentales para la interpretación
propia o la investigación más profunda, si se quiere proseguir
ahondando respecto a aspectos de la historia de las ideas, tan
complejos, como la crítica del Che a la economía política, su
visión frente a la filosofía de la praxis o a la concepción política
de la revolución, o sobre el sinuoso debate entre estalinismo y
trotskismo, o los juicios sobre la teoría del valor, o el asunto de
los marcos conceptuales que deben primar en el desarrollo revo-
lucionario en Nuestra América, más allá de lo que erróneamente 23
impusieron las visiones eurocéntricas heredadas del “marxismo”
ortodoxo, por ejemplo.

La interpretación que nuestro autor hace de los apuntes del Che,


en tanto al mismo tiempo transcribe fielmente lo escrito por el
comandante, deja la plena posibilidad de hacernos a una propia
idea de aquellas reflexiones; pero más allá de concretar la publi-
cación de una importantísima fuente primaria, hace todo un es-
fuerzo por encontrar su sentido y sus finalidades, en procura del
significado y la comprensión, quizás dentro de esa concepción de
Wilhelm Dilthey que indicaba que todo saber debe analizarse a la
luz de la historia para superar la parcialidad que el conocimiento
y el entendimiento tienen fuera de ella.

¿Hay, entonces en este trabajo un intento de reconstrucción psi-


cológica, o el suministro de las pistas para que el propio lector
encuentre la intención original del comandante guerrillero en sus
escritos de Nancahuazu? No es del caso dar una respuesta con-
cluyente; no obstante, es indudable que se percibe en el conjunto
de la investigación, interés marcado y legítimo por asir los sen-
timientos y las prospecciones del Che, de la manera más clara y
fidedigna, colocándose en su tiempo y lugar, en su circunstancia
de lucha, en sus convicciones más arraigadas…, en función de
mostrarnos en su máximo esplendor el acto creador, sin caer en
excesos de fe y colocando sobre la mesa el problema del análisis
crítico de las ideas como tema de inquietud y práctica por parte
de los revolucionarios.

Ahora bien, en este asunto de la crítica en el plano de la empatía


- pues se trata de abordar los escritos de un revolucionario con
el que el profesor Kohan no sólo tiene identificación ideológi-
ca sino afectiva, como bien la debe tener todo revolucionario-
donde se pudiese correr el riesgo de perder la objetividad, en
la obra se mantiene suficientemente la dialéctica de la creación,
demostrándose que sí es posible hacer el análisis crítico de un
hermano de lucha como lo fue el Che con sindéresis, sin devo-
24 ciones irrestrictas. Sí es posible tomar el lugar del otro, asumir su
interioridad, sin llegar al extremo de terminar viendo la realidad
sólo a través del autor que se analiza, sin que ya medie formula
de juico alguna diferente a la fe y la autoridad que se tenga o
se perciba en él, demarcando una situación en la que incluso la
pérdida de objetividad no sólo consista en identificarse con unas
ideas por estar poseído por los afectos, sino también cuando se
llega al extremo de atribuir a ese autor nuestros propios puntos
de vista, hasta llevarlas al quebradizo pedestal de las verdades
revelada y absolutas, que es de alguna manera la enfermedad
que padecen muchas ortodoxias y metafísicas “marxistas”, tan
criticadas por Guevara.

Valga decir que en su obra, el profesor Kohan no asoma preten-


siones por dejar establecidos interpretación y juicios definitivos,
pero sí sugiere un método de análisis crítico y comparativo de
interpretación y comprensión que implica tomar en cuenta las
relaciones mutuas que existen entre la parte y el todo, y la impor-
tancia que reviste en una investigación, la experiencia y el análi-
sis del conjunto. Por ello, cuando explica la manera como ha de
tratar los cuadernos de la selva de Nancahuazu, desde un prin-
cipio aborda la biografía intelectual de los autores examinados
por el Che en Bolivia, tratando de rastrearle la historia política a
cada uno, los debates y polémicas en los que se enmarcaron sus
producciones…, todo con la mira puesta en “reconstruir rigu-
rosamente” el pensamiento del Che, con un objetivo nodal que
no se oculta: que nos sea útil en las nuevas batallas ideológicas.
Ello le implicará al profesor Kohan, y así lo asume, hacer pre-
vio esclarecimiento del entorno político, ideológico, biográfico e
histórico, de los argumentos del Che y de los de los autores que
él estudia, como única manera –según sus propias palabras- de
comprender a fondo sus elecciones bibliográficas, sus reflexio-
nes políticas y sus balances teóricos.

N. K. resalta en su libro la reivindicación que hace el Che, en


la práctica y en su pensamiento, con enorme conocimiento de
causa, de la necesidad de la lucha armada en la búsqueda de un
orden social justo que favorezca a los oprimidos y vilipendiados 25
del mundo, tal como lo demuestra su presencia guerrillera en
Bolivia y sus teorizaciones plasmadas en los cuadernos verde,
rosado y rojo de la selva, los cuales coloca ahora en manos de
los revolucionarios del presente, dejando bien claro que no fue
el comandante insurgente un suicida inútil “con ideas simpáticas
pero que no sabe nada de política”, que no fue “el tipo solo, ais-
lado, derrotado, sin perspectiva de futuro, abandonado por todo
el mundo, por su familia y por su corriente política”, como es la
imagen falsa que pretenden mostrar algunos de sus pseudo-bió-
grafos, mercachifles de la “literatura” política, que propalan la
idea del mártir que los marxistas necesitan para redimirse de su
“pecaminosa” conducta anticapitalista. Lo que en verdad repre-
senta y efectivamente es el Che, lo que reconocemos plenamente
en él los guevaristas de las FARC, tiene que ver con las posibili-
dades reales de un futuro en libertad, que sólo se conquista me-
diante la lucha, tal como la asumió y por la que entregó su vida,
consecuente con su máxima de ser un hombre que actúa como
piensa; es decir, coherente en la praxis revolucionaria compro-
metida, de militante genuinamente marxista, que optó por una
forma y una vía de acción legítima y acertada respecto a las
condiciones que impone la lucha de clases en Nuestra América.

No es del caso, ahora, repasar la crítica del positivismo histórico,


pero si decir que una investigación como la que en esta ocasión
aborda el profesor Néstor Kohan, centrada en el pensamiento del
Che Guevara, no podría estar nunca bajo el hielo de aquellas
concepciones o planteamientos que pretenden pseudo-neutrali-
dad valorativa, que atienden exclusivamente a los hechos y de-
satan cronologías supuestamente objetivas con inclusión de una
pretendida relación causal entre ellos. La atención a las estructu-
ras internas de la sociedad que lleva implícita esta obra, es quizás
desde antes de la escuela de los Annales, una preocupación del
marxismo. Lo económico, lo cultural, las relaciones sociales…,
son factores que el marxismo asume en el plano de la hermenéuti-
ca, como necesarios, para abordar con rigor científico la historia,
más allá del registro inventariado de los simples acontecimien-
26 tos. De hecho, el método histórico de interpretación, que cruza
el presente trabajo, son consustanciales a su enfoque marxista.
Así va el profesor Kohan, con su verbo escarbando en la me-
moria, buscando para esclarecer y no para manipular. Es como
si nos llevara de la mano hasta Nancahuazu, para ahí adentrar-
nos en el rico escenario del pensamiento; en este caso, en primer
lugar, el pensamiento del Che Guevara durante un momento
histórico específico, que muestra los aspectos de mayor perma-
nencia, caracterizadores de los fundamentales rasgos conceptu-
ales también marxistas del comandante guerrillero. Hacia allá
nos transporta para desde esa atmósfera, iniciar el examen de un
pensamiento de ayer que en la medida en que lo reconocemos
de palmo a palmo va moviéndonos, como por entre un túnel de
tiempo y conceptualizaciones que están en espléndido debate,
con diversas otras teorizaciones sociales, al reconocimiento de
un pensamiento plenamente actual, y fundamentalmente vigente
para asumir la guerra ideológica del presente.

En este minuto, mientras las cadenas noticiosas internacionales,


- la mayoría de ellas al servicio del imperio estadounidense y
sus cómplices miserables entre los que se cuenta la ONU-, trans-
miten con beneplácito el ataque de sus fuerzas re-colonizadoras
contra el pueblo libio; en este momento en que esas mismas ca-
denas que ya antes han justificado la invasión de saqueo a Irak y
Afganistán, transmiten los bombardeos fascistas, inmisericordes,
criminales, contra la palestina Franja de Gaza…, todo propiciado
e impulsado por el gobierno yanqui presidido por un criminal
al que el Storting noruego no tuvo sonrojo siquiera en otorgarle
el ya depreciado Premio Nobel de Paz, pensamos que acudir a
la memoria histórica, sobre todo cuando se trata de retomar el
pensamiento y el ejemplo de la lucha emancipadora, es una labor
invaluable.

Siempre hará falta quien con dignidad, honradez ideológica y


compromiso revolucionario, retome fuentes, critique argumentos
de distorsión y engaño, rompa ocultamientos dolosos y silencios
cómplices…, o sencillamente multiplique la voz de la justicia a
través de las páginas de la historia. En tal sentido, siempre harán 27
falta personas, investigadores e intelectuales, como el profesor
Néstor Kohan, por ejemplo, quien ahora nos lleva al escenario de
las ideas críticas del Che, en un período en que la ortodoxia casi
tenía secuestrado al pensamiento revolucionario.
Desde la tinta de los manuscritos insurgentes de Nancahuazu,
nos muestra N. K. el camino del libre pensamiento exegético
que tanto requiere la lucha, y que fuera el que siempre anduvo
el Che indicando la nocividad del manualismo, del sectarismo,
del seguidismo, de la falta de creatividad para la construcción
del socialismo, poniendo de manifiesto la urgencia de pensar con
nuestras propias cabezas.

Al respecto, traer al Che en sus lecturas de la selva boliviana


y armonizarlo con sus consideraciones de otros momentos, es
abordar incluso, el asunto de aquellas extraviadas prácticas en
que se suele meter la obra de Marx, o aspectos de las libertades
que se permiten los “marxólogos” diletantes en cuanto a abordar-
lo sin rigor y a la luz de lo que otros han dicho de él en manuales
o tergiversaciones.

En el caso del Che, el marxismo es estudiado y pensado desde


Nuestra América, reivindicándolo sin vana veneración; criticán-
dolo sólo si hay razón, información y argumentos para hacerlo
y tachando también a quienes desde el “marxismo” falseado han
montado ortodoxias desprestigiantes para esta visión del universo.

Obviamente, el Che tampoco aborda el marxismo adulándolo


con la admiración absoluta de sus postulados, ni dando excelen-
cia descontextualizada a cada cosa que el pensador alemán pu-
eda haber dicho; pues esta ha sido también una de las formas de
desvirtuar a Marx y deformar y estancar al marxismo. Así, contra
este proceder es que actúa Guevara, lo cual es muy bien susten-
tado por el profesor Kohan cuando contextualiza sus opiniones
y a los autores que el Che aborda en sus lecturas, dándonos una
visión más o menos amplia de sus puntos de vista a la luz del
28 tiempo y las circunstancias en que lo dijeron; incluso cuestion-
ando rigurosamente al stalinismo y a quienes desde esa perspec-
tiva, a nombre de un supuesto pensamiento “oficial” marxista,
defendieron al marxismo desfigurando el marxismo. Cosa que,
como diría el mismo Marx, “le honra y avergüenza demasiado al
mismo tiempo”.
Quizás le habría tocado a Marx escribir tratados interpretativos
de sus mismas obras para eludir tanta tergiversación a que ha sido
sometido, en cuyo caso cuánto de su herencia no hubiésemos
perdido por cuenta del tiempo desperdiciado en esa labor de so-
bre-esclarecimientos. Pero negándose a que lo transfigurara en
formulador de recetas infalibles y verdades inamovibles, bien
atinó a decir su famosa frase “yo solo sé que no soy marxista”.

A lo mejor al Che también le habría tocado decir que si de eval-


uar todas las tergiversaciones que se han levantado respecto a
su pensamiento se trata, él tampoco es guevarista. Para el caso,
afortunadamente el profesor Néstor Kohan, sin duda uno de los
más profundos y dedicados estudioso del pensamiento del Che
Guevara en América Latina, verdadera autoridad en la materia,
afincado en su vasto conocimiento de la vida y obra del Héroe
de la Higuera, en esta oportunidad no sólo nos trae una fuente
primaria a conocimiento, sino que la envuelve en el entorno fi-
losóficas, económicas, históricas, de emotividades, etc., que le
habían rodeado en aquellos difíciles días, logrando un panorama
claro de la inmensa condición integral del revolucionario como
combatiente y pensador, como teórico y hombre de acción; es
decir, un revolucionario de la praxis, al que muchos de sus su-
puestos biógrafos no quieren ver en su real grandeza humana
sino en una prefabricada y tendenciosa condición de aventurero
romántico, casi desligado del marxismo, al que tanto contribuyó
a alimentar desde su voz crítica y creadora.

Wright Mills (1916-1962), es el primer autor abordado por el


Che y que N. K. presenta de manera extensa iniciándolo con una
referencia al marxismo y la sociología crítica en Estados Unidos. 29
Explica, cómo en Bolivia el Che Guevara lee detenidamente,
transcribe largos párrafos y reflexiona sobre Los marxistas, que
es una antología del intelectual estadounidense, sobre cuya obra
el comandante llega a concluir que se trata de “un libro útil por
la amplia y bastante imparcial colección de citas. Las opinio-
nes del autor están teñidas de un anti stalinismo senil, de tipo
trotskista; aunque algunas opiniones son justas y agudas, carece
de profundidad y solo se limita a dejar constancia del hecho, o
hacer suposiciones superficiales es una clara muestra de la in-
telectualidad liberal de la izquierda norteamericana”.

Entre la diversa temática unas veces detalladas, otras sólo aludi-


das por el Che, el profesor Kohan coloca prolijos aspectos teóri-
cos que esclarecen la lectura. Aborda en algún momento, por
ejemplo, el asunto de la pasión del Che por la dialéctica marxista
sin descuidar su preocupación por la historia del pensamiento
dialéctico anterior a Marx, por la génesis de la lógica dialéctica
y su relación con la lógica formal, entre otros asuntos, remontán-
dose al momento en que pudo haberse despertado el interés del
líder guerrillero por el tema, hasta desembocar en que la búsque-
da de una forma de continuar sus estudios sobre la dialéctica es
lo que lleva al Che a incursionar en la obra de György Lukács
(1885- 1971), como uno de los grandes pensadores marxistas del
siglo XX y uno de los máximos conocedores de Hegel dentro de
esta tradición política.

El profesor Néstor Kohan aporta una biografía y conceptu-


alización sobre los aspectos principales de la obra de Lukács
despejando incógnitas sobre la vida llena de vicisitudes de este
encumbrado pensador. Expone, entonces, en su título La di-
aléctica en el marxismo de Lukács y la herencia de Hegel, su
opinión respecto a éste revolucionario húngaro, al que considera,
junto con el italiano Antonio Gramsci, a uno de los principales
filósofos marxistas de todo el siglo XX a nivel mundial. Pero de
manera cruda y realista el profesor Kohan hace sus reflexiones
sobre las teorías del mencionado militante comunista rememo-
30 rando amargamente los juicios de Moscú.

En todo ello, redunda N. K., para referirse ya sobre los apuntes


del Che, especialmente, a la interpretación y reinterpretación
de su admirada dialéctica de Hegel y, en particular, en El joven
Hegel, que es el libro que leyó el Che Guevara en Bolivia, pre-
cisando en que es probable que la lectura de El joven Hegel y los
problemas de la sociedad capitalista, hubiese respondido más a
una preocupación por introducirse rigurosamente en el estudio
de Hegel y la dialéctica, que por seguir los pasos del itinerario
intelectual del militante comunista húngaro.

Dice N. K. que quizás como en la conclusión del Che Guevara


sobre El joven Hegel, identifica como una de las tesis más sug-
erentes de Lukács aquella donde vuelve una y otra vez sobre la
conocida fórmula de la “inversión de la dialéctica”. Y “Siguien-
do a Lukács, Guevara escribe en sus conclusiones sobre el libro
que “la dialéctica hegeliana no es sólo la inversa de la material-
ista”. Una aproximación que marca distancia frente a la vulgata
marxista de los manuales y sus fórmulas groseramente simplifi-
cadas sobre la génesis del DIAMAT (Hegel dado vuelta + Feuer-
bach = Marx)”. Lo cual denota que desde antes de Louis Althuss-
er o de Galvano Della Volpe, ya Lukács había formulado en 1938
la advertencia metodológica aludida, según concluye el Che.

Aunque el Che establecía distancia respecto a las remisiones


clasistas de Lukács, que –según el profesor Kohan- no siempre
lograban eludir el esquematismo sociológico al atribuir a cada
opinión filosófica un delimitado interés de clase, en general
aprueba sus planteamientos teóricos.

Así, el balance general que el Che hace de los escritos que lee de
Lukács, es que se trata de “un libro de mucha profundidad que
analiza exhaustivamente la filosofía hegeliana de su juventud y
trata de explicarla. Contribuye a iniciar en la difícil filosofía
hegeliana, explicando incluso su vocabulario junto con su met-
odología. Presenta análisis muy sugerentes, entre los que está la
afirmación de que la dialéctica hegeliana no es solo la inversa 31
de la materialista, sino que tiene sus propias leyes y su mecánica,
hundiéndose en mistificaciones que la convierten en un pantano
intransitable. Lo que no está suficientemente demostrado, en mi
concepto, es que Hegel sea el producto de las contradicciones
capitalistas. Es un punto en que hay que tomarlo o dejarlo sin
mayor discusión”.
Son paso a paso los escritos del Che, como el conjunto de su
praxis, tal como lo indica N. K., la anti-apología y la enseñanza
crítica del marxismo, liberándola de la dañina práctica escolásti-
ca de la repetición oportunista de citas sin historia y sin contexto,
como era muy común que ocurriera respecto a la obra de Marx
y Engels por parte de muchos de los que querían validar sus
posiciones políticas coyunturales o los lineamientos “oficiales”
que tanto impactaron el mundo cultural y político, y que regían
el discurso ideológico en los países del bloque soviético en los
tiempos en que fueran escritos los cuadernos de la selva, deno-
tando ya una aguda crisis teórica sobre la cual el Che se atrevió a
sentar su crítica constructiva.

Dentro de esa visión crítica se ubicaba la admiración hacia En-


gels, cuando sintetiza el Che su evaluación sobre Dialéctica de
la naturaleza diciendo: “Obra magnífica en muchos sentidos,
pero incompleta y fragmentaria, con capítulos que están como
fijados con cola y otros de desarrollo técnico poco asequibles al
no especializado y que han perdido vigencia; la electricidad no
es hoy un rompecabezas teórico de ningún hombre de ciencia.
Lo mejor de la obra son los pensamientos inconclusos en torno
a la dialéctica y observaciones aisladas que tienen hoy validez
universal, como su definición de la vida”. Discernimiento que
implicaba haber hecho un abordaje de Engels y de Marx, desde
una óptica totalmente diferenciada de la interpretación soviética
del momento; es decir, fuera de la ortodoxia y el dogmatismo
apologístico.

De la lectura que hace el Che en Bolivia, se traen a examen en


32 sus apuntes, los textos de los autores soviéticos M. Rosental
y M. Straks (Categorías del materialismo dialéctico. México,
Editorial Grijalbo, 1962) y M.A. Dynnik y otros (Historia de
la filosofía. México, Editorial Grijalbo, 1960. Tomo I, desde la
Antigüedad a comienzos del siglo XIX). Se trata de autores que
en esencia hacían parte de la intelectualidad oficial de la Unión
Soviética, subordinados de manera sumisa a la dirigencia del
Partido Comunista de la URSS, el (PCUS), que por entonces
había sentado la doctrina del “tránsito pacífico” al socialismo,
otorgando centralidad al parlamentarismo burgués y prioridad a
“los estímulos materiales” por sobre los estímulos morales para
los trabajadores, apunta el profesor Kohan.

Al respecto, pertinentemente N. K. trae a cita una carta del Che


a Armando Hart Dávalos en la que, refiriéndose a los manuales
de filosofía, conceptúa: “los ladrillos soviéticos que tienen el in-
conveniente de no dejarte pensar; ya que el partido lo hizo por
ti y tú debes digerir. Como método, es lo más antimarxista, pero
además suelen ser muy malos”. Así, ya con esa concepción con-
struida de antemano, al referirse directamente el Che al manual
de Rosental que leyó en Bolivia, inequívocamente expresa: “Es
un manual incompleto, lleno de dogmatismo y de referencias de
contenido partidario y hacia el XX congreso. No sirve sino para
sacar algunas citas y tener una idea de lo que los clásicos pen-
saban al respecto”.

El profesor Kohan considera que en tanto los extractos de las


obras leídas y estudiadas en la selva, como las reflexiones que
le provocan al Che esas lecturas de Bolivia no están fechados,
probablemente con la lectura de la Historia de la filosofía de
Dynnik se interrumpen las notas y que por eso tales fragmentos
no están comentados como el resto de los libros que Guevara
estudia en su campaña guerrillera sobre los Andes.

El Che, más allá de los prejuicios creados por el marxismo oficial


soviético contra el trotskismo, hará estudio y crítica del pensa-
miento de León Trotsky, a contrapelo incluso de las posturas de
sectas pretendidamente trotskistas, asumiendo una actitud de 33
análisis serio que lo conduce a ubicarse en un plano de afini-
dad electiva, con perspectiva común que, no obstante, no tiene el
peso que haga colocar al Che a definirse como trotskista.

El Che manifiesta, una actitud atenta y expectante, mantenien-


do reservas y distancias respecto a algunas tesis clásicas del
trotskismo, que N. K. sintetiza así: (a) la supuesta centralidad
de la revolución proletaria europea; (b) el papel limitado de la
autodefensa sindical y la milicia obrera de autodefensa como eje
del armamento del proletariado y (c) la estrategia política con-
centrada en la insurrección rápida y a corto plazo.

Desde su posición de defensa de la revolución mundial, anti-


capitalista, antiimperialista del Che, que coloca el Tercer Mundo
como el terreno principal de lucha, al concluir una opinión re-
specto a la Historia de la revolución rusa de Trotsky que figura
en los Cuadernos de lectura de Bolivia, dice: “Es un libro apa-
sionante pero del cual no se puede hacer una crítica pues está de
por medio la calidad de actor que tiene el historiador. De todas
maneras, arroja luz sobre toda una serie de hechos de la gran
revolución que estaban enmascarados por el mito. Al mismo
tiempo, hace afirmaciones aisladas cuya validez es total al día
de hoy. En resumen, si hacemos abstracción de la personalidad
del autor y nos remitimos al libro, este debe considerarse una
fuente de primer orden para el estudio de la revolución rusa”.

El carácter latinoamericanista del marxismo del Che, que no por


ello deja su preocupación ecuménica por la liberación de todos
los pueblos del orbe, lo conducen a interesarse especialmente por
la realidad social de su continente, y especialmente de Bolivia,
donde durante sus días en la manigua lee a un autor que tiene la
particularidad de ser militante del Partido Comunista boliviano;
es Jorge Alejandro Ovando Sanz, uno de los tantos ensayistas
que dedican tiempo a intentar una teorización de la realidad de su
país desde la perspectiva marxista, y que había escrito un texto
Sobre el problema nacional y colonial de Bolivia, referido a la
34 complejidad étnica y cultural del país andino, donde considera
que existe una sociedad a la manera de Estado multinacional, con
problemas como la sumisión del país al imperialismo norteam-
ericano y el dominio social interno de las minorías blancas y
mestizas sobre las mayoritarias comunidades originarias.
Parece ser que lo que más interesó al Che de este ensayo de Ovan-
do Sanz fueron los planteamientos sobre el carácter plurinacio-
nal de la sociedad boliviana, y la evaluación a la que llega es que
se trata de un “Libro monocorde, con una tesis interesante sobre
el tratamiento de Bolivia como Estado multinacional…, aquí ex-
presa de que la Reforma Agraria boliviana es un mito, cosa que
habría que investigar más a fondo y estadísticamente. Se pudo
haber hecho un folleto de 50 pgs. pero el autor nos obsequia con
450, deshilvanadas, repetidas y con profusión de citas”.

A toda esta carga teórica se suma un pequeño compendio, muy


sustancioso, de poesías que fueron transcritas por el Che con
su puño y letra. A manera de ejemplo coloca N. K. el caso del
Cuaderno verde, donde se vierten tres poesías de Rubén Darío
tomadas del libro Cantos de vida y esperanza: “Salutación del
optimista”, “Marcha triunfal” y “Letanías de nuestro señor don
Quijote”.

De este ejercicio infiere el profesor N. K. nuevos argumentos que


le hacen corroborar la negación incuestionable del Che como un
supuesto “guerrillero suicida, deprimido, marchito, solito, fra-
casado y mustio”, pues la poesía Salutación del optimista no es
menos que un esperanzado canto a la vida:

Abominad la boca que predice desgracias eternas,


abominad los ojos que ven sólo zodíacos funestos
abominad las manos que apedrean las ruinas ilustres
o que la tea empuñan o la daga suicida.

El Che, sin lugar a dudas era un revolucionario del futuro, con


los pies bien puestos sobre la tierra, esperanzado plenamente en 35
la posibilidad del comunismo desde la perspectiva latinoameri-
cana, en función de la emancipación universal. Su pensamiento
ha servido de base para estructurar con el tiempo y la experiencia,
una visión guevarista del desarrollo social, que no es otra cosa
que una visión marxista bolivariana de los procesos históricos en
Nuestra América. Muy bien sustentado está este planteamiento
en la obra completa del profesor Néstor Kohan y, especialmente,
en este nuevo libro que entre los documentos de la selva que
rescata incluye la poesía que Neruda le dedica al Libertador, ges-
tor del proyecto aún inconcluso —en Bolivia y en toda Nuestra
América— de Patria Grande. El fragmento que el Che reproduce
de los versos de Neruda es tomado de “Un canto para Bolívar”:

“Capitán, combatiente, donde una boca


grita libertad, donde un oído escucha,
donde un soldado rojo rompe una frente parda,
donde un laurel de libres brota, donde una nueva
bandera se adorna con la sangre de nuestra insigne aurora,
Bolívar, capitán, se divisa tu rostro.
Otra vez entre pólvora y humo tu espada está naciendo.
Otra vez tu bandera con sangre se ha bordado
Padre, le dije, eres o no eres o quién eres?
Y mirando el Cuartel de la Montaña, dijo:
“Despierto cada cien años cuando despierta el pueblo”.

Si alguien aún duda de lo que estaría pensando el Che en aquellos


días aciagos sobre el lomo de los Andes, así como Chateaubriand
para tener conocimiento de causa transitó el camino que recor-
rió Cristo antes de la crucifixión, buscando con ello un medio
para medir en el tiempo el espacio andado por el nazareno, que
se aventure a trajinar con N. K., paso a paso los cuadernos del
Che, cada autor leído, cada critica plasmada, cada poema tran-
scrito, preocupándose por observar con atención el hilo rojo que
organiza en época, espacio y circunstancias a los protagonistas
del debate ideológico que marcó y de alguna manera sigue mar-
cando el desarrollo del marxismo en el mundo, pero especial-
36 mente mirando en el empeño del Che en cuanto a configurar un
pensamiento marxista no colonizado, desde nuestra América,
como herramienta de transformación y cambio que conduzca al
establecimiento exitoso del socialismo.

Magníficos los planteamientos del Che y muy clara su ex-


posición en esta obra que muestra a N. K. como un organizador
de la memoria que va colocando las pistas y las guías de recono-
cimiento de los planteamientos del Che en su desenvolvimien-
to de la Praxis, sacando un verdadero monumento documental
de su silencio, del socavón del olvido, del secuestro policiaco,
de esa fosa común del pensamiento en que se suelen convertir
muchos de los archivos oficiales donde yacen las incautaciones
que hacen a los revolucionarios sus victimarios. De allí lo saca y
le devuelve su trinchera de batalla en esta hora de ingentes guer-
ras ideológicas en que tanta artillería del pensamiento requiere la
izquierda en todas las latitudes del mundo.

Los combatientes y militantes de las FARC-EP hemos querido


hacer un nuevo homenaje al guerrillero heroico contribuyendo
en la difusión de estos valiosos escritos, pues las ideas no pueden
quedarse reposando en archivos, bibliotecas o museos, ni en las
cabezas de la gente sin acción. La memoria misma tiene que ser
un gran repertorio activo para la transformación social, sin pedir
permisos a quienes ahora desde la mampara de los derechos de
autor pretenden hacer de las ideas que necesita el mundo para
batallar, propiedad privada para explotar.

En hora buena el Che expresó que nada material dejaba como


herencia. Ahí está su ejemplo, ahí está su pensamiento como
riqueza de los pueblos, que debe ser asumida sin dilaciones, sin
esperar la voz “oficial” de nadie. ¿Qué sería de los revoluciona-
rios si se tuviesen que supeditar a que desde la institucionalidad
burguesa se les reconociera? Hubiéramos tenido que esperar las
promesas de Augusto cuando sentenciaba “no ad calendas grae-
cas” para, por ejemplo, poder erigir un busto y una plaza a la
memoria de Manuel Marulanda Vélez, o para establecer el 26 de
marzo, fecha del deceso de este insigne guerrillero colombiano, 37
como día del derecho universal de los pueblos a la rebelión ar-
mada; o hubiéramos tenido que esperar a que aparecieran los
restos mortales del comandante Guevara y que algún gobierno
lo decretara para establecer como día del guerrillero heroico la
fecha de la caída del Che.
Otra vez sintiendo bajo sus talones el costillar de Rocinante, otra
vez sobre el camino de la rebeldía con su adarga al brazo, marcha
Guevara, a pesar de la CIA, a pesar del ejército de los rángers y
de los abdicantes, más vivo que nunca, no con una carta de despe-
dida sino con un caudal de ideas colmadas de la fuerza espiritual
de uno de los mejores soldados del pueblo, cuyos planteamientos
de enraizado marxismo, vienen curtidos con las constataciones
que el tiempo ha ido dejando a lo largo de la historia, respecto a
la validez de sus postulados, para coadyuvar en la construcción
del comunismo del siglo XXI.

Finalmente digamos que el profesor Kohan devela este valio-


sísimo tesoro bibliográfico inscribiendo una especial y también
reivindicante dedicatoria, de profundo compromiso revoluciona-
rio, que hace a Mario Roberto Santucho, a los 30 mil desapa-
recidos de Argentina, que son también nuestros desaparecidos,
y “a quienes en pleno siglo XXI no se entregan ni se rinden,
manteniendo con dignidad, en las montañas, selvas y ciudades
de Nuestra América, el fusil insurgente y el ejemplo comunista
del Che”, con lo cual no puede sino merecer el modesto recon-
ocimiento sincero de los guerrilleros de las FARC-EP, quienes
desde la insurgente trinchera libertaria, le damos las gracias
por su internacionalismo solidario con los pueblos del mundo
que combaten por su emancipación, y obviamente por rescatar
para ellos un arma que permitirá proseguir con mayor eficacia la
guerra de las ideas que se libra contra el imperialismo y sus oli-
garquías locales. A su lado también les agradecemos y nos enor-
gullecemos de los hombres y mujeres que no están dispuestos a
asumir esa cobardía de muchos intelectuales que es el silencio.
38 Con la palabra combaten con la misma fuerza que con un fusil y
más, abriendo senderos de esperanza y sentando bases concretas
para la emancipación.
39
40
En la selva
(Los estudios desconocidos del Che Guevara.
A propósito de sus Cuadernos de lectura de Bolivia)

No sólo no soy moderado sino que trataré de no serlo nunca,


y cuando reconozca en mí que la llama sagrada
ha dejado lugar a una tímida lucecita votiva,
lo menos que pudiera hacer es ponerme a vomitar
sobre mi propia mierda

Carta de Ernesto Guevara a su madre


México, 15 de julio de 1956
 

Queridos viejos:
Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante,
Vuelvo al camino con mi adarga al brazo.
Hace de esto casi diez años, les escribí otra carta de despedida.
Según recuerdo, me lamentaba de no ser mejor soldado y mejor
médico; lo segundo ya no me interesa, soldado no soy tan malo.
Nada ha cambiado en esencia, salvo que soy mucho más con-
sciente,
mi marxismo está enraizado y depurado.
41
Carta de Ernesto Guevara a sus padres
La Habana, marzo de 1965
42
El Che, antítesis del hombre unidimensional
 

Pensar al Che para pensarnos a nosotros mismos y tomar partido


en nuestro tiempo histórico. Impregnarnos del espíritu radical de
Guevara, indagando en su mundo cultural, político e ideológico
para interpelarlo y traerlo hacia nosotros. Ese es el desafío. No se
trata de hacer arqueología. Hay que rescatar al Che del museo, el
monumento y el póster inofensivo donde lo han querido encerrar.
Nada más lejano de Guevara que las momias embalsamadas del
panteón de muertos sagrados.

El objetivo consiste en conocer y pensar nuestro presente. Porque


el Che es un revolucionario del siglo XXI, ¿qué duda cabe? Su
concepción de la lucha anticapitalista a escala global, su defensa
de la insurgencia popular, su oposición radical a la prepotencia
del imperialismo norteamericano, sus esperanzas depositadas
en la nueva subjetividad y la cultura socialista o su crítica de
toda burocracia, ¿no son temas, preocupaciones y problemas
de nuestro tiempo? Estudiar seriamente, discutir y repensar al
Che resulta imprescindible si pretendemos tener un pensamiento
contemporáneo, a la altura de nuestra época. Para ello se torna
impostergable explorar las múltiples dimensiones de su person-
alidad y las diversas aristas del mito que sobre él se creó.

En la imagen que se construyó del Che predominó durante los 43


primeros años inmediatamente posteriores a su asesinato, la di-
mensión militante, activista y comprometida de su agitada bio-
grafía. No fue una casualidad. El Che Guevara, máxima expre-
sión de la Revolución Cubana junto a Fidel Castro y símbolo
mundial de la rebeldía anticapitalista, representó a fines de la
década del ‘60 todo lo que la vieja izquierda ya no podía ofrecer.
Coherencia entre el decir y el hacer, rechazo intransigente del
doble discurso y la doble moral, cuestionamiento radical de toda
“razón de Estado” y toda burocratización del socialismo, entre
muchas otras cosas.

El Che murió joven. Sus ideales y proyectos revolucionarios eran


asuntos de jóvenes. La década del ’60 fue una década de jóvenes.
El neoliberalismo de Margaret Thatcher y la “revolución conser-
vadora” de Ronald Reagan, que los sucedieron a nivel mundial,
fueron cosas de viejos. Representaban el regreso de todo lo ve-
tusto, lo añejo, lo tradicional: el autoritarismo, la explotación,
la guerra, el patriarcalismo y el antiquísimo culto al fetiche del
dinero y el mercado. Si Guevara y los ’60 fueron acusados de
“infantilismo izquierdista”, el neoliberalismo no fue más que la
venganza senil del ancien regime capitalista que no se decidía a
morir.

Tuvieron que pasar más de dos décadas desde el asesinato del


Che Guevara para que comenzaran a aflorar, tímidamente, otras
facetas de su vida. El Che como estudioso del capitalismo, anal-
ista de las dificultades de la transición al socialismo, teórico de
los problemas de la revolución mundial y polemista al interior
del marxismo1.

Recién hoy, a más de cuatro décadas de su asesinato, se co-


mienza a explorar y discutir una nueva dimensión de su rica
personalidad. El Che como estudioso sistemático del marx-
ismo, lector de los clásicos del pensamiento social y apasio-
nado explorador de la literatura revolucionaria. En suma, el
Che no sólo como combatiente armado por el socialismo, que
44 sin ninguna duda lo fue y a mucha honra, o como “guerri-
1 Hemos intentado estudiar esas dimensiones en el libro Ernesto Che Guevara: El
sujeto y el poder (Buenos Aires, Nuestra América, 2005), reeditado en Venezuela
con el título Che Guevara, un marxismo para el siglo XXI (Caracas, Nuevo Socia-
lismo, 2009). También en el artículo “El Che desconocido”, publicado en Casa de
las Américas, La Haine y Rebelión, el 16 de junio de 2008. La presente investiga-
ción es continuación y prolongación de aquellos libros y textos y de varios años de
militancia y trabajo voluntario (es decir, no rentado) en las Cátedras Che Guevara.
llero heroico” (como se lo homenajea cotidianamente en su
querida Cuba y en todo el continente), sino también como pen-
sador radical.

No resulta casual que esta otra dimensión, escasamente cono-


cida, recién aflore en los últimos años. A ello ha contribuido no
sólo el alumbramiento público de papeles, escritos y materiales
de Guevara que permanecían en la oscuridad, inéditos o sólo ac-
cesibles a escasos investigadores, sino también la profunda crisis
de teoría en el campo cultural del socialismo y la revolución.

Guevara y el debate cultural


posterior al muro de Berlín

Cada generación se aproxima al Che desde un ángulo distinto.


Es inevitable. Las ideas no flotan en el aire, están enmarcadas en
un contexto histórico y se encuentran socialmente condicionadas
por un “clima cultural”.

Derrumbada la Unión Soviética y toda la galaxia ideológica que


—infructuosamente— intentaba legitimarla, el pensamiento so-
cialista mundial sufrió un cimbronazo hasta la raíz. No sólo en
las filas de las corrientes prosoviéticas más tradicionales y arca-
icas, también en la de aquellos que siempre habían sido críticos
de las experiencias políticas del Este europeo.

En varios casos la caída del llamado “socialismo real” (que po-


dría ser muy “real” pero tenía bastante poco de socialismo...)
derivó en una retirada ideológica en toda la línea. Si no hubiera
sido trágico, hubiese generado risa. Ese descalabro asumió por 45
momentos ribetes de una comicidad grotesca y bizarra.

Antiguos stalinistas recalcitrantes, ayer furiosos dogmáticos e


impiadosos inquisidores de cuanta “herejía” encontraban a su
paso, se refugiaron rápidamente bajo el regazo protector de la
socialdemocracia (cada vez más neoliberal y menos socialista).
Ellos, que en sus momentos de éxtasis y euforia habían jurado
una y mil veces fidelidad eterna al “gran teórico” del socialismo
en un solo país, de pronto, como buenos conversos, comenza-
ban a tirar todo lo que tenían a mano contra Lenin y la mejor
herencia de los bolcheviques. “La revolución de Octubre fue au-
toritaria y jacobina”, sentenciaban ahora estos demócratas de
último minuto que hasta ayer nomás enaltecían los juicios de
Moscú y otras joyas similares de la época stalinista. Al mismo
tiempo, agregaban: “La URSS se derrumba porque la revolución
bolchevique no respetó el desarrollo normal y evolutivo de las
fuerzas productivas... ¡No se pueden saltar etapas!... ¡No se pu-
ede violentar la historia!”. Un curioso balance retrospectivo que
seguía repitiendo de manera mecánica los antiguos dogmas pro-
ductivistas, etapistas y evolucionistas, con su habitual fetichismo
de la tecnología.

Otros, en cambio, más sutiles pero no menos cínicos, abraz-


aron sin ningún beneficio de inventario los relatos posmod-
ernos sobre “el fin de los grandes relatos” o la tierna manse-
dumbre posestructuralista que decretaba, desde el púlpito aca-
démico y con becas millonarias, nada menos que “la muerte
de la dialéctica”. Siguiendo al pie de la letra las fórmulas
arrogantes, las frases presuntuosas y las sentencias taxati-
vas de Toni Negri (quien a su vez las adopta del último Louis
Althusser, el de los años ’70 y el eurocomunismo) algunos izqui-
erdistas arrepentidos —en Argentina se los denomina “quebra-
dos”— empezaron a escupir sobre el pensamiento dialéctico sin
tomarse el trabajo de leer aunque sea un par de páginas de Hegel.
Desde los posgrados de las universidades privadas hasta los su-
plementos literarios de los grandes multimedias, tratar a la di-
aléctica como a un perro muerto —según la indignada expresión
46 de Marx en El Capital— era visto como algo de tono elegante y
buena educación. Si se quería pasar por alguien informado y “al
día” en el terreno de las ideas, había que balbucear un par de fra-
ses contra Hegel o contra la dialéctica, aunque no se comprend-
iera muy bien de qué demonios se trataba. Constituía algo así
como un santo y seña, un guiño frívolo y superficial para mostrar
“en sociedad” que la ideología de la militancia revolucionaria era
tan sólo un pecado juvenil de otras épocas, ya por suerte feneci-
das. Un ignorante signo de distinción intelectual para poder ser
admitido en los cócteles y ágapes de la industria cultural.

Estos mismos izquierdistas arrepentidos, conversos o queb-


rados, acompañados oportunamente por antiguos derechis-
tas orgullosos de continuar siéndolo, empezaron a repetir,
con Negri, que el imperialismo era cosa del pasado. Incluso
se dijo por allí, siguiendo a Imperio, que “Los Estados Uni-
dos no constituyen —e, incluso, ningún Estado–nación puede
hoy constituir— el centro de un proyecto imperialista”. ¡Justo
cuando el american way of life se imponía agresivamente a todo
el orbe (incluida la vieja Europa) y Estados Unidos invadía vari-
os países y continentes al mismo tiempo, generalizando la tortura
sistemática y las cárceles clandestinas sin juicios ni abogados!

En la misma onda, los más burdos terminaron adoptando la triste


ideología del supuesto “fin de las ideologías”. Aunque esa mu-
tación resultaba absolutamente grosera, el hecho de haber sido
formulada desde París le otorgaba una pátina de “seriedad” que a
decir verdad jamás tuvo. Los llamados, inexplicablemente, “nue-
vos filósofos” —posteriores a 1968— fueron una clara muestra
de esta variante parisina de arrepentimiento y conversión, súbita-
mente metamorfoseada en nueva derecha intelectual que pre-
tendía aplacar con perfume francés el olor ácido de la comida
vieja recalentada.

El carácter mutante de la ideología de esos años no culminó aquí.


La crisis moral y la pérdida de toda brújula teórica que la acom-
pañó eran de tal magnitud que algunos sostuvieron (como Heinz
Dieterich), sin ruborizarse ni detenerse a meditar un segundo, que 47
“La URSS cayó por falta de conocimientos matemáticos”. Luego
de afirmaciones tan disparatadas, no quedaba más remedio que
abalanzarse a la recreación de los antiguos dogmas positivistas
del “socialismo científico” (que de ciencia tenía bastante poco y
de socialismo mucho menos aún). Las revoluciones sociales del
futuro, nos dicen algunos nostálgicos de las Academias de Cien-
cias de la URSS, tienen una base sólida en el descubrimiento
del... genoma. Por allí siguen...

Siempre dentro de la misma órbita del cientificismo, en el mundo


académico anglosajón emergió durante el último cuarto de siglo
una corriente que se autobautizó como “marxismo analítico”. El
carácter “analítico” que se atribuyeron sus impulsores no deriva-
ba de ninguna aguda capacidad reflexiva. Provenía, más bien, de
una concesión metodológica al neopositivismo en su variante de
filosofía analítica del lenguaje. Mezclando de manera ecléctica
numerosos axiomas tradicionales del liberalismo clásico, algunos
postulados del individualismo metodológico —aquel mismo que
Marx estigmatizara a fuego con el término de “robinsonadas”—
y una buena dosis de tecnologicismo, este “marxismo analítico”
convirtió la teoría crítica de Marx en una vulgar y determinista
teoría de los factores económicos, principalmente productivis-
tas. El “marxismo analítico” cumplió en la órbita anglosajona el
mismo papel que jugó el estructuralismo en la filosofía francesa
y europea continental frente al movimiento radical del ‘68. Am-
bos fueron atajos teóricos para que antiguos marxistas pudieran
ingresar institucionalmente y sin culpas a las Academias de las
grandes metrópolis, limando de los saberes marxistas toda arista
revulsiva que oliera a contestation, rebeldía radical y revolución.
Lejos de la incomodidad de la cárcel, la barricada y la calle, estos
marxismos edulcorados se volvían un chicle pasible de ser mas-
ticado por cualquier intelectual burgués “lúcido” y bienpensante.

Tras la caída del muro de Berlín y de su ideología, las “ofer-


tas” del mercado de las ideas no se agotaron en el cientificismo
analítico, el posmodernismo y el posestructualismo. También
apareció el multiculturalismo.
48
Como el resurgimiento de los conflictos nacionales y étnicos
fracturó en mil pedazos la retórica soviética que ilusoriamente
pretendía haber resuelto aquellas demandas, los centros univer-
sitarios y las fundaciones de Estados Unidos ofrecieron rápida-
mente un producto teórico que bien podía reemplazar aquello
que ya no servía. (Para ello se implementaron becas, subsidios y
dinero a todo vapor...). Se trataba del multiculturalismo, es decir,
el particular modo en que la Academia norteamericana incor-
poró la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt y las reflexiones
gramscianas sobre la hegemonía cultural dentro del molde in-
ofensivo, aséptico, moderado y políticamente correcto de “los
estudios culturales”.

Frente a estos estudios “parciales” y “micro” que durante los ’80


y ’90 limitaron la crítica y la rebeldía a un problema “especial”
y supuestamente inconmensurable (el sometimiento de las mi-
norías sexuales, de los pueblos originarios, de las culturas reli-
giosas, de las sociedades coloniales, de diferentes etnias, etc.), el
marxismo encarnado y representado por el Che Guevara expresa
un punto de vista que no se detiene en las fronteras de ningún
Estado-nación ni tampoco en el estrecho límite de ninguna etnia,
ninguna comunidad “químicamente pura” ni en ninguna religión
particular. Para el marxismo dialéctico del Che, la diversidad no
equivale a fragmentación ni a dispersión.

El proyecto de revolución mundial, antimperialista y socialista al


mismo tiempo, por el cual el Che Guevara dio su vida se asienta
en una concepción humanista del socialismo entendido como
una rebelión permanente contra todas las formas de opresión y
una revolución ininterrumpida de las relaciones sociales, las in-
stituciones políticas y las subjetividades históricas. El Che Gue-
vara, en tanto símbolo máximo del marxismo revolucionario,
representa la aspiración totalizante (no totalitaria) de la filosofía
de la praxis a universalizar las rebeliones contra la explotación y
contra todas las dominaciones, sin dejarse encasillar por ningún
ghetto particular y ninguna “exclusividad” social (sea nacional,
sexista, racista, etc.).
49
Ante tamaña incertidumbre y desconcierto en el terreno de las ideo-
logías del fin de siglo XX, la búsqueda interrogadora y reflexiva
del Che Guevara aparece, a comienzos del siglo XXI, como una
señal. No como un túnel con estaciones perfectamente trazadas
desde el inicio, con todas las respuestas clausuradas y las pre-
guntas resueltas de antemano, sino como un camino abierto y
una invitación a transitarlo. Como una actitud teórica que intenta
formular interrogantes y analizar las dificultades de la revolución
y el socialismo desde el marxismo revolucionario y no a pesar
suyo.

¿Por qué la figura del Che sigue entonces en pie cuando tantas
otras personalidades del socialismo histórico se han derrumbado
o petrificado en el pasado? Porque sus planteos y, fundamen-
talmente, sus búsquedas teóricas nos permiten pensar una parte
importante de nuestros problemas contemporáneos, particular-
mente los de América Latina y el Tercer Mundo, pero no sólo
éstos.

Por eso, aunque el Che escribió hace casi cuatro décadas estos
papeles que ahora presentamos y analizamos (de igual modo que
sus borradores críticos de la economía política o sus planes para
estudiar filosofía), recién hoy aparecen los ojos para verlos. Esta-
ban allí, pero no se podían observar. Y si se veían, no se les daba
la importancia teórica que realmente poseían.

Lo que sucede es que las teorías no giran en el supuesto vacío


de una “comunicación libre de obstáculos”. Tampoco afloran de
modo azaroso en cualquier momento de la historia. Y si emer-
gen, sólo en determinadas coordenadas histórico-culturales se
las atiende y se las registra socialmente. Las ideas del marxismo
revolucionario del Che no constituyen una excepción.

Recién con la crisis de los antiguos dogmas —de factura stalini-


sta— y ante la evidente insuficiencia de las respuestas que pre-
tendieron reemplazarlos —posmodernismo, posestructuralismo,
neopositivismo aggiornado, multiculturalismo, etc.— se abre
ante el horizonte cultural y filosófico de nuestra época una opor-
50
tunidad como para comenzar a registrar socialmente las suger-
encias, las búsquedas teóricas y los interrogantes políticos del
Che. Interrogantes que bien podría ayudar a indagar y precisar
el significado del denominado “socialismo del siglo XXI”, cuyo
contenido preciso todavía está por elaborarse.
La palabra escrita en la racionalidad
política de la tradición marxista

Guevara forma parte de una generación política que creció


acompañada por una creencia: la teoría constituye una dimen-
sión fundamental de la práctica de transformación. “Sin teoría
revolucionaria no hay movimiento revolucionario”, había adver-
tido Lenin. ¿No tenía acaso razón? El Che es plenamente consci-
ente de ese problema. Por eso en sus escritos intenta dar cuenta
del modo en que la Revolución Cubana encabezó una rebelión
sumamente radical y fue buscando su teoría sobre la marcha,
sin contar con un recetario dogmático de antemano o, incluso,
eludiendo los recetarios por entonces al uso que —al igual que
hoy— rechazaban la lucha armada y el carácter socialista de la
revolución latinoamericana.

Sin duda, el Che pertenece a una tradición clásica de revolucio-


narios en el seno de la cual se otorga a la cultura, a la teoría y a
la ideología un lugar privilegiado en el conflicto de clases. Para
esa tradición cada decisión política, cada acción, cada iniciativa,
cada ruptura o cada alianza suele fundamentarse y legitimarse
mediante una apelación a la reflexión teórica. Aunque el caris-
ma, la mística, la confianza y la autoridad moral (ganados en la
lucha) de los dirigentes revolucionarios no dejan de estar presen-
tes en todos esos casos, lo que prima es un tipo de argumentación
política asentada en fundamentaciones que pretenden estructur-
arse sobre una base racional.

Desde los manifiestos de la Asociación Internacional de los Tra-


bajadores (AIT) de Marx y Engels hasta las declaraciones de La
Habana y los llamados de la Organización Latinoamericana de 51
Solidaridad (OLAS); desde las proclamas y medidas de la revo-
lución mexicana de Villa y Zapata, pasando por la revolución de
octubre de Lenin y Trotsky, hasta la revolución cultural china de
Mao Tse-Tung; desde el 68 europeo hasta el programa agrario de
los guerrilleros colombianos y otros documentos fundacionales
de la insurgencia latinoamericana y caribeña; desde los documen-
tos zapatistas hasta los manifiestos contra el neoliberalismo. etc.,
etc., etc. A todo lo largo de esa prolongada secuencia histórica de
rebeldías, insurgencias y rebeliones organizadas, la palabra, prin-
cipalmente escrita, adquiere un papel central. Junto a la indig-
nación ética que conduce a la acción militante, y al lado del mito
convocante (analizado en su época por José Carlos Mariátegui
como una idea-fuerza que aglutina a las masas y unifica sus vol-
untades dispersas), la palabra razonada adquiere en la tradición
revolucionaria del marxismo un protagonismo inocultable.

Es verdad que no hay acción política ni existe decisión de ar-


riesgar la vida en pos de un proyecto colectivo de largo aliento
si no es a partir de un rechazo moral del orden existente, que se
conforma desde el amor a los oprimidos y explotados y sobre
la base del odio a todos los dominadores de la historia. No se
hace política revolucionaria sólo con argumentos escritos o con
teorías. Eso es innegable. También juegan los afectos, las sensa-
ciones, la imaginación, las fantasías, la confianza personal en los
compañeros y compañeras, los compromisos y valores vividos en
carne y hueso y la estructura de sentimientos construida hasta en
el rincón más íntimo de cada subjetividad por la hegemonía de la
revolución. Mal que le pese a la caricatura racionalista y brutal-
mente economicista del marxismo vulgar, la presencia de la sub-
jetividad en la política constituye un dato difícilmente soslayable.

No obstante, junto con todas esas dimensiones de la política (que


durante demasiado tiempo fueron “olvidadas” por la ortodoxia del
marxismo oficial de los países del Este europeo), lo cierto es que
el despliegue de argumentos escritos ha sido prioritario en esta
tradición política.
52
Lejos de todo pragmatismo inmediatista y de todo desprecio
posmoderno por “los grandes relatos”, el marxismo ha inten-
tado desde su nacimiento comprender cada acontecimiento y
cada estrategia política a partir de una visión social del mundo,
de signos totalizantes, holistas y omniabarcadores. Al interior
de esta tradición, hasta las polémicas más coyunturales suelen
ser acompañadas por detalladas argumentaciones teóricas, aten-
tas lecturas de textos y meditadas reflexiones sobre los clásicos
del pensamiento social. Muchas veces el lector o la lectora con-
temporáneos se sorprenden —nos sorprendemos— al descubrir
que, para resolver un conflicto puntual entre dos fracciones de
un mismo partido o para dirimir una polémica entre dos mov-
imientos políticos, Lukács, Gramsci, Mariátegui o cualquier otro
integrante de esta tradición escriben un ensayo entero sobre la
transición de la esclavitud al feudalismo europeo, sobre la crítica
de la sociología positivista o sobre la conquista y la colonización
de América Latina.

¿Cómo explicar esa sorprendente e íntima vinculación entre los


problemas más cotidianos y coyunturales y los grandes temas
teóricos?

Lo que sucede es que el pensamiento marxista se niega a separar


“los hechos” más inmediatos de las grandes teorías que los expli-
can y comprenden; la táctica coyuntural de la estrategia a largo
plazo; la más pequeña o tímida lucha reivindicativa del ambi-
cioso proyecto de revolución mundial. En suma: nada más lejos
de este pensamiento que el culto oportunista del “aquí y ahora”
y la celebración acrítica y mediocre de “lo posible al alcance de
la mano”.

Solamente se podrían relegar los grandes problemas de la teoría


para un lejano “día del mañana” o recluir la lucha ideológica —
concebida como vacía decoración ornamental— en el circuito
inofensivo e inoperante de los papers académicos, a condición
de reducir el marxismo a una triste caricatura. Vale decir, a costa
de abandonar toda pretensión rebelde y revolucionaria, momifi-
cando al marxismo y depositándolo en el museo arqueológico de 53
las ideas petrificadas y fenecidas. Esas ideas que no molestan a
nadie y por las cuales nadie se enoja ni se incomoda.

¿Qué hay por detrás de esos intentos que, aun fallidos, no han
dejado de ser recurrentes durante las últimas dos décadas? Una
concepción tremendamente mezquina de la política que la con-
vierte en vulgar politiquería. El neoliberalismo —parcialmente
hegemónico durante los ’80 y ’90— resulta un hijo predilecto de
esa concepción.

Pues bien, nada más lejos de la vida, la obra y el pensamiento


marxista del Che Guevara que este aplastamiento de la reflexión
crítica y ese intento de domesticación de toda rebeldía humana.
Guevara no es una mosca blanca ni un trébol de cuatro hojas en
la historia del marxismo.

Aunque brillante con luz propia como pocas veces sucedió, su


trayectoria política entera pertenece a esta tradición de pensa-
miento que encuentra el sentido de cada acción (desde la lucha
guerrillera más heroica y legendaria hasta la más sencilla y sim-
ple militancia cotidiana) a partir de una concepción filosófica to-
talizante del mundo y de la vida. Una concepción que otorga a la
lucha colectiva de los pueblos la última palabra en la sociedad y
en la historia.

Sólo se puede llegar a comprender la increíble obsesión de lectura


y estudio que manifiesta el Che en estos Cuadernos de la selva boli-
viana —como antes la había manifestado en otras selvas del
mundo y en otras experiencias previas— si se la inscribe dentro
de esta tradición de pensamiento donde la palabra escrita y la
argumentación reflexiva se convierten en componentes funda-
mentales de la propia identidad política.

Para dar un solo ejemplo de esta actitud —confirmado por to-


dos los combatientes que sobrevivieron a su asesinato de 1967 y
lograron escapar de las persecuciones de los rangers y la CIA—
basta citar un pequeño fragmento del Diario del Che en Bolivia
(su diario de campaña). Allí, en sus anotaciones correspondien-
54
tes al 6 de enero de 1967, el Che sostiene: “Después de clase
lancé una descarguita sobre las cualidades de la guerrilla y la
necesidad de una mayor disciplina y expliqué que nuestra mis-
ión, por sobre todas las cosas, era formar el núcleo ejemplo, que
sea de acero, y por esa vía expliqué la importancia del estudio,
imprescindible para el futuro”2. En el mismo Diario de cam-
paña, luego de varios encuentros militares y diversas peripecias,
el 25 de marzo de 1967, el Che anota lacónicamente: “anuncié la
reiniciación del estudio”.

Detallar los rasgos biográficos y los hábitos intelectuales re-


currentes en Ernesto Guevara no alcanza a la hora de explicar
porqué, internado en la selva congoleña o boliviana, en medio de
la clandestinidad, los disparos y las persecuciones, del hambre y
del peligro inminente de muerte, el Che continuaba leyendo apa-
sionadamente a los clásicos del pensamiento marxista y a otros
marxistas no tan clásicos. Y no sólo perseveraba en su tozudez
sino que además interpelaba a sus compañeros de militancia para
que siguieran el mismo camino del estudio3.

Hay hábitos de lectura y escritura que son propios y específicos


de su personalidad. Es claro. Ya en su adolescencia —cuando
apenas tenía 17 años— el joven Guevara comienza a elaborar un
Diccionario de filosofía. Esa problemática siempre lo cautivó.
Empezó a cultivarla y a indagar en ella incluso antes de estudiar

2 Véase Ernesto Che Guevara: Diario en Bolivia (diario de campaña militar). En


Obras escogidas. La Habana, Casa de las Américas, 1992. Tomo I, pp.480-481. En
esta cita y en todas las de este ensayo, el subrayado me pertenece, excepto cuando
se indique lo contrario. N.K.
3 Interrogado sobre qué libros leía y estudiaba el Che en Bolivia, su compañero
Pombo (Harry Villegas Tamayo, combatiente sobreviviente de la guerrilla) res-
ponde: “Hicimos una biblioteca bastante amplia. Teníamos muchos materiales de
carácter económico, de carácter histórico. El tiempo que estuvimos en Bolivia
haciendo vida clandestina nos permitió ir adquiriendo unos 500 ó 600 libros. Nos
dedicábamos a leer y a hacer trabajo organizativo. Cuando el Che llega le infor-
mamos y nos dijo «Vamos a recogerlo todo». El iba haciendo análisis de carácter
filosófico... Parece que él tenía la intención de escribir acerca de la nueva socie-
dad de manera un poco más sólida. Leía a los clásicos, a Marx, a Engels, también
a Lenin e iba subrayando y tomando notas, y después lo pasaba a cuadernos y
55
sobre estos cuadernos él iba elaborando sus ideas, sobre cada uno de los aspectos
y estudios que él iba desarrollando. Sus anotaciones las tiene hoy en día el ejérci-
to boliviano. Nosotros hemos insistido mucho ante el gobierno boliviano para ver
si se pueden recuperar todas estas libretas que son muy valiosas. Además de estas
cosas, leía colectivamente con todos nosotros novelas costumbristas de forma tal
que entendiéramos al hombre sudamericano”. Entrevista incorporada a nuestro
libro Ernesto Che Guevara: El sujeto y el poder. Obra citada.
medicina y le siguió siendo fiel hasta los últimos días de lucha
en Bolivia.

Pero no todo se agota en su pasión personal. Además, hay el-


ementos comunes que están presentes en todos los exponentes
de la tradición revolucionaria del marxismo, cuyos integrantes
entienden la política como una actividad que debe estar funda-
mentada —al menos, ése es el ideal compartido— por una med-
itada concepción social acerca de la historia y del papel que los
sujetos juegan en ella.

La obsesión por el estudio y la perseverancia de escritura que


el Che expresa en estos Cuadernos de lectura de Bolivia tiene
entonces que ver con un tipo de racionalidad histórica y política.
Para ese tipo de racionalidad —que el neoliberalismo y el pos-
modernismo pretendieron, infructuosamente, borrar del mapa
durante el último cuarto de siglo XX— la palabra escrita, la ar-
gumentación conceptual, el estudio de las categorías teóricas y
la elaboración de una explicación filosófica del mundo son ir-
remplazables.

No constituyen simples “pasatiempos” o formas más o menos


complejas de ocupar los espacios vacíos que deja la lucha clan-
destina irregular, sea en la selva o la ciudad. Por el contrario, en
esas atentas lecturas del Che y en esas prolijas anotaciones se sin-
tetiza toda una racionalidad política que concibe a la lucha popu-
lar como algo trascendente en el terreno ideológico colectivo y
otorgador de sentido pleno a la propia vida individual. Es decir,
como algo completamente ajeno a la búsqueda del provecho per-
sonal, a las transacciones motivadas por el ascenso social, las
prebendas familiares o cualquier otra forma desideologizada de
56 corrupción, típica de la politiquería burguesa de nuestros días
y el discurso pragmático que, despreciando todo estudio, toda
teoría y toda filosofía, inevitablemente la acompaña.
Pensar y actuar desde las periferias
(o el eurocentrismo, enfermedad senil
de la teoría marxista)

La publicación de estos materiales de Ernesto Guevara apunta


a rescatar la reflexión teórica que aportaron al marxismo —en
tanto método y concepción del mundo universal— los revolucio-
narios latinoamericanos. Aún hoy, en no pocos círculos intelec-
tuales, se presupone que los trabajos teóricos que realmente vale
la pena conocer están circunscriptos a los idiomas inglés, francés
y alemán.

¿Y el resto del mundo? “El resto del mundo aporta interesantes


y «exóticas» experiencias prácticas de lucha... pero la cuestión
teórica decisiva es nuestra”. Ese pretendido axioma habitual-
mente no se dice ni se confiesa, pero de hecho se piensa. Es un
secreto a voces. Semejante provincianismo intelectual no es pro-
pio ni exclusivo de la izquierda, ni siquiera de la marxista. Sin
embargo, al adoptarlo como criterio propio, muchas veces esta
última termina siendo cómplice de las formas predominantes en
que se reproduce en nuestra época la ideología dominante.

El Che Guevara reflexiona en castellano. No en cualquier lado.


En el Tercer Mundo. No en cualquier ámbito. En el seno de la di-
rección política de la Revolución Cubana y a lo largo de distintas
experiencias guerrilleras e insurgentes, antimperialistas y anti-
capitalistas (desde el Congo hasta Bolivia). Por eso incomoda
tanto. Porque descentra y desconoce las normas habituales de
producción, circulación y consumo de los saberes teóricos, in-
cluido el marxismo.
57
Aunque durante los años ’60, gracias a la Revolución Cubana
y a otras insurgencias, logró resquebrajarse parcialmente seme-
jante eurocentrismo, durante las décadas subsiguientes “el or-
den volvió a reinar” en el terreno de las ideologías y sus formas
de distribución y consumo. Nuevamente, como había sucedido
hasta los años ’50, desde fines de los ’70 hasta mediados de los
’90, América Latina y el Tercer Mundo desaparecieron de “la
escena intelectual” donde se decide lo que realmente vale la pena
conocer y saber.

No es de ningún modo secundario que ese orden eurocéntrico de


reproducción de los discursos teóricos y las ideologías —inclu-
idas las ideologías de izquierda— recién haya vuelto a resque-
brajarse a partir de la rebelión zapatista de 1994. Desde ese mo-
mento, pasando por todos los Foros Sociales Mundiales, la apar-
ición de la revolución bolivariana en Venezuela y la persistencia
de la insurgencia colombiana hasta hoy, el eco del pensamiento
de las periferias ha vuelto a escucharse en los púlpitos “autoriza-
dos” y consagrados del pontificio teórico-intelectual de nuestra
época.

Como parte de ese “redescubrimiento” del pensamiento teórico


de los pueblos y la militancia política de quienes no habitamos
las grandes metrópolis del imperialismo, los escritos del Che
Guevara —los ya conocidos y estos nuevos que estamos pre-
sentando— bien pueden ayudar a barrer los velos del eurocen-
trismo. Nadie más internacionalista que el Che. Nadie más ajeno
al provincianismo y al localismo que él. Pero, al mismo tiempo,
nadie más compenetrado con la explotación de las periferias
del sistema mundial capitalista. El marxismo del Che Guevara,
internacionalista hasta la médula (en obra y en vida, en teoría
y en práctica), constituye una mirada crítica global construida
pacientemente desde los márgenes y las orillas —los “eslabo-
nes más débiles de la cadena”, diría Lenin— de la opresión del
imperialismo4. Por eso la puesta en práctica del pensamiento del
4 Por ejemplo, en sus Apuntes críticos a la economía política, donde critica el
58 Manual de Economía Política de la Academia de Ciencias de la URSS, el Che
escribe: “La clase obrera de los países imperialistas ha aumentado en cohesión y
organización, pero no en conciencia, a menos que se le dé esa denominación a la
conciencia de formar parte de los explotadores mundiales. Precisamente, el desa-
rrollo de la explotación de los pueblos por parte del imperialismo ha provocado
una dicotomía en la actitud de los obreros de los países imperialistas: organiza-
ción y conciencia de clase explotada en lo interior, prescindencia del internacio-
nalismo proletario en lo externo, con lo que se anula, transitoriamente al menos,
Che somete a juicio todo intento por reducir la teoría marxista a
un saber inodoro, incoloro e insípido a gusto del buen consumo
académico de las “grandes capitales” de la cultura.

Los Cuadernos de lectura de Bolivia


como “botín de guerra”

Los Cuadernos de lectura de Bolivia5 del Che Guevara no con-


stituyen un texto teórico más. No son un libro, como cualquier
como vanguardia revolucionaria”. Más adelante Guevara agrega: “los obreros de
los países imperialistas reciben las migajas de la explotación colonial y se vuelven
cómplices de los monopolistas”. Al momento de suscribir este análisis (1965) el
llamado “Estado de bienestar” reinaba en Europa Occidental y se vivía eufórica-
mente como la panacea y la utopía capitalista realizada, seduciendo y cooptando
a grandes segmentos de la clase obrera metropolitana que recibían a cambio de su
pasividad política y de su silencio frente a la expoliación neocolonial del Tercer
Mundo un estandar de vida relativamente “cómodo”. Pocos años después, a partir
de la crisis del petróleo, dicha “utopía” neocapitalista comenzaría a naufragar os-
tensiblemente por todos sus poros. Acompañando revoluciones prácticas como las
de Vietnam y Argelia y alimentando la insurgencia en toda América Latina y en
África (donde fue a combatir personalmente antes de marchar a Bolivia), el Che
Guevara defendía ya en esos años de euforia capitalista la centralidad de la lucha
anticapitalista y antiimperialista del Tercer Mundo.
5 Estos Cuadernos de Bolivia se han publicado en Italia, en una edición que deja
muchísimo que desear. En ella se reproducen los libros estudiados por el Che a
partir de ediciones italianas sin siquiera hacer una sola referencia a las ediciones de
origen... (¡como si el Che hubiera leído todo en un viaje a Italia de vacaciones!) en
lugar de reproducir los datos y fragmentos de las ediciones originales —cada una
con su historia política— utilizadas por Guevara en Bolivia. Véase Ernesto Che
Guevara, prima de morire. Appunti e note di lettura [Che Guevara antes de morir.
Apuntes y notas de lectura]. Milan, Feltrinelli, mayo de 1998. Este volumen apare-
ció en la colección “Universale Economica Feltrinelli”. Esa edición tiene la virtud
de hacer conocer el pensamiento del Che al público europeo, lo cual es más que
encomiable. Saludamos toda iniciativa que contribuya a difundir el pensamiento
guevarista, tarea esencial para la lucha ideológica de nuestros días. Sin embargo,
59
el material se presenta allí “en bruto”, más como “primicia periodística” que como
aporte histórico riguroso al pensamiento crítico. Los apuntes aparecen sin una
contextualización previa, descolgados y deshistorizados, sin incluir al menos una
mínima cronología o un estudio bibliográfico que acompañe e informe al lector.
Además contiene graves errores de transcripción, como aquel donde, inexplicable-
mente, los editores confunden el nombre de un historiador boliviano discutido por
el Che. La edición italiana lo menciona como “Loye Ovendo” [¿?], un autor sim-
otro. Ni siquiera como muchos de los textos que escribió el Che.
Forman parte de una rara especie de “botín de guerra” a la que ya
nos tienen acostumbrados algunos militares latinoamericanos (y
sus maestros yanquis de la Escuela de las Américas).

Estos verdugos locales, de espaldas a Bolívar, San Martín y José


Martí, siempre serviles al mandato imperial de sus amos del
norte, se sintieron durante décadas con el derecho a asesinar a los
militantes populares. Se creían “dueños de la vida y la muerte”
—como les gustaba amenazar en sus habituales sesiones de tor-
tura— de miles y miles de latinoamericanos. Desde esa lógica
del terror, impuesta a sangre y fuego, dispusieron a placer de los
hijos e hijas de las militantes nacidos en cautiverio.

Pero su perversión tampoco se detuvo allí, en la vida de padres,


hermanos e hijos. Por si ello no alcanzara, también se apropiaron
de las creaciones de las revolucionarias y revolucionarios captur-
ados. Entre muchas otras cosas, los represores tomaron violenta-
mente posesión de los materiales escritos por algunos dirigentes
e intelectuales asesinados. El escandaloso e ilegítimo robo de los
Cuadernos de lectura de Bolivia del Che Guevara no fue algo
único e irrepetible.

Con ellos sucedió lo mismo que con los “papeles perdidos” que
la Marina argentina robó impunemente al escritor y militante
revolucionario Rodolfo Walsh, cuando acabaron con su cuerpo
(porque con su ejemplo todavía no pudieron y nunca van a pod-
er). Los militares bolivianos hicieron exactamente lo mismo que
plemente inexistente… El historiador boliviano (militante del Partido Comunista
de Bolivia), leído y analizado por Guevara, se llama Jorge Ovando. Un simple con-
trol bibliográfico hubiera alcanzado para enmendar la dificultad de interpretación
de la caligrafía del manuscrito original de Guevara. Dado que el Che entabló una
60 polémica política con la dirección del PC de Bolivia, esos “errores” de transcrip-
ción no son simples “detalles”, si de lo que se trata es de reconstruir seriamente el
material dejando de lado todo sensacionalismo comercial. Agradecemos a Tristán
Bauer, Carolina Scaglione y Agustín Prina por habernos acercado el texto. Tristán
Bauer se ha valido de ese y de varios otros materiales inéditos (no sólo escritos sino
también imágenes y cintas grabadas) en su excelente film Che Guevara, un hombre
nuevo (2010). A partir de este film los jóvenes de hoy en día pueden aproximarse a
un Guevara bien distinto al del poster y el mercado.
los policías y militares argentinos, cuando estos últimos le ro-
baron los papeles, sus manuscritos inéditos y su archivo personal
al sociólogo marxista y militante revolucionario Silvio Frondizi,
a quien fusilaron por la espalda y tiraron su cuerpo en un basural
de Buenos Aires.

De este modo perverso, los militares bolivianos asesorados


por la CIA pretendieron desaparecer no sólo el cuerpo del Che
Guevara —ya asesinado a sangre fría, mutilado en sus manos
y enterrado sin identificación—. Además, se esforzaron por
hacer desaparecer su pensa-miento. Por eso, durante ya de-
masiado tiempo, mantuvieron cuidadosamente en un oscuro
cajón de archivo militar —como si se tratara de un vulgar ex-
pediente burocrático de oficina— sus Cuadernos de lectura
de Bolivia, redactados por el Che en forma paralela a su fa-
moso diario de campaña, conocido mundialmente con el título
Diario del Che en Bolivia o Diario en Bolivia a secas (publicado
rápidamente por Fidel en aquella época para impedir que la CIA
lo manipulara contra la Revolución Cubana).

Las lecturas de Bolivia


y el laboratorio mental del Che

Estos Cuadernos de lectura de Bolivia constituyen un indicio im-


portante para continuar explorando el laboratorio mental del Che
Guevara. Tomar conocimiento de ellos nos permite penetrar en
ese ámbito privado donde se comienzan a elaborar nuevas ideas
a partir de la lectura atenta y la reflexión crítica sobre las produc-
ciones anteriores.
61
En la historia del marxismo son varios los textos —siempre pub-
licados en forma póstuma— que han cumplido este papel, im-
prescindible a la hora de reconstruir la génesis y el desarrollo de
determinada concepción teórica y política.
Para mencionar sólo algunos pocos ejemplos (incluyendo úni-
camente los más importantes), podríamos recordar las Notas de
lectura de 1844 de Marx, donde el revolucionario exiliado en
París extractaba y anotaba fragmentos enteros de los economis-
tas clásicos (estas notas de lectura, publicadas en castellano por
Adolfo Sánchez Vázquez con el título Cuadernos de París, fuer-
on la base documental que Marx utilizó para elaborar inmediata-
mente después los famosos Manuscritos económico-filosóficos
de 1844).

En este mismo género también se deberían incluir las célebres


ano-taciones que Lenin [1870-1924] hacía en los márgenes
cuando leía y extractaba largos fragmentos de la Ciencia de la
Lógica de Hegel durante su exilio suizo, en medio de la primera
guerra mundial y la crisis terminal de la II Internacional (publi-
cadas posteriormente bajo el título de Cuadernos filosóficos). Lo
mismo vale para las anotaciones manuscritas de Trotsky sobre
Lenin, la dialéctica y el evolucionismo, reunidas en sus Cuad-
ernos de notas de 1933-1935 (aparecidos en inglés en 1986 y
recientemente publicados en nuestro idioma). Seguramente no
pocas lecturas y reseñas bibliográficas de Antonio Gramsci, in-
cluidas en sus Cuadernos de la cárcel, conforman uno más de los
innumerables ejemplos similares.

Los apuntes, reflexiones y materiales teóricos del Che Guevara,


incluidos en los Cuadernos de lectura de Bolivia, se inscriben
en esta larga tradición de textos clásicos que, desde el forma-
to manuscrito, han ido acompañando, dentro de esta vertiente
política, a las obras más conocidas y agudas del pensamiento
marxista.

62
Sus apuntes de Bolivia
y la concepción materialista de la historia

Aunque durante mucho tiempo fue secreto (y materia de múlti-


ples especulaciones), hoy se sabe. Es público. Antes de empren-
der la lucha en Bolivia, el Che participa en una experiencia inter-
nacionalista en el Congo. Del Congo se traslada a Tanzania. Lu-
ego pasa una temporada clandestino en Praga (Checoslovaquia),
vuelve a Cuba y de allí a Bolivia.

A lo largo de todo ese periplo, en la más estricta clandestinidad y


anonimato, Guevara continúa con sus lecturas, estudios, apuntes y
reflexiones teóricas comenzadas mucho antes.

Si bien es cierto que había empezado a redactar un Diccionario


de Filosofía a los 17 años, que leyó numerosos clásicos del marx-
ismo antes de conocer a Fidel y que continuó invariablemente
con ese aprendizaje durante toda la década del ’50 —como testi-
monia la correspondencia con su familia—, el estudio sistemáti-
co y semanal de Marx se inicia con el triunfo de la Revolución
Cubana. A partir de ese momento, y en medio de las más variadas
tareas revolucionarias, el Che se aboca de lleno a estudiar y dis-
cutir colectivamente El Capital. Con ese objetivo, participa de
dos seminarios anuales de lectura (en uno de ellos, junto a Fidel,
en el otro —posterior— junto a los miembros de la dirección del
Ministerio de Industrias). Prolongando esos círculos de estudio y
debate, Guevara organiza bimestralmente reuniones de discusión
en el Ministerio de Industrias, donde se analizan problemas prác-
ticos y cotidianos junto con discusiones teóricas vinculadas al
pensamiento marxista6.
63
Más tarde, ya fuera de Cuba y después de haber luchado en el
Congo, el Che le envía desde Tanzania una carta a Armando Hart
Dávalos (uno de los fundadores del Movimiento 26 de julio y
6 Sobre estos círculos de estudio y estas reuniones véase “Che Guevara lector de
El Capital”, entrevista a Orlando Borrego, su colaborador y compañero, en nuestro
libro Ernesto Che Guevara: El sujeto y el poder. Obra citada.
primer ministro de educación de la Revolución Cubana). En ella
incluye indicaciones precisas y sugerencias puntuales sobre un
futuro plan para estudiar colectivamente filosofía, economía y
elaborar en base al marxismo un proyecto de ediciones teóricas7.

Posteriormente, desde Praga, Guevara le envía a Orlando Bor-


rego una serie de apuntes cuyo eje central está focalizado en tor-
no a la crítica del Manual de Economía Política de la Academia
de Ciencias de la Unión Soviética8.

Pues bien, los apuntes que el Che elabora en Bolivia se insertan


en esa secuencia de textos y estudios que giran sobre los clásicos
del marxismo, la historia de la filosofía, la crítica de la economía
política, la reflexión sobre la concepción materialista de la histo-
ria y la filosofía de la praxis. Aunque dejan muchas puertas abi-
ertas y debates inconclusos, los Cuadernos de lectura de Bolivia
constituyen el punto de llegada —y, si se quiere, de madurez—
de largos años de estudio y reflexión. No son un “arranque súbi-
to” de interés por la teoría. Por el contrario, están marcados por
una clara y notoria continuidad con momentos inmediatamente
anteriores en la vida intelectual del Che.

¿Cuáles son los elementos y las dimensiones que caracterizan


esa continuidad? Fundamentalmente cuatro.

(1) En primer lugar, la preocupación central por la filosofía y el


método dialéctico. La “obsesión” del Che Guevara por la di-
aléctica, que aparece tan contundente en las lecturas de Bolivia,
también la encontramos en la carta a Armando Hart —donde le
informa que intentó penetrar en el frondoso e intrincado bosque
de la escritura de Hegel— y en los apuntes críticos a la economía
política —fundamentalmente en sus análisis del desarrollo
64
7 Véase la reproducción y el análisis de esta carta en nuestro libro Ernesto Che
Guevara: El sujeto y el poder. Obra citada.
8 Véase el análisis de esta crítica y sus fuentes bibliográficas en Ernesto Che
Guevara: El sujeto y el poder. Obra citada. Para la edición completa de estas notas,
véase Ernesto Che Guevara: Apuntes críticos a la Economía Política. La Habana-
Melbourne, Ocean Press, 2006 (también publicado en Cuba en La Habana, Cien-
cias Sociales, 2006.
desigual del capitalismo y en la teoría del fetichismo de la mer-
cancía—.

(2) En segundo lugar, en todos estos materiales (incluyendo los


elaborados en Cuba, los de Tanzania, los de Praga y los de Bo-
livia), el Che recurre siempre a una misma analogía comparativa.
Existe en ellos una matriz argumentativa que se repite. Ante
cada problema a analizar —sea la ley del valor, el mercado y la
planificación, el debate sobre la transición, la historia de la fi-
losofía, la crítica de la economía política, la concepción marxista
de la historia o los autores seleccionados en Bolivia—, las argu-
mentaciones de Guevara reconstruyen invariablemente tres posi-
ciones: (a) la opinión de los clásicos del marxismo, (b) la visión
oficial soviética, (c) el punto de vista de los “herejes”. Por diver-
sas vías, el Che retorna una y otra vez a esa triple clasificación.

¿Qué flanco elige para inscribir su posición? ¿En qué lugar ide-
ológico sitúa su propia reflexión, sus lecturas, sus críticas y sus
apuntes? Pues siempre se ubica en la posición (c). Así lo mani-
fiesta, explícitamente, cada vez que describe su propia búsqueda
utilizando la expresión “nuestra herejía”.

Ahora bien, cabe preguntarse: ¿“herejía” con respecto a (a) o a


(b)? Creemos no equivocarnos al identificar en (b) el objeto de
sus críticas y cuestionamiento. Guevara intenta recuperar a los
clásicos del marxismo para cuestionar lo que por aquel tiempo se
tenía como “ortodoxia del marxismo”, ya sea en su debate sobre
las categorías mercantiles en la transición o la noción de “trabajo
abstracto”, en su plan para estudiar filosofía, en su crítica del
Manual soviético, en su interpretación de la historia mundial o
en sus apuntes de Bolivia. Tanto en el terreno de las ideologías,
como en el de la política y la economía, Guevara retomaba a los 65
clásicos contra la cristalización del marxismo oficial de la URSS.

(3) La tercera dimensión que consolida una continuidad al atrave-


sar los diversos momentos de su itinerario intelectual —desde
Tanzania hasta Praga, pasando nuevamente por Cuba y de allí
a Bolivia— se encuentra en el eje que el Che elige para articu-
lar sus críticas y cuestionamientos. Ese eje es la historia (de la
filosofía, de la economía política, de los modos de producción,
de las revoluciones sociales, del socialismo, etc.). Guevara no
discute un Sistema de pensamiento —el DIAMAT y el HISMAT
soviético— desde otro Sistema. Ese no es su ángulo. Para cues-
tionar se apoya tanto en la historia social y política como en la
historia de las disciplinas teóricas en debate. Su elección met-
odológica a favor de la historia como núcleo articulador de las
distintas temáticas no es de ningún modo accidental.

Recordemos como antecedente que, a principios de 1965, el


Che comienza a confeccionar en una serie de libretas una ex-
tensísima lista de libros que pensaba leer en el futuro. Dichas
libretas abarcan desde marzo de 1965 hasta septiembre de 19679.
Las libretas están reproducidas en pp.512-520). Si se recor-
ren todos esos títulos, se puede advertir fácilmente que una
parte importantísima de los volúmenes allí consignados giran
en torno a la historia. Entre otros, su lista-plan de lecturas fu-
turas incluye los siguientes: Jack Woodis: África, el león de-
spierta (marzo de 1965); Mishulin: Historia de la Antigüedad;
Kosminsky: Historia de la Edad Media y M.Efímov: Historia de
los tiempos modernos (julio de 1965); J.Vostov y Zukov: Histo-
ria de la época contemporánea (septiembre de 1965); Homero:
La Ilíada y La odisea; Luis Suárez Fernández: Manual de Histo-
ria Universal. Tomo II y John Bernal: La ciencia de la historia
(octubre 1966); Edad Antigua-Edad Media (s/datos de autor);
Benedetto Croce: La historia como hazaña de la libertad; Paul
Ribet: Los orígenes del hombre americano y J. Arnault: Historia
del colonialismo (octubre 1966); Lewis H.Morgan: La sociedad
primitiva y Jesús Silva Hertzog: Breve historia de la revolución
mexicana. Tomos I y II (febrero de 1967); Jesús Lara: La cultura
66 de los Inkas y Boleslao Lewin: La insurrección de Tupac Amaru
(marzo de 1967).

Como prolongación de ese interés marxista volcado prioritari-


amente en la historia —que aquí hemos enumerado como (3)—,
9 Véase Ernesto Che Guevara: América Latina. Despertar de un continente.
Melbourne, Ocean Press, 2003.
común a las libretas, las cartas y los cuadernos de Tanzania, Pra-
ga, Cuba y Bolivia, surge (4).

(4) Este cuarto núcleo de continuidad consiste en la elaboración


de un plan general sobre la historia que es, al mismo tiempo, el
índice de un futuro libro de crítica de la economía política (así
lo piensa inicialmente el Che) y un programa de investigación
historiográfico sobre el marxismo, el capitalismo, el socialismo y
la transición de uno a otro sistema mundial.

Entonces, la continuidad entre los papeles de Tanzania, Praga,


Cuba y Bolivia no queda reducida únicamente a (1) la filosofía y
el método dialéctico, a (2) la matriz argumentantiva que, defen-
diendo las “herejías”, recupera a los clásicos para cuestionar la
visión oficial soviética, o a (3) el eje volcado en la historia.

Como una extensión de (3), el cuarto elemento es el que unifica


el campo de reflexión del Che Guevara durante esos agitados
años. Ese elemento es el mencionado plan-índice-programa de
investigación.

A tal punto llega esa continuidad entre los escritos previos y los
Cuadernos de lectura de Bolivia que (4), ese plan-índice-pro-
grama, incluido en el Cuaderno verde10 de Bolivia, también apa-
10 En el año 2007 la editorial Planeta-Seix Barral publicó un libro de 69 poesías
de César Vallejo, Pablo Neruda, Nicolás Guillén y León Felipe, prologado por
Paco Ignacio Taibo II, titulado El Cuaderno verde del Che. En la presentación de
dicha obra Paco Ignacio Taibo escribe: “Los tres oficiales con uniforme de rangers
y el agente de la CIA revisaron la mochila minuciosamente. Al final solo pudieron
extraer un magro botín: 12 rollos de película, una veintena de mapas corregidos
con lápices de colores, una radio portátil que hacía tiempo que no funcionaba, un
par de agendas y un cuaderno verde”. Buenos Aires, Planeta-Seix Barral-Emecé,
2007. p. 9. Según Taibo II, el cuaderno verde contenía 150 páginas con 69 poesías.
Mientras que las agendas corresponderían al Diario del Che en Bolivia. Sin embar-
go, en el Cuaderno verde de Bolivia el Che escribió un plan para estudiar y desa-
67
rrollar la concepción materialista de la historia que inexplicablemente no aparece
en la edición de Planeta. Hasta donde tenemos noticias, donde Guevara sí transcri-
bió poesías en Bolivia fue en un cuaderno rosado, en el cual aparecen reproducidas
tres poesías de Rubén Darío (no incluídas en el libro prologado por Paco Ignacio
Taibo II). El general boliviano Diego Martínez Estévez, autor del libro Ñancahua-
zú. Apuntes para la historia militar de Bolivia, (La Paz, sin editor, 1989. 302 p.),
afirma haber tenido acceso al archivo militar donde el Ejército de Bolivia se apro-
rece en los manuscritos de Praga enviados a Borrego (compárese
el contenido del Cuaderno verde con la reconstrucción de aquel
índice realizada por Orlando Borrego11. Según Borrego, la ver-
sión que figura en el Cuaderno verde de Bolivia es un poco más
compleja y está más completa y desarrollada que la que Guevara
le envió desde Praga, lo cual indicaría que el Che siguió reelabo-
rando ese escrito.

Si la clave de (1) la filosofía y el método y (2) la crítica al marxis-


mo del Este europeo está en (3) la historia, el Che precisa ubicar
la aproximación a cada problema dentro de un horizonte totali-
zante que le otorgue sentido o, como gustan escribir los posmo-
dernos, dentro de un “gran relato” o una “gran narrativa históri-
ca”. Para ello, Guevara elabora (4) una síntesis general desde la
cual encarar la historia conjunta de cada disciplina teórica y de
cada aporte revolucionario práctico, como momentos integrantes
de un análisis histórico de toda la sociedad.

En sus Cuadernos de lectura de Bolivia, esa síntesis histórica


—ese esqueleto de “gran relato”— constituye (4) un esquema
general explicativo de las diversas materias a estudiar y, al mis-
mo tiempo, bosqueja las líneas directrices de un ambicioso pro-
grama de investigación. Por eso mismo, dicho esquema aparece
tanto bajo la forma de “índice” de una futura publicación crítica
del Manual de Economía Política de la Academia de Ciencias de
pió de ese “botín de guerra” y también corrobora la existencia de las tres poesías
de Ruben Darío, pero las atribuye al Cuaderno verde y no al Cuaderno rosado.
Véase Diego Martínez Estévez: “El cuaderno de tapa verde del Che Guevara”.
En Los tiempos.com, 4/10/2009. Una posible explicación para esta evidente y noto-
ria discordancia podría consistir en que Guevara cargaba en su mochila de Bolivia
más de un cuaderno verde… uno con el plan para estudiar y desarrollar la con-
cepción materialista de la historia y otro con las 69 poesías prologadas por Paco
Ignacio Taibo II (según este escritor el Cuaderno verde contenía poesías copiadas
68 a lo largo de dos años, probablemente desde la partida de Tanzania. Obra citada.
p.12). Si no hubiera dos cuadernos verdes habría algo que evidentemente no con-
cuerda… Por lo tanto, lo que el agente de la CIA y los rangers encontraron en la
mochila del Che era algo más que dos agendas y un cuaderno de poesías…
11 Véase su libro: Che, el camino del fuego. Buenos Aires, Edit.Hombre Nuevo,
2001. pp.384. Este trabajo de Borrego también se puede consultar en internet en
el sitio de la Cátedra Ernesto Che Guevara: http://www.rebelion.org/libros/borre-
go_che.pdf
la URSS, en los escritos de Praga, como bajo la forma de “plan”
en los Cuadernos de lectura de Bolivia.

Esa doble presencia sugiere que el Che comenzó a pergeñar (4)


el índice-plan-programa en Praga, lo envió a Cuba (a Borrego) y
luego lo reprodujo —probablemente de memoria— en Bolivia,
para seguir trabajándolo y ampliándolo.

Ese plan histórico constituye el hilo rojo que entreteje las re-
flexiones filosóficas de Tanzania, los materiales críticos de la
economía política de Praga y las lecturas y reflexiones teóricas
de Bolivia.

Según el mismo Borrego, el plan que el Che le envía era un “ín-


dice” temático para un futuro libro. Al leerlo, la primera impre-
sión que surge es que semejante enumeración de problemas no
puede ser un simple índice, tiene que ser algo más. Sin embargo,
si se lo recorre detenidamente y con atención, el lector advierte
que realmente es un índice. Por ejemplo, Guevara hace allí ref-
erencias a futuros “capítulos” y “apéndices”. Si no se tratara del
proyecto de un libro, no tendrían sentido esas expresiones in-
dicativas.

¿Cómo entender entonces un índice tan ambicioso, tan sobrecar-


gado, tan abrumadoramente repleto de problemas y discusiones?
Para comprenderlo mejor se torna pertinente realizar una com-
paración histórica al interior de la tradición marxista.

En ese sentido resulta oportuno recordar aquel famoso y apretado


índice elaborado por Marx en la Introducción de los Grundrisse
(los primeros borradores de El Capital redactados en 1857-1858,
diez años antes de que su principal obra viera la luz). Ese plan-
índice de Marx también aparece formulado en una carta suya a 69
Lasalle de la misma época de los Grundrisse (más precisamente,
del 22 de febrero de 1858).

Como sucede igualmente con el Che, Marx nunca pudo comple-


tar toda la gama de problemas y discusiones que allí se proponía
abordar. En su caso no fue porque lo asesinaran tempranamente,
como a Guevara. Marx falleció viejo y en su casa. La razón es
de otra índole. Tanto en aquel plan-índice de los Grundrisse y
de la carta a Lasalle como en el que figura en el Cuaderno verde
de Bolivia, de lo que se trata es de bosquejar programas y linea-
mientos de investigación. Bajo el formato de “índices” Marx, en
el siglo XIX, y el Che, en el XX, plantearon determinadas per-
spectivas de investigación, imposibles de resolver o de abordar
en un solo libro (¡ni siquiera en un libro tan completo, extenso
—con varios tomos— y genial como El Capital!).

Por lo tanto, el plan que el Che elaboró en Praga y vuelve a


copiar en sus Cuadernos de Bolivia es mucho más que el es-
quema de un futuro libro (aunque así se lo haya imaginado él
inicialmente). Constituye un programa de largo aliento para re-
pensar la totalidad de la concepción materialista de la historia.
Su horizonte abarcador iría desde lo que el Che allí denomina
“la infancia de la humanidad” hasta el comunismo, pasando por
toda la historia humana, los modos de producción, el método di-
aléctico, el historicismo, el humanismo, la síntesis de El Capital,
la epistemología de leyes y categorías científicas, las revolucio-
nes sociales (burguesas y socialistas), las discusiones sobre la
transformación del capitalismo en su fase imperialista y monop-
olista, la teoría marxista de las crisis, las discusiones sobre la
transición socialista, etc, etc, etc.

Ningún libro —ni siquiera escrito por un genio como Marx—


podría abarcar en forma exhaustiva y completa semejante índice
de materias y problemas. De allí que este plan, más que indicar-
nos un proyectado e inconcluso libro del Che, lo que nos muestra
es el mapa de sus preocupaciones y el camino por el cual hab-
70 ría llevado a cabo sus próximas indagaciones, si no lo hubieran
asesinado. (Dicho sea de paso, al leer el plan queda sumamente
claro que si el Che se propone y proyecta allí desplegar futu-
ras investigaciones, entonces... no “se fue a suicidar” a Bolivia,
como sugieren biógrafos malintencionados, que teclean sus de-
dos de escritores al ritmo de los billetes de los grandes monopo-
lios editoriales que los financian).

Articulado en cinco partes, el plan del Che Guevara vuelto a re-


dactar y enriquecido en Bolivia, recorre y reconstruye los ejes
clásicos de la concepción materialista de la historia enfocados,
según el propio lenguaje de su autor, “desde el subdesarrollo”.
Ese ángulo de abordaje es el que motiva al Che a repensar al-
gunos lugares comunes considerados habitualmente “ortodoxos”
en la tradición marxista. Por ejemplo, la sucesión histórica de
modos de producción que, según la interpretación de Stalin,
recorren sucesiva y evolutivamente cinco escalones de una es-
calera mecánica y lineal (comunismo primitivo� esclavitud �
feudalismo � capitalismo � socialismo).

El Che comparte la idea de que la historia no es un azar puro


(como plantearon, años después, los posmodernos) ni tampoco
una sucesión caótica de capas geológicas discontinuas y desco-
nectadas entre sí (según los textos del posestructuralismo). A
diferencia de estos relatos académicos que, durante los ’80 y ’90,
pretendieron convertir a la historiografía en un discurso vacío,
sin ninguna lógica interna, el Che Guevara hace suyo el núcleo
central de la concepción marxista de la historia. Esto es: existen
grandes épocas históricas, signadas por el predominio social de
determinados modos de producción. Pero su cambio no es evolu-
tivo ni automático. Tampoco siguen una sucesión lineal, mecáni-
ca y “en escalera” (según el esquema de Stalin y los rudimen-
tarios manuales soviéticos o según el determinismo tecnológico
de Gerald Cohen y otros marxistas analíticos más refinados y
rigurosos).

Por eso, Guevara considera en su plan de investigación que el es- 71


clavismo no es una etapa fenecida y clausurada en la antigüedad.
La esclavitud también convive largo tiempo con la modernidad
(por ejemplo, en un país como los Estados Unidos de Nortea-
mérica, símbolo de la modernidad occidental y catedral del lib-
eralismo). El feudalismo, según el plan del Cuaderno verde de
Bolivia, tampoco constituye una etapa pretérita y clausurada en
la Edad Media. De igual forma que sucede con la esclavitud,
muchas de las relaciones “típicas” de la feudalidad, conviven —
subordinadas a la lógica del capital— con la modernidad occi-
dental capitalista. Sobre todo en las sociedades subdesarrolladas
y periféricas (las que el Che Guevara adopta como criterio privi-
legiado para repensar a Marx y su herencia).

Al describir distintas modalidades de esclavitud y diversas for-


mas de feudalismo el Che diferencia y anota tres tipos distintos:
primitivo, avanzado y moderno. De este modo, está poniendo
implícitamente en discusión todo esquema evolucionista lineal
que reduzca la concepción marxista de la historia a un simple
evolucionismo mecánico. Desde los cánones habituales del evo-
lucionismo no tendría ningún sentido la expresión “esclavismo
moderno”, pues según el criterio de estos esquemas evolucio-
nistas se supone que el esclavismo constituye una forma social
perteneciente exclusivamente a la antigüedad.

Además, según su óptica expresada en el Cuaderno verde de


Bolivia y en sus apuntes de Praga, la historia no constituye un
suceder automático y evolutivo de formas sociales, independi-
entemente de lo que hagan los sujetos colectivos. No resulta ca-
sual que el Che incorpore a su plan tentativo de la concepción
materialista de la historia tanto la remisión a Espartaco (líder
histórico de la principal rebelión contra la esclavitud) como la
mención de las insurrecciones populares (durante la época de la
crisis del feudalismo).

¿Por qué el Che los incluye en su esquema? ¿Qué idea está oper-
ando allí? Pues que en las transiciones de un modo de producción
a otro, no hay evolución automática. Por el contrario, existen
72 elementos políticos —como las rebeliones de esclavos en la An-
tigüedad y las insurrecciones campesinas durante la baja Edad
Media europea— que están presentes en la crisis de las relacio-
nes sociales hasta ese momento predominantes. El esclavismo
no se cae solo, por motivos única y exclusivamente económicos,
sin las rebeliones de los esclavos. El feudalismo no deja paso al
capitalismo a raíz de una “evolución” puramente económica, sin
las insurrecciones campesinas. No era precisamente éste el crite-
rio central con que se explicaba la visión marxista de la historia
en los manuales soviéticos...

En sus apuntes, el Che define la línea metodológica desde la cual


aborda el marxismo en total coherencia con la dimensión prin-
cipal que le otorga a la historia. Anota, sencillamente y sin ges-
tos grandilocuentes, lo siguiente: “Historicismo de las ciencias
sociales”. Al sentar de esta forma posición en el debate episte-
mológico de aquellos años (que enfrentó a los estructuralistas
—con Louis Althusser, y toda su escuela francesa, a la cabeza—
frente a los historicistas —incluyendo en esta corriente a los par-
tidarios de Antonio Gramsci, del joven Lukács, de Henri Lefeb-
vre y muchos otros—), Guevara vuelve explícito lo que siempre
se sospechó.

En ese sentido, los apuntes de Bolivia resultan sumamente útiles


para confirmar que su concepción del marxismo no sólo era dis-
tinta sino también opuesta a la corriente althusseriana, por aquella
época en pleno apogeo. (Pero no únicamente en “aquella época”,
no sólo en el pasado de los ’60. Hoy en día, en el siglo XXI, gran
parte de los fanáticos seguidores de Toni Negri y de su difundida
obra Imperio —furiosamente antidialéctica, antihumanista, anti-
historicista y antihegeliana— no han advertido la enorme deuda
intelectual que Negri mantiene con Althusser. ¡Sin las críticas
de Althusser al marxismo dialéctico poco se comprendería de la
metafísica antihegeliana de Negri y Hardt!12).

Si a partir de “El socialismo y el hombre en Cuba”, texto capi-


tal de Guevara, se podía sospechar que su lectura del marxismo
era historicista, los Cuadernos de lectura de Bolivia ya no de-
jan lugar a dudas. ¡No se había equivocado Althusser cuando, en 73
su obra Para leer «El Capital» ubicó a Ernesto Guevara y a la
ideología de la Revolución Cubana en la corriente historicista e
“izquierdista” del marxismo, junto con Rosa Luxemburg, Franz

12 Véase nuestro Toni Negri y los desafíos de «Imperio». Madrid, Campo de ideas,
2002.
Mehring, Antonio Gramsci, György Lukács, León Trotsky, Bog-
danov y muchos otros!13.

Y si el Che reconoce abiertamente en Bolivia su adscripción al


historicismo metodológico que el marxismo aporta a las cien-
cias sociales, lo mismo puede decirse acerca de su humanismo,
aunque esta otra dimensión de su pensamiento ya fuera mundi-
almente conocida desde antes de su partida de Cuba. No resulta
aleatorio que en su plan del Cuaderno verde de Bolivia Guevara
incluya como un ítem a desarrollar el problema de “El hombre
en el feudalismo, en el capitalismo y en el socialismo”. Aquí nos
encontramos de nuevo con el humanismo pero, a diferencia de
otras interpretaciones humanistas que afloraron durante los ’60,
Guevara remite este problema a un horizonte inevitablemente
histórico. Nada de “esencias humanas” flotando en el aire, ajenas
a toda sociedad e independientes del tiempo y el reloj. Siempre
la clave está en las coordenadas del historicismo. Como en los
Cuadernos de la cárcel de Gramsci —que lamentablemente nun-
ca llegó a leer—, para el Che no hay humanismo revolucionario
posible independientemente del historicismo.

Al formular los grandes períodos históricos de la humanidad el


Che hace una pausa entre el feudalismo y el capitalismo. Entre
medio de ambos coloca el problema del método dialéctico. En
su plan, el método dialéctico constituye el nexo entre la historia
precapitalista y la historia del modo de producción capitalista.
De este modo, el método es analizado por el Che en función de
la especificidad histórica del modo de producción capitalista. Si
esto no fuera así, hubiera ubicado el tema del método dialéctico
al comienzo de todo el plan, no entre el feudalismo y el capital-
ismo, no al interior de la propia historia, sino al inicio de todo,
74 como un esquema previo a la historia.

Esta es la principal razón por la cual creemos que para el Che


Guevara el método dialéctico marxista constituye el eje de la
concepción materialista de la historia y de la crítica del modo de
13 Véase la discusión de esta tesis de Althusser en “El Che Guevara y la filosofía
de la praxis”, incorporado a este mismo libro.
producción capitalista (incluida la crítica de su economía políti-
ca).

Llegado este punto, debe advertirse que cuando el Che hace


referencial al método, utiliza la expresión “materialismo dialéc-
tico”. También los académicos soviéticos de la época de Stalin
y sus Academias de Ciencias identificaban al marxismo con el
“materialismo dialéctico” (de ahí deriva la expresión soviética
DIAMAT). Pero en el caso del saber oficial soviético, el “ma-
terialismo dialéctico” era más bien una concepción ontológica
del cosmos antes que un método de análisis de la historia. En
cambio, según el plan de Guevara, “materialismo dialéctico” re-
mite al método y, en particular, al problema que él anota de la
siguiente manera: “cómo funciona la contradicción”.

Debe recordarse que no sólo los soviéticos —o Althusser— uti-


lizaban la expresión “materialismo dialéctico”. En Europa occi-
dental, la misma también era empleada por marxistas historicis-
tas como Henri Lefebvre (quien titula Materialismo dialéctico a
uno de sus libros más célebres, donde rinde abiertamente tribu-
to a Hegel). En Europa oriental, un pensador dialéctico como
György Lukács, recurre en su madurez a la misma expresión.
Por ejemplo en El joven Hegel, libro leído por el Che en Bolivia.

En América Latina, tal expresión era igualmente empleada —con


un ángulo ideológico sumamente diferente y polémico frente al
DIAMAT soviético— por un filósofo como Carlos Astrada (uno
de los principales especialistas latinoamericanos en Hegel) o por
un sociólogo antistalinista como Silvio Frondizi (quien, además
de haberse entrevistado varias veces con el Che en Cuba y de
haber escrito en 1960 un volumen titulado La Revolución Cu-
bana, mantenía grandes simpatías por el marxismo dialéctico de 75
Henri Lefebvre14).

14 Puede corroborarse eso último consultando el prólogo que Silvio Frondizi es-
cribió para el libro de Eugenio Werden El materialismo dialéctico (según Henri
Lefebvre). Buenos Aires, edit.Praxis, 1952.
Ya en su primera juventud, cuando estaba elaborando un libro
—que quedó finalmente inconcluso e inédito— sobre La fun-
ción social del médico en América latina, Ernesto Guevara lee
un libro del médico argentino Emilio Troise, discípulo directo de
Aníbal Ponce, titulado Materialismo dialéctico15. Troise resumía
allí un curso de filosofía que había dictado en el centro de estu-
diantes de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos
Aires (UBA). Aunque el título del libro remitía al materialismo
dialéctico, Troise combina allí la perspectiva soviética tradicio-
nal de Bujarin y de Stalin con la de marxistas dialécticos como
Antonio Labriola y Henri Lefebvre. Ernesto Guevara leyó este
trabajo filosófico entre 1954 y 195616.

De modo que aunque en sus escritos el Che apela al término


“materialismo dialéctico” para referirse al método marxista, no
siempre la mencionada expresión tenía el mismo significado
dentro de los pensadores de esta tradición. Ni en Europa —oc-
cidental u oriental— ni en América Latina.

Resulta sugerente que en su plan Guevara incluyera una “sín-


tesis de El Capital” como parte central de la concepción ma-
terialista de la historia. En su época, no era común esta opin-
ión. A la hora de sintetizar la visión marxista de la historia,
las voces oficiales del marxismo al uso en los países del Este
solían remitirse, principalmente, al prólogo a la Contribu-
ción a la crítica de la economía política (1859) o, cuando se
intentaba profundizar un poco más, al primer capítulo de
La Ideología Alemana. En los casos de mayor simplificación, di-
rectamente se utilizaba como base algún manual de la Academia
de Ciencias de la URSS, basado a su vez en el capítulo “Sobre el
15 Véase Ernesto Che Guevara: América Latina. Despertar de un continente. Obra
76 Citada. Selección de la bibliografía consultada para La función social del médico
en América latina. p.92. Guevara lee la primera edición del texto de Troise, pu-
blicado en Buenos Aires en 1938 por la editorial La Facultad. Existe una segunda
edición ampliada de 1950.
16 Sobre el pensamiento filosófico de Emilio Troise y su vínculo con Aníbal Ponce,
véase nuestro De Ingenieros al Che. Ensayos sobre el marxismo argentino y lati-
noamericano. Buenos Aires, Biblos, 2000. Particularmente pp.137-143. Existe una
edición cubana posterior de 2008.
materialismo dialéctico e histórico” (redactado por Stalin) de la
Historia del PC (b) de la URSS.

Es conocida la queja de Guevara, formulada al regresar de un


viaje a la URSS. El Che ironiza entonces sobre la dogmatización
allí imperante, afirmando que “por desgracia [en la URSS] «La
Biblia» no es «El Capital» sino el Manual”. Es muy probable
que para contrarrestar estas vulgarizaciones el Che haya incor-
porado en su plan la necesidad de una aproximación directa a
El Capital a la hora de comprender los núcleos centrales de la
crítica marxista del capitalismo, corazón de la concepción mate-
rialista de la historia.

En cuanto a El Capital y al marxismo, el plan propone abordar


a su autor como “científico” y al mismo tiempo, como “revolu-
cionario” (incluso dando cuenta del “apuro” político de Marx
en la lucha contra el capital). Es decir que el marxismo que
concibe Guevara constituye una teoría científica pero al mismo
tiempo una praxis revolucionaria, ya desde la época de sus mis-
mos fundadores. Esta observación del Che lo diferencia aún más
de la “ortodoxia” de Karl Kautsky (para quien El Capital surge
de una teoría elaborada únicamente por intelectuales, en forma
radicalmente independiente de la lucha de clases), de Louis
Althusser (quien eleva ese divorcio kautskiano al infinito y lo
convierte en norma epistemológica) y de todo el neopositivismo
posterior.

