Cruce de Fronteras

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2014 Carrasco, M. “Cruce de fronteras entre la antropología y el derecho”.

En:
Milka Castro Lucic (ed.) Los puentes entre la Antropología y el Derecho.
Orientaciones desde la Antropología Jurídica. Programa de Antropología
Jurídica e Interculturalidad. Facultad de Derecho. Universidad de Chile. Pp.:
283-309. ISBN978-956-353-756-7.

Cruce de Fronteras entre la Antropología y el Derecho


Morita Carrasco*

Introducción
Estas reflexiones no tratan del campo de la antropología jurídica, sino de la experiencia
de trabajo a caballo de las disciplinas del derecho y la antropología. Me refiero
inicialmente a lo que fuera una decisión crucial en mi carrera profesional: inscribir una
tesis doctoral, no en el medio antropológico sino en la Facultad de Derecho de la
Universidad de Buenos Aires. Me animaba la convicción de que una tesis desarrollada a
lo largo de casi veinte años de trabajo de campo en torno al derecho a la propiedad
colectiva del territorio indígena sería el mejor aporte científico que podría hacer. Esto es,
contribuir con conocimiento empírico concreto (caso Lhaka Honhat contra Estado
argentino1) para pensar cuál puede la manera, o los criterios que deberían tenerse en
cuenta para hacer efectivos los derechos de los pueblos indígenas, reconocidos en la
Constitución nacional y el derecho internacional. En los intercambios frecuentes
mantenidos con abogados para intentar acercarnos desde nuestras respectivas disciplinas
a un diálogo que nos permitiera a unos y otros cooperar con la demanda de justicia de
estos pueblos, encontré que si bien todos usábamos los mismos términos (territorio,
comunidad, identidad) dando por sentado que sabíamos de qué estamos hablando, porque
las meras palabras se explican por sí solas, esto no era así. Más que acercarnos, las
distintas significaciones que dábamos a esas palabras nos distanciaban. Y sin embargo
debíamos tratar de colaborar para desambiguar enunciados formales fijados en la norma,

*
Antropóloga. Profesora/investigadora. Departamento e Instituto de Ciencias Antropológicas – Facultad de
Filosofía y Letras – Universidad de Buenos Aires.
1
La Asociación de Comunidades Aborígenes Lhaka Honhat está integrada por más de 40 comunidades de
cinco pueblos cazadores-recolectores-pescadores asentados en la región del Chaco argentino, a orillas del
río Pilcomayo en la provincia de Salta, límite internacional con las Repúblicas de Bolivia y Paraguay. En
1984 solicitó un título colectivo del territorio de uso tradicional. En 1991 el gobierno salteño se
comprometió por decreto a entregar ese título a nombre de todas las comunidades, pero nunca cumplió. En
1995 la Asociación acudió a la justicia para reclamar por sus derechos. En 1998 el caso fue remitido a la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos después de haberse agotado los recursos judiciales
internos. En 2006 la CIDH admitió la petición y en 2012 dictó su Informe de Fondo en el cual se insta al
estado argentino a cumplir con sus recomendaciones; entre ellas la titulación del territorio y el control de
alambrados y corte ilegal de madera. Luego de sucesivas prórrogas concedidas por la CIDH al estado,
transcurridos veintidós meses, persiste el incumplimiento.
tales como “tierras ancestrales”, “ocupación tradicional”, “especial relación con la tierra”,
y alcanzar los objetivos de aquellas personas con las cuales estábamos vinculados.
Mis esfuerzos por advertir que para dar sentido preciso a estas frases era necesario
primero reconocer la especificidad del sujeto pueblo al que nos estamos refiriendo. Que
no es posible generalizar, llamar Pacha Mama al territorio de pueblos de tierras bajas.
Que la comunidad no se refiere al espacio donde se hallan las viviendas. Que lo que
llamamos comunidad no es una aldea, un barrio o una villa, sino un complejo sistema de
relaciones sociales que deben ser cartografiadas. Como digo, cada vez que buscaba
enfatizar esta advertencia, me encontraba con réplicas ambiguas. Ninguno de nosotros
desconocía que el problema con estas palabras se vuelve grave cuando se emplean de
forma mecánica para discernir a quién corresponde reconocer legalmente qué cosas. Pero
de ahí al hecho de compartir argumentos, una distancia se interponía entre nosotros.
Ambas partes coincidíamos en la necesidad de establecer vínculos interdisciplinarios
entre quienes decimos abogar por un cambio legal que efectivamente proteja la diferencia
