San Martin de Porres

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SAN MARTIN DE PORRES

San Martín de Porres Velázquez o san Martín de Porras Velázquez (Lima, 9 de diciembre de 1579-Lima, 3 de


noviembre de 1639), de nombre secular Juan Martín de Porres Velázquez, fue un fraile nacido en el virreinato del
Perú, de la orden de los dominicos. Fue el primer santo mulato de América. Es conocido también como el santo de la
escoba por ser representado con una escoba en la mano como símbolo de su humildad.

BIBLIOGRAFIA
Martín de Porres o Porras 12 fue hijo de un noble burgalés, caballero de la Orden de Alcántara, Juan de Porras de Miranda,
natural de la ciudad de Burgos, y de una mujer negra, Ana Velázquez, natural de Panamá que residía en Lima.
Su padre no podía casarse con una mujer de su condición, porque era muy pobre, lo que no impidió
su amancebamiento con Ana Velázquez. Fruto de esta relación nació Martín y, dos años después, Juana de Porres
Velázquez, su única hermana. Martín de Porres fue bautizado el 9 de diciembre de 1579 en la Iglesia de San Sebastián de
Lima.
Ana Velázquez dio cuidadosa educación cristiana a sus dos hijos. Juan de Porres estaba destinado en Guayaquil, y desde
ahí les proveía de sustento. Viendo la situación precaria en que iban creciendo, sin padre ni maestros, decidió
reconocerlos como hijos suyos ante la ley. En su infancia y temprana adolescencia, sufrió la pobreza y limitaciones
propias de la comunidad de raza negra en que vivió.
VIDA RELIGIOSA
Se formó como auxiliar práctico, médico empírico, barbero y herborista.1 En 1594, a la edad de quince años, y por la
invitación de fray Juan de Lorenzana, famoso dominico, teólogo y hombre de virtudes, entró en la Orden de Santo
Domingo de Guzmán bajo la categoría de «donado», es decir, como terciario por ser hijo ilegítimo (recibía alojamiento y
se ocupaba en muchos trabajos como criado). Así vivió nueve años, practicando los oficios más humildes. Fue admitido
como hermano de la orden en 1603. Perseveró en su vocación a pesar de la oposición de su padre, y en 1606 se convirtió
en fraile profesando los votos de pobreza, castidad y obediencia.
De todas las virtudes que poseía Martín de Porres sobresalía la humildad, siempre puso a los demás por delante de sus
propias necesidades. En una ocasión el Convento tuvo serios apuros económicos y el Prior se vio en la necesidad de
vender algunos objetos valiosos, ante esto, Martín de Porres se ofreció a ser vendido como esclavo para ayudar a
remediar la crisis, el Prior conmovido, rechazó su ayuda. Ejerció constantemente su vocación pastoral y misionera;
enseñaba la doctrina cristiana y fe de Jesucristo a los negros e indios y gente rústica que asistían a escucharlo en calles y
en las haciendas cercanas a las propiedades de la Orden ubicadas en Limatambo.
La situación de pobreza y abandono moral que estos padecían le preocupaban; es así que con la ayuda de varios ricos de
la ciudad —entre ellos el virrey Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, IV Conde de Chinchón, que en propia
mano le entregaba cada mes no menos de cien pesos— fundó el Asilo y Escuela de Santa Cruz para reunir a todos los
vagos, huérfanos y limosneros, y ayudarles a salir de su penosa situación.
Martín siempre aspiró a realizar vocación misionera en países y provincias alejados. Con frecuencia lo oyeron hablar
de Filipinas, China y especialmente de Japón, país que alguna vez manifestó conocer. El futuro santo fue frugal,
abstinente y vegetariano. Dormía solo dos o tres horas, mayormente por las tardes. Usó siempre un simple hábito de
cordellate blanco con una capa larga de color negro. Alguna vez que el prior lo obligó a recibir un hábito nuevo y otro
fraile lo felicitó risueño, Martín, le respondió: «Pues con este me han de enterrar» y, efectivamente, así fue.
IDEAL DE SANTIDAD

