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Derramamiento del Espíritu Santo en la lluvia tardía

LB, 13/12/2010

Cuando Salomón dedicó el templo, oró así:

Si los cielos se cerraren, que no haya lluvias por haber pecado contra
ti… (2 Crón 6:26).

Reconoció sin duda la relación entre el pecado y la falta de lluvia. La


respuesta divina no tardó:

Si yo cerrare los cielos, que no haya lluvia… Si se humillare mi pueblo,


sobre los cuales mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi
rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré
desde los cielos, perdonaré sus pecados y sanaré su tierra (2 Crón
7:13-14).

El derramamiento del Espíritu Santo en la lluvia tardía es imprescindible


para que pueda cumplirse la misión de nuestra iglesia. No es posible la
preparación para la segunda venida de Cristo sin la eficacia de esa esperada
bendición especial. Puesto que la población mundial crece a un ritmo
mucho más elevado que el pueblo adventista, al ritmo actual de
crecimiento, cada día que pasa hay en el planeta más personas a las que
llevar el mensaje adventista. Por lo tanto, el tiempo NO está corriendo a
nuestro favor. No es, pues, extraño que haya entre muchos la permanente
preocupación por ese derramamiento pentecostal del Espíritu Santo, o
“lluvia tardía”.

Este escrito tiene por objeto llamar la atención a la importancia y significado


de dicho derramamiento a la luz de algunos hechos bíblicos e históricos
denominacionales, y también el de señalar el peligro de concebir esa
experiencia como una vivencia sentimental separada del contenido
doctrinal del evangelio. Sería posible estar esperando ruido, siendo que
Dios quiere enviarnos luz.

1
Deseo que esta reflexión contribuya a un doble propósito: (1) distinguir el
auténtico derramamiento del Espíritu Santo, de la falsificación que lo
precederá, y (2) que no nos pase desapercibido el silbo apacible, mientras
esperamos viento y fuego.

Según 1 Reyes 17:1, Dios mandó a Elías que proclamara:

No habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra.

La palabra de Elías equivale aquí a la palabra de Dios.

“Lluvia” y “palabra”: la lluvia, eso que simboliza el derramamiento del


Espíritu Santo, aparece frecuentemente en la Biblia asociada a la Palabra.
Es lógico, pues la Palabra nos ha sido revelada mediante los siervos y
profetas de Dios, quienes fueron inspirados por el Espíritu Santo (2 Ped
1:19-21). ¿Sería sensato esperar que en su manifestación plena al final del
tiempo, la lluvia tardía del Espíritu Santo nos llegue como un poder al
margen de dicha Palabra, de dicha doctrina o enseñanza?

En la Biblia, la lluvia no es meramente una bendición agrícola de carácter


temporal, terrenal. En Isaías 44:3 leemos:

Yo derramaré aguas sobre el secadal, y ríos sobre la tierra árida: mi


espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus
renuevos.

Lo mismo que en 1 Reyes 17, en Isaías 55:10-11 encontramos esa


asociación entre la lluvia y la Palabra:

Como desciende de los cielos la lluvia...así será mi palabra que sale


de mi boca...

Esa Palabra es frecuentemente identificada con la justicia de Dios: “su


justicia”, que sólo por la fe podemos recibir. No puede tratarse de otra cosa
distinta a la justicia de Cristo: el mensaje que el Señor nos envió en
Minneapolis mediante los pastores Jones y Waggoner.

En Isaías 45:8 encontramos esa asociación entre la lluvia y la justicia:

Rociad, cielos, de arriba, y las nubes destilen la justicia...


2
También en Deuteronomio 32:2 es inequívoca la asociación de la lluvia con
la doctrina o enseñanza:

Goteará como la lluvia mi doctrina; destilará como el rocío mi


razonamiento; como la llovizna sobre la grama, y como las gotas
sobre la hierba.

Eso justifica bíblicamente por qué Ellen White asoció el mensaje de la


justicia por la fe dado en Minneapolis al derramamiento de la lluvia tardía.

Y demuestra la imposibilidad de un pretendido derramamiento de la lluvia


tardía al margen de un mensaje: el de la justicia de Cristo recibida por la fe.

