Lectura 1 - Mitos Clasificados 2 Teogonía

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Mitos

Clasificados 2

Hesíodo - Ovidio - Eurípides


Virgilio y otros
Mitos
Clasificados 2

Hesíodo - Ovidio - Eurípides


Virgilio y otros
Teo­go­nía

Los pri­me­ros dio­ses

El en­cuen­tro de He­sío­do con las Mu­sas


He­sío­do apa­cen­ta­ba sus ove­jas al pie de un ce­rro. No po­de­
mos sa­ber cuán­tas for­ma­ban aquel re­ba­ño, pe­ro se­rían nu­me­
ro­sas, por­que la fa­mi­lia de He­sío­do no era po­bre. En aque­lla
épo­ca, un buen re­ba­ño era una po­se­sión de va­lor. Los grie­gos se
ali­men­ta­ban de cor­de­ro, ofren­da­ban cor­de­ros en sus sa­cri­fi­cios
a los dio­ses, usa­ban la la­na de las ove­jas pa­ra te­jer sus ro­pas, y
co­ci­na­ban con le­che y que­so de ove­jas y de ca­bras.
Mu­chas tar­des de ve­ra­no, ha­bía es­ta­do en ese mis­mo lu­gar.
Lar­gas ho­ras, mien­tras sus ove­jas apro­ve­cha­ban el tier­no pas­
to de la es­ta­ción; pe­ro aque­lla vez fue dis­tin­ta, com­ple­ta­men­te
dis­tin­ta de to­das las de­más. He­sío­do re­ci­bió la ines­pe­ra­da vi­si­ta
de se­res so­bre­na­tu­ra­les. He­sío­do se to­pó de fren­te con las nue­ve
Mu­sas.
¿Ca­da dio­sa se pre­sen­tó a sí mis­ma o fue Ca­lío­pe quien pro­
nun­ció el nom­bre de sus ocho her­ma­nas?
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¿Oyó, He­sío­do, el de­li­cio­so rui­do que su­bía por de­ba­jo de In­vo­ca­ción


