A.G. Keller - Mia

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Mía

A.G. Keller
A mis hijas, que son mi
fuerza, mi motor y mi mundo… y a
ti, el señor de los mil nombres, que
con tu paciencia, tu apoyo
incondicional y tu ayuda, me has
ayudado a realizar este sueño.
Título Mía
© 2015 A.G. Keller
Todos los derechos
reservados
1ª Edición: Junio 2015
Diseño de portada: Alexia
Jorques
http://alexiajorques.wordpres
[email protected]
Es una obra de ficción, los
nombres, personajes, lugares y
sucesos descritos son productos de
la imaginación del autor.
Cualquier semejanza con la
realidad es pura coincidencia.
No está permitida la
reproducción total o parcial de este
libro, sin el permiso del autor.
Agradecimientos

No tengo palabras como


expresar la gratitud que siento por
Jonaira Campagnuolo. Su generosidad,
su apoyo y su inestimable ayuda han
hecho que mi sueño se convierta en una
realidad.
Capítulo 1

—Date prisa en lo que te bajes


Mía, no quiero que pierdas el vuelo —
dijo impaciente mi padre al estacionar
frente a una de las entradas del
aeropuerto.
Aquella última semana de otoño
papá me llevó al aeropuerto La
Guardia, de la ciudad de Nueva York,
después de viajar de nuestro
departamento en el Upper East Side, en
Manhattan, cerca de Central Park.
Debía abordar un vuelo con destino a
Dallas, donde se celebraría El II
Congreso Nacional de Medicina
Moderna, en el que me había inscrito
hacía pocas semanas.
—Tranquilo, no voy a perderlo
—le aseguré dándole un ligero apretón
en la rodilla, enseguida él se bajó para
sacar mi equipaje del maletero. Tomé el
bolso del asiento de atrás y me cercioré
de no dejar nada antes de salir del auto.
—Nos vemos en unos días.
Llámame para saber que llegaste bien.
—Pidió y me dio un abrazo depositando
un beso en mi mejilla.
Robert Watts, mi padre, a sus
cuarenta y seis años, era apuesto. Con
una altura de un metro ochenta y siete,
piel bronceada y cabellos castaños, aún
atraía miradas. Su excelente condición
física se debía a su fanatismo por salir a
correr a diario y a mantener una buena
alimentación. Poseía un corazón de oro,
era paciente, cariñoso y muy trabajador.
Era médico, al igual que mi abuelo
Thomas. Ambos provenían de una
familia de cirujanos y por lo tanto, yo no
podía ser menos. Decidí seguir los
pasos de los dos hombres que más
quería y admiraba en el mundo.
Un mes atrás me gradué de
médico cirujano, con una
especialización en pediatría en la
Universidad de Columbia. Estaba
tratando de conseguir trabajo en el
Hospital de la ciudad, sabía que no me
iba a ser fácil si no contaba con la ayuda
de mi padre. Debía ampliar mis
conocimientos y aumentar el valor a mi
título. Por eso asistía al congreso.
Papá me entregó el asa de la
maleta de ruedas, y nos despedimos para
luego encaminarme a paso ligero, al
interior del aeropuerto. Antes que las
puertas mecánicas se cerraran tras de
mí, me giré hacia él. Estaba recostado
del coche viendo como me alejaba. Lo
saludé con la mano y seguí mi camino
hacia el mostrador de la aerolínea, para
deshacerme del equipaje.
Cuando salimos juntos, muchas
veces me daba cuenta como las mujeres
lo observaban, pero muy dentro de mí,
no conseguía entender como ninguna lo
terminaba de atrapar. Yo era lo que
llaman «un error de juventud», papá
apenas contaba con veinte años cuando
tuvo que ocuparse de mí. ¿Y mi madre?,
ella sencillamente se había esfumado.
Pero eso no evitó que Robert fuera un
padre maravilloso.
La historia de mi madre para mí
era un misterio. Un tema Tabú en la
familia. Los abuelos no la nombraban y
la eterna respuesta de papá a mis
preguntas era: «no quiero hablar de eso
ahora».
Esa actitud siempre me molestó.
Por años insistí para que me
concedieran algo de información,
fracasando en cada uno de mis intentos.
Por eso había tomado la decisión
de buscarla por mi cuenta, y descubrir
que había sido de ella, si estaba viva o
muerta, y los motivos que tuvo para
dejarnos y desaparecer sin mirar atrás.
Para mí ella era una incógnita, un
enigma que deseaba resolver.
Oliver, mi actual novio, se había
ofrecido a ayudarme. Él y yo
llevábamos saliendo un par de meses, y
desde que le había contado lo poco que
sabía sobre mi madre, se había
convertido en mi cómplice y soporte en
esta investigación. Con su ayuda
contraté los servicios de un investigador
privado, para poder pasar esa página, y
saciar de una vez por todas, mi
curiosidad. Tenía derecho de conocer la
verdad.
Desde siempre había tenido
problemas para asumir compromisos y,
responsabilidades, y de un tiempo para
acá, mi inclinación por la bebida se
había acentuado. Intuía que su abandono
tenía mucho que ver con eso.
Necesitaba cerrar ese ciclo,
seguir adelante y no dejarme arrastrar
por la depresión.
En lo personal, me consideraba
una romántica empedernida. Esperaba
que algún día apareciera mi príncipe
azul. Fiel creyente del matrimonio.
Quizás eso se debiera a la unión tan
hermosa que había visto por parte de
mis abuelos y de cómo ellos se
complementaban. Sin embargo y aunque
sonará contradictorio, tenía serios
problemas para mantener una relación
romántica por más de tres meses.
Después de pasar los molestos
chequeos de seguridad, me dirigí al área
especial para las personas que viajaban
en primera clase.
Los vuelos me ponían un poco
nerviosa. Como me quedaba algo de
tiempo decidí tomarme una copa y
comerme un bocadillo, me moría de
hambre. Caminé rápido hasta llegar a la
sala VIP de la aerolínea con la que
viajaba. Al entrar una mesa larga,
adornada con un mantel blanco y un par
de ramos de flores de diferentes colores
colocados en el centro, llamó mi
atención. Sobre ella se encontraban
bandejas con distintos tipos de comida,
desde pastas frías, hasta estofados de
carne. Me acerqué y examiné cada una
de ellas, tratando de elegir que
servirme.
—Se ve buena la comida. —Me
comunicó una voz masculina a mi lado,
mientras yo, sin remordimientos, llenaba
un plato con una de las ensaladas frías.
Por el apuro del viaje no había
almorzado y ahora mi estómago gruñía
tan fuerte, que estaba segura que lo
podían oír.
—Sí, todo luce delicioso —
respondí sin mirarlo, por un momento su
voz me había sonado ligeramente
familiar, pero decidí no darle
importancia.
Al terminar de servirme un poco
del estofado de carne, levanté el rostro
buscando al dueño de aquella voz dulce
y profunda, pero era demasiado tarde.
Se había ido.
******************************
Ya sentada en la aeronave, y
después de tener treinta minutos en el
aire, le di las gracias al cielo por no
tener a nadie sentado a mi lado, aunque
en general el vuelo estaba un poco
vacío. Tomé el material del congreso
para darle una ojeada, no quería que se
notara el hecho de que me acababa de
graduar.
Una hora más tarde escuché una
carcajada de mujer y la voz de un
hombre susurrándole algo. Desde mi
asiento no podía entender que decían,
pero si percibí la voz masculina se
parecía mucho a la del hombre que me
había hablado en la sala VIP.
«Mmm, que casualidad». La
pareja se encontraba sentada justo detrás
de mí. La curiosidad por saber quién era
me estaba matando.
Uno de los dos pulsó el botón
para llamar a la azafata, la cual no tardó
ni un minuto en aparecer. La chica pidió
un par de mantas, alegando que tenía
frio. Al cabo de un rato les fueron
entregadas, y ellos, entre risas,
agradecieron el gesto.
Por un instante reinó el silencio,
Imaginé que miraban la película que se
transmitía en ese momento. Sin poder
soportar la intriga, me giré para intentar
ver entre los dos asientos a la pareja. Lo
que capté me dejó con la boca abierta.
Lo primero que llamó mi
atención, fue la pulsera tejida de colores
brillantes que rodeaba la muñeca del
hombre. La mano de él estaba metida
por debajo de la falda de la chica.
Entraba y salía con agilidad. Mis ojos
no pudieron dejar de mirar. La escena
además de erótica, era muy sexy, y
aunque me molestara admitirlo, sentía
como se humedecía mi intimidad.
Cerré los ojos y me incorporé en
el asiento apretando los labios. Los abrí
casi de inmediato para asegurarme que
nadie me había visto espiando.
—Puedes seguir mirando no me
molesta… ahora viene la mejor parte —
escuché que él me decía por la rendija
entre los asientos, usando un tono de voz
bajo y estremecedor.
Casi morí por la vergüenza en el
acto. Ese hombre sexy y terriblemente
descarado había despertado en mí las
ganas de entrar en su juego. Él quería
que lo siguiera mirando como hacía
disfrutar a la chica con su tacto. Lo peor
era que yo quería ver e imaginar que me
lo hacía a mí.
Comencé a dudar, pero al
escuchar el sonido de la cremallera de
su pantalón, no pude resistirme. La
ansiedad por ver lo que pasaría a
continuación me aceleraba el pulso.
Me giré con cuidado para no
llamar la atención. Mi mirada se clavó
en un miembro, grande, grueso y tenso.
Una mano delicada, de uñas largas y
pintadas de color rojo lo envolvía con
firmeza. Subía y bajaba despacio, sin
apuro.
Alcé la mirada hasta toparme
con los ojos del hombre. Eran azules, de
un tono claro y cristalino. Me resultaron
hermosos, sobre todo, la intensidad con
la que me observaba.
La rendija entre los asientos era
estrecha y no me permitía ver con
claridad su rostro. Además, la chica se
había atravesado para besarlo con
desesperación, bloqueándome por
completo.
Me senté recta en mi asiento, me
sentí apenada por haber sido
descubierta, y molesta por haber caído
en su trampa. Ese hombre era peligroso,
un exhibicionista atrevido, que le
gustaba llamar la atención.
«Te voy a ignorar, nada de esto
está pasando», me repetí mentalmente.
Tomé mucho aire y lo retuve por unos
segundos en mis pulmones, para luego
soltarlo poco a poco, concentrándome
en mis respiraciones. Necesitaba poner
en orden mis pensamientos. Si era
posible después de haber sido testigo de
una escena como aquella.
Dejé pasar unos diez minutos y,
me levanté con cuidado de no mirarlos.
Caminé hasta el diminuto baño del avión
y aseguré la puerta. Miré mi reflejo en el
espejo, estaba sonrojada, excitada y,
sofocada.
«Esto no está bien» pensé,
negando con la cabeza.
Abrí el grifo y arrojé agua sobre
mi rostro. Lo sequé con cuidado con una
toalla de papel, sintiéndome más
tranquila. «Seguro son una pareja de
recién casados», dije en voz baja para
justificar el hecho. Pero no podía
borrarme de la mente esa mirada azul.
Al volver a mi asiento, noté que
la mujer sentada detrás de mí no seguía
acompañada. Por alguna extraña razón,
que no sé explicar, eso me hizo sentir
mejor.
Me dispuse a sentarme cuando
encontré un papel sobre el cojín de mi
butaca. Lo tomé para examinarlo con
detenimiento. Era una tarjeta personal,
con la firma: Sandra Lagunes,
Esteticista.
Entrecerré los ojos y miré a mi
alrededor. No hallé rastros del hombre
de los ojos azules. Volví a revisar la
tarjeta y al voltearla, encontré del otro
lado un mensaje escrito en bolígrafo.
«Espero te haya gustado lo que
viste, llámame…». Junto se hallaba el
número de un teléfono móvil.
—El hombre que estaba
conmigo te la dejó —me dijo la
mujer—Es mi tarjeta, se la di
porque él no tenía donde anotar.
Llámalo, no te vas a arrepentir. —
Me soltó con frescura—También
pueden llamarme, haríamos un trio
estupendo —aseguró guiñándome
un ojo y sonriéndome con malicia.
Me sonrojé hasta las orejas, y
me senté sin decir nada, porque me
había quedado sin palabras. Era la
primera vez que vivía una situación de
ese tipo.
Agarré mi bolso y lance en su
interior la tarjeta. Saqué mi iPod y me
coloqué los audífonos, queriendo eludir
todo lo que me rodeaba. Busqué entre
las canciones hasta dar con el álbum de
Coldplay.
Cerré los ojos al escuchar las
notas del primer tema y solté un bufido
de frustración. La situación se me había
escapado de las manos. Ese hombre…
¿qué se creía? Se notaba muy seguro de
sí mismo, pero conmigo se había
equivocado. Eso tenía que
demostrárselo si volvía a toparme con
él.
Capítulo 2

Llegué al hotel alrededor de las


seis de la tarde. Solo me quedaba una
hora para arreglarme antes de asistir a la
cena de bienvenida. Me registré en la
recepción del Omni Dallas Hotel, un
lugar elegante y moderno donde se
llevaría a cabo El Congreso. Papá se
había encargado de asegurarme la
estadía. Tenía muchos contactos con los
organizadores del evento.
Subí directo a la habitación,
desesperada por tomar una ducha que se
llevara los restos de la excitación que
mi cuerpo había experimentado por la
escena sensual del avión. Solté todo
junto a la cama y me fui directo al baño.
Tenía que apurarme si quería llegar a
tiempo.
Al salir envuelta en una toalla
grande de color blanco, encendí el
televisor para tener un poco de ruido.
Quería olvidar lo ocurrido con aquella
pareja, eso se repetía en mi memoria sin
poder evitarlo. Pero sobre todo, quería
borrarme de la mente esos ojos azules
de mirada intensa, que me habían retado.
Durante las horas del viaje,
aquellos ojos comenzaron a recordarme
a una persona que había conocido años
atrás, y que había significado mucho
para mí.
Exhalé con fuerza todo el aire
retenido en los pulmones y meneé la
cabeza.
—¡Basta Mía!, concéntrate y
deja de pensar en él! —Me reproché en
voz alta.
Me había prohibido a mí misma
recordar al idiota que un día rompió mi
corazón.
Mientras me vestía, les envié un
mensaje de texto a papá y a Oliver,
avisándoles que estaba instalada en el
hotel. Se los había prometido.
Al estar lista, me paré frente al
espejo de cuerpo entero instalado en la
habitación, para evaluar que mi vestido
de coctel negro, no muy revelador, se
amoldaba a mi cuerpo sin
inconvenientes. Los zapatos de tacón me
ayudaban a verme unos centímetros más
alta y mi sencillo maquillaje me
aportaba ese toque especial. Estaba
perfecta, muy a mi estilo, y como decía
mi mejor amiga Allison, «una chica
siempre debe lucir hermosa».
A las siete en punto entré en el
restaurante. La estancia era inmensa,
bien iluminada y muy acogedora,
decorada de manera sobria pero
exquisita. Una melodía de jazz sonaba
como música de fondo.
Miré a mi alrededor en busca de
algún conocido, fijando mi interés en la
barra que se encontraba a un costado.
Me acerqué a ella y ordené una
copa de vino. Mientras la esperaba, vi a
una mujer alta y, de cabello rubio que
me saluda con la mano desde el otro
extremo. Esperé a que el barman me
entregara la bebida para acercarme.
Traté de reconocerla pero me era
imposible. «Bueno esta es una
conferencia pequeña, seguro encontraré
algún conocido», pensé.
A su lado se hallaba un hombre
vestido de traje oscuro. No podía verle
el rostro porque me daba la espalda,
pero por el tamaño de sus hombros,
podía predecir que se trataba de un tipo
alto y fornido.
El barman se acercó a la mujer y
le sirvió un trago.
Me acerqué a saludarla,
pensando que de seguro era una amiga
de mi padre. Él conoce mucha gente.
Más aún en este medio.
—Mía Watts —me presenté al
extenderle la mano.
—Lo sé. Soy Linda Sullivan, un
placer conocerla doctora Watts. —
Mientras me saludaba, la mujer le tocó
el hombro al sujeto misterioso del traje
oscuro parado junto a ella, que parecía
estar esperando su bebida—Conozco a
Robert y a ti por las fotos que están en
su oficina.
«¡Lo sabía!, seguro que ella y mi
padre trabajan juntos».
—Entonces no he cambiado
mucho —bromeé, tratando de ser
amable. Las dos reímos.
El hombre se volteó lentamente.
Sin poder evitarlo, mi mirada se posó en
una de sus manos, la que sostenía un
vaso corto de cristal, lleno con un licor
de color ámbar. Una pulsera trenzada de
colores brillantes adornaba su muñeca.
«¡Pero ¿qué demonios?!», dije
para mis adentros. Era la misma pulsera
que le había visto al descarado del
avión, mientras esa mano satisfacía sin
pudor a aquella chica frente a los otros
pasajeros.
«¡Este mundo es un puto
pañuelo!», pensé desconcertada.
La vergüenza se me subió a la
cabeza. Lo que quería en ese momento
era que se abriera la tierra justo debajo
de mis pies. Respiré hondo, esperaba
que no me reconociera o iba a darme
algo frente a ellos.
—Te presento al doctor Blair —
habló Linda aumentando mi inquietud.
«¿Blair? ¿Ella dijo Blair?».
Debía estar oyendo mal. Con
tanta gente hablando en los alrededores
y al mismo tiempo, mi cerebro era capaz
de distorsionar las palabras.
Linda Sullivan no podía estar
hablándome de la misma persona que
había conocido un montón de años atrás,
y quién me había roto el corazón. Papá
me dijo que él desapareció sin dejar
rastros, para ser exactos hacía ocho
años.
Mis ojos impactados, por un
momento pasaron de Linda a Blair sin
que pudieran dejar de mostrar asombro.
Hasta que mi mirada se topó con la de
él.
Mi corazón se aceleró y mis
manos se humedecieron por culpa de los
nervios. Era él, el hombre de los ojos
azules más bellos de este mundo,
Connor Blair, quien en una oportunidad
fue el pupilo de mi padre, y el único
mortal del que alguna vez me había
enamorado.
Aunque eso último él nunca llegó
a saberlo, claro, Connor fue mi amor
platónico, ese que nunca podrá ser, pero
que jamás se borra del corazón.
—¿Se conocen? —Preguntó
Linda un tanto confusa, al ver nuestras
miradas de reconocimiento.
—Mía, que agradable sorpresa.
—Su voz grave y potente era tan intensa
como siempre, haciéndome estremecer.
Le di un trago al vino que tenía en la
mano, con la esperanza de que el
alcohol me hiciera sentir más segura.
—Vaya… casi no te reconozco,
Connor. —No pude evitar que mis
palabras sonaran algo falsas. Me sentía
tan nerviosa…
Evalué su rostro notando una
cicatriz a la altura de la sien, en
dirección hacia el ojo derecho. Estaba
segura que antes no la tenía.
—Bueno, me alegro que se
conozcan —intervino Linda para
hacerse notar.
Todos los recuerdos volvieron a
mí de repente, aplastándome en ese
lugar.
Connor y mi padre en el pasado
fueron muy amigos. Había sido testigo
del inmenso aprecio que ambos se
tuvieron, el tiempo en que trabajaron
juntos Connor iba a comer seguido a
nuestro departamento. Se le consideraba
un miembro de la familia y muchas
veces lo había encontrado durmiendo en
el sofá antes de entrar a una guardia, ya
que no le daba tiempo de ir a su casa.
Sin embargo a pesar de esa cercanía, un
día desapareció sin despedirse.
Físicamente no había cambiado.
Connor Blair seguía siendo un hombre
hermoso. Altísimo de un metro noventa
de estatura, fuerte, varonil, de cabello
castaño, mandíbula cuadrada y con unos
labios de pecado. Y esos ojos… tan
azules y profundos como el océano.
—¿Cuánto tiempo ha pasado? —
exclamó, aunque esa pregunta parecía
hacérsela a sí mismo y no a mí—Te
aseguro que esta vez no desapareceré
por tanto tiempo. —Su voz en esta
ocasión fue suave y aterciopelada. Se
metía en mis venas como un cosquilleo.
«¡Maldita sea!, todo él era
perfecto».
Se me resecó la garganta, por los
nervios y la emoción que sentí al volver
a verlo. Necesitaba salir de mi asombro
y reaccionar, pero el recuerdo de la
última vez en que nos vimos me invadió.
Tenía dieciocho años, venía
eufórica de una salida con mis amigas.
Estaba un poco ebria, nos habíamos
tomado unas cervezas de más. Cuando
entré al departamento, lo encontré
acostado en el sofá con los ojos
cerrados. No me pude resistir, me
arrodillé a su lado y le acaricié el
rostro con el dedo índice. Connor no
movió ni un músculo de su cuerpo, por
un momento pensé que estaba dormido,
fue entonces cuando me animé y acuné
su rostro entre mis manos, me acerqué,
y posé mis labios sobre los suyos. Se
sentían suaves, carnosos y muy cálidos.
Sus manos, se enredaron en mi cabello.
Él entre abrió la boca invitándome a
seguir y eso fue lo que hice, me deje
llevar y arrastrar por esas ganas que
sentía. Después de unos segundos,
Connor posó sus manos sobre mis
hombros y me apartó de él con rudeza.
«¡Para Mía!, estas tomada», el
tono de su voz fue despectivo, fuerte, y
severo. Se levantó del sofá y exclamó
con fuerza: «¡Eres una niña para mí!»,
tomó su bata y juego de llaves, que
estaban puestas sobre la mesita de la
entrada, y salió hecho una fiera. Dando
un portazo.
—Me ha encantado verte Connor
—me obligué a responder después de
salir de mis cavilaciones. Era lo único
coherente que se me ocurría decir.
No podía parar de mirarlo y de
preguntarme ¿qué había sido de él todo
este tiempo?
Seguía siendo atractivo. No
espera, era aún más atractivo que hacía
ocho años. La seguridad que emanaba de
su cuerpo, lo hacían ver increíblemente
varonil. Llevaba un elegante traje hecho
a la medida, que hacía buena
combinación con su anatomía perfecta.
El timbre de su móvil me
sobresaltó y me trae de vuelta al
presente.
—Me disculpan, tengo que tomar
esta llamada. —habló y me guiñó un ojo
antes de alejarse.
—No se preocupe doctora Watts,
el doctor Blair tiene ese efecto en todas
las mujeres —agregó Linda con una
sonrisa irónica.
Mis mejillas se calentaron como
brasas. Había sido una tonta. Si esta
mujer pudo darse cuenta del efecto que
Connor ejercía sobre mí, no quería
imaginarme lo que él estaría pensando.
Debía alejarme de allí antes que él
regresara.
—Nos estamos viendo, Linda.
Voy a seguir saludando —me despedí de
la mujer antes de estrecharle la mano de
nuevo.
—Seguro que sí, doctora Watts.
Nos estamos viendo —alegó ella
haciendo una mueca extraña.
Ignoré su gesto y me marché,
dispuesta a disfrutar de la velada que
nos ofrecían. Tenía que distraerme y
olvidarme de ese encuentro, para no
revelarle a Connor ni a nadie más mis
debilidades.
Caminé hacia el buffet de la
comida, tomé un plato y me serví un
poco de todo. La coordinación me
fallaba, todavía seguía nerviosa. Busqué
una mesa donde sentarme, topándome
con unos amigos de mi padre. Una
pareja de médicos, muy agradables.
Dos horas y cuatro copas de vino
más tarde, el cansancio comenzó a tomar
control de mi cuerpo. Por fortuna, pude
pasar una divertida velada sin más
contratiempos. No había vuelto a ver a
Connor y eso me tranquilizó.
Salí al pasillo en busca del
elevador. Me sentía acalorada, o más
bien acelerada. Mis pasos eran rápidos,
deseaba llegar cuanto antes a la
habitación, para quitarme el vestido, los
zapatos y descansar. Lo único que se
escuchaba a esa hora, era el sonido de
mis tacones contra el piso de mármol.
Antes de alcanzar el elevador, vi
a Connor recostado de la pared
hablando por el móvil. Tenía el ceño
fruncido, parecía molesto, pero hasta
con esa cara seguía luciendo apuesto.
—¿Te retiras tan pronto? —me
dijo al divisarme, cortando la llamada y
cambiando las facciones. Recorrió mi
cuerpo con sus ojos de fuego, tomándose
todo su tiempo—Iba a regresar al salón
para invitarte una copa —argumentó
sonriendo de medio lado.
—Disculpa, pero estoy cansada.
Además, creo que tomé una copa de
más.
—En ese caso, lo más
conveniente es que te acompañarte a tu
habitación.
«¡QUE! ¡No!», eso no podía
permitirlo.
—Estoy bien, Connor. No hay
necesidad que me acompañes. —Traté
de sonar convincente, él cambió, me
observó con mayor interés—De verdad
—le aseguré, pero una risa nerviosa me
delató.
—Aja, te creo —dijo y negó con
la cabeza tomándome de la mano.
Me dejé llevar. Además de estar
algo mareada, el calor de su tacto me
encantó. Deseaba sentirlo un poco más.
Eso no era un delito ¿cierto?
Caminamos en silencio hasta el
elevador, él pulsó el botón y enseguida
las puertas se abrieron. Al entrar, me
solté de su agarre, necesitaba espacio.
Por un momento sentí que me falta el
aire. Me apoyé de la pared y cerré los
ojos, Debía controlar mis emociones.
—¿En qué piso estas? —
preguntó él con suavidad.
—El siete, digo… el séptimo
piso —tartamudeé.
«¡Hay Connor, ¿qué me haces?!».
Segundos después, sonó la
campanita que avisaba que habíamos
llegado a mi destino. Apenas se abrieron
las puertas, salí tan rápido y sin mirar,
que casi choqué contra un señor mayor
que esperaba el elevador. Connor volvió
tomarme de la mano y me sacó de allí
con cuidado. Le señalé mi habitación y
él me guió.
Con delicadeza lo solté para
sacar la tarjeta y abrir la puerta del
dormitorio. Él se ubicó tan cerca de mí,
que podía oler el perfume de su piel.
Era embriagador, como su presencia.
Quería abrazarlo, besarlo y colgarme de
su cuello hasta perder la conciencia,
pero eso nunca iba a pasar. Connor lo
había dejado muy claro en el pasado.
«Enfócate Mía, abre la puerta y
despídete», pensé. Introduje la tarjeta en
la ranura, y en cuanto parpadeó la luz
verde que indicaba que se había pasado
la cerradura, bajé la perilla.
—Te veo mañana. —dijo
tomando mi mano derecha y
llevándosela a los labios. Depositó un
casto beso sobre los nudillos. Ese leve
contacto me estremeció de pies a cabeza
—Buenas noches Mía, que descanses.
Connor se aproximó tanto a mí,
que podía ser capaz de escuchar los
latidos de su corazón. Me tomó de la
barbilla y la levantó, antes de acercar su
rostro. Mis pulsaciones aumentaron
cuando él apoyó su frente en la mía.
Suspiré y cerré los ojos
satisfecha. Era evidente que él también
se sentía atraído por mí. La paz que nos
rodeaba era reveladora, así como la
forma tierna en que Connor acariciaba
mi mejilla. La suavidad de su mano
arrancó otro suspiro…
Saqué fuerzas de la parte más
recóndita de mi interior y me separé
enseguida de él.
—Buenas noches, Connor —me
despedí mientras entraba en la
habitación, sonriéndole antes de cerrar
la puerta con cuidado.
Él quedó afuera, mirándome
contrariado, con cierto brillo de
desconcierto en sus hipnóticos ojos
azules.
Capítulo 3

Al día siguiente me levanté con


un poco de resaca, gracias al sonido de
la alarma de mi móvil. Resoplé y me
senté en la cama. «Creo que tomé de
más» pensé. Tanteé sobre la mesita de
noche en busca del teléfono, para
silenciarlo. Eran las seis de la mañana y
debía prepararme para tomar el
desayuno a las siete en uno de los
salones del hotel. Tenía una agenda
planificada a la perfección para cada
día, que incluía las comidas, las clases,
la demostración de los mayoristas y
hasta los momentos de descanso.
Me arreglé con un conjunto de
chaqueta y pantalón color gris, blusa
blanca y accesorios a juego, me calcé
unos zapatos altos y negros, dejando mi
cabello suelto. Dediqué algo de tiempo
al maquillaje, quería verme extra linda y
demostrarle a Connor lo que se había
perdido.
«¡Ya no era una niña!».
Las clases de la mañana pasaron
en un abrir y cerrar de ojos. A la hora
del almuerzo me encontré con un grupo
de antiguos compañeros de la
universidad. Nos sentamos juntos a
comer y quedamos en salir después de
las charlas de la tarde a un Pub cercano
al hotel.
A pesar de todas las
distracciones de ese día, no podía dejar
de pensar en Connor y en la despedida
de la noche anterior. Mientras caminaba
sumergida en mis pensamientos choqué
sin querer con una pared de músculos
cuando me dirigía al salón de
conferencias.
—Lo siento —dije
automáticamente, sin ver a la persona
que había arrollado.
—Esta disculpada doctora Watts
—¿Era la voz de Connor?, lo miré y por
su expresión parecía divertido. Un grupo
de personas que pasó junto a nosotros,
miraron con curiosidad nuestro pequeño
accidente—Sigues siendo una niña
distraída. —Pero ¿qué se creía éste? Sus
palabras me molestaron.
«¿Cuándo dejará de verme como
una niña?, estaba furiosa».
—Y tú sigues siendo un
presumido insoportable —le solté
sintiéndome orgullosa por no haberme
quedado callada. Pero su risa fue tan
fuerte que aumentó mi enfado.
—Búscame cuando termines las
clases, esta noche vamos a cenar —
dictaminó al recuperar la compostura,
dio media vuelta y se alejó a pasos
agigantados. Me quedé allí, en el medio
del pasillo y con la palabra en la boca.
«¡Arg, que demonios!, justo
venir a tropezarme con él», me quejé
mentalmente antes de retomar el camino.
«Este hombre se ha convertido
en un pesado, ¿venir a darme ordenes?
Conmigo estaba muy equivocado, esa
táctica de mandón no le va a funcionar»,
seguí reprochándome, con la sangre
burbujeándome en las venas por la
rabia.
Tuve que detenerme antes de
entrar en el salón al sentir que el móvil
vibraba en el bolsillo de mi pantalón. Lo
saqué de inmediato y revisé la pantalla.
Era un mensaje de texto de Oliver.
Oliver: ¿Qué haces, princesa?
Mía: Entrando a una clase súper
aburrida
Oliver: Entonces te mando un
beso, y hablamos más tarde
Mía: Ok
Volví a guardar el teléfono,
sintiéndome algo extraña. El mensaje de
Oliver no me pareció agradable, sino
más bien, inoportuno. Aquello comenzó
a preocuparme.
Entré en la charla algo inquieta.
Debía darle freno a los sentimientos que
Connor estaba despertando en mí. No
era justo que me ilusionara con él sólo
por haberlo visto después de tantos
años.
Al terminar las clases, subí a la
habitación, quería descansar un poco
antes de encontrarme con los chicos en
el lobby del hotel. Lo había decidido,
me iría con ellos y no con Connor.
Fueron las palabras que me dijo
en mitad del pasillo lo que me ayudó a
elegir: «Sigues siendo una niña
distraída». Cada vez que las recordaba
me ponía de mal humor. Debía darle una
lección.
Busqué dentro de mi bolso la
tarjeta que él me había dejado en el
avión, después de que me incitó a mirar
su sensual escena con otra. Al
encontrarla le mandé un mensaje de
texto.
Mía: Olvida la cena, no va a
pasar.
Me dirigí al baño, con una
sonrisa en mis labios. Me sentía
poderosa, dueña de mis acciones. Me
lavé las manos, cepillé mis dientes y
retoqué un poco el maquillaje. Su
respuesta no tardó en llegar.
Connor: Sí va a pasar, abre la
puerta.
Sentí un extraño temblor en las
manos al terminar de leer el mensaje.
Saber que estaba afuera, esperando a
que le abriera, hacía estragos en la boca
de mi estómago.
Respiré hondo, procurando
calmar mis nervios. Lo último que
quería era que se diera cuenta del efecto
que su sola presencia ejercía sobre mí.
Me di un último vistazo en el
espejo satisfecha con la imagen que me
devolvía el reflejo. Ya no era una niña,
si él no lo notaba ahora, entonces era un
idiota.
Fui a su encuentro, coloqué la
mano en el picaporte, y negué con la
cabeza antes de girar la manilla.
—¿Qué haces aquí? —Pregunté
asumiendo una actitud presumida.
Connor me observó de pies a cabeza.
—¿Debo tomarlo como un
cumplido? —Sus ojos brillaron con
picardía—Mía tenemos que hablar —
agregó retomando sus facciones serias.
Me aferré a la puerta para mantener
la compostura y lo observé fijamente a
los ojos.
—No puedo, tengo una cita con
unos amigos de la universidad. —
Procuré sonar lo más segura posible.
—¿Tienes miedo a estar sola
conmigo? —Connor dio un paso
adelante, con mirada depredadora. Me
esforcé por no moverme y, levanté la
barbilla retándolo con mi actitud—Te
aseguro que no muerdo —agregó antes
de bajar su rostro y posar sus labios
sobre mi cuello.
«¡Oh por Dios lo estaba
besando!». Apreté los muslos con
fuerza. Aquel pequeño contacto hizo que
mi cuerpo reaccionara de inmediato. Un
escalofrío me recorrió por entero.
Lo único que quería era cerrar
los ojos, entrelazar mis brazos alrededor
de su cuello y dejarme llevar. Pero con
dificultad logré separarlo de mí,
colocando las manos sobre sus anchos
hombros para empujarlo. Al principio él
me miró sorprendido, luego sonrió
afectuosamente y negó con la cabeza.
—No creo, no tenemos nada de
qué hablar —le solté con indignación—,
y si te refieres al incidente del avión, no
pierdas el tiempo. Estoy bien grandecita
para asumir mis propios actos. —Él
cambió la expresión de su rostro, sabía
que me refería al hecho de haber
aceptado su juego.
Apretó la mandíbula con firmeza
repasándome de arriba abajo.
«Dios de todos los cielos,
protégeme de este hombre, que me
observa de una forma que me empuja a
ceder».
—Me he dado cuenta que estás
bien grandecita. Yo diría que muy
hermosa, Mía. —Su afirmación me dejó
sin habla—Está bien, Mía. Espero que
disfrutes con tus amigos —cedió con
voz cálida, y una mirada enternecedora.
Se marchó en silencio, dándome
la espalda. Dudé por un instante, luego
me deslicé dentro de la habitación,
asegurando la puerta.
Caminé hasta el borde de la
cama y me senté algo contrariada. No
podía creer que le había ganado esa
jugada a Connor, peor aún, que haberlo
rechazado me produjera tanto dolor en
vez de alivio.
Debía calmarme para pensar con
claridad. Dejé caer mi espalda sobre la
colcha y cerré los ojos. Pero ¿qué me
estaba pasando?, ¿por qué me ponía tan
nerviosa cuando hablaba con él? Acaso,
¿todavía seguía enamorada de Connor
como una tonta?
Parecía una adolescente que no
podía controlar sus emociones frente a
un hombre atractivo. De alguna manera
tenía que detener esta situación.
El ruido del móvil me sacó de
mis pensamientos. Me levanté apurada
para no perder la llamada, hallándolo
encima de la cómoda. Sonrío al ver de
quien se trata, aunque la felicidad no me
invadió por completo.
—Hola Oli —saludé con cariño
a Oliver, intentando sonar normal.
—Hola princesa. ¿Cómo te fue
en tu primer día? —No lo podía evitar,
su alegría me resultaba contagiosa—Te
extraño osita.
Consideraba a Oliver, el novio
perfecto. Era atento, cariñoso y hasta
detallista. Nos conocimos por
casualidad en un mercado de verduras.
Buscaba especias ese día para intentar
preparar una receta de mi abuela Esther.
No sé quién estaba más perdido en ese
lugar, si Oliver o yo. Ambos nos
sorprendimos cuando al mismo tiempo
agarramos el frasco de tomillo.
—Me fue bien —suspiré al
responderle. Para mi padre Oliver no
me convenía. Según él, yo merecía un
médico igual que él, un hombre que
entendería mi profesión. No un abogado
tramposo y desalmado.
—Tengo noticias del
investigador David Rodríguez. Te anda
buscando, le dije que te llamara. —Mi
ánimo aumentó con esa noticia. Después
de cumplir nuestro primer mes de
novios, me animé a contarle a Oliver las
dudas que tenía sobre mi madre. Él me
prometió ayudarme. Dos semanas más
tarde me había llevado a la oficina de
David Rodríguez.
—¡Qué bueno!, ¿te adelantó
algo?
—No dijo nada, pero no te
preocupes, seguro te llama en estos días.
Por cierto, ¿cuándo regresas? —
preguntó un poco frustrado. Oliver era
abogado y ya teníamos un par de
semanas que no nos veíamos con
regularidad. Él había estado la mayor
parte fuera de la ciudad, trabajando en
un caso de mucha importancia para su
carrera.
—Estaré de vuelta para el día de
acción de gracias —le notifiqué.
—Recuerda que lo pasaremos
con mi familia. ¿Robert querrá venir con
nosotros? —Oliver tenía una familia
maravillosa. A mí me encantaba
compartir con ellos, pero no creía que
mi padre se animara a tanto. Él
respetaba mis decisiones, pero prefería
mantenerse al margen.
—Será cuestión de preguntarle.
Te aviso si dice que sí —la estrategia no
me resultó, escuché a Oliver resoplar. Él
conocía la opinión de mi padre.
—Bueno princesa, te dejo para
que descanses. Imagino que estás
agotada.
No quise contarle mis planes de
esa noche. No solía ocultarle nada, pero
ese día no me sentía con ganas de
compartir con él cada cosa que hacía.
Nos despedimos cariñosamente,
corté la llamada y fui por mi bolso. Bajé
a encontrarme con el grupo de antiguos
compañeros en el lobby, pero antes de
irnos decidimos tomarnos una copa en el
bar del hotel. Nos sentamos en una mesa
cerca de la barra, éramos una tropa de
cinco personas, entre las que se
encontraba Mónica, una chica
observadora y ocurrente, Sara, una
pelirroja muy habladora, y los chicos
son Tony y Marco, nuestros leales y
divertidos acompañantes.
—Mía, ¿te diste cuenta cómo te
mira el doctor Blair? Amiga no te
despega el ojo —me comentó Mónica,
al percibir la manera en que Connor me
observaba desde la barra mientras
hablaba con dos compañeros de trabajo.
Le hice una señal con la mano,
restándole importancia al asunto.
—Es amigo de mi padre, hace
rato intentamos hablar pero fue
imposible, conoce a mucha gente. Y ¿tú
cómo lo conoces? —el hecho de que
ella lo reconociera me intrigó. Las dos
habíamos estudiado juntas en Nueva
York, y hasta donde sabía, Connor no
había pisado la ciudad desde aquel
maldito día en que me rechazó.
—¿Y quién no lo conoce? —
preguntó, Mónica—Él es una leyenda
entre las mujeres. Desde que llegué no
he parado de escuchar historias sobre
ese hombre. Mía déjame decirte algo —
habló en tono confidencial—, él podrá
ser muy amigo de tu padre, pero no te
mira con ojos de protector, sino de
cazador. —La conclusión a la que llegó
me desconcertó—Lo que quiero decir,
es que es evidente que le gustas, Mía. —
Las dos reímos al mismo tiempo. Yo
procuraba ocultar mi nerviosismo.
—Vaya, Mónica, me has dejado
sorprendida. No sabía que eras una
experta haciendo ese tipo de
apreciaciones. —Ambas volvimos a
reír.
—No hay que ser un experto
para darse cuenta. Pero si no te gusta,
amiga, si él no es tu tipo, déjamelo a mí.
El doctor Blair esta como quiere. Yo no
perdería esa oportunidad.
El comentario me pareció tan
fuera de lugar que aumentó mi inquietud.
¿De verdad Connor estaba interesado en
mí? ¿En la niña distraída que él un día
rechazó? ¿Me atrevería a algo con él?
La idea me provocó un enredo de
emociones que nunca había sentido.
Aturdida me giré hacia la barra y
vi a Connor con sus profundos ojos
azules fijos en mí. Asintió con la cabeza
y levantó su vaso en mi dirección a
modo de saludo. Acaso, ¿me retaba de
nuevo?
Capítulo 4