En cuanto a los puntos axiales de la teoría del capitalismo que


Guevara resume en su plan (donde se deja oír la influencia de la
revista Monthly Review y su fundador Paul Sweezy —a quien
el Che conocía personalmente— con su teoría del capitalismo
monopolista) deben incluirse: (a) la teoría del valor, (b) la teoría 77
de la explotación (plusvalor y fuerza de trabajo), (c) lo que el
Che denomina la “lucha contra el fetichismo” y (d) la teoría del
papel de la violencia en la historia, como problema general junto
al método.
Lo más sugerente y notorio es que el Che Guevara no cierra los
debates. Por el contrario, después de señalar la importancia de
El Capital, incluye un apéndice con “principales aportes” pero
también con problemas “no dilucidados” por la teoría marxis-
ta. Adopta el mismo criterio cuando llega el turno de reflexionar
sobre la alternativa al capitalismo. Allí escribe: “Problemas del
socialismo”.

Entre otros elementos políticos que el Che incorpora a su re-


flexión sobre la concepción materialista de la historia merecen
destacarse: (a) la crítica del etapismo (presente en el plan cu-
ando su autor aborda la evolución de la renta capitalista como
parte de “la alianza de explotadores de distinto tipo”, es decir,
cuestionando la falsa oposición etapista que se esfuerza por con-
struir una inexistente dicotomía entre propietarios industriales
modernizadores versus propietarios agrarios tradicionalistas).
En esta crítica al etapismo, presente en el plan de Guevara, no
es improbable que pueda rastrearse la influencia teórica de León
Trotsky; (b) La estrategia antimperialista a escala mundial que
el Che resume, citando al comandante maoísta Lin-Piao, con la
consigna: “La aldea contra la urbe”, extendiendo dicha estrategia
a todo el Tercer Mundo. Esta formulación también podría interp-
retarse como un pensamiento desde la periferia del sistema mun-
dial en lucha contra las metrópolis capitalistas. Esta influencia
de Mao Tse-Tung [1893-1976] sobre el planteo del Che también
reaparece cuando Guevara escribe sobre la lucha de clases en la
transición socialista.

Luego de abordar el período de transición, donde discute desde


la planificación hasta el problema de las categorías capitalistas
y el mercado en el socialismo, culminando con la historia de la
78 Revolución Cubana y sus grandes transformaciones, el Che se
mete de lleno en los problemas y tendencias del socialismo. Allí
incorpora el tema del humanismo, el problema de la “educación
para el comunismo”, la crítica al CAME por su falta de inter-
nacionalismo (ya expresada en el Discurso de Argel), el “cisma
ideológico” entre la URSS y China (sobre la que ya había hecho
referencia en su “Mensaje a los pueblos del mundo a través de la
Tricontinental”) y las “personalidades del socialismo”.

Entre estas últimas, la enumeración del Cuaderno Verde de Bo-


livia incluye a Lenin, Stalin, Jruschov, Tito y Fidel. En el papel
original del cuaderno, debido al margen derecho del doblez de
la hoja, no se alcanza a observar bien si entre Stalin y Jruschov
aparece o no Mao Tse-Tung (si aparece, sólo hay espacio para
que el Che anotara “Mao”, no su nombre completo). La duda
surge porque según la reconstrucción de este plan que en su libro
realiza Borrego (tomando como base la versión previa, escrita en
Praga), entre ambos dirigentes soviéticos también se incluye al
dirigente chino. Aquí, en el Cuaderno verde de Bolivia, Mao no
aparece, pero queda abierta la posibilidad de que en el original
esté su nombre aunque no se vea porque justo allí se dobla el
margen de la encuadernación. (Exactamente lo mismo sucede
en la misma página del cuaderno, cinco renglones arriba, con la
palabra que aparentemente es “estructura” pero que no puede ob-
servarse entera por el margen de la encuadernación realizada por
el Ejército boliviano que se apropia de este “botín de guerra”).

Lo llamativo de esta enumeración —aparezca o no Mao— es


que en ella, entre las personalidades del socialismo, el Che no se
incluye a sí mismo. Esa omisión responde, casi seguramente, a
su típica modestia. Tampoco aparece enumerado León Trotsky,
aunque el Che lo lee ampliamente en Bolivia (expresando sobre
sus libros un juicio más que positivo y reconociendo que fue un
actor protagónico de primera mano en la Revolución bolchev-
ique). En este punto, lo más probable es que la lista incluya úni-
camente a dirigentes políticos al frente de Estados. En el caso de
Trotsky, es evidente que en 1967 no dirige ningún Estado (había
sido asesinado por el stalinismo en su exilio forzado de México, 79
durante 1940). Además, si se lo incluyera, tendría que haber sido
por su crítica al régimen soviético, no como dirigente de Estado.
Tampoco aparece Rosa Luxemburg (ni Gramsci ni Lukács ni
ningún otro pensador marxista), lo cual reafirma el criterio ante-
riormente señalado para la enumeración.
En su conjunto, el plan de trabajo que el Che Guevara empieza
en Praga y continúa en Bolivia nos permite acceder a una mirada
de conjunto sobre el grado de maduración de sus reflexiones fi-
losóficas y teóricas. Lejos ya de la timidez de su Diccionario de
Filosofía adolescente, de las primeras intervenciones teóricas en
las polémicas de la revolución y de las más pulidas argumenta-
ciones sobre la ley del valor en la transición, el índice-plan de in-
vestigación constituye un punto de llegada, maduro y meditado,
a un replanteo de conjunto sobre la concepción marxista de la
historia y sus instrumentos metodológicos.

Qué hubiera desarrollado el Che a partir de él si hubiera seguido


con vida es materia de pura especulación, imaginación histórica
o fantasía. Lo cierto es que sólo alcanzó a bosquejar las grandes
líneas. La investigación quedó inconclusa. Pero al menos allí es-
tán las principales orientaciones. Ya no son sólo una “sospecha”
genérica sino una formulación escrita, explicita, precisa y orde-
nada, de una reflexión de largo aliento, donde la respuesta del
Che frente a cada debate asume un contorno bien definido.

Los autores leídos


y analizados por el Che en Bolivia

En Bolivia el Che Guevara lee, analiza, extracta y reproduce


fragmentos y anota conclusiones sobre los siguientes libros:

C.Wright Mills: Los marxistas [Antología]. México,


ERA, 1964. (extracta y reproduce 25 fragmentos en total, incluy-
endo los que pertenecen al compilador y los de diversos autores
80 marxistas incluidos en el volumen).

György Lukács: El joven Hegel y los problemas de la


sociedad capitalista. México, Grijalbo, 1963. (Extracta y repro-
duce 14 fragmentos).
Friedrich Engels: Dialéctica de la naturaleza. México,
Grijalbo, 1961 (Extracta y reproduce 26 fragmentos).

Fidel Castro: “Discurso en la Plaza de la Revolución de La


Habana del 2 de enero de 1967. (Reproduce un fragmento de una
intervención oral-radial).

León Trotsky: Historia de la revolución rusa. Buenos


Aires, Tilcara, 1962. Tomo I y Tomo II (Extracta y reproduce en
total, de ambos tomos, 16 fragmentos).

Mark Moisevich Rosental y G.M. Straks: Categorías del


materialismo dialéctico. México, Grijalbo, 1962. (Extracta y re-
produce 12 fragmentos).

Jorge Ovando Sanz: Sobre el problema nacional y colo-


nial de Bolivia. Cochabamba, Editorial Canelas, 1961. (Extracta
y reproduce un fragmento).

Mikhaíl Aleksandrovich Dynnik (y otros): Historia de la


filosofía. México, Grijalbo, 1960. Tomo I. (Extracta y reproduce
2 fragmentos).

Rubén Darío: Cantos de vida y esperanza [sin datos edi-


toriales] (Extracta y reproduce tres poesías).

Antes de realizar en concreto el análisis de cada uno de estos


libros, el Che los había incluido en las mencionadas libretas,
donde enumeraba sus futuras lecturas (incluyendo únicamente
títulos y autores, sin ningún otro dato).

La lista que figura en las libretas era tan extensa que, por ejemplo,
en la sección correspondiente al mes de octubre de 1966 —cu-
81
ando Guevara se encuentra todavía en el campamento de entre-
namiento en Cuba, antes de partir a Bolivia— la misma llegaba a
incluir cincuenta y un (51) títulos. ¡Sólo para un mes! Semejante
acumulación indica que el Che no los leyó todos. Sólo figuran
allí como un plan a futuro, pues resulta imposible para cualquier
ser humano —incluido el Che— leer todos esos volúmenes en un
mes, aunque se dedicara a esa tarea las veinticuatro horas (que no
era precisamente su caso...).

Entre noviembre de 1966 (estando todavía en Cuba) y febrero


de 1967 (instalado ya en Bolivia), el Che incluye en la lista —
entre muchísimos otros nombres mencionados— los títulos de
los libros que están extractados en los Cuadernos de lectura de
Bolivia.

La antología de Wright Mills figura allí anotada en el mes


de noviembre de 1966. Lo mismo sucede con el libro de
poesías de Rubén Darío. El volumen de Lukács, el de En-
gels y el tomo primero de Trotsky aparecen en diciembre
de 1966. El de Rosental-Straks y el de Ovando en enero de
1967. El tomo segundo de Trotsky y el tomo primero de
Dynnik en febrero de 1967.

Es más que plausible que los libros leídos en Bolivia hayan sido
conseguidos allí mismo. No podemos saber si fue el Che quien
los adquirió personalmente o si fue alguno de sus compañeros
quien se los envió por encargo suyo (puede haber sido Inti Pere-
do, durante los primeros meses, o también Tania, desde La Paz).
Lo que sí es completamente seguro es que Guevara no los llevó
personalmente desde Cuba. Por dos razones. En primer lugar, no
hay una sola edición cubana en los volúmenes que lee y anota en
sus Cuadernos. En segundo lugar, al haber viajado clandestina-
mente a Bolivia, completamente disfrazado y con una identidad
falsa, supuestamente alejada de la política revolucionaria, invali-
da desde el vamos la posibilidad de que haya pasado las fronter-
as y las aduanas portando semejante cantidad de textos marxis-
tas. Si la mayoría son de ediciones mexicanas, al menos los dos
82 tomos de Trotsky pertenecen a una pequeña editorial argentina
que no se conseguía en Cuba. Esos dos volúmenes los debe haber
comprado en Bolivia.

También es probable que Guevara contara con una cantidad bien


grande de textos, mucho mayor que los que efectivamente al-
canza a leer, extractar y analizar. Por ejemplo, al anotar sus re-
flexiones correspondientes al día 11 de enero de 1967, el Che
escribe en su Diario en Bolivia (el diario de campaña): “Alejan-
dro y Pombo se dedicaron a la confección de mapas en la cueva
de Arturo y llegaron con la noticia de que mis libros se habían
mojado; algunos se habían deshecho y los radio comunicadores
estaban mojados y oxidados”. En esa cueva el Che pierde parte
de sus libros, pero no todos, lo cual habla de la cantidad de textos
en su haber.

Eso en cuanto a los libros. Ahora bien, en lo que respecta al dis-


curso de Fidel Castro del 2 de enero de 1967 —del cual extrae
y anota un fragmento en sus Cuadernos de lectura de Bolivia
— el Che no registra ningún dato preciso. No hace referencias
concretas ni aclara si lo leyó de algún periódico cubano que
le hubiera traído desde la isla algunos de sus contactos de in-
teligencia (algo poco probable). Sin embargo, aunque no con-
tamos con información al respecto, es casi seguro que escuchó
la intervención de Fidel por Radio Habana, ya que su Diario
en Bolivia también hace referencia al discurso en La Habana
escuchado en oportunidad del 1 de mayo de 1967 y menciona
explícitamente esta emisora en sus anotaciones del día 29 de ju-
lio. Además, en ese mismo diario, más precisamente el 10 de
agosto, el Che hace referencia al “Largo discurso de Fidel en
que arremete contra los partidos tradicionales”. Para terminar
de confirmar que, desde Bolivia, Guevara escuchaba los discur-
sos de Fidel por radio, y que esa es su fuente, pueden consultarse
las notas correspondientes al mismo 2 de enero de 1967. Allí
escribe que tres compañeros salían del campamento guerrillero
“cuando acababa el discurso de Fidel” (el mismo que luego él
extracta).

A continuación, intentaremos abordar con paciencia, detalle y 83


rigurosidad la problemática de cada uno de los textos y la bio-
grafía intelectual de los autores analizados por el Che en Bo-
livia. Trataremos de rastrear la historia política de cada autor, los
debates y polémicas en los que se enmarcan sus producciones
teóricas (y sus respectivas ediciones, nunca ajenas —si se trata
de marxistas— a las luchas y avatares políticos). Nos interesa
aprender en serio del Che Guevara y reconstruir rigurosamente
su pensamiento para que nos sea útil en las nuevas batallas ide-
ológicas. Por eso se torna necesario aproximarnos a los estudios
desconocidos del Che en Bolivia con una contextualización pre-
via, política, ideológica, biográfica e histórica, única manera de
comprender a fondo sus elecciones bibliográficas, sus reflexio-
nes políticas y sus balances teóricos.

Wright Mills, el marxismo


y la sociología crítica en Estados Unidos

En Bolivia el Che Guevara lee detenidamente, transcribe largos


párrafos y reflexiona sobre Los marxistas, antología del intelec-
tual estadounidense C.Wright Mills [1916-1962]. Éste consti-
tuye uno de los principales representantes de la corriente crítica
del funcionalismo, ideología oficial en los sociólogos profesion-
ales de EEUU.

Además de la antología leída por Guevara en Bolivia y de su


famoso trabajo sobre la Revolución Cubana, al que más adel-
ante haremos referencia, Mills es autor de una obra prolífica.
Entre sus principales títulos figuran: El poder de los sindicatos
[1948]. Buenos Aires, Siglo XX, 1965; Las clases medias en
Norteamérica [1951]; Carácter y estructura social ([1953], en
colaboración con H.Gerth). Bs.As., Paidos, 1963; La elite del
poder [1956]. México, Fondo de Cultura Económica, 1957; Las
clases medias en Norteamérica (White-collar) [1956]. Madrid,
84 Aguilar, 1957; From Max Weber: Essays in sociology [Ensay-
os sociológicos] ([1958], en colaboración con H.Gerth). New
York, Oxford University Press, 1958; Las causas de la tercera
guerra mundial [1958]. Bs.As., Merayo, 1969; La imaginación
sociológica [1959]. México, Fondo de Cultura Económica,
1961; Sociología y pragmatismo. Estudio de la enseñanza su-
perior norteamericana [1963]. Bs.As., Siglo XX, 1968; Poder,
política, pueblo [1963]. México, Fondo de Cultura Económica,
1964; De hombres sociales y movimientos políticos [título del
original: A collection of papers of C.Wright Mills]. México, Si-
glo XXI, 1969, entre otros de su autoría. También editó Images
of man: The classic tradition in sociological thinking [Imágenes
del hombre: La tradición clásica en el pensamiento sociológico].
New York, George Braziller, 1960.

El pensamiento sociológico de Wright Mills posee determinadas


características que lo distinguen claramente de toda la tradición
funcionalista de la sociología norteamericana. Crítico y con-
testatario, Mills supo hundir el escalpelo donde duele. Disecci-
onó a la sociedad estadounidense mostrando las mezquindades
de sus elites dominantes. Con ojo impiadoso e inconformista,
Mills mostró que “la gran democracia americana” no era nada
más que un mito. Pero no sólo enfocó sus cañones contra las
clases en el poder. También ejerció una mirada crítica sobre
diversos segmentos de las clases populares. A Mills, como a
muchos intelectuales progresistas de EEUU, le preocupaba in-
dagar sobre los mecanismos específicos de cooptación utiliza-
dos por el sistema capitalista norteamericano para neutralizar
ideológicamente e incorporar cualquier oposición radical. Por
eso le dedicó análisis detallados a la burocracia sindical y a la
segmentación de las clases trabajadoras estadounidenses en
diversos “estratos” —diferenciados y hasta enfrentados entre
sí— cuya existencia impedía objetivamente tejer alianzas anti-
capitalistas y alcanzar una imprescindible y siempre posterga-
da conciencia de clase autónoma. Particularmente agudos son
sus escritos sobre los trabajadores de “cuello blanco”, explo-
tados por el sistema, pero al mismo tiempo partícipes de la repro-
ducción cotidiana del mismo. 85

Para realizar tantas investigaciones sobre las clases sociales


de los Estados Unidos Wright Mills apeló a los instrumentos
analíticos del marxismo clásico. Pero, he aquí su novedad, in-
tentó conjugarlos con la sociología comprensiva de Max We-
ber (cuando habitualmente se supone que las teorías de Weber
y Marx son antagónicas y excluyentes). De Weber adoptaba un
estilo de investigación sociológica centrada no tanto en la ex-
plicación de las leyes de tendencia del sistema capitalista en
su conjunto sino más bien en la comprensión psicológica de la
acción humana.

Según Mills, analizar a las clases y grupos sociales atendiendo


únicamente a la posesión o no posesión de los medios de pro-
ducción no alcanzaba para dar cuenta de la estratificación social
norteamericana y de la neutralización política que el sistema re-
alizaba con numerosos segmentos trabajadores que psicológica-
mente no se sentían ni se identificaban a sí mismos como tales.
Para explicar su falta de conciencia de clase, Mills pensaba que,
junto a ese criterio clasista y objetivo proporcionado por el marx-
ismo clásico, también había que emplear la categoría sociológi-
ca de “status” y atender a los diversos tipos de ocupación. Él
afirmaba una y otra vez que, sin dar cuenta del status y la ocu-
pación, no se podría comprender la psicología política y la falta
de conciencia de clase —por ejemplo de los empleados de cuello
blanco, es decir, de los que trabajan en servicios— propia de la
estratificación capitalista en sociedades avanzadas

En esa singular e iconoclasta amalgama de Karl Marx con Max


Weber, Mills recurría también a otros maestros. Además de estos
dos grandes, en el pensamiento sociológico de Wright Mills tam-
bién tuvieron influencia Hans Gerth y, en forma mediata, Thor-
stein Veblen.

El profesor Hans Gerth, sociólogo de la Universidad de Wiscon-


sin (donde estudió Wright Mills), era de origen alemán. Había
86 estudiado en Heidelberg con Karl Mannheim, quien también in-
fluyó en los escritos de Wright Mills. Gerth continuó sus estudios
en Londres y en Frankfurt, en la época de formación del célebre
Instituto de Investigación Social (conocido como la Escuela de
Frankfurt). Gerth fue, además, uno de los principales difusores
de la obra de Max Weber en Estados Unidos. Este profesor,
mayor que Wright Mills, escribió con él dos libros. Cuando su
joven discípulo falleció, redactó un pequeño texto biográfico en
su memoria. Describiendo a Mills, reconoció que: “No le atraía
convertirse en uno más de los investigadores contratados para
estudiar las trilladas rutinas de cada día. Dejó las rutinas lu-
crativas en manos de quienes habían nacido para ellas y dirigió
su observación hacia los que tomaban las decisiones”. Refirién-
dose a su experiencia con la Revolución Cubana, Gerth escribió:
“Mills fue invitado a viajar a Cuba, conoció a Fidel Castro y a
sus hombres; atravesó la isla; presenció la elaboración de la
nueva sociedad; vio como desaparecían los tahúres, el sexo co-
mercializado y el turismo para dar lugar a la nueva vida [...]
Quedó admirado e impresionado por lo que vio”.

A través de Gerth, Wright Mills se familiarizó con el pensam-


iento de Weber. Para él, Weber no era una antítesis irreductible
frente a la herencia de Marx, como habitualmente se los con-
sidera en la Academia. Probablemente por influencia de Weber,
en La imaginación sociológica Wright Mills intenta articular la
lógica estructural de las formaciones sociales, y su dinámica, con
la biografía y el papel de la acción individual en la historia. Ese
abordaje era su particular modo de articular a Marx con Weber.

En cuanto a la influencia ejercida sobre él por Thorstein Ve-


blen, Wright Mills escribió un ensayo tratando de dejar en
claro qué adopta y qué critica de este pensador rebelde es-
tadounidense. Dicho ensayo fue publicado en 1953 como in-
troducción al libro más famoso de Veblen: Teoría de la clase
ociosa (New York, New American Library, 1953. En espa-
ñol el libro fue editado en Buenos Aires, Fondo de Cultura
Económica, 1963). Mills no escatima elogios. Afirma que:
“Thortstein Veblen es el mejor crítico de Estados Unidos que
este país ha producido”. Con gran simpatía, describe a Veblen 87
como un iconoclasta y un sociólogo rebelde —no cuesta de-
masiado visualizar cómo esas características podrían aplicarse
al mismo Wright Mills—. “Veblen”, continúa Wright Mills, “no
tuvo nunca un trabajo académico decoroso. No era lo que el
siglo XIX llamaba una persona decente”. Lo que más atrae a
Wright Mills de Veblen era el modo como éste había desnudado
la frivolidad y la vaciedad de las clases adineradas y poderosas
de EEUU, su consumo suntuario y ostentoso, su culto irracional
al prestigio y a la “posición” social. Las mismas clases sociales
a las que Wright Mills les dedicará varios de sus mejores libros y
sus críticas demoledoras.

Otras de las características de Veblen que sedujeron a Wright


Mills fueron su rechazo a los tics de la sociología académica
profesional, en última instancia, deudora obsecuente de la
cultura burguesa y el statu quo norteamericanos. Mills de-
staca cómo “la obra de Veblen se levanta como una pro-
testa viva contra esas tendencias dominantes de la alta
ignorancia” y contra “las trampas académicas del trabajo at-
areado y de la afectación”. Resumiendo, Wright Mills afirma
que “Veblen fue incapaz de ser un especialista, fue un antiespe-
cialista profesional”.

Rescatando la herencia olvidada del sindicalismo clasista


norteamericano del IWW (el sindicato obrero Industrial Workers
of The World), al que Wright Mills caracteriza como “el único
movimiento de rebeldía no perteneciente a la clase media en Es-
tados Unidos en el siglo XX”, el autor de Los marxistas describe
a Veblen como “una especie de Wobbly [miembro del IWW] in-
telectual”.

Con la ayuda de Marx y Weber y la influencia de Gerth


(Mannheim) y Veblen, Wright Mills arremetió sin piedad contra
la sociedad oficial norteamericana en sus articulaciones internas.
Pero eso no le bastó. Tal es así que también dedicó gran energía
a estudiar a la Revolución Cubana. Tampoco le alcanzó. De allí
88 que, al sorprenderlo tempranamente la muerte (tenía entonces
46 años), Wright Mills estuviera trabajando en una Sociología
comparativa. La había pensado como un estudio comparativo de
diversas sociedades que constaría de seis a nueve volúmenes. No
contento con investigar a EEUU y a Cuba, Wright Mills también
la emprendió con la Unión Soviética.
Desafiando la lógica de la guerra fría que tanto impregnó la pro-
ducción de la intelectualidad universitaria en Estados Unidos
—piénsese, como ejemplo, en los teóricos académicos del “to-
talitarismo” que jamás hacen mención, pero ni una sola palabra,
sobre el anticomunismo del senador McCarthy y sus persecucio-
nes—, Wright Mills viajó dos veces a Polonia, una a Yugoslavia
y otra a la Unión Soviética. A este último país lo visitó entre abril
y mayo de 1960. Eran los tiempos de Kruschev. El intelectual
crítico de EEUU no se conformó con adornar en forma erudita
los lugares comunes del discurso macartista occidental, siempre
proclive a repetir la cantinela del “totalitarismo”, de “la sociedad
abierta” y otros lugares ideológicos del mismo estilo. Se propuso
experimentar por sí mismo.

Mills dejó constancia de sus reflexiones y sus entrevistas en la


URSS en su Diario soviético, escrito con la finalidad de utilizar-
lo posteriormente en un proyectado libro que iba a titular, iróni-
camente, Contacting the enemy [Contactando al enemigo]. Ese
texto, del cual se publicaron fragmentos póstumos con el título
Notas de un diario soviético, resume gran parte de su aproxi-
mación política al marxismo. El Che Guevara no llegó a con-
ocerlo, pero su lectura hubiera reafirmado las conclusiones que
él extrajo en Bolivia luego de analizar Los marxistas.

Allí Mills deja sentado que sus entrevistas sociológicas estaban


centradas principalmente en “la posición y el papel de los in-
telectuales y en los cambios habidos en esto desde la muerte de
Stalin”. Al abordar lo que denomina “la intelligentsia soviética”,
Mills se esfuerza por ubicar a “los innovadores” (partidarios del
deshielo con Occidente y de la política de Kruschev) y a los
“stalinistas intransigentes”.
89
Resulta más que sugerente observar cómo Mills, al estudiar a
la URSS, enhebra al mismo tiempo dos concepciones políticas
netamente diferenciadas.

Por un lado, reivindica la tradición marxista clásica de la revo-


lución bolchevique de 1917, hasta la muerte de Lenin. En ese
sentido, afirma: “Sucede también que no tengo ninguna teoría
política que se aplique monolíticamente a todas las sociedades
sobre las cuales pienso. Por lo que se refiere a posición política,
hay sociedades en las que probablemente sería yo anarquista;
en otras sería totalmente leninista”. Desde ese ángulo, interroga
y provoca a los intelectuales soviéticos entrevistados preguntán-
doles acerca de León Trotsky, sobre quien Mills tenía un gran
aprecio. Para hacer evidentes los prejuicios reinantes, Mills les
solicita que les mencionen qué libros concretos ellos leyeron de
Trotsky (la respuesta es obvia, no leyeron ninguno). Además de
Trotsky, Mills hace el elogio de la obra de Isaac Deutscher, el
gran biógrafo de la trilogía sobre Trotsky y del volumen sobre
Stalin, y también del historiador británico Edward Ccarr, espe-
cialista en historia soviética.

Pero, al mismo tiempo, esos fragmentos sobre el mundo cultural


de la URSS y su vínculo con Occidente dejan traslucir en la prosa
de Mills un liberalismo democrático no siempre disimulado. Por
ejemplo, esta concepción aflora cuando el sociólogo estadoun-
idense aboga por el entendimiento académico entre los intelectu-
ales de EEUU y los de la URSS. Esta concepción de Mills, tan a
tono con la “coexistencia pacífica” proclamada por Kruschev (y
rechazada con vehemencia por el Che Guevara), lo llevan a ter-
minar sus Notas de un diario soviético con la siguiente pregunta
(dirigida a EEUU), en cierta forma cándida y, si se quiere, in-
genua: “¿Va alguna organización de un grupo profesional de Es-
tados Unidos a ayudar a esos jóvenes [los jóvenes soviéticos] en
filosofía, historia y estudios sociales, con bibliografías y listas
de libros?”17.

De reivindicar la herencia olvidada, insultada e injustamente rep-


90 rimida de Trotsky en la Unión Soviética, Mills pasaba, casi sin
mediaciones, a defender una visión liberal de la intelectualidad
más allá de las clases sociales y los conflictos políticos. Por su-
puesto que esa huella liberal tenía mucho más que ver con el
17 Véase Wright Mills: Notas de un diario soviético. Incorporado en la antología
—póstuma— del mismo autor titulada De hombres sociales y movimientos políti-
cos. Obra Citada. pp.289-296.
liberalismo clásico del siglo XVIII que con la literatura “liberal”
—profundamente macartista y autoritaria— predominante en los
Estados Unidos.

Si bien Wright Mills fue un outsider en la cultura académica


norteamericana, las repercusiones de su obra no se agotaron en el
mundo anglosajón. Su influencia también se extendió a América
Latina. Por ejemplo, en la cultura argentina, existieron ecos de
sus escritos y sus polémicas.

En aquel tiempo, a fines de los ’50 y comienzos de los ’60, el


sociólogo ítalo-argentino Gino Germani [1911-1979] intentaba
actualizar académicamente los estudios sociológicos en Argen-
tina —y en Sudamérica—. Para ello, no tuvo mejor idea que in-
troducir las normas “científicas” de la sociología funcionalista
estadounidense y su peor empirismo metodológico. Germani se
constituyó de esta manera en el padre intelectual de la sociología
oficial argentina (y de algunas de sus sectas cientificistas de “iz-
quierda”). Su influencia llegó tan lejos que hoy en día el Instituto
de Investigaciones Sociológicas de la Universidad de Buenos Ai-
res (UBA) lleva el nombre de... ¡Gino Germani!.

En medio de esa ofensiva ideológica por modernizar la sociología,


Germani prologa la edición en español de uno de los libros más
sugerentes de Wright Mills, el ya mencionado La imaginación
sociológica. El prólogo de Germani está fechado en febrero de
1961 y situado en Berkeley, California. Resulta curioso y hasta
inexplicable que el ítalo-argentino escriba aquel prólogo, ya que
toda la obra de Wright Mills, y en particular ese libro, constituye
una crítica implacable y demoledora de la sociología funcional-
ista y cientificista admirada por Germani. Poco tiempo después,
el historiador marxista argentino Milcíades Peña [1933-1965] le 91
dedicará un número entero de su revista Fichas de Investigación
Económica y Social a la obra y la vida de Wright Mills (Año
1, N°2, julio de 1964). Allí Peña reproduce tres capítulos ente-
ros de Los marxistas, cuando en Argentina todavía no se con-
seguía la edición mexicana (la que utiliza el Che en Bolivia). Y
no sólo eso, Peña también arremete con todo lo que encuentra a
mano contra el intento de manipulación del pensamiento crítico
y la herencia rebelde de Wright Mills por parte de la sociología
oficial argentina y sus principales voceros. Cuestionando aquel
tramposo prólogo a La imaginación sociológica, Peña escribe:
“Gino Germani sobre C. Wright Mills o las enojosas reflexio-
nes de la paja seca ante el fuego”. Un trabajo contundente que,
reivindicando la rebeldía intelectual del norteamericano, no
deja títere con cabeza en la sociología académica argentina.
Particularmente la cabeza que rueda es la del renombrado Ger-
mani.

De este modo, la obra de Wright Mills no sólo parte aguas de


la intelectualidad norteamericana sino que también agita la dis-
cusión entre un sector significativo de la intelectualidad crítica
latinoamericana (no resulta casual, en ese sentido, que Wright
Mills le haya dedicado públicamente su libro Poder, política,
pueblo al sociólogo marxista mexicano Pablo González Casa-
nova).

La Revolución Cubana, Wright Mills


y la nueva izquierda norteamericana

Wright Mills había sido invitado a conocer la Revolución Cu-


bana en sus inicios. Conoció personalmente a Fidel y al Che.
Quedó fascinado. Dejó constancia escrita de su experiencia en
Cuba —donde no fue de “turista” sino que intentó desarrollar
una investigación sociológica— en su célebre y precursor li-
bro Escucha yanqui18. La obra Escucha Yanqui tuvo en los Es-
92 tados Unidos, desde su aparición hasta junio de 1961 un tiraje
de 400.000 ejemplares. Wright Mills escribe ese libro para dar
cuenta ante el público norteamericano del cataclismo político y
cultural producido en la isla en 1959.
18 Título original en inglés Listen yanqui (The Revolucion in Cuba). New York,
McGraw-Hill Book Company y Ballantine Books, 1960. México, Fondo de Cul-
tura Económica, 1961.
En Escucha Yanqui Wright Mills desmonta uno a uno los
prejuicios, los temores y as histerias de la clase política yanqui
frente a la joven revolución cubana. Para ello otorga la palabra
a los mismos cubanos, redactando el texto de tal manera que el
lector parece estar en la isla escuchando literalmente al pueblo
cubano.

Si la dirección política de la Revolución Cubana tuvo siempre


algo en claro —hasta el día de hoy— es que necesita contar con
el consenso de la intelectualidad mundial, frente a la agresividad
de su poderoso enemigo histórico, el imperialismo norteameri-
cano. La lucha y la disputa por la opinión de los intelectuales
de todo el mundo entre los partidarios de Fidel y el Che, por un
lado, y la CIA, por el otro, constituye una batalla que todavía hoy
no ha concluido.

Uno de los mejores libros que dan cuenta de la guerra cultural


desarrollada por la CIA y otros aparatos de inteligencia estadoun-
idenses para penetrar en la intelectualidad y ponerla en contra de
los revolucionarios es el excelente volumen de Frances Stonors
Saunders La CIA y la guerra fría cultural19.

Son ampliamente conocidas las relaciones que Fidel Castro esta-


bleció en los años ’60 con el editor italiano Giangiacomo Fel-
trinelli, en Italia, y con François Maspero, en Francia —entre
muchísimos otros—, para la difusión del pensamiento revolu-
cionario en el ámbito de la intelectualidad europea. Lo mismo
puede decirse de aquella vinculación con Sartre. Este último es-
cribió varios textos sobre su visita a Cuba 20.

19 Véase Frances Stonors Saunders: La CIA y la guerra fría cultural. Madrid,


Debate, 2002. Hemos intentado abordar esta problemática en nuestro ensayo “La
93
pluma y el dólar. La guerra cultural y la fabricación industrial del consenso”. Pu-
blicado en la revista Casa de las Américas Nº 227 abril/junio 2002 y recopilado
en nuestro libro Pensar a contramano. Las armas dela crítica y la crítica de las
armas. Buenos Aires, Nuestra América, 2007.
20 Entre otros, puede consultarse Jean-Paul Sartre: Ideología y revolución. Como
ve la Revolución Cubana el talentoso escritor francés. Buenos Aires, El Grillo de
papel, 1960.
Tanto cuando todavía estaba en Cuba como cuando ya estaba
insertado en plena actividad insurgente en Bolivia, el Che Gue-
vara no es ajeno a esa inteligente política cultural antiimperial-
ista impulsada por Fidel. Por eso, en su Diario en Bolivia, el día
21 de marzo de 1967, Guevara anota: “Yo debo escribir cartas a
Sartre y a B.Russell para que organicen una colecta internacio-
nal de ayuda al movimiento de liberación boliviano”. Se trataba,
precisamente, de volcar a los principales intelectuales de Europa
Occidental a favor de la lucha de los pueblos latinoamericanos y
en contra de la contrarrevolución local, apoyada por EEUU. La
misma política habían desarrollado, en el Asia, los revoluciona-
rios vietnamitas.

Pero esa búsqueda del consenso no quedaba de ningún modo


reducida a Europa Occidental. El máximo desafío de la Revolu-
ción Cubana consistía —y consiste— en ganar también el apoyo
de la intelectualidad progresista “en las entrañas del monstruo”,
como le gustaba decir a Martí, es decir, en el seno mismo de la
cultura crítica estadounidense. Para lograr ese objetivo, Fidel y
el Che implementaron una política sistemática. Obtuvieron nu-
merosos frutos dignos de recordarse. El caso de Wright Mills no
fue, afortunadamente, una excepción.

El principal antecedente del texto de Wright Mills sobre Cuba


es un libro escrito en colaboración entre Leo Huberman [1903-
1968] y Paul M. Sweezy [1910-2004], el famoso economista de
Harvard. Se titula: Cuba: anatomía de una revolución21. Este
libro fue redactado en mayo de 1960. Los autores habían vis-
itado la isla durante tres semanas en marzo de 1960. Apareció en
EEUU como número especial de la revista Monthly Review y fue
publicado en forma de libro el 26 de julio de 1960. Luego de su
94 aparición, volvieron a visitar Cuba durante otras tres semanas,
entre septiembre y octubre de 1960 (en esa oportunidad pasaron
dos largas noches conversando con Fidel Castro). En menos de
un año, el libro conoció nueve ediciones (dos norteamericanas,

21 Véase Leo Huberman y Paul M. Sweezy: Cuba: anatomía de una revolución


([Nueva York, junio de 1960]. Buenos Aires-Montevideo, Editorial Palestra, 1961.
dos brasileras, una italiana, una israelí, dos cubanas y una argen-
tino-uruguaya).

El texto de Huberman y Sweezy combina el mejor periodis-


mo norteamericano, de ritmo ágil y claridad expositiva, con la
tradición académica y la rigurosidad del marxismo clásico de la
Monthly Review.

Su redacción derrocha entusiasmo por los eventos y por el pro-


ceso político de Cuba. En ese sentido la saludan por su com-
binación de humanismo, nacionalismo antiimperialista y so-
cialismo. Mucho tiempo antes de que Fidel Castro proclame
públicamente el carácter socialista de la Revolución, Huberman
y Sweezy escriben en el texto lisa y llanamente que “la nueva
Cuba es socialista”22. Además, frente a los ataques de la con-
trarrevolución interna y del imperialismo estadounidense que al
unísono acusaban a Fidel Castro de estar insano y de no estar en
sus cabales, los autores responden: “La enfermedad que sufre
[Fidel] es el marxismo”23.

No obstante defender el marxismo de los principales dirigentes


de la Revolución Cubana, en su análisis los dos intelectuales
norteamericanos critican al dirigente cubano Blas Roca (líder
del Partido Socialista Popular-PSP —nombre del antiguo Partido
Comunista—) y al intelectual estadounidense James Allen (del
PC de EEUU) por oponerse a admitir el socialismo en la isla.

El libro de Huberman y Sweezy se cierra afirmando que: “el


éxito de la Revolución Cubana es el principio del fin para el
imperialismo en el Hemisferio Occidental”.

Wright Mills describió esta investigación que lo antecedió como


“el más reciente libro y el mejor” sobre la Revolución en Cuba. 95

Otro de los intelectuales progresistas estadounidenses que apoyó


desde muy temprano a la Revolución Cubana es Waldo Frank

22 Obra Citada. p.185.


23 Obra Citada. p.221.
[1889-1967]. En los EEUU cumplió la función de presidente del
“Comité de Justo Trato con Cuba”.

Waldo Frank había leído a Huberman, Sweezy y Wright Mills. No


obstante, a diferencia de los trabajos más sociológicos y económi-
cos de aquellos tres, en su prosa encontramos el típico producto
de aquel ensayismo que combina una mezcla de historiografía a
vuelo de pájaro, psicología social y retrato costumbrista entre-
cruzada con impresiones personales y construcciones literarias.
A esa melange, Waldo Frank la denominaba “retrato cultural”24.
Aun progresista y enemigo de la intervención norteamericana,
Frank estaba bien alejado del marxismo. Incluso lo definía como
“un dogma racionalista y puritano”. Todo su retrato de Cuba, a
favor de Fidel Castro y el proceso de transformación por él ini-
ciado, se esfuerza por demostrar que Cuba no es capitalista pero
tampoco... comunista. La ideología de la Revolución constituye,
para Waldo Frank, “el humanismo hispánico-judeo-cristiano”.
Desde una perspectiva política que mucho le debe al liberalismo
democrático, Frank resumía la síntesis de su libro de la siguiente
manera: “Para mí [los dirigentes revolucionarios cubanos] son
hombres buenos”25. Ese apoyo no le impidió cometer graves er-
rores, como cuando atribuye a Ernesto Guevara la profesión de
“médico psicoanalista”. Probablemente, en las conversaciones
con Guevara, Frank haya malinterpretado el interés por el psi-
coanálisis y por el pensamiento de Sigmund Freud que el Che
profesaba desde su adolescencia (al punto de incluirlo en su Dic-
cionario de filosofía comenzado a los 17 años).

Esta pléyade de escritores estadounidenses progresistas y de iz-


quierda (algunos marxistas, otros no), volcados en forma entu-
siasta hacia la Revolución Cubana, también incluía a Paul Baran
96 [1910-1964]. Habiendo estudiado en su juventud —1930— en
el Instituto de Investigación Social de Frankfurt, Baran se con-
vertirá más tarde en uno de los economistas principales de la
nueva izquierda norteamericana. A partir de entonces integrará
la Monthly Review.
24 Véase Waldo Frank: Cuba isla profética. Buenos Aires, Losada, 1961.p.177.
25 Obra Citada. p.130
Paul Baran publica en mayo de 1961 un trabajo sobre Cuba. El
texto base de esta investigación fue escrito en 1960. Apareció al
año siguiente, editado por la Monthly Review, junto con una sín-
tesis de dos charlas y conferencias radiales de Baran sobre Cuba
emitidas por la radio KPFA de Berkeley, California. Todos los
materiales son editados juntos con el título: Reflexiones sobre la
Revolución Cubana26.

El texto de Baran, apretado y sintético, es lúcido, inteligente y bri-


llante. Sin duda, de lo mejor que se ha escrito sobre la Revolución
Cubana. Su autor, como también hicieran Huberman, Sweezy y
Wright Mills, basó sus análisis en la experiencia directa. Estuvo en
Cuba tres semanas y se entrevistó varias veces con Fidel Castro.

Huberman y Sweezy coincidían en recalcar la personalidad del


principal líder cubano reconociendo que: “Fidel es un consuma-
do político. Es probable que tenga en mayor medida que cu-
alquier otra figura viviente actual, esa cualidad que los sociólo-
gos, tomando una palabra teológica, llaman «carisma», o sea
el don innato de inspirar en la gente una mezcla de apasionado
amor y ciega fe”. En total consonancia con ellos, Paul Baran lo
retrata como “un hombre tan extraordinario, tan complejo y bien
dotado, heroico y dedicado”27.

Lo interesante del texto de Baran consiste en que es uno de los


primeros, si no el primero, en describir y caracterizar la Revolución
Cubana como una “revolución permanente” y, al mismo tiempo,
“internacional”. (Casi en la misma época que Paul Baran, en sep-
tiembre de 1960, el sociólogo argentino Silvio Frondizi —quien
también visita la isla en aquel tiempo— realizará una evaluación
muy similar, recalcando el carácter permanente de la Revolución
Cubana y su pasaje del frente nacional a la lucha antiimperialista 97
y de allí “a los umbrales del socialismo”28).

26 Véase Paul Baran: Reflexiones sobre la Revolución Cubana. Buenos Aires, Jor-
ge Álvarez, 1963.
27 Obra Citada. pp.35-36.
28 Véase Silvio Frondizi: La Revolución Cubana: Su significación histórica.
Montevideo, Edit. Ciencias Políticas, 1960. p.149.
En el trabajo de Baran se habla específicamente del antecedente
de Wright Mills, Huberman y Sweezy. Discutiendo la tesis que
atribuía al pueblo cubano una cerrada oposición al liderazgo de
Fidel Castro, Baran afirma: “Como lo habían anticipado todos
los que sabían algo sobre Cuba, esa suposición resultó ser fal-
sa. Tanto C. Wright Mills, como Paul Sweezy y Leo Huberman,
como yo mismo —todos aquellos que habían visitado Cuba y es-
tudiado su revolución habíamos dicho y escrito en muchas opor-
tunidades que el pueblo cubano apoyaba con entusiasmo a su
gobierno revolucionario. Ahora [luego de la invasión de Bahía
de Cochinos] ese descubrimiento ha sido verificado experimen-
talmente por la CIA y sus agentes, y las historias en contrario,
fabricadas por los refugiados cubanos, demostraron no ser sino
invenciones de sus imaginaciones ávidas”29.

Aunque lo cita como uno de sus antecedentes, en ese libro Paul


Baran cuestiona a Wright Mills por sobredimensionar la posición
social de los intelectuales en las luchas sociales. Para ello Baran
hace referencia a las conferencias de Wright Mills en los Estados
Unidos y a un artículo suyo publicado en la revista británica New
Left Review [revista Nueva Izquierda] en septiembre de 1960.

Las Reflexiones de Paul Baran se cierran afirmando que “el Fide-


lismo es verdaderamente el único rayo de esperanza que ilumi-
na el horizonte, desesperanzado por lo demás, de los pueblos
latinoamericanos. Combatiendo al Fidelismo nuestro gobierno
[el gobierno de EEUU] combate contra el futuro, combate con-
tra todo aquello por lo que las masas latinoamericanas viven y
luchan”30.

Dos años más tarde —desde junio a septiembre de 1962—,


98 después de los viajes realizados a Cuba y de los libros escri-
tos por Leo Huberman, Paul Sweezy, Wright Mills, Paul Baran
y Waldo Frank, otro sociólogo estadounidense recorrerá la isla
de Cuba gracias a la ayuda del por entonces Ministro de Indus-
trias. Se trata de Maurice Zeitlin, quien entrevista al Che Gue-
29 Véase Paul Baran: Reflexiones sobre la Revolución Cubana. Obra Citada. p.83.
30 Obra Citada. pp.84-85.
vara (su entrevista aparecerá como apéndice del libro de Rob-
ert Sheer y Maurice Zeitlin: Cuba, an American Tragedy [nunca
se tradujo al español]. Penguin, 1964). En ese recorrido Zeitlin
realizará veintiún (21) entrevistas sociológicas a obreros cuba-
nos. Sobre esa base, este intelectual norteamericano desarrollará
su tesis doctoral, publicada en 1967 por la editorial universitaria
de Princeton con el título La política revolucionaria y la clase
obrera cubana31. Zeitlin no será tan conocido ni prestigioso
como sus predecesores y, a pesar de lo atrayente del tema, la
difusión de su investigación no excederá el estrecho radio de las
investigaciones académicas (a pesar de ello, Harvey O’Connor
le dedicará en la Monthly Review una larga reseña polémica al
libro de Zeitlin cuando éste recién apareció en Estados Unidos).

Tanto Wright Mills, como Huberman, Sweezy y Baran, forma-


ban parte de un segmento delimitado pero muy significativo de
la intelectualidad norteamericana: los pensadores denominados
radicals. A pesar de que Waldo Frank (el mayor de todos ellos)
también se sintió fuertemente atraído por la Revolución Cubana,
integraba otra constelación cultural. Frank tenía una formación
mucho más afín al espiritualismo humanista e hispanoamericani-
sta de la primera mitad del siglo XX y era, antes que nada, un en-
sayista sin grandes investigaciones sociológicas o económicas,
como sí tenían los otros cuatro. Si bien era progresista, Frank
pertenecía a otra época. La nueva izquierda le era esencialmente
ajena. Tampoco entendía gran cosa de marxismo.

Aunque durante las últimas décadas del siglo XX Noam Chom-


sky ha mantenido posiciones independientes y sumamente críti-
cas del establishment político, económico y militar del imperi-
alismo norteamericano, sin duda sus posiciones no han sido tan
radicales como las de Wright Mills, Sweezy, Huberman o Baran. 99
Quien sí ha prolongado en forma ininterrumpida esa radicalidad
política dentro de la intelectualidad con base en Estados Unidos
ha sido el sociólogo James Petras, quien inicialmente formaba
parte de la militancia estudiantil de Berkeley y durante un breve
31 Véase Maurice Zeitlin: La política revolucionaria y la clase obrera cubana.
Buenos Aires, Amorrortu, 1973.
tiempo llegó a ser miembro integrante de la Monthly Review
(hoy es uno de sus colaboradores). Petras ha mantenido una acti-
tud radical y militante en defensa de la Revolución Cubana.

Wright Mills, Sweezy, Baran y Huberman eran intelectuales in-


dependientes (lo mismo vale para Frank). No estaban afiliados
a ningún partido político. Se sentían distanciados de la política
tradicional del PC norteamericano, absolutamente fiel a la Unión
Soviética, y de sus intelectuales32. Algunos de los integrantes
de la nueva izquierda experimentaban fuerte simpatía por la
oposición de izquierda que, en la URSS, había cuestionado al
poder de Stalin: principalmente León Trotsky y su corriente. Sin
embargo, aunque distanciados del PC de EEUU, ninguno de el-
los militaba orgánicamente en el trotskismo estadounidense del
SWP (Partido Socialista de los Trabajadores, liderado en el ter-
reno ideológico por George Novack, autor de varios manuales y
ensayos de introducción al marxismo).

Por eso fueron, a su manera, francotiradores radicales e intelec-


tuales outsiders. Debido a esta misma posición en el campo cul-
tural norteamericano, Baran, Sweezy y Huberman ejercieron su
militancia intelectual, no en un partido político o en un sindicato
sino en torno a una revista: la Monthly Review. Publicación fun-
dada por Sweezy en 1949, durante el auge de la guerra fría y el
macartismo.

Aunque compartiera con ellos las mismas preocupaciones por


Cuba e impulsara una renovación intelectual de la izquierda
tradicional estadounidense, Mills nunca llega a integrar este gru-
po ni su revista. Ideológicamente, Mills se encontraba a mitad de
camino entre Waldo Frank y Paul Sweezy. Con el primero com-
100 partía cierta simpatía por el liberalismo democrático (no casual-
mente ambos siempre enfatizaban su adhesión a lo que domina-
ban el “humanismo occidental”); con el segundo, su admiración
por el marxismo crítico.
32 En Cuba: Anatomía de una revolución, Huberman y Sweezy critican explícita-
mente a los intelectuales del PC estadounidense James S.Allen y Herbert Aptheker
y a la revista de este partido Political Affairs. Obra Citada. p.229.
Todos ellos, principales impulsores de la nueva izquierda estado-
unidense, recibieron el impacto explosivo de la Revolución Cu-
bana. No sólo en el plano emocional de las simpatías afectivas.
También en el ámbito de su producción intelectual, su desarrollo
teórico y su obra bibliográfica.

Con sus diversos estilos de intervención, y sus obras centradas


en la sociología y la crítica de la economía política, en la cul-
tura y la política, no cabe duda de que fueron los iniciadores de
la nueva izquierda norteamericana. Por eso mismo, resulta muy
difícil comprender el surgimiento de esta corriente crítica, al in-
terior de los Estados Unidos, sin estudiar la influencia que sobre
ella ejercieron Fidel Castro, el Che Guevara y todo el impulso
irreverente proveniente de la Revolución de Cuba.

Es cierto que entre los intelectuales de la nueva izquierda


de los EEUU también sobresale la mítica figura del filósofo
judío alemán Herbert Marcuse [1898-1979], exiliado de la Es-
cuela de Frankfurt e ideólogo de las revueltas juveniles del
‘68. Pero Marcuse tampoco fue una excepción. También él
recibió el impacto de la política internacionalista de la Revo-
lución Cubana. Para corroborarlo pueden consultarse las char-
las, las conferencias y los debates públicos de Marcuse, desa-
rrollados en Berlín (occidental) entre el 10 y el 13 de julio de
1967, casi un año antes del estallido del ’68, reunidas en su libro
El fin de la utopía33.

En esos diálogos con los jóvenes radicales de la nueva izqui-


erda europea —encabezados en Alemania occidental por Rudolf
Dutsche [1940-1979], alias “Rudi el rojo”, gran admirador del
Che Guevara— Marcuse sienta expresamente posición sobre su
apoyo a la estrategia guevarista de lucha antiimperialista mun- 101
dial.

33 Véase Herbert Marcuse: El fin de la utopía. México, Siglo XXI, 1968. Particu-
larmente la última conferencia: “Vietnam: El Tercer Mundo y la oposición en las
metrópolis”. pp.136-170.
Lo mismo podría decirse de los principales dirigentes revolucio-
narios de las Panteras Negras, quienes visitaron Cuba y mantu-
vieron un estrecho contacto con el comandante Manuel Piñeiro
Losada (Barbarroja) y otros cuadros revolucionarios de la inteli-
gencia cubana34.

De modo que, aunque gran parte de la historiografía académica


contemporánea intenta desconocerlo o soslayarlo, la mayor parte
de la nueva izquierda intelectual de los Estados Unidos está mar-
cada a fuego, desde su nacimiento, por el ardor de la Revolución
Cubana.

Entre muchos otros trabajos académicos que, pese a su erudición


enciclopédica y su lucidez, ocultan y desconocen en forma es-
candalosa la influencia política y cultural de la Revolución Cu-
bana sobre el nacimiento de la nueva izquierda norteamericana
y el denominado “marxismo occidental” merece destacarse el
célebre trabajo del historiador británico Perry Anderson Con-
sideraciones sobre el marxismo occidental35. Sólo a costa de un
tributo desmedido al eurocentrismo, Perry Anderson puede darse
el lujo de eludir esa presencia insoslayable.

Wright Mills constituye, entonces, uno de los exponentes más


brillantes de los iniciadores de esta nueva izquierda. Es más: uno
de los libros en los que estaba trabajando cuando lo sorprende
la muerte se titulaba, sugerentemente: The New Left [La nueva
izquierda].

La interpretación de Wright Mills


en la lectura del Che Guevara
34 Véase nuestra entrevista a Ulises Estrada Lescaille, combatiente internaciona-
102 lista y compañero del Che: “El internacionalismo de la revolución cubana y la
herencia del Che Guevara”. En http://www.rebelion.org/noticia.php?id=18996
35 Véase Perry Anderson: Consideraciones sobre el marxismo occidental. [Escrito
a principios de 1974 y publicado en Inglaterra en 1976]. México, Siglo XXI, 1979.
Hemos desarrollado con más detalle esta crítica a Perry Anderson en un capítulo
entero de nuestro libro El Capital: Historia y Método: Una introducción. Buenos
Aires, Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo, 2003. Capítulo “Teoría de
la historia e historia de la teoría”. pp.65-86.
En Bolivia el Che lee detenidamente y extracta numerosos frag-
mentos de la obra de Wright Mills Los marxistas36.

Guevara utiliza en Bolivia la edición en español publicada en


México, en 1964, por la editorial ERA. Esta editorial, dirigida
por Neus Expresate, estuvo desde sus inicios vinculada al uni-
verso cultural de las corrientes radicales del marxismo y la nueva
izquierda. Durante varias décadas, ERA difundió en América La-
tina, además del libro de Wright Mills, las biografías de Isaac
Deutscher (los tres tomos dedicados a Trotsky y el cuarto sobre
Stalin), diversos trabajos de Ernest Mandel (desde su Tratado
de economía marxista hasta antologías de artículos sobre el
control obrero y el neocapitalismo), discursos de Fidel Castro
sobre la Revolución Cubana, escritos políticos de José Carlos
Mariátegui, análisis sobre el fascismo de Antonio Gramsci (y la
edición crítica de sus Cuadernos de la cárcel), reflexiones de
Charles Bettelheim sobre China y toda una gama de estudios
históricos sobre México. Después de su asesinato, ERA también
editó un grueso volumen con trabajos del Che Guevara titulado
Obra revolucionaria. Este sello editorial sigue existiendo hasta
el presente. Durante los últimos años difundió muchos materia-
les vinculados al zapatismo.

En su antología Wright Mills compila algunos de los principales


clásicos del marxismo. El último autor incluido es el propio Er-
nesto Guevara. Mills elige “Notas para el estudio de la ideología
de la Revolución Cubana”. En su análisis y extractos el Che no
hace mención de sus propios escritos incluidos en el libro de
Wright Mills.
103

36 Primera edición en inglés: The marxists. Estados Unidos, 1962. Vuelto a publi-
car en inglés al año siguiente, en Estados Unidos: New York, Dell Pub, 1963; en
Australia: Penguin Books ltd., 1963 y en Gran Bretaña: Pelican Books, 1963. Esta
última edición llevaba en la portada tres fotografías: Nikita Kruschev, Karl Marx
y Ernesto Guevara.
Pero el libro del sociólogo estadounidense no es una simple an-
tología. Está precedido de varios ensayos propios, donde Mills
expone su particular interpretación del marxismo.

Mills abre su propia introducción sugiriendo que tanto el libera-


lismo como el marxismo nacieron como “credos insurgentes” pero
luego se fueron transformando en “ideología y retórica de siste-
mas consolidados”. Desde su óptica, el marxismo se transmutó
en la ideología oficial del bloque soviético. A continuación,
Mills intenta trazar toda una serie de paralelos entre el liberal-
ismo clásico y el marxismo. Esta parte resulta fundamental para
comprender el juicio que todo el libro le merece al Che Gue-
vara. Allí Mills intenta apelar a la común tradición humanista de
ambas corrientes. Dirigido a un público norteamericano, Mills
construye esa introducción intentado contrarrestar el discurso
macartista de la guerra fría que atribuye al marxismo un punto de
vista “totalitario”. ¡No!, advierte Mills. El marxismo es no sólo
humanista (heredero del humanismo clásico, judío y cristiano,
sino que además constituye un producto de la civilización mod-
erna y occidental. Al sopesar esta apreciación, deben recordarse
las conclusiones del Diario que Mills elabora sobre su visita a
la Unión Soviética y sus simpatías por “los innovadores” del
equipo de Kruschev.

Luego de explicar los lineamientos básicos de lo que Mills con-


sidera el núcleo central del marxismo, entendido como método,
concepción del mundo y modelo del análisis social, el compi-
lador afirma su propia interpretación. En ella repite una y otra
vez dos cosas. Por un lado, contra la intelectualidad académica
norteamericana que desprecia o desconoce el marxismo, Mills
reafirma que no se puede estar al día en los problemas contem-
104 poráneos si no se conoce a Marx. Por otro lado, marcando distan-
cia de los partidarios de un marxismo cerrado, señala que Marx
es solamente una de las fuentes y afluentes de la sociología con-
temporánea. Pero en su perspectiva debería conjugarse con otras
(Weber, Mannheim, etc).
A continuación, Mills diferencia dentro de esta tradición un
marxismo vulgar, un marxismo sofisticado o refinado y un
marxismo creador. El primero correspondería a la visión más
rudimentaria de los que se limitan a repetir en forma dog-
mática frases de Marx sin utilizarlas inteligentemente. El se-
gundo pertenecería a los que se las ingenian para ir todo el
tiempo añadiendo hipótesis suplementarias al discurso de Marx
para así emparchar la teoría en aquello que el marxismo no
puede explicar o frente a aquellas evidencias empíricas que refu-
tan tesis marxistas. El tercer tipo, correspondería a los que utilizan
a Marx más allá de todo dogma institucional y toda fosilización.
En la lista de los que pertenecerían al marxismo creador, Mills
incluye a: Isaac Deutscher, Joan Robinson, William Morris, An-
tonio Gramsci, Rosa Luxemburg, G.D.H.Cole, György Lukács,
Chistopher Cauldwell, Jean-Paul Sartre, Edward Thompson,
Lezlo Kolakowsky, Paul Sweezy y Erich Formm. Obviamente,
Mills se incluye a sí mismo dentro de la tercera variante. En una
clasificación, Mills sostiene que hay que diferenciar al marxis-
mo muerto (que recurre a la autoridad y los textos sagrados) del
marxismo vivo (que interpreta a Marx como parte de la ciencia
social contemporánea, como creencia y como práctica).

Al aclarar sus propias preferencias político-ideológicas, Mills


afirma que ni la socialdemocracia ni Lenin ni Stalin fueron “he-
rederos legítimos de Marx”.

Siguiendo ese derrotero de interpretación, el compilador agrega:


“trataremos de indicar cuán pertinente es el propio marxismo
clásico para una crítica del marxismo de nuestros días”. Y a con-
tinuación viene lo más sorprendente de todo el emprendimiento
de Wright Mills. Cuando intenta describir en qué consiste el ese
“marxismo clásico” que serviría para contraponerlo al “marx- 105
ismo de nuestros días”, propio de “la elite de la URSS”, nos en-
contramos con una tremenda sorpresa. Porque Mills considera
que el marxismo clásico es... ¡absolutamente economicista y de-
terminista!. El autor intenta demostrar esa hipótesis con numero-
sas citas. Lo sugestivo es que, para defender una hipótesis tan
controvertida (y desde nuestro punto de vista incorrecta) Wright
Mills adopta como paradigma y arquetipo del marxismo clásico
el punto de vista de... Engels y Bujarin.

Tanto la aseveración del supuesto carácter economicista y de-


terminista del marxismo, como la apelación a Engels y Bujarin,
dejan entrever que, aunque los menciona entre los “marxistas cre-
adores”, en realidad Wright Mills no conoció de primera mano ni
los Cuadernos de la cárcel de Gramsci ni Historia y conciencia
de clase de Lukács, ambos críticos furibundos de la codificación
de Bujarin (y sus fuentes engelsianas).

En ese sentido, no resulta aleatorio que la antología, bastante


completa por cierto, no incluya un solo texto de estos dos autores
marxistas. Mills intenta fundamentar el porqué de su elección.
“Los marxistas creadores son hombres que, aunque con grandes
fatigas, se han enfrentado a los problemas del mundo: no son
capaces de optar por las soluciones fáciles. Pero este libro no
versa sobre ellos. En mis selecciones, he puesto el énfasis en
los marxistas que han conquistado el poder o se han acercado
a él”37. No obstante, esa aclaración no es del todo cierta, porque
Mills incluye, por ejemplo, a un historiador socialista como Cole,
absolutamente alejado del poder. ¿Por qué Cole sí está presente
y en cambio no lo están Gramsci o Lukács (por no mencionar a
nuestro Mariátegui)? No hay respuesta.

El Che Guevara anota el título Los marxistas de Wright Mills


en sus libretas donde vuelca la lista de libros a leer. Lo hace en
Bolivia en noviembre de 196638.

En su lectura de Wright Mills, el Che subraya y transcribe lar-


gos párrafos donde el estadounidense destaca el humanismo que
106
caracteriza a esta corriente política. En esos fragmentos, Mills
inscribe al marxismo como integrante de una larga tradición que
se remonta al humanismo moderno. En esa descripción, Wright

Véase Wright Mills: Los marxistas. Obra Citada. p. 84.


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38 Véase Ernesto Che Guevara: América Latina. Despertar de un continen-
te. Obra citada. p.519.
Mills coincide totalmente —seguramente sin conocerlo, pues
jamás lo cita ni lo menciona— con Humanismo burgués y hu-
manismo proletario de Aníbal Ponce, un texto leído por Ernesto
Guevara en su juventud y que tuvo gran importancia en su for-
mación inicial (ese volumen de Ponce se publicó en Cuba en
1962).

En primer lugar, el Che destaca en la interpretación de Wright


Mills la hipótesis que afirma que “no existe un solo Marx, sino
varios”. Para el norteamericano “cada estudioso debe apre-
hender su propio Marx”. Seguramente Guevara retoma esa
afirmación porque compartía ese criterio y lo aplicaba no sólo
al autor de El Capital. También lo empleaba con Lenin, como
reconoce explícitamente en su intervención del 5/12/1964 en el
Ministerio de Industrias39.

En segundo lugar, el Che reproduce un extenso fragmento donde


Wright Mills problematiza la clásica dicotomía de “base-super-
estructura”. Gran parte de la reflexión del Che gira en torno al
cuestionamiento del esquema mecánico que se deriva de esa
contraposición. El énfasis otorgado por Guevara a la dimensión
de la nueva subjetividad —el hombre nuevo, según su conocida
expresión—, la conciencia, la moral revolucionaria y la peda-
gogía del ejemplo, reposaban en una puesta en suspenso de esa
oposición dicotómica tajante y mecánica. Por eso al Che le inte-
resa y transcribe ese párrafo de Mills.

En tercer lugar, es probable que el Che no compartiera la in-


terpretación sobre el capitalismo contemporáneo condensada en
el siguiente balance de Mills: “la polarización [de clases] no
ha ocurrido”. Por eso la transcribe. Allí, el sociólogo estadoun-
idense somete a discusión una de las principales tendencias for- 107
muladas por Marx en El Capital a la hora de explicar la acumu-
lación capitalista. A diferencia de Mills, el Che Guevara pensaba
39 Véase el apéndice “Polémicas en un viaje a Moscú”, recopilado en nuestra
Introducción al pensamiento marxista. Buenos Aires, La Rosa Blindada, 2003.
pp.205. El original se encuentra en Ernesto Che Guevara: El Che en la Revolución
Cubana. La Habana, Ediciones del Ministerio del Azúcar, 1966. Tomo VI: “Minis-
terio de Industrias”, p.569.
que esta polarización sí actuaba, no sólo en cada sociedad nacio-
nal, sino principalmente a nivel mundial. La polarización gen-
eraba en un extremo mayor riqueza y en el otro mayor miseria.
Por eso en estos mismos Cuadernos de Bolivia, comentando una
cita de Engels, el Che sostiene que la pauperización que genera
el capitalismo es real, no sólo metafórica.

En cuarto lugar, en el texto de Wright Mills reproducido en Bo-


livia por el Che emergen dos problemáticas clásicas del pensam-
iento marxista: la enajenación y la teoría de las crisis. En ambos
casos, el sociólogo norteamericano afirma que los escritos de
Marx son “incompletos”, “ambiguos” e “inadecuados”.

El Che sólo extracta esos fragmentos. No los comenta. Pero si com-


paramos esa opinión de Wright Mills con los escritos de Guevara
podríamos observar que la teoría de la enajenación de Marx es
ampliamente utilizada por el Che. No sólo en su clásico “El so-
cialismo y el hombre en Cuba” sino también en las polémicas
sobre las categorías mercantiles en el período de transición al
socialismo, en sus entrevistas periodísticas y en sus interven-
ciones en el Ministerio de Industrias. Creemos que Guevara no
compartiría aquella opinión de Mills sobre la teoría marxista de
la alienación.

En cuanto a la teoría marxista de las crisis, Guevara no desar-


rolló ampliamente esta temática. No obstante, en sus comentar-
ios críticos del Manual de economía política de la Academia de
Ciencias de la URSS expresa un juicio sumamente similar al de
Mills. Allí dice: “El problema es que la significación de las crisis
no fue convenientemente estudiada por Marx y se ha seguido con
las generalizaciones expuestas por él”40.
108
En sus conclusiones sobre Los marxistas de Wright Mills, al que
considera en términos generales como un libro útil por su amplia e
imparcial colección de documentos, el Che Guevara le reprocha al

40 Véase el manuscrito de Praga, en Ernesto Che Guevara: Apuntes críticos a la


economía política. Obra citada. p. 87; el mismo fragmento también está reproduci-
do por Orlando Borrego: El camino del fuego. Obra Citada. p.399.
sociólogo norteamericano cierto “antistalinismo senil”. Como
hemos intentado demostrar en otros trabajos de investigación41,
la referencia del Che a Stalin se origina en sus simpatías por
ciertas críticas realizadas por Mao Tse-Tung al PCUS de Nikita
Kruschev (que el Che escribe como “Jruschov”, según el crite-
rio que se utilizaba por entonces en las ediciones cubanas) y su
política de “coexistencia pacífica”.

Eran los miembros del PC chino quienes apelaban a Stalin (a


pesar de que éste no había jugado un gran papel como consejero
de la revolución china...) para contraponerlo a la ideología oficial
en la URSS pos-XX Congreso (1956), políticamente centrada
en la “coexistencia pacífica” con el imperialismo y económica-
mente defensora del socialismo de mercado. Compartiendo mu-
chas de esas críticas y siguiendo las recomendaciones chinas, el
Che sugiere leer también a Stalin junto con los demás escritos de
dirigentes marxistas. Lo hace, por ejemplo, en la carta a Arman-
do Hart Dávalos (fechada en Tanzania el 4/12/1965) y también
en sus libretas de 1965-1967 donde anota libros para leer en el
futuro.

Entonces, compartiendo en este punto preciso las críticas de los


marxistas chinos a la Unión Soviética de Kruschev (en otros
temas mantenía notables discrepancias con ellos, como por
ejemplo el etapismo maoísta o el uso chino de la ley del valor en
el socialismo), el Che Guevara marca distancia frente al “anti-
stalinismo senil”, presente también en un sector importante de la
izquierda liberal norteamericana, entre la que él ubica a Wright
Mills. No debemos olvidar que, aunque el Che no lo conoció ni
llegó a leerlo, en sus Notas de un diario soviético Wright Mills
conjugaba al mismo tiempo sus simpatías por Trotsky con su
entusiasmo por la “apertura” de Nikita Kruschev y sus apela- 109
ciones típicamente liberales al “entendimiento mutuo” y a la
colaboración recíproca entre los científicos sociales soviéticos y
norteamericanos.

41 Véase nuestro Ernesto Che Guevara: El sujeto y el poder. Obra citada.


Ante la evaluación del Che Guevara sobre Wright Mills, cabe
preguntarse: ¿Por qué el Che caracteriza a esta posición anti-
stalinista de la izquierda estadounidense como “senil”? ¿Habría
acaso otra opción posible, otra crítica al stalinismo que no sea
“senil”, es decir, que aporte un punto de vista inédito o nove-
doso?

Para poder responder este interrogante, volvamos a la reflex-


ión final que le merece a Guevara el libro Los marxistas. Él le
reconoce a las observaciones del sociólogo estadounidense que
“algunas opiniones son justas y agudas...”. Pero inmediatamente
después agrega que: (1) “carece de profundidad”, (2) “sólo se
limita a dejar constancia del hecho” [el stalinismo] o (3) “a hacer
suposiciones superficiales” (la enumeración de los juicios sobre
Wright Mills es nuestra, no del Che).

Si Guevara hubiera estado convencido de la razón histórica de


Stalin y sus seguidores, jamás hubiera admitido que las críticas
de Wright Mills son justas y agudas. Lo que al Che seguramente
le molesta en ese tipo de crítica al stalinismo es que simplemente
se limita a la descripción superficial del hecho (léase: la repre-
sión política o, en este caso, principalmente el dogmatismo ide-
ológico). Sin profundizar en las raíces sociales e históricas que
condujeron a la URSS a ese tipo de sociedad nunca se podrán
superar sus limitaciones, pensaba Guevara.

Un buen ejemplo de este típico estilo de criticar al stalinismo es


el que caracterizó a Kruschev (y a todo el “espíritu de época”
que lo acompañó), quien redujo el problema a un simple y có-
modo “culto a la personalidad”. Lo mismo vale para las críticas
al “totalitarismo” de Stalin, recurrentemente presente en algu-
110 nos segmentos de la intelectualidad liberal o incluso progresista
de Occidente (principalmente de factura académica, como es el
caso célebre de Hanna Arendt).

El Che Guevara intenta profundizar y penetrar más allá de la super-


ficie del problema que atraviesa a las sociedades —post capitalis-
tas— del Este europeo y asiático. Por eso en sus escritos e interven-
ciones arremete contra: (a) la apuesta estratégica por el socialismo
de mercado; (b) la creación, “en nombre del socialismo”, de institu-
ciones fabriles de signo capitalista con funcionarios estatales que
cobran muchísimas veces más que un simple obrero o trabajador;
(c) la existencia de una burocracia que separa y aísla a los di-
rigentes de las masas populares; (d) la peligrosa supervivencia
de mecanismos de reproducción social —como los estímulos
materiales individuales y monetarios o la autogestión financiera
empresarial— que mantienen viva e incluso alimentan la enajen-
ación sobre la conciencia socialista, sobre la “superestructura”
social y sobre la subjetividad de las masas populares; (e) el de-
bilitamiento e incluso el abandono del internacionalismo prole-
tario militante (sea en cuestiones de geopolítica o también en el
intercambio comercial entre distintas sociedades postcapitalis-
tas); (f) el escolasticismo como freno de la filosofía marxista;
(g) el dogmatismo intransigente y el pragmatismo inconsistente
que ha caracterizado sucesivamente a la ideología soviética en
diversos períodos; (h) la sustitución de la crítica de la economía
política por la vulgar apologética; (i) el reemplazo de El Capital
de Marx por los manuales (que no permiten pensar, pues el par-
tido ya lo ha hecho por el lector y a éste sólo le resta digerir), (j)
la imposición de estilos oficiales en la cultura y el arte, como por
ejemplo, el realismo socialista. (En todos estos cuestionamientos
arriba mencionados la enumeración y la ordenación es nuestra,
pero los términos y la forma de expresar cada crítica son prácti-
camente textuales del lenguaje empleado por el Che en numero-
sos escritos y discursos).

Frente a todas estas deformaciones, falencias, limitaciones, y pér-


didas del rumbo revolucionario, el Che vaticina: “Muchos sobre-
saltos esperan a la humanidad antes de su liberación definitiva
pero —nos guía el más absoluto convencimiento de ello— esta 111
no podrá llegar sino a través de un radical cambio de estrategia
de las principales potencias socialistas. Si este cambio será pro-
ducto de la insoslayable presión imperialista o de una evolución
de las masas de esos países o de una concatenación de factores,
es algo que dirá la historia”.
Creemos que cuando el Che escribe “las principales potencias
socialistas” está pensando no sólo en la URSS sino también en
China. Esta aseveración se puede corroborar pues esa misma ex-
presión aparece en su célebre y último “Mensaje a los pueblos del
mundo a través de la Tricontinental”, donde denuncia “la guerra
de denuestos y zancadillas comenzada hace ya buen tiempo por
los representantes de las dos más grandes potencias del campo
socialista”. Luego de esta denuncia, en ese mismo mensaje el
Che se preguntaba: “¿Está o no aislado el Vietnam, haciendo
equilibrios peligrosos entre las dos potencias en pugna?”.

Entonces, en el conjunto articulado de todas estas observaciones


y diagnósticos críticos sobre la sociedad y el marxismo oficial de
la URSS y el resto de los países del Este existe —desde nuestro
punto de vista— un cuestionamiento al stalinismo mucho más
radical, lúcido y profundo que el ensayado por Wright Mills o
por otros académicos norteamericanos o europeos, progresistas,
simpatizantes del socialismo y bienintencionados. Quizás por
eso el Che no se siente del todo satisfecho o consustanciado con
las críticas de Wright Mills, aun cuando le reconozca agudeza y
justeza.

Es probable que, aunque la crítica de Guevara supera amplia-


mente el rechazo inmediato y pasional del stalinismo para in-
tentar penetrar en sus causas históricas, existió una esfera de la
crítica donde el lector se queda con gusto a poco. Es en el prob-
lema de las formas de democracia revolucionaria y socialista
donde el Che no siempre profundiza, pues sus críticas se apoyan
más en otras dimensiones de la política, la economía y la subje-
tividad. Aunque en sus impugnaciones se pone en funcionamien-
to una reflexión de conjunto que va mucho más allá de la fácil
112 (e inoperante) demonización personal de Stalin o de cualquier
otro dirigente soviético, al lector de sus escritos le queda por
momentos la impresión de que el Che dirigió su cuestionamiento
contra la falta de sentido revolucionario, de estrategia política
combativa y de moral comunista en los dirigentes de esos países,
dejando en un segundo plano el análisis de los mecanismos in-
stitucionales necesarios para reemplazar en el socialismo a la de-
mocracia burguesa y a la república parlamentaria, en tanto for-
mas supremas de la dominación política capitalista.

Es cierto e innegable que en “El socialismo y el hombre en


Cuba” Guevara alerta que: “Esta institucionalidad de la Revo-
lución todavía no se ha logrado. Buscamos algo nuevo que per-
mita la perfecta identificación entre el Gobierno y la comunidad
en su conjunto, ajustada a las condiciones peculiares de la con-
strucción del socialismo y huyendo al máximo de los lugares co-
munes de la democracia burguesa, trasplantados a la sociedad
en formación (como las cámaras legislativas, por ejemplo) [...]
No obstante la carencia de instituciones, lo que debe superarse
gradualmente, ahora las masas hacen la historia como el con-
junto consciente de individuos que luchan por una misma causa
[...] Todavía es preciso acentuar su participación consciente,
individual y colectiva, en todos los mecanismos de dirección y
producción y ligarla a la idea de la necesidad de la educación
técnica e ideológica [...]”. Esa aguda advertencia del Che, con-
centrada en el problema de la carencia de instituciones específi-
camente nuevas y revolucionarias que potencien la participación
política popular durante la transición al socialismo, no debería
pasar desapercibida. Sin embargo, esas líneas no dejan de ser
una advertencia, un señalamiento, una sugerencia, un registro del
problema. No su examen detallado, ni su análisis pormenorizado
ni, mucho menos, su resolución.

El Che apunta sus dardos contra la gestión económica mercantil,


la injustificada jerarquización privilegiada de los funcionarios, la
burocratización y los efectos que estos fenómenos generan en la
conciencia y la subjetividad. Pero, en el medio de esas críticas,
todas justas y brillantes, se deja sentir la ausencia de una reflex- 113
ión más extensa, más sistemática o más detallada sobre las for-
mas políticas que podrían prolongar a lo largo del tiempo —más
allá del impulso heroico revolucionario de los primeros años—
el entusiasmo comunista del hombre nuevo y la mujer nueva.
Porque si el Che tuvo una preocupación central en su vida y en su
trayectoria política, ésa fue precisamente la de mantener vivos,
en forma permanente, la pedagogía del ejemplo y el espíritu de
vanguardia, mediante los cuales los dirigentes revolucionarios y
su organización política pueden y deben forzar la marcha históri-
ca dentro de lo que objetivamente es posible (e incluso, más allá
de lo posible). Esa marcha no puede terminar, piensa Guevara,
más que con el triunfo de la revolución mundial y el socialismo
a escala planetaria.

Ahora bien, ¿cómo mantener el impulso de vanguardia a lo largo


del tiempo? ¿Cómo lograr la recreación cotidiana de esa mística
revolucionaria luego de años y tal vez décadas de haber triunfado
sobre la burguesía?

Si la juventud es para el Che “la arcilla fundamental de nuestra


obra. En ella depositamos nuestra esperanza y la preparamos
para tomar de nuestras manos la bandera”, ¿cómo hacer para
que las nuevas generaciones sigan viviendo la revolución con
la misma pasión, el mismo entusiasmo, el mismo romanticismo
y el mismo frenesí de los primeros momentos? Para resolver
esa continuidad en el tiempo, se torna necesaria una reflexión
más profundizada y extensa sobre las formas políticas de par-
ticipación en la sociedad en transición (mundial) al socialismo.
El marxismo revolucionario y el pensamiento político que se in-
spira en el Che —como uno de sus máximos exponentes a nivel
internacional— tienen en ese rubro una tarea pendiente que hasta
ahora no ha sido del todo resuelta.

Si las mencionadas han sido algunas de las posibles explicacio-


nes que permiten comprender la conclusión del Che sobre las
114 críticas de Wright Mills, habría que preguntarse ¿por qué Gue-
vara lo ubica en la “intelectualidad liberal de izquierda norteam-
ericana”?

Para responder, hay que desentrañar la biografía intelectual y


política de Wright Mills, lo que hemos intentado bosquejar más
arriba.
Cabe agregar que el sociólogo norteamericano nunca fue un mili-
tante marxista. Como muchos otros intelectuales de Estados Uni-
dos leídos por el Che (por ejemplo Paul Sweezy), Wright Mills
nunca militó ni en el Partido Comunista (PC) ni en el Partido
Socialista de los Trabajadores (SWP) de EEUU. Fue un francoti-
rador. Pero podría ser, quizás, un francotirador marxista. ¿Por
qué el Che lo califica de “liberal”?

Es probable que la razón principal resida en que el autor de Los


marxistas insiste, una y otra vez, en que el marxismo y el liber-
alismo constituyen corrientes con muchísimos vasos comunican-
tes. A pesar de haber cuestionado al liberalismo como ideología
oficial de Occidente en la guerra fría, y aun habiendo señalado
que “el marxismo constituye el drama intelectual más importante
de nuestro tiempo” (en una formulación que mucho recuerda a la
de Sartre...), Wright Mills nunca hizo suyo el marxismo como su
propia concepción del mundo. Para él, era “una de las fuentes”
en las que basarse. Una de las más importantes. Pero compartía
ese lugar con sociólogos liberales como Max Weber o incluso
con la tradición humanista liberal de la Modernidad.

Si Noam Chomsky ha conjugado el anarquismo moderado con el


liberalismo democrático en sus críticas a los Estados Unidos, en su
época Wright Mills compuso una mezcla similar, sólo que reem-
plazando en su caso el anarquismo de Chomsky por el marxismo
humanista que tanto seducía al Che. Por eso Guevara lo ubica en
esa corriente. No es un reproche ni una acusación, es una con-
statación. Quien lea la obra del norteamericano constatará que
Wright Mills no se hubiera sentido del todo incómodo ni molesto
por esa apreciación.

Ahora bien, si en la libreta de futuras lecturas Guevara había an- 115


otado una cantidad incontable de libros, ¿por qué eligió a Wright
Mills? Creemos que en esa decisión no influyó solamente el
hecho de haberlo conocido personalmente en Cuba. Probable-
mente hayan pesado también otras dos razones, quizás más im-
portantes.
En primer lugar se ubica la concepción internacionalista de la
Revolución Cubana, de Fidel y del Che, para quienes todo lo que
digan, hagan y piensen los movimientos de disidencia organiza-
da u oposición militante en el seno de los EEUU resulta siempre
de un interés mayúsculo. En ese sentido no deben olvidarse la
atención privilegiada que la dirección política de la Revolución
Cubana ofreció siempre a las Panteras Negras, al movimiento de
los derechos civiles de os afroamericanos, a las iglesias pacifistas
y a toda expresión del pensamiento antimperialista que floreciera
en el país de Abraham Lincoln, Malcom X y Angela Davis.

En segundo lugar, el Che no sólo leyó a Wright Mills. No se


limitó únicamente a su obra. Además, siguió bastante de cerca la
producción y los debates protagonizados por la Monthly Review
de Paul Sweezy y sus compañeros. Así lo expresa en sus conv-
ersaciones e intervenciones en el Ministerio de Industrias, donde
además de hacer mención de los análisis de Sweezy (quien tam-
bién aparece mencionado en el plan-índice de Praga y Bolivia),
comenta que algunos de sus trabajos no convenía publicarlos
desde Cuba porque la Revolución Cubana mantenía una prescin-
dencia en el conflicto chino-soviético y Sweezy intervenía reit-
eradamente sobre ese debate.

Concretamente, el Che afirmaba lo siguiente: “Por ejemplo, hay


un artículo que se debía de distribuir entre ustedes; vamos a
pedirle a Riera que lo distribuya. No se puede publicar por la
línea que nosotros tenemos de neutralidad absoluta, de no mez-
clarnos en nada que sea sobre la polémica chino-soviética. Es
un artículo de Sweezy en el cual analiza una de las cartas chinas
donde pretenden demostrar que Yugoslavia es un país capital-
ista. Entonces Sweezy demuestra el dogmatismo chino en esa
116 carta, es decir, en ese artículo, y después de mostrarlo bien hasta
la saciedad, entonces dice que Yugoslavia es un país que va al
capitalismo”42.

42 Véase Che Guevara: “Polémicas en un viaje a Moscú”. En nuestra Introduc-


ción al pensamiento marxista. Obra Citada. p.203.
Como un dato más que ilustra esa relación con los marxistas
norteamericanos Huberman y Sweezy, el diplomático cubano
Raúl Roa Kourí recientemente ha recordado lo siguiente: “Al
respecto, y sin  pretender en modo alguno incluirme entre los
compañeros más apreciados del Che, me referiré al día en que
le llamé para trasladarle el deseo de Leo Huberman y Paul
Sweezy de verle y, en primer término, felicitarle por su discur-
so de Argelia [pronunciado el 24 de febrero de 1965. Nota de
N.K.], aquel en que denunciara el intercambio desigual que los
países socialistas, al igual que los capitalistas, realizaban con
las naciones subdesarrolladas. Guevara me respondió, cortante:
“Eres uno de los pocos comemierdas a quienes le gustó”43.

En cuanto a Paul Baran, antes de partir para el Congo, el Che


había leído su obra La economía política del crecimiento44, ex-
tractando aquellos fragmentos donde Baran llegaba a comparar
a John Maynard Keynes nada menos que con Hegel. Existe una
reproducción facsimilar de esos fragmentos de Baran, copiados
de puño y letra por el Che45 en una serie de libretas de notas que
él había ordenado bajo el título: “Citas económico-filosóficas”
—conviene no confundir estas libretas de citas con las libretas
donde el Che volcaba los títulos de sus futuras lecturas ni tampo-
co con sus Cuadernos de lectura de Bolivia. Son tres materiales
distintos—.

En definitiva, lo que resulta relevante a la hora de pensar los


motivos que lo condujeron a analizar a Mills en los Cuadernos
de lectura de Bolivia es que el Che Guevara, latinoamericano
y profundamente internacionalista, estaba sumamente atento a
todo lo que producía la izquierda de los Estados Unidos. Wright
Mills constituye un ejemplo por demás significativo.
117

43 Véase Raúl Roa Kourí: “Che cotidiano”. La Habana, 12 de junio de 2004. Pu-
blicado en www.lajiribilla.cu.
44 Véase Paul Baran: La economía política del crecimiento. México, Fondo de
Cultura Económica, 1959.
45 Los fragmentos de Paul Baran se pueden consultar en Ernesto Che Guevara:
América latina. Despertar de un continente. Obra citada. pp.455-456.
A partir de estos análisis y contextualizaciones previas, podemos
entonces comprender más a fondo porqué al terminar de leer y
estudiar la antología de Wright Mills el Che escribiera el siguien-
te balance: “Es un libro útil por la amplia y bastante imparcial
colección de citas. Las opiniones del autor están teñidas de un
anti stalinismo senil, de tipo trotskista; aunque algunas opinio-
nes son justas y agudas, carece de profundidad y solo se limita a
dejar constancia del hecho, o hacer suposiciones superficiales.
Es una clara muestra de la intelectualidad liberal de izquierda
norteamericana”.

El Che y su pasión
por la dialéctica

Ernesto Guevara tenía casi una obsesión por estudiar la dialéc-


tica. Específicamente la dialéctica marxista. Pero también estaba
interesado por la historia del pensamiento dialéctico anterior a
Marx, por la génesis de la lógica dialéctica, su relación con la
lógica formal y, en el caso de la dialéctica de los primeros filóso-
fos griegos (los mal llamados “pre-socráticos”), por su vínculo
con el materialismo atomista inmediatamente posterior. Este in-
terés no pertenece únicamente a su madurez como revoluciona-
rio marxista. Ya está presente desde su primera juventud, pues en
su Diccionario de filosofía le dedica una de sus páginas centrales
al concepto de “dialéctica”.

Años más tarde, cuando se estaba por ir de Cuba al Congo y


durante su posterior estancia en Tanzania, aprovecha el tiempo
para leer directamente a Hegel. Por ejemplo, en las mencionadas
118
libretas de notas donde volcaba “Citas económico-filosóficas”
que consideraba relevantes, aparecen fragmentos manuscritos de
su puño y letra con extractos de Hegel referidos a la dialéctica
en los filósofos neoplatónicos y su vínculo con el cristianismo,
tal como aparecen en Lecciones sobre la historia de la filosofía46.

En la ya mencionada carta a Armando Hart, enviada desde Tan-


zania en 1965, también emerge la preocupación por Hegel. Allí,
el Che le confesaba a Hart que “He luchado duramente con el
maestro Hegel y en el primer round me dio dos caídas”.

En lo que atañe específicamente al padre de la lógica dialéctica,


así como también a la historia de la dialéctica, a los orígenes
de la filosofía (y el materialismo) y al vínculo entre lógica di-
aléctica y lógica formal, el Che había incluido en sus libretas
de futuras lecturas los siguientes títulos: Hegel: Historia de la
filosofía. Tomo I (noviembre de 1965); Hegel: Fenomenología
del espíritu (octubre 1966); Luis Forie: Heráclito, exposición y
fragmentos; José Gaos: Antología filosófica (La filosofía Grie-
ga); García Bacca: Los presocráticos. Fragmentos filosóficos de
los presocráticos; Aristóteles: Lógica; Tito Lucrecio Caro: De la
naturaleza de las cosas y Marx: Contribución a la crítica de la
filosofía del derecho de Hegel (octubre 1966).

En Bolivia, el Che no encuentra mejor forma de continuar esos


estudios previos sobre la dialéctica que incursionar en la obra
de uno de los grandes pensadores marxistas del siglo XX y uno
de los máximos conocedores de Hegel dentro de esta tradición
política: György Lukács.

De modo que en el transcurso de los años ’60, el Che Guevara


primero comenzó estudiando —colectivamente— El Capital, lu-
ego siguió con los Manuscritos económico- filosóficos de 1844,
el principal texto filosófico de la juventud de Marx y, finalmente,
avanza todavía un paso más hacia atrás hasta llegar a Hegel, de
119
la mano de Lukács... Su recorrido teórico iba avanzando teórica-
mente hacia adelante mientras retrocedía cronológicamente ha-

46 Guevara extrajo y reprodujo esos fragmentos hegelianos de la edición de


México, Fondo de Cultura Económica, 1955. Tomo III. Reproducido en América
latina. Despertar de un continente. Obra citada. pp.455-456.
cia atrás, en busca de los orígenes y la conformación teórica del
marxismo sobre sus propias bases.

Como punto de llegada de ese itinerario (interrumpido por


su asesinato), en Bolivia Guevara lee detenidamente, trans-
cribe largos fragmentos y reflexiona sobre El joven Hegel
y los problemas de la sociedad capitalista. Obra de Lukács
publicada en México, en 1963, por la editorial Grijalbo.
Este sello, estrechamente vinculado al comunismo mexi-
cano y español —contaba con el asesoramiento de Adolfo
Sánchez Vázquez, Wenceslao Roces y Manuel Sacristán, entre
otros—, editó durante décadas gran parte de las obras de Marx,
Engels y muchos seguidores suyos, entre los que se destacaban
las Obras completas de Lukács.

Pero ¿quién es Lukács? ¿Por qué adquiere tanta importancia que


el Che lo haya leído, estudiado y analizado?

La dialéctica en el marxismo
de Lukács y la herencia de Hegel

György Lukács [1885-1971] es un filósofo húngaro y un mili-


tante comunista. Probablemente, junto con el italiano Antonio
Gramsci, Lukács representa a uno de los principales filósofos
marxistas de todo el siglo XX a nivel mundial.

La obra escrita de Lukács es enciclopédica y prácticamente ina-


barcable. La edición de sus Obras Completas incluye nada menos
que... 24 tomos. De esa inmensa masa de trabajos e investigacio-
120
nes, no pueden obviarse: El alma y las formas [1910], Historia
del desarrollo del drama moderno [1911], Teoría de la novela
[1920], Historia y conciencia de clase [1923], Lenin (La coher-
encia de su pensamiento) [1924], Goethe y su época [1946], El
joven Hegel 47, Peripecias [1948], Thomas Mann [1948], Exis-
tencialismo o marxismo [1948], El realismo ruso en la literatura
mundial [1949], Realistas alemanes del siglo XIX [1950], Balzac
y el realismo francés [1952], El asalto a la razón. La trayecto-
ria del irracionalismo desde Schelling hasta Hitler 48, La novela
histórica [1955], Problemas del realismo [1955], Franz Kafka o
Thomas Mann [1957], Significación actual del realismo crítico
[1958], Sociología de la literatura [selección, 1961], Estética
[4 tomos, 1963], El hombre y la democracia ([escrito en 1968,
publicado póstumamente), Etica, estética y ontología (Antología
que reúne textos de diversas épocas, publicada póstumamente),
La ontología del ser social (3 tomos, [1971-73], publicado pós-
tumamente) y Testamento político y otros escritos sobre política
y filosofía ([1971], publicado póstumamente).

Lukács nace en Budapest en 1885 (allí fallece en 1971). En su


juventud pasa varios años en Alemania donde conoce a Simmel,
Bloch, Tönnies, Windelband, Rickert y Max Weber. Con este úl-
timo traba estrecha amistad. De regreso en Budapest, entre 1915
y 1917 Lukács funda el grupo cultural “Círculo de los domingos”
donde asisten, entre otros, Arnold Hauser y Karl Mannheim. El
comienzo de la primera guerra mundial en 1914 juega un papel
importante en su primera radicalización política. En esos tiem-
pos juveniles, Lukács rechaza al capitalismo desde las posicio-
nes de un romanticismo revolucionario (muchas veces místico,
mesiánico y trágico) que concibe al mundo burgués no tanto
como una sociedad de explotación sino más bien como un modo
de vida inauténtico, vulgar, mediocre, ordinario y rutinario. Ese
rechazo se funda muchas veces en una ética absoluta asentada en
el “deber ser” kantiano, que no acepta ninguna transacción con
la realidad. Por eso, en el pensamiento crítico de la primera ju- 121
ventud de Lukács predomina la revuelta ética anticapitalista por
sobre la teoría y la estrategia revolucionaria.
47 Libro terminado en 1938, publicado en Suiza en 1948.
48 Los materiales que conformaron ese libro Lukács los escribió en 1933 pero
entonces no los publicó (recién lo hizo en 1953 en Suiza, después de la muerte de
Stalin).
En 1917 Lukács funda la “Escuela libre de las ciencias del es-
píritu” donde colabora el compositor Béla Bartók. Ese mismo
año saluda con entusiasmo la revolución bolchevique que lo
radicalizará todavía más. El 2 de diciembre de 1918 ingresa al
Partido Comunista, fundado en Budapest solamente doce días
antes. Cuando él ingresa al partido, éste contaba con menos de
cien miembros.

A continuación comienza a militar en la izquierda del comu-


nismo de la naciente Internacional Comunista. En ese período,
Lukács es co-director de la revista Kommunismus, órgano de
la Internacional Comunista para los países danubianos. Allí se
publican, antes de formar parte del libro, varios ensayos de His-
toria y conciencia de clase. Mantiene entonces sus posiciones
anticapitalistas y el énfasis culturalista en su interpretación del
marxismo, pero va abandonando sus anteriores puntos de vista
místicos y espiritualistas.

En 1919 participa en forma activa y militante de la insurrección


consejista que proclama la República Soviética de Hungría en
aquel país. Llega a ser ministro de Cultura y Educación Popular
de esa revolución. Entre otras medidas, establece el Instituto de
Investigación para el Fomento del Materialismo Histórico. Una
de los ensayos de Historia y conciencia de clase surge de la con-
ferencia pronunciada por Lukács en la inauguración de dicho
Instituto.

Tras la derrota huye a Viena, donde vivirá desde 1919 hasta


1929. Mientras tanto, el gobierno húngaro del dictador y con-
tralmirante Miklós Horthy lo condena a muerte. En 1921, en
el III Congreso de la Internacional Comunista, Lukács conoce
122 personalmente a Lenin quien, discutiendo precisamente con la
izquierda de la Internacional, había publicado el año anterior
—en julio de 1920— El Izquierdismo, enfermedad infantil del
comunismo. Según Michael Löwy, a partir de 1920 Lukács se
distancia de la corriente izquierdista de la Internacional y adopta
las posiciones de un realismo revolucionario49. El término de “re-
alismo revolucionario” no significa que en esta etapa de su evo-
lución intelectual Lukács se haya adaptado al orden establecido.
Por el contrario, alude al hecho que el filósofo, manteniendo sus
posiciones radicales, supera entonces el rigorismo formal de la
ética kantiana (cuya generalidad impide operar sobre la realidad)
para adoptar el punto de vista de los revolucionarios bolchev-
iques encabezados por Lenin y Trotsky.

Entre 1919 y 1923 escribe los ensayos del Historia y conciencia


de clase, su libro fundamental, máxima expresión filosófica de la
revolución bolchevique y una de las grandes obras del siglo XX.
En ella sintetiza el mesianismo judío revolucionario, el cuestion-
amiento de Weber a la burocracia, la crítica hegeliana de Kant
(y del iuspositivismo de Kelsen), junto con la crítica de Marx al
fetichismo de la sociedad mercantil capitalista.

Según un célebre pasaje de Historia y conciencia de clase, toda


la concepción marxista de la historia está resumida y sintetizada
en la teoría del fetichismo de la mercancía que Marx expone en
El Capital.

Cuando Lukács escribe Historia y conciencia de clase, los


Manuscritos económico-filosóficos de 1844 de Marx (que tanto
impactaron en el Che Guevara en los ‘60) todavía no habían sido
publicados. Recién se publican en 1932. Cuando Lukács llega
en 1930 a Moscú, participa en el desciframiento del original de
Marx y comienza a trabajar en el Instituto Marx-Engels junto a
David Riazanov. Pero una década antes, entre 1919 y 1923, el
pensador húngaro no había leído aún esos Manuscritos de 1844.
No obstante desconocerlos, en Historia y conciencia de clase
Lukács ya ubica el eje de la teoría marxista en la concepción 123
dialéctica centrada en la unidad sujeto-objeto y en las categorías
de alienación, cosificación, reificación y fetichismo.

49 Véase Michael Löwy: Para uma sociología dos intelectuais revolucionarios. A


evoluçāo política de Lukács. Sāo Paulo, Ciencias Humanas, 1979. p.193.
Lukács ya había utilizado anteriormente estas categorías. Por
ejemplo, la primera vez que aparece el concepto de “reificación”
en sus escritos es en 1909, en su Historia de la evolución del dra-
ma moderno. Pero, entre 1919 y 1923, la reificación es ubicada al
interior de la lógica misma del capitalismo.

De este modo, en Historia y conciencia de clase Lukács gen-


eraliza la teoría del fetichismo desde la mercancía —“la célula
básica del capitalismo”, según la expresión de Marx— a todo
el orden social. Articulando en un mismo discurso filosófico la
teoría de la cosificación, la crítica de las antinomias del pensam-
iento burgués (y de la socialdemocracia), en tanto expresión con-
ceptual reificada, y la defensa de la posición revolucionaria del
proletariado, Lukács establece una ecuación brillante. Sostiene
que el pensamiento racionalista formal (allí incluye desde Kant y
el positivismo, hasta Kelsen y Weber) expresa “un pensamiento
burgués cosificado”. Ese pensamiento burgués que surge de la
sociedad capitalista —no depende, pues, de la “bondad” o “mal-
dad” de un empresario particular— se sustenta en un dualismo
extremo entre la objetividad y la subjetividad.

Dentro de la objetividad se encontrarían las leyes de la economía


y el mercado, mientras que en el plano de la subjetividad se ubi-
caría la lucha de clases, la conciencia revolucionaria y la ética
comunista. Si el marxismo ortodoxo de Karl Kautsky entendía
al marxismo como una teoría positivista de las “leyes objetivas”,
el revisionismo de Edward Bernstein se limitaba a defender al
socialismo sólo como una ética. Pero ambos divorcian, separan
y escinden el objeto y el sujeto. La base de esa escisión es, según
Lukács, el fetichismo y sus derivados: la objetivación, la racio-
nalización formal, la dominación burocrática y la cosificación.
124 El proletariado puede romper y hacer estallar esa cáscara fetich-
ista que envuelve lo social porque es la única clase social que
puede impugnar en su totalidad al sistema. No se limita a un
reclamo fragmentario.

Aunque los ensayos de ese libro comenzaron a redactarse en 1919,


fueron modificados antes de ser publicados en 1922, después de
la crítica de Lenin al izquierdismo. Fue en 1922 cuando Lukács
redacta el principal de todos los ensayos: “La cosificación y la
conciencia del proletariado”, pieza maestra del pensamiento di-
aléctico y del rechazo de todas las formas de positivismo que
impregnaron muchas veces al marxismo, castrando su impulso
revolucionario en aras de una supuesta “cientificidad” natural.

Historia y conciencia de clase recupera para el corazón del marx-


ismo la dialéctica revolucionaria que la II Internacional había bo-
chornosamente abandonado y olvidado, tanto con la ortodoxia de
Kautsky como con el revisionismo de Bernstein, ambos críticos
de la revolución rusa de Lenin y Trotsky.

Al año siguiente de la publicación de este libro, muere Lenin. In-


mediatamente Lukács redacta un nuevo libro, más pequeño, en
una clara continuidad con Historia y conciencia de clase. Lo titula
Lenin (La coherencia de su pensamiento) y lo publica en Viena.
Su tesis central defiende la actualidad de la revolución frente a
quienes la pretenden postergar para un inalcanzable, lejano y difu-
so día de mañana, separando la táctica de la estrategia, la ciencia
de la ética, el objeto del sujeto.

Aunque su autor mantenía una admiración total por Lenin, líder


indiscutido de los bolcheviques, la recepción de Historia y con-
ciencia de clase no fue de ningún modo bienvenida en la URSS.
Cuando recién vio la luz, fue “condenada” inmediatamente por
la ortodoxia cientificista de un marxismo que se parecía demasi-
ado al positivismo.

Este rechazo provino tanto de la Segunda Internacional —y su prin-


cipal teórico: Karl Kautsky— como en la voz oficial de la Tercera
Internacional —cuya presidencia estaba por entonces a cargo de
125
Zinoviev—. Ambos condenaron, casi al mismo tiempo, Historia
y conciencia de clase en 1924. Lo mismo hizo Nicolás Bujarin. A
su vez, el diario oficial soviético Pravda aprovechó la ocasión y
condenó de un solo plumazo a Lukács, Korsch, Fogarasi y Revai
(esta condena se publicó en el Pravda el 25 de julio de 1924).
Mientras tanto, el filósofo soviético Abram Deborin (antiguo
menchevique y discípulo de Plejanov), rechazando Historia
y conciencia de clase, escribió un artículo cuyo título lo dice
todo: “Lukács y su crítica del marxismo”. Lo publicó en 1924
en la revista soviética Pod Znamenen Marxisma [Bajo la ban-
dera del marxismo]. Allí defendía la tesis plejanoviana de que
el marxismo desciende del materialismo naturalista, sumamente
criticado por Lukács. A estas impugnaciones se sumó también la
de un joven intelectual comunista húngaro llamado Lazlo Rudas,
defensor de la dialéctica de la naturaleza y de una concepción
objetivista extrema del marxismo.

Resulta por demás sugestivo observar que en muchas de las im-


pugnaciones, rechazos y airadas condenas que la ortodoxia real-
izó contra Lukács en este período encontramos exactamente los
mismos motivos ideológicos y los mismos lugares comunes que
esa misma ortodoxia utilizó en América Latina para enfrentar y
condenar al marxismo revolucionario de José Carlos Mariátegui
y del Che Guevara. En ambos casos se los acusa de “subjetiv-
ismo”, “romanticismo”, “voluntarismo” y, por supuesto, de
“no respetar las condiciones objetivas ni las leyes científicas”...
Aunque las circunstancias históricas eran distintas (revolución
rusa en la década del ‘20, revolución cubana en los ’60) las con-
denas y los exorcismos de ambas herejías eran prácticamente
las mismas. Parecían calcadas unas sobre otras.

Durante muchísimos décadas se pensó que Lukács había acep-


tado sumisa y mansamente esas impugnaciones ya que, al poco
tiempo, en 1926, el gran filósofo húngaro acerca sus posiciones
a los puntos de vista que por entonces, burocratización mediante,

126
tras la muerte de Lenin, se van convirtiendo en oficiales en el
Partido Comunista de la Unión Soviética.

Pero recientemente se ha descubierto que el pensador húngaro sí


respondió los ataques ortodoxos. En 1925, Lukács redactó Ch-
vostismus und Dialektic 50. Este manuscrito se descubrió en los
antiguos archivos del Instituto Lenin de Moscú y fue publicado
por primera vez en Budapest en 1996.

Fiel a su convencimiento militante de que la disputa había que


darla al interior del comunismo, ese ensayo de anti-crítica no
lo envió a Occidente, donde lo hubieran acogido con los bra-
zos abiertos (no por simpatía, obviamente, sino para utilizarlo
contra el comunismo de la URSS). Lo presentó a dos revistas
soviéticas. Westnik se llamaba una, y Pod Znamenen Marxisma
[Bajo la bandera del marxismo], la otra. En esta última había
sido publicada la crítica contra Lukács de Deborin. La respuesta
de Lukács, obviamente, nunca se publicó... Lenin había muerto
y los debates al interior de la URSS comenzaron a resolverse de
esa manera, administrativa y burocráticamente. Lo interesante
es que si bien Lukács responde a las críticas soviéticas contra
su principal libro, nunca se toma el trabajo de responderle a la
socialdemocracia.

En el mismo año que elabora esta defensa de Historia y con-


ciencia de clase, Lukács escribe una crítica concisa y pequeña,
pero demoledora, del volumen Teoría del materialismo históri-
co. Ensayo popular de sociología marxista [1921] de Nicolas
Bujarin. En ese momento, Bujarin era otra de las voces cantantes
de la ortodoxia soviética. No casualmente será este mismo Buja-
rin quien, presidiendo en 1928 el VI Congreso de la Internacio-
50 En Francia se lo tradujo del alemán en el año 2001 con el título: Dialectique et
127
spontanéité. En défense de Historie et conscience de classe [Dialéctica y espon-
taneidad. En defensa de «Historia y conciencia de clase»]. Paris, Les Éditions de
la Passion, 2001. Préface de Nicolás Tertulian. (Nicolás Tertulian: “Avatares de
la filosofía marxista: a propósito de un texto inédito de Georg Lukács”, prefacio
traducido al castellano por la revista Actuel Marx). Véase también Michael Löwy:
“Un marxisme de la subjectivite revolutionnaire [Un marxismo de la subjetividad
revolucionaria. Dialéctica y espontaneidad de Lukács”]. Mimeo)
nal Comunista, declarará al materialismo dialéctico (DIAMAT)
“filosofía oficial” de la Internacional. Lukács escribe entonces
el ensayo “Tecnología y relaciones sociales” donde demuestra,
analizando la caída del Imperio romano, que las tesis ortodoxas
no sólo son teóricamente erróneas sino que además son inútiles
para explicar la historia. Allí acusa a Bujarin de caer en “un ma-
terialismo burgués” y en un “burdo naturalismo”. Como se sabe,
Antonio Gramsci llegará a las mismas conclusiones que Lukács
(sin haber leído su crítica) cuando arremete contra Bujarin en el
cuaderno Nº 11 de sus Cuadernos de la cárcel.

Pero en 1926 la ola revolucionaria, nacida en 1917, había comen-


zado a caer. Descendía el impulso revolucionario tras muchas
derrotas proletarias (Alemania, Italia, Hungría). Ese año Lukács
escribe un ensayo que marca su viraje político: “Moses Hess y
los problemas de la dialéctica idealista”. Dejando atrás el radi-
calismo político de Historia y conciencia de clase y de su Lenin,
allí celebra la “reconciliación” hegeliana con la realidad como
señal de realismo... Es el paso filosófico para aceptar una recon-
ciliación de él mismo con esa Unión Soviética que comenzaba a
burocratizarse de la mano de Stalin, con el telón de fondo de un
fuego revolucionario que se iba lentamente apagando.

En 1928, Lukács redacta las tesis del II Congreso del PC húngaro


a realizarse en 1929, conocidas como “Tesis de Blum” (Lukács
firma con seudónimo porque estaba en la clandestinidad). En el-
las se opone al sectarismo extremo que primaba en el denomi-
nado “Tercer Período” de la Internacional Comunista (cuyo lema
era “clase contra clase”, identificando como enemigo principal
—justo cuando en Alemania los nazis avanzaban hacia el pod-
er— a la izquierda de la socialdemocracia). En 1929 Lukács pasa
128 tres meses en Hungría (dirigiendo en forma clandestina el trabajo
partidario).