En Isaías 55 hemos visto esa relación entre la lluvia y la Palabra. En el


capítulo siguiente (Isaías 56) encontramos mayores precisiones referentes
a esa Palabra:

El versículo 1 nos habla de la justicia de Dios estando cercana a


manifestarse; el 2 nos habla del sábado (día que simboliza nuestro reposo
en la perfecta obra de Dios en su creación y en su redención –la justicia de
Cristo: “el mensaje del tercer ángel en verdad”). Y los versículos 4 y 6 nos
hablan del sábado en relación con el pacto. Se trata del “pacto eterno” (Isa
55:3), o nuevo pacto, que es otra forma de referirse a la justicia de Cristo
recibida por la fe en su promesa, o salvación por la gracia de Cristo recibida
por la fe. Los guardadores del sábado reposamos en esa gracia de Dios (Heb
4:1-4).

Todo lo anterior es crucial en el mensaje que Dios nos envió mediante los
pastores Jones y Waggoner. Es el centro y esencia del mensaje de salvación
que trae la lluvia, el centro de la Palabra salvadora de Dios. Se trata del
Verbo, de Jesús, de sus encantos incomparables manifestados en nuestro
perdón y restauración: (1) mediante su encarnación tomando nuestra
naturaleza, (2) mediante su sangre derramada y (3) por su mediación en el
santuario -en el borramiento de los pecados desde 1844- tras haber
resucitado y ascendido. No hay otra lluvia posible. La única alternativa es la
falsificación satánica de esta. No hay bendición aparte de la contenida en la

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Palabra del Mensajero divino, del Verbo. “No habrá lluvia ni rocío… sino por
mi palabra”, sigue siendo su mensaje.

Y dado que dicho mensaje fue objeto de rechazo en cierto momento en


nuestra historia denominacional (y nadie ha sido capaz de demostrar que
lo hayamos aceptado en otro momento posterior, y aún menos que la tierra
esté actualmente siendo alumbrada por su gloria), el primer paso para
recuperarlo ahora es reconocer que lo rechazamos con anterioridad, y
sacarlo de la cárcel del olvido / desprecio en la que lo hemos tenido
recluido.

En Isaías 31:6 leemos la importante instrucción divina:

Convertíos a aquel contra quien los hijos de Israel profundamente


se rebelaron.

¿Por qué no dice simplemente ‘convertíos al Señor, convertíos a Dios’, etc?


Porque en vista de la experiencia precedente del pueblo de Dios, la única
forma aceptable de convertirse era reconocer primeramente la
profundidad de la rebelión de “los hijos de Israel” (no meramente la
rebelión de algunos pocos casos aislados).

Cuando uno se equivoca, ¿no se arrepiente y cambia de rumbo?, ¿no se


pregunta ‘qué he hecho’? A veces se diría que hasta los animales tienen
mayor facilidad que nosotros para razonar de causa a efecto. Ese es
fundamentalmente el tipo de asombro divino descrito en Jeremías 8:4 al
12:

Así ha dicho Jehová: El que cae, ¿no se levanta? El que se desvía, ¿no
torna al camino?... no hay hombre que se arrepienta de su mal,
diciendo: ¿Qué he hecho? Cada cual se volvió a su carrera, como
caballo que arremete con ímpetu a la batalla [no es un problema de
pasividad]. Aún la cigüeña en el cielo conoce su tiempo… mas mi
pueblo no conoce el juicio de Jehová. ¿Cómo decís: Nosotros somos
sabios…? …aborrecieron la palabra de Jehová; ¿y qué sabiduría
tienen?... ¿Hanse avergonzado de haber hecho abominación?

Veamos ahora cómo coincide con lo anterior el mensaje de Oseas:


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1. El arrepentimiento de la “esposa”: Oseas 2:14-15 nos habla del
desierto, que en la Biblia simboliza el arrepentimiento (ver Eze 20:35-
36 y 43). El versículo 16 presenta el valle de Achor como puerta de
esperanza. En hebreo, Achor significa calamidad (¿es posible que sólo
una calamidad nos pueda llevar a ese arrepentimiento?). Ver en
Josué 7:21-26 lo sucedido con el manto babilónico que Achán tomó,
y que alejó la presencia de Dios, de forma que Israel padeció una
dolorosa derrota en Hai. No se trataba de falta de oración. Ante el
contratiempo, Josué estaba postrado en oración, pero el Señor le
ordenó levantarse: ni siquiera la oración podía “expiar” la falta de una
acción determinada (versículos 10 y siguientes).

