Como Ser Un Sinverguenza Com Las Señoras
Como Ser Un Sinverguenza Com Las Señoras
Como Ser Un Sinverguenza Com Las Señoras
com
¿Cómo ser
un
sinvergüenza
con las
señoras?
El primer manual de
Arturo Robsy
España, 2002
Capítulo 1
PRINCIPIO Y JUSTIFICACIÓN
Eran las nueve y media de agosto o, para ser precisos, de una noche del
mes de agosto. Felipe, Jorge y yo acabábamos de salir del gimnasio, de
una sesión de karate en la que el profesor nos había demostrado, de
palabra y de obra, cuánto nos faltaba para l egar a maestros.
Las muchachas, que sin duda habían oído hablar de los latin lovers y otras
especies en extinción, les acogieron, se dejaron invitar y EJEMPLAR
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mantuvieron
una
penosa
conversación
chapurreada.
Como yo, gracias al karate, había dejado atrás toda humana ambición,
concluí mis observaciones con una sonrisa de suficiencia y me puse a
pensar en algunos graves misterios de la vida. ¿Por qué, por ejemplo, las
personas que quieren lo mismo, y lo saben, en lugar de manifestarlo a las
claras, se ponen a hablar del tiempo? ¿Un exceso de lecturas de Agatha
Christie?
Quince minutos después se me acercó Felipe: había constatado -o lo que él
hiciera creyendo que constataba- que las cosas no iban bien. Habían
pegado la hebra, pero más al á no sabían ir. Felipe acudía por si yo, que era
el mayor, tenía alguna sugerencia que mejorara la situación.
-¿A cuál?
Diez minutos más, durante los que Felipe sufrió bailando entre el sí y el
no, y se me acercó:
Aunque seguía por encima de las pasiones humanas, decidí actuar para
demostrar la verdad de mis tesis y para preservar mi fama de cualquier
mácula. Había que descubrir a la humanidad que el camino para l egar a
aquel a inglesita morena pasaba por el mordisco en la oreja.
Después dirigí mis ojos a los de la chica y puse la mirada más ardiente que
encontré en el almacén.
-Gracias.
Aparté el pelo que rodeaba su oreja derecha y, con una sonrisa de triunfo,
se la mordí. La muchacha, sorprendida o no, se estuvo quieta, sin
alborotar. Volví a morder, aprovechando las facilidades y, para demostrar
mi éxito, repartí unos cuantos besos aquí y al á.
Mis amigos tomaron buena nota y, después de l evar a las chicas a sus
casas y citarse con el as, me expresaron su admiración:
-¿No vienes?
Por la mañana supe que las cosas habían ido relativamente bien y que, más
o menos, estaban emparejados para los próximos doce días.
-Fulanita -me dijo Felipe- no ha dejado de preguntar por ti. Fulanita es la
de la oreja.
hombre que le mordió la oreja. Nunca se sabe qué puede hacer mel a en el
espíritu de una mujer
pero, sin duda, los mordiscos en la oreja son una poderosa herramienta.
NOTA BENE
Los sinvergüenzas objeto de este estudio, al lado de tantos otros, son unas
almas de la caridad y, salvo en algunos aspectos, unos cabal eros, amantes
admiradores de la belleza y algo obsesivos cazadores de la mujer. Claro
que la caza de la mujer sólo es el paso obligado para cumplir con el
mandato bíblico: creced y multiplicaos.
¡Ah, ¡la multiplicación! Una de las operaciones que más tinta ha hecho
correr y que más ha entretenido al ser humano hasta el invento y difusión
de la televisión. Millones de años después de descubrirse la multiplicación
de la especie, sigue teniendo atractivo.
Capítulo 2
EL SINVERGÜENZA EN LA HISTORIA.
Con esto queda desmentido el viejo tópico sobre el oficio más viejo del
mundo: primero, el sinvergüenza; después, lógicamente, la mujer
engañada que, por solidaridad, va reuniéndose en casas a tal propósito.
Divinos, como Marte, Apolo y Pan. Heroicos, como Teseo, que engañó
miserablemente a Ariadna, o Jasón con su historia de Medea. El mismo
Edipo nunca se quedó atrás. O sinvergüenzas simplemente
humanos,
como
Alejandro,
especialista en princesas.
Quizá el más famoso de estos últimos fue Paris que, al raptar a Helena,
hizo posible uno de los más hermosos poemas épicos de la historia.
Es probable que la gran abundancia de EJEMPLAR GRATUITO.
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Ulises, el más sagaz de los griegos, tuvo sus aventurillas con Circe y con
Nausikaa, y las hubiera tenido con las sirenas si su precavida tripulación
no le hubiera atado convenientemente al mástil de su barco. Aquiles
mismo, tan fuerte e invulnerable, tonteó con Briseida, aunque también con
Patroclo.
envidiable
despreocupación.
También
tenemos la constancia de cómo los nobles se las apañaron para hacerse con
el derecho de pernada, aunque para ejercitarlo no hacía falta más talento
que ser señor de un buen puñado de siervos y de siervas de la gleba.
Nuestro Arcipreste de Hita, Ruiz, hacía de las suyas y lo ponía en verso
para mejor conservarlo en la memoria: don Carnal y doña Cuaresma le
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¿No será que, más que a la imagen del conquistador, nuestro arquetipo
responde a la figura del que se imagina serlo y cuelga carteles con sus
hazañas? Y, por otro lado, en una tierra a la que tantos acusan de ser
famosa por su implacable represión, ¿cómo es posible que uno de los
héroes nacionales sea el don Juan, que poco reprimido ha estado en los
últimos quinientos años?
Sobre todo, estilo. Un sinvergüenza que acepta de las señoras algo más que
su cuerpo, acaba recibiendo feos sobrenombres.
Acudí a una de mis más antiguas amigas, a la que había tenido el placer de
engañar varias veces sin resabiarla, y le pedí que fuera a la consulta a que
le hicieran un buen reconocimiento.
Luego me informó:
-Malísimo.
-¿Estás loco? ¿Crees que un ginecólogo puede hacer esas cosas sin caer en
la miseria?
Era un pobre antiguo y había que tener paciencia con él, pero, por más que
se lo explicaba, se negaba a entender que la
-A lo mejor.
-Y, si está casada -insistió él, muy optimista-, vendrá su marido con una
pistola.
-Lo dudo mucho. Si tiene un marido capaz de agarrar una pistola, también
debe de ser capaz de darle una paliza a el a y, en ese caso, no se lo dirá.
-¿Lo queremos?
-Sí. Tú mañana le metes mano a una. Que note bien que te recreas en la
suerte, aunque no digas una palabra. Que no se pueda confundir sobre tus
intenciones. Nada de toquecitos profesionales: al bulto.
-No está tan mal. Si mañana no estoy detenido, quizá abra un poco antes
y...
-Ni hablar: han sido ocho visitas. Tendrás que esperar al mes que viene.
La voz se corrió. Y la voz decía que mi amigo era un buen médico, pero
algo aprovechado.
Con este ejemplo se quiere indicar al aprendiz que los estudios que inicia
en la página siguiente no son un lecho de rosas: es muy difícil entender a
las mujeres y, más todavía, sacar partido de lo poco que los hombres
hemos averiguado de el as al cabo de diez mil años de observaciones
entusiastas.
Las siguientes lecciones darán una orientación sobre los mejores métodos
para sinvergonzonear, pero, como se insistirá a lo largo del libro, todo es
relativo con el as. Todo menos una cosa: para ser un buen sinvergüenza
hay que esforzar mucho el corazón. Y no ser un don Juan. Nada de
presumir.
La clave está en que sean el as las que hablen de ti. Entre el as.
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Capítulo 3
Pero para llegar a ser un sinvergüenza aceptable hay que rechazar los
cantos de sirena y, siempre que la configuración psicológica lo permita,
atenerse a la más estricta realidad. Por ejemplo, a todos nos consta que las
mujeres tienen alma, pero, ¿qué puede hacer un sinvergüenza con el alma
de una mujer? ¿Ponerla en una repisa y contemplarla?
Para los más distraídos, he aquí una regla de oro: es el ser más parecido al
hombre de los que se ven en la naturaleza. Anda erguido, aunque con una
ondulación muy peculiar, y habla. Habla mucho y la opinión más
extendida es que lo hace para expresar pensamientos.
a) PSICOLOGÍA
Por ejemplo: ¿Qué es lo que hace que las mujeres l even faldas? El
convencimiento de que sus piernas son atractivas.
Pero, entonces, ¿qué es lo que les induce a vestir pantalones? Lo mismo: el
convencimiento de que sus muslos o sus caderas merecen especial
atención.
individuo,
pero
para
diferenciarse,
NOTA ERUDITA
Pero, cuidado. Dos aclaraciones: no todas las mujeres son así y, por
supuesto, las que lo son, lo son mientras no cogen confianza con el
hombre.