sus de­li­ca­dos pies? ¿En­tre­vió sus cuer­pos en dan­za, cim­breán­do­
Ayú­den­me, oh Mu­sas, a re­cor­dar las his­to­rias de los orí­ge­nes,
se vi­va­men­te?
a re­la­tar có­mo sur­gie­ron del Caos, Gea y Ura­no, y cuá­les fue­ron
¿O aca­so aque­lla vi­si­ta so­lo se con­cre­tó en una voz, en la ma­
los hi­jos de la No­che. Re­cuér­den­me tam­bién, oh Dio­sas, có­mo
ra­vi­llo­sa voz de las Mu­sas, que lle­gó has­ta sus oí­dos en­vuel­ta en el
Cro­no ­su­ce­dió a su pa­dre Ura­no pa­ra ser, a su vez, des­tro­na­do
vien­to, pe­ro dis­tin­guién­do­se de es­te con in­con­fun­di­ble cla­ri­dad?
por Zeus, que hoy rei­na so­bre mor­ta­les e in­mor­ta­les. Pon­gan en
No po­de­mos sa­ber­lo con exac­ti­tud, por­que He­sío­do so­la­
mis la­bios, por úl­ti­mo, có­mo Pro­me­teo mo­de­ló al pri­mer hom­
men­te con­tó que ha­bía re­ci­bi­do un men­sa­je di­ri­gi­do a él en pri­
bre con tie­rra y con agua.
mer lu­gar. No era un se­cre­to; más bien, to­do lo con­tra­rio. Es­tas
fue­ron las pa­la­bras tex­tua­les de las Mu­sas: “¡Pas­to­res del cam­po,
tris­te opro­bio, vien­tres tan solo! Sa­be­mos de­cir mu­chas men­ti­ras Los pri­me­ros dio­ses
con apa­rien­cia de ver­da­des y sa­be­mos, cuan­do que­re­mos, pro­
An­te to­do, exis­tió el Caos. Des­pués Gea, la Tie­rra, de an­cho
cla­mar la ver­dad”.
pe­cho. Por úl­ti­mo, Eros, el más her­mo­so en­tre los se­res in­mor­ta­
Eso fue to­do lo que le di­je­ron y, ade­más, cor­ta­ron una ra­ma
les. Con su po­der cau­ti­vaba, por igual, los co­ra­zo­nes y la vo­lun­
de flo­ri­do lau­rel –del mis­mo lau­rel ba­jo el cual He­sío­do ha­bía
tad de dio­ses y hom­bres. An­te él, unos y otros sentían aflo­jar­se
dor­mi­do tan­tas sies­tas– y se la die­ron por ce­tro.
los miem­bros.
El en­cuen­tro cam­bió por com­ple­to la vi­da del pas­tor. Ese
Del Caos na­cie­ron tam­bién Ere­bo, que es el In­fier­no, y la
men­sa­je, de sig­ni­fi­ca­do al­go os­cu­ro qui­zás, lo trans­for­mó. Des­de
ne­gra No­che. De la No­che, en amo­ro­so con­tac­to con Ere­bo, na­
en­ton­ces, se de­di­có a cum­plir el en­car­go que las nue­ve her­ma­nas
cie­ron a su vez el Éter y el Día.
le ha­bían en­co­men­da­do. Ce­le­brar el fu­tu­ro y el pa­sa­do; ala­bar
con him­nos la es­tir­pe de los dio­ses; can­tar­les, siem­pre, a ellas
(Más de una vez, He­sío­do ha­brá sen­ti­do que sus oyen­tes se dis­
mis­mas al prin­ci­pio y al fi­nal.
traían cuando lo escuchaban. No era el su­yo un can­to fá­cil de se­guir.
Si aquel sen­ci­llo pas­tor pu­do cum­plir ta­ma­ño en­car­go no fue
No atra­pa­ba el in­te­rés con his­to­rias re­ple­tas de ha­za­ñas, amo­res y
por su sa­ber, por su gra­cia, ni por su maes­tría. Si pu­do ha­cer­lo,
en­ga­ños. Más bien, pa­re­cía una se­rie de nom­bres en­ca­de­na­dos uno
fue por­que ellas le in­fun­die­ron su di­vi­na voz.
tras otro. ¿Qué oyen­te se­ría ca­paz de en­ten­der que, al dar­le un nom­
¡Di­cho­so es aquel de quien se pren­dan las Mu­sas! Dul­ce le
bre a ca­da par­te del uni­ver­so y de­sig­nar jus­ta­men­te quién era hi­jo de
bro­ta la voz de la bo­ca.
quién, He­sío­do na­rra­ba la his­to­ria del ori­gen? No ha­bía per­so­na­jes,
por­que la ma­te­ria de es­te can­to era el mun­do mis­mo. Y su sen­ti­do,
(Los re­la­tos que si­guen son algunos de los que le “dictaron” las
mos­trar que exis­te una ar­mo­nía que es obra de los dio­ses).
Musas a Hesíodo y que él narra en sus obras Teo­go­nía y Los tra­ba­
jos y los días).
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Gea, la Tie­rra, co­men­zó por pa­rir un ser de igual ex­ten­sión De Gea y Ura­no na­cie­ron aún tres hi­jos, gran­des y fuer­tes,
que ella, Ura­no, el Cie­lo Es­tre­lla­do, pa­ra que la con­tu­vie­ra por cu­yos nom­bres no de­ben pro­nun­ciar­se: Cot­to, Bria­reo y Gías.
to­das par­tes, y fue­ra una mo­ra­da se­gu­ra y eter­na pa­ra los bie­na­ Ca­da uno de ellos te­nía cien bra­zos in­ven­ci­bles, que se agi­ta­ban
ven­tu­ra­dos dio­ses. Tam­bién pu­so en el mun­do las Al­tas Mon­ta­ des­de sus hom­bros y, por en­ci­ma de esos miem­bros, les ha­bían
ñas, de­li­cio­sas mo­ra­das de las Nin­fas, que vi­ven en los mon­tes cre­ci­do cin­cuen­ta ca­be­zas a ca­da uno. Te­mi­ble era la po­de­ro­sa
bos­co­sos. Dio tam­bién a luz al es­té­ril mar de hin­cha­das olas, el fuer­za que emer­gía de sus cuer­pos mons­truo­sos.
Pon­to. Es­tos fue­ron sus pri­me­ros hi­jos: Ura­no, las Al­tas Mon­ta­
ñas y el Pon­to. A to­dos dio a luz Gea, so­la, sin me­diar nin­gu­na (Los oyen­tes es­cu­cha­ban es­tos nom­bres con un es­tre­me­ci­mien­to.
cla­se de unión amo­ro­sa. Los dio­ses in­fer­na­les, ¡la fuer­za más te­mi­ble que ha­bi­ta el Uni­ver­so!).

