Cruce de Fronteras
Cruce de Fronteras
Cruce de Fronteras
En:
Milka Castro Lucic (ed.) Los puentes entre la Antropología y el Derecho.
Orientaciones desde la Antropología Jurídica. Programa de Antropología
Jurídica e Interculturalidad. Facultad de Derecho. Universidad de Chile. Pp.:
283-309. ISBN978-956-353-756-7.
Introducción
Estas reflexiones no tratan del campo de la antropología jurídica, sino de la experiencia
de trabajo a caballo de las disciplinas del derecho y la antropología. Me refiero
inicialmente a lo que fuera una decisión crucial en mi carrera profesional: inscribir una
tesis doctoral, no en el medio antropológico sino en la Facultad de Derecho de la
Universidad de Buenos Aires. Me animaba la convicción de que una tesis desarrollada a
lo largo de casi veinte años de trabajo de campo en torno al derecho a la propiedad
colectiva del territorio indígena sería el mejor aporte científico que podría hacer. Esto es,
contribuir con conocimiento empírico concreto (caso Lhaka Honhat contra Estado
argentino1) para pensar cuál puede la manera, o los criterios que deberían tenerse en
cuenta para hacer efectivos los derechos de los pueblos indígenas, reconocidos en la
Constitución nacional y el derecho internacional. En los intercambios frecuentes
mantenidos con abogados para intentar acercarnos desde nuestras respectivas disciplinas
a un diálogo que nos permitiera a unos y otros cooperar con la demanda de justicia de
estos pueblos, encontré que si bien todos usábamos los mismos términos (territorio,
comunidad, identidad) dando por sentado que sabíamos de qué estamos hablando, porque
las meras palabras se explican por sí solas, esto no era así. Más que acercarnos, las
distintas significaciones que dábamos a esas palabras nos distanciaban. Y sin embargo
debíamos tratar de colaborar para desambiguar enunciados formales fijados en la norma,
*
Antropóloga. Profesora/investigadora. Departamento e Instituto de Ciencias Antropológicas – Facultad de
Filosofía y Letras – Universidad de Buenos Aires.
1
La Asociación de Comunidades Aborígenes Lhaka Honhat está integrada por más de 40 comunidades de
cinco pueblos cazadores-recolectores-pescadores asentados en la región del Chaco argentino, a orillas del
río Pilcomayo en la provincia de Salta, límite internacional con las Repúblicas de Bolivia y Paraguay. En
1984 solicitó un título colectivo del territorio de uso tradicional. En 1991 el gobierno salteño se
comprometió por decreto a entregar ese título a nombre de todas las comunidades, pero nunca cumplió. En
1995 la Asociación acudió a la justicia para reclamar por sus derechos. En 1998 el caso fue remitido a la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos después de haberse agotado los recursos judiciales
internos. En 2006 la CIDH admitió la petición y en 2012 dictó su Informe de Fondo en el cual se insta al
estado argentino a cumplir con sus recomendaciones; entre ellas la titulación del territorio y el control de
alambrados y corte ilegal de madera. Luego de sucesivas prórrogas concedidas por la CIDH al estado,
transcurridos veintidós meses, persiste el incumplimiento.
tales como “tierras ancestrales”, “ocupación tradicional”, “especial relación con la tierra”,
y alcanzar los objetivos de aquellas personas con las cuales estábamos vinculados.
Mis esfuerzos por advertir que para dar sentido preciso a estas frases era necesario
primero reconocer la especificidad del sujeto pueblo al que nos estamos refiriendo. Que
no es posible generalizar, llamar Pacha Mama al territorio de pueblos de tierras bajas.
Que la comunidad no se refiere al espacio donde se hallan las viviendas. Que lo que
llamamos comunidad no es una aldea, un barrio o una villa, sino un complejo sistema de
relaciones sociales que deben ser cartografiadas. Como digo, cada vez que buscaba
enfatizar esta advertencia, me encontraba con réplicas ambiguas. Ninguno de nosotros
desconocía que el problema con estas palabras se vuelve grave cuando se emplean de
forma mecánica para discernir a quién corresponde reconocer legalmente qué cosas. Pero
de ahí al hecho de compartir argumentos, una distancia se interponía entre nosotros.