2. La esposa conocerá a Jehová en relación con la justicia por la fe


(Oseas 2:19-20): “Te desposaré conmigo para siempre; desposarte
he en justicia, y juicio, y misericordia, y miseraciones. Te desposaré
conmigo en fe y conocerás a Jehová”. “Desposaré” y “juicio”: una
alusión inequívoca a las bodas del Cordero, en proceso desde 1844
en el lugar santísimo. Aquí hemos de ver la relación entre las bodas y
el juicio (investigador) actualmente en curso. Pero hemos de ver
también la relación entre (1) el lugar santísimo -qué quiere hacer Dios
mediante el borramiento de los pecados en el juicio, y (2) cómo va a
lograrlo –mediante la justicia de Cristo, recibida por la fe. Cuando su
pueblo comprenda eso, se podrá decir: “Y conocerás a Jehová”.
Encontramos esa misma asociación en Apocalipsis 3:18.
Necesitamos oro afinado en fuego: fe; vestiduras blancas: justicia; y
colirio: discernimiento. Es decir, necesitamos discernir la justicia por
la fe: ¡Ese es nuestro gran problema!

3. En Oseas 4:6 leemos un lamento por parte del Señor: “Mi pueblo fue
destruido porque le faltó conocimiento”. No se trata de un déficit en
el área de las emociones o los sentimientos. El Calvario es un ejemplo
emblemático de esa falta de conocimiento de la justicia, o salvación
por la fe en el Hijo de Dios. “Perdónalos, porque no saben lo que
hacen”. También Laodicea es famosa por padecer ese mal: “Y no
conoces”, es el diagnóstico del Médico que nunca se equivoca. La

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continuación del versículo 6 asocia la falta de conocimiento al olvido
de la ley de Dios.

4. Oseas 5:15: El Señor no puede hacer nada hasta que su pueblo


conozca su pecado. Su pueblo se pregunta: “¿Qué maldad es la
nuestra, o qué pecado es el nuestro, que cometiéramos contra
Jehová nuestro Dios?” (Jer 16:10). La respuesta es inequívoca:
“Porque vuestros padres me dejaron… y vosotros habéis hecho peor
que vuestros padres” (vers. 11-12). Es importante observar el
contexto de lo anterior: “Palabra de Jehová que fue a Jeremías, con
motivo de la sequía” (Jer 14:1). Aunque oculto al conocimiento del
pueblo de Dios, evidentemente no se trata de un asunto menor, sino
que es un tipo de pecado que trasciende en el pasado más allá de la
generación presente. Le supone padecer “sequía”, que es falta de
lluvia.

5. Solucionado el problema, se anuncia el derramamiento de la lluvia,


siempre en relación con el conocimiento (Oseas 6:3): “Conoceremos
y proseguiremos en conocer a Jehová: como el alba está aparejada su
salida, y vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia tardía y
temprana en la tierra”.

6. Oseas 10:12 insiste en cuál es la clave de la solución divina a esa letal


falta de conocimiento: “Es el tiempo de buscar a Jehová, hasta que
venga y os enseñe justicia”. ¿De qué justicia puede tratarse?

Escribió la mensajera del Señor:

El fuerte pregón del tercer ángel ya ha comenzado en la revelación


de la justicia de Cristo, el Redentor que perdona los pecados. Este es
el comienzo de la luz del ángel cuya gloria llenará toda la tierra (1
Mensajes selectos, 425; escrito en 1892).