Los hi­jos de Gea y Ura­no Cro­no su­ce­de a Ura­no


Más tar­de, Gea se unió a Ura­no. De es­te ma­tri­mo­nio, na­ció Los hi­jos de Gea y Ura­no, los hi­jos más te­rri­bles, se sentían
una nue­va ge­ne­ra­ción de dio­ses. Los cin­co Ti­ta­nes: Océa­no, de irri­ta­dos con su pa­dre des­de siem­pre. Ca­da vez que al­gu­no de
pro­fun­dos re­mo­li­nos, Ceo, Crío, Hi­pe­rión y Ja­pe­to. Y sus seis ellos es­ta­ba a pun­to de na­cer, Ura­no lo re­te­nía ocul­to en el se­no
her­ma­nas, las Ti­tá­ni­des: Tea, Rea, Te­mis, Mne­mo­si­ne, Fe­be, la de Gea, sin de­jar­lo sa­lir a la luz. Ura­no go­za­ba cí­ni­ca­men­te con
de áu­rea co­ro­na, y la ama­ble Te­tis. El úl­ti­mo ti­tán fue el tai­ma­do su mal­va­da ac­ción.
Cro­no, el más te­rri­ble de los hi­jos de Ura­no. Des­de el prin­ci­pio, La mons­truo­sa Gea, la an­cha Tie­rra, su­fría hen­chi­da de sus
él odió a su pro­lí­fi­co pa­dre. pro­pios hi­jos. Sin­tién­do­se a pun­to de re­ven­tar, ur­dió una cruel
ar­ti­ma­ña. Pro­du­jo de su se­no un bri­llan­te ace­ro y, con él, for­jó
(Aque­llos oyen­tes es­cu­cha­ban im­pre­sio­na­dos. ¿En­ton­ces el Cie­lo una enor­me hoz. Lue­go ex­pli­có el plan a sus hi­jos. Pe­ro to­dos
es hi­jo de la Tie­rra y no al re­vés? ¿Por qué Mne­mo­si­ne, la per­so­ni­ sin­tie­ron te­mor an­te la idea de ven­gar el ul­tra­je que les ha­cía su
fi­ca­ción de la Me­mo­ria, apa­re­ce jun­to a las fuer­zas pri­mor­dia­les, y pa­dre, aun­que él fue­ra el pri­me­ro en ma­qui­nar odio­sas ac­cio­nes.
no así otras fa­cul­ta­des de la men­te? ¿Qui­zás por­que es la ma­dre de So­lo Cro­no, el de men­te re­tor­ci­da, ar­ma­do de va­lor acep­tó rea­
las Mu­sas?). li­zar la em­pre­sa.
–Yo no sien­to pie­dad por nues­tro abo­mi­na­ble pa­dre, pues él
Gea dio a luz tam­bién a los Cí­clo­pes, de co­ra­zón vio­len­to. fue el pri­me­ro en ma­qui­nar odio­sas ac­cio­nes.
Bron­tes, As­té­ro­pes y Ar­ges. Los tres eran se­me­jan­tes a los dio­ses, Así ha­bló Cro­no, y Gea se ale­gró y lo es­con­dió en una em­
pe­ro con un úni­co ojo en me­dio de la fren­te. Su vi­gor, su co­ra­je bos­ca­da.
y sus ma­ñas se mos­tra­ban en ca­da una de sus ac­cio­nes. Tiem­po Vi­no el po­de­ro­so Ura­no, se echó so­bre la tie­rra an­sio­so de amor
des­pués, le die­ron a Zeus el true­no y le for­ja­ron el ra­yo. y se ex­ten­dió por to­das par­tes. Pe­ro Cro­no sa­lió de su es­con­di­te,
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ar­ma­do con la pro­di­gio­sa hoz, y se­gó los ge­ni­ta­les de su pa­dre. Los hi­jos de la No­che
Lue­go los arro­jó a la ven­tu­ra, por de­trás.
La No­che parió a la odio­sa Suer­te y a Tá­na­to, es­pí­ri­tu de la
Las go­tas de san­gre que en­ton­ces se de­rra­ma­ron, to­das, las re­
Muer­te. Alumbró tam­bién a Hip­nos y en­gen­dró a la tri­bu de los
ci­bió Gea. Al com­ple­tar­se un año, Gea dio a luz a las po­de­ro­sas
Sue­ños. Lue­go, ade­más, la os­cu­ra No­che dio a luz, sin acos­tar­se
Eri­nias –que per­si­guen a los pa­rri­ci­das–, a los enor­mes Gi­gan­tes
con na­die, a Mo­mo, el Sar­cas­mo, y a las Hes­pé­ri­des, que tie­nen
–que ves­tían lus­tro­sas ar­ma­du­ras y ma­ne­ja­ban in­men­sas lan­zas–