cultural, pero nuestras argumentaciones sonaban más o menos convincentes según el
escenario. ¿Por qué? Creo que entendíamos que para hablarle a quienes tienen que
resolver la cuestión el mejor argumento es el que provee el derecho; en este caso, más
precisamente la letra escrita de la norma establecida (aunque en la práctica no se respete).
Pero, por otro lado, si bien el derecho indígena ha avanzado notablemente desde el punto
de vista normativo, se trata de una disciplina nueva que tiene como característica que
para interpretar el contenido normativo necesita dialogar con disciplinas sociales y
humanas que aporten la especificidad de sus saberes sobre la idiosincrasia del sujeto al
cual se dirige el derecho. Algo que para quienes creemos que arrastramos el peso del
nacimiento de nuestra disciplina coincidiendo con la expansión colonial que “descubrió”
a la población originaria, la restauración de los derechos indígenas es un asunto de
enorme relevancia ética. Todo lo que digo me inducía, entonces, a seguir adelante con mi
decisión, a pesar de las contradicciones implicadas en el vínculo pretendido entre
antropología y derecho.
Ahora bien, contrariamente a lo deseado, mis pretensiones no fueron fácilmente
aceptadas. Uno de los tres abogados que integraba el jurado se pronunció por rechazar la
tesis. En su dictamen argumentó: “no se rastrean ni se analizan con pulcritud en la tesis
los antecedentes, trámite y debates constituyentes […] ni [existe] un balance de la
doctrina constitucionalista sobre la cláusula en cuestión2 […] tampoco sobre la
jurisprudencia existente en los distintos tribunales del país […] las piezas acompañadas
como documentación resultan ilustrativas sobre el proceso pero no reemplazan la
evaluación pormenorizada y fundada de los procedimientos judiciales del caso”. En
suma, se me exigía escribir una tesis fundada en la ciencia jurídica y no en la
antropología como había sido mi intención3. Otro jurado sostuvo que me había olvidado
de citarlo. Para mi sorpresa, el presidente dijo “[…] los compromisos legales que hemos
asumido, colectivamente, son de una exigencia extraordinaria, y los problemas que dicha
normativa trae consigo son numerosos y de muy compleja resolución […] nosotros,
2
Alude al artículo constitucional 75 inciso 17, que reconoce los derechos específicos de los pueblos
indígenas.
3
Esta negativa provocó la publicación de un comentario crítico del Presidente del Tribunal de Evaluación
en un blog de su autoría, bajo el título: “una noche triste en la Facultad de Derecho”.
abogados, jueces, juristas, necesitamos seguir adquiriendo herramientas sofisticadas para
el análisis de la vida jurídica de nuestra comunidad […] la tesis ofrecida se nos presenta
como una ayuda extraordinaria, capaz de brindarnos a nosotros, operadores del derecho,
instrumentos de análisis con los que no contamos […]. No se trata […] de reemplazar al
instrumental jurídico por el antropológico, sino de incorporar a nuestro análisis las
herramientas que nos brindan otras disciplinas como la antropología, que en áreas como
la del caso, se han mostrado más interesadas, reflexivas y competentes que el propio
derecho”.
Si estas notas parecen sugerir que es difícil superar el aislamiento con el cual se pretende
proteger la exclusividad del dominio que recubre las disciplinas, tomaré un punto de vista
crítico al respecto. Mi opinión es que estas contradicciones al interior del jurado prueban
que pese a existir una especie de división del trabajo entre el proyecto descriptivo de la
antropología y el proyecto normativo del derecho, ellos no son absolutos ni mutuamente
exclusivos. Los estudiosos de uno y otro hemos comprendido que existe entre nosotros
una base común en nuestros objetivos y preocupaciones respecto a vivir con la
diversidad. De ahí que la tesis presentada y las preguntas que me hiciera antes de tomar
esta decisión se motivaban en el convencimiento de que juntos podríamos construir esta
base común.
Desde un contexto de desarrollo evolutivo del derecho, el diálogo parece ser
indispensable. En la excepcionalidad de una situación de diálogo y en la conjunción de
intereses y, quizás, de un proyecto compartido enfatizo el valor que proveen estudios de
casos empíricamente informados (como los que puede brindar la antropología) para evitar
los riesgos que se podrían producir si no conocemos la realidad de la vida sobre la cual se
proponen normas.