LO FUNDAMENTAL
Mejor es, pues, dividir a las mujeres en guapas y feas. Descartadas las
feas, las guapas pueden ser delgadas o l enitas, altas o bajas, simpáticas o
ariscas.
Todas las guapas saben que lo son, y muchas feas también: "Sí, sí, la nariz,
pero, ¿qué me dices de estos ojazos?"
Pero, aunque sepan de sobra cuanto se pueda saber sobre su propia bel eza,
no tienen jamás
EL MEJOR
Es obvio dedicarse a las que sí y dejar en la reserva a las que no, hasta que
se haya adquirido experiencia. A la larga, el sinvergüenza bien entrenado
prefiere cometer sus sinvergonzonerías con las mujeres que no, ya para ir
superando los retos de la naturaleza, ya para recrearse en lo difícil.
Porque todas las mujeres son que sí, salvo que exista un verdadero
impedimento físico, como haber perdido la mitad del cuerpo o estar
enfundada en una sólida escayola. Este hecho, conocido de antiguo por los
expertos, se basa en que la mujer es también un ser humano, sexuado y
sometido a las idas y venidas de la sangre, a la EJEMPLAR GRATUITO.
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primavera y a la imaginación.
NO TENGA REPAROS
También les habrá oído eso de que "los hombres sólo pensáis en lo
mismo". Ellas, más, pero a su estilo.
Así que métase esto en la cabeza: no hay mujer que pueda ser engañada en
las artes amorosas en este Siglo XX- Cambalache.
b) OROGRAFÍA
¿Por qué? Porque ahí reside una poderosa diferencia, ¿no? Una misteriosa
diferencia, EJEMPLAR GRATUITO. PROHIBIDA SU VENTA
además.
Parece ser que la especie humana, frente a otras que prefieren el olfato a
pesar de ser más engorrosa la maniobra, lanza periódica y
automáticamente miradas de reconocimiento. Los individuos,
involuntariamente, necesitan saber si lo que viene es macho o hembra para
actuar de un modo u otro. Para tal descubrimiento, el punto clave es el
pubis, como decíamos: una prueba irrefutable hasta hace pocos años. Si las
dudas persisten, se explora el pecho. Vivimos en una permanente búsqueda
de señales sexuales y ni los más avezados sinvergüenzas escapan por las
buenas al método natural.
Pero deben hacerlo. A lo largo de los milenios no hay parte propia que la
mujer no haya enseñado u ocultado celosamente, siempre con el proyecto
de captar la atención del macho cazador.
En esta poca tan especial, la mujer tiende a enseñarlo todo para que cada
cual saque sus conclusiones sobre la mercancía. Y, en el fondo, cuanto más
se desnuda una mujer, más se oculta en el interior de su cuerpo, donde es
fama que hal a compañía en sus pasiones profundas y en su imaginación.
La desnudez pública no deja de ser un vestido más (vaya al Anexo I), una
forma de emitir perturbadoras señales sexuales que l amen la atención de
los más receptivos. Luego, nada, claro: el desnudo es un vestido
psicológico.
Dentro de pocos años, las mismas que ahora se pasean -en verano vestidas
de brisa, pueden ir
Sólo hay una parte que la mujer jamás ha cubierto: los ojos, las puertas del
alma. Cierto que el alma femenina no le sirve para nada al sinvergüenza,
pero los ojos, sí. Es muy probable -
pero no seguro- que la mujer-tipo piense que los ojos son su parte más
elevada y espiritual, donde residen y se exhiben su ingenio y sus
sentimientos más hermosos.
De hecho, los enmarca, los colorea, los resalta para atraer sobre el os las
miradas. Pese a todo, sabe perfectamente dónde van los primeros golpes
de vista varoniles: unos cuatro palmos más abajo.
dividendos
porque
dispara
la
De todos modos, la mujer puede agradecer, con rubor o sin él, que se la
mire en cualquier zona y más en aquel as de las que se siente orgul osa,
que son, normalmente, las que más hace resaltar con su atuendo o su
maquil aje. Si lleva el pelo largo y suelto, se trata del pelo; si luce grandes
pendientes, las orejitas; si l eva escote, el cuel o y el pecho; si enseña la
barriga, la cintura o el ombligo. Ante la duda, mirar todo varias veces,
dejando claro que se disfruta con intensidad en tanto queda uno sumido en
la admiración.
palidecen ante los potentes efectos de la palabra, que es cosa mucho más
íntima. Tras mirar los ojos femeninos, nada mejor que hablar de el os a la
propietaria, evitando, eso sí, las preguntas metafísicas tales como ¿de
dónde te has sacado esos ojazos?
-¡Qué luz!
No tenga reparos. Una mujer normal es capaz de creer que tiene cualquier
cosa en los ojos y, según sea la cosa esa, decidir que el hombre que se la ve
está un par de palmos por encima de la inteligencia de un asesor de
imagen o del mismo Herr Einstein.
No lo olvide el aprendiz: la palabra, usada para descubrir la orografía
femenina, es mucho más íntima que la mirada, y profundamente excitante.
Se lo creen sin dificultad o, al menos, piensan que nos han sacudido tan
fuerte con los ojos en cuestión que desvariamos por su causa.
-Tus ojos son como una sala azul con cortinas blancas.
No le l evarán la contraria.
-Me asomo a tus ojos y veo un mundo nuevo y misterioso, con árboles y
pájaros cantando. -
atiendan a la segunda parte- Y siento una sensación profunda.
-No se lo he dicho a nadie, pero las orejas de una mujer son como rosas,
como flores.
EN RESUMIDAS CUENTAS:
La orografía femenina, aunque dispuesta según los mismos planos, puede
tener apariencias muy diversas en tamaño, forma, tacto y proporción, pero
un sinvergüenza avezado sabe decir exactamente lo mismo de los
elementos y protuberancias más distintos: qué pelo tan luminoso, qué cuel
o tan misterioso, que pecho tan atractivo.
REGLA DE ORO
El buen sinvergüenza ha de ser capaz de acostarse con una mujer sin que
en ningún momento este hecho se refleje en su
no es que las mujeres se lo crean todo, no. Pruebe a decirles que esta o
aquel a son perfectas y verá.
Lo que sucede es que se creen casi todo lo maravil oso que se dice de el as.
Por dos razones: A).- Ya lo han pensado antes.
B).- Ante la duda, creen que le han sorbido el seso y que las palabras del
varón son hijas de la pasión.
Ignoran, las pobres, que el varón, una vez apasionado, gruñe en lugar de
perder el tiempo hablando.
La mujer emite con los ojos, con la postura, con el movimiento y hasta con
la evitación de mirar al que debe recibir el mensaje; pero nunca, nunca,
con la palabra. Las palabras tiene que pronunciarlas el hombre para que
ella se de el gustazo de fingir que decide cuando lo ha hecho ya. Antes de
que el hombre tome alguna medida de aproximación, ella sabe si sí o si no.
años, tendrá más éxito con las jóvenes, mientras que el hombre joven lo
tendrá con mujeres mayores que l: por lo visto la naturaleza trata de
compensar las diferencias. También es un hecho que, tanto al hombre
como a la mujer, a medida que envejecen, les gustan los antagonistas más
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jóvenes.
Otra norma que debe tenerse presente a la hora de elegir es que la mujer
nunca, nunca, es lo que parece. Y nunca se porta tan bien con el hombre
como al principio, durante el galanteo. Por eso el buen sinvergüenza,
empeñado en cortar la flor del día, debe hacer lo posible para mantenerse
siempre en esa fase insegura y hermosa.
A pesar de saber que la mujer nunca es lo que parece, el hombre tiene que
fiarse de sus observaciones, y aquí surge el gran drama masculino: cada
hombre tiene una especie de hado que le l eva una y otra vez hacia mujeres
del mismo tipo, con las que puede pasarse la vida repitiendo una historia
semejante.
Hay quien sólo consigue morenas o sólo pelirrojas. Pero, en general, estos
casos extremos, tan volcados en un sólo detal e, no suelen darse, y
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Es algo relacionado con las afinidades electivas. Sólo una clase de mujeres
reacciona ante el particular encanto o método de cada hombre. Si sirve la
experiencia propia, no tengo reparo alguno en confesar que yo soy víctima
de las mujeres pensativas, bastante complicadas, algo intelectuales y
cargadas de complejos. No necesito compasión, pero para mí los amoríos
no han sido un lecho de rosas.