Sus “Tesis” son derrotadas y se lo amenaza con la expulsión del


partido. El ejecutivo de la Internacional Comunista —ya comple-
tamente stalinizada— envía una “Carta abierta” al PC húngaro
donde reclama “concentrar el fuego contra las tesis antileninistas
del camarada Lukács”. Lukács es obligado a publicar una declara-
ción autocrítica... Él acepta. A partir de esa aceptación, abandona
la política directa para refugiarse durante casi treinta años en el
mundo de la cultura y la filosofía.

A pesar de esa marcha atrás y de ese acercamiento al stalinis-


mo —y su aceptación de la doctrina del “socialismo en un solo
país”—, Lukács mantiene una tensión conflictiva con esta cor-
riente. Ese cortocircuito atraviesa y recorre la mayor parte de
su vida intelectual madura. Tal es así que, aunque Lukács vive
exiliado en la Unión Soviética durante el nazismo (los alemanes
asesinan en 1944 a su hermano mayor János), los jerarcas oficia-
les soviéticos lo hostigan en reiteradas ocasiones. Y eso que él ya
había aceptado la “división de tareas” que por esa época el stalin-
ismo imponía en todo el mundo a los intelectuales miembros de
los partidos comunistas (ellos se ocupaban de la cultura, pero...
la política práctica la manejaban los cuadros de Stalin).

En la URSS, entre sus adversarios se encontraba, por ejemplo,


Alexander Alexandrovich Fadeyev [1901-1956]. Pope de la
doctrina oficial soviética en asuntos de literatura e impulsor de
la revista oficial Gaceta Literaria de Moscú, donde se atacaba
públicamente a Lukács. Junto a él, otro de sus adversarios era
Yermilov. Ambos defensores de la línea del Proletkult.

Pero el recelo de los intelectuales stalinistas oficiales hacia este


antiguo izquierdista, no queda reducido allí. Se lo obliga a for-
mular varias “autocríticas” (la primera es la ya mencionada de
1929. Habrá otras...) y se lo encarcela en dos oportunidades.

Cuando llega a Moscú, Lukács trabaja entre 1929 y 1931 en el ya


mencionado Instituto Marx-Engels-Lenin dirigido por Riazanov.
129
Allí no sólo puede consultar los Manuscritos económico filosó-
ficos de 1844 sino que también toma conocimiento de los Cuad-
ernos filosóficos de Lenin, publicados después de la muerte del
dirigente bolchevique, entre 1929 y 1930. La lectura de Lenin y
de sus apuntes manuscritos sobre la Ciencia de la Lógica con-
tribuirá al cambio de perspectiva de Lukács sobre Hegel que se
expresará en El joven Hegel.

Luego de un breve período en Alemania —que se extiende desde


1931 a 1933— Lukács regresa a Moscú. Allí forma parte del
consejo de la revista Literaturny Kritik [Crítica Literaria] junto
a su gran amigo Mijail Lifshitz, autor del excelente estudio La
filosofía del arte en Karl Marx.

Aunque la publicación de Lukács y Lifshitz contaba inicialmente


con la “protección” del filósofo oficial Pavel Iudin, en 1940 es
cerrada. En ese tiempo —entre 1939 y 1940— Lukács publica el
ensayo titulado “Tribuna del pueblo o Burócrata”. Ese ensayo,
según su discípulo István Mészáros: “es la crítica más aguda y
penetrante de la burocratización publicada en Rusia durante el
período de Stalin”51.

Al año siguiente, en 1941, Lukács es detenido en la URSS a


partir de la denuncia de un agente húngaro. Sus interrogadores
soviéticos intentan, sin éxito, extraerle una declaración según la
cual habría sido desde principios de los años veinte “un agente
trotskista”. Permanece prisionero poco tiempo, entre el 29 de ju-
nio de 1941 y el 26 de agosto de ese mismo año.

Según Vittorio Strada —director del Instituto Italiano de Cul-


tura en Moscú durante los 90—, a fines de 1999 habría apare-
cido en la capital rusa un volumen titulado Conversaciones en la
130
Lubjanka52, donde se publican por primera vez los materiales de
51 Véase István Mészáros: El pensamiento y la obra de G.Lukács. Barcelona, Fon-
tamara, 1981. p. 123.
52 Lubjanka era la sede de la policía política en Moscú. Para darse una breve idea
de en qué consistía puede consultarse la obra autobiográfica de Leopold Trepper
(héroe soviético durante la segunda guerra mundial que por órdenes de Stalin ter-
minó encarcelado en esa sede durante diez años): El gran juego. Memorias del jefe
aquella investigación policial a la que fuera sometido Lukács en
1941. Entre los “errores cometidos”, por los cuales le pregunta el
interrogador de la policía soviética, Lukács habría respondido lo
siguiente: “«Historia y conciencia de clase» contiene la síntesis
filosófica de mis ideas ultraizquierdistas de ese período. La base
de esta filosofía es una sobrevaloración de los factores subjeti-
vos y la desvalorización de los factores objetivos. He sobrevalo-
rado el papel histórico de la sociedad y desvalorizado el papel
histórico de la naturaleza. He polemizado contra Engels en la
cuestión de la dialéctica de la naturaleza [...] Todo esto dem-
ostraba que, en el campo de la filosofía, yo era un idealista”53.

Entre 1944 y 1945, tras la derrota de los nazis, Lukács tiene la


posibilidad de instalarse en Alemania o en Hungría. Elige su
país. Ejerce allí una actividad cultural y militante frenética, hasta
que vuelve a buscarse “problemas” con la burocracia. Luego de
la publicación de numerosos ensayos entre 1946 y 1949, nueva-
mente debe soportar el fuego cruzado de los ideólogos oficiales.
El primer ataque lo abre László Rudas. A ese ataque le siguen
muchos otros en la prensa de Hungría. Lo acusan de “revision-
ismo”, de “servidor del imperialismo” y otros disparates del
mismo calibre. Márton Horvath, miembro del buró político en el
campo cultural, se pliega a los ataques. El conflicto se vuelve in-
tenso y agudo cuando su viejo adversario Fadeyev publica desde
la URSS un ataque virulento en el periódico Pravda. Empieza a
circular la amenaza de una nueva detención del filósofo.

Entonces, Lukács vuelve a “autocriticarse”...

del espionaje soviético en la Alemania nazi. Barcelona, Ariel, 1977.


53 Véase Vittorio Strada —Corriere della Sera, Milán, 2 de febrero de 2000—,
traducido y publicado en Argentina por La Nación el 27 de febrero de 2000. p. 3.
131
Nosotros no hemos tenido acceso a esas Conversaciones. Según Strada, se publica-
ron apenas 300 ejemplares en ruso. No tenemos noticias de que se hayan traducido
a algún idioma occidental. Debe tomarse la información de este artículo con ab-
soluta cautela, dado el profundo odio y desprecio por Lukács que destilan tanto el
académico italiano que dice haber tenido acceso al ejemplar, el periódico Corriere
della Sera donde publicó su nota original, como el diario conservador argentino
que la tradujo.
József Revai, ideólogo del PC húngaro, jefe de redacción del ór-
gano del partido comunista Szabad Nép y ministro de cultura en-
tre 1949 y 1953, declara que esa autocrítica era demasiado “for-
mal” y sigue atacando a Lukács. Pero éste ve el gesto de Revai
como algo positivo pues de algún modo impide la detención que
se preveía a partir del momento en que los soviéticos de Pravda
tomaron cartas en el asunto contra Lukács.

A los pocos años, tras la muerte de Stalin [1953], cambia la rel-


ación de fuerzas. Lukács se convierte entonces en miembro del
comité central ampliado del PC húngaro y, lo que es más impor-
tante, en ministro del gobierno de Imre Nagy, abortado por la
invasión soviética de ese año. Una invasión realizada en tiempos
del supuestamente “abierto” Nikita Kruschev... Con los tanques
soviéticos en Hungría, Lukács es capturado y deportado a Ruma-
nia junto con Nagy (a este último lo ejecutan allí en 1958).

Vuelve desde Rumania a su casa el 10 de abril de 1957. Entonces


el departamento de Lukács en la Universidad es clausurado y a
él se le prohíbe mantener cualquier contacto con los estudiantes.
Los ataques continúan durante varios años, en Hungría, Alema-
nia, Rusia y en otros países del Este europeo. Por ejemplo, en
1960, la editorial Aufbau Verlag de Berlín publica un largo volu-
men de 340 páginas titulado: Georg Lukács y el revisionismo.

¿Por qué Lukács, tantas veces víctima del stalinismo, no rompe


definitivamente con esta corriente? ¿Por qué aceptó hacer esas
humillantes “autocríticas”?

Las razones son múltiples y las interpretaciones posibles tam-


bién. Por ejemplo, en la editorial con que la revista Pensamiento
Crítico presenta por primera vez al público cubano capítulos de
132
Marxismo y filosofía de Karl Korsch y de Historia y conciencia
de clase de Lukács se plantea lo siguiente: “Alabadas y atacadas
durante casi medio siglo [referencia a ambas obras], han per-
manecido casi desconocidas para la mayoría de los marxistas
[...] Ese destino ensombreció la posibilidad de enjuiciar uno
de los movimientos teóricos más interesantes que se produjeron
en una etapa crucial del movimiento revolucionario de este si-
glo[...] También afectó a los autores: uno [Korsch] abandonó
el movimiento revolucionario, y el otro [Lukács] claudicó en
sucesivas autocríticas que no ayudaron nada al desarrollo del
sentido de los deberes del intelectual comunista en la dictadura
del proletariado”54.

Es cierto. Lukács “claudicó”. Aceptó dar marcha atrás y terminó


rechazando su propia obra. Pero ¿por qué?. Esa es la cuestión.
No fue por oportunismo. Podría quizás pensarse que prefirió ser
un “hereje” desde dentro y no desde fuera del comunismo de
aquellos años. Podría haberse ido a vivir a EEUU (como Agnes
Heller y algunos otros de sus discípulos húngaros... hoy triste-
mente liberales y posmodernos), donde lo hubieran recibido con
bombos y platillos. Él mismo reconoció años después: “Hubiera
tenido repetidas veces la posibilidad de cambiar de residencia,
pero siempre rechacé tal cambio de lugar”55.

Sin embargo, eligió quedarse. Primero en la URSS, sufriendo


incluso la cárcel, la no publicación de algunos de sus libros y
hasta la incautación de papeles manuscritos a manos de la policía
(por ejemplo, una biografía que había escrito sobre el autor del
Fausto y que probablemente llevaba por título Goethe y la di-
aléctica, de la que sólo se conservó un fragmento, publicado
luego en italiano). Después en Hungría, donde también es apre-
sado, insultado y expulsado de la Universidad. Fue una elección
política militante, sumamente incómoda, angustiosa y lacerante,
que sacrificaba su propio interés intelectual, llegando al límite de 133
la humillación y el autoflagelo, en función de algo que él con-
54 Véase Pensamiento Crítico N°41, La Habana, junio de 1970, Editorial. p.7 (pro-
bablemente redactada por Fernando Martínez Heredia).
55 Véase G.Lukács: “Más allá de Stalin” [1969]. En G.Lukács: Testamento polí-
tico y otros escritos sobre política y filosofía inéditos en castellano. Buenos Aires,
Herramienta, 2003. p.130.
sideraba mayor: “la reforma radical del socialismo”, según sus
propias palabras.

Haciendo un balance maduro de aquella decisión, en “Más allá


de Stalin” Lukács caracteriza su militancia intelectual como “una
lucha en dos frentes: contra el americanismo y el stalinismo”.

Pero la comprensión crítica de este último no fue rápida ni es-


pontánea. Él reconoce sin medias tintas ni eufemismos que en
un comienzo: “En las disputas partidarias inmediatamente pos-
teriores a la muerte de Lenin, me encontré del lado de Stalin en
algunas cuestiones esenciales, aunque todavía no me hubiera
presentado con esta posición en forma pública. El problema
principal consistía en el «socialismo en un solo país». Concre-
tamente, cedió la ola revolucionaria que se había desatado en
1917”56. Más adelante, en el mismo balance retrospectivo donde
recorre diversos encontronazos suyos con la cultura oficial del
stalinismo, el pensador húngaro afirma con notable honesti-
dad: “Ni siquiera los grandes procesos [Lukács se refiere a los
denominados «juicios de Moscú», donde fue liquidada toda la
vieja guardia bolchevique. Nota de N.K.] pudieron alterar hon-
damente esa posición. El observador actual puede designar esto
como ceguera. Olvida, al hacerlo, algunos importantes factores
que para mí eran decisivos, al menos en aquel tiempo. [...] Re-
cién cuando la acción de Stalin se expandió a amplias masas con
el lema «el Trotskismo debe ser extirpado, junto con todas sus
raíces», se fortaleció la crítica interna, intelectual y moral. Sin
embargo, esta quedó condenada al silencio frente a la esfera
pública, a causa de la necesaria prioridad de la lucha contra
Hitler”.

134 Lukács no fue un oportunista. Fue un comunista convencido que


sufrió trágicamente, en carne propia, el estrangulamiento y la
burocratización de la maravillosa revolución socialista de 1917
y del impulso de ofensiva que ella inyectó a la rebelión anticapi-
talista en aquellos tiempos.

56 Véase G.Lukács: “Más allá de Stalin”.Obra Citada. p.125.


Intentando explicar y explicarse, décadas después, ya al borde
la muerte, las razones de su comportamiento político durante
aquellos años, afirma: “Desde mi punto de vista, aun el peor
socialismo es preferible antes que el mejor capitalismo. Estoy
profundamente convencido de esto, y viví esos tiempos con esta
convicción”57.

Esa toma de posición, que de algún modo cedía su radicalismo


juvenil en aras del reconocimiento de “la racionalidad de la re-
alidad histórica”, incluso al punto de llegar al sacrificio personal
cuando padeció diversos procesos de “caza de brujas”, también
se proyectó en su producción teórica. Especialmente, en la inter-
pretación y reinterpretación de su admirada dialéctica de Hegel
y, en particular, en El joven Hegel, libro leído por el Che Guevara
en Bolivia.

A pesar del clasicismo, el “realismo político” y la mesura con que


el Lukács maduro, crítico de su propia producción juvenil, abor-
dó la teoría del marxismo (tanto en filosofía, con La ontología
del ser social, como en los gruesos volúmenes de su Estética y
en muchos otros de sus trabajos), durante su vejez su principal
obra inspiró a muchos jóvenes de la nueva izquierda del ‘68. En-
tre ellos, por ejemplo en Alemania occidental (la RFA), muchos
militantes, en medio de las rebeliones estudiantiles y en pleno
apogeo de la izquierda extraparlamentaria radical, se pasaban de
mano en mano ediciones “piratas” de... Historia y conciencia de
clase.

La difusión de la obra de Lukács


en tiempos del Che Guevara
135

Es bastante probable que la lectura en Bolivia de El joven Hegel


y los problemas de la sociedad capitalista por parte del Che Gue-
57 Véase G.Lukács: “Entrevista: En casa con György Lukács” [1968]. En
G.Lukács: Testamento político y otros escritos sobre política y filosofía inéditos en
castellano. Obra Citada. p.121.
vara respondiera más a su preocupación por introducirse rigu-
rosamente en el estudio de Hegel y la dialéctica que por seguir
los pasos del itinerario intelectual de György Lukács. Como ya
observamos, su interés por Hegel ya lo había expresado abier-
tamente en su carta a Armando Hart. En esa misma misiva, a
la hora de elegir una historia de la filosofía para un hipotético y
futuro plan de ediciones cubanas, sugiere la de Dynnik (Historia
de la filosofía —cuyo primer tomo lee y anota en Bolivia—) y
la de Hegel (Lecciones sobre la historia de la filosofía —leído
aproximadamente en 1965—).

Si el interés primordial del Che hubiera estado centrado en el itine-


rario político personal de Lukács y en su conflictiva relación con
el marxismo oficial del Este europeo, hubiera intentado conseguir
Historia y conciencia de clase, sin ninguna duda el mejor libro
de todos los que escribiera Lukács. Pero Guevara no llegó a con-
ocerlo. Así como tampoco pudo leer los Cuadernos de la cárcel
de Antonio Gramsci. El Che no alcanzó a abrazar ninguna de
estas dos publicaciones.

Hay que tomar en cuenta que Historia y conciencia de clase fue


durante décadas uno de los “libros malditos” del marxismo ofi-
cial y por eso no fue reeditado, después de los años ’20, durante
muchísimo tiempo. Como ya acotamos, cuando recién vio la luz,
la obra fue “condenada”.

A esta condena unánime de la ortodoxia, que contribuyó a que el


libro dejara de circular y nunca más fuera editado por aquellos
años, se sumó otra circunstancia. Su propio autor fue cambiando
su punto de vista a partir de 1926 y por eso discrepó con aquel
texto juvenil. No lo hizo por ponerse a tono con la ideología ofi-
136 cial que el comunismo soviético comenzaba por entonces —tras
la muerte de Lenin— a construir. Su decisión, creemos nosotros,
no fue oportunista. Fue una elección política, errada, pero sin-
cera.

A pesar del “affaire” de sus autocríticas forzadas —donde siem-


pre estaba en juego la amenaza, nada simbólica, de la cárcel y la
represión...— Lukács sinceramente empezó a rever el radicalis-
mo político de Historia y conciencia de clase y su crítica juvenil
de la metafísica materialista. De allí en más, hasta el final de sus
días, adhirió a una concepción dialéctica que al mismo tiempo
mantenía fuertes préstamos con el realismo clásico de la llamada
“teoría materialista del conocimiento”.

Así lo prueban varias cartas personales que recién ahora se han


editado donde, en su intimidad, sin ningún tipo de presiones ex-
ternas ni amenazas de encarcelamiento, el Lukács de la madurez
mantiene diferencias filosóficas con Historia y conciencia de
clase (particularmente en torno a la teoría de la cosificación y la
objetivación). Esas cartas personales —que no estaban destina-
das a ser publicadas ni a satisfacer de manera forzada las previs-
ibles recusaciones de algún censor stalinista siempre deseoso de
“autocríticas”, pues Stalin ya se había muerto— prueban que el
prólogo escrito por Lukács en Budapest, en marzo de 1967, a una
nueva edición de Historia y conciencia de clase es totalmente
sincero en sus críticas a su propia producción filosófica juvenil.

Lo cierto es que la condena terminante de la ortodoxia marxista


oficial (de Kautsky, Zinoviev, Deborin y Rudas), la desconfianza
de los ideólogos del stalinismo y la propia autocrítica del autor,
contribuyeron a que Historia y conciencia de clase se mantu-
viera ausente del debate de ideas durante más de treinta años.
Dicho libro recién reapareció editado en Occidente hacia 1960
(en Francia), 1967 (en Italia) y 1968 (en Alemania). En esa “re-
habilitación” mucho tuvo que ver Maurice Merleau-Ponty, quien
lo revaloriza y lo rescata en su obra Aventuras de la dialéctica
[1954], donde le dedica varios capítulos. Su influencia también
se deja sentir en Crítica de la razón dialéctica de Sartre.
137
En idioma castellano, precisamente en el seno de la Revolución
Cubana, Historia y conciencia de clase recién se publicará en
forma completa en noviembre de 197058. Pocos meses antes, en
58 Véase Gyorgy Lukács: Historia y conciencia de clase. La Habana, Editorial
Ciencias Sociales, Colección Filosofía del Instituto del Libro, noviembre de 1970.
Edición prologada [sin firma] por Aurelio Alonso y traducida del francés por
junio de 1970, Fernando Martínez Heredia, director de la revista
cubana Pensamiento Crítico, había publicado “La conciencia de
clase” [1920], uno de los ensayos de Lukács que integran Histo-
ria y conciencia de clase59.

En México, Historia y conciencia de clase recién aparecerá


publicado en 1969, como parte de un emprendimiento de largo
aliento que se proponía traducir directamente del alemán y pub-
licar en español las Obras Completas de Lukács —que habían
comenzado a salir en 1962 por la editorial alemana Luchter-
hand— en más de 24 tomos60. Historia y conciencia de clase
aparece ubicada como el tomo tercero de las Obras Completas
editadas en castellano por Grijalbo. Aunque El joven Hegel y los
problemas de la sociedad capitalista fue publicada por Grijalbo
en 1963 (ésa es la edición que Ernesto Guevara lee en Bolivia) se
inscribe en el plan editorial de este mismo sello mexicano como
el tomo N° 14.

En Argentina, Lukács no era un desconocido. Ya a mediados de


los años ’30, Aníbal Ponce edita por primera vez un ensayo suyo
en la revista Dialéctica: “Zola y el realismo” (1936). Más tarde,
durante los álgidos ’60, el proyecto editorial de la nueva izqui-
erda La Rosa Blindada, dirigida por José Luis Mangieri, publica
en 1968 el libro de Lukács Lenin [1924], escrito inmediatamente
después de la muerte del máximo dirigente bolchevique y en
forma sumamente próxima a Historia y conciencia de clase 61.

También en Argentina, la editorial Pasado y Presente recién pub-


licará en septiembre de 1970 el prólogo a la edición original de
Historia y conciencia de clase junto con el capítulo de esta obra

Francisco Duque.
138 59 Véase Pensamiento Crítico N°41, La Habana, junio de 1970, pp.148-197.
60 Véase György Lukács: Historia y conciencia de clase. México, Grijalbo, pri-
mera edición de 1969. Traducción del alemán a cargo del marxista catalán Manuel
Sacristán.
61 Véase György Lukács: Lenin. Buenos Aires, La Rosa Blindada, 1968. Traduc-
ción del francés de Patricio Canto. Este mismo libro, pero con otra traducción
—de Jacobo Muñoz—, aparecerá en México dos años más tarde por la editorial
Grijalbo, colección 70.
titulado “El cambio de función del materialismo histórico”62.
Tres años después, la misma editorial, impulsada por José Aricó,
editará el prólogo a la primera edición en italiano de Historia y
conciencia de clase junto con los artículos de la revista Kommu-
nismus (dirigida por Lukács entre 1919 y 1921) en un volumen
titulado Revolución socialista y antiparlamentarismo63.

En Brasil, los primeros libros de Lukács recién aparecerán en idi-


oma portugués a partir de 1965: Ensaios sobre literatura [1965];
Literatura e humanismo [1967]; Os marxistas e a arte [1967];
Introdução a uma estética marxista64; Marxismo e teoria da lit-
eratura65 y ¿Existencialismo ou marxismo?66. Debe destacarse
que no se cuenta entre ellos Historia y conciencia de clase.

Dos de los principales introductores de Lukács en Brasil son


Leandro Konder y Carlos Nelson Coutinho, por entonces mili-
tantes de la corriente cultural del Partido Comunista. Ambos
jóvenes mantenían por entonces fortísimas simpatías por Histo-
ria y conciencia de clase. No obstante, su correspondencia con
Lukács —donde le iban proponiendo nombres de libros suyos
para ir traduciendo y publicando en Brasil— los fue apartando
de ese rumbo. El filósofo de Hungría trataba de convencerlos
de que “este libro está enteramente superado en sus problemas
fundamentales”67. En el mismo sentido, el pensador húngaro se-
ñalaba: “Me gustaría sobre todo advertirle contra una lectura
acrítica de «Historia y conciencia de clase»”68. Más tarde, una
vez que el joven Coutinho le reconoce haber seguido sus conse-
jos y haber abandonado la concepción “historicista” del marx-
62 Véase Giovanni Piana, György Lukács y otros: El joven Lukács. Buenos Aires,
Cuadernos de Pasado y Presente N°16, septiembre de 1970.
63 Véase György Lukács: Revolución socialista y antiparlamentarismo. Buenos
Aires, Cuadernos de Pasado y Presente N°41, agosto de 1973.
64 Véase György Lukács: Introdução a uma estética marxista. Rio de Janeiro,
139
Civilização Brasileira, 1968.
65 Véase György Lukács: Marxismo e teoria da literatura. Rio de Janeiro,
Civilização Brasileira, 1968.
66 Véase György Lukács: ¿Existencialismo ou marxismo? São Paulo, Senzala,
1968.
67 Véase Carta de G.Lukács a L.Konder del 9 de junio de 1963.
68 Véase Carta de G.Lukács a C.N.Coutinho del 31 de agosto de 1963.
ismo propia de Lucien Goldmann, J.P.Sartre, Antonio Gramsci y
el joven Lukács, el mismo Lukács le responde lo siguiente: “Me
alegro de lo que usted me cuenta, o sea, que superó el histori-
cismo abstracto-subjetivista sin caer en la gran moda actual del
estructuralismo”69.

Por eso el Che Guevara —quien cae asesinado en Bolivia en


1967, antes de que aparecieran en México, Cuba, Argentina o
Brasil las primeras traducciones al español o al portugués de ese
libro de Lukács— nunca pudo tener acceso a este formidable
texto cuyo “espíritu” mucho tiene que ver con su propia con-
cepción humanista, dialéctica, radical y revolucionaria del
marxismo.

Historia y conciencia de clase es quizás uno de los trabajos fi-


losóficos más importantes y perdurables que produjo esta corri-
ente en toda su historia, desde la muerte de Marx hasta nuestros
días. Tan sólo comparable, por su rara combinación de agudeza
intelectual, penetración filosófica y radicalismo político, con los
Cuadernos de la cárcel de Gramsci.

A este último Guevara tampoco lo alcanzó a leer. En el archivo


de su biblioteca personal que hoy se conserva en el Centro de Es-
tudios Che Guevara (ubicado en su antigua casa de La Habana)
se encuentran algunos ejemplares sueltos de la edición temática
de los Cuadernos de cárcel de Gramsci publicada por la editorial
Lautaro (del Partido Comunista argentino) a fines de los años ’50
y comienzos de los ‘60. Pero es casi seguro que ese material no
fue leído por el Che. Los volúmenes no están abiertos ni marca-
dos, como él solía hacer cuando leía y estudiaba un libro.

Cabe aclarar que esta ausencia en la formación marxista de


140
Guevara no era incomprensible ni exótica. Tampoco Gramsci
alcanzó a leer Historia y conciencia de clase de Lukács. En to-
dos los Cuadernos de la cárcel hay apenas una sola mención
69 Véase Carta de G.Lukács a C.N.Coutinho del 18 de octubre de 1967. Las 34
cartas intercambiadas entre los dos jóvenes intelectuales brasileños y el filósofo
marxista de Hungría están reproducidas en el volumen colectivo Lukács e a atua-
lidade do marxismo. São Paulo, Boitempo, 2002. pp.133-156.
al húngaro y es casi seguro que está basada no en una lectura
directa de su principal obra sino en un material de terceros —
los críticos “ortodoxos” de Lukács—. Gramsci se refiere a él de
modo condicional. La mención comienza diciendo: “Parece que
Lukács afirma...”. Si lo hubiera leído, diría: “Lukács afirma...”.
¿Qué sentido tiene anteponer su opinión con el verbo “parecer”
sino remarcar que no lo ha conocido directamente?70. Durante
los años de Gramsci, Lukács es prácticamente un desconocido
en Italia. El único de sus textos traducidos al italiano en aquellos
tiempos es “Rosa Luxemburg como marxista”, capítulo de Histo-
ria y conciencia de clase (Publicado en 1921 en Rassegna Com-
munista). Además, el 12 de junio de 1920, la revista L’Ordine
Nuovo de Gramsci había publicado unas pocas líneas de Lukács
sobre los consejos obreros. Pero nada más.

Por otra parte, Lukács tampoco fue un gran conocedor de Grams-


ci. No lo leyó hasta bien entrados los años ’60. Por ejemplo,
en la mencionada correspondencia con Konder y Coutinho, los
jóvenes brasileños le preguntan su opinión sobre El materialismo
histórico y la filosofía de Benedetto Croce71. Lukács le responde:
“Sobre Gramsci, no me ocupé directamente de sus escritos”72.
Tiempo después, en un capítulo de la Ontología del ser social
(obra concluida en 1969) dedicado al problema de la ideología,
Lukács menciona directamente a Gramsci rescatando el doble
significado que el italiano atribuye a este término al interior del
marxismo. Poco tiempo más tarde, en una entrevista concedida
inmediatamente antes de morir, Lukács vuelve sobre Gramsci
para señalar: “En los años ’20, Korsch, Gramsci y yo intentamos,
cada cual a su manera, enfrentar el problema de la necesidad
social y de su interpretación mecanicista, que era la herencia
de la II Internacional. Heredamos este problema, pero ninguno
de nosotros —ni el mismo Gramsci, que era tal vez el mejor de 141
todos nosotros— pudo resolverlo. Todos nos equivocamos”73. De
70 Véase Antonio Gramsci: Cuadernos de la cárcel. México, ERA, 1982. Cuader-
no N°11, Tomo 4, p.303.
71 Véase Carta de Leandro Konder a G.Lukács, 25 de julio de 1963.
72 Véase Carta de G.Lukács a L. Konder, 9 de agosto de 1963.
73 Entrevista publicada en Inglaterra en la New Left Review N°68, julio-agosto de 1971.
modo que Lukács recién lee y conoce los escritos de Gramsci en-
tre 1963 y 1969/1971, es decir, en el extremo final de su extensa
vida intelectual.

Tomando en cuenta todos los obstáculos y vicisitudes políticas


que atravesaron la historia y difusión del marxismo de Lukács,
podemos constatar la dificultad del Che Guevara para apropi-
arse de toda esa herencia marxista previa (aunque, segura-
mente, podría haber accedido a las traducciones argentinas de
Gramsci). Además habría que considerar que, dado que el Che
Guevara se lleva a Bolivia la obra Los marxistas de Wright
Mills —una especie de “enciclopedia” de documentos teóri-
cos de la historia del marxismo—, ¡tampoco éste incluye ni a
Gramsci ni a Lukács!. En la compilación de documentos Wright
Mills no hace referencia a ninguno de los dos. En la introduc-
ción teórica que los precede, el sociólogo estadounidense sólo
menciona a Gramsci y a Lukács una vez, dentro de una simple
enumeración de “marxistas creadores”. Pero por el tipo de ar-
gumentación que desarrolla Wright Mills —donde Marx es in-
terpretado en clave materialista, economicista y determinista,
según la óptica de Nicolai Bujarin, a quien Wright Mills cita ex-
plícitamente como fuente— es más que probable que ni siquiera
los haya leído directamente (pues el italiano y el húngaro fuer-
on grandes críticos de Bujarin). Es plausible que Wright Mill
haya obviado a Gramsci porque su obra carcelaria penetra en la
intelectualidad progresista anglosajona muy tardíamente y con
cuentagotas. Exceptuando a un reducido grupo de historiadores
marxistas británicos —entre los que se destacan Eric Hobsbawm,
Edward Thompson y Raymond Williams—, el marxismo de
Gramsci tarda muchísimo en conquistar el lugar que hoy ocupa
en el plano académico de lengua inglesa (es menos explicable
142 porqué Wright Mills no incluye trabajos de Lukács en su enci-
clopédica antología).

Tanto en aquella obra juvenil de Lukács como en los apuntes


gramscianos de la prisión el Che Guevara hubiera encontrado
una reflexión filosófica encaminada exactamente en la misma
dirección en que él dirigía sus búsquedas teóricas personales.
En ese sentido, no resulta caprichoso que Louis Althusser haya
emparentado el humanismo marxista del Che Guevara (y de la
Revolución Cubana) con el de Lukács y Gramsci en su polémica
obra Para leer «El Capital», fundamentalmente en el capítulo
“El marxismo no es un historicismo”. Althusser clasifica al joven
Lukács, a Antonio Gramsci y al Che Guevara bajo el arco común
del “izquierdismo teórico” (en la misma vertiente incluye a Rosa
Luxemburg, al Proletkult soviético, a León Trotsky y a Franz
Mehring, entre otros).

En estas obras de Lukács y Gramsci, Guevara se hubiera encon-


trado con una concepción historicista del marxismo donde el hu-
manismo de Marx —que él tanto admiraba y compartía— no se
limita a una ingenua defensa de una supuesta “esencia humana”
transhistórica sino que se proyecta en toda una dimensión his-
toricista de la praxis transformadora. Asimismo, el Che hubiera
caído rendido de admiración ante el despliegue de pensamiento
dialéctico, de crítica al fetichismo y de cuestionamiento al posi-
tivismo y al reformismo que estas obras expresan.

Pero, lamentablemente, la corta vida del Che —quien fue asesi-


nado sin haber cumplido 40 años— no le alcanzó para internarse
en ambas joyas del pensamiento marxista contemporáneo.

El humanismo revolucionario, tan característico y definitorio de


la vida y del pensamiento marxista del Che y de su aproximación
a la filosofía, no se conformó a partir de la lectura de Lukács y
Gramsci. Es un dato histórico. Su fuente filosófica, de raíz lati-
noamericana (y, por eso mismo, desconocida u obviada por la
reconstrucción de Althusser y de muchos otros historiadores),
fue probablemente otra. La clave de esa interpretación de Marx 143
en registro humanista se debe principalmente a Humanismo bur-
gués y humanismo proletario [1935] de Aníbal Norberto Ponce
(libro que, según algunos testimonios, fue leído por el Che en su
juventud —cuando estudiaba Medicina en Buenos Aires— y re-
impreso por la Imprenta Nacional de Cuba en 1962). Una obra de
notable erudición que, a pesar de haber sido escrita a una norme
distancia geográfica de Lukács y Gramsci, mantiene con ellos
una impactante convergencia de perspectivas filosóficas (Aníbal
Ponce sí conocía algunos escritos de Lukács, a quien le publica
un artículo en su revista Dialéctica).

De todas formas, aunque la época y lo tardío de las traducciones


al castellano no le hayan posibilitado leer Historia y conciencia
de clase, el hecho de que Guevara se las haya ingeniado para
conseguir el primer volumen publicado en México de las Obras
Completas de Lukács constituye un síntoma de que sus preocu-
paciones por el pensamiento marxista no eran las de un simple
“aficionado”.

El Che quería estar “al día” en cuestiones de teoría marxista.


Pero no porque mantuviera una actitud colonial de quien espera
que le lleguen las últimas “novedades” de la moda filosófica de
las “grandes capitales” y así ir nadando siempre con la corriente
del momento. El interés del Che provenía de otro lado. En varias
partes de sus escritos, discursos y cartas, Guevara se queja del
atraso teórico y del dogmatismo “que han frenado el desarrollo
de la filosofía marxista”. Por eso necesita, casi obsesivamente,
saber y conocer, leer y estudiar. Esa es la razón por la cual trata
de conseguir una obra como El joven Hegel, en ese momento
recién publicada en castellano.

Aun sin haber consultado Historia y conciencia de clase,


Guevara seguramente debía tener noticias de que el autor de El
joven Hegel siempre fue considerado por la ortodoxia oficial del
marxismo de los países del Este como un “hereje”, periódica-
mente impugnado y pasible de sospechas, a pesar de sus reitera-
das autocríticas.
144
El joven Hegel de Lukács
y la filosofía marxista en la época de Stalin

El joven Hegel, leído y estudiado por el Che en Bolivia, comenzó a


redactarse en 1931. En ese año Lukács fue a Berlín, donde in-
tervino en el órgano teórico de la Federación de Escritores Pro-
letarios Revolucionarios del PC alemán. Allí, él y su compañera
Gertrud dieron clases en el Colegio Marxista de Obreros (Marx-
istische Arbeiterschule o MASCH). En ese colegio también
impartió clases Albert Einstein. La estadía de Lukács en Berlín
coincidió con el centenario de Hegel. Para discutir con las cor-
rientes académicas, se le encargó a Lukács realizar un trabajo
sobre el gran filósofo alemán.

En una carta del 20 de septiembre de 1931, Lukács le dice a su


amigo ruso Mikhail Lifschitz: “Se me asignó la tarea de escri-
bir una extensa monografía para el centenario de Hegel. Los
nuestros planean publicar para la ocasión una antología. Estoy
ocupado pescando para la cuestión del Termidor en el mar de
mis notas”74.

Esa monografía llevó por título “El Termidor: el joven y el viejo


Hegel”. Ese fue el inicio del libro leído por el Che. Lukács la re-
alizó en ese mismo año. Iba a aparecer en una antología marxista
titulada Hegel y su herencia. Más tarde, en 1932, dio unas con-
ferencias en Frankfurt acerca de un largo comentario que Hegel
había hecho sobre los Principios de economía política del econo-
mista británico Sir James Steuart. La tesis de Lukács es que la
recepción filosófica alemana de la economía política inglesa no
empieza con Marx sino precisamente con Hegel.
145
Luego, en enero de 1933, Lukács presentó un trabajo sobre “El
joven Hegel” en un congreso sobre Kant en Frankfurt. Pocos
meses después, el 10 de mayo de 1933, tiene lugar la quema de
20.000 libros por parte de los nazis. Entre muchos otros estaban
74 Carta citada en Arpad Kadarkay: Georg Lukács. Vida, pensamiento y política.
Valencia, Alfons El Magnánim, 1994. p.585.
en la pira los libros de Lukács. Este último regresa a Moscú,
donde vivirá exiliado varios años. Al llegar, dicta una serie de
conferencias sobre “Hegel-Marx-Lenin”en la Academia Marx-
ista de la capital soviética.

Con todos esos trabajos preparatorios, Lukács redacta en Moscú


El joven Hegel. Problemas de la sociedad capitalista. Lo ter-
mina en 1938 y lo presenta como tesis doctoral en diciembre de
1942. Aunque Lukács logra doctorarse (recibe el título en agosto
de 1943), la obra es recibida con silencio, signo de evidente de-
saprobación oficial. El joven Hegel no se publicó en la Unión
Soviética. A él le dolió en el alma. Pero no pudo hacer nada.
Su libro recién apareció en 1948 en Viena/Zürich y, seis años
después, en 1954, en Alemania oriental.

El silencio oficial y la no publicación en la URSS no fueron ca-


suales. A pesar de haberlo terminado en 1938, tuvo que esperar
toda una década para que viera la luz pública. No obstante sus
“autocríticas”, los soviéticos no confiaban en él.

Explicando esa curiosa “espera” de una década, en el prefacio a la


edición en castellano de 1963 —precisamente la que el Che lee en
Bolivia— Lukács aclara: “La causa principal del retraso en
la aparición de esta obra (diez años después de su redacción)
fue la «nueva concepción» de la filosofía hegeliana formulada
durante la guerra por Zdanov. Como parte de la propaganda
de guerra groseramente simplificadora producida durante
el período de Stalin, se decidió por decreto que Hegel había
sido un representante de la reacción feudal contra la Revolu-
ción Francesa. Esa concepción coincidía además ampliamente
con la vulgarización general propia de la tendencia dominante
146 en dicho período. [...] Como consecuencia de todo ello —y a
diferencia de lo que ocurría con Marx, Engels y Lenin— no se
admitía ya entre Hegel y Marx más que una contraposición
excluyente. Como frecuentemente ocurre en nuestro presente,
esa concepción tiene estrechos puntos de contacto con la bur-
guesa y la conservadora. Y ello no es casual. Por motivos diver-
sos, ambas concepciones tienen interés en negar toda conexión
metodológica o material entre Hegel y Marx. Los dogmáticos
de la escuela de Stalin lo hacen porque vieron el peligro que
el descubrimiento de una génesis histórica significaba para la
«novedad» absoluta de su «marxismo-leninismo» desfigurado
por Stalin”.

Aquella advertencia de Lukács, bien vale para nuestro presente.


Lo que sucede es que la leyenda del “Hegel reaccionario”, su-
puesto “ideólogo del Estado prusiano”, no nació con Toni Ne-
gri y su publicitado libro Imperio... Tampoco con la moda de
la literatura posmoderna y posestructuralista francesa. Viene de
muy atrás. Entre otros —sin olvidarnos ni de la escuela italiana
de Galvano Della Volpe y Lucio Colletti ni de la francesa de
Louis Althusser y sus discípulos—, fue el mismo Stalin quien
promovió un rechazo “marxista” de Hegel. Los ideólogos ofi-
ciales de Stalin retomaban y repetían de este modo las impugna-
ciones contra la dialéctica de Hegel que, a fines del siglo XIX,
había desplegado Edward Bernstein en su obra Las premisas del
socialismo y las tareas de la socialdemocracia [1899].

En ambos casos —el de Bernstein y el de los ideólogos de Sta-


lin— el objetivo del ataque a la dialéctica de Hegel consistía
en castrar o erosionar todo impulso revolucionario o radical en
el marxismo. El furioso y desbocado antihegelianismo de Negri
y sus actuales admiradores del siglo XXI es hijo de esa doble
tradición...

Lukács, en plena euforia nazi, sale a rescatar inteligentemente


la herencia revolucionaria de Hegel y la médula dialéctica de su
filosofía.

Al comienzo de su texto, en la introducción, el pensador hún-


147
garo se ataja de antemano ante previsibles impugnaciones ofi-
ciales contra su libro. Tenía muy presente en qué frágil situación
política se encontraba. Por eso insiste varias veces con la frase
“la unilateralidad de mi planteamiento”. Dicha unilateralidad de-
rivaría, supuestamente, de no haber analizado en El joven Hegel
“la influencia de la ciencia de la naturaleza en el origen de la di-
aléctica hegeliana”. Aclarando esa previsión, agrega: “La inves-
tigación marxista de este contexto presupone un conocimiento
dilatado y profundo del concreto desarrollo de todas las ciencias
de la naturaleza. El autor de este libro no se considera compe-
tente ni siquiera para insinuar en concreto esa problemática”.
Esta curiosa advertencia se repite...

Creemos que esos fragmentos están puestos en su libro como


un gesto de precaución para evitar impugnaciones agresi-
vas de los ideólogos soviéticos oficiales, partidarios de la
metafísica cosmológica y naturalista del DIAMAT (que adop-
taban como fuente filosófica únicamente los escritos tardíos
de Engels y la teoría de la evolución de Darwin). Sosten-
emos esa opinión puesto que, a la hora de analizar el pensa-
miento epistemológico de Hegel en el mismo libro, Lukács ex-
plica muy bien que “Hegel formula muy violentamente la dife-
rencia metodológica entre naturaleza e historia”. Según el autor,
Hegel traza esa diferencia entre los dos tipos de saberes para
hacer frente a “la hinchazón romántico-mística de las categorías
filosófico-naturales” de Schelling y Goethe. Si esto último es
cierto, pues entonces no se entiende la advertencia previa de
Lukács. O, en todo caso, puede comprenderse aquella adverten-
cia vinculándola más a los prejuicios políticos de los lectores
soviéticos de su libro que a la epistemología del mismo Hegel, su
objeto de estudio.

Si las primeras señales inequívocamente políticas aparecen cu-


ando el libro recién se abre, vuelven a resurgir cuando se cierra.
Como ejemplo demostrativo, cabe situar aquella inexplicable
afirmación, ubicada al final de todo, cuando sugiere que: “El
«período leninista» del desarrollo filosófico, realmente iniciado
148 por Stalin, tenía por fuerza que recorrer ese camino y liqui-
dar definitivamente, con esa práctica filosófica, la herencia del
período de la II Internacional”. Más adelante, en las últimas dos
páginas del grueso volumen, Lukács alude a las “observaciones
críticas de Marx, Engels, Lenin y Stalin”.
Esas pocas menciones de Stalin, sumamente escasas en todo el
trabajo (no llegan a más de cinco en un libro que contiene 550
páginas), deben interpretarse como guiños para aquellos jerarcas
de la intelligentsia soviética que iban a juzgar su investigación.
De otra manera no se entiende que Lukács ubique a Stalin como
alguien que supuestamente rompe con la filosofía de la II Inter-
nacional, cuando en realidad su DIAMAT continúa linealmente
el determinismo y el materialismo ontológico de Kautsky y Ple-
janov...

Si bien Lukács cede en estos pequeños pasajes al “contexto


político” de la URSS y realiza aquellos guiños, su libro también
contiene, al mismo tiempo, críticas veladas a esa misma ortodox-
ia stalinista. Por ejemplo, cuando menciona la crítica materialista
de Feuerbach a Hegel —tan celebrada por los cultores sovié-
ticos del DIAMAT y los ideólogos de Stalin—, Lukács advierte:
“Un análisis preciso de la posición de Feuerbach mostraría que
tales formas de defensa consciente o inconsciente de lo exis-
tente, basadas en la unidad filosófica inmediata de ser y esencia,
han obrado, mutatis mutandi, en la defensa de situaciones reac-
cionarias mucho después de Feuerbach, independientes de su
voluntad, y siguen activas aún hoy”. Entonces, les recuerda a
los lectores que Marx era un crítico muy duro del materialismo
de Feuerbach... pero inmediatamente se detiene y escribe: “Re-
basaría el marco del presente libro un estudio detallado de esa
crítica de Marx”. La sugerencia contra la filosofía de Stalin, para
quien estuviera dispuesto a interpretarla, estaba más que clara...

Además, a lo largo de todo el trabajo, Lukács está interesado en


discutir la asimilación de Hegel al romanticismo alemán, propia de
Dilthey (quien la acepta, porque está favor de la misma), pero
también característica de los ideólogos soviéticos (quienes igual- 149
mente la comparten, y por eso en este período de guerra recha-
zan a Hegel como supuesto “reaccionario” contra la Ilustración
materialista).

En ambos casos —la crítica al materialismo de Feuerbach y el


rechazo del supuesto romanticismo de Hegel— Lukács ponía en
entredicho la versión filosófica hegemónica y oficial en la URSS
stalinista, durante los tiempos de guerra con los nazis.

Pero más allá de guiños y críticas al stalinismo, el argumento


central de El joven Hegel ensaya una crítica filosófica sincera,
que no es una concesión política a las circunstancias coyuntura-
les del momento, pues su autor la mantiene a lo largo de toda su
vida madura. Incluso mucho más allá de la muerte de Stalin...,
pasando por la invasión soviética de Hungría, hasta llegar al cé-
lebre prefacio de 1967 a la nueva edición de Historia y concien-
cia de clase.

En esa crítica filosófica a Hegel y, por añadidura, a su propia


Historia y conciencia de clase, Lukács cuestiona la unificación
realizada por el filósofo alemán entre alienación y coseidad (u
objetividad), propia de la Fenomenología del espíritu. En la par-
ticular interpretación que argumenta y postula El joven Hegel,
los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 de Marx “sep-
aran tajantemente la alienación de la objetividad o coseidad
misma, de la objetivación en el trabajo”. La gran equivocación
de la Fenomenología del espíritu consistiría, según este libro
de Lukács, en haber entrelazado al mismo tiempo la alienación
capitalista y la objetivación del trabajo.

Ese rechazo de Lukács se extiende, naturalmente, hacia su obra


juvenil Historia y conciencia de clase, que también cabalga so-
bre aquella identificación. Esta crítica a Hegel es, evidentemente,
una crítica a sí mismo. Dicho argumento, formulado quizás por
primera vez en El joven Hegel, será la base del larguísimo prólo-
go [32 páginas] que en 1967 Lukács publicará como presentación
crítica de las nuevas ediciones de Historia y conciencia de clase.
150
Ese desmonte que Lukács realiza de la identidad de alienación
y objetivación, tiene dos fuentes filosóficas que Lukács no había
leído cuando escribió los ensayos de Historia y conciencia de
clase. El húngaro reevalúa el vínculo Hegel-Marx a la luz de los
Manuscritos económico-filosóficos de 1844 (que recién lee entre
1929 y 1931, en el sótano de Moscú donde funcionaba el Insti-
tuto Marx-Engels dirigido por Riazanov) e inspirándose en los
Cuadernos filosóficos de Lenin sobre la Ciencia de la Lógica de
Hegel (publicados por primera vez en Moscú entre 1929 y 1930).

Pero en esa reevaluación crítica de Hegel y de su propio itinerario


juvenil, no sólo entran en juego las nuevas lecturas de filosofía.
Como no podía ser de otro modo en un intelectual militante del
estilo de Lukács, también está presente la dimensión política.
Así, en El joven Hegel plantea que “El hundimiento de esas
esperanzas, causa de la crisis de Hegel en Francfort, aporta,
dicho brevemente, una concepción más histórica y más dialéc-
tica de la «positividad». Las instituciones modernas no son ya
por principio y a priori instituciones rígida y desesperadamente
positivas”. Cuando Lukács describe ese “hundimiento de las es-
peranzas” (mantenidas durante la etapa inicial de la Revolución
Francesa) que conduce al gran dialéctico alemán a moderar su
crítica de las instituciones —pues ya no las considera necesari-
amente “positivas”, lo que en su jerga significa que no están in-
defectiblemente alienadas—, Lukács está hablando de Hegel...
pero también de sí mismo. Son sus propias esperanzas juveniles
las que se van hundiendo y lo transportan a una concepción más
moderada y “realista” de la filosofía política.

Del mismo modo que Hegel se vuelve más “realista” frente a


la historia cuando va perdiendo sus esperanzas primigenias en
el proceso político comenzado en 1789, Lukács irá moderando
su crítica filosófica al fetichismo de las objetividades sociales a
medida que abandona su radicalismo juvenil, fogoneado inicial-
mente al calor revolucionario de 1917.

Desde esa óptica tan singular, que Lukács aplica abiertamente a


Hegel e implícitamente a sí mismo, evalúa la evolución filosófi- 151
co-política del pensador alemán. Sabido es que este último, tras
la derrota del ala radical de la Revolución Francesa y su poste-
rior desembocadura en el Ejército y en el liderazgo de Napoleón
Bonaparte, modifica su sistema filosófico e incorpora la posibili-
dad de cierta “reconciliación” con lo que considera “la racionali-
dad de la historia”. Ese proceso se profundizará en Hegel tras la
derrota de Napoleón. Pues bien, ¿cómo evalúa el Lukács maduro
esa mutación? No lo ve tan mal.

Por eso sostiene que “Poco a poco empieza luego su «reconci-


liación» con la situación existente en Alemania”. Y agrega: “En
esa forma de «reconciliación» con la realidad que caracteriza
especialmente el período berlinés [...] Hegel se acerca mucho
más a la concreta realidad histórica de la Alemania de la época
[...] Contando con el conocimiento y el análisis de todo el mate-
rial habrá que considerar seriamente cuándo y cómo ha signifi-
cado ese realismo posterior un paso adelante en el conocimiento
de la realidad objetiva, y cuándo se ha transformado en una ex-
acerbación del «positivismo acrítico»”. Aunque El joven Hegel
deja abierto el interrogante, no condena sino que más bien valora
ese “realismo” de Hegel. Lo que condiciona por detrás este juicio
maduro de Lukács es su propia transformación política y su pro-
pio “realismo”, que de alguna manera motiva su apreciación de
la Unión Soviética bajo Stalin.

Lukács llega a cuenta de que, así como Hegel se reconcilia —no


por oportunismo acomodaticio ni por prebendas personales sino
a partir de una reelaboración de la dialéctica de la historia— con
la Francia de Napoleón Bonaparte y con la Europa que la su-
cedió, él debería reconciliarse con la consolidación del régimen
soviético, tras la muerte de Lenin y el apogeo de Stalin. En am-
bas situaciones —la madurez de Hegel y la de Lukács— lo que
estaba en juego era una concepción que ponía el énfasis en acep-
tar “la racionalidad de la historia”, más allá de las preferencias
subjetivas o los padecimientos personales.

En un escrito sobre estética de 1949, inmediatamente posterior a


152 la publicación de El joven Hegel, Lukács escribió: “La grandeza
de Goethe y Hegel es que su reconciliación con la realidad nos
obliga a repensar la racionalidad de la realidad”.

De cualquier modo, en El joven Hegel Lukács se niega a tachar a


Hegel de conservador por ese giro político en su filosofía. Por eso,
frente a los apresurados antihegelianos, alerta que “aunque
la modificación de la concepción histórica de Hegel sig-
nifique, en comparación con el período de Jena, una evolu-
ción hacia la derecha, una adaptación a la situación ale-
mana, la hegeliana «lechuza de Minerva» [alusión a una
figura mítica con la que Hegel identificaba a la filosofía, pues
ésta, como aquella lechuza, “levanta su vuelo al atardecer”,
cuando ya todo sucedió en la historia. Nota de N.K.] no ha sido
nunca un cuervo de la reacción durante la Restauración”.

En El Joven Hegel, Lukács se ubica frente a la Rusia de Stalin


como el dialéctico alemán lo hizo frente a la Francia posrevo-
lucionaria. De ahí su revalorización del “realismo” hegeliano,
que había rechazado terminantemente en su juventud. El mismo
Lukács hacía ese paralelo entre Rusia y Francia, según el tes-
timonio de su amigo y compañero Mikhail Lifschitz (a quien
Lukács le dedica El joven Hegel, “con veneración y amistad”,
desafiando a la filosofía oficial soviética que sospechaba de Lif-
schitz, al punto que en esos años también conoció la cárcel).

“La ruptura que aconteció en Hegel” —afirma Lifshitz—,


“concretamente su reconciliación con la reacción, fue una
trágica necesidad. Hasta cierto punto, Lukács y yo lo compren-
dimos, pues nos encontrábamos en una situación similar. A
diferencia de Hegel, nosotros profesamos una fe en la democ-
racia del proceso histórico que también exige sacrificio, incluso
sacrificio humano”75.

¿No estaba Lukács pensando en sí mismo cuando en un pasaje


de El joven Hegel escribe: “Pero su penetrante mirada histórica
[la de Hegel] le ha permitido concebir esa dictadura, que tan
profundamente antipática le era, como un punto de inflexión
histórico necesario e inevitable, como constitución del Estado 153
Moderno”?. Junto a esta lectura evidentemente política que
Lukács intenta hacer con Hegel, deben señalarse dos impor-
tantísimas observaciones teóricas que El joven Hegel aporta so-
bre el pensador alemán.
75 Testimonio reproducido en Arpad Kadarkay: Georg Lukács. Vida, pensamiento
y política. Obra Citada. p.589.
En primer lugar, el paralelo entre la Fenomenología y el Fausto.
En los dos libros se trataría del desarrollo de las experiencias
históricas de la conciencia moderna: “Históricamente” —sos-
tiene Lukács— “sólo hay en la época un contemporáneo que pu-
eda ponerse al nivel de Hegel: Goethe. No es casual el que entre
los trabajos preparatorios para la «Fenomenología del espíritu»
se encuentren largas y detalladas discusiones del «Fausto»”.
Lukács dedicará a este último Goethe y su época, escrito después
que el volumen sobre Hegel, pero publicado dos años antes, en
1946. También le dedicará sus “estudios sobre el Fausto”, re-
dactado en 1940 e incluido en el volumen Realistas alemanes del
siglo XIX de sus Obras Completas.

En segundo lugar, la respuesta que Lukács brinda frente a la pre-


gunta, siempre postergada y nunca respondida del todo por el
marxismo economicista que hace depender linealmente el mun-
do de la cultura del “desarrollo de las fuerzas productivas”: ¿Por
qué la filosofía clásica alemana es el punto culminante del pensa-
miento burgués cuando la sociedad alemana era materialmente
atrasada? La respuesta se torna esquiva para la ortodoxia pro-
ductivista del marxismo. Pues bien, Lukács apela a la teoría del
desarrollo desigual para resolverla. Así plantea que “Tampoco
en el terreno de la filosofía es siempre el país más desarrollado
económica y socialmente el que desempeña el papel rector; tam-
poco en los diversos países, tomados separadamente, coincide el
punto culminante del desarrollo económico con el de la filosofía;
en este terreno [...] rige pues la ley del desarrollo no uniforme”.

Quizás el Che Guevara, protagonista de una revolución del Terc-


er Mundo que, a pesar de su “atraso” económico, adelantó gran
parte de las discusiones que poblaron la agenda política y filosó-
154 fica de los ’60 en todo el mundo desarrollado, se haya quedado
meditando seriamente sobre esa explicación de la dialéctica lu-
kacsiana.
Guevara lector de Lukács en Bolivia

¿Qué remarcó el Che Guevara en El joven Hegel? ¿Qué fue lo


que más le llamó la atención? ¿En qué se detuvo?

Una de las principales problemáticas en las que posó su mirada


fue la del humanismo en la dialéctica histórica, ángulo desde
el cual Lukács interpreta a Hegel, a pesar de todas las limitacio-
nes que encuentra en su filosofía y su sistema. Según Lukács, lo
que caracteriza al gran dialéctico alemán es “una concepción de
la sociedad y la historia hechas por el hombre mismo”. Este
horizonte profundamente humanista sería, en la óptica del pen-
sador húngaro, el fundamento metodológico de su concepción
dialéctica. No obstante las diversas estaciones del itinerario que
Lukács va recorriendo desde su radicalizada juventud hasta el
realismo de su moderada madurez, el humanismo es siempre una
constante. Una dimensión central que jamás desaparece de su
reflexión ni de su obra.

Al Che Guevara, que durante todo lo que alcanzó a vivir de la


década del ’60 se la pasó insistiendo, una y otra vez y donde
pudo, en el carácter humanista del marxismo y el socialismo,
esa nota lukacsiana no le podía pasar desapercibida. Esto es sin
duda lo más atractivo que contiene la prosa de El joven Hegel
a los ojos del Che: una concepción humanista donde la histo-
ria —centrada en la “autoproducción del hombre a través del
trabajo”— no constituye un proceso sin fines, anónimo y sin su-
jeto. Al igual que en Lukács, en la concepción revolucionaria de
Guevara el marxismo apuesta a la superación de la enajenación
y a la generalización del papel activo del sujeto colectivo en la
historia. Por lo tanto, en sus fragmentos reproducidos en Boliv- 155
ia, el Che destaca el énfasis humanista lukacsiano al interpretar
la dialéctica de Hegel más allá de sus limitaciones políticas. Es
decir, más allá de “la concepción idealísticamente mistificada”—
en palabras textuales de Lukács— que el filósofo alemán tiene
acerca de la historia.
Además del humanismo, Lukács promueve una interpretación de
Hegel que lo ubica dentro de una escala del pensamiento filosó-
fico superior al materialismo. Lo realmente sugerente de esos
pasajes de El joven Hegel reproducidos por el Che en Bolivia
reside en que el húngaro, a contramano de toda la ortodoxia “ma-
terialista dialéctica” (contra la que intenta eludir la batalla abi-
erta...), termina sosteniendo que “Hegel llega, en esta aplicación
inconsciente y no deseada de criterios materialistas del cono-
cimiento correcto, más lejos muchas veces que los materialistas
antiguos”. De este sencillo modo, el Lukács maduro, lejos ya
del radicalismo político de Historia y conciencia de clase, sigue
atribuyendo a Hegel una superioridad filosófica, ya no sólo por
sobre Kant, Fichte y Schelling —miembros, como él, de la fi-
losofía clásica alemana— sino también... ¡por sobre muchos ma-
terialistas!. Seguramente al Che Guevara, interesado en estudiar
y en profundizar sobre Hegel y el método dialéctico, no le deben
haber resultado indiferentes estos juicios “heréticos” de Lukács.
Ese tipo de aseveraciones eran impensables en cualquiera de los
manuales soviéticos disponibles en Cuba o consultados por el
Che. A pesar de sus esfuerzos, Lukács no terminaba de amol-
darse e integrarse dentro de los marcos estrechos de la ortodoxia
“materialista dialéctica”. Esa razón debe haber incidido para que
Guevara eligiera esos fragmentos y los extractara en sus notas
de lectura.

En algunos de esos párrafos, aparece también una referencia al


desafío de la difícil divulgación de la dialéctica. El problema
pedagógico le quitaba el sueño al Che. Venía reflexionando so-
bre esas inquietudes desde la carta de Tanzania. Por eso extracta
fragmentos sobre el problema fundamental de la divulgación
marxista: el tabique divisorio entre: (a) la terminología filosófica
156 (tan compleja en el caso de Hegel) y (b) la conciencia común.

En otro de los pasajes, las anotaciones de Bolivia sobre El joven


Hegel hacen mención de la lectura lukacsiana de los Cuader-
nos filosóficos de Lenin sobre la Ciencia de la Lógica de Hegel.
Particularmente aquellos donde el húngaro afirma que “Hegel
siempre fue idealista: su aproximación al materialismo, como
sugiere Lenin en los cuadernos sobre la Lógica, se da a través
del idealismo objetivo”. Como en un juego infinito de espejos
sobre espejos, de lecturas sobre lecturas, el Che hace suyas las
observaciones de Lenin sobre Hegel, partiendo a su vez de las
lecturas de Lukács sobre Lenin.

Por otra parte, el Che estaba sumamente interesado en la historia


de la filosofía misma, en tanto disciplina. Junto a un autor soviético
—Dynnik— que más adelante analizaremos, Guevara valoraba
sobremanera las lecciones hegelianas sobre historia de la fi-
losofía. Había leído uno de sus tomos antes de partir de Cuba.
Y ahora se volvía a topar con esa historia, vía la reconstrucción
lukacsiana. Según Lukács, y así lo reproduce el Che Guevara
en su cuaderno, “Hegel ha sido el primero en elevar la historia
de la filosofía al carácter de ciencia histórica, encontrando la
conexión interna dialéctica de los sistemas filosóficos unos con
los otros”. Aunque Guevara no llegó a anotar una conclusión so-
bre el libro de Dynnik que leyó en Bolivia, hubiese resultado
interesante conocer su juicio de comparación entre la historia de
Hegel y la historia de Dynnik (quien no siempre encontraba esa
“conexión interna de las filosofías”, unas con otras).

En otro rubro, es sabido que para el último Engels —y con él,


para todos los manuales de la época de Stalin— el problema
fundamental de la filosofía consiste en la relación del ser con el
pensar, de la naturaleza con el pensamiento. Se trataría de una
cuestión de prioridad ontológica entre ambos polos. Habría que
elegir entre una dicotomía excluyente: el objeto o el sujeto (di-
cho planteo no logra superar del todo el viejo dualismo de la
filosofía tradicional).
157
Pues bien, al reconstruir el pensamiento de Hegel, Lukács in-
tenta reencontrar el camino engelsiano —que en Historia y con-
ciencia de clase había cuestionado abiertamente, con nombre y
apellido—, pero lo hace muy a su manera... Sin renunciar a su
originalidad como pensador. Entonces sugiere que uno de los
problemas centrales de la filosofía gira en torno a la contrarie-
dad o contradictoriedad de la existencia misma. En tanto lógico
dialéctico y teórico de la contradicción, Hegel representaría el
punto de llegada de ese problema filosófico fundamental, que
no es exactamente el mismo que identifica Engels. Por eso, a los
ojos de Lukács, el gran lógico alemán constituye la máxima ex-
presión filosófica de ese período burgués (por sobre el material-
ismo de Feuerbach, tan admirado por Engels). En la filosofía de
Hegel se resumirían “los resultados de contenido y de método de
un desarrollo cultural milenario”. El Che, quien también estudia
la Dialéctica de la naturaleza de Engels en Bolivia, elige ese
análisis de Lukács (en alguna medida divergente del engelsismo
tradicional) para reproducirlo en su cuaderno.

En esa línea de lectura lukacsiana, que hace todo lo posible


por presentarse como “ortodoxa”, pero que al mismo tiempo
encuentra muchísimos matices diferenciales, la filosofía di-
aléctica del idealismo alemán penetra con gran profundidad
en “los principales problemas de la dialéctica”. ¿Cuáles son
estos problemas? Lukács identifica por lo menos dos: (a) la
cosa en sí y su cognoscitiva antinomia —formulada por Kant
y sólo resuelta por Hegel— y (b) la doctrina de la contra-
dicción —teorizada por Hegel—. El Che Guevara transcribe esos
párrafos de Lukács, seguramente advirtiendo que los manuales
soviéticos de filosofía presentaban esos “problemas principales”
de un modo sumamente diferente.

En relación con este orden de discusiones, en su madurez Lukács


identifica el criterio epistemológico que gira en torno a la teoría
de la verdad como uno de los problemas cardinales de la filosofía
clásica alemana. Habiendo moderado su crítica radical a todo
fetichismo —típica de Historia y conciencia de clase— y ha-
158 biendo adherido a una concepción “dura” de la objetividad so-
cial, caracterizada por un marcado realismo (que los profesores
soviéticos denominaban DIAMAT [materialismo dialéctico]), el
Lukács de El joven Hegel se esfuerza por resaltar en el filósofo
alemán todo aquello que refuerce la objetividad del conocimien-
to humano. En este libro Lukács considera que para aprehender
la verdad de lo real no hay nada mejor que “la teoría materialista
del conocimiento” y “el reflejo de la verdad objetiva”. Según
el marxista húngaro, Hegel “lleva la delantera a las demás for-
mas de la teoría del conocimiento del idealismo clásico alemán”
porque le otorga al reflejo y al materialismo un importante lugar
dentro del gran proceso de despliegue, histórico y lógico, de las
diversas figuras del sujeto-objeto. Para ello, Lukács destaca la
crítica hegeliana al criterio meramente formalista de verdad
que la reduce a una vacía concordancia lógico-formal entre las
proposiciones del lenguaje, carente de todo contenido y de toda
objetividad. En ese punto, la lógica dialéctica de Hegel inte-
graría y superaría tanto a la lógica formal de Aristóteles como a
la lógica trascendental kantiana. Así lo formula en algunos de los
fragmentos que Guevara reproduce en su Cuaderno de lecturas.

Sin embargo, deberían compararse estos fragmentos con la ob-


servación crítica que Guevara intercala cuando transcribe a En-
gels, cuestionándole cierto simplismo a la hora de evaluar la
teoría kantiana de la “cosa en sí”.

Otro de los pasajes extraídos por Guevara, remite a la particular


traducción teórica que el Lukács maduro hace de las “tres fuentes
y tres partes integrantes” del marxismo señaladas por Lenin. Allí
el húngaro reconstruye todos los préstamos entre la economía
política inglesa, el pensamiento francés y la filosofía alemana.
Guevara seguramente transcribió este análisis para poder com-
pararlo con la versión clásica donde Lenin reflexiona sobre las
grandes tradiciones nacionales del saber teórico europeo y las
culturas políticas que convergieron en el nacimiento del marx-
ismo (el Che conocía aquel texto de Lenin al pie de la letra).

En otra parte de los apuntes, el Che copia aquella líneas donde, 159
repensando el análisis sobre Hegel, Lukács complejiza la cé-
lebre sentencia de Engels según la cual “el sistema hegeliano
no representa sino un materialismo invertido desde el punto
de vista del método y desde el punto de vista del contenido”.
En ese fragmento extractado por Guevara, el autor de El jo-
ven Hegel advierte que la “inversión” de la filosofía hegeli-
ana no puede consistir en un “mero cambio de coeficiente”.
Anticipándose muchos años —concretamente: un cuarto de
siglo— a los vaticinios althusserianos de los ’60 sobre “la prob-
lemática” (conjunto de preguntas que articulan el campo posible
de un pensamiento), ya en esta obra Lukács señala que la dis-
crepancia marxista con la dialéctica hegeliana no queda reducida
únicamente a una que otra tesis particular de Hegel sino a los
problemas sobre los que gira el pensamiento del gran filósofo
alemán.

En cuanto al tema centralmente político de la interpretación lu-


kacsiana, el Che anota aquellos análisis donde, según el húngaro,
luego de la derrota de Napoleón, Hegel tiene que pactar defini-
tivamente con la sociedad capitalista tal como ésta se presenta.
“Así la comentada ambigüedad de su pensamiento llega a su
efectiva culminación”. Y entonces Lukács afirma la tesis más
discutible de su extenso libro: “Dado que Hegel se aparta de
los ideales revolucionarios de su juventud puede comprender
la necesidad del desarrollo histórico y su metodología. Lo hace
renunciando a los fines de la revolución democrática”. Aunque a
continuación, inmediatamente después, Lukács matiza y agrega:
“Tanto Goethe como Hegel fueron unas veces colosales y otras
mediocres”.

Para este Lukács distanciado de las posiciones radicales de


Historia y conciencia de clase, la metodología dialéctica que
conjuga de modo unitario la forma y el contenido, siempre en
forma realista, constituye la mejor herramienta para comprender
la necesidad del desarrollo histórico. Precisamente, esa misma
“necesidad”... que Historia y conciencia de clase cuestionaba de
manera inigualada.
160
¿Cómo habrá interpretado el Che estos fragmentos de Lukács
que él reproduce? En nuestro opinión, el Che Guevara segura-
mente debe haber rechazado toda noción de “realismo político”
cuando éste se convierte en sinónimo de claudicación, mod-
eración y adaptación al sistema, como les sucedió a Hegel y a
Goethe en el siglo XIX.
Al no tener a mano la producción intelectual juvenil de Lukács
para relacionar El joven Hegel con sus escritos anteriores, el Che
Guevara sólo lo podía comparar con la literatura de divulgación
filosófica de factura soviética. El resultado de ese balance estaba
anunciado de antemano...

No es entonces casual que Guevara —quien en Bolivia se mues-


tra extremadamente crítico del manual soviético Categorías del
materialismo dialéctico— salude en su conclusión el empren-
dimiento de Lukács sobre la dialéctica como “un libro de mucha
profundidad”.

Luego de ese primer balance, cuya inspiración recorre la tran-


scripción de todos los fragmentos de El joven Hegel, el Che
explicita la óptica esencialmente propedéutica con que abordó
aquella lectura. Por eso señala que la explicación de Lukács
“contribuye a iniciar en la difícil filosofía hegeliana, explican-
do incluso su vocabulario junto con su metodología”. Ese era el
principal interés del Che. No realizar una evaluación académica
de Hegel, no internarse —como pretendía hacer Lukács— den-
tro de la familia filosófica hegeliana para discutir si sus escritos
juveniles eran o no “teológicos”, etc, etc, sino más bien aprender
a leer sus obras más complejas, traspasar el muro de su enma-
rañado estilo literario para así poder caminar con paso firme y
seguro en su complejo bosque de categorías dialécticas.

Habiendo estudiado primero los escritos políticos de Lenin y


Marx, luego El Capital, más tarde los Manuscritos económico-
filosóficos de 1844, ahora se trataba de ir avanzando y profundi-
zando en la filosofía a medida que se retrocedía en la cronología.
Por eso la tarea que se había propuesto el Che era desentrañar a
Hegel y, a través de él, su vínculo con Marx. Insatisfecho con el 161
papel jugado por los textos de divulgación soviéticos en esa tar-
ea, Guevara recurrió a Lukács. Ningún otro marxista más autor-
izado que él para comprender a fondo el pensamiento de Hegel.

Como producto final de ese largo recorrido teórico de los años


’60 —que, repetimos, va avanzando a medida que retrocede en
el tiempo: de Lenin al Marx maduro, del Marx maduro al Marx
juvenil, del Marx juvenil a Hegel...— la conclusión del Che Gue-
vara sobre El joven Hegel identifica como una de las tesis más
sugerentes de Lukács aquella donde el pensador húngaro vuelve
una y otra vez sobre la conocida fórmula de la “inversión de la
dialéctica”. Dicha fórmula teórica es empleada por Marx en el
epílogo de 1873 a la segunda edición alemana de El Capital.
Siguiendo a Lukács, Guevara escribe en sus conclusiones sobre
el libro que “la dialéctica hegeliana no es sólo la inversa de la
materialista”. Una aproximación que marca distancia frente a la
vulgata marxista de los manuales y sus fórmulas groseramente
simplificadas sobre la génesis del DIAMAT (Hegel dado vuelta
+ Feuerbach = Marx).

Esa advertencia metodológica, que habitualmente se atribuye a


los ensayos de la década del ‘60 de Louis Althusser, en Francia,
o de Galvano Della Volpe, en Italia, ya la había formulado —
con menos estridencia, pero con mayor profundidad— Lukács
en 1938. Ese es, justamente, uno de los ejes que Guevara subraya
en sus conclusiones, sumamente concisas pero igualmente con-
tundentes, sobre la lectura del ensayo lukacsiano.

Si el principal beneficio de inventario realizado por Guevara


le otorga a Lukács un certificado de aprobación general sobre
su empresa teórica, el Che también le formula algunas críti-
cas. La principal remite al tipo de hermenéutica desde la cual
Lukács ubica históricamente a Hegel. Lo que Guevara le cues-
tiona al pensador húngaro es cierto sociologismo exagerado por
el cual Hegel —y su pensamiento— se convierten en “el pro-
ducto de las contradicciones capitalistas”. Aun compartiendo
y aplaudiendo las principales líneas del desarrollo teórico de
162 Lukács, en el ítem preciso de esa atribución sociológica Guevara
anota: “Lo que no está suficientemente demostrado, en mi con-
cepto, es que Hegel sea el producto de las contradicciones capi-
talistas. Es un punto en que hay que tomarlo o dejarlo sin mayor
discusión”. De esta forma, el Che ponía cierta distancia frente
a las remisiones clasistas de Lukács, que no siempre lograban
eludir el esquematismo sociológico al atribuir a cada opinión fi-
losófica un delimitado interés de clase.

Su balance general de esta obra es entonces el siguiente: “Es un


libro de mucha profundidad que analiza exhaustivamente la fi-
losofía hegeliana de su juventud y trata de explicarla. Contribuye
a iniciar en la difícil filosofía hegeliana, explicando incluso su
vocabulario junto con su metodología. Presenta análisis muy
sugerentes, entre los que está la afirmación de que la dialéctica
hegeliana no es solo la inversa de la materialista, sino que tiene
sus propias leyes y su mecánica, hundiéndose en mistificaciones
que la convierten en un pantano intransitable. Lo que no está
suficientemente demostrado, en mi concepto, es que Hegel sea el
producto de las contradicciones capitalistas. Es un punto en que
hay que tomarlo o dejarlo sin mayor discusión”.

Los escritos póstumos de Engels

La concepción materialista de la historia y la teoría revolucionaria


comunista tienen dos fundadores. Al lado de ese gigante del pens-
amiento llamado Karl Marx [1818-1883], su amigo y compañero
Friedrich Engels [1820-1895] juega un papel de ningún modo
secundario ni despreciable en la elaboración de los principales
textos que fundan esta tradición.

Sería imposible en cortas líneas resumir su vida y su obra76.


Pero lo cierto es que Engels acompañó a lo largo de toda su
trayectoria política e intelectual a su extrañable amigo Karl
Marx. Incluso, cuando ambos eran jóvenes, el primero de los
dos que se declaró comunista es Engels, adelantándose al pro- 163
pio Marx. Si Marx fue más brillante (con humildad y sencillez
Engels solía repetir que el autor de El Capital era “un genio”
mientras él tan solo… un hombre de talento), su amigo —siem-
76 Una de las mejores y más exhaustivas reconstrucciones de su vida y su obra
(la biografía cuenta con 924 páginas) es la de Gustav Mayer: Friedrich Engels:
Una biografía [1919]. Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1979.
pre solidario en el terreno económico, ayudando a Marx y su
familia— lo aventajó en numerosos y renovados campos, como
cuando reivindicó una tradición revolucionaria latente y subter-
ránea al interior del cristianismo, adelantándose más de un siglo
a la teología de la liberación, o cuando bosquejó y desarrolló la
temática de la liberación femenina, entre muchas otras esferas
donde incursionó antes que su gran amigo.

Aun compartiendo las grandes líneas estratégicas de la concep-


ción materialista de la historia, Engels y Marx poseen diferentes
formaciones intelectuales. Si Marx estudió filosofía y derecho,
Engels en cambio tenía inclinación por las letras y el estudio de
los idiomas, además de interesarle sobremanera las ciencias na-
turales así como también el arte de la guerra y la historia militar.

Los intereses intelectuales y sobre todo teóricos del amigo de


Marx exceden largamente aquello que Lenin define como “las
tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo” (filosofía
clásica alemana, economía política inglesa, socialismo y co-
munismo francés). Con variada suerte Engels intenta prolongar
y extender esa trilogía hacia otros rubros y géneros, principal-
mente… hacia el ámbito de las ciencias naturales.

Es cierto que durante su juventud, en La Ideología Alemana,


ambos fundadores de la concepción materialista de la historia
afirmaron que: “Reconocemos solamente una ciencia, la ciencia
de la historia. La historia considerada desde dos puntos de vista
puede dividirse en la historia de la naturaleza y la historia de los
hombres. Ambos aspectos, con todo, no son separables: mien-
tras existan hombres la historia de la naturaleza y la historia
de los hombres se condicionarán recíprocamente. No tocaremos
164 aquí la historia de la naturaleza, las llamadas ciencias natura-
les: abordaremos en cambio, la historia de los hombres”77. No
obstante, en sus últimos escritos desarrollados varias décadas
después de aquellos primeros manuscritos fundacionales, Engels

77 Véase Karl Marx y Friedrich Engels: La Ideología Alemana. Buenos Aires,


Pueblos Unidos, 1985. p. 676.
pretende extender y prolongar al ámbito de la naturaleza cos-
mológica dicha concepción materialista de la historia humana.

En plena madurez, Engels elabora entonces una inmensa cos-


mología (lo hace en el Anti-Dühring y también en la Dialéctica
de la naturaleza). Si Hegel había elaborado un Sistema que partía
del Ser (su identidad con la Nada, de donde surgía el Devenir) y
de allí se remontaba hasta la unidad del sujeto-objeto que con-
ducía en último término al Sujeto-Concepto, demiurgo de toda la
realidad en constante transformación; Engels, en cambio, parte
de: (a) la matemática y la mecánica, (b) la astronomía, (c) la
física, (d) la química, (e) la biología, (f) la teoría antropológica
del trabajo y su papel en la transformación del mono en hombre
para recién allí culminar con lo que había sido el eje del pensa-
miento crítico de Karl Marx a lo largo de toda su vida intelectual
y sus grandes proyectos de investigación: (g) la historia humana.

Es decir que Engels incluía todos los objetos de las diversas cien-
cias, desde (a) hasta (e) dentro del “materialismo dialéctico” para
deducir de allí y luego aplicar esos resultados a (f) y (g) en tanto
“materialismo histórico”. En esa formulación engelsiana tardía,
la dialéctica natural pretende legitimar la dialéctica histórica, en
lugar de partir de la dialéctica de la historia para luego extenderla
hacia la naturaleza —como de hecho se había desarrollado la
genésis y la conformación histórica del propio saber marxista en
los libros principales de ambos fundadores—.

Engels escribió los trabajos de Dialéctica de la naturaleza entre


1873 y 188678 (Marx muere en 1883, antes de que Engels con-
cluya los últimos trabajos de este libro). Dicho volumen consti-
tuye una obra póstuma e inacabada. Material de búsqueda, sin
cierre, resulta por demás complejo, problemático y desde ya dis- 165
cutible atribuirle el carácter de “corazón” y “síntesis” del marx-
ismo.

78 Véase Carta de Engels a Marx del 30 de mayo de 1873 donde le explica a


su amigo la intención de escribir la Dialéctica de la naturaleza. En Karl Marx:
y Friedrich Engels: Correspondencia. Buenos Aires, Cartago, 1973 (luego en La
Habana, Editora Política, 1988).
Tras la muerte de Engels la ortodoxia de la II y la III interna-
cionales invierte la ecuación original y pretende sostener que
la concepción materialista de la historia constituye apenas una
deducción-aplicación particular de la filosofía cosmológica “di-
aléctica” de la naturaleza79.

En la explicación ortodoxa que en otros tiempos intentaron difun-


dir los soviéticos esta diferencia de criterios y de perspectiva entre
Engels y Marx (como no podía ser soslayada) era remitida a una
supuesta “división del trabajo” entre ambos.

Sin embargo, como bien acota Manuel Sacristán (gran conocedor


y además defensor de Engels), la responsabilidad de esa lectura
metafísica que terminaba incrustando al marxismo dentro de una
nueva cosmología natural no fue de Engels, sino de los sovié-
ticos, ya que las perjudiciales consecuencias que esta tradición
teórica ha tenido para el marxismo “son menos imputables al
propio Engels que a las vicisitudes del movimiento obrero y de la
construcción del socialismo en la URSS”80.

Aunque dicha inversión metafísica fue utilizada durante la codi-


ficación stalinista del marxismo como saber legitimante del
etapismo sociológico y la pasividad política, la prioridad que
Engels atribuye a la naturaleza no sólo fue defendida por Sacris-
tán sino también por Giuseppe Prestipino, quien argumenta que
esta perspectiva engelsiana converge con gran flexibilidad con la
mirada ecológica de nuestros días81.

166

79 Véase la reconstrucción y la discusión de esta inversión metafísica en nuestros


libros Marx en su (Tercer) mundo y Nuestro Marx.
80 Véase Manuel Sacristán: “La tarea de Engels en el «Anti-Dühring»”. Incluido en
Manuel Sacristán: Sobre Marx y marxismo. Barcelona, Icaria, 1983. Tomo I, p. 51.
81 Véase Giuseppe Prestipino: El pensamiento filosófico de Engels. México, Siglo
XXI, 1977.
El Che Guevara
como biógrafo de Marx y Engels

Ernesto Guevara tenía la peor opinión de la “apologética” y la


“vulgata” marxista. Despreciaba ese ejercicio escolástico de
repetir citas teóricas extraídas de las obras clásicas de Marx y
Engels, deshistorizadas y descontextualizadas, utilizadas como
naipes de comodín para legitimar de modo oportunista las cam-
biantes posiciones políticas coyunturales.

En su opinión el mundo cultural y político que regía —a nivel


discursivo y teórico— los lineamientos oficiales en los países del
bloque soviético estaba atravesado (en 1964 y 1965, cuando él
escribía) por una aguda crisis teórica. Ese diagnóstico no lo for-
mula en 1989 ante el bochornoso derrumbe del Muro de Berlín
sino… un cuarto de siglo antes. Desde su perspectiva, esa crisis
teórica se había producido por haber olvidado a Marx y por no
estudiar con seriedad y rigurosidad sus obras clásicas.

Para comenzar a superar esa crisis teórica el Che organiza semi-


narios sistemáticos y prolongados sobre El Capital y también
emprende la tarea de estudiar todas las obras fundamentales —
hoy llamadas clásicas— de esta concepción del mundo, de la
sociedad, de la historia, del ser humano y de la vida.

Como parte de esos estudios sistemáticos Guevara incluye la


biografía de Franz Mehring (que figura en sus libretas de Bolivia
en el mes de octubre de 1966).

Intentando divulgar pedagógicamente esa biografía de Mehring el


Che Guevara redacta “Marx y Engels: Una síntesis biográfica”82 167
La biografía de Marx y Engels que escribe el Che no incluye
descubrimientos de archivo hasta ahora inéditos o hallazgos
filológicos nuevos sobre los dos revolucionarios. Sirve más bien
82 Véase Ernesto Che Guevara: Marx y Engels: Una síntesis biográfica. Bogotá,
Ocean Sur, 2007. También reproducido en Apuntes críticos a la economía política.
Obra citada. pp. 35-60.
para poder observar qué le llamó la atención al Che y qué el-
ementos teóricos y políticos destacó en su aproximación a los
clásicos que para acceder a noticias desconocidas sobre Marx.

El objetivo central del Che consiste en popularizar, hacer una bi-


ografía “para principiantes”, para los no iniciados, para los mili-
tantes que recién comienzan, aquellos que no manejan (todavía)
el conjunto de la obra de Marx.

La fuente principal que utiliza para encarar esta tarea de popular-


ización es la mejor biografía de todas, la clásica de Franz Meh-
ring83. Se trata del libro Karl Marx: Historia de su vida84.

Mehring [1846-1919] pertenecía al ala izquierda del marxismo


alemán. Althusser, por ejemplo, en su obra célebre Para leer «El
Capital» lo ubica junto a Rosa Luxemburg, Gramsci, Lukács y
al mismo Che entre los “izquierdistas” del marxismo. Muchas
de las otras biografías que circulan sobre Marx se basan en la de
Mehring. No obstante, Mehring no aborda manuscritos de Marx
aparecidos después de la publicación de su biografía (1918), en-
tre los que cabe destacar los Manuscritos económico-filosóficos
de 1844 o La Ideología alemana, ambos publicados en la Unión
Soviética recién en 1932 por iniciativa del otro gran biógrafo de
Marx, el erudito bolchevique David Riazanov.

Antes de publicar en 1918 su biografía, Mehring había editado


en 1902 una compilación en tres volúmenes de escritos olvida-
dos o inéditos de Marx y Engels, fechados entre 1841 y 1850.

Evaluando la biografía de Mehring, Guevara escribe: “El marx-


ismo espera aún la biografía que complete el magnífico trabajo
de Mehring con algo más de perspectiva y corrigiendo algunos
168
83 Véase Ernesto Che Guevara: Marx y Engels: Una síntesis biográfica. Obra
citada. pp. 25 y 62. Allí el Che deja en claro que su fuente principal es Mehring.
84 El Che no aclara qué edición de Mehring utilizó. En nuestro país [Argentina]
la primera edición corresponde probablemente a Buenos Aires, editorial Claridad,
1933. Hay muchas ediciones posteriores, cubanas, españolas y mexicanas. Hasta
donde tenemos noticias, la última se reeditó en Cuba: La Habana, Ciencias Socia-
les, 2002.
errores de interpretación que éste sufriera”85. A partir de estas
consideraciones, el Che complementa la biografía de Mehring
con la Correspondencia de Marx y Engels y con sus propias lec-
turas y estudios sobre la obra de Marx. Por ejemplo, en su bio-
grafía sobre Marx, el Che Guevara hace referencia a los Manu-
scritos económico-filosóficos de 184486, texto que Mehring no
pudo conocer ni comentar pues se publicó posteriormente, en
1932, por inspiración de Riazanov (antes de que Stalin enviara a
este último a un campo de concentración...). Para entonces Meh-
ring ya había muerto.

Si el Che lo incorpora a su biografía es porque lo leyó enton-


ces por su cuenta (no es anecdótico ni secundario la tremenda
importancia que estos Manuscritos económico-filosóficos de
1844 adquieren en el análisis crítico de la enajenación que el
Che emprende en su carta de 1965 “El socialismo y el hombre
en Cuba”). Lo mismo podría decirse de La ideología alemana87
que comenta el Che, publicada en la URSS por Riazanov cuando
Mehring ya había fallecido y varios años después de que viera la
luz pública su biografía.

El único autor contemporáneo suyo que el Che menciona en su


biografía para principiantes es Louis Althusser88. En su trabajo
Guevara reproduce —sin pronunciarse, pues utiliza los verbos en
potencial “Marx dividiría...”, “Marx sería...”— la tesis clásica
del supuesto “corte epistemológico” entre un joven Marx human-
ista y un Marx maduro y científico. El Che conocía de primera
mano el pensamiento de Althusser (inspirador epistemológico,
dicho sea de paso, de Charles Bettelheim, su contrincante en la
polémica que se desrrolló en Cuba en 1963-1964 sobre la ley del
valor, el cálculo económico y el sistema presupuestario de finan-
ciamiento durante la transición al socialismo). En su biblioteca 169
personal que actualmente se conserva en el Centro Che Guevara
85 Véase Ernesto Che Guevara: Marx y Engels: Una síntesis biográfica. Obra
citada. p. 62.
86 Obra citada. p. 23.
87 Obra citada. p. 28.
88 Obra citada. p. 28, nota al pie.
de La Habana se encuentra un ejemplar de Pour Marx (traducido
al español por su discípula Marta Harnecker con el título La rev-
olución teórica de Marx), meticulosamente anotado por el Che.

La biografía sobre Marx y Engels del Che Guevara no abunda ni


profundiza en El Capital ya que está pensada como una introduc-
ción a esa problemática. Los apuntes sobre la teoría del valor, el
fetichismo y otros temas centrales vinculados a El Capital, el
Che los vuelca y expone en sus Apuntes críticos a la economía
política, así como también en su polémica con Bettelheim y Car-
los Rafael Rodríguez sobre la transición.

En términos filosóficos, también merece destacarse el párrafo


de la biografía de Marx donde Guevara se queja afirmando que
“aún hoy, cuando tantos partidos o grupos de izquierda escon-
den sus aspiraciones reales (o las que debían ser sus reales as-
piraciones) tras una filosofía insípida o plena de «comprensión»
hacia las capas «más sensatas» de las clases explotadoras, «El
Manifiesto Comunista» puede ser firmado por cualquier revo-
lucionario del mundo, sin temor a ser tachado de tibio”89. Esa
referencia crítica a la “filosofía insípida” no tiene que ver con
Mehring. Remite en realidad al “realismo sin fronteras” de Rog-
er Garaudy y otros planteos reformistas similares que a mediados
de los años ’60 pretendían adornar para el mundo comunista oc-
cidental, con lenguaje filosófico, el reformismo pacifista de Ni-
kita Kruschev, cuyo partido —el Partido Comunista de la Unión
Soviética PCUS— preconizaba por entonces la posibilidad de
acabar con el capitalismo y pasar al socialismo de forma paula-
tina, evolutiva y “sin guerra civil”, sin revolución y sin toma del
poder.

170 La crítica guevarista de índole filosófica al reformismo pacifista


que por aquellos años ’60 eludía la cuestión acuciante de la es-
trategia dirigida a la toma revolucionaria del poder vuelve a apa-
recer en la biografía sobre Engels y Marx, ahora en términos es-
trictamente políticos, cuando el Che analiza la posición de Marx

89 Obra citada. p. 34.


sobre la Comuna de París90. Allí Guevara reproduce las cartas
de Marx cuando éste recalca la ingenuidad de muchos comune-
ros que, según el principal inspirador de la Primera Internacio-
nal, “no quisieron desatar la guerra civil” para evitar derramar
sangre... cuando en realidad esa postura terminó generando una
tragedia mucho más sangrienta y dolorosa con el aplastamiento
de la Comuna.

También en términos políticos el Che Guevara hace referencias


críticas a Lasalle en Alemania, a la cooptación de la clase obrera
inglesa y también al revisionismo de Bernstein, pero quizás lo
más interesante sea su balance de las razones por las cuales se
disolvió la Primera Internacional: “su muerte se debió a la ane-
mia provocada por falta de apoyo de los obreros organizados
de Europa”91 . Este balance crítico del eurocentrismo (realizado
desde el Tercer Mundo) y polémico con la cooptación de lo que
se supondría debería ser “la vanguardia de la revolución mun-
dial” pero en la práctica termina conformándose con las migajas
del festín burgués, colonialista e imperialista, Guevara lo repite
en sus Apuntes críticos a la economía política y también lo en-
contramos como eje central en su “Mensaje a los pueblos del
mundo a través de la Tricontinental”. Por lo tanto sus proclamas
tercermundistas, antiimperialistas y anticapitalistas al mismo
tiempo (radicalmente opuestas a cualquier variedad de populis-
mo), no fueron solamente una consigna de circunstancia coyun-
tural sino el producto de una larga reflexión política y estratégica
que alcanza —así lo demuestra esta biografía redactada por su
pluma— hasta la misma obra y vida de Marx y Engels incluy-
endo la historia del movimiento obrero europeo del siglo XIX.

Específicamente en cuanto a Friedrich Engels, el esbozo biográ-


fico del Che va más allá de la simple repetición de las opiniones 171
tradicionales de Mehring. Por cuenta propia el Che destaca su
voluntad de lucha, que incluye, por ejemplo, la participación de
Engels en el combate militar directo —a lo largo de un mes—

90 Obra citada. pp.56-57.


91 Obra citada. p. 52.
durante los sucesos de 1848-184992. También destaca su bal-
ance del Anti-Dühring, obra en la que, según el Che “se da una
visión muy amplia y bastante acabada de las ideas marxistas
sobre el mundo en su totalidad y es, junto con «Dialéctica de
la naturaleza», que desgraciadamente no llegara a acabar, un
complemento muy util al «El Capital»”93. A pesar de este bal-
ance, el Che bosqueja una perspectiva crítica cuando sugiere lo
siguiente: “Como apunta Mehring, Engels superaba a Marx en
la velocidad con que captaba el punto central de la cuestión y en
la facilidad para llegar a él, con una prosa llana, sin vericuetos.
Pero nos da la impresión de que no le gustaba estrujar su pensa-
miento a fondo, abusando de su facilidad «periodística» para el
enfoque y tratando el tema, sino a la ligera, con mucha menos
profundidad que Marx”94.

Guevara ante
la obra tardía de Engels

Habiendo entonces escrito esta biografía sobre ambos padres fun-


dadores, conociendo a su vez en profundidad El Capital y siendo
consciente de que aunque Engels es el gran compañero de Marx
existe cierta asintonía —o por lo menos cierta diferencia de
niveles— entre ambos, en Bolivia el Che Guevara se propone
estudiar detenidamente a Engels.

Ya había leído y estudiado en detalle desde jovencito la obra


Anti-Dühring95. Pero en su madurez vuelve a leerla, contando
entonces con una formación y un arsenal teórico marxista mucho
92 Obra citada. p.39.
172 93 Obra citada. p. 70.
94 Obra citada. p.25.
95 Además de que lo comenta en su biografía para principiantes, puede corrobo-
rarse esta lectura previa recorriendo sólo algunas páginas del juvenil Diccionario
de filosofía, reproducido al final del libro Ernesto Che Guevara: América Latina.
Despertar de un continente. Obra citada. Años más tarde, Guevara vuelve a leer
el Anti-Dühring de una edición cubana y su juicio se vuelve entonces mucho más
crítico.
más refinado que en sus tiempos de adolescencia. Por eso, en
esta relectura de madurez su juicio es más crítico: “Hoy se nota
claramente que este libro es un intento de matar mosquitos a
cañonazos; el problema de matar mosquitos hace posible casi
realizar un libro digno del artillero. Dühring se conoce en la
historia gracias a que Eróstratos-Engels lo construyó, destruyé-
ndolo. La obra se revierte de la presencia constante e incómoda
del señor Dühring y, a pesar de que Engels diga todo lo con-
trario, esta presencia impidió realizar algo que tanto necesita-
ban (y necesitamos hoy) los marxistas; un desarrollo integral,
popular en la expresión y científico en el contenido, del mate-
rialismo dialéctico. Engels estaba mejor preparado que nadie
para hacerlo pero la persecución del señor Dühring no le per-
mite seguir su propio camino y la exposición se reciente hasta
salvarse sólo la parte de socialismo en donde hay una ilación
clara y un método expositivo que hacen de esta parte un ver-
dadero compendio”96.

Si de todo el Anti-Dühring Guevara sólo rescata la parte dedi-


cada al socialismo… ¿qué queda en pie pues entonces del Anti-
Dühring? Fiel a su estilo, haciendo gala de una mirada no in-
genua ni apologética, frente a toda la parte dedicada a construir
un gran Sistema cosmológico —la principal de la obra, aquella
que los soviéticos constituyeron luego en el núcleo fundamental
del DIAMAT y de sus manuales—, el Che Guevara mantiene un
punto de vista crítico. Lo único que rescata y defiende de este
libro es la parte en que Engels continúa dentro de la concepción
materialista de la historia sin lanzarse hacia el terreno resbala-
dizo y difuso de la cosmología.

Una vez que a su modo ajusta cuentas y reflexiona críticamente


sobre el Anti-Dühring97 el Che Guevara sigue entonces avanzan- 173
96 Comentario de Ernesto Che Guevara al Anti-Dühring de Friedrich Engels
(Guevara toma como referencia para este análisis la edición cubana de La Habana,
editora Política, 1963). Reproducido en Ernesto Che Guevara: Apuntes críticos a
la economía política. Obra citada. Anexo. p. 223.
97 El Che Guevara no fue una excepción ni una mosca blanca dentro de la tradi-
ción marxista. Recordemos, dicho sea de paso, que tanto Antonio Gramsci como
György Lukács habían apuntado también su mirada crítica sobre este emprendi-
do en sus estudios. En su plan de lecturas del mes de octubre de
1966 Guevara anota como tarea pendiente el libro del filósofo
italiano (exiliado en Argentina) Rodolfo Mondolfo: El material-
ismo histórico en Federico Engels (obra donde el italiano intenta
releer a Engels desde la filosofía de la praxis). En ese mismo mes
también señala como tarea otro texto emblemático de Engels:
Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana.

Finalmente, sin abandonar sus sospechas sobre “la menor pro-


fundidad” de Engels a la que hace referencia en su biografía, se
plantea indagar acerca de aquella otra obra que los soviéticos
habían adoptado como clave de bóveda de todo su Sistema fi-
losófico, la Dialéctica de la naturaleza. En sus Cuadernos de
lectura de Bolivia el Che lee detenidamente y extracta numero-
sos fragmentos de ese libro póstumo de Engels. Toma como base
la edición mexicana de esa obra publicada en 1961 por la edito-
rial —en aquel entonces comunista— Grijalbo. Una editorial de
largo aliento en la difusión del pensamiento marxista en México
y América latina.

En todos estos casos, a la hora de leer, estudiar y reflexionar


sobre los clásicos fundadores del marxismo, la aproximación de
Guevara combina la admiración con la lectura crítica. Recor-
demos, por ejemplo, aquel sugerente pasaje de sus “Notas para
el estudio de la ideología de la Revolución cubana” donde el Che
señala: “A Marx, como pensador, como investigador de las doc-
trinas sociales y del sistema capitalista que le tocó vivir, puede,
evidentemente, objetársele ciertas incorrecciones. Nosotros, los
latinoamericanos, podemos, por ejemplo, no estar de acuerdo
con su interpretación de Bolívar o con el análisis que hicieran
Engels y él de los mexicanos, dando por sentadas incluso cier-
174 tas teorías de las razas o las nacionalidades inadmisibles hoy.
Pero los grandes hombres descubridores de verdades lumino-
sas, viven a pesar de sus pequeñas faltas, y estas sirven sola-
mente para demostrarnos que son humanos, es decir, seres que
pueden incurrir en errores, aún con la clara conciencia de la
miento del último Engels. Guevara no leyó ninguna de estas dos evaluaciones. Lle-
gó a una conclusión similar recorriendo un camino de lectura y reflexión propio.
altura alcanzada por estos gigantes de pensamiento. Es por ello
que reconocemos las verdades esenciales del marxismo como in-
corporadas al acervo cultural y científico de los pue-blos y los
tomamos con la naturalidad que nos da algo que ya no necesita
discusión”98.

Poniendo entonces distancia frente a ciertas recaídas racistas y


señalando también su menor profundidad de análisis, Guevara se
sumerge en los escritos tardíos de Engels. No sólo con el Anti-
Dühring.

En sus Cuadernos de lectura de Bolivia el Che identifica como lo


más relevante de Dialéctica de la naturaleza, la obra inconclusa
de Engels, aquellas partes circunscriptas a analizar la dialéctica
como lógica, como teoría del conocimiento y también como mé-
todo (incluyendo en este rubro los conceptos, las categorías, las
“leyes”, etc.). Eso es lo que más le llama la atención en muchos
pasajes.

Alguna vez Lenin —pensando en el engelsianismo de Plejanov—


escribió en los márgenes de la Ciencia de la Lógica de Hegel que
hay que hacer la crítica a Kant desde Hegel y no desde Plejanov
ni desde el materialismo vulgar. Las palabras exactas de Lenin
fueron: “Plejanov critica el kantismo (y el agnosticismo en gen-
eral), más desde el punto de vista materialista vulgar que desde
un punto de vista dialéctico materialista, en la medida en que
no hace más que rechazar sus razonamientos a limine [desde el
umbral] en lugar de corregirlos (como Hegel corrigió a Kant),
profundizarlos, generalizarlos y ampliarlos, demostrando las

98 Véase Ernesto Che Guevara: “Notas para el estudio de la ideología de la Revo-


lución cubana”. Publicado originariamente el 8 de Octubre de 1960 en La Habana,
en la revista Verde Olivo. El artículo fue reproducido posteriormente en infinidad
175
de editoriales y sitios de internet. Por ejemplo en Ernesto Che Guevara: Obras. La
Habana, Casa de las Américas, 1970. Dos tomos. Sin embargo, en algunas edicio-
nes posteriores este párrafo donde el Che Guevara pone distancia crítica frente al
injustificado ataque de Marx sobre Bolívar y frente al inadmisible prejuicio sobre
supuestas “razas inferiores” en Engels (donde este último arriesga bochornosos
juicios descalificativos frente al pueblo mexicano alabando la prepotencia y expan-
sión yanqui) fue inexplicable y sorprendentemente —¿por un error?— suprimido...
conexiones y las transiciones de todos y cada uno de los
conceptos”99.

Leyendo, subrayando y estudiando con ojos críticos a Engels en


sus Cuadernos de lectura de Bolivia, el Che Guevara también
encuentra demasiado simplista el abanico de afirmaciones teóri-
cas de Dialéctica de la naturaleza contra Kant.

Puntualmente el Che Guevara escribe sobre Engels: “Me da la


impresión de que la argumentación [¿…? Ilegible porque la pa-
labra está cortada por la encuadernación del cuaderno original
de Guevara. Nota de N.K.] de Engels es simplista en cuanto a
Kant y que la afirmación final encierra el reconocimiento de la
verdad del acerbo kantiano, a menos que «conocer» tenga una
acepción restrictiva o relativa”. Esa afirmación final de Engels
a la que hace referencia Guevara es aquella donde el crítico de
Kant se pregunta si acaso “Desde el punto de vista histórico po-
dría tener la cosa cierto sentido: el de que solo podemos llegar
a conocer bajo las condiciones de la época en que vivimos y
dentro de los ámbitos de esas condiciones”100. Es decir que para
el Che Guevara, ese pasaje de Engels le otorga cierta racionali-
dad a Kant si se remite el materialismo gnoseológico (y su tradi-
cional teoría del reflejo engelsiana) a una concepción histórica...
“bajo las condiciones de la época en que vivimos y dentro de los
ámbitos de esas condiciones”, es decir, en otras palabras, si se
comprende la teoría de la “cosa en sí” nouménica kantiana no
como un simple absurdo idealista sino desde un ángulo dialéc-
tico-histórico donde lo absoluto sólo es cognoscible desde un
momento histórico y social determinado.

Esa convergencia de miradas críticas entre el Che Guevara acer-


176 ca de Engels y la lectura hegeliana de Lenin sobre Plejanov, am-
bos referidos al análisis de Kant, no es casual. En los dos casos
sus concepciones respectivas del marxismo revolucionario y ac-
99 Véase Vladimir I. Lenin: “Resumen del libro de Hegel Ciencia de la lógica”.
Cuadernos filosóficos. Madrid, Ayuso, 1974. p.167.
100 Véase Friedrich Engels: Dialéctica de la naturaleza. México, Grijalbo, 1961.
p. 205 (esa es la edición utilizada por el Che en Bolivia) y Buenos Aires, Cartago,
1983. p. 192.
tivista —la de Lenin, la del Che— no podían conformarse con
el espíritu de pasividad (filosófica, pero también política) que
impregnaba el materialismo pre-crítico y sus cuestionamientos
habituales a Kant, realizados no desde la gran dialéctica de Hegel
sino desde una visión pasiva y mecánica del sujeto. Aunque sen-
cilla, escueta, extremadamente acotada y casi diríamos minimal-
ista, esta observación crítica de Guevara sobre la obra tardía y
póstuma de Friedrich Engels constituye una pista para pensar
hoy qué entendía el Che Guevara cuando se refería al marxismo.

Gran parte de los fragmentos reproducidos por Guevara en Boliv-


ia de la obra tardía de Engels giran en torno a la lógica dialéctica
y al método dialéctico. A pesar de ser la medicina su profesión
original y de haber transitado en consecuencia por una formación
académica universitaria en el terreno de la biología y la química,
los fragmentos que el Che reproduce de Dialéctica de la natu-
raleza se dividen entre aquellos referidos a los descrubrimientos
científicos de las ciencias naturales del siglo XIX y aquellos otros
mayormente aquellos vinculados a la epistemología dialéctica.
También reproduce y comenta fragmentos de un tercer registro,
relacionados con el estudio del orden social capitalista, donde
Guevara encuentra en la obra de Engels la confirmación de que
la tesis de El Capital acerca de las consecuencias de las leyes
generales de la acumulación capitalista marcaría la tendencia
a la pauperización absoluta y no sólo relativa del proletariado.
En este plano, refiriéndose a un comentario puntual de Engels,
el Che anota: “Esta cita de Engels es importante porque sitúa
claramente el espíritu con que fue escrito el polémico párrafo de
Marx sobre la depauperación progresiva del proletariado. Na-
die mejor que Engels para interpretar cabalmente la esencia del
pensamiento marxista, y aquí se pronuncia claramente por la
tesis de una pauperización real, no metafórica ni relativa”. 177

Esa selección del Che de fragmentos del Engels tardío, aunque


no abunda en observaciones propias —más bien escuetas—, de
todas formas marca un índice claro de preocupaciones e intere-
ses. No es por el lado de la biología, la fisiología o la química
del siglo XIX donde el marxismo ganará la batalla ideológica
de nuestros días. Ni siquiera el médico Guevara prioriza ese en-
foque o, mejor dicho, ese ángulo de abordaje, tan común en los
manuales de la época stalinista y en la cultura política de la cual
surgieron en los cuales se pretendió convertir a Friedrich Engels
—sesgado y mutilado— en el gran arquitecto de la cosmología
del DIAMAT, dejando El Capital en un tercer o cuarto plano,
como si fuera simplemente “la aplicación” de esa cosmología al
estudio económico.

Admirando profundamente a Engels, pero sin abandonar el pun-


to de vista crítico, el Che sintetiza su evaluación sobre Dialéc-
tica de la naturaleza del siguiente modo: “Obra magnífica en
muchos sentidos, pero incompleta y fragmentaria, con capítulos
que están como fijados con cola y otros de desarrollo técnico
poco acequibles al no especializado y que han perdido vigen-
cia; la electricidad no es hoy un rompecabezas teórico de ningún
hombre de ciencia. Lo mejor de la obra son los pensamientos
inconclusos en torno a la dialéctica y observaciones aisladas
que tienen hoy validez universal, como su definición de la vida”.

La mirada del Che sobre esta obra de Engels, su ángulo de abor-


daje, los planos que recorta, la perspectiva crítica en que lee,
estudia y discute a Engels expresan claramente esa diferencia
notable con la mirada y la hermenéutica soviética, falsamente
“ortodoxa” y vulgarmente apologista a la hora de estudiar a Marx
y Engels.