Inquietudes, Propósitos y Métodos


Comenzaré diciendo que no voy a hablar del derecho como disciplina teórica, sino del
campo (Bourdieu, 1968) que los operadores del derecho construyen con el propio
ejercicio profesional; en todo caso me ubico en el lugar desde donde se discuten y
generan transformaciones jurídicas, generalmente impulsadas por luchas sociales. Y lo
haré como antropóloga interesada en la producción de conocimiento con capacidad para
proveer nuevas formas de entender el mundo que permitan –eventualmente- modificar
aquello que consideramos no satisfactorio.
En el espacio contiguo de ambos campos disciplinares encuentro que nos motivan los
mismos intereses: alcanzar una justicia más integral. Estamos preocupados porque si no
modificamos el etnocentrismo disciplinar, si nos conformamos con el desarrollo
unilateral de la especialización (dentro del propio campo) estamos conspirando contra
este propósito. Edgard Morin propone derribar las fronteras disciplinarias, usurpar
problemas, promover la circulación de conceptos. Fundar un nuevo campo donde esos
conceptos se vuelvan “a enraizar, aun al precio de un contrasentido” (Morin, s/f: 3). Con
esta inquietud, desde el lugar de los campos profesionales considero que puede ser
factible el vínculo colaborativo entre derecho y antropología. Aun cuando, como veremos
más adelante, las dificultades y los desafíos que se nos presentan a unos y otros en
situaciones concretas son múltiples y variados.
Los operadores del derecho convierten un hecho social en “caso”. Para su reconstrucción
apelan a la jurisprudencia, la dogmática y la doctrina. Un rol especial juega aquí la
experiencia jurídica entendida como el resultado de todos aquellos “encuentros” (sean
relaciones interpersonales, discursos, información mediática, bibliografía especializada,
etc.) que provocan la producción de significados/sentidos que se van incorporando como
“visión de mundo” en el marco de procesos judiciales. Estos sentidos hacen
comprensibles las relaciones, los sujetos, las conductas y los hechos, y por ende tienen
incidencia en cada acto procesal.
La antropología es una ciencia empírica: su objeto son los fenómenos sociales en su
inserción histórica-situacional. Su método es el trabajo de campo que abarca la
observación directa de los contextos donde acontecen los fenómenos sociales que el
investigador se propone analizar, participando con sus actores de las actividades que los
mismos realizan. La observación in situ (“estar ahí”, en el escenario de las vidas de los
actores) y la descripción etnográfica como método, le permiten dar cuenta de todos los
fenómenos que subyacen al problema desde la perspectiva de los actores mismos. En la
descripción etnográfica son los actores y no el investigador quienes expresan en palabras
y prácticas el sentido de sus vidas, su cotidianeidad, los hechos considerados
extraordinarios por ellos (Guber, 2001). La investigación de campo no es otra cosa, según
Geertz (1998) que la inmersión del investigador en el universo social y cosmológico de
los sujetos, los grupos, con los que interactúa. Ello le posibilita descubrir un orden en la
vida de los mismos. En oportunidad de un trabajo de campo prolongado en la región del
Chaco argentino, ansiosa por encontrar una respuesta a mi problemática de análisis, le
pregunté a un líder: “¿Qué es para usted el territorio?”. Mi sorpresa fue mayor que la
incomprensión de su mirada ante lo que parecía no tener sentido alguno para él.
Finalmente, me respondió con otra pregunta, que resumía el significado exacto de lo que
para mí era –apenas- un concepto explicativo: “Ah! ¿Usted dice ‘la denuncia’?”. Era
evidente que para este líder el territorio no era más que un significante vacío porque el
sentido que esta palabra tiene en su vida es la batalla judicial que estaban dando para
obtener la propiedad de sus tierras. La denuncia era la síntesis que mejor expresaba el
sentido total que en sus vidas tiene eso que nosotros llamamos territorio. Entendí
entonces que si la descripción etnográfica me había permitido reconstruir
interpretativamente qué estaban pidiendo, por qué y cómo, el sentido último de todo este
proceso (“caso”, para los abogados) me lo brindaba la propia reflexividad del líder.
La antropología complementa la investigación en terreno con observación participante y
entrevistas abiertas, con estancias prologadas en el lugar donde viven las personas, los
grupos, con los cuales trabajamos. Este requerimiento metodológico (trabajo de campo)
impacta en la subjetividad del investigador. La convivencia apareja alegrías y
sufrimientos; ambos comprometen la afectividad. Desde el dolor que nos provoca la
desaparición de antiguos compañeros de tarea hasta la alegría del reencuentro con
quienes hacía tiempo no veíamos. Lloramos y reímos con ellos. Seguimos sus
trayectorias de vida, nos sumergimos en sus experiencias vitales, compartimos cada
acontecimiento que los acompaña en sus vidas.
La afectividad e interpretación se integran metodológicamente con la ayuda de otros
recursos, como lo es la técnica del distanciamiento, haciendo extraño aquello que se
presenta en nuestro sentido común como algo dado, natural, indubitable. Va un
comentario para que se comprenda qué es el distanciamiento.
En una ocasión tuve que asistir a un juicio oral como perito de la defensa. Se trataba del
homicidio de un oficial de policía, del cual estaban imputados tres indígenas. Mientras
participaba de la situación fui registrando en mi libreta de campo esos detalles ínfimos
que no hacían al fondo de la cuestión, aquello que no debía suscitar interés interpretativo
por ser lo esperable. Sin embargo, algo me estaban diciendo acerca del contexto de
situación. Me detuve en la observación del espacio físico, la distribución de los lugares
asignados para cada uno de los actores: el brillante escritorio sobre un estrado donde se
ubicaron los jueces, y en la pared un crucifijo que coronaba sus cabezas; el escritorio
dispuesto al fondo de la sala en oposición a la puerta de ingreso, que obligaba a todos a
elevar la mirada para verlos; ellos, en cambio podían vernos a todos dirigiendo la vista
ligeramente hacia abajo. A su derecha tomaron posición el fiscal y la secretaria; de frente
a ellos estaban los acusados y su abogada. Curiosa disposición que indicaba la desigual
relación de poder que preside actos como estos y la sacralidad con que se imbuía a la
actividad de juzgar. Finalmente, registré también la existencia de un estrecho pasillo, del
lado donde se ubicó el fiscal. A dónde conducía, me preguntaba, si nadie entró ni salió
por ahí. ¡Qué angustiosa sensación de indefinición me trasmitía esa salida! ¿Presagiaba
un desenlace o era una mensaje admonitorio moral de lo que puede pasar(te/nos) en
situaciones como esta en la que estábamos participando?
Agrego una segunda descripción anotada en mi cuaderno de campo, en el mismo lugar y
circunstancia.
Cuando se me solicitó opinión sobre uno de los puntos de la pericia referido a la “cultura
y forma de vida de los indígenas imputados”, y a medida que relataba en qué consiste una
expedición de caza y la significación que esta actividad tiene como eje organizador de lo
masculino en esa cultura, observé que los acusados, que se habían mostrado
ensimismados y desatentos durante las sesiones previas, cambiaban de actitud a medida
en que yo leía mi testimonio, asintiendo con la cabeza a lo que iba diciendo.
Paralelamente, anoté en mi cuaderno que ante ello los jueces también cambiaron de
actitud. Si antes se mostraron en total dominio de lo que allí acontecía, ahora parecían
desestabilizarse, y sus rostros exhibían gestos de incredulidad y cierta subestimación
hacia el carácter de la información que se proporcionaba (Carrasco, 2013b).
Este breve ejemplo es ilustrativo de las propiedades interpretativas que brinda la
descripción etnográfica al facilitar la articulación vivencial entre teoría y referencia
empírica. La interlocución entre mi yo y el campo en el ejercicio de relectura del registro
escrito me abre otras preguntas; me induce a repensar el abordaje metodológico y revisar
conceptos que deberán ser cambiados, reformulados o confirmados en esta o en futuras
investigaciones.