Tan pronto como hay por las cercanías una mujer con la costumbre de
bajar los ojos con aire pudoroso, meditabunda, algo tímida o retraída, ahí
estoy yo echándole los tejos: no puedo resistirme al hado. Y es que s cómo
l egar a su fibra sensible: es como un instinto.
Sin embargo, las que me gustan de verdad son las alegres y dicharacheras;
las que nunca han leído ni a Sartre ni a Camus ni murmuran versos de
Miguel Hernández o de Lorca en cuanto te descuidas; las que prefieren las
comedias a las tragedias y, en general, aparentan tener menos sesos que un
chorlito. Me gustan las coquetas zalameras, vanidosas, que piensan mucho
en cómo
agradar;
superficiales,
ligeras
Una vez que sepa qué tipo de mujer es el único sensible a sus
peculiaridades, debe tener una clara visión de los grados de dificultad con
que se va a encontrar.
No se pretende decir que todas las divorciadas sean fáciles, sino que
muchas divorciadas pueden ser trabajadas con un alto porcentaje de éxitos,
si el sinvergüenza practicante sabe jugar sus cartas.
Otras mujeres que viven solas pueden ser estudiantes lejos del hogar,
funcionarias jóvenes trasladadas de aquí para al á... Su observación ha
proporcionado al gremio un dato que no es anecdótico: un nivel cultural
más elevado, lejos de poner en guardia a la mujer solitaria, la hace más
vulnerable a las artimañas del sinvergüenza EJEMPLAR GRATUITO.
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recientemente.
Debe
observar
Normalmente,
es
más
fácil
ser
un
sinvergüenza con la mujer que trabaja que con la que está en su hogar,
porque las posibilidades son directamente proporcionales al número de
horas que pasa en la cal e, sometida a la excitante vida moderna.
La mujer que lee, por ejemplo, es más manipulable que la que no lee,
suponiendo que sus lecturas sean novelas y no ensayos económicos: tiene
una imaginación más receptiva.
Lo mismo pasa con la mujer que trasnocha y, claro, con la mujer que ha
tenido ya varias experiencias, por así decir.
Y la edad: cuanta más edad -dentro de unos límites- en las solteras, suele
darse el caso de una mayor vocación hacia el acoso y derribo, antes de que
se les vaya la juventud.
sus habilidades, que elija a una mujer joven, virgen, que viva en el
domicilio paterno, que tenga que estar a las diez en casa, que posea
elevados
-¿Apuestas? -le respondieron una vez los testigos. Y el muy asno fue y
apostó a ciegas.
Había una chica monísima que todavía estaba en Preu, que era una especie
de COU con más mala fe. Muy alegre, muy simpática y muy tierna, pero
famosa por el modo que tenía de clavar los codos en quienes bailaban con
el a y no pensaban en bailar. Todos, incluido Libre, habían intentado el
asalto una y otra vez, siendo rechazados. Se despeñaban desde aquel as
mural as.
Era virgen con toda seguridad. Muy joven, muy lista; buena matemática y,
para colmo de desgracias, vivía con sus padres y no leía novelas de amor.
Tampoco bebía ni fumaba. La novia perfecta, pero una verdadera desgracia
para cualquier sinvergüenza.
-Ya, ya.
-Todos
te
temen
-siguió
Eduardo,
-Claro. ¿Qué chico se va acercar a una muchacha como tú, sabiendo que no
tiene ninguna esperanza?
Ya hemos dicho que Inmaculada no era ninguna tonta y, como tenía talento
para las matemáticas, razonaba con mucha lógica aunque
-¡Jesús!
Hay que advertir que hablamos de un tiempo pasado, no sólo mejor sino
mucho más económico. Al cambio, aquel as cinco mil podían ser unas
sesenta y cinco mil pesetas de hoy, lo que sigue siendo mucho para un
estudiante que pasa poco tiempo en clase.
las cal es usadas como paseo. Eduardo la recogía a la puerta del instituto y
la devolvía, a la hora en punto, en la puerta de su casa.
-¡Qué
preguntas!
-exclamó
Eduardo,
-¿Por qué?
-Si no me l evas a esos bancos, ¿tus amigos se darán cuenta del truco?
Algunos van por allí con otras, ¿no?
chica:
-¿Qué?
-Eduardo te está engañando. -le dijeron a Inma sus buenas amigas una hora
después.- Ha apostado a que te conquistaba.
todo era un engaño. Miraron sus carteras con auténticos ojos de dolor.
-Ya están ahí. -dijo Inma aquel a noche en el banco.- En cuanto les han
dicho que no me ha afectado el chivatazo han venido a vigilar su
inversión.
Inma, en busca sin duda de realismo, pasó su mano por la nuca de Eduardo
y la acarició.
¿verdad?
-Estupendo, ¿no?
Ella, entre la oscuridad, trató de mirarle a los ojos. Eduardo resultaba ser
todo un cabal ero, preocupado por su fama. Demasiado cabal ero quizá.
-Pse.
-Por eso es mejor que lo dejemos ahora, como amigos. Si no, un día voy a
besarte en serio, tú te enfadarás y... No quiero que te enfades conmigo.
Inma tampoco. Apoyó su linda cabecita en el hombro masculino y se dejó
embargar por variadísimas emociones. De todas el as destacaba la
admiración por la honestidad de Eduardo que, sin duda, se había
enamorado de el a.
-¿Sí?
-Apretarte. -detal ó.
-¡Qué bruto!
Y apretó y besó. Esta vez no pidió disculpas, sino que siguió apretando y
besando. En unos momentos, alternativamente, y en otros, a la vez.
Aquel a noche l egó tarde a casa por primera vez, pero no por última. Eran
otros tiempos y las chicas de diecisiete años tenían del sexo una visión
más idílica que las de ahora: casi nunca se iban a la cama el mismo día
que un hombre les daba el primer beso.
-Vengan las cinco mil cucas. -dijo Eduardo a su debido tiempo, muy ufano
de ser un canal a y de haber falsificado la cinta magnetofónica.
Hubo
algunas
resistencias,
alegando
-Mi palabra.
No se dudaba.
-Nieves me ha dicho que es verdad, que Inma está tan alelada que sólo
puede tratarse de eso.
-Vengan tus cinco mil cucas. -le exigieron sin hacer más preguntas.
Y pagó. Claro que por primera y última vez en su vida. El amor le había
ennoblecido durante unos instantes pero, afortunadamente, no cogió el
hábito.
Capítulo 5
PERFECTO
-TENER DINERO, o
-TENER PODER, o
-TENER FAMA.
Lo mismo sucede con los cantantes muy conocidos, cuanto más de rock
mejor. O con las estrel as del deporte, muy especialmente con tenistas y
pilotos deportivos. ¿Y qué pensar de esas despampanantes señoras que se
movieron por las proximidades de Picasso o de Dalí entre otros?
El perfume del poder atrae a las mujeres, y no podemos olvidar que los
poderosos, además de poder, tienen fama: he ahí un doble atractivo que
permite al favorecido por la fortuna ser un sinvergüenza de clase extra, si
le apetece.
Por último, los Ricos. En torno a el os van y vienen las mujeres más
espectaculares del planeta. Se casan y se descasan con el as; se amanceban
y se separan. ¿Qué sucede? ¿Es que todas las señoras son así de
materialistas? No todas: algunas. Las suficientes en todo caso. Y, además,
la bel eza es otra fortuna y ya se sabe que dinero l ama a dinero.
Por otro lado, los ricos son siempre poderosos, aunque no tengan el poder
oficial: se lo pueden comprar. Además, ricos y poderosos a la vez, no
pueden menos que ser también famosos.
No hay método tan perfecto como éste para tener el más increíble éxito
con las señoras: nacer rico o, como el indiano de la zarzuela, volver rico y
poderoso. Ser, al menos, un futbolista de éxito como Maradona, o un
osado piloto de carreras o un valeroso torero.
Le
dice,
directamente,
sus
beneficios
Y no son pocas las que le resisten toda una noche a pesar de su evidente
presunción.
Otro amigo, mucho más práctico pero menos rico todavía, ha alcanzado un
superior nivel de conciencia que le impide pavonearse como un niño y
hacer a las mujeres el recuento de sus éxitos.
bil etes de diez mil, que se mete en la cartera las noches que sale a ejercer
de sinvergüenza.
No dice nada de su triunfo, pero abre el bil etero en cuanto tiene una
oportunidad y paga con gesto indiferente. Si un camarero avispado, al
tanto de sus hábitos, le pidiera veinte mil pesetas por dos cervezas, l las
soltaría sin rechistar, agradecido encima por la oportunidad.
En las zonas costeras, nada como un yatecito, aunque uno lo haya tenido
que pagar con sangre.
