1957 La Huelga Grande de Los Telefonicos
1957 La Huelga Grande de Los Telefonicos
1957 La Huelga Grande de Los Telefonicos
Javier Nieva
La huelga que los trabajadores telefónicos llevaron adelante durante el año 1957
fue una de las medidas de fuerza más importante contra la política económica y social
de la dictadura encabezada por el general Aramburu. El conflicto comenzó el 27 de
agosto, reclamando aumento de sueldo y el levantamiento de sanciones a unos 400
trabajadores cesanteados, trasladados, retrogradados o suspendidos por razones
políticas. La reclamación se inició con paros de una hora por turno en todas las
dependencias telefónicas del país, y fue incrementándose en su extensión horaria a
medida que pasaron los días. Con breves interrupciones para negociar y posteriores
reinicios de las medidas, esta parte del enfrentamiento se extendió hasta el 17 de
septiembre. Pero el endurecimiento de la posición gubernamental, las masivas
detenciones de trabajadores telefónicos y la ilegalización de la organización sindical
determinaron que se declarara la huelga a partir del día 18 de septiembre.
De los 72 días que duró aquel conflicto, 57 fueron de huelga. La medida tuvo
alcance nacional, abarcó a todas las seccionales que conformaban la Federación de
Obreros y Empleados Telefónicos, contó con la adhesión solidaria de las distintas
organizaciones sindicales que constituían el movimiento obrero argentino, y consiguió
que una delegación conjunta de los dos agrupamientos en que acababa de dividirse el
Congreso de la CGT -Las 62 Organizaciones y los 32 Gremios Democráticos-
entrevistara al general Aramburu reclamando una solución para los trabajadores
telefónicos.
Este trabajo fue publicado originalmente en el blog “Todo pasa y todo queda” –
http://javiernieva.blogspot.com- entre el 14 de septiembre de 2017 y el 17 de enero de
2018. He respetado la totalidad del contenido, pero para facilitar la consulta agrupé las
notas en capítulos e incluí un índice al final.
Creí importante empezar el relato con acontecimientos ocurridos algunos años
antes (“Los remotos antecedentes”), pasar por el golpe de estado de 1955 y las
intervenciones a los sindicatos que efectuó la dictadura de Aramburu-Rojas. El reclamo
salarial de 1956 y el proceso de “normalización sindical” son de utilidad para una mejor
comprensión del conflicto de 1957.
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Los remotos antecedentes
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Los remotos antecedentes (II)
Decía en la nota anterior que los laboristas acaudillados por Luis Gay se
enfrentaban con otros sectores que, al igual que ellos, impulsaban la candidatura de
Perón a la presidencia. Los compañeros-rivales eran la UCR Junta Renovadora,
presidida por Hortensio Quijano, y los Centros Cívicos "Coronel Perón", que nucleaban
a sectores de orientación conservadora, y que tenían como referente al contraalmirante
Alberto Tessaire. Una Junta Nacional de Coordinación Política, bajo la dirección del
abogado Juan Atilio Bramuglia, trataba de conciliar las aspiraciones electorales de los
distintos sectores. Cada partido designaba sus candidatos, al laborismo se le reconocía
la mitad de las postulaciones, y a renovadoes y cívicos la otra mitad. En las provincias
donde el candidato a gobernador hubiese sido designado por los laboristas, la
designación del vice correspondía a alguno de los otros partidos, y si el candidato a
gobernador era renovador o cívico, su compañero de fórmula debía ser laborista. En los
casos en que no se llegase a acuerdo se concurría con listas separadas bajo la común
candidatura de Perón a la presidencia. Precisamente fue alrededor de la fórmula
presidencial donde se produjo una de las mayores fricciones entre laboristas y
renovadores, pues los primeros propusieron que el coronel Domingo Mercante
acompañara a Perón como candidato a vicepresidente, mientras que los segundos
levantaron la fórmula Perón-Quijano. Una semana después Mercante renunció a la
postulación hecha por los laboristas, pero las disputas entre los compañeros de ruta
siguieron siendo muy fuertes y se prolongaron más allá de las elecciones de febrero.
Cuando tres meses después de las elecciones, y a pocos días de tener que asumir
la presidencia, Perón anunció la disolución de los partidos que lo habían llevado al
triunfo, la reacción de los laboristas no se hizo esperar. La más exasperada y confictiva
fue la del dirigente del gremio de la carne, Cipriano Reyes, pero aunque los demás
dirigentes y militantes no fueron tan beligerantes, no fueron nada complacientes con la
decisión del conductor del movimiento. Finalmente, la Cuarta Conferencia Nacional del
Partido Laborista, resolvió acatar la medida, Gay y otros dirigentes presentaron sus
renuncias a la conducción partidaria, y manifestaron la esperanza de que la nueva fuerza
que se constituyese respetara la proporcionalidad de representación que se traía de los
comicios. Las diferencias entre las partes se fueron acentuando, éstas se convirtieron en
enfrentamientos, y cuando en noviembre de 1946 se eligió al Secretario General de la
CGT, los laboristas impusieron a Gay derrotando al secretario general de Empleados de
Comercio, Angel Borlenghi, que era el candidato impulsado por el gobierno.
Este trabajo no pretende historiar aquel rico proceso, sólo quiero proporcionar
algunos datos, algunos comentarios y uno que otro testimonio como para poder entender
mejor los hechos que ocurrieron algunos años después. Un testimonio interesante es el
de Pascual Masitelli, quien a mediados de los ’40 ya tenía casi 10 años de militancia en
el gremio telefónico.
“Perón asumió el 4 de junio de 1946, y unos días después Gay me invita a tomar
un café. Fuimos hasta la confitería El Olmo y ahí me dice “Vamos camino de una
dictadura”. Imagínese mi sorpresa; yo era un peronista fanático”. Masitelli hizo una
pausa como para recordar mejor, y luego continuó diciéndome: “Antes de la subida de
Perón se produjo una escisión en el gremio; allí estaban Motti, Fabiano, cabrera, Freire;
una cantidad de gente que se abre del gremio y se llevan la máquina de escribir, papeles
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y otras cosas. Cuando asume Perón se presentan ellos, como “auténticos dirigentes
sindicales”, a ofrecerle colaboración. Nosotros no nos queríamos presentar porque
queríamos permanecer “apolíticos”; eso nos obligó a enfrentarnos con ellos y allí es
cuando quedamos marcados”.
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entendidos han bautizado como Política Pendular),no podía dejar de generar algunos
resquemores, y los más ofendidos eran los laboristas. En el reparto de consideraciones y
favores sentían que grupos minoritarios como los radicales renovadores y los
nucleamientos conservadores recibían más de lo que aportaban. Si bien a los militantes
de origen sindicalista se le reconocían la mitad de las postulaciones en juego, a la hora
de implementar esos reconocimientos las fricciones parecen haber sido múltiples. Los
laboristas no ahorraban munición gruesa a la hora de descalificar a sus “aliados”
radicales, y aunque en muchas disputas internas jugaron al lado de los grupos
conservadores, el mismo Gay perdió su nominación a candidato como senador por
Capital a manos del contralmirante Albertto Tessaire.
La disputa por cuotas de poder estaba a la orden del día, nada diferente de lo que
ha ocurrido en todo tiempo en cualquier fuerza política. El mismo Perón debía pelear
por su propia porción, porque aunque todos le reconocían la primacía, también querían
acumular poder para la siguiente etapa. La disolución de los partidos que lo habían
llevado al triunfo recibía distintas lecturas desde los diferentes sectores del frente. Para
los que apoyaban la medida tomada por Perón, esa decisión era imprescindible para
homogeneizar todas las fuerzas en una sola dirección... y bajo una sola dirección. Los
laboristas, que eran los principales perjudicados por la medida, sostuvieron que era un
abuso de poder destinado a diluirlos. Uno de sus dirigentes más vehementes, Cipriano
Reyes, se desbocó a la hora de criticar al líder del movimiento.
Gay no fue tan lejos como Reyes en las declaraciones públicas, pero según el
testimonio de Pascual Mazzittelli (al que ya hice referencia en la nota anterior), en
conversaciones privadas sostenía que el gobierno marchaba a convertirse en una
dictadura. Su obligada renuncia a la conducción de la CGT a sólo dos meses de haber
sido elegido para el cargo, no puede ser entendida sin tener en cuenta esos antecedentes.
Se dice que luego de ser nombrado secretario general de la central obrera, Perón lo citó
en la casa de gobierno para indicarle que un equipo gubernamental se encargaría de
asesorarlo, tanto en las medidas que tomase como en sus declaraciones públicas. Gay
habría rechazado esas imposiciones, y su negativa irritó profundamente al primer
mandatario. La versión puede ser cierta o no, pero lo que resulta indudable es que iba a
aprovecharse cualquier motivo para sacarlo del medio.
Mazzitelli me dijo que la excusa fue la reunión que Gay mantuvo con
representantes de la central sindical norteamericana que se encontraban de visita oficial
en el país. En la versión de este antiguo militante telefónico, el secretario general de la
CGT estaba obligado a recibir a sus pares estadounidenses por una entendible cuestión
de cortesía. La invitación a los yanquis había sido efectuada varios meses atrás por el
embajador argentino en Estados Unidos, Oscar Ivanissevich, y por el antecesor de Gay
al frente de la CGT, Silverio Pontieri. Para decirlo en términos de barrio, a Gay le
tendieron una cama y después lo acostaron. Eso puede ser cierto, pero hay otros detalles
que no pueden dejarse de lado.
El secretario general de la CGT era un experimentado dirigente obrero, alguien
que había ganado sus galones tras veinte años de militancia sindical. No podía (y no
debía) ignorar que cualquier paso en falso podía significar su estrepitosa caída. Sería
una ingenuidad suponer que lo tomaron por sorpresa las declaraciones de los
descomedidos visitantes cuando dijeron que venían a “investigar la situación argentina”.
Sólo un novato o alguien falto de reflejos podía dejar pasar por alto semejante
comentario ingerencista. El silencio ante esos dichos podía ser interpretado como un
gesto de simpatía o complicidad, y ese fue el sentido que se le dio.
Perón reaccionó de inmediato, increpó a los sindicalistas norteamericanos sobre
qué cosas tenían que investigar en el país, y luego reprochó a Gay y a los integrantes del
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Comité Central Confederal por su tolerancia frente a los agravios extranjeros. En esos
días se hizo mucho hincapié en que uno de los integrantes de la delegación
estadounidense era Serafino Romualdi, un estrecho colaborador del embajador Spruille
Braden, aquel que había jugado un papel tan destacado apoyando a la coalición que se
había opuesto a Perón en las elecciones de 1946. Romualdi era un tenebroso agente de
los servicios de inteligencia norteamericanos, eso no se dijo entonces, tal vez porque no
se lo sabía o porque no se lo quería decir. La CIA aún no había nacido formalmente (eso
recién ocurriría en julio de ese año), pero su antecesora, la Oficina de Servicios
Estratégicos (OSS por sus siglas en inglés), ya venía operando desde septiembre de
1941, y uno de sus agentes era Serafino Romualdi.
En un acto público realizado para apoyar el lanzamiento del Plan Quinquenal de
Gobierno, Perón dijo:
Después de eso se reunió con integrantes del Comité Central Confederal y acusó
a Gay de querer entregar la CGT a los norteamericanos. Ante una acusación de
semejante calibre a Gay no le quedó más alternativa que la renuncia. Dos días después
se reunió el Comité Central Confederal y aceptó la dimisión, aunque hubo una
propuesta para que fuera rechazada y que en lugar de eso se procediera a la expulsión
del dirigente cegetista. El autor de esa moción, Aurelio Hernández, fue premiado poco
después con la secretaría general de la central obrera.
“... Se realizó una reunión del Comité Central Confederal y como por anticipado
muchos de los participantes ya habían recibido órdenes de cómo y por quiénes tenían
que votar, parte de los concurrentes optaron por abstenerse en la votación. Asimismo
rehusaron aceptar candidatura alguna para los cargos que correspondía cubrir. El que no
se abstuvo, porque incluso temiendo que pudieran faltarle votos se votó a si mismo, fue
el actual Secretario General de la CGT, el ciudadano Aurelio Hernández, que a pesar de
figurar como representante del gremio de enfermeros jamás ejerció tal profesión. (…)
Con respecto a los restantes miembros “elegidos”, me resulta imposible abrir juicio en
el momento actual, por ser la mayoría de ellos desconocidos en el campo de la lucha
sindical. No obstante, yo me hago un deber en mencionar que a alguno de ellos se le ha
sindicado como elemento perteneciente a tendencia nacionalista. Doy por exactas estas
denuncias y digo en consecuencia que para los trabajadores organizados sindicalmente,
no existe ninguna diferencia entre nuestros nacionalistas, los fascistas de Mussolini y
los nacionalistas de Hitler”.
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Luego de conseguido el alejamiento de Gay de la conducción de la CGT, se
concentró el fuego sobre el gremio telefónico. Arreciaron los reclamos para que FOET
procediera a la expulsión de Gay. Pero la dirección de Telefónicos procuró ganar tiempo
reclamando a la nueva conducción cegetista el envío de todos los antecedentes sobre las
imputaciones que pesaban sobre Gay y otorgándole a éste 3 meses de licencia. La
campaña se intensificó y se comenzó a hablar de intervenir a FOET y FOTRA por parte
de la CGT. El diario “La Época” fue uno de los periódicos que con mayor insistencia
reclamaron esta medida; en un artículo publicado el 12 de marzo decía:
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telefónico”. Perón se olvidaba, que dos semanas atrás, le había mandado de regalo un
retrato suyo, con una dedicatoria y su firma, a Anselmo Malviccini, interventor de
FOTRA”.
“En realidad lo que ellos querían es que nosotros hiciéramos un comunicado
contra Gay y Orozco como traidores al gremio y a la clase trabajadora”.
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El golpe de estado
“La conspiración que terminará con los bombardeos en Plaza de Mayo comenzó
a principios de 1955, pero recrudeció en abril de ese año. El capitán de Aeronáutica
Julio César Cáceres en su testimonio (fojas 842) admitirá que el capitán de Fragata
Francisco Manrique era el encargado de reclutar para la rebelión entre los marinos. Que
se reunían en una quinta en Bella Vista, propiedad de un tal Laramuglia, no sólo
Manrique, sino también Antonio Rivolta del Estado Mayor General Naval; el
contraalmirante Samuel Toranzo Calderón, jefe del Estado Mayor de la Infantería de
Marina y los jefes de la aviación naval en la base de Punta Indio, los capitanes de
fragata Néstor Noriega y Jorge Bassi, así como el jefe del Batallón de Infantería de
Marina B4 de Dársena Norte, capitán de navío Juan Carlos Argerich.”
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del interior. De Pablo Pardo sólo duró un día en el cargo, porque al día siguiente de
asumir en el ministerio, Lonardi fue obligado a renunciar como presidente.
Originalmente el plan de los golpistas era atacar la Casa Rosada el día miércoles
22, cuando Perón se encontrase reunido con los colaboradores con los que compartía las
decisiones de gobierno. Sabían que esa reunión se realizaba miércoles por medio a las
10 de la mañana, por eso pensaban iniciar el bombardeo a esa hora, y terminar con esa
parte de la operación en unos pocos minutos. Luego vendría el asalto por parte de
comandos civiles que atacarían desde la entrada principal sobre la calle Balcarce a los
defensores que hubiesen sobrevivido al bombardeo. Simultáneamente dos compañías de
infantes de marina atacarían desde el lado de Plaza Colón. No sólo se contaría con el
factor sorpresa y con un brutal bombardeo preliminar, también tendrían de su parte una
abrumadora superioridad numérica y un armamento mucho más moderno que el de los
granaderos que defendían la Casa de gobierno.
Para Marcelo Larraquy la idea del bombardeo había sido planteada por el
capitán de fragata Jorge Bassi a otros compañeros de armas por lo menos dos años atrás.
Al principio el proyecto pareció demasiado fantástico, pero fue ganando adeptos entre
los conspiradores, se fueron puliendo los detalles y terminó por ser adoptado.