Una hora más tarde, tomamos un


taxi, entre risas y buena onda, para
dirigirnos al Pub cercano al hotel.
Veinte minutos más tarde, nos
encontrábamos parados frente a la barra
tratando de ordenar.
El ambiente era perfecto, aunque
estaba abarrotado de gente, y con mucha
música retumbando por todo el local. La
decoración era moderna y, minimalista,
con grandes lámparas con forma de
semiesfera en colores brillantes
colgando del techo, dándole al lugar un
aire ecléctico.
Comencé la noche con un mojito,
que me tomé en tres tragos para entrar en
calor. Antes de pedir el segundo eché un
vistazo al bar, evaluando el ambiente.
Toda la confusión que había
experimentado en el hotel volvió a
embargarme. Estaba harta de que todos
los problemas me superaran. Necesitaba
algo que me ayudara a enfrentarlos, y
para eso la bebida siempre había sido
mi mejor aliada.
Le hice señas al barman y
cambié mi bebida por un Shot de Vodka.
Al recibirlo alcé el diminuto
vaso hacia Mónica, para finalmente
tomármelo de un solo trago.
—Mía, no tomes tan rápido,
apenas está comenzando la noche. —
Mónica, que estaba sentada a mi lado,
pareció preocupada.
—Tranquila amiga, sé lo que
hago —dije para tranquilizarla. Ella me
vio de reojo y se levantó de la silla
aceptando la invitación de Tony para ir a
la pista de baile.
—Eso espero —insistió con una
sonrisa y se marchó.
Me giré hacia la barra y tomé el
segundo Shot que el barman ya me
había servido, pero cuando me lo llevé a
los labios de la nada apareció una mano
fuerte, que me lo quitó y lo golpeó
contra la madera de la superficie.
Mis ojos se toparon con los
Connor, que negaba con la cabeza. Su
actitud me molestó, me hacía sentir
desaprobada.
—¿Qué haces aquí?, acaso, ¿me
estás persiguiendo? —Enfadada por su
proceder, lo observé con soberbia.
—Basta Mía, deja de jugar. ¿No
crees que has bebido suficiente?—Su
tono era suave, pero firme. Miré la copa
con ansias, queriendo tomármela y
demostrarle que no había tenido
suficiente—Nos vamos, te vienes
conmigo. —Me ordenó, pero ¿qué
demonios le pasaba?
Con pedantería tomé el vasito
solo por desafiar su orden y me bebí el
licor mirándolo fijamente. A Connor los
ojos se le habían oscurecido un poco,
estaba muy molesto. Pero, aunque sonará
tonto, eso me gustaba, me agradaba
darme cuenta que no le era indiferente.
—Pareces un papá mandón.
Quédate tranquilo y déjame en paz. Yo
me voy con mis amigos, no contigo. —
Le sonreí y me gire a la barra para pedir
otro trago. Connor me miraba con fijeza,
irritado. Mi estado parecía afectarle.
Cuando recibí el siguiente trago
me lo bebí con calma. En esa ocasión
Connor recostó la espalda en la barra y
se cruzó de brazos sin dejar de
evaluarme. Esa imagen de preocupado
me conmovió. Le acaricié el rostro con
mi dedo pulgar deteniéndome sobre la
cicatriz cerca de su ojo derecho.
—No seas tan gruñón, no te
queda bien. Relájate y tómate una copa
conmigo. —Mi soberbia comenzaba a
pasarme factura. La cabeza la tenía
embotada por la bruma del alcohol,
haciéndome sentir torpe. Una risita algo
tonta salió de mis labios, que provocó
un profundo suspiro en Connor.
—Estoy siendo paciente Mía,
pero no estoy dispuesto a dejarte hacer
el ridículo. Avísale, a tus amigos, que te
vienes conmigo al hotel. —Resoplé y
puse los ojos en blanco de manera
exagerada.
—¿Y si no lo hago? —le
pregunté solo por molestar. No
respondió. Su mirada me lo decía todo.
Estaba furioso—Ok tu ganas Connor —
cedí, porque el licor que había bebido
hacía estragos en mi organismo. Me
sentía mareada—, pero no te
acostumbres —agregué con firmeza.
Sin esperar su respuesta lo dejé
en la barra y fui hasta la pista de baile
en busca de Mónica, para informarle de
mi decisión. Ella bailaba muy animada
con Tony.
Me acerqué para hablarle al
oído, pero algo me detuvo. Un chico me
tomó por la cintura y me giró hacia él
para bailar conmigo de forma
provocativa.
Intenté hacerle llegar mi
negativa, pero la música sonaba tan alta
que era imposible que me oyera. Ni
siquiera podía alejarme, ya que él me
sostenía con fuerza de las caderas y
buscaba frotar su cuerpo sudoroso
contra el mío. La cabeza comenzó a
darme vueltas.
No pasó mucho tiempo cuando lo
vi caer al piso, Connor le había
propinado un puñetazo lanzándolo al
suelo. La gente se aglomeró a su
alrededor, algunos lo ayudaron a
levantarse, pero el chico estaba tan
ebrio y mareado por el golpe, que
tuvieron que sacarlo casi arrastras de la
pista de baile.
Los ojos azules de Connor
brillaron con intensidad por la ira. Me
tomó de la mano para sacarme de allí y
llevarme con rapidez hacia la entrada
del Pub.
«¡Este tipo se había vuelto
loco!», pensé. Pero no podía quejarme
porque era llevada a la salida como una
muñeca de trapo.
En el exterior, el aire fresco
golpeó mi rostro. Esa frescura en vez de
aliviarme, revolvió aún más mi
estómago, haciéndome sentir enferma y
aumentando mi irritación.
—¡Suéltame! —Grité y me zafé
con brusquedad de su agarre—¿Estás
loco?, ¿por qué lo golpeaste? —Connor
me miró ceñudo, aunque su expresión
había cambiado. Ya no reflejaba una
furia reprimida, parecía más calmado.
—Estas tomada Mía, y ese sujeto
quiso aprovecharse de tu estado —alegó
con voz dulce y me tomó de la mano con
tanta sutileza que me provocó un
estremecimiento. «¡Pero ¿qué
demonios?!»—Vamos, tomemos un taxi
y salgamos de aquí.
Estaba molesta, claro que sí,
pero esa reacción final de Connor tocó
una fibra importante en mi sistema
nervioso.
Lo seguí en silencio. Me sentía
tan desconcertada que poco pensaba en
mis amigos y en haberlos abandonado
sin ninguna explicación. ¡Maldito
alcohol!
—¿Siempre actúas de esta
manera? —le pregunté exasperada
mientras caminábamos hacia la calle.
—No siempre, solo cuando se
trata de ti.
«¿Cuándo se trata de mí?
¿Estaba escuchando bien?».
Sin decir nada más, me dejó en
el bordillo de la calle, para ocuparse de
llamar a un taxi. Cuando uno de ellos se
detuvo frente a nosotros, Connor regresó
por mí y me ayudó a subirme en el
asiento trasero.
Dentro del auto la cabeza
comenzó a darme vueltas. Había sido
una mala idea tomar tantos tragos en tan
poco tiempo. ¿Cuándo aprendería que el
alcohol no me ayudaba a aclarar mi
mente, ni me llenaba de valentía?
Connor pasó su brazo por
encima de mis hombros y me acunó
cerca de él. Ese gesto tan sobreprotector
me irritó.
—No tienes por qué hacerlo,
Connor… —comenté tratando de apartar
su brazo—Me refiero a, lo de cuidarme.
Puedo hacerlo sola, ya no soy una niña.
—De eso me di cuenta cuando te
vi en el aeropuerto de Nueva York. Han
pasado ocho años, Mía, y te has
convertido en una mujer muy bella. —
Por un instante sus palabras me
afectaron.
En medio de un suspiro él bajó
su brazo y me dejó mi espacio. Me
acomodé mejor en el asiento, inhalé
hondo. Pasé una mano por mis cabellos
tratando de arreglarlos con nerviosismo.
Connor notó mi estado, tomó con
delicadeza una de mis manos y entrelazó
los dedos con los suyos, antes de
colocarlas sobre mi regazo.
—Me has seguido hasta el Pub
porque me negué a salir contigo esta
noche, ¿cierto? —indagué para retomar
el tema.
Connor asintió con la cabeza
mientras su dedo índice acariciaba la
piel de mi rodilla por encima de la tela
del pantalón, provocando que todo mi
cuerpo se erizara. Pero el momento se
acabó cuando el chofer nos avisó que
estábamos de vuelta en el hotel. Al
aparcar, Connor pagó y bajamos del
auto.
Hicimos el recorrido en silencio
hasta mi habitación. Al llegar, abrí la
puerta y entré en seguida al baño. No me
sentía bien. Mi estómago daba vueltas,
creo que iba a vomitar. Connor cerró
con sutileza y me siguió.
—¿Estás bien? —preguntó al
verme correr al inodoro. Negué con la
cabeza antes de expulsar todo lo que mi
estómago había almacenado esa noche.
Parecía la niña del exorcista.
Al terminar no me sentí mejor.
Un sudor frío cubrió mi frente, mis
manos temblaron. Me aferré como pude
a la tapa del retrete y terminé de arrojar
lo último que me quedaba.
Con una mano Connor recogió
mi cabello, mientras que con la otra
frotaba mi espalda.
Me senté sobre el piso y apoyé
mi espalda a la pared. Lo vi moverse y
mojar una toalla, la exprimió y se acercó
a mí. Lo tenía tan cerca que podía
observarlo embelesada.
«Era tan bello y, tan gentil», y yo
me debo estar viendo como una loca.
—¿Mejor? —preguntó mientras
refrescaba mi rostro con la toalla. Lo
miré maravillada me costaba creer que
Connor estaba allí, a mi lado. Ocho años
atrás hubiera dado todo por verlo
cuidarme de esa manera—Deja de
pensar, Mía. Relájate, y cierra los ojos
—susurró con tanta ternura, que no pude
evitar hacer lo que me decía.
Me alzó entre sus brazos para
depositarme en la cama. Ayudó a
quitarme los zapatos, y me cubrió con
las sábanas. Me hice a un lado para que
se sentara a mi lado. Pero él no lo hizo.
—Pediré que te traigan un jugo
de naranja, necesitas tomar algo dulce
—informó al tiempo que acomodaba las
almohadas detrás de mi cabeza, para
finalmente depositar un beso sobre mi
frente. Ese último gesto me derritió—
Que descanses.
Abrí los ojos de golpe. No
quería que me dejara sola. Tomé una de
sus manos y la oprimí ligeramente.
—No te vayas, Connor. No
quiero quedarme sola. —Él me miró
sonriente—Bueno, hasta que me sienta
mejor —aclaré sin soltarlo.
La risa de Connor retumbó en la
habitación y yo sonrío de verlo tan
contento.
—Ya vuelves a ser la Mía que
recuerdo… una niña dulce y caprichosa.
—El comentario despertó mi rabia.
Suelto su mano y me levanto de la cama
dispuesta a encararlo.
—Y tú sigues siendo un
antipático —reproché irguiéndome
frente a él—Márchate.
Me fui al baño sin esperar una
respuesta a mi despedida. Mientras me
lavé los dientes, levanté la mirada y vi
mi reflejo a través del espejo. Estaba tan
pálida que parecía un fantasma. «¡Qué
horror!», la cara que tenía no era
normal. Me apuré en sacarme la ropa,
abrí el grifo y lo dejé correr. Necesitaba
un baño para eliminar los restos de la
resaca y enfriar la furia que volvía a
bullir en mi interior. ¡¿Me había llamado
niña caprichosa?!
Entré en la ducha. No quería
pensar, solo arrancarme las malas
sensaciones para estar de nuevo en paz
conmigo misma. Al sentir como el agua
caía sobre mi piel, mi cuerpo se relajó.
Comencé a lavarme el pelo cuando
escucho que se abre la puerta
semitransparente del cubículo y unas
manos fuertes me rodean desde atrás por
la cintura.
Abrí los ojos alarmada. Sin
embargo, el contacto de aquel cuerpo
desnudo, duro y cálido que se apoyaba
en mi espalda, provocó una fuerte
descarga eléctrica en mi organismo. Los
pezones se me endurecieron de manera
automática y mi vientre se contrajo
generándome un cosquilleo entre las
piernas.
Cuando los labios de Connor se
posaron en mi cuello y él comenzó a
besarlo y a lamer la piel húmeda, creí
desfallecer.
—Mía —me susurró al oído,
provocándome una fuerte colisión de
emociones.
Capítulo 5

Me giré, alcé la barbilla y lo vi


mirarme con esos ojos tan azules que me
desarmaban. Su cabello oscuro
derramaba agua y tenía el rostro
empapado, y embriagado por el deseo.
Se veía tan atractivo y sexy que
me era imposible rechazarlo, había
anhelado durante años vivir con él un
encuentro de ese tipo. Le rodeé el cuello
con mis brazos, mientras él me aferraba
entre los suyos. Tardé un par de
segundos en encontrar mi voz. La
ansiedad me dominaba.
—¿Qué haces aquí, que quieres?
—expresé con inseguridad. ¡Mierda!, no
solo estaba nerviosa sino también
excitada. Y no podía disimularlo.
—Te deseo, Mía. Te deseo desde
hace mucho tiempo.
«¡¿Me deseaba?! ¡Ayy, Dios… y
yo también!».
Connor bajó el rostro para
besarme. ¡Sííí! me besa con arrebato y
yo le correspondí con el mismo
desespero. Era lo que sentía, quería
comérmelo entero.
Sus manos acunaron mi rostro,
haciendo el beso más intenso. Por un
instante estuve en el limbo, pero al
escuchar mis propios gemidos, mi
conciencia regresó para reprochar mi
comportamiento.
«¿Qué haces Mía?, ¿no te
acuerdas de Oliver, tu novio?, ¿y de la
mujer con quién lo viste en el avión?
¿Acaso eso quieres ser para él: el polvo
de una noche?».
No quería hacerlo, ansiaba más
de él. Muy a mi pesar y haciendo uso de
una gran fuerza de voluntad logré
separarme.
—Connor, espera. Tenemos que
aclarar algunas cosas primero.
Coloco una mano sobre sus
labios, para impedir que buscara de
nuevo mi boca. Él me observó con
intensidad. Esa mirada me puso más
nerviosa.
—Mejor salgamos de la ducha.
Con el rostro sonrojado lo tomé
de la mano y, lo invité a seguirme.
Connor lo hizo en silencio, lo noté tenso,
pero igual fue galante, agarró una toalla
del estante para envolverme en ella, y
luego tomó una para sí antes de
dirigirnos a la habitación.
—¿Qué quieres que aclaremos,
Mía? —Su voz era suave pero forzada.
Se sentó en el borde de la cama
esperando paciente a que hablara. Con
una de sus manos me hizo señas para
que me ubicara en su regazo, pero no
podía aceptarlo, eso me lo pondría más
difícil.
—Será mejor mantener un poco
de distancia —alegué.
—Como quieras, te escucho. —
Resignado me sonrió de medio lado.
—No sé cómo empezar —
esquivé su mirada y me senté junto a él.
Estaba agotada.
—Ok, déjame ayudarte, ¿qué
quieres saber? —dijo inexpresivo. Él
podía intuir que mi cabeza estaba llena
de dudas.
—¿Qué significó para ti la mujer
con la que te vi en el avión? —Después
de lograr decir aquello lo miré con
interés. Él sostuvo mi mirada con
firmeza.
Llamaron a la puerta en ese
momento. Connor se levantó enseguida
para ver quién tocaba. Se trataba del
servicio de habitaciones. Un muchacho
uniformado colocó la bandeja sobre el
escritorio junto al televisor. Vi como
Connor se movía con agilidad. Le
ofreció una propina y lo despidió.
—Aún necesitas tomarte esto —
me ofreció un par de aspirinas y un vaso
de jugo de naranja.
—Gracias —sonrío de vuelta.
Volvió a sentarse a mi lado y yo
le sonreí en agradecimiento. Me
conmovían sus atenciones.
—Aquella mujer no significó
nada para mí, fue un simple
entretenimiento, pero todo aumentó
cuando te descubrí espiándonos. Sabía
que no me reconocías y querías
divertirte. No imaginas lo mucho que me
gustó darte placer, porque sé que lo
disfrutaste. —Mi corazón saltó en mi
pecho lleno de alegría, tuve que darle un
trago largo al jugo para disimular lo que
me produjo esa confesión—Ahora es tu
turno Mía. —Esta vez lo miré
desconcertada—¿Existe alguien
importante en tu vida en este momento?
—Esa era su manera de preguntarme si
tenía novio. Pensé en Oliver y en la
supuesta relación estable que
manteníamos. Estabilidad que se
tambaleaba por culpa del hombre
sentado a mi lado. Me sentí insegura,
confusa. No podía admitir la verdad, al
menos no en esa ocasión. Debía primero
aclarar mis sentimientos.
—No, no existe nadie.
Mi pulso se aceleró al verlo
acercarse. Me sonrojé de nuevo, por esa
mirada de lobo que me intimidaba y me
excitaba al mismo tiempo. Era difícil de
explicar. Sus manos se colocaron en mi
cintura, y sin mucho esfuerzo me alzó y
me colocó sobre su regazo. Sus ojos
estaban encendidos, y aumentaba la
temperatura dentro de la habitación. O
yo era la que estaba ardiendo por el
contacto de sus manos sobre mis senos.
Bajó la toalla dejándolos al descubierto.
Su boca atrapó uno de ellos. Lo
chupaba y besaba con tanta suavidad que
me hacía estremecer. No podía hacer
otra cosa que sentir sus caricias. Estaba
flotando en una nube de placer.
—Son perfectos Mía —susurró
levantando la cabeza en busca de mis
labios. Los entre abrí invitándolo a
besarme.
Él también era perfecto. Coloqué
las manos sobre su pecho, su piel era
cálida y tersa. Connor me levantó y me
quitó la toalla, dejándola caer al suelo.
Repitió lo mismo con la suya. Y allí
estábamos los dos, devorándonos
mutuamente con la mirada.
—Túmbate en la cama, boca
arriba, quiero que mires todo lo que voy
a hacerte —ordenó. Sus palabras me
excitaron aún más. Lo obedecí sin
perderlo de vista.
Él se montó en la cama de
rodillas y abrió mis piernas con sus
manos, colocándolas encima de sus
hombros. Cuando su cabeza se hundió en
mi sexo, mi corazón latió muy deprisa.
Connor primero lo sopló, logrando que
toda mi piel se erizara, luego su lengua
se posó entre mis pliegues, y me devoró
sin piedad.
—¡Ooh, Connor! —gemí
mientras él continuaba.
—Eres deliciosa Mía —gruñó
sin dejar de complacerme. Un instante
después él se levantó de la cama en
busca de sus pantalones tirados en el
suelo. Buscó su billetera y sacó un
preservativo. Me lo enseñó mientras se
acercaba a mí—Lo necesitamos —
expresó con una gran sonrisa, parecía un
niño travieso. Le sonrío de vuelta
anhelando sus atenciones.
Connor abrió el envoltorio con
los dientes, y se lo colocó con rapidez,
sin dejar de mirarme con deseo. Se
montó sobre la cama colocándose entre
mis piernas. Estaba tan ansioso como
yo.
Sin más preámbulos empujó en
mi interior. Ambos gemimos al mismo
tiempo. «Lo sentía tan bien». Balanceó
sus caderas sin parar, llegando cada vez
más adentro. Me hallaba tan encendida
que me desesperé, rodeé su cintura con
mis piernas y, mis dedos se aferraron a
su cabello. Sus labios besaron mi cuello
mientras me penetraba una y otra vez,
acelerando cada vez más el movimiento.
—¿Te gusta Mía? —jadeó en mi
oreja. Alzó el rostro y al cruzarse
nuestras miradas, pude ver sus ojos,
tintados con un azul tan oscuro como el
cobalto.
—Me encanta —le susurré antes
de besarlo con desenfreno.
Mi cuerpo hizo erupción en
medio de un grito de placer. No pude
detener por mucho tiempo mi orgasmo,
sentí escalofríos recorrer todo mi
cuerpo. Cerré los ojos satisfecha, una
sensación de paz invadió mi alma. Un
segundo más tarde escuché a Connor
gritar mi nombre mientras empujó con
fuerza por última vez. «Los dos
habíamos alcanzado el clímax y eso era
lo único que me importa en ese
momento».
Ya tendría tiempo de pensar en
las graves consecuencias que ese hecho
acarrearía en mi vida.
Capítulo 6