Las primeras en l egar solían ser las tripulantes de las tablas de wind-
surfing, aunque no escaseaban las tripulantes de patines o "pedalos"
SÍMBOLOS EXTERNOS
Hay símbolos externos materiales, que suelen ser caros, pues se trata de
bienes de consumo. De todas formas, la banca moderna, con sus créditos
de financiación, los pone al alcance de cualquiera que esté dispuesto a
sacrificarse por la causa.
Un Rol s, por ejemplo, equivale a tener miles de mil ones a los ojos del
público en general. El sinvergüenza que, con esfuerzos sin cuento,
disponga de un Rol s, puede ir y venir por el mundo con la seguridad de
ser tomado por un archimil onario. Si va con ropa vieja o rota, por
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quisquil osos con los sinvergüenzas que van demasiado lejos, aunque sea
por una causa justa.
Además, las señoras suelen permitir cosas especiales a los médicos más
desconocidos, EJEMPLAR GRATUITO. PROHIBIDA SU VENTA
Tan pronto como me pongo las olivitas en los oídos y adopto la expresión
de pedir que se diga treinta y tres, caen sobre mí todas las miradas
femeninas disponibles en la zona. Algunas miradas cal an pero otras no
pueden contenerse y ya estoy hecho a que docenas de señoras se acerquen
a mi grupo, muy sonrientes, y me pidan una tomadita de tensión.
Así pues, sin testigos que puedan desmentir al farsante sinvergüenza, los
estetoscopios metidos al desgaire en los bolsil os de la chaqueta pueden
ser un pasaporte al éxito y hasta una invitación a realizar un detallado
reconocimiento.
En años más mozos que los actuales, hice varios campamentos juveniles.
Tal práctica consiste en pasarse horas y más horas al sol, acumulando
polvo y tratando de evitar que cientos de niños salvajes se lesionen entre el
os, hieran a los vecinos o causen estragos en el nicho EJEMPLAR
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venerable
cátedro:
hay
que
reconocer
-¿Completamente
quiere
decir
completamente?
-Eso mismo.
al médico, tan embebido estaba, que sólo fue capaz de recetar aspirinas
hasta el final del turno.
Por eso repito que el consejo no ha de caer en saco roto, porque es de oro.
Los verdaderos médicos no pueden permitirse jugar con la deontología.
Los falsos, sí: por el bien de la causa.
Los falsos curas, por ejemplo, se cotizan bastante bien y más ahora que
hacer de clérigo no exige enfundarse en la engorrosa sotana. Por lo visto, a
los ojos de la mujer, el sacerdote está rodeado de la atractiva aura de lo
prohibido, y eso siempre es una buena recomendación. No pocas se
mueren de ganas de hacer pecar a un cura, por estropearle el asunto de la
virginidad o el voto de castidad.
Aprendiz de sinvergüenza y todo, siempre fui muy mirado con las cosas
del culto. Sólo fui ateo de los 16 a los 17 por haber leído una pijadita del
dr. Freud a destiempo, Tótem y Tabú si no recuerdo mal. Pero, en cuanto se
me disiparon los efectos, volví al redil de la Madre Iglesia y en él sigo, a
despecho de algunas escapaditas pecaminosas que en nada debilitan mi fe.
Ella señaló mis ropas e hizo que sí con la cabeza. Si aquel o que tenía
delante no era un cura, ¿qué era?
contertulios, el que l evaba tres cuando pedí blancas de salida- que no eres
cura?
realeza.
-Es el loco. Hoy es el hermano del rey, pero tenía que haberle visto ayer,
que le tocaba ser el hijo de Marilyn Monroe.
Capítulo 6
MÉTODO
¿Quiere esto decir que este maravil osos método, basado en el cría fama y
échate a dormir, está vedado a quien se inicia en esta clase de fechorías?
No, o por lo menos, no del todo, gracias a las modernas técnicas
publicitarias.
Don Juan l ega a ser Don Juan porque, previamente, ha sido Don Juan.
éxitos frente a Don Luis: que si esta, que si la otra, que si el cartel en la
puerta... Resultado: fascinación.
EJEMPLOS
Tenía que haber sospechado del desinterés que el a mostraba: sólo las
mujeres que ocultan EJEMPLAR GRATUITO. PROHIBIDA SU VENTA
La buena o mala señora siguió exactamente sin saber lo que les daba el
sinvergüenza a las mujeres, pero no dudó de que el as se le entregaban a
docenas. Algo defraudada, hizo comentarios con sus íntimas, reconociendo
su fama de golfo indiscutible.
hería su sensibilidad de mala mujer, así que le sedujo y él, sin tener
conciencia clara de los
La vorágine, como era de prever, le sentó bien durante unos días; los
suficientes para que otra devoradora, que mantenía una feroz competencia
con la primera, le sedujera en un descuido. El, todo hay que decirlo, estaba
dispuesto a ser seducido tantas veces como fuera posible.
Aquel o
hizo
ruido.
Además,
ambas
posee
La
Mirada,
un
ojo
Esto duró hasta una noche en que, l evado por una cierta emoción estética,
varios gin tonics y su simpatía natural, consoló a una joven turista que
tenía que partir al día siguiente hacia su brumoso norte.
Bil , o sea, Ramón, quince días después repitió la invitación a otra joven
que iba a abandonar, desolada, la costa, el sol y las noches de bul a.
Hoy Bil ha dejado de beber para poder cumplir con sus compromisos. De
un modo u otro, las chicas del brumoso norte han conseguido enterarse de
su existencia y no pocas son recomendadas por las anteriores.
Bil tiene lo que en televisión se l amaría una apretada agenda. De tal fecha
a tal otra, Britt; de aquí a al á, Beryl; del uno al doce, Gill. Y, así,
sucesivamente. No se da un minuto de descanso y, lo que es ideal para un
sinvergüenza bien acabado: no tiene que hacer el menor esfuerzo para
ejercer. Los mahometanos, para conseguir algo así, tienen que morir en
una guerra santa.
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Capítulo 7
Este es el Método Directo que, por desgracia, no está disponible para todas
las psicologías. Hay sinvergüenzas empedernidos que tiemblan sólo de
pensar en el modo mejor de manifestar sus intenciones de
sinvergonzonear, si puede expresarse así.
Los hay que necesitan dejar la iniciativa a la mujer y los hay que prefieren
separar claramente las diferentes fases del galanteo. Pero el sinvergüenza
sabe, en el fondo de su oscuro corazón, que todos los prolegómenos son
una pérdida de tiempo. Ninguno ha dejado de soñar en el milagro de
acercarse a una hermosa mujer y decirle sencil amente: Tú. Y que ya esté
todo hecho.
Lo que sucede es que hay que ser muy especial, tener el corazón valiente y
sólido, y un gran desprecio por la sensibilidad de la mujer, para usar
cualquiera de las muchas variantes del Método Directo.
Hay, por ejemplo, quien toquetea desde el primer momento: pel izcos en el
brazo desnudo, EJEMPLAR GRATUITO. PROHIBIDA SU VENTA
manos al hombro, a la cintura, a la cara, poniendo con los gestos las cartas
boca arriba: esto es lo que hay. Todos sabemos que esto funciona a
Hay quien usa la palabra sin que se le quiebre la voz. Esto y esto, mujer.
¿Qué respondes? Y no cosechan tantos cachetes como dicen algunos
chistes, porque casi todas las mujeres -si están a solas- se sienten
halagadas por estas primitivas manifestaciones de interés personal.
Hay quien deja pasar un cierto tiempo, el de tomarse una tapa de algo, y
mete mano sin pronunciar una palabra. El fracaso tampoco suele conl evar
la anticuada bofetada: todo lo más la mujer separa la mano osada. El
sinvergüenza, entonces, pide otra tapa y vuelve a meter mano.
EJEMPLOS
1.- Una vez más este ejemplo forma parte de mi experiencia. Ya supondrá
el lector que sólo pongo los éxitos y que cubro los fracasos con un
estúpido velo, hecho a la medida para tal efecto.
Por
circunstancias
laborales
había
-¿Le importa que este señor se siente aquí, señorita? Todas las mesas están
ocupadas'
pronto descubrí que hacía falta un sacacorchos para extraerle las palabras.
-Son cosas muy íntimas. -me confirmó cuando me interés por su particular
arte.
Ustedes pueden poner aquí esto y lo otro, esto y lo otro, etcétera, hasta que
llegó la hora de cenar y volvimos a compartir la mesa, esta vez sin
excusas. Ella l evaba un cuaderno: sus memorias o algo por el estilo.
De
repente
comprendí
que
estaba
Era pasiva. Se dejó hacer sin demostrar casi nada y, al terminar, sonrió. No
hizo preguntas. No habló de lo que acababa de suceder. Se quedó al í, cal
ada, con la vista baja.