Aprovechando un viaje a Europa de un buque escuela de los cadetes navales, los
marinos habían adquirido fusiles semiautomáticos FN, de procedencia belga, fuera del
programa de la compra oficial. La Armada los hizo ingresar de contrabando, y con ellos
armó a los infantes que atacaron la Casa Rosada. Estaba previsto que el centro de
operaciones fuera la base aeronaval de Punta Indio. De allí despegarían los aviones. En
media hora o cuarenta minutos ya estarían sobrevolando Buenos Aires. El Aeropuerto
de Ezeiza funcionaría como central de reabastecimiento para los aviones después del
primer ataque. Desde hacía más de un año se estaba construyendo allí, en forma
clandestina, un depósito para almacenar las bombas y el combustible. Los explosivos
fueron trasladados desde la base aérea Comandante Espora, de Bahía Blanca, hacia
Punta Indio y Ezeiza.
Una operación militar de esa magnitud, en la que iban a participar varios
centenares de efectivos, y con una logística enormemente compleja, no podía pasar
desapercibida. Los servicios de inteligencia funcionaron bien, y funcionaron tanto en
una dirección como en la otra. Las fuerzas leales al gobierno detectaron los preparativos
golpistas, tal vez no llegaron a tener una información completa, pero supieron que se
estaba preparando algo importante. Los conspiradores, por su parte, también supieron
que los otros sabían, tal vez no supieron cuánto sabían, pero ya no contaban totalmente
con el factor sorpresa. Si esperaban hasta el miércoles 22 podía ser demasiado tarde, por
eso decidieron adelantar la operación para el día 16.
A las 10 de la mañana, el capitán Noriega partió con su avión desde Punta Indio.
Llevaba dos bombas de demolición de cien kilos cada una. Para ese momento los
efectivos a las órdenes del capitán Bassi ya habían tomado Ezeiza y esperaban la llegada
de los infantes de marina que viajaban en cinco aviones de transporte. El cielo estaba
encapotado, la visibilidad era tan escasa que desde el Ministerio de Marina no alcanzaba
a verse la Casa de Gobierno distante tres cuadras. En esas condiciones el bombardeo se
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hacía casi imposible, por eso Noriega decidió mantenerse en el aire, en los alrededores
de la ciudad uruguaya de Colonia. Confiaba en que el tiempo mejoraría. La autonomía
de vuelo de su aeronave era de cuatro horas.
El jefe del Ejército, general Franklin Lucero, fue informado de los movimientos
que se habían producido en Punta Indio y que Ezeiza había sido tomada. Previendo un
ataque aéreo le propuso a Perón que se instalara en el Ministerio de Guerra, a corta
distancia de la Casa Rosada.
Poco después de las 12.30 mejoró la visibilidad y Noriega descargó la primera
bomba sobre la Casa de Gobierno. Tras él siguieron los otros aviones de la escuadrilla y
se desató un infierno de fuego en la Plaza de Mayo y sus alrededores. 14 toneladas de
explosivos fueron lanzados por los sediciosos sobre la zona céntrica de la ciudad, en tres
oleadas de bombardeo en las que participaron una treintena de aviones. Sobre Paseo
Colón un trolebús recibió un impacto directo: allí murieron 65 personas.
Los aviones que se encargaban de sembrar la muerte por el centro de la ciudad
de Buenos Aires llevaban pintado en su fuselaje un símbolo compuesto por una cruz y
una V. La inscripción era traducida como “Cristo vence” y era interpretada como una
adhesión con la jerarquía eclesiástica que se encontraba decididamente alineada con la
conspiración golpista.
Ese mismo día se conocía la decisión de la autoridad vaticana excomulgando a
Perón. La medida del Papa Pío XII había sido tomada en represalia por una resolución
del gobierno argentino que, unos días antes, había expulsado del país a un par de
sacerdotes comprometidos con los opositores al régimen. Un castigo tan duro contra un
presidente de fe católica mostraba toda su desmesura, cuando se recordaba que ese
mismo Papa se había negado a aplicar una sanción semejante contra Hitler o Mussolini.
Unos veinte minutos después de que cayera la primera bomba, y cuando los
infantes de marina trataban de quebrar la resistencia de los granaderos que defendían la
Casa Rosada, llegaron los primeros refuerzos leales desde el Regimiento de Palermo.
También los trabajadores fueron convocados por la dirigencia cegetista: El secretario
general Hugo Di Pietro usó la cadena radial para reclamar el apoyo obrero al gobierno
peronista. En camiones y colectivos los trabajadores se acercaron hasta la zona de los
combates, la mayoría no tenían armas pero tenían voluntad de pelear en defensa del
gobierno. Muchos de ellos cayeron al ser ametrallados desde el aire o al quedar en
medio del fuego cruzado entre leales e insurrectos. Toda la zona del Bajo era el
escenario principal de las operaciones militares. Pero los ataques aéreos iban desde el
congreso de la Nación, pasando por toda la Avenida de Mayo, el Departamento de
Policía, el edificio de Obras Públicas y el local de la CGT. También el Palacio Unzué, la
antigua residencia presidencial ubicada en la calle Agüero, fue blanco de las bombas
sediciosas.
Entre los trabajadores que se acercaron hasta la zona de los enfrentamientos
estaba un joven que tres años antes había ingresado en la mesa de pruebas de la oficina
Devoto. Antes había trabajado en un pequeño taller textil, pero en 1951 se quedó sin
empleo. Un vecino le sugirió que le escribiera una carta a Oscar Nicolini, el ministro de
comunicaciones, luego le hizo llegar el pedido de trabajo: “y así fue como entré en
Teléfonos del Estado cuando tenía 16 años”.
Según propia confesión, era un muchachito al que sólo le interesaba jugar al
fútbol e ir a bailar; sus padres tenían simpatías por el peronismo, pero ni ellos ni los
hijos tenían ninguna militancia. El 16 de junio se fue junto con un compañero hasta la
CGT y vio como los aviones volaban sobre Independencia ametrallando a la gente; “no
podía creer que fueran tan hijos de puta”. Sintió una enorme indignación, pensó que
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debía hacer algo para comprometerse con los trabajadores masacrados, por eso decidió
afiliarse al sindicato.
Diez años después, aquel muchacho llamado Héctor Mango, llegaría a ser
Secretario General del sindicato Buenos Aires de FOETRA.
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El golpe de estado (III)
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En la mañana del miércoles 31 de agosto fue cuando Perón planteó su renuncia
en un discurso trasmitido por cadena nacional. Los trabajadores, a través de una
multitudinaria movilización convocada por la conducción cegetista, le reclamaron que
continúe al frente del gobierno. Eran aproximadamente las 18.30 cuando el presidente
salió al balcón para dirigirse a los congregados en la Plaza. Fue un discurso duro,
áspero, confrontativo. El famoso discurso del Cinco por uno, aquel en el que dijo “por
cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de ellos”. El periodismo y la
historiografía golpista se encargaron de destacar los pasajes más violentos de aquel
mensaje. Todos obviaron referirse a la masacre perpetrada dos meses antes por los
destinatarios de las amenazas presidenciales. Uno de los pasajes que más críticas
mereció fue aquel en que Perón reitera que “a la violencia le hemos de contestar con una
violencia mayor.” Y luego agregó: “Con nuestra tolerancia exagerada nos hemos
ganado el derecho de reprimirlos violentamente. Y desde ya, estableceremos como una
conducta permanente para nuestro movimiento: aquel que en cualquier lugar intente
alterar el orden en contra de las autoridades constituidas, o en contra de la ley o de la
Constitución puede ser muerto por cualquier argentino.”
Ciertos intelectuales gustan de jugar con los términos, hablan del peso de las
palabras, del valor de los mensajes, y hasta parece que las cosas que se dicen tuvieran
más entidad que los propios hechos. Pero lo objetivo fue que no hubo ni un solo muerto
como producto del discurso presidencial, mientras que ya eran varias las centenares de
víctimas provocadas por los golpistas, y serían muchas más en las semanas siguientes.
En todo caso si algo pudo serle reprochado al margen de lo desmedido del mensaje, fue
que no cumpliera con su promesa de luchar hasta el final: “Hemos ofrecido la paz. No la
han querido. Ahora, hemos de ofrecerles la lucha, y ellos saben que cuando nosotros nos
decidimos a luchar, luchamos hasta el final.”
Ese discurso, así como la reimplantación del estado de sitio, parecían más una
bravata que una muestra de firmeza. El gobierno había salido políticamente debilitado
de la crisis, sus gestos conciliadores en lugar de aflojar la tensión habían envalentonado
a los golpistas, y la propuesta cegetista para que los seis millones de trabajadores fueran
parte de las milicias populares para la defensa del gobierno fue rechazada. Era evidente
que se avecinaba un nuevo alzamiento, aunque quizás lo más correcto sería decir que
ahora el Ejército pasaba a tener un papel más protagónico en la conspiración. Entre el
11 y el 13 de septiembre, el general Lonardi asumió la responsabilidad de encabezar una
nueva rebelión contra Perón. El plan consistía en iniciar el movimiento a partir de la
cero hora del 16 de septiembre en forma simultánea en Córdoba, Corrientes, Curuzú
Cuatiá, Mercedes (provincia de Corrientes), Entre Ríos, Cuyo y Buenos Aires.
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contralmirante Isaac Francisco Rojas había comunicado a los gobiernos extranjeros que
todos los puertos argentinos se encontraban bloqueados. El domingo 18, al mediodía, se
intimó a Perón para que se rindiera, y la Marina amenazó con bombardear los depósitos
de combustibles de La Plata y Dock Sud.
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El 23 de septiembre, el general Eduardo Lonardi asumió como presidente
provisional. Su hija, Marta, recordaría en el libro Mi padre y la revolución del ’55, que
en su discurso de asunción pronunció palabras conciliadoras tales como: “sepan los
hermanos trabajadores que comprometemos nuestro honor de soldados en la solemne
promesa de que jamás consentiremos que sus derechos sean Cercenados”, como
asimismo que “la revolución no se hace en provecho de partidos, clases o tendencias,
sino para restablecer el imperio del derecho”. Di Pietro, dirigente de la CGT, ilusionado
por esas palabras, recomendó paciencia a los trabajadores. Pero, a pesar de los
amistosos gestos presidenciales, el sector duro de los golpistas tenía muy claro que la
llamada Revolución libertadora tenía vencedores y vencidos.
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La intervención
Una de las primeras medidas del nuevo ministro fue ordenar que se reabriesen
los locales sindicales que habían sido copados por grupos antiperonistas. Entre estos se
encontraban los de gráficos, ferroviarios, bancarios, petroleros y otros. Los “comandos
civiles” que habían tomado parte en esas ocupaciones eran identificados como
socialistas y radicales, aunque es probable que esa fuera una generalización
simplificadora, y que el abanico de identidades políticas fuese más amplio. También es
probable que algunas (o muchas) de esas ocupaciones no fuesen espontáneas, sino que
fueran inducidas y hasta orquestadas desde sectores golpistas que buscaban radicalizar
rápidamente el proceso. Esta presunción se funda en que las bandas asaltantes contaban
con la simpatía y hasta el apoyo logístico de sectores de las fuerzas armadas.
Al tiempo que pedía el cese de las violentas ocupaciones ilegales y el rápido
llamado a elecciones democráticas, la conducción cegetista renunció en pleno, y en su
lugar fue designado un triunvirato provisional integrado por el textil Andrés Framini, el
lucifuercista Luis Natalini y Dante Viel de Empleados Públicos. El gobierno aceptó la
propuesta y se firmó un acuerdo con la CGT para convocar a elecciones en todos los
gremios en el lapso de 120 días. Todo parecía encarrilarse hacia una solución armónica,
y no fueron pocos los sindicatos que anunciaron la fecha de los próximos comicios.
Pero no todos los casos fueron semejantes.
Se ha hablado de “comandos civiles” tomando por asalto a los sindicatos a punta
de metralleta. En el caso de Telefónicos las cosas no fueron así. No hubo ni metralletas
ni grupos armados; más bien fue la transición entre una conducción medrosa, que
parecía apurada por desprenderse de una responsabilidad que la excedía, y el regreso
desordenado y poco prolijo de quienes habían sido desplazados de la conducción 8 años
atrás.
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Valente, Pascual Mazzitelli, Roberto Fuentes, Oscar Tabasco, Bernardo Marelli, Diego
Bagur y Armando Blefari terminó de desplazar a la antigua dirigencia.
La intervención (II)
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Aquí es oportuno recordar lo comentado por Alain Rouquie, en su libro Poder
militar y sociedad política en la Argentina:
“... Después se mintió mucho. Cuando ellos -Pedro Valente y sus compañeros-
fueron a tomar el gremio, no fueron con los “comandos civiles” ni acompañados por la
intervención, los que fueron eran los que habían sido desalojados en 1947. Es mentira
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que fueron con los militares o con la intervención, la intervención vino después. Lo que
pasa es que los que estaban en el sindicato se quieren justificar; pero en ese momento lo
único que les interesaba era tomarse el olivo como ya lo había hecho su Líder... Además
le llaman intervención a lo del 55, pero, ¿lo del 47, qué fue?”
La intervención (III)
22
representantes sindicales. En un primer momento el Ministerio de Trabajo había
resuelto que debía nombrarse como delegados a los empleados más antiguos en cada
sector, pero muchos de los nominados (si no la mayoría) rechazaban esa
responsabilidad. Los interventores en los distintos sindicatos fueron flexibilizando la
regla imuesta, y en algunos casos llegaron a aceptar elecciones en los lugares de trabajo.
Otros jóvenes, a pesar de carecer de esa cobertura formal también se fueron acercando y
junto a los viejos dirigentes terminaron conformando un conjunto bastante heterogéneo.
Como había que aportar acompañamiento a las autoridades impuestas en el sindicato y
la Federación, los históricos pusieron el acento en la gestión de Tamassi y habrían
recomendado a los jóvenes para que asistieran al interventor en la Federación.
Seguramente las cosas no fueron tan simplificadas como las estoy refiriendo, pero esta
es sólo una aproximación para ir entendiendo las grandes líneas de este período.
Uno de esos jóvenes era Diego Pérez, quien por entonces trabajaba en una
sección de la Dirección de Ingeniería, y que luego jugaría un destacado papel durante la
huelga del ’57. Con él mantuve varios encuentros y su testimonio resultó muy valioso
para poder armar este relato. En una de esas enrevistas comentamos que hay un acta por
la cual las antiguas autoridades del sindicato entregan las instalaciones a un grupo de
afiliados encabezados por Pedro Valente. Le digo que, incluso, habrían existido otras
actas con inventario de bienes, etc. Y él comienza a rememorar.
Diego Pérez continúa diciendo que Guillermo Tamassi siguió como interventor
hasta que se normalizó el sindicato con la elección de Pedro Valente. Según yiene
entendido, “Tamassi era un empleado administrativo en el sindicato de Pérez Leirós. No
era un tipo con militancia sindical, sino un rentado”.
Ante mi pregunta sobre si hubo algún conflicto en el período que antecedió a la
normalización del sindicato, me contesta: “En la época en que estaba Mascheroni
nosotros organizamos dos o tres movilizaciones porque habíamos presentado un
petitorio...”
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Lo interrumpo para aclararle que yo me refería a la situación en el Sindicato
Buenos Aires, que estaba bajo la administración de Tamassi.
“Yo por Buenos Aires iba poco y nada. Nosotros, los que posteriormente fuimos
Lista Azul, colaborábamos en la Federación porque ya estábamos enfrentados con los
Verdes que colaboraban en el Sindicato buenos Aires. Para que te quede más claro; los
que asesoraban al interventor civil en Buenos Aires eran los viejos de la Verde, y los
que hacíamos de asesores en la Federación éramos nosotros. Después, cuando se
hicieron las elecciones en Buenos Aires y nosotros perdemos, nos retiramos de la
Federación”.
Antes de que nos distanciáramos, los de la Verde viendo que éramos muchachos
combativos, nos presentaron en la Federación. Ellos consideraban que teníamos
capacidad, convicciones y combatividad, y por eso nos presentaron para trabajar en la
Federación mientras ellos seguían haciéndolo en Buenos Aires. Y así fue como yo
llegué a la Comisión de Prensa a trabajar con Juan Carlos Pérez y Raúl Aragón”.