El Che y su lectura crítica


de los profesores soviéticos
178

El interés por el marxismo se torna predominante en todas las


lecturas del Che. Esta tradición de pensamiento recorre como eje
central la mayoría de los títulos incluidos en sus ya mencionadas
libretas, donde va confeccionando una extensísima lista de libros
a abordar como tarea en el futuro. Entre muchos otros títulos
referidos al marxismo, allí figuran los siguientes:

Autores varios: Acerca de «El Capital» (marzo 1965).

V.I.Lenin: Obras escogidas. Tomo II (agosto de 1965).

Mao Tse-Tung: Obras escogidas. Tomo IV (agosto de 1965).

V.I.Lenin: Obras Completas. Tomo 32 (donde aparece el debate de


Lenin y Trotsky sobre los sindicatos) y Tomo 33 (agosto de
1965).

M.Rosental: Los problemas de la dialéctica en «El Capital»


(septiembre 1965).

Karl von Clausewitz101: Los principios fundamentales de la di-


rección de la guerra (noviembre de 1965).

F.Mehring: Carlos Marx (agosto de 1966).

K.Marx: Contribución a la crítica de la economía política (agos-


to de 1966).

K.Marx y F.Engels: La Ideología alemana (agosto de 1966).

K.Marx y F.Engels: Correspondencia (septiembre 1966).

V.I.Lenin: Cuadernos filosóficos (octubre de 1966).

V.I.Lenin: Materialismo y empiriocriticismo (octubre de 1966).

Liu Shao Chi: Internacionalismo y nacionalismo (octubre de


1966).
179
J.Stalin: Cuestiones de leninismo (octubre de 1966).

J.Stalin: La cuestión nacional y el leninismo (octubre de 1966).

101 Karl von Clausewitz no es un autor marxista (produjo su obra antes que Marx),
pero lo incluimos en esta enumeración por su vastísima influencia dentro del mar-
xismo.
El marxismo y el problema nacional y colonial (s/autor) (octubre
de 1966).

Sobre el proyecto de constitución de la República Popular China


(octubre de 1966).
L.Althusser: Por Marx (octubre de 1966).
V.I.Lenin: El desarrollo del capitalismo en Rusia (octubre de
1966).
Regis Debray: Revolución en la Revolución (marzo de 1967)102.

Mao Tse-Tung: En torno a la práctica (abril de 1967).

A la misma enumeración pertenece la Historia de la revolución


rusa de León Trotsky sobre cuyos comentarios nos extendere-
mos en detalle más adelante.

Al recorrer la lista, el lector puede advertir que su radio de in-


terés dentro del marxismo es vastísimo, incluyendo lecturas
“ortodoxas” y heterodoxas. Los Cuadernos de lectura de Bolivia
sólo alcanzarán a concretar y realizar una parte pequeña de ese
amplio horizonte de intereses.

Como parte de ese afán por dominar en detalle y compren-


der a fondo la lógica y los argumentos de todas las vertien-
tes del marxismo (escapando de las lecturas sesgadas de cada
“ortodoxia”), deberían comprenderse los fragmentos que
el Che extracta de la antología de Wright Mills de la cual re-
produce pasajes de diferentes dirigentes marxistas. Además
de los ya analizados cuando nos referimos al sociólogo
norteamericano, cabría agregar a Lenin, Rosa Luxemburg,
180 Stalin y Mao (también Trotsky pero aquí lo dejamos de lado por
dedicarle un capítulo especial, dado que Guevara estudia un libro
específico de este autor).
102 El 12 de abril de 1967 el Che escribe en el Diario en Bolivia (el diario militar
de campaña): “Inicié un cursillo sobre el libro de Debray”. ¿Lo leyó en marzo y
el cursillo lo hizo en abril? Véase el testimonio de Pombo sobre la opinión del
Che acerca de este libro en la entrevista que le realizamos incorporada en nuestro
Ernesto Che Guevara: El sujeto y el poder. Obra citada.
De Lenin Guevara reprodujo en Bolivia un fragmento sobre la
NEP y las cooperativas. Fragmento con el cual seguramente el Che
polemizaría, aún cuando no escribe ninguna conclusión puntual al
respecto en sus Cuadernos de lectura de Bolivia103.

De Rosa Luxemburg [1871-1919] extrae y reproduce en Bolivia


un pasaje del libro Reforma o revolución, en el cual Rosa cues-
tiona el reformismo y el revisionismo de Bernstein y su falta
de fundamentos económicos. Seguramente el Che lo debe haber
visto con mucha simpatía, dada su prolongada polémica con el
reformismo en los años ’60 en los que él actuó.

De Stalin extrae cuatro fragmentos.

Dos pertenecen al libro Cuestiones de leninismo, donde Stalin


analiza si es viable o no el tránsito pacífico al socialismo (Stalin
sugiere, por aquel entonces, que no es posible). Al Che, crítico
de la doctrina soviética adoptada por el PCUS a partir de 1956,
probablemente le debe haber gustado esa evaluación. El otro
fragmento de este libro está referido a la revolución de octubre,
la teoría del socialismo en un solo país y la revolución interna-
cional.

Un pasaje corresponde al texto de Stalin sobre El marxismo y la


lingüística; en él el autor analiza el papel de la superestructura y
se interroga si ésta constituye un reflejo pasivo o activo (Stalin
sugiere que activo).

Finalmente, del libro Problemas económicos del socialismo en


la URSS —siempre dentro de la antología de Wright Mills— el
Che extrae un pasaje referido al movimiento a favor de la paz y
sus limitaciones.
181

103 Poco tiempo antes, en sus Apuntes críticos a la economía política, el Che hace
una extensa evaluación crítica de la NEP (Nueva Política Económica, implementa-
da en la URSS a partir de 1921, cuando se alimentan las cooperativas y el mercado
por la debilidad política resultante de tres años de extenuante guerra civil) como un
claro retroceso estratégico —no sólo táctico— dentro de la revolución rusa.
De Mao Tse-Tung, reproduce un pasaje de su intervención titula-
da “Sobre el problema de la justa solución de las contradicciones
en el seno del pueblo”, en el cual el dirigente chino reflexiona
sobre la planificación y sus contradicciones al interior del social-
ismo.

Los temas tratados por todos estos dirigentes marxistas que el


Che reproduce de la antología de Wright Mills son abrumadora-
mente variados. Pero en términos generales al Che le interesan
aquellas reflexiones —incluso opuestas entre sí— referidas a la
transición al socialismo.

Como momento subordinado y particular dentro de ese estudio


amplio y ese abordaje macro que Guevara va elaborando sobre
las distintas corrientes marxistas, se encuentra su lectura crítica
de algunos profesores soviéticos. Fundamentalmente su estudio
específico está referido a los siguientes libros:

M. Rosental y M. Straks: Categorías del materialismo dialéc-


tico. México, Editorial Grijalbo, 1962.

M.A. Dynnik y otros: Historia de la filosofía. México, Editorial


Grijalbo, 1960. Tomo I, desde la Antigüedad a comienzos del
siglo XIX.

¿Quiénes eran estos dos profesores de filosofía soviéticos que


Guevara lee y estudia críticamente en Bolivia?

Mark Moisevich Rosental [1906-1975] constituye un intelectual


oficial de la Unión Soviética que fue acompañando sumisamente
y una a una las sucesivas etapas ideológicas promovidas por los
grupos dirigentes del Partido Comunista de la Unión Soviética
182 (PCUS). Este autor se hizo famoso por haber escrito, junto con
Pavel Fedorovich Iudin104 [1899-1968], un célebre Diccionario
filosófico.

104 Iudin, su compañero de redacción, había sido director del Instituto de Filosofía
de la Academia de Ciencias de la URSS entre 1938 y 1944. Más tarde, entre 1952
y 1961, Iudin también fue miembro dirigente de la Unión de Escritores Soviéticos.
La primera edición en ruso de ese diccionario apareció en 1939,
durante el predominio indiscutido de Stalin en todas las órbitas
de la vida soviética. Su título en idioma ruso fue Kratkii filosof-
skii slovar. Tuvo inicialmente 326 páginas. Contó con nuevas
ediciones en 1940, 1941, 1951, 1954 y 1955. En 1946 ya se había
publicado en lengua española, a partir de la segunda edición rusa
(1940), bajo el título Diccionario Filosófico Marxista105. En 1950
apareció una nueva edición en castellano, bajo el título Diccio-
nario filosófico abreviado106. Otras ediciones de este Dicciona-
rio filosófico abreviado fueron publicadas en México (Ediciones
Quinto Sol) y en Cuba107.

Este diccionario cobró triste notoriedad por la brutal exager-


ación en el dogmatismo del que hicieron ostentación sus au-
tores en tiempos de Stalin. Allí se condenan de un plumazo
y sin mayores trámites disciplinas enteras del saber como la
genética o el psicoanálisis y se emiten juicios tremendamente
taxativos sobre las inclinaciones filosóficas de un sabio como Al-
bert Einstein, para dar un solo ejemplo altamente significativo.
Por supuesto que en el diccionario jamás aparecieron, ni siquiera
mencionados, los marxistas “herejes”, como por ejemplo György
Lukács o Antonio Gramsci (por no hablar de Rosa Luxemburg,
Walter Benjamin, José Carlos Mariátegui, Ernesto Che Guevara
o Karl Korsch).

Cada uno de los pensadores analizados por el diccionario de


Rosental comenzaba siendo clasificado según una supuesta
posición de clase atribuida caprichosamente de antemano. Esos
juicios pretendidamente descalificatorios incurrían en un soci-
ologismo economicista de la peor especie pues, antes de analizar
la especificidad de las ideas en cuestión y de apuntar las media-
ciones que vinculan los conflictos ideológicos de cada filosofía 183
con las luchas de clases de la sociedad, se remataba en forma
105 Véase Diccionario Filosófico Marxista. Montevideo, Ediciones Pueblos Uni-
dos, 1946.
106 Véase Diccionario filosófico abreviado. Montevideo, Ediciones Pueblos
Unidos, 1950; segunda edición: Montevideo, Pueblos Unidos, 1960.
107 Véase Diccionario filosófico abreviado. La Habana, Editora Política, 1964.
inmediata al pensador de turno por su supuesta posición de clase.
¡No hacía falta estudiar ni reflexionar! ¡Ni siquiera era necesario
esforzarse en leer! El esquema de clasificación lo resolvía todo
en un abrir y cerrar de ojos. El marxismo se transformaba así en
una especie de índex desde el cual se clasificaba lo permitido y
lo prohibido, lo que valía la pena leer y lo que no.

A su vez, todos los filósofos eran aplanados, de manera forzada,


en un esquema bipolar transhistórico: materialistas o idealistas,
subdivididos a su vez en objetivos o subjetivos. Por lo tanto, del
cruce de la taxonomía según posición de clase con la otra cla-
sificación, surgía un encasillamiento de la filosofía mundial a lo
largo de la historia en no más de diez casilleros: materialistas
dialécticos primitivos, idealistas objetivos esclavistas, idealistas
objetivos e idealistas subjetivos feudales, materialistas mecánic-
os burgueses, materialistas dialécticos proletarios, etc., etc. La
inmensa riqueza filosófica generada esforzadamente a lo largo de
miles de años por el trabajo manual e intelectual de la humanidad
terminaba aplastada por un empobrecimiento del pensamiento
que haría sonrojar a los escolásticos más mediocres y a los escri-
bas más rutinarios de la Edad Media.

Si esto sucedía con los filósofos, a las categorías teóricas, su-


puestamente explicadas en el diccionario, no les iba mejor. No
importaba si la categoría en cuestión había sido elaborada en la
primera década del siglo XX, en la Grecia clásica, en el Egipto
antiguo, en la América anterior a la llegada de los invasores colo-
niales europeos, durante la Edad media o vaya uno a saber cuan-
do. La historia no jugaba ningún papel. Todas las elaboraciones
y categorías se medían según una misma regla: su exclusión o
su inclusión en el Sistema, es decir, su “desviación” o su adecu-
184 ación al DIAMAT, el materialismo dialéctico, entendido como
la filosofía oficial del marxismo codificado por los manuales so-
viéticos a partir de los años ’30 y sancionado por los sucesivos
congresos partidarios del PCUS.

Después de la muerte de Stalin (1953), del XX Congreso del


PCUS de 1956 y del informe de Kruschev sobre los crímenes
stalinistas, la ideología soviética sufre un aggiornamiento. For-
malmente, se abandona la rigidez de los años más duros de Stalin
y el sectarismo extremista de su teórico Andrei Alexandrovich
Zdhanov [1896-1948] cuyos lineamientos partidarios inspiraban
a Rosental y a otros intelectuales soviéticos.

El espíritu de secta, que había predominado en el terreno de las


ideologías durante un cuarto de siglo, se transforma súbitamente
en la cara invertida de su misma moneda, el oportunismo acrítico.
De no aceptar nada que venga de Occidente, se pasa a aceptar
absolutamente todo (en ambos casos, sin beneficio de inventario
ni elaboración crítica).

En sus Apuntes críticos a la economía política el Che describía


este pasaje de la siguiente forma: “Al dogmatismo intransigente
de la época de Stalin, ha sucedido un pragmatismo inconsis-
tente. Y, lo que es trágico, esto no se refiere sólo a un campo
determinado de la ciencia, sucede en todos los aspectos de la
vida de los pueblos socialistas”.

A partir de esa mutación, se intenta entonces abrir un juego ecléc-


tico con la cultura liberal del Occidente capitalista. Por ejemplo,
en el terreno de la estética, se pasa de una concepción estrecha
y burocráticamente impuesta del “realismo socialista” a un “re-
alismo sin fronteras” (según la expresión celebratoria de Roger
Garaudy).

En el terreno de la política, son los años de la doctrina soviética


oficial de la “coexistencia pacífica” con el imperialismo. Mientras
los soviéticos aspiran a convivir con el imperialismo en forma
tranquila y pacífica, en el “patio trasero” de EEUU se produce la
Revolución Cubana. En el resto del Tercer Mundo, por la misma
185
época, recrudece la sangrienta guerra de Argelia —donde la tor-
tura y la violación alcanza una escala de masas como hoy mismo
lo reconocen los generales franceses que las llevaron a cabo— y
crece el genocidio norteamericano en Vietnam (con aproximada-
mente 4 millones de gente quemada y asesinada). Varias decenas
de millones de asesinatos, mutilaciones, torturas y violaciones
son realizadas por el imperialismo en el Tercer Mundo mientras
los soviéticos predican la amable y bien educada “coexistencia
pacífica” con los asesinos.

Como ideólogo oficial, Rosental siempre festejó y avaló los vi-


rajes políticos de la URSS. No tuvo pudor. Aplaudió todo. Lo
hizo en forma sumisa —sin intentar pronunciar o escribir una
sola palabra crítica o al menos de pensamiento propio—. Por
eso, en 1963, junto con Iudin, edita una versión corregida del
Diccionario, adaptada a las nuevas consignas partidarias del
XXII Congreso del PCUS.

La primera versión en español de esta reescritura remozada,


que celebra la doctrina de “coexistencia pacífica” con el im-
perialismo, se publicó en Montevideo en 1965. En esa edición
los autores advierten que la nueva versión “se distingue con-
siderablemente de las anteriores”. Y se agrega como aclara-
ción que en ese momento ya existen numerosos manuales del
DIAMAT. Por lo tanto el diccionario puede permitirse pro-
fundizar más allá de la divulgación popular del materialismo
dialéctico. Acompañando ese aggionarmiento ideológico,
Rosental rescribe y modifica entonces numerosos términos y
conceptos, tratando de moderar su anterior sectarismo, aunque
sin trastocar las bases centrales del DIAMAT.

Además del Diccionario, Rosental es autor de Las concepciones


materialista e idealista del mundo (Moscú, 1945).

También escribió un voluminoso análisis metodológico —de


460 páginas— titulado Los problemas de la dialéctica en «El
Capital» de Marx108. En este texto, intentaba seguir la pista met-
odológica que guió a Marx en El Capital a partir de un doble
186
criterio: (a) las indicaciones metodológicas de Lenin en sus
Cuadernos filosóficos [1914-1916] y (b) las normas teóricas ha-
bituales en el DIAMAT soviético y en sus manuales de divul-

108 Véase Mark Moisevich Rosental: Los problemas de la dialéctica en «El Capi-
tal» de Marx. Montevideo, Pueblos Unidos, 1959.
gación. Entre los dos criterios, este último predominaba en el
libro a todas luces.

Los problemas de la dialéctica en «El Capital» de Marx figuraba


mencionado en el plan inicial de lecturas del Che anteriores a
Bolivia (correspondiente a la hoja N°2 de la libreta del periplo
Cuba-África). Aparece mencionado en las anotaciones del mes
de septiembre de 1965109. Pero en los Cuadernos de lectura de
Bolivia no aparece extractado, ni siquiera nombrado. Aunque ini-
cialmente lo tenía en mente, quizás Guevara nunca llegó a leerlo.

Este autor soviético escribe otro texto emparentado con el ante-


rior: Principios de lógica dialéctica110.

Finalmente, junto con G.M. Straks, Rosental publica Categorías


del materialismo dialéctico. Los autores aclaran en el prólogo
que ambos son miembros de la cátedra de Filosofía del Instituto
Pedagógico de Estado “K.D.Ushinski” de Yaroslavsk (URSS).
También dejan sentado que han sido ayudados en la elaboración
de este nuevo manual por “investigadores de otras instituciones
científicas”, entre los que mencionan a M.I.Saoserov; V.Y. Blum-
berg; I.A. Suslov; N.V. Pilipenko; N.V. Medvedev; V.A.Sidorkin;
A.O. Sternin y P.V. Kopnin. Dicho manual fue traducido al espa-
ñol por Wenceslao Roces y Adolfo Sánchez Vázquez111.

Este último libro, que en su plan inicial de lecturas aparece men-


cionado en enero de 1967, sí es leído y extractado por Guevara.
El Che lo lee en Bolivia en una edición posterior, de la misma
editorial, pero publicada en 1962 (probablemente haya sido la
tercera edición, porque hubo una intermedia de 1960).

En Categorías del materialismo dialéctico Rosental y Straks in-


tentan presentar el DIAMAT en sus nexos y núcleos teóricos cen- 187

109 Véase Ernesto Che Guevara: América Latina. Despertar de un continente.


Obra citada. p. 515.
110 Véase Mark Moisevich Rosental: Principios de lógica dialéctica. Montevideo,
Pueblos Unidos, segunda edición de 1965.
111 Véase Mark Moisevich Rosental: Categorías del materialismo dialéctico.
México, Grijalbo, 1958.
trales, siempre entendiendo la filosofía del marxismo como un sa-
ber cosmológico, macizo, compacto y cerrado, donde el Sistema
termina predominando por sobre la historia, el objeto sobre el
sujeto, la economía sobre la política y donde el conocimiento hu-
mano es, en última instancia, reducido a “reflejo”. Reflejo más o
menos mediatizado, pero... reflejo al fin de cuentas.

Si Categorías del materialismo dialéctico tiene algún leve


matiz diferencial en relación con los manuales anteriores es que
ahora aparecen mucho más citados los Cuadernos filosóficos
[1914-1916] de Lenin, mientras que antes las citas de cabecera
pertenecían a Materialismo y empiriocriticismo [1908], también
de Lenin, o al Anti-Dühring [1877] de Engels. Sin embargo, ese
mayor énfasis depositado en los manuscritos de Lenin sobre la
lógica dialéctica de Hegel112 no alcanza para descentrar la siste-
matización oficial del DIAMAT que, en ninguno de los casos,
Rosental se anima siquiera a rozar, cuestionar o criticar.

Aunque él y Straks se esfuerzan por aclarar —para así aparecer


como supuestos “innovadores”, a tono con la retórica soviética
iniciada en 1956— que el texto estudia “nuevos rasgos y nue-
vos aspectos” de la dialéctica, en última instancia no hacen más
que volver a repetir con más elegancia las bases tradicionales del
DIAMAT.

Si hay algo que no se modifica un milímetro a lo largo de toda la


producción intelectual del profesor Rosental es la actitud de obe-
diencia y sumisión a rajatabla a las sucesivas doctrinas oficiales,
periódicamente sancionadas por el Estado soviético. Eso puede
corroborarse, por ejemplo, por el modo como se esfuerza por intro-
ducir con fórceps numerosas citas del XX Congreso del PCUS en
188 un libro que trata, supuestamente, de filosofía y metodología, dos
esferas del saber humano difícilmente reductibles a las resolucio-
nes inmediatas y coyunturales de cualquier congreso partidario.

112 Una tendencia de lectura en la que se apoyará más tarde el filósofo y profesor
soviético Edwald Vasílievich Ilienkov [1924-1979], primero en su ensayo “Dialéc-
tica de lo abstracto y lo concreto en El Capital de Marx” [1960] y luego en su libro
Lógica dialéctica [1974].
Por ejemplo, en el primer capítulo de Categorías del material-
ismo dialéctico leemos: “Las decisiones del XX Congreso del
Partido Comunista de la Unión Soviética constituyen un brillan-
te ejemplo de aplicación creadora, concreta de la dialéctica y de
sus categorías al análisis de las cuestiones de principio de la ac-
tual situación internacional. Estas decisiones, que sintetizan la
práctica del paso de una serie de países al socialismo, parten del
criterio de que el contenido único de esa transición se manifiesta
en la actualidad y seguirá manifestándose en el futuro en formas
diversas, entre las que se cuenta el tránsito pacífico mediante la
conquista de la mayoría parlamentaria por los trabajadores y la
conversión del Parlamento en instrumento de transformaciones
socialistas”113. De este modo completamente artificial, Rosen-
tal y su colaborador se las ingenian para introducir la doctrina
soviética del “tránsito pacífico al socialismo” en un texto sobre
metodología y filosofía...

La operación se repite innumerables veces en el libro. Por ejem-


plo, para legitimar el énfasis que Stalin primero, y Kruschev más
tarde, depositaban en el “mercado socialista”, en “el uso consci-
ente de la ley del valor en el socialismo” y en la importancia del
“interés material” como estímulo para los trabajadores, Rosen-
tal afirma: “La infracción o el olvido del principio del interés
material personal causa enorme daño a los intereses generales
sociales [...] La actitud de los koljosianoshacia la hacienda col-
ectiva ha cambiado radicalmente, en los últimos tiempos, al for-
talecerse el principio del interés material personal”114.

¿Qué impresión le habrá causado al Che Guevara, en medio de


la lucha armada de Bolivia, la lectura de un manual oficial de
la Unión Soviética centrado en la doctrina del DIAMAT que,
apoyado y fundamentado en esa cosmología metafísica, defendía 189
el “tránsito pacífico” al socialismo, otorgaba centralidad al par-
lamentarismo burgués y depositaba la prioridad en “los estímu-
113 Véase Rosental y Straks: Categorías del materialismo dialéctico. Obra Citada.
pp.46-47. [El subrayado me pertenece N.K.].
114 Véase Rosental y Straks: Categorías del materialismo dialéctico. Obra Cita-
da. pp.294-295. [El subrayado me pertenece N.K.].
los materiales” por sobre los estímulos morales para los traba-
jadores? Todo investido de un grave y adusto tono “filosófico”.
No resulta difícil imaginárselo.

Ya en su su carta a Armando Hart Dávalos sobre los estudios de


filosofía el Che analizaba críticamente estos manuales refirién-
dose a “los ladrillos soviéticos que tienen el inconveniente de no
dejarte pensar; ya que el partido lo hizo por ti y tú debes digerir.
Como método, es lo más antimarxista, pero además suelen ser
muy malos”115. Prolongando dos años más tarde esa mirada críti-
ca, la conclusión a la que llega Ernesto Guevara cuando lee en
Bolivia este nuevo manual de Rosental, sin dejar de ser sintética
y apretada, es inequívoca y taxativa: “Es un manual incompleto,
lleno de dogmatismo y de referencias de contenido partidario y
hacia el xx congreso. No sirve sino para sacar algunas citas y
tener una idea de lo que los clásicos pensaban al respecto”.

Pero el manual de Rosental no fue el único que leyó y anotó en


sus Cuadernos de lectura de Bolivia. El Che también estudió en
su campaña guerrillera boliviana otro manual soviético.

Se trata de la voluminosa Historia de la filosofía116 en varios tomos


(cinco en total) escrita por varios autores soviéticos, dirigidos por
Dynnik. De esos varios tomos el Che lee y estudia en las selvas de
Bolivia el más interesante de todos, el primero, subtitulado “De
la Antigüedad a comienzos del siglo XIX”; de los cinco, el único
volumen de historia de la filosofía dedicado a estudiar pensa-
dores no marxistas, en realidad, previos a Marx y Engels, ya que
los cuatro tomos restantes están enfocados a exponer, al estilo
tradicional de los manuales, las bases habituales del DIAMAT.
Al mirar la arquitectura de la obra en su conjunto no es difícil
190 advertir “el espíritu” con que está escrita: cinco tomos, uno solo
115 Véase Carta de Ernesto Che Guevara a Armando Hart Dávalos: “Sobre los
estudios de filosofía”, fechada el 4 de diciembre de 1965, en Dar-Es-Salaam, Tan-
zania. Reproducida en nuestro Ernesto Che Guevara. El sujeto y el poder. Obra
citada.
116 Véase M.A. Dynnik y otros: Historia de la filosofía. México, Editorial Grijal-
bo, 1960. Cinco tomos. El Che lee y estudia el primero, subtitulado “De la Anti-
güedad a comienzos del siglo XIX”.
para resumir toda la historia del pensamiento filosófico de la hu-
manidad y cuatro… para el DIAMAT soviético.

¿Quién era Dynnik?

Mikhaíl Aleksandrovich Dynnik [¿ - ?] es un autor soviético que


lideró un grupo de investigadores de la Academia de Ciencias de
la URSS con el objetivo de emprender una ambiciosa Historia de
la filosofía en numerosos volumenes. El reclutamiento de autores
fue bastante caótico y sin demasiado criterio de rigurosidad. Por
ejemplo, dos de los integrantes de este desmesurado colectivo de
escritura, fueron un par de profesores hispanosoviéticos117. Cu-
ando a estos profesores hispanosoviéticos les ofrecieron escribir
—por el sólo hecho de hablar español— sobre diversos pensa-
dores o filósofos que habían desarrollado obras en castellano,
para así incluirlos en la historia de la filosofía, ellos le aclararon
al coordinador de la obra que no conocían a fondo esa temática.
El reparo no sirvió de nada... Igual se los incorporó...

De todas formas, aunque esta obra colectiva sigue al pie de la le-


tra el criterio de la ideología soviética cristalizada en la URSS a
partir de los años ’30 y no se aparta un milímetro de los manuales
del DIAMAT o del Diccionario Filosófico de Rosental-Iudin, la
historia coordinada por Dynnik poseía una virtud ausente en el
resto de los manuales de aquella época. Intentaba tener una mi-
rada no eurocéntrica (algo rarísimo, dicho sea de paso, en los
estudios académicos de la filosofía hasta el día de hoy incluy-
endo las universidades más “serias”), incorporando el análisis de
intelectuales del mundo árabe, de la Europa del este o incluso de
América Latina. Por ejemplo, en esa Historia de la filosofía apa-
recen breves análisis sobre los argentinos Juan Bautista Alberdi,
Esteban Echeverría, Domingo Faustino Sarmiento y Juan B. Jus- 191
to o sobre los cubanos Félix Varela, José Martí y Carlos Baliño.

117 Se llamó “hispanosoviéticos” a los niños nacidos en la España republicana,


cuyos padres, por temor a que los asesinen los siniestros seguidores del dictador
Francisco Franco, los enviaron a la Unión Soviética, donde se criaron, crecieron y
educaron hablando ruso y castellano al mismo tiempo.
Sin embargo, ese gesto positivo y alentador se ensombrece rá-
pidamente cuando el lector se choca con evidentes faltas de se-
riedad intelectual, como aquella donde, a la hora de enumerar
obras teóricas, destacadas y significativas del movimiento revo-
lucionario de América Latina, se ubican... ¡en primer lugar!...
¡los discursos de Victorio Codovilla!...118.

De los cinco tomos de Dynnik, sólo uno vale la pena: el prim-


ero, pues pretende abarcar de la Antigüedad hasta comienzos del
siglo XIX. Es decir, hasta el surgimiento del marxismo. De allí
en adelante, en los cuatro tomos restantes, la obra no hace más
que reproducir y repetir el DIAMAT, por entonces oficial en la
URSS. Lo llamativo y al mismo tiempo exasperante del primer
tomo reside en que se esfuerza por encontrar a toda costa “ras-
gos de materialismo dialéctico” por doquier, a lo largo de toda
la historia. Sea en el pensador que sea, de la época que fuera,
forzando la historia de la filosofía para que entre en el lecho de
Procusto de la ideología soviética. A pesar de eso, la lectura del
primer tomo elude por momentos la habitual aridez de los manu-
ales del DIAMAT aunque sólo sea por el hecho de recorrer otros
autores nunca mencionados (que jamás figuraron, por ejemplo,
en el Diccionario Filosófico de Rosental-Iudin).

Algunas otras obras de Dynnik fueron: La dialéctica de Herá-


clito de Éfeso (Moscú, 1929); “La doctrina de Hegel sobre la
118 Victorio Codovilla [1894-1970] fue un dirigente político del stalinismo lati-
noamericano totalmente fiel al PCUS (a tal punto que ni siquiera falleció en su país
sino en Moscú). Violento impugnador de cuanto marxista heterodoxo encontrara
a su paso, entre otros de José Carlos Mariátegui, Julio Antonio Mella, Andreu Nin
y el Che Guevara (además de Trotsky y Mao). De la mano del PCUS stalinista
recorrió el mundo —incluyendo la revolución española— persiguiendo marxistas
“herejes”. Codovilla fue jefe del PC argentino (partido que no fundó, ya que al-
canzó su dirección recién diez años después de haber sido fundado), desde 1928
192 hasta su muerte. No sólo no había leído ni estudiado El Capital de Marx sino que
además nunca produjo un libro o folleto teórico de mínima relevancia histórica.
Puede corroborarse la “inexplicable” inclusión de V.Codovilla en una historia de la
filosofía mundial en Dynnik: Historia de la filosofía. Obra Citada. Tomo IV. p.523.
Sabemos que Codovilla no había leído ni estudiado ni siquiera El Capital no sólo
por lo primitivo de su obra sino también por el testimonio de su secretario político
personal durante 24 años, Enrique Israel (su seudónimo era Eugenio Moreno). En-
trevista de N.K. a Enrique Israel, marzo de 1996, mimeo.
causalidad” (En Revista de la Academia Comunista N°4, Moscú,
1929); Esbozo de una historia de la filosofía de la Grecia clásica
(Moscú, 1936); “El materialismo de Francis Bacon y su teoría
del cielo” (En El frente de la ciencia y de la técnica N°10,
Moscú, 1936); “Claudio Adrián Helvecio, filósofo y poeta” (En
El crítico literario N°3, Moscú, 1937); “Lenin y la historia de la
filosofía” (En Boletín de la Academia de Ciencias de la URSS
N°2, Moscú, 1942); “Por un estudio marxista del materialismo
clásico” (En Revista de Historia Antigua. N°4, Moscú, 1948);
“Las ideas filosóficas y estéticas de Leonardo Da Vinci” (En
Problemas de Filosofía N°4, 1952); Los materialistas de la anti-
gua Grecia. Introducción y compilación de escritos de Heráclito,
Democrito y Epicuro (Moscú, 1955); “La filosofía de Hegel y
su lugar en el pensamiento filosófico” (En De la historia de la
filosofía. Moscú, 1957); “La dialéctica de Epicuro” (En Actas
de VIII Congreso de París, p.329-336, 1969). Por último, Dyn-
nik escribe... el infaltable manual: El materialismo histórico, re-
dactado junto con F.V. Konstantinov (México, Grijalbo, 1957).
Esta última obra es traducida al español por Adolfo Sánchez
Vázquez y Wenceslao Roces.

Wenceslao Roces, uno de los dos traductores de Dynnik, con-


stituye el clásico traductor de las obras de Marx y Engels al
castellano (editadas tanto en España, como en México y Cuba).
Roces trabajó en Moscú a partir de 1934 en la preparación de
las obras de Marx y Engels, en lo que los soviéticos denomina-
ban “lenguas extranjeras” (ediciones en lengua castellana). Años
después, a principios de los años ‘80, en una entrevista conce-
dida en México a la revista Dialéctica, el viejo W.Roces relatará
el modo cómo los editores de la Unión Soviética censuraban no
sólo los escritos de Lenin sino también... ¡de Marx y Engels!
193
El Che Guevara estudia en la selva de Bolivia el primer tomo de
la Historia de la filosofía de Dynnik. Guevara maneja la edición
mexicana traducida del ruso por el filósofo español-mexicano
Adolfo Sánchez Vázquez.
Por esa época Sánchez Vázquez [1915-], el otro traductor de
Dynnik (y de Rosental), adhería al DIAMAT. No obstante, años
después Sánchez Vázquez realizará una formidable crítica de
esta concepción teórica en su Filosofía de la praxis (1967). Des-
de esa nueva óptica, Sánchez Vázquez revalorará retrospectiva-
mente en numerosos trabajos el aporte teórico y filosófico del
Che al marxismo.

Aunque su director era Dynnik, en esta Historia de la filosofía


también colaboraban los profesores soviéticos M.T. Iovchuk;
B.M. Kedrov; M.B. Mitin y O.V. Trajtenberg, entre otros.

¿Por qué el Che se toma el trabajo de leer la Historia de Dyn-


nik en Bolivia? Probablemente porque en sus últimos tres años
de actividad intelectual Guevara no sólo pretendía completar su
manejo a fondo del marxismo clásico sino también de la histo-
ria de la filosofía. El interés del Che por esta última puede cor-
roborarse en la mencionada carta a Armando Hart. Allí Guevara
cita un estudio de la filosofía griega desarrollado desde el ángulo
marxista y con una perspectiva diferente a la de Dynnik y los
soviéticos119.

¿Qué le llamó la atención al Che Guevara de la obra de Dyn-


nik? De esa obra voluminosa reproduce dos largos párrafos. Uno
referido al materialismo en la antigüedad griega y el otro en la
época moderna durante las nacientes revoluciones burguesas. En
el primer párrafo el autor destaca: (a) la multiplicidad de escuelas
filosóficas de la antigüedad, (b) las criticas a los gérmenes de
materialesmo mecanicista ya entre los griegos y (c) el fatalismo
oculto en el determinismo. Todo ello sin dejar de afirmar la tesis
clásica de “los dos partidos” en filosofía (el de Democrito y el de
119 Hasta donde tenemos noticias e información disponible, no queda en claro
194 si esta referencia de Guevara remitía a la obra antológica del pensador marxista
italiano Rodolfo Mondolfo El pensamiento antiguo (publicada en Buenos Aires en
dos tomos por la editorial Losada) o a alguno de los numerosos libros histórico-
filológicos del marxista argentino Carlos Astrada dedicados al estudio de la dia-
léctica en los pensadores presocráticos. Pero sea cual sea de ambas obras la que
Guevara tenía en mente, en ambos casos se trata de una mirada marxista sobre la
historia de la filosofía distinta a la de la cultura soviética y al criterio de Dynnik y
sus colaboradores.
Platón). El segundo párrafo extractado y reproducido por el Che
está referido a las limitaciones del materialismo que acompañó
las revoluciones burguesas.

En ambos casos a Guevara le llama la atención aquello que le


falta al materialismo. El Che recorta y reproduce las críticas al
materialismo (antiguo y moderno)… ¿quizás porque él mismo
encontraba limitaciones en el materialismo de la filosofía sovié-
tica?

Aunque ninguno de los extractos de obras leídas y estudiadas en


la selva ni de las reflexiones que le provocan al Che esas lectu-
ras de Bolivia esté fechado, es probable que con la lectura de la
Historia de la filosofía de Dynnik se interrumpan las notas del
Che. Por eso esos fragmentos no están comentados como el resto
de los libros que Guevara estudia en su campaña guerrillera de
Bolivia.

 
León Trotsky,
el profeta como historiador

León Trotsky [Lev Davídovich Bronstein, 1879-1940], consti-


tuye un clásico del marxismo. Junto con Lenin, es uno de los
máximos dirigentes de la Revolución de Octubre (1917). La vida
de León Trotsky se confunde con la historia del movimiento rev-
olucionario, como anota su principal biógrafo Isaac Deutscher120.

Trotsky formó parte de la plana mayor que, desde la atrasada


Rusia, conmovió en poco más de una semana la historia mun-
dial, como sintetizó el escritor norteamericano John Reed en su 195
famosa obra Diez días que conmovieron al mundo [1919] que
120 Las biografías de Trotsky son más que numerosas, incluyendo su propia au-
tobiografía. Véase León Trotsky: Mi vida [1930]. Buenos Aires, Antídoto, 1990.
De las biografías clásicas, la más célebre y mejor escrita es la secuencia de tres
tomos de Isaac Deutscher: Trotsky, el profeta armado [1954]. Santiago de Chile,
LOM, 2007; Trotsky, el profeta desarmado [1959]. México, ERA, 1968 y Trotsky,
el profeta desterrado [1963]. México, ERA, 1969.
tanto agradó a Lenin. Una revolución que marcó a fuego todo el
siglo XX de un punto al otro del planeta.

En la esfera de la política, León Trotsky no sólo encabezó el


levantamiento soviético de Petrogrado en 1917. Después del tri-
unfo de la revolución, fue el principal organizador del Ejército
rojo que venció durante una cruenta guerra civil a la reacción
local —denominada “blanca”, por oposición a los “rojos”— y a
varias potencias capitalistas extranjeras que invadieron la joven
Rusia bolchevique. Ese triunfo político militar consolidó la revo-
lución durante décadas.

En el plano de la ideología, Trotsky fue un dirigente culto y am-


pliamente ilustrado, al igual que la mayoría de los que protago-
nizaron la insurrección de octubre. Además fue un escritor de
gran pluma. Aportó al acervo del marxismo la teoría de la revo-
lución permanente y sobre todo la teoría del desarrollo desigual
y combinado que, completando la teoría del desarrollo desigual
de Lenin, enriquecieron la concepción materialista de la historia
y la sociedad. Mediante ambas teorías, Trotsky intentó explicar
cómo era posible que sociedades atrasadas y periféricas —preo-
cupación central de Ernesto Guevara— pudieran adelantarse,
mediante una revolución, y comenzar la marcha mundial al so-
cialismo.

Fallecido Lenin (en 1924), la heroica revolución rusa comenzó


trágicamente a burocratizarse. Durante sus últimos años de vida,
a pesar de su enfermedad, el mismo Lenin observó críticamente
dicho proceso. Así lo registra el Diario de las secretarias de
Lenin121, artículos y materiales que Lenin escribió alertando en
forma preocupante sobre ese proceso (muchos de esos artículos
196 tardíos no fueron incluidos en las obras “completas” de Lenin
publicadas durante el stalinismo...). A partir de allí, el poder
político comenzó a concentrarse en manos de Stalin [Iósif Vis-

121 Véase V.I.Lenin: Contra la burocracia. Diario de las secretarias de Lenin.


Buenos Aires, Pasado y Presente, 1974 (versión previa aparecida en Cuba en la re-
vista Pensamiento Crítico Nº38, La Habana, 1970). Luego reeditado en Barcelona,
Anagrama, 1975.
sariónovich Dzhugashvili, 1878-1953] quien durante los juicios
de Moscú del período 1936-1938 liquidó a la mayoría de sus
propios compañeros, aquellos mismos que habían encabezado la
revolución de octubre. Luego de haberlo expulsado del Partido y
de la URSS, Stalin mandó a asesinar a Trotsky en México [Coyo-
acán, 1940]122.

La Historia de la revolución rusa


de León Trotsky

Entre la voluminosa obra que produjo Trotsky, se destaca la His-


toria de la revolución rusa [redactada entre 1929 y 1932], escrita
en el exilio, en la isla de los Príncipes, frente a Turquía.

Es una obra monumental donde el dirigente, sin abandonar el


partidismo político, deja paso al historiador. Pero contrariamente
a lo que podría suponerse Trotsky no se ubica a sí mismo como
protagonista central. Si hay un “héroe” en ese libro es… Lenin.

Incluso por momentos Trotsky —que en sus ensayos historiográ-


ficos y políticos habitualmente intentó conjugar las dimensiones
objetivas y subjetivas en la concepción materialista de la historia
en un juego dialéctico que no siempre pudo balancear cuando
escribió de filosofía, donde era más “ortodoxo”, es decir, obje-
tivista123— se inclina sin disimulo hacia el lado subjetivo cuando
describe el papel absolutamente determinante de Lenin en la
revolución de 1917124.
122 Sobre este asesinato muchísimo se ha escrito y publicado. Sobre Ramón Mer-
cader, el agente de Stalin que asesinó a Trotsky destruyéndole la cabeza a golpes
con un piolet (una especie de martillo), puede consultarse con provecho el film
documental Asaltar los cielos dirigido por José Luis López Linares y Javier Rioyo
197
(España, 1996).
123 Véase la comparación entre el Trotsky historiador y el Trotsky filósofo —pa-
ralalela al Lenin político y al Lenin filósofo— en nuestro libro Marx en su (Tercer)
mundo. Caracas, El perro y la rana, 2009. pp.82-83.
124 Tal es así que Isaac Deutscher, no sólo su principal biógrafo sino también
profundo admirador de Trotsky, llega a sugerir que en esa defensa desenfrenada
de Lenin, Trotsky por momentos corre el riesgo de apartarse de la concepción
Aunque Trotsky jamás desdibuja la objetividad de los hechos
que describe y explica, el lector contemporáneo debe compren-
der que sus historias (tanto la de su propia biografía, Mi vida,
como aquella en la que narra la insurgencia bolchevique Histo-
ria de la revolución rusa) él las escribió en circunstancias muy
particulares. Es cierto, como acota Deutscher, que Trotsky no
estaba desprovisto de ciertas notas de egocentrismo, también
debe reconocerse que mientras escribía era implacablemente
acusado de las peores traiciones a la revolución por parte de la
intelligentsia stalinista (aquella misma que llegó al extremo, en-
tre jocoso y dramático, de borrarlo literalmente de las fotografías
de la revolución de 1917, en una época en que no existía el pro-
grama de computación editor de imágenes «photoshop» y por lo
tanto el truco descubierto terminó ridiculizando a los censores).
Por eso Trotsky confiesa que, mientras escribe ambas historias:
“Mis amigos están en la cárcel o en el exilio. Me veo obligado a
hablar de mí... No sólo se trata de la verdad histórica sino tam-
bién de una lucha política que todavía continúa”125.

Uno de los puntos nodales de su reconstrucción histórica re-


posa en el papel supuestamente “irremplazable” (sic) que
Trotsky atribuye a Lenin en la revolución bolchevique. Ese
protagonismo aparece no sólo en su Historia de la revolu-
ción rusa sino además en sus cartas y diarios personales. Por
ejemplo, Krupskaia, la compañera de Lenin, en una ocasión
se refirió al “carácter dominante y difícil” de Trotsky pero
a continuación añadió sobre él: “Amaba entrañablemente a

materialista de la historia priorizando sobremanera la personalidad del principal di-


rigente bolchevique a tal extremo que hace depender toda la revolución de él. Para
la discusión teórica sobre la obra Historia de la revolución rusa y el tratamiento
que Trotsky realiza sobre Lenin, véase Isaac Deutscher: Trotsky, el profeta deste-
198 rrado. Obra citada. pp. 173 y 206-239. Magistralmente, Deutscher explora todas
las aristas de la personalidad de Trotsky, su psicología individual, su historia de
vida y su biografía política, sus relaciones personales con Lenin, incluso sus culpas
por haberlo criticado tan duramente antes de 1917, de donde infiere una muy bue-
na explicación general sobre el tratamiento que termina ensayando Trotsky como
historiador. Para una documentación ampliada de los escritos de Trotsky específi-
camente referidos a Lenin, véase León Trotsky: Lenin. Buenos Aires, CEIP, 2009.
125 Véase Isaac Deutscher: Trotsky, el profeta desterrado. Obra citada. p. 215.
Vladimir Illich; al enterarse de su muerte, se desmayó y tardó
dos horas en recuperarse”126.

En ese juicio sobre el papel irremplazable de Lenin pesa la sub-


jetividad de Trotsky. Particularmente su situación política per-
sonal —en ese momento estaba derrotado y exiliado—, en la
cual debía defen-derse del culto a Stalin erigido en norma his-
toriográfica oficial en la URSS (por lo menos hasta 1956, cu-
ando Kruschev comienza el aggiornamiento del stalinismo sin
Stalin). Frente a ese culto a Stalin, Trotsky intentó reemplazarlo,
con variada suerte, reivindicando la función dirigente de Lenin.
Según Deutscher, frente al Stalin “irremplazable” Trotsky opuso
como reacción la figura de un Lenin “irremplazable”. Según el
mismo biógrafo, “Trotsky muestra al «hombre más grande de
nuestra época» como un ser falible, y así destroza el ícono de
Lenin. Con todo, él mismo se acerca a Lenin con la cabeza des-
cubierta, por decirlo así, y sin rubor alguno, lo reverencia. Pero
no incurre en la genuflexión. Le rinde un homenaje varonil, no a
un ídolo, sino al hombre tal como lo conoció”.

En su Historia de la revolución rusa Trotsky incluye una versión


enriquecida y madura de su primera exposición de la teoría de la
revolución permanente, formulada en 1906, luego de la primera
revolución rusa. Junto a esta teoría, Trotsky explicita uno de sus
principales aportes —según la evaluación de Ernest Mandel— al
acervo del pensamiento marxista: la teoría del desarrollo desigual
y combinado127. Teoría que Trotsky expone principalmente en el
primer capítulo de su obra128.
126 Véase Isaac Deutscher: Trotsky, el profeta desterrado. Obra citada. p.232.
127 Véase Ernest Mandel: Trotsky: Teoría y práctica de la revolución permanente.
[Antología de escritos de Trotsky]. México, Siglo XXI, 1983. pp.22-23.
128 Véase León Trotsky: Historia de la revolución rusa. Madrid, Sarpe, 1985
[Traducción de Andreu Nin]. Tomo I, pp.31-39 y Buenos Aires, Antídoto, 1997.
199
Tomo I, pp.13-24. Allí Trotsky habla directamente del “desarrollo desigual y com-
binado de las culturas”, en una formulación que diversos antropólogos, como Nes-
tor García Canclini y otros académicos similares han popularizado muchos años
después, sin citarlo, refiriéndose a las “culturas híbridas”, una categoría que ha
sido festejada y celebrada por el multiculturalismo académico como “una gran
novedad superadora del marxismo…” (¿¿??). (Aclaramos y alertamos que ninguna
de estas dos ediciones citadas de Trotsky es la que utilizó el Che Guevara en la gue-
Deutscher apunta, con gran sagacidad, que Trotsky utiliza el
mismo método del director de cine soviético Serguei Eisenstein,
maestro del montaje —en su épica película El acorazado Po-
temkin— para describir a las masas insurgentes en plena acción
y movimiento. La narración de Trotsky se desplaza permanente-
mente en su concepción de la revolución y en las imágenes que
emplea para mostrarla, de lo general a lo particular, para destacar
el plano singular de un gesto, una frase o un rostro individual,
volviendo inmediatamente después al plano de una toma general.
Según Trotsky, los seres humanos hacen la historia de acuerdo
a regularidades —que el marxismo clásico denomina “leyes”—
pero la hacen con conciencia y voluntad. En ningún momento,
ni como historiador ni como revolucionario, Trotsky se arrodilla
ante el determinismo mecánico. Sabe perfectamente, como tam-
bién lo sabía el Che Guevara, que sin conciencia no hay cambio
revolucionario de ningún tipo. No hay revoluciones que operen
únicamente con condiciones objetivas sin intervención subjetiva,
como tantas veces alertara Lenin129.

Como balance general de esta obra de Trotsky, Deutscher con-


cluye: “Aquí, como en el mejor pensamiento militar, el partidar-
ismo extremo y la observación escrupulosamente sobria van, en
efecto, de la mano. Para el buen soldado nada es más impor-
tante que obtener una visión realista del «otro lado de la línea»,
una visión exenta de optimismo infundado y de emoción. Trotsky,
el comandante de la insurrección de octubre, actuó sobre la base
de este principio; y Trotsky el historiador hace lo mismo. Logra
rrilla, véase más adelante las referencias precisas de esa edición particular utilizada
por el Che en su Cuadernos de lectura de Bolivia).
129 Contra mecanicistas y fatalistas ortodoxos, Lenin insiste heréticamente en
que la mera crisis económica “objetiva” no desemboca automáticamente en una
revolución social: “La sola opresión, por grande que sea, no siempre origina una
200 situación revolucionaria en un país”. Véase V. I. Lenin: “La celebración del 1º de
mayo por el proletariado revolucionario” [1913]. En V.I.Lenin: Obras completas.
Buenos Aires, Cartago, 1959-1960. Tomo XIX. pp., 218-219. Dos años más tarde,
Lenin vuelve a insistir con el papel de la subjetividad: “Porque la revolución no
surge de toda situación revolucionaria, sino solo de una situación en la que a los
cambios objetivos antes enumerados viene a sumarse un cambio subjetivo”. Véa-
se “La bancarrota de la II Internacional” [1915]. En V.I.Lenin: Obras completas.
Obra citada. Tomo XXI. p. 212.
en su imagen de la revolución la unidad de los elementos subjeti-
vos y objetivos”. Juicio que más adelante completa del siguiente
modo: “La «Historia de la revolución rusa» es la obra culmi-
nante de Trotsky, tanto en escala como en fuerza, y por ser la
expresión más plena de sus ideas sobre la revolución. Como his-
toria de una revolución, escrita por uno de sus protagonistas, es
única en la literatura mundial”130.

León Trotsky, más allá de mitos,


insultos, sectas y capillas

Eludir (y desmontar) la montaña de mitos —mayormente de


origen stalinita— que han intentado sepultar y ocultar los escri-
tos de Trotsky implica someter a discusión caracterizaciones y
prejuicios largamente sedimentados en varias corrientes de iz-
quierda: “Trotsky enemigo de la unidad”; “Trotsky divisionista
en las filas revolucionarias”; “Trotsky agitador y provocador sin
proyecto político”, etc, etc. Nadie tan odiado, tan repudiado y
al mismo tiempo tan poco leído como Trotsky. El odio hacia su
pensamiento y los insultos hacia su figura aumentan en forma
directamente proporcional al desconocimiento prejuicioso de sus
escritos.

Desde la década del ’30 hasta hoy, la escuela política de Stalin


acostumbró a sus militantes —muchísimos abnegados y sinceros
revolucionarios—, y a muchas otras corrientes influidas por sus
prejuicios, a rechazar lo que no se conocía; a insultar de plano y
por principio lo que jamás se había leído de primera mano sino
a través de los comentarios y de “lo que otros dicen que dice”. 201
Leer directamente entonces a ese diablo tan temido, a ese “heré-
tico” al interior de las filas del comunismo, implicaba en los años
’60 (y aún hoy) espantar todos los espectros y todos los fantas-

130 Véase Isaac Deutscher: Trotsky, el profeta desterrado. Obra citada. pp.207 y
216.
mas tejidos artificialmente durante décadas en el seno de las or-
ganizaciones populares revolucionarias.

Pero al mismo tiempo leer y estudiar directamente a Trotsky


presuponía en los ’60 (e implica todavía hoy) hacer un balance
crítico con el espíritu de secta (con sus panteones inexpugnables,
sus textos sagrados, sus citas escolásticas y talmúdicas, etc.) que
en nombre de su herencia ha terminado convirtiendo a Trotsky
y sobre todo a muchas de las organizaciones que en él dicen in-
spirarse en vulgares apologistas de la institucionalidad, del elec-
toralismo a toda costa, del pacifismo a ultranza, del rechazo a
ciegas de cualquier tipo de violencia insurgente y, en última in-
stancia, del culto dogmático de un pretendido “modelo univer-
sal” de revolución social extraído mecánicamente de una experi-
encia particular (la insurrección urbana de octubre de 1917 en la
Rusia de los zares y Kerensky). Como toda secta defiende los
dogmas de su pretendida liturgia sagrada con agresividad y fe
ciega, resulta dificil leer, estudiar y discutir a Trotsky escapando
de la andanada de insultos y descalificaciones (cuanto política-
mente más débil es la secta, más agresivos se vuelven su retórica
y sus insultos) que las diversas capillas supuestamente “trotskis-
tas” dirigen a quienes osan inminscuirse en sus respectivos evan-
gelios.

Haciendo oídos sordos a esas ya tradicionales amenazas de


las ortodoxias —en este caso de las sectas pretendidamente
“trotskistas”— el Che Guevara decide estudiar a León Trotsky.
Sin intermediarios, ventrílocuos ni intérpretes. Directamente a
Trotsky, ese monstruo tan temido.

202
Guevara y Trotsky, afinidades electivas,
convergencias y divergencias

Las tradiciones políticas y culturales expresan cierta continuidad


a lo largo del tiempo de concepciones políticas, lecturas estraté-
gicas y corrientes organizativas, tomas de partido (teóricas pero
también actuaciones —o falta de actuación— prácticas) que van
conformando en la lucha de clases la identidad de cuadros políti-
cos, de militantes, incluso de simpatizantes. No sólo en un país
determinado sino en continentes enteros y a veces inclusive a
nivel mundial. La cristalización y consolidación de esas tradi-
ciones se van conformando en el transcurrir del tiempo y en ellas
van decantando hechos históricos significativos que las terminan
moldeando en la memoria de las masas populares y de los mili-
tantes que en su seno actúan.

Sin embargo, las corrientes y tradiciones políticas no siempre


fueron lo que son hoy. No siempre el anarquismo y el marxismo,
para proporcionar tan sólo un ejemplo significativo, estuvieron
enfrentados en el caso europeo. Compartieron muchas veces la
misma trinchera (por ejemplo durante la Comuna de París o den-
tro de la Primera Internacional). Lo mismo sucede con el marx-
ismo y el nacionalismo revolucionario en América Latina donde
convergieron e incluso a veces llegaron a amalgamarse en varias
revoluciones (la cubana, la sandinista, etc.). O con el agrarismo y
el anarquismo (en el caso de la revolución mexicana).

Una historia profana y laica, que deje a un lado la construcción


mítica, los panteones respectivos, los textos litúrgicos, puede
encontrar vasos comunicantes y préstamos mútuos (no siempre
reconocidos y muchas veces incómodos) entre tradiciones diver-
sas que se han ido cristalizando a lo largo de décadas, olvidando
muchas veces todo lo que las emparentaba con sus primos políti-
cos —cuando no hermanos— del mismo barrio.

Algo similar sucede con las constelaciones político culturales


que se inspiran en Ernesto Che Guevara y las que provienen del 203
legado de León Trotsky.

A comienzos del siglo XXI, Celia Hart Santamaría [1962-2008],


ensayista comunista cubana hija de dos históricos revoluciona-
rios, Haydée Santamaría Cuadrado ([1922-1980] asaltante al
cuartel Moncada y fundadora de Casa de las Américas) y Ar-
mando Hart Dávalos (cofundador del Movimiento 26 de julio y
primer ministro de educación que dirige la alfabetización en la
Revolución Cubana), sacudió ortodoxias y capillas promoviendo
una especie de sincretismo político entre Trotsky y Guevara131.
Su propuesta generó inmediatamente una serie de “escándalos”,
diatribas indignadas, denuncias, personas ofendidas y polémicas
acaloradas que en general le reprochaban haber intentado cruzar
—y hacer dialogar— pensamientos diferentes a ambos lados del
río. Aunque (con justicia) famosa, la iniciativa de Celia Hart no
había sido la primera en este orden de ideas. Antes que ella, el
ensayista italiano Roberto Massari había publicado en 1987 una
biografía del Che Guevara (donde el autor compartía la perspec-
tiva del biografiado) leído en clave trotskista132.

Pero a decir verdad, si se pretende ser históricamente rigu-


rosos, la primera iniciativa que intentó recuperar el pensam-
iento teórico del Che Guevara amalgamando sus tesis, lectu-
ras, sensibilidades políticas, perspectivas y análisis con las
de León Trotsky corresponde a Michael Löwy. Primer ensay-
ista que a nivel mundial —quizás antes que los mismos cuba-
nos— reconstruyó y sintetizó la concepción teórica gene-ral del
Che, superando el clásico homenaje que lo reducía a “guerri-
llero heroico” (que sin duda lo fue). Löwy reconstruye todas las
facetas del pensamiento del Che subrayando las afinidades elec-
tivas de su propuesta política con las de León Trotsky (y otros
revolucionarios herejes, como Rosa Luxemburg, György Lukács
y Vladimir I. Lenin)133.
131 Gran parte de sus ensayos y artículos fueron reunidos en el libro de Celia
Hart: Apuntes revolucionarios. Cuba, Venezuela y el socialismo internacional.
Buenos Aires, ediciones Fundación Federico Engels, 2006.
132 Véase Roberto Massari: Che Guevara. Pensamiento y política de la utopía
[Italia, 1987]. Tafalla, Editorial Txalaparta, 2004 [Traducción de José María Pérez
204 Bustero].
133 Véase Michael Löwy: El pensamiento del Che Guevara [París, François Maspero,
1970, traducido por primera vez al castellano México, Siglo XXI, 1971]. México, Si-
glo XXI, 2004. Recientemente Löwy —junto con un joven dirigente trotskista fran-
cés y con un posfacio del filósofo Daniel Bensaïd— le ha dedicado un nuevo libro
al Che en la misma perspectiva de aquel trabajo fundacional de los años ‘70. Véase
Michael Löwy y Olivier Besancenot: Che Guevara: Une braise qui brûle encore.
París, Mille et une nuits, 2007.
Quizás sin el vuelo teórico y erudito de Löwy ni la prosa cauti-
vante de Celia Hart, los líderes insurgentes Mario Roberto San-
tucho y Miguel Enríquez (el primero argentino del PRT-ERP, el
segundo chileno del MIR) intentaron realizar algo similar cu-
ando publicaron el primer editorial de la revista Che Guevara,
órgano de la Junta de Coordinación Revolucionaria (JCR) del
Cono Sur en 1974134.

Pero todo eso es historia posterior.

Ahora bien, ¿qué actitud tenía el Che Guevara —él mismo, cuan-
do estaba vivo, no sus seguidores, admiradores o continuadores
posteriores— frente a Trotsky?

Aparentemente existe una actitud ambivalente del Che en rel-


ación con el trotskismo. Las posiciones de Guevara coinciden
con muchos de los núcleos teóricos fundamentales del pensa-
miento de León Trotsky. Por ejemplo, encontramos una notable
convergencia de perspectivas en los siguientes ejes: (1) La con-
cepción de la revolución concebida como un proceso ininterrum-
pido y permanente, opuesto a la concepción de la revolución
por etapas; (2) el carácter socialista que asume la revolución
en los países atrasados, subdesarrollados, coloniales, semicolo-
niales y dependientes; (3) la combinación de diversos tipos de
relaciones sociales en los países subdesarrollados, producto del
desarrollo desigual del capitalismo en su fase imperialista; (4) el
internacionalismo proletario como criterio central para funda-
mentar la revolución mundial (criterio que se opone a congelar la
revolución en un solo país y priorizar su «Razón de Estado»); (5)
la sospecha, la oposición y el cuestionamiento de todo “tránsito
pacífico” y toda vía parlamentaria al socialismo; (6) la lucha
cotidiana contra toda detención y toda burocratización de los 205
134 Véase “A los pueblos de América Latina”. Publicado en Che Guevara N°1,
Revista de la Junta de Coordinación Revolucionaria (JCR), Buenos Aires, noviem-
bre de 1974. En una perspectiva política no muy diferente a la de Robi Santucho
y Miguel Enríquez, donde guevarismo y trotskismo se amalgaman y sintetizan en
clave latinoamericanista, Michael Löwy (con el seudónimo de Carlos Rossi) escri-
be en 1972: La revolución permanente en América Latina. Publicada en Buenos
Aires, Cuadernos Rojos, 1974.
procesos revolucionarios; (7) la crítica del realismo socialista
como doctrina estética oficial impuesta por decreto a los artistas
e intelectuales y, finalmente, (8) el papel fundamental atribuido a
la cultura y a la conciencia en la creación de la nueva sociedad.

Evidentemente, si se realiza aunque sea un mínimo ejercicio de


comparación en todos estos campos, la coincidencia de intereses
comunes, perspectivas y posiciones análogas se torna abruma-
dora. Hay entre ambos pensamientos algo así como una afinidad
electiva, un mismo ángulo de perspectiva, un subsuelo en común.

Sin embargo, el Che jamás se define como trotskista. Expresa


frente a Trotsky una actitud atenta pero al mismo tiempo ex-
pectante. Esto sucede porque también mantiene reservas y dife-
rencias frente a algunas tesis trotskistas clásicas. Principalmente
en los siguientes planos: (a) la supuesta centralidad de la revolu-
ción proletaria europea; (b) el papel limitado de la autodefensa
sindical y la milicia obrera de autodefensa como eje del arma-
mento del proletariado y (c) la estrategia política concentrada en
la insurrección rápida y a corto plazo. Afinemos el lápiz, ajust-
emos la apertura del diafragma e intentemos reflexionar más en
detalle:

(a) Cierta centralidad otorgada por Trotsky (y por gran parte del
marxismo clásico) a la revolución europea, entendida como eje
articulador, sostén principal y núcleo privilegiado de la revolu-
ción mundial. Esa confianza desmedida de Trotsky en el prole-
tariado urbano, industrial y fabril de las grandes metrópo-
lis más desarrolladas del capitalismo occidental es matizada
notablemente por el Che quien, más de dos décadas después
del asesinato de Trotsky [1940], y en pleno euforia y auge de
206 la estrategia de dominación capitalista condensada en el “Esta-
do de bienestar” de posguerra, alerta sobre los mecanismos de
cooptación y neutralización empleados por el imperialismo para
moderar, paralizar, institucionalizar, subordinar y hegemonizar
a la clase trabajadora de las metrópolis. Ante esta neutralización
—asentada materialmente en la cesión de pequeñas cuotas de
plusvalor obtenido en el intercambio desigual con el mundo peri-
férico y el saqueo de los países coloniales y semicoloniales— el
Che Guevara defiende una perspectiva de la revolución mundial
donde el terreno principal de lucha anticapitalista y la confron-
tación fundamental con el imperialismo se traslada al Tercer
Mundo (Asia, África y América Latina).

Es cierto que una parte importante de la reflexión de Trotsky gira


en torno a la Revolución Rusa que no se produjo precisamente
en un país totalmente desarrollado. Además, hacia el final de su
vida, Trotsky escribió que “la perspectiva de la revolución per-
manente no significa en ningún caso que los países atrasados de-
ban esperar la señal de los países avanzados, ni que los pueblos
coloniales deban esperar pacientemente a que el proletariado de
los centros metropolitanos los libere. ¡Ayúdate a ti mismo! [“El
que se ayuda consigue ayuda” dicen otras traducciones. N.K.]
Los obreros deben desarrollar la lucha revolucionaria en todo
país, colonial o imperialista, donde se hayan dado condiciones
favorables, y, a través de ello, ofrecer un ejemplo a los obreros
de otros países”135. Aunque esto es cierto, sin embargo creemos
que en el pensamiento íntimo de Trotsky la principal esperanza
de sostén de la revolución mundial sigue depositada en la revolu-
ción de los países capitalistas occidentales desarrollados.

¿Cómo explicarlo? Trotsky era lúcido y sumamente informado.


Tenía una visión integral de la política mundial. ¿Por qué entonc-
es seguir manteniendo esa confianza infundada y no demostrada
empíricamente? Creemos que una de las razones posibles estriba en
la centralidad otorgada por este dirigente al desarrollo de las fuer-
zas productivas en los grandes países capitalistas metropolitanos.
Ellos estarían de algún modo llamados a ocupar el centro de la
escena del drama mundial porque allí es donde las fuerzas pro-
ductivas están más desarrolladas, aunque “incidentalmente” una 207
revolución pueda haberse iniciado en un país periférico, atrasado
y signado por el desarrollo desigual y combinado. Las esperan-
zas en la inminencia de la revolución alemana que mantenían los
bolcheviques no son ajenas a esa concepción de la historia.
135 Texto correspondiente al “Manifiesto de la Conferencia de Emergencia de la
Cuarta Internacional” [mayo de 1940]. En la web: http://www.ceip.org.ar/
En cambio, el Che Guevara propone analizar la dialéctica entre
las fuerzas productivas y las relaciones de producción desde un
ángulo más flexible y dinámico, tomando en cuenta la posibilidad
histórica de que en ciertos momentos las relaciones de producción
se adelanten a las fuerzas productivas136, generando, en el caso
del Che, una concepción de la historia mundial no eurocéntrica
ni occidentalista. Por lo tanto, el Che propone una reconceptu-
alización global de la concepción materialista de la historia para
poder pensar las revoluciones de la periferia del sistema capital-
ista mundial (donde no siempre las fuerzas productivas están tan
adelantadas como en los países capitalistas metropolitanos). En
ese sentido, la polémica con Charles Bettelheim y los partidarios
del cálculo económico no fue sólo “económica”. Abarcó también
las diferentes maneras de comprender la concepción materialista
de la historia. En ese tipo de argumentaciones hay que buscar las
raíces de esta diversidad de ópticas y de ángulos de análisis entre
Guevara y Trotsky, más que en evaluaciones políticas puntuales
de coyuntura.

(b) Asimismo, es más que probable que Guevara echara de me-


nos en la corriente inspirada por Trotsky137 una práctica política
136 Véase el análisis de esta argumentación, desarrollada por el Che en el
debate “económico” de 1963-1964, en nuestro Ernesto Che Guevara: El sujeto y el
poder. Obra Citada. También pueden consultarse los textos del Che en Ernesto Che
Guevara y otros: El gran debate sobre la economía en Cuba. Bogotá-La Habana,
Ocean Sur, 2007.
137 En este caso diferenciamos a Trotsky de la mayoría de sus epígonos poste-
riores ya que el dirigente bolchevique creó nada menos que el Ejército Rojo. Gran
parte de sus supuestos seguidores en cambio han marcado habitualmente distan-
cia —salvo honradas excepciones que no terminaron predominando— frente a las
experiencias prácticas de insurgencia y violencia popular organizada. Entre esas
honrosas excepciones no habría que olvidarse de Raymond Molinier, combatiente
y hombre de acción, persona de confianza y mano derecha de Trotsky —coinsi-
guiéndole su “infraestructura” mediante “procedimientos no siempre acordes con
208 la moral burguesa en curso”— a quien acompañó a lo largo de todo su periplo de
exilio. Años después, exiliado en Argentina, Molinier, viejo conspirador y colabo-
rador personal de Trotsky, asumiendo el nombre de guerra “Marcos” o “el viejo
Marcos” no se integró a ninguno de los grupos “trotskistas” que tanto insultaron
al Che Guevara y a la insurgencia armada (con una petulancia y una soberbia que
provoca como mínimo vergüenza ajena) sino a los circuitos clandestinos del Parti-
do Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-
ERP). Su compañera fue secuestrada, torturada y desaparecida en la ESMA por
que priorice la lucha político-militar por el poder revoluciona-
rio como estrategia central de lucha. Desde ese punto de vista,
estrictamente delimitado, debe comprenderse la polémica afir-
mación del Che expresada a su círculo íntimo de compañeros del
Ministerio de Industrias: “los trotskistas no han aportado nada
al movimiento revolucionario en ningún lado y donde hicieron
más, que fue en Perú, en definitiva fracasaron porque los métodos
son malos. Y aquel compañero, Hugo Blanco [dirigente de las li-
gas campesinas de Perú, de orientación trotskista. Nota de N.K.],
personalmente un hombre sacrificado, como parte de una serie
de ideas erróneas, pues va a un fracaso necesariamente”138. Evi-
dentemente, en esta controvertida afirmación, el Che se refiere
exclusivamente a la cuestión específica de la estrategia político-
militar y no al conjunto del pensamiento político trotskista. Por
eso, en esa aseveración crítica, menciona a Hugo Blanco quien
defendía una estrategia político-militar centrada en la milicia
sindical campesina —desarrollada en Perú entre 1961 y 1964—.
Esta estrategia político-militar tenía por objetivo principal acom-
pañar la toma de tierras y la autodefensa campesina. Para ello
Hugo Blanco sostenía que “cuando el grupo armado logra gran-
jearse la confianza y el apoyo de las masas, pierde su caráct-
er nómada para instalarse en un mismo sitio”139. Guevara no
compartía ese tipo de posiciones. La insurgencia debía moverse
permanentemente, a riesgo de sucumbir. Además, el Che dife-
renciaba claramente una lucha sindical, de tipo reivindicativo,
cuyas formas de confrontación —incluso violenta— suelen no
rebasar el nivel de la autodefensa, de una lucha político-militar,
de carácter estratégico y con vocación de poder, que en sus mo-

los esbirros del almirante Massera y el general Videla. Véase Raymond Moliner:
Trotsky 50 años después. Memorias de un militante trotskista. Buenos Aires, Letra
Buena, 1992.
209
138 Véase El Che en la revolución cubana. La Habana, Ministerio del azúcar,
1966. Tomo VI. [Tomo correspondiente a las actas del Ministerio de Industrias,
edición preparada en vida del Che por Orlando Borrego y Enrique Oltuski]. Frag-
mento reproducido en nuestro libro Introducción al pensamiento marxista. Buenos
Aires, La Rosa Blindada, 2003. Apéndice “Polémicas en un viaje a Moscú”. p.201.
139 Véase Hugo Blanco: “¿Milicia o guerrilla? [7/4/1964]. En Michael Löwy: El
marxismo en América Latina. [Antología]. México, ERA, 1982. p. 395.
mentos de avance y ofensiva sobre el régimen burgués supera
largamente la mera autodefensa.

Si el tema central que el Che tenía en mente al hacer esta afir-


mación polémica hubiera sido la sociología de la revolución, la
historiografía de los procesos anticapitalistas, el carácter de las
futuras transformaciones en América Latina, la polémica sobre la
transición al socialismo, el tema de la burocracia, el internacio-
nalismo proletario, la problemática de la enajenación, etc. ,etc.,
etc., no hubiese tenido sentido mencionar centralmente a Hugo
Blanco, quien a pesar de ser un gran militante y un abnegado
luchador popular, nunca fue un teórico de relieve mundial como
para tomarlo como objeto de crítica.

Es sumamente probable que, al formular esa crítica, el Che tuvi-


era en mente mucho más la ausencia de una clara política de pod-
er en las principales corrientes de inspiración trotskista de inicios
de los años ’60 que al propio fundador de esta tradición política.
Porque Guevara seguramente sabía que Trotsky fue el presidente
del Comité Militar Revolucionario del Soviet de Petrogrado que
organizó la insurrección de octubre. Además, luego de la toma
del poder, más precisamente el 13/3/1918, por iniciativa de Len-
in se le encomienda a Trotsky la formación de un ejército revo-
lucionario. De este modo, Trotsky se convirtió en el fundador
y organizador del Ejército Rojo que venció a catorce potencias
extranjeras que invadieron la URSS durante la guerra civil. El
Che Guevara, quien no era precisamente un “desinformado” o
un improvisado en cuestiones de marxismo y de historia de las
revoluciones, seguramente conocía de primera mano todo esto.
No obstante, resulta plausible suponer que lo que el Che critica
en la corriente inspirada en Trotsky consiste en haber “olvidado”
210 ese papel inicial jugado por su fundador y en haber terminado
por rechazar a priori y sin mayor análisis cualquier tipo de lucha
político-militar en cualquier parte del mundo que excediera el
estrecho límite de la autodefensa sindical.

¿Qué era lo que, en tiempos del Che Guevara, algunas de las


principales corrientes trotskistas reivindicaban del pensamiento
de Trotsky en este terreno? Principalmente aquellos pequeños
fragmentos de El programa de transición (la agonía del capi-
talismo y las tareas de la Cuarta Internacional)140 —nombre del
Manifiesto inaugural de la Cuarta Internacional, redactado en
septiembre de 1938— donde Trotsky recomendaba, para frenar
al fascismo, la formación de “milicias obreras de autodefensa”.
En esos escasos fragmentos y pasajes, no se profundizaba de
ningún modo en la cuestión. Sólo se hablaba en general de “de-
stacamentos de obreros armados que sientan tras de sí el apoyo
de millones de trabajadores” y se reivindicaba, siempre en gen-
eral, “el armamento del proletariado” como “factor integrante
indispensable de la lucha emancipatoria”. La formulación era
tan indeterminada, vaga y genérica que se afirmaba lo siguiente:
“Cuando el proletariado lo quiera, hallará los caminos y medios
para armarse”141. A pesar de este tipo de generalidades, innega-
blemente impregnadas de espontaneísmo e incluso de improvi-
sación, gran parte de las corrientes inspiradas en el trotskismo
adoptaron esa formulación como el pensamiento político oficial
del trotskismo en temas insurreccionales y político militares. Es
más que plausible que, en su crítica puntual de 1964, el Che Gue-
vara estuviera haciendo referencia a esa falencia y a esa notoria
laguna teórica y política de notables consecuencias prácticas en
América Latina.

Junto a aquella formulación demasiado genérica del Programa


de transición, esencialmente correcta pero todavía indetermi-
nada y abstracta, algunas corrientes que se sentían “herederas”
de Trotsky solían susurrar el título del volumen Terrorismo y
comunismo [1920] agitándolo como una piedra filosofal fantas-
mal, como una doctrina, supuestamente “marxista ortodoxa”,
contra la herejía del guevarismo y la insurgencia en la revolu-
ción latinoamericana. De este modo, apelaban al nombre y a la 211
autoridad de Trotsky para conjurar, rechazar y condenar la su-
puesta apología del «terror rojo» de la corriente insurgente y su
estrategia de poder a escala continental (y mundial). Sin embar-
140 Véase León Trotsky: El programa de transición. Buenos Aires, El Yun-
que, 1983.
141 Véase León Trotsky: El programa de transición. Obra citada. pp. 34-35.
go, cualquier lector desprejuiciado (dejando una vez más a un
lado del camino la montaña de mitos, insultos, y vociferaciones
seudodoctrinarias) que recorra las páginas de Terrorismo y co-
munismo142 no encontrará en ningún momento lo que los preten-
didos “discípulos” e “interpretes” del autor enarbolaban como
supuesta receta ortodoxa contra el guevarismo. Allí Trotsky se
defiende, polemizando con Karl Kautsky y otros críticos de la
revolución rusa, mientras realiza una encendida defensa de la
violencia revolucionaria a lo largo de la historia. No sólo para el
caso de la revolución socialista sino también para las revolucio-
nes burguesas. En ningún momento Trotsky analiza allí el papel
de la violencia política en América Latina. Se refiere prioritari-
amente a Rusia y a las sociedades europeas. El grueso del volu-
men está dedicado a defender el poder soviético y la decisión
de su dirección política de enfrentar y reprimir violentamente a
la burguesía contrarrevolucionaria. Para Trotsky el “terror rojo”
que los bolcheviques ejercen contra los Ejércitos invasores y la
burguesía contrarrevolucionaria interna es “la continuidad de la
insurrección armada” que los llevó al poder. Pretender extraer de
Terrorismo y comunismo una u otra frase aislada para oponerla al
pensamiento revolucionario del Che Guevara (o de Fidel, Roque
Dalton, Manuel Marulanda o de cualquier revolución anticapital-
ista del Tercer Mundo) no puede ser más que una estafa política
de baja categoría. Vale la pena leer entero ese volumen de Trotsky
para corroborarlo por cuenta propia y dejar de creer ingenuamente
en “lo que otros me dijeron que dice”.

Si la afirmación crítica del Che sobre el trotskismo hubiera tenido


alcance general, no se entendería porqué lo invita a Ernest Man-
del a participar de la polémica sobre la teoría del valor y las cat-
egorías mercantiles en la transición al socialismo (dicho sea de
212 paso, en esa polémica del Che con Charles Bettelheim y Carlos
Rafael Rodríguez, Mandel apoyó las posiciones de Guevara...,
mientras este último publica la intervención de Mandel en la re-
vista del Ministerio de Industrias143). No era entonces la totalidad
142 Véase León Trotsky: Terrorismo y comunismo (Anti Kautsky). México, Juan
Pablos editor, 1972.
143 Véase el análisis de este debate, en nuestro Ernesto Che Guevara: El sujeto y
del pensamiento trotskista lo que cuestionaba Guevara; su acti-
tud ante la intervención de Mandel en la polémica económica lo
deja bastante en claro.

(c) En el pensamiento político de Trotsky (al menos como lo ex-


pone en su Historia de la revolución rusa) tiende a predominar
una estrategia insurrecionalista de toma del poder de tipo rápido
por parte de los revolucionarios, como sucedió en la experiencia
histórica sobre la que reflexiona Trotsky: la revolución rusa de
octubre de 1917. Todos los historiadores acuerdan que al Comité
Militar Revolucionario —presidido por Trotsky— no le llevó
más que unas pocas horas apoderarse de los principales centros
de poder de la burguesía rusa (el Palacio de Táurida, las ofici-
nas de correos y las estaciones de ferrocarril, el Banco Nacional,
las centrales telefónicas, las plantas de energía eléctrica, entre
otros). A esta insurrección rápida sucedió la toma del poder y,
más tarde, la creación de un ejército revolucionario (cuyo prin-
cipal comisario político fue V.A.Antonov Ovseenko, quien había
dirigido la toma del Palacio de Invierno). En Rusia primero hubo
una insurrección, luego se tomó el poder y recién después de eso
los trabajadores y el pueblo formaron su propio ejército.

En el pensamiento político del Che Guevara —centrado no en la


Rusia zarista de 1917 sino en las condiciones de América Latina
bajo dominación económica, política y militar norteamericana—
tiende a predominar, en cambio, un tipo de estrategia de largo
plazo, basada en la guerra popular prolongada que combina to-
das las formas de lucha, con un ejercicio de planificación donde
se combinan las acciones clandestinas de sabotaje urbano, lucha
sindical y estudiantil con la insurgencia rural. La construcción
de un poder revolucionario y una fuerza político-militar capaz de
confrontar con los aparatos de represión latinoamericanos (apoy- 213
ados y asesorados por las Fuerzas Armadas norteamericanas a
través de todo un sistema de bases militares) no podía hacerse
después de tomar el poder sino antes, pensaba Guevara. La pres-
el poder. Obra Citada. También pueden consultarse la intervención de Mandel en
Ernesto Che Guevara y otros: El gran debate sobre la economía en Cuba. Obra
citada.
encia aplastante del imperialismo yanqui en nuestra América,
alertado desde 1959 y dispuesto a no permitir “nuevas Cubas”,
obligaba a asumir el desafío de enfrentar a los aparatos de repre-
sión con una fuerza político-militar construida desde antes de la
toma del poder (es más, el Che pensaba que sin la conformación
e intervención de esta fuerza era imposible tomar el poder en
América Latina).

Esta disímil caracterización del pensamiento estratégico entre


Guevara y Trotsky seguramente podría explicarse a partir del ter-
reno de lucha principal que cada uno observa como prioritario.
No resultan casuales esas innovaciones defendidas por Guevara
ya que en su lectura política de la revolución mundial el esce-
nario principal de confrontación se había desplazado al Tercer
Mundo, constituido por países capitalistas insertos en el sistema
mundial, subdesarrollados y dependientes, con gran atraso rural
y una numerosa población campesina (mucho más numerosa, to-
davía, si se la compara con las grandes capitales europeas en las
que Trotsky depositaba prioritariamente —aunque no exclusiva-
mente— sus esperanzas para futuras revoluciones).

Cabe aclarar, para evitar confusiones, que aunque difirieran en


este tipo de consideraciones estratégicas, tanto Guevara como
Trotsky concebían a la revolución socialista como una lucha de
masas. (Nada más lejos del pensamiento político del Che que la
caricatura “foquista” que algunos han querido, maliciosamente,
endilgarle144. La lucha de masas y la lucha político-militar in-
surgente no son dicotómicas ni incompatibles. No sólo en el
pensamiento del Che. También en el de los bolcheviques. En ese
sentido, por ejemplo, vale la pena consultar y leer los escritos de
Lenin sobre la guerra de guerrillas, donde queda absolutamente
214 en claro que los bolcheviques, aunque rechazaban la acción ter-
rorista aislada, defendían la lucha armada como eje prioritario de
la combinación de todas las formas de lucha. ¡Terrorismo y lucha
armada no son sinónimos! (como nos quiere hacer creer la CIA
o el Pentágono y su voz mediática, la CNN). En ese punto, no
144 Véase nuestro trabajo: “¿Foquismo?”. En Ernesto Che Guevara: El sujeto y el
poder. Obra Citada.
existen diferencias de fondo entre el Che Guevara, Fidel, Lenin,
Trotsky, Mao, Marulanda, Giap o Ho Chi Minh (aunque sí man-
tengan criterios distintos sobre el territorio y las formas y ritmos
de aplicación).

Si realizamos una evaluación de conjunto sobre la relación


Guevara-Trotsky, podemos apreciar que existe entre ambos todo
un horizonte de coincidencias de fondo y también, divergen-
cias puntuales. Esta es la razón por la cual el Che nunca adhiere
completamente al trotskismo ni se declara trotskista. Identifica
en Trotsky a un actor directo de la revolución bolchevique (como
él mismo se encarga de apuntar en sus escritos de Bolivia) y a
alguien de quien adopta numerosas enseñanzas, principalmente
de sus reflexiones sobre los países atrasados, coloniales y semi-
coloniales. Pero siempre evaluadas a través del prisma de la
revolución en el Tercer Mundo, de sus necesidades y problemas
estratégicos más urgentes. El Che jamás adopta una sola tesis de
Trotsky de modo acrítico. Exactamente el mismo criterio utiliza
con Lenin, a quien se anima, igualmente, a criticarlo —princi-
palmente por la NEP—, o incluso con Marx y Engels, a quienes
también les reprocha a lo largo de sus escritos alguna que otra
inconsecuencia puntual —por ejemplo, algunas controvertidas
opiniones de Engels sobre las razas o los “pueblos sin historia” y
algunas opiniones de Marx sobre América Latina—). Las obser-
vaciones del Che siempre intentan matizar y ver toda la gama de
colores intermedios, cuando está de acuerdo y cuando comparte.
Ese es su estilo de trabajo teórico.

Aunque mantuviera diferencias puntuales con Trotsky, jamás


estuvo dispuesto a aceptar la censura stalinista ni el intento de
borrar a Trotsky de la faz de la tierra (no sólo a través del ases-
inato sino también borrándolo literalmente de las fotografías y 215
anulando su presencia en la bibliografía marxista).

En varias ocasiones se queja de la inexplicable “desaparición”


de Trotsky en la bibliografía marxista oficial. Por ejemplo, en
una reunión del Ministerio de Industrias donde relata sus polémi-
cas en Moscú (donde lo acusaron de trotskista y de revisionista),
el Che formula críticas a la concepción político-militar de la
corriente trotskista, pero al mismo tiempo, refiriéndose concre-
tamente a Trotsky, señala: “Opinión que haya que destruirla a
palos es opinión que nos lleva ventaja a nosotros. Eso es un
problema que siempre debemos hacer. No es posible destruir las
opiniones a palos y precisamente es lo que mata todo el desar-
rollo, el desarrollo libre de la inteligencia. Ahora, sí está claro
que del pensamiento de Trotsky se puedan sacar una serie de
cosas”145. Luego de este reconocimiento, que resume la actitud
central de Guevara hacia Trotsky, el Che le hace críticas. El con-
texto en el que se inscriben aquellas afirmaciones es defensivo.
Como él mismo aclara, el Che se está defendiendo allí de una
acusación (proveniente de los soviéticos). Y ese contexto de
ataque e increpación de algún modo marca el tono elegido por
Guevara para formular sus críticas. Sin embargo, a pesar de que
esa circunstancia lo condiciona (porque no es lo mismo analizar
en forma relajada a un pensador que tener que hacerlo en medio
de una acusación impugnatoria y más si proviene de otro Es-
tado, tan poderoso entonces como la Unión Soviética), Guevara
explícitamente rechaza el procedimiento stalinista de “destruir
las opiniones a palos”. En otra ocasión, en una carta a Armando
Hart enviada desde Dar-Es-Salaam, Tanzania, el 4 de diciembre
de 1965, donde resume grandes líneas de un plan de estudios
de la filosofía, la política y la economía política, le dice a su
interlocutor que, junto a muchos otros marxistas y pensadores
anteriores y posteriores al marxismo que deberían estudiarse,
“[también] debía estar tu amigo Trotsky, que existió y escribió,
según parece”146.

Coronando entonces esa prolongada afinidad electiva y esa de-


tallada relación de lectura, aprendizaje, apropiación y balance
216 crítico sobre el dirigente bolchevique, el Che Guevara elige leer
en Bolivia los dos gruesísimos volúmenes —tomo primero: 553
páginas; tomo segundo: 764 páginas— de la Historia de la revo-
145 Véase El Che en la revolución cubana. Obra citada. Tomo VI. Fragmento
reproducido en nuestro libro Introducción al pensamiento marxista. Obra citada.
Apéndice “Polémicas en un viaje a Moscú”. p.201.
146 Véase nuestro Ernesto Che Guevara: El sujeto y el poder. Obra Citada.
lución rusa de Trotsky. Junto a esta obra, también lee y repro-
duce en sus Cuadernos de lectura de Bolivia fragmentos de Lit-
eratura y revolución, La revolución traicionada y La revolución
permanente, extractados y compilados en la antología comen-
tada de Wright Mills. De los tres últimos trabajos, en el caso de
La revolución permanente sería más preciso dejar registrado que
lo lee por segunda vez porque, según el testimonio del militante
peruano Ricardo Napurí —quien tuvo vínculos con el Che du-
rante los primeros tiempos de la revolución en Cuba, desde 1959
a 1964, preparando contactos con otros sectores revolucionarios
sudamericanos, principalmente peruanos y argentinos—, Gue-
vara ya habría leído La revolución permanente de León Trotsky
en el año 1960. El mismo Napurí le habría acercado, personal-
mente, este libro al Che al Banco Nacional de Cuba y, a los pocos
días, habrían mantenido un diálogo sobre el texto ya leído por
Guevara147.

El Che Guevara lector


de Trotsky en Bolivia

De La revolución permanente incorporada por Wright Mills a


su antología, Guevara reproduce en sus Cuadernos de lectura
cuatro largos fragmentos. No los comenta, sólo los anota en su
cuaderno. Le llama la atención cuatro ideas clave y formulacio-
nes centrales del pensamiento político de Trotsky:

1) En la revolución permanente el proceso no se detiene en la


etapa democrática, sino que pasa de forma ininterrupida a reivin-
dicaciones de carácter socialista;
217
2) Según el internacionalismo la revolución socialista implan-
tada en un país no es un fin en sí mismo, sino únicamente un
eslabón de la cadena internacional. La revolución internacional
147 Véase entrevista de José Bermúdez y Luis Castelli a Ricardo Napurí. En Re-
vista Herramienta N°4, Buenos Aires, 1997 y el comentario sobre la misma en
nuestro Ernesto Che Guevara: El sujeto y el poder. Obra Citada.
representa de suyo, pese a todos los reflujos temporales, un pro-
ceso permanente;

3) En los países de desarrollo capitalista atrasado, coloniales y


semicoloniales, la emancipación nacional sólo se puede conqui-
star mediante la dictadura del proletariado, pero para resolver al
mismo tiempo el problema agrario y nacional durante la revolu-
ción democrática se deben tejer alianzas del proletariado con los
campesinos;

4) La revolución socialista no es sólo un asunto de un país aisla-


do, sino un problema internacional, necesariamente debe ir más
allá del país donde el proletariado inicialmente tomó el poder.

Para un lector que se esfuerce por dejar al costado prejuicios,


tradiciones sedimentadas y estancas, la montaña de insultos ha-
bituales y otros obstáculos epistemológicos similares no resulta
forzado visualizar que esos núcleos teóricos de La revolución
permanente que él reproduce en sus Cuadernos de lectura de
Bolivia coinciden con la perspectiva que el propio Che Guevara
siempre defendió en sus proclamas políticas al interior de la Rev-
olución Cubana, sus ensayos, sus discursos y artículos, incluso
sus intervenciones en eventos internacionales.

Siempre dentro de la antología de Wright Mills, en el caso del


libro de Trotsky Literatura y revolución (que en su versión origi-
nal venía acompañado de una carta de Antonio Gramsci sobre el
futurismo italiano), Guevara sólo extracta de allí un fragmento.
Está referido al vínculo entre arte y naturaleza. En él Trotsky
escribe que “el goce pasivo de la Naturaleza será proscrito del
arte”. Probablemente al Che Guevara le haya llamado la atención
porque allí se insinúa una crítica al realismo socialista —mayor-
218
mente basado en el naturalismo del siglo XIX adoptado como
norma universal— que él mismo había cuestionado con nombre
y apellido en su ensayo “El socialismo y el hombre en Cuba”148.

148 Véase Ernesto Che Guevara: “El socialismo y el hombre en Cuba”. En El so-
cialismo y el hombre nuevo [Antología]. México, Siglo XXI, 1987.
Por último, siempre dentro de la antología de Wright Mills, el
Che reproduce tres fragmentos de La revolución traicionada
centrados en las siguientes formulaciones de Trotsky:

1) Siendo una figura de segundo plano ante las masas y ante la


revolución, Stalin se reveló como el jefe indiscutido de la buro-
cracia;

2) Con un criterio marxista de clase, a la burocracia soviética


debe definírsela de manera detallada, como “la única capa social
privilegiada y dominante” en el régimen soviético (ya que asume
costumbres burguesas sin contar con una burguesía nacional),
marcando sus diferencias específicas con la burocracia en el fas-
cismo y en las sociedades del capitalismo occidental;

3) El régimen social y político de la Unión Soviética constituye


una fase intermedia entre el capitalismo y el socialismo, dentro
de ese marco ¿cuál será el porvenir de la burocracia?, se pre-
gunta Trotsky, respondiendo que a largo plazo entrará en contra-
dicciones con la clase obrera soviética sobre cuyos hombros se
apoya149.

En estos tres casos de fragmentos de La revolución traicionada,


extractados y reproducidos por el Che Guevara, no aparecen co-
mentarios. Sólo los reproduce en sus Cuadernos de lectura de
Bolivia. Dichos fragmentos pueden servir como índice y como
pista para hacer observable las preocupaciones del Che, quien
para esa época —por lo menos desde 1965, sino antes— ya venía
elaborando una meditada y extensa reflexión sobre la sociedad
soviética como tipo específico de sociedad híbrida y en tran-
sición que, según su óptica, estaba regresando al capitalismo150.
149 Cuando Trotsky realiza esta descripción de la burocracia soviética (en La re-
volución traicionada) y se pregunta por el porvenir de su régimen social y político
219
formula un diagnóstico y una especie de vaticinio: “la evolución de las contradic-
ciones acumuladas puede conducir al socialismo o lanzar a la sociedad al capita-
lismo”. Nada diferente a las opiniones del Che.
150 Las referencias del Che Guevara a la caracterización de la Unión Soviética
como sociedad híbrida entre el capitalismo y el socialismo pueden encontrarse en
sus Apuntes críticos a la economía soviética. Allí emplea la formulación “híbrido
formado en la economía soviética”. Obra citada. p.134; también escribe “hibrida-
Pero aunque el Che lee y extracta esas diversas obras de Trotsky
de la antología de Wright Mills, en Bolivia su mayor atención
está dedicada a leer, estudiar en detalle y extractar numerosos
fragmentos y pasajes de los dos tomos de su Historia de la revo-
lución rusa.

La edición de la Historia de la revolución rusa que lee, extracta y


anota el Che Guevara en Bolivia (¿conseguida a través de Pom-
bo?) sigue la traducción al castellano del dirigente español An-
dreu Nin (también asesinado por el stalinismo).

El Che la lee en una edición argentina que es la que se entonces


se consigue en Bolivia. Había sido publicada en los años 1962 y
1963 por la editorial Tilcara (en la que se agregan a la edición es-
pañola siete nuevos capítulos omitidos en aquella, traducidos por
Jorge Enea Spilimbergo). Las dos portadas del libro —el primer
tomo tiene 553 páginas y el segundo 764— llevaban ilustracio-
nes del pintor argentino Ricardo Carpani151. Esa edición estaba
prologada por el escritor argentino Jorge Abelardo Ramos (prin-
cipal ensayista de la izquierda nacionalista argentina que, al final
de su vida, terminó siendo embajador en México del populista
neoliberal Carlos Saúl Menem). El Che no hace siquiera men-

ción del sistema económico”, siempre refiriéndose a la URSS. Obra citada. p.213;
y sobre todo cuando expresa su balance general sobre las tendencias imperantes en
la URSS en 1965: “Las últimas revoluciones económicas de la URSS se asemejan
a las que tomó Yugoslavia cuando eligió el camino que la llevaría a un retorno
gradual al capitalismo. El tiempo dirá si es un accidente pasajero o entraña una
definida corriente de retroceso. Todo parte de la errónea concepción de querer
construir el socialismo con elementos del capitalismo sin cambiarles realmente la
significación. Así se llega a un sistema híbrido que arriba a un callejón sin salida
o de salida difícilmente perceptible que obliga a nuevas concesiones a las palan-
cas económicas, es decir al retroceso”. Obra citada. p.125. En cuanto a Stalin, allí
el Che identifica “el tremendo crimen histórico de Stalin: el haber despreciado la
220 educación comunista e instituido el culto irrestricto a la autoridad”. Obra citada.
p.214 (adviértase que Guevara no le cuestiona a Stalin “el culto a su personalidad”,
como solía repetir Kruschev —dando por sentado que sin el individuo Stalin el
sistema estaba perfecto—, sino “el culto a la autoridad”, típico de todo sistema
burocrático).
151 Esa edición argentina empleada por el Che en Bolivia corrige y amplia la
edición y traducción de Andreu Nin i Pérez, publicada por la editorial Cenit de
Madrid en 1932.
ción ni anota nada del prólogo de Ramos en sus Cuadernos de
lectura de Bolivia.

El Che Guevara lee los dos tomos por separado, intercalando


entre ambos la lectura de otros libros, como el del profesor so-
viético Rosental Categorías del materialismo dialéctico y el del
intelectual boliviano Jorge Ovando Sobre el problema nacional
y colonial de Bolivia. Una vez que termina estos dos textos (ha-
ciendo el balance respectivo de cada uno), sigue otra vez con la
Historia de la revolución rusa, leyendo entonces, estudiando y
extractando su segundo volumen.

De esa extensa Historia de la revolución rusa de Trotsky el Che


Guevara destaca largos párrafos y numerosos pasajes que están
centrados principalmente en los siguientes núcleos conceptuales:

1) La ley del desarrollo desigual y combinado, clave en la con-


cepción materialista de la historia;

2) La dualidad de poderes, que Trotsky define como un hecho


revolucionario, no jurídico ni constitucional;

3) El juego de medidas moderadas y radicales, tensionado según


la radicalidad del proyecto revolucionario;

4) La formulación teórica según la cual el materialismo dialéc-


tico no tiene nada de común con el fatalismo;

5) El papel de Lenin y su personalidad destacada e “irremplaz-


able” en la revolución (¿Quizás el Che tuviera en mente al ex-
tractar este pasaje el paralelo entre Lenin y Fidel, por un lado,
como principales líderes de la revolución rusa y la cubana y el
de Trotsky y él mismo, en tanto sus principales compañeros y 221
colaboradores radicales…152?);
152 Este pasaje está centrado en el rol del sujeto —no sólo colectivo, como es
habitual en el marxismo, sino también individual— en la revolución. Es decir en el
papel de la personalidad en la concepción materialista de la historia, antiguo objeto
de reflexión desde tiempos de Plejanov. Aunque el marxismo descree de toda abso-
lutización de las “grandes personalidades” y deposita sus esperanzas en las fuerzas
sociales colectivas, sin embargo no desconoce que en determinadas coyunturas
6) La descripción de las posiciones “ortodoxas” de Plejanov con-
tra la toma del poder;

7) La evaluación de la propia fuerza (subjetiva) como parte de un


análisis de la correlación de fuerzas (objetiva);

8) La tesis de que la atmósfera de la revolución crea canales de


transmisión ideológicos y culturales, incluso si el aparato de pro-
paganda revolucionario es pequeño y débil;

9) La tesis política de que la prudencia revolucionaria es un fre-


no, no un motor. Los insurgentes deben ser temerarios pero sin
abandonar el análisis de las correlaciones de fuerzas;

10) La hipóstesis “sociológica” e historiográfica según la cual en


las revoluciones se produce una combinación de tareas debido
al desarrollo combinado de las relaciones sociales internas a las
formaciones sociales: de donde se deduce que se saltan etapas,
por lo tanto el proletariado debe liberar a la nación oprimida
(aquí el Che Guevara deja escapar un comentario propio, junto
al párrafo reproducido en su cuaderno. Entonces Guevara escribe
y comenta a Trotsky: “Le falta decir que esto es propio del impe-
históricas el liderazgo puede jugar un papel de ningún modo prescindible. De eso
se trata en el caso de Lenin, en la descripción de Trotsky. Ahora bien, toda analogía
histórica es limitada y habitualmente unilateral. Sin embargo, no resulta secun-
dario que la descripción de Trotsky sobre Lenin en su Historia de la revolución
rusa sea tremendamente similar y parecida a la que ensaya el Che Guevara sobre
Fidel Castro en “El socialismo y el hombre en Cuba”… Allí Guevara describe “la
personalidad magnética de Fidel” y su relación con las masas, cuando escribe:
“Lo difícil de entender para quien no viva la experiencia de la Revolución es esa
estrecha unidad dialéctica existente entre el individuo y la masa, donde ambos se
interrelacionan y, a su vez la masa, como conjunto de individuos, se interrelacio-
nan con los dirigentes”. Pero entre la situación de Trotsky y la del Che existe una
diferencia notable. Cuando Trotsky escribe aquel texto sobre Lenin está exiliado,
222 expulsado del partido y del país, reprimido, censurado, perseguido, insultado y
calumniado, con el líder de la revolución ya fallecido. Cuando el Che lo escribe, lo
hace desde la propia Cuba y como comandante de la revolución en pleno ejercicio
del poder, con el líder de la revolución vivo, sin que nadie lo insulte, lo censure ni
lo expulse sino con una admiración por él indiscutida en todo el abanico de la re-
volución cubana, incluyendo hasta sus mismos polemistas en el debate económico.
Un matiz nada soslayable que no debería pasar desapercibido para cualquier lector
honesto y desprejuiciado.
rialismo; los obreros avanzados son incrustaciones de proletari-
ado ocupados por una técnica foránea”153);

11) El análisis político según el cual todas las burguesías son sol-
idarias, incluidas aquellas de las naciones oprimidas: allí Trotsky
analiza toda la gama de jerarquías de dependencias y el sistema
de subordinaciones;

12) La evaluación de Trotsky sobre El Estado y la Revolución


de Lenin, que caracteriza afirmando que no es un libro pedante;
según Trotsky, el principal dirigente bolchevique, detrás del
abanico de citas de los clásicos que allí reune, está preparándose
para el combate. Por eso la principal clave de este libro de Lenin
sería la interpretación clasista sobre el Estado154;

13) El llamado a comprender exactamente la relación entre in-


surrección y conspiración, lo que las opone y lo que las comple-

153 Según el Che, la yuxtaposición —de “campesinos rudimentarios” y de “obre-


ros avanzados”— que Trotsky deriva del desarrollo desigual y combinado en las
naciones atrasadas “es un producto propio del imperialismo”. Como ya apuntamos,
el Che aclara que a Trotsky “le falta decir que los obreros avanzados son incrusta-
ciones de proletariado ocupados por una técnica foránea”. ¿Qué intenta enfatizar
el Che con esta observación puntual que le agrega a la descripción de Trotsky?
Creemos que lo que intenta hacer es complementar con la teoría del imperialismo
la ley histórica del desarrollo desigual y combinado. Para el Che, esta última existe,
no es un invento. Pero se produce y se vuelve observable a partir de la existencia de
un sistema mundial del cual es producto: el imperialismo. No habría entonces teo-
ría del desarrollo desigual y combinado (Trotsky) sin teoría del capitalismo enten-
dido como un sistema mundial en fase imperialista (Lenin). Durante el capitalismo
contemporáneo, ambos procesos coexisten y se complementan, aunque el segundo
engloba al primero como una de sus determinaciones inmanentes.
154 Tiempo antes, estudiando el mismo libro que lee y comenta Trotsky, el Che
Guevara había llegado a esta conclusión: “Este libro es como una «Biblia» de
bolsillo para los revolucionarios. La última y más importante obra teórica de Le-
nin donde aparece el revolucionario integral y ortodoxo. Algunas de las recetas
223
marxistas no las pudo cumplir en su país. Y debió hacer concesiones que todavía
hoy [1965. N.K.] pesan sobre la URSS; pero los tiempos no estaban para experi-
mentos a largo plazo; había que dar de comer a un pueblo y organizar la defensa
contra posibles ataques. Frente a la realidad de hoy, «El Estado y la Revolución»
es la fuente teórico-práctica más clara y fecunda de la literatura marxista”. Véase
Ernesto Che Guevara: Apuntes críticos a la economía política. Obra citada. Anexo.
p. 225.
menta. Según Trotsky la insurrección popular puede vencer aún
sin necesidad de complot;

14) El análisis de Trotsky sobre el “momento” revolucionario,


entendido como “la situación” (también analizadas en su mo-
mento por Lenin y Gramsci155). En ese pasaje reproducido por
el Che, Trotsky sugiere que habría que recordar que la insurrec-
ción, lo mismo que la guerra, es la prolongación de la política,
solo que por otros medios;

15) Nuevamente largos párrafos y pasajes de Trotsky sobre la


“situación” y el juego dialéctico de condiciones objetivas y sub-
jetivas. Entre las primeras destaca: “la incapacidad manifiesta
para librar al país del atolladero, las clases dirigentes pierden
fe en sí mismas, los viejos partidos se descomponen, líbrase una
lucha encarnizada entre grupos y camarillas, todas las esperan-
zas se depositan en un milagro o en un taumaturgo. Aquí reside
una de las premisas políticas de la insurrección, fundamental,
pero pasiva”. Entre las segundas Trotsky destaca lo más difícil
de lograr, la construcción de un partido y una vanguardia, para
que la insurrección sea exitosa. Entonces el Che Guevara acota y
escribe una nueva observación al texto de Trotsky: “En el primer
párrafo hay una inconsecuencia teórica: como podrá surgir la
incapacidad de que habla sino en el marco de una ruptura de
la armonía entre relaciones de producción y fuerzas producti-
vas que incluye, necesariamente, la clase antagónica y desar-
rollada”.

16) El último párrafo extractado y reproducido de Trotsky hace


referencia a la lucha de la socialdemocracia y todo el reformismo
institucionalista contra el “blanquismo”, denominación bajo la
224 cual, según el dirigente bolchevique y autor de la inmensa Histo-

155 Véase V. I. Lenin: “La celebración del 1º de mayo por el proletariado re-
volucionario” [1913]. En V.I.Lenin: Obras completas. Obra citada. Tomo XIX.
pp., 218-219; “La bancarrota de la II Internacional” [1915]. En V.I.Lenin: Obras
completas. Obra citada. Tomo XXI. p. 212 y Antonio Gramsci: Cuadernos de la
cárcel. México, ERA, 2000. Tomo 5, Cuaderno 13, §“Análisis de las situaciones:
relaciones de fuerza”. pp. 32-40.
ria de la revolución rusa, “se engloba la esencia revolucionaria
del pensamiento marxista”.

Al recorrer esta extensa enumeración de pasajes extractados y


reproducidos por el Che en sus Cuadernos de lectura de Bolivia,
puede advertirse que los intereses de Guevara no están limita-
dos estrictamente al debate historiográfico sobre la revolución
de octubre. Su mirada, obviamente, no es académica. Los temas
son altamente variados, pero bajo su aparente dispersión y het-
erogeneidad poseen un orden, conforman un cuadro general. El
Trotsky extractado por el Che piensa, habla y escribe sobre las
sociedades capitalistas atrasadas, las naciones oprimidas y las
burguesías subordinadas al imperialismo. O sea, sobre una revo-
lución radical —anticapitalista y antiimperialista— realizada en
la periferia del sistema mundial capitalista.

Al Che Guevara le interesa aprender qué sucedió en la Rusia bol-


chevique, pero sobre todo le llama la atención la mirada radical
de Trotsky sobre el orden social, las relaciones sociales hetero-
géneas, su combinación y articulación dentro de una misma for-
mación social atrasada subordinada al mercado mundial, el lugar
de las tareas (agrarias, democráticas, nacionales y socialistas,
entre otras), y el fluir dialéctico de las etapas del proceso revolu-
cionario, el análisis y la evaluación de la situación y el juego de
condiciones (entre las objetivas y las subjetivas, las nacionales
y las internacionales), el papel de la subjetividad política y la
conciencia organizada; la evaluación sobre las burguesías depen-
dientes y subordinadas al imperialismo.

Y no es casual que todo ese universo de pensamientos teóricos,


históricos y políticos, reproducidos en Bolivia se cierre con uno
sintomático. Aquel donde Trotsky deja asentado y reconoce 225
públicamente que el llamado “blanquismo” —insulto habitual
esgrimido por las corrientes moderadas contra los radicales—
constituye “la esencia revolucionaria del pensamiento marxis-
ta”, según sus mismas palabras. Si se reemplaza “blanquismo”
por “foquismo” —insulto un poco más moderno, pero del mis-
mo tenor y orientación, empleado en las polémicas y debates de
América Latina contra la insurgencia y los marxistas radicales
que intentan ir más allá de la lucha electoral o superar el horizon-
te estrictamente sindical— se obtiene la misma ecuación. Quizás
por ello al Che le haya gustado y haya disfrutado tanto esa for-
mulación política del dirigente bolchevique156.