Estación por fin delante de la casa indicada y descubrí que la buena mujer
no hacía ademán de
-¿What?
Pero yo sabía que no. Me estaba dando una oportunidad para demostrar
cuanto se ha venido escribiendo de los hombres españoles bajo la luna.
Para no cohibirme, dejó de mirarme, pero siguió aferrada a su sil ón.
Calculé que deseaba un beso de despedida y tomé puntería:
-¡Uf! -dije.
3.-. Fulanito de Tal era de una buena familia, aunque hiciera lo posible por
disimularlo, ya que estaba en su tercer año de prácticas de sinvergüenza.
Como tantos, había descubierto las excelencias del Método Directo y el
hecho de que la mujer, aun cuando dice que no, suele sentirse halagada si
uno no es un grosero deslenguado.
El l amado acoso sexual es algo con que todas las mujeres cuentan una vez
cumplidos los catorce, y es parte de su ser, hasta el punto que, si no se ven
acosadas de tanto en tanto, pueden sufrir depresiones o complejos de
inferioridad.
unos electrodos que se aplican sobre los músculos que necesitan ser
activados. La paciente se tiende, se le colocan los discos eléctricos en las
zonas que quiere afinar o fortalecer y, automáticamente, esos músculos se
contraen y se relajan a efectos de las descargas. Muchas señoras prefieren
esto, tan tecnológico, a una buena sesión de gimnasia sueca.
menesteres pero aquel día la empleada estaba de baja. Ese fue el momento
elegido por una joven de ojos verdes, escultural toda el a, capaz de
levantar dolor de ojos a los dos minutos de contemplarla.
Era una mujer moderna que acudía al gimnasio con la misma seguridad
que al médico, completamente fiada en la ética de los profesionales.
-Aquí y aquí. -dijo, mostrando las zonas que causaban su inquietud: las
tersas proximidades del ombligo y el principio prieto de los muslos.
Con mano delicada, sin apenas rozar la piel femenina, colocó ocho
electrodos: dos a cada lado del precioso y vertical ombligo y dos en cada
cadera. Cada vez que dejaba uno en su sitio murmuraba perdón. Así era de
correcto Fulanito en aquella tarde de prueba.
chinos, grandes observadores, habían dado con varios puntos que, bien
masajeados, convertían la
más negra angustia en el más luminoso optimismo. Y, aquí, cometió el
más grave error: puso sus dedos sobre el espléndido material del que
estaba hecha la muchacha.
-¿Va mejor?
Estaba concentrado en esta última acción cuando descubrió que los ojos
femeninos, bien abiertos, le contemplaban en detal e. Algo había cambiado
en los masajes tranquilizantes y la mujer daba claras señales de haberse
percatado.
Ella cerró los ojos. Cualquier duda que albergara se había disipado y, por
otro lado, debía opinar que los besos son también un buen antídoto contra
la angustia. El, sin mencionar de palabra lo que acababa de suceder, siguió
masajeando los puntos chinos y rozando suavemente los labios.
Luego, otro beso seguido del mismo silencio encubridor, como si nada
sucediera, aparte de los torrentes de adrenalina que invadían hasta los más
diminutos pensamientos.
-Sí.
-¿No podrías esperar aquí un momento? Nos iríamos juntos. A tomar una
cerveza.
REGLA DE ORO:
Capítulo 8
ANTIGUO: EL PALEOLÍTICO
los abrigos y estolas de pieles o a las piedras tal adas, montadas en col ares
y en anil os. Otra, su indudable interés hacia los forasteros y extranjeros.
Las señoras están mucho mejor preparadas que los hombres para las
novedades, pese a ser el elemento estabilizador y conservador de la
sociedad. La mujer, por ejemplo, es víctima de la moda; no sólo de la
moda en el vestir y en el maquil aje o en la música, sino en el
comportamiento, en el lenguaje y hasta en el amancebamiento.
Por la misma razón, por la novedad que supone, las señoras se interesan
por los extranjeros a causa de la atracción por lo desconocido, mientras
que los varones suelen mantener una peligrosa reserva: ellos, en el
Paleolítico, no se casaban con los vecinos; se liaban a hachazos con el os.
El famoso Rapto de las Sabinas ilustra muy bien este mecanismo: los
romanos pobres invitaron a una fiesta a los sabinos ricos y, en el apogeo
del jolgorio, les soplaron a las señoras: hermanas e hijas, pero también
esposas.
Conviene, eso sí, elegir una nacionalidad cuyo idioma sea desconocido por
la presa y, si eso no es posible, insistir en que uno desea, sobre todo, hacer
prácticas de español.
Se ríen.
Y use el truco con tiento. Ángel, un hombre que, por algún oscuro
misterio, usaba barba de chivo y cuidaba de mantener bien picudas las
cejas, solía caracterizarse de intelectual francés a punto de convertirse en
hispanista y escribir un EJEMPLAR GRATUITO. PROHIBIDA SU
VENTA
libro. Se valía de unas gafas redondas, sin montura, y de varios Oh, la, la!,
que él pronunciaba
¡Ulalá!
Preguntaba a las mujeres sobre las costumbres españolas y se admiraba de
todo.
sinvergüenza.
-Mais, oui!
-Le ha sorprendido mucho saber que aquí la gente se besa sin meterse
inmediatamente en un motel.
-Mais, oui! -insistió el a.- Y eso no es todo: a veces usan barbas postizas.
-Misterios.
La española tenía que irse a unos recados, pero insistió en que Brigitte y el
sinvergüenza se quedaran juntos, hablando de su Francia natal, tan lejana.
Lo primero que hizo Brigitte al quedarse a solas fue reír a sus anchas
mientras el pobre hombre se sentía a la misma altura que las lombrices.
-Puesto que conoces bien las costumbres amorosas de los españoles, ¿qué
hacen en un caso así?
-Claro que no. Siempre cabe la posibilidad de tener que demostrar que soy
francés.
-Creo -suspiró Brigitte- que me vas a tener que enseñar muchas cosas de
España.
siempre es cierto que se coge antes a un mentiroso que a un cojo, pero hay
quien no es
capaz de evitarlo. El pavo, por ejemplo, hace la rosca, enseñando sus más
bonitas plumas, para l amar la atención de la hembra. El sinvergüenza, ya
que la naturaleza no le ha dotado de hermoso plumaje, se adorna a golpe
de palabras.
-Bueno.
gustaban los Beatles y los Rol ing. Tarareó una fuga de Bach con toda
desvergüenza.
-¿Hay moros al í?
-¿No es usted coronel? -preguntó una de las dos, la que había veraneado en
Canarias varias veces, según supe después.
preguntaron.
concertado una cita para el día siguiente. A las nueve. Para todo el día.
-No sé
-No.
Además, eran dos. No había forma de ponerse tierno con una en presencia
de la otra. Esa otra que, por cierto, me comunicó que, tan pronto como
regresara a Inglaterra, cogería un avión para las Canarias, esta vez con su
boy-friend. O Canarias o los plátanos le tenían sorbido el seso.
soporte
biológico
de
nuestras
atractivas
-De acuerdo. -afirmé en cuanto supe que seríamos uno contra una.- Te l
evar a mi casa.
-Sin dinero. -dijo cuando empezaba a repartir los bil etitos de juguete.-
Podemos pagar con prendas de ropa.
Por
otro
lado,
queda
suficientemente
Capítulo 9
-¡Eso es halagándola!
Quien conozca los recovecos del espíritu humano, aunque sea del propio,
sabrá que todos nos consideramos especiales. Tenemos cosas muy buenas
que otros no ven. Algunas de el as, ni nosotros; pero están ahí y no hay
nada tan maravil oso como que alguien nos las descubra y nos las
explique.
Porque las mujeres, como los hombres, necesitan ser distintas por más que
el mundo del
Sólo hay que tener en cuenta un detal e: la víctima agradece más el halago
a su físico que a su espíritu, quizá porque el espíritu es invisible.
Por eso los renovadores del arte tratan de encontrar nuevas formas de
halago y hasta de halagar sin que se note. Hay quien lo hace en silencio,
con los labios cerrados al tráfico de mentiras, sólo para demostrar que el
halago puede elevarse a cimas insospechadas.
Jaime consiguió una verdadera proeza sin apenas abrir el pico, sin
pronunciar siquiera la palabra guapa. Había una mujer en su trabajo:
joven, guapa y sensata, además de religiosa, conservadora y apolítica.
Pero
aquel
prodigio
de
sensatez
conservadurismo
estaba
irremediablemente
Cuanto peor trataba a Pilar, más le quería ésta, y eso que sufría
profundamente a causa de aquel as desafortunadas relaciones.
decía- Qué mujer única y entera. Besaría la tierra que pisas si fuera tierra
en lugar de moqueta.