Aquí es oportuno hacer una acotación. El Raúl Aragón al que se refiere Diego
Pérez, es el mismo Raúl Aragón que tuvo a su cargo el Departamento de
Procedimientos de la CONADEP a su regreso del exilio a fines de 1983. A mediados de
los ’50, raúl trabajaba como operador de Larga distancia al tiempo que cursaba sus
estudios en la Facultad de Derecho. Era hijo de un antiguo dirigente del gremio gráfico,
que se había enfrentado a la conducción de su sindicato en los años del peronismo. Su
padre lo puso en contacto con la intervención en FOETRA, allí comenzó a participar en
el área de prensa, y fue en ese lugar donde conoció a Diego Pérez y a otros compañeros.
Era opositor al peronismo pero no era un antiperonista reaccionario, por eso participó de
aquella Lista Azul de Telefónicos, de la huelga de 1957, y, en años posteriores, formó
parte del cuerpo de abogados de la CGT de los Argentinos.
La intervención (IV)
En la nota anterior dije que después del golpe de estado, al frente del Sindicato
Buenos Aires fue designado como interventor Guillermo Tamassi, y en la Federación el
capitán Kesler; éste último fue luego reemplazado por el teniente primero Mascheroni.
Como colaboradores de la intervención en el sindicato estuvo el grupo encabezado por
Pedro Valente, histórico dirigente desplazado en 1947. En la Federación los
colaboradores habrían sido más heterogéneos, entre ellos se destacó Diego Pérez,
delegado general del edificio de Leandro Alem 734.
24
Entusiasmado con sus recuerdos Diego Pérez dice: “Puede parecer mentira, pero
en pleno gobierno militar sacamos un periódico de cuatro páginas para el 1º de Mayo,
rindiendo homenaje a los mártires de 1886”. Pero la anécdota no concluye allí, porque
nuestro informante aprovecha para despacharse contra los “viejos de la Verde”.
“Y casi vamos en cana, porque gente del Sindicato Buenos Aires nos fue a
denunciar al interventor. Y el interventor los sacó cagando porque les dijo que era una
vergüenza que gente de trabajo fuera a denunciar a otros trabajadores”.
Por un momento hasta siento simpatía por ese interventor que no conocí. Se que
era un representante de la dictadura de Aramburu, que había llegado allí con un
presunto discurso democratizador, pero que la democracia que pregonaba tenía como
fundamento la proscripción de las mayorías. Sin embargo no digo nada y dejo que
Diego Pérez continúe con su relato.
La distinción entre jóvenes y viejos, y el lugar en que cada uno de ellos prestaba
colaboración, es importante para comprender la historia posterior. La vieja dirigencia
tenía su propio estilo (si es que realmente fue así) y los jóvenes les reclamaban más
dinamismo y combatividad para conseguir las cosas. Sea por eso o por otras
circunstancias, lo cierto es que se fue produciendo un distanciamiento entre ambos
sectores y esto se reflejó al conformarse las listas para la normalización del sindicato.
Pero también se manifestó durante la gestión de los respectivos interventores quienes
habrían terminado alineados con sus colaboradores. Algunos cortocircuitos que se
produjeron entre los interventores del Sindicato y la Federación eran explicados, desde
el campo de los “viejos”, como resultado de las intrigas de los “jóvenes”. Estos últimos,
por su parte, rechazaban las imputaciones por calumniosas y acusaban a Oscar Tabasco
(alineado con Pedro Valente) de propalar esas versiones infamantes.
La brecha entre ambos sectores se fue ensanchando y terminaron integrando
listas separadas en los comicios normalizadores de 1956. Los históricos formaron la
Lista Verde y llevaron a Pedro Valente como candidato a Secretario general, mientras
que los jóvenes conformaron la Lista Azul. Como es obvio, ninguna de las dos listas se
25
identificaba con el peronismo que, más o menos disimulado, conformó su propia lista,
la Lista Roja, encabezada por Allan Díaz. También participó en estos comicios la Lista
Blanca, afín al Partido Comunista.
26
El reclamo salarial de 1956
Vuelvo ahora a la cuestión salarial. Los convenios que vencían en febrero del
’56 fueron prorrogados por decreto, un aumento salarial de emergencia que establecía
un salario mínimo de $ 1.120 no fue aplicado a los telefónicos, y en marzo de ese año
comenzaron a hacerse elecciones en los gremios para designar a los representantes
sindicales que negociarían las nuevas escalas y condiciones laborales. Esto generó una
fuerte participación en los distintos sectores de trabajo, se formaron comisiones para
aportar iniciativas y reclamos de las especialidades, y aunque en muchos casos los
representantes sectoriales fueran digitados por la intervención, en otros muchos se
produjeron designaciones desde los propios compañeros. La apertura participativa no
parece haber sido resistida ni por la intervención ni por los colaboradores, y con la suma
27
de aportes y sugerencias se dio forma a un anteproyecto de convenio-escalafón que fue
presentado a las empresas el 23 de abril.
Después de la nacionalización del servicio telefónico iniciado en septiembre de
1946 y completado en marzo de 1948, la mayor parte del servicio estaba en manos del
estado. Las compañías privadas tenían influencia en las provincias de la Mesopotamia,
Mendoza y en el norte del país, pero el mayor número de abonados era servido por la
Empresa Nacional de Telecomunicaciones, y consecuentemente ésta era la que nucleaba
a la mayor parte de los 32 mil trabajadores telefónicos de ese entonces. Por lo tanto la
suerte de la negociación estaba atada en buena medida a la política que implementara el
gobierno con respecto a la cuestión salarial en general, y a los telefónicos en particular.
El proyecto presentado por FOETRA fue cajoneado por más de un mes. Recién
el 1 de junio, después de la presión gremial, fueron iniciadas las tratativas. En ese
momento el sueldo mínimo del trabajador telefónico era de $ 825, el gremio reclamaba
que se lo elevara a $ 1.400, y la representación patronal proponía un incremento del 25
por ciento, con lo cual quedaba por debajo de los $ 1.120 fijados como sueldo mínimo
por el decreto de Febrero. Toda otra mejora debía ser consecuencia del aumento en la
productividad, y eso, traducido al lenguaje de la mesa de negociación implicaba
aumento de la jornada de trabajo y establecimiento de horario cortado.
La pretensión empresaria era inaceptable, la discusión se empantanó, y a partir
del 29 de junio la organización sindical no tuvo ninguna información más de parte de la
Empresa ni del Ministerio de Trabajo. Tanta demora debería haber activado
automáticamente el funcionamiento de un tribunal que laudara en el diferendo, pero el
silencio oficial era absoluto. Por eso, en un plenario de delegados realizado el 20 de
julio en el local de la CGT, se decidió solicitar una entrevista con el presidente
Aramburu, y se resolvió fijar el 31 de julio como último plazo para esperar una
contestación oficial.
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El reclamo salarial de 1956 (II)
Era obvio que las maniobras dilatorias de la empresa colocaban en una situación
muy difícil a los colaboradores de la intervención, porque ellos eran visualizados como
una suerte de conducción paralela del gremio. Pero también los interventores, tanto los
de las seccionales como el de la Federación, quedaban en una posición muy deslucida.
Es cierto que los últimos eran únicamente delegados gubernamentales al frente de los
sindicatos, pero llegaron a involucrarse mucho en todo el reclamo, y hasta debieron
compartir el enojo de sus colaboradores cuando expresaban:
Al día siguiente del plenario de los telefónicos de Buenos Aires, Raúl Migone, el
ministro de trabajo tan aplaudido por Serafino Romualdi, salió a hacer declaraciones.
Consideraba que las previsiones de los asalariados con respecto a futuros aumentos en
los precios eran exageradas. Las caídas salariales eran cosas del pasado gobierno
tiránico, pero con la Revolución todo estaba reencauzándose. Después se mostró como
un prestidigitador de datos estadísticos, y dijo que el salario real había bajado de 100 en
1948, a 97,5 en septiembre de 1955. En contraste, el gobierno de la Revolución
Libertadora podía mostrar que el salario real había subido desde 100, en junio de 1955,
a 101,5 en junio de ese año 1956.
Luego vino la amenaza: “Queremos reiterar que en lo que se refiere a los
servicios públicos, el gobierno está firmemente decidido, por lo menos mientras dure la
actual emergencia, a no permitir ningún movimiento de violencia que interrumpa la
prestación de los mismos”. Puso como ejemplo un paro de una hora efectuado por los
lucifuercistas exclusivamente en el sector administrativo, para no afectar la producción
eléctrica. “Los trabajadores de Luz y fuerza, que son ilustrados y unidos, conocen ya
bien que el gobierno no permite movimientos de fuerza en los servicios públicos”.
Después anunció que el ministerio se iba a reunir con los telefónicos, como ya lo
había hecho con los bancarios y como estaba haciéndolo con lucifuercistas y
ferroviarios. Y deslizó la advertencia de que “trataremos que los telefónicos
29
comprendan que ni el gobierno, ni las paritarias, ni el Tribunal arbitral pueden actuar
bajo la presión de resoluciones de huelga”.
Recordando aquellas declaraciones de Migone y otras de tono parecido de
distintos funcionarios oficiales, Juan Carlos Romero me comentó:
Dije anteriormente que los interventores llegaron a estar muy involucrados con
los reclamos de los trabajadores. Esto puede resultar inverosímil a la luz de lo ocurrido
con otras intervenciones de años posteriores, pero una muestra de ese compromiso, o
por lo menos de la tolerancia con las demandas laborales, está en la publicación de
comunicados y volantes con el respaldo de FOETRA durante todo el período. Podría
decirse que la preocupación principal de los interventores y sus colaboradores era que
no se filtrara ningún comentario elogioso sobre el gobierno derrocado o críticas muy
directas a los gobernantes de turno. De ahí para abajo había bastante tolerancia, la falta
de soluciones podía ser atribuida a malos funcionarios, o a “saboteadores del proceso
democratizador en que estaba empeñado el gobierno revolucionario”.
Los ejemplos en este sentido son muy numerosos, en notas anteriores comenté la
solicitada de FOETRA conteniendo los reclamos telefónicos, y también hice mención
del comunicado firmado por la Seccional Buenos Aires con las resoluciones del
plenario que en principio declaraba la huelga y que convocaba a una asamblea general
para ratificar la medida.
Es de suponer que esas aperturas hacia los trabajadores merecerían llamados de
atención de parte de las autoridades, y que los interventores tendrían que hacer
equilibrios para no sacar los pies del plato. Algo de eso pudo suceder con una asamblea
convocada por los delegados de Buenos Aires. Estos habían solicitado que la misma se
efectuase en el local de FOETRA, que aunque tenía una capacidad limitada era más
amplio que el de Cangallo 2574. También es posible que la intervención de la Seccional
Buenos Aires quisiera forzar la mano del interventor en la Federación, obligándolo a
otorgar el permiso para la asamblea o haciéndole pagar los costos por no autorizarla.
Enrique Mascheroni, el interventor en FOETRA, rechazó la solicitud
argumentando que no se había gestionado el correspondiente permiso policial. Tampoco
consideraba justificada la realización de una asamblea general del gremio en esos
momentos. Sostenía que la intervención había facilitado la difusión de información
sobre las tratativas con la Empresa, que continuaría haciéndolo, y exhortaba a los
trabajadores a seguir confiando en la intervención “en la seguridad de que los intereses
del gremio serán defendidos e interpretados con toda fidelidad, utilizando para ello las
vías legales que aseguren la legitimidad de las conquistas que los telefónicos están
tratando de obtener”.
30
Sin embargo, a partir de las 18.30 de ese viernes 3 de agosto, los trabajadores
telefónicos comenzaron a concentrarse frente al local de Ambrosetti 134. Era una
movilización importante integrada por los paritarios telefónicos, el cuerpo de delegados
y militantes de todos los sectores del gremio. El diario La Prensa escribió que la
estimación policial hablaba de 2 mil asistentes; El diario Democracia elevó ese número
al doble, pero más allá de cuál fuera la cantidad de asistentes, lo indudable era la
demostración de fuerza y el poder de convocatoria del conjunto de las agrupaciones.
Era una asamblea de hecho. Los telefónicos concentrados permanecieron en el
lugar reclamando que se los dejase deliberar y, finalmente, a eso de las 20 el interventor
se reunió con ocho delegados y miembros de la Comisión Paritaria para escuchar sus
reclamos y para trasmitirles las disposiciones oficiales sobre discusiones salariales.
Después invitó a sus interlocutores para que salieran al balcón y pidieran a sus
compañeros que se desconcentraran en orden.
Pero los que esperaban en la calle reclamaron a gritos que se hablara del
aumento o que se fijara la fecha para la huelga. Ante esta situación el teniente
Mascheroni habló con autoridades del Ministerio de Comunicaciones y luego volvió al
balcón para leer un comunicado oficial en el que las empresas se comprometían a
reclamar al Tribunal arbitral que acelerara su resolución sobre el tema salarial, y que
luego se avanzaría con el tratamiento del nuevo escalafón.
Los manifestantes no se mostraron muy conformes con la respuesta, y a gritos
preguntaron cuánto y cuándo se cobraría. En el balcón todos debían estar un poco
desconcertados, los delegados trasmitían las preguntas al interventor, y éste terminó por
anunciar que el lunes siguiente, a las 16, volvería a reunirse con los integrantes
sindicales de la Comisión paritaria y los ocho delegados nombrados por el plenario del
día 31. Eran las 21.30 cuando los asambleístas se desconcentraron.
31
trabajadores telefónicos”. Los temas centrales de ese memorial eran escalafón y
Reincorporación de los cesantes. También informó que los miembros paritarios se
habían reunido con el titular de Comunicaciones, y que en la semana siguiente serían
recibidos por el vicepresidente Rojas. Instó a los asambleístas a mantenerse unidos, a
esperar confiados la solución del problema, y opinó que por el cariz que habían
alcanzado las gestiones cualquier medida de fuerza sería perjudicial.
Esta última observación tenía que ver con la resolución del plenario anterior,
aquel que había declarado la huelga y cuya ratificación estaba pendiente de una
asamblea general de afiliados. A pesar de esa advertencia, hubo una moción para que se
efectuase un paro de una hora por turno el mismo día en que estaba prevista la reunión
con el Tribunal arbitral. La moción fue rechazada por los delegados, pero en cambio
aprobaron que se convocara a dos nuevos plenarios, uno para evaluar los resultados de
las gestiones que habían sido anunciadas, y otro hacia fin de mes, cuando estaba
previsto que finalizara el funcionamiento de la Comisión paritaria.
Una semana después de haberse reunido con el general Aramburu, los delegados
telefónicos se encontraron con el contralmirante Rojas. Al igual que el primero, éste
también les prometió estudiar el caso con toda la prontitud que le fuese posible. No
queda claro por qué esa duplicación de gestiones en niveles de gobierno que se
supondrían muy semejantes, pero la situación de la época parecía requerir de la doble
aprobación para que algo fuese resuelto. También se realizó la primera reunión oficial
con el tribunal arbitral, el organismo encargado de “dar solución definitiva e inapelable
a los diferendos entre las partes que negocian la renovación de los convenios”.
Ya para entonces habían pasado más de seis meses desde el vencimiento del
convenio anterior, el poder adquisitivo del salario estaba muy deteriorado, y la situación
económica de los telefónicos debía ser muy penosa. Mientras se esperaba que el
Tribunal arbitral emitiera su resolución, el interventor Mascheroni decidió gestionar
ante la Empresa Nacional de Telecomunicaciones un adelanto a cuenta del aumento que
se estaba discutiendo. Su pedido fue que se pagara $ 1.120 a quienes cobraran el sueldo
mínimo, y que en los demás casos se aumentara en un 15 por ciento la remuneración
que venían cobrando. Es imposible saber si esa fue una iniciativa suya o si alguien se la
sugirió. Tampoco es posible saber qué segundas intenciones podía haber detrás de esa
solicitud, si es que las hubo. Pero apenas se conoció la iniciativa se efectuó un plenario
de delegados en la Seccional Buenos Aires, se rechazó la gestión del interventor en la
Federación por incosulta, se le exigió que retirase su pedido a la Empresa, y en su
reemplazo los delegados y activistas reunidos reclamaron a la dirección empresaria que
pagara el aumento fijado por el decreto 2.739/56 del que habían quedado excluidos.