La falta de voluntad para renunciar a opiniones preconcebidas y


aceptar esta verdad fue la principal base de la oposición manifestada
en Minneapolis contra el mensaje del Señor expuesto por los
hermanos Waggoner y Jones. Suscitando esa oposición, Satanás tuvo

6
éxito en impedir que fluyera hacia nuestros hermanos, en gran
medida, el poder especial del Espíritu Santo que Dios anhelaba
impartirles. El enemigo les impidió que obtuvieran la eficiencia que
pudiera haber sido suya para llevar la verdad al mundo, tal como los
apóstoles la proclamaron después del día de Pentecostés. Fue
resistida la luz que ha de alumbrar a toda la tierra con su gloria (1
Mensajes selectos, 276; escrito en 1896).

¿Podemos esperar el derramamiento de la lluvia tardía ignorando que ya se


produjo su comienzo en relación con un mensaje, e ignorando nuestro
rechazo pasado y olvido presente de dicho mensaje e historia?

¿Puede el pueblo judío actual olvidar su pasado y ‘seguir avanzando’ como


si no hubiera pasado nada en los primeros años de nuestra era? ¿Podemos
nosotros esperar recibir la lluvia sin arrepentirnos por el rechazo de su
comienzo en el mensaje dado en los años 1888 y siguientes? ¿Tenemos
“conocimiento” al obrar así?

La única esperanza de los laodicenses consiste en tener una visión


más clara de su situación delante de Dios, un conocimiento de la
naturaleza de su enfermedad (1 Joyas de los testimonios, 477-478).

En Jeremías 14:20-22 leemos:

Reconocemos, oh Jehová, nuestra impiedad, la iniquidad de


nuestros padres; porque contra ti hemos pecado… ¿Y darán los
cielos lluvias?

Así pues, Dios no nos va a enviar la lluvia tardía, el derramamiento final del
Espíritu Santo para madurar la cosecha, al margen de un mensaje –el que
nos envió en Minneapolis- y al margen de un arrepentimiento por haberlo
rechazado como individuos y como pueblo: el descrito en Joel 1:13-14;
2:12, 15-16 y 23.

Ellen White tuvo una vislumbre de lo que sucede cuando un grupo de


creyentes se empeña en pedir el Espíritu Santo al margen de un mensaje, al
margen del “conocimiento” encerrado en la enseñanza bíblica sobre el
lugar santísimo (la experiencia derivada de recibir plenamente la justicia
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por la fe de Jesús en el creyente). Se le mostró una compañía que elevaba
su fe hacia el lugar santísimo y pedía a Dios el Espíritu, siéndole concedido.
Pero había otra compañía que también pedía a Dios el Espíritu, esta vez al
margen del mensaje de la justicia de Cristo perfeccionada en el creyente -
el mensaje del lugar santísimo-. Ella misma explica lo que sucede entonces:

Vi a la compañía alzar las miradas hacia el trono, y orar: ‘Padre, danos


tu Espíritu’. Satanás soplaba entonces sobre ella una influencia
impía… (Primeros escritos, 55-56).

Ese es el resultado de dar la espalda al mensaje, y a la vez estar pidiendo en


oración el Espíritu Santo. Ellen White fue muy clara: quienes resistían al
mensaje y los mensajeros estaban resistiendo al Espíritu Santo. Si quienes
persisten en rechazar, empequeñecer u ocultar el mensaje, se empeñan en
pedir el Espíritu Santo que trajo dicho mensaje, es porque –aun sin saberlo-
cambiaron de dirigente, y Dios no puede impedir que Satanás responda a
esa petición. Naturalmente, Satanás lo hace a su propia manera.

Apocalipsis 16:13:

Vi salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca


del falso profeta, tres espíritus inmundos a manera de ranas.

Son espíritus de demonios: espiritismo en su versión actual refinada,


revestido con un manto de religiosidad procedente del neo-paganismo
(dragón), la Roma católica (bestia) y el protestantismo apóstata (falso
profeta) que dejó de ser protestante para doblegarse ante la bestia a fin de
reunir en torno a ella a la gran masa de los “creyentes”. Satanás los lleva a
la “unidad”, al ecumenismo, mediante una experiencia basada sobre todo
en emociones y sentimientos, pero siempre al margen de la Verdad: del
mensaje divino para nuestro tiempo. Dicha unidad está basada en esta idea:
‘Hablamos en lenguas, nos llevamos bien entre nosotros, nos sentimos muy
bien, incluso tenemos el don de sanidades, señales u otro tipo de milagros
o manifestaciones sobrenaturales. Tenemos los dones del Espíritu, por lo
tanto, tenemos el Espíritu. Sí; lo sentimos. ¿Qué importa entonces el
conocimiento? ¿Qué importan las doctrinas? Sólo sirven para dividirnos.
Que el Señor nos vacíe de conocimiento y nos llene del Espíritu’. En vista de
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lo leído en Primeros escritos, ¿queda claro quién contesta ese tipo de
oración? Cuando pedimos el Espíritu desechando la verdad, ¿recibiremos el
Espíritu de verdad, el que lleva a toda la verdad (Juan 16:13)?