Parpadeé un par de veces


tratando de adaptarme a la claridad. Un
rayo de sol me dio directo en el ojo
izquierdo. Uff, tenía un dolor de cabeza
tremendo. Busqué el móvil con la
mirada y lo vi sobre la mesita de noche.
La alarma sonaba sin parar. Debía
apurarme si quería tomar el desayuno
con el resto de los asistentes.
Miré a mi lado, pero no hallé
rastros de Connor. Tuve la esperanza de
que se quedara y amaneciera conmigo,
pero una vez más me equivocaba con él.
Me levanté con dificultad para
darme un baño y arrancarme el sueño.
El recuerdo de la noche anterior
vino a mi memoria mientras me alistaba.
Suspiré y sonreí. Por primera vez, en
mucho tiempo, me sentía realmente feliz
a pesar de la incertidumbre.
No sé cómo lo hice, pero pude
estar lista a tiempo para asistir al buffet.
—¡Mía!, te estoy apartando
puesto en mi mesa —me avisó Mónica,
cuando salió de la fila acompañada de
Tony. Me miró con ansiedad, de seguro
quería preguntarme por lo ocurrido la
noche anterior. «Oh, por Dios, no me
quería sentar con ella», tenía que
escapar de alguna forma, no me sentía
preparada para hablar acerca de Connor.
Me serví una ración de fruta con
una tostada, después del malestar de
anoche, el estómago aún lo tenía
sensible. Antes de salir de la fila alguien
me dio un ligero apretón en el brazo.
—Mía, ¿cómo estás?, que
alegría verte. —Era Martha la antigua
amiga de mi padre, «¡qué alivio!». Ella
era la excusa perfecta para escapar de
Mónica.
—Bien, que bueno verte.
Siéntate conmigo, ¿te parece bien? —
Esperé su respuesta con interés.
—Me parece perfecto. Vamos ya
tengo todo lo que necesito —aseguró y
ambas sonreímos al mismo tiempo y
caminamos a una mesa pequeña ubicada
en un costado. Le hice una seña a
Mónica para decirle que me sentaría con
Martha, me resultó graciosa la mueca de
desilusión de mi amiga—¿Robert ya está
aquí? —preguntó con ilusión, podía
notar cómo sus ojos brillaban cada vez
que hablaba de papá, era evidente que le
gustaba mi padre.
—No, él llega esta tarde, viene
para la entrega de los premios. Le toca
dar un discurso —Martha sonrió con
satisfacción confirmando mis sospechas.
Hablamos de trivialidades sobre
la conferencia, ella era una mujer muy
simpática, dulce y amable, pero sabía
que no era el tipo que a mi padre le
gustaba, al menos eso creía.
—Me tengo que ir Mía, me ha
gustado hablar contigo —dijo a modo de
despedida. Se acercaba la hora de la
primera charla. Me levanté al mismo
tiempo que ella.
—Caminemos juntas —le dije,
aún no quería encontrarme con ninguno
de los chicos con los que fui al Pub. En
el pasillo nos separamos, con la
promesa de vernos más tarde.
Entré a la clase, dispuesta a
prestar atención, pero mi traidora
memoria no paraba de recordarme la
noche anterior. Aún sentía los fuertes
brazos de Connor rodeándome, y la
intensidad de sus besos. ¡Mmm! y ese
movimiento implacable de sus
caderas…
El móvil vibró, avisándome la
entrada de un mensaje de texto. Al
revisar la pantalla y comprobar que era
Oliver suspiré.
¿Cómo pude haber sido capaz de
olvidarme de él? Mi novio, mi amante,
mi confidente. ¿En qué clase de persona
me estaba convirtiendo?
Oliver: Hola princesa, ¿qué
haces?
Mía: En clase, ¿y tú?
Oliver: En el despacho, full de
trabajo.
Mía: Papá llega esta tarde.
Oliver: Que bueno. Me haces
falta. Contando las horas para verte.
No podía contestarle de manera
cariñosa, no tenía la fuerza necesaria
para mentirle. «¡Maldición!, ¿ahora qué
iba a hacer con él y con nuestra
relación?, me sentía fatal.
Mía: Faltan pocos días para que
regrese. Te escribo más tarde, me tengo
que ir.
Guardé el móvil en el bolso, no
tenía sentido atormentarme en ese
momento. Fije mi vista en el doctor
Cohen quien estaba dando su charla. Al
menos ese tema me interesaba, era
acerca de la pediatría en tiempos
modernos. Mi especialidad.
Al final de la mañana, chequeé
el móvil notando que tenía un mensaje
de voz de David Rodríguez, el detective
que Oliver me había recomendado para
que llevara el caso de mi madre. Me
emocionaba saber de él, seguro tenía
alguna noticia. Era la primera vez que se
ponía en contacto conmigo.
Lo escuché, decía que tenía algo
importante que entregarme.
«¿Entregarme, pero que sería?».
No podía soportar la intriga, decidí salir
a llamarlo desde el pasillo del hotel.
—¿Hablo con David Rodríguez?
—esperé impaciente su respuesta.
—Sí, ¿en que la puedo ayudar?
—Su voz era gruesa y tranquila.
—Le habla Mía, Mía Watts,
acabo de escuchar su mensaje de voz,
¿dice que tiene algo que entregarme?
—Así es, tengo algo que le va a
interesar.
—Señor Rodríguez, el problema
es que no me encuentro en Nueva York,
estoy en Dallas asistiendo a un
congreso.
—Estoy al tanto, y justo por eso
la he llamado, yo también me encuentro
en Dallas, cerca del hotel donde se
aloja. Lo que he venido a buscar está
relacionado con su caso.
No lo podía creer, eso sí que era
una sorpresa. Quedamos de acuerdo
para encontrarnos en una cafetería
cercana. Decidí saltarme la charla de la
tarde, para verme con él. El tema de mi
madre era más importante. Me escabullí
por las escaleras y salí por el lobby sin
ser vista por alguno de los
organizadores del evento, no quería dar
explicaciones.
Llegué a la cafetería acordada, y
eché un vistazo corroborando que el
detective no había llegado aún. Divisé
una mesa desocupada al fondo del local
y me dirigí a ella para sentarme. Dos
minutos más tarde abrió la puerta y vi al
sujeto moreno de cabello rapado tipo
militar bajo el marco, barriendo la
estancia con la mirada. Me estaba
buscando. Le hice señas con una mano
para que me divisara.
—Buenas tardes señorita Watts
—me saludó al acercarse, ofreciéndome
su mano.
—Buenas tardes señor
Rodríguez. —Le di un ligero apretón y
se sentó frente a mí.
—Por favor, llámame David, me
siento como un viejo cuando me dices
señor. —Le sonreí y asentí con la
cabeza.
—Está bien, yo te llamo David,
si tú me llamas Mía, ¿de acuerdo? —Él
aprobó satisfecho la propuesta.
—De acuerdo… —Cuando
estuvo a punto de decirme algo,
apareció junto a nosotros la camarera.
—¿Desean ordenar? —preguntó
con una sonrisa exagerada. Ordenamos
dos cafés, la mujer lo anotó en una
libreta y desapareció.
—Me gustaría ir al grano, Mía
—asentí con ansiedad, estaba tan
emocionada que no era capaz de
pronunciar palabras—Tu madre, la
señora Elizabeth Benson, era de Nueva
York. —Me llevé una mano a la boca,
no lo podía creer, ¿habíamos vivido
siempre en la misma ciudad?—Tengo
más. —Moví la cabeza tratando de
enfocarme, la camarera apareció
dejando los cafés sobre la mesa.
—Por favor David. Dime todo lo
que sepas, estoy impaciente —insistí al
quedar de nuevo solos. La emoción que
sentía hacía que mi corazón se
acelerara.
—Elizabeth fue fotógrafa —
anunció antes de darle un sorbo a su taza
—Se mudó a Dallas después de tenerte.
—Dijiste que fue fotógrafa, ¿eso
quiere decir que está muerta? —indagué
con angustia, tenía la esperanza de que
ella estuviera viva. Necesitaba que
respondiera a mis preguntas…
David tomó de nuevo la taza de
café y le dio otro trago.
—Sí. Lo siento, Mía. —Una
lágrima rodó por mi mejilla, pero
contuve mis emociones. Le hice una
seña con la mano para que prosiguiera
—Ella murió hace veinticuatro años. —
David me ofreció una servilleta. La
tomé sin protestar para secar mis ojos.
Mi madre murió cuando yo apenas tenía
dos años. ¿Papá sabrá?— Ella dejó esto
para ti.
Miré sorprendida la caja de
color marrón que David me ofrecía.
Estaba envuelta con una cinta rosa. La
tomé con manos temblorosas pero
enseguida la guardé en el bolso.
—¿Puedo preguntarte quien te la
dio? —indagué, ya más resignada.
—No sería profesional de mi
parte revelar la fuente, al menos no sin
consentimiento. Te aconsejo que revises
el paquete completo, cualquier otra
información que encuentre te la haré
llegar —«¿Eso era todo?».
—Discúlpame, David, pero me
muero de la curiosidad, ¿se trata de
algún familiar con el que me pueda
poner en contacto? —Tenía la esperanza
que me dijera que sí.
—No. lo siento, Mía. Por ahora
no puedo decirte más, pero sigo
trabajando en el caso. —Lo vi sacar del
bolsillo de su pantalón un billete de
veinte dólares, y lo dejó sobre la mesa
para dejar pagos lo cafés—No te quito
más tiempo, tengo que ir al aeropuerto,
regreso a Nueva York esta misma tarde.
—Nos estrechamos las manos—Estamos
en contacto.
—Gracias David, gracias por
todo —fue lo único que le pude decir
antes de que él se girara y desapareciera
a pasos agigantados del local. Había
quedado tan impactada por aquella
noticia que no podía reaccionar. Miraba
el bolso con angustia, ¿Qué habrá dentro
de la caja? ¿Qué me dejó mi madre?
¿Por qué me había abandonado?
El sonido de un mensaje de texto
me sacó de mis cavilaciones.
Robert: Acabo de llegar, estoy
en el bar del hotel. Te espero.
Mía: Dame treinta minutos, ¿todo
bien?
Robert: Todo bien hija, no te
preocupes.
Suspiré hondo después de
recibir ese mensaje. ¿Mi padre estaba
enterado de lo ocurrido con mi madre?
Y si fuera así, ¿Por qué me lo ocultó por
tanto tiempo? Inquieta coloqué el bolso
sobre mis piernas, lo abrí y saqué la
caja marrón. La acaricié con el pulgar.
¿Qué podrá haber aquí, quizás fotos, o
tal vez cartas? Exhalé con fuerza, y
volví a guardarla. No podía abrirla. Aún
no estaba preparada para enfrentarme a
la razón de los silencios con respecto a
mi madre. Era una estúpida y una
cobarde.
Molesta conmigo misma, me
levanté de la mesa y me colgué el bolso
en uno de mis hombros. Salí al exterior
para dirigirme al hotel. Papá me
esperaba.
Caminé sin apuro, recibiendo
una brisa fría que alborota mi cabello.
Me reproché por no haber tomado la
chaqueta al salir, pero fue poco lo que
pude pensar cuando llamé al detective.
El recuerdo de la conversación
con David se repetía una y otra vez en
mi cabeza: «Murió hace veinticuatro
años», ¿cómo era posible que mi padre
callara por tantos años una noticia como
esta? Estaba casi segura de que él debía
estar al tanto.
No sé cómo llegué a la entrada
del bar del hotel, estaba tan sumida en
mis pensamientos…
Recorrí la barra con la mirada
hasta hallar a mi padre, que hablaba con
Martha. Como estaba de espalda y no
podía verme, me acerqué y cubrí sus
ojos con mis manos.
—¡Mía! —exclamó enseguida y
se giró hacia mí con una gran sonrisa
para saludarme con un beso en la
mejilla.
—Hola Martha, ¿puedo sentarme
con ustedes? —pregunté aunque ya sabía
la respuesta.
—Claro que sí, hija. Tengo casi
una hora esperándote. —¿Me había
tomado tanto tiempo reunirme con el
detective y llegar al hotel? Para mí ese
instante de mi vida había ocurrido
demasiado rápido.
Martha esperó que yo tomara
asiento para ella levantarse de su
banqueta.
—Debo irme. Me ofrecí a ser
apoyo logístico en el evento de esta
noche. Tengo que verificar que no falte
nada —justificó antes de darle un abrazo
a papá como despedida—Eres un
hombre con suerte Robert. Tienes una
hija adorable.
La sonrisa de papá aumentó de
manera significativa mientras apretaba
mi mano, se sentía satisfecho. Al
marcharse, Martha y él compartieron una
mirada cómplice, que yo no pude
entender, pero que era evidente que para
ellos tenía un gran significado.
Cuando la mujer se alejó, mi
padre se giró hacia mí con un semblante
cariñoso en el rostro.
—Hija, estas hermosa, como
siempre. —Robert era un adulador nato
— ¿Quieres tomar algo?
—Sí, un Martini de manzana —
le dije sonriendo. Necesitaba una bebida
fuerte que me regresara el ánimo. Estaba
tentada a enseñarle la caja que me había
dejado Elizabeth, pero eso requería
darle antes algunas explicaciones y que
él me diera muchas otras. No era ni el
momento ni el lugar indicado para
hablar del tema, ya encontraría una
oportunidad.
Mientras pedía mi bebida y otro
vaso de whisky para él, noté como
cambiaban las facciones de su rostro.
Ahora se le veía preocupado, algo le
sucedía. Lo confirmé cuando me encaró
de nuevo y forzó una sonrisa.
—¿Todo bien papá?, te vez raro.
—Frunció el ceño y negó con la cabeza.
—Imaginaciones tuyas hija,
estoy bien. Cuéntame, ¿cómo te ha ido
en la conferencia? —Enseguida me
cambió el tema, sabía que yo insistiría
en conocer su estado, pero ese día se
equivocaba, prefería hablar de otras
cosas.
La conversación se extendió por
casi una hora mientras picábamos algo
de comer, intentaba hacerle una versión
resumida de las clases recibidas,
omitiendo los encuentros con Connor y
la reunión con el investigador.
—¿¡Robert, Robert Watts!? —
Una voz potente y profunda retumbó en
mis oídos y me erizó por completo.
—¡Connor!, hermano, que
agradable sorpresa. —Papá se levantó
del taburete para recibirlo con un fuerte
abrazo. Yo intentaba calmarme,
controlando así todas mis emociones.
—Qué alegría, años sin verte —
alegó Connor con descaro. «¿Acaso no
fue él quien desapareció de nuestras
vidas como un ladrón?».
—Mía, no me dijiste que Robert
vendría.
«¿Me estaba reprochando algo?
». Me giré hacia él y lo fulminé con la
mirada, pero el muy fresco sonreía con
tanta gracia que despertó en mí el mal
humor. No había en él una mirada
cariñosa, ni un gesto cómplice. ¡Nada!
Parecía que lo ocurrido la noche
anterior no había sido más que una de
sus aventuras.
—¿Ustedes ya se habían visto?
—preguntó mi padre con interés.
—Veníamos en el mismo vuelo,
¿no te parece una coincidencia? —
agregó Connor, con una mirada pícara.
—Hija, eso no me lo habías
contado. —Negué con la cabeza harta de
aquella conversación.
—No hay nada que contar, papá.
—Me levanto con intensión de
marcharme, me sentía cansada—Los
dejo para que se pongan al día, ocho
años es mucho tiempo —presumí con
malicia. Papá me detuvo tomándome del
brazo.
—No, no, no señorita. No te he
visto en días y a Connor en años, así que
vamos a celebrar que nos hemos vuelto
a encontrar —sentenció antes de hacerle
señas al chico de la barra para pedir
otra ronda de bebidas—Connor, espero
no te moleste que te haya pedido para ti
lo mismo que estoy tomando.
Resoplé con indignación, y me
acomodé con fastidio en la silla, no
tenía escapatoria, «por lo menos lo
había intentado».
Al escucharlos hablar de trabajo,
dediqué mi interés en revisar mis
correos electrónicos en el móvil. Con
disimilo lancé de vez en cuando miradas
hacia Connor. Esa tarde lucía más
apuesto que el día anterior. Tal vez era
el color de su traje, o el de su corbata,
lo que hacía resaltar el azul hipnótico de
sus ojos. Lo que me enfermaba era la
frialdad con la que me trataba. Si bien
no era prudente que hiciera comentarios
delante de mi padre, no existía ni una
sola mirada de anhelo de su parte.
—Cuéntame Connor, ¿dónde te
has metido todos estos años?—«Que
buena pregunta, gracias papá».
—He estado viviendo en Dallas.
—Me tomé de un solo trago todo lo que
quedaba en mi copa, y luego le hice
señas al barman para que la rellenara
de nuevo. Estaba ansiosa por escuchar
su historia—Pero tengo ganas de volver
a Nueva York. —Sus palabras estallaron
en mi cabeza. «¿Lo decía en serio, o
solo quería ver mi reacción?».
—Si decides volver me ofrezco
para lo que necesites, cuenta conmigo —
expresó mi padre—Es más, tengo una
plaza vacante en este momento en el
hospital. Si te interesa, avísame. —Lo
miré sorprendida. Él nunca hacía ese
tipo de ofrecimientos. Se notaba que aún
apreciaba a Connor.
—Lo pensaré Robert, gracias
por la oferta. —La inquietud me invadió
de nuevo, vi mi reloj de pulsera
percatándome que estábamos sobre la
hora para el inicio del discurso que
daría mi padre.
—Siento ser una aguafiestas,
pero tenemos que irnos. La entrega de
premios comienza en quince minutos —
argumenté apresurada mientras me
levantaba de la banqueta.
Connor pidió la cuenta, y papá
comenzó a quejarse porque él también
quería pagar las bebidas. Los dejé solos
en su discusión y caminé hasta el
pasillo, pero pronto me alcanzaron para
entrar al salón de conferencias.
Martha nos esperaba en la
entrada, muy sonriente. Se enganchó del
brazo de mi padre para dirigirlo a una
zona reservada. Me despedí de él con la
mano y me dirigí a una silla ubicada al
final. La sala estaba repleta.
—Quiero verte esta noche —me
susurró Connor al sentarse a mi lado. No
pude evitar sentir un calor recorrerme
toda.
Giré el rostro hacia él y me
perdí en el mar azul de sus ojos. «¿De
verdad quería estar conmigo?
¿Regresaría a Nueva York? ¿Volvería a
ignorarme como lo hizo en el pasado? Y
si no lo hacía, ¿yo sería capaz de
mantener una relación con él? ¿Qué
pasaría con Oliver?».
Él estuvo a punto de agregar algo
más, pero el miedo me invadió. Las
dudas y la incertidumbre llenaron mi
cabeza. Coloqué mi dedo índice sobre
sus labios no podría soportar alguna
nueva promesa de su parte. Necesitaba
pensar.
Regresé la mirada al frente
viendo como mi padre subía al
escenario en medio de aplausos, e
intentando serenar mis emociones.
Segundos después Connor tomó con
disimulo mi mano.
No tenía la menor idea de lo que
sucedería mañana, pero ese momento
quería disfrutarlo al máximo, sentir el
calor de su tacto y la seguridad de su
presencia.
Capítulo 7

Al terminar el evento, me levanté


de la silla para alejarme un poco de
Connor. Mi padre se acercaba y, no
quería que supiera lo que ocurría entre
nosotros.
—¿Tienen hambre? —Preguntó
al estar frente a mí—Aún queda tiempo
para la cena, pero no sé si fue el whisky
lo que me despertó un apetito feroz.
Creo que puedo comer hasta un toro
tejano. —Los tres reímos por la
ocurrencia, papá tenía un especial
sentido del humor.
—Si puedes aguantar un poco,
me gustaría que ambos vinieran a comer
a mi casa, ¿qué dicen? —Papá me miró
de inmediato, animado por la invitación.
—Por mí perfecto. ¿Hija tú qué
dices? —Los dos me observaron con
ansiedad. Sonrío, porque parecían unos
niños en espera de una aprobación para
realizar una travesura.
—Mañana es el último día del
congreso y quisiera descansar para
levantarme temprano —alegué. Ir a casa
de Connor significaba entrar en su
mundo, conocer aún más la vida que
había llevado, y tenía miedo a
enfrentarme con lo desconocido. No
sabía cómo aquello podría afectarme.
Pero papá quería pasar más tiempo con
Connor y conmigo antes de volver a
Nueva York, no podía negarme más—
Está bien, pero me tienen que dar tiempo
para cambiarme, ¿trato hecho? —Ambos
asintieron con resignación.
—¡Mujeres!, anda a cambiarte,
te esperamos en el bar. Pero por favor,
no te tardes hija.
—Lo prometo —aseguré antes
de lanzarle a mi padre un beso con la
mano mientras me alejaba.
Caminé lo más rápido posible.
Subía al ascensor cuando mi móvil sonó
dentro del bolso por la llegada de un
mensaje de texto. Era Allison mi mejor
amiga. Una chica estupenda, madre de
unas gemelas preciosas, trabajadora,
brillante y muy hermosa, además era mi
vecina.
Allison: Me tienes abandonada.
Mía: Estoy en Dallas, ¿no te
acuerdas?
Allison: Y que tal mandarle a tu
mejor amiga un mensaje de texto, digo
para saludar…
Mía: Soy la peor, no me lo
recuerdes.
Allison: ¿Cuándo regresas?
Mía: Pasado mañana, en el
primer vuelo. Tengo algo importante que
contarte.
Allison: Adelántame algo, no me
dejes en ascuas.
Mía: Es acerca de Connor.
Allison: ¿Tu amor de la
adolescencia?
Mía: Sí, está aquí en el
congreso. Estoy tan confundida.
Allison: Tranquila, hablamos
cuando regreses.
Me despedí de mi amiga justo
antes de entrar en la habitación y
enseguida me pongo manos a la obra
para asearme y cambiarme de ropa. Me
puse unos jeans, una blusa manga larga
negra, y me cambié los accesorios por
unos más juveniles. Cepillé mi cabello,
dejándomelo suelto y retoqué mi
maquillaje.
«Te vez linda Mía», me dije
mientras me vi reflejada en el espejo,
«no tienes por qué preocuparte. Además,
¿qué puede pasar?, tu padre te
acompaña», recordé para tranquilizar
mis nervios. Aquella no sería una cita
romántica con Connor, sino una especie
de cena familiar como en los viejos
tiempos, sin ningún tipo de compromiso.
Tomé el bolso y salí de la
habitación rumbo al bar. Al llegar al
lobby entró una llamada a mi móvil.
—Cambio de planes, hija,
estaremos afuera, esperándote frente al
hotel, en un todoterreno… —hizo una
pausa para preguntarle a Connor de qué
color y marca era su coche—Es un
Range Rover Sport de color negro, ¿te
falta mucho?
—Estoy saliendo del hotel,
tranquilo, desde aquí los veo.
Cambié mi dirección y caminé
hacia las puertas acristaladas de la
entrada. Los dos estaban sentados en la
parte delantera del auto, pero Connor
salió para abrirme la puerta, con una
sonrisa dibujada en los labios.
«¡Ahh, era todo un caballero!
Que alguien me recoja, me he
derretido».
—Estas hermosa Mía, ha valido
la pena esperar —dijo mientras abrió la
puerta, afincando una mirada seductora
en mí.
—Gracias —pestañeo con
coquetería, antes de deslizarme en el
asiento de cuero. Él cerró la puerta con
cuidado y volvió a su puesto detrás del
volante.
Estábamos juntos como en los
viejos tiempos. Suspiré de felicidad.
Connor encendió la radio y durante el
viaje, él y mi padre conversan y ríen.
Fijé mi atención en el camino, y en la
música que sonaba en el estéreo. Por
primera vez en ese día pude relajarme,
había sido de locos. Entre las
actividades de la conferencia, la reunión
con el investigador y el encuentro con
mi padre, no había parado. Sin
mencionar las emociones encontradas
que Connor producía en mí.
—¿Todo bien Mía? —preguntó
Connor y me miró por el espejo
retrovisor.
—Todo bien gracias —hice una
pausa y observé con admiración el
interior del todoterreno, acariciando la
tapicería—Tienes un auto hermoso.
—¿Te gusta? —indagó
sorprendido.
—¿No lo sabías?, es el favorito
de Mía. De niña siempre quiso que
comprara uno, pero tú me conoces, soy
más de autos deportivos.
Connor sonrió complacido y
volvió a mirarme por el retrovisor.
—Cuando quieras Mía, el auto
está a la orden —dijo guiñándome un
ojo, le agradecí con una sonrisa y centré
de nuevo mi atención en el camino.
Veinte minutos más tarde Connor
se detenía frente a una casa imponente
con una fachada de ladrillos y piedra,
era hermosa y muy grande. La predecía
un porche techado y un inmenso jardín.
Papá se giró con disimulo e
intercambiamos miradas, los dos
estábamos gratamente sorprendidos,
luego se bajó para abrirme la puerta.
Los tres caminamos hacia la entrada de
madera y hierro forjado. Era enorme y
soberbia.
Antes de llegar, la puerta se
abrió, apareciendo una señora de edad
avanzada, alta, delgada y con un cabello
corto lleno de canas.
—Robert, Mía, les presento a
Irma. Ella es mi ayudante en la casa. Sin
esta mujer estaría perdido —confesó
mirándola con ternura. Me acerqué con
papá para saludarla. Irma nos recibió
ruborizada, parecía avergonzada por el
elogio de Connor.
—Pasen por favor —pidió
señalándonos el interior.
—Bienvenidos —completó
Connor mostrándose complacido, al
tiempo que se sacaba la chaqueta para
dejarla sobre una percha, haciéndole un
gesto a papá para que repitiera la
operación.
Seguimos caminando hasta un
salón inmenso que se comunicaba con la
sala, el comedor y la cocina. Una
construcción moderna de espacios
abiertos, donde solo las habitaciones
tienen puertas. Era impresionante.
—Tienes una casa preciosa —
dije con sinceridad mientras admiraba la
decoración rústica con madera y hierro
forjado, muy típico tejano.
—Gracias, pero siéntense por
favor —nos dijo señalando el sofá con
una mano—¿Qué les ofrezco de tomar,
vino… whisky?
—Eso ni se pregunta Connor, yo
quiero un whisky —sentenció mi padre.
—Y yo vino, por favor —pedí
recibiendo una dulce sonrisa de su parte.
Connor se retiró en busca de
nuestras bebidas. Me levanté inquieta,
en dirección a una repisa llena de fotos
familiares. Era mi oportunidad de saber
algo de él.
Quedé sorprendida al ver a
Connor, en casi todas las fotografías
junto a una hermosa niña rubia, pecosa y
de ojos azules. Estaba tan absorta
mirando las imágenes que no sentí
cuando él se me acercó por detrás
parándose muy cerca de mí rodeándome
con uno de sus brazos para entregarme
la copa. Su cálida respiración cayó
sobre mi oreja produciéndome un
intenso calor que me hizo estremecer.
—Doctor Blair, la cena está
servida, pueden pasar a la mesa. —El
aviso de Irma me hizo sobresaltar y lo
obligó a alejarse un paso. Mi padre
había estado ensimismado admirando un
cuadro de un pintor local, por eso no se
percató de la escena.
—Gracias Irma. Pasemos a la
mesa —ordenó él antes de colocar una
de sus manos en la parte baja de mi
espalda, para guiarme.
—Irma, ¿Emma ya cenó? —
consultó Connor mientras nos
sentábamos a la mesa.
¿Emma, quién era Emma?, la
curiosidad me invadió, y un sentimiento
extraño se instaló dentro de mí…
¿Acaso me estaba sintiendo celosa?
«!Oh Dios!, no lo permitas».
—Sí doctor, ella está en su
habitación viendo una película. ¿Quiere
que la llame?
—Aún no, en lo que terminemos
de cenar. Gracias Irma, ya puedes servir.
La cena consistió en estofado de
carne con vegetales. Tuvo un buen
aspecto y un olor insuperable. Al
probarlo quedé encantada. Había sido
tan bueno como el que preparaba mi
abuela Esther.
—Irma, déjeme hacerle un
cumplido: tiene usted un don
privilegiado para la cocina. Este
estofado esta para chuparse los dedos
—alabó papá sin poder para de comer.
Era evidente que le había gustado.
—Gracias —respondió la mujer
con timidez y se retiró.
Terminamos la cena, entre risas y
viejas anécdotas, no podía negar que
había sido un momento agradable.
Finalmente nos fuimos a la sala a charlar
un rato más, pero Connor no se sentó
con nosotros.
—Vengo en un momento, quiero
que conozcan a alguien. —Desapareció
por un pasillo lateral.
—¿Sabes de quien se trata? —
pregunté intrigadísima a mi padre. El
corazón comenzó a latirme con fuerza.
—No tengo la menor idea, pero
parece importante —concluyó él sin
mucho interés. Yo por el contrario, me
sentía frustrada. Estaba segura que
Connor tenía una vida, era estúpido
pensar que había pasado tantos años
solo.
Mis temores se sosegaron al
verlo aparecer con una niña en brazos.
¿Era la misma de la foto?
A medida que avanzaban
distingo con más claridad su rostro. «Sí,
sí era ella». Eso me tranquilizó.
—Les presento a mi hija Emma
—anunció él con orgullo mientras la
colocaba en el suelo. La niña enseguida
se escondió tras de las piernas de su
padre, asomando su cabellera rubia por
un costado.
—Me llamo Robert —se
adelantó mi padre para presentarse,
levantándose del sofá, inclinándose para
quedar a su altura. Emma salió poco a
poco de su escondite improvisado—
¿Cómo te llamas? —Preguntó con
dulzura, extendiéndole la mano. Ella se
la estrechó un poco insegura, pero la
sonrisa amistosa de mi padre la hizo
sonreír también.
—Em… Emma —habló y
caminó hacia mí—¿Tú cómo te llamas?
—me preguntó mientras me sonreía con
dulzura.
—Mía —le contesto. Mi mano
se fue sola y le agarré un mechón de su
rubio cabello—Me gusta tu cabello,
Emma. Es muy bonito.
—Gracias —expresó con las
mejillas llenas de rubor, creo que era un
poco tímida—¿Quieres jugar conmigo?
Podemos jugar a peinarnos, ¿quieres? —
insistió mostrándome la carita más
tierna que había visto en mi vida.
—¡Emma! —Connor la
reprendió.
—No pasa nada —alegué en su
defensa—Anda Emma, busca lo que
necesitemos para peinarnos. Te espero
aquí, ¿te parece? —Ella sonrió
emocionada. Pude comprobar que sus
ojos eran del mismo tono azul de su
papá y brillaban llenos de inocencia.
—¡Sííí!—gritó con alegría antes
de correr hacia el pasillo. Todos reímos
por su reacción, la energía que tenía era
tremenda.
—Discúlpame, Connor —dijo
papá con cierta incomodidad—¿Dónde
está la mamá de Emma?
Suspiré aliviada. Esa duda
torturaba mi alma desde el instante en
que Connor nos había presentado a la
niña. «Gracias por preguntar papá, eres
lo máximo».
—No te preocupes, Robert,
entiendo que quieras saber. La mamá de
Emma murió hace tres años. —
Automáticamente me llevé una mano al
pecho, no esperaba esa respuesta. Sentí
pena por la niña, sabía muy bien lo que
era crecer sin una madre.
Emma apareció sonriendo con
una caja llena de accesorios para el
cabello en las manos, y por supuesto,
con un cepillo.
Nos sentamos todos en los sofás
para charlar mientras le hacía una trenza
tipo espiga a Emma, tenía un cabello
liso y largo hasta casi rozarle la cintura,
además era muy sedoso. Una hora más
tarde, mi padre comenzó a bostezar. Se
le veía cansado.
Irma apareció con la intención
de llevarse a Emma. Era su hora de
dormir.
—Papi, quiero que Mía me lea
un cuento, por fis... —La niña colocó
sus manitos juntas en señal de súplica.
—Estas abusando de Mía,
Emma. —Connor me miró, esperando
que dijera algo, para evitar que ella
insistiera, pero yo no me podía negar
ante el ruego de esos ojitos azules.
—Te leeré un cuento. Vamos,
Emma. Enséñame el camino a tu
habitación. —Se despidió de su padre
con un beso y de mi papá con la manito.
Finalmente me tomó de la mano
para caminar juntas por el pasillo lateral
acompañadas de Irma. Con rapidez
llegamos a su habitación, un lugar
espacioso con paredes pintadas de color
púrpura, cortinas de corazones con
diferentes colores y repleto de peluches,
muñecas y libros.
Con la asesoría de Irma la ayudé
a ponerse el pijama de princesas color
rosa, y la señora la llevó al baño para
asearse. Al salir hacia la cama Emma
primero se dirigió a su pequeña
biblioteca en busca de un libro. Cuando
al fin estuvo bajo las sábanas, me
acomodé a su lado. Irma al ver que la
niña estaba preparada para dormir, se
despidió de mí y se retiró, dejándonos
solas para la lectura del cuento.
Tomé el libro y revisé su
portada. La historia se llamaba Las
Hadas de las Galletas de Chocolate.
Mientras se lo leía acariciaba su
cabecita, esa era una técnica infalible
que mi amiga Allison me había
confesado que practicaba con sus dos
pequeñas.
Emma se durmió enseguida,
pegadita a mí. Al terminar la historia me
levanté de la cama con cuidado, para no
despertarla, y le bajé la intensidad a la
lámpara ubicada sobre la mesita de
noche, como me lo había explicado Irma
antes de irse.
Me dirigí a la puerta,
sorprendiéndome por encontrar a
Connor esperándome apoyado del
marco. «¿Cuánto tiempo había estado
allí?».
—Gracias Mía. —Su comentario
me conmovió. Desvié la mirada, para
que él no notara que mis ojos se habían
llenado de lágrimas. «¿Pero que me
estaba pasando? ¿Por qué me sentía tan
sensible?».
—Mejor salgo ya, seguro papá
se quedó dormido —le dije cambiando
de tema y me traté de escabullir con
rapidez en dirección a la sala.
Pero mi cintura fue atrapada por
las fuertes manos de Connor. Me giró
hacia él y me mordisqueó el labio
inferior con suavidad.
—¿Por qué tan apurada? —
preguntó sobre mis labios antes de
apoderarse de ellos con dulzura. Los
dos nos fundimos en un beso cargado de
pasión, me sentía tan bien cuando estaba
entre sus brazos que no podía evitar
corresponderle. Luego bajó su boca
hasta mi cuello y un gemido se escapó
de mi garganta.
Me había excitado, sentía como
un escalofrío recorría mi piel
placenteramente. Sus manos subieron
por mi espalda y me acariciaron con
fervor. Volvió a tomar mi boca, esta vez
el beso fue desesperado, nuestras
respiraciones se aceleraron, estaba tan
enajenada por la bruma del deseo que
detenerme no era una opción.
Nuestros ojos se encontraron en
el momento que liberó mis labios, sentía
que me falta el aire. Vi ardor y propósito
en su mirada.
—Connor… —las risas de mi
padre y, Irma nos traen de vuelta al
momento. Trato de separarme, pero él
me lo impide.
—Te deseo Mía —la tensión
creció entre nosotros—No quiero que
regreses a Nueva York. —Sus palabras
me sorprendieron de tal forma que no
me molesto en ocultar mi confusión.
Quería salir corriendo de toda
aquella situación. Enfrentarme a mi
realidad cada vez estaba más cerca.
Volver a mi rutinaria vida era un hecho
del que no podía escapar.
—Me tengo que ir… —Le digo
negando con la cabeza—No hagas esto
Connor. No me pidas que me quede. —
Me zafo de su agarre y me encamino a la
sala a encontrarme con mi padre.
Capítulo 8

