Los Dos Senderos

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LOS DOS SENDEROS

Por Claudio Dossetti

L os Sagrados Upanishads nos enseñan en diversos pasajes,


y de distintos modos, que en nuestra vida podemos tomar
dos senderos: el que nos lleva hacia el exterior, es decir, hacia
el reino de los sentidos, y el que se dirige hacia nuestro inte-
rior, es decir, hacia el santuario de nuestro propio corazón,
morada eterna del Divino Señor.
Por ejemplo, en uno de los versos del Kena Upanishad
leemos que el Dios Yama brinda la siguiente enseñanza a su
discípulo Nachiketas:
“El Supremo Señor auto-existente causó una herida a los
órganos de sensación, creándolos con una tendencia hacia lo
externo; es por ello que un hombre percibe con los sentidos so-
lamente los objetos externos, y no su Ser Interior. Sin embar-
go, una persona serena, que anhela la Inmortalidad, contempla
a su Ser Interno con los ojos cerrados.”1

1 Kena Upanishad II, i, 1, traducción de nuestra Maestra Espiritual, Ed. Hastinapura.

~1~
La primer parte del verso nos habla del camino que nos lle-
va hacia el mundo de la diversidad y el cambio, mientras que la
segunda parte hace referencia al sendero interno y espiritual.
Debido a que nuestros sentidos tienen “una tendencia hacia
lo externo”, por el solo hecho de abrir nuestros ojos, o escuchar
algo, salimos inmediatamente hacia el mundo que nos rodea, y
como consecuencia de ello nuestra mente —que es muy malea-
ble— toma la forma de aquello que ve o escucha.
A su vez, como todos los objetos se caracterizan por tener
algún nombre (Nama) y alguna forma (Rupa), nuestros pen-
samientos adoptan dichos nombres y formas como si fuesen su
propio cuerpo.
Y de allí resulta que todo cuanto conozcamos o creemos
conocer con los sentidos y la mente no sea otra cosa que nom-
bres y formas, las cuales, según nos enseñan también los Upa-
nishads, son una ilusión, al igual que un espejismo en el de-
sierto, y son cambiantes y pasajeras como las olas del mar. Es
por ello que se dice metafóricamente que los sentidos adolecen
de una “herida”, la cual no es otra que el dolor nacido de la le-
janía de Dios.
Así, los cuerpos físicos de los seres que nos rodean con sus
diversos aspectos y sus distintos nombres, la energía vital que
los vivifica y a la cual llamamos Prâna, los pensamientos, el in-
telecto y aún los sentimientos más sutiles y bienaventurados,
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todo ello se halla comprendido dentro de lo que la Vedânta
llama Upâdhis o envolturas ilusorias.
Cuando esto sucede —que es lo que nos ocurre casi a todos
los seres humanos durante casi todo el tiempo—, al ver una flor
percibimos su forma, su color y su perfume, y entonces deci-
mos: “¡Qué bella flor, y qué perfume tan delicado tiene!” Al ver,
durante una noche serena y libre de nubes, el cielo estrellado
exclamamos: “¡Cuántas estrellas tan brillantes refulgen en la
bóveda celeste!” Al contemplar un atardecer expresamos nues-
tro sentimiento diciendo: “¡Qué momento tan apacible y qué
maravillosa gama de colores se despliega sobre el cielo próxi-
mo al horizonte!”
Todas esas expresiones son buenas, son bellas y enaltece-
doras de nuestro ser, ya que con ellas estamos alabando la ma-
nifestación divina. Sin embargo, a menudo... como dice nues-
tra Madre en una de sus sagradas canciones devocionales: “de
Dios nos olvidamos”.
Y este olvido de lo Divino radica en gran parte en que ve-
mos las cosas, la variedad, los objetos, los diversos seres, etc.,
pero por alguna razón no llegamos a percibir la Divina Esencia
que reside en el corazón de esos seres. En otras palabras, ve-
mos los cuerpos con los cuales Dios se recubre, pero nos ha-
llamos lejos de percibir a Dios Mismo que reside en su interior.

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Es entonces cuando el verso mencionado del Upanishad
nos muestra el segundo sendero, el camino divino, y así nos di-
ce que “una persona serena, que anhela la Inmortalidad, con-
templa a su Ser Interno con los ojos cerrados”, es decir, lo per-
cibe residiendo dentro de su propio corazón.
“Con los ojos cerrados” significa “con la mente y los senti-
dos recogidos”, esto es, con la mente serena y posada, con de-
voción, a los Pies del Divino Señor. La expresión también nos
indica cómo ha de ser el modo de vida espiritual, una de cuyas
características es el evitar contactar en demasía con el mundo
circundante y abocarnos con mayores fuerzas a la reflexión so-
bre las cosas eternas de las cuales nos hablan los Libros Sagra-
dos y una y otra vez nos recuerda nuestro Guru.
* * *
Nos enseñan los Sabios y los Santos que cuando la mente se
aquieta, cuando Bhavana o sentimiento divino se acrecienta
en nuestro corazón, cuando oramos y meditamos con asidui-
dad, cuando otorgamos mayor tiempo a estar en cercanía con
lo divino, de algún modo el velo de la ilusión se va debilitando
y se va haciendo más tenue y transparente, y así, poco a poco
vamos viendo la Luz de Dios que brilla detrás de él.
Y luego, con el tiempo, y si el Señor así lo dispone, veremos
brillar esa Luz de Dios no sólo en nuestro propio corazón, sino
también en el corazón de todos aquellos que nos rodean. Los
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nombres y las formas ya no nos parecerán tan reales ni tan im-
portantes, y comenzaremos a otorgar más y más valor a aque-
llo que en verdad es Real, es decir, al Divino Señor.
Paulatinamente las diferencias entre los seres se irán dilu-
yendo, y sólo permanecerá Dios, la Realidad. Es entonces
cuando percibiremos la Bondad y la Bienaventuranza Divina
por doquier, tanto dentro como fuera de nosotros.
Acerca de esto nuestra Madre nos ha enseñado una senten-
cia de Teófano el Recluso que nos dice:
“Con la oración incesante todos los hombres comienzan a
parecernos buenos, y de esta transformación del corazón nace
el amor universal por todos.”
Con respecto a la vida espiritual, también es bueno recor-
dar aquí la importancia de lugares especialmente adecuados
para el cultivo del recogimiento, la oración y la divina contem-
plación, tales como los Monasterios, Conventos y Ashrams,
donde las actividades consagradas al Señor y el entorno reli-
gioso contribuyen para que en nuestro interior se eleve un sen-
timiento duradero de comunión con Dios. De allí la gran im-
portancia que nuestra Madre le otorga al Monasterio Bhakti, el
cual se está construyendo dentro del predio de nuestro sagrado
Centro Pedagógico Tukaram, y que será, si Dios lo permite, un
sublime y universal lugar de devoción, oración, silencio y me-
ditación.
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¡Quiera Dios que cada día podamos viajar siquiera unos
breves momentos hacia el santuario de nuestro corazón, donde
siempre nos espera el Divino Señor!
¡Quiera Dios que podamos ser constantes y perseverantes
en nuestra búsqueda de Dios!
¡Que a través del recogimiento y la meditación tengamos
mayor paz en nuestro interior, y así, brindemos mayor paz a
nuestro semejantes!
Om. Paz, Paz, Paz.

Por el Prof. Claudio Dossetti


Miembro del Colegio de Profesores de la Fundación Hastinapura

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