32
gestión dio lugar a algún otro equívoco, porque los diarios hablaron de una propuesta de
FOETRA para fijar el salario mínimo en $ 1.120. Eso obligó a que Mascheroni saliera a
desmentir la información, aunque tomó el recaudo de hacer firmar el nuevo comunicado
también por los dos representantes obreros en la paritaria.
“Yo ya no quería volver más al ministerio, pero del gremio nos mandaron de
nuevo; y hubo un laudo de lo más ambiguo y contradictorio. Por un lado nos daban la
razón a nosotros, pero en otro artículo favorecían a la empresa”.
Probablemente lo que Mazzitelli definía como aspecto favorable del laudo era la
decisión ministerial de no aceptar la modificación de la jornada laboral. Tampoco
autorizaba a la Empresa para que siguiera haciendo ofrecimientos individuales de
mejores remuneraciones a cambio de mayor tiempo de trabajo. Pero allí se terminaban
los aspectos positivos, porque al entrar en el tema salarial el laudo echaba por tierra
todas las expectativas de los trabajadores. Desde un principio dos números habían
estado dando vueltas en la negociación: por un lado los 1.400 que los trabajadores
pedían como sueldo básico inicial, y por otro los 1.120 fijados por la política oficial.
Algún trascendido del primer tribunal había hecho albergar la esperanza de que el
dictamen se aproximara a las pretensiones de los telefónicos, pero el segundo tribunal se
ciñó al libreto gubernamental.
Sin embargo las controversias no terminaron allí. La renuncia del primer tribunal
y su remplazo por el segundo produjo una demora de casi una semana en la emisión del
laudo. La resolución que se dio a conocer, si bien era regresiva con respecto a la que se
33
esperaba del tribunal renunciante, arrastraba algunas desprolijidades que daban lugar a
dobles interpretaciones, y la empresa reclamó que se aclarara la cuestión. Esa aclaración
se produjo dos semanas más tarde, y como era de esperar desfavorecía aún más a los
trabajadores. Si ya existía malestar por el laudo del 7 de septiembre, la indignación
creció mucho más cuando se conoció la segunda versión conseguida por la empresa. El
gremio aclaró que no había pedido al tribunal que hiciera ninguna reinterpretación, que
la nueva resolución implicaba disminuciones importantes en algunos cuadros, que la
pública difusión de las modificaciones buscaba crear malestar y división entre los
trabajadores, y que, en consecuencia, rechazaba los cambios difundidos por el
Ministerio y la Empresa.
La arbitrariedad gubernamental-patronal venía estirándose desde principios del
año, y ahora se sumaba un nuevo atropello a los intereses de los trabajadores. El
reclamo de los telefónicos fue desoído durante semanas, en la seccional Buenos aires ya
había asumido la conducción surgida de las elecciones normalizadoras y de inmediato
se organizaron medidas de fuerza. Los paros fueron respaldados tanto por la mayoría
como por la minoría de la nueva dirección sindical, y se conformó un Comité de huelga
en el que además de participar los militantes de las lisas Verde y Roja también dio
cabida a los miembros de la Lista Azul.
La represión no se hizo esperar, a las amenazas patronales siguieron algunas
detenciones, en el caso particular de Pedro Valente, el Secretario General, “lo fueron a
buscar a su casa un domingo por la mañana, de allí lo llevaron a Tribunales y luego a
Villa Devoto”. En el heterogéneo Comité de huelga se produjeron discusiones, las
desconfianzas generaron acusaciones cruzadas, y finalmente el plenario de delegados
resolvió levantar las medidas de fuerza.
Como consecuencia de tantos manoseos, entre los trabajadores telefónicos creció
un enorme descontento que se manifestaría con toda intensidad en la huelga de 1957.
34
La normalización
Otro hecho merece ser mencionado en esta historia por ser representativo del
profundo antiperonismo de los golpistas. En la noche del 22 de noviembre un grupo de
tareas a las órdenes del teniente coronel Carlos Eugenio Moori Koenig procedió a
secuestrar el cadáver de Evita que se encontraba en el segundo piso de la CGT. Durante
varios años ese cuerpo permaneció desaparecido, recién fue reintegrado a su familia en
septiembre de 1971.
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Se advertía que las fuerzas represivas harían uso de sus armas para impedir
atentados y sabotajes, y poco después el interventor de la Provincia de Buenos Aires,
Coronel Bonnecarrere, amenazaba a “los agitadores que instigaran a las masas obreras a
abandonar el trabajo”, y a los que difundieran “noticias falsas con el deseo de provocar
conflictos o perturbaciones colectivas”.
La finalidad de tanta violencia represiva era doblegar cualquier resistencia a las
medidas económicas antiobreras. La más inmediata fue la prórroga de todas las
convenciones que vencían en febrero, la acompañó el decreto fijando el salario mínimo
en $ 1.120. De esta última disposición fueron excluidos los telefónicos, el reclamo
salarial de 1956 tuvo su origen en esa exclusión.
En abril de 1956 se promulgó el decreto 7.107 proscribiendo, entre otros, a todos
los que hubiesen sido dirigentes en la CGT o los sindicatos entre febrero de 1952 y
septiembre de 1956. La proscripción se hizo extensiva a los sindicalistas que hubiesen
participado del Congreso cegetista de 1949, cuando se modificaron los estatutos de la
central y se la declaró “fiel depositaria de la Doctrina Peronista”. (Daniel James,
Resistencia e integración)
Después de esta tanda proscriptiva Aramburu se sintió lo suficientemente seguro
como para anunciar en su mensaje del 1º de mayo que el movimiento sindical argentino
sería normalizado en 150 días. Según Daniel James entre agosto y octubre se hicieron
las elecciones para designar comisiones internas en los gremios, y las primeras
elecciones para normalizar los sindicatos fueron en octubre. Respecto a la elección en
sindicato Buenos Aires recurro al testimonio de Héctor Mango.
La normalización (II)
Yo trato de ser muy riguroso con la exactitud histórica, los testimonios que fui
presentando corresponden a diferentes militantes de esa época, en lo posible busco
corroborar cada dato con la escasa documentación disponible. Explico esto porque en
ese período se hicieron varias elecciones sucesivas y la memoria de los protagonistas a
36
veces confunde una con otra. Para ser claro, tras la intervención de los sindicatos la
designación de los delegados no siguió un único camino: al principio se dispuso que el
empleado más antiguo de la sección fuera el representante de sus compañeros; después
se admitió la elección tradicional, esto ocurrió a principios de 1956. Más adelante se
hizo la designación de los paritarios que negociaron el aumento de sueldo, luego fue el
turno de la elección de autoridades en la seccional, finalmente se hizo otra elección para
designar los delegados congresales que normalizarían la Federación. Boletas, actas y
periódicos son documentos de inestimable valor, pero los archivos sindicales y del
propio Ministerio de Trabajo fueron vaciados por distintas intervenciones y
administradores irresponsables. Cuando los testimonios son coincidentes, aunque no
disponga de otros documentos, admito los datos sin entrar en mayores explicaciones.
Pero cuando se presenta una contradicción o si la situación es poco clara prefiero hacer
las reservas del caso. Esto ocurre con la elección de 1956 para designar a las autoridades
del sindicato.
Héctor Mango mencionó que la lista peronista era encabezada por un delegado
de Valentín Gómez de apellido Gallino; su información me pareció totalmente
inobjetable. Otro de los consultados, Diego Pérez, me dijo que esa lista era encabezada
por Allan Díaz., y también me pareció fundamentado el dato. Otros militantes de la
época coinciden con Diego Pérez en que Díaz ingresó a la dirección del Sindicato
representando a la minoría, así lo consigné en notas anteriores. Por el momento el tema
queda abierto, para avanzar con la historia reproduzco uno de los diálogos que tuve con
Diego Pérez.
El gobierno había establecido una serie de pautas para que los sindicatos y
federaciones adecuaran sus estatutos. Había que ir a la CGT, que estaba intervenida,
para que te dieran el folleto con las indicaciones sobre cómo tenían que ser los estatutos
para que te los aprobaran. Esa fue la tarea del Quinto Congreso, para lo cual hubo que
elegir delegados congresales en todos los sindicatos.
Los sindicatos ya se habían normalizado con anterioridad. En el Sindicato
Buenos Aires Había ganado la Lista Verde, encabezada por Pedro Valente. En la Lista
Azul, que era donde estaba yo, había una gran cantidad de delegados de Ingeniería, por
lo cual la gente de mantenimiento nos miraba de reojo. En esa elección también había
participado la Lista Roja (o Roja y Blanca) que llevaba como candidatos a los
peronistas que no estaban inhibidos. Y hubo una cuarta lista, creo que era Lista Blanca,
que era afín al Partido Comunista y cuyo dirigente más destacado era Cortez.
Los comunistas tenían mucha fuerza en la Construcción, Químicos, Canillitas,
Gastronómicos y la Madera.
La lista peronista llevaba a Allan Díaz como candidato y, me parece, que
también estaban Napolitano y Agustín Cuello. Salieron segundo detrás de la Verde (que
había sacado alrededor de 3 mil votos), por eso ingresaron a la Comisión Administrativa
por la minoría. Creo que fueron tres miembros los que ingresaron por la minoría y uno
era Allan Díaz.
Estas elecciones fueron, probablemente, en julio o agosto de 1956. Y, mes más o
mes menos, tienen que haberse realizado las elecciones en el resto de los sindicatos
porque si no hubiese sido así, no se podría haber convocado para elegir delegados
congresales que normalizaran la Federación.
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La normalización (III)
Finalicé la nota anterior con uno de los diálogos que mantuve con Diego Pérez a
mediados de los ’80. Fue por entonces que comencé a reunir información sobre la
huelga de 1957, él me atendió amablemente, me proporcionó datos de esos que no
figuran en los documentos públicos. Hablaba de memoria, incluso incurrió en algunos
errores que se fueron rectificando en el curso de la conversación. Rememoró la elección
para salir de la intervención al sindicato Buenos Aires y luego habló de la que tuvo
lugar en febrero de 1957 para designar a los delegados congresales. En esa oportunidad
la proscripción del peronismo habría sido total.
En esa elección ganó la lista Verde (con 2.300 votos) y en segundo lugar se
ubicó la Azul (con poco más de mil votos). Teniendo en cuenta esos números es posible
suponer que el total de votantes fue alrededor de 3.500; como entonces los afiliados
eran más o menos 15 mil, la abstención fue muy grande. Buenos Aires iba con 18
representantes al congreso, con lo que ingresaron 11 por la mayoría y 7 por la minoría
- Vos sabés que, de acuerdo a mis datos, hivilcoy fue al congreso con dos
delegados, al igual que Zárate, Luján, Pergamino y, creo que también, Junín. Sin
embargo hay alguna seccional, como Salta, que va al congreso con un delegado. Si las
delegaciones no podían alcanzar el rango de seccional por tener un menor número de
afiliados, ¿cómo podían ir al congreso con un número de delegados superior al de una
seccional?
¿Vos querés que yo te diga cuál fue “el perro”? Lo que pasó es que las
delegaciones fueron incorporadas a último momento para que participaran del
Congreso. Originalmente no estaba previsto que las delegaciones participaran con ese
número de delegados. En los congresos de FOETRA participaban las seccionales; las
delegaciones podían concurrir, pero tenían voz y no, voto. Fue el interventor, quien a
último momento, decidió que las delegaciones podían participar del congreso.
Yo nunca supe si esa decisión tuvo que ver con un sentimiento muy arraigado de
ese momento sobre el fortalecimiento del federalismo, o si fue por alguna rencilla del
interventor con la Seccional Buenos Aires. Lo cierto es que Peiceré, a último momento,
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decidió incluir en la convocatoria a las delegaciones. Y las delegaciones se movieron en
el congreso como un bloque.
La evidencia está en que antes de la elección del secretariado, habían
comprometido su apoyo al candidato que resultó triunfador, y que un representante de la
Delegación Zárate, Dopazo, fue elegido para integrar el secretariado.
Esto lo vamos a ver más adelante, pero si no se hubiesen dado así las cosas, no
habríamos podido revertir el peso de la mayoría de Buenos Aires. Pensá que nosotros
éramos 7 representantes por la minoría, sobre 23 delegados de Buenos Aires.
- Los datos que yo tengo me los proporcionó Alfredo López, y, según eso, hubo
70 delegados por las seccionales y 16 por las delegaciones. En total, 86 delegados.
- ¿Puede considerarse que allí hubo un cierto favor oficial para que Andreatta
saliera como Secretario General?
No lo sé. Creo que había una cierta animosidad del interventor con la
conducción del Sindicato Buenos Aires. El interventor era Peiceré, un oficial de la
marina mercante, que después fue subsecretario en un gobierno posterior.
Por supuesto, a nosotros nos beneficiaba esa animosidad de Peiceré con la
conducción de Buenos Aires.
La normalización (IV)
39
En la nota anterior reproduje parte de una conversación con Diego Pérez, el
representante de la minoría por Buenos Aires. El Quinto Congreso de la Federación fue
tortuoso y amañado desde antes de empezar; la elección de los delegados congresales se
hizo con la proscripción del peronismo (probablemente también de los comunistas), ni
la mayoría ni la minoría de Buenos Aires tenían en sus filas a simpatizantes de esa
fuerza política. A ese pecado de origen se sumó otra maniobra oscura; en los congresos
anteriores las Delegaciones (entidades que por su número de afiliados no alcanzaban a
ser consideradas Seccionales) podían asistir a las deliberaciones como oyentes, tal vez
en algún caso se les permitiera el uso de la palabra, pero no tenían representantes con
derecho a voto. Así iba a ser también en el Quinto Congreso, pero, según la versión de
Diego Pérez, a último momento el interventor de la Federación resolvió que las
Delegaciones también contaran con representantes, y eso desequilibró totalmente el
desarrollo del encuentro.
No dispongo de ningún documento oficial, supongo que la designación de
delegados de esas entidades menores debió estar sujeta a la misma lógica que los
delegados de las seccionales, ser elegidos en sus lugares de origen por el voto de los
afiliados. Si fue así, esos delegados debieron estar en los planes de la intervención ya en
las elecciones de febrero. Pero dejando de lado este problema, lo concreto fue que hubo
representantes por las delegaciones y que fueron 16. En ese Congreso se eligió el
Secretariado que quedó constituido por
40
- ¿Y de Pravisani?
Pravisani era un hombre del interior, de Santiago del Estero, que, por entonces,
era de capital privado. Él ingresa en el secretariado porque era uno de los pocos, que
viniendo de una empresa de capital privado estaba a favor nuestro. Todos los demás
estaban alineados con Buenos Aires.
Lo propusimos como Secretario Administrativo porque era un compañero que
compartía nuestros puntos de vista. Y, de paso, le restábamos algunos votos a Buenos
Aires.
- ¿Y José Piacentini?
La normalización (V)
- Después del Quinto Congreso ¿quedaron muy tensas las relaciones con la
mayoría de Buenos Aires?
41
- es como ser presidente de la Nación y tener el Congreso en contra.
Sí, más o menos fue por ese tiempo. Y ya nos pusimos a trabajar en el pedido de
$ 700 de aumento para los telefónicos.
42
1957, la huelga grande de los Telefónicos
Tres primeras semanas
43
El principal titular del diario La Razón, aquel 1 de septiembre de 1957, indicaba
que Cinco buques rusos habían pasado por el Báltico dirigiéndose hacia el Mar
Mediterráneo. La guerra fría amenazaba recalentarse, y Medio Oriente era, al igual que
hoy, un polvorín que podía estallar en cualquier momento. Siria recibía armamento de la
Unión Soviética y Estados Unidos se enfurecía por lo que consideraba una injerencia.
En Jordania se juzgaba a un grupo de 23 oficiales del ejército por complotar contra el
gobierno del Rey Hussein, aliado de Estados Unidos. El ministro francés de relaciones
exteriores declaraba, durante su visita a Chile, que Francia no se arrepentía de su
intervención militar en Egipto, el año anterior, salvo por no haber podido ocupar la
totalidad de la zona del Canal de Suez. Y en Argelia se registraban durísimos
enfrentamientos militares contra las tropas colonialistas francesas. Mientras tanto, en
Guatemala, 13 partidos políticos se preparaban para las elecciones en que se elegiría al
sucesor del asesinado corondel Castillo Armas quien, tres años atrás, había derrocado al
presidente Arbenz con un golpe de estado financiado por la United Fruit.