El Problema de la Interpretación, la Emoción y los Afectos


En su trabajo sobre el valor de la pericia antropológica para el sistema judicial, Moreira
(2007) señala que una de las desventajas de esta es la noción de “certeza” que se
establece entre la antropología y otras disciplinas: concretamente, las matemáticas, la
genética o la criminalística. El autor considera que el antropólogo desarrolla una función
de “traductor” de una realidad que él mismo interpreta, y agrega que: “en la medida que
esta interpretación aleje al juez o las partes de la ‘verdad’ que se busca, su informe tendrá
menos utilidad en términos de comparación” (Moreira, 2007:19). Si bien -agrega más
adelante- “ninguna ciencia garantiza por sí sola mayor certeza, sino sólo el uso adecuado
de las herramientas y métodos” (Moreira, 2007:19). Este es justamente el punto que
quiero destacar en este artículo. Por sus métodos y recursos, la antropología está
habilitada para producir una lectura del mundo social entendido como un conjunto de
normas que ayudan a profundizar el conocimiento del hombre por el hombre y nunca
como certezas o axiomas indiscutibles (Da Matta, 1981). La descripción etnográfica y las
técnicas que complementan la observación directa del antropólogo de las situaciones y
procesos sociales que son objeto de su análisis y el recurso del
acercamiento/distanciamiento, son herramientas que confirman el valor cognitivo que
ofrece esa lectura.
Es erróneo pensar que solo el antropólogo interpreta la realidad que observa. La ley es
también una instancia interpretativa de los jueces “y de todos los miembros que
componen una sociedad en donde esa ley y el castigo por violarla es asumida” (Kalinsky,
2003: 32). Pero a menudo se suele descalificar la etnografía descriptiva/interpretativa por
el principio de la relatividad cultural que encierra el adoptar el punto de vista del nativo,
confundiendo este hecho con un “fundamentalismo de las diferencias culturales
(relativismo cultural)” (Kalinsky, 2003: 26). Señala que en el derecho penal se invalida
este principio y sin embargo se considera “objetiva” la propia esencialización que el
mismo hace al valorar como preexistentes los significados y acciones humanas
independientemente de las percepciones y creencias sociales de las personas mismas
(Kalinsky, 2003: 26).
Rosaldo (1989) en un memorable libro sostiene -con razón- que la verdad del objetivismo
absoluto, universal y eterno perdió su estatus monopólico. En su propuesta de una nueva
forma de análisis social rescata el peso que tiene en la producción de conocimiento la
emoción. En su caso, el valor cognoscitivo de la ira y la tristeza frente a los
acontecimientos que le ocurren en su experiencia de campo con los ilongots ( del norte de
Luzón – Filipinas).
Retomando a Guber (2001) permítame el lector insistir en el hecho de que la diversidad
de la experiencia humana constituye el motor de la interpretación/descripción de lo que el
antropólogo vivió en el campo: en sus interacciones con las personas y su propia persona.
Esta autora nos recuerda que el mundo social no se reproduce por las normas
internalizadas por los actores, sino por las interacciones que estos mantienen. Son ellos,
en sus intercambios, quienes producen la sociedad a la que pertenecen. La tarea del
antropólogo consiste en aprehender la forma en que esos actores producen e interpretan
su realidad. La presencia del investigador en el campo y sus interacciones son el principal
instrumento de investigación y producción de conocimiento. El antropólogo es, pues, una
persona que experimenta la vida que comparte con los nativos; transita de la reflexividad
propia a la de nos nativos; y de la de estos a la propia. De modo que, como lo demuestra
Rosaldo con su propia experiencia entre los ilongots, la emoción, el dolor, la alegría, la
tristeza son insumos para la interpretación/descripción.
Una noche durante un trabajo de campo en la aldea indígena toba-pilagá Ensanche Norte
en la provincia de Formosa, me encontraba durmiendo en la enfermería, lugar donde me
había instalado hacía más de un mes con todo el equipo necesario para registrar cada cosa
que allí aconteciera. Antes de acostarme había escrito en mi diario de campo cuanto había
visto y oído ese día. Pronta a entrar en un sueño profundo, la ventana se abrió a causa de
un fuerte golpe de puño. Asustada, encendí la linterna e iluminé hacia allí. Un joven se
me apareció. Grité pidiendo ayuda a mis vecinos más próximos. El joven me dijo
“callate, no grités”. Pero su voz me hizo gritar más fuerte aún y él escapó. Al rato
comenzaron a llegar los vecinos. Procop, fue el primero; traía una linterna en su mano y
cálidamente buscó tranquilizarme: “es un borracho; no te va a hacer nada”. Rosita mandó
a su hija para que durmiera conmigo el resto de la noche. A la mañana siguiente varias
personas se reunieron frente a la enfermería para pedirme que denunciara al muchacho
ante la policía local. El pastor y el jefe político me exigían que lo hiciera. Me negué
enérgicamente por dos razones: por temor a la represalia del joven y porque vivíamos en
dictadura, y sentía temor de acercarme a la comisaría. Las personas no nativas en
regiones de fronteras éramos blanco de todas las sospechas. No incluí este relato en los
artículos que escribí entonces, pero sin duda fue parte de la interpretación que di del
estado de situación de la política seguida con los aborígenes en aquellos tiempos.
Pitt Rivers (1989) ya lo había advertido: el instrumental teórico y lo afectivo forman parte
de lo mismo y no se pueden separar, a pesar de que por mucho tiempo se considerara que
esto último constituía un obstáculo que nos alejaba del conocimiento objetivo-neutral
(Zenobi c/p). Uno de los principios fundantes de la disciplina antropológica fue durante
mucho tiempo: no opinar, no juzgar, no valorar. Pero la antropología es una ciencia en
movimiento (Kalinsky, 2003) que se reproduce transformándose. Daré ahora un último
ejemplo anecdótico para ilustrar el modo en que nuestras emociones, en este caso el
rechazo de nuestros informantes, pueden constituirse en un instrumento útil para la
producción de conocimiento.
Hace más de veinte años que acompaño el reclamo territorial de una organización
indígena en la región del Chaco salteño4. Me sentía muy orgullosa de que los integrantes
de la organización me reconocieran como su asesora; esto era mucho más que verme
como mera investigadora. Este rol, como defensora de su derecho, me llevaba a participar
de sucesivas reuniones con funcionarios, abogados, gobernadores y presidentes, donde se
discutía el proceso de reclamo jurídico. Ese día había viajado mil ochocientos kilómetros
para participar de una reunión con el Estado junto a dos abogadas del equipo legal que
patrocina a la organización ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
(CIDH). Nos encontramos previamente con dos dirigentes del Consejo Coordinador para
actualizar información y preparar lo que se le reclamaría a las autoridades. Apenas nos
habíamos sentado alrededor de una mesa, cuando uno de ellos con el rostro trasmutado de
rabia dijo: “Morita no tiene que entrar a esta reunión porque es una reunión con nuestros
abogados y ella no es abogada. Esta es nuestra decisión y pedimos que se nos respete”.
Sentí la herida de su rabia en mi pecho, pero no intenté defenderme. Al contrario, acaté
su pedido de respeto, pese a que esto no aliviaría mi dolor. Se había roto el afecto que
antaño nos había unido.