Ambas partes coincidíamos en la necesidad de establecer vínculos interdisciplinarios
entre quienes decimos abogar por un cambio legal que efectivamente proteja la diferencia
cultural, pero nuestras argumentaciones sonaban más o menos convincentes según el
escenario. ¿Por qué? Creo que entendíamos que para hablarle a quienes tienen que
resolver la cuestión el mejor argumento es el que provee el derecho; en este caso, más
precisamente la letra escrita de la norma establecida (aunque en la práctica no se respete).
Pero, por otro lado, si bien el derecho indígena ha avanzado notablemente desde el punto
de vista normativo, se trata de una disciplina nueva que tiene como característica que
para interpretar el contenido normativo necesita dialogar con disciplinas sociales y
humanas que aporten la especificidad de sus saberes sobre la idiosincrasia del sujeto al
cual se dirige el derecho. Algo que para quienes creemos que arrastramos el peso del
nacimiento de nuestra disciplina coincidiendo con la expansión colonial que “descubrió”
a la población originaria, la restauración de los derechos indígenas es un asunto de
enorme relevancia ética. Todo lo que digo me inducía, entonces, a seguir adelante con mi
decisión, a pesar de las contradicciones implicadas en el vínculo pretendido entre
antropología y derecho.
Ahora bien, contrariamente a lo deseado, mis pretensiones no fueron fácilmente
aceptadas. Uno de los tres abogados que integraba el jurado se pronunció por rechazar la
tesis. En su dictamen argumentó: “no se rastrean ni se analizan con pulcritud en la tesis
los antecedentes, trámite y debates constituyentes […] ni [existe] un balance de la
doctrina constitucionalista sobre la cláusula en cuestión2 […] tampoco sobre la
jurisprudencia existente en los distintos tribunales del país […] las piezas acompañadas
como documentación resultan ilustrativas sobre el proceso pero no reemplazan la
evaluación pormenorizada y fundada de los procedimientos judiciales del caso”. En
suma, se me exigía escribir una tesis fundada en la ciencia jurídica y no en la
antropología como había sido mi intención3. Otro jurado sostuvo que me había olvidado
de citarlo. Para mi sorpresa, el presidente dijo “[…] los compromisos legales que hemos
asumido, colectivamente, son de una exigencia extraordinaria, y los problemas que dicha
normativa trae consigo son numerosos y de muy compleja resolución […] nosotros,
2
Alude al artículo constitucional 75 inciso 17, que reconoce los derechos específicos de los pueblos
indígenas.
3
Esta negativa provocó la publicación de un comentario crítico del Presidente del Tribunal de Evaluación
en un blog de su autoría, bajo el título: “una noche triste en la Facultad de Derecho”.
abogados, jueces, juristas, necesitamos seguir adquiriendo herramientas sofisticadas para
el análisis de la vida jurídica de nuestra comunidad […] la tesis ofrecida se nos presenta
como una ayuda extraordinaria, capaz de brindarnos a nosotros, operadores del derecho,
instrumentos de análisis con los que no contamos […]. No se trata […] de reemplazar al
instrumental jurídico por el antropológico, sino de incorporar a nuestro análisis las
herramientas que nos brindan otras disciplinas como la antropología, que en áreas como
la del caso, se han mostrado más interesadas, reflexivas y competentes que el propio
derecho”.
Si estas notas parecen sugerir que es difícil superar el aislamiento con el cual se pretende
proteger la exclusividad del dominio que recubre las disciplinas, tomaré un punto de vista
crítico al respecto. Mi opinión es que estas contradicciones al interior del jurado prueban
que pese a existir una especie de división del trabajo entre el proyecto descriptivo de la
antropología y el proyecto normativo del derecho, ellos no son absolutos ni mutuamente
exclusivos. Los estudiosos de uno y otro hemos comprendido que existe entre nosotros
una base común en nuestros objetivos y preocupaciones respecto a vivir con la
diversidad. De ahí que la tesis presentada y las preguntas que me hiciera antes de tomar
esta decisión se motivaban en el convencimiento de que juntos podríamos construir esta
base común.