En términos generales, exceptuando aquellos pocos comentarios


críticos marginales que el Che le agrega al análisis de Trotsky,
podrá advertirse con facilidad que en la inmensa mayoría de pár-
rafos y pasajes le llamaron la atención los mismos planteos que
él venía haciendo y promoviendo a propósito de la revolución
latinoamericana.

¿A qué conclusión llegó el Che luego de terminar de leer a


Trotsky? ¿Cómo evaluó todo el libro, que le debe haber llevado
un buen tiempo leer, estudiar y extractar ya que tiene más de
1.000 (mil) páginas en total (leídas y estudiadas no en una có-
moda biblioteca ni en un mullido y suave sillón sino en medio de
la selva y en los campamentos guerrilleros)?

La conclusión del Che sobre la Historia de la revolución


rusa de Trotsky que figura en los Cuadernos de lectura de
Bolivia es la siguiente: “Es un libro apasionante pero del
cual no se puede hacer una crítica pues está de por medio la
calidad de actor que tiene el historiador. De todas mane-
ras, arroja luz sobre toda una serie de hechos de la gran
revolución que estaban enmascarados por el mito. Al mismo
tiempo, hace afirmaciones aisladas cuya validez es total al día
de hoy. En resumen, si hacemos abstracción de la personalidad
del autor y nos remitimos al libro, este debe considerarse una
fuente de primer orden para el estudio de la revolución rusa”.
226
Si tomamos en cuenta que el “Mensaje a los pueblos del mundo a
través de la Tricontinental” —muchas veces conocido como «el
testamento político del Che»— es publicado en abril de 1967,

156 Que los aspirantes a seguidores, comentadores y epígonos de la herencia de


León Trotsky no deberían olvidar tan a menudo…
¿habrá tenido alguna influencia la lectura de esta obra? Justo era
la época en que leía la Historia de la revolución rusa...

Fidel y el marxismo culturalista


en su lucha por la conciencia

Máximo dirigente de la Revolución Cubana, Fidel Castro [1926-


] es uno de los principales compañeros y amigos personales del
Che desde jovencitos, cuando se conocieron en México siendo
ambos muchachos. Su pensamiento, aunque está sintetizado en
obras como La historia me absolverá y algunas otras, debe bus-
carse fundamentalmente en la obra práctica de la Revolución
Cubana y en sus discursos. Si el Che Guevara es, además de un
gran combatiente revolucionario, principalmente un escritor; Fi-
del, además de constituir uno de los dirigentes revolucionarios
más significativos del Tercer Mundo, constituye un gran orador.
El pensamiento teórico y político más íntimo de Fidel debe bus-
carse en sus intervenciones orales y discursos157. No casualmente
el Che, cuando en sus Cuadernos de lectura de Bolivia extracta y
reproduce una idea central de Fidel, lo hace de uno de estos dis-
cursos (el correspondiente al 2 de febrero de 1967 en la Plaza de
la Revolución de La Habana).

Tanto Fidel como el Che comparten una perspectiva común


acerca del pensamiento revolucionario: una concepción eticista,
culturalista y praxiológica del marxismo, donde los valores, la
subjetividad, la voluntad, la educación, el patriotismo, la autoes-
157 Existen numerosas ediciones que reproducen sus discursos. Nosotros hemos
tratado de sistematizar y periodizar —hasta 2006, antes de que deje la dirección
del país y comience a elaborar sus “Reflexiones” por escrito— el hilo rojo de ese
227
pensamiento subyacente a una masa enorme de discursos en nuestro Fidel para
principiantes (editado en Buenos Aires, México, Nueva York y próximamente La
Habana). Una obra que aunque contiene ilustraciones, iconografía y fotografías
con fines pedagógicos, no es “para niños”. Allí proponemos algunas hipótesis de
lectura sobre el pensamiento de Fidel y los diversos períodos del proceso histórico
de su país que defienden el punto de vista de la corriente más radical de la Revo-
lución Cubana.
tima popular, la cultura y la conciencia socialista no son “refle-
jos” mecánicos y automáticos de la economía —que siempre
marcharían con retraso, siguiendo paulatinamente el desarrollo
lineal, evolutivo y ascendente de las fuerzas productivas— sino
dimensiones fundamentales de la historia, la lucha de clases y la
batalla por la hegemonía.

A diferencia del marxismo oficial en los países del Este europeo


—de tonalidad fuertemente productivista y determinista—, en el
pensamiento de Fidel Castro lo que predomina es una concep-
ción del socialismo de inspiración humanista y ética. Es más que
probable que su lectura latinoamericanista del marxismo, donde
siempre se destaca en primer lugar el problema de los valores y
la ética, se origine en la temprana inspiración ideológica apren-
dida de José Martí [1853-1895] y también de otros pensadores
latinoamericanos que influyeron en su juventud universitaria,
como es el caso, por ejemplo, de José Ingenieros [1877-1925]
y su influyente prédica en defensa de “las fuerzas morales” y
contra “el hombre mediocre”. El joven Fidel también recibe la
influencia política de Antonio Guiteras [1906-1935] y Julio An-
tonio Mella [1903-1929], así como las enseñanzas teóricas de
Raúl Roa [1907-1982].

No casualmente, en Bolivia el Che destaca en el discurso de Fi-


del el lugar otorgado por éste a “la conciencia”.

Como acotamos anteriormente Guevara escuchaba, desde Bolivia,


los discursos de Fidel por radio. No es un dato menor, simple ni
anecdótico. Poco tiempo antes de que Fidel pronunciara en La
Habana el discurso del cual el Che extracta un fragmento en
sus Cuadernos de lectura de Bolivia, Guevara se había entrev-
228 istado con Mario Monje (secretario general del PC boliviano,
quien había llegado al campamento guerrillero del Che el 31 de
diciembre de 1966). Entre el discurso de Fidel y la entrevista con
Monje transcurren escasos dos días. El conflictivo encuentro con
Monje sellará el rechazo al proyecto insurgente del Che por parte
de la vieja dirección del PC boliviano —fiel a Moscú, a diferen-
cia de numerosos cuadros comunistas jóvenes como los herma-
nos Inti y Coco Peredo, entre otros, que acompañaron lealmente
y con valentía siempre a Guevara—. Inmediatamente después
de sintetizar su disputa con Monje, el 2 de enero de 1967 Gue-
vara anota en su Diario de campaña (el diario militar): “La gente
(Sánchez, Coco y Tania) salieron por la tarde cuando acababa
el discurso de Fidel. Éste se refirió a nosotros en términos que
nos obligan más aún, si cabe”158.

¿Qué era lo que expresó Fidel y que tanto impactó al Che en


Bolivia? Lo que en sus Cuadernos de lectura de Bolivia Guevara
extractó de Fidel es lo siguiente: “Por eso, si nos preguntaran
cual ha sido el efecto más importante de la revolución ¿cualqui-
era de las cosas que hemos enumerado anteriormente?, diría-
mos: No, la más extraordinaria consecuencia de esta revolución
es la increíble conciencia revolucionaria que se ha desarrollado
en el pueblo”159.

Que en plena campaña guerrillera Guevara continuara escuchan-


do atentamente a Fidel —a miles de kilómetros de distancia— y lo
incluyera en sus Cuadernos donde volcaba sus lecturas de teoría
marxista implica que continuaba considerando a Fidel como
ese mismo líder carísmático que describe en “El socialismo y el
hombre en Cuba”. No estaba enemistado ni había salido huyendo
(como tantas veces se sugirió en biografías comerciales y otros
textos igualmente “desinteresados” y “objetivos”). El Che seguía
suscribiendo su carta de despedida a Fidel en todos sus puntos.
Y lo que más rescataba de Fidel era el énfasis en “la conciencia
revolucionaria”, núcleo central del hombre nuevo y la mujer nue-
va, corazón del Sistema Presupuestario de Financimiento (SPF)
y de la planificación, eje articulador de la política de estímulos
morales. La conciencia, terreno de disputa y espacio de cons-
trucción de hegemonía socialista y comunista. Última fortaleza 229

158 Véase Ernesto Che Guevara: Diario en Bolivia [Diario militar de campaña].
En Obras escogidas. Obra citada. Tomo I, p. 479.
159 En sus Cuadernos de lectura de Bolivia el Che agrega la siguiente referencia
a ese párrafo por él reproducido de puño y letra: “Fidel Castro, discurso del 2 de
enero de 1967, Plaza de la Revolución”.
del sistema mercantil capitalista, incluso durante la transición al
socialismo. Allí estaba (y sigue estando hoy en día) la clave.

Por eso el Che se detiene en ese pasaje preciso del discurso de


Fidel y lo reproduce como material teórico, ubicándolo en el
mismo nivel y rango de estudio que los libros de sociología de
Wright Mills, los de historiografía de Trotsky o los de filosofía
de Lukács (podría, si hubiera querido, haberlo reproducido en su
diario político y de campaña militar, pero lo reproduce en su dia-
rio de estudios y materiales teóricos; tal era la importancia que
le otorgaba a esa formulación de Fidel). Un punto central que un
oyente distraído de ese discurso quizás hubiera pasado rápidam-
ente por alto, pero en cambio el Che sabe perfectamente que allí
reside el corazón del marxismo que hizo triunfar a la Revolu-
ción Cubana. Una lectura del marxismo en clave culturalista en
la cual la ética y la conciencia son “las palancas fundamentales”
o, para expresarlo de manera un tanto provocativa, las fuerzas
morales y la construcción de una nueva conciencia revoluciona-
ria constituyen las principales fuerzas productivas de la historia
latinoamericana.

Por eso, casi medio año después de haber reproducido aquel pasaje
de un discurso de Fidel en sus cuadernos teóricos, en su Diario de
Bolivia (el de campaña militar), cuando se conmemoraba el 26
de julio, fecha emblemática del asalto al cuartel Moncada, Gue-
vara escribe: “Por la noche di una pequeña charla sobre el sig-
nificado del 26 de Julio; rebelión contra las oligarquías y con-
tra los dogmas revolucionarios. Fidel le dio su pequeña men-
ción a Bolivia”160. Análisis reflexivo pequeño, de gesto mínimo
y sin grandilocuencia, pero extremadamente significativo porque
sintetiza de modo inigualable el punto de vista del Che sobre
230 Fidel, sobre la Revolución Cubana y sobre el marxismo enten-
dido desde Nuestra América. Contra la dominación del sistema
capitalista, contra las clases explotadoras, pero a contramano de
los dogmas paralizantes que en nombre de la “ortodoxia” seudo-

160 Véase Ernesto Che Guevara: Diario en Bolivia [Diario militar de campaña].
En Obras escogidas. Obra citada.
marxista llamaban (y continúan convocando en la actualidad) a
no hacer nada y cruzarse de brazos.

¿Es casual entonces que el Che Guevara, compenetrado mental-


mente en la polémica con la dirección tradicional el PC bolivia-
no, destacara el tema de la conciencia al escuchar el discurso de
Fidel? Creemos que no. Aunque no podemos conocer de manera
precisa qué pasaba por su mente, sí podemos imaginarnos su pro-
funda molestia por las vacilaciones y dilaciones de la vieja direc-
ción stalinista de Bolivia para encarar (o al menos acompañar)
la lucha y de qué modo esa falta de compromiso revolucionario
contrastaba con la apelación de Fidel a la conciencia...

El enigma de Bolivia
y la cuestión nacional inconclusa
de Nuestra América

Que el marxismo del Che posee una tonalidad latinoamericani-


sta, ácidamente crítica del eurocentrismo, está hoy fuera de toda
discusión. Algunos para alabarlo y defenderlo, otros para insul-
tarlo o cuestionarlo, todo el mundo acepta y reconoce esa per-
spectiva indisimulada que adquieren sus escritos, sus preocupa-
ciones, sus reflexiones y su práctica política. Aunque partidario
de la Revolución mundial y promotor de la insurgencia en todo
el Tercer Mundo —de allí la consigna “crear dos, tres, muchos
Vietnam”—, el eje principal de reflexión del Che Guevara está
centrado en Nuestra América de José Martí y en la Patria Grande
de Simón Bolivar, es decir, en los países y sociedades capita-
listas subdesarrolladas, dependientes, semicoloniales y subordi- 231
nadas al imperialismo que conforman América Latina. Es justa-
mente en este continente donde se ubica el último país que lo vio
combatir y caer con dignidad, Bolivia.
Sabido es que mucho tiempo antes de elegir a Bolivia como el
primer terreno donde comenzaría la lucha en el sur de América y
desde donde —en un estadio hipotético posterior de la guerra de
libe-ración— partirían columnas guerrilleras que se abrirían de
la “nave madre” hasta abarcar un proceso de lucha antiimperial-
ista en todo el cono sur, el joven Ernesto Guevara había conocido
aquel país apenas terminada la revolución de 1952. Por enton-
ces, siendo todavía un jovencito itinerante, vivenció de prim-
era mano el tratamiento que esa “revolución nacional” —siete
años anterior a la cubana— ofrecía a los pueblos originarios. El
Che la denominó irónicamente en sus primeras notas de viaje
“la revolución del DDT”161 porque los funcionarios estatales del
Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) fumigaban a
los indígenas “para garantizar que no fueran portadores de nin-
guna enfermedad”. Eso le provocó ya desde muy joven una in-
dignación tremenda.

Muchos años después, habiendo tejido lazos con distintos de-


stacamentos y movimientos revolucionarios bolivianos (muchas
veces enfrentados y peleados entre sí), el Che decide encabezar
una experiencia guerrillera destinada en sus planes originarios a
abrir todo un frente de lucha en el cono sur (es decir, no quedarse
sólo y aislado en Bolivia y menos que nada encerrado a morir
como un triste mártir suicida en zonas despobladas —como
muchos de sus críticos erróneamente lo acusaron— sino avanzar
con la insurgencia hacia los distintos países del cono sur incluy-
endo su Argentina natal a la que unos años antes había enviado
a combatir a su compatriota argentino Jorge Ricardo Masetti
[1929-1963]).

Contrariamente a esa imagen caricaturesca y ridiculizadora, que


232 dibuja un Guevara completamente desinformado, “paracaidista”
(que cae del cielo sin conocer el terreno) y casi suicida, que pre-
tende llegar de improviso a un país que no conoce en lo más
mínimo, el Che era un conocedor en profundidad de América
Latina. Lejos de todo eurocentrismo y poniendo en ejercicio

161 El DDT es un insecticida.


ese conocimiento empírico y vivencial acumulado, Guevara se
propuso precisamente profundizar en la historia boliviana, in-
dagar en el conocimiento de la conformación de su formación
económico social, en el desarrollo de sus múltiples opresiones
entrecruzadas y combinadas —las clasistas, las nacionales, las
culturales y étnicas—. Para ello seleccionó en sus libretas una
extensa serie de libros sobre esta problemática, axial en la his-
toria de Nuestra América. Puede corroborarse ese tipo de preo-
cupaciones específicas recorriendo brevemente algunos de los
títulos de libros que figuraban en su lista de lectura:

Margarita Alexander Marx: Nuestros banqueros en Bolivia (oc-


tubre 1966)

Descripción de Bolivia. La Paz 1946 (octubre 1966)

Fombona: El pensamiento vivo de Bolívar (octubre 1966)

Boleslao Lewin: Tupac Amaru, el rebelde (octubre 1966)

Alberto Gutierrez: La guerra de 1879 (octubre 1966)

Luis Leigue Castedo: El Iténez salvaje La Paz (octubre 1966)

Alejandro Lipschutz: El indoamericanismo y el problema social


en las Américas (octubre 1966)

A.D’Orbigny: El hombre americano (octubre de 1966)

OIT (Ginebra 1953): Informe de la misión conjunta de las Na-


ciones Unidas y organismos especializados para el estudio de
las poblaciones indígenas andinas (octubre 1966)

Jorge Pando Gutiérrez: Monografía estadística de la población 233


indígena de Bolivia (octubre 1966)

Luis Peñalosa: Historia económica de Bolivia (octubre 1966 y


vuelve a aparecer anota en mayo de 1967)

Luis Peñalosa: Historia económica de Bolivia II (julio de 1967)


Fernando Ramírez Velarde: Socavones de angustia (octubre
1966 y vuelve a aparecer en marzo de 1967)

Petróleo en Bolivia (s/autor) (octubre 1966)

El cuento boliviano (selección) (noviembre 1966)

Bartolomé Mitre: La guerra de las republiquetas (noviembre


1966)

Julio Lucas Jaime: La villa imperial de Potosí (noviembre 1966)

Mario Rolón: Política y partidos en Bolivia (noviembre 1966)

M.L.Valda de Freire: Costumbres y curiosidades de los aymaras


(abril de 1967)

Gualberto Pedrazas J.: Idioma nativo y analfabetismo (abril de


1967)

Luis Peñalosa: Historia económica de Bolivia. Tomo I (mayo de


1967) y Tomo II (julio de 1967)

De ese ambicioso plan de estudio y lectura (en la vida real sólo


posible de ser realizado a lo largo de varios años y más si se
pretende leer todo eso en medio de una guerra), destinado con
precisión al “análisis concreto de la situación concreta”, en sus
Cuadernos de lectura de Bolivia el Che dejó registro de la lec-
tura y estudio de una obra en particular cuyo título resumía gran
parte de sus preocupaciones: Sobre el problema nacional y colo-
nial de Bolivia, escrita por Jorge Alejandro Ovando Sanz162.

¿Quién es este autor elegido por el Che para indagar en ese pro-
234 blema crucial?

Jorge Alejandro Ovando Sanz [¿ - ?] es un ensayista boliviano,


integrante del Partido Comunista de Bolivia.
162 Véase Jorge Alejandro Ovando Sanz: Sobre el problema nacional y colonial
de Bolivia. Cochabamba [Bolivia], Editorial Canelas, 1962. Muchos años después,
esta misma obra fue reeditada aunque en forma reducida prácticamente a la mitad.
La Paz, Juventud, 1984. 283 pp. (la primera edición tenía 470 páginas).
El libro de Ovando constituye una tesis presentada al Certamen
Anual de Ciencias Políticas y Sociales, convocado el 10 de abril
de 1959 por la Municipalidad de Cochabamba. El haber obtenido
el primer lugar en ese concurso, le permite a Ovando —quien
lo presenta bajo el seudónimo de Oyam Ité Pachá— publicar
su escrito. Su edición no es comercial. Tal es así que Antonio
Terán Cavero, funcionario en jefe del Departamento de Cultura
de dicha Municipalidad, prologa la edición. Según declaraciones
del autor a la prensa de Cochabamba, incluidas en el volumen,
Ovando declara haber estudiado la problemática de su ensayo
durante 17 años. La redacción de su tesis le habría insumido tres
años.

Dejando atrás aquel primer ensayo —más de una década después


del asesinato del Che—, Ovando Sanz publica Indigenismo (La
Paz, Librería Editorial Juventud, 1979); Historia económica de
Bolivia. (La Paz, Editorial Juventud, 1981), Mi guerrita del Cha-
co (La Paz, Roalva, 1981); El Tributo indígena en las finanzas
bolivianas del siglo XIX (La Paz, Universidad Boliviana, 1985.
565 p.); La Ley agraria fundamental y el luminoso destino de
los pueblos indígenas (La Paz, Universidad Mayor de los Andes,
1988) y Terminar cien años de ignominia colonial!: el tratado de
1904 (La Paz, Universidad Mayor de los Andes, 1989); todos tex-
tos donde mantiene las tesis fundamentales de su ensayo juvenil.

Sobre el problema nacional y colonial de Bolivia, un inmenso


trabajo de 470 páginas, traza el plano de la complejidad étnica y
cultural de Bolivia, sociedad concebida por el autor como un Es-
tado multinacional, donde simultáneamente se presenta la sumis-
ión del país al imperialismo (principalmente el norteamericano)
y el dominio social interno de la “nación boliviana” (étnicamente
“blanca”) sobre el conjunto de pueblos originarios, sus nacional- 235
idades, sus comunidades y sus grupos étnicos (aproximadamente
34, sometidos a los blancos y mestizos).

En las tesis de Sobre el problema nacional y colonial de Bolivia


conviven interpretaciones originales del autor con la repetición
de lugares comunes presentes en la historiografía stalinista del
período. A lo largo del libro, y en la bibliografía, el autor cita en
numerosas oportunidades manuales de la Academia de Ciencias
de la URSS, textos de Stalin, declaraciones del Partido Comu-
nista de la URSS y del Partido Comunista de Bolivia. También
aparecen citas de Mao Tse Tung (hay que recordar que en esos
años —cuando el autor redacta su tesis— el PC chino todavía no
había roto con los soviéticos).

Entre las interpretaciones originales de Ovando merecen desta-


carse las hipótesis sobre la amalgama, coexistencia, jerarquía
y dominación de nacionalidades al interior del Estado-nación
boliviano, surgido posteriormente a la colonia española. En ese
plano el autor aborda Bolivia desde un ángulo plurinacional y
multicultural (concepción expresada por Ovando mucho antes
de que se pusiera de moda el multiculturalismo como filosofía
académica de nuestros días y sugiriendo algunas líneas teóricas
e hipótesis que luego se generalizarán en la obra de pensadores
originales como René Zavaleta Mercado163, entre otros). No ca-
sualmente, algunas de estas aproximaciones volverán a aparecer
décadas después —por vías, citas, referencias y argumentaciones
distintas a las de Ovando— en movimientos de resistencia indí-
gena, tanto en Bolivia, como en Ecuador o en México.

Por contraposición con esas hipótesis sugerentes y seductoras


que sobrevivieron a lo largo del tiempo, entre los lugares co-
munes de su libro que se llevó el viento se encuentra el invento
—no de Ovando, sino de todo el stalinismo latinoamericano—
de un supuesto “feudalismo continental”. Para no dejar lugar
a dudas, Ovando sostiene en su prólogo que “El desarrollo del

163 Véase por ejemplo René Zavaleta Mercado: Clases sociales y conocimien-
to. La Paz-Cochabamba, Editorial “Los amigos del libro”, 1988. Colección Obras
236 Completas. pp. 60 y 73. En esos pasajes Zavaleta —sociólogo y ex director de
FLACSO, de gran prestigio académico e intelectual— menciona y cita a Ovando
como expresión de nuevos intereses sociológicos en Bolivia referidos a la “cues-
tión nacional”. Dicho sea de paso, es una verdadera lástima que un pensador tan
sugerente y riguroso como Zavaleta, cuando se trata de reflexionar sobre Bolivia,
sus clases y sus movimientos sociales, sea tan apresurado y precipitado a la hora
de evaluar la insurgencia del Che Guevara. Véase Clases sociales y conocimiento.
Obra citada. p. 66.
feudalismo boliviano, de la formación de la gran propiedad ter-
rateniente (masivo a partir de 1880 solamente) y del capitalismo
en la agricultura (más reciente aún) fueron procesos ligados a la
opresión de los usurpadores bolivianos sobre los pueblos indíge-
nas y sobre el pueblo boliviano mismo”. Es decir que, para el au-
tor, antes de 1880, las principales relaciones sociales de Bolivia
eran... ¡feudales!

Veinte años después de su primer ensayo, en 1981 (con el Che ya


muerto), Ovando Sanz seguía defendiendo la tesis del “feudal-
ismo boliviano”, desde la colonia hasta 1880. En el mencionado
libro, Historia económica de Bolivia, sostenía: “Otro elemento
de juicio que permite distinguir la supervivencia del tributo [in-
dígena] surge del análisis de la ley de 15 de agosto de 1880 que
estableció el impuesto predial rústico y urbano [...] Si hipotética-
mente el proceso de división de tierras de comunidad hubiese
quedado simplemente en la operación de división, se habría
creado en Bolivia un tipo de economía agraria suficientemente
libre capaz de proporcionar al Estado fuertes recursos por la vía
del impuesto predial rústico. Pero la subsiguiente e inmediata
usurpación de las tierras indígenas y su concentración en ma-
nos de latifundistas blancos determinó la ampliación y consoli-
dación de un régimen feudal que empeoró la situación de los
campesinos indígenas, condenados a la condición de colonos”164.

De semejante tesis sobre el “feudalismo”, Ovando infiere en So-


bre el problema nacional y colonial de Bolivia que las tareas
sociales de la futura revolución de su país deberían ser —todavía
en 1960...— “antifeudales” y “antiimperialistas”. Nada distinto a
lo que promovía en Argentina el principal dirigente del PC Vic-
torio Codovilla o la mayoría de los PC latinoamericanos de por
entonces165. Dividiendo la revolución por etapas —como plante- 237
aba Stalin— Ovando Sanz sostiene que la primera etapa de la
164 Véase J.Ovando Sanz: Historia económica de Bolivia. Obra Citada. p.251.
165 Una de las pocas excepciones fue el caso del historiador Caio Prado Junior del
PC brasilero, quien tuvo una lectura distinta de la tesis tradicional del “feudalismo”
latinoamericano. Véase Caio Prado Junior y Florestan Fernandes: Clássicos sobre
a revolução brasileira. São Paulo, Expressão popular, 2002. pp.25-54.
revolución boliviana será “democrática, de liberación nacional”,
mientras que recién la segunda será “socialista”.

De esta conjunción y superposición de hipótesis originales pro-


pias y lugares comunes habituales (tomados prestados de la bib-
liografía stalinista por entonces al uso), Ovando extrae una con-
clusión taxativa y provocadora: “La Reforma Agraria de 1953
no fue nada más que una medida de carácter político destinada
a evitar una verdadera reforma agraria en Bolivia [...] La Re-
forma Agraria en sus resultados generales, prácticos, ha sido
una medida pro-imperialista, pro-norteamericana, antes que fa-
vorable a los propios campesinos”. Allí se inscribe su singular
interpretación de la revolución boliviana de 1952. En su libro
Ovando Sanz se muestra extremadamente crítico con las me-
didas agrarias que el Movimiento Nacionalista Revolucionario
(MNR) aplicó luego de la revolución popular del 9 de abril de
1952.

A pesar de su voluminoso libro Sobre el problema nacional y co-


lonial de Bolivia Ovando Sanz no tuvo una influencia importante
en el debate posterior de la izquierda boliviana o sudamericana.
Ni en su propia corriente ni en las opuestas (aunque algunas po-
cas de las opuestas lo citaron).

Por ejemplo, uno de los intelectuales trotskistas históricos de


Bolivia, el dirigente del POR (Partido Obrero Revolucionario)
Guillermo Lora [1921-2009], autor de las célebres Tesis de Pu-
lacayo (1946) de la Federación de Trabajadores Mineros de Bo-
livia, crítico tanto de la tradición del PC boliviano en la que se
inscribe Ovando Sanz como de todo el indigenismo —incluido
el marxismo indigenista—, ni siquiera lo menciona, aunque sea
238 para criticarlo, en su libro sobre las naciones originarias de Bo-
livia publicado en ocasión de los 500 años de la llegada de Colón
a nuestro continente. Aunque Ovando Sanz no haya sido un gran
teórico de renombre, llama la atención esa ausencia si tomamos
en cuenta que Lora coincide plenamente con la tesis central de
Ovando al caracterizar al Estado boliviano como “un Estado
opresor de las nacionalidades aymara, quechua, tupi-guaraníes,
etc.”166.

Quien en su época sí prestó atención detallada a las tesis de


Ovando Sanz fue el ensayista argentino de la izquierda nacio-
nal Jorge Abelardo Ramos [1921-1991]. Aunque Ramos tenía un
origen trotskista, fue inclinándose a lo largo de su prolongada
trayectoria política, cada vez más, hacia el nacionalismo peroni-
sta hasta culminar siendo un nacionalista a secas167.

En su ensayo “Bolivarismo y marxismo” Ramos se detiene en el


análisis de la obra y las tesis de Ovando Sanz168.

Si en el prólogo de su libro Ovando Sanz reconocía explícita-


mente que “en nuestro trabajo se cita con demasiada frecuencia
a Stalin. Es necesario tomar en consideración que tal cosa no
ha sido hecha con una intención predeterminada, sino sencil-
lamente porque no teníamos a nuestra disposición otros textos
de los clásicos marxistas acerca del problema nacional y colo-
nial”, eso no le molesta a Ramos en lo más mínimo. Porque este
último, a pesar de declararse trotskista y de haber publicado gran
cantidad de libros de Trotsky (incluyendo la edición de Historia
de la revolución rusa que Guevara lee en Bolivia), no tiene em-
pacho en afirmar, con entusiasmo, que “El artículo de Stalin [se
trata de El marxismo y el problema nacional y colonial. N.K.] es
el mejor que ha salido de su pluma”.

La discrepancia de Ramos con Ovando no pasa entonces por Sta-


lin. Lo que en su interpretación más le molesta a Ramos es que el
boliviano plantee que su país constituye un Estado opresor de las
nacionalidades originarias de los pueblos indígenas. En el ejem-
166 Véase Guillermo Lora: Liberación de las naciones oprimidas. 500 años de
opresión ¡Basta! La Paz, La Colmena, 1992.
239
167 Para una reconstrucción más detallada de la producción intelectual de
Ramos véase nuestro De Ingenieros al Che. Ensayos sobre el marxismo argentino
y latinoamericano. Particularmente el capítulo: “Jorge Abelardo Ramos, la peda-
gogía «nacional»”. pp.225-243.
168 Véase J.A.Ramos: “Bolivarismo y marxismo”. Originariamente publicado en
Historia de la nación latinoamericana [1968], incorporado luego a El marxismo de
Indias. Barcelona, Planeta, 1973. pp.204-296.
plar del libro de Ovando subrayado de puño y letra por Ramos —
hoy se encuentra en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, do-
nado por su hijo— encontramos que el historiador argentino re-
marca una y otra vez aquellos pasajes donde el boliviano discute
la conformación nacional de Bolivia. También subraya aquellos
tramos en los cuales Ovando impugna la tesis —compartida por
Ramos— del boliviano Ñuflo Chávez, donde este último de-
fiende “la Teoría del Estado Nacional Latinoamericano”169.

Luego, en sus críticas, Ramos afirma: “Un teórico del stalinis-


mo boliviano, Jorge Obando [sic] [en su libro Ramos lo escribe
siempre con “b” y no con “v”. N.K.], realizó un recuento de la
estructura «nacional» de Bolivia y descubrió que esta repúbli-
ca era un «Estado multinacional». La «nacionalidad boliviana
dominante» oprimía a 34 nacionalidades, tribus y esquirlas et-
nográficas «subyugadas» por aquella”. Justamente lo que más
le interesó al Che Guevara al leer el libro de Ovando, es decir,
la tesis sobre el carácter plurinacional de la sociedad bolivi-
ana, es lo que más indigna a Abelardo Ramos. Pero Ramos
no se detiene allí. Enojado e irritado por las tesis del libro que
critica, agrega: “[Ovando] exige que las lenguas quechua y ay-
mará (que ni en los tiempos de mayor esplendor del imperio in-
caico, ni mucho menos ahora, contaron con una escritura) sean
elevadas a la categoría de lenguas nacionales de los bolivianos
que las hablan todavía, a la par del castellano”.

Este exótico historiador nacionalista, que tenía el raro hábito de


decorar con citas de Trotsky sus apologías del general Julio Ar-
gentino Roca (exterminador de varios pueblos originarios en Ar-
gentina) y de otros militares genocidas del mismo calibre, remata
su análisis del libro de Ovando Sanz afirmando: “Ahora bien, si
240 como Engels dice «la conquista española cortó en redondo la
evolución» del incario, este hecho histórico, dejando a un lado
los aspectos morales de la cuestión, sólo puede ser compensado
por la elevación del indio campesino a la civilización moderna

169 Véase Ovando Sanz: Sobre el problema nacional y colonial de Bolivia. Obra
Citada. pp.385 y ss.
y a la cultura occidental, por medio de la lengua española”. Al
leer esto no podemos sentir menos que vergüenza ajena...

Hacemos referencia al curioso análisis que Abelardo Ramos


aplica al texto de Ovando Sanz leído por el Che solamente para
ilustrar una de las no abundantes repercusiones que ese libro al-
canzó dentro de la intelectualidad del cono sur y de América La-
tina en su conjunto.

Quien sí se ocupó de Ovando y su libro en su propio país, algu-


nos años después del Che, fue uno de los principales ideólogos
del indianismo: Fausto Reinaga [1906-¿?].

Este intelectual boliviano se forma en su juventud en el social-


ismo y el marxismo, incluso viaja a la Unión Soviética. Pero
se va desencantando del marxismo y se acerca rápidamente al
nacionalismo populista del MNR; estación ideológica transitoria
pues en su exilio argentino conoce personalmente a Víctor Paz
Estensoro, de quien termina teniendo la peor opinión (escribe un
virulento folleto en su contra). Paulatinamente Fausto Reinaga
va radicalizando sus críticas tanto al liberalismo como al nacio-
nalismo del MNR y al mismo tiempo al Partido Comunista Boli-
viano hasta terminar fundando un Partido Indio de Bolivia (PIB).
Tratando de fundamentar esa organización, escribe su principal y
más extensa obra: La revolución india170.

En ella, a pesar de indignarse por la (inocultable) traición del


PC boliviano al Che Guevara, Reinaga arremete contra todo el
marxismo en general, incluyendo en sus insultos y reproches a la
Revolución Cubana, la insurgencia y las distintas corrientes de
la izquierda boliviana. En esa andanada de insultos, donde lo que
sobresale no es el rigor sino la indignación contra el blanco-mes-
241
tizo, expresada con una prosa encendida y donde afloran muchos
lugares comunes del populismo, resignificados ahora desde el

170 Véase Fausto Reinaga: La revolución india [1970]. La Paz, Fundación Faus-
to Reinaga, 2001.
ángulo indianista, Reinaga hace referencia a la investigación de
Ovando Sobre el problema nacional y colonial de Bolivia171.

Lo que Reinaga le reprocha a Ovando es, paradojalmente, no


limitarse a la cuestión de la clase —como haría el marxismo
economista tradicional— y hablar en su libro de “nacionalidaes
indígenas”. Reinaga culmina su crítica al libro de Ovando afir-
mando: “¿En qué quedamos? El indio es, «clase campesina» o
«nacionalidades indígenas”»”?172.

Que a pesar de las citas infaltables de Stalin y de la trillada e in-


sostenible tesis del supuesto “feudalismo”, Ovando haya podido
superar el esquematismo economicista y reflexionar sobre las na-
cionalidades indígenas del Estado plurinacional y multicultural
de Bolivia es un mérito. Fue justo esa parte de la investigación
la que más le gustó al Che Guevara (a pesar de la mirada crítica
que éste ejerce sobre el libro de Ovando).

Resulta por eso escasamente comprensible que un ensayista


académico tan erudito como Álvaro García Linera (actual vice-
presidente de Bolivia), a la hora de historiar las grandes “con-
cepciones del mundo” operantes en Bolivia, cuando hace ref-
erencia a esa etapa del marxismo boliviano se despache liviana
y alegremente caracterizándolo como “marxismo primitivo”173.
Una diatriba seductora pero superficial, sesgada, esquemática y
simplificadora, ya que en dicho ensayo —el de Ovando— con-
viven, sí, núcleos tradicionales (como el etapismo y la tesis inde-
mostrable del “feudalismo”) con otras dimensiones inesperadas
y originales, que sólo varias décadas después harán suyas los
partidarios de la posmodernidad, el autonomismo y el multicul-
turalismo académico.
242
171 Véase Fausto Reinaga: La revolución india. Obra citada. pp.51, 164, 458 y
467.
172 Obra citada. p. 164.
173 Véase Álvaro García Linera: “El desencuentro de dos razones revoluciona-
rias: indianismo y marxismo”. En Cuadernos de Pensamiento Crítico Latinoame-
ricano Nº3, Buenos Aires, CLACSO, diciembre de 2007. También publicado en
Revista Pensamiento Propio Nº2, La Paz, Bolivia, junio de 2008. pp. 13-24.
¿Por qué la temática tratada en ese libro le interesaba al Che?
Por varias razones que podríamos enumerar del siguiente modo:

a) El Che desarrolla a lo largo de toda su producción marxista


una mirada crítica del eurocentrismo, tanto en su lectura de los
clásicos —hay que recordar su crítica a Marx por su incompren-
sión de Bolívar y a Engels por el tema de las razas— como en sus
polémicas con la ideología imperante en la URSS, condensadas
en sus Apuntes críticos a la economía política;

b) Guevara prolonga su cuestionamiento al eurocentrismo tam-


bién hacia el etapismo que lo lleva implícito (lectura errónea que
creía que lo que había sucedido en Europa occidental debía su-
ceder luego en todo el mundo (“De te fabula narratur” [la fábula
habla de ti] había sentenciado Marx en uno de los prólogos a El
Capital, dando pie a ese tipo de análisis);

c) En el planteo del Che sobre el carácter socialista de la revo-


lución latinoamericana y su rescate de la herencia de Mariátegui
hay una reflexión subyacente, a veces, explícita, otras, sobre el
carácter inacabado y abierto de la nación latinoamericana, el
proyecto bolivariano inconcluso de “la Patria Grande”;

d) El terreno de lucha principal que sugiere el Che abarca todo


el Tercer Mundo (desde Vietnam y el Congo hasta Bolivia y
toda América Latina), donde los problemas de la dependencia
económica y el subdesarrollo se entrecruzan con los problemas
nacionales, coloniales, culturales y la dominación de clase;

e) El Che denuncia el “intercambio desigual” ya no sólo en el co-


mercio de los países semicoloniales con los países imperialistas
sino también entre el Tercer Mundo, la URSS y China.
243
De todos estos análisis y tesis se infiere que una de las preocu-
paciones centrales que recorren todo el pensamiento político del
Che gira en torno al siguiente interrogante: ¿Cómo se entronca el
marxismo —en tanto teoría y política— con el Tercer Mundo, el
mundo subdesarrollado, dependiente y periférico y su problema
nacional inconcluso? 

Al interior de ese Tercer Mundo, como terreno privilegiado de


confrontación antiimperialista y anticapitalista, se encuentra el
caso específico de Bolivia.

Allí se inscribe su interés enfocado en la lectura de esta obra


Sobre el problema nacional y colonial de Bolivia de Ovando. En
esa preocupación del Che volvemos a chocarnos con esta inqui-
etud y este esfuerzo permanente por abordar la teoría marxista
desde las coordenadas de las periferias y el Tercer Mundo. El
problema general entonces gira en torno al eurocentrismo, a la
revolución en los países dependientes, semicoloniales, subdesar-
rollados y periféricos y al problema nacional inconcluso.

El abordaje específico atañe, en el caso de Bolivia, a un problema


“extra”. A la dominación imperialista y la dependencia sobre la
nación oprimida se agrega el colonialismo interno y la domi-
nación sobre los pueblos originarios y la imposición de la nación
“blanca” sobre otras comunidades y nacionalidades. ¿Será quizás
por eso que los cinco comunicados del Ejército de Liberación
Nacional (ELN) de Bolivia redactados por el Che no terminaban
con su tradicional consigna política “Patria o muerte” que había
aprendido en Cuba? ¿Cómo habría que pensar la “patria” —si
no es la Patria Grande— en una sociedad con semejante orde-
namiento y combinación de dominaciones, no sólo imperialistas
sino también de las nacionalidades internas?

No sabemos fehacientemente cómo llegó a las manos del Che


el texto de Ovando. Quizás, su lectura fue sugerida por algunos
de sus compañeros en la guerrilla del ELN provenientes del PC
244
boliviano (aquellos que, desoyendo al esquivo secretario Mario
Monje, lo apoyaron decididamente hasta el final). Nunca lo sa-
bremos. Pero lo cierto es que la temática central del libro entraba
de lleno dentro del arco de intereses del Che, preocupado so-
bremanera por aprender en serio y a fondo todo lo que pudiera
sobre la historia, la idiosincrasia y la cultura de los pueblos que
habitan Bolivia.

¿Qué subrayó el Che Guevara en el libro de Ovando Sanz? ¿Qué


fue lo que más le interesó?

En sus Cuadernos de lectura de Bolivia el Che destaca del libro


de Ovando dos ideas principales:

En primer lugar que todos los terratenientes y propietarios ricos


están ligados en la explotación común de los pueblos indígenas y
las clases sociales desposeídas. Esta tesis, seguramente fue com-
partida por el Che, quien habitualmente se incomodaba cuando
le proponían diferenciar “explotadores malos” de “explotadores
buenos”…

En segundo lugar, destacó y reprodujo las limitaciones insalv-


ables en la Reforma Agraria de 1952 que encuentra el autor ya
que más de una década después los propietarios agrarios ricos
siguen siendo los mismos de antes. Esta segunda tesis también
seguramente la compartió el Che, pero le exigió al autor mayor
demostración empírica, la utilización de estadísticas, etc.

Por último, subrayó la insistencia de Ovando en el carácter feu-


dal de semejante explotación. Es más que probable que el Che
rechazara esta tesis.

Como punto de llegada de todo lo anterior, su evaluación general


del texto es la siguiente: “Libro monocorde, con una tesis intere-
sante sobre el tratamiento de Bolivia como Estado multinacional
y el [incomprensible la escritura de esta palabra.... quizás diga
“¿y el resto?” N.K.], aquí expresa de que la Reforma Agraria
boliviana es un mito, cosa que habría que investigar más a fondo 245
y estadísticamente. Se pudo haber hecho un folleto de 50 pgs.
pero el autor nos obsequia con 450, desilvanadas, repetidas y
con profusión de citas”.
Che Guevara:
¿Mártir suicida
o militante revolucionario?

En infinidad de biografía comerciales y en ensayos escritos a


las apuradas —cuya fama dura un par de meses, lo que dura la
campaña comercial y propagandística de la editorial que los fi-
nancia— se ha retratado a Ernesto Guevara como un suicida.
Un inútil con ideas simpáticas pero que no sabe nada de políti-
ca. Un tipo solo, aislado, derrotado, sin perspectiva de futuro,
abandonado por todo el mundo, por su familia y por su corri-
ente política, una mélange sui generis de poeta maldito del siglo
XIX, kamikaze de la segunda guerra mundial y héroe fracasado
de la caballería medieval que busca la muerte como salvación
metafísica frente a una modernidad —capitalista, obviamente—
que no comprende y a la que no puede adaptarse. Nada más lejos
de la realidad profana en que combatió, vivió y murió el Che.

Si el Che “se fue a morir a Bolivia como un mártir cristiano” (su-


friendo mucho, dicho sea de paso, para redimir a los pecadores
marxistas y a los sumisos indiecitos que no entienden de civili-
zación...), ¿por qué escribe un plan para investigar en el futuro?
La misma idea de “plan”, donde se asientan líneas posibles para
futuras reflexiones, lecturas, investigaciones y escrituras, ¿no
presupone que su autor estaba escribiendo con la mirada puesta
en el futuro? ¿Qué suicida elabora pautas para continuar desar-
rollando en el futuro, cuando se supone que ya no hay futuro por
delante, excepto la inmensidad inconmensurable del tiempo? No
sólo aquí pero también en este punto hacen agua las biografías
246 mal intencionadas que dibujan artificialmente la imagen de un
Che derrotado, cansado de vivir y de luchar, caminando mustio
y triste hacia un resignado martirologio. Guevara en Bolivia no
sólo tenía ganas de seguir viviendo y luchando. También tenía
ganas y voluntad de seguir leyendo y pensando, escribiendo y
reflexionando. Y así lo deja por escrito. Por eso traza un mapa
teórico para futuras indagaciones en torno a la concepción marx-
ista de la historia y la sociedad. Él no se suicidó ni se murió de
tristeza. Los militares lo apresaron y, por órdenes de la CIA, lo
asesinaron cobardemente a sangre fría, mutilando su cuerpo y
enterrándolo como NN174.

Vale la pena recorrer no sólo sus anotaciones y reflexiones de


teoría marxista redactados en Bolivia sino también algunas de las
poesías volcadas por el Che en sus Cuadernos175.

Por ejemplo, en el Cuaderno verde (no el de la antología publica-


da y comentada por Paco Ignacio Taibo, sino en el otro cuaderno
verde), Guevara reproduce tres poesías de Rubén Darío [1867-
1916] de su libro Cantos de vida y esperanza: “Salutación del
optimista”, “Marcha triunfal” y “Letanías de nuestro señor don
Quijote”.

¿Cómo explica el relato comercial del supuesto guerrillero sui-


cida, deprimido, marchito, solito, fracasado y mustio, la poe-
sía “Salutación del optimista”, reproducida por Guevara en su
Cuaderno?

¿Cómo interpretar al Che que rememorando a Rubén Darío, es-


cribe en plena selva boliviana:

Abominad la boca que predice desgracias eternas,


174 Exactamente lo mismo le sucedió en las décadas siguientes a más de 100.000
compañeras y compañeros desaparecidos en todo el continente a partir de los pla-
nes de guerra contrainsurgente y la “seguridad nacional” de Estados Unidos. Nin-
guno se quiso morir. Los mataron y de la peor manera. No se puede encubrir tan
impunemente semejante genocidio.
175 No intentamos aquí un análisis literario de los gustos poéticos del Che, so-
bradamente analizados en otras investigaciones. Véase por ejemplo la menciona-
da introducción de Paco Ignacio Taibo II: “El Che y la poesía”. En El cuaderno
247
verde del Che. Obra citada. pp. 9-30; Vicente Zito Lema: La palabra en acción
de Ernesto Che Guevara. Poemas, relatos, cartas. Buenos Aires, Colección Fin
de Siglo, 1997 y el ya clásico de Adolfo Sánchez Vázquez: “El Che y el arte”. En
Casa de las Américas N°169, año XXIX, julio-agosto de 1988. pp.123-128. Nos
interesa destacar en cambio las connotaciones ideológicas y las motivaciones po-
líticas (además de estéticas), por las cuales el Che incluye algunas poesías en sus
Cuadernos de Bolivia.
abominad los ojos que ven sólo zodíacos funestos
abominad las manos que apedrean las ruinas ilustres
o que la tea empuñan o la daga suicida.

En medio de la acechanza de la muerte, con los asesinos yan-


quis persiguiéndolo y la incertidumbre golpeando cada paso en
la selva boliviana, el Che apuesta a la vida y por eso reproduce
en sus Cuadernos la “Salutación del optimista” de Rubén Darío.

¡Qué lejano este Che real, de carne y hueso, amante de la vida y


optimista aún en las peores circunstancias imaginables, de aquel-
la caricatura degradada que nos quiere presentar a un Guevara
derrotado, entregado, arrodillado, cabeza gacha, gris y opaco,
supuestamente suicida compulsivo y abandonado por la Revo-
lución Cubana!

Ese espejismo artificial y trabajosamente construido en no pocos


artículos y biografías redactadas a sueldo y al ritmo desbocado
del mercado, nos habla más que del mismo Guevara, de sus ani-
mosos detractores. Esos conversos mediocres, timoratos, aco-
modaticios y pusilánimes, que escupen en el Che todo aquello
que les recuerda lo que alguna vez quisieron ser o soñaron para
el futuro de sus pueblos. La “derrota ineluctable” con la que
tanto machacan no es la del guevarismo. Es la derrota personal
—política, ideológica y moral— padecida por ellos mismos al
haber vendido por moneditas su escritura y al haber abandonado
sus ilusiones y sus esperanzas juveniles.

Guevarismo,
248 un marxismo bolivariano

Y no sólo Rubén Darío, padre de Sandino y de Carlos Fon-


seca, lo acompaña en sus avatares guerrilleros e insurgen-
tes. De la mano de Pablo Neruda [1904-1973], el Che in-
tenta escapar de la muerte y continuar con su lucha por la
vida acompañado también por Simón Bolívar. Aquel mismo
que lo llevó a reprochar a su admirado maestro Marx el no
haberlo comprendido. El marxismo guevarista es un marxis-
mo bolivariano, ¿qué duda cabe?

La perspectiva de la lucha insurgente y libertaria planificada


como una lucha de alcance continental, donde lo que hay que
liberar (y construir al mismo tiempo) es la Patria Grande, remite
necesariamente a los sueños insepultos de Bolívar. Pero en el
Che ese bolivarianismo, esa perspectiva continental, no sólo re-
sponde a una filiación historiográfica o a una identificación emo-
cional hacia atrás que promueve la empatía con las luchas del
siglo XIX. La misma organización de la guerrilla boliviana del
ELN, pensada estratégicamente como una trinchera inicial desde
la cual —según el plan originario de Guevara, tal como lo relatan
sus combatientes que lograron sobrevivir— se desprenderían
más tarde columnas insurgentes hacia todo el cono sur, responde
al pensamiento independentista continental de los primeros lib-
ertadores San Martín y Simón Bolívar.

En medio de los apuros y las premuras de la insurgencia bo-


liviana, combatiendo por la independencia de todo el continente,
Guevara reproduce la poesía que Neruda le dedica al Libertador,
gestor del proyecto aún inconcluso —en Bolivia y en toda Nues-
tra América— de Patria Grande. Algunos de los versos de Neru-
da reproducidos por el Che Guevara en Bolivia de esa hermosa y
extensa poesía titulada “Un canto para Bolívar”176 lo dicen todo:

Capitán, combatiente, donde una boca


grita libertad, donde un oído escucha,
249
donde un soldado rojo rompe una frente parda,
donde un laurel de libres brota, donde una nueva
bandera se adorna con la sangre de nuestra insigne aurora,
Bolívar, capitán, se divisa tu rostro.
176 Véase El cuaderno verde del Che. Obra citada. Poesía reproducida completa
por el Che. pp. 82-84. Aquí sólo extractamos algunos pocos versos.
Otra vez entre pólvora y humo tu espada está naciendo.
Otra vez tu bandera con sangre se ha bordado
Padre, le dije, eres o no eres o quién eres?
Y mirando el Cuartel de la Montaña, dijo:
“Despierto cada cien años cuando despierta el pueblo”.

El Che y la revolución,
asignaturas pendientes
 

El plan y la búsqueda teórica (sociológica, crítica de la economía


política, historiográfica, filosófica, en última instancia, política)
que inició el Che están inacabados. Hay que continuarlos toman-
do en cuenta las condiciones actuales. No repetir de memoria ni
rumiar las frases del Che sino tratar de repensar de qué modo
podemos ser fieles a su método y a su pensamiento radical en las
condiciones actuales.

¿Cómo actualizar el internacionalismo revolucionario del Che en


tiempos de mundialización capitalista, cuando Estados Unidos
riega el continente americano de nuevas bases militares, llena el
cielo de satélites espías y lanza su Cuarta flota a vigilar estratégi-
camente los mares del mundo? ¿Podremos, acaso, someter a dis-
cusión los nuevos relatos filosóficos y sociológicos brutalmente
eurocéntricos que, como aquellos que combatió el Che, continúan
manteniendo una visión provinciana y localista de la revolución
mundial centrada exclusivamente en “las grandes capitales”
del Primer Mundo? ¿De que modo enfrentaremos los nuevos
dogmas objetivistas que, como los de antaño, se empecinan en
seguir desconociendo el lugar privilegiado de la subjetividad y
250 la cultura en la lucha anticapitalista y antiimperialista de nuestro
tiempo? ¿Cómo eludir el reformismo aggiornado que, defen-
diendo las ONGs, nos invita a “no tomar el poder” manteniendo
la perspectiva de confrontación con los aparatos de represión y
la militancia no institucional que nos enseñó el Che? ¿De qué
modo combinar hoy todas las formas de lucha, articulando la
disputa hegemónica (que promueve hombres y mujeres nuevos
y la batalla de las ideas) con el ejercicio de la fuerza material (es
decir, preparando y planificando nuevas insurgencias) en la lucha
contra el capital de nuestros días?

Lamentablemente, para resolver estos y muchos otros interro-


gantes de la agenda política contemporánea, el Che ya no está.
Pero nos deja un ejemplo de vida, un punto de vista político, una
tradición sólida de pensamiento y una actitud teórica. Una mane-
ra ética de vivir la política y de emprender la tarea del estudio, la
reflexión y la militancia. Corresponde a las nuevas generaciones
reactualizar y continuar ese camino de rebelión y revolución. Es
en ese preciso sentido que, más allá de toda consigna oportunista
de último minuto, el Che realmente vive.

Sí, ¡el Che vive! Pero no en un museo, en un pedestal o en una


estatua tranquilizadora y vacía de contenido. Vive en quienes
luchan y resisten a lo largo de todas las regiones, países y lati-
tudes del mundo. Desde su Argentina natal hasta en la Revolu-
ción Cubana, que tanto amó y defendió; desde el África, donde
combatió, hasta en Bolivia, que lo vio caer con dignidad; desde
las montañas de Colombia, donde hoy en día la guerrilla comu-
nista sigue combatiendo sin rendirse, hasta en Brasil y México,
donde el movimiento popular no se entrega; desde la Venezuela
bolivariana que debate si seguir sus ideas de planificación social-
ista o tropezarse con las “cooperativas de mercado”. Pero tam-
bién vive desde las grandes urbes de Estados Unidos y Europa
donde se asiste a nuevos incendios, huelgas generales, perspec-
tivas independentistas, sabotajes y enfrentamientos callejeros,
hasta en los pueblitos más olvidados y empobrecidos de Pales-
tina e Irak donde se resisten las guerras imperiales de conquista
por el petróleo y la dominación de los recursos naturales. 251

El Che vive en el corazón de los jóvenes del siglo XXI que pelean
por otra manera de vivir, sin capitalismo, mercado ni burocracia;
un mundo socialista, es decir, un mundo humano y no bestial. En
aquellos y aquellas que no están dispuestos a aceptar que el pla-
neta y su ecosistema se transformen en una vulgar y manipulada
mercancía, bajo la bota prepotente de un infante de marina o de
un mercenario asesino y torturador.

Desde lo más profundo de la selva de Bolivia, en medio de las


feroces persecuciones del Ejército, la CIA y los rangers norteam-
ericanos, con una mano en su fusil guerrillero y la otra en sus
Cuadernos de lectura y sus libros de teoría marxista, el Che nos
sigue interpelando.

Boedo, 6 de enero de 2011

252
La crítica del Che a la economía política
— Un comentario a los Apuntes críticos
a la economía política 177 —

¿Ética romántica contra el marxismo?

En la historia del socialismo mundial pocos revolucionarios han


sido tan admirados y queridos como el Che Guevara. Hasta en el
último rincón del mundo su figura es convocada para acompañar
las rebeldías más diversas. No obstante este atractivo, creciente
año tras año, el Che ha generado al mismo tiempo desprecios,
odios, sospechas y condenas. No sólo entre sus enemigos históri-
cos —el imperialismo norteamericano y las burguesías locales
de América Latina— sino también en las propias filas del mov-
imiento socialista.

Entre estos últimos desprecios y condenas, los más célebres


han girado en torno a las acusaciones de “idealista”, “subje-
tivista”, “aventurero” y, fundamentalmente, “romántico”. Sí,
romántico. Desde las catedrales socialdemócratas hasta las
stalinistas, sin olvidarnos tampoco de algunos exponentes
maoístas, trotskistas e incluso de la autodenominada “izquier-
da nacional” argentina, más de una vez el Che Guevara ha sido
rechazado por su “romanticismo”. Sospechoso por no poder
ser encasillado en ninguna de estas cristalizaciones y “orto-
doxias” y, además, por haber hablado y escrito en voz alta sobre
los problemas prácticos y teóricos de la revolución y el socialis-
mo desde un país del Tercer Mundo, el mensaje rebelde de Gue-
vara debió soportar durante demasiado tiempo la incomprensión 253
y el silencio sistemático. Se lo respetaba, sí, y se lo llegaba a
177 Este texto fue originariamente publicado en la revista Contexto latinoamericano.
Revista de Análisis político Nº5, octubre de 2007. pp.183-200. Fue traducido
al francés y publicado en el libro colectivo Che plus que jamais [compilador y
presentador Jean Ortiz]. Biarritz [Francia], Atlántica, 2007. pp. 17-40.
admitir en el panteón socialista, pero sólo a condición de pre-
scindir de su radicalidad política y congelarlo como un mártir. Su
supuesta “ingenuidad política” —aquella que lo alejaba de la re-
alpolitik, la razón de estado, el pragmatismo y el oportunismo—
era el pasaporte ideológico que lo disculpaba ante funcionarios y
burócratas institucionales.

Según esta versión ampliamente difundida en las biografías mer-


cantiles que hoy inundan shoppings y supermercados, su roman-
ticismo ético correría parejo con su ignorancia y desconocimien-
to de la teoría marxista.

Por vías tan distintas pero convergentes —las del mercado y la


burocracia— la herejía comunista radical de Guevara intentó ser
ocultada o, al menos, neutralizada.

Dentro de las muchas aristas que nutrieron ese proceso de lucha


ideológica dirigido a aplacar el corazón libertario del marxismo
revolucionario merece destacarse el vínculo entre ética comuni-
sta y crítica de la economía política en el pensamiento del Che
Guevara.

¿Ética y/o economía política?

En la mayor parte de las críticas al Che Guevara, supuestamente


“ortodoxas”, reaparece, una y otra vez, la misma hipótesis. El
Che sobredimensionaría la ética (y los problemas de la subjetivi-
dad a ella asociados) por desconocer la primacía histórica de las
“leyes económicas objetivas”. Este desconocimiento se debería
—siempre para esta versión vulgar de su pensamiento— a dos
254
razones: (a) su voluntarismo y (b) su ignorancia de la economía
en tanto ciencia positiva. ¿Cuál es el presupuesto básico subya-
cente que premoldea este tipo de hipótesis de lectura? Pues que
en la visión marxista de la sociedad sería posible escindir la ob-
jetividad de la subjetividad, la economía de la política, el “impa-
rable desarrollo de las fuerzas productivas” de la lucha de clases.
Para expresarlo en el lenguaje del joven Lukács o de Antonio
Gramsci, el objeto del sujeto.

Como la mayoría de los ataques contra el Che (provenientes de


diversas ortodoxias, hoy alicaídas pero sobrevivientes) destaca-
ban el voluntarismo y el romanticismo de Guevara por sobre su
concepción de la historia y la sociedad, bien valdría la pena de-
tenernos en esta última dimensión de su pensamiento para poder
calibrar con seriedad el lugar teórico central que en él juega la
ética.

Lejos de cualquier “ignorancia” en materia económica o de


cualquier desconocimiento en cuestiones científicas, el ángulo
prioritario y central que el Che Guevara otorga a la ética, a la
satisfacción por el deber cumplido y su reconocimiento social
como mayor estímulo moral, a la creación permanente del hom-
bre y la mujer nuevos, a la subjetividad y la conciencia comu-
nista, se asienta en un detallado y obsesivo estudio de la con-
cepción materialista de la historia y de la crítica marxista de la
economía política (sobre los estudios sistemáticos de Guevara
véase nuestra entrevista a Orlando Borrego: “Che Guevara
lector de El Capital”).

La concepción general del marxismo del Che abarca una sin-


gular interpretación de la concepción materialista de la historia
aplicada a la transición socialista, pasando por un modelo teórico
que enseña el funcionamiento y desarrollo de la economía de
un país que pretende construir relaciones sociales distintas del
capitalismo hasta llegar a una serie de realizaciones prácticas,
coherentes entre sí, de política económica.

Los niveles de la reflexión del Che acerca de esa concepción


255
general giran en torno a dos problemas fundamentales. En primer
lugar: ¿es posible y legítima la existencia de una economía políti-
ca de la transición? En segundo lugar: ¿qué política económica
se necesita para la transición socialista? Las respuestas para estos
dos interrogantes que se formula el Che permanecen abiertas,
aún hoy en día, cuarenta años después. No sólo para el caso es-
pecífico de Cuba sino también para todos los marxistas a nivel
mundial.

Intentando dar respuestas a esas inquietantes preguntas, el Che


elaboró un pensamiento sistemático de alcance universal (no re-
ducido a la situación cubana, como sugerían algunos soviéticos,
argumentando la trivialidad de que “Cuba es un país pequeño,
mientras la URSS es una país grande”, como si eso demostrara
algo en el terreno científico de la economía política), estructu-
rado en diversos niveles.

Si desagregamos metodológicamente su reflexión teórica, el Che


nos dejó:

(a) una reflexión de largo aliento sobre la concepción material-


ista de la historia, pensada desde un horizonte crítico del deter-
minismo y de todo evolucionismo mecánico entre fuerzas pro-
ductivas y relaciones sociales de producción;

(b) un análisis crítico de la economía política (tanto de los modelos


capitalistas desarrollistas sobre la modernización que por entonc-
es pululaban de la mano de la Alianza para el Progreso y la CEPAL
como de aquellos otros consagrados como oficiales en el “socia-
lismo real”, adoptados institucionalmente en la URSS);

(c) un pormenorizado sistema teórico de política económica, de


gestión, planificación y control para la transición socialista: el
Sistema Presupuestario de Financiamiento (SPF).

En la reflexión del Che Guevara, tanto (a), como (b) y (c) es-
tán estructurados sobre un subsuelo común. Los tres niveles de
análisis (que en él fueron al mismo tiempo práctica cotidiana, no
256 sólo discurso teórico) se enmarcan sobre un horizonte que los
engloba y a partir del cual adquieren plenitud de sentido. Ese
gran horizonte presupuesto es el proyecto político del Che: para
continuar con la enumeración previa, podríamos bautizarlo alea-
toriamente como nivel (d).
Es entonces (d), el proyecto político del Che, antiimperialista y
anticapitalista, de alcance mundial y no reducido a la revolu-
ción cubana, el que nos permite inteligir la racionalidad de (a),
(b) y (c). Para el Che Guevara, sin proyecto político no tiene
sentido entablar discusiones bizantinas y meramente académi-
cas sobre la concepción materialista de la historia. Sin proyecto
político, no vale la pena esforzarse por cuestionar los modelos
económicos falsamente “científicos” que obstaculizan el desar-
rollo del pensamiento crítico acerca de las relaciones sociales.
Sin proyecto político, carece igualmente de sentido cualquier de-
bate en torno a las diversas vías posibles de política económica
durante el período de transición al socialismo en una revolu-
ción anticapitalista del Tercer Mundo subdesarrollado y depen-
diente. Como también le sucedió a Marx y a sus mejores discípu-
los, en el Che es la praxis política la que motoriza la reflexión
teórica, incluso cuando se interna por los más escarpados y ab-
stractos vericuetos de la teoría marxista del valor.

La raíz última de esa concepción general (incluyendo desde (a)


hasta (d) es, precisamente, una visión ética y antropológica del
ser humano como criatura inacabada y en proceso permanente de
(auto)superación. Tomando en cuenta que la pregunta central de
la ética filosófica —por lo menos desde los griegos hasta Kant—
ha girado en torno al interrogante sobre “¿qué debo hacer?”, la
reflexión ética guevarista intenta responderlo desde la filosofía de
la praxis. Para el Che el deber moral no es una norma universal y
vacía, sino un mandato histórico y social que emerge de la lucha
de clases y de los valores construidos en su compleja dinámica.
Quizás uno de los textos más expresivos, en este sentido, sea su
inigualable discurso “¿Qué debe ser un joven comunista?”.

Como sus reflexiones en torno a la enajenación (en tanto princi- 257


pal obstáculo para la creación de una nueva sociedad), al hombre
nuevo y a los estímulos morales han sido largamente transita-
dos y son ampliamente conocidos, en este escrito focalizaremos
el análisis en el otro polo de la ecuación que articula junto a la
política el conjunto del pensamiento teórico del Che: su crítica de
la economía política. Este aspecto resulta muchísimo menos estu-
diado. Además, allí se encuentra el talón de Aquiles de las impug-
naciones antiguevaristas, tanto las que beben de las antiguas orto-
doxias como aquellas que se nutren últimamente de la biografías
mercantiles. Sólo indagando en esa perspectiva del pensamiento
de Che se podrá alcanzar una idea plenamente acabada de la di-
mensión ética que tiñe su cosmovisión totalizante del comunismo
como “hecho de conciencia” y como “moral revolucionaria”.

Si durante años debimos reconstruir de manera indirecta su con-


cepción crítica de la economía política a partir de las actas de las
reuniones del Ministerio de Industrias y de sus artículos en “el gran
debate” de los años 1963 y 1964 sobre la concepción del valor, el
cálculo económico y el sistema presupuestario de financiamien-
to, hoy contamos con una fuente directa de valor incalculable sus
Apuntes críticos a la Economía Política178.

Los planes de estudio


para la crítica de la economía política

Estas notas de Guevara aportan una dimensión escasamente tran-


sitada y atendida: su pensamiento en el terreno específico de la
economía política. Aquí aparece, en primer plano, lo que siempre
se supuso: sus críticas abiertas y contundentes al camino em-
prendido por la Unión Soviética para construir el socialismo.

Los Apuntes críticos a la Economía Política, al igual que la carta


enviada desde Tanzania a Armando Hart Dávalos en diciembre
de 1965, permiten indagar en la búsqueda teórica del Che. Una
258 búsqueda “ma-dura”, si se tiene en cuenta su corta y afiebrada
vida. Ambos textos condensan planes de estudios, ya sea sobre
178 El siguiente texto acerca de las notas críticas y borradores del Che sobre el
Manual de Economía Política de la Academia de Ciencias de la URSS adopta
como referencia para sus reflexiones y comentarios la reciente publicación del
material inédito del Che, aparecido en el volumen titulado Apuntes críticos a la
Economía Política. La Habana-Melbourne, Ocean Press, 2006 (también publicado
en Cuba en La Habana, Ciencias Sociales, 2006).
filosofía –en la carta de Tanzania-, ya sea sobre economía políti-
ca –en los Los Apuntes críticos a la Economía Política-.

Ambos planes de estudio constituyen los principales antecedentes


del gran plan bosquejado en los Cuadernos de lectura de Bolivia
[Cuadernos de notas que iba escribiendo en forma paralela al
célebre Diario de Bolivia (de campaña militar)]. Este último plan
–dividido en cinco grandes segmentos— comenzaba por los mo-
dos de producción precapitalistas y el problema del método di-
aléctico marxista. Seguía con la teoría marxista del capitalismo
(donde el Che hacía una síntesis de El Capital de Carlos Marx). A
continuación, venía la discusión sobre la teoría del imperialismo.
Luego, se explayaba sobre la teoría de la transición al socialismo
y, finalmente, el esbozo se cerraba enunciando los problemas del
socialismo, el comunismo y el hombre nuevo.

Tanto el plan de la carta a Hart, como el texto Apuntes críti-


cos a la Economía Política, presentan problemas, pero no los
resuelven. Ambos dejan cuestiones abiertas. No clausuran las
discusiones y los problemas con un slogan y una afirmación de
fe tranquilizadora, sino que apuestan a la incomodidad del revo-
lucionario.

No casualmente, el Che le escribe a su compañero y ayudante


Orlando Borrego acerca de esta tarea, a través de su compañera
Aleida –que lo visita en Praga-: “Estoy pensando en iniciar un
trabajito sobre el Manual de Economía de la Academia, pero
no creo que pueda acabar [...] Está sólo a nivel de idea”. Por lo
tanto, los cuadernos de Apuntes críticos a la Economía Política
son algunas de esas “ideas”. Nada más. El Che no dejó un tratado
sistemático sobre el asunto. Ni siquiera en los Cuadernos de lec-
tura de Bolivia. 259
Entre los múltiples aspectos que podrían destacarse en estos
Apuntes críticos a la Economía Política creemos que, al menos,
no deberían eludirse los siguientes núcleos temáticos:
En primer lugar, el Che se autodefine y caracteriza todo su em-
prendimiento de lectura crítica del Manual con las siguientes ex-
presiones: “nuestra herejía” y “nuestra osadía”. Esta es la imagen
que el Che tiene de sí mismo. Deberíamos preguntarnos: ¿“Here-
jía” con respecto a qué? ¿Cuál es la “ortodoxia” que pretendía
cuestionar y poner en discusión, en forma “osada”? En ese sen-
tido, resulta sintomático que haya tomado como objeto de crítica,
justamente, al texto oficial de la URSS en la materia.

No debemos olvidar que, a su regreso de una visita a la Unión


Soviética, un año y medio antes de redactar estos manuscritos en
Praga (Los Apuntes críticos a la Economía Política), el Che les
había plan-teado a sus compañeros del Ministerio sobre ese viaje
que: “Por cierto cuando empezamos a discutir [en la URSS],
se produjo una situación muy violenta; eso era una Biblia, el
Manual –ya que, por desgracia, La Biblia no es El Capital sino
el Manual- y venía impugnado por varias partes, incluidos argu-
mentos peligrosamente capitalistas”179.

Ya desde ese viaje a la URSS, Guevara se había quedado preocu-


pado -¿quizás obsesionado?- por la importancia desmedida que
los soviéticos atribuían al Manual de Economía Política de la
Academia de Ciencias. Al punto tal, que ya no leían El Capital
de Karl Marx. El Manual lo había reemplazado...

Cuando en Praga, en Los Apuntes críticos a la Economía Políti-


ca, intenta contextualizar y demarcar las condiciones históricas
de este cuestionamiento y de esta “herejía”, Guevara sostiene ex-
plícitamente que su tarea crítica la emprende “desde el subdesar-
rollo”. Su meta consistía en pensar los problemas teóricos de El
Capital, junto con los problemas prácticos del capitalismo y de
260 la transición al socialismo, desde la óptica política de los pueb-

179 Véase Ernesto Che Guevara: En El socialismo y el hombre nuevo. Obra citada.
p. 69. Véase la exposición del Che en el Ministerio de Industrias correspondiente
al 5/XII/1964, fragmento reproducido como bibliografía seleccionada bajo el título
“Polémicas en un viaje a Moscú” en nuestro libro Introducción al Pensamiento
Marxista. Obra citada.
los del Tercer Mundo. La revolución cubana se inscribía en ese
horizonte (no tanto geográfico, sino más bien social y político).

Si en la polémica de 1963 y 1964 había caracterizado a El Capi-


tal de Marx como un texto “humanista (en el mejor sentido de
la palabra)”, en estas notas de 1966 el Che lo aborda como un
texto crítico de la economía política, pero también como la obra
de dos “genios científicos” y de dos “revolucionarios exaltados”
(Marx y Engels). A Guevara no se le pasaba por alto la insepa-
rable unidad de teoría, ciencia y política en los fundadores de
la filosofía de la praxis. Por eso, en el plan teórico elaborado en
Bolivia, cuando analizaba el problema del método dialéctico, el
Che anotó: “Marx, científico puro y revolucionario”, destacando
ambas dimensiones al mismo tiempo.

Por contraposición con la dimensión crítica que él encuentra en


El Capital, el Che califica a la “ciencia económica marxista” de
su época como simple “apologética” –un término, obviamente,
despectivo-. Retoma, en este sentido, sus apreciaciones ya expre-
sada en el racconto de sus polémicas en Moscú, cuando se que-
jaba diciendo que “existe una crisis de teoría y la crisis teórica
se produce por haber olvidado la existencia de Marx”.

Más allá de todos los pliegues y detalles de las anotaciones críti-


cas del Che, lo cierto e innegable es que ellas encierran un núcleo
político fundamental. La Unión Soviética “está regresando al
capitalismo”, advierte Guevara. Advertencia formulada un cu-
arto de siglo antes del bochornoso derrumbe que la vio desplo-
marse sin dignidad ni decoro..., cuando la roja bandera del so-
cialismo había sido ya desplazada por la enseña gris de la buro-
cracia y la mediocridad.
261
Esta amarga caracterización constituye, sin duda alguna, la prin-
cipal consecuencia política de los escritos del Che en Praga, sin-
tetizados en Los Apuntes críticos a la Economía Política, en lo
que se refiere al estado interno de la formación social soviética
en 1966. Por otra parte, en cuanto al cuestionamiento central
de la política exterior del Estado soviético, su apreciación no
es menos taxativa. Guevara define la doctrina kruscheviana de
“cooperación pacífica entre los pueblos” como “una de las tesis
más peligrosas de la URSS”. No se detiene allí. También agrega,
terminante, que dicha doctrina –conocida en aquella época como
la “coexistencia pacífica” entre los dos grandes sistemas- consti-
tuye un “oportunismo de poca monta”.

El Che, Stalin y Mao


en los Apuntes críticos a la economía política

En esa entusiasta impugnación guevarista de la política estraté-


gica soviética frente al imperialismo se inscribe su referencia a
Stalin y Mao. Al igual que en su carta inédita a Armando Hart de
1965, en estas notas vuelve a aparecer la –problemática- men-
ción de Stalin. Es muy probable que esto se explique –al menos,
desde nuestro punto de vista- por la simpatía del Che con ciertas
críticas a la URSS desarrolladas por las posiciones chinas. Era
el PC chino el que por entonces exaltaba y oponía, frente a la
“coexistencia pacífica” de Kruschev, al binomio Stalin-Mao. Co-
incidiendo con esta oposición, el Che califica la política krusche-
viana como un “pragmatismo inconsistente”. Sin embargo, debe
advertirse que en el mismo párrafo, Guevara define a la época de
Stalin como... un “dogmatismo intransigente”.

Que la –problemática— referencia a Stalin deriva de las posi-


ciones chinas, puede corroborarse si se comparan estos Apuntes
críticos a la Economía Política, que Guevara redacta en Praga
a comienzos de 1966, con las notas de Mao Tse-Tung de 1960.
En ese año, Mao analiza críticamente el Manual de Economía
262 Política de la Academia de Ciencias de la URSS. Para su crítica
adopta como referencia la edición soviética de 1959. En esas no-
tas, Mao desarrolla un cuestionamiento al Manual cuyo punto
de vista mantiene, en algunos segmentos, gran semejanza con
la perspectiva que luego adopta el Che; mientras que, en otros
casos, existe entre ambos una notable diferencia.
Por ejemplo, el dirigente chino sostiene que “La historia de todas
las revoluciones ha probado que no era necesario tener previa-
mente desarrolladas las fuerzas productivas en su plenitud para
poder transformar las relaciones de producción envejecidas [...]
Es necesario antes que nada demoler la antigua superestructura
por la revolución para que las antiguas relaciones de produc-
ción puedan ser abolidas”180. Una y otra vez, Mao se queja de
que los soviéticos no toman en cuenta la superestructura cuando
analizan la transición al socialismo.

Previamente, en 1958, analizando uno de los últimos libros que


Stalin escribiera antes de morir –Problemas económicos del so-
cialismo en la URSS (1952)-, Mao afirma lo siguiente: “Stalin
sólo habla de las relaciones de producción. No habla de la su-
perestructura ni de las relaciones entre ésta y la base económi-
ca. [...] Todo ello concierne a la superestructura, es decir a la
ideología. Stalin habla únicamente de economía, no aborda la
política”181. Igualmente, sostiene: “Stalin sólo destaca la tec-
nología y los cuadros técnicos. No quiere sino la técnica y los
cuadros. Ignora la política y las masas”.

¿Conocía el Che estos comentarios de Mao al Manual soviético


y al libro de Stalin? Cabe aclarar que estos comentarios apare-
cieron editados en China, por primera vez, en 1967 y en 1969
en las Mao Tse Tung Sovhsiang wansui [Viva el pensamiento
de Mao Tse-Tung]. Obviamente, en idioma chino. En Argentina
recién se editaron –en español- en 1975. Como es bien conocido,
para entonces el Che ya había sido asesinado en Bolivia. Aunque
es muy probable que, aun sin haber leído estos comentarios, al
haber viajado a China durante la primera mitad de la década del
’60 como representante del gobierno cubano y de Fidel Castro,
Guevara haya podido conocer ese tipo de posiciones. 263

180 Véase Mao Tse Tung: Notas de lectura sobre el «Manual de Economía Po-
lítica» de la Unión Soviética. En Mao Tse Tung: Escritos inéditos. Buenos Aires,
Ediciones Mundo Nuevo, 1975.p.47.
181 Véase Mao: Obra citada, p.12.
Los haya leído o no, a un lector mínimamente informado no pu-
ede pasársele por alto que este mismo tipo de análisis de Mao
Tse-Tung es el que plantea el Che cuando, en Cuba, les responde
a los partidarios del “cálculo económico” y el “socialismo con
mercado” que no hay que esperar a tener el mayor desarrollo de
las fuerzas productivas para, recién allí, cambiar las relaciones
de producción. Desde el poder revolucionario, la política y la
cultura comunista que promueve la creación de un hombre nuevo
se puede acelerar la transformación de las relaciones de produc-
ción, aunque la revolución cubana todavía no haya podido desar-
rollar una tecnología de punta y una industria pesada propia.

Hasta allí las notables coincidencias, en la crítica del Manual,


del Che Guevara con el punto de vista de Mao Tse-Tung y los
dirigentes chinos. Ahora bien, el Che se diferencia y se distancia
completamente del punto de vista maoísta cuando, en su análisis
del libro de Stalin, Mao sostiene que: “No hace falta suprimir
de golpe la circulación de mercancías, la forma mercantil ni la
ley del valor, aunque ellas pertenezcan también a la burguesía
[...] Hemos recurrido al intercambio de mercancías y a la ley del
valor como instrumento para facilitar el desarrollo de la produc-
ción y el pasaje al comunismo”182. Mao continúa en el mismo sen-
tido: “La producción mercantil no es un fenómeno aislado. Todo
depende de aquello a lo que ella esté asociado: al capitalismo
o al socialismo. Si está ligada al capitalismo es entonces una
producción mercantil capitalista. Si está ligada al socialismo,
es entonces una producción mercantil socialista”. La posición
de Mao no deja lugar a dudas. Comentando el Manual soviético,
el dirigente chino señala: “Es bueno considerar la ley del valor
como instrumento para el trabajo de planificación. Pero no es
preciso convertirla en la base principal de la planificación”183.
264
Esta posición, que Mao adopta explícitamente del pensamiento
económico de Stalin (para oponerlo a Kruschev), sostiene que
entre la ley del valor y la planificación no existe contradicción
alguna. Es más, según este punto de vista de Stalin y Mao, la pl-
182 Véase Mao: Obra citada, p.13.
183 Véase Mao: Obra citada, p.82.
anificación socialista puede convivir y hasta valerse de la ley del
valor y del mercado para su cumplimiento. En el debate cubano
de 1963 y 1964, semejante propuesta fue defendida por el diri-
gente político cubano Carlos Rafael Rodríguez y por el profesor
de economía francés y militante del PCF Charles Bettelheim.
Durante esa polémica, el Che dedicó varios artículos a cuestionar
ese punto de vista.

Según el Sistema Presupuestario de Financiamiento (SPF), de-


fendido por el Che Guevara desde el Ministerio de Industrias, la
ley del valor y la planificación socialista son dos términos contra-
dictorios y antagónicos. Es erróneo pensar que uno se puede val-
er del otro o que uno se cumple a partir del otro. Guevara opinaba
que en la transición al socialismo la supervivencia de la ley del
valor o tendía a ser supe-rada por la planificación socialista o...
se volvía al capitalismo (como finalmente le ocurrió a la URSS).
Concretamente, el Che planteaba que: “Negamos la posibilidad
del uso consciente de la ley del valor, basado en la no existencia
de un mercado libre que exprese automáticamente la contradic-
ción entre productores y consumidores [...] La ley del valor y el
plan son dos términos ligados por una contradicción”184.

En una de las discusiones del Ministerio de Industrias, Guevara


fue más terminante todavía. Alberto Mora –otro de los partici-
pantes de la polémica de 1963 y 1964, con posiciones diversas
a las del Che— había sostenido que: “Una vez elegida la vía de
la dirección centralizada de la economía, falta ver si es posible
recorrerla con métodos exclusivamente administrativos, o si al-
guna vez será necesario recurrir a métodos indirectos, aun a la
ley del valor, al problema de los precios, o a mecanismos utiliza-
dos por el capitalismo”. En total discrepancia, el Che Guevara
le respondió a Mora: “No estoy de acuerdo con Alberto [Mora] 265
sobre el problema del método indirecto. El método indirecto por

184 Véase Che Guevara: “Sobre el Sistema Presupuestario de Financiamiento”


[febrero de 1964]. En Che Guevara El socialismo y el hombre nuevo. Obra citada.
p.287.
excelencia es la ley del valor. Y para mí la ley del valor equivale
a capitalismo”185.

El Che se tomaba bien en serio la advertencia metodológica que


Marx plantea en El Capital cuando dice que “la mercancía es la
célula básica de la sociedad capitalista”. Si sobrevive durante
la transición socialista e, incluso, si es alentada a que crezca en
nombre del “socia-lismo mercantil”, a largo plazo eso conlleva
darle un nuevo impulso al capitalismo que, como el ave Fénix,
renace de sus cenizas, aunque haya sido políticamente derroca-
do mediante la toma del poder por los revolucionarios. Por lo
tanto, el conjunto de la polémica del Che contra los partidarios
del “cálculo económico” está dirigida a cuestionar esta posición
central de Stalin y Mao. Esta posición económica es también
política, como Guevara nunca deja de aclarar en sus artículos e
intervenciones polémicas.

Guevara, Lenin y la NEP

La mirada crítica a esta supuesta “superviviencia de la ley del


valor” y al “uso conciente” del mercado como método indirecto,
durante la transición socialista, el Che la prolonga más allá del
cuestionamiento de la afirmación de Stalin y Mao. La “herejía”
del Che va más lejos y más atrás todavía. Llega a cuestionar,
incluso, la Nueva Política Económica (NEP) que el propio Lenin
planteó en 1921.

La NEP consistió, después del primer período de la revolución


bolchevique conocido como “comunismo de guerra”, en la su-
266 presión de las requisiciones agrícolas y el otorgamiento de le-
galidad a la manufactura y el comercio privados. A partir de la

185 Véase Alberto Mora y Che Guevara: “El plan y el hombre”. En El socialismo
y el hombre nuevo. Obra citada. pp. 74 y 75. También puede encontrarse en la céle-
bre compilación organizada por Orlando Borrego (con la colaboración de Enrique
Oltusky): El Che en la revolución cubana. La Habana, Ediciones del Ministerio
del Azúcar, 1966. Tomo VI: [lleva por título: “Ministerio de Industrias”], p.577.
NEP, los campesinos soviéticos podían vender libremente sus
productos a los comerciantes privados o llevarlos al mercado di-
rectamente, sujetos tan sólo a un impuesto en especie. Evidente-
mente la NEP era un paso atrás muy importante para el proyecto
socialista. Lenin lo dio, no porque creyera que ese era “el camino
estratégico hacia el comunismo”, sino debido a la extrema de-
bilidad de la revolución después de años de guerra civil e inter-
vención imperialista extranjera. Fue un producto de la necesidad
(aunque, luego, muchos socialistas mercantiles hicieron de ella
una virtud...). Respondió a una desfavorable relación política de
fuerzas. En la Rusia bolchevique, fue Nicolás Bujarin quien in-
tentó legitimarla teóricamente como un camino estratégico.

En los Apuntes críticos a la Economía Política, lejos de celebrar


la supervivencia de la ley del valor y el mercado dentro del so-
cialismo, como si fueran un camino estratégico, el Che critica
duramente a la NEP. Puntualmente, sostiene que ella “consti-
tuye uno de los pasos atrás más grandes dados por la URSS”,
a lo que más adelante agrega: “así quedó constituido el gran
caballo de Troya del socialismo: el interés material directo
como palanca económica”. Este tipo de análisis prolonga, ret-
rospectivamente, su posición de 1963 y 1964 en el debate con
Bettelheim, Mora y Carlos Rafael Rodríguez.

En 1964, en la ya mencionada reunión –taquigrafiada- del Minis-


terio de Industrias, el Che había afirmado: “Puesto que una em-
presa que funciona sobre la base de la demanda del público y
mide su ganancia y su criterio de gestión con relación a eso no
es ni un secreto ni una rareza; es el proceder del capitalismo [...]
Esto está sucediendo en algunas empresas de la Unión Soviética;
son algunas experiencias particulares y no pretendo de ninguna
manera probar con esto que en la Unión Soviética exista el capi- 267
talismo. Quiero decir simplemente que estamos en presencia de
algunos fenómenos que se producen porque existe crisis de teoría,
y la crisis teórica se produce por haber olvidado la existencia de
Marx y porque allí se basan solamente en una parte del trabajo
de Lenin. El Lenin de los años ’20 es tan solo una pequeña parte
de Lenin [...] Es un hecho que entre el Lenin del Estado y la revo-
lución y de El imperialismo, etapa superior del capitalismo y el
Lenin de la NEP hay un abismo”. Más adelante el Che agregaba
su particular interpretación de la NEP: “En la actualidad [1964]
se considera sobre todo a este último período, admitiendo como
verdad cosas que teóricamente no son ciertas, que fueron impu-
estas por la práctica”. Guevara terminó su intervención, en esa
reunión, señalando: “Lenin, entre otras cosas –y perdónenme si
me repito, porque lo he dicho muchas veces y tal vez hasta en
este mismo lugar más que un revolucionario, más que un filó-
sofo, es un político, y los políticos deben hacer concesiones. De
todos modos, sea lo que sea, en algún momento debe decir cosas
que no corresponden a su pensamiento”186.

La crítica del Che a la NEP y a la canonización posterior que se


hizo de aquella fase de la revolución rusa –congelando a Lenin
como un vulgar apologista del mercado- coincide, en muchísi-
mos aspectos, con la crítica que expresó en 1925 y 1926 el econ-
omista soviético Eugenio Preobrazhensky en su libro La nueva
economía.

Preobrazhensky comenzó trabajando junto con Nicolás Bujarin,


pero más tarde una aguda polémica teórica los enfrentó entre sí.
Luego de muchas idas y venidas y de haber militado entusiasta-
mente junto a León Trotsky en la Oposición de Izquierda, Preo-
brazhensky terminó fusilado por el stalinismo en 1937.

Ya en 1921, en la conferencia del Partido Comunista, Preobra-


zhensky había expuesto sus críticas a la NEP, alertando sobre el
peligro que implicaba para la revolución socialista el “juego del
mercado” y el aliento a los campesinos ricos en detrimento del
268 campesino pobre. Gran parte de su reflexión giraba en torno a las
relaciones contradictorias entre el sector privado de la economía
soviética y la industria socializada. De la misma forma que hic-
186 Véase la exposición del Che en el Ministerio de Industrias correspondiente al
5/12/1964, fragmento reproducido como bibliografía seleccionada bajo el título
“Polémicas en un viaje a Moscú” en nuestra Introducción al Pensamiento Marxis-
ta. Obra citada.
iera el Che Guevara en el seno de la revolución cubana, Preobra-
zhensky sostenía que la NEP derivaría en una estructura dualista:
industria y bancos públicos, agricultura privada. En ese marco,
sostenía, se daría una lucha entre el mercado y la planificación
llevada a cabo por el nuevo Estado soviético. Según su opinión,
este último debería transferir al sector público y socializado lo
esencial de la sobreproducción social, todavía agrícola. De igual
forma que como apuntará el Che años más tarde, y a diferencia
de las opiniones de Stalin, Mao Tse-Tung, Bettelheim y Carlos
Rafael Rodríguez, Preobrazhensky planteará la relación entre el
mercado y el plan como una contradicción estratégica. No por
casualidad, en la carta a Hart, el Che se había referido a “los
grandes polémicos del año 20 en la URSS” como “los más im-
portantes para nosotros”.

¿Había leído el Che Guevara a Preobrazhensky cuando redactó


los Los Apuntes críticos a la Economía Política?187 No lo sabe-
mos. Su libro La nueva economía recién se publicará en Cuba en
1968 (en el N°22 de ese año, en la revista cubana Pensamiento
Crítico, Hugo Azcuy realiza una reseña elogiosa del mismo). En
México, también se publicará, pero todavía más tarde, en 1971
(por la editorial ERA vinculada a la nueva izquierda). Quizás el
Che lo leyó en ediciones europeas. En Oxford se publicó –en
inglés- en 1965, mientras que París recién apareció –en francés-
en 1966.

Capitalismo, socialismo y etapismo

Pero no será, únicamente, en la interpretación de la ley del valor


y su relación con la planificación socialista dónde hallaremos 269
la diferencia central entre Guevara y el stalinismo de Mao Tse-
Tung y el propio Stalin.

187 Véase el testimonio de Orlando Borrego en “Che Guevara lector de El Capital”.


La distancia central entre ambas posiciones la encontramos, ple-
namente desarrollada, en el cuestionamiento del Che Guevara a
todo etapismo sociológico, historiográfico y político. Un cuest-
ionamiento de índole teórica, de largo aliento, que no respondía
simplemente a una urgencia coyuntural del Che por “quemar
etapas” o a un “apuro” suyo circunstancial (como lo sugieren,
superficialmente, algunos biógrafos) sino a una visión de la his-
toria humana de neta filiación marxiana.

El etapismo –preconizado por todas las corrientes stalinistas,


sean las aggiornadas prosoviéticas de Kruschev o las ortodoxas
prochinas de Mao- consiste en separar las tareas “democráticas”,
o “burguesas”, o “agrarias”, o de “liberación nacional”, de las
tareas específicamente socialistas. Son bien conocidas, al respec-
to, las clásicas posiciones de Stalin y sus seguidores en la mate-
ria188. En las notas de Mao Tse-Tung al Manual de la Academia
de Ciencias de la URSS, el dirigente chino insiste en diferenciar
etapas en la lucha contra “el capital burocrático” –vinculado a
la dominación extranjera en China-, de la lucha contra “el capi-
tal nacional”.

Para el etapismo (se apoye en los escritos clásicos de Stalin, en


los manuales soviéticos o en los textos de Mao Tse-Tung) la
revolución pendiente en América Latina no es socialista, sino
“agraria antimperialista” (como forma específica de la “revolu-
ción democrático burguesa”).

Cuestionando duramente este tipo de análisis, en Los Apuntes


críticos a la Economía Política el Che vuelve a insistir con la
misma idea que también planteará en su “Mensaje a los pueb-
188 Para una interpretación “etapista” de la revolución cubana, puede leerse con
provecho “Cuba en la transición al socialismo (1959-1963)” de Carlos Rafael Ro-
270 dríguez. En Letra con filo. La Habana, Ciencias Sociales, 1983. Tomo II, pp.293-
388, particularmente p.372-388. Igualmente, pueden consultarse sobre este asunto
los puntos de vista de Blas Roca (líder histórico del antiguo PSP). También puede
rastrearse esta posición en “Veinte años de la revolución cubana” (Conferencia
celebrada en Moscú en diciembre de 1978) de Fabio Grobart. En Trabajos Esco-
gidos. La Habana, Ciencias Sociales, 1985.p.181-195. En Argentina puede encon-
trarse una posición idéntica, sobre Cuba y América Latina, en los escritos políticos
e históricos de Victorio Codovilla o Rodolfo Ghioldi.
los del mundo a través de la Tricontinental”: “Por otra parte
las burguesías autóctonas han perdido toda su capacidad de
oposición al imperialismo -si alguna vez la tuvieron- y sólo for-
man su furgón de cola. No hay más cambios que hacer; o revo-
lución socialista o caricatura de revolución”.

Mientras el Manual soviético, analizado por Guevara, sostiene


que: “La burguesía nacional participa en esta lucha [para der-
rocar la dominación del imperialismo] y desempeña cierto papel
progresivo”; y mientras en sus comentarios Mao Tse-Tung in-
siste, una y otra vez, en diferenciar entre “el capital burocrático”
–asociado en China a la dominación extranjera- y “el capital
nacional”, la posición del Che Guevara rompe totalmente con
dicha concepción.

En los Apuntes críticos a la Economía Política, el Che replica y


responde que: “Históricamente esto fue cierto, en la actualidad
es falso”.

Refiriéndose al “proceso de alianza entre las burguesías y los


capitales imperialistas”, Guevara plantea que: “se produce una
alianza entre explotadores de diversos sectores y los grandes ter-
ratenientes incursionan en la industria y el comercio”.

Separando, aún más, las posiciones propias de las preconizadas


por el etapismo, Guevara agrega más adelante en sus Apuntes
críticos a la Economía Política: “La lucha contra la burguesía
es condición indispensable de la lucha de liberación, si se quiere
arribar a un final irreversiblemente exitoso”.

¿Cuál es la fuente teórica de esta crítica abierta, nunca solapada,


de Guevara al etapismo? En primer lugar, la propia experiencia
política de la revolución cubana. A diferencia del antiguo Partido 271
Socialista Popular; Fidel Castro y el resto de la dirección cubana
nunca separaron en dos al proceso revolucionario. El pasaje en-
tre una fase nacionalantimperialista y una fase socialista se dio
en forma ininterrumpida. De allí en adelante, todos los llamados
internacionales realizados desde la revolución cubana al resto de
las organizaciones y pueblos de América Latina, siempre, ape-
laron a la idea de una revolución socialista (no “democrático
burguesa” ni “agraria-antiimperialista”) continental. Desde las
primeras declaraciones de La Habana hasta las declaraciones de
la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS).

Aunque haya sido la principal, ésa no fue seguramente la única


fuente del Che. A pesar de que no aparece citado explícitamente
en sus libros y artículos del período, según el testimonio del mili-
tante peruano Ricardo Napurí –que trabajó junto al Che durante
los primeros tiempos de la revolución en Cuba, desde 1959 a
1964, preparando contactos con otros sectores revolucionarios
sudamericanos, principalmente peruanos y argentinos-, Guevara
habría leído La revolución permanente (1930) de León Trotsky en
el año 1960. El mismo Napurí le habría acercado, personalmente,
este libro al Che al Banco Nacional de Cuba y, a los pocos días,
habrían mantenido un diálogo sobre el texto ya leído por Gue-
vara189. (En los Cuadernos de lectura de Bolivia, el Che volverá
a leer a León Trotsky. En primer lugar, en esos cuadernos trans-
cribe varios fragmentos de La revolución permanente, extraídos
de la antología realizada por Charles Wright Mills: Los marx-
istas [1962 –el Che utiliza una edición mexicana de 1964-]. En
segundo lugar, en esos mismos cuadernos, Guevara extracta nu-
merosos pasajes de la Historia de la revolución rusa de Trotsky,
leída en una edición argentina. En ambos casos, luego de tran-
scribir pasajes, sintetiza su balance sobre Trotsky y sus obras).

De cualquier forma, tampoco se agotan allí las posibles fuentes


de la crítica guevarista al etapismo. Ya durante los años ‘20, más
precisamente en 1928, José Carlos Mariátegui había planteado
que: “La revolución latinoamericana, será nada más y nada me-
272 nos que una etapa, una fase de la revolución mundial. Será simple
y puramente, la revolución socialista. A esta palabra, agregad,
según los casos, todos los adjetivos que queráis: «antimperial-
ista», «agrarista», «nacionalista-revolucionaria». El socialismo

189 Véase Entrevista de José Bermúdez y Luis Castelli a Ricardo Napurí. En He-
rramienta N°4, Buenos Aires, 1997.
los supone, los antecede, los abarca a todos”190. Es seguro que el
Che conocía a Mariátegui, tanto por su primera compañera Hil-
da Gadea (militante peruana) como por haber mantenido amis-
tad con el médico comunista peruano Hugo Pesce, delegado de
Mariátegui a la primera Conferencia Comunista Sudamericana
de 1929. (Pesce, a quien conoció en Perú durante sus viajes juve-
niles, lo visitará en Cuba en los ’60).

La “herejía” del Che no termina tampoco en su crítica del


etapismo. En estas apretadas líneas de los Apuntes críticos a
la Economía Política, Guevara también cuestiona el recurrente
hábito del marxismo ortodoxo –repetido en todos los manuales
“científicos” de la URSS, no sólo en los de economía- que con-
siste en atribuirle a fenómenos históricos, que han sido produ-
cidos en condiciones y circunstancias coyunturales, el carácter
de... “ley”. Esta polémica aseveración de Guevara, ¿no tiene
consecuencias, a la hora de comprender el conjunto de la concep-
ción materialista de la historia? Creemos que sí. Pretender legiti-
mar posiciones políticas coyunturales, –como las de la NEP-en
nombre de las temidas “leyes de la dialéctica” o las “leyes de la
economía”, constituye uno de los recursos metafísicos más da-
ñinos que ha sufrido el marxismo a lo largo de toda su historia.

Vinculando el problema de la planificación (eje del debate de


1963-1964), con su marxismo humanista, en estas notas Guevara
vuelve a repetir sus opiniones críticas del “socialismo mercan-
til”, siempre rebosante de fetichismo y cosificación. Allí define
entonces la planificación como “la posibilidad de dirigir cosas,
de quitarle al hombre su condición de cosa económica”.

En consonancia con esta concepción, como en todos sus escritos


anteriores, Ernesto Guevara vuelve a apelar a la conciencia y 273
la educación comunista, esos inmensos agujeros negros del “so-
cialismo real”. La educación comunista a la que aspira el Che,
dirigida a la construcción de una humanidad nueva, enfoca sus
190 Véase José Carlos Mariátegui: “Aniversario y balance”. Editorial de Amauta
N°17, año II, Lima, septiembre de 1928. Reproducido como bibliografía seleccio-
nada en nuestra Introducción al Pensamiento Marxista. Obra citada.
cañones contra el interés material, ya que “apunta a que el indi-
viduo actúe de acuerdo a su deber social y no a su barriga”. En
esta sentencia reside, justamente, el corazón de su concepción
ética del revolución y el socialismo.

Por último, debemos prestar atención al modo en que Guevara


discute con las concepciones más catastrofistas del marxismo.
Según éstas, la caída del capitalismo en su prolongación contem-
poránea, el imperialismo, es inevitable y está predeterminada.
La fuente de donde se extraen, a menudo, este tipo de análisis
proviene de la ley que Marx expone en el Tomo III de El Capi-
tal, acerca de la caída decreciente de la tasa de ganancia. Frente
a este tipo de lecturas deterministas y catastrofistas, que aplican
mecánicamente esta ley, el Che sostiene que: “Los monopolios
la contrarrestan a costa de los países dependientes”.

En Marx no hay catastrofismo economicista. Según ese mismo


tomo tercero de El Capital, la ley tiene sus elementos de con-
tratendencia. Por eso, a contramano de los “ortodoxos” que se
sentaban a esperar, cruzados de brazos, a que el imperialismo
se derrumbara por sí solo, en forma automática (ya sea por sus
crisis de sobreproducción o de subconsumo) en estos Apuntes
críticos a la Economía Política el Che alerta: “El imperialismo
tiene aún gran vitalidad”. ¿Cuáles son las consecuencias políti-
cas de este análisis? Pues que el imperialismo no se cae jamás
solo..., ¡hay que vencerlo para poder derrumbarlo!. Para ello hay
que romper con todas las recetas teóricas ortodoxas que nos in-
vitan, invariablemente, a quedarnos pasivos, somñolientos, con
modorra, esperando y sin intervenir en política.

274 La invitación de Guevara


y el programa de Marx

A contramano de las antiguas codificaciones positivistas del marx-


ismo (que escindían ética de ciencia, juicios de valor de juicios de
hecho, voluntad y praxis política de cientificidad) y de los “nuevos”
intentos académicos del marxismo analítico (que construyen una
deontología normativa sobre la justicia al margen de la historia y
de la lucha de clases) en sus múltiples manuscritos, planes para
futuros estudios, apuntes, cartas y discursos el Che Guevara nos
deja todo un programa de investigación. Articulando ética y críti-
ca científica de la economía política, crítica científica y política,
política y cultura, cultura e historia, historia y ética, Guevara nos
invita, provocativamente, a retomar la herencia olvidada de Karl
Marx. Aquella donde la crítica de la economía política, paradig-
ma de cientificidad, se estructura en un ángulo totalizante sobre
una escala axiológica de valores que emergen de la historia y de
la lucha de clases.

Aceptar el desafío ético del Che, retomando el programa teórico,


político y epistemológico de Marx, nos permitirá volver a insta-
lar en la agenda actual de la izquierda la perspectiva política rad-
ical, antiimperialista y anticapitalista, durante demasiado tiempo
olvidada.

El Che Guevara y la filosofía


191
de la praxis

Aniquilar e incorporar. En esos dos movimientos se articulan y


condensan las estrategias que los poderosos han desarrollado fr-
ente al Che. Una vez capturado, lo asesinaron, despedazaron su
cadáver y como a tantos otros compañeros, lo “desaparecieron”.
Luego, se dedicaron pacientemente a incorporarlo.
275
191 La primera versión de este texto nació originariamente a fines de 1992, como
ponencia leída en diciembre de ese año en un encuentro de filosofía en La Paz, Bo-
livia. Una breve síntesis fue allí publicada en el suplemento cultural del periódico
Presencia (La Paz, 24/1/1993) bajo el título “El papel del hombre en la filosofía de
la praxis”. Luego de haber sido reelaborado más de una vez, el ensayo fue publi-
cado en Argentina en la revista América Libre (N°11, 1997), en Cuba en Debates
Americanos (N°3, 1997) y en México en Dialéctica (Año 22, N°31, 1998).
Como a todos los revolucionarios -muchos de ellos y ellas anóni-
mos, que no tuvieron la suerte de ser conocidos como el Che
pero que sin duda alcanzaron su misma estatura moral- se los ha
tratado de manipular, de trivializar. Se los ha querido convertir
en objeto de consumo y revival. Que nunca lo logren sólo de-
pende de nosotros, de nuestra lucha, de la capacidad que tenga-
mos para que sigan acompañándonos no desde las vidrieras ni las
librerías del shopping sino desde la calle, el colegio, la fábrica, la
universidad, las movilizaciones.

El estudio del Che necesariamente nos remite a una lucha por su


herencia, a un combate. En esa pelea, la apropiación burguesa
del Che reposa sobre tres tipos de operaciones ideológicas:

En primer lugar, se lo intenta desvincular de la revolución cuba-


na, de su dirección revolucionaria -que él contribuyó a crear y de
donde emergió como cuadro y dirigente- y del innegable impulso
que aquella dio a la revolución continental. En segundo lugar,
se pretende presentarlo como un empirista y un pragmático, ab-
solutamente desprovisto de cualquier nexo con la teoría social y
filosófica marxista. Y en tercer lugar, se lo convierte en un mito
y una imagen, desligados de su proyecto, y a los cuales se rev-
erencia “independientemente de sus ideas” o “a pesar de ellas”.

Esta última operación es quizás la más fácilmente identificable.


En las revistas, diarios, TV y cine -privilegiados espacios de con-
strucción hegemónica- Guevara se ha convertido en el poster de
un rockero peli-largo y con boina, un héroe romántico, un aven-
turero mitológico y utópico, un Robin Hood, un Don Quijote,
un Cristo laico o un simpático idealista. Inalcanzable, siempre
bello y bien lejos de la tierra, por lo tanto inservible e inoperante
276 en la cotidianeidad. Y además, siempre derrotado. El cine -para
dar sólo un ejemplo- privilegia invariablemente las derrotas de
los revolucionarios. ¿Por qué se hacen tantas películas sobre la
derrota española ante Franco y ninguna sobre la victoria de Viet
Nam, o de Cuba? Desmoralizar y desmovilizar al enemigo -el
pueblo, la juventud- es la gran consigna de guerra. El Che no
fue inmune a esa estrategia. Bolivia y la Higuera predominan
sobre Santa Clara y La Habana. Admirarlo, sí, pero no seguir su
ejemplo.

Recuperar al Che para el campo popular y revolucionario implica


entonces comenzar -apenas comenzar, en esa precaria etapa es-
tamos- a desmontar esa sistemática e inescrupulosa apropiación.
Pero también obliga a polemizar con la neutralización y el con-
gelamiento que le han impuesto más de una corriente de izqui-
erda. Ya sea los que lo reivindican folklóricamente como figura
inofensiva y tranquilizadora para aplacar conciencias a través de
toda una serie de fantasías compensatorias o los que lo cues-
tionan por su supuesto “foquismo ultraizquierdista” (pequeño
burgués desesperado, populista sin confianza en el proletariado
puro, en el partido de vanguardia, etc, etc).

Tratando de ubicarnos en esa doble disputa, y subrayando


la continuidad metodológica entre la ruptura teórico políti-
ca que produjo Marx y las que a su turno incentivaron Lenin,
Mariátegui y el Che -sin olvidarnos de otros pensadores y di-
rigentes antiburocráticos, aunque no los analicemos en este li-
bro- intentaremos señalar ciertos núcleos conceptuales de su
pensamiento teórico. Apenas fragmentos de un estudio sistemáti-
co que sigue aun pendiente para las nuevas generaciones.

Humanismo y Antihumanismo teórico

En su polémica y provocativa obra Para leer El Capital, Louis


Althusser se oponía a las interpretaciones izquierdistas del marx-
ismo que, para criticar y oponerse al mecanicismo y al fatalismo,
habían apelado a la voluntad revolucionaria y habían enfatizado 277
el humanismo, el historicismo y una concepción igualitarista de
la praxis. Adoptaba entonces una perspectiva filosófica auto-
definida como “antihumanista teórica” y “antihistoricista”. Dejó
huella e hizo historia.
El sentido último que Althusser trataba de encontrar en ese iz-
quierdismo -particularmente en el de Gramsci- era que “remitía
a una protesta contra el fariseísmo libresco de la II Internacional
y un llamado directo a la ‘práctica’, a la acción política, a la
‘transformación’ del mundo sin lo cual el marxismo no sería más
que el alimento de ratas de bibliotecas o de funcionarios políticos
pasivos”.

A pesar de ese justificado reconocimiento, el humanismo y el


historicismo praxiológico reposaban y giraban para Althusser
sobre una misma problemática ideológica “no científica”, vol-
untarista e idealista. Ambos se habían apartado del materialismo,
en el particular significado que él otorgaba al término “materi-
alismo” -no directamente asimilable al del DIAMAT-: (a) tesis
epistemológica de la diferencia y preexistencia del objeto real
por fuera tanto del proceso cognoscitivo como de su producto, el
objeto de conocimiento construído (“Materialismo Dialéctico”),
y (b) teoría de la economía política y de la historia, no centrada
en los sujetos ni en los hombres, sino en los procesos, relaciones
y estructuras, de los cuales los hombres son meros soportes o
portadores (“Materialismo Histórico”).

Al hacer la enumeración de las corrientes y autores izquierdistas


que habrían “recaído” en el humanismo y el historicismo, Al-
thusser incluía sugestivamente a: (a) Rosa Luxemburg y Franz
Mehring; (b) Bogdanov y el ‘Prolekult’ (Cultura Proletaria),
(c) György Lukács y Karl Korsch; (d) “la oposición obrera” (es
decir León Trotsky y su corriente), (e) Antonio Gramsci; y final-
mente (f) “los pueblos del Tercer Mundo” que realizan “com-
bates políticos verdaderamente revolucionarios para conquistar
y defender su independencia política y comprometerse en la vía
278 socialista”192.