Glorificación de san Martín de Porres del artista italiano Fausto Conti encargada por el papa Juan XXIII para
la canonización en San Pedro de Roma. Se encuentra actualmente en la basílica del Santísimo Rosario, en el Convento de
Santo Domingo de Lima.
Martín fue seguidor de los modelos de santidad de santo Domingo de Guzmán, san José, santa Catalina de Siena y san
Vicente Ferrer. Sin embargo, a pesar de su encendido fervor y devoción, no desarrolló una línea de misticismo propia.
Martín de Porres fue confidente de san Juan Macías, fraile dominico, con el cual forjó una entrañable amistad. Se sabe
que también conoció a santa Rosa de Lima, terciaria dominica, y que se trataron algunas veces, pero no se tienen detalles
históricamente comprobados de estas entrevistas.
La personalidad carismática de Martín hizo que fuera buscado por personas de todos los estratos sociales, altos
dignatarios de la Iglesia y del Gobierno, gente sencilla, ricos y pobres, todos tenían en Martín alivio a sus necesidades
espirituales, físicas o materiales. Su entera disposición y su ayuda incondicional al prójimo propició que fuera visto como
un hombre santo.
Aunque él trataba de ocultarse, la fama de santo crecía día por día. Fueron varias las familias en Lima que recibieron
ayuda de Martín de Porres de alguna forma u otra. También, muchos enfermos lo primero que pedían cuando se sentían
graves era: «Que venga el santo hermano Martín». Y él nunca negaba un favor a quien podía hacerlo.
SU FALLECIMIENTO
Casi a la edad de sesenta años, Martín de Porres cayó enfermo y anunció que había llegado la hora de encontrarse con
el Señor. La noticia causó profunda conmoción en la ciudad de Lima. Tal era la veneración hacia este mulato que
el virrey Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla fue a besarle la mano cuando se encontraba en su lecho de
muerte, pidiéndole que velara por él desde el Cielo.
Martín solicitó a los dolidos religiosos que entonaran en voz alta el credo y mientras lo hacían, falleció. Eran las
9:00 p. m. del 3 de noviembre de 1639 en Ciudad de los Reyes, capital del virreinato del Perú. Toda la ciudad le dio el
último adiós en forma multitudinaria donde se mezclaron gente de todas las clases sociales. Altas autoridades civiles y
eclesiásticas lo llevaron en hombros hasta la cripta, doblaron las campanas en su nombre y la devoción popular se mostró
tan excesiva que las autoridades se vieron obligadas a realizar un rápido entierro.
En la actualidad sus restos descansan en la Basílica y Convento de Santo Domingo, de Lima, junto a los restos de santa
Rosa de Lima y san Juan Macías en el denominado Altar de los Santos de Perú.

MILAGROS ATRIBUIDO

Tradicional procesión de san Martín de Porres en el centro histórico de Lima.

Imagen de san Martín de Porres en el distrito de Barranco


Las historias de los milagros atribuidos a su intercesión son muchas y sorprendentes, estas fueron recogidas como
testimonios jurados en los Procesos diocesano (1660-1664) y apostólico (1679-1686), abiertos para promover
su beatificación. Buena parte de estos testimonios proceden de los mismos religiosos dominicos que convivieron con él,
pero también los hay de otras muchas personas, pues Martín de Porres trató con gente de todas las clases sociales.
Se le atribuye el don de la bilocación. Sin salir de Lima, se dice que fue visto en México, en África, en China y en Japón,
animando a los misioneros que se encontraban en dificultad o curando enfermos. Mientras permanecía encerrado en
su celda, lo vieron llegar junto a la cama de ciertos moribundos a consolarlos o curarlos. Muchos lo vieron entrar y salir
de recintos estando las puertas cerradas. En ocasiones salía del convento a atender a un enfermo grave, y volvía luego a
entrar sin tener llave de la puerta y sin que nadie le abriera. Preguntado cómo lo hacía, respondía: «Yo tengo mis modos
de entrar y salir».
Se le reputó control sobre la naturaleza, las plantas que sembraba germinaban antes de tiempo y toda clase de animales
atendían a sus mandatos. Uno de los episodios más conocidos de su vida es que hacía comer del mismo plato a un perro,
un ratón y un gato en completa armonía. Se le atribuyó también el don de la sanación, de los cuales quedan muchos
testimonios, siendo los más extraordinarios la curación de enfermos desahuciados. «Yo te curo, Dios te sana» era la frase
que solía decir para evitar muestras de veneración a su persona.
Según los testimonios de la época, a veces se trataba de curaciones instantáneas, en otras bastaba tan solo su presencia
para que el enfermo desahuciado iniciara un sorprendente y firme proceso de recuperación. Normalmente los remedios
por él dispuestos eran los indicados para el caso, pero en otras ocasiones, cuando no disponía de ellos, acudía a medios
inverosímiles con iguales resultados. Con unas vendas y vino tibio sanó a un niño que se había partido las dos piernas, o
aplicando un trozo de suela de zapato al brazo de un zapatero para sanarlo de una grave infección.
Muchos testimonios afirmaron que cuando oraba con mucha devoción, levitaba y no veía ni escuchaba a la gente. A
veces el mismo virrey que iba a consultarle (aun siendo Martín de pocos estudios) tenía que aguardar un buen rato en la
puerta de su habitación, esperando a que terminara su éxtasis. Otra de las facultades atribuidas fue la videncia. Solía
presentarse ante los pobres y enfermos llevándoles determinadas viandas, medicinas u objetos que no habían solicitado
pero que eran secretamente deseadas o necesitadas por ellos.
Se contó además entre otros hechos, que Juana, su hermana, habiendo sustraído a escondidas una suma de dinero a su
esposo se encontró con Martín, el cual inmediatamente le llamó la atención por lo que había hecho. También se le
atribuyó facultades para predecir la vida propia y ajena, incluido el momento de la muerte.
De los relatos que se guardan de sus milagros, parece deducirse que Martín de Porres no les daba mayor importancia. A
veces, incluso, al imponer silencio acerca de ellos, solía hacerlo con joviales bromas, llenas de donaire y humildad. En la
vida de Martín de Porres los milagros parecían obras naturales. Se dice que en algunos momentos de su vida, tuvo que
lidiar con el diablo; especialmente en el día de su muerte, donde presuntamente el diablo terminó siendo vencido.