4
Para mayor información ver Carrasco, 2009, disponible en www.iwgia.org.
Más tarde transformé el episodio en una oportunidad para saber qué estaba pasando.
¿Cuál era el conflicto que la presencia de la antropóloga provocaba? Mejor dicho, ¿qué
conflictos me estaban informando estas actitudes de desprecio y rechazo hacia mi
persona? Si en el ejemplo anterior mis actividades me convertían en sospechosa, este otro
me estaba haciendo llegar una información de la que carecía, o no podía alcanzar a
comprender del todo desde mi confortable rol de asesora. Godelier utiliza la figura del
bufón para representar la figura del antropólogo como catalizador de tensiones del campo
(Zenobi, c/p).¿Cuáles eran los conflictos que estaban ahí?
Una pléyade de nuevos actores, cada uno con sus convicciones, se había sumado en el
último tramo de este reclamo de más de quince años. El pedido inicial de un título único a
nombre de todas las comunidades, sobre una superficie unificada, había sufrido
modificaciones, como resultado de la multitud de reuniones e intervenciones de terceros.
No sólo los asesores técnicos y legales llevaban sus opiniones a los dirigentes; los
funcionarios de gobierno los presionaban con llamados telefónicos para “acordar” puntos
de vista, estrategias y metas antes de las reuniones. La Comisión Interamericana de
Derechos Humanos mantenía su rol político de árbitro entre los peticionarios y el Estado.
El estado de cosas había llevado a la dirigencia a aceptar la propuesta del Estado y a los
asesores técnicos y legales a dialogar con la población criolla que ocupa gran parte de la
superficie reclamada para distribuirse entre ellos las porciones de tierra a titular a cada
grupo. En este escenario, mi presencia de testigo calificado para brindar una opinión que
recuperara la historia compleja del reclamo era vista como un obstáculo para la
dirigencia. La posición que podía reafirmar la antropóloga era contraria a los “intereses”
del resto de los participantes en la reunión. No podía acordar con la estrategia del
gobierno, tampoco con la de los pobladores criollos, si bien mantengo la posición de que
se deben titular las tierras que ocupan a favor de quienes llevan años allí. Pero
consideraba -y lo sigo haciendo- que es el Estado quien debe proveer la solución, no las
víctimas (indígenas y criollos) de la situación. Adoptar el punto de vista del nativo,
autorizado -autoridades legítimas con poder moral que iniciaran el reclamo, pero que
lamentablemente habían fallecido ya5- me ubicaba en ese lugar del bufón del que habla
Godelier. Todos los demás -asesores técnicos de ambos grupos 6- y los asesores legales
(Centro de Estudios Legales y Sociales - CELS) de la organización indígena
consideraban favorable la estrategia (“peligrosa”, en opinión de la antropóloga),
propuesta por el Estado. La solución a este enfrentamiento la dio uno de los asesores
técnico que acompañan las actividades en el territorio. Esta persona propuso a los
dirigentes que se me permitiera participar de la reunión sin hablar; y así lo hice. En
adelante, el episodio fue olvidado, pero había sido altamente informativo para reconstruir
5
La evaluación que realizaron aquellas autoridades fue que la distribución de tierras con base en parcelas
comunitarias anularía sus posibilidades de acceder libremente a los recursos, a la vez que generaría
disputas y conflictos internos por la defensa de uso exclusivo que –suponían- haría cada comunidad una
vez que tuviera un título de propiedad individual. En mi opinión esto es lo que está persiguiendo el Estado
con la insistencia en que sea el diálogo entre criollos e indígenas el que provea la solución de distribución
de tierras, omitiendo así la responsabilidad de reconocer el territorio según la autodefinición de los nativos
(Convenio 169 de OIT, Jurisprudencia del Sistema Interamericano de Derechos Humanos, Constitución
Nacional).
6
La Fundación ASOCIANA de la iglesia anglicana de la diócesis del norte argentino asesora en terreno a
la organización indígena. FUNDAPAZ (Fundación para el Desarrollo en Paz) ligada a la iglesia católica
asesora en terreno a la Organización de Familias Criollas (OFC).
el conflicto de fondo. Mis sentimientos de afecto hacia la dirigencia y los colegas
también quedaron atrás. La figura del bufón dura lo que dura una escena.

Convergencias, Divergencias y Discrepancias en un Ejercicio de Trabajo


Interdisciplinario
En el año 1998 la organización indígena Lhaka Honhat recibió un rechazo rotundo de
parte de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Como medida precautoria, ante el
incumplimiento del compromiso asumido por el gobierno de Salta de entregarle el título
de propiedad del territorio había presentado un recurso de amparo por la construcción de
un puente internacional en la cabecera de una de sus aldeas. La reforma de la
Constitución Nacional del año 1994 incorporó los derechos específicos de los pueblos
indígenas y además dio jerarquía constitucional a los Pactos de Derechos Humanos. Al
cabo de años de dictadura esta incorporación brindó oportunidad para que Lhaka Honhat
acudiera al Sistema Interamericano Derechos Humanos, con el patrocinio de un
prestigioso organismo de derechos humanos por su seriedad y compromiso con el tema.
Formamos un equipo interdisciplinario para abordar la cuestión; durante algunos meses
abogados y antropóloga, además de algunos estudiantes de ambas disciplinas discutimos
entre nosotros cuál podría ser la mejor estrategia de defensa. Finalmente se redactó una
denuncia contra el Estado por la violación de los derechos protegidos por la Convención
Americana sobre Derechos Humanos y la Declaración Americana sobre Derechos y
Deberes del Hombre: a la vida, a la integridad física, a la salud y a la subsistencia;
derecho a la cultura, derecho a fijar el lugar de residencia, derecho a la no injerencia en la
vida privada y familiar; derecho a la protección de la familia y a la información.
Asimismo, se alegó la violación de los derechos de asociación, propiedad y a la
protección judicial. La experiencia fue fecunda. Los intercambios de puntos de vista
desde las respectivas posiciones disciplinares fortalecieron los argumentos
socioculturales y legales para fundar la estrategia de defensa. Las especializaciones
profesionales se tornaban en campo de aprendizaje: las nociones propias circulaban de un
lado a otro, atravesando clandestinamente las fronteras (Morin, s/f). La categoría
antropológica “cazador-recolector”, y la que caracteriza la dinámica sociopolítica “fisión-
fusión” de los pueblos dentro de esta categoría sirvieron para dar solidez al pedido de un
título único. Los abogados adoptaron como propio el conocimiento
descriptivo/interpretativo que la antropología podía aportar: los alegatos finales que se
presentaron dan cuenta de ello7.
Durante años fuimos trabajando en un proyecto compartido para alcanzar la meta de
obtener el título de propiedad del territorio reclamado por Lhaka Honhat. El gran
problema de encontrar una vía de articulación interdisciplinaria fue sorteado por el ansia

