Lectura La Amante de La Culebra
Lectura La Amante de La Culebra
Lectura La Amante de La Culebra
Era la única hija de un matrimonio. Todos los días iba a la montaña a cuidar
el ganado. El padre y la madre no tenían más hijos que ella. Y por eso la
mandaban día a día a pastar el ganado. La moza era ya casadera, muy
desarrollada y hermosa.
Segundo 2022
Esa misma noche la joven dijo a sus padres:
—Padre mío, madre mía: es posible que los ladrones nos roben todas las
cosas que tenemos en la despensa. Desde ahora voy a dormir en el cuarto
donde guardamos los alimentos.
—Anda, hija mía —asintieron los padres.
La joven llevó su cama a la despensa y la tendió en el suelo, junto al batán.
La serpiente se deslizó al lecho, y los amantes durmieron juntos. Todas las
noches dormían juntos, desde entonces.
Cuando había que moler en el batán la joven no permitía que otro lo hiciera;
iba ella, y arrojaba puñados de harina en el hueco del estropajo. Antes de
irse cerraba el hueco con el pellejo que servía para limpiar el batán. De ese
modo, ni los padres, ni nadie, pudieron ver lo que había en ese agujero. Los
padres no sospechaban; no se les ocurría destapar el hueco y ver su interior.
Sólo cuando se dieron cuenta de que su hija estaba embarazada, se
inquietaron y decidieron hablar.
—Parece que nuestra hija está encinta —dijeron—. Es necesario que le
preguntemos quién es el padre.
La llamaron y la interrogaron:
—Estás embarazada. ¿Quién es el padre de tu hijo?
Pero ella no contestó.
Entonces el padre y la madre le preguntaron a solas, ya el uno, ya la otra.
Mas ella siguió enmudeciendo.
Hasta que sintió los dolores del parto, una noche y otra noche. Los padres
la atendían.
Y la serpiente no pudo deslizarse durante esas noches al lecho de la joven.
La serpiente ya no vivía en el hueco. Creció mucho, se hizo enorme, y ya no
pudo entrar en el agujero de la pared. Succionando la sangre de la joven
había engordado y estaba henchida y rojiza. Escarbó la base del batán, hizo
un agujero allí, y trasladó su vivienda. Era una especie de cueva bajo el
batán, un gran nido, la nueva vivienda de la serpiente. Había engordado en
redondo, a lo ancho; estaba pletórica. Pero para los ojos de su amante no
era culebra, era un mozo. Un mozo que engordaba reciamente.
No podían cubrir ya los amantes la cueva que escarbaron bajo el batán. Por
eso la joven doblaba las mantas de su cama y las tendía unas sobre otras
en base de la piedra, todas las mañanas. Así pudieron ocultar el nido de la
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serpiente de los ojos del padre y de la madre cuando éstos entraban al
granero.
Ante el silencio irreductible de su hija, los padres decidieron averiguar,
preguntaban a las gentes del ayllu:
—Nuestra hija ha aparecido embarazada de la nada. ¿No la habéis visto en
algún lugar hablar con alguien? ¿Quizá en los campos donde apacentaba el
ganado?
Pero todos contestaban:
—No; no hemos visto nada.
— ¿Dónde la hacéis dormir? —preguntaron algunos.
—Al principio dormía junto con nosotros, en el mismo cuarto.
Pero ahora insiste en dormir en la despensa; allí tiene su cama, en el suelo,
junto al batán. Y sólo ella quiere ir a moler; no permite que nadie se acerque
al batán.
—¿Y por qué causa se opone a que os acerquéis al batán? ¿Qué dice? —
preguntaban.
—“No os acerquéis, padres míos, al batán; podréis ensuciar mi cama; yo
sola voy a moler”, dice ella —respondieron los padres.
—¿Y por qué no quiere que os acerquéis al batán? —interrogaban.
—Ha sufrido y a los primeros dolores del parto —contestaban los padres.
Entonces dijeron:
—Id donde el adivino. Pedidle que vea y averigüe. La gente común no
podemos saber lo que ocurre. ¡Qué será!.
El padre y la madre fueron en busca del adivino. Llevaron un atado pequeño
de coca.
Pidieron que viera el caso de su hija.
—Mi hija no se siente bien; no sabemos lo que tiene —le dijeron. El adivino
preguntó:
—¿Qué le pasa a vuestra hija? ¿Qué le duele?
—Ha aparecido embarazada. No sabemos de quién. Hace tiempo que ha
empezado a sufrir los dolores, noche tras noche. Y no puede dar a luz. No
quiere decirnos quién es el padre —dijo la mujer.