Me dirigí a la sala lo más rápido


posible. La respiración aún la tenía
agitada, y el corazón inquieto por los
besos que me había dado Connor.
Disimulé lo mejor que pude mi estado
antes de encontrarme con mi padre, que
se hallaba tomando café con Irma,
conversando trivialidades sobre el
clima de Dallas.
—Papá, tenemos que irnos —
dije apenas llegué a su lado. Connor
rodeó el sofá y se detuvo tras mi padre y
frente a mí, para fulminarme con la
mirada. Enseguida desvié la vista para
ignorarlo.
—No es tan tarde todavía —
alegó desconcertado, pero al ver mi
postura fría prefirió ceder—Estoy
bromeando, hija. Bueno, Connor, ya Mía
lo dijo: tenemos que irnos. Pídenos un
taxi, por favor. —Connor apretó la
mandíbula antes de ir en busca de las
llaves de su auto, y de la chaqueta de mi
padre.
—Yo los llevaré, Robert, y no
acepto replicas —dictaminó con
severidad.
—Gracias, Irma. Por la atención
y por tan excelente comida. —Me
apresuré a decir al verlo actuar con
rapidez. Estaba visiblemente enojado.
Se acercó a mí y me tomó del codo para
guiarme a la puerta. Mi padre nos seguía
en completo silencio.
El camino al hotel fue tranquilo,
con solo la voz de mi padre sonando
dentro del todoterreno mientras le
narraba a Connor algunas anécdotas del
trabajo.
La despedida fue bastante fría,
para que mi padre no notara lo que había
ocurrido entre nosotros. Me acerqué a
Connor para darle un beso en la mejilla.
Él se aproximó a mí más de la cuenta,
poco le faltó para abrazarme, pero
enseguida me alejé, sintiendo un roce en
el brazo. Sé que Connor hubiera sido
capaz de detenerme y girarme para
besarme del mismo modo en que lo
había hecho en su casa. El respeto por
mi padre fue lo único que lo cohibió.
Aproveché esa excusa para
apartarme lo más que pude de él, y
arrastrar a mi padre al interior del hotel,
para regresar a mi habitación.
Al día siguiente fui al comedor
para el desayuno, y hallé a papá sentado
en una mesa, tomándose un café y
leyendo el diario. Me acerqué
saludándolo con un beso en la mejilla.
—Buenos días papá, ¿estás
bien? —pregunté, al notar su rostro
serio y algo tenso—¿Por qué tienes esa
cara?, me preocupas. —Él resopló,
estaba molesto y al parecer era conmigo.
«Oh Dios ayúdame».
—¿De verdad quieres saber el
motivo Mía? —No me llamaba hija, eso
era una mala señal.
—Sí —respondí aunque para ser
sincera, ya no estaba segura de querer
saberlo. Su mirada severa me intimidó.
—Se puede saber, señorita, ¿por
qué has contratado los servicios de un
investigador privado? —«¡Oh no!», me
había descubierto—David Rodríguez,
¿te suena?
—Bueno, papá… —Jugué con la
servilleta que estaba sobre la mesa
—.Oliver me lo recomendó, le conté que
estaba tratando de averiguar el paradero
de Elizabeth Benson, y él me ayudó
contactando a David Rodríguez. Eso es
todo.
—¡Eso es todo!, pero Mía. —Él
tomó una bocanada de aire y dejó el
diario sobre la mesa. Estaba furioso,
nunca lo había visto así—¿Por qué lo
has hecho a mis espaldas? ¿Por qué me
tengo que enterar por un extraño y no
por ti? Ese sujeto llamó al departamento
ayer, antes que saliera al aeropuerto y
me dijo que te andaba buscando. —Me
miró decepcionado, «lo había
defraudado. Me sentía terrible». No
podía contener las lágrimas. Una de
ellas corrió por mi mejilla, tomé una
servilleta para secarla.
—Papá, por favor. No te
molestes conmigo —le pedí con un leve
temblor en la voz. «¡Maldición!,
defraudarlo no era mi intensión».
—Basta hija, no te pongas así,
cálmate por favor. —Mi padre tomó una
de mis manos entre las suyas—Creo que
se me ha pasado lo mano.
—Buenos días. —El saludo de
Martha interrumpe nuestra conversación,
pero al ver nuestros rostros
contrariados, rápidamente se da cuenta
que algo sucedía—Disculpen, creo que
llegué en mal momento.
—No digas tonterías, Martha.
Siéntate por favor —solicitó mi padre
antes de levantarse—Me ha gustado
volver a verte. Quédate con Mía, me
tengo que ir al aeropuerto, tengo un
vuelo que abordar. —Al recordar que
papá se marchaba en pocas horas me
inquieté. No quería que se fuera de esa
manera: molesto conmigo.
—Pero papá, espera… —Él
sonrió con resignación y se acercó para
depositar un beso sobre mi frente.
—No te preocupes, hija, nos
vemos mañana en casa. Ahora no es ni
el momento ni el lugar para tener esta
conversación. —Sin decir más, se alejó
de nosotras. El corazón se me partía al
verlo marcharse cabizbajo. Era mi
derecho conocer sobre mi madre, pero
no quería lastimar a mi padre. Él había
dado su vida por mi bienestar. Mis ojos
volvieron a llenarse de lágrimas, que me
esforcé en reprimir.
—Mía, tranquilízate, toma un
poco de agua —propuso Martha
preocupada, alcanzándome el agua que
mi padre había dejado sobre la mesa.
—Gracias Martha, pero será
mejor que vaya al baño.
—Te acompaño.
Caminamos sin decir una palabra
hasta el cuarto de señoras. Al llegar,
abrí el grifo y me refresqué la cara.
Respiré con fuerza, logrando sentirme un
poco mejor.
—Gracias por acompañarme, ya
estoy más tranquila —Le dije a Martha
mientras me recogía el cabello en una
cola alta.
—No tengo idea de lo que
ocurrió, pero te voy a decir algo, Mía:
todo se soluciona. El amor vence a los
rencores. —Nos abrazamos para luego
despedirnos en el pasillo y tomar
caminos opuestos.
Entré a la sala de conferencias
en un mejor estado, con esa frase
taladrándome la memoria: «el amor
vence los rencores». Sabía que con una
larga conversación lograría que mi
padre me comprendiera y perdonara mi
acción. Él me amaba. Pero ¿podía usar
ese concejo para superar el resto de los
rencores que albergaba mi corazón?
Me consideraba una chica
tranquila, segura y enfocada, con
prioridades determinadas y planes a
seguir, pautas infranqueables y metas
por alcanzar, pero desde que había
llegado a esta ciudad, no había hecho
más que recibir sorpresas que afectaban
mi vida: reencontrarme con Connor,
engañar a Oliver, enterarme de la muerte
de mi madre, recibir un paquete
misterioso de parte de ella que aún no
era capaz de abrir, y por último, esa
discusión con papá. Aquello fue la gota
que derramó el vaso, comenzaba a
sentirme superada por los problemas.
Ese día se realizaron las últimas
actividades del congreso. Muchos de los
asistentes regresaban esa misma noche a
sus ciudades de origen, a mí me tocaba
esperar hasta la mañana siguiente, para
tomar el primer vuelo con rumbo a
Nueva York.
No me sentía con ánimos para
cenar en el restaurante, así que subí a mi
habitación y llamé al servicio de
habitaciones. Ordené una hamburguesa
con papas fritas y una botella de vino.
Aunque no hacían buena combinación
era lo que me provocaba y me ayudaría
a relajarme, olvidarme de lo traidora
que me había vuelto últimamente y
reunir las fuerzas necesarias para abrir
la dichosa caja marrón.
Me duché, para luego vestirme
con el pijama color rosa de pantalón y
camiseta. Casi enseguida llamaron a la
puerta, abrí y deje pasar a la chica
uniformada con el pedido. Mientras ella
colocaba la bandeja sobre el escritorio,
me apresuré en buscar la propina.
Al quedarme sola me tomé mi
tiempo. Sin apuro abrí la botella de
vino, me serví una copa y me la llevé a
los labios. Era un Oporto, dulce y
fuerte, justo lo que necesitaba para
terminar el día. Le di un mordisco a la
hamburguesa y tomé una de las papas.
Me la comí mientras me servía una
segunda copa.
Fui en busca de mi bolso para
sacar el móvil y revisar mi correo
electrónico, pero al ver la caja marrón
cambié de opinión. Lo mejor era salir de
dudas de una buena vez.
—¡Vamos Mía, ánimo! —me dije
en voz alta.
Coloqué la caja sobre la mesa,
justo al lado de la bandeja. De un solo
trago me bebí el vino que quedaba en la
copa, y me serví otra mientras me
sentaba en el escritorio. Acaricié la
cinta rosa aterciopelada y desaté el lazo.
Una sensación extraña se apoderó de mí.
Mis manos torpes y temblorosas se
alejaron de la caja, para pasarlas por mi
cabello húmedo.
Le di un sorbo al vino antes de
atreverme a quitar la tapa. Lo primero
que vi fue una libreta de anotaciones. La
tomé entre mis manos para examinarla
con cuidado. Al abrirla logré leer en la
primera hoja: Diario de Elizabeth
Benson, para Mía Watts.
Lo cerré de golpe sintiendo un
escalofrío. No podía seguir.
Lo metí de nuevo en el bolso y lo
cerré. Fui a la cama y me tumbé boca
arriba en ella, me cubrí el rostro con una
almohada para ahogar un grito de miedo,
ira, y frustración. Me sentía devastada.
Sin más le di rienda suelta a un llanto
que tenía años dentro de mi pecho,
anhelando salir.
Cuatro copas de vino más tarde,
me sentía más calmada gracias al efecto
del licor. Sin embargo, anímicamente
aún estaba derrotada. Al escuchar que
llamaban a la puerta con insistencia,
caminé con paso inestable. Al abrir me
encuentro con Connor. Lo miré y me
lancé sobre él. Quería perderme en sus
brazos, besarlo, y ser suya una vez más
hasta perder la conciencia.
—Mía —dijo algo sorprendido.
Su rostro perfecto estaba serio, y no
quería que estuviera así. Tiré de él hacia
la habitación y cerré la puerta de una
patada—No luces bien, ¿dime que pasa?
—pronunció preocupado, dejándose
llevar, pero yo no quería hablar. Si lo
hacía volvería a llorar y no quería eso.
Le atrapé el rostro entre mis manos y lo
besé con suavidad. Connor me
correspondía rodeando mi cintura,
enseguida pareció reaccionar
separándome—Háblame, Mía dime qué
te pasa.
—No quiero hablar, Connor. —
Me alejé de él, y caminé hasta la mesa
donde estaba la botella de vino para
rellenar mi copa—¿A qué has venido?
—Lo desafié con la mirada mientras
probaba el licor.
—¿Por qué estas tomando? —
Preguntó acercándose a mí.
—¡Que te importa! —Expresé
alzando la voz. Mis emociones estaban a
punto de desbordarse.
—Me importas Mía —alegó con
voz suave, pero al verme dar un nuevo
trago al vino se ofuscó—¡Basta! Dame
esa copa y deja de comportarte como
una niña malcriada. El otro día me
dijiste que eras una mujer,
demuéstramelo. —Me arrebató la copa
de la mano, cogió la botella y tiró todo
en el bote de la basura.
—No me mientas, ¡nunca te he
importado! Ni ahora, mucho menos hace
ocho años. Desapareciste como un
ladrón y jamás volviste. —Me acerqué
enfurecida hacia él y traté de darle una
cachetada, pero su reflejo era más
rápido y logró detenerme.
Aprisionó mi mano acercándome
hacia él. Sus ojos azules brillaron de
una manera diferente. Fríos como el
hielo. Me asustó por un momento, pero
le mantuve la mirada con desafío.
Aquello encendió una hoguera en
nosotros.
Connor se lanzó sobre mi boca,
besándome con desesperación y
mordiendo mi labio inferior.
Me tumbó sobre la cama
observándome con deseo. Lo llamé con
un dedo y con una sonrisa seductora.
Connor se acercó y me quitó los
pantalones de un tirón, apartando a un
lado mi bikini. Yo le abrí las piernas a
modo de invitación. La ansiedad de él
brilló en sus pupilas mientras se
inclinaba y acariciaba mi clítoris con un
dedo.
—Estas mojada y excitada. —Su
voz era más ronca de lo habitual. Me
gustaba demasiado. Mi cuerpo tembló al
verlo desnudarse con premura y rasgar
el envoltorio de un preservativo que
había sacado de su billetera. Estaba tan
excitada que sentía la sangre hirviendo
bajo mi piel—Mira como me pones
Mía, yo también te deseo.
La imagen de su miembro duro y
erecto me hizo agua la boca.
Rápidamente me incorporé para
quitarme la camiseta.
Connor se ubicó sobre mí y me
penetró duro y fuerte. Eso era justo lo
que mi cuerpo necesitaba. Una de sus
manos acarició uno de mis senos y la
otra se aferró a mi cadera para poder
entrar y salir con firmeza. Me dejé
llevar. Estaba volando en el país de la
lujuria y lo único que quería era
prolongar ese momento.
—No pares, dame más, Connor,
¡dame más! —Le rogué en medio de un
estremecimiento. Estaba cerca de caer al
abismo.
—Ahh, Mía, me vuelves loco.
Estás tan apretada. —Mi cuerpo
comenzó a temblar. Sus palabras me
enajenaron—Eres mía, quiero que lo
digas.
—Soy tuya, Connor, solo tuya —
le repetí entre gemidos. Y así era, yo era
suya, y no quería ser de nadie más.
Su movimiento se hizo más
rápido y firme. Los dos estábamos a un
paso de estallar. Mis caderas
adquirieron vida propia. Mi cuerpo
estaba fuera de control.
Grité su nombre y él el mío
cuando nos vino el orgasmo al mismo
tiempo. Me aferré a su cuello. Quería
grabar ese momento en mi memoria,
había sido el mejor sexo de mi vida y
sabía muy bien que a partir del siguiente
día solo el recuerdo me acompañaría.
Capítulo 9

El aeropuerto de Dallas estaba


abarrotado de gente. Era el día de
acción de gracias, muchas personas
viajaban para pasarlo con sus
familiares. En mi caso estaba
regresando a casa después de asistir al
congreso.
Me senté en la terminal de la
aerolínea, esperando para abordar el
vuelo con destino a Nueva York. Una
chica uniformada, se colocó al lado de
la puerta, sonrió de forma mecánica y
comenzó a llamar a los pasajeros.
Me levanté con cuidado de no
tropezar con la silla de ruedas de una
señora mayor que no paraba de mirarme.
Con seguridad se preguntaba la razón
por la cual yo no me quitaba las gafas de
sol. Ni siquiera para entrar en el avión.
Respiré hondo y caminé hasta la
chica que parecía un maniquí. Me detuve
frente a ella, le enseñé el boleto y
esperé mientras rasgaba una parte del
billete. Me abrí paso entre la gente, para
encontrar mi asiento, justo al lado de la
ventana. Coloqué el bolso en mis pies al
sentarme, no sin antes, sacar de su
interior el diario de Elizabeth.
Contemplé con preocupación las
solapas de cuero, y pasé mis dedos por
la tapa. Era suave, y en los bordes tenía
un tejido diferente que lo hacía ver
elegante.
Algo me decía que dentro de este
diario iba a encontrar todas las
respuestas a las preguntas que me había
hecho por años. Estaba ansiosa por
conocerlas, pero no lo podía negar,
sentía mucho temor por su contenido.
El móvil sonó sacándome de mis
pensamientos. Al ver la pantalla, dudé
en contestar, pero las ganas de escuchar
su voz era más fuerte que mi voluntad.
—¡Mía! ¿Dónde estás? —Fue lo
primero que escuché al atender la
llamada. Era Connor y tenía un tono de
voz grave, denotaba que estaba recién
levantado y bastante desconcertado. «Ya
había notado que me marché sin
despedirme de él»—¡Mía, Mía!,
¿puedes oírme? ¿Dónde estás? —Esta
vez había alzado un poco la voz.
Mi memoria se trasladó a la
noche anterior: cuando Connor se
acostó a mi lado, me abrazó, acarició
mi costado depositando tiernos besos
sobre mi mejilla. El momento era
perfecto. Acunó mi rostro entre sus
manos para decirme: «Prepárate Mía,
esta vez no voy a escapar».
Sus besos eran tan tiernos y
suaves que casi me hicieron disolverme
entre sus brazos. Coloqué la cabeza
sobre su pecho, escuchando así su
respiración tranquila y las
palpitaciones de su corazón. En
segundos me quedé dormida, mientras
él acariciaba mi cabello, «duerme
preciosa, mañana todo va a estar
mejor».
Al sonar la alarma, la apagué
en seguida y me senté en la cama. Por
un instante contemplé embelesada su
perfecto cuerpo desnudo, que aún
dormía relajado. Había estado tan
cansado que ni siquiera escuchó el
sonido de mi móvil.
Con mis dedos rocé su cabello,
cuidando de no despertarlo. ¡Me
invadió un miedo terrible! ¿Qué
ocurriría ahora con mi vida? ¿Cómo
enfrentaría mis sentimientos y mi
realidad en Nueva York? ¿Qué debía
elegir?
Necesitaba pensar, y eso solo
podía hacerlo en soledad.
Enseguida me levanté y recogí
mis pertenencias. Estaba confundida.
«Esta vez era yo quien salía
corriendo».
La vida era una perra
traicionera. Nos unió en uno de mis
peores momentos, yo diría que el más
oscuro, cuando mis dudas existenciales
aún no se habían aclarado. No me
podía dar el lujo de involucrar a otra
persona en ese enredo. Primero tenía
que solucionar mis problemas: mi
relación monótona con Oliver, las
razones del abandono de mi madre y el
motivo del silencio de mi padre. Hasta
que no pusiera orden en mi cabeza era
imposible encargarme de mi corazón.
Connor seguía hablándome por
el móvil, gritándome exigencias, esta
vez se mostraba muy molesto, pero no
podía contestar. Tenía un nudo en la
garganta que no me dejaba hablar.
Otra lágrima corrió por mi
mejilla, habían sido cientos las que dejé
escapar de camino al aeropuerto, por
eso llevaba los lentes oscuros. Cerré los
ojos con fuerza mientras cortaba la
llamada apretando el móvil entre mis
manos.
El dolor desgarró mi corazón.
Guardé el teléfono en el bolso junto con
el diario, dando de nuevo rienda suelta a
mi llanto.
Cuatro horas más tarde, arribe al
aeropuerto La Guardia de Nueva York.
Mientras bajaba del avión encendí el
móvil, para enviarle un mensaje a mi
padre anunciándole mi llegada. Tenía
cerca de diez mensajes de texto y de voz
de Connor, pero lo ignoré, aún no me
sentía preparada para enfrentarlo.
Robert: ¿Te espero para cenar?
Mía: No sé qué planes tiene
Oliver, te aviso en lo que sepa algo.
Fui a recoger mi equipaje y salí
al exterior, en busca de Oliver que había
quedado en ir a buscarme.
Segundos después unos brazos
rodearon mi cintura.
—Princesa, por fin llegaste —
susurró Oliver junto a mi oído.
Pero en esta ocasión, en vez de
mostrarme contenta de verlo, mi corazón
se estrujó en mi pecho por la pena. Él
sonreía con satisfacción mientras yo
deseaba que la tierra me tragara o lo
desapareciera a él de mi vista. Era la
peor persona del mundo. Oliver no se
merecía mi engaño.
Me esforcé por darle un fuerte
abrazo, pero al enterrar mi cabeza en su
cuello no pude evitar llorar. La
conciencia me pasaba factura por mis
errores.
Oliver era un hombre amable,
cariñoso y educado, además de ser
atractivo, alto, rubio, de ojos marrones y
fuertes brazos. Hasta hacía unos días
junto a él me sentía protegida, segura y
escudada. En esa oportunidad estaba
asfixiada.
—Ya estás aquí Mía, juntos otra
vez. —Levantó mi barbilla con una
mano notando que lloraba—¿Estas bien?
—quiso saber mientras me secaba el
rostro. No quería que se preocupara,
pero no era capaz de mantenerle la
mirada. Estaba segura que si se fijaba
con atención podía ver la culpa que me
agobiaba.
—Te extrañé mucho Oli. —Fue
lo único que pude decirle.
Él sonrió con poco
convencimiento, pero prefirió no hacer
ningún comentario. Después de darme un
gran beso en los labios me llevó a su
auto, para dirigirnos a la casa de sus
padres, donde nos esperaban.
Durante el viaje, ninguno de los
dos pronunció una palabra. El silencio
era tan incómodo que me hizo dudar que
era una buena idea acompañarlo.
—¿Crees que sea buena idea que
vaya a casa de tus padres? —le dije con
pesar—No creo que me vea muy bien
qué digamos —expresé, con la
esperanza de él cambiara de parecer y
me llevara al departamento de mi padre.
—¡Por supuesto! Estás hermosa
como siempre. Además mis padres te
adoran. Están locos por verte. —Suspiré
desilusionada. No había vuelta atrás—
La pasaremos bien Mía, ya verás —
declara emocionado. Yo me esforcé por
sonreír.
Los padres de Oliver vivían en
un suburbio en las afuera de la ciudad.
Al llegar, nos encontramos a su madre
en el porche.
—¡Mía! —exclamó con los
brazos abiertos cuando me acerqué a
ella.
—Margaret, me alegra volver a
verte —la saludé en medio de un abrazo.
—¡Mujeres! —comentó Oliver
alegremente—Pero si solo han pasado
dos semanas desde la última vez que se
vieron.
—Pero el anhelo es el mismo —
lo amonestó con cariño la mujer—Pasen
por favor, George los espera en la
cocina. —Margaret me tomó de la mano
para llevarme al encuentro con el padre
de Oliver.
Al entrar, padre e hijo se
fundieron en un fuerte abrazo. Aquello,
me hizo sentir nostálgica. Necesitaba en
ese momento mi padre, por muy terco y
misterioso que él pudiera ser.
—Mía, ven aquí y dame un
abrazo —pidió George, en dirección a
mí—Es bueno tenerte en casa otra vez.
—Los dos sonreímos.
—Gracias por el cariño y la
invitación, pero… —Tanto afecto por
parte de ellos me hacía sentir aún más
traidora. Necesitaba salir de allí. Oliver
se me acercó desconcertado y me
interrumpe.
—¿Qué ocurre Mía? —Me
inquieté al ver su mirada ceñuda, no
quería tener que seguir recurriendo a
mentiras con él. Me sentía más culpable.
—Tuve una discusión con mi
padre en Dallas, y al llegar me mandó un
mensaje de texto para que cenemos
juntos y conversemos. Hoy es un día
especial.
—Entendemos, Mía —intervino
Margaret con tono maternal—, y me
parece muy justo que resuelvan cuanto
antes los problemas. La familia es lo
primero. —Colocó su brazo sobre mi
hombro, para guiarme a la sala y
sentarnos en el sofá—Pero no te vayas
tan rápido, apenas acabas de llegar.
Robert entenderá si nos dedicas unos
minutos. Puedes comer algo antes de
irte, debes estar hambrienta. —El
momento de tensión pasó gracias a la
dulzura de esa mujer, aunque Oliver no
dejaba de escudriñarme con la mirada,
podía intuir que aquello era una excusa
para escapar.
—Gracias Margaret, tienes
razón, me estoy muriendo del hambre.
—Estallamos todos en carcajadas,
menos Oliver.
Una hora más tarde, un taxi se
estaciona frente a la casa para llevarme
a la de mi padre. Tuve que contarle a
Oliver la razón de nuestra discusión,
para que confiara en mí. Él se quedaría
cenando con sus padres. Después de
despedirme de Margaret y George, con
la promesa de volver pronto, me dirigí
con Oliver al exterior.
—¿Estas segura que debes
comentarle a Robert lo del detective? —
Me preguntó con suavidad antes de
entregarle mi equipaje al taxista para
que lo guardara en el maletero.
—Es lo mejor, Oli. Nuestra
despedida en Dallas no fue la mejor.
Además, tiene que darme algunas
explicaciones. —Él besó mi frente con
ternura.
—Está bien —resopló no muy
convencido, «no quería que me
marchara».
—Adiós, Oli. —Subí al taxi
despidiéndome de él con la mano.
Oliver me hizo señas para que lo
llamara más tarde.
De camino el sonido del móvil
llama mi atención. Era Allison.
—Gracias al cielo que contestas,
Mía. —Su tono era desesperado.
—¿Está todo bien, necesitas
algo? —Mi amiga era madre soltera de
unas gemelas preciosas y no tenía con
quien contar en la ciudad. El papá de las
pequeñas la abandonó cuando éstas
cumplieron un año, alegando que no
estaba preparado para esa vida, «un
maldito patán».
—Todo está mal. El horno no
quiere prender y tengo el pavo afuera
esperando ser horneado. Además, las
niñas quieren hacer las famosas galletas
con chispas de chocolate y… ¡Arg!,
quiero explotar —resopló con fuerza—
Disculpa que interrumpa tu cena, amiga,
necesitaba desahogarme. Hoy no ha sido
un buen día.
—Tranquila Ally, todo va a salir
bien, porque Súper Mía ya está de
vuelta en la ciudad para resolver todos
tus problemas. —Las dos reímos eso me
relajó un poco—Voy a llamar a papá
para que te espere con el horno
precalentado. Llego en veinte minutos a
la casa, y hacemos la cena juntas, ¿te
parece? A las niñas les va a encantar.
—¿Y qué pasó con la cena en la
casa de los padres de Oliver? —Yo
suspiré con cansancio.
—Luego te cuento.
—Gracias amiga, no sé qué haría
sin ti. Has salvado el día Súper Mía. —
Volvemos a reír—Te dejo para preparar
todo, nos vemos en tu casa, Bye —corta
la comunicación tan rápido que no me
dio tiempo de responder.
«Ahh, mi amiga Allison, estaba
más loca que una cabra».
Debía avisarle a papá, pero no
quería llamarlo. Preferí enviarle un
mensaje de texto.
Mía: Estoy de camino a la casa,
mi amiga Allison está en problemas.
Robert: ¿Necesitas de mi ayuda?
Mía: Sí, enciende el horno a 350
grados, tenemos que ayudarla a hornear
un pavo.
Robert: No hay problema, nos
vemos pronto.
Quizás y aunque fuera por unas
cuantas horas lograría evadirme de toda
la tristeza que me embargaba.
—¡Ánimo Mía! —me dije en voz
baja. El chofer me miró por el espejo
retrovisor, sonrió y negó con la cabeza.
Debía pensar que estaba loca.
Al llegar al departamento y abrir
la puerta, escuché música y vi a las
gemelas corriendo, persiguiéndose por
la sala mientras gritaban. Las saludé con
la mano mientras caminaba hasta mi
habitación para dejar la maleta. Fui al
baño, me lavé las manos y me refresqué
el rostro, desde allí podía escuchar las
carcajadas de mi padre y mi amiga.
Me gustaba el ambiente alegre
que se respiraba, ayudaba a que me
olvidara de Connor y de todos los
problemas que tenía. Entré a la cocina y
los vi uno al lado del otro, pelando
papas, acompañados por dos copas de
vino. Ambos pusieron caras de
sorprendidos cuando me vieron.
—Hola —saludé. Allison soltó
todo y corrió a darme un abrazo.
—Mía, que bueno que llegaste,
¿viste a las niñas? —Sonrió con
amplitud, nunca la había visto tan
contenta.
—Hola hija. —Mi padre se
acercó para darme un beso. Lo veía más
guapo de lo normal.
—Sí, están preciosas. Las vi
hasta más grandes. —Allison sonríe.
—Que exagerada eres, amiga. —
Me tira del brazo, para llevarme a la
mesa de la cocina—Ven, ayuda al señor
Robert a pelar el resto de estas papas,
mientras hago la masa para las galletas
—mi padre abrió los ojos como platos.
—Un momento, Allison, ¿me
acabas de llamar señor? —Mi amiga se
sonrojó, no sabía qué decir—Llámame
Robert, con lo de señor me haces sentir
como un anciano. —Reímos a
carcajadas.
—Lo siento, Robert, es que
desde que te conozco te he llamado así.
—Vi que mi amiga observó a mi padre
con un pestañeo de ojos extraño. «¡Oh,
no!, ¿estaban coqueteando?, ¿me había
perdido de algo?».
—Pues, es hora que eso cambie.
Aquí estoy a la orden para lo que
necesiten tú y tus pequeñas. —Abrí los
ojos a su máxima expresión. «¡Oh, Si!,
papá estaba siendo galante con ella, la
mira con intensidad. «!Me muero!»—No
dudes en llamarme. —Se cayó al ver mi
cara de sorpresa—Bueno, voy por más
vino, regreso enseguida. —Arrojó el
paño de cocina sobre la encimera y
salió con rapidez.
—Hey, heyy. ¿Qué fue todo eso?
—pregunté en dirección a Allison,
sonriéndole con picardía.
—Nada, ¿de qué hablas? —
Esquivó mi mirada ocultando una
sonrisa—Robert es muy amable, eso es
todo. Además, deja de hablar tanto y
trabaja más duro con esas papas —
expresó con nerviosismo y me dio la
espalda para buscar los ingredientes
para hacer la masa de las galletas.
Negué con la cabeza antes de ocuparme
de mi tarea. Allison gustaba de mi padre
y lo mejor de todo, era que él no le era
indiferente.
Nos pusimos manos a la obra. Le
conté tan rápido como pude mi
encuentro con Connor y mi escapada de
la casa de los padres de Oliver. Allison
no paraba de observarme sorprendida.
Papá regresó con la botella de
vino en una mano y una niña colgada de
cada pierna. Ninguna de las dos
podíamos contener la risa, la escena
resultaba muy graciosa. Las gemelas, al
ver a su madre, se soltaron de mi padre
y corrieron hacia ella.
—Galletas, galletas, ¡yupiii! —
gritan al mismo tiempo. Allison se
arrodilló para recibirlas con los brazos
abiertos, y por pura curiosidad, me giré
para ver la expresión de mi padre.
Parecía embelesado mirándolas con
alegría, en sus ojos brillaba un
sentimiento tan bonito que yo no sabía
cómo explicar. Me acerqué y le quité la
botella de las manos, lo hizo reaccionar.
—Lo siento, hija —murmuró y
besó mi frente—Déjame abrirla. —
Asentí y le permití que la tomara de
nuevo.
Las chicas trabajaron en las
galletas, mientras yo terminaba con las
papas y las montaba sobre el fuego. Mi
padre se encargó de meter la cacerola
de vegetales en el horno haciéndole
compañía al pavo.
—Listo, solo falta hornearlas, y
estarán listas en veinte minutos. Vamos
pequeñas, a lavarse las manos. —
Allison salió de la cocina junto con las
niñas.
Era la primera vez desde que
había llegado, que estaba a solas con mi
padre. Quería preguntarle si seguía
molesto conmigo, pero no deseaba
arruinar el momento. Se veía tranquilo y
relajado.
Se recostó de la barra de la
cocina mientras revisaba el móvil.
—Parece que Connor tiene
planes de volver, ¿qué te parece? —
Quedé congelada por su repentina
intervención. ¿Hablaba en serio?
«¡Oh, por Dios, Connor!» No
había revisado los mensajes de texto que
me había enviado desde que salí de
Dallas. ¿Será cierto que regresaba?
—No sé… —titubeé algo
nerviosa—, eso creo. —Él frunció el
ceño al notar mi inquietud y entrecerró
los ojos. ¿Acaso me estaba estudiando?
—¿Eso creo? Hija, eres pésima,
tratando de hacerte la indiferente. —
Colocó su mano en mi hombro y me
miró con dulzura—Sé que estás tan
contenta como yo —concluyó antes de
volver a poner toda su atención a su
móvil.
Papá tenía razón, ¿a quién
trataba de engañar? Debía revisar los
mensajes que Connor me había enviado,
para salir de dudas. Tenía que saber
cuándo volvería a Nueva York y
prepararme para el encuentro con él.
Capítulo 10

Parpadeé un par de veces


mientras mi vista se adaptaba a la
claridad. Tomé el móvil que estaba
sobre la mesita de noche. Los mensajes,
de Connor y Oliver me llenaban el
buzón de voz. Exhalé con cansancio, y lo
dejé de nuevo donde estaba. «Debía
revisarlos pero no quería», necesitaba
unas horas de descanso antes de
enfrentar esa situación.
Fui al baño y después de
asearme, recorrí el departamento en
busca de mi padre, pero estaba sola. Mi
estómago gruñó hambriento, así que fui
por desayuno a la cocina.
Mientras lo preparaba el ruido
de la puerta al cerrarse me sobresaltó,
de tal forma, que casi me vierto el jugo
de naranja que me había servido encima.
—Mía, ¿ya estas despierta
dormilona? —Papá venía de correr. Su
rostro estaba sudado y enrojecido.
—Sí, buenos días. No me
despertaste para que te acompañara,
sabes que me gusta salir a correr contigo
—le reclamé.
—Te confieso que fui a buscarte,
pero estabas tan rendida que preferí
dejarte descansar. Tengo noticias con
respecto a tu nuevo trabajo. —Abrió el
refrigerador y sacó una botella de agua
—Comienzas el lunes. Así que prepárate
hija, porque después que empieces en el
hospital, no vas a tener tiempo de nada.
—¿Me estaba jugando una broma? ¿Me
había conseguido un puesto en el
hospital?
—Papá, mírame. —Estaba tan
emocionada que no podía parar de
sonreír—¿Hablas en serio? no bromees
con eso. —Mi voz era aguda, estaba
eufórica y muy ansiosa por comenzar
una nueva vida. Él afincó su mirada en
mí.
—Claro que es cierto, ¿por qué
dudas? —Corrí para abrazarlo. No me
importó lo sudado que estaba.
—Para, hija, no quiero
ensuciarte. —Él trató de soltarse de mi
abrazo, pero no lo dejé antes de lograr
alejarse.
—¿Te he dicho alguna vez que
eres el mejor papá del mundo? —se
carcajea y dejo que me aleje.
—Mía, Mía, eres adorable, pero
recuerda que tenemos una conversación
pendiente que ya hemos atrasado mucho.
—Él tenía razón, sin embargo, aún no
quería que habláramos de eso. Deseaba
leer primero el diario de Elizabeth, así
podría tener en la mano las preguntas
necesarias.
—Lo sé, te prometo que de este
fin de semana no pasa, primero necesito
averiguar unas cosas.
—Mía…
—Lo siento papá, sabes que es
mi derecho. —Me miró con resignación
y asintió con la cabeza. Sabía que no
podía ocultarme por más tiempo la
verdad. Le dio un largo trago al agua
para asimilar mi decisión—¿Le puedo
preguntar algo señor Robert? —agregué
para cambiar la conversación, y
eliminar la tensión que se había creado
entre nosotros por el tema de mi madre
—¿Cuáles son sus intenciones con la
señorita Allison?
Él tiró la botella vacía en el bote
de la basura, pasó una de sus manos por
su cabello sudado. Su expresión cambió
a seria, algo pensativa.
—No creo que eso aún le
incumba señorita Watts. Me voy a
duchar, tengo que ir al hospital —alegó
antes de salir de la cocina. Yo lo
observé alejarse en silencio, por lo
visto, ellos aún no tenían claro lo que
sentían. Debía esperar para poder saber
algo.
Después de desayunar, me fui a
mi habitación, me senté en la cama con
el bolso en la mano. Saqué el diario de
Elizabeth de su interior. Tomé aire antes
de abrirlo.
«Ya era hora de que lo leyeras»,
me dije mentalmente para darme algo de
valor.
Querida Mía.
Quizá esta no es la menor
manera, pero la única que encuentro
posible para que conozcas la pequeña
historia de amor entre tu padre y yo.
Nos conocimos al salir de la
clase de matemáticas. Ya íbamos a
mitad del pasillo, cuando recordé que
había dejado la chaqueta olvidada en
el salón. Era mi primer día de escuela,
tenía diecisiete años, y estaba
cursando el último año de la
secundaria. Me detuve agarrando del
brazo a mi amiga Claire.
—He dejado la chaqueta en el
salón, vamos por ella —Claire me
sonrió, estaba acostumbrada a mis
descuidos.
—¡Qué raro! —Dijo con
sarcasmo—Vamos por ella, despistada
—añadió guiñándome un ojo.
Me di la vuelta y me tropecé
contra algo que me dejo en el suelo.
Desconcertada por la sorpresa,
comencé a levantar mis libros que
rodaron por todos lados. Una mano se
posó sobre la mía cuando los trataba
de recoger. Alcé la mirada para ver de
quién se trataba, allí estaban los ojos
verdes más bellos que había visto en mi
vida. Eran claros y brillantes. No podía
dejar de observarlos, no sé cuánto
tiempo pasó hasta que comencé a
escuchar las carcajadas de Claire. El
chico de los ojos verdes me habló
haciéndome sentir aturdida.
—Lo siento, ¿estás bien?
Déjame ayudarte —dijo, entregándome
los libros.
—Sí, gracias. Discúlpame tu a
mí, ando un poco distraída —baje la
vista hasta el suelo, pude sentir como
la sangre subía con rapidez a mi rostro.
—Ella siempre está distraída —
agrego Claire en tono burlón. Ojitos
verdes sólo nos sonrió.
—Estaba apurado por
encontrarte, creo que esto es tuyo. —
Me mostró la chaqueta con una
sonrisa.
—Justo iba por ella cuando
choqué contigo. —Por un momento me
sentí avergonzada y torpe.
«¿Cómo no lo había visto
antes? Siempre con la cabeza en otro
lado Ely», me reproché mentalmente.
—Me llamo James —explicó sin
dejar de mirarme.
—Ely… —tartamudeé, Claire
carraspeó para hacerse notar—Esta es
Claire.
Se saludaron con una leve
sonrisa, y luego comenzamos a caminar
hacia la salida cuando oímos un fuerte
silbido. James se giró en su dirección.
—¡James! —Era otro chico,
caminaba muy deprisa hacia nosotros.
Claire y yo intercambiamos
miradas, nunca antes lo habíamos visto
en la escuela. Además, los dos eran
muy apuestos.
—¡Hey, Rob!, te presento a Ely
y Claire.
Cerré el diario de un solo golpe
ahora estaba más perdida que al
principio. Fijé la vista en un punto por
sobre la solapa del diario y traté de
asimilar lo que había leído. Si asumía
que Rob era mi padre, entonces
Elizabeth no se sintió atraída por él al
principio, sino más bien por su amigo
James, el chico de los ojos verdes.
«Ojos verdes, yo también tenía
los ojos verdes, ¿sería una
coincidencia?».
Mi móvil comenzó a sonar con
insistencia, pero estaba tan confundida
que no quería hablar con nadie. Podía
asegurar que se trataba de Oliver o de
Connor y aún no tenía nada que decirles.
Me fui a la cocina en busca de un
aperitivo, quería seguir leyendo el
diario y terminar de entender qué había
ocurrido con mi madre. Me serví una
buena porción de helado de vainilla y
regresé a mi habitación para continuar
con la lectura.
Presentía que lo mejor estaba
por venir.
Después de dos semanas de
intercambiar miradas y tímidas
sonrisas, James y Rob se acercaron a
nosotras en la salida de la escuela.
Claire y yo nos estábamos despidiendo
de un grupo de chicas.
—¡Ely! … ¡Claire!— Gritó
James. Las dos nos vimos y sonreímos
como tontas.
—James, Rob —les dijo Claire
esbozando una de sus sonrisas.
—Salgamos esta noche — soltó
Rob.
Quedamos en encontrarnos en
el Bowling cerca de la escuela,
alrededor de las siete. Les lanzamos
unos besos al aire, nos montamos en el
auto de Claire y salimos con las caras
de felicidad más genuinas que
habíamos tenido alguna vez.
Claire era una chica alegre,
llena de una energía sin igual, siempre
con una sonrisa en sus labios. Era muy
raro verla de mal humor. De cabello
liso y rubio, piernas largas de modelo
de pasarela y unos ojos color miel que
brillaban con luz propia. Nos queremos
como hermanas y pasamos más tiempo
juntas que con nuestras propias
familias.
Nos conocimos cuando
cursamos juntas el tercer grado de
primaria. Desde el primer día que nos
sentamos en la cafetería de la escuela
fuimos inseparables.
Vivíamos en el mismo
vecindario de Greenwich Village, un
suburbio tranquilo lleno de edificios de
ladrillos rojos, con departamentos
pintorescos, pisos de madera y de
distintos niveles. Una zona familiar
famosa por su cultura bohemia.
Claire quería ser una modelo
famosa y yo una fotógrafa de renombre.
Nuestros planes eran ir juntas a
recorrer el mundo. Estábamos llenas de
inquietudes, curiosidades y sueños,
eran muchas las ganas de vivir, mirar y
conocer.
—¿Ely… ¡Ely, despierta!,
aterriza amiga —lo dijo tan fuerte que
me sacó de mi ensueño.
—Claire, no sé qué me pasa —
dije emocionada, ella rió.
—Te gusta, te gusta, te gusta —
repetía en tono burlón mientras
encendía la radio. Ella tenía razón.
James me gustaba, no lo podía negar.
—Creo que sí. —Me llevé las
manos al rostro, sentí como me
ruborizaba.
—¡Lo sabía! Ely te lo dije
¿sabes que es lo mejor? —Negué con la
cabeza.
—A mí me gusta Rob, esos
ojazos azules —suspira—Amiga,
estamos perdidas. ¿Qué vamos a
hacer?
Era la primera vez que nos
gustaba un chico, bueno, que nos
gustaba de verdad, era una sensación
nueva para los dos, despertaba algo
tan fuerte, tan intenso que no sabíamos
cómo actuar, ni qué decir.
A las siete en punto estaba
tocando la puerta de casa de Claire. En
lo que la abrió nos abrazamos
sonriendo sin decir nada. Todo el
camino lo hicimos en completo
silencio, la emoción y los nervios se
habían apoderado de nosotras.
Cuando llegamos al Bowling ya
los chicos estaban jugando. Nos
hicieron señas mostrándonos los
zapatos. Las dos suspiramos al mismo
tiempo, eran tan apuestos, altos,
fuertes y robustos, que nos tenían
literalmente babeando por ellos.
James y Rob se conocían desde
niños, sus familias eran vecinas. Ellos
no paraban de contar historias, todas
estaban llenas de humor, inocencia y
una fuerte amistad que iba más allá del
tiempo.
Claire y Rob no paraban de
mirarse, mientras tanto James había
acaparado toda mi atención. Él era
diferente a todos los otros chicos que
había conocido, James tenía la
capacidad de hacerme sentir especial.
Cerré de nuevo el libro y lo dejé
encima de mis piernas. ¿Por qué
Elizabeth hablaba de sus sentimientos
hacia otra persona que no era mi padre?
Estaba claro que a quien
realmente amaba era al tal James. Solté
todo el aire retenido, dos preguntas
rondaban mi cabeza: ¿cómo había
logrado terminar con papá?, ¿y qué fue
de su mejor amiga Claire?
—¡Hija!, ¿qué estás haciendo?
—Mi padre me sorprendió mirándome
desde el marco de la puerta con una
sonrisa confusa marcada en los labios.
Suspiré con resignación, él
descubrió el diario sobre mis piernas.
Había llegado la hora de sincerarme. Le
hice una seña y lo invité a sentarse a mi
lado. Se acerca sin entender qué
sucedía.
—¿Te acuerdas del detective
David Rodríguez? —Mi pregunta le
molestó. Su rostro se endureció pero se
mantuvo en silencio—Mientras estuve
en Dallas concertamos un encuentro, y él
me hizo entrega de esto. —Tomé la
libreta y la coloqué en sus manos. Mi
padre lo examinó con paciencia para
luego afincar su mirada en mí.
—Es un diario —sentenció con
calma.
—Sí. Elizabeth lo dejo para mí.
—Hice una pausa, necesitaba encontrar
las palabras correctas para hablarle de
lo que había leído—Apenas lo estoy
comenzando, pero hasta ahora no logro
entender a dónde quiere llegar.
—Tenías razón al aplazar nuestra
conversación sobre el tema—expresó
observando con pesar el cuaderno—
Termínalo. —Colocó el diario en mis
manos—Después aclararé tus dudas. —
Se levantó con actitud derrotada y
caminó hasta la puerta, pero antes de
salir agregó—Una cosa hija, que esta
sea la última vez que existe un secreto
entre nosotros, ¿es posible? —declaró
con autoridad. Yo solo pude asentir con
la cabeza.
Él se marchó con evidente
inquietud. La tristeza y la confusión se
instalaron en mi cuerpo. Pero debía
evitarlo, tenía que ser más fuerte que
esos sentimientos. Me dejo caer sobre
las sabanas, cierro los ojos y me olvido
de mí por un tiempo.
Capítulo 11