7
“Cabe resaltar que debido a la norma cultural de fisión-fusión, el número total de comunidades que
residen en los lotes puede ir variando en el tiempo. Estas variaciones tienen, por lo regular, origen en
cuestiones de índole socio-político o económico: la fisión (división) de comunidades conlleva la aparición
de un nuevo asentamiento; además hay un pequeño número de comunidades (aproximadamente 5) que aún
practica una vida nomádica, por lo cual periódicamente se mudan de un lugar a otro, dejando prácticamente
abandonado el primero. De allí que el número de comunidades peticionarias evidencie cambios desde el
inicio del reclamo a la actualidad” CIDH. Caso 12094: Asociación de Comunidades Aborígenes Lhaka
Honhat c/Estado argentino. Alegatos Peticionarios 4-1-2007: 4.
de conseguir la implementación del derecho. El compromiso militante de la antropóloga
con las necesidades y aspiraciones de los indígenas con quienes llevaba a cabo su
investigación se justificaba en la triangulación. Los conceptos fundamentales del derecho
comenzaron a ser parte del idioma antropológico y de mi práctica profesional. La
articulación conceptual (el cruce de fronteras de la antropología al derecho) fue posible
en la producción de la tesis doctoral, en numerosos artículos en revistas científicas y en la
redacción de libros sobre las implicancias del discurso legal para la protección y respeto
de la diferencia indígena8. Más importantes pueden haber sido las diversas instancias en
que fui invitada a participar de seminarios, paneles y otros eventos para la transferencia
de conocimiento en academias de derecho. En los intercambios con alumnos y profesores
es donde mejor se visibilizaba el cruce de fronteras. Al punto en que varias veces el
comentario fue: “sos casi abogada”. No era esa mi intención, sino lograr transportes de
esquemas cognitivos de una disciplina a la otra con fines particulares, como los que he
mencionado antes. Es decir: la búsqueda de acercamiento entre dimensiones
conceptuales, como por ejemplo derecho de propiedad comunitaria y organización
indígena, para sortear el encorsetamiento normativo al que deben someterse los pueblos
indígenas para se hagan efectivos los derechos reconocidos, y el intento político -todavía
persistente- de imposición de modos de vida colonialistas. Como lo es el hecho de que
para poder ejercer libremente sus derechos se vean obligados a aprender a acceder y
peticionar a los Estados en sede judicial y ante organismos internacionales de la OEA.
En todo proceso legal el tiempo es un factor de enorme gravitación. Mientras se debate en
la mesa de negociación, los gobiernos ganan terreno: compran dirigentes, entretienen con
medidas que nunca llegan a concretar y generan conflictos entre asesores. En el terreno
las demandas que los pueblos indígenas hacen al Estado son transformadas por sus
funcionarios en oportunidad para reconvertirlas en demandas aceptables para su proyecto
de mantenimiento de la gobernabilidad, dejando intactos los compromisos que tienen con
aliados partidarios y con empresarios interesados en los recursos naturales que están en
los territorios indígenas. Por lo tanto, no se trata de una cuestión burocrática, no se
requiere mejorar estrategias legales, firmar actas, acuerdos o dictar decretos para nunca
ser cumplidos.
En tal escenario advierto que los abogados suelen interpretar las razones del conflicto
como un problema del derecho. Aluden a la diferencia -incomprensible- para los
funcionarios entre el derecho de propiedad y el de pertenencia al espacio vital, las normas
sobre derechos reales basados en la propiedad individual y la propiedad colectiva, y otras
cuestiones semejantes. Esto en parte es cierto, pero -desde mi punto de vista- el derecho
no puede ser concebido como responsable único del conflicto. La indecisión política de
quienes deben resolver la cuestión es, por lejos, la mayor culpable. El Derecho ha
avanzado promoviendo el reconocimiento de derechos diferenciales a las tierras y
territorios, pero el Estado no los hace efectivos. ¿Cuáles son entonces las razones de
emergencia de las divergencias entre puntos de vista disciplinares? Como digo, no se
trata de un problema relativo al derecho; no es una cuestión de incompatibilidad legal. Y
sin embargo, el derecho a la propiedad comunitaria reconocida en la Constitución y en el
derecho internacional es su mejor herramienta de defensa para mantenerse como pueblo.
Confían en el derecho, creen en la justicia y buscan obtener la propiedad legal de sus

8
Cfr: Carrasco, 2009; Carrasco, M. 2000; Briones y Carrasco, 2000.
tierras para ser libres. Esto nos conmina a intentar una vez más trabajar en el terreno
político que es donde se verifica el incumplimiento de la ley. Podemos articular
conceptualmente, pero las divergencias aparecen por la turbulencia del escenario político
en que se desenvuelve el proyecto compartido. Y no por los términos de la
interdisciplinariedad entendida como intercambio y cooperación.
Subsiste aún un factor que a veces parece no ser tenido demasiado en cuenta. El carácter
político del actor indígena, continuamente expuesto al hostigamiento de una clase
dirigencial que quiere convertir al indígena en trabajador rural individual, sin
organización alguna y transformar su territorio ancestral en colonias agrícolas en manos
del capital: nacional o extranjero, lo mismo da. Podemos avanzar en las discusiones
teóricas, en la articulación conceptual. Pero incluso la más perfecta de las estrategias
legales no logrará el objetivo que perseguimos si no conseguimos que el actor que
demanda conserve su fortaleza política para hacer frente a los embates del Estado. El
tiempo de la formulación de normas está concluido. Puede ser mejorado: el discurso
jurídico y la estrategia legal seguirán su marcha, pero el freno con el cual debemos
trabajar es la debilidad del actor/peticionario. Las transformaciones del derecho se han
conseguido siempre con lucha política, y es en este terreno donde hoy se debe dar la
articulación estratégica entre profesionales del derecho y la antropología, acercándose
unos a otros, sin preconceptos, sin clausuras disciplinares, articulados en el trabajo más
político y menos teórico.