Si bien Althusser no nombraba explícitamente a aquellos teóri-


cos y dirigentes revolucionarios que en “el Tercer Mundo” se
192 Véase Louis Althusser: Para leer El Capital. .México, Siglo XXI, 1988. “El
marxismo no es un historicismo”, p.130‑156. La enumeración de los partidarios del
izquierdismo historicista, praxiológico y humanista en p.153.
sentían atraídos por el humanismo y el historicismo, no es difícil
imaginar a quien estaba refieriéndose ‑si tomamos en cuenta que
su libro se publicó en 1967‑. Creemos que en esa alusión Al-
thusser estaba pensando en la dirección política de la Revolución
Cubana y especialmente en Ernesto Che Guevara.

Uno de sus alumnos y discípulos directos, Régis Debray, se había


trasladado a La Habana, participó al menos formalmente en la
Escuela de Filosofía y tuvo un contacto por así decirlo “directo”
con el Che. Althusser sabía muy bien de qué estaba hablando.

Recordemos que en Europa, desde una perspectiva filosófica


crítica y antidogmática, Lukács, Korsch y Gramsci -pero no sólo
ellos- habían enfrentado en los años ‘20 y ‘30 las visiones can-
onizadas del marxismo enfatizando su componente humanista y
priorizando su historicismo. En esos años, el DIAMAT se había
erigido en “oficial” pero su reinado aparentemente monolítico
convivía en realidad con otras vertientes heterodoxas y no es-
quemáticas. En ese impulso teórico, indudablemente la categoría
dialéctica de praxis había ocupado un lugar central, tanto en His-
toria y conciencia de clase como en los Cuadernos de la cárcel
(aunque este reconocimiento indubitable no implique, de ningún
modo, construir un nuevo “panteón”, ahora heterodoxo, para re-
emplazar al ortodoxo del stalinismo).

En América Latina, el DIAMAT sólo se pudo imponer sobre el


marxismo creativo de Mariátegui y sobre el espíritu de ofensiva
de Mella a fines de los años ‘20. Su hegemonía duró hasta inicios
de los ‘60 cuando, al calor de la revolución cubana, comienza la
batalla por extender, difundir y socializar otras vertientes marx-
istas. En la cresta de ese renacimiento político cultural, la Es-
cuela de Filosofía de La Habana y la revista Pensamiento Crítico 279
cuestionaban explícitamente al DIAMAT, publicaban a Lukács
y Korsch en castellano e intentaban fundamentar, en la revista y
en sus planes de estudio, una lectura historicista del marxismo.
Mientras tanto, Adolfo Sánchez Vázquez publicaba en México
su célebre Filosofía de la praxis. Era exactamente el mismo año,
1967, en que Althusser arremetía en París contra el “humanismo
historicista de la praxis” y Marta Harnecker -su discípula lati-
noamericana- comenzaba a seguirlo puntualmente en nuestros
países con sus célebres manuales, que guiaron el aprendizaje de
miles de militantes latinoamericanos simpatizantes de la revo-
lución cubana193.

Entonces, no es muy difícil coincidir con el diagnóstico de


aquella caracterización althusseriana, aunque desde una perspec-
tiva diametralmente opuesta (sin por ello construir -insistimos-
un nuevo “panteón” invertido). Efectivamente, el pensamiento
teórico del Che Guevara se inscribe en esas corrientes historicis-
tas y humanistas de la filosofía de la praxis, cuya larga tradición
crítica y antidogmática tiene en Gramsci y en Mariátegui sus
principales exponentes194.

La formación filosófica

Guevara toma contacto con los textos clásicos de Marx, Engels y


Lenin varios años antes de la proclamación socialista de la Revo-
lución que hace Fidel Castro a inicios de los ‘60. Su formación
filosófica, política y económica anterior a la Revolución Cubana
incluye por lo menos la lectura de El Manifiesto Comunista y
El Capital de Marx; el Anti-Dühring de Engels; El Estado y la
revolución y El imperialismo, fase superior del capitalismo de
193 Veinte años después, en 1989, Marta Harnecker todavía seguía esforzándo-
se por conciliar su entusiasta adhesión a la estrategia política guevarista para el
continente latinoamericano, con el “antihumanismo teórico” althusseriano, evi-
dentemente contradictorio con la filosofía humanista e historicista del Che. Véase
Marta Harnecker: “El Che: vigencia y convocatoria” y “El Che: La consecuencia
de un pensamiento”. Bs.As., s/edit. 1989. Principalmente “Sobre el humanismo en
280 el Che y la crítica de Althusser a la consideración del marxismo como un huma-
nismo”. p.26-27.
194 Véase Fernando Martínez Heredia: El Che y el socialismo. Bs.As., Dialécti-
ca, 1992. p.12, 60, 69 y 140; y Michael Löwy: El pensamiento del Che Guevara.
México, Siglo XXI, 1987.p.17. Estas dos investigaciones son seguramente las que
mejor explicitan y desarrollan la pertenencia del pensamiento filosófico del Che a
la filosofía de la praxis y su diferencia radical con todo materialismo (ya sea del
DIAMAT u otros más elaborados).
Lenin. Con los dos primeros tuvo contacto entre los 16 y los 17
años, cuando comienza a redactar un diccionario filosófico. Las
notas para ese diccionario las escribe en diferentes épocas y las
culmina en México. Los otros tres los analizó en sus años de
estudios universitarios195. En trabajos y en su correspondencia
fami-liar desde 1954 en adelante -la época de sus grandes viajes
por América Latina-, aparecen regularmente categorías marxis-
tas y frecuentes alusiones irónicas a sus apasionadas lecturas de
los clásicos de esta corriente. Por ejemplo, en un trabajo sug-
estivamente titulado “La clase obrera de los EEUU... ¿amiga o
enemiga?”, redactado en abril de 1954, a partir de la categoría
de imperialismo el joven Guevara analiza los métodos de la bur-
guesía norteamericana para compensar la plusvalía extraída a su
proletariado.

En abril de 1956, también le dice a su padre: “Dentro de poco


tiempo pasaré a ser una notabilidad en la ciencia médica, si no
como científico o profesor por lo menos como divulgador de la
doctrina de San Carlos [Léase Carlos Marx] desde los altos esca-
ños universitarios. Porque me he dado cuenta que la fisiología no
es mi fuerte, pero lo otro sí” y le comenta a su amiga Tita Infan-
te, en octubre del mismo año: “Por supuesto, todos los trabajos
científicos se fueron al cuerno y ahora soy sólo un asiduo lector
de Carlitos [léase Carlos Marx] y Federiquito [léase Federico
Engels] y otros itos”. Este tipo de referencia a sus lecturas marx-
istas se repite, invariablemente, en la correspondencia de esos
años. Les comenta también: “Por otro lado te diré que tengo una
cantidad de chiquilines de sexto año encandilados con mis aven-
turas e interesados en aprender algo sobre las doctrinas de San
Carlos” o “Estoy fuerte, optimista, subo frecuentemente a los
195 Lamentablemente hasta la fecha ese diccionario redactado por el joven Gueva-
ra no ha sido publicado. Pueden consultarse unas pocas fotografías de algunas pági-
281
nas manuscritas -por ejemplo, la correspondiente al término “dialéctica”, o a Marx
y Sócrates, en la iconografía de Adys Cupull y Froilán González: Ernestito, vivo
y presente (1928-1953). La Habana, Ed.Política, 1989.p.105-109. Véase también
Carlos Tablada: “La creatividad en el pensamiento económico del Che” en Cuba
Socialista N°39, mayo‑junio de 1989.p. 66‑70. Algunos pequeños fragmentos han
sido recientemente reproducidos en la antología América latina, despertar de un
continente. Obra citada].
volcanes, voy frecuentemente a visitar ruinas, leo frecuente-
mente a San Carlos y sus discípulos”. Agrega: “El tiempo libre
lo dedico al estudio en forma informal de San Carlos. La nueva
etapa de mi vida exige también el cambio de ordenación; ahora
San Carlos es primordial, es el eje, y será por los años que el es-
feroide me admita en su capa más externa”, etc.,etc196.

Un gran aliciente para su inicial acercamiento al marxismo teóri-


co se produce en Guatemala en 1954, en la biblioteca de la que
sería su mujer Hilda Gadea. Posteriormente, exiliado de Guate-
mala tras el golpe contrarrevolucionario contra Arbenz, recibe
de manos de su amigo Arnaldo Orfila Reynal ‑por esa época di-
rector de FCE Fondo de Cultura Económica y luego de Siglo
XXI‑ los tres tomos de El Capital, en la traducción de Wenceslao
Roces. Su padre también señala la importancia que tuvo en su
inicial interés por el marxismo la amistad -nacida en 1954 en
Guatemala y continuada luego de la toma del poder en Cuba en
los años sesenta- con el profesor norteamericano Harold White,
quien en 1928 había impartido clases de marxismo en la Facultad
de Filosofía de la Universidad de Utah y había escrito una obra
sobre el mismo tema publicada en los EEUU.

Además, en uno de sus viajes continentales se aloja, sugerente-


mente, en la casa del comunista peruano Hugo Pesce, uno de
los dos delegados mariateguianos a la conferencia comunista de
Buenos Aires de 1929. Le dice entonces en una carta (fechada en
mayo de 1952) a su amiga Tita Infante: “Afortunadamente en-
contramos en Lima, junto con un maestro de la lepra un espíritu
comprensivo como es el Dr. Hugo Pesce, que ha solucionado la
mayoría de nuestros problemas más apremiantes ($$,&&,etc).
De paso le diré que las ideas de este señor se parecen mucho a
282 las suyas [Tita era militante comunista en Buenos Aires] pero no
es tan romántico como usted”. Es sumamente probable que en
ese momento haya tomado contacto directo con la obra de José
Carlos Mariátegui, padre intelectual de Pesce.

196 Véase E. Guevara Lynch: ...Aquí va un soldado de América. Bs.As., Planeta,


1990.
Por este último Guevara continuó sintiendo una gran estima aun
después de triunfar la revolución en Cuba. No casualmente, le
dedica su libro Guerra de guerrillas en 1962 con la siguiente
dedicatoria: “Al Doctor Hugo Pesce, que provocara, sin saberlo
quizás, un gran cambio en mi actitud frente a la vida y la socie-
dad, con el entusiasmo aventurero de siempre, pero encaminado
a fines más armónicos con las necesidades de América. Frater-
nalmente Che Guevara”. En ese “gran cambio” que le provocó
el encuentro juvenil -médico y político- con Pesce, ¿habrá tenido
algo que ver Mariátegui? Creemos que el antimperialismo vis-
ceral del Che -que no separa socialismo de liberación nacional-
mantiene una filiación directa con aquellas proposiciones herejes
que Mariátegui había enviado a Buenos Aires en 1929.

En vísperas de la salida en el Granma (el barco de la expedición


de Fidel Castro a Cuba) Guevara se escondió en casa del guate-
malteco Alfonso Bauer. Según el posterior testimonio -de 1977-
de este doctor, los dueños de casa encontraron, tras su partida,
varios libros suyos abiertos en su cama. Entre ellos El Capital y
El estado y la revolución.

Su interés por la lectura de los principales textos marxistas,


como es obvio, no respondió únicamente a una curiosidad mera-
mente libresca. En sus viajes juveniles por el continente había
sido testigo de la ebullición revolucionaria de los mineros de Bo-
livia -abortada por el nacionalismo, que luego colaboraría con la
dictadura de Barrientos y Ovando- y de la intervención yanqui en
Guatemala en 1954. La impronta de esa preocupación política,
tan presente en sus cartas anteriores a su incorporación al Mov-
imiento 26 de julio en México, fue indudablemente el telón de
fondo de sus lecturas filosóficas y económicas.
283
De manera que cuando la dirección cubana emprende el rumbo
de construir el socialismo en la isla, Guevara contaba ya con
todo un capital simbólico acumulado en la lectura de algunas de
las principales obras marxianas y también de Engels y Lenin. Su
preocupación por la teoría revolucionaria realmente corría pareja
con su voluntad de lucha y su heroísmo personal. Una lección
que los nuevos revolucionarios no deberían olvidar, sobre todo
cuando hoy se defiende confusamente la audacia y la valentía
del Che pero se desprecia la formación teórica. El Che no fue un
condottiero ni un mercenario, de esos con que el cine hollywood-
ense nos inunda hasta el hastío. Fue un cambatiente revoluciona-
rio, un cuadro revolucionario, un comunista en el cabal sentido
de la palabra. No fue entonces un simple “empirismo” o “prag-
matismo” desidelogizado por adaptarse a los nuevos rumbos que
tomaban los acontecimientos en la Cuba de Fidel Castro los que
lo llevaron al marxismo, como tergiversada y malintencionada-
mente sostienen muchas biografías197.

Esta cultura que había bebido tempranamente en los clásicos


del marxismo se enriquecerá cuando el revolucionario deje
momentáneamente paso al constructor; es decir, cuando Gue-
vara deja de ser guerrillero y pasa a desempeñar responsabi-
lidades como Jefe del Departamento de Industrialización del
INRA, Presidente del Banco Nacional de Cuba y luego como
Ministro de Industrias. Las lecturas individuales previas son
teóricamente enriquecidas por la enorme experiencia colec-
tiva de los años de lucha y por la inédita situación de un país
donde todo, absolutamente todo, está por crearse.

Esos años febriles son los del trabajo voluntario y el debate


económico, matizados por la investigación sistemática. Cuen-
ta Miguel Figueras -director por ese entonces de Planificación
197 Para un estudio exhaustivo de las veintiseis biografías sobre el Che (escritas
hasta el año 1989, pues en 1997 se publicaron muchísimas más...) y de los setenta
artículos que se publicaron en la prensa latinoamericana sobre su vida (desde su
muerte hasta 1968) véase Germán Sánchez: “Che: Su otra imagen”. En el volumen
colectivo Pensar al Che. La Habana, Centro de Estudios sobre América (CEA),
1989. Tomo I. pp.29-110. A los treinta años de la caída del Che (1997) una cantidad
por ahora incontable de biografías y películas se han abocado a su figura. La ma-
284 yoría, proveniente de la industria cultural del régimen y de sus ideólogos, focalizan
toda la trama en su figura, escondiendo, manipulando u ocultando su proyecto.
De todas, la mejor que hemos leído porque está escrita desde una pers-pectiva y
valores revolucionarios es la de Paco Ignacio Taibo II: Ernesto Guevara, también
conocido como el Che. Bs.As., Planeta, 1996. Aunque ésta soslaye el aporte teórico
de Guevara —le dedica sólo una página de las casi 900 al debate sobre el valor—
privilegiando el aspecto biográfico. En el plano cinematográfico la mejor biografía
sin duda es la de Tristán Bauer Che, un hombre nuevo (2010).
Perspectiva del Ministerio de industrias, a cargo del Che- que
Guevara había armado dos grupos de estudios por semana. Los
lunes a la noche se reunía a estudiar Matemáticas y uso de las
estadísticas y los jueves en el mismo horario, leía y estudiaba
colectivamente El Capital198. En esa época llega también a Cuba
el profesor de economía política marxista Anastasio Mansilla199.
Lo que más impacta -e incomoda, vaya si incomoda- en él es que
reune a un tiempo el estudio y la elaboración sistemática de la
teoría marxista y la práctica política en su más alto escalón.

En estos años descubre los Manuscritos económico-filosóficos


de 1844 de Marx y, posiblemente, vuelve a leer la obra de Aníbal
Ponce: Humanismo burgués y humanismo proletario200, publica-
da en La Habana en 1962. En ella el pensador argentino -recon-
struyendo el itinerario del humanismo desde Erasmo y William
Shakespeare hasta Romain Rolland, pasando por Ernest Renan-
defendía históricamente el concepto de “hombre nuevo, comple-
to, integral y total”, como categoría central en el marxismo.

Si Mariátegui fue sin duda el antecesor ideológico y político del


Che en su impulso antimperialista y en su impugnación de los
dogmas “materialistas” y “deterministas” que sólo avalaban y
justificaban el reformismo, Ponce es su antecesor en la prob-
lemática del humanismo. Es indudable que Humanismo burgués
y humanismo proletario, es una de las fuentes directas del rescate
que el Che hace del “hombre nuevo”, del “hombre completo”,
del “hombre total”201. También es sumamente llamativo el para-
198 Véase Entrevista de Yvette Villaescusa a Miguel Figueras. En Granma
Internacional, 11/X/1992, p.3.
199 Ver “Che Guevara lector de El Capital”. En nuestro libro Ernesto Che
Guevara: El sujeto y el poder. Obra citada.
200 De Ponce se publican en Cuba durante esos años dos libros: Educación y
lucha de clases [Prólogo cubano s/firma, p.I-XI]. La Habana, Imprenta Nacional
285
de Cuba-Ministerio de Educación, 1961 y Humanismo burgués y humanismo pro-
letario [Prólogo de Juan Marinello, p.7-30]. La Habana, Imprenta Nacional de
Cuba, 1962.
201 Ernesto Guevara había leído este trabajo de Ponce largamente antes de conocer
a Fidel. Por ejemplo, Carlos Infante, hermano de Tita Infante, la gran amiga de
juventud del Che, señala: “Ella era afiliada a la juventud comunista de la Facul-
tad de Medicina de Bs.As., no así Ernesto, que era un joven muy independiente.
lelo entre la crítica de Guevara al burocratismo -por su culto a
la rutina gris- y la prédica vitalista y juvenilista de El hombre
mediocre de José Ingenieros, otra de las fuentes de “la herman-
dad de Ariel” tan presente en el ideario latinoamericanista de la
Reforma Universitaria. En el Diccionario de filosofía que el Che
comenzó a redactar en forma manuscrita a los 17 años (esos ma-
teriales se encuentran hoy en el archivo del Centro Che Guevara
de La Habana), varias páginas están dedicadas a Ingenieros.

No debemos olvidar que la influencia de Ingenieros no sólo im-


pregnó la formación ideológica del joven Guevara en la Argen-
tina.

Su eco también fue enorme en el ideario antimperialista de las


distintas generaciones que antecedieron y confluyeron en la rev-
olución cubana de 1959. Este fenómeno tiene lugar ya desde la
década del ’20, cuando Ingenieros se encuentra personalmente
en La Habana -a su regreso de México en 1925- con Julio An-
tonio Mella, Rubén Martínez Villena y Gustavo Aldereguía,
tres de las principales cabezas revolucionarias de la Cuba de
aquellos años. Más tarde, al morir Ingenieros, Martínez Ville-
na -líder del comunismo cubano tras el asesinato de Mella en
México- escribe “Con motivo de la muerte de José Ingenieros”
cuestionando la impugnación que de él había hecho entonces
Jorge Mañach. Incluso el futuro canciller de la revolución cu-
bana Raúl Roa, miembro de la Liga Antimperialista y la Uni-
versidad Popular José Martí a fines de los ‘20, del Ala Izquierda
Estudiantil durante los ‘30 y uno de los principales impulsores
del antimperialismo cubano en años posteriores -al punto que su

Acostumbraban a tomar una hora para intercambiar opiniones y yo intervenía, dis-


cutíamos apasionadamente.Ellos discutían sobre marxismo, sectarismo, acerca de
286 la falta de flexibilidad y elasticidad de la juventud comunista argentina. Tita no
era sectaria, estaba mucho más cerca del pensamiento de él [...] Tita le dio a leer a
Aníbal Ponce [...] Hay tres libros de Aníbal Ponce que leyeron ambos: Educación
y lucha de clases, Humanismo burgués y humanismo proletario y El viento en el
mundo. Estoy seguro que leyeron Ambición y angustia de una adolescente, porque
eran estudiosos y éste es un trabajo psiquiátrico muy interesante de Aníbal Ponce”.
Véase En Adys Cupull y Froilán González: Cálida presencia. La amistad del Che
y Tita Infante a través de sus cartas. Rosario, Ameghino, 1997.p.16.
obra constituye una de las primeras lecturas marxistas del joven
Fidel Castro en tiempos de estudiante-, señalaba a Ingenieros,
junto con Mariátegui, como uno de sus principales maestros202.

Y si de herencia cultural latinoamericana se trata, no debemos


olvidar que de jovencito, en la provincia de Córdoba, durante
1943-45, el joven Ernesto Guevara -amigo de Gustavo Roca-
frecuentaba asidua-mente y se llevaba libros de la biblioteca per-
sonal de Deodoro Roca, el redactor del Manifiesto Liminar de la
Reforma del ‘18, poco tiempo antes fallecido (en 1942).

El pensamiento disruptivo de Guevara se inserta entonces de


lleno en el cruce de esta doble tradición. Por un lado la lati-
noamericanista y humanista de Ingenieros, Mariátegui, Mella,
D.Roca y Ponce; por el otro, la vertiente historicista y humanista
del marxismo occidental europeo. Ambas inclasificables dentro
del rígido y cerrado perímetro de la sistematización “materialista
dialéctica”.

De la mano de los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 y


sin proponérselo, el Che se instala abruptamente en la discusión
mundial sobre la filosofía del marxismo y sobre la “cuestión de
la alienación”, incentivada entonces por las revelaciones del XX
Congreso del PCUS y las acaloradas polémicas sobre los Manu-
scritos. No casualmente Jean Paul Sartre, uno de los principales
protagonistas de ese debate que definió al marxismo como “el
horizonte insuperable de nuestro tiempo”, caracterizó también al
Che como “el hombre más completo de nuestra época”.

Guevara nunca escindió la filosofía y la economía de la política.


En medio de esa encendida voluntad de pensar, estudiar y crear
en el plano teórico, el Che seguía atentamente la marcha de la
287
revolución latinoamericana. Recibía periódicamente y sin des-
canso a numerosos revolucionarios, incluídos argentinos y ar-
gentinas, con quienes discutía distintas estrategias de lucha.

202 Véase nuestro De Ingenieros al Che. Ensayos sobre el marxismo argentino y


latinoamericano. Obra citada.
La crítica al DIAMAT y al determinismo

Al explicitar su concepción del marxismo, Guevara retomaba las


Tesis sobre Feuerbach (núcleo conceptual en el que se apoyan
todos los filósofos de la praxis ‑desde Lukács y Gramsci hasta
Sánchez Vázquez‑), cuando sostenía que la pasividad de las ma-
sas, analizada desde un punto de vista filosófico, tiene su origen
en “la propaganda directa [realizada por] los encargados de ex-
plicar la ineluctabilidad de un régimen de clase, ya sea de origen
divino o por imposición de la naturaleza como ente mecánico”203.

Es evidente que, como en la primera Tesis del Marx de 1845,


Guevara está criticando tanto al viejo espiritualismo cuyas ex-
plicaciones se asientan en lo divino; como al materialismo on-
tológico metafísico que enfatiza la prioridad de la materia, en-
tendida como naturaleza sujeta a leyes necesarias e independi-
entes de la praxis humana. Ambas tradiciones culminan legiti-
mando la pasividad y la especulación. Ahora bien, si Guevara
dirige su ataque tanto al viejo materialismo como al idealismo,...
¿no contradice al DIAMAT, que tantas simpatías expresa por el
viejo materialismo -ilustrado y burgués- del siglo XVIII? Efec-
tivamente, filosóficamente hablando Guevara no es un ingenuo.
Su distanciamiento crítico del DIAMAT lo expresa en reiteradas
ocasiones, por ejemplo cuando se queja amargamente del “esco-
lasticismo que ha frenado el desarrollo de la filosofía marxista”.

Guevara no explicita todos sus presupuestos filosóficos ni aban-


dona el lenguaje y la terminología usualmente empleada en la
literatura marxista de la época. Por ejemplo, aunque critica el
DIAMAT, sigue utilizando el término “materialismo dialéc-
288 tico”. No obstante, su nuevo encuadre teórico filosófico re-
significa muchos de los términos que durante tanto tiempo
habían sido bastardeados por la filosofía oficial del DIAMAT.
Frente a esta última interpretación del marxismo -ideología
legitimadora que garantizaba la tranquilidad y llamaba a
203 Véase E.Guevara: “El socialismo y el hombre en Cuba”. En El socialismo y el
hombre nuevo. Obra citada. p.8.
esperar que “se produjera” la revolución cuando las condiciones
estuviesen “maduras” (como una fruta natural), por el mandato
ineluctable de ‘las leyes objetivas’ que inevitablemente todo lo
determinaban en la historia- Guevara opone su concepción fi-
losófica de la praxis. Ésta le permite superar la vieja dicotomía
entre ‘materialismo e idealismo’. Al mismo tiempo que le per-
mite recuperar la dimensión dialéctica, que tan opacada se hal-
laba en el determinismo social. Desde esta perspectiva filosófica,
Guevara revaloriza junto a los aportes de Marx, aquellos otros
donde Lenin otorgaba en política a la dimensión subjetiva un
lugar privilegiado.

No sería exagerado encontrar un paralelo analógico entre la


ruptura teórica iniciada por la revolución cubana y la ofensiva
política continental que ésta provocó, con las críticas de Lenin,
Trotsky y Rosa Luxemburg al determinismo quietista de la II
Internacional, fundamentalmente el de Kautsky y el de Plejanov
(no así con Labriola, inasimilable a los dos últimos).

Por ejemplo, planteaba el siguiente interrogante: “¿Cómo se


puede producir en un país colonizado por el imperialismo, sin
ningún desarrollo de sus industrias básicas, en una situación de
monoproductor, dependiente de un solo mercado, el tránsito al
socialismo?”. Para responderle, en “La planificación socialista,
su significado”, Guevara cuestionaba abiertamente la respuesta
determinista y materialista, según la cual se podía: “como los
teóricos de la II Internacional, manifestar que Cuba ha roto todas
las leyes de la dialéctica, del materia-lismo histórico, del marx-
ismo y que, por tanto, no es un país socialista o debe volver a su
situación anterior”.

Según el Che, la revolución cubana rompía efectivamente con 289


“las leyes de la dialéctica”, tal como eran entendidas por el fatal-
ismo del materialismo escolástico. Y también rompía definitiva-
mente con el “el materialismo histórico”, tal como era recitado
en los manuales de la vulgata, de la época de consolidación y
expansión de esa teoría.
Por eso, señalar el paralelo con la ruptura teórica producida por
Lenin y los bolcheviques, no es arbitrario. Ambos deben remar
contra la corriente supuestamente “ortodoxa” de sus tiempos. Re-
cordemos que como el Che Guevara hizo con la cubana, en Italia
el joven Gramsci había caracterizado la revolución bolchevique
de Lenin en 1917 como una “revolución contra El Capital”. Es
decir, contra El Capital tal como lo entendían a través del tamiz
determinista y materialista “ortodoxo” los dirigentes de la II In-
ternacional.

En la misma línea de pensamiento, en el Perú José Carlos


Mariátegui había sostenido que la nueva concepción activista de
Lenin podía entenderse si se remplazaba la fórmula cartesiana
“pienso, luego existo” por la de “combato, luego existo”. Y agre-
gaba que “El marxismo, donde se ha mostrado revolucionario
-vale decir, donde ha sido marxismo- no ha obedecido nunca a un
determinismo pasivo y rígido”. En todos estos casos, se trataba
de restablecer el marxismo en su dimensión más radical, vital y
de ofensiva.

Emparentándose con esa tradición activista, la “Segunda de-


claración de La Habana” (febrero de 1962) reclamaba: “El deber
de todo revolucionario es hacer la Revolución. Se sabe que en
América y en el mundo la revolución vencerá, pero no es de
revolucionarios sentarse a la puerta de su casa para ver pasar el
cadáver del imperialismo. El papel de Job no cuadra con el de un
revolucionario”.

De ahí que en su Diario del Che en Bolivia (diario de campaña


militar), Guevara anotara como balance del 26 de julio, fecha
que conmemora el asalto de Fidel Castro al Cuartel Moncada:
290 “Significado del 26 de julio: rebelión contra las oligarquías y
contra los dogmas revolucionarios”.

La revolución cubana resultaba una herejía en toda la línea, si


se analizaba desde el materialismo determinista, asociado a una
filosofía de la historia universal que prescribía el paso necesario
e ineluctable de todos los países del mundo por rígidas etapas
cuya sucesión predeterminada seguía el canon de un modelo
lógico apriori, extraído de la formación social inglesa -el cor-
relato empírico utilizado por Marx en El Capital por ser el país
más adelantado de su tiempo-.

Confundiendo metodológicamente lógica e historia en el método


de exposición de El Capital, priorizando la primera por sobre la
segunda, la obra principal de Carlos Marx se había convertido en
una receta, cuya cristalización impedía admitir que se “quemaran
etapas” en el decurso histórico político. Lo que se consideraba
teóricamente como “modelo clásico” dictaminaba, desde lo alto,
que Cuba no podía marchar al socialismo, pues “la historia no se
puede forzar”. El férreo determinismo ineluctable de las leyes
de la sociedad, centrado en el imparable desarrollo de las fuer-
zas productivas, también se había convertido en América Latina
-como el de Kautsky y Plejanov- en un “dogma revolucionario”.

La revolución cubana, cuya máxima expresión teórica se encuen-


tra en los escritos del Che, constituyó precisamente una rebelión
contra esos “dogmas”. Contra esas “leyes de la dialéctica”. Con-
tra esa interpretación del “materialismo histórico”. Ese es, prob-
ablemente, el sentido de la reflexión madura que Guevara anota
nerviosamente en la selva de Bolivia, aquel 26 de julio de 1967.

Fueron precisamente esos dogmas, materialistas y deterministas,


los que sirvieron para legitimar la cultura política de la espera
quietista y defensiva, antes de tomar el poder, y los que permi-
tieron oponerse a construir el socialismo anticapitalista no mer-
cantil, después de tomar el poder. Precaución y mesura fueron
los lemas de ese marxismo momificado.

Subrepticiamente, ese fatalismo continúa presente en quienes lo


291
siguen acusando por su supuesto “foquismo”, su “voluntarismo
ultraizquierdista”, su “aventurerismo pequeño burgués” y otros
núcleos ideológicos semejantes. Aun hoy no se le perdona su
herejía irreverente frente a la receta cientificista de la “materi-
alidad objetiva”. Todavía lo quieren domesticar, los sigue inco-
modando.
La polémica que Guevara abre frente al determinismo, desde la
filosofía de la praxis, presupone -de ambos bandos- una diferen-
cia fundamental acerca de las concepciones del desarrollo social
y del carácter de la revolución. No olvidemos que en su concep-
ción teórico política, sus conceptos filosóficos, su análisis soci-
ológico, sus métodos de lucha y sus planteos económicos forman
un conjunto orgánico que pretende -creemos que lo logra- ser
coherente. No deja de tener tensiones pero dentro de un todo
coherente.

Cuando el Che y la revolución cubana ponen en duda la concep-


ción etapista que separa en dos las tareas de liberación nacio-
nal y las socialistas, están polemizando no sólo con una postura
política sino también con una concepción filosófica. Esta última
está presente tanto en las discusiones sobre el carácter de la revo-
lución latinoamericana como en los debates sobre la transición,
la ley del valor y la gestión económica poscapitalista.

En torno al primero de estos dos problemas, el etapismo pres-


cribía la necesidad de pasar por una etapa previa a la revolución
socialista, la revolución democrático-burguesa que en América
Latina asumía la forma agraria-antimperialista. Si la revolución
pendiente es democrático burguesa, la clase que la encabezaría
sería la “burguesía nacional”. Fue esa la perspectiva asumida por
Victorio Codovilla en 1929 en la Primera Conferencia Latino-
americana. Mariátegui, frente al etapismo, sostenía en una edito-
rial de Amauta: “La revolución latino-americana, será nada más
y nada menos que una etapa, una fase de la revolución mundial.
Será simple y puramente la revolución socialista. A esta pal-
abra agregad, según los casos, todos los adjetivos que queráis:
‘antimperialista’, ‘agrarista’, ‘nacionalista-revolucionaria’. El
292 socialismo los supone, los antecede, los abarca a todos”.

En los sesenta, el Che retoma esa tradición olvidada de


Mariátegui (y también de Mella) cuando sostiene que: “Por
otra parte las burguesías autóctonas han perdido toda su ca-
pacidad de oposición al imperialismo -si alguna vez la tu-
vieron- y sólo forman su furgón de cola. No hay más cam-
bios que hacer; o revolución socialista o caricatura de revo-
lución”. Idéntica postura estaba ya planteada en la Segunda
declaración de La Habana, donde la dirección política de la rev-
olución cubana negaba toda posibilidad de lucha a la burguesía
nacional. Será puntualmente retomada en agosto de 1967 por la
OLAS (Organización latinoamericana de Solidaridad), confer-
encia donde participaron revolucionarios de todo el continente,
incluída una numerosa delegación argentina.

La disputa de orden político era, evidentemente, la fundamental.


Pero tenía un correlato en la discusión teórica con el fatalismo
materialista del DIAMAT, desde el cual se rechazaba como una
“locura” no sólo el planteo de hacer una revolución socialista de
liberación nacional (en un proceso único, sin separar ambas tar-
eas) sino también el intento de crear un socialismo anticapitalista
no mercantil, en un país subdesarrolllado. Las fuerzas producti-
vas y su lógica implacable no lo permitían..., tal como argumentó
Bettelheim, en la polémica sobre el valor y la transición.

En esa célebre polémica, Bettelheim le reprochaba al Che no


respetar teóricamente la correlación predeterminada de fuerzas
productivas y relaciones de producción. Debe existir una cor-
respondencia total entre las primeras y las segundas, según un
orden histórico fatal e inmodificable. El Che le responde que si
no se separan mecánicamente la política de la economía, y si se
parte de que en la transición poscapitalista los hombres pueden
dirigir conscientemente los procesos económicos a través de la
planificación socialista, interviniendo activa y organizadamente
en el decurso histórico “objetivo” -luchando contra el fetichismo
de hechos y procesos entendidos como “naturales”-, es posible
que, en determinadas situaciones, las relaciones de producción
estén más avanzadas que las fuerzas productivas. Aunque eso 293
“viole” el determinismo de las leyes de la sociedad. La corre-
spondencia entre fuerzas y relaciones no es mecánica ni lineal,
digan lo que digan los manuales. Un país subdesarrollado como
Cuba, con fuerzas productivas atrasadas, igual puede “forzar” la
marcha y adelantar las relaciones de producción socialistas para
incentivar el desarrollo de las fuerzas productivas.

Pero su postura no era “idealista o voluntarista”. Comentando


en 1967 un discurso de Fidel Castro del 28/IX/1966, donde éste
último retomaba el énfasis de los estímulos morales y cuestion-
aba a los partidarios del cálculo económico, Ernest Mandel -uno
de los economistas que intervino en aquel debate- sostuvo que:
“A nuestro entender, esta posición del Che Guevara y de Fidel
Castro está de acuerdo con la tradición y la teoría marxista. Los
que plantean el postulado absoluto del desarrollo previo de las
fuerzas productivas, antes de que pueda expandirse la conciencia
socialista, pecan todos de una pensamiento mecanicista al igual
que aquellos que creen poder suscitar, por medios puramente-
subjetivos (la educación, la propaganda, la agitación) idéntica
conciencia de manera inmediata”204.

En la crítica al determinismo de las fuerzas productivas, el Che


sostenía que se puede y se debe forzar la marcha dentro de lo que
objetivamente es posible. Lo que significa que en la sociedad y
la historia hay unidad diferenciada de sujeto-objeto. El sujeto
es activo e interviene con su praxis política planificada y con-
sciente en el seno de la objetividad social, pero no crea esa ob-
jetividad. Guevara lo tiene muy en claro. Asume que existe una
legalidad objetiva, punto que no discute. Lo que cuestiona es
que su decurso esté rígidamente predeterminado sin intervención
subjetiva, sin que la política revolucionaria pueda incidir en el
proceso económico, como implícitamente sostenía Bettelheim
-no casualmente siguiendo a Stalin-. Para el Che, la legalidad
objetiva no es independiente del accionar subjetivo y, a su vez,
la planificación tampoco puede desconocer la situación objetiva
294 de la economía y las relaciones sociales. Ni la revolución es un
producto automático del choque mecánico entre fuerzas produc-

204 Véase Ernest Mandel: “El debate económico en Cuba durante el período 1963-
1964”. Publicado en Partisans [París] N°37, 1967. Recopilado en El socialismo y
el hombre nuevo, Obra citada, p.252 y, más recientemente, en Ernesto Che Guevara
y otros: El gran debate. Sobre la economía en Cuba. Obra citada.
tivas y relaciones de producción, ni el socialismo es el final feliz
de una evolución lineal y ascendente.

Un socialismo no colonizado

Aquella filosofía universal de la historia, fatal e implacable, sus-


tentada en una ideología productivista, materialista y determini-
sta -base ideológica del etapismo-, estaba construída desde una
lectura sesgada de los escritos de Marx.

Desde ese paradigma, la vulgata acrítica y dogmática festejó y


justificó los trabajos y artículos de Marx sobre Bolívar y sobre la
colonización de la India (supuestamente reprobable en el orden
moral, pero absolutamente justificable en el orden del imparable
progreso histórico). Hizo lo mismo con artículos de Engels sobre
los “pueblos sin historia” y sobre la conquista yanqui de México.
La historia humana era concebida en realidad como una teodi-
cea, donde el Dios era “El Progreso”.

Ese Progreso ineluctable de las fuerzas productivas, lineal y as-


cendente, sólo se podía condenar éticamente, pero constituía una
férrea necesidad objetiva y material. Aunque costara matanzas
de millones y otros sojuzgamientos varios.

La historia de la humanidad se visualizaba y relataba desde la


eficacia y el triunfo, no desde los oprimidos. Era una “historia
desde arriba”, a pesar de las proclamas y consignas. Supuesta-
mente, tenían Razón quienes de hecho habían ganado las batallas
históricas. Si vencieron, sólo era posible su victoria e imposible
“objetivamente” su derrota, sentenciaba con una legitimante ver-
295
dad de perogrullo esta filosofía. Los derrotados y oprimidos, cu-
ando no tenían “un programa objetivo” para el desarrollo de las
fuerzas productivas caían fuera de la racionalidad histórica.

Esa visión unilateral sobre el marxismo desconoció los trabajos


maduros de Marx. Aquellos donde Marx reexamina esas prim-
eras apreciaciones, cambiando notablemente su mirada y su
anterior paradigma. Sugestivamente, esos trabajos no aparecen
en los manuales de marxismo -ni en los que conoció el Che ni
tampoco en los posteriores-. Tampoco figuran en los cursos de
formación política para los jóvenes militantes.

No es probable que el Che conociera detalladamente todos esos


trabajos del último Marx, pues algunos de ellos ni siquiera es-
taban editados en español en la década de los sesenta. Por eso
mismo, resulta sumamente valiosa su lectura crítica hacia las re-
caídas europeístas de Marx o Engels. Sobre todo cuando sostuvo
que: “A Marx como pensador, como investigador de las doctri-
nas sociales y del sistema capitalista que le tocó vivir, puede,
evidentemente, objetársele ciertas incorrecciones. Nosotros, los
latinoamericanos podemos, por ejemplo, no estar de acuerdo con
su interpretación de Bolívar, o con el análisis que hicieran En-
gels y él de los mexicanos, dando por sentadas incluso ciertas
teorías de las razas o de las nacionalidades inadmisibles hoy”205.
No olvidemos tampoco que junto a esta observación, el Che de-
fiende la cientificidad de los descubrimientos de Marx, otorgán-
doles idéntico status histórico que a los de Newton o Einstein.

En su horizonte, el socialismo marxista no es sólo teoría univer-


sal sino también asunción específica de la problemática mundial
desde una perspectiva no colonizada: la de una revolución anti-
capitalista del tercer mundo occidental. Consecuentemente inter-
nacionalista con la revolución mundial -su corta y afiebrada vida
resulta la mejor demostración de ello-, el Che no se confundía.
No era habitante de Hamburgo o París, sino de América Latina.
Su patria era América. Allí se asentaba su proyecto comunista.

296 La gran tarea consiste en pensar y hacer la historia desde abajo,


desde los derrotados y oprimidos, desde los que nunca tuvieron
voz -aunque quizás tampoco hayan tenido un “programa obje-
tivo”-. Comprender y hacer la historia desde nuestra América.
205 Véase Che Guevara: “Notas para el estudio de la ideología de la revolución
cubana”. En Obras. La Habana, Casa de las Américas, 1970. Tomo II.p.93-94. (Ree-
ditado por Editorial de Ciencias Sociales en 1991).
Esa mirada latinoamericana, desde la cual se acerca al marxismo
y lo asume como su concepción del mundo, lo lleva a concluir,
por ejemplo, en una conferencia a los miembros del departamen-
to de seguridad del Estado cubano, con la siguiente recomen-
dación (tan vigente para nosotros, revolucionarios argentinos):
“Como moraleja, digamos de esta charla, queda el que ustedes
deben estudiar más a Latinoamérica; yo he notado en general
que hoy por hoy conocemos en Cuba más de cualquier lugar del
mundo quizás que de Latinoamérica, y eso es falso. Estudiando a
Latinoamérica aprendemos también un poquito a conocernos, a
acercarnos más, y conocemos mejor nuestras relaciones y nues-
tra historia”206.

El latinoamericanismo del Che no es entonces una muestra de


folklore o liturgia populista. Ni tampoco una búsqueda turística
del exotismo “típico”, tan bastardeado en los tours del imperio.
Tiene su raíz en una mirada crítica del marxismo -prolongada,
incluso, hasta los mismos textos de Marx y Engels-, cuestiona-
dora de la metafísica materialista del DIAMAT, etapista y pro-
ductivista, y se expresa consecuentemente en su pensamiento
económico y en su práctica política. En la reflexión, pero tam-
bién en la acción.

Fijémonos sino en el terreno que eligió estratégicamente para


desarrollar su lucha guerrillera: la Sierra Maestra, las colonias
africanas del Congo y Bolivia. Y también en varias de sus in-
tervenciones teóricas. Por ejemplo, en su Discurso de Argel:
“La lucha antimperialista no tiene fronteras”, donde denuncia
públicamente -como miembro del Estado cubano- el intercam-
bio desigual que las potencias del Este imponían a sus socios
menores del Tercer Mundo (denuncia retomada abiertamente
por Fidel Castro en su discurso del 23/VIII/1968). También en 297
el “Mensaje a la Tricontinental”, el Che expresa claramente su
estrategia mundial centrada en los pueblos de América, Africa
y Asia entendidos ahora, no como la barbarie que aun no ha lle-
gado al estadio de la civilización moderna centroeuropea, sino
206 Véase Che Guevara: “La influencia de la revolución cubana en la América
Latina”. En Obras. Tomo II. Obra citada. p.492.
como “el campo fundamental de la explotación del imperialis-
mo”. Un descentramiento epistemológico que para nosotros no
debería pasar desapercibido.

De ahí su llamado a “crear en América Latina el segundo o tercer


Vietnam del mundo”. En este último escrito, luego de cuestionar
a la URSS y a China “por la guerra de denuestos y zancadillas
comenzada hace ya buen tiempo por los representantes de las
dos más grandes potencias del campo socialista”, el Che se pre-
guntaba: “¿Está o no aislado el Vietnam, haciendo equilibrios
peligrosos entre las dos potencias en pugna?”.

No olvidemos que la vulgata sustentada en una interpretación


unilateral de El Manifiesto Comunista ubicaba siempre en el pro-
letariado europeo -”la civilización”- el eje y el centro de la revo-
lución mundial, desconociendo lo que desde Lenin hasta hoy se
produjo en el resto del mundo -”la barbarie”-. Desde ese para-
digma, superado ya por el propio Marx, resulta imcomprensible
su consigna estratégica “Crear dos, tres, muchos Vietnam”. Esta
última no es una mera invocación propagandista sino una lógica
consecuencia de su lectura crítica y descolonizada del marxismo,
realizada desde el Tercer Mundo y desde América Latina.

Esa misma actitud, irreverente frente a la caricatura dogmática,


lo lleva también a criticar regiones teóricas más alejadas de la
práctica política pero no menos fundamentales para el hombre
nuevo, como la estética. Allí Guevara pone en discusión la doc-
trina artística oficial del “realismo socialista” por constituir un
“dogmatismo exagerado” y por reducir el presente socialista a un
pasado muerto del siglo XIX impidiendo cualquier investigación
artística207. También Mariátegui había abierto la puerta permi-
298 tiendo y alentando una contaminación y entrecruzamiento pro-

207 Véase “El socialismo y el hombre en Cuba”. Obra citada. p.13. Sánchez Váz-
quez ha intentado mostrar como este cuestionamiento explícito al realismo socia-
lista estaba en perfecta coherencia con su concepción humanista y praxio-lógica
del marxismo. Véase Sánchez Vázquez: “El Che y el arte”. En Casa de las Améri-
cas N°169, año XXIX, julio-agosto de 1988. p.123-128 y también “El socia-lismo
y el Che”. En Casa de las Américas N°46, octubre de 1967.
ductivo entre el pensamiento de Marx y las vanguardias artísticas
de la década del ‘20.

La mirada crítica, tanto al DIAMAT como al realismo socialista


se extiende entonces a toda la vulgata litúrgica de los manuales
que han ocupado en su opinión el lugar de la “Biblia” como tex-
to sagrado e incuestionable. Guevara ironiza sobre esta dogma-
tización del pensamiento teórico diciendo que “por desgracia La
Biblia no es El Capital sino el Manual”.

Las “deformaciones” del socialismo ‑vislumbradas en sus escri-


tos y discursos décadas antes de la caída del Muro de Berlín‑ se
producen según su diagnóstico “porque existe una crisis de teoría
y la crisis teórica se produce por haber olvidado la existencia
de Marx”. Esa crisis de teoría que él encontró dramáticamente
consolidada en el marxismo “oficial” de su tiempo presuponía
también el haber perdido el rumbo y no poder utilizar las her-
ramientas que nos legó Marx para un análisis desde nuestras pro-
pias realidades y necesidades. El esquema logicista y apriorista
universal no lo permitían. Estaba prohibido de antemano. Toda
creación era sospechosa, sólo quedaba copiar y repetir, deducir
y aplicar. He ahí uno de los índices claves de la “crisis de teoría”
que denuncia el Che.

Moral comunista y hombre nuevo

Rompiendo definitivamente con la visión materialista vulgar tan


presente en pretendidos custodios de “la ortodoxia”, que inter-
preta el marxismo como una ideología modernizadora unilat-
eralmente asentada en las fuerzas productivas y la producción 299
material, Guevara considera que “Marx se preocupaba tanto de
los factores económicos como de su repercusión en en el espíri-
tu. Llamaba a esto ‘hecho de conciencia’. Si el comunismo se
desinteresa de los hechos de conciencia, podrá ser un método de
distribución, pero no será jamás una moral revolucionaria”208.
208 Véase Ernesto Che Guevara: “El comunismo debe ser también una moral
En ningún momento el Che aceptaba la habitual visión dicotómi-
ca que confundía la célebre metáfora edilicia (“estructura-super-
estructura”) del prólogo de 1859 a la Contribución a la crítica de
la economía pólítica con una explicación acabada de la totalidad
social, recluyendo la conciencia y la moral al mero reflejo de
la estructura productiva. Esa visión dicotómica, ingenuamente
“productivista”, conducía en el período de la transición socialista
-cuando se discutían las vías estratégicas para llegar al comunis-
mo- a consecuencias trágicas para los revolucionarios anticapi-
talistas. El evidente desprecio con que los regímenes burocráti-
cos del Este trataron los problemas de la moral revolucionaria
y los de la hegemonía le otorgan retrospectivamente la razón a
Guevara.

Fue precisamente Antonio Gramsci quien más se preocupó por el


evidente retraso en el desarrollo de las llamadas “superestructuras”
durante la transición socialista. Esta preocupación común entre
Guevara y Gramsci -aun reconociendo el vocabulario menos rico
y más simple que el argentino empleaba en comparación con el
del italiano- se puede encontrar en el énfasis que el primero puso
en el desarrollo del comunismo como una nueva moral y una
nueva manera, no sólo de distribuir la riqueza social, sino tam-
bién de vivir, y en el tratamiento gramsciano de la revolución
socialista como una gran reforma intelectual y moral que ‘eleve
a las almas simples’ y construya -junto a las transformaciones
económicas y políticas- una nueva hegemonía y una nueva cul-
tura. Un proyecto todavía por realizar.

En tiempos como los nuestros, cuando la guerra entre los poder-


osos y los revolucionarios ha tomado como terreno de disputa
a la cultura, la perspicacia de aquellas advertencias iniciales de
300 Gramsci y del Che se han vuelto más actuales que nunca. Sin
atender en primer lugar a los problemas de la ideología, los va-
lores y la cultura jamás habrá socialismo. El régimen capitalista
ejerce mediante sus complejos de industria cultural un bombar-
deo sistemático sobre las conciencias, que no por grosero se torna

revolucionaria”. Entrevista concedida a Express. Obra Citada.p.243.


menos efectivo. Hay que convencer a todos y en todo momento
que el socialismo es a lo sumo una bella idea pero absolutamente
impracticable. El único modo posible de vivir es el de Holly-
wood, Mc Donalds y Beberly Hills. Más allá está “el enemigo”,
aquellos “chicos malos” contra los cuales peleaba el Pato Donald
hace treinta años en las historietas de Disney.

Para Guevara, los problemas de la cultura, estrechamente liga-


dos con los de la conciencia, no son un mero reflejo pasivo y
secundario de la producción material ni un apéndice subsidiario
de la “locomotora económica” de las fuerzas productivas. Por
el contrario, los problemas de la nueva cultura, de los nuevos
valores, de una nueva hegemonía y en definitiva, de una nueva
subjetividad histórica -que eso y no otra cosa es su “hombre nue-
vo”- son esenciales para la construcción de una sociedad cualita-
tivamente distinta a la mercantil capitalista.

El Che, que probablemente ni se haya imaginado la fragilidad y


rapidez con que desapareció el mundo y las potencias del Este,
no se había equivocado al señalar los peligros. No ahora que
están a la vista sino en los momentos de “auge económico” y
triunfalismo político. Había que ver lejos y él lo hizo. No por
genialidad sino porque había utilizado las herramientas met-
odológicas del marxismo de manera creadora, sin los moldes de
la cristalización mental.

Su apasionado rescate del Marx humanista que prioriza el trata-


miento de los “hechos de conciencia”, junto a la consideración
de los procesos productivos, está basado en la lectura de los
Manuscritos de 1844. Si bien es cierto que la corriente historicis-
ta de la praxis rechazaba todo humanismo especulativo de corte
existencialista, tomista o neokantiano, al mismo tiempo resca- 301
taba junto a la construcción científica de El Capital, el análisis
humanista del Marx juvenil.

Refiriéndose a los Manuscritos, sostiene Guevara que “incluso


en su lenguaje el peso de las ideas filosóficas que contribuyeron
a su formación se notaba mucho, y sus ideas sobre la economía
eran más imprecisas. No obstante Marx estaba en la plenitud de
su vida, ya había abrazado la causa de los humildes y la explicaba
filosóficamente, aunque sin el rigor científico de El Capital”209.
Es decir que en su óptica la problemática filosófica del joven
Marx carece del instrumental científico que aportará la inves-
tigación de El Capital, pero delinea ya la dirección en la que se
moverá su pensamiento maduro. Agregaba entonces que en los
Manuscritos Marx “pensaba más como filósofo y, por tanto, se
refería más concretamente al hombre como individuo humano y
a los problemas de su liberación como ser social”.

Si esta es la visión global de Guevara sobre el joven Marx, no


cambiará su óptica cuando se refiera a la madurez y a su elab-
oracióin científica: “En El Capital Marx se presenta como el
economista científico que analiza minuciosamente el carácter
transitorio de las épocas sociales y su identificación con las rela-
ciones de producción”. Una vez caracterizado el corpus teórico
de la madurez como “científico” Guevara insiste en diferenciarse
de las lecturas neopositivistas del marxismo afirmando que “el
peso de este monumento de la inteligencia humana es tal que
nos ha hecho olvidar frecuentemente el carácter humanista (en
el mejor sentido de la palabra) de sus inquietudes. La mecánica
de las relaciones de producción y su consecuencia; la lucha de
clases oculta en cierta medida el hecho objetivo de que son los
hombres los que se mueven en el ambiente histórico”. Aquí está
conjugado y resumido el eje que explica la acusación que Louis
Althusser le dirige en Para leer El Capital. Sí, Althusser sabía
de qué se trataba.

302

209 Véase Guevara: “Sobre el sistema presupuestario de financiamiento”. En El


socialismo y el hombre nuevo. Obra citada. p.270. Véase, en el mismo sentido, la
exposición del Che en el Ministerio de Industrias correspondiente al 21/XII/1963,
fragmento reproducido como bibliografía seleccionada bajo el título “Sobre la con-
ciencia comunista y el trabajo voluntario” en nuestra Introducción al Pensamiento
Marxista. Obra citada.
¿Portadores y soportes
o sujetos de la historia?

Guevara inferirá entonces que “el hombre es el actor conciente


de la historia. Sin esta conciencia, que engloba la de su ser social,
no puede haber comunismo”. Aquí debemos recalcar dos núcleos
conceptuales regularmente presentes en los escritos guevaristas:
(a) El énfasis depositado en la conciencia y (b) La postulación de
que son los hombres quienes hacen la historia.

Con respecto a la conciencia, Guevara insistirá permanente-


mente en su importancia estratégica. De ahí su preocupación
central por los incentivos morales y por el trabajo voluntario,
que son los que apuntan a su desarrollo. Así se comprende,
también, su rechazo a utilizar “las armas melladas del capi-
talismo” como las palancas del interés material ‑sobre todo
individual‑, el consumismo y la competencia, en el perío-
do específicamente histórico del tránsito del capitalismo al
socialismo. En su opinión, estos mecanismos terminarán a la
larga por corroer desde dentro el sistema socialista (como ya le
estaba sucediendo en su opinión a Yugoslavia y Polonia en los
‘60) y como posteriormente pudimos advertir con el bochornoso
derrumbe de los años ‘90.

Con respecto a la segunda hipótesis, según la cual “los hom-


bres son los que hacen la historia”, está obviamente enfrentada
a las tesis de Althusser quien critica a Gramsci por sostener ex-
actamente el mismo planteo210. Para Althusser, la teoría social
no puede reposar en el concepto teórico de “los hombres” o del
sujeto, pues eso equivaldría a idealismo. Las versiones menos
refinadas de los antiguos manuales soviéticos y sus recurrentes 303
análisis economicistas y catastrofistas se asientan en la misma
matriz teórica: la contradicción entre fuerzas productivas y rela-
ciones de producción operaría independientemente de la volun-
tad y conciencia de los hombres, quienes sólo serían un resultado

210 Véase Louis Althusser: Para leer El Capital. Obra Citada. p.131.
de una mecánica “objetiva”, el verdadero “motor de la historia”,
análogo a la astucia de la razón hegeliana. En el reconocimiento
de esa “objetividad” -al margen de la praxis y de la lucha de
clases- residiría justamente, el materialismo y la cientificidad de
esta teoría.

Polemizando una vez más con esa visión tradicional y “oficial”


del marxismo, Guevara le dará máxima importancia a la concien-
cia y a la política, tanto en sus teorizaciones sobre la construc-
ción de una fuerza revolucionaria en el período de lucha previo
a la revolución, como en sus teorías económicas y de gestión
para el período posrevolucionario. El capitalismo nunca se der-
rumbará, hay que derrocarlo. Una vez derrocado, hay que seguir
luchando ininterrumpidamente contra su herencia. Herencia que
no siempre está afuera sino también dentro de todos nosotros.

La teoría del valor, el mercado y el plan

La contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de pro-


ducción no es mecánica. La objetividad de su correspondencia
nunca opera automáticamente sino que depende de la lucha de
clases y de las relaciones de fuerzas. Las fuerzas productivas
no necesariamente tienen que arrastrar como una locomotora a
los vagones de las relaciones de producción. En el período de
transición al socialismo, los revolucionarios pueden, desde la
política y el poder, dirigir la economía planificadamente acele-
rando o desacelerando e interviniendo activamente en el deve-
nir, sin ocupar el papel de espectadores pasivos ante un proceso
natural. No es de revolucionarios el sentarse a esperar que pase
304 el cadáver del imperialismo por la puerta de casa ni que a con-
tinuación caiga “naturalmente” el socialismo en nuestras manos,
como si se tratara de una fruta madura. Sin praxis, la objetividad
es ciega. Esa intervención en la transición se realizaría, según el
Che, a través del plan cuya teorización está en estrecha conexión
con su marxismo praxiológico y activista.
Su lectura precisa y minuciosa de los escritos marxianos le per-
mitirá construir un sistema teórico “científico y no apologético”,
destinado a explicar los procesos históricos de transición, en el
plano de la gestión económica. De esta manera su concepción
general acerca de la historia, la sociedad y el hombre, cobran
cuerpo en la problemática precisa de la economía política.

El Che no se conforma, únicamente, con el tratamiento de las


grandes cuestiones filosóficas, sin ‘ensuciarse’ con el descenso a
los problemas prácticos de la transición. Fue un pensador políti-
co pero también un estratega y un táctico.

Retomando una vieja tradición de los clásicos del marxismo,


Guevara reubica los principales problemas de la filosofía (la lib-
ertad, el determinismo, la conciencia, la alienación, el trabajo, el
tiempo libre, inclusive hasta el arte y la estética) en una estrecha
relación con la política, la economía y la historia. Su argument-
ación en la célebre polémica de los años 1963-1964 se apoya en
esa articulación.

Aparentemente surgida por problemas de economía práctica (el


papel de los costos de producción) la polémica puso en el tapete
cuestiones más generales como los de la política económica (en
la que está inserta la economía práctica), sustentadas a su vez en
teorías de economía política (la fundamental en discusión fue
la ley del valor y su papel en la transición al socialismo) que se
inscriben en problemáticas más abarcativas como las del materi-
alismo histórico (focalizada en la relación de fuerzas productivas
y relaciones sociales de producción en una revolución del Tercer
Mundo subdesarrollado).

El Che expuso su propia concepción acerca del mejor sistema de


305
dirección económica en la transición socialista en forma polémi-
ca. Reconociendo, en primer lugar, que Marx no había previsto
un período de transición en un país subdesarrollado y, en segun-
do lugar, que no existía hasta ese momento una teoría marxista
sistemática de la transición (los aportes realizados por Marx, En-
gels y Lenin no alcanzaban); Guevara propuso el Sistema Pre-
supuestario de Financiamiento (SPF). Éste estaba centrado en
la planificación racional y regulación a priori de la producción
y distribución social, el antiburocratismo y la separación entre
el partido y la administración económica. También se apoyaba
en la negación de la autonomía financiera de las empresas y del
predominio del estímulo mercantil material.

Cuestionando al comandante Alberto Mora (quien sostenía que


“el valor es la relación entre los limitados recursos disponibles
y las crecientes necesidades del hombre”) y al profesor Charles
Bettelheim, el Che defendió una concepción historicista del val-
or. Para él esta categoría no remite a las necesidades humanas
(el capitalista no produce para satisfacer necesidades, sino para
valorizar el capital produciendo plusvalor) ni a las fuerzas pro-
ductivas o a la naturaleza, sino al trabajo abstracto inserto en
relaciones sociales de producción históricamente específicas del
modo de producción capitalista, y por lo tanto, no válido para la
transición al socialismo. Valor, trabajo abstracto y fetiche consti-
tuyen una trilogía absolutamente inseparable.

Para él, “Marx identifica la idea de valor con la de trabajo ab-


stracto” y si en la transición rigiera esta ley, “tendríamos que
empezar a estudiar minuciosamente los puntos flojos para tratar
de tomar medidas prácticas, a posteriori nuevamente, y corregir
la situación por tanteos sucesivos”.

El valor, entonces, implica regulación, control y equilibrio a pos-


teriori y por tanteos, mientras que el plan presupone regulación,
control y equilibrio apriori, es decir, dirigidos consciente y ra-
cionalmente211. En la teoría marxista del valor, los términos “a
211 Como parte de esa regulación apriori se encuentran los precios. Éstos no de-
bían convertirse en la transición socialista simplemente en la expresión monetaria
306 del valor de las mercancías. Por el contrario, el Che pensaba que la planificación
racional podía modificarlos para privilegiar determinadas ramas productivas
sobre otras -en función de las necesidades sociales-, violando la ley del valor,
aunque siempre teniendo en cuenta los equilibrios globales. Uno de sus cola-
boradores en el Ministerio de Industrias nos contaba: “Al respecto el Che tenía un
chiste sumamente ilustrativo: cuando todo el mundo fuera comunista habría que
mantener capitalista a Andorra... para así saber cuales eran los precios reales”.
Conversación [no grabada] con Enrique Oltuski. La Habana, 11/II/1999.
priori” y “a posteriori” remiten a la secuencia respectivamente
anterior o posterior a la producción y el intercambio, según la
cual se distribuye el trabajo social global de una sociedad. Si
la distribución es posterior, no se puede controlar -la economía
marcha entonces en forma automática, como si tuviera vida pro-
pia; “de manera fetichista”, escribe Marx en El Capital- y se
desperdicia trabajo social. De manera que, según Guevara, esa
regulación a posteriori y por tanteos que es el mercado, conduce
de nuevo al capitalismo. De ahí que postulara la relación entre
mercado y plan como contradictoria y antagónica.

El plan es concebido por él como la acción de la voluntad del


hombre que concientemente elabora, realiza y controla la pro-
ducción, la distribución del trabajo en las distintas ramas y la rel-
ación entre acumulación y consumo, con vistas al más eficaz re-
sultado de reproducción social de las relaciones socialistas. Toda
su artillería teórica la enfoca contra el llamado “socialismo de
mercado”, basado en la autogestión financiera y el estímulo ma-
terial individual con las consecuentes pérdidas de conciencia so-
cial. Paradójicamente, a pesar del evidente fracaso en ese sentido
de la URSS, hoy este “socialismo con mercado” es reivindicado
como bandera de “renovación antidogmática” del marxismo por
importantes sectores de la intelectualidad progresista.

Se identifica falsamente planificación con stalinismo, de donde


se deduce que el mercado -y el valor que lo rige- se tornan cat-
egorías ahistóricas, eternas e insuperables. Un proyecto suma-
mente endeble, al menos desde la epistemología crítica y desde
los valores revolucionarios.

Este tipo de “socialismo” ya se aplicaba experimentalmente en


aquella época en Polonia, Yugoslavia y en las reformas económi- 307
cas en la URSS. Las críticas que el Che Guevara desarrolla públi-
camente -más de dos décadas antes de la estrepitosa caída del
Muro de Berlín- a este tipo de “socialismo” y a las consecuencias
a las que conducía (claramente identificables hoy en día) son,
quizá, una de las piezas claves que nos permiten aprehender el
pensamiento de este revolucionario argentino como una autén-
tica alternativa teórico-política al sistema euro oriental.

Como los partidarios del mercado se apoyaban en el Lenin de la


NEP (Nueva Política Económica), Guevara sostuvo: “El Lenin
de los años 20 es tan sólo una pequeña parte de Lenin, porque
Lenin vivió mucho tiempo y estudió mucho. Una vez me atreví
a decir que había tres Lenin, ahora hay quien dice que no serían
tres sino dos. Es un hecho que entre el Lenin de El Estado y la
Revolución y de El imperialismo, etapa superior del capitalismo
y el Lenin de la NEP hay un abismo”212. En su opinión, Lenin
era un político y por lo tanto debía hacer concesiones. La NEP
era una de ellas, aunque los partidarios del “cálculo económico”
la tomaran como una salida estratégica, como un modelo ideal,
abstrayéndola de la situación histórica en la que se produjo.

El “Sistema presupuestario de financiamiento” expuesto por Gue-


vara se oponía al sistema de la “autogestión financiera de las empre-
sas” o “cálculo económico”, tal como se practicaba en la época en
Yugoslavia, Polonia y parcialmente en la URSS. Este último
sistema era defendido teóricamente por Charles Bettelheim y
postulaba, retomando la tradición de Stalin, la vigencia del mer-
cado, el dinero y la ley del valor, aún el el período de construc-
ción del socialismo.

Los planteos económicos del Che estaban en consonancia con


su humanismo teórico pues, en su óptica, la ley del valor impli-
caba el sometimiento y la dirección de “un frío ordenamiento y
un cordón umbilical invisible” que unía el mercado al hombre
enajenado. Este último, subjetividad disciplinada y heterónoma,
ve regida su vida por las leyes de capitalismo que son ciegas
308 para el común de la gente y que constituyen una verdadera “jaula
invisible”213, donde efectivamente los hombres dejan de ser suje-
212 En El socialismo y el hombre nuevo. Obra Citada.p.71. Véase la exposición
del Che en el Ministerio de Industrias correspondiente al 5/XII/1964, fragmento
reproducido como bibliografía seleccionada bajo el título “Polémicas en un viaje a
Moscú” en nuestra Introducción al Pensamiento Marxista. Obra citada.
213 Véase Ernesto Guevara: “El socialismo y el hombre en Cuba”. Obra citada.
pp.6 y 12.
tos activos para transformarse en simples efectos de procesos que
se han vuelto autónomos y que no controlan. Padre de la criatura,
el hombre termina convirtiéndose en su hijo. Frankestein escapa
al control y asume el timón. El mercado y el valor no aceptan
compartir el mando. A la larga, terminan dirigiendo sólo ellos.

Esta jaula invisible de las leyes mercantiles presupone altas cuo-


tas de irracionalidad, fetichismo y alienación. Por eso la impor-
tancia que él le otorga a la lucha por ir eliminándolas para poder
someter el proceso de producción e intercambio al control ra-
cional y conciente de los seres humanos, quienes realizando el
trabajo por resolución interna y no por “necesidad de venderse
como mercancías”, crean la posibilidad de liberarse de la enajen-
ación. La gran apuesta del socialismo debe ser desalienante y
liberadora.

Utópico y peligroso

Cuatro años más tarde, en 1968 -con el Che ya asesinado en


Bolivia-, Charles Bettelheim vuelve a la carga con la polémica.
En esta nueva ocasión, la discusión teórica lo enfrentó con el
economista de la izquierda norteamericana Paul Sweezy, céle-
bre fundador y director de la revista marxista Monthly Review.
En esa oportunidad, el profesor francés volvió a insistir con las
mismas tesis que le opuso al Che en el debate económico de
La Habana. Pero esta vez agregó algo nuevo. Desarrolló, ahora
en forma explícita, las acusaciones hasta entonces elípticas con-
tra Guevara que Louis Althusser había sugerido, por lo bajo, en
Para leer El Capital. En ese nuevo debate de 1968, Bettelheim
– ya por entonces partidario de la revolución cultural china, en 309
la singular óptica que tenían de ella los círculos del PC francés
cercanos al althusserianismo-, sostenía que “los discursos de Fi-
del y los escritos del Che” expresan “una fracción radicalizada
de la pequeño burguesía”. Ambos son “utópicos y peligrosos”.
La lucha por la desaparición de las relaciones mercantiles y el
dinero en el socialismo es “un mito”. Toda la operación teórica
de oponer la planificación al mercado conduce, inexorablemente,
a “efectos de oscurecimiento ideológico”214. Este abanico de im-
pugnaciones, realizado no por un principiante exaltado que re-
cién se inicia sino por un profesor maduro que había alcanzado
alto vuelo en el dominio de la teoría marxista, expresa hasta qué
punto, aun después de la muerte del Che, su humanismo histori-
cista no podía ser digerido por la petrificación de la ortodoxia.
Su actividad política y la reflexión teórica que la fundamentó se
habían convertido en una herejía “utópica”. El marxismo rev-
olucionario de Ernesto Guevara continuaba incomodando a la
cultura de la izquierda establecida. Su pensamiento radical re-
sultaba demasiado “peligroso” e inclasificable. Seguía siendo un
subversivo.

310

214 Véase Charles Bettelheim: “Respuesta a Paul Sweezy”, [15/XII/1968]. En


Paul M. Sweezy y Charles Bettelheim: Algunos problemas actuales del socialismo.
Madrid, Siglo XXI, 1973. pp.28-35.
La concepción política de la revolución
en el Che Guevara y en el guevarismo
Aproximaciones al debate
sobre el socialismo del siglo XXI 215

Nuevos tiempos de luchas y formas aggiornadas de domi-


nación durante la “transición a la democracia” en el cono sur

América Latina vive una nueva época histórica. La lucha de


nuestros pueblos ha impuesto un freno al neoliberalismo. El hor-
izonte político actual permite someter a discusión las viejas for-
mas represivas que dejaron como secuela miles y miles de ases-
inatos, desapariciones, secuestros, torturas y encarcelamiento de
la militancia popular.

A pesar de este nuevo clima político, las viejas clases dominantes


latinoamericanas y su socio mayor, el imperialismo norteameri-
cano, no se entregan ni se resignan. ¡Ninguna clase dominante se
suicida!. Debemos aprenderlo de una buena vez.

Agotadas las antiguas formas políticas dictatoriales mediante las


cuales el gran capital —internacional y local— ejerció su domi-
nación y logró remodelar las sociedades latinoamericanas inau-
gurando el neoliberalismo a escala mundial216, nuestros países
215 En este trabajo intentamos sintetizar y conjugar en una visión de conjunto
sobre la concepción de la revolución en el Che Guevara y en el guevarismo hi-
pótesis, sugerencias, análisis y conclusiones presentes en otros artículos, ensayos
y libros donde, en forma dispersa, hemos intentado ir recuperando el aporte es-
pecíficamente político de distintos guevaristas (Robi Santucho, Miguel Enríquez,
Roque Dalton, etc.). De alguna manera este texto intenta hilar y enhebrar esos
311
abordajes parciales dentro de un conjunto mayor, para tratar de mostrar que existe
una concepción general integrada por todos ellos. Fue expuesto y discutido en
varios encuentros latinoamericanos de los últimos años con organizaciones polí-
ticas guevaristas del continente, incluyendo el que organizó nuestra Cátedra Che
Guevara convocado como «Seminario Guevarista Internacional» (Buenos Aires,
Universidad de Buenos Aires, 7 de junio de 2008).
216 Es bien conocido el análisis del historiador británico Perry Anderson (a quien
asistieron a lo que se denominó, de modo igualmente apologé-
tico e injustificado, “transiciones a la democracia”.

Ya llevamos casi un cuarto de siglo, aproximadamente, de “tran-


sición”. ¿No será hora de hacer un balance crítico? ¿Podemos
hoy seguir repitiendo alegremente que las formas republicanas y
parlamentarias de ejercer la dominación social son “transiciones
a la democracia”? ¿Hasta cuando vamos a continuar tragando sin
masticar esos relatos académicos nacidos al calor de las becas de
la socialdemocracia alemana y los «inocentes» subsidios de las
fundaciones norteamericanas?

En nuestra opinión, y sin ánimo de catequizar ni evangelizar a


nadie, la puesta en funcionamiento de formas y rituales parla-
mentarios dista largamente de parecerse aunque sea mínimam-
ente a una democracia auténtica. Resulta casi ocioso insistir con
algo obvio: en muchos de nuestros países latinoamericanos hoy
siguen dominando los mismos sectores sociales de antaño, los
de gruesos billetes y abultadas cuentas bancarias. Ha mutado la
imagen, ha cambiado la puesta en escena, se ha transformado el
discurso, pero no se ha modificado el sistema económico, social
y político de dominación. Incluso se ha perfeccionado217.

nadie puede acusar de provincianismo intelectual o de chauvinismo latinoamerica-


nista), quien sostiene que el primer experimento neoliberal a nivel mundial ha sido,
precisamente, el de Chile. Incluso varios años antes que los de Margaret Thatcher
o Ronald Reagan. No por periféricas ni dependientes las burguesías latinoamerica-
nas han quedado en un segundo plano en la escena de la dominación social. Incluso
en algunos momentos se han adelantado a sus socias mayores, y han inaugurado
—con el puño sangriento de Pinochet en lo político y de la mano para nada “invi-
sible” de Milton Friedman en lo económico—, un nuevo modelo de acumulación
de capital de alcance mundial: el neoliberalismo.
217 Recordemos que para Marx la república burguesa parlamentaria —que
él nunca homologaba con “democracia”— constituía la forma más eficaz de
312 dominación política. Marx la consideraba superior a las dictaduras militares o a la
monarquía porque en la república parlamentaria la dominación se vuelve anónima,
impersonal y termina licuando los intereses segmentarios de los diversos grupos
y fracciones del capital, instaurando un promedio de la dominación general de la
clase capitalista, mientras que en la dictadura y en la monarquía es siempre un
sector burgués particular el que detenta el mando, volviendo más frágil, visible y
vulnerable el ejercicio del poder político.
Estas nuevas formas de dominación política —principalmente
parlamentarias— nacieron como un producto de la lucha de
clases. En nuestra opinión no fueron un regalo gracioso de su gran
majestad, el mercado y el capital (como sostiene cierta hipótesis
que termina presuponiendo, inconscientemente, la pasividad total
del pueblo), pero lamentablemente tampoco fueron únicamente
fruto de la conquista popular y del “avance democrático de la so-
ciedad civil” que lentamente se va empoderando de los mecanis-
mos de decisión política marchando hacia un porvenir luminoso
(como presuponen ciertas corrientes que terminan cediendo al
fetichismo parlamentario). En realidad, los regímenes políticos
postdictadura, en Argentina, en Chile, en Brasil, en Uruguay y
en el resto del cono sur latinoamericano, fueron producto de una
compleja y desigual combinación de las luchas populares y de
masas —en cuya estela alcanza su cenit la pueblada argentina de
diciembre de 2001— con la respuesta táctica del imperialismo que
necesitaba sacrificar momentáneamente algún peón militar de la
época neolítica y algún político neoliberal, furibundo e impre-
sentable, para reacomodar los hilos de la red de dominación,
cambiando algo... para que nada cambie.

Con discurso “progre” o sin él, la misión estratégica que el capital


transnacional y sus socias más estrechas, las burguesías locales, le
asignaron a los gobiernos “progresistas” de la región —desde el
Frente Amplio uruguayo y el PJ del argentino Kirchner hasta la
concertación de Bachelet en Chile y el actual PT de Lula— con-
siste en lograr el retorno a la “normalidad” del capitalismo latino-
americano. Se trata de resolver la crisis orgánica reconstruyendo
el consenso y la credibilidad de las instituciones burguesas para
garantizar EL ORDEN. Es decir: la continuidad del capitalismo.
Lo que está en juego es la crisis de la hegemonía burguesa en la
región, amenazada por las rebeliones y puebladas —como las de 313
Argentina o Bolivia— y su eventual recuperación.

Desde nuestra perspectiva, y a pesar de sinceras esperanzas


populares, la manipulación de las banderas sociales, el bastardeo
de los símbolos de izquierda y la resignificación de las identi-
dades progresistas tienen actualmente como finalidad frenar la
rebeldía y encauzar institucionalmente la indisciplina social.
Mediante este mecanismo de aggiornamiento supuestamente
“progre” las burguesías del cono sur latinoamericano intentan re-
componer su hegemonía política. Se pretende volver a legitimar
las instituciones del sistema capitalista, fuertemente devaluadas
y desprestigiadas por una crisis de representación política que
hacía años no vivía nuestro continente. Los equipos técnicos y
políticos de las clases dominantes locales y el imperialismo se
esfuerzan de este modo, sumamente sutil e inteligente, en con-
tinuar aislando a la revolución cubana (a la que se saluda, pero...
como algo exótico y caribeño), conjurar el ejemplo insolente de
la Venezuela bolivariana (a la que se sonríe pero... siempre desde
lejos), seguir demonizando a la insurgencia colombiana y conge-
lar de raíz el proceso abierto en Bolivia.

La disputa por el Che Guevara en el siglo XXI

En ese singular contexto político, donde la lucha entre la hege-


monía reciclada y aggiornada del capital y la contrahegemonía
del campo popular tensan hasta el límite la cuerda del conflicto
social, emerge, una vez más, la figura del Che Guevara. Viejo
fantasma burlón y rebelde. A pesar de haber sido tantas veces re-
pudiado, bastardeado y despreciado, hoy asoma nuevamente su
sonrisa irónica por entre los escudos policiales, los carros blin-
dados de la fuerzas antimotines y las movilizaciones de protesta
popular. Terco y cabeza dura, se resiste a ser incorporado como
cuadro decorativo en los salones de la vieja política tradicional.
314
Cada reaparición del Che se produce en medio de una feroz dis-
puta.

Durante la década del ’80, luego de las masacres capitalistas y


los genocidios militares, en la mayoría de los países capitalis-
tas dependientes de América Latina el Che retornó como astilla
molesta en la garganta de los relatos académicos que por todo el
continente predicaban —dólares y becas mediante— el supuesto
y nunca cumplido “tránsito a la democracia”. En esos años, tam-
bién en América Latina pero ahora dentro de Cuba, Fidel Castro
apeló al Che Guevara como bandera y antídoto frente al mercado
perestroiko y a la adaptación procapitalista que impulsaban los
soviéticos. En los discursos de Fidel, durante esos años, el Che
volvía como partidario de la planificación socialista y teórico
marxista del período de transición al socialismo.

Más tarde, en plena década del ’90, tras la caída del muro de
Berlín y la URSS en Europa del Este, en América latina Guevara
volvía a asomar su boina inclinada y su barba raleada. Por enton-
ces el Che retornaba como bandera ética y sinónimo de rebeldía
cultural. Su imagen servía para contrapesar la antiutopía mer-
cantil, privatizadora y represiva que se legitimaba con el señuelo
del supuesto ocaso de los “grandes relatos ideológicos” y el pre-
tendido agotamiento de las “grandes narrativas de la historia”.
Frente al auge triunfalista del neoliberalismo más salvaje y la
brutal absolutización del mercado, la apelación guevarista del
hombre nuevo y la ética de la solidaridad se transformaron en-
tonces en una muralla moral.

Hoy, ya comenzado el siglo XXI, aquella “transición a la democ-


racia” de los ’80 y aquel neoliberalismo furioso de los ’90 han
entrado en crisis. Guevara, en cambio, sigue presente y continúa
atrayendo la atención de la juventud más inquieta, noble, sincera
y rebelde.

Sin embargo, en nuestra opinión, ya no resulta pertinente apelar


al Che como antídoto frente a una perestroika actualmente inex-
istente (como sucedió en los ’80) ni tampoco reducir el gueva- 315
rismo a una reivindicación puramente ético-cultural (como pre-
dominó en los ’90). Ambas opciones, aunque justas y necesarias
en aquellas décadas, hoy nos parecen demasiado limitadas, mod-
eradas y tímidas si se trata de abordar los problemas actuales.
Superado ya el impasse que provocó en el pensamiento revolu-
cionario mundial la caída del muro de Berlín, hoy necesitamos
volver a discutir y a rescatar el pensamiento del Che Guevara
y el guevarismo como proyecto político, al mismo tiempo que
destacamos sus otras dimensiones (ética, filosófica y crítica de la
economía política).

Se trata de recuperar el legado político que Guevara deja pen-


diente a las juventudes del siglo XXI y la necesidad urgente de
reinstalarlo en la agenda de los movimientos sociales y las orga-
nizaciones políticas actuales. Hay que traer al Che al hoy en día
para que siga jugando un papel en los debates actuales de Cuba,
de Venezuela, de Bolivia, de Colombia, de Ecuador, de Nicara-
gua, de Argentina y de toda América Latina.

Comenzar a realizar esa tarea implica asumir un complejo de-


safío que consiste en conjurar numerosos equívocos que se han
ido tejiendo en medio de la feroz disputa por su herencia.

En nuestra opinión, si hubiera que sintetizarlo en una formulación


apretada y condensada, como proyecto político (no sólo ético-
filosófico-cultural) el guevarismo constituye la actualización del
leninismo contemporáneo descifrado desde las particulares coor-
denadas de América Latina. Esto es: una lectura revolucionaria
del marxismo que recupera, en clave antiimperialista y anticapi-
talista al mismo tiempo, la confrontación por el poder, la combi-
nación radical de todas las formas de lucha y el enfrentamiento a
fondo contra todas las formas de dominación social (las antiguas
o tradicionales y también las formas de dominación aggiornadas
o recicladas).

316
Discutiendo algunos equívocos

Esa recuperación actual del leninismo y de las vertientes más


radicales del marxismo que el Che Guevara defendió en su vida
política y en su obra teórica, solo podrá realizarse si abandona-
mos el pesado lastre de equívocos, caricaturas y tergiversacio-
nes que se han ido pegoteando hasta empastar cualquier mínimo
ejercicio de pensamiento crítico en nuestras filas.

En primer lugar, deberemos dejar resueltamente de lado la cu-


riosa y malintencionada homologación que han construido los
partidarios del posmodernismo entre marxismo revolucionario y
estatismo (¿?).

En los relatos académicos nacidos al calor de la derrota europea


del ’68, que han proliferado como maleza por toda América La-
tina desde la década del ’80, el marxismo revolucionario termi-
naría siendo una variante más de “autoritarismo” estatista, donde
bajo el manto pétreo del verticalismo estatal (posterior a la toma
revolucionaria del poder) se produciría una asfixiante uniformi-
dad de los movimientos sociales y las subjetividades populares.

¡Nada más lejos del ambicioso proyecto político guevarista que,


siguiendo las enseñanzas de El Estado y la revolución de Lenin
(libro profundamente admirado por el Che como lo reconoce por
escrito), siempre ha planteado la creación de poder popular y
la continuidad ininterrumpida de la revolución socialista contra
toda cristalización burocrática del aparato estatal!

Resultan hoy demasiado conocidas las polémicas que Fidel y el


Che desarrollaron a inicios de los años ’60, desde el poder revo-
lucionario mismo, contra diversas tendencias burocráticas que
pretendían congelar la revolución, reducirla a un solo país y apri-
sionarla en los pasillos ministeriales. A tal punto llegó aquella
polémica que los viejos stalinistas (y toda la prensa burguesa de
occidente) terminó acusando a Fidel y al Che de pretender “ex-
317
portar la revolución” por todo el mundo.

Cuatro décadas después, aquel ímpetu antiburocrático (en lo


“interno”) e internacionalista militante (en lo “externo”) que
Guevara desarrolló sigue siendo una prueba irrefutable de que
el marxismo revolucionario de ningún modo implica reducir
nuestro ambicioso proyecto político a la inserción en un triste
ministerio de estado. ¡Ni antes de tomar el poder (como sugieren
aquellas corrientes proclives a la cooptación estatal, hoy fascina-
das con la familia Kirchner, Lula, Tabaré Vázquez o Bachelet) ni
después de tomar el poder (como pretendieron algunas corrientes
stalinistas)!.

El proyecto político guevarista no nace de una


galera, sino de una caracterización histórica de la
sociedad latinoamericana

A pesar de las caricaturas que en diversas biografías mercantiles


se han dibujado sobre Guevara —donde, por ejemplo, el Che
elige ir a combatir a Bolivia por algún deseo místico de encon-
trarse con la muerte o descree de las “burguesías nacionales” por
algún oscuro resentimiento familiar—, la perspectiva política del
guevarismo se sustenta en una determinada línea de análisis de
nuestras sociedades. Tanto las tácticas como las estrategias, los
aliados posibles como las vías privilegiadas de lucha, derivan de
un análisis político pero también de una caracterización histórica
de las formaciones sociales latinoamericanas.

Desde los años del Che hasta hoy, la acumulación de cono-


cimiento social realizado en América latina a partir del ángulo
del marxismo revolucionario ha sido enorme. Que en las aca-
demias oficiales rara vez se incursione en esas investigaciones
no implica que no hayan existido. Que los papers por encargo
y la literatura difundida por las ONGs desprecien las categorías
318 pergeñadas por el arsenal marxista, no legitima desconocer u
olvidar que hace ya largos años historiadores formados en esta
corriente pusieron en entredicho la tesis del supuesto y fantas-
magórico “feudalismo” continental, base del subdesarrollo y del
atraso latinoamericanos. Tesis que intentó fundamentar la revo-
lución por etapas, la oposición a la revolución socialista y fun-
damentalmente el rechazo del guevarismo como opción política
radical.

A diferencia de aquella tesis, la conquista de América, realizada


con la espada y con la cruz, fue una gigantesca y genocida em-
presa capitalista que contribuyó a conformar un sistema mundial
de dominación de todo el orbe. No nos olvidemos que Marx, en
El Capital, sostenía que: “El descubrimiento de las comarcas de
oro y plata en América, el exterminio, esclavización y sepulta-
miento en las minas de la población aborigen, la conquista y el
saqueo de las Indias Orientales, la transformación de África en
un coto reservado para la caza comercial de pieles-negras [es-
clavos negros], caracterizan los albores de la era de producción
capitalista” (El Capital, Tomo I, Vol. I., capítulo 24).

En la América colonial posterior a la conquista de las diversas


culturas de los pueblos originarios y a la destrucción de los im-
perios comunales-tributarios de los incas y aztecas, se confor-
mó un tipo de sociedad que articulaba y empalmaba en forma
desigual y combinada relaciones sociales precapitalistas (las co-
munales que lograron sobrevivir a 1492, las serviles y las esclav-
istas) con una inserción típicamente capitalista en el mercado
mundial. Las relaciones sociales eran distintas entre sí, pero esta-
ban combinadas y unas predominaban sobre otras. El nacimiento
del capitalismo como sistema mundial siguió, pues, derroteros
distintos en las diversas regiones del planeta. A pesar de lo que
se enseña en las escuelas oficiales de nuestros países, nunca hubo
un desarrollo lineal, homogéneo y evolutivo.

En Europa occidental el nacimiento del capitalismo estuvo pre-


cedido por el feudalismo y, antes, por la esclavitud y la comu-
nidad primitiva. En vastas zonas de Asia y África, ese tránsito 319
siguió una vía diversa: de la comunidad primitiva al modo de
producción asiático y de allí al feudalismo o también de la comu-
nidad primitiva al modo de producción asiático y de allí al capi-
talismo. La esclavitud —típica en Grecia o Roma antiguas— no
fue universal como tampoco lo fue el feudalismo.
En nuestra América, se pasó de las sociedades comunales-trib-
utarias a una sociedad híbrida, inserta de manera dependiente
en el mercado mundial capitalista (subordinada a su lógica) y
basada en un desarrollo desigual y combinado de relaciones so-
ciales precapitalistas y capitalistas, tanto en la agricultura y en la
minería como en la manufacturas.

La característica central que se deriva de esta inserción latinoame-


ricana en el mercado del sistema mundial capitalista ha sido y con-
tinúa siendo la dependencia, la superexplotación de nuestros pue-
blos y el carácter lumpen, raquítico, impotente y subordinado de
las burguesías locales (mal llamadas “nacionales” pues, aunque
hablan nuestros mismos idiomas y tienen nuestras costumbres,
carecen de una perspectiva emancipadora para el conjunto de
nuestras naciones).

De allí que las luchas por la independencia de nuestros países


asuman, necesariamente, un horizonte político que combina al
mismo tiempo —sin separarlas artificialmente pues están ínti-
mamente entrelazadas— tareas antiimperialistas, o de liberación
nacional, con tareas anticapitalistas y socialistas. Ese tipo de per-
spectiva política no corresponde a un delirio mesiánico de Er-
nesto Che Guevara ni a la marginalidad alocada de las corrientes
que se inspiran en el guevarismo. Responde a la historia pro-
funda de nuestro continente, a la conformación de su estructura
capitalista dependiente, al carácter irremediablemente subordi-
nado y lumpen de sus clases dominantes criollas.

En los escritos y discursos de Guevara sobre esta caracter-


ización de las formaciones sociales latinoamericanas encontra-
mos una llamativa similitud con las apreciaciones de José Carlos
320 Mariátegui (formuladas cuatro décadas antes que el Che). Tanto
en Mariátegui como en el Che aparece también la mención a las
supervivencias “feudales” de las sociedades de nuestra Améri-
ca (es más que probable que con la categoría de “feudales” el
peruano y el argentino hicieran referencia a relaciones de tipo
presalariales o “precapitalistas”); pero en ambos casos se sub-
raya inmediatamente que esa supervivencia, derivada de la con-
quista española y portuguesa, convive en forma articulada —no
yuxtapuesta— con la dependencia del mercado mundial, que
termina imprimiéndole al conjunto social latinoamericano una
subordinación al capitalismo como sistema global. Por lo tanto,
el corolario político que Mariátegui y el Che Guevara infieren de
ese análisis afirma que la revolución pendiente en nuestra Améri-
ca no puede ser “burguesa-antifeudal”, sino socialista.

No casualmente Mariátegui sostiene que: “La misma palabra


Revolución, en esta América de las pequeñas revoluciones, se
presta bastante al equívoco. Tenemos que reivindicarla rigurosa
e intransigentemente. Tenemos que restituirle su sentido estricto
y cabal. La revolución latinoamericana, será nada más y nada
menos que una etapa, una fase de la revolución mundial. Será
simple y puramente, la revolución socialista. A esta palabra,
agregad, según los casos, todos los adjetivos que queráis: “an-
tiimperialista”, “agrarista”, “nacionalista-revolucionaria”. El so-
cialismo los supone, los antecede, los abarca a todos” (Editorial
de la revista Amauta, 1928).

En la misma estela de pensamiento político, Guevara afirma:


“Por otra parte las burguesías autóctonas han perdido toda su
capacidad de oposición al imperialismo -si alguna vez la tu-
vieron- y sólo forman su furgón de cola. No hay más cambios
que hacer; o revolución socialista o caricatura de revolución”
(Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental”,
1967).

El presupuesto que sustentaba esa conclusión política era una


caracterización sociológica, económica e histórica de la impo-
tencia de las “burguesías nacionales”.
321
Por ejemplo, en su artículo “Táctica y estrategia de la revolución
latinoamericana” el Che argumenta que: “América es la plaza de
armas del imperialismo norteamericano, no hay fuerzas
económicas en el mundo capaces de tutelar las luchas que las
burguesías nacionales entablaron con el imperialismo norteam-
ericano, y por lo tanto estas fuerzas, relativamente mucho más
débiles que en otras regiones, claudican y pactan con el impe-
rialismo [...] Lo determinante en este momento es que el frente
imperialismo-burguesía criolla es consistente”.

En otro de sus escritos, el prólogo al libro El partido marxista


leninista (donde se recopilaban, entre otros, escritos de Fidel),
Guevara continúa con el mismo argumento: “Y ya en América
al menos, es prácticamente imposible hablar de movimientos de
liberación dirigidos por la burguesía. La revolución cubana ha
polarizado fuerzas; frente al dilema pueblo o imperialismo, las
débiles burguesías nacionales eligen al imperialismo y traicio-
nan definitivamente a su país”.

No otra era la perspectiva de Fidel cuando afirmaba que : “Hay


tesis que tienen 40 años de edad; la famosa tesis acerca del pa-
pel de las burguesías nacionales. Cuánto papel, cuánta frase, cu-
anta palabrería, en espera de una burguesía liberal, progresista,
antiimperialista. [...] La esencia de la cuestión está en si se le
va a hacer creer a las masas que el movimiento revolucionario,
que el socialismo, va a llegar al poder sin lucha, pacíficamente.
¡Y eso es una mentira!” (discurso de clausura de la Organización
Latinoamericana de Solidaridad-OLAS del 10/8/1967). En la de-
claración final de evento, se formulan veinte tesis en defensa de
“la lucha armada y la violencia revolucionaria, expresión más
alta de la lucha del pueblo, la posibilidad más concreta de der-
rotar al imperialismo”. Las tesis sostienen que: “las llamadas
burguesías nacionales de América Latina tienen una debilidad
orgánica, están entrelazadas con los terratenientes (con quienes
forman la oligarquía) y los ejércitos profesionales, son incapaces
y tienen una impotencia absoluta para enfrentar al imperialismo
e independizar a nuestros países [...] La insurrección armada es
322 el verdadero camino de la segunda guerra de independencia”
(Declaración general de la OLAS, agosto de 1967).

Cuatro décadas después de aquellos análisis, en tiempos de vio-


lenta mundialización capitalista... ¿las burguesías nativas de
nuestra América han logrado un grado mayor de independencia
y autonomía? La respuesta, para quien no reciba euros o dólares
de aquellas instituciones destinadas a comprar conciencias y ce-
rebros, resulta más que obvia.

¿Qué sentido realista, pragmático y realizable tienen hoy, en el


siglo XXI globalizado, los proyectos de “capitalismo andino”,
“capitalismo nacional”, “capitalismo a la uruguaya”, “capitalis-
mo ético” y otras ensoñaciones ilusorias que pululan por el cono
sur latinoamericano, extraídas del ropero ideológico de las viejas
clases dominantes, recientemente maquilladas, perfumadas, ag-
giornadas y recicladas?

Desde el proyecto político guevarista creemos que ninguna de


esas formulaciones retóricas —pues de eso se trata, de pura
retórica, de mera puesta en escena, de simples piruetas dis-
cursivas destinadas al marketing electoral— tiene sustento
real, posible ni realista. Sirven, quizás, para ganar votos en
una elección. Pero no constituyen un proyecto serio de eman-
cipación nacional y continental. Guevara continúa tenien-
do razón: o revolución socialista o caricatura de revolución.

La revolución como proceso


prolongado e ininterrumpido

En la concepción política guevarista la revolución no constituye


un espasmo repentino ni la irrupción de un rayo en el cielo despe-
jado de un mediodía de verano. Tampoco un golpe de mano ni un
cuartelazo militar. La revolución, para el Che, sólo se puede real-
izar como un proceso y a través de la lucha de masas, prolongada
y a largo plazo. El Che en muy claro con las ilusiones espontaneís-
tas que sueñan con un motín popular, por lo general urbano, que 323
con palos y piedras logre, en la rapidez de una sola tarde, cambiar
todo el orden social de raíz. En su opinión: ““Y los combates no
serán meras luchas callejeras de piedras contra gases lacrimó-
genos, ni de huelgas generales pacíficas; ni será la lucha de un
pueblo enfurecido que destruya en dos o tres días el andamiaje
represivo de las oligarquías gobernantes; será una lucha larga,
cruenta” (Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tri-
continental”, 1967).

La revolución comienza antes de la toma del poder, con la cre-


ación de poder popular y zonas liberadas, se prolonga, a través
del enfrentamiento y la destrucción del poder estatal, en el der-
rocamiento de todo el andamiaje institucional de la vieja socie-
dad y más tarde se extiende en la creación de nuevas formas de
relaciones sociales y nuevas instituciones que deben dar cuenta
del cambio radical ocurrido en el orden social. Del viejo orden
no se pasa al abismo sino, en los términos de la revista del jo-
ven Gramsci, al “orden nuevo”. La revolución no se delimita
entonces al día preciso en que las autoridades políticas de la vieja
sociedad y el antiguo régimen de dominación abandonan el país
o son apresadas por las fuerzas revolucionarias. No, lejos de esa
visión de la épica hollywoodense, la revolución abarca un pro-
ceso social y temporal de muchos años.

Concebir a la revolución como un proceso a largo plazo, donde se


combinan diversas formas de lucha —predominando las formas
extrainstitucionales por sobre las institucionales, las insurgen-
tes por sobre las parlamentarias, dado el carácter históricamente
represivo de los regímenes políticos latinoamericanos— implica
desmontar al mismo tiempo la leyenda del supuesto «foquismo»,
simplificación atribuida al guevarismo político que todavía hoy
sigue señalándose como espantapájaros contra el pensamiento
marxista radical.

324 El espantapájaros del «foquismo»


(y la caricatura de Debray)

¿Quién es Régis Debray? Debray era un joven estudiante


francés, discípulo del filósofo Louis Althusser. Visitó América
Latina y escribió después un artículo muy largo, en la célebre
revista de Jean-Paul Sartre Les Temps Modernes. Lo tituló: “El
Castrismo: la larga marcha de América Latina”. Este artículo les
gustó mucho a los cubanos, quienes publicaron un trabajo suyo
en la célebre revista Casa de las Américas, a través del cual Deb-
ray se hizo conocido en la isla caribeña. Lo invitaron a Cuba, y
ahí, Debray escribe un texto que pretende ser algo así como la
“síntesis teórica” de la revolución cubana. En realidad era una
versión manualizada, codificada y simplificada hasta el extremo.
Un texto que hoy en día se utiliza para criticar a la revolución
cubana y para denostar todo lo que políticamente esté asociado
al Che Guevara218.

El libro de Debray se titula: ¿Revolución en la Revolución? Allí


realiza una versión totalmente parcial y unilateral de la revolu-
ción cubana. Sostiene, entre otras cosas, que en Cuba no hubo
casi lucha urbana, que solamente se desarrolló la lucha rural, que
la ciudad era burguesa mientras que la montaña era proletaria y
que, por lo tanto, la revolución surge de un foco, de un pequeño
núcleo aislado. Así, de este modo, Debray hace la canonización
y la codificación de la revolución cubana en una receta muy es-
quemática que se conoce como “la teoría del foco”. Esta ver-
sión de Debray sobre la revolución cubana suele ser utilizada
en nuestros días para ridiculizar y fustigar la teoría política del
guevarismo... aún cuando el mismo Debray ya no tiene nada que
ver con esta tradición, pues pasó a las filas de la socialdemocra-
cia —en el mejor de los casos y siendo indulgentes con él... –.

No es mentira que la temática del “foco” está presente en los es-


critos del Che pero de una manera muy diferente a la receta sim-
plificada que construye Debray. Nosotros creemos que en el Che
los términos “foco” y “catalizador” —con los que el Che hace
referencia a la lucha político-militar de la guerrilla—, tienen un 325
origen metafórico prove-niente de la medicina (la profesión ju-
venil del Che). El “foco” remite al... foco infeccioso que se ex-
218 Hemos intentado desarrollar la crítica al foquismo en nuestro ensayo “¿Fo-
quismo? A propósito de Mario Roberto Santucho y el pensamiento político de la
tradición guevarista”, incluido en nuestro Ernesto Che Guevara: El sujeto y el
poder. Obra citada.
pande en un cuerpo humano. El “catalizador”, en la química, es
el nombre de un cuerpo capaz de motivar un cambio, la transfor-
mación catalítica.

Pero, más allá del origen metafórico de ambos términos, resulta


innegable para quien no tenga anteojeras ni escriba por encargo
de ONGs o fundaciones norteamericanas que en el pensamiento
político de Guevara la concepción de la guerrilla está siempre
vinculada a la lucha de masas. Concretamente, el Che sostiene
que: “Es importante destacar que la lucha guerrillera es una lu-
cha de masas, es una lucha del pueblo [...] Su gran fuerza radica
en la masa de la población” (Ernesto Che Guevara: La guerra
de guerrillas, 1960). Más tarde, el Che vuelve a insistir con este
planteo cuando reitera: “La guerra de guerrillas es una guerra
del pueblo, es una lucha de masas” (Ernesto Che Guevara: “La
guerra de guerrillas: un método”, artículo publicado en Cuba So-
cialista, septiembre de 1963).

Guevara no se detiene allí. Prolongando y comentando el libro del


general Giap (célebre estratega vietnamita que derrocó a Japón,
Francia y Estados Unidos) Guerra del pueblo, ejército del pueb-
lo, el Che destaca una y otra vez un elemento fundamental para
la victoria del pueblo vietnamita: “las grandes experiencias del
partido en la dirección de la lucha armada y la organización de
las fuerzas armadas revolucionarias [...] Nos narra también el
compañero Vo Nguyen Giap, la estrecha relación que existe en-
tre el partido y el ejército, cómo, en esta lucha, el ejército no es
sino una parte del partido dirigente de la lucha”.

De este modo, a diferencia de Debray, el Che le otorga un lugar


central a la lucha política, de la cual la lucha armada no es sino
326 su prolongación sobre otro terreno. Allí, siempre comentando
a Giap, Guevara vuelve a insistir, obsesivamente, en que: “La
lucha de masas fue utilizada durante todo el transcurso de la
guerra por el partido vietnamita. Fue utilizada, en primer lugar,
porque la guerra de guerrillas no es sino una expresión de la
lucha de masas y no se puede pensar en ella cuando está aislada
de su medio natural, que es el pueblo”.
¿De qué modo Debray pudo eludir este tipo de razonamientos
centrales y determinantes del pensamiento político del Che? Pues
construyendo un relato de la revolución cubana donde desapare-
cen, como por arte de magia, las tradiciones políticas previas y
toda la lucha política anterior de Fidel Castro y sus compañeros.

Si se vuelven a leer los textos “foquistas” de Debray cuarenta


años después, el lector no encontrará, inexplicablemente, nin-
guna referencia a la historia política cubana anterior ni a la lu-
cha política previa, que derivan en el inicio de la lucha armada
contra Batista. Pareciera que para Debray, observador europeo
proveniente del PC francés, recién llegado a América latina —en
aquella época fascinado con Cuba y las guerrillas, luego con la
socialdemocracia y hoy vaya uno a saber con qué— la invasión
del Granma y el Ejército Rebelde nacen ex nihilo, no como fruto
de la radicalización política de un sector juvenil proveniente del
nacionalismo radical y antimperialista latinoamericano y de la
propia historia política cubana (Para una reconstrucción de la
historia previa de la revolución cubana y de toda la experiencia
que Fidel y el Movimiento 26 de julio extraen de sus maestros
Guiteras, Mella, Roa y otros, véase nuestro libro Fidel para prin-
cipiantes. Buenos Aires, Longseller, 2006)

Además, cuando Debray pretende esquematizar y teorizar la


lucha revolucionaria cubana defendiendo a rajatabla la tesis de
“la inexistencia del partido” tiene en mente y está pensando en
la ausencia, dentro de la primera dirección guerrillera, del viejo
Partido Socialista Popular (el antiguo PC cubano, símil del PC
francés en el que se formó Debray). Un lector actual de los es-
critos de Debray no puede dejar de preguntarse: ¿pero acaso el
Movimiento 26 de julio —quien impulsaba y dirigía la lucha ar-
mada en Cuba— no constituía un partido? ¿Acaso Fidel Castro 327
y los asaltantes del Moncada no provenían de la lucha política
previa que se nutría del antimperialismo radical?

Para Debray las advertencias del Che sobre las luchas de masas
y la relevancia de la organización política eran sólo... detalles in-
significantes. No les dio ninguna importancia. Por eso construyó
una visión caricaturesca de la lucha armada que, lamentable y
trágicamente, fue posteriormente atribuida —post mortem— al
Che y al guevarismo...

Según recuerda Pombo [Harry Villegas Tamayo], compañero del


Che en Cuba, Congo y Bolivia, al Che Guevara no le gustó ¿Rev-
olución en la Revolución? de Debray. Lo leyó cuando estaba en
Bolivia (pues se publicó en 1967) y le hizo verbalmente comen-
tarios críticos a su autor. No hay registros escritos de que el Che
haya volcado esos comentarios críticos orales en sus Cuadernos
de lectura de Bolivia.

Aún cuando nunca sepamos qué le criticó puntualmente Guevara


al intelectual francés, ya en aquella época dos militantes cubanos
salieron públicamente a criticar la caricatura “foquista” de Deb-
ray219. Estos dos compañeros cubanos le critican abiertamente a
Debray —¡no ahora, en el siglo XXI, sino en 1968!— el haber
simplificado la Revolución Cubana, el haberla convertido en una
simple teoría del “foco” y el no haber visto en ella que junto a
la guerrilla, en las ciudades luchaba la juventud, el movimiento
obrero, el movimiento estudiantil, etc. En suma, le cuestionaban,
en particular, el total desconocimiento de la lucha urbana y, en
general, la total subestimación de la lucha política, base de sus-
tentación de toda confrontación político militar. Esta es la prin-
cipal crítica a la teoría del “foco” realizada en aquella época por
los propios cubanos220.

219 Se trata de Simón Torres y Julio Aronde [posiblemente dos seudónimos de


colaboradores del comandante Manuel Piñeiro Losada, alias “Barbarroja”]: “De-
bray y la experiencia cubana”. En Monthly Review N° 55, año V, octubre de 1968.
328 pp.1-21.
220 Para revisar la crítica que otros guevaristas le hicieron a la teoría “foquista”
de Debray, puede consultarse el mencionado ensayo “¿Foquismo? A propósito de
Mario Roberto Santucho y el pensamiento político de la tradición guevarista”, así
como también los documentos fundacionales del ERP en Argentina, compilados
por Daniel De Santis en varias ediciones. (Esas compilaciones pueden consultarse
gratuitamente en el sitio web de la «Cátedra Che Guevara – Colectivo Amauta»:
amauta.lahaine.org)
La política, la lucha de clases
y la confrontación político-militar

Las posiciones políticas que asume Ernesto Che Guevara en


sus reflexiones sobre Cuba, Vietnam, las enseñanzas de Giap y
la lucha antiimperialista del tercer mundo se nutren de toda la
tradición previa del marxismo, que a su vez proviene de pensa-
dores clásicos como Clausewitz y Maquiavelo.

Recordemos que, a principios del siglo XVI, en El príncipe


y en los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, el
teórico florentino Nicolás Maquiavelo sostiene que para uni-
ficar Italia como una nación moderna, había que derrotar el
predominio de Roma –El Vaticano– y también terminar con
la proliferación de bandas armadas locales, los célebres con-
dottieri [combatientes mercenarios]. Maquiavelo propone la
formación de una fuerza militar republicana completamente
subordinada al príncipe, es decir, al poder político. ¡Es la políti-
ca, según Maquiavelo, la que ejerce su dirección sobre lo mil-
itar y no al revés!.

Más tarde, a inicios del siglo XIX, el teórico prusiano Karl von
Clausewitz vuelve a prolongar aquel pensamiento defendiendo
que “la guerra es la continuación de la política por otros me-
dios” (en su libro De la guerra).

Un siglo después, a comienzos del siglo XX, durante la prim-


era guerra mundial (más precisamente entre 1915 y 1916),
mientras estudia la Ciencia de la Lógica de Hegel en su exilio
suizo, Lenin lee y anota detenidamente la obra De la guerra de
K.v.Clausewitz. En plena confrontación mundial (entre estados- 329
naciones), luego transformada en guerra civil interna (entre
clases sociales), Lenin recalca una y otra vez las enseñanzas de
Clausewitz acerca de la guerra entendida como continuidad de la
política y el predominio de esta última sobre aquella.
El principal líder de la revolución bolchevique no es el único marxis-
ta en incursionar en esta materia. Antonio Gramsci, en sus Cuad-
ernos de la cárcel, redacta en los albores de la década de 1930 el
texto “Análisis de situación y relaciones de fuerza”. Allí el pen-
sador italiano sostiene que la lucha político-militar y la guerra
constituyen un momento superior de las relaciones de fuerzas
políticas, que enfrentan en una situación revolucionaria a las
clases y fuerzas sociales.