Algunos perros, al mirar así a sus amos, se han ganado el título de mejor
amigo del hombre.
Como todos los que cazan a la Gandola, Jaime no tenía prisa. Disfrutaba
de cada momento con la delectación del vicioso del ajedrez que prepara
una jugarreta al adversario. También disfrutaba EJEMPLAR GRATUITO.
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Un día, por las ojeras y los movimientos bruscos de Pilar, comprendió que
había sucedido una de las habituales rupturas con el bohemio.
El, delicado, le pasó una mano por debajo de los ojos, como comprobando
que no había lágrimas.
Pilar creyó comprender que podía hacer con aquel hombre lo que le diera
la gana y decidió que sería un buen cambio en su vida el dejarse adorar
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Miró más fijamente aún a los ojos de la mujer y pronunció una sola
palabra, completamente fuera de contexto:
-Yo...
Ella, agradecida por aquel yo que podía significar cualquier cosa, le besó
la mejil a e insistió:
-¿Qué te pasa, Jaime? -dijo Pilar, que sólo buscaba una confirmación.
-Yo... -repitió él, apretando fuertemente la mano femenina que tenía más
cerca.
-¡Ay!
Jaime, ante el grito de dolor, parece ser que no pudo contenerse y la abrazó
a la velocidad del rayo, inquieto por su salud.
Pilar ya tenía los ojos cerrados y adelantaba los labios en busca del beso.
Lo obtuvo sin EJEMPLAR GRATUITO. PROHIBIDA SU VENTA
Cuando Eduardo Libre pasó por su etapa literaria, se las ingenió para liar a
un editor de periódicos y se estuvo medio año publicando un cuento
semanal: no siempre era el mismo. Los cuentos hicieron que aumentara su
colección de anónimos amenazadores, pero también le valieron momentos
de alegría.
-Perdone, pero quería decirle que escribe usted muy bien. Sus cuentos son
geniales.
Sus cuentos no los leían ni sus amigos más íntimos ni sus familiares en
primer grado, no en vano le conocían. Quizá por eso Eduardo no había
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-Los leo todos. -añadió la chica, que debía tener un aguante sobrehumano.-
¿Por qué siempre escribe hacera con hache?
Lo dice el diccionario.
Eduardo Libre estaba encantado. Nadie, hasta la fecha, había notado aquel
o de las haceras ni su predilección por los predicados verbales.
-No sé si...
Pero claro que lo sabía, y cinco minutos después estaban en un pub que
ahorraba en puntos de luz. Un ambiente silencioso que invitaba a la
reflexión y a la confidencia. La muchacha le miró las manos una y otra vez
hasta que estuvo segura de que él lo había notado:
-Las manos son lo primero en que me fijo. -dijo entonces.- Por las manos
se pueden saber muchas cosas.
Eduardo había dicho frases así a muchas lelas y, por un momento, sintió un
vahído: le estaban cazando a la Gandola ante sus propias barbas.
-Las ratas también tienen manos. -dijo, aportando un nuevo punto de vista.
Eran gordezuelas, con las uñas cortas y con algún enrojecimiento. No eran
manos de fregona, pero tampoco de artista.
cuela y que hasta las más brumosas se tenían por agudas observadoras de
la realidad.
No puede ser tan tonta como para que todo sea una casualidad. decidió.
jurar
que
se
comparten
los
sentimientos de una sentimental y permitirle que nos diga frases como las
estrel as nos vigilan sonrientes o quizá nos conocimos al principio del
tiempo, en otra vida.
-Fea.
-Marica.
Cualquiera, ante este principio, hubiera dejado correr las cosas, pero no
Pablo. Dio vueltas hasta que nos volvimos a cruzar:
-Fea. -insistió.
-Marica.
-Fea. -saludó.
-Marica.
Sus ojos no dejaban lugar a dudas: por tu padre, afloja esas cinco mil y cal
a. Pagué, pero dispuesto a no olvidar aquel hermoso bil ete.
-Quedamos -le explicó Pablo- en ver si sería capaz de l amar fea a la chica
más guapa que viéramos. El creía que tú, tan radiante, me partirías la cara.
-Pero, no. -remató Pablo.- Por cierto: muy buena tu respuesta. ¡Marica!
-¡Pero qué fea eres! -insistió Pablo ante el regocijo femenino.- ¿Te digo
una cosa? Estaba seguro de que una chica tan guapa no se lo tomaría en
serio. Porque además tienes cara de ser muy lista.
-Sí, lo oigo. -suspiré, viendo como el camarero huía con el bil ete.
Y así siguieron, dale que te pego, riéndose las gracias. Cuando pusieron un
descanso a música lenta, les vi salir a la pista y abrazarse como dos
adolescentes. Un momento antes de irme oí como EJEMPLAR
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-Impotente.
Capítulo 10
Estaba yo tomando un café, escondido tras una columna del bar mientras
aprovechaba para pensar las cosas que los sinvergüenzas piensan cuando
descansan. Vi como una sombra furtiva avanzaba hacia una muchacha
solitaria y rubia que contemplaba con ojos hipnotizados los restos de su
cocacola.
Me dejé ver, con una sarcástica sonrisa puesta al efecto. Felipe, impasible,
me saludó:
Dije que no, pero no era sincero: a mí jamás mi propio nombre me abrió
tantas puertas femeninas.
Es más: sigo sin explicarme cómo basta con pronunciarlo para que
sobrevenga el éxito.
tener
alguna
precaución
Carlos había leído a Freud pero, aún así, cogió los tomos de la
Interpretación de los sueños: la sombra bien podía ser el deseo: por eso le
angustiaba. Con lo que no cabían dudas era con la espada y con la
serpiente: símbolos fálicos universales.
-Esta pobre chica no sabe lo que me está contando. -se dijo Carlos.
Prácticamente me ha explicado que se siente atraída por mí.
Dos días después la alumna había vuelto a soñar: estaba desnuda en una
gran soledad y buscaba afanosamente algo que ponerse, aunque fuera un
hoja de parra. Busca que te busca, pasaba por una especie de bosque de
paraguas clavados en la tierra. La tierra, por cierto, olía a Varón Dandy. En
el centro de aquel bosque estaba el profesor, vestido con una capa y un
casco con pincho, como los que usaban el Kaiser y el rey Alfonso XIII.
El - en el sueño, claro- no parecía notar que EJEMPLAR GRATUITO.
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frase
críptica
que,
aun
despierta,
la
-¿Qué significará?
Hubo muchos más, cada uno más claro que el anterior. El último, sin
símbolos ya, pareció costarle un poco más a la muchacha: él la había
cogido entre sus brazos y la había desflorado.
-¡Atiza! -dijo Carlos, sintiéndose culpable aunque no considerara posible
que el a estuviera sin pasar por ese trámite.
-¿A quién?
-Eran cochinadas.
-Adelante, adelante.
-¿Así?
-Así.
-¿Y luego?
Lo que tiene que añadir es poca cosa: unos cuantos símbolos femeninos
como la luna, el agua o, mejor, un lago. Los túneles y una cierta
propensión a entrar en el os con la espada en la mano.
de
compasión.
Esto le sucedió a Juan Pons que, a los cincuenta y ocho años, y tras
descubrir que ya no tenía treinta, tuvo una dramática conversación con su
espejo. El espejo sostenía que se le había quedado cara de señor venerable
y que aquel a su sonrisa golfa y provocadora había sido borrada por el
vendaval del tiempo. Decía la verdad.
Rogad a Dios en caridad por el alma de don Fulano de Tal, ingeniero, que
murió a los cuarenta y tres años, habiendo recibido los auxilios
espirituales, víctima de una penosa enfermedad.
-¡Ajá! -dijo el subconsciente, que era un vil ano, como todos los de su
especie.- La viuda de un hombre de cuarenta y tres no puede tener más
años. Quizá muchos menos. Además, si ha sido EJEMPLAR GRATUITO.
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una penosa enfermedad, es decir larga, esa mujer está en ayunas desde
hace tiempo.
Se vistió de oscuro y acudió al funeral, donde comprobó que la viuda era
joven y estaba desorientada. Pronto, como todas las viudas, florecería y
necesitaría algo más que las ropas negras.
Al día siguiente fue al piso de la viuda. Ayudó en esos mil problemas que
causan los desconsiderados que se mueren. Fulano, el muy bruto, no había
hecho testamento: tenía cuarenta y tres años y todo el mundo le decía que
era un catarrito mal curado. Se fue de este mundo convencido de que no le
pasaba nada.