Cuando el cuarto ángel de Apocalipsis 18 alumbra finalmente la tierra con


la gloria del Señor, se repite el mensaje del segundo ángel invitando a salir
de Babilonia, con una mención adicional a la incursión del espiritismo (vers.
2). Nuestro pueblo no forma parte del dragón, de la bestia ni del falso
profeta, pero no es inmune a su influencia, y tiene que llevar el sagrado
llamado a los que se encuentran atrapados en ella.

A nosotros se encomienda transmitir el mensaje de vida a los hijos de Dios


que están aún en Babilonia:

Salid de ella, pueblo mío (vers. 4).

Prestemos brevemente atención a un aspecto de importancia capital en


relación con la vislumbre dada a Ellen White (Primeros escritos, 55-56).

De las dos compañías que están orando a Dios -ambas pidiendo el Espíritu
Santo-, una lo recibe, mientras que otra recibe un su lugar un espíritu impío
procedente de Satanás. ¿Qué hace la diferencia?

La primera compañía tiene anclada su fe en el lugar santísimo, mientras que


la segunda dirige su petición al lugar santo en el que Cristo ya no está.

¿Cuál es la diferencia entre esos dos lugares, y qué significado tienen uno y
otro? Por descontado, para comprenderlo hay que tener la vista puesta en
el santuario celestial: hay que seguir “al Cordero por dondequiera que va”,
y ahora va precisamente por el lugar santísimo o segundo departamento.
Ningún movimiento religioso distinto del adventista aprecia o comprende
esa verdad crucial, y comprenderlo y vivirlo hace una diferencia tan grande
como recibir el Espíritu de Dios, o el de Satanás en la crisis final.

En el lugar santo se oficiaba el perdón por los pecados, mientras que el


santísimo está dedicado al borramiento de los mismos. Antes que Jesús
venga, y por lo tanto antes que cese en su labor mediadora, los creyentes,
en virtud de la obra de borramiento efectuada en el lugar santísimo, han de

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estar en la situación de poder permanecer sin mediador, es decir, deben
haber vencido en todo punto tal como hizo Jesús (“Así como yo he vencido”,
Apoc 3:21). Es entonces cuando tiene lugar el sellamiento.

Tanto la doctrina católica de la inmaculada concepción de María como su


variante moderna de reciente manufactura –llamémosla la doctrina Melvill-
proponen que Jesús pudo tener una vida sin pecado debido a tomar una
naturaleza única, distinta, superior a la nuestra desde su nacimiento. Esa es
en esencia la postura del papado (anticristo), quien no tiene problema en
proclamar que Jesús fue 100% divino y 100% humano.

Según eso, no fue realmente “de la simiente de David según la carne” (Rom
1:3), si bien era susceptible al cansancio, la fatiga, la tristeza, el hambre…
aspectos que nos son comunes con los animales irracionales. Según esa
visión del tipo de naturaleza humana que Cristo tomó en su encarnación, él
no fue “tentado en todo como [lo somos] nosotros”, y en consecuencia, su
victoria sobre el pecado sólo fue posible gracias a haber tomado una
naturaleza humana que difiere de la nuestra y que no podía ser tentada
como la nuestra, desde el interior.

Según esa posición, ¿qué posibilidad tenemos en nuestra naturaleza


humana distinta e inferior a la que Cristo tomó, de vencer el pecado? No es
infrecuente escuchar desde algunos púlpitos del pueblo remanente
expresiones como esta: ‘Seguiremos pecando hasta que Cristo regrese, y no
hay que preocuparse por ello’.