Exactamente lo mismo podría plantearse acerca del pensamiento


de Mao Tse-Tung, León Trotsky, Ho Chi Minh, Vo Nguyen Giap
y, desde luego, Fidel y el Che.

Por lo tanto, en toda esta extendida tradición de pensamiento


político, que se remonta a la herencia republicana de Maquia-
velo y, pasando por el tamiz de la reflexión de Clausewitz, es
adoptada luego por los clásicos del marxismo, la confrontación
político-militar es la prolongación de la lucha política, ¡no al
revés!. A pesar de las caricaturas mercantiles que se han dibu-
jado con intenciones de frivolización, ese es el corazón en el que
se sustenta el proyecto político guevarista latinoamericano.

De manera análoga podría recorrerse el extenso itinerario del


pensamiento político y militar de nuestras guerras de indepen-
dencia y liberación latinoamericanas. Desde San Martín, Bolívar
y Artigas hasta José Martí, Emiliano Zapata, Augusto César San-
dino y Farabundo Martí, entre muchísimos otros y otras.

Después de años y años de propaganda burguesa y del intento de


demonización y satanización de todo este pensamiento político,
resulta imperioso volver a insistir en esta problemática.
330

Niveles de lucha en la relación


de fuerzas entre las clases sociales
En el ya mencionado pasaje de los Cuadernos de la cárcel, An-
tonio Gramsci, sintetizando las elaboraciones de Lenin acerca
del significado de una “situación revolucionaria”, expone lo que
considera las características básicas de una situación política. En
el mencionado pasaje, dicho sea de paso, se adelante como míni-
mo cuarenta años al análisis de Michel Foucault, a quien mu-
chas veces se atribuye el haber descubierto que “el poder no es
una cosa, sino relaciones”. Con cuatro décadas de anticipación,
Gramsci también plantea que la política y el poder son relacio-
nes, pero no relaciones en general, indeterminadas (en las cuales
no importaría quien ejerce el poder sino cómo lo ejerce), sino
relaciones específicas y determinadas de fuerza entre las clases
sociales. Para Gramsci y para el marxismo sí importa quién
ejerce el poder, además de cómo lo ejerce.

Este análisis de Gramsci resulta sumamente útil para pensar las


categorías centrales del libro El Capital de Marx. Si el valor,
el dinero y el capital no son cosas, sino relaciones (de produc-
ción), pues entonces son también relaciones de fuerza entre las
clases… Gramsci nos proporciona en ese pasaje de los Cuad-
ernos de la cárcel, la pista para comprender todo El Capital de
Marx en clave política, superando la vieja dicotomía economista
que dividía a la sociedad entre una esfera estructural (donde re-
sidiría la economía) y una esfera superestructural (donde se ubi-
caría la política y el poder).

¿Qué es el poder, entonces, para la tradición de pensamiento


marxista? El poder es un conjunto de relaciones sociales de
fuerza entre sujetos colectivos contradictoria y antagónica-
mente enfrentados, las clases sociales. Ese conjunto de rela-
ciones abarca diversas esferas, desde la economía hasta la
política, la cultura y la guerra. Al interior de ese conjunto 331
complejo y diversificado de relaciones, algunas se cristalizan
y condensan a lo largo del tiempo en instituciones. Las ins-
tituciones no son más que relaciones sociales cristalizadas, pet-
rificadas, condensadas a lo largo del tiempo. Todas las institu-
ciones que articula la sociedad capitalista están atravesadas por
relaciones de poder, pero algunas, en particular, lo hacen en for-
ma concentrada. No es el mismo poder el que ejerce una maes-
tra en una escuela que el que ejerce el comando sur del ejército
norteamericano. No todas las relaciones sociales están en el mis-
mo nivel dentro de la totalidad social, así como tampoco todas
las instituciones son intercambiables en el ejercicio del poder.
Algunas instituciones, pertenecientes al aparato de Estado —
policía, ejército, marina, fuerza aérea, servicios de inteligencia,
cárceles, gendarmería, prefectura, etc.— aglutinan determinados
márgenes mayores de concentración de poder en comparación
con otras instituciones. Son aquellas que implementan el ejerci-
cio (real o potencial) de fuerza material. Otras instituciones las
acompañan y legitiman, son las instituciones que ejercen poder
en la creación de consenso. La hegemonía burguesa constituye
precisamente la articulación de ambas dimensiones, la violencia
y el consenso.

Pues bien, dentro de ese armazón categorial de índole marxista


acerca del poder, Antonio Gramsci diferencia tres niveles de con-
frontación en la relación de fuerza entre las clases sociales. Un
primer nivel económico-corporativo, un segundo nivel específi-
camente político (donde se construye la hegemonía) y un tercer
nivel político-militar. Los tres momentos, aclara el pensador ital-
iano, constituyen partes de un todo indivisible.

¿En cuál de los tres niveles de análisis se ubica la reflexión políti-


ca del Che Guevara y su concepción de la revolución?

En nuestra opinión, pensamos que los escritos, intervenciones y


discursos del Che abarcan los tres niveles de análisis aunque po-
nen prioritariamente el énfasis en el segundo y en el tercer nivel.
332 Es decir, en el plano donde se construye la hegemonía socialista
(allí deberían ubicarse todos los escritos del Che sobre la necesi-
dad de construir el hombre nuevo y la mujer nueva, la batalla por
la creación de la pedagogía del ejemplo y la moral comunista,
etc.) y en el terreno social donde se desarrolla la confrontación
político-militar, en tanto prolongación de la esfera política. De
los tres momentos que señala Gramsci, a la hora de pensar y
analizar la revolución como proceso, el Che teoriza sobre los dos
niveles más avanzados de la lucha sin dejar de señalar las limi-
taciones —justas pero limitadas al fin de cuentas— de las luchas
puramente económico-corporativas-reivindicativas.

El análisis específicamente
político del guevarismo

Para estudiar la historia latinoamericana y el comportamiento de


sus clases sociales el Che Guevara plantea en Guerra de guerril-
las: un método (1963) que: “Hoy por hoy, se ve en América un
estado de equilibrio inestable entre la dictadura oligárquica y
la presión popular. La denominamos con la palabra oligárquica
pretendiendo definir la alianza reaccionaria entre las burgue-
sías de cada país y sus clases de terratenientes [...] Hay que
violentar el equilibrio dictadura oligárquica-presión popular”.

Cabe aclarar que cuando el Che emplea la expresión “dictadura


oligárquica”, como él mismo afirma, no está pensando en una
dictadura de los terratenientes y propietarios agrarios tradicio-
nales a la que habría que oponer, siguiendo un esquema etapista,
una lucha “democrática” o un “frente nacional” modernizador,
incluyendo dentro del mismo no sólo a los obreros, campesinos,
estudiantes y capas medias empobrecidas, sino también a la de-
nominada “burguesía nacional”. ¡De ningún modo! El Che es
bien claro. Lo que existe en América Latina es una alianza objeti-
va entre los terratenientes “tradicionales” y las burguesías “mod-
ernizadoras”. La alternativa no pasa entonces por oponer arti-
ficialmente tradición versus modernidad, terratenientes versus
333
burguesía industrial, oligarquía versus frente nacional. Su plan-
teo es muy claro: “No hay más cambios que hacer; o revolución
socialista o caricatura de revolución”.

En el pensamiento político del Che, la república parlamentaria,


aunque fruto arrancado a las dictaduras militares como resultado
de la lucha y la presión popular, sigue siendo una forma de domi-
nación burguesa, incluso cuando se recicle apelando a retórica
“progresista” o se modernice mediante gestos destinados al mar-
keting electoral.

El Che atribuye suma importancia al análisis del equilibrio


político inestable entre ambos polos pendulares (la dictadura
oligárquica, basada en la alianza de terratenientes y burgueses
“nacionales”, por un lado, y la presión popular, por el otro).

En ningún momento Guevara plantea como alternativa la con-


signa: “democracia o dictadura” (tan difundida en el cono
sur latinoamericano a comienzos de los años ’80). La alter-
nativa consiste en continuar bajo dominación burguesa en
sus diferentes formas o la revolución socialista. Por ello, en
Guerra de guerrillas: un método, el Che alertaba que: “No
debemos admitir que la palabra democracia, utilizada en
forma apologética para representar la dictadura de las clases
explotadoras, pierda su profundidad de concepto y adqui-
era el de ciertas libertades más o menos óptimas dadas al
ciudadano. Luchar solamente por conseguir la restaura-
ción de cierta legalidad burguesa sin plantearse, en cambio,
el problema del poder revolucionario, es luchar por retor-
nar a cierto orden dictatorial preestablecido por las clases
sociales dominantes: es, en todo caso, luchar por el estableci-
miento de unos grilletes que tengan en su punta una bola me-
nos pesada para el presidiario”.

Hegemonía y autonomía de clase


334
En la historia latinoamericana, quienes sólo pusieron el esfuerzo
en la creación y consolidación de la independencia política de
clase, muchas veces quedaron aislados y encerrados en su propia
organización. Generaron grupos aguerridos y combativos, mili-
tantes y abnegados, pero que no pocas veces cayeron en el sec-
tarismo. Una enfermedad recurrente y endémica por estas tierras.
Quienes, en cambio, privilegiaron exclusivamente la construc-
ción de alianzas políticas e hicieron un fetiche de la unidad a toda
costa, con cualquiera y sin contenido, soslayando o subestiman-
do la independencia política de clase, terminaron convirtiéndose
en furgón de cola de la burguesía (“nacional”, “democrática” o
como quiera llamársela), cuando no fueron directamente coopta-
dos por alguna de sus fracciones institucionales y terminaron su
vida como funcionarios mediocres en algún ministerio.

Una de las grandes enseñanzas políticas del guevarismo lati-


noamericano consiste en que hay que combinar ambas tareas.
No excluirlas sino articularlas en forma complementaria y hac-
erlo, si se nos permite el término —que ha sido bastardeado
y manipulado hasta el límite—, de modo dialéctico. Es decir,
que nuestro mayor desafío consiste en ser lo suficientemente
claros, intransigentes y precisos como para no dejarnos arrastrar
por los distintos proyectos burgueses en danza —sean ultrare-
accionarios o “progresistas”— pero, al mismo tiempo, tener
la suficiente elasticidad de reflejos como para ir quebrando el
bloque de poder burgués y sus alianzas, mientras vamos con-
struyendo nuestro propio espacio autónomo de poder popular. Y
eso no se logra sin construir alianzas contrahegemónicas con las
diversas fracciones de clases explotadas, oprimidas y margin-
adas.

Rebeldías múltiples, colores diversos,


hegemonía socialista
335
En el debate latinoamericano, uno de los temas de la agenda
política contemporánea más debatidos es, sin duda, el del sujeto
de la revolución.

El capitalismo dependiente, como sistema de dominación con-


tinental, somete, oprime, explota y margina a múltiples sujetos
sociales. Las evidencias están a la vista para quien no quiera dis-
traerse.

Ahora bien, de ese amplio, diverso y colorido abanico multicol-


or, ¿existe algún sujeto social con capacidad de convocar y coor-
dinar al conjunto del movimiento popular, aglutinando todas las
rebeldías particulares y llevar la lucha de tod@s hasta las últimas
consecuencias?

El Che Guevara consideraba que ese sujeto es la clase trabajadora.


En el caso particular de Cuba, consideraba que la fuerza social, en
términos cuantitativos, más numerosa era el campesina-
do pobre (base social del Ejército Rebelde que hace triun-
far la revolución). Ahora bien, ese campesinado, si se hu-
biera limitado a la simple lucha por su terruño, hubiera con-
ducido a la revolución a un callejón sin salida para el con-
junto de la sociedad. Eludiendo este falso atajo “campesi-
nista”, el Che Guevara considera que la revolución cubana —
como la de Vietnam, en situación análoga en términos de clases
sociales— pudo triunfar porque su dirección política tenía una
ideología propia de la clase trabajadora. Esa fue, por ejemplo,
una notable diferencia entre la revolución cubana de 1959 y la
revolución mexicana de 1910, que también derrocó heroica-
mente al ejército burgués pero no logró, a pesar del liderazgo
insurgente de Villa y Zapata, construir un proyecto aglutinador
para el conjunto de la nación oprimida. El límite del programa
campesino constituye una limitación para reorganizar el conjunto
de la sociedad sobre nuevas bases, superadoras del capitalismo
dependiente. Las grandes masas campesinas pobres de América
Latina han jugado y pueden jugar en el futuro un papel suma-
mente revolucionario, a condición de converger en sus rebeldías
336 y construir una alianza con las clases trabajadoras urbanas.
Esa singular combinación que se dio en Cuba y en Vietnam (aus-
ente en los escritos de Marx o Engels), donde una fuerza social
de mayoría campesina es conducida a la toma del poder por un
destacamento revolucionario de ideología proletaria, constituye
una de las elaboraciones de Guevara que bien valdría la pena
repensar en el mundo contemporáneo221.

Porque hoy en día, en el siglo XXI, en el campo popular latino-


americano también contamos con numerosos y diversos sujetos
sociales que padecen opresiones y dominaciones. Pero no todos
esos sujetos sociales tienen la misma capacidad de convocar,
aglutinar y coordinar, en una lucha común, una confrontación
contra el conjunto del sistema de dominación, excediendo el
límite “corporativo-reivindicativo” de su lucha parcial.

Desde el ángulo guevarista, las luchas contra la dominación del


capital son numerosas, variadas y en América Latina asumen to-
nalidades con un espectro de amplia gama. Pero cada una por
separado, permanece fragmentada y encerrada en su propio
“juego de lenguaje” (como le gusta decir al posmodernismo).
Sin articulación, sin coordinación global, sin generar espacios
comunes ni un proyecto socialista que aglutine a todos y todas
no habrá posibilidad de salir de los lugares tímidos y limitados
en los cuales el sistema de dominación nos recluye. Para salir de
ese lugar prefijado de antemano —donde toda oposición y toda
disidencia terminan siendo fagocitadas, neutralizadas, institu-
cionalizadas o directamente cooptadas— necesitamos construir
hegemonía socialista.

Como creía Mariátegui, como pensaba el Che, como propone


el guevarismo contemporáneo, la revolución socialista con-
stituye el gran proyecto que puede aglutinarnos a quienes nos 337
proponemos romper radicalmente con las diversas domina-
221 Por ejemplo, en la Colombia actual, la insurgencia de las FARC-EP (Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo) se sustenta en una
fuerza social predominantemente de origen campesino y rural, pero su proyecto es-
tratégico, su programa, sus alianzas y sobre todo su ideología política se referencia
en una perspectiva marxista y comunista de orientación proletaria. Nada demasia-
do diferente a lo que le sucedió a revoluciones como la de Vietnam, entre otras.
ciones (nacionales, étnicas, de clase, de género, ecológicas,
etc). La clase trabajadora, entendida en sentido amplio, debe
jugar un papel central en esa convocatoria y en la construc-
ción de ese proyecto socialista plural que aglutine en la crea-
ción del poder popular las más variadas y disímiles rebeldías
anti-sistema.

¿Cambiar el mundo sin tomar el poder?

A lo largo de su corta e intensa vida política Ernesto Guevara


siempre destacó en primer plano la cuestión prioritaria del poder
para una transformación radical de la sociedad

En su trabajo “Táctica y estrategia de la revolución latinoameri-


cana” el Che no deja lugar a la ambigüedad: “El estudio certero
de la importancia relativa de cada elemento, es el que permite
la plena utilización por las fuerzas revolucionarias de todos los
hechos y circunstancias encaminadas al gran y definitivo obje-
tivo estratégico, la toma del poder [subrayado de Guevara]. El
poder es el objetivo estratégico sine qua non de las fuerzas revo-
lucionarias y todo debe estar supeditado a esta gran consigna”.
Pero esa afirmación no queda restringida a escala nacional. Por
eso el Che aclara inmediatamente: “La toma del poder es un ob-
jetivo mundial de las fuerzas revolucionarias”.

Ese es el primer problema de toda revolución. En tiempos del


Che y en nuestra época.

¡Cuánta vigencia y pertinencia tienen hoy sus reflexiones! So-


338 bre todo cuando en algunas corrientes del movimiento de resis-
tencia mundial contra la globalización capitalista han calado las
erróneas ideas —difundidas hasta el hartazgo por ONGs, funda-
ciones y diversas instituciones rentadas, encargadas de aceitar
la hegemonía del sistema— de que “no debemos plantearnos
la toma del poder”. Equívocas formulaciones y seductores can-
tos de sirena que vuelven a instalar, con otro lenguaje, con otra
vestimenta, con otras citas prestigiosas de referencia, la añeja y
desgastada estrategia de la “vía pacífica al socialismo” que tanto
dolor y tragedia le costó, entre otros, al hermano pueblo de Chile.
En primer lugar, al entrañable compañero Salvador Allende, ho-
nesto y leal propiciador de aquella estrategia.

Porque al reflexionar y debatir sobre estos planteos —mayor-


mente nacidos en la academia parisina luego de la derrota del
mayo francés222— jamás debemos olvidar o soslayar el estudio
de la propia historia latinoamericana.

Grave equivocación la de aquellos intelectuales de origen eu-


ropeo que llegan a América Latina, se fascinan con una experi-
encia política determinada, la simplifican, la recortan, la absolu-
tizan, la descontextualizan, la separan de la historia latinoameri-
cana, la convierten en receta universal y luego recorren diversos
países predicando el nuevo evangelio, violentando las otras re-
alidades para que todas entren, a como dé lugar y sin importar
las especificidades, en el lecho de Procusto de sus esquemas de
pizarrón.

Ese método de pensamiento político, ha sido recurrente en di-


versos exponentes de la intelectualidad europea afín a América
Latina —algunos de ellos bienintencionados— o al menos inte-
resada en el acaecer político de nuestros pueblos. Desde Regis
Debray hasta Heinz Dieterich, pasando por John Holloway hasta
llegar a Toni Negri [el más eurocéntrico de los cuatro].

Si Debray se fascinó con la Cuba de los ’60, la simplificó al ex-


tremo y luego la transformó en la receta caricaturesca del “foco”
militar sin lucha política, Dieterich223 hizo exactamente lo mismo
222 Véase la introducción a Nuestro Marx: “Contexto histórico de la polémica
339
contemporánea”. En www.revolución o muerte.org y http://www.rebelion.org/
docs/119826.pdf y su versión impresa Caracas, Misión Conciencia, 2011. Primera
parte.
223 Como coherente partidario de la unidad con los militares latinoamericanos
(con todos en general, sin diferenciar país por país, homologando a los militares
bolivarianos de Venezuela con los asesinos del cono sur de Argentina o Chile…),
Dieterich no se ahorra la oportunidad de marcar sus enormes distancias con el mar-
con la Venezuela bolivariana de Chávez, de donde extrajo la dis-
paratada doctrina que propone, en cualquier país y en donde sea,
hacer la unidad con los militares de las Fuerzas Armadas insti-
tucionales. A su turno Holloway siguió idéntico derrotero met-
odológico con el neozapatismo, para terminar proponiendo a los
cuatro vientos que pretender hacer una revolución para cambiar
el mundo y tomar, en el camino, el poder como medio de der-
rumbar la vieja sociedad capitalista e ir construyendo una radi-
calmente nueva constituye un absurdo y una ridiculez… Negri
coincide con este último análisis, aunque, quizás por su europeís-
mo galopante, directamente ni se tomó el trabajo de los otros
tres. Vino directamente a América Latina a predicar sus recetas
(extraídas de la derrota del movimiento extraparlamentario ital-
iano y de la filosofía universitaria francesa que él adoptó en su
exilio parisino), sin siquiera conocer de primera mano alguna de
nuestras sociedades.

El método implícito y presupuesto por estos cuatro exponentes


intelectuales de ese estilo de reflexión política resulta fácilmente
impugnable. (En otros escritos hemos intentado cuestionarlo con
mayor detenimiento: véase por ejemplo el prólogo a la edición
cubana de nuestro Marx en su (Tercer) mundo. La Habana, Cen-
tro Juan Marinello, 2003 o también nuestro libro Toni Negri y los
equívocos de «Imperio», publicado en Madrid [España], Campo
de ideas, 2002 y en Bolsena [Italia], Massari ed., 2005). De sus
distintas teorías, aquí nos detendremos brevemente en la doctrina
posmoderna de la “no toma del poder”.

Existe un hilo —no rojo, sino más bien amarillo— de notable


continuidad entre: (a) la impugnación política al marxismo revo-
lucionario y el cuestionamiento filosófico de la tradición dialéc-
340 xismo del Che Guevara, a quien se refiere críticamente del siguiente modo: “Para
transformar la sociedad hay tres caminos posibles: a) manipular genéticamente al
ser humano, b) tratar de crear al “hombre nuevo” y c) cambiar las instituciones
que guían su actuación [...] La opción b) ha sido aplicada por todas las religio-
nes del mundo, seculares y metafísicas, con resultados desastrosos”. Véase Heinz
Dieterich: Bases del nuevo socialismo. Buenos Aires, Editorial 21, 2001. p. 74.
tica realizada por el pensador socialdemócrata Eduard Bernstein,
quien a fines del siglo XIX se oponía a la toma del poder y sugería
expurgar del socialismo toda huella de Hegel (argumentando,
exactamente igual que Toni Negri —quien evidentemente adop-
tó muchos de sus argumentos—, que la dialéctica es “estatista”,
“conservadora”, “apologista del statu quo”, etc.); (b) la doctrina
soviética promocionada en la era Kruschev desde Moscú, a partir
de 1956, que promovía la “transición pacífica al socialismo” y el
cambio de sociedad sin guerra civil ni toma del poder (doctrina
nacida en paralelo con la doctrina de la “coexistencia pacífica”
con el imperialismo); (c) la estrategia del “camino pacífico —sin
tomar el poder— al socialismo” experimentada en Chile a partir
de 1970; (d) la doctrina eurocomunista —impulsada por el PCI
a partir de su acuerdo con la Democracia Cristiana— del “com-
promiso histórico” con el estado burgués y sus instituciones, mo-
tivada por la recepción europeo occidental del fracaso chileno
y el temor a un golpe de estado en Italia (doctrina que luego se
extiende a Francia y a la España de la “transición” tras la muerte
de Francisco Franco); y finalmente (e) la actual renuncia posmo-
derna a toda estrategia de poder.

A pesar de los diferentes contextos históricos y la diversidad


de polémicas y debates en los que cada propuesta se inscribe,
entre (a), (b), (c), (d) y (e) hay denominadores comunes. Las
raíces políticas son convergentes y las conclusiones muy simi-
lares. Para quien no tenga anteojeras ni malas intenciones, re-
sulta sumamente difícil desconocer que la doctrina de “no toma
del poder” ni es nueva, ni acaba de surgir por la globalización
ni responde a los cambios que introdujo internet... Todas esas
formas de promocionarla son, en realidad, subterfugios propa-
gandísticos para presentar en bandeja nueva una comida ácida,
recalentada y ya rancia. 341

Aunque en el siglo XXI esa añeja doctrina se muestra y pre-


tende venderse desde una vidriera teóricamente más atractiva, de
modo mucho más pulido y seductor que los antiguos esquemas
socialdemócratas o stalinistas (ahora aparece cargada incluso
de términos libertarios o apelando a la indeterminación de una
genérica “sociedad civil”), el fondo político sigue enmarañado
dentro mismo de las pegajosas redes institucionales del capital.
La conclusión es inequívoca. No se puede saltar el muro capital-
ista. No hay manera de confrontar con las instituciones central-
izadas del poder, abrir de una vez por todas la puerta y pasar a
una sociedad radicalmente distinta.

Por eso mismo, volver a rescatar, continuar y recrear la reflexión


política del guevarismo sobre el problema del poder, realizada
no desde un Estado burocrático envejecido ni desde un cómodo
sillón académico universitario, sino desde una práctica política
vivida cotidianamente como apuesta vital por la revolución so-
cialista latinoamericana, constituye un elemento de aprendizaje
insustituible e imprescindible para las nuevas generaciones de
militantes.

Lenin y la formación política (¡sí, Lenin!)

La tradición del pensamiento político guevarista se inspira, ob-


viamente, en Guevara pero no se reduce ni se detiene allí. El
Che es el máximo exponente, pero no el único miembro de esta
tradición. En diversos trabajos hemos intentado rastrear esta con-
cepción analizando la obra teórica y práctica de diversos expo-
nentes del guevarismo latinoamericano (véase la primera nota al
pie de este ensayo).

De todos esos aportes focalizaremos la mirada, brevemente, en


uno de los principales integrantes de la familia guevarista latino-
342
americana: el revolucionario y poeta salvadoreño Roque Dalton.
¿Por qué Dalton? Pues porque Roque subraya un eje fundamen-
tal y determinante en la polémica contemporánea, sumamente
útil para poder comprender el proyecto político guevarista y su
concepción de la revolución: el nexo Guevara-Lenin.
¡Sí, Lenin! El más despreciado, vilipendiado, insultado. Uno
de los pensadores marxistas más indomesticables y reacio a cu-
alquier cooptación.

En su inigualable y hermoso ensayo-collage Un libro rojo para


Lenin Roque Dalton nos ofrece nuevamente la fruta prohibida,
la piedra filosofal sin la cual no se puede comprender al gueva-
rismo.

Pensando en la formación política de las juventudes guevaristas


latinoamericanas, Roque nos sugiere: “Es conveniente leer a Lenin,
actividad tan poco común en extensos sectores de revoluciona-
rios contemporáneos”.

Pero su consejo para las nuevas generaciones de militantes no


queda congelado allí. Burlón, incisivo, irónico y mordaz, Dalton
pone el dedo en la llaga. Luego de los relatos posmodernos y de
aquellas tristes ilusiones que pretendían “cambiar el mundo sin
tomar el poder”, Roque nos provoca: “Cuando usted tenga el
ejemplo de la primera revolución socialista hecha por la «vía
pacífica», le ruego que me llame por teléfono. Si no me encuen-
tra en casa, me deja un recado urgente con mi hijo menor, que
para entonces ya sabrá mucho de problemas políticos”.

A contramano de modas académicas y mercantiles, cruzando las


fronteras tanto de la vieja izquierda eurocéntrica como de los
equívocos seudolibertarios y falsamente horizontalistas de las
ONGs, la propuesta guevarista de Roque Dalton acude presurosa
a llenar un vacío. Su relectura de Lenin nos permite responder los
interrogantes que a nuestro paso nos presenta la esfinge. Roque
focaliza la mirada crítica y la reflexión teórica en el problema
fundamental del poder, desafío aún irresuelto por los procesos
343
políticos contemporáneos de nuestra América. Tras varias déca-
das de eludir, ocultar o silenciar ese nudo problemático de todo
pensamiento radical, recuperar la perspectiva guevarista, anti-
imperialista y anticapitalista, de Roque puede ser de gran ayuda
para someter a crítica las mistificaciones y atajos reformistas del
posmodernismo, disfrazados con jerga aparentemente —sólo
aparentemente— libertaria.

Lenin desde el marxismo latinoamericano

El poeta salvadoreño se propone, nada menos, que traducir a


Lenin a nuestra lengua política, a nuestra idiosincrasia, a nues-
tra historia, insertándolo en lo más rebelde y radical de nuestras
tradiciones revolucionarias: el guevarismo. No es aleatorio que
en su reconstrucción apele a otras experiencias de revoluciones
en países del Tercer Mundo: la atrasada Rusia, la periférica Chi-
na, Vietnam, Cuba, El Salvador... El Lenin de Roque se viste
de moreno, de indígena, de campesina, de cristiano revoluciona-
rio, de habitante de población, villa miseria, cantegril y favela,
además de obrera y obrero industrial, moderno y urbano. La suya
es una lectura ampliada de Lenin, pensada para que sea útil ya no
exclusivamente en las grandes metrópolis del occidente europeo-
norteamericano sino principalmente en el Tercer Mundo, única
manera de mantenerlo vivo y al alcance de la mano en las rebeli-
ones actuales de América latina.

Esa perspectiva permite comprender la dedicatoria del libro que


aunque está cargada de afecto y admiración, implica también
una definición política, ya que Roque lo dedica “A Fidel Castro,
primer leninista latinoamericano, en el XX aniversario del asal-
to al Cuartel Moncada, inicio de la actualidad de la revolución
en nuestro continente” [subrayado de R.D.]. Esa dedicatoria a
Fidel retoma puntualmente la tesis central del libro de Lukács
sobre Lenin224.
344
Algunos de los problemas prioritarios que Un libro rojo aborda
tienen que ver con el carácter de la revolución latinoamericana
y las vías (“tránsito pacífico”, confrontación directa, “no tomar
224 Véase nuestro “La filosofía y el fuego (Lukács ante Lenin)” estudio preliminar
a György Lukács: Lenin, la coherencia de su pensamiento. En http://www.rebe-
lion.org/noticia.php?id=10714
el poder...”, etc). Pero el abanico de problemas pretende ser más
extenso.

Che Guevara, Roque Dalton


y el leninismo latinoamericano

La obra de Roque tiene como objetivo fundamental pensar y re-


pensar qué significa el leninismo para y desde América Latina. Si
al comienzo de este trabajo sostuvimos que el guevarismo con-
stituye la expresión latinoamericana del leninismo, entonces su
reflexión merece ser balanceada y contrastada con otras aproxi-
maciones análogas realizadas en América Latina.

En primer lugar, con el “leninismo” construido por Victo-


rio Codovilla y Rodolfo Ghioldi, dos de los principales ex-
ponentes argentinos de la corriente latinoamericana proso-
viética. Estos dos dirigentes comenzaron a ser hegemónicos
dentro del Partido Comunista argentino (PCA) a partir de
1928, cuando ya hacía diez años que éste se había funda-
do. Alineados en forma férrea con la vertiente de Stalin en el
Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), Codovil-
la y Ghioldi pasaron a dirigir, de hecho, la sección sudameri-
cana de la Internacional Comunista (IC). Desde allí combati-
eron a José Carlos Mariátegui, difundieron sospechas sobre
Julio Antonio Mella y criticaron duramente a todo el mov-
imiento político-cultural de la Reforma Universitaria nacido
en Córdoba. Cuarenta años más tarde, durante los años ’60,
Codovilla y Ghioldi volvieron a repetir la misma actitud de
aquellos años ’20, rechazando y combatiendo la nueva here-
jía que emanaba entonces de las barbas de Cuba. Fueron du- 345
ros opositores y polemistas del guevarismo (“duros” no por
la agudeza de sus argumentos sino por la voluntad y el entu-
siasmo que pusieron en contrarrestar su influencia política).
Desde ese ángulo, construyeron una pretendida “ortodoxia” leni-
nista desde la cual persiguieron a cuanto “heterodoxo” se cru-
zara por delante. Lenin, en este registro stalinista rudimentario
se convierte en un recetario de fórmulas rígidas, propiciadoras
del “frente popular”, la alianza de clases con la llamada “burgue-
sía nacional” y la separación de la revolución en rígidas etapas.
Además, desde los años ’50 en adelante, el “leninismo” de Codo-
villa y Ghioldi se fue convirtiendo en sinónimo de “tránsito pací-
fico” al socialismo y oposición a toda confrontación político-
militar y toda lucha armada (a pesar de que Ghioldi había par-
ticipado en 1935 en la insurrección fallida encabezada por Luis
Carlos Prestes en Brasil).

Todo el emprendimiento de Roque Dalton en Un libro rojo para


Lenin constituye una crítica frontal y radical, punto por punto,
parte por parte, de esta versión de “leninismo” divulgada y cus-
todiada en nuestras tierras por Codovilla y Ghioldi.

En segundo lugar, en América Latina el líder del Partido Comu-


nista uruguayo (PCU) Rodney Arismendi elaboró una versión
más refinada y meditada de “leninismo”. La suya fue una lectura
más sutil y no tan vulgar como la de Codovilla y Ghioldi —lo
que le permitió cierto diálogo con la vertiente guevarista como
el mismo Roque reconoce en su otro libro Revolución en la revo-
lución y la crítica de derecha—, aunque el dirigente uruguayo
compartiera en términos generales el mismo paradigma político
que los dos dirigentes de Argentina. Arismendi pretendía dibu-
jar una imposible solución intermedia entre las ortodoxias de
los antiguos partidos comunistas prosoviéticos y el guevarismo.
Desde esa óptica intentó dialogar con los Tupamaros uruguayos
e incluso llegó a participar (con una línea divergente) de la con-
346 ferencia de la OLAS.

En tercer lugar, y ya bajo la estrella de la Revolución Cuba-


na, la pedagoga chilena Marta Harnecker intentará una nueva
aproximación a Lenin desde América Latina. Lo hará desde la
óptica política y epistemológica althusseriana, ya que Marta ha
sido durante años una de las principales alumnas y difusoras del
pensamiento de Louis Althusser en idioma castellano y en tierras
latinoamericanas. Ese intento de lectura se cristalizará en la obra
La revolución social (Lenin y América Latina), de algún modo
deudora de obras previas como Táctica y estrategia; Enemigos,
aliados y frente político así como de la más famosa de todas
Los conceptos elementales del materialismo histórico. La obra
pedagógica de Harnecker, mucho más apegada a Lenin que los
anteriores intentos etapistas de Codovilla, Ghioldi o Arismendi,
tiene un grado de sistematicidad mucho mayor que la de Roque
Dalton. Sin embargo, por momentos los esquemas construidos
por Marta rinden un tributo desmedido a situaciones de hecho,
coyunturales (de todas formas sin llegar al extremo de Debray,
Dieterich, Holloway o Negri). Por eso sus libros teóricos van de
algún modo “acompañando” los procesos políticos latinoameri-
canos. Así, perspectivas políticas determinadas se convierten,
por momentos, en “modelos” casi universales: lucha guerrillera
—como en Cuba— en los ’60; lucha institucional y poder lo-
cal —como en Brasil y Uruguay— en los ’80 y ’90; procesos de
cambios radicales a través del ejército —como en Venezuela—
desde el 2000.

El libro de Roque, sin duda menos sistemático y con menor can-


tidad de referencias y citas bibliográficas de los escritos de Lenin
que estos manuales, posee sin embargo una mayor aproximación
al núcleo fundamental del Lenin pensador de la revolución an-
ticapitalista. La menor sistematicidad es compensada con una
mayor frescura y, probablemente, con una mayor amplitud de
perspectiva de pensamiento político, realizado desde el gueva-
rismo latinoamericano.

En cuarto lugar, debemos recordar la operación de desmontaje


que desde comienzos de los años ’80 pretendieron realizar los ar- 347
gentinos (por entonces exiliados) Juan Carlos Portantiero, Ernes-
to Laclau y José Aricó, entre otros. Toda su relectura de Gramsci
en clave explícita y expresamente antileninista, constituye un
sutil intento de fundamentar su pasaje y conversión de antiguas
posiciones radicalizadas a posiciones moderadas (esta referencia
vale para Portantiero y Aricó, no así para Laclau, quien nunca
militó en la izquierda radical sino en la denominada “izquierda
nacional”, apoyabrazos progresista del populismo peronista).
Concretamente, el ataque a Lenin (acusado de “blanquista”,
“jacobino” y “estatalista”) y la manipulación de Gramsci (resig-
nificado desde el eurocomunismo italiano y el posmodernismo
francés) cumplen en los ensayos de Portantiero, Aricó y Laclau
el atajo directo para legitimar con bombos y platillos “académi-
cos” su ingreso alegre a la socialdemocracia, tras la renuncia a
toda perspectiva antimperialista y anticapitalista. No podían re-
alizar ese tránsito sin ajustar cuentas con la obra indomesticable
de Lenin, hueso duro de roer, incluso para los académicos más
flexibles y más hábiles.

El libro de Roque, pensado desde el guevarismo para discutir


con el reformismo y el oportunismo de “la derecha del mov-
imiento comunista latinoamericano”, está repleto de argumentos
que incluso les quedan grandes a las apologías parlamentaristas
y reformistas de estos tres pensadores de la socialdemocracia.

En quinto lugar, no podemos obviar el ya mencionado intento


de John Holloway y sus seguidores latinoamericanos por re-
sponsabilizar a Lenin de todos los males y vicios habidos y
por haber: sustitucionismo, verticalismo, autoritarismo, es-
tatalismo, etc., etc., etc. La “novedad” que inaugura el plan-
teo de Holloway consiste en que realiza el ataque contra las
posiciones radicales que se derivan de Lenin con puntos de
vista reformistas pero..., a diferencia de los antiguos stalinis-
tas prosoviéticos o de los socialdemócratas, él lo hace con len-
guaje pretendidamente de izquierda. La jerga pretendidamente
libertaria encubre en Holloway un reformismo poco disimulado
348 y una impotencia política mal digerida o no elaborada (extraída
de un esquema académico demasiado abstracto de la experien-
cia neozapatista, caprichosamente despojada de toda perspectiva
histórica o de toda referencia a las luchas campesinas del zap-
atismo de principios del siglo XX, que poco o nada interesan
a Holloway… en ese sentido bien valdría la pena consultar la
carta que Emiliano Zapata le envía en 1918 al general Genaro
Amezcua donde traza un paralelo entre la revolución zapatista
mexicana y la revolución bolchevique de la Rusia de Lenin…).
Toda la crítica de Roque Dalton golpea contra este tipo de plant-
eos académicos al estilo de Holloway (o de sus seguidores igual-
mente académicos), aunque por vía indirecta, ya que al redactar
su polémico collage Roque pretendía cuestionar posiciones más
ingenuas, menos sutiles y, si se quiere, más transparentes en sus
objetivos políticos.

Finalmente, a la hora de parangonar la lectura guevarista de


Roque con otras lecturas latinoamericanas sobre Lenin, nos topa-
mos con el reciente análisis de Atilio Borón. Este autor acude al
¿Qué hacer?, para analizarlo, interrogarlo y reivindicarlo desde
la América Latina contemporánea.

No es casual que, como Roque Dalton, Borón llegue a una con-


clusión análoga cuando señala a Fidel Castro como uno de los
grandes dirigentes políticos que han comprendido a fondo a Len-
in. Particularmente, hace referencia a la importancia atribuida
por Lenin al debate teórico y a la conciencia y lo parangona con
el lugar privilegiado que ocupa la “batalla de las ideas” en el
pensamiento de Fidel.

Después de la rebelión popular argentina de diciembre de 2001,


Borón analiza las tesis del ¿Qué hacer? y las emplea para po-
lemizar con el “espontaneísmo”, sobre todo de John Holloway,
quien de hecho clasifica a Lenin como un vulgar estatista auto-
ritario. También polemiza con la noción deshilachada y difusa
de “multitud” de Toni Negri, quien cree, erróneamente, que
toda organización partidaria de las clases subalternas termi-
na subordinando los movimientos sociales bajo el reinado del 349
Estado. Crítico de ambas interpretaciones —la de Holloway
y la de Negri—, Borón sostiene que gran parte de las revueltas
populares de comienzos del siglo XXI han sido “vigorosas pero
ineficaces”, ya que no lograron, como en el caso argentino, ins-
taurar un gobierno radicalmente distinto a los anteriores ni con-
struir un sujeto político, anticapitalista y antiimperialista, perdu-
rable en el tiempo.

En este tipo de lecturas, el leninismo de Borón mantiene una


fuerte deuda con las hipótesis históricas del dirigente comunista
uruguayo Arismendi, a quien cita explícitamente, aunque en el
caso del argentino esas conclusiones a favor de un comunismo
democrático estén completamente despojadas de todo vínculo
con el stalinismo.

De la misma forma que el salvadoreño, en su trabajo sobre Lenin


el argentino cuestiona “las monumentales estupideces pergeña-
das por los ideólogos soviéticos y sus principales divulgadores”.
Si bien Borón y Dalton se esfuerzan por delimitar la reflexión
de Lenin de aquello en lo que derivó posteriormente en stalin-
ismo, depositan sus miradas en aristas algo disímiles. Por ejem-
plo, mientras Borón critica —siguiendo a Marcel Liebman— la
“actitud sumamente sectaria” de Lenin durante el período 1908-
1912, Roque defiende aquellos escritos de Lenin, duros, inflex-
ibles, propiciadores de la clandestinidad, del “partido obrero de
combate” e incluso de la guerrilla. En ese sentido, el Lenin lati-
noamericano de Roque Dalton es un guevarista avant la lettre.

Pensar el poder y a los clásicos


del marxismo desde América latina

Además del libro de Roque Dalton, pieza arquitectónica inigual-


able del acervo histórico del pensamiento político guevarista
350 latinoamericano, existen otras producciones que bien valdría la
pena estudiar hoy en la formación política de la joven militan-
cia latinoamericana. Entre muchas otras, estamos pensando en
un documento político elaborado al calor del fuego y no en la
mansedumbre tibia de una maestría o un doctorado académico.
Se trata de un trabajo colectivo, presentado en 1968 al IV Con-
greso del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) de
Argentina. Este texto tiene como autores a tres miembros de la
organización insurgente, entre los cuales se encuentra Mario Ro-
berto Santucho, otro de los principales representantes del gueva-
rismo en nuestras tierras. Resulta más que plausible que la may-
oría de sus ideas principales pertenezcan a Robi Santucho.

El primer capítulo de este folleto, titulado precisamente “El


marxismo y la cuestión del poder”, ubica en el centro de la dis-
cusión aquella cuestión que estuvo ausente en las distintas cor-
rientes de la izquierda tradicional argentina, por lo menos desde
los levantamientos anarquistas —sangrientamente reprimidos—
de principios de siglo. Junto a la cuestión del poder, allí se anal-
iza el problema de la estrategia revolucionaria en los clásicos
del marxismo, leídos —a diferencia del abordaje típicamente
académico— desde preocupaciones esencialmente latinoameri-
canas.

La reflexión se abre con una toma de posición metodológica. En


el análisis del país y su sociedad se debe partir de la categoría
dialéctica más omnicomprensiva: la situación del capitalismo
mundial y la lucha revolucionaria internacional para, a partir de
allí, avanzar hacia el estudio de la relación de fuerzas entre las
clases sociales, tanto a nivel nacional como internacional. Ésa
era la recomendación de Marx en sus borradores de El Capital
(los Grundrisse), cuando afirma que la cate-goría dialéctica más
concreta (porque encierra en su seno la mayor cantidad de deter-
minaciones) es el mercado mundial. (Aunque en la exposición
lógico dialéctica de Marx esta categoría resulta el punto de llega-
da, en toda investigación sobre el capitalismo debería constituir
el punto de partida, ya que el capitalismo conforma un sistema 351
mundial).

No otra era la posición de Antonio Gramsci, cuando en el N°13 de


sus Cuadernos de la cárcel proponía —siguiendo puntualmente a
Lenin— estudiar el análisis de las situaciones políticas y las rela-
ciones de fuerzas sociales, partiendo de la situación internacio-
nal.

Ese era el punto de vista del Che Guevara cuando en su “Mensaje


a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental” parte de
un análisis del capitalismo como sistema mundial de dominación
para, a partir de allí, formular una estrategia continental y mun-
dial de enfrentamiento con aquel.

Ese mismo problema metodológico reaparecerá posteriormente,


en la Argentina, en la discusión de 1970-1971 entre dos orga-
nizaciones que intentaban inspirarse en el Che: el PRT-ERP y
las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). La posición de las
FAR, defendida por Carlos Olmedo, quien seguía al pie de la
letra la teoría nacionalista de las “causas internas” de Rodolfo
Puiggrós (éste la había desarrollado en la Introducción de 1965
a su célebre Historia crítica de los partidos políticos argenti-
nos), reclamaba comenzar el análisis por la Argentina para lu-
ego remontarse hacia lo internacional. La posición del PRT, que
prolongaba el análisis del Che en su “Mensaje a los pueblos
del mundo a través de la Tricontinental”, proponía una mirada
global sobre el conflicto con el imperialismo. La lucha nacional,
país por país, era para el PRT parte de una batalla mayor, de
carácter antimperialista e internacional. De este modo, el PRT le
respondía a Olmedo —cabe aclarar que Santucho mantenía por
Olmedo un gran aprecio personal, según le confiesa en una carta
enviada desde la cárcel a su primera compañera Ana Villarreal—
que el marxismo no es sólo un instrumento metodológico, sino
también una ideología política y una concepción del mundo. En
tanto método, ideología política y concepción del mundo, tiene
como meta la revolución mundial y, por ello, debe analizar el
352 capitalismo como un sistema a una escala que supere la estrechez
reduccionista del discurso nacional-populista.

Después de sentar posición metodológica, el documento sobre


el marxismo y la cuestión del poder del IV Congreso del PRT
argentino pasa a discutir el problema de la estrategia político-
militar, núcleo de fuego de la izquierda revolucionaria.
Para hacerlo, recorre la herencia de los clásicos. Comienza por
Marx y sus escritos sobre la lucha de clases en la Europa urba-
na del siglo XIX. Principalmente, sobre las barricadas de París,
tanto en 1848 como en 1871. La estrategia de Marx apostaba a
una acción insurreccional de la clase obrera, rápida y violenta, en
las grandes ciudades, teniendo como meta el derrocamiento del
Estado y la toma del poder.

Luego, se analiza la Introducción de Engels de 1895 a Las lu-


chas de clases en Francia de 1848 a 1850. Introducción que ha
sido consi-derada, habitualmente, como “el testamento político”
de Engels. En ese texto, el compañero de Marx dejaba sentado
que la barricada urbana y la lucha de calles habían perdido efec-
tividad frente a los avances de la técnica militar y las reformas
urbanísticas (el trazado de las grandes avenidas, por ejemplo, por
donde podía desplazarse rápidamente el ejército).

La socialdemocracia internacional censuró ese documento de


Engels. En 1895, G.Liebknecht publicó en el periódico Vorwärts
[Adelante], órgano central del Partido Socialdemócrata alemán,
varios fragmentos entrecortados donde Engels aparecía, según
el autor del documento le confesó a Paul Lafargue en una car-
ta, “como un pacífico adorador de la legalidad a toda costa”. A
pesar de la censura del partido alemán y de la posterior queja de
Engels, los principales ideólogos de la socialdemocracia adop-
taron este texto como caballito de batalla para insistir con el par-
lamentarismo. Engels señalaba, acertadamente, el problema que
se abría para el movimiento obrero. Pero no aportaba una solu-
ción. Casi inmediatamente después de escribirlo (y de quejarse
por la censura de la que fue víctima) Engels se muere, dejando
sin respuesta política estratégica al movimiento obrero mundial.
353
A contramano de la socialdemocracia alemana y de todo el re-
formismo que tenía a esta última como faro y luz, en Italia An-
tonio Gramsci utilizó ese mismo texto de Engels para pensar la
revolución pasiva en Europa Occidental. El gran cerebro italia-
no, partiendo del “testamento” de Engels, intenta desentrañar las
modernizaciones “desde arriba”, desarrolladas en Alemania por
Bismarck y en Francia por Luis Bonaparte. En estas “revolucio-
nes desde arriba”, impulsadas por el Estado burgués, que cambia
algo para que nada cambie, neutralizando de este modo la re-
belión popular, institucionalizando el proceso social y apropián-
dose de los reclamos y reivindicaciones “de abajo”, Gramsci
visualiza un problema extremadamente difícil de resolver. Para
poder enfrentar eficazmente y derrotar estas “revoluciones pa-
sivas”, en sus Cuadernos de la cárcel Gramsci propone cam-
biar la estrategia revolucionaria de la clase obrera: pasar de la
revolución permanente y la guerra de maniobra a la guerra de
posiciones. Esto para las sociedades capitalistas de Europa oc-
cidental. ¿Y en las capitalistas periféricas, que forman parte del
Tercer Mundo? ¿Y en las capitalistas coloniales, semicoloniales
y dependientes? ¿Y en las de América Latina? Aunque en sus
Cuadernos de la cárcel realiza algunas breves observaciones so-
bre la estrategia política de la guerra de guerrillas en sociedades
agrarias y atrasadas (tomando como ejemplo a los combatientes
irregulares balcánicos o los grupos irlandeses, etc), Gramsci deja
abierto el problema e irresueltos sus interrogantes.

El guevarismo de Santucho y sus compañer@s de lucha parten


de este problema central que atraviesa el núcleo político de la
teoría revolucionaria. Al igual que Gramsci, comienzan por el
desafío político que Engels les deja pendiente a los revolucio-
narios del siglo XX. De igual modo que el italiano, no se resin-
an a dar por sepultado el fin de las revoluciones, para abrazar
alegremente el Parlamento. Pero, como Santucho forma parte
del marxismo latinoamericano, y el terreno social en el que se
mueve la corriente guevarista es el Tercer Mundo, se esfuer-
za por resolver la incógnita del viejo Engels desde un ángulo
distinto al predominante en Europa Occidental.
354
Por eso Santucho y sus compañer@s fijan su atención en una se-
rie de textos de Lenin, habitualmente desatendidos, soslayados,
u “olvidados” por las distintas corrientes de la izquierda tradi-
cional. El principal de todos es “La guerra de guerrillas”225, un
225 “La guerra de guerrillas” fue escrito por Lenin después de la insurrección
rusa de 1905. Fue publicado por primera vez en Proletari N°5, el 13/X/1906. En
texto que el general vietnamita Giap y el comandante Ernesto
Che Guevara conocían de memoria.

En estos textos “malditos”, Lenin afirma que: “La cuestión de las


operaciones de guerrillas interesa vivamente a nuestro Partido
y a la masa obrera. […] La lucha de guerrillas es una forma in-
evitable de lucha en un momento en que el movimiento de masas
ha llegado ya realmente a la insurrección y en que se producen
intervalos más o menos considerables entre «grandes batallas»
de la guerra civil. […] Es completamente natural e inevitable
que la insurrección tome las formas más elevadas y complejas de
una guerra civil prolongada, abarcando a todo el país, es decir,
de una lucha armada entre dos partes del pueblo”. Más adel-
ante, agrega: “La socialdemocracia [Lenin utiliza en esos años
–1906— el término “socialdemocracia” para referirse al partido
revolucionario. Nota de N.K.] debe, en la época en que la lucha
de clases se exacerba hasta el punto de convertirse en guerra
civil, proponerse no solamente tomar parte en esta guerra civil
[subrayado de Lenin], sino también desempeñar la función diri-
gente. La socialdemocracia debe educar y preparar a sus orga-
Argentina, este texto curiosamente “olvidado” por los apresurados impugnadores
del supuesto “foquismo”, vio la luz –es probable que por primera vez— en 1945.
Véase la antología La lucha de guerrillas a la luz de los clásicos del marxismo-
leninismo. Bs.As., Lautaro, septiembre de 1945. pp.71-86. Esta edición del Partido
Comunista argentino, seguramente respondía a la euforia que vivió esta corriente
ante la victoria soviética (guerrillas incluidas…) sobre los nazis. Sin embargo, a
pesar de haberlo publicado, nunca se tomó como eje de lo que se consideraba ofi-
cialmente como sinónimo de “leninismo”. Más tarde, esta misma corriente traduce
del ruso y publica las Obras Completas de Lenin. Con el tomo N°11 de estas últi-
mas (volumen que incluye los textos sobre la guerra de guerrillas, posteriormente
analizados por Santucho) sucede algo singular. Con esos materiales, los editores
del comunismo argentino toman la decisión de publicar, al mismo tiempo, dos
libros distintos. Por un lado, publican el mencionado tomo N°11, como parte de
las Obras Completas, con el mismo formato y la misma tapa (fondo naranja, con
la fotografía de Lenin en gris) que el resto de la colección. Por otro lado editan,
355
al mismo tiempo, en un volumen separado: Lenin: Las enseñanzas de la insu-
rrección y la guerra de guerrillas. Bs.As., Ediciones Estudio, 1960 [Se trata de
la reproducción exacta del tomo N°11 de las Obras Completas, impreso el mismo
día y en la misma imprenta, pero editado al mismo tiempo con otro título y otro
sello editorial]. Exceptuando algunos pocos trabajos económicos suyos sobre el
imperialismo, esta operación editorial no se volvió a repetir nunca en Argentina
con ningún otro escrito de Lenin.
nizaciones de suerte que obren como una parte beligerante [sub-
rayado de Lenin], no dejando pasar ninguna ocasión de asestar
un golpe a las fuerzas del adversario”. En el mismo registro,
sostiene que: “El marxista se coloca en el terreno de la lucha
de clases y no en el de la paz social. En ciertas épocas de crisis
económicas y políticas agudas, la lucha de clases, al desenvolv-
erse, se transforma en guerra civil abierta, es decir en lucha ar-
mada entre dos partes del pueblo. En tales períodos, el marxista
está obligado [subrayado de Lenin] a colocarse en el terreno de
la guerra civil. Toda condenación moral de ésta es completa-
mente inadmisible desde el punto de vista del marxismo. En una
época de guerra civil, el ideal del Partido del proletariado es el
Partido de combate [subrayado y mayúscula de Lenin]”.

Después de recorrer estos pasajes (que constituyen apenas una


pequeña parte de su reflexión sobre este tema), a un lector de-
sprejuiciado le surgen los siguientes interrogantes: ¿acaso será
Lenin un ingenuo apologista del “foquismo”…? ¿Quizás un gue-
varista avant la lettre…?

Todos estos papeles y trabajos políticos de Lenin abundan en


idénticas reflexiones. Son duros, contundentes, taxativos. No
dan pie para la ambigüedad. No utilizan el marxismo como un
recetario decorativo, sino como un instrumento de análisis para
intervenir en la lucha de clases, desarrollar la confrontación de
fuerzas entre las clases sociales hasta el nivel máximo, la guerra
civil, y en ella, encaminar a los sectores populares hacia la vic-
toria.

¿Qué conclusión extrajeron Santucho y sus compañer@s gueva-


ristas de estos trabajos políticos de Lenin? Ellos destacaron que
356 es el máximo dirigente bolchevique quien le encuentra resolu-
ción al problema abierto y planteado por el último Engels. En la
lectura e interpretación de Santucho, la respuesta de Lenin saca al
movimiento revolucionario del callejón sin salida donde lo había
puesto la socialdemocracia. En su óptica, Lenin tiene la virtud
de haber descubierto las vías para una nueva estrategia política.
Ésta permitiría superar los obstáculos y dificultades, presentados
a toda insurrección urbana rápida, por los avances de las nuevas
tecnologías militares empleadas por las fuerzas represivas de la
burguesía y sus nuevas reformas urbanísticas. Esa nueva estrate-
gia política, descubierta por Lenin a partir de las enseñanzas de
la insurrección de 1905, consiste en la lucha popular y la guerra
civil prolongada, la lucha entre dos partes del pueblo, la con-
strucción de un partido y un ejército revolucionarios, templados
ambos en las grandes batallas y los pequeños encuentros.

“El marxismo y la cuestión del poder” resume su atenta y detal-


lada lectura sobre estos materiales teóricos del máximo dirigente
bolchevique, leído desde América Latina, del siguiente modo:
“Lenin es el descubridor y el propulsor de la guerrilla urbana”.

A continuación, el documento base del IV Congreso hace un bal-


ance y un beneficio de inventario de los aportes de León Trotsky
y Mao Tse-Tung a la teoría revolucionaria.

Aunque le reprochan a Trotsky “la ausencia de una clara es-


trategia de poder” para los países atrasados, “agrarios, colonia-
les y semicoloniales”, destacan aquellos pasajes del Programa
de transición donde Trotsky reclama y promueve “el armamento
del proletariado”.

En cuanto a Mao, resaltan su concepción de la “lucha armada


permanente dirigida por el partido, la guerra civil prolongada y
guerra de guerrillas”.

De igual manera, evalúan que “tanto Mao como los vietnamitas


distinguen cuidadosamente, como lo hiciera Lenin, lucha arma-
da de insurrección general”.

En conjunto, Santucho y sus compañeros tratan de romper la 357


dicotomía y el enfrentamiento habitual de trotskistas y maoístas.
Por eso, advierten que “para nosotros, desde la muerte de Lenin
y posterior consolidación del stalinismo, no hubo una sola cor-
riente que mantuvo vivas las tradiciones y concepciones marxis-
tas-leninistas, sino dos. No fue sólo Trotsky y el trotskismo quien
conservó y desarrolló el marxismo revolucionario frente a la de-
generación stalinista. […] Similar rol jugó Mao Tse-Tung y el
maoísmo”. El balance concluye planteando, heréticamente, que:
“Hoy [1968], la tarea teórica principal de los marxistas revolu-
cionarios, es fusionar los aportes del trotskismo y el maoísmo
en una unidad superior que significará un retorno pleno al le-
ninismo”.

En la última parte de esta recorrida histórica por los clásicos,


el documento del PRT se centra en el núcleo duro de su identi-
dad política latinoamericana: el castrismo-guevarismo. En esta
cuestión, Santucho aclara, presuroso, que “no hacemos distin-
ción alguna entre castrismo y guevarismo, porque la distinción
es falsa”.

Santucho intenta sintetizar la estrategia de la revolución cubana.


Ésta no consistía en una visión empírica hecha sobre la marcha
sino en una perspectiva de alcance mundial. Para Santucho, esa
estrategia mundial está resumida en el “Mensaje a los pueblos del
mundo a través de la Tricontinental” del Che. Lo fundamental de
dicha estrategia residiría en “la revolución socialista y antimpe-
rialista en los territorios dependientes”. Una perspectiva que, en
aquellos años, emanaba de la OLAS (Organización Latinoameri-
cana de Solidaridad, reunida en La Habana en 1967). Santucho
aprovecha esta elucidación para recalcar que “el castrismo otor-
ga mayor importancia que el maoísmo a la lucha urbana”. A eso
se agregaría —siempre desde su interpretación del castrismo—
la necesidad de desarrollar una revolución continental a partir de
revoluciones nacionales y regionales, mediante la estrategia de
confrontación político-militar prolongada. Finalmente, destaca
que allí donde no existan fuertes partidos revolucionarios habrá
358 que crearlos como fuerzas militares desde el comienzo, ligando
todo el tiempo la lucha política y la lucha político-militar.

Después de haber comenzado con el punto de vista metodológico


y de haber ido analizando las experiencias del pasado, desmenu-
zando el itinerario de la estrategia de poder en Marx, Engels,
Lenin, Trotsky, Mao, Ho Chi Minh, Fidel y el Che Guevara, San-
tucho y sus compañeros del PRT se abocan al debate específico
sobre la estrategia de poder en la Argentina. Ésa era, central-
mente, la finalidad de este largo recorrido: el análisis concreto de
la realidad concreta.

Su estrategia política de poder caracteriza a nuestro país como


una sociedad capitalista semicolonial y dependiente. A partir de
este diagnóstico sociológico y económico, infiere que la revo-
lución pendiente debe ser socialista y antimperialista, al mismo
tiempo, entendiendo ambas como tareas y fases de un proceso
permanente e ininterrumpido. El documento concluye analizan-
do las bases sociales en los que se apoyaba la estrategia de guerra
revolucionaria prolongada: primero civil, al estar determinada
por el enfrentamiento entre dos partes del propio pueblo argen-
tino, y luego nacional-antimperialista, ante la previsible invasión
norteamericana.

Guevara y la transición
al socialismo en clave política

Las reflexiones del guevarismo latinoamericano no se ago-


tan en las vías, tácticas y estrategias de lucha por el poder.
Guevara también aporta una meditada y detallada reflex-
ión para después de la toma del poder, ya que la revolu-
ción entendida como proceso ininterrumpido, permanente,
prolongado y a largo plazo no sólo no culmina con la toma
del poder (como imaginan los posmodernos que acusan de
“estatismo” a los leninistas de la corriente del Che) sino que
se prolonga y se multiplica tras la toma del poder. La batalla
359
por la nueva sociedad, la nueva cultura y la nueva subjetividad
comienza durante la confrontación con el mundo burgués y sus
instituciones pero no se agota ni se extingue en esa lucha, sino
que prosigue —si es que la revolución no se congela y no se de-
tiene— después de la toma del poder.
Son bastante conocidos los estudios del Che sobre los debates
marxistas acerca de la transición al socialismo, el papel del valor,
el mercado, el plan, la banca, el crédito, los estímulos, la gestión
de las nuevas empresas, etc., etc.. Pueden consultarse tanto sus
intervenciones en “el gran debate” con Charles Bettelheim, Er-
nest Mandel y Carlos Rafael Rodríguez durante 1963-1964,
sus intervenciones periódicas en el Ministerio de Industrias así
como también sus extensísimas anotaciones críticas al manual
de economía política de la Academia de Ciencias de la URSS226.

Muchas de esas facetas de su pensamiento hoy son conocidas,


aunque durante demasiado tiempo no se le dieron la importan-
cia que se merecían. Durante la década de los ’80, Fidel Cas-
tro volvió a apelar a ellas para cuestionar a los partidarios per-
estroikos del mercado como panacea universal de la transición.
Por entonces, en un célebre discurso de homenaje, en el XX
aniversario de la caída del Che, Fidel defendió públicamente el
libro de Carlos Tablada Perez (véase la última edición de Carlos
Tablada Perez: El pensamiento económico del Che. La Habana,
Ruth casa editorial, 2006 [primera edición de 1987]. Nosotros
hemos tenido la suerte de prologar las dos últimas ediciones de
este excelente libro).

Ahora bien, más allá del debate específicamente “económico”


sobre la transición al socialismo, ¿cuál es el aporte político de
estos análisis del Che?

En primer lugar, creemos que el Che aporta una lectura de la mar-


cha política al socialismo no etapista. En muchos de sus escritos,
Guevara insiste en que se debe forzar la marcha dentro de lo que
objetivamente es posible, pero quienes aspiran a crear un mundo
360 nuevo nunca deben permanecer cruzados de brazos esperando
que el funcionamiento automático de las leyes económicas —
principalmente de la ley del valor— nos conduzca mágicamente
al reino del comunismo.
226 Véase Che Guevara y otros: El gran debate. La Habana,, Ocean Press, 2003;
Apuntes críticos a la economía política. La Habana, Ocean Press, 2006 y El Che en
la revolución cubana. La Habana, Ministerio del azúcar, 1966. Tomo VI.
En segundo lugar, Che Guevara otorga un lugar principal a la
subjetividad y la batalla política por la cultura en la creación de
hombres y mujeres nuevos. El socialismo no constituye, en su
óptica, un problema de reparto económica (ni un problema de
“cuchillo y tenedor”, según le manifestó alguna vez Rosa Lux-
emburg en una carta a Franz Mehring). El comunismo debe ser,
no sólo la socialización de los medios de producción sino tam-
bién la creación de una nueva cultura y una nueva moral que
regule la convivencia entre las personas.

En tercer lugar, el tránsito al socialismo debe privilegiar la plani-


ficación socialista y los estímulos morales, como métodos princi-
pales dirigidos a debilitar y finalmente aniquilar la ley del valor y
los intereses materiales individuales. La planificación constituye
un instrumento político de regulación económica. Ninguna revo-
lución radical que se precie de tal puede abandonar al libre juego
de la oferta y la demanda el equilibrio entre la oferta global de
bienes y servicios y la demanda global. Los equilibrios globales
entre las distintas ramas de la producción y el consumo deben re-
spetarse pero violentando la perversa ley del valor, interviniendo
políticamente desde el poder revolucionario sobre el pretendido
funcionamiento “automático” del mercado.

Políticamente todo este programa de intervención en el trans-


curso de la transición al socialismo se asienta en el poder fuerte
de la clase trabajadora —lo que en los libros clásicos del marx-
ismo solía denominarse como “dictadura del proletariado”—, es
decir, en el poder democrático de la mayoría social de las clases
subalternas por sobre la minoría elitista y explotadora.

Poder superar la fase de “capitalismo de estado” e iniciar pro-


piamente la transición al socialismo presupone, necesariamente, 361
romper los límites de la legalidad burguesa y todo el armazón
institucional que garantiza la reproducción del capitalismo, día a
día, mes a mes, año a año.

Sin este poder fuerte, sin este poder democrático y absoluto de la


mayoría popular sobre la minoría explotadora es completamente
inviable cualquier cambio social radical que vaya más allá de expe-
riencias populistas y de experimentos de “capitalismo de estado”,
por más progresistas o redistribucionistas que éstos sean frente al
neoliberalismo salvaje. La historia profunda de América Latina
está plagada de ejemplos que lo corroboran (desde la Guatemala
de Árbenz hasta el Chile de Pinochet, pasando por innumera-
bles experiencias progresistas análogas finalmente frustradas y
reprimidas a sangre, tortura y fuego). Esa es la gran conclusión
política que extrae el guevarismo de la historia de nuestra Améri-
ca. Conclusión que hoy puede servirnos para los debates sobre el
socialismo del siglo XXI en Venezuela y muy probablemente en
futuras revoluciones latinoamericanas....

«Razón de estado»
o revolución continental

Si existe un punto en común en los diversos aportes al pensamiento


revolucionario realizado por el guevarismo latinoamericano (Che
Guevara, Miguel Enríquez, Robi Santucho, Roque Dalton, etc.),
éste consiste en el énfasis otorgado a la revolución continental
por sobre cualquier apelación, supuestamente pragmática o re-
alista, a la “razón de estado”. No pueden confundirse los com-
promisos coyunturales, diplomáticos o comerciales de un estado
particular con las necesidades políticas del movimiento popular
latinoamericano en su conjunto.

Los revolucionarios de cada país pueden muy bien solidarizarse


activamente con otros Estados —donde los trabajadores hayan
362 triunfado o tengan políticas progresistas— sin tener que seguir al
pie de la letra sus agendas ni subordinar la dinámica que asume
la lucha de clases interna y la batalla antiimperialista en la propia
sociedad a los intereses circunstanciales o a las necesidades in-
mediatas que puedan tener esos Estados.
Este punto en común resulta sumamente pertinente para pensar
los desafíos actuales de los movimientos sociales y de todo el
campo popular latinoamericano, profundamente solidario con
Cuba y con Venezuela y al mismo tiempo impulsor de la resis-
tencia antiimperialista y anticapitalista a nivel continental. La
mejor ayuda para la revolución cubana no consiste en subordinar
la lucha en cada país a los “contactos” diplomáticos de los esta-
dos amigos sino en impulsar y promover nuevas revoluciones en
América Latina.

Esta elucidación resulta impostergable hoy en día, cuando más


de uno pretende encubrir su completa subordinación política a
diversos gobiernos burgueses seudo progresistas y proyectos
económicos dependientes, apenas reciclados, apelando —para
legitimarse— al nombre de Cuba o, más recientemente, al de
Venezuela. La mejor manera de defender a Cuba y su hermosa
revolución del imperialismo es luchando contra el imperialismo
y por la revolución en cada país y en todo el mundo.

Preguntas abiertas, respuestas posibles

¿Cómo pensar en América Latina los cambios radicales más allá


de la institucionalidad sin abandonar, al mismo tiempo, la nece-
sidad de construir la hegemonía socialista que nos agrupe a todos
y todas?.

¿Cómo hacer política sin caer en las tramposas redes de la insti-


tucionalidad y el progresismo, pero sin terminar recluidos en la
marginalidad política?.
363
¿Cómo volver a colocar en el centro de las discusiones, los
proyectos y las estrategias revolucionarias latinoamericanas del
siglo XXI el problema del poder, abandonado, eludido o incluso
negado durante un cuarto de siglo de hegemonía neoliberal o
posmoderna?.
Para resolver estas preguntas no sólo debemos inspirarnos en la
historia. En la actual fase de la correlación de clases —signada
por la acumulación de fuerzas— necesitamos generalizar la for-
mación política de la militancia de base. No sólo de los cuad-
ros dirigentes sino de toda la militancia popular. Se torna im-
perioso combatir el clientelismo y la práctica de los “punteros”
(negociantes de la política mediante las prebendas del poder),
solidificando y sedimentando una fuerte cultura política en la
base militante, que apunte a la hegemonía socialista sobre todo
el movimiento popular. No habrá transformación social radical al
margen del movimiento de masas.

Nos parecen ilusorias y fantasmagóricas las ensoñaciones pos-


modernas y posestructuralistas que nos invitan irresponsable-
mente a “cambiar el mundo sin tomar el poder”. No se pueden
lograr cambios de fondo sin confrontar con las instituciones cen-
trales del aparato de Estado. Debemos apuntar a conformar, es-
tratégicamente y a largo plazo —estamos pensando en términos
de varios años y no de dos meses— organizaciones guevaristas
revolucionarias.

¿Por qué organizaciones? Porque el culto ciego a la espontanei-


dad de las masas constituye un espejismo muy simpático pero
ineficaz. Todo el movimiento popular que en Argentina sucedió
a la explosión del 19 y 20 de diciembre de 2001 diluyó su energía
y terminó siendo fagocitado por la ausencia de organización y
de continuidad en el tiempo (organización popular no equivale a
sumatoria de sellos partidarios que tienen como meta máxima la
participación en cada contienda electoral).

¿Por qué guevaristas? Porque en nuestra historia latino-


364 americana el guevarismo constituye la expresión del pensa-
miento político más radical de Marx y Lenin y de todo el
acervo revolucionario mundial, descifrado a partir de nues-
tra propia realidad y nuestros propios pueblos. El guevaris-
mo se apropia de lo mejor que produjeron los bolcheviques,
los chinos, los vietnamitas, las luchas anticolonialistas del
África, la juventud estudiantil y trabajadora europea, el mov-
imiento negro norteamericano y todas las rebeldías palpitadas
en varios continentes. El guevarismo no es calco ni es copia,
constituye una apropiación de la propia historia del marxismo
latinoamericano, cuyo fundador es, sin ninguna duda, José Car-
los Mariátegui. Guevara no es una remera, una camiseta, un
pullover. Su búsqueda política, teórica, filosófica constituye una
permanente invitación a repensar el marxismo radical desde
América Latina y el Tercer Mundo. No se lo puede reducir a
tres consignas y dos frases hechas. Aun tenemos pendiente un
estudio colectivo serio y una apropiación crítica del pensamiento
marxista del Che entre nuestra militancia227.

¿Por qué revolucionarias? Porque tarde o temprano nos topare-


mos con la fuerza bestial del aparato de Estado y su ejercicio
permanente de fuerza material. Así nos lo enseña toda nues-
tra historia. Insistimos: ¡hay que tomarse en serio la historia!
Ninguna clase dominante se suicida. Pretender eludir esa con-
frontación puede resultar muy simpático para ganar una beca
o seducir al público lector en un gran monopolio de la (in)co-
municación. Pero la historia de nuestra América nos demues-
tra, con una carga de dramatismo tremenda, que no habrá revolu-
ciones de verdad sin el combate antiimperialista y anticapitalista.
Debemos prepararnos a largo plazo para esa confrontación. No
es una tarea de dos días sino de varios años. Debemos dar la
batalla ideológica para legitimar en el seno de nuestro pueblo la
violencia plebeya, popular, obrera y anticapitalista; la justa vio-
lencia de abajo frente a la injusta violencia de arriba.

Pero al identificar el combate como un camino estratégico


debemos aprender de los errores del pasado, eludiendo la ten-
tación militarista. Las nuevas organizaciones guevaristas revo-
lucionarias deberán estar estrechamente vinculadas a los mov- 365
imientos sociales y manejar al mismo tiempo todas las formas
227 Apuntando en esa dirección y hacia esa tradición política, hemos querido
contribuir con un pequeñísimo granito de arena a través de nuestro Ernesto Che
Guevara: El sujeto y el poder y con diversas experiencias de formación política
en varias cátedras Che Guevara, dentro y fuera de la universidad, tanto en movi-
mientos de derechos humanos, en el movimiento estudiantil como en escuelas del
movimiento piquetero.
de lucha. No se puede hablar “desde afuera” al movimiento de
masas. Las organizaciones que encabecen la lucha y marquen
un camino estratégico, más allá del día a día, deberán ser al
mismo tiempo “causa y efecto” de los movimientos de masas.
No sólo hablar y enseñar sino también escuchar y aprender. ¡Y
escuchar atentamente y con el oído bien abierto! La verdad de la
revolución socialista no es propiedad de ningún sello, se constru-
irá en el diálogo colectivo entre las organizaciones radicales y
los movimientos sociales. Las vanguardias —perdón por utilizar
este término tan des-prestigiado en los centros académicos del
sistema— que deberemos construir serán vanguardias de masas,
no de elite.

Si durante la lucha ideológica de los ’90 —en los tiempos del auge
neoliberal— nos vimos obligados a batallar en la defensa de Marx,
remando contra la corriente hegemónica, en la década que se
abre en el 2000, Marx solo ya no alcanza. Ahora debemos ir por
más, dar un paso más e instalar en la agenda de nuestra juventud
a Lenin y al Che (y a todas y todos sus continuadores). Reinstalar
al Che entre nuestra militancia implica recuperar la mística revo-
lucionaria de lucha extrainstitucional que nutrió a la generación
latinoamericana de los ’60 y los ’70.

Tenemos pendiente pensar y ejercer la política más allá de las


instituciones, sin ceder al falso “horizontalismo” —cuyos par-
tidarios gritan “¡que no dirija nadie!” porque en realidad qui-
eren dirigir ellos— ni quedar entrampados en el reformismo y el
chantaje institucional. En América Latina, la gran tarea política
de las ciencias sociales actuales consiste en cuestionar la domi-
nación aggiornada del capital y en legitimar, al mismo tiempo,
la respuesta popular frente a esa dominación, cada día más dura
366 y cruel. Esto es, frente a la creciente violencia de arriba, funda-
mentar la legitimidad de la violencia de abajo, popular, plebeya,
obrera, campesina, anticapitalista y antiimperialista.

Nada mejor entonces que combinar el espíritu de ofensiva de


Guevara con la inteligencia y lucidez de Gramsci para compren-
der y enfrentar el gatopardismo. Saber salir de la política de sec-
ta, asumir la ofensiva ideológica y al mismo tiempo ser lo sufici-
entemente lúcidos como para enfrentar el transformismo político
de las clases dominantes que enarbolan banderas “progresistas”
para dominarnos mejor.

Como San Martín, Artigas, Bolívar, Sucre, Manuel Rodríguez,


Juana Azurduy y José Martí, como Guevara, Fidel, Santucho,
Sendic, Miguel Enríquez, Inti Peredo, Manuel Marulanda, Car-
los Fonseca, Haydeé Santamaría y Marighella, debemos unir
nuestros esfuerzos y voluntades colectivas a largo plazo en una
perspectiva internacionalista y continental. En la época de la glo-
balización imperialista no es viable ni posible ni realista ni dese-
able un “capitalismo nacional”.

No podemos seguir permitiendo que la militancia abnegada —


presente en diversas experiencias reformistas del cono sur— se
transforme en “base de maniobra” o elemento de presión y nego-
ciación para el aggiornamiento de las burguesías latinoamerica-
nas. Los sueños, las esperanzas, los sufrimientos, los sacrificios
y toda la energía rebelde de nuestros pueblos latinoamericanos
no pueden seguir siendo expropiados. Nos merecemos mucho
más que un miserable “capitalismo con rostro humano” y una
mugrienta modernización de la dominación.

El socialismo del siglo XXI tiene que ir mucho más allá del mer-
cado (aunque sea un mercado “cooperativo”, “comunal”, “con-
trolado por el partido”, etc.), de los estímulos materiales, de la
autogestión financiera, del consumismo irracional, de la destruc-
ción de la naturaleza y del mero el reparto de dinero en el seno
del pueblo. Nuestros proyectos son muchísimos más ambicio-
sos, integrales y abarcadores. Con respeto por la diversidad, pero
con firmeza política e ideológica, el guevarismo latinoamericano 367
tiene mucho que aportar en esa dirección y en esos debates con-
temporáneos.
368
Apéndice

Descripción de los
Cuadernos de lectura de Bolivia
 

Todos los cuadernos del Che están encarpetados en un grueso


volumen en cuyo lomo verde se puede leer las siguientes inscrip-
ciones con letras doradas:

FF.AA.
[Fuerzas Armadas]
 Guerrillas – 1967

 Vol.1

Dentro de este grueso volumen se encuentran los tres cuadernos


que reproducimos en el presente libro.

 Además de los cuadernos, el volumen contiene:


369
• Una hoja de presentación, fechada en 1990, membratada con la
siguiente inscripción: [Comando en Jefe de las FF:AA. Estado
mayor general. Departamento II]. Lleva por título: [Documen-
tación perteneciente a ACCIONES GUERRILLERAS 1967]. A
continuación figuran los nombres de diversos jefes militares bo-
livianos y empleados administrativos.
• Dos pasaportes de nacionalidad uruguaya pertenecientes
al Che Guevara. Uno a nombre de Ramón Benítez Fernández
(N°130.220) y el otro a nombre de Rodolfo Mena González
(N°130.748) [clasificados por el Ejército como Documento N° 1].
• Una fotocopia de tres fotografías del Che [Documento N°2].
• Diecesiete hojas de Cuaderno de la A.L.P. [Documento N°3].
• Dos páginas. Proceso de documentación capturada y robada al
Che [Documento N°4].
• Dos fotocopias de fotografías del Che [Documento N°5].
• Aunque el índice del volumen del Ejército boliviano describe el
sexto documento incorporado como “Una fotocopia de la foto-
grafía: página 1 del Diario del Che [Documento N°6]” en reali-
dad se trata de una nota escrita por Ramón (uno de los nombres
de guerra del Che Guevara en Bolivia) dirigida a Alejandro, pero
no constituye la primera página del Diario del Che.
• Un fotocopia con dos fotografías del Che [Documento N°7].
• Una hoja con descripciones del Che [Documento N°8].
A esta hoja numerada con el N°8, se agrega con marcador rojo
el N°1 encerrado en un círculo. Esta hoja lleva por título, escrito
a máquina con letra mayúscula: [DESCRIPCIÓN]. La hoja con-
tiene un retrato de la cara del Che Guevara fumando pipa. Abajo
del retrato, con el mismo trazo del retrato aparece el nombre, en
letras de imprenta, de “Ramón”. En el retrato, al lado del nombre
de Ramón, aparece el número 6, también con el mismo trazo del
retrato. Encima del retrato, escrito en letra manuscrita con lapi-
cera azul dice entre paréntesis: [(Por Ciro Roberto Bustos)]. Al
lado del retrato, en letra escrita a máquina dice: [Nombre: Ramón
(Supuesto)]. Más abajo, encabezado con el título: [Actividades
principales] figura el siguiente fragmento escrito a máquina que
reproducimos exactamente como está escrito, incluyendo errores
370 de ortografía o puntuación: [Segundo hombre de la Revolución
Cubana, ex ministro de hacienda Compañero de lucha de FIDEL
CASTRO, en la Sierra Maestra, Intelectual porta voz de las tac-
ticas Castro Comunistas. Para su implantacion Desaparecio de
Cuba hacen dos años, reapareciendo posteriormente en el SO de
BOLIVIA, al mando de un grupo guerrillero, autor y ejecutor en
la organizacion del Campamento de Nacahuazu.
Especialidad: .- Experto proselitista, muy apto en reconocimientos
Documentos personales: [en blanco]
Nacionalidad: .- De origen ARGENTINO, Nacionalizado en
CUBA.
Señales particulares: [en blanco]
Familiares: [en blanco]
Domicilio: [en blanco]
Observaciones: Permaneció en BOLIVIA por espacio de dos
años en el Departamento del BENI-TRINIDAD, desempeñán-
dose como medico, conoce la idiosincrasia del habitante del NO.
navego casi todos los rios del BENI, cuenta con muchos amigos.
• Cinco credenciales otorgadas por la Dirección Nacional de In-
formaciones de la presidencia de Bolivia [Documento N°9]. La
credencial boliviana incluye una foto del ciudadano uruguayo
Rodolfo Mena González donde se dice que Mena es enviado de la
Organización de Estados Americanos (OEA) para estudiar “las
relaciones económicas y sociales que rigen en el campo boli-
viano”.
• Una fotocopia con una fotografía del Che [Documento N°10].
• Tres fotocopias con 6 fotografías del Che [Documento N°11].
• Una fotocopia con una fotografía de una mujer que los militares
bolivianos anotan como “la posible esposa del Che” [Documento
N°12].
• Dos fotocopias con dos fotografías del estudio somático y dac-
tilar del Che [Documento N°13].
• Tres fotostáticas del acta de posesión de la comisión del estudio
dactiloscópico del Che [Documento N°14].
• Dos hojas donde los militares anotan: “protocolo de autopsia
del Che”, es decir, donde analizan “las razones” de su asesinato
[Documento N°15].
• Una hoja que los militares anotan como “Oficio N° 575/67 371
“Ambo” con informe de tres anexos” [Documento N°16]. Esta
hoja contiene un registro de huellas dactilares de la Dirección
de Investigaciones de la Policía Federal [Argentina] con el sello
“Secreto”. Reproduce huellas de ambas manos. Debajo de todo,
el registro incluye datos personales de Ernesto Guevara. Sus
números de libreta de enrolamiento (L.E.: 6.460.503) y cédula
de identidad (C.I.: 3.524.272). Su nacionalidad de origen, su pro-
fesión y el nombre de sus padres. Dos credenciales del Instituto
de Colonización y Desarrollo de comunidades (una en blanco)
[Documento N°17].
• Una hoja con tres fotografías del Che [Documento N°18]. En
realidad esta hoja contiene dos fotografías del ciudadano uru-
guayo Rodolfo Mena González (de frente y perfil) y dos del Che
Guevara. Las fotografías de Mena tienen círculos blancos para
señalar similitudes con la imagen del Che en las orejas, la nariz,
la boca y la zona de la frente. Además de estas cuatro fotografías,
en la misma hoja aparece una quinta imagen de la cara del Che
retratada a mano, con el Che fumando pipa (retrato de Ciro Bus-
tos).
• Cuatro fotocopias con siete fotografías correspondientes al dia-
rio y las huellas dactilares del Che [Documento N°19].
• Cuatro fotocopias con 7 fotografías de la comisión investiga-
dora de las manos mutiladas al cadáver del Che [Documento
N°20]. Las manos cortadas del Che Guevara están expuestas so-
bre un papel de diario extendido.
• Un certificado de vacuna otorgado a Rodolfo Mena González
[Documento N° 21].
• Una tarjeta de turismo y credencial de vacuna [Documento
N°22]
Nueve fotocopias de las fotografías de los pasaportes del Che
[Documento N°23].
• Un informe reservado con fecha del 6/1/1968 [Documento
N°24]
• Tres fotocopias con 20 fotografías [Documento N°25].
• Seis páginas de la revista Sucesos acerca de los últimos días del
Che [Documento N°26].
372 • Cuarenta y una páginas: la ejecución del Che por la CIA [Docu-
mento N°27].
• Dieciocho páginas: “Qué pasó en las montañas” por Franco
Pierini [Documento N°28].
• Una hoja con datos del ingreso del Che a Bolivia [Documento
N°29]
• Siete fotocopias con once fotografías de la comisión estudio
grafológico argentino [Documento N°30].
• Diecinueve páginas sobre el New York Times por Juan de Onís
[Documento N°31].
• Seis hojas: Che Guevara [Documento N°32].
• Tres hojas: oficio enviado al gobierno boliviano por la emba-
jada de Bolivia en Brasil [Documento N°33].
• Dos hojas: informe grafológico realizado por Angel Emilio
Cordero [Documento N°34].
• Un cuaderno color rojo con 73 planas escritas [Documento
N°35]. Reproducido en el presente volumen.
Un cuaderno color rosado de apuntes y poesías en 10 páginas
escritas [Documento N°36]. Reproducido en el presente volu-
men.
• Un cuaderno color verde con 6 páginas escritas [Documento
N°37]. Reproducido en el presente volumen.
• Antecedentes del Che y varios sujetos en 5 planas (Copias)
[Documento N°38].
• Tres hojas con inventario de documentos encontrados en poder
del Che [Documento N°39].
• Tres tarjetas de descargos en una hoja donde se detallan los
trámites burocráticos al interior del Ejército bolivianos con los
papeles robados al Che Guevara. Allí se mencionan tres mate-
riales entregados en diversas fechas por el sargento González al
jefe del departamento Facundo Arana: el diario de campaña del
“Che” (entregado el 2/2/1968); los conceptos y calificaciones de
su personal [del Che Guevara], (entregado el 5/3/1968) y un
cuaderno de poesías del “Che” (entregado el 17/6/1968) [Docu-
mento N°40].
 

  373

 
374
Cuaderno verde

 [Clasificación, títulos e inscripciones en la tapa del Cuaderno


realizadas por el Ejército, escritas a máquina]
 

Documento N°37
Un cuaderno color verde con 6 páginas escritas
 

Doc.8

Cuaderno verde de notas


(Posible sea del “Che” Guevara)
 

[Escrito - por el Ejército - en la primera página en el ángulo


superior derecho con marcador negro grueso]
6-B
 

[Contenido del Cuaderno]


[números de páginas escritos por el Che con lápiz rojo
en el costado superior derecho del cuaderno de hojas rayadas]
 

N°1

 Plan
Parte Introductoria 375
 

Modos de producción precapitalista. La infancia de la humani-


dad. Los grandes ríos, fábricas de cultura (la tierra da el sustento
y crea la necesidad de la propiedad).
El esclavismo: Primitivo, avanzado, moderno
Ejemplos (citas y estadística)
Relaciones de producción. Derechos civiles de los esclavos.
La plebe romana, su significado
Los Graco - Espartaco
Causas económicas del hundimiento del régimen esclavista.
 

El feudalismo: primitivo, avanzado, moderno.


El hombre en el feudalismo. Las relaciones de producción.
La ciudad medioeval. Los gremios. La jerarquía.
Papel de la Iglesia en occidente.
Nace el capitalismo. Insurrecciones, muerte del feudalismo.
La revolución inglesa. Cromwell. La revolución francesa. Los
Estados Unidos.
 

Método de Marx. Marx, Hegel (Althusser). (Marx y Feuerbach)


Materialismo dialéctico. Como funciona la contradicción.
Enigma: la contradicción del comunismo.
Marx, científico puro y revolucionario: su subjetivismo (su “apu-
ro”. La madurez capitalista. El tránsito pacífico).
 

Parte primera

 Capitalismo
1) Desarrollo del capitalismo. Repaso histórico desde el capital-
ismo premonopolista hasta hoy.
El hombre en el capitalismo (cita de Marx, Tomo I, cap. final)
376 2) El fenómeno y la superficie del fenómeno: como se ve el fenó-
meno. Montos que encubren su esencia. Pequeña síntesis del mé-
todo marxista. Como se ve el fenómeno desde el subdesarrollo.
Métodos para dilucidar su esencia.
 
Capítulos siguientes: síntesis del capital.

Apéndice: Principales aportes y problemas no dilucidados.

Aportes: La ley del valor (ley del valor antes de Marx), el con-
cepto de fuerza de trabajo, complemento científico a la idea
ricardiana del valor. La plusvalía como motor del capitalismo.
Nueva clasificación del capital, su importancia en la lucha contra
el fetichismo C y V - F y C. Proceso de producción y ganancia
media. Se llega a la superficie del fenómeno viniendo desde su
esencia. El interés, culminación del fetichismo capitalista. La
renta y su lugar en el capitalismo (su evolución posterior en con-
sonancia con la alianza de explotadores de distinto tipo). Acu-
mulación originaria, origen del capital teñido de sangre y lodo”.
Historicismo de las ciencias sociales.

Problemas a dilucidar o mal enfocados: Momento de tránsito: los


dos contra los tres. Aporte de Lenin. El desarrollo desigual. Mo-
dalidades imperialistas. Marx las intuye, Engels las vislumbra,
pero no llega a comprender los cambios cualitativos ocu-rridos
en el mundo. Pauperización constante de la clase obrera: Marx
tiene razón, pero no vio el fenómeno imperialista. Ahora los
obreros de los países imperialistas son socios menores del ne-
gocio. Como crece el subdesarrollo. El intercambio desigual.
Cálculo de la reproducción ampliada (ver Sweezy tesis. Inter-
pretación marxista de las crisis, tema completo, La crisis, an-
tecedentes del colapso o pre mecanismo? Enfoque central de la
crisis.

Parte II
377
Imperialismo
1) Desarrollo histórico de la colonia a la neocolonia.
Formas y métodos.
2) Los tratadistas del imperialismo: Hilfeldering [debe decir
Hilferding. N.K.]; Hobson; Lenin y el desarrollo desigual.
3) Concentración de capitales. Ejemplos y teoría de su climax.
4) El capital financiero. Ejemplos. Su lógica interna.
5) Exportación de capitales. Ejemplos ligados a la teoría de su cli-
max.
6) Agrupaciones monopolistas; reparto del mundo. Ejemplos
y guerras que suscitan.
7) Las nuevas luchas. Tablas estadísticas de las inversiones
imperialistas en el mundo entero.
8) Talón de aquiles del imperialismo.
9) Estrategia antiimperialista. La aldea contra la urbe (Lin -
Piao)
 

Parte III

El período de transición:
1) Planteamiento del problema: Marx, dos; Lenin
(El Estado y la revolución), dos; Lenin (realidad), tres.
Por que.
2) Caracterización de la época. La lucha de clases en la
economía, la superestructura. El exterior, la lucha de clases. La
lucha de clases en el terreno ideológico.
3) Planificación, ¿ley económica fundamental?
4) Categorías capitalistas, socialistas en la economía
(el valor en el socialismo).
5) Capitalismo y socialismo como sistemas mundiales.
6) Breve historia de la URSS.
7) Las democracias populares europeas.
8) Las revoluciones socialistas en Asia.
9) Cuba: precursores. Ideas socialistas. La revolución.
Las grandes transformaciones.
378  

Parte IV

Problemas del socialismo:


1) El socialismo y el hombre.
2) La educación para el comunismo.
3) La ciencia
4) El arte
5)La superestructura (cálculo económico) Estructura [¿?]
[Por el doblez de la hoja no se lee bien si dice “estructura”. N.K.].
6) El internacionalismo proletario. CAME
7) Tendencias en la estructura actual del socialismo.
8) El cisma ideológico y el movimiento comunista internacional.
9) El tránsito final. Ideas sobre su advenimiento.
10) Personalidades del socialismo: Lenin, Stalin, [Por el doblez
de la hoja no se ve bien si aparece o no “Mao”. N.K.]
Jruschov, Tito, Fidel.
 

[Escrito - por el Ejército - con marcador negro a mano en


letra de imprenta]
Citas Ñancahuazú [sic]
 

  [Escrito —por el Ejército— con lapicera para clasificar el


siguiente papel suelto, escrito en una hoja cuadriculada,
pegado al cuaderno con cinta adhesiva]
Citas encontradas Nancahuazu [sic]
 

1800.23.67

Ramón:

1- Joaquín se puso en la posición mía.

2- Yo pasé para la de la 30.

3- Ricardo pasa para otra aunque luce difícil por el terreno que se 379
pueda aprovechar desde ninguna la 30.

4- Joaquín dice que el no sabe si yo debo regresar (yo creo que


no) aclarar esto.

Alejandro.
 

380
Cuaderno rojo

[En esta reproducción de los Cuadernos de lectura de Bolivia


hemos corroborado las citas anotadas por el Che con las edicio-
nes originales de los libros por él leídos y analizados. La única
excepción es el manual de Rosental y Straks. Sólo en este caso,
hemos utilizado para comparar la edición de 1958 (el Che utilizó
la edición de 1962). Nota de Néstor Kohan].

 [Clasificación, títulos e inscripciones en la tapa del Cuaderno


realizadas por el Ejército, escritas a máquina]
 

Documento N°35
Un cuaderno color rojo con 73 planas escritas
 

Doc.No.4

[Contenido del Cuaderno]


[números de páginas escritos por el Che con lápiz rojo
en el costado superior derecho del cuaderno
de hojas cuadriculadas]
 

[página N°1]

“En suma: no hay uno solo de los ideales positivos sustentados 381
por Marx que no sea una contribución cabalmente valiosa a la
tradición humanista; esa tradición, a su vez, encarna el legado
de las imágenes clásicas, judaica y cristiana de la condición hu-
mana. Moralmente considerados, los principios de Karl Marx
se encuentran claramente entre los principales animadores de la
civilización occidental.”

(C. Wright Mills. Los Marxistas. Ediciones Era, México, 1964,


pag. 18)

“La obra de Marx, tal como éste la dejó cuando murió en 1883,
no es muy nítida ni incluye en parte alguna un resumen complejo
y sistemático de las ideas de sus ideas. Además, una parte con-
siderable de lo que Marx escribió son textos polémicos contra
las ideas de otros hombres, muchos de los cuales sólo tienen
hoy un reducido interés histórico. Como sucede con la mayoría
de los pensadores complicados, no hay un Marx. Las diversas
presentaciones de su obra que podemos construir a partir de sus
libros, folletos, artículos y cartas escritas en diferentes épocas
de su propio desarrollo, dependen de nuestro punto de interés y
no podemos tomar ninguno de ellos como El Verdadero Marx.
Resulta interesante comparar lo que pensadores de generaciones,
escuelas y partidos posteriores han seleccionado y subrayado de
los escritos de Marx y Engels. Acerca de esto se podría escribir
fácilmente un libro valioso. Tenemos a Marx el agitador y por
consiguiente compilaciones del mensaje ideológico; tenemos a
Marx el economista, y por lo tanto nuevas ediciones y resúmenes
de El Capital; y tenemos a Marx el historiador, acaso el más ig-
norado de todos. A últimas fechas se ha puesto énfasis en Marx
el filósofo de la historia, el sociólogo político y el Joven Marx
como humanista y moralista. Ciertamente no hay un solo Marx;
cada estudioso debe aprender su propio Marx.

(C. Wright Mills. O.C. pg. 32)

382 “Que es exactamente lo que se incluye y lo que no se incluye en


la “base económica” es algo que no está del todo claro, como
tampoco están definidas con precisión ni son utilizadas de mane-
ra consecuente las “fuerzas” y las “relaciones” de producción.
La “ciencia”, en particular, parece flotar entre la base y la su-
perestructura, y es dudoso que la base, lo mismo que la supere-
structura, puedan usarse (tal como lo hace Marx) como unidades,
pues ambos se componen de una mezcla de muchos elementos y
fuerzas. La superestructura, para Marx, es una categoría residual,
algo donde puede alojarse todo lo que sobra”

“La propia distinción entre base y superestructura no es en modo


alguno exacta. La organización institucional de una sociedad, in-
cluídas las relaciones de producción , ciertamente penetra con
profundidad en los implementos tecnológicos y sus desarrollos
científicos, incluídas las fuerzas de producción, dándoles forma
a su significado y a su papel en el cambio histórico. Muchos fac-
tores que no pueden considerarse claramente como “económi-
cos” entran en lo que Marx parece dar a entender por “modo de
producción” o “base económica”. El hecho de que los marxistas
propongan una variedad tan amplia de interpretaciones, también
parece apoyar mi señalamiento. Además, el problema de la me-
diación -como exactamente la base determina la superestructura-
no está bien resuelto. Por medio de que mecanismos y bajo que
condiciones precisamente se “reflejan” los conflictos económi-
cos en la lucha psicológica y política, es un problema sobre el
que volveremos más adelante. Dado el carácter fundamental de
estas concepciones, su vaguedad confiere efectivamente cierta
imprecisión al modelo en su conjunto.”

 (C. Wright Mills. O.C. pgs. 90-91)

“ La polarización no ha ocurrido; en el transcurso de la historia


del capitalismo, la superestructura de clase no se ha simplificado,
como esperaba Marx, en dos clases. Al contrario, la tendencia
opuesta ha sido general; y, mientras más “avanzado” se ha hecho
el capitalismo, más compleja y diversificada se ha hecho la es-
tratificación.”
383
(C. Wright Mills. O.C. pgs. 94-5)

“El problema de la actitud de los hombres frente al trabajo que


desempeñan, en las sociedades capitalistas y en las no-capital-
istas, es en gran medida un problema empírico para el cual no
tenemos soluciones adecuadas. En todo caso, cuando menos, el
estado en que Marx dejó la concepción de la enajenación es bas-
tante incompleto y brillantemente ambiguo.”
(C. Wright Mills. O.C. pg. 97)

“Debemos preguntarnos: ¿cuáles son las causas de las dificul-


tades, la naturaleza de las crisis? Y cuáles son sus resultados?
Para responder a estas preguntas, Marx resulta un guía inadec-
uado.”

(C. Wright Mills. O.C. pg. 104)

“Aunque sólo sea en respuesta a las grandes capacidades teóricas


de los adversarios de Stalin, a las tradiciones teóricas del marx-
ismo y el bolchevismo y a la necesidad sentida de una “orto-
doxia”, el stalinismo es un desarrollo doctrinal. Es una consoli-
dación de una parte de la doctrina bolchevique bajo condiciones
específicas. No es “la única consolidación posible”, pero es una
de ellas.”

 (C. Wright Mills. O.C. pg. 127)

“Todos los errores de esta escuela descansan precisamente sobre


la concepción errónea de que los fenómenos de la competencia
vistos desde el ángulo del capitalista aislado, se confunden con los
fenómenos de la economía capitalista entera. Justamente como
Bernstein considera que el crédito es un medio de “adaptación”,
la economía vulgar considera que el dinero es un medio juicioso
de “adaptación” a las necesidades de cambio. La economía vul-
gar trata, asimismo, de encontrar un antídoto contra las enferme-
dades del capitalismo en los fenómenos del capitalismo. Como
Bernstein, cree que es posible regular la economía capitalista.
Y a la manera de Bernstein, llega, con el tiempo, al deseo de
384 paliar las contradicciones del capitalismo, esto es, a la creen-
cia en la posibilidad de regular sus males. Y termina por suscri-
birse a un programa de reacción. Termina en una utopía.”

“La teoría del revisionismo puede ser definida por consiguiente,


del modo que sigue. Es una teoría del estancamiento del mov-
imiento socialista, construida con la ayuda de la economía vul-
gar, sobre una teoría del estancamiento capitalista.

(Rosa Luxemburgo, Reforma o Revolución, Ediciones Era,


México, 1939, pag. 23 - cita de C. Wright Mills. O.C. pg. 177)

“Con la Nep hicimos una concesión al campesino en su cali-


dad de comerciante, una concesión al principio del comercio
privado, precisamente de ello emana (contrariamente a lo que
se piensa) la gigantesca importancia de la cooperación. En el
fondo, organizar en cooperativas a la población rusa en un grado
suficientemente amplio y profundo, durante la dominación de la
Nep, es todo lo que necesitamos, pues ahora hemos encontrado
el grado de conjugación del interés privado, del interés comercial
privado, con los intereses generales, los métodos de comprobac-
ión y el control del interés privado por el Estado, el grado de su
subordinación a los intereses generales, lo que antes cons-tituyó
el escollo para muchos socialistas. En efecto, todos los grandes
medios de producción en poder del Estado y el Poder estatal en
manos del proletariado; la alianza de este proletariado con los
muchos millones de pequeños y muy pequeños campesinos, la
garantía de que el proletariado dirija a los campesinos, etc. acaso
no es esto todo lo necesario para que con la cooperativa queda
más que con la cooperación, a la que antes motejábamos de mer-
cantilista y que, ahora, bajo la Nep, merece también en cierto
modo el mismo trato; acaso no es esto todo lo necesario para
construir la sociedad socialista completa? No es aún la construc-
ción de la sociedad socialista, pero si es todo lo necesario y lo
suficiente para esta construcción.”

“Precisamente esa circunstancia no ha sido apreciada en todo su


valor por muchos de nuestros militantes activos. Entre nosotros 385
consideramos a la cooperación con menosprecio, no compren-
diendo la excepcional importancia que tiene, en primer lugar,
desde el punto de vista de los principios (la propiedad sobre los
medios de producción en manos del Estado; en segundo lugar,
desde el punto de vista del paso al nuevo regimen por el camino,
a ser posible, más sencillo, fácil y accesible para el campesino.”
(V.I. Lenin, Las cooperativas bajo el socialismo, Obras escogi-
das, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1948 - cita de C.
Wright Mills pg. 221)

“La revolución permanente, en el sentido que Marx daba a esta


idea, quiere decir una revolución que no se aviene a ninguna de
las formas de predominio de clase, que no se detiene en la etapa
democrática y pasa a las reivindicaciones de carácter socialista,
abriendo la guerra franca contra la reacción, una revolución en
la que cada etapa se basa en lo anterior y que no puede terminar
más que con la liquidación completa de la sociedad de clases.”

(Leon Trotsky, La revolución permanente, Editorial Indice Rojo,


México, 1961, pg. 54 - cita de C. Wright Mills. O.C. pg. 248)

“A lo largo de un período de duración indefinida y de una lu-


cha interna constante, van transformándose todas las relaciones
sociales. La sociedad sufre un proceso de metamorfosis. Y en
este proceso de transformación cada nueva etapa es consecuen-
cia directa de la anterior. Este proceso conserva forzosamente un
carácter político, o lo que es lo mismo, se desenvuelve a través del
choque de los distintos grupos de la sociedad en transformación.
A las explosiones de la guerra civil y de las guerras exteriores su-
ceden los períodos de reformas “pacíficas”. Las revoluciones de
la economía, de la técnica, de la ciencia, de la familia de las cos-
tumbres, se desenvuelven en una compleja nación recíproca que
no permite a la sociedad alcanzar el equilibrio. En esto consiste
el caracter permanente de la revolución socialista como tal.”

“El internacionalismo no es un principio abstracto, sino única-


mente un reflejo teórico y político del carácter mundial de la
economía, del desarrollo mundial de las fuerzas productivas y
386
del alcance mundial de la lucha de clases.

La revolución socialista empieza dentro de las fronteras naciona-


les; pero no puede contenerse en ellas. La contención de la revo-
lución proletaria dentro de un territorio nacional no puede ser
más que un régimen transitorio, aunque sea prolongado, como
lo demuestra la experiencia de la Unión Soviética. Sin embargo,
con la existencia de una dictadura proletaria aislada, las contra-
dicciones interiores y exteriores crecen paralelamente a los éxi-
tos. De continuar aislado, el Estado proletario caería, más tarde o
más temprano, víctima de dichas contradicciones. Su salvación
está únicamente en hacer que triunfe el proletariado en los países
más progresivos. Considerada desde este punto de vista, la revo-
lución socialista implantada en un país no es un fin en si, sino
únicamente un eslabón de la cadena internacional. La revolución
internacional representa de suyo, pese a todos los reflujos tempo-
rales, un proceso permanente.”

(León Trotsky, O.C. pgs. 55-56 - cita de C. Wright Mills. O.C.


pg. 249-50)

“2º. Con respecto a los países de desarrollo burgués retrasado,


y en particular de los coloniales y semicoloniales, la teoría de
la revolución permanente significa que la resolución íntegra y
efectiva de sus fines democráticos y de su emancipación nacional
tan solo puede convertirse por medio de la dictadura del pro-
letariado, empuñando este el Poder como caudillo de la nación
oprimida y, ante todo, de sus masas campesinas.”

“3º. El problema agrario, y con él, el problema nacional, asig-


nan a los campesinos que constituyen la mayoría aplastante de
la población de los países atrasados, un puesto excepcional en
la revolución democrática. Sin la alianza del proletariado con
los campesinos, los fines de la revolución democrática no solo
no pueden realizarse, sino que ni siquiera cabe plantearlos seria-
mente. Sin embargo, la alianza de estas dos clases no es factible
más que luchando irreconciliablemente contra la influencia de la 387
burguesía liberal-nacional.”

(León Trotsky, O.C. pg. 191 - cita de C. Wright Mills. O.C. pg. 252)

“9º. La conquista del poder por el proletariado no significa el


coronamiento de la revolución, sino simplemente su iniciación.
La edificación socialista solo se concibe sobre la base de la lucha
de clases en el terreno nacional e internacional. En las condicio-
nes de predominio decisivo del régimen capitalista en la palestra
mundial, esta lucha tiene que conducir inevitablemente a explo-
siones de guerra interna, es decir civil, y exterior revolucionaria.
En esto consiste el carácter permanente de la revolución social-
ista como tal, independientemente del hecho de que se trate de un
país atrasado, que haya realizado ayer todavía su transformación
democrática, o de un viejo país capitalista que haya pasado por
una larga época de democracia y parlamentarismo.”

“10º. El triunfo de la revolución socialista es inconcebible dentro


de las fronteras nacionales de un país. Una de las causas funda-
mentales de la crisis de la sociedad burguesa consiste en que las
fuerzas productivas creadas por ella no pueden conciliarse ya
con los límites del Estado nacional. De aquí se originan las guer-
ras imperialistas, de una parte, y la utopía burguesa de los Esta-
dos Unidos de Europa, de otra. La revolución socialista empieza
en la palestra nacional, se desarrolla en la internacional y llega
a su término y remata en la mundial. Por lo tanto, la revolución
socialista se convierte en permanente en un sentido nuevo y más
amplio de la palabra: en el sentido de que sólo se consuma con la
victoria definitiva de la nueva sociedad en todo el planeta.”

(León Trotsky, O.C. pgs 193 - cita de C. Wright Mills. O.C. pg. 254)

“El apasionamiento por los buenos lados del americanismo será


el fenómeno de acompañamiento de la primera etapa de toda jo-
ven sociedad socialista. El goce pasivo de la Naturaleza será pro-
scrito del arte. La técnica se convertirá en una inspiración mucho
más poderosa de la producción artística. Más tarde encontrará su
388 solución en una síntesis más elevada el contraste que existe entre
la técnica y la Naturaleza.”

(León Trotsky, La vida en el futuro socialista, de Literatura y


revolución, M. Aguilar, Editor,s/f, Madrid - cita de C. Wright
Mills. O.C. pg. 258)
“La dictadura del proletariado no puede brotar como resultado
del desarrollo pacífico de la sociedad burguesa y de la democ-
racia burguesa; solo puede brotar como resultado de la destruc-
ción de la máquina del Estado burgués, del ejército burgués, del
aparato burocrático burgués, de la policía burguesa…

“Claro está que en un porvenir lejano, si el proletariado triunfa


en los países capitalistas más importantes y el actual cerco capi-
talista es sustituído por un cerco socialista, será absolutamente
posible la trayectoria “pacífica” en algunos países capitalistas,
en que los capitalistas, movidos por la situación internacional
“desfavorable”, juzguen oportuno hacer al proletariado “volun-
tariamente”, concesiones importantes. Pero esta hipótesis solo se
refiere a un porvenir lejano y posible. Para un porvenir cercano,
esta hipótesis no tiene ningún fundamento, absolutamente nin-
guno.”