El adivino consultó en las hojas de coca, y dijo:
—¡Algo, algo hay bajo el batán de tu casa! Y ese es el padre. Porque el
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padre no es gente, no es hombre.
—¿Y qué puede ser? —contestaron temerosos los ancianos—. Adivina,
pues, todo; adivina bien, te lo rogamos.
Entonces el adivino siguió hablando:
—¡Allí dentro hay una serpiente! ¡No es un hombre!
—¿Y qué hemos de hacer? —preguntaron los padres.
El adivino meditó unos instantes, y volvió a hablar, dirigiéndose al padre:
—Tu hija se opondrá a que matéis a la serpiente. “¡Matadme a mí primero
antes que a mi amante!”, os dirá. Envíala lejos, a cualquier lugar que esté a
un día de camino. Y aun a esa orden se negará. Dile de este modo, tomando
el nombre de algún pueblo: Sé que en ese pueblo hay un remedio para dar
a luz. Ve, compra ese remedio y tráemelo. Me dicen que con ese remedio
podrás dar a luz. Si no me obedeces esta vez, te apalearé; te golpearé hasta
que mueras —le dirás. Sólo así conseguirás que vaya. Al mismo tiempo
contratarás gente armada de palos, de machetes y fuertes garrotes. Luego
harás que tu hija salga a cumplir tu mandato. Y cuando ella esté ya lejos,
entraréis todos al granero y empujaréis el batán. Allí, debajo, hay una gran
serpiente. La golpearéis hasta matarla. Cuidaos de que la culebra salte hacia
vosotros, porque si salta, os matará. La degollaréis bien; abriréis una
sepultura y la enterraréis.
—Bien, señor. Cumpliremos tus instrucciones —dijo el padre, y salió; su
mujer le seguía.
Inmediatamente fue a buscar gente; hombres fuertes que le ayudaran a
matar a la bestia. Contrató diez hombres, bien armados de garrotes y de
filudos machetes.
—Mañana, cuando mi hija se haya marchado, vendréis a mi casa,
caminando sin que nadie os vea —les dijo.
A la mañana siguiente ordenaron a la joven que cocinara su fiambre. La
hicieron levantar temprano. Le dieron dinero, para simular el mandato, y le
dijeron:
—Con este dinero comprarás el remedio para dar a luz. En Sumakka Marka,
en aquel pueblo que está en la otra banda del río, encontrarás el remedio.
Pero la moza no quiso obedecer. “Yo no puedo ir —dijo—. No quiero”.
Entonces los padres la amenazaron:
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—Si no vas, si no traes el remedio, te mataremos a palos. Te golpearemos
hasta destrozar el feto que llevas en el vientre.
EL NEGOCIANTE DE HARINAS
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Y siguió guiando a su compañero. No quería descansar en ningún otro sitio.
Muy lejos, muy lejos, divisaron una casa. Y el negociante dijo:
—Allá está; ya se ve la casa de mi comprador.
Su acompañante tenía una extraña fatiga. Y sin que hubiera motivo empezó
a sentir miedo.
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Sobrecogido de terror, el acompañante entró a la casa del comprador junto
con el negociante en harinas. Apenas llegaron se quitaron los atados que
llevaban a la espalda, y bajaron de las bestias los sacos de harina. La casa
estaba deshabitada, vacía; todas las puertas permanecían cerradas. El
negociante derrumbó la pared de piedras que cerraba la entrada de una de
las habitaciones, saltó al interior, se tendió en el suelo, y se quedó dormido.
Mientras tanto, el otro hombre, amarró las llamas, alineó las cargas en un
rincón del patio, y esperó, sentado en cuclillas, lleno de espanto.
El hombre miró la montaña, y vio que el fantasma rodaba ya por la base del
cerro, enredándose, tropezándose siempre con su mortaja.
Apenas entró, agarró al negociante y lo fue devorando. Una sola vez gritó la
víctima: iUaaúúú! Después no se oyó más que el ruido de las mandíbulas
del Condenado, el crujido de los huesos y de la carne que trituraba.
Segundo
Al rayar de la aurora todo estaba en silencio. No vino el Condenado. El ruido
de sus mandíbulas cesó.
Cuando salió el sol y creció bien el día, corrió el hombre hacia la casa. “Lo
habrá devorado el Condenado, o qué será de él”, decía. Muy despacio se
acercó a la puerta de la habitación, miró por una rendija, hacia el interior y
vio: en un rincón estaba tendido el Condenado, dormía, roncaba ferozmente;
del negociante en harina solo quedaban unos trozos de ropa ensangrentada
y unos pedazos de su cuero cabelludo esparcidos en los suelos.
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