Al sentir que una mano


acariciaba mi cabello, abrí los ojos. La
habitación estaba oscura. A medida que
me acostumbré a la oscuridad, distinguí
la silueta de un hombre que estaba
sentado a mi lado.
—¿Oliver? ¿Qué haces aquí? —
Traté de sentarme al reconocerlo, y
encendí la lámpara de la mesita de
noche.
—Robert me llamó. Estaba
molesto por lo del investigador y quiso
reclamarme. Vine en cuanto pude. Me
dejo entrar con la promesa de que no te
despertaría. —Apartó un mechón de
pelo que caía sobre mi ojo derecho
antes de continuar—¿Esa es la razón de
tu extraño comportamiento de ayer y de
que no respondieras a mis llamadas y
mensajes?
Froté mis ojos, algo
desorientada. El móvil volvió a sonar
avisando la entrada de un mensaje de
texto. Lo ignoré.
—Ahora no puedo hablar Oli. —
Estaba medio adormilada y eso me
volvía confusa.
—Tú móvil no para de sonar,
deberías revisarlo. —«Claro que debía
revisarlo, pero eso lo haría más tarde,
cuando estuviera sola».
—Luego lo reviso —alegué
intentando no darle importancia.
—¿Se puede saber quién es
Connor Blair?
«Pero ¿qué era todo ese
interrogatorio?».
—¿Revisaste mi móvil? —Su
rostro era inexpresivo.
—No paraba de sonar, y pensé
que podía ser una emergencia. —¡Que
excusa tan absurda! Negué con la
cabeza.
—¡EMERGENCIA!, ¿así es
como tú lo llamas? Yo lo llamo falta de
respeto, invasión a mi espacio personal,
abuso de confianza. —Me levanté por
aquella intromisión—Te pasaste Oliver,
definitivamente te pasaste.
Entré al baño con la sangre
bullendo en mis venas y cerré de un
portazo. Necesitaba calmarme o
terminaría diciéndole cosas de las que
luego me arrepentiría. Después de
asearme y arreglarme un poco el
cabello, salí con la cabeza en alto,
dispuesta a enfrentarlo.
—Sé que cometí un error, Mía, y
lo lamento. Pero igual te pido que me
expliques, ¿quién es ese tipo? —Oliver
me observaba de pie junto a la cama
visiblemente molesto.
—Connor Blair es un amigo de
la familia, teníamos años sin vernos y,
coincidimos en la convención. Eso es
todo.
Salí de la habitación, y Oliver
me siguió, intentó agarrarme la mano,
pero no le dejé. Estaba tan furiosa con él
que me sentía traicionada. Aunque sabía
que eso no era justo, pues había sido yo
la que lo había traicionado a él. Sin
embargo, me fue imposible evitar
reaccionar de esa manera ante el abuso a
mi privacidad.
Llegué a la cocina y busqué en el
interior del refrigerador una lata de
cerveza. Enseguida la abrí y le di un
trago largo.
—¿Sabes algo, Mía?, nunca lo
habías mencionado. —Él entró y se
ubicó junto a la mesa, apoyó una mano
en la madera y la otra en su cintura, para
observarme ceñudo.
—¿A qué te refieres?
—La cantidad de mensajes y
llamadas perdidas de ese sujeto no son
normales. —Oliver habló alzando la
voz, era un hecho estaba celoso y
furioso.
—No te preocupes, ya me
pondré en contacto con él —alegué
también irritada. Los dos estábamos
alterados.
—¿Qué está pasando aquí,
Oliver? —Papá entró en la cocina no
solo desconcertado, sino molesto por la
forma en que Oliver me hablaba. «Oh,
por todos los cielos, que estos hombres
se calmen, de por sí no se toleran»—A
mi hija no le hablas en ese tono,
agradezco que te vayas. —Aquello me
hizo sentir fatal, era un verdadero
desastre.
—Discúlpeme, doctor Watts,
pero esta es una discusión entre Mía y
yo, así que soy yo el que le agradezco no
se inmiscuya. —«¡Me muero! Oliver
acababa de cometer un error».
El timbre de la puerta sonó antes
que alguien dijera algo más. Papá y
Oliver se desafiaban con la mirada.
—Mía, anda a ver quién es. —
No quería dejarlos solos, pero debía ver
quien tocaba a la puerta.
Estaba tan nerviosa que las
manos me temblaban. Llegué hasta la
puerta y al abrir, pensé que mis ojos me
estaban gastando una broma. No podía
creer que él hubiera viajado hasta
Nueva York.
—¡Connor! —Lo dije tan alto
que tal vez todo el edificio se enteró. Él
sonrió de medio lado y yo literalmente,
me consumí por aquel atractivo gesto.
—Te dije que de mí no te ibas a
librar tan fácilmente —murmuró
aproximándose a mi rostro.
—¿No nos vas a presentar, Mía?
—Oliver se encontraba detrás de mí.
Podía sentir lo furioso que estaba.
—¡Connor! Pasa adelante por
favor, te estaba esperando. —Aquel
rescate de mi padre se lo agradecí en
silencio con la mirada.
La tensión creció mientras
Connor pasaba a la sala. Estaba rodeada
de tres hombres que parecían lobos a
punto de atacarse.
—Mía, nosotros estaremos en mi
despacho —Lancé una mirada hacia
Connor siendo fulminada por sus
inclementes ojos azules.
—Ya que nadie nos presenta. —
Oliver se acercó a él y le tendió la mano
—Soy Oliver Carter, el novio de Mía.
—«Pero que alguien me explique, ¿en
qué época vivimos?, Oliver me acaba de
marcar como si fuera una vaca de su
propiedad».
—Connor Blair. —Se dieron un
apretón firme que duró más de lo
normal, sin dejar de retarse con la
mirada.
—Vamos, no perdamos más
tiempo —concluyó mi padre antes de
desaparecer con Connor en dirección al
despacho.
Me quedé parada junto a la
puerta. Oliver me observó con ira, y
expulsó todo el aire que tenía retenido
en los pulmones en un bufido. Sus
hombros cayeron dándole un aspecto de
derrotado.
—No sé qué pasó en Dallas, y a
este punto, creo que no quiero saberlo.
—Abrí la boca para decir algo, pero
Oliver me la cerró poniendo su mano
sobre mis labios—Nunca y óyeme bien,
Mía, nunca me había sentido tan
estúpido y humillado en toda mi vida. Y
por favor, ahórrate las palabras. —Su
acusación golpeó mi corazón.
Lo vi desaparecer tras las
puertas del elevador, cerré con cuidado
y me apoyé de la puerta. «¿Pero qué
coño había pasado?».
Necesitaba una copa, y salir de
allí. Me cubrí el rostro con las manos.
«Cálmate Mía, ya pasó», me dije
mentalmente. Estaba muy agobiada, pero
no podía darle más largas al asunto.
Enderecé los hombros y avancé hacia el
despacho de papá.
Toque la puerta con cuidado.
—Adelante. —Al escuchar la
orden abrí y entré con sigilo. Los dos me
miraron con caras largas.
—Pasa hija, siéntate un momento
con nosotros —invitó mi padre, y
aunque no quería hacerlo, debía ser
valiente. ¡Como necesité de un trago en
ese momento, creo que estuve a punto de
explotar!
—¿Nos podemos tomar algo?,
estoy un poco nerviosa —me atreví a
confesar. Connor se levantó del sillón de
cuero marrón ubicado a un lado del
escritorio y me tendió la mano.
—Es sólo un momento, Mía —
dijo en tono bajo y conciliador. No
podía resistirme a su mirada. Tomé su
mano sintiéndola cálida, y le sonreí con
timidez. Él me guió hasta el otro sillón,
justo en frente de mi padre.
Pero el timbre de la puerta
volvió a sonar. Estaba tan alterada que
brinqué en la silla. Mi padre se levantó
y nos miró a los dos con algo de
fastidio.
—Vuelvo enseguida —
puntualizó y salió apurado.
Nos quedamos solos y temo que
Connor mencione a Oliver, no quiero
que crea que lo engañé, aunque lo hice,
pero…
—Mía, Mía… —comenzó a
decir caminando hacia mí y negando con
la cabeza. Evité mirarlo pero él tomó mi
barbilla con su mano y la sostuvo
obligándome a verlo a los ojos—Sí
existía una persona importante en tu
vida, y me lo negaste cuando te lo
pregunté. —Connor tenía razón y aunque
desde que nos reencontramos no había
vuelto a estar con Oliver, la verdad era
que le había dicho algo que no era cierto
—¿A qué le temes Mía? —Su voz era
tranquila.
No era capaz de decirle una
palabra. Solo le sostuve la mirada y me
resigné a que ésta vez, se alejara de mí
para siempre.
Capítulo 12

Connor se acercaba a mí cada


vez más, liberó mi barbilla para colocar
su mano sobre la mejilla. Podía sentir su
olor, el calor de su piel y hasta la
agitación de su respiración. Estábamos
tan cerca que me sentía tentada a
besarlo, pero tenía miedo a su rechazo.
—Le temo a un nosotros y a esta
atracción tan fuera de control que
sentimos —le aseguré en voz baja.
Escuchamos risas que provenían
del pasillo. El momento se arruinó.
Enseguida volvimos a nuestras
posiciones anteriores y esperamos a que
la puerta se abriera.
—Mía, Connor, pasemos a la
sala, tenemos visita —anunció mi padre
sonriendo. Como por arte de magia todo
su mal humor se había esfumado, y se lo
tenía que agradecer a quien estuviese
afuera.
Lo seguimos y me sorprendí
cuando vi a Allison sentada en el sofá, y
sin las niñas. Ella se levantó en cuanto
nos vio llegar. Lucía preciosa, el
cabello suelto le hacía ver radiante.
—Ally, ¿qué haces aquí? —la
saludé con un pequeño abrazo.
—¿Robert no te dijo? —
Intercambié una mirada con papá. Él me
sonrió como un niño travieso.
«Esta casa era un manicomio».
—Disculpa, hija. Allison quiero
presentarte a un viejo amigo de la
familia, Connor Blair. —Ambos
estrecharon sus manos con cordialidad
—Allison es la mejor amiga de Mía,
además de ser nuestra vecina. —Mi
amiga asentía a todo lo que decía papá.
«Viéndolo bien, hacían una bonita
pareja. Ojalá aquello no fuera un
entretenimiento más para ninguno».
—He escuchado hablar de ti,
Connor —dijo sonriendo.
—Espero sean cosas buenas. —
El comentario nos hizo reír a todos.
—De las dos, Connor, de las
dos. —Nuevamente las risas retumbaron
en la sala, eso logró calmarme un poco.
Los miedos, la rabia y la culpa que
había sentido por la discusión con
Oliver y la visita inesperada de Connor,
comenzaba a aliviarse.
—Bueno papá, cuenta, nos tienes
en ascuas. —Él se aclaró la garganta y
tomó impulso.
—Quería invitarlos a todos a
tomarnos algo por ahí, esta noche
tenemos un buen motivo para celebrar.
—¿Un motivo?, ¿se puede saber
cuál? —Los invito a sentarse señalando
el sofá con la mano.
—Connor Blair ha regresado a
Nueva York para quedarse. —Miré a
Connor perpleja y le pregunté con la
mirada si era verdad. Él pareció
entenderme porque asintió.
—¿Entonces, a dónde vamos? —
Indagó Allison—Miren que le estoy
pagando a una vecinita para que cuide a
las gemelas, y les aviso que sólo
tenemos tres horas. —Los hombres
soltaron unas sonoras carcajadas, Ally
no tenía filtro, papá tendría que ponerse
las pilas si quería seguirle el ritmo.
—Me cambio rápido y vuelvo
—dije, saliendo rápido de la sala. Logré
escuchar un grito de Connor.
—¡No te tardes Mía, que
andamos con la cenicienta! —Las
carcajadas que siguieron ese comentario
se escucharon hasta en mi habitación.
Me vestí, maquillé y peiné en tiempo
record, para salir y sorprenderlos a
todos por mi rapidez.
—Amiga, hermosa como
siempre —Allison me agarró de la
mano, para luego dirigirse a mi padre—
Una pregunta, Robert. —Papá la
observó con curiosidad—¿Tú bailas? —
Él entrecierra los ojos y negó con la
cabeza.
—Señorita Allison, ¿por quién
me has tomado?, solo tengo cuarenta y
seis. A ver ¿cuántos años tienes? —La
forma en que se miraron era sugerente.
Confirmado: se gustan y era mutuo.
—Te creo, Robert, no hay
necesidad de hacerle ese tipo de
pregunta a una dama —sonrió ella con
coquetería.
—Ustedes son un caso perdido,
será mejor que nos vayamos —añadió
Connor, luego se me acercó para
tomarme del codo y susurrarme al oído
—Estas preciosa, Mía. —El calor de su
aliento hizo que el vello de la nuca se
me erizara.
Llegamos en un taxi a un bar de
varios ambientes. Papá estaba decidido
a enseñarle todas sus virtudes a mi
amiga.
Nos sentamos en una mesa y
pedimos platillos para picar, y una
ronda de cerveza para todos. A la
segunda ronda, Allison se levantó de su
asiento y se llevó consigo a mi padre a
la pista.
—¿Quieres bailar? —me
preguntó Connor tomándome de la mano.
El momento se había vuelto íntimo.
—Sí, vamos —Estaba sonando
una balada, era la primera vez que
bailábamos. Por el rabillo del ojo
busqué a mi amiga, no me gustaría que
mi padre me viera en una situación
embarazosa, y mucho menos, quería
verlo a él.
Connor era cuidadoso y podía
imaginar que estaba pensando lo mismo
que yo. Me acerque a él. Le rodeé el
cuello con mis brazos mientras él hizo lo
mismo con mi cintura.
—He venido hasta Nueva York a
demostrarte que no estoy jugando Mía
—susurró al tiempo que sus manos
acariciaron mi espalda.
Sus palabras fueron una sorpresa
inesperada. La sensación fue tan
agradable que me olvidé de mis temores
y apoyé la cabeza en su cuello,
aspirando su aroma. Era embriagador.
Los movimientos de nuestros cuerpos se
hacían cada vez más lentos. Me acerqué
un poco más a él, sintiendo en mi vientre
la dureza que había en su entrepierna.
Ambos comenzamos a respirar con
agitación. Deseaba besarlo, arrancarle
la ropa y tocar cada centímetro de su
cuerpo.
Al acabarse esa canción
colocaron una música más movida. Nos
separamos, y entre sonrisas nos abrimos
camino entre la gente hasta llegar a la
mesa, donde una parejita fantástica nos
esperaba.
—Le he revelado mi edad a
Robert, y creo que he perdido mi
encanto. —Todos reímos, eso no era
más que una broma. Allison, con tan
solo treinta y tres años aún lucía
estupenda.
—Ally, que exagerada eres —
dije guiñándole un ojo.
—Bueno, ella cree que soy un
viejo por tener cuarenta y seis. Ahora es
mi turno de creer que ella es una vieja
con treinta y tres. —Allison amplió la
sonrisa y negó con la cabeza. Connor
tenía razón, estos dos realmente eran tal
para cual.
—¡Shots, shots, shots! —
Gritamos las dos al mismo tiempo,
estábamos un poco atontadas después de
cuatro cervezas.
—Estas chicas son terribles,
Robert. —Papá asintió ante el
comentario de Connor y pidió una ronda
de Shots para todos. Cuando llegaron
las bebidas todos las tomamos de un
trago y arrugamos las caras.
—¡Por, Connor! —Gritamos al
unísono
Salimos del lugar dos horas más
tarde. Connor se encargó de encontrar un
taxi. Debíamos volver antes de que la
cenicienta se convirtiera en calabaza.
Llegamos al edificio, y acompañamos a
Allison a su piso. Papá, como todo un
caballero, se encargó de pagarle a la
vecinita por su trabajo de niñera y como
hombre responsable, se cercioró de que
todo estuviera en orden antes de
despedimos y dirigirnos con Connor a
nuestro departamento.
—Bueno, Connor, ¿espero el
sofá sea de tu agrado? —Bromeó mi
padre y le palmeó un hombro.
—El sofá me recuerda los viejos
tiempos, cuando venía a dormir entre
guardias. —Ambos compartimos una
mirada silenciosa. «Yo recuerdo a la
perfección esos días, antes de que él
desapareciera por cuenta propia de
nuestras vidas».
Al entrar al departamento, fui
por unas cobijas y un par de almohadas
para Connor. Papá le prestó un pijama y
se despidió de nosotros revelando
cansancio.
—Si quieres ducharte puedes
usar mi baño —le dije mientras
colocaba las sábanas en el sofá.
—Gracias —asintió, tomó la
muda de ropa y pasó a mi habitación.
Cuando entré a mi dormitorio,
minutos después, Connor aún se estaba
duchando. Me puse con rapidez mi
pijama y luego me recosté en la cama
con el diario para seguir leyendo
mientras esperaba.
Jame… James… James. No
paraba de suspirar, de repetir y
escribir su nombre. Desde el día en que
fuimos a jugar Bowling, no pudimos
volver a separarnos. Comenzamos a
comer juntos en la cafetería todos los
días, intercambiábamos miradas y
sonrisas cómplices. Luego James me
esperaba a la salida de la escuela,
ninguno de los dos teníamos auto. Así
que nos íbamos caminando hasta mi
casa. Al principio rozábamos nuestros
brazos, era un impulso inocente, una
excusa para tocarnos, ninguno de los
dos se atrevía a más.
Claire y Rob, se alejaron un
poco, ya no compartíamos con ellos
como antes, a veces nos decían que nos
íbamos a cansar de vernos tanto. Pero
lo cierto era que nos estábamos
enamorando como un par de
adolescentes con las hormonas bien
cargadas.
La forma de mirarnos, la
necesidad de querer tocarnos a cada
rato con cualquier excusa, ninguna
válida por supuesto, se había
convertido en nuestro fin. James era un
chico dulce, tierno y lleno de bellos
sentimientos y por si fuera poco, muy,
pero muy romántico.
La puerta del baño se abrió, y
Connor salió en todo su esplendor,
aunque vistiera un pijama de mi padre.
«¡Por todos los ángeles del cielo!, ¿por
qué tenía que ser tan atractivo y
varonil?». A medida que se acercaba, mi
corazón se aceleraba. Cerré el diario y
lo coloqué a un costado de la cama.
—Buenas noches, Mía. —¿Se
estaba despidiendo?
«¡No!, no quería que se fuera tan
pronto».
—Puedes hacerme compañía un
rato, ¿si quieres? —Me arriesgué a
proponer, temiendo que se negara.
Connor me estudió de la cabeza a los
pies. Se debatía la propuesta, parecía no
saber qué decidir.
«No lo pienses tanto y di que
sí».
—No creo que sea una buena
idea. —«¡No!»—Tú, yo, y una cama…
no es una buena combinación, cuando
tenemos a Robert al otro lado del
pasillo. —«¡Arg!, ¿por qué tenía que ser
tan respetuoso?»
—Somos adultos, creo que
podemos controlarnos —lancé mi última
carta. La esperanza era lo último que se
perdía.
—Control… Humm, me es
difícil controlarme contigo. —Esa
afirmación me emocionó, pero al verlo
dar media vuelta para marcharse mi
corazón se entristece—Buenas noche
Mía, descansa —lo seguí con la mirada
con cara de desilusión.
—Buenas noches —susurré
resignada.
Al salir del cuarto y cerrar la
puerta, me derrumbé sobre la cama. «Al
menos, lo intenté», me dije para no
sentirme peor de lo que estaba y volví a
abrir el diario para olvidarme de su
presencia en la sala. A poca distancia de
mí.
Habían pasado tres meses,
nuestra relación ha subido a otro nivel,
tenía que contarle a Claire, no estaba
muy segura de si ella sería capaz de
entenderme, pero realmente necesitaba
hablar con alguien.
—Ely, amiga, para un poco —
Claire siempre trataba de poner mis
pies sobre la tierra.
—No puedo Claire, estoy
enamorada, estoy enamorada de James
—mientras lo decía, sonreía y giraba
alrededor de su habitación abrazando
a uno de sus ositos de peluche.
—De verdad, Ely, no quiero que
cometas algo de lo que te puedas
arrepentir. Enfócate en la fotografía,
¿te acuerdas de ella? —me miraba
preocupada.
—Claro que me acuerdo tonta
—digo riendo—Te quiero contar algo
Claire, pero debes prometerme no
decírselo a nadie —me puse seria.
—Me estas poniendo nerviosa
Ely. —Nos sentamos en su cama, la
tomé de las manos y se lo solté—
Anoche lo hicimos, Claire, y fue
maravilloso. —Y dejándome llevar de
un impulso, la abracé.
—¡¿Qué?! ¿Qué hicieron? —Su
cara era de pánico.
—Hicimos el amor, Claire. —Mi
voz fue casi un susurro—Lo amo
amiga, amo a James con todo mi
corazón —fue lo último que dije antes
de cubrirme la cara con las manos.
Después de mi revelación,
nuestra amistad ya no volvió a ser la
misma. Claire nunca lo dijo, pero sé
que ese día la decepcioné y en el fondo
tenía toda la razón, había metido la
pata hasta el fondo.
James también cambió después
de un tiempo. Se enfocó más en la
escuela, me dijo que se iría a estudiar
a Carolina del Norte, sus planes eran
ingresar en Yale, en la prestigiosa
escuela de leyes. Por esa razón
debíamos vernos con menos frecuencia,
necesitaba tiempo para estudiar.
—Ely, ya falta poco para
graduarnos, yo tengo planes y tú
también, no podemos olvidarnos de
ellos —me decía cada vez que lo
llamaba para vernos después de la
escuela.
Pasé una mano por mi cabello,
cada vez estaba más confundida.
Elizabeth nunca había estado enamorada
de mi padre, entonces, ¿cómo era
posible que yo existiera? Quizás esa era
la razón por la que él nunca había
querido hablar de ella. «¡Pobre papá!
No se merecía un segundo lugar, él era
demasiado bueno para Elizabeth».
Después de un suspiro, continué la
lectura.
Pasaron los meses, ya nos
habíamos graduado. Claire estaba
trabajando en un estudio de
arquitectura y diseño en el centro de
Manhattan. La paga no era mucha,
pero le alcanzaba para costear un
pequeño departamento tipo estudio no
muy lejos de la universidad.
—Vente conmigo, Ely —me
pidió, pero mis planes no eran los
mismos. Papá se había enfermado de
cáncer y mamá no paraba de trabajar,
ellos me necesitaban. Mi deber era
ayudarlos.
Conseguí un trabajo de
ayudante de fotógrafo, en una tienda
pequeña, cerca de casa. Lo que ganaba
no era mucho, pero colaboraba con los
gastos y le asistía a mi madre con los
cuidados de papá.
—Claire te prometo, que en lo
que la situación mejore, me voy contigo
—prometí mientras nos despedíamos.
Nos dimos un largo abrazo. Ella
terminó de guardar sus pertenencias en
su auto y lo puso en marcha sin mirar
atrás.
Rob se mudó a Boston, lo había
logrado, consiguió entrar en Harvard
con las mejores calificaciones de la
escuela. Él siempre fue muy serio y
aplicado.
James y yo, ya no éramos los
mismos, aunque seguíamos
queriéndonos con locura, él tomó la
decisión de escoger por los dos.
—Ely te prometo que vendré a
verte en las vacaciones de primavera.
—Me dijo antes de marcharse. Toda su
familia se mudaba a Carolina del
Norte.
—Te voy a extrañar —lloré sin
parar mientras lo abrazaba. No quería
dejarlo ir, algo me decía que esta era
nuestra despedida definitiva.
—Te amo Ely, no lo olvides —
fueron sus últimas palabras.
Nos besamos. Fue un beso dulce
y triste a la vez, estaba lleno de
nostalgia. Muy dentro de mí supe que
no lo volvería a ver.
Cerré el diario y lo guardé
dentro de la gaveta de la mesita de
noche. Necesitaba un vaso de agua para
digerir toda esa información. Fui a la
cocina con cuidado de no hacer ruido.
Todas las luces del departamento
estaban apagadas, excepto una lamparita
de pared que se encontraba en la mitad
del pasillo.
Me guio por esa luz para llegar
sin tropezar hasta el refrigerador y
buscar una botella de agua. Enseguida la
destapé y le di un trago largo, se sintió
tan bien el frio del líquido cuando bajó
por mi garganta.
—¿No puedes dormir? —Di un
brinco, al escuchar la voz ronca de
Connor.
—Casi me matas del susto. —
Cerré el refrigerador y me acerqué al
sofá. Él se sentó y me hizo espacio para
ubicarme a su lado.
—Perdón, pero fuiste tú la que
casi me mata del susto cuando te vi
aparecer en la cocina. —Sonreímos con
poco ánimo.
—¿Te puedo hacer una pregunta?
—me atreví a preguntar.
—¿Tengo alguna alternativa? —
respondió con una pregunta, negué con
la cabeza. Ya no podía con las evasivas.
—Me temo que no.
—Entonces, adelante. Pregunta
lo que quieras. —¿De verdad me estaba
dando carta abierta?, tenía que
aprovechar esa oportunidad—Eso sí,
sólo una —aclaró mostrándome su
seductora sonrisa torcida. Le di un
ligero golpe en el hombro.
—No se vale, por lo menos
cinco.
—Wow, Mía —soltó una
carcajada.
—Shhh, baja la voz. No
queremos ser descubiertos, ¿cierto? —
Coloqué mi mano sobre sus labios.
—Está bien. Que sea una para
cada uno, yo también quiero participar, y
no se hable más del tema, ¿de acuerdo?
—Sentenció. No me pareció muy justo,
pero asentí con la cabeza, una pregunta
era mejor que nada. Le di un apretón de
mano para sellar el trato.
—De acuerdo… —Comencé, me
sentía ansiosa—¿Por qué
desapareciste?, y quiero la verdad, por
favor. —Connor me miró con ternura y
sonrió.
—Lo juro —alegó levantando la
mano derecha y continuó—Por ti, Mía.
Eras muy joven, tenías apenas dieciocho
años y yo no andaba buscando ninguna
relación seria. Me gustabas mucho, pero
mi intención no era hacerte daño.
También estaba el hecho de que Robert
me hubiese matado si me metía contigo
en aquel tiempo. —¿En aquel tiempo?,
¿qué quería decir con eso? Lo que me
alivió fue saber que él se sentía atraído
por mí antes. Al menos, eso reponía mi
orgullo perdido.
—Es tu turno, Connor, pregunta
lo que quieras. —Quizá no debí haber
dicho eso. Yo y mi boca tan grande.
—Hace rato, cuando estábamos
en el despacho de Robert, me dijiste que
me tenías miedo a un nosotros, ¿a qué te
refieres con eso? Y no me hagas trampa.
—Tomó mis piernas y las colocó sobre
su regazo acariciándolas por encima de
la tela del pijama.
—Eres tú quien hace trampa con
estas caricias relajantes y perturbadoras
—le sonreí con coquetería. Deseaba que
me tomara entre sus brazos y nos
sacáramos toda la ropa.
—Responde, Mía, no te hagas la
loca. Y con respecto a las caricias… —
tomó mi mano y se la llevó a su
entrepierna, estaba tan duro como una
roca. «Oh, por Dios, eso había sido una
penitencia»—Así es como me pongo
cuando estoy cerca de ti.
Su confesión me dejó sin
palabras, necesitaba concentrarme para
responderle pero me era imposible.
Apretó aún más su mano sobre la mía,
haciendo el agarre más fuerte, logrando
que su respiración se agitara. Estaba
ansiosa por besarlo, bajarle el pantalón
y liberarlo. Él al darse cuenta de mi
indecisión, me soltó y se llevó mi mano
a los labios.
«Concéntrate, Mía. ¡Demonios!
¿Cuál había sido la pregunta?»
—No te vayas a reír, pero, ¿me
crees si te digo que se me olvidó lo que
me preguntaste? —Connor soltó una
tremenda carcajada, negó con la cabeza
y se levantó acomodando su ropa.
—Algo me decía que este juego
era una trampa. —La situación lo
divertía, se estaba burlando de mí—Ya
es tarde y mañana tengo que madrugar,
me debes tu respuesta No creas que me
voy a olvidar. Vamos señorita, es hora
de ir a la cama.
—Es la pura verdad —suspiré
desilusionada—Sabía que no me
creerías.
Me tendió las dos manos y yo las
tomé para ponerme de pie. Le di un beso
en la mejilla, logrando aspirar el olor de
su piel. Olía a mi gel de lavanda
mezclado con su propio aroma. ¡Ahh!,
era alucinante.
—Deja de provocarme —me
dijo dándome una nalgada en forma
juguetona.
—Es que hueles a mí, eso es
todo —le guiñé un ojo y lo dejé mirando
cómo me alejaba.
Capítulo 13