-Hay que vivir. -animaba él.- Eres muy joven y muy guapa. ¡Ay, este
Fulanito! ¡Qué suerte tuvo!
-¿Por qué?
Más adelante, Juan movió de nuevo las piezas y, triste, amenazó con no
volver por aquel a casa.
La viuda, Esperanza, tenía que comprender que tanta asiduidad debía estar
dando qué hablar entre el vecindario.
Juan, con muchos años de profesión, leía cada una de estas cosas como si
la viuda las l evara escritas en la cara con letras luminosas. De paso, sus
inocentes quejas sobre la propia soledad, no EJEMPLAR GRATUITO.
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-No sé, no sé
Juan notó que la viuda estaba sorprendida de sí misma por haber llegado
tan lejos, así que se anticipó:
Capítulo 11
SERIEDAD
Y se acostumbró.
Aun el más enemigo de los libros habrá leído cientos de el os, desde 1930,
todos dedicados a insistir en que el sexo es el motor de la vida, de la
historia, del comportamiento. Eros y Thánatos, impulso genésico y
thanático y un montón de cosas por el estilo. De manera que el sexo,
despojado de misterio, se ve reducido al coito y, quien no coita tanto como
quiere, acaba en manos de los psicoanalistas, convencido de ser un
fracasado.
Hace apenas treinta años, el hombre que había tenido tres aventuras no de
pago- se sentía excepcional: pensaba cosas grandes de sí mismo y
afrontaba la vida con optimismo al grito de que me quiten lo bailado.
No hay misterio.
-¿Crees que está bien esto? Le hablaba de sus ojos en relación con su
previsible pasión, sólo una hora después de conocernos, y se puso a
explicarme que la píldora la engordaba.
-En el coche, tan pronto como le pasé el brazo por los hombros, empezó a
hablar de que tenía una vagina no sé cuántos: que se le acalambraba.
¡¡Habrase visto!
pasos de una manera bril ante y magistral. La había convencido de ser, por
lo menos, una diosa, una criatura privilegiada y única sobre la tierra.
Según Eduardo, hubo un momento en que fue como cera entre sus dedos, a
punto de l orar de felicidad al comprender que era una muchacha
excepcional que cualquier día podía ser nombrada reina de unos juegos
florales y académica de la lengua a la vez.
-El médico me dice que tengo que conocer mejor mi cuerpo y mi espíritu.
-¡Es una vergüenza! -clamaba Eduardo cada vez que sacaba la nariz de su
vaso.- ¡No sé adónde vamos a l egar! ¿Sabes lo que extrajo de la mesil a?
Un libro. ¡Un asqueroso libro que le había dado su médico! Nuevas
Técnicas Sexuales. Y pretendía que lo leyéramos juntos, página a página,
antes de seguir adelante.
-Por lo visto es muy bueno para las frígidas echarse boca arriba, con las
piernas algo encogidas y separadas, y ponerse las manos un rato en la cara
interna de los muslos y otro rato en el vientre, para ir sintiendo su cuerpo,
por si le da la gana de despertar de una vez.
-Vergonzoso. -le confirmé.
Hay un poco de todo en la viña del señor. Las que te dicen que el as arriba,
porque, si no, se sienten humil adas. Las que se obstinan en l evar a cabo
todo el trajín sin despojarse de la ropa íntima.
Este amigo había operado con éxito sobre una muchacha monísima que
estaba pasando las vacaciones de verano donde él. Un buen sinvergüenza
apúntese esta nueva regla de oro-debe terminar sus funciones cuando
despega el avión que se l eva a la mujer de turno. No debe ir más al á.
hermosas
cartas
que
recordaban,
poéticamente, los momentos estelares que habían pasado juntos. Eran una
acabada muestra de sentimentalismo, pero tenían un cierto perverso
encanto que inducía a mi amigo a sentirse especial, querido y añorado.
Mal asunto.
Por fin, sus nervios de acero cedieron y, enterado de que la chica sólo
compartía el piso con un hermano artista, famoso por su manga ancha y su
adscripción liberal, emprendió el viaje.
Fue recibido con alegría, paseado por los alrededores, obsequiado con una
muy buena cena en compañía del hermano y, justo antes de que éste
desapareciera discretamente, la muchacha empezó a hacer de las suyas:
Hizo el café, no sin tropezarse con el artístico hermano que vagaba por los
pasillos con una
sonrisa triste metida en la boca. Puso todos los adminículos necesarios en
una bandeja y entró en el dormitorio. Eran las ocho.
A las nueve menos cuarto mi amigo salió del dormitorio para tropezarse
con el hermano, que seguía vagando por los pasil os. La muchacha, una
vez satisfechos sus instintos, se había vuelto a dormir y no era posible
despertarla. Urgía el consejo de algún familiar directo.
despertarla?
-Cariño.
-Ya. -dijo el hermano, sin dejar de batir los huevos para la tortil a.
Esta es una historia larga que conviene resumir: tres días después la
muchacha seguía en la cama, sin que las apariencias permitieran calcular
cuándo pensaba abandonarla. Cada vez que mi amigo lo intentaba, se veía
abocado a otra agotadora sesión. El resto del día vegetaba por el piso, con
la televisión, con los libros o con la conversación del hermano.
A la mañana siguiente, al salir del dormitorio, lo primero que vio fue una
mujer cincuentona, antaño EJEMPLAR GRATUITO. PROHIBIDA SU
VENTA
-¿Usted cree?
-Ya sé lo que haremos: nos vamos a bañar juntos con agua tibia.
-No puedo.
Luego regresó con un ramo de flores para la madre, cogió la bolsa de viaje
y huyó como un conejo, no sin pensar cosas muy graves sobre la maldita
psicología que preside nuestra vida moderna.
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Capítulo 12
Sólo es posible, para paliar estas trabas morales, l amar la atención de los
sinvergüenzas sobre la forma de actuar de las mujeres ante circunstancias
semejantes. Cuando una ha descubierto que ya no quiere al hombre de
turno, sea marido, novio o arrejuntado, pocas veces vacila en darle la
patada. En estas ocasiones, y sólo en éstas, la sinceridad lo es todo para el
as:
A los sinvergüenzas, pues, les cabe el alto honor de vengar a los sufridos
corazones masculinos. Muchos son los que vigilan los primeros síntomas
de que la mujer está buscando un nuevo acomodo y, antes de que tengan a
alguien de reserva, las abandonan, sumiéndolas en la soledad que
proyectaban para él.
Como había leído novelas del Siglo XIX, le recibía con las zapatil as y la
bata en la mano; le conducía entre arrul os a un sil ón con orejeras y hasta
le enseñó a fumar en pipa. Luego le daba los periódicos o un libro y le
contemplaba leer EJEMPLAR GRATUITO. PROHIBIDA SU VENTA
alabó
inmoderadamente
su
inteligencia.
Si hay l antos, pues nada, a mojarse en lágrimas con una sonrisa heroica.
Si vuelan platos, a esquivar como un buen boxeador. Pero cortando.
El método más eficaz está patentado desde hace siglos, precisamente por
ser el más eficaz: El sinvergüenza, haciendo uso de sus
nueva mujer y se la l eva a la casa que comparte con la otra. Una vez al í,
con un preciso sentido del tiempo, deja que suceda lo que tiene que
suceder
-Me han dicho que te vieron aquí y al í y en este otro sitio con una fulana.
Se coge aire y se responde:
-Es tu substituta.
Hay muchas variantes. Si uno tiene una voz clara y algo aflautada, la afina
un poco más cuando l ama por teléfono la interesada:
Y luego, cara a cara, negarlo todo con la verdad por delante: a esa hora yo
estaba solo en casa.
-Hoy, cuando veía a mis amigas solas o con problemas con sus parejas, me
he dado cuenta de que te quiero muchísimo.
más cándido hubiera pensado que sus paseos por delante de la cafetería no
habían sido percibidos,
pero bien claro estaba el cambio de actitud de la mujer: por una u otra
razón (quizá una hormona que se hubiera metido por un conducto
prohibido) a la primera le parecía excitante el hecho de compartir a
Bernardo. Una especie de lucha de encantos con la otra.
ser
las
dos.
Una
de
esas
complicaciones
psicológicas
que
todo
Bueno, pues Bernardo no supo ser tajante. Le hubiera bastando con decir
¿es que no me viste?
contemplación.
Bernardo
que,
Cosas
como
esta
pasan
cuando
el
Como tantas desorientadas, creía que el sexo ya no tenía que ver con la
decencia y Eduardo no
lo pensaba.
Además, entre
Llegó media hora después y al í estaba ella, tiesa como un palo, lanzando
al mundo una mirada que dejaba en ridículo a cualquier rayo láser.