Antropología y Derecho por Demanda: Una Experiencia de Trabajo de Campo en


Desarrollo
En 2011 una colega me trasladó la preocupación de una comunidad del pueblo guaraní en
la provincia de Misiones. Allí, en el mes de marzo de 2010, un niño había sido asesinado.
Las autoridades de la aldea iniciaron una investigación interna, pero nada pudieron
lograr. Acudieron a la “justicia blanca” para que se encargara de llevar adelante un
procedimiento que hiciera factible conocer qué había sucedido, pero a los pocos meses la
investigación judicial quedó en suspenso. Realizamos entonces una visita a la aldea
donde nos entrevistamos con el jefe y varios de sus integrantes. Lo destacable de esta
primera entrevista fueron la contagiosa angustia y la desolación contenidas en sus
testimonios (Carrasco y Cebolla Badie 2012). El padre del niño dijo: “yo quiero saber
quién fue el que hizo eso y por qué lo hizo, o es que nosotros somos un perro, que se
mata y se lo deja así nomás”.
En 2011 comencé a trabajar en el campo, reconstruyendo el contexto. Me interesaba ante
todo conocer el funcionamiento del sistema judicial: actores, roles, procedimientos, etc.
Inicié una serie de entrevistas a todos ellos: juez, secretario, forense, comisario, médica
policial, entre otros. Esta primera reconstrucción del contexto duró aproximadamente
unos cuatro/cinco meses. Mis movimientos en el campo alertaron al colectivo de
autoridades indígenas que reúne a más de 30 jefes de aldea. Uno de ellos, que había
tenido noticias de mis visitas, se comunicó conmigo para invitarme a una de las reuniones
periódicas del Aty Ñeychyro (reunión asamblearia de autoridades mbya9).
9
Las autoridades de las aldeas (tekoa) del pueblo mbya de la familia lingüística guaraní, asentadas en la
provincia de Misiones (Argentina) se reúnen mensualmente para debatir temas de su interés. Esta reunión
En febrero de 2012 llegué a Pozo Azul, tekoa Arandú10 mi participación se limitó a
relatar las entrevistas realizadas, a dar una opinión sobre lo que había advertido en los
pocos meses que llevaba viajando a Misiones y a escuchar sus comentarios. Se gestó allí
un plan de trabajo con dos objetivos puntuales: 1) Brindar información a los integrantes
del pueblo sobre el funcionamiento del sistema de justicia estatal, en particular en este
caso; 2) Aportar insumos/recursos para la auto-reflexividad de las autoridades indígenas
en torno al mejoramiento de los vínculos con el Estado argentino en cuestiones de su
incumbencia.
¿Qué podía ofrecer la antropología para el logro de estos objetivos? ¿Qué herramientas
serían útiles para achicar la distancia comunicativa entre el sistema judicial y la
comunidad del pueblo mbya? La inclusión al trabajo de campo antropológico de un
documentalista aportó el uso de técnicas audiovisuales para registrar las entrevistas. De
este modo, la técnica de registro etnográfico se constituyó en insumo didáctico para una
transmisión cuasi pedagógica del funcionamiento judicial en dos niveles. En primer
lugar, todas nuestras actividades se filman -siempre con autorización expresa de quienes
son filmados- y en su defecto -también con autorización- se registra el audio. En segundo
lugar, todo el material en bruto es exhibido en la comunidad y al Aty Ñeychyro, quienes
conservan sus respectivas copias (Carrasco 2013a). Estos materiales, el ejercicio de su
exhibición y el debate colectivo sirven también al propósito del objetivo dos.
Paralelamente hicimos consultas y creamos un vínculo interdisciplinario con
profesionales del derecho y funcionarios de la Defensoría General de la Nación. Era
imprescindible adentrarnos en un campo de conocimiento que hasta hacía muy poco
tiempo no habíamos necesitado y ahora ansiábamos. Principalmente queríamos conocer
qué recursos estaban disponibles para reactivar la investigación. Nuestro interés no era
hacer una evaluación del procedimiento investigativo, sino lograr que se pusiera en
marcha nuevamente, luego del estancamiento ocurrido a poco de sucedido el hecho.. Nos
movilizaba el deseo de encontrar aquello que permitiera continuar el proceso y pensamos
qué podría aportar la etnografía para conseguir esos objetivos. Para ello fuimos poniendo
en relación la información disponible: documentación escrita, material audiovisual,
conversaciones personales con actores y colaboradores (Carrasco 2013).
Los miembros del pueblo mbya manifestaron su voluntad de acompañar las medidas que
se consideraran necesarias para retomar la investigación. Los abogados, defensores y
académicos consultados propusieron encaminar la estrategia de solicitar el derecho a
querellar contemplado en diversos Pactos Internacionales de Derechos Humanos que
legislan sobre las garantías de protección judicial de acceso igualitario a la justicia y
tutela judicial efectiva: de este modo los damnificados directos (padre/madre) podrían
intentar constituirse en parte querellante y así impulsar la investigación. Sin embargo, el
Código Procesal Penal de la provincia de Misiones no contempla esta posibilidad, por lo
cual parecía interesante la utilización de la figura de amicus curiae11 actualmente
regulada en la acordada 28/2004 de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Esta

recibe el nombre de aty ñeychyro .