La alarma del móvil me despertó


a las siete de la mañana. A pesar de ser
sábado quería levantarme temprano.
Deseaba ver a Connor antes que se
marchara. Corrí hasta la sala y lo que vi
me entristeció: todo el lugar estaba
perfectamente arreglado. Había llegado
tarde, ya se había ido.
Papá apareció vestido con su
ropa de correr. Me miró y entrecerró los
ojos. Conocía esa mirada, a él no se le
escapaba nada.
—¿Te vienes conmigo al parque?
—Su invitación me agradó, no podía
negarme.
—Dame cinco minutos, me
cambio enseguida. —Él sonrió y fue a la
cocina para esperarme.
Regresé minutos más tarde, mi
padre me ofreció café antes de irnos y
yo acepté sin protestar. Al salir nos
dirigimos a Central Park, era su lugar
favorito para hacer ejercicios.
Comenzamos estirándonos.
—¿Qué pasa con Oliver? —Su
pregunta fue prudente, pero no estaba
segura de querer contarle.
—No sé, debe ser estrés, tiene
mucho trabajo en la firma. —Podía jurar
que él no se había tragado ese cuento.
Miró para otro lado y negó con la
cabeza.
—Caminemos, tenemos que
calentar los músculos. —Tomó un trago
de agua de su botella, se aclaró la
garganta y agregó—Me pareció que
estaba celoso, espero que sepas lo que
haces, hija. Pero si no quieres hablar de
eso, entonces cambiemos de tema. ¿Qué
planes tienes para la tarde? —Lo miré
sonriendo porque sabía que mi respuesta
le iba a encantar.
—Tarde de chicas con Allison y
las gemelas. —Me devolvió una sonrisa.
—Allison y las gemelas… —
repitió bajito, creo que estaba pensando
en voz alta. Al darse cuenta de su error
se sonrojó—El que llegue primero
prepara el desayuno —se apresuró en
agregar y salió corriendo. Era un
tramposo.
Mi tarde de chicas se desarrolló
en un parque infantil. Jugamos con Amy
y Tara, las hermosas gemelas de Allison,
hasta que no pudieron más con sus
pequeñas almas. Luego hicimos un
picnic y cerramos la tarde compartiendo
unos ricos helados de frutas.
Al llegar extenuada al
departamento me tiré en la cama. Le
había prometido a papá mientras
corríamos en el Central Park que
terminaría de leer el diario de Elizabeth
pronto, me quedaba muy poco por leer.
Debía hacerlo para pasar esa página y
seguir adelante.
Papá tocó la puerta de mi
habitación para avisarme que iría al
hospital, tenía un caso pendiente que
quería estudiar. Yo me cambié de ropa y
busqué en el interior de la gaveta de la
mesita de noche el diario, y me senté en
el sillón al lado de mi cama para
terminarlo.
James no volvió a llamar.
James nunca pudo ser un
prestigioso abogado graduado de Yale.
James y su familia, nunca
llegaron a Carolina del Norte, porque
todos murieron en un trágico accidente
automovilístico.
Rob y Claire vinieron a mi casa
dos días más tarde de nuestra
despedida. Los dos tenían los ojos
enrojecidos e hinchados de tanto llorar.
Me desplomé en el piso cuando escuché
la noticia, no paré de gritar, maldecir y
negar con la cabeza.
Claire se arrodillo a
consolarme, Rob al ver la escena se
nos unió, y lloramos sin parar sabe
Dios cuánto tiempo.
El servicio fue muy triste, me
sentía con los ánimos por el suelo, y
como si fuera poco, empeoraba cada
día que pasaba. Pero tenía que ser
fuerte por mamá y la enfermedad de
papá, que para rematar, estaba peor de
salud.
Rob regresó a Boston al día
siguiente del entierro, Claire se quedó
conmigo un par de días.
—Ely, te veo pálida. Anda, come
un poco de fruta —me ofreció un plato
lleno de fresas, mis favoritas.
—No me provocan Claire, no
tengo hambre. —Ella se sentó a mi lado
y acarició mi espalda.
—Estas muy delgada, Ely,
puedo sentir tus huesos, tienes que
comer. —La miré y con esfuerzo me
llevé una fresa a la boca, pero el olor
de la fruta me provoco nauseas. Salí
corriendo al baño.
—¿Desde cuándo estas así? —
preguntó muy seria.
—Desde hace dos semanas, creo
que es un virus —dije desganada
mientras terminaba de asearme.
—Mañana te llevo al médico, tú
no estás bien —lo dijo como si
estuviera dictando una sentencia.
Claire se encargó de todo, me
llevó a un laboratorio, allí me hicieron
un examen de sangre y otro de orina.
Nos dijeron que volviéramos después
del mediodía por los resultados. Así lo
hicimos, después del almuerzo,
estábamos de vuelta.
Como un mal presagio, se
apareció en la sala de espera una
enfermera de cara redonda y cabellos
despeinados. Me llamó por mi nombre
y apellido. Como un resorte me pare de
la silla y la seguí, me giré buscando la
mirada de mi amiga que no hacía más
que asentir con la cabeza.
Seguí a la enfermera por un
estrecho pasillo que nos condujo a un
pequeño consultorio, allí estaba otra
mujer, se hacía llamar doctora Lani.
—¿Qué edad tienes Elizabeth?
—pregunto mientras habría una
carpeta.
—Dieciocho años —dije
nerviosa.
—Qué bueno, ya eres mayor de
edad, para serte sincera, luces de
dieciséis —comentó estudiando mis
facciones—Aquí tengo tus resultados,
me gustaría que después de lo que te
voy a decir, me prometas que vas a
pensar muy bien tu situación —me miró
buscando mi aprobación, solo asentí
con la cabeza—Estas embarazada, de
apenas seis semanas, tienes que
cuidarte mucho y alimentarte como es
debido —me entregó una bolsa que
contenía una cantidad de papeles
informativos y vitaminas a base de
hierro.
—Gracias —fue lo único que
logré decir, me levanté sintiéndome
aturdida por la noticia, apreté mis
manos alrededor de la bolsa y caminé
en busca de Claire.
No dijimos ni una palabra, mi
mente me llevó a la tierra de los
recuerdos, donde James se encontraba.
Recordé sus intensos ojos verdes, su
bella sonrisa y sin más rompí a llorar.
Cómo lo extrañaba, cuanto lo amaba,
que iba a ser mi vida sin él y ahora
esta sorpresa, un bebé. El fruto de
nuestro amor estaba en mi vientre. Me
sentí sola, afligida y rota, llena de
dolor.
—¿Qué vas a hacer Ely? —me
preguntó Claire con lágrimas en los
ojos.
—No sé, tengo miedo —sollocé
por un buen rato.
Pronto llegó el 3 de Junio, fue
el día en que naciste, estaba muy
asustada, mis padres seguían sin saber
nada, nunca los quise molestar con mis
problemas. Ellos se habían mudado a
Dallas para seguir ayudando a mi
padre con un nuevo tratamiento y
nunca se dieron cuenta de mi estado. Ya
bastante tenían ellos.
Me habían hablado de un
programa para darte en adopción, pero
mi corazón se encogía cada vez que
pensaba en eso. La otra opción que
tenía era que te quedaras conmigo,
pensé en que sería una mamá joven y
hasta que quizás tú me darías las
fuerzas necesarias para salir adelante.
Desde la muerte de James, tu
padre biológico, me encontraba
sumergida en un estado depresivo muy
fuerte. Había sido diagnosticada con
un cuadro de bipolarismo y estaba
siendo medicada con un tratamiento de
antidepresivos de por vida. Pero si te
soy sincera, no sentía las fuerzas
necesarias, como tampoco creía que
pudiera ser algún día una buena mamá.
Claire y Rob fueron a visitarme
al hospital, y en cuanto los vi supe que
ellos serían las personas adecuadas
para quedarse contigo y darte un hogar
lleno de amor. Créeme les pedí el favor
más desesperado de toda mi vida.
Rob se tuvo que hacer pasar
como mi novio, para que apareciera
registrado como tu padre legal en el
acta de nacimiento, de esa forma él
sería tu representante legal a partir de
ese momento. La única condición que
puso, fue el escoger tu nombre.
—Se llamará Mía Watts —dijo
serio y determinado.
No cabe duda que fue una
decisión dura y triste, pero no me
arrepiento de haberlo hecho, estoy
segura que Rob ha hecho contigo,
querida Mía, un trabajo excelente. No
me juzgues y te ruego que seas feliz, te
lo mereces.
Con amor…
Elizabeth Benson.
Tapé mi boca con una mano. Un
sollozo se escapó de mi garganta. En lo
único que pensaba era en mi padre,
Robert Watts, el muchacho estudiante de
medicina que se hizo cargo de la hija de
su mejor amigo. El hombre que me había
dado todo: cariño, apoyo infinito y
compresión.
Me derrumbé en el piso, las
lágrimas no paraban de salir. Mi
corazón estaba oprimido produciéndome
un dolor tan grande en el pecho, que por
un momento creí que estaba sufriendo un
infarto. Respiré profundamente dándome
cuenta que era un ataque de pánico,
causado por demasiadas emociones
acumuladas y años de dudas. Jamás
imaginé que esa fuera mi verdad.
El sonido de la puerta de la
entrada me hizo reaccionar. ¿Mi padre
ya había regresado del hospital?
Me levanté aun llorando todavía
y salí a la sala tratando de limpiarme las
lágrimas.
Mi corazón se emocionó al ver a
mi padre buscando desconcertado algo
sobre la mesa. Sin darle explicaciones
me le colgué del cuello. Era imposible
reprimir mi alegría.
—¡Decidido!, voy a dejar las
llaves más seguido —expresó con una
sonrisa, envolviéndome entre sus
brazos, y haciendo uso de su especial
sentido del humor.
—Papá… —Las palabras se
ahogaron en mi garganta.
—Supongo que terminaste de
leer el diario —intuyó acariciándome la
espalda—Sabía que te pondrías así,
vamos a sentarnos y hablamos. —Lo
solté del cuello y lo tomé de la mano
para caminar juntos hasta el sofá.
—Primero que nada, quiero
agradecerte… —comencé, pero él me
detiene sin darme oportunidad de seguir.
—Basta Mía. Nunca y óyeme
bien, nunca me agradezcas el haberme
encargado de ti. Aunque biológicamente
no seas mi hija, para mí lo eres. Siempre
serás el tesoro más grande que la vida
me ha regalado, eso que nunca me he
atrevido compartir. Eres el fruto del
único amor que tuvo James, mi mejor
amigo —hizo una pausa para secar mis
lágrimas—Quise a James como a un
hermano, y me dolió mucho su muerte.
Él fue un chico brillante, inteligente,
¿sabías que quería ser abogado? —Yo
tenía un nudo en la garganta, que no me
dejaba pronunciar palabras—¡Maldita
carrera!, si no hubiese sido por ella
nunca se hubiese ido… lo siento hija,
me duele recordar —Ahora podía
entender a que se debía su terco
silencio, como también su aberración
por Oliver. Su carrera de abogado le
recordaba a James y su terrible
accidente.
—Lo siento, papá. ¿Sabes de qué
murió Elizabeth? —indagué
acomodándome en el sofá.
—No lo sé. La última vez que
supe de ella fue cuando te llevé conmigo
en brazos del hospital. Lo siento, Mía,
pero cuando Elizabeth se despidió de ti,
yo nunca más quise saber de ella. Nunca
aprobé su decisión, intenté convencerla
de lo contrario. —Lo admiré por ser tan
sincero, aunque eso no evitó que sus
palabras me dolieran.
—Entiendo, y… su amiga,
Claire, ¿la has vuelto a ver? —Sus
facciones se endurecieron. La pregunta
no le había caído bien.
—Ella siguió con su vida. Trató
de ponerse en contacto conmigo cuando
tenías cinco años, pero no quise que nos
reuniéramos. Me parecía absurdo
encontrarnos y revivir un pasado
olvidado y lleno de esqueletos. —En
muchos sentidos él tenía razón, nada se
hubiese ganado con eso.
—¿Los abuelos saben la verdad?
—lo miré atenta.
—Sí, me apoyaron en todo. Ellos
le tuvieron mucho aprecio a la familia
de James, y aunque no fue fácil guardar
este secreto Mía, no queríamos que la
verdad te afectara de alguna manera.
Todos te queremos, hija, y siempre te
hemos protegido.
—Lo sé, eres el mejor papá del
mundo. —Nos fundimos en un abrazo.
Una sensación de alivio invadió mi
corazón, ahora que sabía la verdad me
sentía liberada, podía mirar al futuro sin
miedos. Mi pasado no era más que la
consecuencia de una triste historia de
amor.
El sonido del timbre nos sacó de
nuestro momento. Papá se levantó a ver
de quien se trataba. Minutos más tarde
regresó con un ramo de rosas en una
mano y una tarjeta en la otra, que
extendió hacia mí. Llena de curiosidad
la abrí para leerla.
Mía, te pido disculpas por mi
comportamiento de ayer, me porté
como un imbécil, pero por un momento
sentí que te estaba perdiendo… dime
que estoy equivocado, que son solo
imaginaciones mías. Te amo Osita.
Tuyo, Oliver.
—¿Y bien, de quien se trata? —
preguntó mi padre colocando el ramo
sobre la encimera de la cocina.
—Oliver, es su forma de
disculparse por lo de ayer. —Me
acerqué a las rosas para olerlas.
—Por lo menos tiene estilo el
muchacho. ¿Puedo hacerte una pregunta
que no tiene nada que ver con todo esto?
—Indagó metiéndose las manos en los
bolsillos de su pantalón—Te confieso
que se me hace incómodo tener que
hacerlo —expresó con cierto rasgo de
pena en la voz.
—Adelante, pregunta lo que
quieras. —Lo animé con una sonrisa.
—¿Tú crees que me vería muy
desesperado si invito a Allison a cenar?
—Aquello me enterneció.
—Doctor Robert Watts, usted
está sufriendo un cuadro de
enamoramiento agudo. Le aconsejo que
no pierda tiempo y haga lo que le dicte
su corazón. —Él sonrió como un
chiquillo, regresó a la mesa de la sala,
logrando hallar las llaves y caminó hasta
la puerta—¡No lo dudes papá! —Le
grité antes de verlo desaparecer.
Al quedar sola pensé en Oliver y
vi el hermoso ramo que tenía enfrente.
Las metí dentro de un jarrón y busqué el
móvil para enviarle un mensaje de texto.
Mía: Gracias por las Rosas, son
hermosas.
Oliver: Lo siento de corazón,
espero puedas perdonarme.
Mía: También lo siento. Si eso te
hace sentir mejor.
Capítulo 14

El lunes era mi primer día de


trabajo en el hospital, al llegar me dirigí
hacia la oficina de recursos humanos.
Estaba nerviosa, las manos me sudaban
un poco.
«Tranquila Mía, todo va a salir
bien», me animé mentalmente y entré en
la oficina.
—Buenos días —saludé.
—Buenos días, ¿cómo puedo
ayudarla? —Respondió una chica
pelirroja.
—Soy Mía Watts, me están
esperando —dije con calma.
—Siéntese por favor, en un
momento la atienden.
La salita de espera era pequeña,
solo estaba ocupada por el escritorio de
la pelirroja y unas cuatro sillas
apoyadas a la pared. Había un hombre
esperando, que no apartaba la vista de la
pantalla de su móvil. Me senté tratando
de relajarme, mis manos sudorosas me
delataran en cuanto salude a la persona
que me iba a atender.
Abrí el bolso en busca de una
servilleta para secarme las manos, puse
el móvil en silencio y tomé una
bocanada de aire.
Justo en el momento en que
expulso el aire retenido, aparece Linda
Sullivan, la amiga de mi padre, la misma
chica que había estado con Connor en
Dallas. Salió de la oficina principal.
¿Cómo era posible? «Realmente
este mundo era un puto pañuelo. Esa
mujer tiene algo que no me gusta, pero
todavía no sé qué es».
—¡Doctora Mía Watts!, es un
placer verla otra vez, pase adelante —
me levanté y le estreché la mano.
—Gracias —la seguí y entramos
a un pequeño despacho.
—Siéntese doctora Watts, ¿le
ofrezco algo de beber?
—No gracias, estoy bien por
ahora —Linda rodeó el escritorio hasta
llegar a su silla.
—Necesito que me firme unos
documentos, luego le haré entrega de las
credenciales que debe portar en todo
momento y la acompaño a su
departamento —abrió una de las gavetas
y sacó un sobre de manila—Si voy muy
rápido me avisa doctora.
—No te preocupes Linda, te sigo
perfectamente.
Treinta minutos más tarde y
luego de saturar mi cerebro con una
cantidad de información sobre políticas
del hospital que ya conocía gracias a
mis pasantías en el área de consultas,
nos dirigimos al departamento de
emergencia de niños. Linda caminaba
tan rápido que no era fácil llevarle el
paso.
—¿Tiene alguna pregunta para
mí doctora Watts? —me miró por el
rabillo del ojo sin aminorar detenerse.
—Hasta ahora esta todo claro.
—Y era cierto lo que estaba era ansiosa
por trabajar.
Linda usó su credencial para
abrir las puertas del departamento. El
espacio era inmenso, un circulo
completo, con el cuartel de las
enfermeras en el centro, y alrededor
estaban ubicados los cubículos de los
pacientes con su respectiva camilla,
sillas e instrumentos necesarios.
—Doctora, le voy a presentar al
doctor jefe y encargado. Él será su
superior inmediato, la persona a la que
usted deberá rendirle cuentas —después
de decir aquello se acercó a una
enfermera para hacerle una pregunta.
Aproveché la ocasión para darle un
vistazo al recinto—El doctor está
ocupado en estos momentos —me
afirmó Linda acercándose a mí de nuevo
—Bueno doctora, hagamos otra cosa, la
voy a llevar a que se cambie y deje sus
pertenencias. Así se familiariza con el
hospital mientras esperamos a que se
desocupe —asentí y la seguí.
Caminamos por un amplio
pasillo y entramos en uno de los cuartos.
Era grande y poseía una luz tan blanca
que casi era enceguecedora. Parpadeé
un par de veces, hasta que me adapté a
la intensa claridad. De un lado del salón
estaban los casilleros, al final se
encontraban los uniformes azules y
verdes en una estantería, ordenados por
talla. Busqué uno hasta dar con la mía.
Linda me explicó el
funcionamiento de los compartimientos
para dejar el bolso y la ropa, luego me
hizo entrega de un candado de
combinación.
—Bueno, doctora, la dejo para
que se cambie. Después preséntese en la
sala de emergencias. Allá le dirán lo
siguiente que debe hacer —sonrió
satisfecha, mis nervios habían
desaparecido, me sentía más tranquila.
—Gracias una vez más, Linda.
—Ella se despidió con la mano desde la
puerta y me deja sola.
Con calma me cambié y guardé
mis pertenencias, total, el jefe estaba
ocupado. Además estoy desesperada por
un café, sería mejor buscarlo antes de
conocerlo, también quería darle una
vuelta a papá y que me viera con el
uniforme azul. Me hago una cola alta y
camino hasta la cafetería.
Con dos cafés en las manos,
entré en el elevador y pulsé el botón del
cuarto piso. Una pareja acompañados
por una niña de seis años
aproximadamente, me acompañaron, la
niña me observaba con timidez. Le guiñé
un ojo haciéndola sonreír. Al abrirse las
puertas esperé a que salieran primero.
Me dirigí al consultorio de papá.
Conocía el camino como la palma de mi
mano. Tenía una sonrisa permanente en
el rostro. Entré a la pequeña recepción y
vi que había dos pacientes esperando.
«Ojalá pueda atenderme rápido,
no me podía quedar mucho o me metería
en problemas en mi primer día de
trabajo».
Enseguida me dirigí a la
secretaria.
—Buenos días, Mirian, ¿estará
el doctor Watts desocupado? —Ella
guiñó un ojo y lo llamó por el teléfono
interno.
—Puede pasar, pero sólo cinco
minutos, tiene pacientes esperando. —
Le sonreí en agradecimiento y me
encaminé a la puerta.
—Gracias —le dije antes de
desaparecer.
—¡Mía!
—Te traje café, no me puedo
quedar mucho tiempo, todavía no me he
entrevistado con el doctor jefe de
departamento, está ocupado. —Me
observó y soltó una carcajada de
repentina.
—Será mejor que te vallas, no
vaya a ser que te metas en problemas.
Dicen que es un cascarrabias. En lo que
termine aquí paso por la emergencia. —
Recibió la bebida y me besó en la
mejilla—Y gracias por el café, lo
necesitaba.
—¿Cascarrabias?, ¿por qué no
me conseguiste trabajo aquí contigo? —
Aun sonriendo me animó a salir.
—Anda, Mía, no te quejes.
—«Tenía razón, me había vuelto una
quejona», me despedí rápido y salí del
consultorio.
Terminé el café de camino a la
sala de emergencias. Tiré el vaso
plástico en el bote de la basura y usé la
credencial para abrir la puerta doble.
Repetí el mismo procedimiento en el
área de enfermería.
—Hola, ¿él jefe del
departamento ya se desocupó? —
Pregunté a la enfermera encargada.
Ella asintió y me señaló con la
mano la tercera puerta del área de
habitaciones, donde estaba ubicada su
oficina. Me dirigí con paso ligero, toqué
despacio y esperé.
—¡Adelante! —Esa voz gruesa y
fuerte me causó un estremecimiento,
pero estaba tan preocupada por no
causar una mala imagen que entré
mirando al piso para no tropezarme.
—Buenos días, soy la doctora
Watts… —Quedé muda al subir la
mirada y tropezar con los únicos ojos
azules capaces de acelerar los latidos de
mi corazón.
—Doctora Mía Watts, estamos
comenzando mal… ha llegado tarde en
su primer día.
Capítulo 15

«¡Connor!, pero… ¿esto debe ser


una broma?».
Mi cara de asombro lo hizo
sonreír. Me señaló la silla que tenía
frente a su escritorio, así que cerré la
puerta detrás de mí y con paso elegante
me acerqué al asiento.
—¿Qué haces aquí? —
Pregunté con desconcierto.
—Soy el nuevo jefe del
departamento de emergencias
infantil.—Se aclaró la garganta
poniéndose serio—Debo
advertirle, doctora Watts, que
llegar tarde en este departamento es
una falta grave. Le agradezco sea la
última vez. —Alcé las cejas en un
perfecto arco.
—Entonces, debo llamarte
¿doctor Blair? —Su mirada se
tornó engreída.
—Sería lo más correcto.
No nos tutearemos delante del
personal, no quiero que piensen
que por conocernos tendré
preferencias, ¿estás de acuerdo
conmigo? —Dijo mientras se
levantaba de la silla y rodeaba el
escritorio.
—Entiendo, y no tengo
problemas con eso —respondí
manteniéndole la mirada.
—Espero que podamos
trabajar juntos y sin problemas,
Mía. Otra cosa, tampoco quiero
que pienses que porque estimo
mucho a Robert, te voy a dar un
trato especial, ¿está claro? —Sus
palabras me hicieron sentir como si
estuviera en la oficina del director
del hospital.
—Espero estar a la altura
de tus expectativas —respondí
asumiendo la misma seriedad de él,
borrando toda sonrisa de mi rostro.
Hasta ahora Connor solo conocía a
la Mía risueña, alegre, simpática y
alocada, pero no a la Mía
trabajadora y responsable.
«Este era mi gran momento
para demostrarle de que estaba
hecha».
—Ya veremos. —Su
intervención me molestó, por la
poca fe que reflejó.
Connor dio un paso
adelante y aproximó su rostro hasta
colocarlo a la altura del mío
dejando que nuestras miradas se
encontraran. La tensión creció entre
nosotros. Sus ojos se detuvieron
por un instante sobre mis labios.
Volví a sentirme como
cuando tenía dieciocho años, y no
hacía otra cosa que amarlo con
locura, fue como si el tiempo se
hubiera detenido. Apartó un
mechón de cabello que tenía sobre
la mejilla y lo colocó con cuidado
detrás de la oreja. Ese contacto
despertó un calor envolvente en mi
cuerpo, que comenzó a recorrerme
entera. Me sonrojé sin poder
evitarlo.
Connor al ver mi reacción
sonrió satisfecho y dio un paso
atrás para mirarme de arriba abajo.
—Te queda bien el
uniforme. —Sus palabras me
trajeron de vuelta a la realidad,
pero ¿qué demonios había pasado?
Sin decir más se dirigió hacia un
perchero junto a la puerta donde
estaba colgada su bata blanca. Se
la puso con un movimiento que a mí
me pareció muy erótico—Vamos,
doctora Watts, tenemos que
trabajar. —Me esforcé por aplacar
mis hormonas antes de levantarme
y seguirlo al área de emergencias.
En el camino me ocupé de
aspirar con calma suficiente aire
para tranquilizarme. En verdad este
universo parecía un puto pañuelo.
El resto del día pasó en un abrir
y cerrar de ojos. Ayudé a cuanto
paciente se cruzó en mi camino
demostrándole a Connor que sabía más
de lo que él creía. Al final de la tarde
estaba rellenando unas historias médicas
que había dejado pendientes, sentada en
el área de las enfermeras, en una esquina
apartada para que nadie me molestara.
—¿Estas lista? —Al oír la voz
de papá, alcé la vista y lo vi sonriente.
—Dame dos minutos. —Estampo
la última firma del día, cerré la carpeta
y se la di a una de las chicas. Fui
rápidamente a buscar mi bolso y la ropa,
estaba tan cansada que no tenía fuerzas
para cambiarme—Hasta mañana. —Me
despedí de todos con la mano y alcancé
a mi padre que hablaba con Connor
fuera del área de las enfermeras.
—Hasta mañana, doctor Blair —
los interrumpí. Papá abrió los ojos con
sorpresa y soltó una carcajada—¿Se
puede saber qué te hace tanta gracia?
—Nada, nada —dijo con la
sonrisa aún en los labios. Lo observé
con los ojos entrecerrados, me daba la
impresión de que había sido papá quién
tramó todo esto, poniéndonos a Connor y
a mí a trabajar juntos.
—Hasta mañana, doctora Watts.
La espero a las seis y cuarenta y cinco
de la mañana, le recuerdo que tenemos
una cirugía a las siete, y por favor, no
llegue tarde esta vez. —La última parte
la dijo en voz baja.
—No llegará tarde, hombre —
agregó mi padre con una sonrisa—, de
eso me aseguro yo. —Me crucé de
brazos, al verlos compartir una sonrisa
cómplice, pero mi padre me tomó del
brazo y me sacó de allí para
marcharnos.
Caminamos al estacionamiento.
Cuando estamos llegando al auto, vi la
figura de un hombre recostado sobre la
carrocería, parecía que nos esperaba,
pero ¿quién podría ser?
—¡Mía! —Era Oliver. «Oh, por
Dios». Papá resopló molesto.
—¿Qué haces aquí?, ¿no te fue
suficiente con la otra noche? —Los dos
se miraron con mala cara.
—Este es un lugar público,
doctor Watts. Tengo derecho de ver a mi
novia. —No me gustó que discutieran,
debía detenerlos.
—¡Basta!, papá tranquilo, tengo
que hablar con Oliver. Te veo en el
departamento más tarde. —Le di un beso
en la mejilla.
—Espero sepas lo que estás
haciendo hija. Llámame si me necesitas,
estaré pendiente.
Asentí y esperé a que se subiera
al coche para girarme hacia Oliver y
verlo sonreírme con ternura. Él se
acercó a mí y tomó una de mis manos.
—Entonces, te gustaron las
rosas. —Di dos pasos hacia atrás, no
quería estar tan cerca, de él. Me sentía
incómoda.
—Sí, gracias. —Me acomodé el
bolso sobre el hombro, el momento se
volvió tenso, ninguno de los dos sabía
qué decir.
—Vamos, te invito a tomarnos
algo, necesito contarte algo. —Colocó
su mano en la parte baja de mi espalda
—Te sienta bien el azul. Te vez linda,
Mía.
—Gracias otra vez —soné
apagada, esa no era yo.
Subimos a su auto, hasta que
llegar a un restaurante italiano. El
mismo al que me había llevado en
nuestra primera cita. Mi conciencia me
atormentó, no quería herir sus
sentimientos. Él no se lo merecía no era
justa la manera en que lo engañaba.
«¡Demonios!, qué día tan largo,
estaba agotada».
Seguimos a la chica que nos
llevó hasta una mesa junto a la ventana.
Barrí el lugar con la mirada, no había
mucha gente todavía y sonaba una
música de fondo muy agradable. Al
sentarnos, Oliver pidió una botella de
vino tinto. Lo observo con atención, no
podía negar que era atractivo. Se había
quitado la corbata y llevaba los dos
primeros botones de la camisa abiertos.
¿Por qué ya no me gusta como
hace una semana atrás?, ¿por qué
Connor tuvo que reaparecer en mi
perfecta, aburrida y monótona vida?
—¿Qué ha pasado con nosotros?
—Su pregunta me devolvió a la
realidad.
—No lo sé —fue lo único que
me atreví a contestar.
—¿Quién es Connor Blair y que
significa para ti?, pero esta vez, Mía, te
pido que seas sincera. —El mesero
llegó con una botella y dos copas, las
rellenó con calma y enseguida se retiró.
—Ya te lo dije, es un viejo
amigo de la familia. Solo eso. —Tomé
un sorbo de vino y luego puse la copa
sobre la mesa—Oliver, creo que lo
mejor será… —Él me interrumpió,
alzando una mano con la palma abierta
hacia mí.
—No digas algo de lo que te
puedas arrepentir más tarde. No quiero
que te enfades. Pero me tome la libertad
de pedirle a David Rodríguez que lo
investigara, lo que encontró de él no es
nada bueno. —Lo miré con la boca
abierta, ¿hasta dónde Oliver era capaz
de llegar?, quizás papá tenía razón y
todos los abogados eran egoístas,
personas a quienes no les importaba
llevarse a nadie por el medio—Ese tipo
tiene una doble vida —lo observé
confusa.
—Pero, ¿qué dices, Oliver? ¿A
qué te refieres con lo de doble vida? —
Ahora sí que no entendía nada.
—Es médico, cirujano y todo lo
que tú quieras, pero en lo que respecta a
las mujeres, tiene una manera muy
singular de… —Se detuvo intentando
buscar las palabras correctas—Bueno,
le gusta compartirlas, básicamente tiene
fama de no estar en una relación por más
de una noche y frecuenta esos clubs de
Swingers. —No podía seguir
escuchando, me sentía fatal. ¡¿Connor
formaba parte de un club de intercambio
de parejas?!
—Oliver, escúchame bien, no
entiendo por qué me dices todo esto,
pero me parece de muy mal gusto,
especialmente viniendo de ti. Tú que
eres una persona tan correcta. Lo mejor
será que lo dejemos hasta aquí. Primero
te pasaste invadiendo mi privacidad y
ahora esto… levantarle una calumnia a
un hombre que no conoces de nada solo
porque estas celoso, me parece que es el
colmo. —Tomé el bolso que tenía
colgado en el respaldo de la silla y me
levanté—Espero que estés bien.
No esperé su respuesta, estaba
tan molesta que caminé a grandes
zancadas hasta salir del local. Afuera
me detuve en la acera, tomé aire y
obligué a mi corazón a serenarse. Me
sentía tan aturdida que no sabía qué
hacer.
Capítulo 16