Libre, sin bajarse del coche, le silbó.
sustituto,
pero
no
soportaba
la
Capítulo 13
ANEXO I: EL DESNUDO Y EL
SINVERGÜENZA
Hay que suponer que el sinvergüenza, por poco que haya practicado, está
familiarizado con el desnudo. El desnudo vivo y al alcance de la mano. El
estudioso del arte, por ejemplo, también conoce el desnudo, pero desde
otro ángulo.
Una mujer vestida sirve, sobre todo, para desnudarla. Los trabajos que el
sinvergüenza emprende desde que se tropieza con la hembra vestida hasta
que se hal a con la hembra desnuda a su alcance son la sal de su profesión
y, con mucho, la parte más interesante y divertida de todo el proceso. Lo
que sucede después, tiende a ser igual a sí mismo siempre, repetido.
habían tenido el acierto de señalar que ciertas zonas físicas, una vez
destapadas, eran capaces de producir profundas perturbaciones en el ánimo
varonil. Podríamos señalar esas zonas pero, ¿para qué insistir en lo que
todos saben? Son tres o cuatro.
Bien es cierto que antes de esta reforma penal ya muchas playas eran un
hervidero de cuerpos al natural, sin aditivos, todo lo más con un poco de
aceite. Y, puesto que las señoras tienen más que enseñar, lógico es ver que
son las señoras las que más enseñan, dada la especial construcción de su
organismo y su psicología basada en la captación de la atención. La
captan. ¡Vaya si la captan!
Pero, ¿qué hace un sinvergüenza cuando l ega a una playa cubierta por mil
ares de hermosos cuerpos al aire? Uno pensaría que todo su trabajo se
concentra en evitar que los ojos se le salten de las órbitas, pero se
equivocaría.
A).- Que su humanitaria actividad no tiene objeto, pues no queda nada que
quitar de los cuerpos femeninos.
B).- Que está recibiendo la l amada de la selva sin poder intervenir puesto
que él no ha provocado el desnudo que contempla y, por lo tanto, carece
del derecho de alargar la mano.
C).- Que no es lo mismo el desnudo en la intimidad, conseguido en noble
lid, en un auténtico duelo de inteligencias y artimañas, que el desnudo en
público: la mujer desnuda en masa va vestida de indiferencia y, en
consecuencia, no pocas veces el sinvergüenza curtido se avergüenza de
mirar lo que le ponen ante los ojos. La sensación se parece a la del cazador
que dispara al perdigacho metido en una jaula: no es deportivo.
Pero esto, además de l enar las consultas de los psiquiatras con centenares
de miles de reprimidos a la fuerza, puede poner en peligro la
supervivencia misma de la profesión. ¿Para qué luchar, se dirán los
sinvergüenzas del próximo futuro, si basta ir a tal o cual playa para tener a
miles de mujeres desnudas?
Un joven moderno, muy unido a una joven más moderna todavía, se quedó
de piedra cuando, al l egar a la playa, el a se quitó la parte alta del bikini.
Los vecinos de arena miraban hacia otro lado, porque también estaban
dispuestos a ser modernos. El hombre, en cambio, miraba hacia adentro,
cultivando
la
introspección.
La mujer europea lanzó una aviesa mirada a la avispa, pero ésta no pareció
afectarse demasiado.
-Mira cuántas.
Ella, que ya se tapaba el pecho con las manos, se puso la parte alta del
bikini mientras los himenópteros, en su gula, emprendían vuelos de
reconocimiento por la zona y, ocasionalmente, tomaban tierra en la
barriguita dorada de la mujer.
-Fuera. -decía el a. Un hombre la hubiera obedecido, pero no una avispa.
Así que se puso la parte baja del dos piezas.
Mal asunto: una mujer que se ha desnudado por cualquier otro motivo que
no tenga que ver con el apareamiento, por así decir, es mucho menos
accesible que una mujer vestida. Entre el a y la realidad construye un muro
insalvable. Sólo con que el sinvergüenza tenga la inteligencia de un
conejo, prescindirá de maniobras de aproximación tales como ofrecerse a
untar de aceite a la víctima o pedirle fuego para su cigarrillo. Tampoco
puede emplear la mirada ardiente, porque la mujer se desnuda para que la
vean pero se molesta si la miran. El pudor la enfría.
Eduardo se aproximó un poco más y dio suelta a sus ojos para que
corrieran por donde más se les antojara. Los ojos, obedientes, hicieron un
buen trabajo.
Ella no era tan tonta como para creerse una mentira así, pero ya estaba
vestida y el muro con que se defendía se había disipado.
-Vamos a hacer una cosa.- propuso Eduardo-Yo le doy el carrete pero, a
cambio, ¿me deja sacarle un primer plano de la cara? No sé si sabe cómo
se le ponen los ojos a la luz del sol.
Pero no se deje impresionar por esta historia, porque casi nunca las cosas
salen bien con mujeres que no ha desnudado uno mismo. Y no es fácil
conseguir que se vistan, aun derrochando cara dura.
Capítulo 14
Con todo, no olvide jamás que hay que huir de el as como del inspector de
Hacienda y sólo usarlas en casos desesperados.
sobre el amor libre. Se puede insistir en preguntarse por qué la caza del
compañero sexual debe corresponder sólo al varón.
Pero, ojo: las mujeres normales, o casi, saben tanto como nosotros, los
sinvergüenzas. Es decir, que son muy capaces de fingirse politizadas por
mor de aproximarse al hombre.
Se lo dieron a Federico para ver qué podía hacer. Una chica, que daba sus
datos personales, había regresado de la emigración. Nacida en Alemania y
dedicada a los estudios desde la guardería hasta la fecha, se sentía
rechazada porque no entendía de política. Había escuchado lo que cada
partido decía y el de Federico le parecía el más político de todos.
Por usar el lenguaje del hombre público, Federico contactó. Llamó por
teléfono, concertó una cita y se presentó a el a después de afeitarse
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y perfumarse. La mujer ni era fu ni era fa, pero era mujer, de bastante
tamaño, huesos grandes y ojos
Ella pidió perdón, ya que la culpa también podía deberse a sus medidas.
Por lo visto tenía algo que no era del todo normal y, bueno, sus
dimensiones parecían ajustarse a las de un mechero que mostró antes de
encender un cigarril o.
-¿Se lo pides?
-No, no. La mujer que quiere una aventura habla pocas veces de eso.
-No todas son iguales. -advirtió el a.
De esta historia sólo se han de sacar las experiencias positivas para poder
comportarse como el as lo hacen y ahorrar tiempo y disgustos.
Suele hacer buen efecto. No me pregunten por qué, pero a las mujeres
liberadas les gusta oír esto: deben creer que es lo que se dicen los
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Pero no olvidar nunca que no hay una norma fija con esta clase de chicas;
ni siquiera el compañerismo masculino. Algunas intentan portarse como
mujeres normales y entonces todo puede complicarse aún más.
que
conservaba
vestigios
de
situación:
-Sí. -dijo Eduardo, porque sabía que a esas hay que decirles que sí.
Fueron al coche pero, antes, tuvo que buscar su tienda de campaña y un par
de sacos de
Escucharon a los gril os. A lo lejos sonó, también, el lamento de una vaca.
Un instante después oyeron el canto de un chorlito.
-Parece que dice Pepe Ruiz. -comentó la feminista, que había alcanzado
cierto grado de romanticismo.
-De Luno. -murmuró Eduardo, que había alcanzado una especie de fría
conformidad.
-¿No me acaricias?
-¡Malos sentimientos!
Capítulo 15
Pese a todo lo dicho en este manual, el aprendiz no debe olvidar que trata
con mujeres y, por lo tanto, estar siempre a punto de enfrentarse con lo
inesperado. Todos los métodos dichos aquí funcionan, pero es fácil
fracasar tratando de aplicarle un a la Gandola a la que desea un Método
Directo, o dando un tratamiento paleolítico a la que necesita el acicate de
la mala fama del sinvergüenza.
Hace falta instinto sobre todo, y una buena disposición para trabajar horas
y más horas en el asunto. El sinvergüenza ha de ser tenaz además de un
buen psicólogo.
eso, por pena. La pobre chica -dice el atribulado marido- no se dio cuenta
de que iba en broma.
-¿Vas a comprar algo en tal sitio? -me dijo el director que, aunque
banquero, era mi amigo.
-¿Por qué?
FIN
Contenido
PERFECTO ..................................................................... 48
MÉTODO ......................................................................... 64
Cómo
enamorar a
un hombre
Juliette Renard
El Arte de Enamorar a tu
Cómo seducir
y atraer a una
mujer
Vittorio Manfredi
Aprende
lo
que
mujer.
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