Pero si esas eran las noticias que ocupaban la tapa de La Razón, en el interior
había una extensa información sobre el conflicto telefónico. Se señalaba que a partir del
día siguiente los afiliados a FOETRA continuarían con paros de cinco horas por turno
“en apoyo de sus demandas de un aumento de emergencia de $ 700, el pago del salario
familiar y la reincorporación del personal declarado cesante por la Empresa Nacional de
Telecomunicaciones”. Ese domingo, por la mañana, la organización sindical informó
que había sido notificada sobre la resolución del ministro de comunicaciones por la cual
se sometía el conflicto a la consideración del Poder Ejecutivo, mientras se emplazaba a
FOETRA para que, en el término de cinco días, presentara un memorial alegando sus
derechos.
FOETRA aclaraba que, en ningún momento, había solicitado ni aceptado la
intervención del Poder Ejecutivo para que arbitrara en el conflicto. Y rechazaba ese
arbitraje por ser contrario a sus principios y a su experiencia. Agregaba que tampoco se
podía encuadrar el conflicto dentro de las disposiciones del decreto 879/57 “por no
haber existido en ningún momento gestiones conciliatorias por parte de la Empresa”.
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remuneraciones”. El ministro también se comprometió a anular la resolución 1.712 por
la que se establecía que la solución del conflicto quedaba subordinada a una decisión del
Poder Ejecutivo.
Esa misma tarde se reunió el Concejo Federal con los miembros del Secretariado
y luego de escuchar su informe decidió aceptar la propuesta para solucionar la situación
del personal castigado con traslados y cesantías por el gobierno militar; esto permitiría
que el representante sindical pudiera participar en la defensa de los sancionados por
aplicación del Régimen de faltas, dándose un plazo de 60 días para que todos los casos
quedaran resueltos.
También se decidió que, como paso previo al inicio de cualquier negociación,
las empresas se comprometieran a dar un adelanto de $ 400 a todo el personal, a cuenta
del aumento de sueldo que se estaba reclamando. Se dejaba en claro que dicho adelanto
sólo debía entenderse como parte del arreglo final, basado en la exigencia de un
aumento de emergencia de $ 700 con retroactividad al 1 de julio.
La resolución del Consejo Federal agregaba que “se fijará un plazo máximo de
30 días a partir de la fecha de aceptación de estas condiciones para que la comisión a
constituirse, solucione totalmente el petitorio gremial”.
45
dilaciones patronales; todas las empresas telefónicas (tanto la estatal como las privadas)
habían sido debidamente informadas y la presunta sorpresa no pasaba de ser una
chicana. Esto lo sabían los voceros de ambas partes, pero, desde el lado patronal se
podían dar el lujo de reclamar la suspensión de las medidas de fuerza para sentarse a
negociar.
Los representantes sindicales también tenían sobrados motivos para mantenerse
firmes, pero no podían mantener una intransigencia irresponsable; como tampoco
podían decidir por si mismos el levantamiento de los paros, se convino en poner el
problema a consideración de los trabajadores y que fueran ellos quienes decidieran si se
suspendían, o no, las medidas de fuerza. Se acordó que, si era resuelta la tregua, las
negociaciones se realizarían el día lunes.
Por la noche se realizó un plenario de delegados del Sindicato Buenos Aires, en
Estados Unidos 1532, y se convocó a Asamblea General de Afiliados para el día
siguiente a las 15 horas, en la Federación Argentina de Box.
Algo más ocurrió ese viernes 6 de septiembre. Ese día, en la Casa de Gobierno,
el presidente se encontraba ausente por enfermedad. Pero el vicepresidente,
contralmirante Isaac Rojas, se reunía con los ministros militares y el titular de Interior
para decidir en qué condiciones una huelga era lícita o en qué casos podría ser declarada
ilegal. Esa misma noche se dio a conocer el decreto ley con los resultados de las
deliberaciones.
Serían consideradas ilegales las huelgas que afecten el cumplimiento del servicio
público, las que atenten contra la seguridad o la salud de la población, las que tengan
por objeto la privación de un artículo de primera necesidad o que desconozcan un laudo
arbitral.
Para ser considerada legal la huelga debía haber cumplido con el procedimiento
de conciliación ante el Ministerio de Trabajo; además su motivación sólo podía ser
alcanzar modificaciones en las condiciones de trabajo y haberse resuelto en votación
secreta de todos los trabajadores. Pero las exigencias no se detenían allí. La parte
patronal debía ser informada por escrito con tres días hábiles de anterioridad, como
mínimo, lo mismo que el Ministerio de Trabajo. Y, para terminar de cerrar el paquete,
se exigía que la medida de fuerza no fuera sólo con el abandono de labores, sino que
también se dejara el lugar de trabajo.
Ninguna de las cláusulas era una cuestión menor, y casi todas ellas podían
esgrimirse para declarar ilegal al conflicto de los telefónicos. Parecía una resolución
“hecha a medida” y era como para causar inquietud entre los trabajadores.
Para que no quedasen dudas sobre quienes eran los destinatarios potenciales del
decreto represivo, simultáneamente se dio a conocer un comunicado de la Secretaría
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general de gobierno, donde se informaba que: “En el día de la fecha, el Gobierno
Provisional consideró detenidamente los problemas planteados por el personal del
Ferrocarril Nacional General San Martín, en la zona de Cuyo, y el de los trabajadores de
la Empresa Nacional de Telecomunicaciones”. Después de manifestar su preocupación
por los perjuicios que ocasionaban dichos conflictos “el Gobierno de la Revolución,
ratifica su inquebrantable decisión de asegurar la normalidad de todos los servicios
públicos que son indispensables para la actividad normal”.
En una de las numerosas entrevistas que tuve con Diego Pérez, le comenté que el
tono de las decisiones parecía ser muy rígido, y le pregunté si no había existido la
posibilidad de flexibilizar un poco las resoluciones para dar un mayor margen de
maniobra a los negociadores sindicales. Si bien lo estricto del mandato podía ser
esgrimido como muestra de firmeza del frente interno, también es cierto que los plazos
rigurosos no permitían la libertad de maniobra ni extender los tiempos de negociación.
“La gente no quería saber nada con treguas prolongadas; nada de una o dos
semanas. La efervescencia era tan grande que si le hablabas de un poco más de tiempo,
te mataban. Imaginate que si llegabas a una asamblea, con compañeros que estaban en
un 99 por ciento con el paro, y les decías de suspender por varios días las medidas, te
comían crudo. Las bases habían rebasado todo criterio que permitiera atemperar un
poco las cosas”.
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Tres primeras semanas (IV)
Hay detalles, muy pequeños detalles, que parecen dar la clave de cual va a ser el
resultado final del conflicto, mucho antes de que este se produzca. Es fácil decir eso
cuando ya se sabe lo que ocurrió finalmente. Pero no está de más el señalar esas cosas.
El jueves 5 de septiembre tenían que comenzar las negociaciones, pero la Empresa se
fue en cuestiones formalistas en lugar de entrar al fondo del problema. Al día siguiente,
cuando FOETRA había endurecido su posición y llegaba a la mesa de discusión con
nuevos paros en los lugares de trabajo, los portavoces empresarios dijeron que no se
podía negociar bajo presión, y reclamaron el levantamiento de las medidas de fuerza.
Una vez conseguido eso, en lugar de aprovechar el escaso tiempo de tregua de que se
disponía, no se fijó la hora de inicio de las negociaciones para la mañana del día lunes,
sino para las 5 de la tarde. Por último, cuando llegó el momento de hablar sobre el
reclamo de aumento salarial, la Empresa planteó que cualquier discusión sobre
incremento de remuneraciones estaba condicionada a un aumento de la productividad.
Esto era, isa y llanamente, patear el tablero. Con los aumentos de precios que se
habían venido operando, el salario de los trabajadores había sufrido una reducción muy
grande; en realidad no se estaba hablando de un aumento de sueldos, sino de un intento
por tratar de recuperar el poder adquisitivo perdido. Por eso, la pretensión empresaria de
atar el readecuamiento salarial a un aumento de la productividad era, simplemente,
petrificar la pérdida sufrida por los asalariados.
La respuesta del gobierno no se hizo esperar. Esa misma noche se dio a conocer
un decreto ilegalizando las medidas de fuerza de los telefónicos. La resolución del
Poder Ejecutivo no sólo declaraba ilegales los paros, sino que facultaba a la ENTel,
“para adoptar las medidas disciplinarias que considere adecuadas con respecto al
personal que no reanude sus tareas en la fecha y hora que se le fije”.
El cinismo con el que se justificaba la resolución parecía una provocación
adicional a los trabajadores. Se comenzaba diciendo que la solución ya había sido
alcanzada el día 4 cuando se dejó sin efecto la resolución 1.712 (aquella que imponía el
arbitraje del Poder Ejecutivo) y quedaron conformadas dos comisiones, una, para
estudiar la revisión de las sanciones impuestas al personal, y otra, a la que se
denominaba “Coordinadora técnico administrativa”. Para el libretista oficial, con eso se
había dado satisfacción a todos los reclamos y ya no quedaba nada más por discutir.
Luego venía lo de la sorpresa empresaria por la reanudación de los paros a partir
del día 6, como si la Empresa hubiera sido burlada en su buena fe, y el reproche a los
trabajadores por lo que se consideraba una medida extemporánea. Ante este
señalamiento, los representantes sindicales habían pedido una prórroga para convocar a
las asambleas y levantar los paros, a fin de que la Coordinadora Técnico Administrativa
pudiera comenzar a funcionar a partir del lunes 9. Pero la incomprensión obrera no
había terminado allí; “las asambleas del gremio resolvieron, indebidamente, levantar el
paro sólo por 48 horas” en lugar de hacerlo en forma definitiva. Y por si eso fuera poco,
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el día lunes, los representantes sindicales llegaron con “una exigencia extraña”, el
reclamo de aumento de sueldo.
La Asamblea General que había quedado convocada desde cuatro días antes,
sesionó ese miércoles 11 de septiembre hasta cerca de la media noche. Los diarios del
día siguiente dirían que “alrededor de 6 mil trabajadores, aprobaron por unanimidad
todo lo actuado por el Concejo Federal de FOETRA”. Además de resolverse la
continuación de las medidas de fuerza, los asambleístas decidieron que si se producía la
sanción a alguno de los trabajadores por su participación en el conflicto, o si se detenía
a alguno de los dirigentes, se declararía de inmediato la huelga general del gremio
telefónico en todo el país.
Al día siguiente el conflicto se agudizó aún más. Poco antes de medio día, las
jefaturas informaron al personal que estaba cumpliendo con el paro, Que si no se
normalizaban las tareas de inmediato, los huelguistas serían suspendidos y deberían
hacer abandono del lugar, tal como lo establecía el decreto 10.822 del día anterior.
La inmensa mayoría de los trabajadores, de los 79 edificios telefónicos que
existían en el área del Sindicato Buenos Aires, rechazaron la intimación y continuaron
con el paro en el mismo lugar. Juan Carlos Romero, que por entonces era delegado en
Ingeniería, recordó que en Diagonal Sur donde él trabajaba, se llamó a la policía para
que desalojara el edificio. Algo similar ocurrió en otras dependencias de la Empresa. En
cada una se llamó a la policía, en todas se labró el acta Correspondiente, y todos fueron
desalojados.
Los telefónicos expulsados de los edificios se fueron concentrando en distintos
lugares de la ciudad: sobre Avenida de Mayo, en Plaza Miserere, en Barrancas de
Belgrano y en otros sitios. Las manifestaciones callejeras no duraban mucho porque
eran disueltas por la policía, aunque, aparentemente, sin grandes violencias.
En la tarde, Norberto Espínola, Secretario del Sindicato Buenos Aires, declaraba
a un periodista:
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comunicados de solidaridad, mientras la Federación de Luz y Fuerza anunciaría un paro
de cinco minutos para el martes de la semana siguiente, en apoyo de los telefónicos.
Pero todavía ocurrió algo más ese día miércoles. Cerca de las 20 horas, se
concentraron unas 1500 personas frente al local del Sindicato, que en esa época estaba
en General Perón 2574. La información periodística con la que me manejé no brinda
detalles sobre quiénes eran los manifestantes; Parece evidente que se trataba de
militantes telefónicos, pero el motivo de la movilización no era únicamente el conflicto
que vengo historiando.
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Durante el fin de semana las cosas no cambiaron mucho, salvo por el hecho de
que los trabajadores de Tráfico seguían extendiendo la duración de su medida de fuerza.
Además de trabajar a reglamento, realizaban un paro parcial que, el día domingo, llegó
a los 50 minutos por turno y que, el día lunes, se iba a extender a una hora por turno.
Todas las comunicaciones que necesitaban de la intermediación de operadoras se veían
comprometidas y el panorama era que lo iban a estar aún más en los próximos días.
La guerra de comunicados también formaba parte del conflicto y, aunque con
recursos más limitados que los de la empresa y el gobierno, FOETRA contestaba a las
acusaciones de que había motivaciones extragremiales tras el reclamo de los telefónicos.
También trataba de convencer a los usuarios de que la responsabilidad por los perjuicios
en el servicio era de la empresa. Y denunciaba la inconstitucionalidad de las medidas
gubernamentales, al mismo tiempo que reclamaba su revisión. Para esto último, enviaba
telegramas al presidente Aramburu y a la Convención Nacional Constituyente.
Era una fecha muy especial; se cumplían dos años del golpe de estado y el
gobierno de facto quería seguir mostrando que era tan duro como el primer día. Tal vez
por eso, además de las declaraciones conmemorativas de las principales figuras del
gobierno, hacia la noche se anunció que las fuerzas armadas se harían cargo de la
custodia de todas las oficinas y edificios telefónicos “con el fin de asegurar la normal
prestación de los servicios y, a la vez, garantizar la libertad de trabajo”.
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Según recuerda Diego Pérez, “hubo cédulas emitidas por el Ministerio de Guerra
movilizando al personal de mantenimiento (especialmente a Interior, Revisadores y
Conservación Cables).
Esa noche, poco después de las 22.30, se inició la reunión en FOETRA en la que
se decidió dar plazo hasta las 8 de la mañana del día miércoles 18 para que todos los
detenidos fueran dejados en libertad. Si el reclamo no era satisfecho, se paralizarían las
tareas en todo el ámbito del Sindicato Buenos Aires; y si se producía la detención de
algún miembro del Secretariado Nacional, el paro se extendería a todo el país.
El martes 17 también fue suspendida la personería gremial de los Telegrafistas,
Radiotelegrafistas y Afines, a raíz del conflicto que venían sosteniendo por
reivindicaciones similares a las planteadas por los telefónicos.
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Huelga general
“El juez nacional en lo penal especial, Dr. Ovidio Fernández Alonso, dispuso
autorizar por la secretaría del Dr. Benito Yúdice, que la Policía Federal procediera al
allanamiento de los domicilios y detención de unos 170 empleados telefónicos por
considerarlos incursos en las penalidades previstas por el artículo 197 del código penal,
que reprime los atentados contra los medios de transporte y comunicaciones. En cuanto
a la lista de los detenidos, a los cuales se aloja en el Departamento Central de Policía,
fue confeccionada por el Ministerio de Comunicaciones y remitida por la Policía
Federal al juez Fernández Alonso, a fin de que el magistrado facultara su intervención”.
53
Cuando les dije que iba para la federación me contaron que a eso de las 8 y media había
caído la cana y se los había llevado presos a todos. En realidad en Ambrosetti no hubo
ningún detenido.
Los fondos de la Federación daban con los de una casa que tenía salida por
Acoyte. Cuando llegó la policía todos los que estaban dentro (las compañeras
administrativas que entraban a las 7 de la mañana y algún compañero con permiso
gremial) saltaron la pared y se escaparon por detrás. Hay que decir que algunos policías
eran bastante tolerantes. Muchos debían ser peronistas, y si podían hacer la vista gorda,
lo hacían.”
“La huelga general se mantendrá hasta que hayan desaparecido las causas que la
determinaron, debiéndose impartir la orden de levantamiento únicamente por las
autoridades de la Federación o el Sindicato, previa aclaración de las razones que
motiven dicho levantamiento”.