El sonido de un mensaje de texto


me hizo reaccionar.
Allison: Tengo una emergencia
amiga, pero no le digas nada a Robert,
prométemelo.
Mía: Lo prometo, ¿qué pasa?
Allison: Es Amy, está prendida
en fiebre, no le baja con nada. Estoy de
camino al hospital, ¿podemos
encontrarnos allí?
—Mía: Claro, voy en camino.
Nos vemos pronto.
Paré un taxi y le indico que me
lleve al hospital lo más rápido posible.
Me alegré de encontrarme cerca.
Minutos después entré por el área de
emergencia y la vi a mi amiga sentada
con las gemelas en la sala de espera.
—¡Allison! —La llamé,
inclinándome para tomar a Amy en
brazos—La voy a llevar a que la
examinen. —Me llevé a la niña al
interior de la unidad de emergencias.
Por suerte, Connor no se había ido. Nos
encontró en la recepción y enseguida se
acercó a nosotras.
—¿Qué le pasó? —indagó en
dirección a Allison.
—Tiene mucha fiebre y no se le
baja con nada. Estoy desesperada. No sé
qué hacer. —Ella se cubrió su rostro con
las manos y sollozó.
—Tranquilízate, enseguida será
atendida. Quédate aquí con Tara y llena
los formularios necesarios para el
ingreso. Yo me ocuparé de lo demás.
Dejamos a Allison y a la
pequeña Tara en la sala de espera,
mientras nos ocupamos de Amy. Connor
se portó a la altura, era profesional en
todo momento. Dos horas más tarde, la
niña se encontraba estable y descansaba
en una habitación.
—Allison, sería recomendable
que Amy se quedara esta noche para
poder monitorearla, la puedes
acompañar si quieres. —Mi amiga me
miró con algo de angustia, sin saber que
decir.
—Me llevaré a Tara, pasará la
noche conmigo. Te prometo que la
cuidaré bien.—Ella me abraza en
silencio, era su forma de agradecerme el
apoyo.
—Todo va a estar bien amiga, es
solo una precaución —le repetí para
calmarla dándole un abrazo de
despedida—Además, Tara está en
buenas manos. Nos vemos mañana
temprano, voy a aprovechar a Connor
para que nos lleve al departamento. —
Volvimos a abrazamos y la dejamos en
compañía de una de las enfermeras.
Tara no paraba de reír mientras
salía montada sobre los hombros de
Connor. Llegamos hasta su todoterreno y
la colocó en la sillita que utilizaba
Emma, su hija. La aseguró bien y se
sentó detrás del volante.
—¿Sigues de novia con el tal
Oliver? —preguntó Connor mirándome
a los ojos con recelo. Aunque el tono de
su voz era suave también mostraba algo
de fastidio
—Hemos terminado —le dije
clavando mis ojos en los suyos. Un
brillo de satisfacción se asomó.
Se acercó a mí para darme un
beso con suavidad sobre los labios. Me
gustó cómo se sintió, no quería que
parara.
—No te podría compartir con
nadie Mía, te quiero solo para mí —dijo
sobre mis labios antes de apartarse.
Su confesión me recordó las
palabras de Oliver en el restaurante.
Entonces ¿si era cierto que compartía
con otros hombres a las mujeres con
quien salía? ¿Será verdad lo que dijo de
Connor o fueron sus celos los que
hablaron por él? La duda volvió a
invadirme.
—Y, ¿ese beso a que se debe,
doctor Blair? —pregunté sin poderme
aguantar.
—Es tu premio por haber hecho
un excelente trabajo en tu primer día. —
volvió a besarme, pero esta vez corto y
rápido.
—Tenemos a una espectadora,
no creo que le estemos dando un buen
ejemplo. —Él rió con fuerza y encendió
el motor.
Mientras Connor manejaba por
la ciudad me entretuve buscando una
buena canción en la radio, pero no tenía
suerte. La apagué y me giré para ver a
Tara. Se había quedado dormida.
—¿Emma está aquí contigo? —
Le pregunté para romper el silencio.
—Llega este fin de semana, no
quise traerla hasta no tener remodelado
el departamento. Irma se la trae —dijo
con tranquilidad. Yo solo asentí.
—¿Por qué no dijiste la otra
noche, que íbamos a trabajar juntos? —
Lo observé atenta.
—Me gusta sorprenderte—
reveló con una sonrisa traviesa.
—Se te da muy bien, por cierto.
—Los dos reímos—Gracias por ayudar
a Allison.
—No lo hice solo, la ayudamos
los dos. —Colocó una mano sobre mi
pierna a la altura del muslo, sus caricias
eran suaves y muy provocativas. Mi
cuerpo era débil y traicionero ante su
tacto. Deseaba que la subiera un poco
más y llegara hasta mi intimidad.
Sentí como se humedecía mi
sexo, tuve que retorcerme un poco en el
asiento para calmar la ansiedad que me
provocó el calor de su mano.
«Este no es un buen momento
para sentirme tan excitada», me reprendí
mentalmente.
—¿Todo bien? —preguntó con
picardía.
—Aja —dije sin ganas
ruborizándome sin querer.
—Hemos llegado —anunció—
Te ayudo con Tara.
Connor se encargó de sacar a la
niña y subirla al departamento. Al abrir,
nos conseguimos a papá sentado en el
sofá tomándose una copa.
—Connor, Mía, ¿qué ha pasado?
—Se levantó y se acercó hacia nosotros.
—Ya está todo bien, no te
preocupes. Dejamos a la otra gemela
hospitalizada. Allison se quedó con ella.
—La cara de papá era todo un poema—
Pasa Connor, vamos a acostarla en mi
cuarto.
—Será mejor que la vaya a
acompañar —dijo con seriedad, después
de que entramos en la habitación y
mientras veía como la acomodamos
juntos bajo las sábanas.
—No señor, usted se queda aquí.
Además estas tomando.
—Fue solo una copa, Mía, no
exageres. Puedo tomar un taxi o mejor,
Connor me lleva. —Lo miró
esperanzado, esperando ser apoyado—
Me cambio enseguida —agregó antes de
recibir una respuesta y salió al pasillo
para dirigirse a su habitación.
—Connor, dile algo. Allison no
quiere que él se entere. Ayúdame, por
favor —dije en voz baja y lo animé con
una mano a que lo siguiera.
—¡Robert!, espera. —Enseguida
se apresuró a alcanzarlo, pero no
lograba escuchar nada desde la
habitación. Así que me ocupé en
terminar de acomodar a Tara, le apagué
la lámpara y salí dejando la puerta
entreabierta, para que entrara la luz del
pasillo.
Connor intentó hablar con él,
pero lo único que consiguió fue
aumentar su mal humor, y para tener una
discusión innecesaria que pudiera
enemistarlo con mi padre, prefirió
marcharse. Se despidió de mí con un
beso corto pero apasionado y luego se
fue.
Enseguida busqué a mi padre y
lo encontré sentado en la orilla de su
cama, con la mirada enfurecida clavada
en el suelo y frotándose las manos por el
nerviosismo.
—¿Por qué no quiere verme?,
¿qué te dijo? —consultó alzando la vista
hacia mí. Me senté a su lado, estaba
derrotada. Me hubiera gustado tener
tiempo para descansar, pero ese lunes se
había convertido en el más largo de mi
vida.
—Le da pena contigo, no quiere
que pienses que se está aprovechando de
ti. Ella siempre ha sido una mujer
independiente, papá, dale su espacio. —
Le pasé una mano por la espalda para
tranquilizarlo, pero no pude lograrlo.
—¡Espacio una mierda!, yo
quiero que cuente conmigo, que me
llame si tiene una emergencia. Ella me
necesita a su lado. —Se levantó aún más
molesto, lo que dijo me hizo
enternecerme.
—¿Papá, en que época vives?,
ahora las mujeres toman el control de su
propia vida. Además ustedes no son
novios ni nada por el estilo, y no es
normal contar con un vecino simpático.
—Él resopló, tomó su chaqueta y se
dirigió a la puerta.
—Me voy, aquí no resuelvo nada
—fue su sentencia antes de tirar la
puerta con tal fuerza que retumbaron las
paredes.
Negué con la cabeza mientras
caminaba hasta mi baño. Necesitaba una
ducha, había tenido suficiente por un
día.
Mi padre estaba bien grandecito,
si quería ver a Allison e imponerse en
su vida. Ella tendrá que resolver esa
situación, como a mí me toca resolver
las mías.
Ese comportamiento impulsivo
de mi padre era algo novedoso, él
siempre fue una persona calmada y
sensata, pero en esta ocasión actuó como
un chiquillo, no fue capaz de
controlarse, parecía un caballo
descarriado. Sólo esperaba que Allison
no lo rechazara, ella también era una
mujer complicada y terca como una
mula.
Al terminar de bañarme y
vestirme con un pijama arreglé el sofá
para dormir en él y no despertar a Tara.
En lo que mi cabeza tocó la almohada
logré desconectarme de la realidad, y
sumergirme en un sueño profundo.
Al sonar la alarma me levanto
como un cohete recordando que tenía
que estar a primera hora en el quirófano.
Me arreglé en minutos y con cuidado
desperté a Tara. Ella me miró con carita
de querer seguir durmiendo. La arreglé
rápidamente y me la llevé en brazos,
tenía que apurarme si quería llegar a
tiempo. Me sorprendí al ver a Connor
parado en la puerta del departamento,
dispuesto a tocar el timbre.
—Dámela Mía, ella pesa un
poco. —Enseguida se hizo cargo de la
niña, algo que agradecí en silencio. Tara
ni cuenta se dio del cambio, iba dormida
—Tenemos que apurarnos. En el
hospital nos espera Robert para hacerse
cargo de Tara, mientras Allison espera
que le den de alta a Amy
—Gracias por venir a
recogernos —Bajamos al
estacionamiento por el ascensor y con
premura llegamos a su todoterreno.
Connor aseguró a Tara en la sillita antes
de ocupar su puesto—Papá se fue
anoche al hospital, es evidente que se
está ocupando de Allison.
—Sí, él me llamó temprano para
avisarme y pedirme que te ayudara con
Tara. —«Ahh, venir a buscarme no
había sido iniciativa propia, que
desilusión».
—¡Por Dios!, papá ha perdido la
cabeza —solté una carcajada.
—Robert se ha enamorado. —Lo
dijo con tanta naturalidad que lo miré de
reojo. Lucía impecable, como siempre, y
aún conserva el cabello húmedo. Estaba
vestido de manera informal, lo que lo
hacía verse más joven y menos serio. En
el ambiente flotaba el olor de una
fragancia masculina que me hacía
desvariar.
Para evitar suspirar como una
idiota, me ocupé de encender el estéreo.
Al escuchar la voz de Ed Sheeran,
cantando Pensando en voz Alta cerré los
ojos, era uno de mis temas favoritos,
comencé a tararearla cuando a los pocos
segundos Connor apagó la música.
—¿Por qué dices que le temes a
un nosotros, Mía? Necesito saber a qué
atenerme contigo —Su pregunta me
sorprendió, aunque no podía negar que
tenía razón, era hora de sincerarme con
él.
—Desde que nos encontramos…
todo ha pasado muy deprisa Connor. Yo
tampoco sé a qué atenerme contigo —él
me observó de reojo y me sonrió con
dulzura.
—Hagamos algo… —me tomó
de la barbilla y depositó un casto beso
sobre mis labios—terminaremos este
tema más tarde, ¿estás de acuerdo?—
dijo justo antes de bajarse del
todoterreno. Asentí con la cabeza y salí
del vehículo. Por la hora que era
sabíamos que nuestra conversación no
podría continuar. Una vez más quedaba
en el aire.
Capítulo 17

Llegamos al hospital en tiempo


record. Atravesamos el vestíbulo en
dirección a los elevadores. Las puertas
se abrieron no dudamos en entrar.
—Sólo tenemos 10 minutos para
alistarnos. —Su voz era suave, una de
sus manos tomó un mechón de cabello
suelto sobre mi frente y trató de
acomodarlo tras mi oreja, Mi pulso se
aceleró con ese simple gesto—Voy a
llevar a Tara con tu padre y nos vemos
en el quirófano —añade justo antes de
que las puertas se abran.
Salimos dando grandes
zancadas, no teníamos tiempo que
perder. Cada uno tomó caminos
diferentes. No podía quejarme esta era
la vida que había escogido y la que tanto
me apasionaba. Me fui directo a
cambiarme. Al terminar de arreglar mi
cabello fui al pabellón para lavar mis
manos minuciosamente, quedaba poco
para la operación.
Conocí al equipo con el que
trabajaría ese día: Gregory el
anestesiólogo, dos enfermeras, Matt, el
chico recién graduado que serviría de
ayudante. Connor sería el médico
cirujano y yo su apoyo.
—La doctora Mía Watts, va a ser
parte del equipo —agregó Connor al
incorporarse minutos después, y
mientras una enfermera lo ayudaba a
ponerse los guantes.
—Bienvenida —dijeron las
enfermeras. Los otros dos asintieron con
la cabeza.
Existía una dinámica
extraordinaria entre ellos. Sobre todo,
entre las dos enfermeras, el
anestesiólogo y Connor. El chico se
notaba que era nuevo, pero igual
encajaba de maravilla.
La cirugía resultó ser sencilla:
una extracción de amígdalas. Algo
rutinario, que no tomó más de una hora.
Al terminar con el procedimiento me
encargaron acompañar a las enfermeras
a la sala de observación, donde
trasladamos al paciente. Su nombre
había sido Andrew, un niño de diez
años, alto para su edad y delgado.
Connor apareció cinco minutos
más tarde.
—Doctora Watts, acompáñeme a
hablar con la familia del paciente. —
Declaró en tono profesional y muy serio.
Lo seguí en silencio hasta una
habitación pequeña. Cerró la puerta tras
él y me arrinconó contra la pared. Pegó
su boca a la mía y nos besamos con
desespero, la adrenalina del momento
nos superaba.
—He estado toda la operación
pensando en hacerte mía.
Enseguida se apoderó de mis
labios, sus manos adquirieron vida
propia y viajó por mis senos,
masajeándolos por encima de la tela.
Mis pezones se endurecieron como
piedras bajo sus manos. Yo vibraba de
deseo.
Lo ayudé a sacarse la camisa y
le acaricié sus increíbles pectorales,
dejé que mis manos viajaran solas hacía
el sur donde estaban sus abdominales.
Connor gruñó excitado.
—Doctor Blair está usted muy
atrevido, debería acusarlo por acosador
—le dije sonriendo con picardía.
—Te lo dije, me es difícil
controlarme contigo —murmuró en mi
oído con voz ronca mientras deslizaba
una de sus manos por la cinturilla de mi
pantalón, por debajo del bikini,
posándola por encima de mi sexo
mientras lo rozaba con delicadeza,
abriéndose paso entre mis húmedos
pliegues. Solté un gemido, sus caricias
me encendían de tal forma que era capaz
de explotar en cualquier momento.
Me aventuré y metí mi mano por
dentro de su pantalón, no quería ser la
única que disfrutaba. Al encontrar su
miembro fuerte duro y palpitante, lo
apreté, luego con un movimiento subí y
bajé despacio pero con firmeza. Connor
volvió a gruñir de placer. Cerró los ojos
y echó la cabeza hacia atrás.
Pero cuando venía el mejor
momento el sonido de su móvil nos
interrumpió.
Había surgido un problema en el
departamento. Connor debía hacerse
cargo de él. Nos separamos, los dos
estábamos visiblemente contrariados.
Nos arreglamos, y antes de salir a
incorporarnos a nuestra jornada, nos
dimos un beso suave antes de abrir la
puerta y pretender que nada había
pasado en esa habitación.
Mi corazón estaba feliz, una
sonrisa se dibujó en mi rostro por el
resto de la mañana. El día pasó muy
deprisa. Después del almuerzo
dedicamos la tarde a hacer las rondas a
los pacientes que se les había practicado
cirugía esa semana.
Al terminar y mientras me
cambiaba de ropa, llamé a Allison para
ver como seguía Amy. Ya estaban en
casa, y conocer el buen estado de salud
de la niña me serenó.
Con un humor insuperable por un
día tan productivo y lleno de buenas
noticias, salí con el bolso en la mano
directo a la oficina de Connor para
despedirme antes de irme.
Toqué la puerta y la abrí
despacio sin esperar respuesta. Lo que
vi me dejó petrificada.
Linda Sullivan, la jefa del
departamento de recursos humanos,
estaba desnuda sobre el escritorio con
las muñecas atadas por encima de su
cabeza y las piernas abiertas, abrazando
la cintura Matt, el chico recién graduado
que nos había asistido esa mañana en la
operación. Quien tenía el pantalón a la
altura de sus pantorrillas.
Él entraba y salía de su cuerpo
con fuerza. Su rostro estaba cubierto por
una capa de sudor y sus pupilas
dilatadas lo hacían ver como un animal
en celo.
Un segundo más tarde, Connor
apareció detrás de mí mirándome
sorprendido. Linda trató de taparse con
rapidez y Matt se subió los pantalones
en un segundo.
Mi impresión fue tal que no pude
pronunciar ni una palabra, empujé a
Connor con fuerza y salí de allí a las
carreras.
—¡Mía!, ¡espera! —Él trató de
detenerme, pero se lo impedí
sacudiéndome de su agarre, antes de que
él me alcanzara.
Ofuscada, llegué a la recepción
tan deprisa como pude. Por un momento
perdí el equilibrio, pero me apoyé en
una camilla para recobrarlo y me
apresuré a salir desesperada del
hospital.
«¿Connor sabía que ellos
estaban allí? ¿Por qué en su oficina?
¿Estaría esperando su turno, por eso no
había entrado antes?».
Me sentía traicionada, aturdida y
furiosa. Las palabras de Oliver
resonaron en mi cabeza, él me lo había
advertido, y yo de ingenua lo tomé por
un mentiroso.
Llamé a un taxi y me subí sin
mirar atrás, las lágrimas comenzaron a
correr por mis mejillas.
«Eres una estúpida, Mía. Ese
hombre no vale la pena, no te merece»,
me reproché mentalmente.
El móvil sonó pero al mirar la
pantalla y ver su nombre en ella tuve
ganas de tirarlo por la ventana. Sin
embargo, aquello era un IPhone de
última generación. No valía la pena.
Antes de llegar al edificio decidí
atender el teléfono que no paraba de
repicar.
—Mía, déjame explicarte por
favor.
«¿Quería explicarme?, es decir,
que él sí estaba involucrado en todo ese
asunto. No quería escucharlo».
—Guárdate tus explicaciones
por donde mejor te quepan, ¡eres un puto
cabrón! —grité como si estuviera
poseída y corté la llamada. Me limpié el
rostro con una servilleta que me ofreció
el chofer y lancé el móvil dentro del
bolso, no sin antes silenciarlo para dejar
de escuchar sus repiques.
Al llegar a casa, el aroma a
lasaña invadió mis fosas nasales. Fui
directo a mi habitación para cambiarme
de ropa y limpiarme el rostro, intentando
ocultar las lágrimas, no sabría cómo
explicar lo ocurrido, luego me presenté
en la cocina. Allison, mi padre y las
gemelas, estaban alrededor de la mesa
coloreando.
—Hija, ¿cuánto tiempo llevas
ahí parada? —indagó mi padre al
verme. Las niñas se bajaron de las sillas
y corrieron hacia mí.
—El suficiente para saber que
vamos a cenar lasaña. —Le guiñé un ojo
a mi amiga antes de que nos
abrazáramos.
—Aún no he podido agradecerte
por cuidar ayer de Tara, espero no te
haya dado muchos problemas. —Yo
negué con la cabeza y le sonreí—¿Todo
bien, Mía? ¿Has estado llorando? —Me
susurró. Le indiqué con la mirada que no
quería hablar delante de mi padre, ella
me sostuvo por un codo y salimos a la
sala mientras las niñas regresaban a la
mesa.
—No se vayan muy lejos, en
diez minutos estará lista la cena —avisó
papá desde la cocina, ocupándose de las
niñas.
—Mi vida es una mierda amiga,
no sé ni por dónde empezar —gimoteé,
pero fue imposible conversar. Las
gemelas nos rodearon para enseñarme
sus dibujos.
El timbre de la puerta sonó. Papá
apareció junto a nosotras y nos ordenó
encargarnos de la comida mientras él
atendía la visita.
—Vamos, tengo que sacar la
lasaña —indicó Allison—, Mía distrae
a las niñas en la mesa, me ponen
nerviosa cuando están cerca del horno.
—Hice lo que me pidió sin proponer
nada más, me sentía fatal anímicamente.
Me ubiqué en medio de las dos chicas e
intenté mantenerlas ocupadas.
—Tenemos un invitado —
anunció mi padre con emoción al entrar
de nuevo en la cocina—Mía, pon otro
puesto en la mesa. —Alcé la vista. Los
ojos azules de Connor se clavaron en
mí.
—Gracias Robert, espero no
causar problemas —dijo sin apartar la
mirada.
—¿Qué dices, Connor?, no seas
ridículo. Ven aquí y saluda. —Allison lo
abrazó con efusividad—Gracias por lo
de ayer en el hospital, no sé qué hubiese
hecho sin ustedes, se portaron como la
familia que no tengo —alabó con sus
ojos llenos de lágrimas pero enseguida
se sacudió un poco la cabeza para
agregar—Basta de dramas, vamos a
comer. ¿Quién tiene hambre? —Las
niñas gritaron con júbilo y todos nos
pusimos en marcha para servir la cena y
ocupar nuestros puestos en la mesa.
Al terminar la comida me
excusé, me había esforzado por
disimular mi pena delante de mi familia,
pero no podía seguir sentada mirándolo
y recordando lo que había visto en su
oficina.
—Excelente cena, amiga, te
felicito —expresé en dirección a
Allison—, pero estoy que me muero del
cansancio, buenas noches. —Me
levanté, besé a las pequeñas y me
despedí del resto con la mano.
Cuando iba a mitad de camino,
Connor me alcanzó deteniéndome por el
brazo. Me solté con brusquedad, estaba
tan molesta que no podía controlarme.
—Espera un momento, por favor,
necesito que hablemos —suplicó con las
manos en alto, en señal de redición. Mi
rabia era tal que no me contuve y traté
de abofetearlo, pero él fue más rápido y
evitó el golpe—Te dejo hacerlo si me
escuchas.
—No te quiero escuchar, por hoy
he tenido demasiado, será mejor que te
vayas. —Tomó mi rostro entre sus
manos, ofuscándome aún más—
¡Suéltame!, ni te atrevas —mascullé con
los dientes apretados, no quería que
nadie se enterara de nuestra discusión,
especialmente mi padre.
—Mía, no me juzgues antes de
escucharme, por lo menos dame una
oportunidad —me soltó despacio—
Dime cuando, seré paciente. —Dudé que
lo fuera, no era una de sus cualidades.
Pasé una mano por mi cabello con
angustia, su cercanía me perturbaba.
—Ya me habían llegado rumores
acerca de tu particular forma de
compartir a las mujeres y no los quería
creer hasta esta tarde. No tengo dudas
que de alguna manera estabas envuelto
en ese acto. —Dije con desprecio. Seguí
mi camino dejándolo parado en la mitad
de la sala y con la palabra en la boca.
Necesitaba salir de ahí antes de que las
lágrimas me delataran.
Capítulo 18

A medida que pasaban las


semanas, el trabajo era lo único que me
llenaba. Exigí jornadas largas, y me
pasaba la mayoría del día en el hospital.
Hecho que me había ayudado mucho con
respecto a mi debilidad por la bebida.
Por lo menos en ese aspecto había
avanzado, ya no necesitaba del alcohol
para evadirme, irónicamente lo había
cambiado por el trabajo que era mucho
más sano.
El tema entre Connor y yo quedó
en el aire, no deseaba enfrentarme a su
realidad, cada uno de nosotros tenía un
closet lleno de esqueletos que nos
esforzamos por evitar.
También me puse en contacto con
el detective David Rodríguez. Saldé mi
cuenta con él y le deje claro que no
debía continuar con la investigación.
Para mí ese tema estaba cerrado. No
tenía sentido continuar cuando para mí
todas esas dudas se habían aclarado.
Oliver había vuelto a llamarme,
quería que le diera una oportunidad.
Aunque sabía que me amaba y
respetaba, hacerlo sería cometer un
error. Me engañaría de la peor manera.
Reanudar lo que habíamos dejado sería
como querer tapar el sol con un dedo,
convirtiéndome en una farsante, por no
querer enfrentar la realidad.
Mi corazón le pertenecía a una
persona, me había tomado tiempo
admitirlo. Mi orgullo tuvo algo que ver,
pero la verdad era que siempre había
sido de él. De Connor.
El móvil vibró, lo llevaba en el
bolsillo del pantalón. Lo saqué y sonreí
al ver en la pantalla el número de
Allison.
—Hola, Ally —traté de parecer
animosa.
—A mí no me engañas amiga, te
veo triste aunque trates de aparentar lo
contrario —suspiré—Tenemos que
hablar Mía, te necesito. —Me extrañó el
tono de su voz, la escuché algo
contrariada.
—¿Está todo bien con las
gemelas? —Ella suspiró.
—Si amiga, las niñas están bien,
soy yo la del problema. —Eso me
preocupó, ¿sería por mi padre? ¿Qué
habría pasado?
—En lo que salga del hospital
me voy directo a tu casa, ¿te parece?
—Mejor nos vemos en tu
departamento, voy a dejar a la vecinita
mirándolas, necesito privacidad. —«¡Oh
no!, esto no pinta bien».
—Perfecto, te mando un texto
cuando este de camino. —Justo al
finalizar la comunicación, una de las
enfermeras me llamó. Debía atender a un
paciente.
En mi descanso a mitad de
jornada, me animé a ir al consultorio de
mi padre para saludarlo. Quería ver si
podía averiguar algo, Allison me había
dejado preocupada.
Entré en el despacho y le pedí a
su secretaria que me anunciara. Mientras
esperaba aproveché para enviarle a un
mensaje a Connor y avisarle de mi
ubicación, en caso de que me necesitara
por alguna urgencia.
Mía: Estoy en el consultorio de
mi padre, por si me necesitan.
Connor: Gracias por avisar. Está
flojo, no te preocupes. Tómate tu
tiempo.
Mía:
La chica me hizo señas cuando
estuvo desocupado.
—Ya puede pasar doctora Watts.
Papá abrió la puerta y Linda
Sullivan salió de su oficina con una gran
sonrisa dibujada en el rostro, me saludó
con un movimiento de cabeza y siguió de
largo. Una rabia me invadió, fruncí el
ceño y lo vi con los ojos entrecerrados
en lo que paso por su lado.
—¿Se puede saber qué hace esa
mujer aquí papá? —Me dejo caer sobre
un diván que se encontraba junto a una
estantería llena de libros.
—¿Se puede saber cuál es el
motivo de tu enojo? —Resoplé con
fastidio.
—Ella es el motivo de mi enojo.
Esa una zorra barata, no la soporto. —
Subí la voz más de lo normal. Mi padre
puso mala cara.
—No me gusta que hables de esa
manera, no la conoces. —Se sentó
detrás de su escritorio.
—¿Tu si la conoces, papá?
—Hay muchas cosas que no
sabes, Mía. —Juntó las manos y las
colocó sobre el escritorio—Ya me
entere del incidente en la oficina de
Connor. —Yo abrí los ojos como platos,
«¿y todavía la defendía?, ¡Arg!, la
detesto»—Y no me mires con esa cara,
tengo que contarte para que me puedas
entender.
—¡¿Entender?! No papá gracias,
no tengo nada que entender. Lo vi con
mis propios ojos, no quiero hablar de
eso y menos contigo. —Me levanté y
caminé hasta el escritorio con postura
enfadada.
—Eres una malcriada, ya me lo
han dicho. Te vas a sentar, y me vas a
escuchar como lo que eres, una mujer
adulta. —Se puso de pie y apuntó la
silla con el dedo. Yo parpadeé algo
sorprendida por su reacción, pero
preferí obedecerle y no continuar con la
discusión.
—Lo siento papá, no debí
hablarte de esa manera, pero es que
Linda no me agrada. —Papá
habitualmente era un pan, pero cuando
sacaba su carácter había que temerle.
—Se lo molesta que estas, y
déjame decirte que te entiendo. Connor
me ha pedido ayuda para que interceda
por él, y voy a dejar claro, Mía, que lo
que voy a contarte no lo hago por él, lo
hago por ti —alegó con seriedad,
posando su mirada en mí—Años atrás
cuando él apareció en nuestras vidas,
surgió un brillo especial en tus ojos, que
se apagó el día en que desapareció. —
Me incorporé para agregar algo, pero
me mandó a callar con la mano—No me
interrumpas por favor. —Se aclaró la
garganta y siguió—Siempre supe que te
gustaba de joven, al principio pensé que
era un capricho de adolescente, pero
cuando se marchó, el brillo de tus ojos
se apagó. Te costó un buen tiempo
recuperarte y enfocarte en tu carrera.
Ahora, Connor ha vuelto a nuestras
vidas, esta vez sus planes son de
quedarse, mejorar como persona, quiere
ser digno de ti. —«¿Qué significaba
eso? ¿Digno de mí?»—Espera a que
termine —advirtió, al verme abrir la
boca para decir algo—Todos
cometemos errores o hacemos cosas de
las que luego nos arrepentimos, no
somos perfectos, nadie lo es hija. Te
pido que lo oigas, no lo juzgues sin
saber, no seas tan dura. Prométeme que
lo vas a pensar. —Exhalé con fuerza,
tenía que tragarme mi orgullo y darle
una oportunidad.
¿Qué era lo peor que podía
pasar? Quizás después de todo, papá
tuviera razón».
—Te lo prometo —rodeé el
escritorio y lo abracé—Gracias papá
que haría sin ti.
—No me gusta verte triste, y me
doy cuenta que cuando están juntos eres
muy feliz. No te lo niegues, no seas tan
prejuiciosa. —Asiento, papá me limpia
las lágrimas, soy una llorona
sentimental, no lo podía evitar —Bueno
ya aclarado este asunto, me lleva al
siguiente. Con respecto a Linda
Sullivan, ella es la fundadora de una
casa Club para intercambios de pareja
en la que participan muchos de los
médicos que trabajan en este hospital y
bueno alguna vez lo visité por pura
curiosidad. Quédate tranquila, ella no
anda detrás de Connor. —Papá dio el
tema por zanjado. Yo no salía de mi
asombro mientras lo miraba estupefacta
—Y cambiando el tema, ¿qué te trae por
aquí?—Decido no darle importancia a
lo último que dijo y continuar con lo que
me había traído a su despacho.
—Papá, ¿qué pasa con Allison?
—Nos separamos y me miró resignado.
—Le pedí que se casara
conmigo. —Mi sorpresa fue tal que tuve
que sentarme de nuevo. «¿Había oído
bien?, no lo podía creer».
—¿No te parece que es muy
rápido?, tienen menos de un mes
saliendo. —Lo miré sorprendida, «con
razón mi amiga quería hablar conmigo
debía estar aterrada».
—Eso mismo dijo ella, quizás
las dos tengan razón. Pero hija, estoy
enamorado de las tres como un chiquillo
y no las quiero perder. —Le sonreí
porque sabía muy bien que él ya había
tomado esa decisión. Papá al fin había
encontrado a la mujer que amaba y me
alegraba saber que era Ally. Ojalá ella
estuviera igual de enamorada.
—Esta tarde la veo, te confieso
que me gusta la pareja que hacen,
parecen tal para cual.
Nos despedimos, él debía
atender su siguiente consulta. Bajé a la
emergencia recordando nuestra
conversación, quizás tenía razón, y
escuchar lo que Connor quería decirme
fuera una buena idea. Con ese
pensamiento el día pasó tan rápido que
no me había dado cuenta. Terminaba de
rellenar unas historias médicas cuando
él me mandó a llamar a su oficina.
Enseguida fui y al llegar, toqué la puerta
con suavidad y asomé la cabeza.
—Pasa —dijo tranquilo, se veía
tan atractivo como siempre. La barba
incipiente que se había dejado le
quedaba muy bien.
Capítulo 19

—Tú dirás. —Pasé al interior,


pero dejando la puerta abierta—Estaba
a punto de irme.
—Emma te manda esto, me dijo
que te la entregara personalmente. —Era
una tarjeta, la tomé mirando mi nombre
plasmado en color púrpura. Una
invitación para su fiesta de cumpleaños.
—Gracias, dile que cuente
conmigo, allí estaré. ¿Eso es todo,
doctor Blair? —Él me sonrió, podía
intuir que quería decirme algo más, pero
no lo hizo.
—Es todo doctora Watts, puede
retirarse. —Asentí y le regalé una
sonrisa antes de desaparecer.
Cuando me hallaba a pocas
cuadras de distancia del edificio, le
mandé un mensaje de texto a mi amiga.
Mía: A punto de llegar, te veo en
la puerta de mi departamento en cinco
minutos.
Allison: Perfecto, voy por la
vecinita.
Después del de ella, otro
mensaje de texto entró. Lo miré rápido
porque creía que era de mi amiga.
Connor: Gracias por aceptar la
invitación de Emma, todavía estoy
esperando que aceptes la mía.
Mía: Pronto.
Connor: Tic… Toc… no seas tan
dura conmigo.
Mía: Tic… Toc… pronto.
Una sonrisa genuina se instaló en
mi rostro, tan solo había sido un mensaje
de texto, pero para mí lo que realmente
importaba era que Connor seguía
mostrando interés por mí.
Me bajé del taxi y subí al
departamento, Allison me esperaba con
una sonrisa marcada en los labios. Nos
saludamos con un abrazo.
—Cuéntame todo, desahógate.
—Entramos en la casa y corrimos a mi
habitación, echándonos sobre la cama
entre risas.
—Estoy feliz, nerviosa y
asustada, Mía, tu papá me pidió
matrimonio. —Ahora su sonrisa era
permanente.
—¿Lo amas, amiga? —La tomé
de las manos. Ally asintió, no podía
hablar, estaba sollozando de alegría—
¿Le contestaste? —Negó con la mano.
—Lo siento. —Trató de
calmarse—Lo amo como nunca había
amado a nadie. Robert es un hombre
maravilloso. —Se tapó la cara y siguió
llorando.
—Cálmate Ally. Entonces, ¿cuál
es el problema? —Ella tomó una
bocanada de aire y poco a poco lo soltó.
—Todo es tan rápido, Mía.
Tengo miedo a que se arrepienta, es
mucho de repente: las gemelas, yo, mi
trabajo, su trabajo. No sé, temo a que
fracasemos. —Yo sonreí y le aparté un
mechón de pelo que le caía sobre uno de
los ojos.
—Papá las adora a las tres, no
tengas miedo. Mi padre se ha enamorado
de ti, los dos se merecen y yo estoy feliz
por ustedes. —Nos volvimos a abrazar.
—¿De verdad crees que
funcionemos?
—Sí, tonta. Ya verás que todo va
a salir bien, no seas tan dura contigo
misma. Eso sí amiga, prepárate, porque
él se va a encargar de consentir a las
chicas. —Ella me miró con timidez.
—Ya lo hace Mía, cada vez que
lo encuentro coloreando con ellas o
leyéndoles un libro mi corazón se llena
tanto. ¡Oh, por Dios!, creo que voy a
volver a llorar. —La ayudé a pararse de
la cama—Le dije que me diera unos
días, que le daría respuesta para la
nochebuena.
—Amiga, eso suena tan
romántico, pero espera, ¿eso es mañana?
—Ally asintió y en medio de risas, la
llevé hacia el baño—Vamos, arréglate,
papá va a llegar en cualquier momento.
¿Quieres algo de tomar? —La vi desde
el marco de la puerta mientras ella abría
la llave del agua del lavamanos.
—Sí, un café. Gracias, Mía,
gracias por escucharme. —Le froté la
espalda con cariño antes de dejarla para
que se retocara el maquillaje y me fui a
la cocina.
Una hora más tarde papá entró en
a la cocina y nos consiguió charlando
alegremente.
—Hola, hola. ¿Cómo están las
mujeres más bellas de todo Manhattan?
—Se acercó a Allison y le dio un beso
sobre los labios. La escena fue tan tierna
que sonreí sin querer.
—Hey, hey, les recuerdo que no
están solos —bromeé—Los dejo, me
voy a duchar.
—No tan rápido, ¿les provoca
comida china? —propuso mi padre a las
dos con atención—¿Y las gemelas?
—Con la vecinita —respondió
Allison—Las iré a buscar —completó
pero mi padre la detuvo y le dedicó una
mirada que me inquietó. Creo que
necesitaban privacidad.
—La comida china me parece
genial, mejor voy a prepararme para la
cena. —Me levanté y traté de escapar.
—Espera Mía —pidió mi padre
—Te recuerdo que los abuelos llegan
mañana, por la cena de nochebuena —
Había olvidado que ellos vendrían. El
trabajo en el hospital me había
absorbido todos esos días.
—Ally, vas a conocer a los
abuelos, prepárate… —Le guiñé un ojo
—Gracias por recordarme papá, tengo
muchas ganas de verlos.
—Otra cosa, Mía. Cenaremos
aquí en el departamento, la abuela
quiere cocinar, pero Connor y Emma
también vienen, los invité —me confesó
con una sonrisa pícara. No pude evitar
abrazarlo. Papá me conocía demasiado
bien.
Desaparecí y los dejé hablando
de manera confidencial sobre las
gemelas, la cena y quien sabía cuántas
cosas más. Los dos se veían tan bien
juntos y tan enamorados que parecían
sacados de una novela rosa.
Capítulo 20