a su cui­da­do las her­mo­sas man­za­nas de oro y los ár­bo­les que las
y a las Me­lias o Nin­fas de los ár­bo­les. To­dos ellos na­cie­ron de la
pro­du­cen más allá del Océa­no.
san­gre de Ura­no.
Tam­bién en­gen­dró a las Moi­ras y las Ce­res, ine­xo­ra­bles en la
En cuan­to a los ge­ni­ta­les, des­de el pre­ci­so ins­tan­te en que
ven­gan­za. Per­si­guen a los cul­pa­bles, sean hom­bres o dio­ses, y su
el ace­ro los cer­ce­nó, Cro­no los arro­jó le­jos, en el tem­pes­tuo­so
có­le­ra no se tem­pla has­ta que lo­gran im­po­ner una pe­na cruel a
Océa­no. Lar­go tiem­po fue­ron lle­va­dos de aquí a allá en la in­
quien ha­ya co­me­ti­do gra­ves fal­tas.
men­sa lla­nu­ra de las olas. A su al­re­de­dor, sur­gía una blan­ca es­
La per­ni­cio­sa No­che pa­rió asi­mis­mo a Né­me­sis, azo­te de los
pu­ma y, en me­dio de ella, na­ció una don­ce­lla. Afro­di­ta la lla­man
hom­bres, pues eje­cu­ta la ven­gan­za di­vi­na an­te cual­quier hu­ma­
dio­ses y hom­bres, por­que na­ció en me­dio de la es­pu­ma. Cuan­do
na des­me­su­ra. Des­pués, la No­che tu­vo al En­ga­ño, la Ter­nu­ra, la
la be­lla dio­sa sa­lió del mar y pi­só la tie­rra, ba­jo sus de­li­ca­dos pies
mal­de­ci­da Ve­jez y, por úl­ti­mo, a Eris, la Dis­cor­dia.
cre­cía la hier­ba.
La abo­rre­ci­ble Eris alum­bró, a su vez, a la do­lo­ro­sa Fa­ti­ga, al
Ol­vi­do, el Ham­bre, los Do­lo­res que cau­san llan­to, las Pe­leas, los
(De to­dos los mis­te­rios trans­mi­ti­dos por He­sío­do, el na­ci­mien­to
Com­ba­tes, los Ase­si­na­tos, las Ma­tan­zas, las Dis­cu­sio­nes, las Pa­
de Afro­di­ta era el que más cau­ti­va­ba a los oyen­tes. ¡Del se­men de
la­bras fa­la­ces, al De­sor­den y la Des­truc­ción, com­pa­ñe­ros in­se­pa­
Ura­no y la es­pu­ma del mar, es­ta­ba he­cho el cuer­po de la dio­sa del
ra­bles, y a Hor­co, el Ju­ra­men­to, el que más da­ña a los te­rres­tres
amor! So­lo el po­der de las Mu­sas po­día vol­ver com­pren­si­ble una
mor­ta­les cuan­do per­ju­ran vo­lun­ta­ria­men­te.
ver­dad tan os­cu­ra).
Po­co des­pués de na­cer, Afro­di­ta se pre­sen­tó por pri­me­ra vez (He­sío­do re­ci­ta­ba len­ta­men­te los nom­bres de los hi­jos de la No­
an­te el con­ci­lio de los dio­ses. La acom­pa­ña­ban Eros y el her­ che. An­te ca­da nom­bre de­tes­ta­do, los hom­bres re­cor­da­ban su con­
mo­so Hí­me­ro, el De­seo. Y des­de un prin­ci­pio, son sus pri­vi­le­ di­ción de mor­ta­les ex­pues­tos al su­fri­mien­to, al do­lor, al llan­to y a
gios en­tre los hom­bres y los in­mor­ta­les: las in­ti­mi­da­des con las la ve­jez. ¿Por qué la Ter­nu­ra acom­pa­ña­ba a se­res tan per­ni­cio­sos?
don­ce­llas, las son­ri­sas, los en­ga­ños, el dul­ce pla­cer, el amor y la He­sío­do can­ta­ba lo que las Mu­sas le ha­bían trans­mi­ti­do, pe­ro so­lo
dul­zu­ra. ellas com­pren­dían el mis­te­rio pro­fun­do de aque­llas ge­nea­lo­gías. Los
hi­jos de la Dis­cor­dia eran, en cam­bio, dig­nos hi­jos de su ma­dre. Si
los hom­bres com­pren­die­ran cuán­tos ma­les se evi­ta­rían im­pi­dien­do
que la Dis­cor­dia se en­tro­me­tie­ra en sus vi­das…).

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