Desde un contexto de desarrollo evolutivo del derecho, el diálogo parece ser
indispensable. En la excepcionalidad de una situación de diálogo y en la conjunción de
intereses y, quizás, de un proyecto compartido enfatizo el valor que proveen estudios de
casos empíricamente informados (como los que puede brindar la antropología) para evitar
los riesgos que se podrían producir si no conocemos la realidad de la vida sobre la cual se
proponen normas.
4
Para mayor información ver Carrasco, 2009, disponible en www.iwgia.org.
Más tarde transformé el episodio en una oportunidad para saber qué estaba pasando.
¿Cuál era el conflicto que la presencia de la antropóloga provocaba? Mejor dicho, ¿qué
conflictos me estaban informando estas actitudes de desprecio y rechazo hacia mi
persona? Si en el ejemplo anterior mis actividades me convertían en sospechosa, este otro
me estaba haciendo llegar una información de la que carecía, o no podía alcanzar a
comprender del todo desde mi confortable rol de asesora. Godelier utiliza la figura del
bufón para representar la figura del antropólogo como catalizador de tensiones del campo
(Zenobi, c/p).¿Cuáles eran los conflictos que estaban ahí?
Una pléyade de nuevos actores, cada uno con sus convicciones, se había sumado en el
último tramo de este reclamo de más de quince años. El pedido inicial de un título único a
nombre de todas las comunidades, sobre una superficie unificada, había sufrido
modificaciones, como resultado de la multitud de reuniones e intervenciones de terceros.
No sólo los asesores técnicos y legales llevaban sus opiniones a los dirigentes; los
funcionarios de gobierno los presionaban con llamados telefónicos para “acordar” puntos
de vista, estrategias y metas antes de las reuniones. La Comisión Interamericana de
Derechos Humanos mantenía su rol político de árbitro entre los peticionarios y el Estado.
El estado de cosas había llevado a la dirigencia a aceptar la propuesta del Estado y a los
asesores técnicos y legales a dialogar con la población criolla que ocupa gran parte de la
superficie reclamada para distribuirse entre ellos las porciones de tierra a titular a cada
grupo. En este escenario, mi presencia de testigo calificado para brindar una opinión que
recuperara la historia compleja del reclamo era vista como un obstáculo para la
dirigencia. La posición que podía reafirmar la antropóloga era contraria a los “intereses”
del resto de los participantes en la reunión. No podía acordar con la estrategia del
gobierno, tampoco con la de los pobladores criollos, si bien mantengo la posición de que
se deben titular las tierras que ocupan a favor de quienes llevan años allí. Pero
consideraba -y lo sigo haciendo- que es el Estado quien debe proveer la solución, no las
víctimas (indígenas y criollos) de la situación. Adoptar el punto de vista del nativo,
autorizado -autoridades legítimas con poder moral que iniciaran el reclamo, pero que
lamentablemente habían fallecido ya5- me ubicaba en ese lugar del bufón del que habla
Godelier. Todos los demás -asesores técnicos de ambos grupos 6- y los asesores legales
(Centro de Estudios Legales y Sociales - CELS) de la organización indígena
consideraban favorable la estrategia (“peligrosa”, en opinión de la antropóloga),
propuesta por el Estado. La solución a este enfrentamiento la dio uno de los asesores
técnico que acompañan las actividades en el territorio. Esta persona propuso a los
dirigentes que se me permitiera participar de la reunión sin hablar; y así lo hice. En
adelante, el episodio fue olvidado, pero había sido altamente informativo para reconstruir
5
La evaluación que realizaron aquellas autoridades fue que la distribución de tierras con base en parcelas
comunitarias anularía sus posibilidades de acceder libremente a los recursos, a la vez que generaría
disputas y conflictos internos por la defensa de uso exclusivo que –suponían- haría cada comunidad una
vez que tuviera un título de propiedad individual. En mi opinión esto es lo que está persiguiendo el Estado
con la insistencia en que sea el diálogo entre criollos e indígenas el que provea la solución de distribución
de tierras, omitiendo así la responsabilidad de reconocer el territorio según la autodefinición de los nativos
(Convenio 169 de OIT, Jurisprudencia del Sistema Interamericano de Derechos Humanos, Constitución
Nacional).