Al día siguiente el departamento


olía a gloria. Eso era sinónimo de que
los abuelos habían llegado. Tiré todo en
el sofá y me apresuré a entrar en la
cocina para saludarlos. La abuela Esther
estaba cocinando. Lucía tan regia como
siempre, solo ella era capaz de
arriesgarse a cocinar vestida con
pantalones blancos.
La abuela Esther y el abuelo
Thomas habían volado desde Florida.
Ellos vivieron en Nueva York por más
de sesenta años, y hasta hacía sólo tres,
tomaron la decisión de retirarse a vivir
a un clima más cálido. Se compraron un
condominio con vista al mar en Tampa.
La abuela Esther, era más que
una abuela para mí, la sentía como una
madre, siempre atenta, cariñosa,
paciente y amorosa conmigo. Desde
pequeña me apoyó ocultando todas mis
travesuras y ayudándome con papá y con
el abuelo cuando me encaprichaba por
algo muy costoso. Papá era hijo único.
Los abuelos eran los únicos familiares
que teníamos.
—¡Mía!, querida —exclamó la
abuela, al tiempo que se levantaba para
darme un abrazo.
—Abuela, te he echado de
menos. —Mis ojos se llenaron de
lágrimas. «Debía contarle lo del diario
que el detective me había entregado».
—Un momento, Esther, no la
hagas llorar. —El abuelo apareció
mientras nos separábamos. Después de
abrazarme me seca las lágrimas con uno
de sus pañuelos perfumados.
—Estoy bien abuelo, no pasa
nada —me quejé pero igual acepté su
gesto con una sonrisa—Creo que es la
emoción acumulada —dije más
calmada.
—Ven aquí, Mía, cada día estás
más hermosa. —Ésta vez el abuelo me
dio un abrazo de oso polar. Él era
grande y robusto, y aunque tenía cara de
gruñón, en el fondo era muy dulce.
—No me gusta que vivan tan
lejos, los extraño mucho. —La abuela
pasó su mano por mi cabello.
—Mía, sabes que puedes ir a
visitarnos cuando quieras. —Me miró
con ternura, como sólo ella sabía
hacerlo.
—Lo sé, pero ahora que trabajo
mi tiempo es reducido. En fin, estoy
feliz de que estén aquí con nosotros. —
Abrí el refrigerador y saqué una botella
de agua—¿Ya conocieron a Allison y a
las gemelas? — La abuela frunció el
ceño. Me pareció que había metido la
pata.
—No, todavía no. Robert nos
buscó al aeropuerto y luego nos dejó
aquí. Él fue a comprar unos ingredientes
especiales que necesito para la cena. —
Justo en ese momento entró papá.
—Hijo estamos hablando de ti,
que bueno que llegaste. —La voz del
abuelo era tan fuerte que retumbaba—
¿Trajiste todo lo que te pedí?
—Eso creo, espero no haber
olvidado nada. —Papá se nos quedó
mirando a todos. «Oh, oh, parece que va
a decir algo importante»—Esta noche
tendremos a varios invitados
adicionales. Entre ellos esta Allison y
sus dos gemelas, Tara y Amy, también
vienen Connor y Emma. —Se pasó una
mano por el cabello, parecía estresado
—Les quiero decir otra cosa —La pausa
que hizo fue eterna, la abuela no podía
aguantar el suspenso.
—Hijo, por Dios, habla de una
buena vez. Me tienes con los nervios de
punta. —Solté una carcajada, tanta
tensión me pareció graciosa—Mía no te
rías, y Robert termina de hablar. —«Tan
linda, la abuela nunca cambiará».
—Quédate tranquila mamá no es
nada malo, en realidad es una buena
noticia. Sé que no conocen a Allison
todavía, pero estoy seguro que les va a
encantar tanto o más que a mí. Ella
además de hermosa, es una mujer
maravillosa y una excelente madre, es
divorciada y tiene dos niñas. No
tenemos mucho tiempo juntos aunque la
conozco desde hace unos años… bueno
lo que realmente quiero decir, es que
esta noche le voy a pedir que se case
conmigo delante de todos ustedes,
después de la cena. —La última parte la
dijo tan rápido que a todos nos costó un
par de segundos digerirlo.
La abuela se llevó la mano al
corazón, él abuelo le pasó un brazo al
verla llorar.
—Abuela no te pongas así, ella
de verdad es una buena muchacha, es mi
mejor amiga. Fui yo quien los presento.
—Me acerqué y sequé sus lágrimas con
el pañuelo perfumado del abuelo.
—Lo siento hijo, lloro por lo
que has dicho, me haces tan feliz. No
tienes idea de cuánto he rezado para que
una buena mujer aparezca en tu vida.
Eres tan bueno hijo, te mereces lo mejor.
—Papá la abrazó con afecto.
—Te felicito hijo, sabes lo
orgulloso que estamos de ti y de Mía.
Mira lo bonita que se ve en su uniforme
—Todos reímos, esa ocurrencia
tranquilizó el ambiente.
Los invitados comenzaron a
llegar. Primero lo hicieron Connor con
Emma, mi corazón se aceleró a más no
poder al verlos, la abuela pudo percibir
mi estado.
El abuelo hizo de anfitrión,
recibiéndolos en la entrada.
—Cuanto tiempo Connor, años
sin verte, aunque déjame decirte, te ves
igualito. —La abuela se le guindó del
brazo y no paraba de hablar. Él le
sonreía con dulzura y le seguía la
corriente guiñándome un ojo.
En seguida volvió a sonar el
timbre, el abuelo nuevamente saltó a
abrir la puerta, esta vez fue Allison y las
niñas. Las tres lucían como sacadas de
una revista de modas. Papá, como todo
un caballero, salió a su encuentro.
—Adelante, tú debes ser Allison
—indicó el abuelo sonriente. Mi amiga
asintió—¿Y estas princesas? Ah, ya sé,
son Tara y Amy. —El abuelo era un
experto, Ally sonrió de oreja a oreja,
sus nervios se habían esfumado.
—Allison te presento a mi
padre, Thomas Watts y a mi madre
Esther Watts. —La abuela soltó el brazo
de Connor y se acercó a ellas.
—Encantada de conocerlos,
Robert me ha hablado mucho de ustedes.
Tara y Amy enseguida
congeniaron con Emma, el trio se
distrajo jugando en la sala, alrededor
del árbol de navidad. Mientras Allison
acompañaba a mi abuela a la cocina,
para supervisar que todo estuviera listo
para la cena.
Aproveché la ocasión y le hice
señas a Connor para que me siguiera a
la terraza. Como la noche era fría
tuvimos que ponernos las chaquetas
antes de salir al exterior.
—Gracias por la invitación —
inició él mirándome con sus hipnóticos
ojos.
—Sabes que papá te aprecia
mucho. —Connor colocó su mano en mi
cintura y me atrajo hacia él.
—¿Y tú Mía? —Murmuró
acercándose a mí.
—Connor… Yo… sé que
tenemos una conversación pendiente. —
Di un paso hacia atrás.
—Sólo quiero que sepas que no
tuve nada que ver con lo que pasó en mi
oficina. Mía, desde el incidente del
avión, no he estado con otra que no seas
tú. —Lo miré sorprendida.
«Entonces, ¿el no tuvo nada que
ver? Pero… necesitaba que me aclarara
la historia que Oliver me había
contado».
—Yo tampoco he estado con más
nadie Connor. —Le confirmé. Su mirada
se oscureció, acunó mi rostro entre sus
manos y me besó con suavidad.
—Papá, Mía, vengan, vamos a
cenar. —Emma corrió hacia nosotros,
me agaché para recibirla con los brazos
abiertos.
—Gracias, princesa, por venir a
buscarnos. Déjame abrazarte, hace
mucho frio. —Connor se quitó la
chaqueta y la envolvió en ella.
Caminamos juntos en dirección a la sala
pero antes de entrar a la calidez del
departamento Connor me susurró al
oído.
—Esta conversación no ha
terminado Mía…
El ambiente era perfecto, Allison
no paraba de hablar con los abuelos, eso
era una buena señal, las tres niñas
jugaban animadas y mi padre no podía
dejar de sonreír con satisfacción,
sentado junto a la mujer que amaba.
Entre conversaciones, Allison, la
abuela, y yo nos ocupamos de poner la
mesa y servir la comida. Los hombres se
hicieron cargo de las bebidas y del
cuidado de las niñas.
La cena transcurrió entre chistes
malos de médicos, risas y anécdotas de
los abuelos en su nuevo condominio de
la playa. Cuando saqué el postre: una
rica torta de manzana acompañada con
helado de vainilla, las niñas gritaron por
la emoción. El momento del subidón de
azúcar había llegado.
Al terminar de comer, papá alzó
una copa y le dio unos golpecitos con la
punta de un tenedor.
—Atención, por favor. —Se
levantó, metió la mano dentro del
bolsillo de su pantalón y sacó una cajita
aterciopelada color negro—Gracias a
todos por venir. Quiero aprovechar la
oportunidad de que mis padres están
presentes, así como mi buen amigo
Connor y por supuesto, mi hija, que ha
hecho de cupido en esta historia, la
atención que les pido es para hacer una
petición. —Se acercó a Allison, puso
una rodilla en el piso y le tomó una
mano a mi amiga, cuyo rostro se sonrojó
de tal manera que por un momento temía
le fuera a dar algo—Allison Lowen. —
La miró con tanta intensidad y amor que
yo no pude evitar que mis ojos se
empañaran por la alegría. La abuela se
secó las lágrimas con una servilleta
mientras Allison atendía con devoción a
sus palabras—Desde que te vi en mi
cocina con las gemelas haciendo
galletas con chispas de chocolate, supe
que había caído rendido a tus pies. No
puedo vivir un día sin verlas. Te amo
Allison. —Ella no soportó más, con
manos temblorosas trató de limpiar las
lágrimas que rodaron por su rostro—Por
favor, no llores mi vida, yo solo quiero
hacerte feliz. —Ally procuró
tranquilizarse—¿Quieres casarte
conmigo y hacerme el hombre más feliz
del mundo?
Mi amiga lo observó con una
ternura indescriptible. El amor que se
tenían era palpable. Papá abrió la cajita
y le enseñó la flamante roca de diamante
montada en oro blanco que se hallaba
dentro de ella.
—¡Sí… Sí… Robert, te amo. —
Él sin poder ocultar su emoción, le
colocó el anillo en el dedo y la ayudó a
ponerse de pie. Las niñas saltaron de sus
sillas y los abrazaron.
—Felicidades, hijo. —El abuelo
lo abrazó tan fuerte que todos
comenzamos a reír.
—¿Y para cuando es la boda? —
preguntó la abuela con una súper
sonrisa.
—No asustes a Allison, mamá,
lo importante es que dijo que sí —dijo
papá alegremente.
—Quédate tranquila mujer, ya
nos avisaran, no nos pongamos
fastidiosos —intervino el abuelo en su
vozarrón y las risas no pararon.
La abuela se acercó a Allison y
le tomó ambas manos. Todos hicimos
silencio porque queríamos escuchar. El
momento se volvió serio.
—No quiero ser fastidiosa,
Allison. Lo que estoy es desesperada
por ver a Robert casado como Dios
manda y lo veo tan feliz a tu lado que…
—La voz de la abuela se quebró por la
cantidad de emociones que la
embargaban—Lo que quiero decir es
que no te vayas a arrepentir de entrar en
nuestra familia. —Las dos se abrazaron
y papá se les unió.
Una hora más tarde Connor
anunció que debía irse. Después de las
despedidas lo acompañé a la puerta.
—Nos vemos en tu fiesta de
cumpleaños, pórtate bien princesa. —
Le di un beso y un abrazo a Emma. En
ese momento apareció papá junto con
las gemelas y Allison.
—Felicidades a los novios una
vez más. —Connor le dio una palmada
en la espalda.
—Gracias por venir, bajemos
juntos, voy a acompañar a las chicas.
—Buenas noches, Mía. —
Connor cogió a Emma en brazos, quien
estaba tan cansada que enseguida
acomodó la cabeza en el hombro de su
padre.
—Buenas noches Connor,
gracias por venir. Que descansen.
Connor me regaló una última
mirada antes de que las puertas del
elevador se cerraran. Suspiré aliviada al
recordar nuestra conversación en la
terraza. Pero sabía que tenía más cosas
que aclarar y como él mismo lo había
mencionado, la conversación estaba
pendiente.
Capítulo 21

Finalmente fui a reunirme con


los abuelos que se habían instalado en la
habitación de papá. La abuela estaba
sentada en la orilla de la cama y el
abuelo se hallaba a su lado sacándose
los zapatos.
—Te traje un regalo, Mía —dijo
ella mientras extraía una caja
rectangular forrada con un papel dorado
y una cinta roja aterciopelada.
—¡Abuela!, para que te
molestaste, no es mi cumpleaños. —
Sonreí, ella sabía cuánto me gustaban
los regalos. Tomé el paquete y lo
examiné con atención.
—No es nada. —Su voz se tornó
un susurro—Ábrelo, quiero ver si te
gusta. —Lentamente desenvuelvo el
paquete.
Al destapar la caja encontré una
fotografía enmarcada que nos habíamos
tomado la última vez que los había
visitado. Aparecíamos los tres
abrazados, yo estaba en medio de los
dos y todos teníamos unas sonrisas
gigantes, con los cabellos alborotados
por la brisa y un cielo azul de fondo.
Mis ojos volvieron a llenarse de
lágrimas. Abracé la foto y traté de
sonreírle a la abuela.
—Abuela, es preciosa, gracias.
—Nos abrazamos los tres.
—Robert nos contó acerca del
diario, Mía. —La voz del abuelo en esa
ocasión fue suave—Quiero que sepas
que estoy muy orgulloso de ti, has sido
valiente al querer enfrentar el pasado.
Tu sabes cuánto te queremos hija y que
con nosotros cuentas para lo que sea. —
La abuela pasó su brazo sobre mis
hombros.
—Gracias por todo, por el
cariño, por la paciencia y por estar
siempre presente en mi vida. Los adoro.
—«Las lágrimas volvieron a salir, pero
estas eran de alivio. Nunca fuimos
capaces de decirnos esas palabras ».
—El amor no se agradece Mía
—dijo la abuela. Su voz era dulce—El
amor se siente y lo único que siempre
hemos querido hija, es que seas feliz. —
Con eso dejamos atrás los secretos, no
había nada más que ocultar. Desde ese
momento me sentía completa, preparada
para seguir adelante sin tener que mirar
atrás.
******************************
Una semana después, papá,
Allison, las niñas y yo, nos fuimos
juntos a la fiesta de Emma. El evento se
realizó en un club cuya fachada exterior
ara similar a la de un castillo medieval
pintado de color rosa. Niñas corrían y
gritaban por todos lados.
Junto a la puerta nos esperaba
Connor. Papá se encargó de bajar a las
niñas, Allison y yo nos acercamos a la
cumpleañera.
—¡Hola princesa! —Saludé a la
cumpleañera y ella corrió hacia mí para
abrazarme.
—¡Mía, Mía, viniste! —
Envolvió mi cuello en sus bracitos con
ternura.
—No me perdería tu fiesta por
nada del mundo. ¿Cuántos años estás
cumpliendo? —Pregunté bajándola al
suelo e inclinándome para quedar a su
altura.
—Seis, ya soy una niña grande.
—Era demasiado linda, no me resistí y
le di un beso en la mejilla.
—Vamos, Emma, enséñame
dónde puedo dejar el regalo. —Ambas
caminamos tomadas de la mano para
llegar hasta Connor.
—Papá, Mía me trajo un regalo.
Guárdalo, nosotras vamos a jugar. —
Cuando se lo entregué, nuestros dedos se
rozaron. Una pequeña descarga de
electricidad se encargó de recorrer mi
cuerpo. Nos miramos, podría jurar que
él había sentido lo mismo.
—Lo mantendré seguro, vayan a
divertirse. —Me guiñó un ojo.
Nos encontramos con Allison y
las pequeñas, Emma se unió a las niñas
y las tres salieron corriendo,
persiguiéndose y gritando sin parar.
Por el rabillo del ojo veo a mi
padre conversando con Connor y el
gusanillo de la curiosidad me invadió.
La pregunta de Allison me hizo
reaccionar.
—¿Vas a hablar con él? —Ally
pasó el brazo sobre mi hombro. Se
refería a Connor—Ustedes hacen una
bonita pareja —Negué con la cabeza.
—Eres una traidora, ¿estás de su
parte ahora? —Alcé una ceja.
—¡Nunca amiga! —alegó con
picardía, dándome un ligero empujón.
—No sé Ally. La noche en que
mi padre te propuso matrimonio
hablamos un momento en la terraza, pero
la conversación quedó en el aire. De
verdad no sé qué va a pasar con
nosotros —le dije sintiéndome frustrada.
—Si tienes otra vez la
oportunidad de hablar con Connor, te
pido que lo escuches. Ya después que lo
hagas podrás tomar una mejor decisión.
—Asentí, no quería seguir hablando del
tema. No sabía si volveríamos a retomar
esa conversación y nada más pensar en
ello me entristecía.
—Oye, no te hagas la loca
amiga, ¿para cuándo es la boda? —
Pregunté para cambiar de tema. Una gran
sonrisa se forma en su rostro.
—Esta noche vamos a discutir lo
de la fecha, después de dormir a las
niñas. He planeado una pequeña velada
a la luz de las velas con sushi, vino y
una música de fondo. Robert ha sido
muy paciente, se merece eso y bueno…
un cariñito de más. —Cubrí mis oídos y
simulé alejarme de ella sin parar de reír.
—Demasiada información, no
quiero saber más. —Nuestra diversión
fue tan efusiva que atrajimos sin querer
la atención de quienes nos rodeaban.
Dos horas más tarde nos
encontramos alrededor de la mesa de la
torta, cantamos cumpleaños, y Emma
pidió un deseo mientras soplaba las
velas. No soltó mi mano ni la de Connor
en ningún momento, ese cariño tan
genuino que sentía por mí me ablandó el
corazón.
Por el rabillo del ojo lo capturé
varias veces a Connor mirándome. Me
gustaba que lo hiciera, a quien quería
engañar. Seguía estando enamorada de
él como una adolescente. Solo esperaba
que su interés no decayera por haberme
tomado todo ese tiempo en darme
cuenta. Sin embargo, la conversación
seguía pendiente, y lo que tenía que
decir me inquietaba.
—Mía, es hora de irnos, las
gemelas están cansadas —anunció papá
después de comer pastel. Me acerqué
para despedirme de Emma, pero su
manito se aferró a la mía.
—Mía no te vayas tan pronto,
ven a casa con nosotros, por favor —lo
dijo con la vocecita más dulce que había
oído.
La voz de Connor resonó detrás
de nosotras sobresaltándome.
—A mí también me gustaría que
vinieras Mía, además, hoy debemos
hacer todo lo que la princesa Emma
diga. —la niña sonrió y me abrazó, ese
gesto tan efusivo hizo que aceptara la
invitación
—Acepto su invitación su
majestad —le dije sonriendo mientras
nos separábamos. Connor me agradeció
en silencio con una sonrisa.
—Amiga nos vamos, las gemelas
están agotadas —me indicó Allison para
luego acercarse a mi oído y murmurar—
Escúchalo y pásala bien, deséame suerte
a mí. —Le guiñé un ojo.
Al terminar la fiesta ayudé a
Connor a guardar los regalos en el
todoterreno. Emma se subió sola en su
silla y nos llamó apurándonos.
—Ya casi terminamos —dije
para calmarla.
—Listo, la última bolsa. Vamos,
Mía. Princesa Emma, ¿quiere ir a
palacio?
—¡Sí! —gritó la niña, aunque se
notaba cansada.
Connor se giró hacia mí antes
que subiéramos al auto y posó su mirada
azul en mis labios. Como un reflejo,
acaricié su mandíbula. Él atrapó mi
mano y la besó con afecto.
Al subirnos al todoterreno, puse
música mientras Connor manejaba. El
trayecto era corto y en menos de quince
minutos aparcó el vehículo en el
estacionamiento de su edificio. Entre los
tres logramos bajar todos los paquetes, y
subimos a un viejo elevador. Emma
pulsó el botón de su piso y las dos
comenzamos a contar hasta que las
puertas se abrieron. No podía negar que
la pasaba muy bien con ella y Emma se
mostraba feliz conmigo. Al igual que
Connor, que en todo momento nos
observaba con cariño y satisfacción.
Entramos al departamento y
quedé impresionada por su tamaño. Era
muy espacioso y estaba decorado con
practicidad, utilizando un estilo
moderno con muebles coloridos y muy
pocos adornos.
—Es precioso, Emma, me gusta
tu castillo. —Ella se rió y tiró de mi
mano para sentarnos en el sofá—Deja
que me quite los zapatos, ya no los
aguanto. —Ambas nos descalzamos en
medio de risas.
—Ayúdame a abrir los regalos,
¡vamos, vamos! —La euforia de la chica
era contagiosa. Entre las dos rompimos
los papeles y abrimos cajas.
—¿La están pasando bien?, aquí
les traigo pizza por si quieren. —Connor
colocó la bandeja sobre una mesa,
ubicada en el medio de la sala. Estaba
vestido de manera informal. Me pareció
tan sexy que no pude evitar suspirar al
verlo.
—Gracias Connor, creo que
princesa Emma la está pasando súper.
—le guiñé un ojo a la niña.
—Papá, este es el mejor
cumpleaños de mi vida —dijo
emocionada y se levantó para tomar un
pedazo de pizza.
—Gracias por venir con
nosotros. —Connor se acercó y se sacó
los zapatos antes de sentarse a mi lado,
muy cerca, tan cerca que nuestros
cuerpos podían rozarse. Inhalé hondo,
mientras él pasaba su brazo por encima
de mis hombros, esta vez no lo rechacé,
me gustaba cómo se sentía. Cerré los
ojos y recosté mi cabeza sobre su
hombro—Tenía tantas ganas de tenerte
en mis brazos —susurró cerca de mi
oído. Giré el rostro hacia él al escuchar
sus palabras—¿Vamos a terminar esa
conversación que dejamos pendiente?
—Me perdí en su mirada, en esos ojos
que me hacían olvidarme de todo, las
palabras no salieron de mi boca.
Estaban atoradas en mi garganta. El
miedo a lo que sucedería era más fuerte
que yo.
Capítulo 22

«Me estaba comportando como


una tonta. Enfócate Mía y dile que lo
quieres escuchar, deja el miedo». Me
repetí mentalmente.
—Me regalas un vaso con agua.
—Fue lo único que dije después que
aclaré mi garganta.
—Desde luego. —se levantó con
rostro resignado a buscarme la bebida.
Me quedé observando a Emma mientras
jugaba con una de sus muñecas nuevas.
Preguntándome: ¿esta es la vida que
quiero llevar? ¿Estaré preparada para
este nuevo rol?
La voz de Connor me trajo de
vuelta a la realidad.
—Te traje una botella.
—Gracias. —La acepté y le di
un trago—Contestando a tu pregunta: sí,
me gustaría que termináramos esa
conversación pendiente. —Él sonrió y
sacó su IPhone para marcar con rapidez.
—¿Qué haces? —lo miré
sonriendo y sin comprender.
—Llamo a Irma para que se
apure antes de que cambies de opinión,
fue a comprar unos ingredientes para la
cena. —No pude evitar reír y negar con
la cabeza.
—Me he creado mala fama, que
mal concepto tienes de mí. —Él soltó
una carcajada, para luego apartarse un
poco y hablar por teléfono. Eso me
tranquilizó, el momento incómodo había
pasado.
—Ni hablar. Irma estará aquí en
unos minutos. —La alegría lo hacía lucir
aún más irresistible—Vuelvo enseguida.
—Se dirigió hasta donde estaba Emma
jugando. Le habló al oído y ella asintió
tranquila. Luego ella le dio a su padre un
beso en la mejilla.
Casi enseguida la puerta del
departamento de abrió y apareció Irma
cargada con unas bolsas, Connor salió a
su encuentro y se las quitó de las manos.
—¿Dónde las quieres Irma?
—En la cocina doctor, gracias.
—Él desapareció por una puerta lateral
mientras Irma se dirigía hacia Emma
para darle un beso.
—Hola Irma. —Me senté junto a
la niña.
—Hola doctora. Es bueno verla
por aquí —dijo la mujer con una
sonrisa.
—Bueno Irma, nosotros nos
vamos. —Le notificó Connor mientras
se dirigía hacia nosotras .Me puse los
zapatos y tomé el bolso—No deje que
abuse, a las nueve a la cama.
—No se preocupe, doctor.
Me despido de Emma con un
beso mientras él se calza los zapatos.
Después de despedirme de Irma, Connor
colocó su mano en mi espalda y me
dirigió todo el camino hasta el
todoterreno. Me fue imposible evitar
que los nervios aparecieran para
torturarme cuando ya estaba dentro del
vehículo.
«Ha llegado el momento Mía,
relájate, todo va a salir bien», me
repetía como un mantra.
—¿Te molesta si vamos a tu
casa?, necesito que estemos en un lugar
tranquilo para lo que tengo que contarte.
Aprovechemos que tu padre se quedará
con Allison esta noche, ¿te parece?
Sonreí con algo de nerviosismo
y asentí con la cabeza ante su propuesta.
El momento para poner en orden mi vida
había llegado.
Tan pronto como entramos al
departamento, me desplomé en el sofá y,
me saqué los zapatos porque no los
soportaba ni un segundo más. Me senté
con las piernas dobladas y me masajeé
el talón.
—Túmbate, y coloca los pies
sobre mis piernas, deja que yo lo haga.
—Vacilé por un momento, pero hice lo
que me decía. Su propuesta era
tentadora.
Connor comenzó masajeando mi
pie derecho, hundiendo sus dedos en la
parte baja de la planta, se sentía tan bien
que enseguida logré relajarme. Sin
premura atendió uno y luego al otro,
varios gemidos se me escaparon.
—Gracias, no tenía idea de lo
bueno que eres. —Él me sonrió de
medio lado y ladea la cabeza. «Por
todos los santos, esta para comérselo a
besos»—Creo que es hora de ponernos
serios… —Connor se aclaró la garganta
y se acomodó en el asiento.
—No sé cómo empezar, no te
rías, pero te confieso que he estado
practicando este momento, ahora que te
tengo en frente… —Tomé su mano y la
apreté ligeramente—Gracias, necesitaba
sentir tu contacto. —Él se volvió a
acomodar en el sofá, estaba
visiblemente incómodo—Desde la
muerte de Irene, la mamá de Emma, me
he estado echando la culpa del
accidente. Era de noche, veníamos de
una fiesta en casa de unos amigos, los
dos habíamos tomado unas copas de
más… —Movió la cabeza negando y
siguió—Bueno el resto es historia.
Ahora que me he reencontrado contigo,
veo las cosas con más claridad, me he
dado cuenta que sin querer he estado
castigándome por su muerte. Me volqué
en la bebida y en algunas ocasiones
consumí una que otra droga. Evadirme
era mi objetivo, ataduras con mujeres no
estaban en mi lista de cosas por hacer,
sólo las usaba para complacer mis
caprichos, y desde hace un año para acá,
he estado practicando lo que se conoce
como intercambio de pareja. —Su
mirada se concentró en un punto muerto
del piso, eso me hizo pensar que estaba
avergonzado. Le pasé la mano por el
cabello, su reacción me partió el
corazón. Cuando su mirada se encontró
con la mía estaba empañada.
—Por favor Connor, continúa —
dije en voz baja.
—No soy ningún santo, Mía, y
tampoco me arrepiento de lo que he
hecho. Te cuento todo esto para que
sepas la verdad por mí y no por
terceros, pero algo sí tengo claro. —Me
miró fijamente al hablar—Si me dejas
entrar en tu vida, te prometo que no te
arrepentirás. —Me gustó como sonaba
eso de «dejarlo entrar en mi vida», un
escalofrío recorrió mi espalda, ¿estaba
hablando en serio? «¿Es esto lo que
quieres Mía? ¿Él será capaz de mantener
su promesa? ¿Está buscando una
compañera de vida?» ¡Oh, por Dios!, su
confesión me abrumó sentía que mi
cabeza estaba a punto de explotar —Di
algo, lo que sea.
—Me has dejado sin palabras…
no sé qué decir… —Connor se levantó
del sofá y me ofreció una mano.
«!No! No quiero que se vaya.
¡Oh. Dios, no lo permitas!».
—Ven aquí. —Colocó mi palma
sobre la de él, y en seguida estuve entre
sus brazos—Tic… Toc… el tiempo se
agotó. —Susurró y posó sus labios
sobre los míos dándole paso al interior
de mi boca. Su beso fue desesperado y
posesivo, no podía negar que su
iniciativa me gustaba mucho.
Mis dedos se deslizaron por su
cabello y mi cuerpo se tensó. Lo
deseaba tanto que anhelaba que me
devorara entera, que hiciera conmigo lo
que quisiera. Connor llevó su boca a mi
oreja y gimió antes de mordisquearme
con suavidad el lóbulo. Cerré los ojos,
quería olvidarme de todo, sentirlo
dentro de mí. Estaba desesperada,
necesitaba sentir su piel desnuda contra
la mía.
Como si hubiera leído mis
pensamientos, él me alejó para quitarme
la ropa, lanzándola a un lado. Hice lo
mismo con la de él, le saqué con
ansiedad la camisa, pasé mis dedos por
su pecho hundiéndolos en el suave bello
que lo cubría.
—Te Amo, Mía, y no estoy
dispuesto a seguir esperando. —Su voz
era gruesa, apasionada.
—Tienes razón, es una tontería
seguir esperando. —Con manos
temblorosas abrí el cinto del pantalón,
el botón y la cremallera, para finalmente
empujarlos hacia abajo junto con su
ropa interior.
Connor se arrodilló delante de
mí. Me sostuvo de las caderas para
dejar un camino de besos por todo mi
estómago mientras masajeaba mis nalgas
y muslos arrancándome gemidos
ansiosos. Se puso de pie y me cargó
entre sus brazos para llevarme a la
habitación. Me colocó sobre la cama, y
se acostó a mi lado, estuve tan excitada
que poco me faltó para alcanzar el
clímax solo con sus caricias.
Sus manos se detuvieron en uno
de mis pezones, los frotó y luego se lo
llevó a la boca succionándolo con
devoción. Repitió la misma operación
con el otro, generándome temblores en
todo el cuerpo, aumentado la humedad
en mis partes íntimas y una urgencia de
sentirlo dentro de mí.
Metió una de sus manos entre
mis piernas, rozando mi sexo con dos
dedos, introduciéndolos con suavidad.
Los movió de una manera que me hizo
enloquecer, me retorcía de placer bajo
su tacto.
Cuando se detuvo pensé en
insultarlo, pero al verlo llevarse los
dedos a la boca saboreando mi esencia,
mi deseo terminó de encenderse.
—Connor, por favor, te necesito
dentro de mí. —Él besó mi cuello y
comenzó a bajar.
—Primero necesito probarte. —
Por un instante me miró, sus ojos eran
puro fuego. Lo perdí de vista cuando se
sumergió entre mis piernas—Ábrete
para mí —lo obedecí inmediatamente.
Mi cuerpo era un traidor cuando estaba
con él. Solo respondía a sus mandatos.
Con la punta de su lengua
acarició mi clítoris y succionó mis
pliegues para luego mordisquearlos con
suavidad.
«¡Maldición! Lo hacía tan bien
que estaba a punto de explotar».
—No aguanto, Connor. —Él
levantó la cabeza y buscó mi mirada—
Ven aquí —mi voz fue tan baja que
parecía un susurro.
Con la gracia de un felino se
levantó lentamente, pasó el dorso de su
mano por sus labios para limpiar el
resto de mis fluidos. Abrió mis piernas y
se introdujo dentro de mí. Buscó mi
mirada antes de empujar con fuerzas una
y otra vez. Mis caderas se movían solas,
llevando su ritmo.
Nos besamos con pasión
percibiendo mi sabor en sus labios. La
mezcla fue fulminante, tanto, que logró
estimular todos mis sentidos.
—Dime que eres mía, necesito
escucharte. —La respiración de Connor
era entrecortada, estábamos llegando al
límite.
—Soy tuya, Connor, soy tuya. —
Me sentía sofocada y desesperada.
Me aferré de sus hombros
mientras nos movíamos con rapidez.
Nos consumíamos mutuamente. Dentro
de mí lo sentía caliente, frenético y
descontrolado. Me penetraba una y otra
vez. La intensidad de nuestras miradas,
al cruzarse, demostraban lo que
sentíamos.
Con las pieles sudadas y
resbaladizas, gemimos con
desesperación al borde del placer. El
momento estaba cerca. No podía
contenerme por más tiempo, mi orgasmo
llegó duro y preciso.
—¡Connor!… Ohhh, Connor. —
Se formó una sonrisa de satisfacción en
mi rostro.
—¡Mía!… Ahhh —gruñó—Ohh
Mía, me vas a matar. —Me gustó cómo
sonaron esas palabras.
Su cuerpo se desplomó a mi
lado. Ambos respirábamos con
agitación. Me envolvió entre sus brazos
mientras esperábamos a que nuestros
organismos se estabilizaran.
—¿Te das cuenta, Mía? —Me
volteé para mirarlo embelesada.
—¿Cuenta de qué, Connor? —Él
pasó un dedo por mis labios. Sus ojos
poseían un brillo diferente.
—Tú eres todo lo que necesito
para sentirme completo. —Tomó mi
rostro entre sus manos y pegó su frente a
la mía—Te amo, Mía Watts. —Su
confesión me desarmó, había esperado
tanto tiempo por escuchar esas palabras
que mis ojos se empañaron.
—También te amo, Connor
Blair… siempre te he amado.

Fin
Sobre el Autor

A.G. Keller es
venezolana, una apasionada de la
lectura, la buena comida, el vino, la
música y el cine. Desde los 12 años
comenzó a escribir sus primeros relatos.
Reside en los Estados Unidos desde
el año 1995. Vive en un pequeño
suburbio en las afueras de Dallas, Texas,
con su familia y sus mascotas Fred y
Jack.
Si quieres saber más de estos
personajes no dudes en escribirme.
Cualquier duda, crítica o sugerencia
la puedes dejar en mi correo
electrónico.
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