54
querían trabajar. Las cosas no debían ser tan ciertas porque al mismo tiempo se admitía
que había trabajadores que iban a ser sancionados por su adhesión al conflicto y que se
iba a tomar nuevo personal para cubrir las tareas técnicas y administrativas. El vocero
empresario no vacilaba en señalar que en la provincia de Entre Ríos el servicio se había
normalizado. Lo curioso es que ENTel no prestaba servicio en esa provincia porque el
mismo era cumplido por la Compañía Entrerriana de Teléfonos. Es posible que, después
de tres semanas de conflicto y de las embestidas represivas de la Empresa y del
gobierno, se hubiesen producido algunas deserciones, pero no debieron ser tantas como
quería mostrar la información oficial.
Desde el lado de FOETRA la visión era totalmente distinta. En un comunicado
emitido el día 19, se decía:
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dirigentes eran definidos como Pertenecientes a “los sindicatos que se retiraron del
Congreso Normalizador de la CGT” y que, una semana después, comenzarían a ser
llamados “los 32 gremios democráticos”.
Los dirigentes que hicieron uso de la palabra fueron Luis Danussi, de la
Federación Gráfica Bonaerense, Salvador Marcovechio, de la Federación de Empleados
de Comercio, y Juan Corral, de la Unión Ferroviaria. Aunque el tema de fondo era el
costo de vida, el congelamiento salarial, el incremento de los precios y la legislación
que reprimía el derecho de huelga, todos aprovecharon para mostrar su preocupación y
solidaridad con los conflictos de telefónicos y telegrafistas.
El primero de ellos dijo que “se busca una solución a los conflictos planteados
por los telefónicos y los radiotelegrafistas. Se debe llegar a una solución, cuanto antes,
porque las medidas represivas adoptadas por el gobierno, inquietan y perturban todo el
sentir popular”. El representante de los empleados de comercio dijo “el conflicto de los
telefónicos y radiotelegrafistas debe ser solucionado, ya que el mismo tiene un origen
justo y el estado no puede ni debe ser impermeable a esta situación. (...) El decreto de
congelación de salarios impidió encontrar el punto de equilibrio entre los precios y los
salarios, por lo cual se vuelve urgente su derogación”. Por último, el dirigente
ferroviario se refirió al conflicto diciendo “No es fácil encontrar el equilibrio, pero se
debe tratar de llevar un poco más de tranquilidad a la clase obrera”.
Aramburu hizo una larga intervención en la que eludió referirse a los conflictos
sobre los que se le pedía una definición. Entonces tomó la palabra Sebastián Marotta
quien “insistió en lograr por lo menos una solución de emergencia hasta tanto se
obtenga una fórmula definitiva en todas las cuestiones planteadas”. A lo que contestó
Aramburu: “El gobierno va a estudiar todos estos problemas; y con respecto al conflicto
de los telefónicos tratará de solucionarlo”.
Probablemente fue después de esa reunión, Cuando representantes de FOETRA
mantuvieron una prolongada entrevista con Isaac Rojas. Entre las 21.55 y las 23.25
“estuvieron reunidos con el Señor vicepresidente, a quien ilustraron ampliamente acerca
del motivo de la huelga”.
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La composición del Secretariado Nacional de FOETRA era heterogénea, su
característica más distintiva era la de haber surgido en oposición a la mayoría de Buenos
Aires. En el Consejo Federal Buenos Aires y sus aliados eran mayoritarios, el equilibrio
entre el Secretariado y el Consejo era inestable. A pesar de eso se había conseguido
unificar las fuerzas para el reclamo, de hecho hubo una suerte de dirección compartida,
la propuesta reivindicativa del Secretariado fue respaldada por el Congreso
extraordinario y las medidas de fuerza las reglamentó el Consejo Federal. Se coincidía
con la justicia del reclamo, pero se desconfiaba sobre la forma en que fue planteado y en
las segundas intenciones que podía haber detrás. Cuando entrevisté a Pedro Valente éste
se encontraba muy enfermo y su hijo fue quien deslizó algunos comentarios que pueden
servir para ilustrarnos.
“La huelga fue declarada por los peronistas como una forma de revancha contra
la Revolución Libertadora; pedir 700 o nada era un reclamo para impedir cualquier
posibilidad de arreglo, lo mismo que esa exigencia de la cabeza del capitán Casanova, el
presidente de la empresa. Los comunistas apoyaban para llevar agua para su molino”.
Reproduzco el comentario aunque no haya sido dicho por alguien que haya
tenido una importante participación directa en el conflicto, más bien lo hago para
mostrar una forma de razonamiento muy extendida, una opinión que parece surgida de
un fuerte sentimiento antiperonista y anticomunista. No parece que esas opiniones
fuesen muy sensatas; seguramente los militantes peronistas y comunistas (como muchos
otros) estuviesen en contra del gobierno de facto, pero por sí mismos no habrían podido
declarar las medidas de fuerza, ni su apoyo hubiese sido suficiente si el resto de los
afiliados no hubiesen estado de acuerdo. Entre los propios integrantes de la Lista Verde
existía mucho malestar con las medidas gubernamentales, un importante militante
histórico de ese sector me confesó que desde un principio apoyó la huelga. También me
explicó que Pedro Valente trató de disuadirlo, pero no por simpatía con los atropellos
golpistas sino por no estar seguro sobre las posibilidades de éxito.
“Yo era partidario de la huelga pero en el Sindicato Buenos Aires había muchos
compañeros que no estaban de acuerdo con eso; y no porque estuvieran del lado del
gobierno sino por una cuestión de razonamiento.
Un día yo estaba almorzando en lo de mi suegra y me llama Valente por
teléfono. “Te llamo porque estamos aquí cerca (en un bar de Floresta) con algunos
delegados de Mar del Plata, Río Cuarto, Córdoba y otros lugares y quiero que vos
vengas”. Yo me fui para la reunión y Don Pedro me dijo: “Mirá Pascual, yo sé que vos
tenés un entripado bárbaro por lo del laudo en el Ministerio y que querés la huelga. Pero
los que tenemos cierta experiencia consideramos que no es conveniente la huelga en
este momento, porque un gobierno militar no va a admitir que lo pasés por encima”.
Y después agarró un papel, trazó una línea horizontal y comenzó a dibujar una
curva que se iba levantando hasta alcanzar su punto más alto y después descendía. ”A la
huelga sale todo el mundo, de entrada es un exitaso; más o menos a los 15 días alcanzas
el pico. Pero después viene la declinación, porque los militares no te van a aceptar que
vos le hagás la huelga. No te lo van a aceptar porque ellos sacaron un decreto y el
pedido de aumento masivo es irrazonable. Se puede pedir otra cosa, arbitrar otros
medios, pero en estas condiciones la huelga va al muere”.
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Esto me comentó Pascual Masitelli cuando lo consulté sobre la posición de los
dirigentes del sindicato con respecto a la medida de fuerza. Pero también puso mucho
énfasis en destacar el firme apoyo durante todo el conflicto:
“La huelga tuvo total acatamiento en todo el país; hasta en pequeñas localidades
que no tenían una tradición de actividad sindical se sumaron en forma entusiasta al
conflicto. Porque nosotros hicimos un planteamiento bien desde la base; las decisiones
se tomaron en asamblea, después fueron al Congreso y luego las tomó el Secretariado
Nacional”.
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Aquel fue un día en que siguieron sumándose adhesiones a los trabajadores en
conflicto. La Unión de Trabajadores de Entidades deportivas y el Sindicato de Aceiteros
anunciaban paros en apoyo a los huelguistas para la semana siguiente. También
expresaban su solidaridad los Marítimos, Trabajadores del Vestido, Trabajadores de la
Construcción, Gastronómicos, Trabajadores de la Industria Papelera y muchos más.
Pero lo que sería destacado por los diarios serían algunos incidentes a raíz del paro de
los mercantiles en apoyo a FOETRA.
Aunque el paro de los empleados de comercio se cumplió en toda la ciudad, sus
efectos fueron más llamativos en la zona céntrica. En la calle Florida algunos piquetes
de huelguistas increpaban a los empleados que seguían trabajando después de las 17. La
guardia de infantería, que se había desplegado por la zona con algunos carros de asalto,
procedió a efectuar varias detenciones. El incidente más fuerte se produjo en el local de
Bartolomé Mitre 757, cuando el dueño del negocio desenfundó un arma para impedir la
actuación de un piquete. La consecuencia fue una vidriera rota y algunos detenidos.
Pero, ese viernes, hubo un anuncio solidario que merece ser destacado muy
especialmente porque fue hecho por los gremios, que hasta ese momento eran definidos
como “los que se quedaron en el Congreso de la CGT” o como “los sindicatos que
habitualmente se reúnen en Sanidad”. A partir de la semana siguiente, ese agrupamiento
comenzaría a ser conocido como “Las 62 Organizaciones”.
Sus integrantes se habían reunido en la noche del jueves con la intención de
debatir sobre las gestiones que venían realizando para conseguir la reanudación del
congreso cegetista. A esa reunión concurrieron representantes de FOETRA Y AATRA
para informar sobre sus respectivos conflictos y allí recibieron las muestras de
solidaridad a las que me referí hace un par de notas. Al evaluar la gravedad de los
conflictos de telefónicos y telegrafistas, pasó a segundo plano el problema de la
reanudación del Congreso Extraordinario de la CGT; hubo una moción del
representante de la Madera para que se tratara en primer término la solidaridad con esas
luchas, y a eso se dedicó el resto de la reunión que se prolongó hasta las 7.30 del día
viernes.
La reunión aprobó una moción del representante de Luz y Fuerza consistente en:
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como hecha por una instancia inferior. Ese recurso, que todo gobierno utiliza, pone en
boca de un funcionario subalterno lo que el gobierno quiere decir. Si las cosas no salen
bien o si hay que cambiar la posición, el que se equivocó fue el funcionario de menor
jerarquía y no, su superior.
El argumento usado para rechazar el reclamo de los trabajadores era que la
demanda sindical excedía los recursos de la Empresa. El pedido de $700 de aumento,
implicaría una erogación anual de 360 millones. Como los recursos de ENTel estaban
muy por debajo de esa cifra, la única posibilidad habría sido aumentar las tarifas. El
argumento era bastante efectista, porque buscaba poner a todos los abonados en contra
de los trabajadores aunque las cifras fuesen falsas.
Siguió diciendo que, en realidad, el único punto que impedía llegar a un acuerdo
era el tema del aumento de sueldos. Daba por resuelto el reclamo en torno al salario
familiar y a la reincorporación del personal cesanteado a partir del golpe de estado,
aunque ninguna de esas cuestiones había llegado a tratarse. Finalmente dijo que la
posibilidad de incremento en los sueldos pasaba por la aceptación de establecer una
jornada de trabajo más prolongada y, además, discontinua.
Otro acontecimiento se produjo ese día lunes; venía relacionado con el conflicto
de los telefónicos pero, tenía otras implicancias y conexiones que eran mucho más
complejas. Los gremios que en la madrugada del día viernes habían decidido convocar a
un paro de 24 horas en apoyo a los reclamos obreros, volvieron a reunirse y pusieron
fecha a esa convocatoria. El paro quedó previsto para el viernes 27 si no tenían
resultado positivo las gestiones mediadoras que se pensaban realizar durante la semana.
Ese conjunto de gremios aún no tenía una denominación que los identificara;
eran “las organizaciones que no se retiraron del Congreso Extraordinario de la CGT”
cuando se rompieron las deliberaciones el 5 de septiembre, y no todos solían participar
en todas las reuniones. El jueves anterior habían sido 53 los reunidos en el local de
Vitivinícolas; habían sido 55 los firmantes de una nota al presidente pidiéndole una
entrevista, y eran 38 los que habían deliberado ese lunes en el local de Luz y Fuerza.
Por eso la forma elegida por Clarín para informar la decisión fue: “Harán 38 gremios un
paro de 24 horas el viernes. Adherirán al mismo 24 entidades más”
“1. Que el paro de 24 horas ya determinado por el plenario del día 19 se realice
el viernes 27 a partir de las 0 horas, si no hubiere una solución concreta a los problemas
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planteados en la reunión que la Comisión respectiva celebrará con el Presidente de la
Nación el miércoles 25.
2. Que se realice una reunión plenaria el día miércoles 25 a los efectos de que la
Comisión nombrada informe sobre la entrevista mantenida con el Presidente
provisional.
3. Que el paro programado podrá suspenderse únicamente a 24 horas del
momento de su iniciación.
4. Que en el caso de que hubiere represalias contra los trabajadores, el paro
decretado proseguirá por tiempo indeterminado”.
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todos se mantienen firmes. La asamblea es el lugar donde se realiza ese contacto, donde
se puede visualizar las vacilaciones o las firmezas, las dudas o las certidumbres, y donde
se puede cohesionar al conjunto de los compañeros entre sí, y a estos con su
conducción. Por eso la asamblea, más que un ámbito para el debate y el intercambio de
ideas, es el lugar donde se refirman los compromisos y se recuperan fuerzas para seguir
adelante. Tal vez fue por eso mismo que la asamblea fue prohibida por la policía:
No está de más recordar que la conducción del Sindicato Buenos Aires ejercía
una suerte de dirección compartida del conflicto, no sólo por dirigir al sindicato con
mayor número de afiliados, sino por la influencia que ejercía sobre el Concejo Federal.
El Concejo se encontraba en sesión permanente desde la iniciación del conflicto; había
reglamentado la realización de los paros iniciales, participaba de las negociaciones
designando a los paritarios (que eran miembros de la conducción del Sindicato Buenos
Aires) y sus integrantes habían estado junto a Pedro Valente durante las asambleas
generales efectuadas en Buenos Aires. La cercanía de Pedro Valente con los dirigentes
de “Los 32 gremios democráticos” le abrían algunos canales de diálogo con el gobierno.
Sin embargo, en esas oportunidades, mantuvo con firmeza el reclamo de aumento
salarial y la revisión de las sanciones del gobierno militar contra los telefónicos.
Por su parte, el Secretariado Nacional de FOETRA, conseguía que ese apoyo de
“Los 32” no se transformara en rechazo (o por lo menos indiferencia) de “Las 62
Organizaciones”. No sólo se habían logrado declaraciones solidarias, también estaban
los paros de apoyo y la huelga general convocada por ese sector que se realizaría el
viernes 27. El nucleamiento (que por esa época reunía a peronistas, comunistas y otros
sectores combativos) no sólo había manifestado su apoyo incondicional a la lucha de los
telefónicos, también diría que la suerte del movimiento obrero estaba atada a la suerte
62
que tuvieran los conflictos de telefónicos y telegrafistas. En la extensa declaración que
dieran a conocer en la víspera de la huelga dirían:
La huelga del día 27 merece que le dediquemos algunas líneas. Fue una medida
de enorme importancia, aunque los diarios de mayor difusión trataran de minimizar su
alcance. Ya el día jueves la Intervención militar en la CGT había dado a conocer un
comunicado en el que, con típico lenguaje patronal, expresaba:
63
Huelga general (VII)
“Pascual era jefe de Plantel Interior, era un compañero que ya tenía como veinte
años de empresa y se había afiliado al sindicato apenas ingresó. Cuando empezaron los
paros lo llamaron sus jefes para que no participara, pero él les contestó: “ustedes
quédense en su lugar que yo me quedo en el mío”. Y cumplió con todas las medidas de
fuerza como lo había hecho siempre”.
64
Le dije que, según los datos que yo había reunido, el número de detenidos que
mencionaba en Devoto estaba por debajo del total de apresados en esos días; él no tenía
conocimiento de lo que podía haber ocurrido en otros lugares de reclusión. Al quedar en
libertad se enteró que muchos delegados habían conseguido escapar a los arrestos.
“Hasta los canas me dijeron ¿sabiendo que los íbamos a ir a buscar por qué no se rajó?”
Sonreí ante su comentario, recordé lo que me había dicho Diego Pérez sobre cierta
tolerancia de los policías: “muchos debían ser peronistas, y si podían hacer la vista
gorda, lo hacían”.