Si no es posible la victoria sobre el pecado, ¿qué sentido tiene entonces el


sellamiento, el fin del tiempo de gracia y el ministerio del lugar santísimo
en el borramiento de los pecados? Ese esquema deja vacío de contenido al
lugar santísimo, devolviéndonos al lugar santo, que es donde se mueven las
iglesias caídas según su esquema cíclico habitual: pecado →
arrepentimiento → perdón → y vuelta al pecado y a recomenzar el proceso.
Se trata de un esquema cíclico en el que no encaja el lugar santísimo
(borramiento o purificación del pecado), ni la finalización del conflicto, que
no siguen un esquema circular sino lineal, con un principio y un final según

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el plan divino. Al ignorarlo, la segunda venida se desvanece como una
esperanza lejana, remota y carente de relevancia.

Es sorprendente cómo algunos pretenden seguir creyendo que en el


momento culminante de la imposición de la marca de la bestia (para
hacernos claudicar ante un falso día de reposo impuesto por el poder
religioso apóstata asistido por el gobierno civil), VENCEREMOS, es decir: no
pecaremos en esa prueba que será la más gigantesca y engañosa de todos
los tiempos, mientras que ‘seguiremos pecando hasta que Cristo regrese’ en
todas las demás cosas (!) ¿Hay alguien que se pueda creer eso? Es inevitable
recordar aquí lo dicho por Elías en el Carmelo: “¿Hasta cuándo claudicaréis
vosotros entre dos pensamientos?” (1 Rey 18:21).

Los que han aceptado la luz de la Palabra de Dios, nunca, nunca


han de dejar la impresión en las mentes humanas de que Dios
tolerará sus pecados. Su Palabra define el pecado como
transgresión de la ley (1 Mensajes selectos, 135).

En el día del juicio, la conducta de aquel que haya conservado la


fragilidad y la imperfección de la humanidad, no será defendida.
Para el tal no habrá lugar en el cielo. No podrá disfrutar de la
perfección de los santos en luz. El que no tiene suficiente fe en
Cristo para creer que él puede guardarlo del pecado, no tiene la fe
que le dará entrada en el reino de Dios (3 Mensajes selectos, 411).

Es de importancia capital comprender que Jesús NO está en el lugar santo,


y que no será él quien responda una petición por su Espíritu formulada al
margen del mensaje y mentalidad del lugar santísimo. El mensaje del lugar
santísimo NO es el mensaje de la Reforma protestante de hace cinco siglos,
y aún menos el de las iglesias que abandonaron dicha reforma, aunque se
sigan llamando evangélicas. En los días de Lutero, Jesús no estaba en el
lugar santísimo efectuando la expiación final. Los reformadores no
entendieron eso, ni era su obligación o privilegio entenderlo. Dios los
suscitó para otro menester. Desgraciadamente, las iglesias evangélicas de
la actualidad no sólo tienen una visión tan limitada como Lutero del tiempo

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y mensaje actuales, sino que han dado pasos atrás respecto a los
reformadores.

La moderna teoría sobre la naturaleza humana de Cristo como siendo


diferente a la nuestra, fue introduciéndose de forma oscura en el
adventismo desde el año 1950, en relación con cierto diálogo ecuménico.
Está en diametral oposición con la luz que el Señor nos dio en el mensaje
de la justicia de Cristo, tal como articularon sus “mensajeros delegados” en
1888 y tal como apoyó Ellen White. De no estar persistiendo en rechazar
dicho mensaje, jamás habríamos sido tentados a aceptar ese retroceso del
lugar santísimo al lugar santo. No es sabio pedir el Espíritu Santo mientras
se da la espalda a la verdad que él mismo nos trajo. Demuestra una grave
falta de conocimiento, e impide la recepción del verdadero Espíritu Santo y
la preparación para su venida.

Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de


Dios; porque muchos falsos profetas son salidos en el mundo. En
esto conoced el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que
Jesucristo es venido en carne es de Dios. Y todo espíritu que no
confiesa que Jesucristo es venido en carne, no es de Dios: y este es
el espíritu del anticristo (1 Juan 4:1-3).

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