(Jose Stalin, Cuestiones de Leninismo, Ediciones en Lenguas


Extranjeras, Moscú, 1941 - cita de C. Wright Mills. O.C. pg. 265-66)

“La importancia mundial de la Revolución de Octubre consiste,


no solamente en que constituye la grandiosa iniciativa de un país,
que ha abierto una brecha en el sistema del imperialismo, siendo
el primer foco del socialismo en medio del océano de los países
imperialistas, sino también en que forma la primera etapa de la
revolución mundial y una base potente para su desenvolvimiento
ulterior.”

“Por eso no tienen razón los que, olvidando el carácter interna-


cional de la Revolución de Octubre, declaran que el triunfo de
la revolución en un solo país es un fenómeno pura y exclusi-
vamente nacional. Tampoco tienen razón los que, recordando el
389
carácter internacional de la Revolución de Octubre, se inclinan a
considerar esta revolución como algo pasivo, llamado sólo a re-
cibir el apoyo del exterior. En realidad, no sólo la Revolución de
Octubre necesita el apoyo de la revolución de otros países, sino
que también la revolución de estos países necesita el apoyo de la
Revolución de Octubre, a fin de acelerar y hacer avanzar la obra
del derrocamiento del imperialismo mundial.”

(Jose Stalin, O.C. - cita de C. Wright Mills. O.C. pg. 270)

“La superestructura es engendrada por la base (económica),


pero eso no significa, en modo alguno, que la superestructura
se circunscriba a reflejar la base, que sea pasiva, neutral, que se
muestre indiferente a la suerte de la base, a la suerte de las clases,
al carácter del régimen. Por el contrario, al nacer, la superestruc-
tura se convierte en una fuerza activa inmensa, coadyuba acti-
vamente a que su base tome cuerpo y se afiance, y adopta todas
las medidas necesarias para ayudar al nuevo régimen a rematar y
destruir la vieja base y las viejas clases.”

“Y no puede ser de otra manera. La superestructura es creada por la


base precisamente para que la sirva, para que la ayude activamente
a tomar cuerpo y a afianzarse, para que luche activamente por la
destrucción de la base vieja, caduca, y de su antigua superestruc-
tura. Basta que la superestructura renuncie a este su papel aux-
iliar, basta que pase de la posición de defensa activa de su base
a la posición de indiferencia hacia ella, a una posición idéntica
ante las distintas clases, para que pierda su calidad y deje de ser
superestructura.”

(Jose Stalin, El marxismo y la lingüística, Ediciones en Lenguas Ex-


tranjeras, Moscú 1955 pg. 6 - cita de C. Wright Mills. O.C. pg. 271)

“Se dice que la tesis de Lenin relativa a que el imperialismo en-


gendra inevitablemente las guerras debe considerarse caducada,
por cuanto en el presente han surgido poderosas fuerzas popu-
lares que actúan en defensa de la paz, contra una nueva guerra
390 mundial. Eso no es cierto.”

“El presente movimiento pro paz persigue el fin de levantar a las


masas populares a la lucha por mantener la paz, por conjurar una
nueva guerra mundial. Consiguientemente, ese movimiento no
persigue el fin de derrocar el capitalismo y establecer el social-
ismo, y se limita a los fines democráticos de la lucha por man-
tener la paz. En este sentido, el actual movimiento por mantener
la paz se distingue del movimiento desarrollado en el período de
la primera guerra mundial por la transformación de la guerra im-
perialista en guerra civil, pues este último movimiento iba más
lejos y perseguía fines socialistas.”

“Es posible que, de concurrir determinadas circunstancias, la


lucha por la paz se desarrolle hasta transformarse, en algunos
lugares, en lucha por el socialismo, pero eso no sería ya el actual
movimiento pro paz, sino un movimiento por derrocar el capi-
talismo.”

“Lo más probable es que el actual movimiento pro paz, como


movimiento por mantener la paz conduzca, en caso de éxito, a
conjurar una guerra concreta, a aplazarla temporalmente, a man-
tener temporalmente una paz concreta, a que dimitan los gobier-
nos belicistas y sean substituidos por otros gobiernos, dispuestos
a mantener temporalmente la paz. Eso, claro es, está bien. Eso
incluso está muy bien. Pero todo ello no basta para suprimir la
inevitabilidad de las guerras en general entre los países capital-
istas. No basta, porque, aún con todos los éxitos del movimiento
en defensa de la paz, el imperialismo se mantiene, continúa ex-
istiendo y, por consiguiente, continúa existiendo también la in-
evitabilidad de las guerras.”

“Para eliminar la inevitabilidad de las guerras hay que destruir el


imperialismo.”

(Jose Stalin, Problemas económicos del socialismo en la URSS,


Ediciones “Nuestro Tiempo”, México, 1952 - cita de C. Wright
Mills. O.C. pg. 274-75)
391
“Sería ingenuo creer que Stalin, desconocido de las masas, sur-
gió repentinamente de los bastidores armados de un plan estraté-
gico completamente elaborado. No antes de que él hubiera pre-
visto su camino, la burocracia lo había adivinado; Stalin le daba
todas las garantías deseables: el prestigio de viejo bolchevique,
un carácter firme, un espíritu estrecho, una relación indisoluble
con las oficinas, única fuente de su influencia personal. Al prin-
cipio, Stalin se sorprendió con su propio éxito. Era la aprobación
unánime de una nueva capa dirigente que trataba de liberarse
de los viejos principios asi como del control de las masas y que
necesitaba un árbitro seguro en sus asuntos interiores. Figura de
segundo plano ante las masas y ante la revolución, Stalin se rev-
eló como el jefe indiscutido de la burocracia midoriana, el prim-
ero entre los midorianos.”

(León Trotsky, La revolución traicionada, Editorial Indice rojo,


México, 1963 - cita de C. Wright Mills. O.C. pg. 283)

“Las clases están definidas por el sitio que ocupan en la economía


social y, sobre todo, con relación a los medios de producción. En
las naciones civilizadas, la ley fija las relaciones de propiedad.
La nacionalización del suelo, de los medios de producción, de
los transportes y de los cambios asi como el monopolio del co-
mercio exterior, forman las bases de la sociedad soviética. Para
nosotros, esta adquisición de la revolución proletaria define a la
URSS, como un Estado proletario.”

“Por la función de reguladora y de intermediaria, por el cuida-


do que tiene en mantener la jerarquía social, por la explotación,
con estos mismos fines, del aparato del Estado, la burocracia
soviética se parece a cualquier otra y, sobre todo, a la del facis-
mo. Pero también se distingue de ésta en caracteres de una ex-
tremada importancia. Bajo ningún otro régimen, la burocracia
alcanza semejante independencia. En la sociedad burguesa, la
burocracia representa los intereses de la clase poseedora e in-
struida, que dispone de gran número de medios de controlar so-
392 bre sus administraciones. La burocracia soviética se ha elevado
por encima de una clase que apenas salía de la miseria y de las
tinieblas y que no tenía tradiciones de mando y de dominio.
Mientras que los facistas, una vez llegados al poder, se alían a
la burguesía por los intereses comunes, la amistad, los matri-
monios, etc.,etc., la burocracia de la URSS, asimila las costum-
bres burguesas sin tener a su lado una burguesía nacional. En
este sentido no se puede negar que es algo más que una simple
burocracia. Es la única capa social privilegiada y dominante,
en el sentido pleno de estas palabras, en la sociedad soviética.”

(León Trotsky, O.C. - cita de C. Wright Mills. O.C. pg. 294-95)

“La URSS es una sociedad intermediaria entre el capitalismo y el


socialismo, en la que: a) Las fuerzas productivas son aún insufici-
entes para dar a la propiedad del Estado un carácter socialista; b)
La tendencia a la acumulación primitiva, nacida de la necesidad,
se manifiesta a través de todos los pasos de la economía planifi-
cada; c) Las normas de reparto, de naturaleza burguesa, están en
la base de la diferenciación social; d) El desarrollo económico, al
mismo tiempo que mejora lentamente la condición de los traba-
jadores, contribuye a formar rápidamente una capa de privilegia-
dos; e) La burocracia, al explotar los antagonismos sociales, se
ha convertido en una casta incontrolada, extraña al socialismo;
f) La revolución social, traicionada por el partido gobernante,
vive aún en las relaciones de propiedad y en la conciencia de los
trabajadores; g) La evolución de las contradicciones acumuladas
puede conducir al socialismo o lanzar a la sociedad hacia el capi-
talismo; h) La contrarrevolución en marcha hacia el capitalismo,
tendrá que romper la resistencia de los obreros; i) Los obreros, al
marchar hacia el socialismo, tendrán que derrocar a la burocra-
cia. El problema será resuelto definitivamente por la lucha de las
dos fuerzas vivas en el terreno nacional y en el internacional.”

(León Trotsky, O.C. - cita de C. Wright Mills. O.C. pg. 298)

“En consecuencia, pueden distinguirse claramente tres períodos.


Durante el primero la comintern es principalmente un instrumen-
393
to para producir la revolución. En el segundo período es princi-
palmente un instrumento de las luchas faccionales rusas. En el
tercero es principalmente un instrumento de la política exterior
rusa.”
(Franz Barkenon, El comunismo como movimiento internacio-
nal, tomado de World Comunism, Nueva York, 1939 - cita de C.
Wright Mills. O.C. pg. 309-10)

“En nuestro país se elabora anualmente el plan económico y se


determinan las proporciones correspondientes entre la remuner-
ación y el consumo a fin de lograr un equilibrio entre la produc-
ción y el consumo. Este equilibrio es la unidad temporal y rela-
tiva de los contrarios. Transcurre un año y esta unidad, hablando
en términos generales, se ve rota por la lucha de los contrarios,
esta unidad cambia, el equilibrio se convierte en desproporción,
la unidad deja de ser unidad, y al siguiente año es menester con-
seguir de nuevo el equilibrio y la unidad. En esto reside pre-
cisamente la superioridad de nuestra economía planificada. En
el fondo, este equilibrio y unidad se rompen parcialmente cada
mes, cada trimestre, y ello suscita la necesidad de efectuar una
regulación parcial. A veces, debido a que la regulación subjetiva
no corresponde a la realidad objetiva, se originan contradiccio-
nes y se rompe el equilibrio. A esto se llama cometer un error.
Las contradicciones surgen continuamente y se zanjan también
constantemente. Esta es la ley dialéctica del desarrollo de las co-
sas y de los fenómenos.”

(Mao Tse-Tung, Sobre el problema de la justa solución de las


contradicciones en el seno del pueblo - cita de C. Wright Mills.
O.C. pg. 357)

“En nuestra época, los pueblos se hallan ante el dilema: coexis-


tencia pacífica y emulación del socialismo con el capitalismo o
guerra nuclear genocida. No existe otro camino...

(Llamamiento a todos los pueblos del mundo por los 81 partidos


394
marxistas - leninistas - cita de C. Wright Mills. O.C. pg. 363)

 
[Balance escrito por el Che con tinta roja]

Los Marxistas
C. Wright Mills
 

Es un libro útil por la amplia y bastante imparcial colección de


citas. Las opiniones del autor están teñidas de un anti stalin-
ismo senil, de tipo trotskista; aunque algunas opiniones son
justas y agudas, carece de profundidad y solo se limita a dejar
constancia del hecho, o hacer suposiciones superficiales.

Es una clara muestra de la intelectualidad liberal de izquierda


norteamericana.

“El genial pensamiento histórico de Hegel consiste esencial-


mente en la afirmación de la conexión interna dialéctica de los
sistemas filosóficos unos con los otros. Hegel ha sido el primero
en llevar la historia de la filosofía desde el primitivo estadio de
una colección doxográfica de anécdotas y biografías, de afirma-
ciones metafísicas acerca de la verdad o falsedad de concepcio-
nes aisladas de filósofos aislados, hacia el nivel de una verdade-
ra ciencia histórica. Por lo que hace a la historia de la filosofía
clásica alemana, una concepción rotunda en lo siguiente: Hegel
ve en la “filosofía trascendental” o “crítica” de Kant el punto
de partida del desarrollo de la filosofía dialéctica del idealismo,
por culminante y clausura de la cual considera, y con razón, a su
propio sistema; al mismo tiempo muestra con la mayor agudeza
y con profunda penetración en los principales problemas de la di-
aléctica (cosa-en-si y su cognoscitiva antinomia y doctrina de la
contradicción, etc.) como la problemática central de Fichte nace
de las contradicciones y medias verdades del sistema Kantiano,
395
y como las contradicciones del propio Fichte y los problemas de-
jados irresueltos por él han llevado a su vez al intento de Echellis
y al del propio Hegel.”

(G. Lukács, El joven Hegel y los problemas de la sociedad capi-


talista, Juan Grijalbo, Editor, México, 1963 pg. )
“Marx ha mostrado en la Ideología alemana como las ideas
económicas recibieron de los materialistas franceses una for-
mulación filosófica abstracta que correspondía a las necesidades
ideológicas de la burguesía francesa que se preparaba objetiva-
mente a la Revolución. Y muestra luego como esas mismas ideas
vuelven a Inglaterra y reciben allí una formulación económica
más concreta, la cual lleva necesariamente, en el pensamiento de
los ideólogos de la burguesía ya dominante a una completa trivi-
alización filosófica (cfr. lo que escribe Marx acerca de Bentham).
Por otra parte, la muy diversificada oposición a las consecuen-
cias sociales y económicas del violento desarrollo del capital-
ismo son uno de los principales momentos temáticos desencade-
nadores del romanticismo. Con la concepción dialéctica de estos
problemas Hegel se encuentra tan lejos de la trivialidad a la Ben-
tham como de la falsa y reaccionaria “profundidad” romántica.
Más bien aspira a abarcar con el pensamiento la real estructura
interna, las fuerzas realmente activas de su época, y a descubrir
la dialéctica de su movimiento.”

(G. Lukács, O.C. pg. 29-30)

“Mucho más consecuente que los pensadores citados, Hegel ha


sido toda su vida un filósofo idealista. Su aproximación al ma-
terialismo, en el sentido en que lo registra Lenin en sus obser-
vaciones a la lógica de Hegel, se producen por el rodeo a través
del idealismo objetivo, a través de la enciclopédica anchura de
su saber y por obra de su sobria observación sin prejuicios de
los hechos. Pero su pensamiento filosófico consciente ha sido
siempre idealista.”

(G. Lukács, O.C. pg. 38-39)


396
“La capacidad de vivir según ella (según la fe positiva, G.L.)
presupone necesariamente la pérdida de la libertad de la razón, la
cual no tiene que poder oponer nada a aquel poder ajeno. Este es
el punto inicial del que parte toda actitud de fe o incredulidad re-
specto de una religión positiva, y, al mismo tiempo, el punto eje
en torno del cual giran todas las discusiones sobre ella, y aunque
no llegue claramente a conciencia, constituye el fundamento de
toda sumisión a la fe o de toda resistencia a ella.”

(J.G.F. Hegel, La positividad de la religión cristiana, pg. 234 -


cita de G. Lukács, O.C. pg. 64)

“Sería incorrecto considerar sin más como propone en sus con-


cepciones la maduración de Hegel. No hay duda de que en un
desarrollo a la madurez hay un enorme progreso, y ello precisa-
mente en su concepción de la historia. Precisamente, en efecto,
porque se apartó de los ideales revolucionarios de su juventud
pudo Hegel concentrarse en la figura filosófica culminante del
idealismo alemán y ha podido apresar la necesidad del desarrollo
histórico y la metodología adecuada para comprenderlo con toda
la profundidad y la verdad que eran posibles sobre la base del
idealismo. Pero en el hecho de que ese desarrollo, esa madura-
ción filosófica, no haya podido tener lugar sino a costa de una
renuncia a los fines de la revolución democrática se expresa en
Hegel el trágico carácter del atraso social y económico de Ale-
mania. Marx y Engels han señalado repetidamente que incluso
los más grandes alemanes han sucumbido en su lucha contra la
“misère germánica”, que incluso un gigante como Goethe no ha
podido ser más que “unas veces colosal y otras mediocre.”

“Tampoco Hegel ha podido sustraerse a ese destino. Y cuando


consideramos el ulterior desarrollo de sus concepciones hasta
llegar a la grandiosa forma en que ha presentado como método
unitario la dialéctica idealista, tenemos que recordar perman-
entemente esa escisión del desarrollo alemán general, el cual ha
hecho también de Hegel una figura “unas veces colosal y otras
mediocre.”
397
(G. Lukács, O.C. pg. 97-7)

“Un cura católico que ha violentado a una muchacha ... es menos


peligroso para la democracia que un cura sin vestiduras litúrgi-
cas, que un cura sin grosera religión, un cura ideal y democrático
que predique la creación de un nuevo Dios. Pues es fácil de-
senmascarar al primero, y no es difícil condenarle y expulsarle;
mientras que el segundo no es tan fácil de aislar, es mil veces
más difícil de desenmascarar y ningún pequeño burgués débil y
vacilante se declarará dispuesto a condenarle.”

(V. Lenin, carta a Máximo Gorki del 14 de noviembre de 1913 -


cita de G. Lukács, O.C. pg. 109)

“Pero a pesar de toda esa mística idealista, insuprimible en él,


la idea hegeliana de la sociedad y de la historia hechas por el
hombre mismo es el fundamento metodológico de su concep-
ción dialéctica. Cierto que solo si se consigue depurar es “hacer”
historia y hacer sociedad de la vieja concepción ilustrada para la
cual los motivos conscientes del hacer individual son las causas
reales del acaecer histórico-social, explicativos de sus resulta-
dos; solo si esta consideración profundiza hasta los fundamentos
no visibles, pero reales y objetivos, del acaecer histórico. Sabe-
mos que Hegel no ha conseguido realmente nunca dar ese paso,
y que la concepción idealísticamente mistificada del espíritu de-
sempeña un papel decisivo en su concepción de la historia. Pero
no es menos claro - y Marx y Engels lo han subrayado más de
una vez - que pese a todas esas mistificaciones de la concep-
ción hegeliana de la historia es un paso decisivo hacia la concep-
ción dialéctica de ambos, en el sentido de que Hegel reconoce el
carácter “hecho” de la historia por el hombre, al mismo tiempo
que subraya el dato de que las acciones conscientes del hombre
en la historia resulta algo diverso, algo mayor de lo que se pro-
ponía.”

(G. Lukács, O.C. pg. 200)

“Cuando, tras la catástrofe del dominio napoleónico y, por lo


398
tanto, de sus napoleónicas ilusiones, Hegel tiene que pactar de-
finitivamente con la sociedad capitalista tal como esta se le pre-
senta, con lo que él llama “el mundo de la prosa”, el cristianismo
se le convierte en la forma histórica definitiva de la religión, con
lo que la comentada ambigüedad de su pensamiento llega a su
efectiva culminación. Pero al mismo tiempo, sus últimos escri-
tos muestran una concepción relativamente perfecta y dialéctica
de la sociedad burguesa, dentro de los límites de lo que era al-
canzable por su filosofía. Por limitarnos aquí a apuntar un punto
muy esencial, es característico que la fundamentación filosófica
de los “estamentos” (o sea la estructura clasista de la sociedad
burguesa) sea en Hegel cada vez menos ideológica en el curso
de su desarrollo, mientras se va acercando cada vez más a la
contemplación de los fundamentos materiales de la sociedad bur-
guesa.”

(G. Lukács, O.C. pg. 243)

“Y la Naturaleza, aunque sin duda, en el seno de una configura-


ción determinada, procede con un movimiento uniforme - pero
no mecánicamente uniforme, sino uniformemente acelerado -
goza sin embargo también de una nueva configuración que se
conquista; en cuanto que salta a ella queda permanentemente en
ella. Del mismo modo que la bomba tiene en su culminación una
sacudida y se queda en ella por un momento, o al modo como el
metal calentado no se ablanda como la cera, sino que salta de un
golpe al estado líquido y se queda en él - pues este fenómeno es
el paso a lo absolutamente contrapuesto, o sea, infinito, y este
salir lo contrapuesto de la infinitud o de su nada es un salto, y
la existencia de la configuración en su nueva fuerza es ante todo
para si misma, antes de hacerse consciente de su relación con
nada ajeno asi también la creciente individualidad tiene tanto la
alegría de aquel salto como la duración del disfrute de su nueva
forma, hasta que paulatinamente se abre a lo negativo y se hace
una vez más, en su hundimiento mismo, repentina irrupción.”

(J.C.F.Hegel, Sobre los modos de tratamiento científico del dere-


cho natural, 1803, Lasson, pg. 410 - cita de G. Lukács, O.C. pg. 399
303)

“Las fábricas y las manufacturas fundan su existencia precisa-


mente en la miseria de una clase.”
(J.G.F.Hegel, Realphilosophie, vol II, pg.257, Cfr. Lasson - cita
de G. Lukács, O.C. pg. 329)

“El idealismo objetivo de Hegel es la suprema expresión filosó-


fica de ese período del pensamiento burgués. Es su culminación
en dos sentidos: en el sentido de que en esa filosofía se resumen
los resultados de contenido y de método de un desarrollo cultural
milenario y al nivel hasta entonces más alto alcanzado por el
pensamiento filosófico, y en el sentido, inseparable del primero,
de que en esa misma filosofía se manifiestan, también al nivel
más alto alcanzado hasta entonces, la contrariedad de aquel de-
sarrollo milenario, todas las contrariedades irresueltas por ella
e irresolubles para ella. La posición verdaderamente única de
Hegel en ese período se debe a que en su filosofía ha llegado por
vez primera a consciencia, como problema filosófico central, el
de la contrariedad de la existencia misma.”

(G. Lukács, O.C. pg. 392-3)

“El tabique divisorio entre la terminología filosófica y la de la


consciencia común tiene aún que perforarse.”

(Hegel, apuntes personales, Rosenkrauz, pg. 186 - cita de G.


Lukács, O.C. pg. 422)

“El idealismo alemán se inserta inicialmente en el problema de


la dialéctica. Pero la dialéctica idealista tropieza inmediatamente
con el problema para ella irresoluble, del criterio de verdad.
Surge entonces la pregunta ¿en qué, en concordancia con qué es
reconocible la verdad de una proposición? La inconsecuencia de
Kant en las cuestiones de la dialéctica se manifiesta en el hecho
de que se crea obligado a apelar a la lógica formal en la cuestión
400 del criterio de verdad. La verdad se manifiesta en la concor-
dancia lógico-formal del juicio pensado consigo mismo. Cierto
que en Kant hay también otros intentos de deducir un criterio
de verdad. Pero al ver que no puede encontrar más criterio que
el lógico formal para los contenidos del imperativo categórico,
hemos comprobado lo mucho que se ha visto obligado Kant a
recurrir a la seguridad y la apodicticidad aparentes de la lógica
formal. La crítica de Hegel a la vaciedad y la inconsecuencia de
esta argumentación nos es conocida por su crítica del ejemplo
Kantiano del depósito.”

“El idealismo objetivo tenía que buscar otros criterios. Schelling


los encuentra en una renovación de la doctrina platónica de las
ideas: la concordancia con las ideas será el criterio de verdad,
pues las proposiciones filosóficas, las formaciones artísticas, etc,
no son más que reflejos de esas ideas en la consciencia humana.
Estamos en presencia de un materialismo místicamente inverti-
do, una mistificación de la esencia de la realidad objetiva en ideas
platónicas, para poder encontrar en ellas un criterio de la verdad.
En la Filosofía del arte de Schelling quedan, a pesar de esa mis-
tificación, determinados restos de la apelación inconsciente a la
teoría materialista del conocimiento, y por eso aquel libro ha po-
dido ser un paso adelante en la historia de la estética. Pero ya en el
diálogo Bruno aparecen en primer plano los aspectos místicos de
esta teoría, los cuales llevan directamente a la posterior mística
religiosa de Schelling. La concepción de la “intención intelec-
tual” como “capacidad genial” concedida a pocos hombres ha ro-
bustecido aún esas tendencias místicas dogmáticas de la filosofía
schellingiana.”

“La lógica dialéctica de Hegel va desde todo punto de vista


mucho más lejos que sus predecesores. Pero - considerado desde
el punto de vista del todo - este superior avance no es más que
un diferir el problema a mayor lejanía, una conquista de la po-
sibilidad de resolver las cuestiones particulares de la teoría del
conocimiento aplicando de contrabando el reflejo de la realidad
objetiva, pero para encontrarse luego al final con todas las difi-
cultades aún exacerbadas. La lógica hegeliana muestra, por una 401
parte, que las cosas aparentemente fijas son en realidad procesos
y, por otra parte, concibe la objetividad de los objetos como pro-
ducto de la “alienación” del sujeto. Con la suma de ambos puntos
de vista queda liquidado el problema Kantiano de la cosa-en-si
y puesto como relación entre cosa y propiedad, problema que
Fichte se había limitado a eliminar por decreto y cuya solución
también Schelling había creído conseguir por esa vía autoritaria.
La concepción de los objetos como “alienaciones” de los espíri-
tus da a Hegel la posibilidad, en el terreno de la consideración
epistemológica de la realidad empírica, de aplicar tácitamente la
teoría del reflejo del mundo real. Hegel puede, en efecto, com-
parar cada idea con la realidad objetiva que le corresponde - y
la corrección del criterio de concordancia con la realidad obje-
tiva no falla en los casos particulares - aunque esa realidad no
se concibe como realmente independiente de la consciencia sino
como producto de la “alienación” de un sujeto que es superior a
la consciencia individual. Y como el proceso de la “alienación”
es dialéctica, Hegel llega, en esta aplicación inconsciente y no
deseada de criterios materialistas del conocimiento correcto, más
lejos muchas veces que los materialistas antiguos.”

“La dificultad no se presenta sino al considerar el todo del cono-


cimiento Hegel subraya el carácter procesal del conocimiento,
el hecho de que lo absoluto mismo es el resultado del proceso
total. Pero, como es natural, también para la corrección del con-
ocimiento del proceso total necesita un criterio. Y aquí puede
verse como los conceptos supremos de la dialéctica hegeliana,
que a primera vista parecen abstrusos y místicos, se desprenden
con total necesidad de sus presupuestos. Pues si la objetividad
de las cosas es el producto de una escisión provisoria del sujeto-
objeto idéntico, es inevitable que el criterio de verdad suprema
del proceso total consista en el auto alcanzarse del sujeto-objeto
idéntico, en mostrar la identidad de sujeto y objeto. Pero si el
camino de este espíritu parte de una identidad originaria impres-
cindible como presupuesto de esa construcción, y si el proceso
mismo consiste en la creación de la objetividad por la “alien-
402 ación”, es absolutamente necesario para Hegel representarse la
reconquista de la identidad de sujeto y objeto en la forma de la
reasunción de la “alienación”, en forma de trasmutación de la
sustancia en sujeto, de supresión de la objetividad como tal.”
“La dialéctica hegeliana lleva, pues, una enorme delantera
a las demás formas de teoría del conocimiento del ideal-
ismo clásico alemán: para un gran trozo del conocimien-
to humano puede trabajar en la teoría del conocimiento del
reflejo de la realidad - aunque sea sin pleno derecho - con lo
que consigue un ámbito inclusivo de muchos campos del
conocimiento humano dispuestos para una correcta apren-
ción del mundo externo, para una correcta elaboración de esen-
ciales determinaciones del conocimiento.”

“Pero la conquista no pasa de ser eso: conquista de un consider-


able ámbito. Para la totalidad del conocimiento, Hegel no pu-
ede resolver sino mística y mistificadoramente, como sus pre-
decesores, la cuestión del criterio epistemológico, la cuestión de
con que tiene que concordar el objeto conocido para ser recono-
cido como verdadero. El hecho ya registrado de que Hegel no
puede rebasar a Schelling en determinados puntos vuelve a com-
probarse aquí en el punto culminante de su filosofía. Precisa-
mente esta limitación epistemológica -cuyo fundamento social
estará, según esperamos ya claro - refuerza y consolida las ten-
dencias religioso-teológicas de la filosofía hegeliana, a pesar de
su ambigua actitud respecto de la religión misma. Pues el poder
del fundamento social tiene que vencer en última instancia: “El
reflejo religioso del mundo real -ha dicho Marx- no puede sino
disiparse en cuanto que la situación de la vida práctica cotidi-
ana de los hombres representa relaciones sólitas, transparentes y
racionales entre ellos y con la naturaleza. La figura del proceso
social, es decir, del proceso material de la producción, se despoja
simplemente de su velo de mística niebla en cuanto que, como
producto de hombres libremente socia-lizados, se encuentra bajo
su consciente y planeado control.”
403
(G. Lukács, O.C. pg. 514-16)

“Conocemos ya las tendencias esenciales a la mistificación que


se encuentran en esa reasunción de la objetividad. Pero tam-
bién sabemos que, precisamente por ese carácter procesual de la
“alienación”, por esa concepción de que lo absoluto, el sujeto-
objeto idéntico, no es más que el resultado del proceso, Hegel
ha conseguido un amplio ámbito de juego para la elaboración de
determinaciones dialécticas esenciales de la realidad objetiva y
del pensamiento, “de tal modo que en última instancia el sistema
hegeliano no representa sino un materialismo invertido desde el
punto de vista del método y desde el punto de vista del con-
tenido.”

“Pero sería muy peligroso entender esa frase en Engels en el


sentido de que la reposición correcta de la filosofía hegeliana
consistiera en un mero cambio de coeficiente. Nuestro estudio ha
mostrado, por el contrario, que el método idealista deforma to-
talmente problemas muy decisivos, y que en el tratamiento de las
cuestiones particulares se mezclan constantemente importantes
premoniciones con arbitrariedades idealistas, a veces incluso en
una misma proposición. También sería erróneo interpretar lo que
hemos dicho acerca del gran ámbito de juego de que dispone
Hegel para la consecución de determinaciones históricas esen-
ciales en el sentido de que en el pensamiento de Hegel todo dis-
curriera bien hasta el final, y sólo al final se produjera la mistifi-
cación idealista. Creemos que las concretas exposiciones hechas
hasta ahora han mostrado concretamente la incorrección de tales
interpretaciones.”

(G. Lukács, O.C. pg. 520-21)

[Balance escrito por el Che con tinta roja]

Es un libro de mucha profundidad que analiza exhaustiva-


mente la filosofía hegeliana de su juventud y trata de explicarla.
404 Contribuye a iniciar en la difícil filosofía hegeliana, explican-
do incluso su vocabulario junto con su metodología. Presenta
análisis muy sugerentes, entre los que está la afirmación de que
la dialéctica hegeliana no es solo la inversa de la materialista,
sino que tiene sus propias leyes y su mecánica, hundiéndose en
mistificaciones que la convierten en un pantano intransitable.
Lo que no está suficientemente demostrado, en mi concepto, es
que Hegel sea el producto de las contradicciones capitalistas.
Es un punto en que hay que tomarlo o dejarlo sin mayor dis-
cusión.

“Si la tierra era el resultado de un proceso de formación, tam-


bién tenían que serlo necesariamente su actual estado geológico,
geográfico y climático, sus plantas y sus animales, esto quería
decir que la tierra debía necesariamente tener una historia no sólo
en el espacio en orden de extensión, sino también en el tiempo,
en orden de sucesión. Debía haberse seguido estudiando en esta
dirección inmediatamente y de un modo resuelto, la ciencia de
la naturaleza se hallaría al presente mucho más avanzada de lo
que se halla. Pero ¿acaso podría venir algo bueno de la filosofía?
El estudio de Kant no se tradujo en resultado inmediato alguno,
hasta que, muchos años después, Laplace y Herichel desarrollar-
on y fundamentaron con mayor precisión su contenido, abriendo
camino con ello, poco a poco, con la “hipótesis nebular”. Poste-
riores descubrimientos dieron, por último, el triunfo a esta teoría;
citaremos entre los más importantes el movimiento propio de
las estrellas fijas, las demostración de un medio resistente en el
espacio cósmico y la prueba, obtenida por medio del análisis es-
pectral de la identidad química de la materia cósmica y de la
existencia de masas candentes de niebla como las que hipotética-
mente habría expuesto Kant.”

(Federico Engels, Dialéctica de la naturaleza, Editorial Grijalbo,


México, 1961, pg. 9)

“En los países industriales más adelantados hemos domeñado las


fuerzas naturales para ponerlas al servicio del hombre; en ello,
hemos multiplicado la producción hasta el infinito, de tal modo 405
que un niño produce hoy más que antes cien adultos. ¿Y cual es
la consecuencia de ello? Un exceso de trabajo cada vez mayor,
la miseria sin cesar creciente de las masas y, cada diez años, la
explosión de una tremenda crisis.”

(F. Engels, O.C., pg.16)


 

[Observación del Che escrita con tinta verde]

Esta cita de Engels es importante porque sitúa claramente el


espíritu con que fue escrito el polémico párrafo de Marx sobre la
depauperación progresiva del proletariado. Nadie mejor que
Engels para interpretar cabalmente la esencia del pensamiento
marxista, y aquí se pronuncia claramente por la tesis de una
pauperización real, no metafórica ni relativa.

“Sin embargo, “cuanto nace es digno de perecer.” Podrán pasar


millones de años, cientos de miles de generaciones podrán nacer
y morir, pero llegará inexorablemente el día en que, al agotarse
el calor del sol, no alcance para fundir los hielos que avanzan
desde los polos, en que los hombres, que irán concentrándose
más y más junto al Ecuador, no encuentren tampoco allí el cal-
or necesario para vivir, en que poco a poco vayan borrándose
hasta los últimos rastros de vida orgánica y la tierra, convertida
en una bola muerta y helada como la luna, gire, hundida en pro-
fundas tinieblas y en una órbita cada vez más estrecha en torno
al sol, también enfriado, para precipitarse, por último, en los es-
pacios cósmicos. Otros planetas caerán antes que ella y otros la
seguirán en su caída; en vez del sistema solar, armónicamente
ordenado, luminoso y lleno de calor, una esfera fría y muerta
recorrerá su camino solitario por los espacios. Y la misma suerte
reservada a nuestro sistema solar habrán de experimentarla, más
tarde o más temprano, todos los demás sistemas de nuestra isla
cósmica y el resto de las sinnúmeras islas cósmicas, incluso
aquellas cuya luz jamás llegará a la tierra mientras viva sobre
ella un ojo humano capaz de captarla.”
406
(F. Engels, O.C., pg.17)

“Decir que la materia, a lo largo de toda su existencia ilimitada en


el tiempo, sólo por una única vez y durante un tiempo insignifi-
cante en relación con su eternidad, se le depara la posibilidad de
diferenciar su movimiento, desplegando con ello toda la riqueza
de este movimiento, para quedar reducida antes y después, por
toda una eternidad, a un simple desplazamiento de lugar, vale
tanto como afirmar que la materia es mortal y el movimiento
perecedero. La indestructibilidad del movimiento no puede con-
cebirse de un modo puramente cuantitativo; hay que concebirla
también de un modo cualitativo; una materia cuyo desplaza-
miento puramente mecánico de lugar encierra indudablemente la
posibilidad de transformarse, bajo condiciones precisas, en calor,
electricidad, acción química y vida, pero que no puede engen-
drar por si misma aquellas condiciones, esa materia ha perdido el
movimiento; y un movimiento que no cuenta ya con la capacidad
necesaria para transformarse en las diferentes formas de manife-
starse que le son propias, tiene, todavía, la dynamis (posibilidad),
pero carece de la energía (acción), lo que quiere decir que se
halla ya, en parte, destruida. Y ambas cosas son inconcebibles.”

(F. Engels, O.C., pg.18)

“... la fuerza de la necesidadd que es inherente también a lo ca-


sual.”

(F. Engels, O.C., pg.19)

“Por lo que a la dialéctica se refiere, hasta hoy sólo ha sido inves-


tigada detenidamente por dos pensadores: Aristóteles y Hegel.
Y la dialéctica es, precisamente, la forma más cumplida y cabal
de pensamiento para las modernas ciencias naturales, ya que es
la única que nos brinda la analogía y, por tanto, el método para
explicar los procesos de desarrollo de la naturaleza, para com-
prender, en sus rasgos generales, sus nexos y el tránsito de uno a
otro campo de investigación.”

(F. Engels, O.C., pg.23-24) 407

“Las leyes de la dialéctica se abstraen, por tanto, de la historia de


la naturaleza y de la historia de la sociedad humana. Dichas leyes
no son, en efecto, otra cosa que las leyes más generales de estas
dos fases del desarrollo histórico y del mismo pensamiento. Y se
reducen, en lo fundamental, a tres:
Ley del Fueque de la cantidad y cualidad y viceversa;
Ley de la penetración de los contrarios;
Ley de la negación de la negación.
“Las tres han sido desarrolladas por Hegel, en su manera ideal-
ista, como simples leyes del pensamiento: la primera, en la prim-
era parte de la Lógica, en la teoría del Ser; la segunda ocupa toda
la segunda parte, con mucho la más importante de todas, de su
Lógica, la teoría de la Esencia; la tercera, finalmente, figura como
la ley fundamental que preside la estructura de todo el sistema.
El error reside en que estas leyes son impuestas, como leyes del
pensamiento a la naturaleza y a la historia, en vez de derivarlas
de ellas. De ahí proviene toda la constru-cción forzada y que,
no pocas veces, pone los pelos de punta: el mundo, quiéralo o
no, tiene que organizarse con arreglo a un sistema decisivo, que
solo es, a su vez, producto de una determinada fase de desarrollo
del pensamiento humano. Pero, si invertimos los términos, todo
resulta sencillo y las leyes dialécticas, que en la filosofía idealista
parecían algo extraordinariamente misterioso, resultan inmedi-
atamente sencillas y claras como la luz del sol.”

(F. Engels, O.C., pg.41)

“El movimiento, en el sentido más general de la palabra, con-


cebido como una modalidad o un atributo de la materia, abarca
todos y cada uno de los cambios y procesos que se operan en
el universo, desde el simple desplazamiento de lugar hasta el
pensamiento.”

(F. Engels, O.C., pg.47)


408
“Hace varios cientos de miles de años, en una fase que aún no
puede determinarse con certeza de aquel período de la tierra a
que los geólogos dan el nombre de período terciario, presum-
iblemente hacia el final de él, vivió en alguna parte de la zona
cálida de nuestro planeta -problablemente, en un gran conti-
nente, ahora sepultado en el fondo del océano Indico - un gé-
nero de monos antropoides muy altamente desarrollados. Dar-
win nos ha trazado una descripción aproximada de estos ante-
pasados nuestros. Eran seres cubiertos de pelambre, con bar-
ba y orejas puntiagudas, que vivían en hordas, trepados a los
árboles.”

“Estos monos, obligados probablemente al principio por su gé-


nero de vida, que, al trepar, asignaba a las manos distinta función
que a los pies, fueron perdiendo, al encontrarse sobre el suelo, la
costumbre de servirse de las extremidades inferiores para andar
y marchando en posición cada vez más erecta. Se había dado,
con ello, el paso decisivo para la transformación del mono en
hombre.”

(F. Engels, O.C., pg.142)

“Hasta que la mano del hombre logró tallar en forma de cuchil-


lo el primer guijarro tuvo que pasar una inmensidad de tiempo,
junto a la cual resulta insignificante el tiempo que históricamente
nos es conocido. Pero el paso decisivo se había dado ya: se había
liberado la mano, quedando en condiciones de ir adquiriendo
nuevas y nuevas aptitudes, y la mayor flexibilidad lograda de
este modo fue transmitiéndose y aumentando de generación en
generación.”

“Así, pues, la mano no es solamente el órgano del trabajo, sino


que es también el producto de éste. Solamente gracias al trabajo,
a la adaptación a nuevas y nuevas operaciones a la trasmisión
por herencia del desarrollo así adquirido por los músculos, los
tendones y a la larga también de los huesos y a la aplicación
constantemente renovada de este afinamiento hereditariamente
adquirido a nuevas operaciones cada vez más complicadas, ha
409
adquirido la mano del hombre ese alto grado de perfecciona-
miento capaz de crear portentos como los cuadros de Rafael, las
estatuas Thorwaldsen o la música de Paganini.”

(F. Engels, O.C., pg.143-44)


“...Con cada nuevo progreso logrado, su dominio sobre la natura-
leza, iniciado con el desarrollo de la mano, fue ampliando el hor-
izonte visual del hombre. Este descubrió en los objetos naturales
nuevas y nuevas propiedades que hasta entonces desconocía. Y,
de otra parte, el desarrollo del trabajo contribuyó necesariamente
a acercar más entre si a los miembros de la sociedad, multipli-
cando los casos de ayuda mutua y de acción en común y esclare-
ciendo ante cada uno la conciencia de la utilidad de esta coop-
eración. En una palabra, los hombres en proceso de formación
acabaron comprendiendo que tenían algo que decirse los unos
a los otros. Y la necesidad se creó un órgano correspondiente,
la laringe no desarrollada del mono fue transformándose lenta-
mente, pero de un modo seguro, mediante la modulación hasta
adquirir la capacidad de emitir sonidos cada vez más modulados,
y los órganos de la boca aprendieron poco a poco a articular una
letra tras otra.”

(F. Engels, O.C., pg.144-45)

“El trabajo, en primer lugar, y después de él y enseguida a la par con


él el lenguaje, son los dos incentivos más importantes bajo cuya
influencia se ha transformado paulatinamente el cerebro del
mono en el cerebro del hombre, que, aún siendo semejante a él,
es mucho mayor y más perfecto. Y, al desarrollarse el cerebro, se
desarrollaron también, paralelamente, sus instrumentos inmedi-
atos, los órganos de los sentidos. A la manera como el lenguaje,
en su gradual desarrollo, va necesariamente acompañado por el
correspondiente perfeccionamiento del órgano del oído, así tam-
bién el desarrollo del cerebro en general lleva aparejado el de
todos los sentidos.”

410 (F. Engels, O.C., pg.146)

“Al repercutir sobre el trabajo y el lenguaje el desarrollo del


cerebro y de los sentidos puestos a su servicio, la conciencia más
y más esclarecida, la capacidad de abstracción y de deducción,
sirven de nuevos y nuevos incentivos para que ambos sigan de-
sarrollándose, en un proceso que no termina, ni mucho menos,
en el momento en que el hombre se separa definitivamente del
mono, sino que desde entonces difiere en cuanto al grado y a
la dirección según los diferentes pueblos y las diferentes épo-
cas, que a veces se interrumpe, incluso, con retrocesos locales y
temporales, pero que, visto en su conjunto, ha avanzado en for-
midables progresiones; poderosamente impulsado de una parte,
y de otra encauzado en una dirección más definida por obra de
un elemento que viene a sumarse a los anteriores al aparecer el
hombre ya acabado: la sociedad.”

(F. Engels, O.C., pg.146)

“El empleo de la carne para la alimentación trajo consigo dos


nuevos progresos de una importancia decisiva: la utilización del
fuego y la domesticación de los animales. La primera acortó to-
davía más el proceso de la digestión, al ingerirse los alimentos ya
digeridos a medias por decirlo así. La segunda hizo más rica la
alimentación carnívora al proporcionar, además de la caza, una
nueva fuente de suministro más regular, suministrando además,
con la leche y los productos derivados de ella, un nuevo mundo
alimenticio de valor igual al de la carne, por lo menos en cuanto a
su combinación de sustancias. Uno y otro paso fueron, por tanto,
directamente, nuevos medios de emancipación para el hombre.”

(F. Engels, O.C., pg.148)

“Mediante la combinación de la mano, los órganos lingüísticos


y el cerebro, y no solo en el individuo aislado, sino en la so-
ciedad, se hallaron los hombres capacitados para realizar op-
eraciones cada vez más complicadas, para plantearse y alcan-
zar metas cada vez más altas. De generación en generación,
el trabajo mismo fue cambiando, haciéndose más perfecto y
411
más multiforme. A la caza y la ganadería se unió la agricultura
y tras estas vinieron las artes del hilado y del tejido, la elabo-
ración de los métodos, la alfarería, la navegación. Junto al co
mercio y los oficios aparecieron, por último, el arte y la ciencia, y
las tribus se concentraron en naciones y estados. Se desarrollaron
el derecho y la política y, con ellos, el reflejo fantástico de las
cosas humanas en la cabeza del hombre: la religión. Ante estas
creaciones, que empezaron presentándose como productos de la
cabeza y que parecían dominar las sociedades humanas, fueron
pasando a segundo plano los productos más modestos de la mano
trabajadora, tanto más cuanto que la cabeza encargada de planear
el trabajo pudo, ya en una fase muy temprana del desarrollo de la
sociedad (por ejemplo, ya en el seno de la simple familia), hacer
que el trabajo planeado fuese ejecutado por otras manos que las
suyas. Todos los méritos del rápido progreso de la civilización se
atribuyeron a la cabeza, al desarrollo y a la actividad del cerebro;
los hombres se acostumbraron a explicar sus actos por sus pens-
amientos en vez de explicárselos partiendo de sus necesidades
(las cuales, ciertamente, se reflejan en la cabeza, se rebelan a la
conciencia) y así fue como surgió, con el tiempo, aquella con-
cepción idealista del mundo que se ha adueñado de las mentes,
sobre todo, desde la caída del mundo antiguo. Y hasta tal punto
sigue dominándolos todavía, hoy, que incluso los investigadores
materialistas de la naturaleza de la escuela de Darwin no aciertan
a formarse una idea clara acerca del origen del hombre porque,
ofuscados por aquella influencia ideológica, no alcanzan a ver el
papel que en su nacimiento desempeñó el trabajo.”

(F. Engels, O.C., pg.149)

“La dialéctica llamada objetiva domina toda la naturaleza, y la


que se llama dialéctica subjetiva, el pensamiento dialéctico, no
es sino el reflejo del movimiento a través de contradicciones que
se manifiestan en toda la naturaleza, contradicciones que, en su
pugna constante en lo que acaba siempre desapareciendo lo uno
en lo otro que lo contradice o elevándose ambos términos a una
forma superior, son precisamente las que condicionan la vida de
412 la naturaleza.”

(F. Engels, O.C., pg.178)

“1) Juicio singular, 2) y 3) juicio particular, 4) juicio universal.


“Por muy raro que pueda parecer todo esto y por muy arbitrario
que a primera vista se nos pueda antojar, aquí y allá, esta clasifi-
cación de los juicios, todo el que estudie a fondo el genial desar-
rollo del razonamiento en la “Lógica grande” de Hegel tendrá
que reconocer la verdad interior y la necesidad a que esta clasifi-
cación responde. Y pondremos un ejemplo muy conocido, fuera
de este contexto, para que se vea hasta que punto esta clasifi-
cación tiene su fundamento, no solo en las leyes del pensamiento
sino también en las leyes naturales.”

“Que el frotamiento engendra calor lo sabían ya prácticamente


los hombres prehistóricos cuando, hace tal vez más de diez mil
años, inventaron el fuego por fricción, incluso antes, al calen-
tarse las partes frías del cuerpo frotándolas con la mano. Pero
desde entonces hasta que se descubrió que el frotamiento es una
fuente de calor hubieron de transcurrir quien sabe cuantos mi-
lenios. Sea de ello lo que quiera, llegó el momento en que el
cerebro del hombre estuvo lo suficientemente desarrollado para
poder emitir este juicio: el frotamiento es una fuente de calor,
juicio de existencia y, concretamente, positivo.”

“Pasaron nuevamente varios milenios, hasta en 1842 Mayer,


Joule y Calding investigaron este fenómeno especial, en relación
con otros parecidos que entre tanto habían sido descubiertos;
es decir, se detuvieron a indagar sus condiciones generales más
próximas, hasta formular el siguiente juicio: todo movimiento
mecánico puede trocarse en calor, mediante la fricción. Fue nec-
esario que transcurriese tanto tiempo y que se acumulase una
cantidad enorme de conocimientos empíricos, para que, en el
conocimiento del objeto de que se trata, pudiéramos avanzar
desde el juicio positivo de existencia más arriba formulado hasta
este juicio universal de reflexión.”
413
“Pero, a partir de ahora, las cosas marcharon ya más aprisa. Tres
años más tarde, Mayer pudo, por lo menos en cuanto al fondo
del asunto, elevar el juicio de reflexión hasta la fase en que hoy
sigue: toda forma de movimiento puede y debe, en condiciones
determinadas para cada caso, convertirse, directa o indirecta-
mente, en otra forma de movimiento cualquiera, juicio de con-
cepto, y además apodíctico, es decir, la forma más alta de juicio
en general.”

“Nos encontramos pues, aquí, como resultado de los cono-


cimientos teóricos de la naturaleza del movimiento en general,
con lo máximo que en Hegel se nos muestra como un desarrollo
de la forma discursiva del juicio en cuanto tal. Lo que demuestra,
en efecto, que hay leyes del pensamiento y las leyes naturales
coinciden necesariamente entre si cuando se las conoce de un
modo certero.”

“Podríamos llamar al primer juicio el juicio de lo singular: en el


registra el hecho suelto, aislado, de que el movimiento engendra
calor. Al segundo, el juicio de lo particular: una forma particular
de movimiento, el movimiento mecánico, se revela capaz, en cir-
cunstancias particulares (mediante frotamiento), de convertirse
en otra forma particular de movimiento, en el calor. El tercero es
el juicio de lo universal: toda forma de movimiento puede y debe
necesariamente convertirse en otra distinta. Bajo esta forma de
juicio, cobra la ley su expresión más alta. Nuevos descubrimien-
tos pueden aportar nuevas ilustraciones de ella, enriquecer su
contenido. Pero ya no podremos añadir nada nuevo a la ley mis-
ma, tal y como ha sido formulada. La ley, en su universalidad,
universal por su forma lo mismo que por su contenido, ya no es
susceptible de adaptación: es ya una ley natural absoluta.”

“Desgraciadamente, la dificultad del asunto está en la forma de


movimiento de la albúmina, alias vida, mientras no podamos
producirla nosotros.”

(F. Engels, O.C., pg.90-91)


414 “Hasta ahora, tanto las ciencias naturales como la filosofía han
desdeñado completamente la influencia que la actividad del
hombre ejerce sobre su pensamiento y conocen solamente, de
una parte, la naturaleza y de la otra el pensamiento. Pero el fun-
damento más esencial y más próximo del pensamiento humano
es, precisamente, la transformación de la naturaleza por el hom-
bre, y no la naturaleza por si sola, la naturaleza en cuanto tal, y
la inteligencia humana ha ido creciendo en la misma proporción
en que el hombre iba aprendiendo a transformar la naturaleza. La
concepción naturalista de la historia, sostenida, por ejemplo, en
mayor o menor medida, por Draper y otros naturalistas, y según
la cual es la naturaleza la que influye exclusivamente sobre el
hombre, son las condiciones naturales las que condicionan siem-
pre y en todas partes el desarrollo histórico de este, y es, por con-
siguiente, una concepción unilateral, en la que se olvida que el
hombre actúa también, a su vez, de rechazo, sobre la naturaleza,
la transforma y se crea nuevas condiciones de existencia. Muy
poco, poquísimo, es lo que hoy queda en pie de la “naturaleza”
de Alemania en los tiempos de inmigración de los germanos.
Todo en ella ha cambiado hasta lo indecible, la superficie del
suelo, el clima, la vegetación, la fauna y los hombres mismos,
y todos estos cambios se han producido por obra de la actividad
humana, siendo, en cambio, incalculablemente pequeños, insig-
nificantes, los que durante estos siglos se han manifestado en la
naturaleza de Alemania sin la intervención del hombre.”

(F. Engels, O.C., pg.196)

“Así como la infinitud de la materia cognoscible se halla inte-


grada por una serie de finitudes, la infinitud del pensamiento que
conoce de un modo absoluto se halla formada también por un
número infinito de mentes humanas finitas, que laboran conjunta
o sucesivamente por alcanzar este conocimiento infinito, come-
tiendo pifios prácticos y teóricos, partiendo de premisas erróneas,
unilaterales, falsas, siguiendo derroteros equivocados, torcidos e
inseguros y, no pocas veces, sin acertar siquiera a llegar a resul-
tados certeros cuando se dan de bruces con celos (Priestley). De
ahí, que el conocimiento de lo infinito se halla bloqueado por 415
dos parapetos de dificultades y solo pueda lograrse, conforme a
su naturaleza, en un progreso infinitamente asintótico. Pero esto
es suficiente para que podamos afirmar que lo infinito es tan cog-
noscible como incognoscible, y eso es todo lo que necesitamos.”

(F. Engels, O.C., pg.199)


“El empírico se entrega tan de lleno al hábito de la experien-
cia empírica, que hasta cuando maneja abstracciones cree
moverse en el campo de la experiencia sensible. ¡Sabemos
lo que es la hora o un metro pero no lo que es el tiempo o el
espacio! ¡Como si el tiempo fuese otra cosa que una serie de
horas, o el espacio otra cosa que una serie de metros cúbi-
cos! Las dos fromas de existencia de la materia no son, natu-
ralmente, nada sin la materia, solamente ideas vacuas, abs-
tracciones que sólo existen en nuestra cabeza! Y se dice
que no sabemos tampoco que son la materia y el mov-
imiento! ¡Naturalmente que no, pues hasta ahora nadie ha
visto o percibido de cualquier otro modo la materia en cu-
anto tal o el movimiento en cuanto tal, sino solamente las
diferentes materias y formas de movimiento que realmente
existen! La materia no es otra cosa que el conjunto de materias
de que se abstrae ese concepto; el movimiento en cuanto tal es
simplemente el conjunto de todas las formas de movimiento
perceptibles por medio de los sentidos; palabras como materia
o movimiento son, sencillamente, abreviaturas en las que con-
densamos muchos casos diferentes perceptibles por los sentidos,
tomando sus cualidades comunes. Por tanto, solo podemos con-
ocer la materia y el movimiento investigando las diferentes ma-
terias y formas de movimiento que existen, y a medida que los
conocemos vamos conociendo también, pro tanto (en la misma
medida) la materia y el movimiento en cuanto tales.”

(F. Engels, O.C., pg.200)

“Toda nuestra física, nuestra química y nuestra biología oficiales


son exclusivamente geocéntricas, solo están calculadas para la
tierra. Desconocemos aún totalmente las condiciones de la tensión
416 eléctrica y magnética en el sol, en las estrellas fijas y en las nebu-
losas, e incluso en los planetas de otra densidad que el nuestro.
En el sol, debido a la alta temperatura, quedan en suspenso o solo
rigen momentáneamente dentro de los límites de la atmósfera
solo las leyes de la combinación química de los elementos, y las
combinaciones vuelven a disociarse cuando se acercan al sol. La
química del sol apenas está comenzando y es por fuerza totalmente
distinta de la química de la tierra; no hecha por tierra ésta, pero es
diferente de ella. En las nebulosas tal vez no existen ni siquiera
aquellos de los 65 elementos que posiblemente tienen por sí mis-
mos una naturaleza compleja. Si, por tanto,queremos hablar de
las leyes naturales universales aplicables por igual a todos los cu-
erpos -desde la nebulosa hasta el hombre- sólo podremos referir-
nos a la ley de la gravedad y tal vez a la versión más general
de la teoría de la transformación de la energía, vulgo la teoría
mecánica del calor. Pero, al aplicarse de un modo general y con-
secuente a todos los fenómenos generales, esta misma teoría se
convierte en una exposición histórica de los cambios que van su-
cediéndose en un sistema del universo desde que nace hasta que
desaparece y, por tanto, en una historia en cada de una de cuyas
fases rigen otras leyes, es decir, otras formas de manifestarse el
mismo movimiento universal, lo que quiere decir que lo único
absolutamente universal que permanece es el movimiento.”

(F. Engels, O.C., pg.203)

“La forma última que adopta esta concepción es la de la


“cosa en si”. Este fallo según el cual no podemos llegar a
conocer la cosa en si, pasa en primer lugar del campo de
la ciencia al de la fantasía. En segundo lugar, no añade ni
una sola palabra a nuestro conocimiento científico, ya que
si no podemos ocuparnos de las cosas, es como si estas no
existieran para nosotros. Y, en tercer lugar, se trata de una simple
frase que jamás se aplica. Considerada en abstracto, suena de
un modo completamente racional. Pero tratemos de aplicarla
¿Qué pensaríamos del zoólogo que dijera: “El perro parece tener
cuatro patas, pero en realidad no sabemos si tiene 4 millones
de patas o no tiene ninguna”? ¿O del matemático que empezara 417
definiendo el triángulo como formado por tres lados para decir a
renglón seguido que no sabe si tiene 3 o veinticinco? ¿O que di-
jera de 2x2 parece ser 4? Pero los naturalistas se guardan mucho
de aplicar en sus ciencias la frase de la cosa en si, solo se per-
miten hacerlo cuando se lanzan por los campos de la filosofía. Lo
cual es la mejor prueba de cuan poco en serio lo toman y de cuan
poco valor tiene esta frase en si misma. En efecto, si la tomaran
en serio, a quoi bon (para qué ponerse a investigar nada?”

“Desde el punto de vista histórico podría tener la cosa cierto sen-


tido: el de que solo podemos llegar a conocer bajo las condicio-
nes de la época en que vivimos y dentro de los ámbitos de esas
condiciones.”

(F. Engels, O.C., pg.205)

 [Observación del Che escrita con tinta verde]

Me da la impresión de que la argumentación [¿…? Ilegible la


palabra por la encuadernación original del cuaderno. N.K.] de
Engels es simplista en cuanto a Kant y que la afirmación final
encierra el reconocimiento de la verdad del acerbo kantiano, a
menos que “conocer” tenga una acepción restrictiva o relativa.

“El punto de viraje de las matemáticas fue la magnitud variable


de Descartes. Este introdujo en las matemáticas el movimiento
y, con él, la dialéctica y también, por tanto, necesariamente, el
cálculo diferencial e integral, que comienza inmediatamente, a
partir de ahora, y que Newton y Leibniz, perfeccionaron, pero
no inventaron.

(F. Engels, O.C., pg.221)

“Ya hoy debe desecharse como no científica cualquier fisiología


que no considere la muerte como elemento esencial de la vida,
que no incluya la negación de la vida como elemento esencial de
418
la vida misma, de tal modo que la vida se piense siempre con ref-
erencia a su resultado necesario, la muerte, contenida siempre en
ella en estado germinal. No otra cosa que esto es la concepción
dialéctica de la vida. Ahora bien, para quien comprenda que ello
es así, carecen de todo sentido las chocheras acerca de la inmor-
talidad del alma. O bien la muerte es la descomposición del cu-
erpo orgánico, sino otro residuo que los elementos químicos que
forman su sustancia, o bien deja tras si un principio de vida, más
o menos idéntico al alma, que sobrevive a todos los organismos
vivos, y no solamente al hombre. Basta, pues, en este punto, con
ver claro por medio de la dialéctica acerca de la naturaleza de la
vida y la muerte, para sobreponerse a una ancestral superstición.
Vivir es morir.”

(F. Engels, O.C., pg.253)

“La vida es el modo de existencia de los cuerpos albuminoideos,


cuya nota esencial consiste en un intercambio permanente de
sustancias con la naturaleza exterior que los rodea y que, al cesar
este intercambio dejan también de existir, entrando la albúmina
en proceso de desintegración.”

(F. Engels, O.C., pg.259)

“Toda la teoría devenicista de la lucha por la existencia es, pura


y simplemente, la teoría del ballum omnio contra omnas (guerra
de todos contra todos) de Hobbes, la teoría de los economistas
burgueses sobre la competencia y la teoría maltusiana de la po-
blación, llevadas de la sociedad a la naturaleza viva. Una vez
realizado este juego de .. (cuya incondicional legitimidad sigue
siendo muy dudosa sobre todo en lo que se refiere a la teoría
maltusiana), resulta muy fácil retrotraer de nuevo estas teorías de
la historia natural a la historia social y, con un candor en verdad
excesivo, sostener que, al hacerlo así, se ha dado a estas afirma-
ciones el valor de leyes naturales eternas de la sociedad.”

(F. Engels, O.C., pg.265)

“Por si sola, la concepción de la historia como una serie de lu- 419


chas de clases es mucho más rica en contenido y más profunda
que la simple reducción a las diferentes fases, poco variadas en-
tre si, de la lucha por la existencia.”

(F. Engels, O.C., pg.266)


 [Balance escrito por el Che con tinta roja]

(Obra magnífica en muchos sentidos, pero incompleta y frag-


mentaria, con capítulos que están como fijados con cola y otros
de desarrollo técnico poco acequibles al no especializado y que
han perdido vigencia; la electricidad no es hoy un rompecabe-
zas teórico de ningún hombre de ciencia. Lo mejor de la obra
son los pensamientos inconclusos en torno a la dialéctica y ob-
servaciones aisladas que tienen hoy validez universal, como su
definición de la vida.)

“Por eso, si nos preguntaran cuál ha sido el efecto más importante


de la revolución ¿cualquiera de las cosas que hemos enumerado
anteriormente?, diríamos: No, la más extraordinaria consecuen-
cia de esta revolución es la increíble conciencia revolucionaria
que se ha desarrollado en el pueblo.”

(Fidel Castro, discurso del 2 de enero de 1967, Plaza de la


Revolución)

“Las leyes de la historia no tienen nada de común con el esque-


matismo pedantesco. El desarrollo desigual, que es la ley más
general del proceso histórico, no se nos revela, en parte alguna,
con la evidencia y complejidad con que lo patentiza el destino
de los países atrasados. Azotados por el látigo de las necesidades
materiales, los países atrasados vense obligados a avanzar a sal-
tos. De esta ley universal del desarrollo desigual se deriva otra
que, a falta de nombre más adecuado, calificaremos de ley del
desarrollo combinado, aludiendo a la aproximación de todas
las etapas del camino y a la combinación de distintas fases, a la
amalgama de formas arcaicas y modernas.”
420
(León Trotsky, Historia de la revolución rusa, Editorial Tilcara,
Buenos Aires, 1962, Tomo I)

“La dualidad de poderes no solo no presupone, sino que, en ge-


neral, excluye la división del Poder en dos segmentos y todo
equilibrio formal de poderes. No es un hecho constitucional, sino
revolucionario, que atestigua que la ruptura del equilibrio social
ha roto ya la superestructura del Estado. La dualidad de poderes
surge allí donde las clases adversas se apoyan ya en organizacio-
nes estatales sustancialmente incompatibles entre si y que a cada
paso se eliminan mutuamente en la diversidad del país. La parte
de Poder correspondiente a cada una de las dos clases combati-
entes responde a la proporción de fuerzas sociales y al curso de
la lucha.”

(León Trotsky, O.C., pg. 244-5)

“Puede afirmarse como ley, que los gobiernos revolucionarios


son tanto más tolerantes, liberales y “generosos” en la reacción,
cuanto más mezquino es su programa, cuanto más comprometi-
do se halla con el pasado y más conservador es su papel. Y a la
inversa: cuanto más grandiosos son los fines y mayor suma tiene
de derechos conquistados e intereses lesionados, más intenso es
el Poder revolucionario y más dictatorial. Podrá ser esto un mal
o un bien, el hecho es que hasta ahora la humanidad ha avanzado
siguiendo ese camino.”

(León Trotsky, O.C., pg. 275)

“La llegada de Lenin sólo acelera el proceso. Su ascendiente


personal redujo las proporciones de la crisis. Sin embargo, ¿pu-
ede afirmar alguien con seguridad que sin él, el partido habría
encontrado su senda? Nosotros no nos atreveríamos en modo al-
guno a afirmarlo. Lo decisivo, en estos casos, es el factor tiempo,
y cuando la hora ha pasado es hasta difícil echar una ojeada al
reloj de la historia. De todos modos, el materialismo dialéctico
no tiene nada de común con el fatalismo. La crisis que inevi-
421
tablemente tenía que provocar aquella discusión oportunista hu-
biera cobrado sin Lenin un carácter excepcionalmente agudo y
trabajoso. Desde luego, las condiciones de la guerra y la revolu-
ción no dejaban al partido mucho margen de tiempo para cumplir
con su misión. Hubiera podido ocurrir muy bien, por tanto, que
el partido, desorientado y dividido, perdiera por muchos años la
ocasión revolucionaria. El papel de la personalidad cobra aquí
entre nosotros proporciones verdaderamente gigantescas. Hay
que saber comprender ese papel, considerando a la personalidad
como un eslabón de la cadena histórica.”

(León Trotsky, O.C., pg. 377)

“La esencia es el aspecto interno, relativamente estable, de la


realidad objetiva, que permanece oculto tras la superficie de los
fenómenos y que se manifiesta a través de ellos.” “El fenómeno
es el aspecto externo más movible y cambiante de la realidad
objetiva, que constituye la forma de manifestarse la esencia.”

(M.M. Rosental y M. Straks, Categorías del materialismo di-


aléctico, Editorial Grijalbo, México, 1962, pg. 55)

“La unidad de la esencia y el fenómeno reviste un carácter con-


tradictorio. La esencia expresa algo universal, en tanto que el
fenómeno hace patente algo singular; en la esencia se presenta
el aspecto interno, profundo, de la realidad, mientras que en el
fenómeno se muestra el aspecto externo, superficial; la esencia
tiene mayor estabilidad, se halla en reposo y es constante; en
cambio, el fenómeno se distingue por su movilidad y mutabili-
dad; la esencia se manifiesta por medio del fenómeno, en tanto
que éste se presenta en forma directa e inmediata.”

(M.M. Rosental y M. Straks, O.C., pg. 62)

“Por oposición al materialismo metafísico, el materialismo di-


aléctico distingue entre causas esenciales — determinantes, de-
cisivas — y no esenciales — accesorias, secundarias — de un
fenómeno.”
422
(M.M. Rosental y M. Straks, O.C., pg. 106-107 [Los subrayados
que en sus Cuadernos de notas el Che reproduce con letra de
imprenta y aquí lo hacemos con negritas pertenecen al original
de Rosental y Straks. Nota de N.K.])
“La teoría del equilibrio, concepción típicamente burguesa por su
orientación ideológica, corre un velo sobre el abismo que divide
a las clases antagónicas y sobre su lucha y predica la armonía de
clases bajo el lema de la «lucha contra la naturaleza». Kautsky y
otros revisionistas se han valido de la teoría del equilibrio como
un medio para sembrar ilusiones reformistas entre la clase ob-
rera. Y, en los años de la lucha por la edificación del socialismo
en la URSS, los oportunistas de derecha la convirtieron en arma
teórica suya.”

(M.M. Rosental y M. Straks, O.C., pg. 112)

“La causa y el efecto cambian constantemente de lugar en la


realidad objetiva. El fenómeno, que actúa como causa en deter-
minado fenómeno, es siempre efecto de otro. Todo fenómeno es,
al mismo tiempo, causa y efecto, pero lo es - y esto es lo esencial
- en relaciones distintas.”

(M.M. Rosental y M. Straks, O.C., pg. 113 [Los subrayados que


en sus Cuadernos de notas el Che reproduce con letra de im-
prenta y aquí lo hacemos con negritas pertenecen al original de
Rosental y Straks. Nota de N.K.])

“La repercusión del efecto sobre la causa que lo engendró y la


acción mutua entre la causa y el efecto en cada nexo causal en
particular, constituyen una expresión muy importante del caráct-
er dialéctico de la relación causal.”

(M.M. Rosental y M. Straks, O.C., pg. 114)

“El materialismo dialéctico entiende por necesidad lo que tiene


su causa en si mismo, lo que se desprende inevitablemente y con
fuerza de ley de la esencia misma, de los nexos internos de las 423
cosas, de los procesos y acontecimientos; lo que ha de suceder,
forzosamente, así y no de otro modo.”

(M.M. Rosental y M. Straks, O.C., pg. 129)


“La casualidad [es lo que] tiene su fundamento y causa fuera de
sí, en otra cosa, no en sí mismo, ni [en] la esencia de los fenóme-
nos, de los procesos, de los hechos mismos, ni de las cosas; es lo
que se desprende de los nexos accidentales o externos, no de los
nexos y vínculos internos, y lo que, en virtud de ello, puede ser
o no ser, lo que puede ser [en el original de Rosental y Straks, en
lugar de “ser” dice “suceder”. Nota de N.K.] así o de otro modo.”

(M.M. Rosental y M. Straks, O.C., pg. 129-30)

“Marx define la ley como “la conexión interna y necesaria entre dos
cosas ...” Y en Lenin encontramos la definición de la ley como una
relación de esencias o entre esencias, como el fenómeno esen-
cial.”

(M.M. Rosental y M. Straks, O.C., pg. 156)

“La ley es una relación necesaria [en su transcripción el Che


omitió el término “esencial”. Nota de N.K.], interna y estable
de los objetos y fenómenos, expresada en los movimientos de
éstos.”

(M.M. Rosental y M. Straks, O.C., pg. 166)

“Así pues, el carácter específico de toda ley objetiva, ya sea


general o particular, estriba, primero en lo que la distingue de
otras leyes, que operan en el sector dado de fenómenos; segundo,
en lo que la distingue [en la edición de 1958, en lugar de “dis-
tingue” figura el término “diferencia”. Nota de N.K.] de las leyes
que rigen en otros sectores de la realidad, y, tercero, en aquello
por que se caracteriza la acción de una determinada ley en dife-
rentes condiciones históricas concretas.”
424
(M.M. Rosental y M. Straks, O.C., pg. 175)

“En el mundo objetivo, el contenido es el aspecto interno de los


objetos. Este aspecto representa un conjunto de elementos y pro-
cesos que constituyen el fundamento de la existencia y del desar-
rollo de las cosas. La forma es la organización, la estructuración
del contenido. En los fenómenos, que pertenecen a la esfera del
conocimiento, la forma es la expresión del contenido.”

(M.M. Rosental y M. Straks, O.C., pg. 197)

[Balance escrito por el Che con tinta verde]

(Es un manual incompleto, lleno de dogmatismo y de referen-


cias de contenido partidario y hacia el xx congreso. No sirve
sino para sacar algunas citas y tener una idea de lo que los
clásicos pensaban al respecto.)

“Con la Reforma Agraria de 1953 fue limitado el campo de ac-


ción de los feudales (antiguos y nuevos), pero no el de los terrate-
nientes y propietarios ricos (con excepción de casos parciales).
Por el hecho de estar todos ellos ligados en la explotación común
de los pueblos indígenas, su diferenciación es casi formal, no es
fácil diferenciarlos y hacen todos los esfuerzos por no ser dife-
renciados. Hay en ellos ligazones de índole nacional, ligazones
nacionalistas bolivianas, tan fuertes como sus ligazones clasistas
para luchar contra los pueblos indígenas y las clases sociales de-
sposeídas.”

“Actualmente hay que determinar si los feudales terratenientes y


propietarios ricos bolivianos, «afectados» por la Reforma Agrar-
ia, son en estos momentos iguales feudales y terratenientes que
antes, que viven de la renta fundiaria, o sea, del arrendamiento
de la tierra a los campesinos. No hay duda de que tal situación
se mantiene, como se mantiene también la explotación de los
pueblos indígenas como tales pueblos. Hay simplemente dife-
rencias de magnitud, pero no hay diferencias en la esencia del 425
problema.”

“Hay una consolidación de la propiedad feudal (disimulada o


enmascaradamente favorecida por el punto IV.”
(Jorge Ovando, Sobre el problema nacional y colonial de Bolivia,
Editorial Canelas, Cochabamba, 1961, pg. 5 y 6 del prólogo)

[Balance escrito por el Che con tinta azul]

Libro monocorde, con una tesis interesante sobre el tratamiento


de Bolivia como Estado multinacional y el [incomprensible la
escritura.... quizás diga “¿y el resto?”. Nota de N.K.], aquí ex-
presa de que la Reforma Agraria boliviana es un mito, cosa que
habría que investigar más a fondo y estadísticamente. Se pudo
haber hecho un folleto de 50 pgs. pero el autor nos obsequia
con 450, desilvanadas, repetidas y con profusión de citas.

“Por boca de Plejanov, acogido con ruidosos aplausos de toda la


sala -la izquierda homenajeaba a su viejo maestro, la derecha a
su nuevo aliado-, habló el marxismo ruso de los primeros tiem-
pos, cuya perspectiva se había detenido durante décadas enteras
en la libertad política. Allí donde la revolución no hacía más que
empezar para los bolcheviques, había terminado ya para Ple-
janov. Este, al mismo tiempo que que aconsejaba a los industria-
les que “buscaran el modo de acercarse a la clase obrera”, decía a
los demócratas: “Necesitais absolutamente procesos de acuerdo
con los representantes de la clase comercial e industrial”. Como
ejemplo de que era preciso ciudarse, aludió Plejanov al “triste
recuerdo de Lenin”, el cual había descendido hasta tal punto que
incitaba al proletariado a “tomar inmediatamente el poder políti-
co en sus manos”. La presencia de Plejanov, que había dejado sus
últimas armas de revolucionario en el umbral de la revolución,
era necesaria en la Conferencia precisamente para poner en guar-
dia contra la lucha por el poder.”
426
(León Trotsky, Historia de la revolución rusa, T.II, Editorial Til-
cara, Bs.As., 1963)
“La evaluación de la propia fuerza constituye un elemnto ex-
traordinariamente importante de la correlación objetiva de las
fuerzas.”

(León Trotsky, O.C., pg. 277)

“¿Cómo se explica que con un aparato tan débil y una insignifi-


cante tirada de prensa, pudieran penetrar en el pueblo las ideas
y las consignas del bolchevismo? La solución de este enigma es
muy sencilla: en las consignas que responden a las necesidades
agudas de una clase y una época, se crean por si solas miles de
canales. La ardiente atmósfera de la revolución es un gente con-
ductor de ideas extraordinariamente elevado.”

(León Trotsky, O.C., pg. 338)

“El estudio de la realidad era para Lenin no más que una incur-
sión teórica en interés de la acción. Al apreciar la situación, veía
siempre en el centro de la misma al Partido como fuerza activa.
Sentía una hostilidad particular o, para decirlo más fielmente,
repugnancia hacia el austromarxismo (Otto Bolier, Hilferding y
otros), para el que el análisis teórico no es más que un comen-
tario lleno de suficiencia de pasividad. La prudencia es un freno,
no un motor. Nadie ha dado cima todavía a ningún viaje valién-
dose de un freno, ni más ni menos que nadie ha hecho jamás cosa
grande en la prudencia. Pero los bolcheviques sabían muy bien,
al mismo tiempo, que la lucha exigía un exacto conocimiento,
una ponderada consideración de las fuerzas, que era preciso ser
prudentes para tener derecho a ser temerarios.”

(León Trotsky, O.C., pg. 346)

“Lo que caracteriza la estructura social de una nación atrasada es 427


el predominio de los polos históricos extremos, de los campesinos
rudimentarios y de los obreros avanzados, sobre las formaciones
medias, sobre la burguesía. Las tareas de una clase pasan a las
espaldas de otra. El proletariado debe encargarse de suprimir los
residuos medioevales en el terreno nacional.”
(León Trotsky, O.C., pg. 445)

[Comentario escrito por el Che en tinta verde]

[Le falta decir que esto es propio del imperialismo; los obreros
avanzados son incrustaciones de proletariado ocupados por
una técnica foránea.]

“Cuanto más “madura” se mostraba la burguesía de la per-


iferia, tanto más se ligaba estrechamente al aparato gen-
eral del Estado. Considerada en su conjunto, la burgue-
sía de las naciones oprimidas desempeña ante la burgue-
sía dirigente el mismo papel de compradora que esta últi-
ma respecto al capital financiero mundial. La compleja
jerarquía de dependencias y de antagonismos no descartaba ni
por un día la solidaridad fundamental en la lucha contra las ma-
sas insurgentes.”

(León Trotsky, O.C., pg. 449)

“Durante el primer mes de vida clandestina, Lenin escribió un


libro: El Estado y la revolución, cuyos antecedentes documen-
tales había recopilado en el exilio, bajo la guerra. Con la misma
escrupulosidad con que reflexionaba sobre las tareas prácticas
del día, ahora desarrolla sus ideas acerca de los problemas teóri-
cos del Estado. No podría ser de otro modo: para él la teoría
es, y no de palabra, una guía orientada hacia la acción. Lenin
no se propone ni por un momento introducir novedades en la
teoría. Muy por el contrario; rodea a su obra de modestísima
apariencia, pues subraya su calidad de discípulo que quie-
428 re restablecer la “verdadera doctrina del marxismo sobre el Es-
tado.”

“Por la selección minuciosa de los textos y su detallada in-


terpretación polémica, el libro puede parecer pedante ... a los
pedantes verdaderos, incapaces de percibir bajo ese análisis de
citas, el impetuoso latido del pensamiento y de la voluntad. El
simple hecho de reconstruir la teoría clasista del Estado en un
nuevo nivel, históricamente superior, hace que Lenin infun-
da a las ideas de Marx otro carácter concreto y, por ende, una
nueva significación. Pero la mayor importancia de esta obra
sobre el Estado reside en ser la introducción científica al le-
vantamiento más trascendental que ha conocido la historia. El
“comentarista” de Marx prepara su partido para vencer revolu-
cionariamente sobre la sexta parte del mundo.”

(León Trotsky, O.C., pg. 524)

“Es indispensable comprender exactamente la relación entre


insurrección y conspiración, lo que las opone y lo que las com-
plementa, tanto más cuanto que el término “conspiración” tiene
un sentido contradictorio en la literatura marxista, ya sea que
designe la empresa independiente de una minoría que asume la
iniciativa, o la preparación, por la minoría de un levantamiento
mayoritario.”

“La historia prueba, es verdad, que en determinadas condicio-


nes una insurrección popular puede vencer aún sin necesidad
de complot. Al manifestarse con ímpetu “elemental” a través
de una revuelta generalizada, en múltiples protestas, mani-
festaciones, huelgas, choques callejeros, la insurrección pu-
ede arrastrar a un sector del ejército, paralizar las fuerzas del
enemigo y derribar el antiguo poder. Hasta cierto límite, es lo
que sucedió en Rusia en febrero de 1917. Un cuadro seme-
jante presenta el desarrollo de las revoluciones alemana y
austro-húngara durante el otoño de 1918. Como en uno y otro
caso no figurasen a la cabeza de los insurgentes partidos pro-
fundamente compenetrados de los intereses y designios de la
insurrección, la victoria de esta última debía trasmitir el poder, 429
inevitablemente, a aquellas fuerzas que hasta el último momento
se habían opuesto a su estallido.”

“Derribar el antiguo poder es una cosa, y otra distinta adue-


ñarse de él. La burguesía, en una revolución, puede hac-
erse del poder no porque sea revolucionaria, sino porque es
la burguesía; tiene la propiedad, la instrucción, la prensa,
una red de apoyos, una jerarquía de instituciones. Muy dis-
tinto es el caso del proletariado: privado de privilegios socia-
les que no existen en su seno, el proletariado insurrecto sólo
puede contar con su propio número, su cohesión, sus cuadros, su
estado mayor.”

(León Trotsky, O.C., pg. 569-70)

“El término “momento” no ha de entenderse muy al pie de la letra,


como un día o una hora determinados, aún en los alumbramien-
tos, la naturaleza recuerda un margen considerable, cuyos límites
interesan no sólo a la obstetricia, sino también a la casuística del
derecho de sucesión. Entre el momento en que la tentativa insur-
reccional, por ser irremediablemente prematura conduciría a un
aborto revolucionario, y aquel otro en que la situación favorable
se ha desvanecido sin remedio, transcurre una etapa de la revolu-
ción -puede medírsela en semanas cuando no en algunos meses-
durante la cual el alzamiento tiene probabilidades más o menos
serias de triunfo. Saber situar este período relativamente breve y
establecer inmediatamente un momento determinado, en el sen-
tido del día y de la hora para dar el último golpe, constituye la re-
sponsabilidad más grande de la dirección revolucionaria. Cumple
considerarla el nudo del problema, puesto que vincula la políti-
ca revolucionaria con la técnica de la insurrección; habría que
recordar que la insurrección, lo mismo que la guerra, es la pro-
longación de la política, solo que por otros medios?”

(León Trotsky, O.C., pg. 574-5)

“La premisa real de una revolución consiste en la incapa-


cidad del régimen social existente para resolver los prob-
430
lemas fundamentales del desarrollo de un país. Pero ni aún
así la revolución será posible si entre los diversos compo-
nentes de la sociedad no aparece una nueva clase capaz de
tomar las riendas de la nación para resolver los problemas
planteados por la historia. Una revolución se abre camino
cuando las tareas objetivas, producto de las contradicciones
económicas y de clase, logran proyectarse en la conciencia de
las masas humanas conscientes, la modifican y establecen una
nueva relación política de fuerzas.”

“Por su incapacidad manifiesta para librar al país del atochadero,


las clases dirigentes pierden fe en si mismas, los viejos partidos
se descomponen, líbrase una lucha encarnizada entre grupos y
camarillas, todas las esperanzas se depositan en un milagro o en
un taumaturgo. Aquí reside una de las premisas políticas de la
insurrección, fundamental, pero pasiva.”

“Por su parte, la nueva conciencia política de la clase revolu-


cionaria, principal premisa táctica de la insurrección, se manifi-
esta en una colérica hostilidad hacia el orden constituído, y en la
determinación de empeñar los esfuerzos más heroicos, de sufrir
inmolaciones dolorosísimas para sacar al país del marasmo en
que se debate.”

“Los dos campos protagónicos -el de los grandes proletarios y


el de la clase obrera- no suman, sin embargo, la totalidad de la
nación. En medio están las amplias capas de la pequeña bur-
guesía, recorriendo la gama del prisma económico y político.
El descontento de las capas intermedias, su desilusión ante la
política de la clase dirigente, su impaciencia y su rebeldía, su in-
clinación a sostener la iniciativa audazmente revolucionaria del
proletariado, constituyen el tercer requisito político de la insur-
rección, pasivo en parte, ya que gracias a él se neutralizan las
altas capas de la alta burguesía, pero también activo, en cuanto
empuja a los sectores pobres a luchar directamente, codo con
codo con los obreros.”

“Es evidente que estas premisas se condicionan las unas a las


431
otras: cuanto más resolución y firmeza muestre el proletariado
y mayores sean sus posibilidades de arrastrar a las capas inter-
medias, mayor será su desmoralización política. Por su parte, la
descomposición de los sectores dirigentes lleva agua al molino
de la clase revolucionaria.”
“El proletariado solo puede adquirir esa confianza en su poderío,
indispensable para lanzarse a la insurrección, cuando descubre ante
sus ojos una clara perspectiva, cuando tiene la posibilidad verificar
objetivamente una relación de fuerzas que evoluciona a favor suyo y
cuando se sabe dirigido por una jefatura inteligente, firme y
audaz. Esto nos conduce a la última condición, pero no menos
importante para la conquista del poder: el partido revolucionario,
como vanguardia sólidamente unida y templada de la clase.”

(León Trotsky, O.C., pg. 575-6)

 [Comentario escrito por el Che en tinta verde]

[En el primer párrafo hay una inconsecuencia teórica: como


podrá surgir la incapacidad de que habla sino en el marco de una
ruptura de la armonía entre relaciones de producción y fuerzas
productivas que incluye, necesariamente, la clase antagónica y
desarrollada. ]

“Una combinación favorable de condiciones históricas internas


y exteriores permitió al proletariado ruso tener a su cabeza un
partido revolucionario de temple y claridad política como jamás
han existido.”

“Gracias a ello, una clase joven y relativamente exigua, pudo


cumplir una tarea histórica de gigantesca envergadura. En gen-
eral, como lo demuestra la Comuna de París, la Revolución ale-
mana y austríaca de 1918, los soviets de Hungría y de Baviera,
la revolución italiana de 1919, la crisis alemana de 1923, la rev-
olución china de los años 1925-1927 y la revolución española
432 de 1931, el eslabón más débil en la cadena de las condiciones
ha sido, hasta ahora, el del partido: lo más difícil para la clase
obrera consiste en arear una dirección revolucionaria que esté
a la altura de sus tareas históricas. En los países más viejos y
más civilizados, hay fuerzas considerables que trabajan para de-
bilitar y desintegrar la vanguardia revolucionaria. Buena parte de
esta tarea corresponde a la socialdemocracia y su lucha contra el
“blanquismo”, denominación bajo la cual se engloba la esencia
revolucionaria del pensamiento marxista.”

 (León Trotsky, O.C., pg. 576-7)

“Los silogismos del desarrollo objetivo jamás coinciden día por


día con los silogismos de la reflexión de las masas. Y cuando
los acontecimientos imponen con urgencia una importante de-
terminación práctica, vemos que nunca será posible recurrir a
un referendum...La acción misma se encarga de ir igualando los
distintos niveles y estados de espíritu de las capas populares:
los elementos de vanguardia arrastran a los vacilantes y aíslan
a quienes oponen resistencia. A la mayoría no se la recuenta, se
la conquista. La insurrección surge precisamente, cuando no se
ve más salida que la acción directa para resolver las contradic-
ciones.”

(León Trotsky, O.C., pg. 580)

 [Comentario escrito por el Che en tinta roja]

[Es un libro apasionante pero del cual no se puede hacer una


crítica pues está de por medio la calidad de actor que tiene el
historiador. De todas maneras, arroja luz sobre toda una serie
de hechos de la gran revolución que estaban enmascarados por
el mito. Al mismo tiempo, hace afirmaciones aisladas cuya vali-
dez es total al día de hoy. En resumen, si hacemos abstracción
de la personalidad del autor y nos remitimos al libro, este debe
considerarse una fuente de primer orden para el estudio de la
revolución rusa.] 433

“Vemos, por tanto, que la filosofía de la antigua Grecia se dis-


tinguía por su gran variedad y riqueza de corrientes. En ellas se
dieron los gérmenes o brotes de todas las concepciones del mun-
do posteriores. La filosofía de los antiguos griegos se desarrolló
cuando ya había surgido, tanto en Grecia como en los países de
Oriente, la división entre el trabajo físico y el trabajo intelectual,
división que representaba un fenómeno progresivo en la época
en que la comunidad primitiva era desplazada por el régimen de
la esclavitud. Numerosas y variadas escuelas filosóficas griegas
se formaron en la época en que se agudizó la lucha política entre
los diversos sectores de la clase esclavista y en que las contradic-
ciones entre los esclavos y los esclavistas se ahondaban cada vez
más. La ampliación de los vínculos comerciales de la antigua
Grecia con los pueblos de Oriente contribuyó a que los griegos
cono-cieran la cultura de esos pueblos y se familiarizaran con sus
adquisiciones científicas y sus ideas filosóficas.”

“Dentro de cada una de las tendencias fundamentales y opuestas


entre sí de la filosofía griega - o sea el materialismo y el ideal-
ismo - fueron plasmándose diversas escuelas y tendencias.”

“El antiguo materialismo griego era, a la vez, una concepción


dialéctica espontánea del mundo, pero en su seno, fue apuntan-
do también una tendencia antidialéctica a la desarticulación y
al análisis. Esta tendencia constituía el germen inicial, aún no
desarrollado, del materialismo mecanicista y metafísico futuro.
Las ideas de los antiguos materialistas griegos, sobre la materia,
sobre el devenir de ella y su sujeción a leyes se caracterizaban
por su gran diversidad.”

“En su concepción de la materia, las escuelas materialistas más


antiguas partían de la percepción inmediata, concreto-sensible,
de la naturaleza. Al desarrollarse posteriormente, el materialismo
griego antiguo llegó a la concepción más profunda y más gener-
alizada de la materia como fundamento material de los fenóme-
nos naturales, fundamento que la razón podía conocer por medio
434 de los órganos sensoriales. Esta se relacionaba con la aplicación
del análisis lógico al concepto de materia, concebida como el
conjunto de las partículas materiales. A su vez, el concepto de
partícula material variaba en las distintas escuelas materialistas;
se revelaron divergencias sobre el modo de abordar el estudio
de las partículas materiales - modo cuantitativo y cualitativo - y
surgió el problema de la divisibilidad o indivisibilidad de esas
partículas, del carácter de su movimiento.”

“Los antiguos materialistas también se plantearon y resolvieron


de distinta manera el problema del movimiento de la materia;
formularon los primeros atisbos del automovimiento de la mate-
ria, del devenir por medio de la lucha de los contrarios, y dieron
respuestas diversas a esta cuestión.”

“En el curso de la lucha del determinismo contra la teología, fue


resolviendo el problema de la sujeción de la naturaleza a leyes
objetivas; los materialistas rechazaron la teleología por ver en ella
un modo anticientífico de abordar los fenómenos naturales y ex-
pusieron distintas concepciones de la necesidad. Pero en el pro-
pio determi-nismo, dirigido contra el idealismo y la religión, se
anidaba cierta tendencia fatalista que fue superada por el material-
ismo sobre la base de su atisbo dialéctico espontáneo del carácter
contradictorio del movimiento.”

“En los problemas gnoseológicos también se puso de manifiesto


la diversidad de corrientes filosóficas de la antigua Grecia. En-
frentándose a la «línea de Platón», los materialistas defendían
el materialismo sensualista contra el racionalismo idealista. Se
enriqueció cada vez más la teoría materialista del conocimiento
y fue adquiriendo mayor profundidad la concepción de las rela-
ciones mutuas entre los grados sensible y racional del proceso
cognoscitivo.”

“El idealismo, opuesto al desarrollo de la «línea de Demócri-


to», se dividió a su vez en diversas escuelas y corrientes, en-
cabezaban el campo idealista los representantes del ideal-
ismo objetivo, del platonismo. Pero, junto a este racional-
435
ismo idealista, aparecieron también los primeros brotes de un
sensualismo idealista. Durante el período de desintegración
de la antigua sociedad esclavista giega se propagaron espe-
cialmente diversas formas de escepticismo, del agnosticismo
antiguo (escuela de Pirrón, escepticismo académico que sus-
tituyó en la Academia al idealismo platónico). En ese mismo
período se elevó cada vez más el papel de las escuelas deca-
dentes místico-idealistas y religiosas. En todos estos múltiples y
variados gérmenes de distintas concepciones del mundo se rev-
elaba ya el contenido fundamental de la historia de la antigua fi-
losofía griega: la lucha entre la «línea de Demócrito» y la «línea
de Platón».

“La riqueza de ideas de la antigua filosofía griega, la existencia


de gran número de escuelas dentro de ella, la aguda lucha entre el
idealismo y el materialismo y la última relación entre las con-
cepciones filosóficas de los antiguos pensadores griegos y los
acontecimientos políticos de esta agitada época demuestran que
la filosofía griega ocupa un lugar prominente en la historia de la
cultura y que, al mismo tiempo, constituye una importante fase
del progreso del conocimiento humano.”

(M.A. Dynnik y otros, Historia de la filosofía (T.I, de la Anti-


güedad a comienzos del siglo XIX), Editorial Grijalbo, México,
1960, pgs. 124-25)

“El período de las primeras revoluciones burguesas y de la con-


solidación del capitalismo en los países de Europa Occidental se
caracteriza por los grandes avances de la filosofía materialista.”
“Las teorías materialistas de los filósofos progresivos de esta
época -Galileo, Bacon, Hobbes, Gassendi, Spinoza, Locke Y To-
land- marcaron el comienzo de una nueva forma histórica de ma-
terialismo, el materialismo metafísico. Dicha forma de filosofía
materialista, desarrollada durante los siglos XVII y XVIII, poseía
una serie de rasgos particulares, que la distinguía del material-
ismo ingenuo de los antiguos.”

“Los rasgos específicos de la nueva forma de materialismo


436
respondían al hecho de que esta forma había surgido en medio de
las condiciones históricas del nacimiento de un nuevo régimen,
el régimen capitalista, en las entrañas mismas de la sociedad
feudal, y había alcanzado un desarrollo en la época de las revo-
luciones burguesas. Dichos rasgos obedecían también al hecho
de que, durante ese período, se desarrollaron considerablemente
las ciencias naturales experimentales; cuyo carácter mecanicista
halló expresión en la Filosofía.”

“La primera particularidad esencial de esta nueva forma de ma-


terialismo consistía en que, al expresar en última instancia los in-
tereses del desarrollo capitalista, servía los fines de la burguesía
ascendente, de la «nueva nobleza» y de otras capas antifeudales,
que se manifestaban en favor del desarrollo del capitalismo.”

“La segunda particularidad distintiva de esta nueva forma de


materialismo estribaba en que en ella se sintetizaban los pro-
gresos de las ciencias naturales, conquistados al desgajarse
una serie de disciplinas especiales del tronco de la ciencia an-
tes indivisa y única. El materialismo, que cambia de forma al
cambiar el carácter y el nivel de desarrollo de las ciencias de
la naturaleza, adoptó la forma de materialismo mecanicista du-
rante los siglos XVII y XVIII. La formación de ramas espe-
ciales del conocimiento en aquel tiempo (de la mecánica que se
ramificó en la llamada mecánica terrestre, o mecánica en el sen-
tido estricto del término, y en mecánica celeste o astronomía;
de la matemática vinculada directamente con el progreso de la
mecánica y de las secciones de la física colindantes con ella)
imprimió su huella en el desarrollo de la filosofía materialista.
Los filósofos de los siglos XVII y XVIII apoyaban sus teorías
en los éxitos de las ciencias mecánicas, pues en aquella época,
ni la química ni la biología tenían aún una base científica. A su
vez, la filosofía materialista de los siglos XVII y XVIII influyó
considerablemente en el progreso de las ciencias naturales de
aquel tiempo.”

“la tercera particularidad esencial de esta nueva forma de ma-


terialismo, que la distinguía del materialismo antiguo, consistía 437
en su método específico de conocimiento, en su modo peculiar
de abordar los fenómenos de la naturaleza. Mientras que los ma-
terialistas de la Antigüedad se caracterizaban por su dialéctica
espontánea, los filósofos de los siglos XVII y XVIII combinaban
el método metafísico con el materialismo.”
“Los dialécticos antiguos consideraban a la naturaleza, a la so-
ciedad y al conocimiento mismo en su conjunto y conocían al-
gunos rasgos generales de su desarrollo, pero todavía no se basa-
ban en un análisis científico de los fenómenos naturales. A partir
del siglo XVI, los investigadores de la naturaleza y los filósofos
metafísicos empezaron a analizar los objetos del conocimiento
y a dividir la naturaleza en partes, como resultado de lo cual
llegaron a conocer más profundamente los fenómenos naturales.
En esto aventajaban a los pensadores dialécticos de la Antigüe-
dad; pero, al mismo tiempo, dieron un paso atrás al abandonar
el modo dialéctico espontáneo de enfocar la naturaleza como un
todo único, característico de los filósofos antiguos.”

“El materialismo metafísico del siglo XVII era un materialismo


«por abajo», ya que sólo se aplicaba a los fenómenos de la na-
turaleza, pues en el modo de concebir los fenómenos de la vida
social cedía su sitio al idealismo.”

“Una de las tareas fundamentales que se planteaban a los filó-


sofos de aquel siglo era la de crear un método de conocimiento.
En torno a esta cuestión, se acusaban entre ellos dos tendencias
principales. Una, que consistía en situar en primer plano el fun-
damento empírico del conocimiento. Los avances de las ciencias
naturales en aquella época acentuaban especialmente la impor-
tancia del estudio de la naturaleza basado en la experiencia; por
ello los pensadores más avanzados, al generalizar las nuevas
adquisiciones de las ciencias naturales, atribuían una importan-
cia decisiva a la experiencia, al experimento, en el conocimiento
del mundo.”

“La otra tendencia en la tarea de forjar un método de cono-


438 cimiento se manifestaba en los intentos de dar una solución
racionalista al problema del papel del pensamiento teórico; en
efecto, muchos filósofos atribuían una importancia decisiva a la
razón en el proceso cognoscitivo. Los principales representantes
de la tendencia empirista eran Bacon, Hobbes, Locke y, en cierto
grado, Gassendi. La tendencia racionalista se manifestaba en la
física de Descartes, es decir, en su concepción de la naturaleza, y
en la filosofía de Spinoza.”

“La contraposición de la experiencia a la razón en la teoría del


conocimiento demostraba las limitaciones históricas de la fi-
losofía del siglo XVII. Tanto los empiristas y sensualistas en un
plano fundamental a la fase inicial del conocimiento empírico
sensible, como los racionalistas que absolutizaban la otra fase
cognoscitiva, o sea el pensamiento racional, separándolo de su
fase empírica, aislaban dos grados del conocimiento, mutua-
mente necesarios e inidisolublemente unidos.”

(M.A. Dynnik y otros, Historia de la Filosofía (Tomo I de la An-


tigüedad a comienzos del siglo XIX), Editoral Grijalbo, México,
1960, pgs. 403-404)

439
440
Cuaderno rosado
 

[Clasificación, títulos e inscripciones en la tapa del Cuaderno


realizadas por el Ejército, escritas a máquina]
 

Documento N°36
Un cuaderno color rosado de apuntes
y poesías en 10 páginas escritas
 

Diario de “Che” No.5

 [Inscripciones en letras de imprenta, pero realizadas a mano]

08 oct 1967
La primera parte en poder Grar [sic]
Juan J.Torrez JEMG [a continuación dos cifras ilegibles]
 

[En letras escritas a máquina]


Cuaderno de apuntes
Campamento Central de Nancahuazu
“Che”
“Ramón”
“Fernando”
 

[Contenido del Cuaderno]

 Salutación del optimista 441


Inclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda,
espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve!
Porque llega el momento en que habrán de cantar nuevos himnos
lenguas de gloria. Un vasto rumor llena los ámbitos; mágicas
ondas de la vida van renaciendo de pronto;
retrocede el olvido, retrocede engañada la muerte,
se anuncia un reino nuevo, feliz sibila sueña,
y en la caja pandórica de que tantas desgracias surgieron
encontramos de súbito, talismánica, pura, riente,
cual pudiera decirla en sus versos Virgilio divino,
la divina reina de luz, ¡la celeste Esperanza!
Pálidas indolencias, desconfianzas fatales que a tumba
o a perpetuo presidio condenásteis al noble entusiasmo,
ya veréis al salir del sol en un triunfo de liras,
mientras dos continentes, abandonados de huesos gloriosos.
del Hércules antiguo la gran sombra soberbia evocando,
digan al orbe: la alta virtud resucita,
que a la hispania progenie hizo dueña de siglos.
 
Abominad la boca que predice desgracias eternas,
abominad los ojos que ven sólo zodiacos funestos
abominad las manos que apedrean las ruinas ilustres
o que la tea empuñan o la daga suicida.
Siéntense sordos ímpetus de las entrañas del mundo,
la inminencia de algo fatal hoy conmueve a la tierra;
fuertes colosos caen, se desbandan bicéfalas águilas,
y algo se inicia como vasto social cataclismo
sobre la faz del orbe. ¿Quién dirá que las savias dormidas
no despiertan entonces en el tronco del roble gigante
bajo el cual se exprimió la ubre de la loba romana?
¿Quién será el pusilámine que al vigor español niegue músculos
y que al alma española juzgue áptera y ciega y tullida?
No es Babilonia ni Nívide enterrada en olvido y en polvo
ni entre momias y piedras reina que habita el sepulcro,
la nacíon generosa, coronada de orgullo inmarchito,
442 que hacia el lado del alba fija miradas ansiosas,
ni la que tras los mares en que yace sepulta la Atlántida
tiene su coro de vástagos, altos, robustos y fuertes.
Unanse, brillen, secúndense, tantos vigores dispersos;
formen todos un solo haz de energía ecuménica.
Sangre de Hispania fecunda, sólidas, ínclitas razas,
muestren los dones pretéritos que fueron antaño su triunfo.
Vuelva el antiguo entusiasmo, vuelva el espíritu ardiente
que regará lenguas de fuego en esa epifanía.
Juntas las testas ancianas ceñidas de líricos lauros
y las cabezas jóvenes que la alta Minerva decora,
así los manes heroicos de los primitivos abuelos,
de los egregios padres que abrieron el surco pristino,
sientan los soplos agrarios de primaverales retornos
y el rumor de espigas que inició la labor triptolémica.
Un continente y otro renovando las viejas prosapias,
en espíritu unidos, en espíritu y ansias y lengua,
ven llegar el momento en que habrán de cantar nuevos himnos.
Latina estirpe verá la gran alba futura,
en un trueno de música gloriosa, millones de labios
saludarán la espléndida luz que vendrá de Oriente,
Oriente augusto, en donde todo lo cambia y renueva
la eternidad de Dios, la actividad infinita.
Y así sea la esperanza la visión permanente en nosotros.
¡Inclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda!
 

 Marcha triunfal

¡Ya viene el cortejo!


¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines.
La espada se anuncia con vivo reflejo;
ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines.
Ya pasa debajo los arcos ornados de blancas Minervas y Martes,
los arcos triunfales en donde las Famas erigen sus largas trompetas,
la gloria solemne de los estandartes,
llevados por manos robustas de heroicos atletas.
Se escucha el ruido que forman las armas de los caballeros
los frenos que mascan los fuertes caballos de guerra, 443
los cascos que hieren la tierra,
y los timbaleros,
que el paso acompasan con ritmos marciales.
¡Tal pasan los fieros guerreros
debajo los arcos triunfales¡
Los claros clarines de pronto levantan sus sones,
su canto sonoro,
su cálido coro,
que vuelve en un trueno de oro
la augusta soberbia de los pabellones.
El dice la lucha, la herida venganza,
las ásperas crines,
los rudos penachos, la pica, la lanza,
la sangre que riega de heroicos carmines
la tierra;
los negros mastines
que azuza la muerte, que rige la guerra.
Los áureos sonidos
anuncian el advenimiento
triunfal de la gloria;
dejando el picacho que guarda sus nidos,
tendiendo sus alas enormes al viento,
los cóndores llegan. ¡Llegó la victoria!
Ya pasa el cortejo.
Señala el abuelo los héroes al niño.
Ved cómo la barba del viejo
los bucles de oro circunda de armiño.
Las bellas mujeres aprestan coronas de flores,
y bajo los pórticos vense sus rostros de rosa;
y la más hermosa
sonríe al más fiero de los vencedores.
¡Honor al que trae cautiva la extraña bandera;
honor al herido y honor a los fieles
soldados que muerte encontraron por mano extranjera!
¡Clarines! ¡Laureles!
444 Las nobles espadas de tiempos gloriosos,
desde sus panoplias saludan las nuevas coronas y lauros,
Las viejas espadas de los granaderos, más fuertes que osos,
hermanos de aquellos lanceros que fueron centauros.
Las trompas guerreras resuenan;
de voces los aires se llenan…
-A aquellas antiguas espadas,
a aquellos ilustres aceros,
que encarnan las glorias pasadas…
¡Y al sol que hoy alumbra las nuevas victorias ganadas,
y al héroe que guía su grupo de jóvenes fieros,
al que ama la insignia del suelo materno,
al que ha desafiado, ceñido el acero y el arma en la mano,
los soles del rojo verano,
las nieves y vientos del gélido invierno,
la noche, la escarcha
y el odio y la muerte, por ser por la patria inmortal
saludan con voces de bronce las trompas de guerra que tocan
la marcha triunfal…!

Letanías de nuestro señor don Quijote

 Rey de los hidalgos, señor de los tristes,


que de fuerza alientas y de ensueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión;
que nadie ha podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza en ristre, toda corazón.
 
Noble peregrino de los peregrinos,
que santificaste todos los caminos
con el paso augusto de tu heroicidad,
contra las certezas, contra las conciencias,
y contra las leyes y contra las ciencias,
contra la mentira, contra la verdad…
 
Caballero errante de los caballeros,
barón de varones, príncipe de fieros, 445
par entre los pares, maestro, ¡salud!
¡Salud, porque juzgo que hoy muy poco tienes
entre los aplausos o entre los desdenes,
y entre las coronas y los parabienes
y las tonterías de la multitud!
 
¡Tú, para quien pocas fueron las victorias
antiguas, y para quien clásicas glorias
serían apenas de ley y razón,
soportas elogios, memorias, discursos,
resistes certámenes, tarjetas, concursos,
y, teniendo a Orfeo, tienes a Orfeón.
 
Escucha, divino Rolando del sueño,
a un enamorado de tu Clavileño,
y cuyo Pegaso relincha hacia ti;
escucha los versos de estas letanías,
hechas con las cosas de todos los días
y con otras que en lo misterioso vi.
 
¡Ruega por nosotros, hambrientos de vida,
con el alma a tientas, con la fe perdida,
llenos de congojas y faltos de sol,
por advenedizas almas de manga ancha,
que ridiculizan el ser de la Mancha,
el ser generoso y el ser español!
 
¡Ruega por nosotros, que necesitamos
las mágicas rosas, los sublimes ramos
de laurel! Pro nobis ora, gran señor.
(Tiemblan las florestas de laurel del mundo,
y antes que tu hermano vago, Segismundo,
el pálido Hamlet te ofrece una flor).
 
Ruega generoso, piadoso, orgulloso;
446 ruega casto, puro, celeste, animoso;
por nos intercede, suplica por nos,
pues casi ya estamos sin savia, sin brote,
sin alma, sin vida, sin luz, sin Quijote,
sin pies y sin alas, sin Sancho y sin Dios.
De tantas tristezas, de dolores tantos,
de los superhombres de Nietzsche, de cantos
áfonos, recetas que firma un doctor,
de las epidemias, de horribles blasfemias
de las Academias,
¡líbranos señor!
 
De rudos malsines,
flasos paladines,
y espíritus finos y blandos y ruines,
del hampa que sacia
su canallocracia
con burlar la gloria, la vida, el honor,
del puñal con gracia,
¡líbranos señor!
 
Noble peregrino de los peregrinos,
que santificaste todos los caminos
con el paso augusto de tu heroicidad,
contra las certezas, contra las conciencias
y contra las leyes y contra las ciencias,
contra la mentira, contra la verdad…
 
Ora por nosotros, señor de los tristes,
que de fuerza alientas y de sueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión;
que nadie ha podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza en ristre, ¡toda corazón!

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