BEATIFICACIÓN Y CANONIZACIÓN

Reconstrucción facial de san Martín de Porres a partir del análisis de su cráneo, realizado por el Equipo Brasileño de
Antropología Forense y Odontología Legal (Ebrafol), agosto de 2015.
En 1660, el arzobispo de Lima, Pedro de Villagómez, inició la recolección de declaraciones de las virtudes y milagros de
Martín de Porres para promover su beatificación, pero a pesar de su biografía ejemplar y de haberse convertido en
devoción fundamental de mulatos, indios y negros, la sociedad colonial no lo llevó a los altares. Aunque en 1763 el Papa
Clemente XIII emitió un decreto que afirmaba el heroísmo de sus virtudes, su proceso de beatificación hubo de
durar hasta 1837, cuando fue beatificado por el papa Gregorio XVI en la Basílica de Santa María la Mayor.
El papa Juan XXIII que sentía una verdadera devoción por Martín de Porres, lo canonizó en la Ciudad del Vaticano el 6
de mayo de 1962 ante una multitud de 40 000 personas procedentes de varias partes del mundo nombrándolo Santo
Patrono de la Justicia Social, exaltando sus virtudes en la homilía de canonización:
«San Martín, siempre obediente e inspirado por su divino Maestro, vivió entre sus hermanos con ese amor profundo que
nace de la fe pura y de la humildad de corazón. Amaba a los hombres porque los veía como hijos de Dios y como sus
propios hermanos y hermanas. Tal era su humildad que los amaba más que a sí mismo, y que los consideraba mejores y
más virtuosos que él... Martín excusaba las faltas de otro. Perdonó las más amargas injurias, convencido de que el
merecía mayores castigos por sus pecados. Procuró de todo corazón animar a los acomplejados por las propias culpas,
confortó a los enfermos, proveía de ropas, alimentos y medicinas a los pobres, ayudó a campesinos, a negros y mulatos
tenidos entonces como esclavos. La gente le llama Martín, el bueno».
La proclamación de Martín de Porres como santo fue sustentada por las milagrosas curaciones que ocurrieron a una
anciana gravemente enferma en Asunción (Paraguay) en 1948 y a un niño con una pierna a punto de ser amputada por
la gangrena, en Tenerife (España) en 1956. En el Perú, el cuál había hecho unos años antes un intensa campaña para
difundir su vida y promover la canonización, hubo muchos festejos. El entonces Presidente de la República, Manuel
Prado y Ugarteche, promulgó unos meses antes el Decreto Supremo N° 61-C (26 de marzo de 1962) por el cual se
denominó a 1962 como “Año de Fray Martín de Porres”, perennizando así la fecha de canonización del Santo Mulato.
Además, se formó una comisión que organizó –en forma urgente e inmediata- las actividades para celebrar el magno
evento. Esta comisión fue presidia por el doctor Geraldo Arosemena Garland, Ministro de Justicia y Culto.
El día de la canonización, la ciudad de Lima fue embanderada por todos los vecinos, en señal de peruanidad. Además, al
mediodía repicaron todas las campanas de las iglesias, acto que se realizó a nivel nacional. El buque insignia de la
armada peruana, Crucero Almirante Grau, realizó una salva de 21 cañonazos en la Bahía del Callao, mientras que todas
las unidades de la escuadra peruana sonaron sus sirenas. Finalmente, las reliquias de San Martín de Porres fueron
exhibidas en la Iglesia de Santo Domingo hasta el 3 de junio, lo que permitió ser veneradas por los miles de fieles.
En 1966 el Papa Pablo VI lo proclamó patrón de los barberos y peluqueros y, en el Perú, de la justicia social. Su
festividad en el santoral católico se celebra el 3 de noviembre, fecha de su fallecimiento. En diversas ciudades del Perú se
efectúan fiestas patronales en su nombre y procesiones de su imagen ese día, siendo la procesión principal la que parte de
la Iglesia de Santo Domingo, en Lima, lugar donde descansan sus restos mortales.

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