Pero estos últimos eran los comentarios simpáticos, lo importante era que ya iba
un mes de confrontación con la empresa sin que se vislumbrara ninguna posibilidad de
solución. Los salarios no se habían modificado en el último año mientras los precios
habían experimentado un gran aumento; el gobierno sostenía que cualquier incremento
salarial (en realidad recuperación del poder adquisitivo) debía estar precedido de un
aumento en la productividad. Si para recuperar el poder de compra de un salario era
necesario trabajar más, era obvio que se estaba superexplotando al trabajador. Pero no
era necesario explicar la situación en términos de plusvalía extraordinaria, en la
pretensión gubernamental había mucho de revancha clasista. Diego Pérez lo definió en
términos simples:
“Si decían que habían venido para terminar con los excesos del peronismo, más
bien daba la impresión de que lo único que querían era pisarle la cabeza a los
trabajadores”.
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Huelga general (VIII)
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Así se llegó al viernes 27 sin que ninguna de las partes cediera en sus posiciones.
La huelga resultó contundente, pero el gobierno y los 32 gremios democráticos se
apresuraron a descalificarla. De algún modo éstos últimos estaban entrampados, porque
apoyaban decididamente el reclamo de los telefónicos y al mismo tiempo definían el
paro de Las 62 como “un intento perturbador”.
“La clase trabajadora argentina ha respondido con unidad, con disciplina y con
firme espíritu combativo al paro de 24 horas declarado por las 62 Organizaciones
Sindicales que asumieron la responsabilidad histórica de esta lucha en todo el país”.
67
68
Estado de sitio
El lunes 30 de septiembre, tres días después del paro general efectuado por las
62 Organizaciones para apoyar a los telefónicos, el general Aramburu se reunió con
directivos de la Empresa Nacional de Telecomunicaciones y el ministro del área.
Después se informó que las versiones de un inminente acuerdo carecían de fundamento,
y para acentuar la inflexibilidad del gobierno se reiteró que los días de huelga no serían
abonados. Esa misma noche dirigentes nacionales de los telefónicos reiteraron que se
había estado cerca de lograr un acuerdo y lamentaban la decisión gubernamental.
Al día siguiente FOETRA publicó una extensa solicitada dirigiéndose “a la
opinión pública y a los hermanos trabajadores de todos los otros gremios”. Recordó las
gestiones realizadas antes de llegar al conflicto, las maniobras dilatorias de la Empresa,
la indicación para que dirigieran el reclamo al Ministerio de comunicaciones, la
respuesta de éste diciendo que el problema debía resolverse en la Empresa que era
autárquica. Después siguieron los paros, las detenciones masivas, la ocupación de los
locales sindicales por la policía, el cancelamiento de la personería gremial.
Sobre la insistencia gubernamental para pasar a trabajar 45 horas semanales en
lugar de 35, y Establecer el horario cortado en lugar de la jornada continua; FOETRA
recordó que la jornada de 7 horas era una conquista de los telefónicos y de otros
gremios como bancarios, empleados públicos, de empresas del estado, etc.
Enumeró los aumentos de precios en “el pan, la leche, la manteca, la carne, el
vino y otros artículos esenciales para la mesa de los trabajadores”. Era imprescindible
aumentar los sueldos, “no por planteos políticos o ideológicos sino por ser la única
salida para sobrevivir. Y agregaba:
“Al gremio telefónico le ha tocado ser el primero en salir a esta lucha, pero nadie
desconoce que el problema es general. Creemos que debe pensarse mucho antes de
continuarse con la política de detener la inflación en base a la miseria de la clase
trabajadora. De nada sirve sanear la economía del país sin tener en cuenta que el precio
a pagar es el hambre de los que en realidad producen”.
Luego agradecía la solidaridad de todos los sindicatos del país: “Nuestra lucha
es la lucha de todos los gremios en estos momentos”, y agradecemos “esa magnífica
lección de solidaridad humana y de unidad de la clase trabajadora”.
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estuviera sobredimensionado. Lo cierto fue que, tal como ya había adelantado el
ministro de comunicaciones, se citó a personal de Plantel, unos 450 en Capital Federal y
Gran Buenos Aires. La citación estaba firmada por el Capitán de navío Ramón
Casanova (presidente de la empresa), Ángel H. Cabral (ministro de comunicaciones) y
el General de brigada Julio A Teglia (comandante general de comunicaciones del
interior). El intimado debía presentarse con la citación en su lugar de trabajo donde
“será protegido por personal militar”.
El gerente administrativo de la empresa, Carlos Macchi, salió a desmentir que se
hubiera intimado a los telefónicos que tuvieran otro empleo estatal para que retomaran
la tarea en la empresa, so pena de perder ambos trabajos.
Tal vez parezca superfluo, pero conviene recordar que el gobierno de 1957 era
una dictadura surgida del golpe de estado de dos años antes. Su autocalificación como
Revolución Libertadora, y la campaña de demonización del gobierno anterior, tendía a
legitimar un régimen de origen espurio. El autoritarismo tiránico atribuido al peronismo
pretendía encubrir que las autoridades de facto habían llegado a ese lugar luego de un
golpe dentro del golpe, y teniendo como antecedente una brutal matanza de la población
civil con el bombardeo de Plaza de Mayo.
Una de las medidas fundacionales del gobierno fue la destitución de todos los
miembros de la Corte Suprema de Justicia y la designación de sus reemplazantes
mediante un decreto presidencial. A pesar de eso, el primer presidente golpista fue
considerado demasiado moderado, dos meses después de instalado en la Casa de
Gobierno fue sustituido por el general Aramburu. Los restos de libertades públicas
fueron barridos al anularse la Constitución Nacional y dictarse diversas resoluciones
proscriptivas. Acompañando esas medidas estaba la vigencia del estado de sitio, una
suerte de barniz legalista que servía para justificar los excesos represivos hablando de
presuntos riesgos de conmoción interna. Ese estado de excepción fue levantado para
realizar las elecciones de constituyentes en junio de 1957.
Cuando los telefónicos iniciaron las medidas de fuerza el 27 de agosto no había
estado de sitio, Para justificar las masivas detenciones que tuvieron lugar a partir del 17
de septiembre se recurrió a jueces que, como mencioné en notas anteriores, emitieron
las correspondientes órdenes de captura. Los límites entre lo legal y lo ilegal eran
difusos, pero dejaban un margen para protestas y reclamos.
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En la nota anterior comenté que la información sobre el estado del servicio
telefónico era oscilante, según el interés que tuviera el gobierno hablaba de
significativos mejoramientos o de inminentes colapsos. La incorporación de nuevas
operadoras era presentada como fuente de mejores comunicaciones con las centrales
manuales de los suburbios, pero el entusiasmo empresario no duraba más de un par de
días, luego se volvía al libreto más apocalíptico. La decisión de intimar al personal de
mantenimiento es un indicio de que las cosas no andaban tan bien como pretendía la
propaganda oficial. De todos modos ya había signos de cansancio entre los huelguistas,
ya hablaré de eso.
Los cortes de cables telefónicos eran uno de los indicadores sobre la marcha del
conflicto. Aunque FOETRA rechazara públicamente los sabotajes, esos actos no podían
tener un origen totalmente externo. Había regiones donde los atentados se producían
con mayor intensidad, pero ningún lugar del país quedó libre de tales medidas.
Tampoco hubo diferencia entre lo ocurrido en la empresa estatal o en las privadas, eso
habla de la unanimidad de la lucha a nivel nacional. Pero lo que me interesa destacar es
la gran cantidad de noticias que se publicaron entre el 3 y el 4 de octubre.
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En la nota anterior comenté que el viernes 4 de octubre se dieron a conocer un
gran número de noticias que hablaban de atentados contra las líneas telefónicas en todo
el país. Ese mismo día, desde la mañana, comenzaron las reuniones en la presidencia.
Los nombres y los cargos de varios de los participantes pueden resultar hoy
desconocidos, en ese momento causaban inquietud.
Recién a las 22 el Subsecretario del Interior, César García Puente, reunió a los
periodistas acreditados en Casa de Gobierno para notificarles que el ministro del Interior
le había encargado informar que desde la cero hora regía el estado de sitio en Capital
Federal y provincia de Buenos Aires. Fue entonces cuando se dijo explícitamente que la
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razón era “preservar el orden frente a los actos de sabotaje contra las instalaciones
telefónicas”. El funcionario adelantó que se suscribirían “las medidas necesarias”,
aunque no dio a conocer el texto del decreto 12.171 y dijo no saber si ya se habían
realizado detenciones.
Efectivamente, alrededor de 200 trabajadores fueron apresados el primer día,
luego se informó que sólo la cuarta parte de ellos eran telefónicos; los demás
pertenecían a otros gremios, pero la amplitud del estado de sitio permitía la
discrecionalidad. Aparentemente hubo mucho de detenciones al boleo, un par de días
después la mayor parte de los trabajadores habían recuperado la libertad.
Cuando hablé con algunos de los dirigentes de la huelga de 1957 les pregunté
por las negociaciones que llevaron adelante. Se daba por sobreentendido que el
interlocutor natural de los trabajadores era la empresa; tendría que haber dicho las
empresas, pero por su dimensión e importancia, la que determinaba el curso de la
negociación era la Empresa Nacional de Telecomunicaciones. Las otras, CAT, CET y
Siemens, eran simples actores de reparto en esa obra. Pero por encima de la empresa
estatal estaba el propio Estado, y aunque en toda relación entre patronal y trabajadores
el Estado juega un papel importante, esa importancia se vuelve mayor cuando éste
también tiene el rol de empleador. En definitiva, la confrontación entre trabajadores y
patronal termina siendo una lucha entre trabajadores y Estado sin ningún tipo de
disimulo, mediación o maquillaje.
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“Rojas nos recibió durante unos 15 o 20 minutos. Tratamos de explicarle
nuestros puntos de vista, no se mostró muy dispuesto al diálogo y nos dijo: “O levantan
el paro o ya están saliendo para Ushuaia”. Le contestamos que el paro sólo podía ser
levantado por la asamblea, que nosotros no podíamos hacerlo, entonces se levantó y nos
ordenó retirarnos.
En esa reunión estuvimos Andreatta, Pravisani, Piacentini y yo. Nos acompañó
Schettini, el jefe de Coordinación Federal. Lo increíble es que cuando fuimos a esa
reunión todos nosotros teníamos pedido de captura”.
Con Diego Pérez hablé sobre el tema en 1986, Con Raúl Aragón lo hice doce
años después. Ambos testimonios me ofrecían total credibilidad, eran más fiables que la
versión periodística que incurría en algunos errores. Pero lo más importante no pude
hablarlo con ellos porque fue mucho después cuando me di cuenta que esa entrevista
había tenido lugar dos días después de implantarse el estado de sitio. En la nota anterior
comenté que el decreto 12.171 se firmó en la noche del viernes 4 de octubre; al día
siguiente fue cuando Raúl Aragón llamó a Casa de gobierno y solicitó la entrevista con
Aramburu, y en la mañana del domingo fueron recibidos en Olivos.
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Últimas semanas
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Diariamente se realizaban reuniones en Casa de gobierno entre el general
presidente y los funcionarios de la Empresa Nacional de Telecomunicaciones; tanta
asiduidad podía ser un elemento de presión sobre los huelguistas, pero ciertamente
mostraba la preocupación por un conflicto que se alargaba mucho más allá de lo
esperado. Aunque el desgaste de los trabajadores era grande, las deserciones habían sido
mínimas. Un comentario de Pascual Masitelli puede resultar ilustrativo sobre cómo se
encontraban los ánimos del lado obrero.
Cuando comencé esta serie de notas dije que el conflicto telefónico de 1957
había sido uno de los más importantes del período y tal vez el más importante en la
historia del gremio. Consiguió adhesiones y respaldos de todos los sectores del
sindicalismo argentino, en la reunión que mantuvieron con Aramburu los representantes
de las 62 Organizaciones y los 32 Gremios mostraron su solidaridad con los
trabajadores en huelga y reclamaron una solución al gobierno. El encuentro se realizó en
Casa de gobierno el jueves 10 de octubre, seis días después de haberse reimplantado el
estado de sitio y cuando habían pasado cuatro días desde la reunión entre el general
presidente y los dirigentes de FOETRA.
Cada sector concurrió con 10 representantes; por entonces no eran muchas las
mujeres destacadas en la actividad sindical, hubo una sola figura femenina en la
delegación que llegó a la Casa Rosada, lo hizo en representación de los telefónicos, y
aunque fue contabilizada como parte de los 32, se aclaró que contaba con el respaldo de
los dos grandes sectores gremiales.
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cabecera de la gran mesa del Salón de Acuerdos. A su derecha se ubicó el coronel
Peralta; el ministro de trabajo, Tristán Guevara y los representantes de los 32 Gremios:
Norma Ciorciari, de FOETRA; Martín Ibáñez, de la Unión Ferroviaria; Armando
March, de Empleados de Comercio; Braulio Núñez, de FONIVA; Riego Rivas, de
FATI; Gustavo Suárez, de Municipales; Augusto Guibourg, de Bancarios; Roberto
Canoniero, de Locutores; Tobías García, de Papeleros y Héctor J. Ares, del Personal
Civil de la Nación.
A la izquierda se colocaron el jefe de la Casa militar; el ministro de industria y
comercio, Julio César Cueto Rúa, y los representantes de las 62 Organizaciones: Juan
Carlos loholaberry, Textil; Pedro Conde Magdaleno, de Panaderos; José Miguel Zárate,
de Construcción; Artemio Agustín Patiño, del Tanino; Vicente Mareschi, de Madereros;
Héctor Dente, de Metalúrgicos; Manuel Tarullas, de Unión Tranviaria Automotor;
Alberto Lema, de Luz y Fuerza; Jorge Álvarez, de Sanidad y Eleuterio Cardozo, de la
Carne.
Tras el comienzo de la reunión el primero en hablar fue Armando March,
dirigente de Empleados de comercio y de los 32 Gremios, quien destacó como
auspicioso que estuvieran presentes los representantes de distintos sectores gremiales. Y
tras las formalidades introductorias dijo:
Más adelante recordó que los sueldos y jornales que se cobraban en ese
momento habían sido establecidos en febrero de 1956, es decir veinte meses antes. Los
precios no habían dejado de aumentar “creando una situación por demás angustiosa a
todo el sector laboral del país”.
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“No es cierto que baste con que cualquier charlatán se ponga en una asamblea
obrera a exigir la huelga para que los trabajadores vayan a la huelga. Cuando los
trabajadores van a la huelga es porque hay una poderosa causa que los impulsa.
Por eso el gobierno debería agotar los esfuerzos para buscar soluciones a esos
conflictos que se volverán inevitables sin una solución de tipo económico. No se pide
acceder a un mayor consumo sino recuperar el consumo que se perdió en los dos
últimos años”.
“En todas las reuniones hemos tratado de plantear soluciones (…) y solamente
hemos escuchado esa campana de las 35 horas a las 44 horas. Las 35 horas que
sostienen y defienden los telefónicos es una conquista y no un capricho de un
funcionario; es una conquista que llevó a los telefónicos 20 años de lucha por su
condición de trabajo insalubre”.
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país (…) que en el mismo mes de diciembre tenemos que trabajar con estufas y
ventilación”. Le recordó a Aramburu que en un principio el ministro de comunicaciones
había dicho que el horario no se tocaría; “ahora nos encontramos con que el primer
punto que quiere discutirse es el de los horarios”. Y reiteró que los telefónicos habían
salido a la lucha “por la reincorporación de cesantes y por un aumento que
consideramos necesario”. Mirándolo a la cara le dijo:
Toda la exposición de Norma Ciorciari fue respetuosa pero firme, hasta cuando
citó un comunicado de FOETRA:
A diferencia de lo que había ocurrido con otros dirigentes que hablaron ante que
ella, Ni Aramburu ni ninguno de los funcionarios que lo asistían la interrumpió con
preguntas ni hizo comentarios cuando finalizó. Desde el punto de vista argumental tal
vez se sentían desbordados, pero el conflicto se venía desarrollando desde hacía un mes
y medio y no era porque los trabajadores carecieran de razones justas.
En las últimas notas hablé de la reunión que los dos grandes nucleamientos que
se habían formado al fracturarse el Congreso de la CGT, Las 62 Organizaciones y Los
32 Gremios, mantuvieron con Aramburu en Casa de Gobierno. En realidad no fue una
sino dos reuniones, la primera se produjo el jueves 10 de octubre y al día siguiente se
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realizó la segunda. Todavía hubo un tercer encuentro, pero ese fue mucho más breve y
acotado, ya no fue con Aramburu sino con el ministro de trabajo para recibir la
respuesta oficial al planteo de los trabajadores.