6
La Fundación ASOCIANA de la iglesia anglicana de la diócesis del norte argentino asesora en terreno a
la organización indígena. FUNDAPAZ (Fundación para el Desarrollo en Paz) ligada a la iglesia católica
asesora en terreno a la Organización de Familias Criollas (OFC).
el conflicto de fondo. Mis sentimientos de afecto hacia la dirigencia y los colegas
también quedaron atrás. La figura del bufón dura lo que dura una escena.
7
“Cabe resaltar que debido a la norma cultural de fisión-fusión, el número total de comunidades que
residen en los lotes puede ir variando en el tiempo. Estas variaciones tienen, por lo regular, origen en
cuestiones de índole socio-político o económico: la fisión (división) de comunidades conlleva la aparición
de un nuevo asentamiento; además hay un pequeño número de comunidades (aproximadamente 5) que aún
practica una vida nomádica, por lo cual periódicamente se mudan de un lugar a otro, dejando prácticamente
abandonado el primero. De allí que el número de comunidades peticionarias evidencie cambios desde el
inicio del reclamo a la actualidad” CIDH. Caso 12094: Asociación de Comunidades Aborígenes Lhaka
Honhat c/Estado argentino. Alegatos Peticionarios 4-1-2007: 4.
de conseguir la implementación del derecho. El compromiso militante de la antropóloga
con las necesidades y aspiraciones de los indígenas con quienes llevaba a cabo su
investigación se justificaba en la triangulación. Los conceptos fundamentales del derecho
comenzaron a ser parte del idioma antropológico y de mi práctica profesional. La
articulación conceptual (el cruce de fronteras de la antropología al derecho) fue posible
en la producción de la tesis doctoral, en numerosos artículos en revistas científicas y en la
redacción de libros sobre las implicancias del discurso legal para la protección y respeto
de la diferencia indígena8. Más importantes pueden haber sido las diversas instancias en
que fui invitada a participar de seminarios, paneles y otros eventos para la transferencia
de conocimiento en academias de derecho. En los intercambios con alumnos y profesores
es donde mejor se visibilizaba el cruce de fronteras. Al punto en que varias veces el
comentario fue: “sos casi abogada”. No era esa mi intención, sino lograr transportes de
esquemas cognitivos de una disciplina a la otra con fines particulares, como los que he
mencionado antes. Es decir: la búsqueda de acercamiento entre dimensiones
conceptuales, como por ejemplo derecho de propiedad comunitaria y organización
indígena, para sortear el encorsetamiento normativo al que deben someterse los pueblos
indígenas para se hagan efectivos los derechos reconocidos, y el intento político -todavía
persistente- de imposición de modos de vida colonialistas. Como lo es el hecho de que
para poder ejercer libremente sus derechos se vean obligados a aprender a acceder y
peticionar a los Estados en sede judicial y ante organismos internacionales de la OEA.
En todo proceso legal el tiempo es un factor de enorme gravitación. Mientras se debate en
la mesa de negociación, los gobiernos ganan terreno: compran dirigentes, entretienen con
medidas que nunca llegan a concretar y generan conflictos entre asesores. En el terreno
las demandas que los pueblos indígenas hacen al Estado son transformadas por sus
funcionarios en oportunidad para reconvertirlas en demandas aceptables para su proyecto
de mantenimiento de la gobernabilidad, dejando intactos los compromisos que tienen con
aliados partidarios y con empresarios interesados en los recursos naturales que están en
los territorios indígenas. Por lo tanto, no se trata de una cuestión burocrática, no se
requiere mejorar estrategias legales, firmar actas, acuerdos o dictar decretos para nunca
ser cumplidos.