10
Tekoa Arandú, en la localidad de Pozo Azul (Misiones) es una de las aldeas integrante del Aty Ñeychyro
11
El amicus curiae es una expresión que significa amigo de la corte o amigo del tribunal. Se trata de un
escrito realizado por terceros ajenos a un litigio que se presentan voluntariamente para dar su opinión sobre
algún aspecto relacionado con el litigio, a fin de colaborar con la justicia en su resolución.
alternativa fue presentada a la comunidad de la aldea Takuapí; se explicó en qué consistía
y qué resultados podrían esperarse. En abril de 2013 se hizo lo mismo ante el Aty
Ñeychyro reunido en la aldea Pindo Poty. En esta oportunidad se conversó sobre quiénes
debían ser los querellantes: la familia y/o la comunidad de Takuapí o -teniendo presente
el manifiesto de los jefes de agosto de 2010 quienes reunidos en Takuapí solicitaron al
“cacique” de esta aldea que presente a las autoridades policiales su demanda- no debía
serlo este último, sino el conjunto de autoridades mbya. Parecía importante entonces
interpretar esta decisión uniendo ambas figuras, una política: la de autoridad del pueblo, y
la otra jurídica: la de querellante.
Desde nuestra mirada, estaba claro que la afectación del daño abarcaba a todo el pueblo
mbya. Los jefes de aldea, en tanto autoridades del pueblo, demandaban que se investigue
hasta hallar al culpable. Entonces había que tomar una decisión respecto a quién se
presentaría ante los tribunales como querellante. Un asunto que para la antropóloga es de
índole política, y -particularmente- sociocultural.
Desde la perspectiva jurídica es también un asunto de derechos específicos. En efecto, la
Constitución Nacional en su artículo 75 inc. 17 hace un reconocimiento expreso del
sujeto colectivo: pueblos indígenas, de sus instituciones propias que preceden a la
conformación del Estado y de la capacidad deliberativa que poseen para resolver sobre
cuestiones que los afecten. Por otro lado, el derecho internacional de los Derechos
Humanos y los convenios internacionales firmados por el Estado argentino (Convenio
169 de OIT), así como la aprobación de la Declaración de Naciones Unidas sobre los
Derechos Humanos de los Pueblos Indígenas, confirman esta misma concepción.
Hasta aquí las partes: jurídica, política, especialidades disciplinarias, expertos y legos
navegaban, cada una, en sus saberes y espacios cosmovisionales, intercambiando entre
todas sus puntos de vista para articular una estrategia en común. Los fructíferos
intercambios interdisciplinarios nos aportaron vías para la resolución de los problemas
que fuimos identificando: la elaboración del amicus curaie12. A la antropología y a las
autoridades indígenas les competía ser el soporte cognitivo para estos profesionales, de
modo de concretar los objetivos que veníamos armando. Por último, un abogado local se
ofreció a patrocinar al querellante.
Dado este paso, nos preguntamos si era posible tender puentes de colaboración entre
autoridades indígenas y funcionarios del sistema judicial: ¿Qué mecanismos podrían
proponerse para achicar la distancia cognitiva y cultural entre sistema judicial y pueblo
mbya? Entendemos, en primer lugar, que debe existir por parte del primero un
reconocimiento expreso de la capacidad deliberativa del segundo. Y, tomando provecho
de ello, abrirse a dar participación a las autoridades del pueblo, a través de sus
instituciones, en el proceso judicial. Por su parte, la comunidad resolvió colaborar con el
sistema judicial aportando información de testigos. Para ello, un grupo de jóvenes
emprendieron la realización de una serie de entrevistas (29 hasta el momento) filmadas y
registradas en forma manuscrita en un cuaderno (Carrasco 2013).
En suma, se trata entonces de pensar creativamente en qué o cómo ofrecer mecanismos
que favorezcan una razonable satisfacción a la demanda de investigación judicial
12
Asociación Civil Pensamiento Penal (APP) e Instituto de Estudios en Ciencias Penales (INECIP)
realizaron el Amicus. Disponible en: www.pensamientopenal.org.ar
formulada por quienes invisten el carácter de custodios éticos de ese pueblo, teniendo
presente su calidad de preexistencia étnica y cultural al Estado, que conserva todas o
partes de sus instituciones socioculturales.
El proceso está abierto aún, de modo que lo dicho arriba debe entenderse como una
oportunidad para construir un diálogo intercultural e interdisciplinario para un
acercamiento entre campos cognitivos artificialmente distanciados.

Entre la Etnografía y el Litigio. Más Allá o más Acá de las Propias Certezas: La
Cuestión del Diálogo Interdisciplinario
Espero haber demostrado, con ejemplos etnográficos, la complejidad que acarrear el
trabajo interdisciplinario entre antropología y derecho, principalmente desde el objetivo
compartido de propender a una justicia más integral. La etnografía es una herramienta útil
para que los operadores del derecho alcancen un conocimiento complejo de las
circunstancias en que las personas se vinculan con el delito, así como los reclamos que se
hacen a la justicia ante la violación de derechos reconocidos. Los obstáculos, los malos
entendidos, los rechazos que algunos juzgadores expresan en contra de la producción
antropológica, no deben llevar a considerar que no existe diálogo. Tan solo plantean la
dificultad que conlleva abandonar el confort que provee moverse adentro de los márgenes
de la propia disciplina. Derecho y antropología son ciencias en movimiento porque
ambas tienen como su principal objeto las cuestiones humanas; por tanto no deben
escapar a su permanente transformación, repensándose a si mismas continuamente para
acompañar los cambios sociales. Con pequeños gestos tal vez sea posible alcanzar las
transformaciones deseadas. Mayor será la lentitud en el proceso de reevaluación
epistemológica de criterios por los cuales se justifica o se invalida el conocimiento
producido. Principalmente, los conceptos de objetividad, realidad y justificación parecen
ser los núcleos duros de la interdisciplinariedad. Pero estoy convencida que sin puentes
que nos acerquen a las personas para intentar comprender cabalmente los significados
que dan a sus vidas, no lograremos derribar las fronteras que nos impiden el diálogo
interdisciplinario.

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Carrasco, Morita 2013a Derecho penal y comunidades indígenas: reflexiones
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Carrasco, Morita 2013 b Diálogos de una antropóloga con el derecho a partir de su
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Carrasco, Morita y Marilyn Cebolla Badie 2012 “Entre el aty guachu y el juez: dramática
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Comisión Interamericana de Derechos Humanos, 2007 Caso 12094: Asociación de
Comunidades Aborígenes Lhaka Honhat c/Estado argentino. Alegatos Peticionarios.

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