80
que un año antes la misma compañía había mostrado como ganancia lo que al año
siguiente aparecería como pérdida.
El poder adquisitivo de los salarios llevaba un año y medio de retroceso
continuo, pero la única solución propuesta por Cueto Rúa para aumentarlos era que,
previamente, se aumentara la producción, ya fuera produciendo más durante la jornada
de trabajo (trabajo incentivado) o extendiéndola jornada laboral. En uno u otro caso se
trataba de plusvalía extraordinaria porque el congelamiento o control de precios no
estaba en el ideario del gobierno. En ese sentido el gabinete era muy homogéneo, el
ministro de hacienda era Adalbert Krieger Vasena, quien volvería a ocupar el mismo
cargo con el dictador Juan Carlos Onganía. Cuando el bancario Augusto Guibourg se
manifestó contra la devaluación del salario diciendo “No es justo salir de la crisis
mediante el hambre del trabajador”, tanto Krieger como cueto Rúa polemizaron con él.
A esa altura del encuentro los ánimos estaban caldeados, cuando Conde
Magdaleno recordó que el día anterior había pedido aclaración al ministro de trabajo
sobre la restricción del derecho de huelga, fue el propio Aramburu quien salió a
responderle. Dijo que había países donde ese derecho estaba totalmente prohibido;
ejemplificó con Rusia, tal vez porque Magdaleno había sido agregado laboral en la
Unión Soviética durante el gobierno peronista. Después agregó que las críticas que se
hacían a las regulaciones establecidas por su gobierno eran totalmente infundadas.
Lema, de Luz y Fuerza, lamentó no tener en ese momento el estudio realizado por su
organización mostrando lo nefasto de la reglamentación gubernamental; y agregó que
ese análisis había sido llevado a Santa Fe para ponerlo a consideración de la Asamblea
constituyente. Picado en su amor propio el ministro de trabajo dijo que le agradaría
conocer ese estudio. Después aludió a huelgas resueltas sin cumplir con los
procedimientos estatutarios, y a otras en servicios públicos que no se proponía enumerar
porque la reunión ya se había prolongado tal vez demasiado.
Podía estarse refiriendo a la huelga de los telefónicos, aunque también
telegrafistas, ferroviarios, lucifuercistas y otros trabajadores de servicios públicos
habían estado en conflicto. Dijo: “Un movimiento de fuerza contra un servicio público
tiene que ser provocado por una situación realmente extraordinaria, realmente grave”.
Uno de los asistentes al encuentro le pidió hacer una aclaración, pero Tristán Guevara le
respondió ofuscado que primero lo escuchara a él y que luego lo escucharía. Después
agregó que la huelga es un medio violento de lucha al cual no se puede acudir sino en
caso de extrema necesidad. “Hay que establecer un mecanismo legal que impida abusos.
La huelga debe ser con abandono total del lugar de trabajo, que desaparezca esa forma
tan perniciosa del trabajo a desgano, del trabajo a reglamento o con permanencia en el
lugar de trabajo”.
Todo lo dicho hasta ese momento calzaba como un guante al conflicto de los
telefónicos: los salarios se encontraban congelados desde el año anterior, los incesantes
aumentos de precios lo habían devaluado a un nivel inadmisible, la propuesta
gubernamental era extender y desdoblar la jornada de trabajo, cualquier reclamo laboral
debía pasar por el tortuoso camino del arbitraje obligatorio y el cercenamiento del
derecho de huelga; pero todavía había más.
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Si me extendí en comentar la reunión del gobierno con los dirigentes de Las 62
Organizaciones y los 32 Gremios es porque allí se hizo una descripción de toda la
política económica y social del equipo castrense. Al promediar el encuentro los ánimos
estaban caldeados, Aramburu se sintió en la necesidad de decir que su gobierno era
democrático y que todo sería más fácil “con dictadura, cuando una huelga se termina
con 100 tanques en la calle y 300 tumbas, como se hace en Rusia o en Hungría”. Fue
igualmente vehemente al justificar la reimplantación del estado de sitio: “Este estado de
sitio establecido por el gobierno argentino no es contra los obreros ni mucho menos; es
para aquellos que quieren subvertir el país, para los agitadores y los embanderados en
cuestiones políticas inconfesables”. El argumento que usó a continuación parece casi
atemporal porque se lo ha repetido cada vez que se impusieron sacrificios a los sectores
obreros y populares. “El pueblo argentino ha vivido engañado en un standard de vida
ficticio para venir a parar a la situación actual. No los hemos citado para tirarles rosas
sino para decir la verdad cruel y dura, pero la verdad, para que todos sepamos en qué
condición nos encontramos”.
Las palabras de Aramburu reflejaban malhumor, cuando March le preguntó si
podrían hacer algunos comentarios sobre la exposición de los ministros le contestó que
los representantes obreros ya habían sido escuchados durante cuatro horas; después
moderó un poco la respuesta y dijo que podía escucharlos si tenían algo más para decir.
El dirigente mercantil comenzó diciéndole que llevaban mucho tiempo pidiendo
soluciones mientras el gobierno llevaba meses estudiando la respuesta: “tal vez la
decisión llegue cuando sea demasiado tarde”. Recordó que más de un año antes, siendo
ministro de trabajo Migone, le solicitaron la normalización de las cajas de jubilaciones;
después lo hicieron con Aguirre Legarreta y volvieron a reiterar el reclamo ante Tristán
Guevara. “Los jubilados civiles siguen esperando, mientras que se han aumentado las
jubilaciones de policía, prefectura y otras fuerzas militares”. Por las dudas aclaró que no
pedía que se rebajaran esos aumentos sino que se elevara la remuneración de todos los
jubilados.
Las grandes diferencias que separaban a los dos nucleamientos sindicales se
desdibujaron al enfrentar a los funcionarios del gobierno, en un pasaje de la discusión
March, de Los 32, y Magdaleno, de Las 62, parecían haberse puesto de acuerdo para
refutar a Cueto Rúa y a Krieger Vasena. El dirigente de los mercantiles volvió a
sostener que la acusación de Magdaleno contra la Panificación era correcta, Krieger,
exasperado, salió a respaldar a su compañero de gabinete, el representante de los
panaderos comentó irónico que la compañía aludida no podría haberle ofrecido una
coima millonaria si su balance hubiera sido tan deficitario. Este último comentario hizo
que hasta el propio aramburu interviniera mostrando su enojo.
Después le tocó el turno al ministro de trabajo y su engendro limitando el
derecho de huelga. Conciliación, arbitrajes forzosos y multas a los sindicatos eran
medidas destinadas a quebrar los reclamos obreros. “¿Qué pasaría si a Krieger Vasena
le tocara hacer de árbitro en el conflicto que desde 50 días atrás llevan adelante los
obreros de Llauró, habiendo sido integrante del directorio de esa empresa?” La pregunta
era sólo una hipótesis, pero mostraba las posibles complicidades entre gobierno y
capitalistas enfrentando a los trabajadores.
De esa pregunta hipotética se pasó a un hecho concreto, el de los atropellos
sufridos por los telefónicos. Se recordaron las oscuras maniobras empresarias, el empleo
de la policía para desalojar las guardias dejadas por los dirigentes de FOETRA “que
sabían lo que significaba para ese servicio de tanta importancia el abandono de sus
tareas”. Fue entonces cuando March hizo una denuncia que es importante reproducir:
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“Voy a hacer aquí una referencia que prueba que en lugar de avenirse a hallar
bases de solución se estima que debe dejarse continuar el conflicto hasta que el hambre
haga volver a sus lugares de trabajo a los compañeros telefónicos.
En presencia de algunas personas entre las que creo se encontraban ministros del
Poder Ejecutivo Nacional, funcionarios del Ministerio de Trabajo y Previsión, se
hicieron escuchar ayer una comunicación telefónica intervenida en la que un telefónico
decía a otro que se le estaba volviendo muy dura la situación y que iba a necesitar muy
pronto los pesos para mantener a su familia”.
A partir de esas palabras daban por derrotados a los telefónicos. Por supuesto,
ningún funcionario admitió que se hubiesen hecho escuchas ilegales, le reclamaron al
dirigente mercantil que diera el nombre de su informante, pero éste dijo que se hacía
cargo de lo que había denunciado y que no revelaría la identidad de quien le había
proporcionado el dato.
Con posterioridad se citó a los dirigentes sindicales que habían estado en Casa
de Gobierno para entregarles una declaración oficial. Concurrieron 3 por los 32
Gremios y 8 de las 62 Organizaciones, se los recibió separadamente en el ministerio de
Trabajo el jueves 17, y más tarde el ministro Tristán Guevara reunió a los periodistas
para entregarles la misma declaración.
Visto a la distancia casi parece una provocación al peronismo que esa
declaración tuviera fecha del 17 de octubre. Al margen de ello, la resolución
gubernamental ratificó la política económica y social que se venía desarrollando,
rechazó los aumentos de salarios reclamados por los trabajadores, insistió con la
propuesta de incremento en las remuneraciones sobre la base de una mayor
productividad, prometió un futuro venturoso e informó que dos días antes funcionarios
del gobierno se habían reunido con representantes del comercio y la industria para
comprometerlos en una orientación similar.
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En el documento se informó que se tomaría en cuenta algunas de las objeciones
hechas al decreto que reglamentaba el derecho de huelga, pero como esa herramienta de
lucha era un recurso último ante situaciones límite, reclamó el levantamiento de los
paros previstos con fechas definidas o a definirse.
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alrededor del 90 por ciento y se mantuvo prácticamente sin variantes hasta el final. “A
algunos había que hablarles continuamente, pero cuando ya estuvimos todos jugados los
que salieron a la huelga se mantuvieron firmes”. Por supuesto, no todo fue épica y ardor
combativo, ya comenté con anterioridad que cuando la lucha se prolongaba y no se veía
un éxito cercano algunos delegados le pidieron a Valente que levantara la huelga.
Masitelli les reprochó duramente la “agachada”: “Cuando se sale a la lucha se gana o se
pierde, pero nunca hay que tener miedo”.
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Últimas semanas (VII)
A partir del 17 de octubre todos los caminos quedaron cerrados para los
telefónicos. La propuesta trasmitida por la Empresa –y avalada por el representante de
Aramburu- puso fin a las negociaciones abiertas luego de la reunión en Olivos. El
aumento en las remuneraciones quedaba atado al incremento en la jornada de trabajo, ni
siquiera sacrificando esa conquista gremial se conseguía recuperar lo perdido desde el
congelamiento salarial. La clausura de las tratativas fue acompañada con la intimación
al personal en huelga para que se reintegrara inmediatamente.
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Después de agradecer el “afectuoso y solidario apoyo recibido de la clase
trabajadora y de la ciudadanía progresista”, el comunicado se refirió a la intimación para
reintegrarse al trabajo: “Constituye una nueva tentativa para quebrantar a un gremio que
por su valentía, entereza y espíritu de lucha ha escrito una página honrosa en la historia
de las luchas sociales de la clase trabajadora argentina”.
Y concluyó afirmando que las medidas empleadas para ahogar el reclamo
popular “son una solución transitoria y desgraciada” que “lejos de establecer la paz
social será semilla que germinará en luchas más crudas y violentas”.
Los cortes de cables eran una constante, uno de ellos dejó incomunicado al
estadio de Independiente. Es sólo una anécdota, pero tuvo cierta importancia porque el
domingo 27 jugaba allí el seleccionado argentino contra el de Bolivia en partido
clasificatorio para el Mundial de Suecia. Los técnicos trabajaron contrarreloj tratando de
reparar las líneas. Ignoro si llegó a solucionarse el desperfecto, pero para los que no
pudieron escuchar el partido puedo decirles que Argentina ganó 4 a 0 con goles de
Zárate, Corbatta, Prado y Menéndez.
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Pero el gobierno no entendía de argumentos democráticos, la asamblea
propuesta para el sábado en el Luna Park no fue autorizada.
“Evidentemente es más fácil seguir insistiendo por radio y los diarios que los
dirigentes se oponen a la solución del conflicto que permitir una expresión rotunda y
soberana del gremio sobre la propuesta. No habrá solución al conflicto telefónico hasta
tanto cada uno y todos los afiliados expresen libremente su opinión. Pretender terminar
el diferendo por el reintegro “en masa” del personal vencido por el hambre, es un sueño
que sólo aquellos que están muy lejos de la realidad pueden acariciar”.
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En general los grandes sindicatos se mantuvieron firmes, en Mar del Plata la
Empresa consiguió que una parte de los afiliados desertaran apenas producida la
intimación; a la semana siguiente el resto de ese sindicato terminó sumándose a los que
volvieron al trabajo. Bahía Blanca, General Pico y La Pampa siguieron esos pasos,
levantaron la huelga sin esperar lo que resolvieran los demás telefónicos del país.
Mientras la Empresa seguía informando que el reintegro al trabajo iba en
aumento, la Federación comunicó que en Buenos Aires sobre un total de 14.400
trabajadores habían vuelto al trabajo 1.136 y que se mantenían en huelga 13.264. En el
interior, sobre un total de 11.548 volvieron al trabajo 1.624 y seguían en huelga 9.924.
Iban y venían las cifras, extraoficialmente la Empresa informaba que 150
huelguistas rosarinos disconformes con lo resuelto en la Asamblea se habían reintegrado
al trabajo. Por su parte la filial local de FOETRA sostuvo que la huelga se mantenía a
pesar de algunas deserciones mínimas, sólo el 8,6 por ciento del personal retornó al
trabajo.
La guerra de los comunicados formaba parte del conflicto, cada uno de los
bandos en pugna se atribuía éxitos y, sobre todo, tener la razón de su lado. La política
gubernamental descargaba penurias sobre la mayor parte de la población, pero la
propaganda oficial podía hablar de derroches demagógicos en el pasado, de pesadas
herencias y poner de su lado a los ingenuos y a los nada ingenuos. Estaban los que
creían porque era fácil creer, y los que encontraban buenas razones para reforzar su odio
clasista. Aramburu lo había dicho en la reunión del 11 de octubre con los dirigentes
sindicales: “El pueblo argentino ha vivido engañado en un standard de vida ficticio para
venir a parar a la situación actual”. Según el golpista a cargo del gobierno la ficción
demagógica había terminado, los trabajadores debían reducir sus pretensiones, trabajar y
producir más, en algún momento se derramarían sobre ellos las riquezas.
Pero dos semanas después de cortadas las tratativas por parte de la Empresa, los
trabajadores seguían resistiendo. Los planteles carentes de mantenimiento se caían a
pedazos, los sabotajes reales e inventados contribuían al deterioro general. La
información periodística del jueves 31 de octubre hablaba de otros 73 cables dañados, la
única precisión era que todos estaban en el área de Buenos Aires y suburbios. Para
infundir cierta dosis de optimismo un funcionario hizo crecer el porcentaje de los
reintegrados al trabajo, sin brindar su nombre dijo que ya era un 50 por ciento los
huelguistas que habían abandonado la lucha. Sin embargo las comunicaciones que
dependían de operadoras seguían igual o peor que en las semanas de más agudo
conflicto
El discurso triunfalista chocaba con la realidad, no parecía que la victoria fuese
mejor que la de Pirro contra los romanos. Aquel había perdido tantos hombres para
derrotar a sus enemigos que se le atribuye haber dicho: “Otra victoria como esta y
volveré solo a casa”.
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una remuneración justa no se vacilaba en dejar sin un servicio esencial a un tercio de los
abonados del país.
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mandato la moción de levantar la huelga con la condición de que se restituyese la
personería gremial de FOETRA, que fuesen liberados todos los compañeros que habían
sido detenidos y que no se tomasen represalias por otras causas.
Por la noche, también en el local de la Federación de Empleados de Comercio,
se reunió el Consejo Federal de FOETRA con la presidencia de Bernardo Navarro y la
participación de los delegados sindicales del interior. Al finalizar las deliberaciones se
decidió el levantamiento de la huelga a partir de las 0 hora del jueves 7 de noviembre.
El Consejo Federal se declaró en sesión permanente para continuar monitoreando la
situación.
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Epílogo
Javier Nieva
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Índice
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