En tal escenario advierto que los abogados suelen interpretar las razones del conflicto
como un problema del derecho. Aluden a la diferencia -incomprensible- para los
funcionarios entre el derecho de propiedad y el de pertenencia al espacio vital, las normas
sobre derechos reales basados en la propiedad individual y la propiedad colectiva, y otras
cuestiones semejantes. Esto en parte es cierto, pero -desde mi punto de vista- el derecho
no puede ser concebido como responsable único del conflicto. La indecisión política de
quienes deben resolver la cuestión es, por lejos, la mayor culpable. El Derecho ha
avanzado promoviendo el reconocimiento de derechos diferenciales a las tierras y
territorios, pero el Estado no los hace efectivos. ¿Cuáles son entonces las razones de
emergencia de las divergencias entre puntos de vista disciplinares? Como digo, no se
trata de un problema relativo al derecho; no es una cuestión de incompatibilidad legal. Y
sin embargo, el derecho a la propiedad comunitaria reconocida en la Constitución y en el
derecho internacional es su mejor herramienta de defensa para mantenerse como pueblo.
Confían en el derecho, creen en la justicia y buscan obtener la propiedad legal de sus
8
Cfr: Carrasco, 2009; Carrasco, M. 2000; Briones y Carrasco, 2000.
tierras para ser libres. Esto nos conmina a intentar una vez más trabajar en el terreno
político que es donde se verifica el incumplimiento de la ley. Podemos articular
conceptualmente, pero las divergencias aparecen por la turbulencia del escenario político
en que se desenvuelve el proyecto compartido. Y no por los términos de la
interdisciplinariedad entendida como intercambio y cooperación.
Subsiste aún un factor que a veces parece no ser tenido demasiado en cuenta. El carácter
político del actor indígena, continuamente expuesto al hostigamiento de una clase
dirigencial que quiere convertir al indígena en trabajador rural individual, sin
organización alguna y transformar su territorio ancestral en colonias agrícolas en manos
del capital: nacional o extranjero, lo mismo da. Podemos avanzar en las discusiones
teóricas, en la articulación conceptual. Pero incluso la más perfecta de las estrategias
legales no logrará el objetivo que perseguimos si no conseguimos que el actor que
demanda conserve su fortaleza política para hacer frente a los embates del Estado. El
tiempo de la formulación de normas está concluido. Puede ser mejorado: el discurso
jurídico y la estrategia legal seguirán su marcha, pero el freno con el cual debemos
trabajar es la debilidad del actor/peticionario. Las transformaciones del derecho se han
conseguido siempre con lucha política, y es en este terreno donde hoy se debe dar la
articulación estratégica entre profesionales del derecho y la antropología, acercándose
unos a otros, sin preconceptos, sin clausuras disciplinares, articulados en el trabajo más
político y menos teórico.
Entre la Etnografía y el Litigio. Más Allá o más Acá de las Propias Certezas: La
Cuestión del Diálogo Interdisciplinario
Espero haber demostrado, con ejemplos etnográficos, la complejidad que acarrear el
trabajo interdisciplinario entre antropología y derecho, principalmente desde el objetivo
compartido de propender a una justicia más integral. La etnografía es una herramienta útil
para que los operadores del derecho alcancen un conocimiento complejo de las
circunstancias en que las personas se vinculan con el delito, así como los reclamos que se
hacen a la justicia ante la violación de derechos reconocidos. Los obstáculos, los malos
entendidos, los rechazos que algunos juzgadores expresan en contra de la producción
antropológica, no deben llevar a considerar que no existe diálogo. Tan solo plantean la
dificultad que conlleva abandonar el confort que provee moverse adentro de los márgenes
de la propia disciplina. Derecho y antropología son ciencias en movimiento porque
ambas tienen como su principal objeto las cuestiones humanas; por tanto no deben
escapar a su permanente transformación, repensándose a si mismas continuamente para
acompañar los cambios sociales. Con pequeños gestos tal vez sea posible alcanzar las
transformaciones deseadas. Mayor será la lentitud en el proceso de reevaluación
epistemológica de criterios por los cuales se justifica o se invalida el conocimiento
producido. Principalmente, los conceptos de objetividad, realidad y justificación parecen
ser los núcleos duros de la interdisciplinariedad. Pero estoy convencida que sin puentes
que nos acerquen a las personas para intentar comprender cabalmente los significados
que dan a sus vidas, no lograremos derribar las fronteras que nos impiden el diálogo
interdisciplinario.
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